Estrategia en Gestión Pública
Estrategia en Gestión Pública
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Índice
1. Introducción
2. La dirección estratégica en el marco de la gestión de políticas públicas
3. Análisis y diseño estratégicos: enfoques y opciones
▪ Management estratégico
▪ Las cinco “P” de la estrategia
▪ Enfoques y escuelas
4. Misión, visión y creación de valor
▪ Misión (¿Qué somos? y ¿qué queremos hacer?)
▪ ¿Cómo redactar la definición de una buena misión?
▪ Visión (¿Qué queremos ser?)
▪ ¿Cómo elaborar una buena definición de lo que queremos ser y de cómo
conseguirlo?
▪ Creación de valor (¿Qué buscamos? ¿Qué ofrecen los resultados?)
5. Los criterios de valor (¿Qué valoramos de la gestión?)
6. Análisis del entorno (¿Dónde actuamos?)
▪ ¿Cómo analizar el entorno de una organización?
▪ Tendencias
▪ “Clientes”
▪ Alianzas externas
▪ Herramientas para el análisis del entorno
7. Análisis de la organización (¿Cómo somos?)
8. Análisis DAFO
▪ ¿Cómo se elabora un análisis DAFO?
9. Ejes estratégicos (¿Qué hacer? ¿Dónde mejorar?)
a. ¿Cómo proceder a la definición de los ejes estratégicos?
10. Objetivos (¿Qué conseguir?)
▪ ¿Cómo proceder a la formulación de objetivos?
11. Construcción de indicadores (¿Cómo medir?)
▪ Utilidades de la medición basada en sistemas de indicadores
▪ Proceso de elaboración de un sistema de indicadores de gestión
▪ Requisitos de unos buenos indicadores
12. Acciones (¿Qué hacer concretamente?)
13. Mapa estratégico (¿Cómo pilotar la estrategia?)
▪ ¿Cómo se diseña un mapa estratégico?
14. Cronograma
15. Referencias bibliográficas
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1. Introducción
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eminentemente intelectual, o un interés eminentemente práctico que busque identificar el
escenario de la dirección estratégica.
El gestor público ha de contemplar la política pública no sólo desde la perspectiva tópica
del proceso cíclico que se retroalimenta, sino sobre todo como un complejo escenario
diferenciado, poblado por instituciones, estructuras burocráticas y actores de diverso tipo
(públicos y privados), y donde asimismo prevalecen determinados sistemas de valores.
Un escenario que se corresponde con el respectivo ámbito de problemas, necesidades y
oportunidades en el que se concentra la acción gubernamental característica de esa
política pública. Emerge así una sugerente y útil concepción reticular de la política
pública (policy network, policy community), como red de estructuras y actores
configurada alrededor de un determinado campo de acción gubernamental o
intergubernamental; una concepción perfecta también para enlazar como otro de los
grandes conceptos-enfoques de la actual gestión pública: la gobernanza.
En todo caso, no se olvide que las políticas públicas están expuestas a la dinámica del
proceso político, al juego de relaciones de poder, a la competición existente por alcanzar
mayores cuotas de poder institucionalizado: que no hay policies sin politics, como se dice
clásicamente, y tampoco sin Polity, sin instituciones políticas. Es más, las políticas
públicas no es que estén expuestas a la dinámica política, es que en sí mismas forman
parte de la política. El escenario con el que se identifica la política pública es, pues, un
escenario eminentemente político y que –parafraseando a Lowi (1972)- genera su propio
juego político.
Sobre esta base, la política pública se configura asimismo como un proceso de procesos.
El desglose analítico de los mismos puede realizarse de muy diversas formas y siguiendo
diferentes criterios, pero en la política pública cabe identificar al menos cinco subprocesos
fundamentales, cinco microcircuitos: de “gobierno”, de “gestión”, de “representación”,
de “comunicación” y de “legitimación”. Evidentemente, no se trata de procesos
independientes, todos ellos se solapan entre sí y ninguno es concebible sin los demás.
En función de lo expuesto, bien podemos concluir que en la gestión pública directiva la
política pública representa el proceso-escenario (político) en el que no puede dejar de
insertarse el análisis, la toma de decisiones, la movilización de recursos, la búsqueda de
resultados y la evaluación de los mismos, como corresponde a un mundo gubernamental
competitivo y complejo.
Por esta razón, la naturaleza, características y estilos de la política pública condicionan,
cuando no determinan, muchas de las claves fundamentales del diseño y la gestión
estratégica: la concepción de la misión, la visión y la creación de valor; la percepción y
ponderación de los factores críticos a partir de los cuales se definen los ejes estratégicos;
los patrones y modelos de gestión asumibles; la formulación de objetivos, la
programación de acciones y hasta la propia aceptación de la validez de indicadores y
estándares…
En definitiva, la política pública deberemos considerarla, insistamos, como el proceso-
escenario en el que se alumbran, impulsan y limitan las estrategias públicas; la fuente
productora de valores, criterios y patrones de la gestión orientada al prestigio, el
reconocimiento y la búsqueda de la superación y las ventajas competitivas. Constituye,
pues, el marco obligado de referencia (de análisis, debate, argumentación y percepción)
para el diseñador o gestor público estratégico: el terreno en el que averiguar quién decide,
así como quién, cómo y en qué medida influye en la decisión y por qué (Chaqués, 2004);
aquél en el que plantear e interpretar correctamente la necesaria diferenciación entre lo
que se debe hacer, lo que se quiere hacer y lo que se puede hacer.
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Por todo ello entenderemos, a modo de premisa de partida, que en el ámbito público un
plan estratégico no puede dejar de hacer visible la influencia (obvia, o así debiera serlo)
de la política pública en la gestión estratégica de la misma. La política pública “envuelve”
(políticamente, valga la redundancia) tanto el proceso estratégico en el que se encuentra
involucrada la organización pública, como los valores, ejes estratégicos y objetivos
concretos que estructuran en un momento determinado o por un período determinado los
planteamientos competitivos o de autoexigencia de dicha organización pública.
Management estratégico
La idea de la estrategia ni es nueva ni es original del campo de la gestión. Importada del
vocabulario militar de los griegos, que empleaban el término “stratego” para designar al
general encargado de la dirección de las operaciones militares, es más que la táctica,
consistente tan sólo en la colocación y movimiento de las tropas sobre el terreno, en el
teatro de operaciones; la estrategia, sin embargo, concibe y orienta la confrontación
conforme a coordenadas de espacio y tiempo que sobrepasan y condicionan la acción
dentro del teatro de operaciones, tratando de obtener la mayor ventaja de una victoria y
la menor pérdida de una derrota.
No fue hasta los años sesenta del siglo XX cuando el término estrategia comenzó a ser
empleado unido al de gestión (véase McKiernan, 1996). Durante los años treinta se habían
descrito una serie de políticas que deberían seguir los directivos de los distintos niveles
jerárquicos de las empresas y se prestaba, en el mundo del management, una especial
atención a los procedimientos y al control financiero. Tras la Segunda Guerra Mundial,
el diseño empezó a dirigir su mirada hacia los cambios en el entorno que rodea a la
organización y a considerar la planificación a largo plazo, incidiendo en la conveniencia
del empleo de herramientas matemáticas allí donde fuera posible. Finalmente, como se
ha dicho, en los sesenta se genera un modelo de gestión al que se asocia el término
estrategia; las empresas habían crecido, se habían convertido en multinacionales que
hacían frente a nuevos retos que sólo podían superarse a través de la explicitación del
vínculo de la organización con el entorno y la coordinación de la estrategia con la
estructura organizativa. Desde los años ochenta o noventa dependiendo de los países, se
va desarrollando un nuevo modelo de gestión estratégica que podemos caracterizar por la
especial atención que presta a la formulación de la estrategia y a la forma en que se lleva
a la práctica.
En cualquier caso, a lo largo de este proceso, la palabra estrategia ha estado rondando por
el mundo del management y hoy es empleada con asiduidad, con libertad y, como
afirmaba Mintzberg (2000), hasta con afecto por los managers. Pero es más que eso,
puesto que ha logrado situarse, también, en el centro de atención de escuelas de negocios
y de académicos que le dedican reflexiones frecuentes. Por todo ello, no carece de sentido
que, antes de seguir adelante, prestemos atención a lo que quiere decir en realidad este
término. Acudiremos a la ya clásica definición, que no es una sino cinco, de Minztberg
(1987).
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Las cinco “P” de la estrategia
Explicando y usando varias definiciones de estrategia, afirma Mintzberg, se puede evitar
la confusión que se ha generado en este campo y que surge de usos contradictorios y mal
definidos de la estrategia, como aquél que confunde el diseño de la misma con su
aplicación (Prahalad y Hamel, 1994). De ahí que este autor presente cinco definiciones o
dimensiones posibles de la estrategia que pueden conjugarse en una actuación estratégica.
De este modo, la estrategia es:
- Plan, porque establece una orientación, una guía de acción hacia el futuro. La estrategia
es, en cierto modo, imaginarse a uno mismo, imaginar la organización en el momento
siguiente, en el futuro más o menos inmediato. Es un curso de acción conscientemente
establecido. La estrategia reúne así dos características: es elaborada con antelación y es
desarrollada de manera consciente y con un propósito.
- Patrón, porque si la estrategia es un plan que ha de llevarse a cabo, necesita también una
definición que incluya el comportamiento resultante. La estrategia es un patrón de
conducta, es una manera de insuflar consistencia en el comportamiento. Incluso hay quien
afirma que la estrategia no es sino un patrón de asignación de recursos (Barney, 1996).
Estas definiciones de estrategia son independientes de cualquier otra, puesto que puede
existir un plan que no llegue nunca a realizarse y un patrón de conducta que no surja de
una actitud deliberada, sino que aparezca de manera espontánea.
- Posición, porque se trata de ubicar a la organización en su entorno, de manera que haya
una coherencia entre contexto interno y el externo. La organización busca la posición
única y valiosa que consiste en una serie distinta de actividades, se trata de alcanzar una
ventaja competitiva a través de la diferenciación, ofreciendo un valor único añadido al
cliente (Porter, 1996). Ocupa la organización, con la estrategia, un lugar que ninguna otra
podrá arrebatarle y que le ofrece una ventaja clara (Bowman, 1974).
- Perspectiva; no se trata tanto de escoger una posición como de un modo de ver el mundo.
Esta definición sugiere que la estrategia es más un concepto que otra cosa, que es a la
organización, en cierto modo, lo que la personalidad al individuo. La mejor estrategia es
dirigir y gestionar hacia el cambio radical, creando una nueva visión del futuro en el que
uno mismo se ve como líder más que como seguidor de las tendencias marcadas por otro
(Hamel, 2000). Igualmente, uno de los puntos que hay que destacar en esta definición de
estrategia es que es compartida, es decir, la perspectiva se comparte por los miembros de
la organización.
- Patraña. La organización aparece cubierta por un trampantojo que oculta su verdadero
plan, su auténtica perspectiva, la base de su posición privilegiada, su patrón inimitable.
El competidor es desorientado por una estrategia que es mera apariencia y es engañado
por la selva de espejos en que se mueve.
Pero emerge con fuerza una sexta “p” que sintetiza y se proyecta en todas las demás. Una
estrategia se hace realidad, se sustancia, alumbrada en un Proceso e implementada en otro
Proceso consecuente con el anterior y prolongación del mismo, en una sucesión de
momentos y etapas: en un continuo buscar y recibir información, procesarla
analíticamente y reciclarla construyendo respuestas, movilizando recursos y
comprobando resultados.
Una estrategia pública emerge imbricada en un proceso político complejo (la política
pública), pensada a su vez para tomar carta de naturaleza en un proceso concreto en el
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que se desplegará “haciendo camino al andar”: reconfigurando planes diseñados
previamente, validando o no patrones de comportamiento competitivo, redefiniendo
posiciones ocupadas o por ocupar, exigiendo estratagemas concretas y/o sopesando
cambios de perspectiva.
Enfoques y escuelas
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- Escuela empresarial: la estrategia es vista como la visión del líder, el resultado de la
aptitud visionaria de quien dirige la empresa, la organización, o de su propietario,
fundador, directivo, etc.
- Escuela cognoscitiva: la estrategia es un concepto, la creación intelectual de un líder y,
por lo mismo, una visión personalizada. Resulta de especial interés, en opinión de esta
escuela, utilizar las herramientas de la psicología cognitiva para descubrir los entresijos
de la mentalidad del estratega.
Las siguientes escuelas conciben, por contraste con las dos anteriores, la estrategia como
un proceso de creación colectiva, es decir, extiende el concepto de estrategia más allá de
lo individual.
- Escuela de aprendizaje: la realidad compleja del escenario competitivo en que se
desenvuelve la actividad de la organización hace poco conveniente ver en la estrategia
una comprensión completa del mundo, un plan visionario. Para esta escuela, estrategia se
identifica con el proceso de aprendizaje de la organización, es decir, con su progresiva
adaptación al escenario.
- Escuela de poder: aquí la estrategia es un proceso de negociación, bien entre grupos en
conflicto dentro de la propia organización o empresa, o bien entre las organizaciones y su
entorno.
- Escuela cultural: la estrategia está arraigada en la cultura de la organización, de modo
que se presenta como un proceso colectivo y cooperativo
- Escuela ambiental: la estrategia es una reacción al entorno, su génesis no se encuentra
dentro de la organización sino en el entorno competitivo en que se encuentra ubicada.
Finalmente, puede distinguirse una última escuela que viene a combinar las visiones de
todas las anteriores:
- Escuela de configuración: para los partidarios de este punto de vista la estrategia aparece
como una sucesión de pasos, de etapas o episodios, cada uno de los cuales refleja una de
las visiones que aportan las escuelas anteriores: proceso de creación, contenido de la
estrategia, estructuras de las organizaciones, etc. Aparece, así, como un proceso de
transformación, que incorpora el concepto de “cambio estratégico”.
En las páginas que siguen hemos optado por el modelo que presenta la escuela de diseño,
por considerarla la más significativa de las escuelas estratégicas. Ella representa la
perspectiva más influyente en el proceso de formulación de estrategias; y también la de
aportaciones más sugerentes, avanzadas y creativas de cara a su aplicación por analistas
políticos y directivos públicos.
Los orígenes de la Escuela de Diseño se remontan a finales de los años 50 y principios de
los 60, con la publicación de dos importantes obras: la de Philip Selnick, Leadership in
Administration (1957), y la de Alfred D. Chandler, Strategy and Structure (1962). Su
consolidación definitiva llega, no obstante, con la obra colectiva Business Policy: Text
and Cases (1965), a cargo de un equipo de profesores de la Universidad de Harvard, entre
los que ya destacaba Kenneth R. Andrews, autor que posteriormente se convertiría en el
principal impulsor de esta escuela.
Es en el marco de la misma en el que se desarrolló un modelo de análisis que, con el
tiempo, ha traspasado con creces las fronteras representadas por los seguidores de la
escuela de diseño. Nos referimos al análisis DAFO, cuya aplicación se ha ido
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progresivamente depurando y haciendo menos rígida. Pero, aun así, continúa
respondiendo, en lo esencial, a buena parte de las premisas de esa escuela.
Siguiendo a esta escuela, se presentarán, a continuación, los distintos pasos o sucesivas
fases que han de seguirse en el diseño de un plan estratégico, cuyo esquema se recoge en
la figura adjunta.
Análisis DAFO
Identificación de estrategias
Formulación de objetivos
Diseño de acciones
Construcción de indicadores
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4. Misión, visión y creación de valor
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es decir, tanto por aquellos que habrán de poner en marcha y aplicar la estrategia,
como por aquellos a quienes va dirigida la acción de la organización.
- En la redacción de la misión no cabe caer en formulaciones o afirmaciones
demagógicas. Cabe recordar aquí las premisas que autores como Sallenave (1993)
establecen a la hora de definir la misión, representándola como delimitación del
campo de acción de las actividades factibles y expresándola como un marco
disciplinario que encauce la dirección dentro de una gran línea de acción.
- Debe de ser audaz (la audacia contiene el genio, el poder y la magia en su interior,
decía Goethe). No puede limitarse a repetir tópicos gastados, preceptos legales, etc.
Cumplir la misión debe presentarse como un desafío que mueva, que incite a la
acción, y eso sólo se logra con una redacción de la misma que presente cierto grado
de audacia.
- La misión debe ser estimulante; debe provocar el deseo de trabajar para conseguirla,
para alcanzar los fines comunes, compartidos, que se condensan en ella (Hooley, Cox,
y Adams, 1991).
- Debe incitar al progreso. Plantear misiones que se alcanzan con relativa facilidad
frena el avance de la organización, limita la consecución de sus fines. La misión debe
ser el motor que mueva a la organización.
- Debe ser inspiradora, convencer y motivar.
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Visión: ¿qué queremos ser?
La visión dibuja el horizonte ambicioso en el que la organización (pública) concibe cuál
va a ser su futuro, esto es, en qué desea y cree posible transformarse y cuál desea y cree
posible que sea su posición en el escenario de actores o “mercado” de comportamientos
en el que dicha organización se desenvuelve.
Para Arellano (2004), la Visión estratégica es la idea guía que influye anímica y
emocionalmente en los esfuerzos de una organización para el encuentro con su futuro
deseado.
La visión y el pensamiento estratégico mantienen una estrecha relación: ambos se
construyen a partir de las grandes ideas con las que pretendemos edificar la organización
en el futuro. Como perspectiva, la estrategia es en parte un punto de ventaja y en parte
una visión de esa ventaja, particularmente la manera en que esta visión delinea las
decisiones y las acciones. Es por, tanto, una visión y una dirección, una mirada hacia
aquello en lo que la organización pretende convertirse.
Responde, pues, a la pregunta de ¿Qué queremos ser? O, mejor dicho, ¿qué y cómo
queremos ser? Es decir, debe orientarnos a futuro. El diseño de un plan estratégico en una
organización pública obliga a una definición, no ya sólo de la propia existencia de la
organización (la misión), sino del camino que se quiere que ésta siga y de cómo quiere
recorrer dicho camino. Saber con exactitud dónde queremos llegar en el futuro y cómo
queremos lograrlo, conduce a alinear los esfuerzos y estrategias de la organización en un
sentido, evitando dispersiones y mejorando la eficiencia en su gestión estratégica.
Una adecuada definición de la visión, es decir, de lo que queremos ser, debe calar y verse
reflejada en todo el diseño del plan estratégico y en el despliegue del mismo. Ha de
convertirse en el referente que motive toda acción incardinada en dicho plan, lo que obliga
a cuidar la redacción, su coherencia con la misión ya definida y con los ejes estratégicos,
objetivos y acciones desarrolladas posteriormente.
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siempre aportar valor. Y para explicar la aportación de valor que realiza debe ser
ambiciosa.
▪ Reflejará los valores de la organización. No se debe olvidar el cómo queremos
lograr esa visión. Los valores son los principios rectores por los que se regirá toda
actuación de la organización y, por tanto, también deben estar presentes en el plan
estratégico desde su comienzo.
▪ Inspiradora. El plan estratégico será diseñado por un grupo reducido de personas,
aprobado por otro grupo reducido. En cambio, el despliegue del plan y su
ejecución será llevado a cabo por todos los componentes de la organización. Esto
conduce a que sea identificable e ilusionante para todos ellos. El éxito de un plan
estratégico, así como de cualquier política pública, deviene del empeño con el que
los profesionales lleven a cabo sus tareas. En la ejecución del plan estratégico esta
motivación debe ser reforzada, muy especialmente a través de la visión.
▪ Fácil de asumir por los miembros de la organización. Esto es, que sea sencillo y
fácilmente comprensible por todos. Debe animar a que cada trabajador se sienta
importante en su trabajo y vea en su tarea la manera de aportar y colaborar en la
consecución de la visión de la organización
▪ Limitada en el tiempo y medible. Una visión no puede ser eterna. Ha de tener un
tiempo finito. De esta forma permite la opción de conseguirla o aproximarse a
ella. Asimismo, que sea finita en el tiempo nos facilita la labor de medir el
esfuerzo de consecución, es decir, conocer, de forma periódica el grado de
cumplimiento de la misma. Una vez finalizado el despliegue del plan,
acometeremos la revisión de todo él, incluida la visión.
▪ Adaptable. Hoy más que nunca las organizaciones viven en un entorno
enormemente cambiante y dinámico, en un contexto político en el que las
directrices y objetivos cambian conforme la sociedad lo demanda. Es por ello que
las organizaciones públicas, aunque se mantengan estables en su misión y su razón
de ser, deben también reflejar esta adaptabilidad en su forma de gestión. De ahí
que la revisión del plan estratégico y la redefinición de la visión, no sea
contemplado como un fracaso, sino como una adaptación o superación de lo
realizado hasta ese momento.
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Conseguir una universidad más global, con una docencia e investigación más interdisciplinar
e internacional; conformar una universidad más abierta y cercana a la sociedad, y adaptar la
universidad al entorno digital
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a la ciudadanía. Por otro lado, podríamos señalar: la legitimación (de ejercicio y
resultados), el liderazgo o simplemente el prestigio, según los casos, y, por último, el
apoyo a la organización pública y a las autoridades. Los cinco-seis serían deseables desde
la perspectiva de la ciudadanía, pero acaso los tres últimos lo serían de modo especial
desde la perspectiva de las autoridades políticas y los gestores públicos.
Adviértase que los valores señalados, por una parte, son susceptibles de reformularse o
desagregarse en función de la concreta gestión de que se trate y, por otra, comportan
siempre tender a la consecución de posiciones ambicionadas con carácter general tanto
por actores públicos como por la comunidad política a la que sirven, sin perjuicio de
puedan existir intereses que busquen capitalizar el éxito de forma sesgada.
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organización pública dentro del escenario de autoexigencia y competición en el que actúa.
Y de esta forma habremos de reflejarlo en el diseño de un plan estratégico y en la
configuración de un mapa estratégico.
El elenco de criterios posibles a tener en cuenta es sumamente amplio. Su formulación y
aceptación en el seno de una determinada comunidad de actores o expertos puede
responder a una concepción eminentemente operativa y políticamente neutra o, por el
contrario, estar cargado en mayor o menor medida de sentido ideológico. Pueden ser
criterios consolidados en la gestión de unas determinadas políticas y, sin embargo,
desconocidos o carentes de sentido en otras. Unos pueden ser criterios universalmente
aceptados y otros productos de opciones específicas de ciertas escuelas o enfoques.
En términos generales, y tomando como referencia las propuestas de algunos de los más
destacados organismos internacionales que se han pronunciado en la materia (OCDE, UE,
BM, PNUD), así como las aportaciones de diversos especialistas (Vanaclocha, García
Sánchez y Viñas, 2005), cabría englobar los criterios de valor en varios grupos o
“familias”, si bien se trata de grupos solapados inevitablemente entre sí:
• El grupo de criterios eminentemente gerenciales: los más clásicos son los de
eficacia, eficiencia y economía (las tres “es”), junto a los de pertinencia,
seguridad, coordinación, rapidez…
• El grupo de los criterios eminentemente pluralistas: participación, equidad o
igualdad, transparencia, integridad, sostenibilidad, respeto al medio ambiente,
adaptabilidad, aprendizaje…
• El grupo de criterios impulsores de la calidad de los servicios: satisfacción,
liderazgo, cooperación, evaluabilidad, innovación, visibilidad…
La labor de identificar los criterios de valor a los que se vaya a conceder prioridad en un
planteamiento estratégico resulta delicada y, en cualquier caso, necesitará ser congruente
con (a) la naturaleza y características de la organización que desarrollará la gestión, (b)
las características de las políticas o vertientes de las mismas que se gestionen, (c) los
modelos y enfoques de gestión que nos vayan a servir de guía y (d) el momento y
circunstancias en que se haya de producir la gestión.
En definitiva, no se olvide que los criterios de valor orientan la gestión y facilitan la
evaluación, pero también que se convierten, en términos estratégicos, en las claves de la
gestión llamada a la creación de valor en una organización pública.
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Agencia Tributaria:
Honestidad e integridad. Objetividad y equidad. Respeto. Transparencia y confiabilidad.
Responsabilidad y eficacia. Mejora continua.
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