Parroquia Nuestra Señora de Guadalupe
Sermón de las 7 palabras. Sexta Palabra
“Todo está, consumado, todo está cumplido” Jn. 19, 30
Respetados hermanos ninguno de nosotros al término de nuestras
vidas puede decir con toda seguridad que todo lo hemos cumplido,
porque si revisamos a lo largo de nuestro diario vivir, siempre
encontramos cosas, proyectos que se nos quedaron inconclusos, sin
terminar.
El único que si lo puede decir con toda seguridad es nuestro Señor
Jesucristo, porque a lo largo de toda su vida se dedicó a cumplir la
voluntad de su Padre.
Hermanos se consuma una obra cuando está terminada, cuando ha
llegado a la plenitud y cuando se han cumplido los objetivos
propuestos. Esta expresión de un Jesús agonizante, que no es de un
derrotado, sino de un hombre, hecho, Dios que ha llegado a la meta,
nos hace pensar en un plan divino de salvación iniciado en el génesis
y culminado en ese momento tan desgarrador en la cruz.
Para nuestro salvador y redentor, la misión que el padre le encomendó
fue ciertamente muy difícil, pero en el desarrollo de su vida y de la
relación con su padre, también fue encontrando las respuestas a sus
inquietudes y fue descubriendo que su papel consistiría en morir para
dar vida, en entregarlo todo, para ganarlos a todos y en obedecer la
voluntad de su padre, así esa voluntad fuera la del amor extremo y
doloroso que es dar la vida por los demás.
La plenitud no consiste en salir ilesos de los inevitables problemas y
dificultades que la vida nos presenta cada día. La meta no es pasar por
la vida “esquivando” los obstáculos, y mucho menos llegar al término
de nuestra existencia ganando el mundo entero con todas sus
apetencias. La consumación de nuestra obra en la tierra, como la de
Jesús, consistirá en aceptar la vida que el Padre Eterno nos propone
aún con las dificultades que ello conlleva.
Son tantas las problemáticas que tenemos en el mundo actual, que no
podemos pasar por la vida sin ayudar a transformar la realidad, para
que esa plenitud se comience a gestar dando siempre lo mejor de cada
uno de nosotros. La plenitud no es un punto de llegada, sino una
opción de vida. Una decisión absoluta de entrega permanente y total.
Muestro país. Colombia se debate en extremos que parecen
irreconciliables, la violencia y las desigualdades nos muestran una
realidad difícil de comprender y a veces nos sentimos impotentes y
hasta queremos bajar los brazos para no luchar más. Este Jesús antes
de su muerte nos ha dejado una gran lección: “es necesario que la
semilla muera para que resucite y dé mucho fruto” (Juan 12,24).
Con su muerte no se acabaron los problemas del mundo, pero sí nos
dio la clave para resolverlos. Es necesario sacrificarse, morir,
entregarse y dar lo mejor de nosotros para que esta realidad se
transforme. No podemos pensar que la culpa siempre es de los demás,
ni tampoco podemos creer que el problema lo tienen los demás. El
pecado del mundo, Jesús lo cargó sobre sus hombros y las faltas
humanas todas cayeron sobre su cuerpo. Por eso la plenitud y la
consumación de Nuestro Señor Jesucristo fue el amor total y completo
que nos dio y le dejó al mundo entero.
Cuando su cuerpo no resistía más, Jesús exclamó que todo estaba
consumado, que todo lo había dado, que el amor más grande lo había
demostrado y que ese amor era la plenitud de la vida.
Aprendamos, queridos hermanos, a amar como Él amó. Construyamos
un país desde el amor, pero no de cualquier amor, sino el de Cristo. Un
amor que transforme, que busque los intereses de la comunidad por
encima de los propios, un amor que nos aleje de egoísmos y nos haga
entregar hasta la propia vida si es necesario.
Sólo así podremos decir con el Salvador que todo está consumado y
que nuestra vida ha llegado a la plenitud. Vivir así, vale la pena. Morir
así, vale la pena.