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Lutgarda Gertrudis

Este documento presenta la vida de dos místicas del siglo XIII, Santa Lutgarda y Santa Gertrudis. En la primera parte, describe la infancia y entrada al convento de Santa Lutgarda, sus experiencias místicas como levitación y éxtasis, y sus dones como curación y profecía. La segunda parte introduce a Santa Gertrudis la Magna, sus experiencias de unión con Jesús y la Virgen, y sus dones de conocimiento sobrenatural y milagros. El documento provee detalles sobre las vidas y revelaciones espirituales de

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Lutgarda Gertrudis

Este documento presenta la vida de dos místicas del siglo XIII, Santa Lutgarda y Santa Gertrudis. En la primera parte, describe la infancia y entrada al convento de Santa Lutgarda, sus experiencias místicas como levitación y éxtasis, y sus dones como curación y profecía. La segunda parte introduce a Santa Gertrudis la Magna, sus experiencias de unión con Jesús y la Virgen, y sus dones de conocimiento sobrenatural y milagros. El documento provee detalles sobre las vidas y revelaciones espirituales de

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P. ÁNGEL PEÑA O.A.R.

SANTA LUTGARDA Y SANTA GERTRUDIS


DOS MÍSTICAS DEL SIGLO XIII

LOGROÑO – 2018

1
SANTA LUTGARDA Y SANTA GERTRUDIS,
DOS MÍSTICAS DEL SIGLO XIII

Nihil Obstat
Padre Ricardo Rebolleda
Vicario Provincial del Perú
Agustino Recoleto

Imprimatur
Mons. José Carmelo Martínez
Obispo de Cajamarca (Perú)

LOGROÑO – 2018

2
ÍNDICE GENERAL

INTRODUCCIÓN
PARTE PRIMERA: SANTA LUTGARDA
Su confesor.
Su infancia.
Entrada al convento.
Monasterio de Aywières.
El demonio.
Ayuno constante.
CARISMAS:
1.- Levitación.
2.- Resplandor sobrenatural.
3.- Éxtasis.
4.- Conocimiento sobrenatural.
5.- Gracia del martirio.
6.- Don de curación.
7.- Abrazo de Jesús.
8.- La corona de oro.
9.- El cordero de Dios.
10.- Unión de corazones.
Conversiones.
El purgatorio.
La Virgen María, los ángeles y los santos.
Su muerte.
Milagros después de su muerte.
PARTE SEGUNDA: SANTA GERTRUDIS
La Magna.
Su infancia y juventud.
La comunión.
El demonio.
Enamorada de Jesús.
La Virgen y los ángeles.
Suplencia de sus pecados.
CARISMAS:
1.- Las llagas.
2.- Conocimiento sobrenatural.
3.- Don de milagros.

CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA

3
INTRODUCCIÓN

En este libro vamos presentar algunas de las principales revelaciones de la


vida de santa Lutgarda y de santa Gertrudis la Magna. Ambas fueron grandes
místicas del siglo XIII, cuyas enseñanzas y experiencias pueden ayudarnos en
nuestra vida espiritual.

Debemos tener en cuenta que sus experiencias no fueron únicas en la


historia de la Iglesia. Todo lo que ellas refieren de sí mismas o escribieron sus
compañeras de vida religiosa están de alguna manera en otros muchos santos
místicos. Lo característica está en que fueron de las primeras que escribieron sus
experiencias sobrenaturales. En santa Lutgarda tenemos la garantía de su
confesor y director espiritual, Thomás de Cantimpré. En santa Gertrudis, ella
misma escribió una parte de sus experiencias y la otra parte fue escrita por sus
compañeras de vida, que las escucharon de sus labios o las conocieron de propia
mano.

En ambos casos, podemos decir que son las primeras mujeres que
escribieron tan altas vivencias místicas, antes que santa Teresa de Jesús o santa
Catalina de Siena; y escribieron cosas hermosas sobre el Corazón de Jesús,
mucho tiempo antes que santa Margarita María de Alacoque tuviera sus
experiencias del Corazón de Jesús.

En una palabra, su vida es una permanente fuente de conocimiento


espiritual y hasta el día de hoy nos alegramos de ver la sencillez, amor y alegría
con que nos descubren el amor de Jesús, su ternura personal y la necesidad que
tenemos de orar por los demás y ofrecer nuestros sacrificios por la salvación de
los pecadores.

4
PARTE PRIMERA: SANTA LUTGARDA
SU CONFESOR

Tomás de Cantimpré en su vida de santa Lutgarda 1 asegura que la mayor


parte de lo que escribe se lo oyó personalmente a la santa y otro poco se lo oyó
referir a personas dignas de fe. Él era el confesor de Lutgarda y la consideraba
como madre espiritual. Por eso, con frecuencia en sus escritos la llama Madre.

Fue obispo de la Orden de predicadores o de santo Domingo de Guzmán


(dominicos). Él afirma en el prólogo de su libro: Si me preguntan cómo puedo
hacer creer a mis lectores todas las cosas (maravillosas) que he escrito, les diré
que de la mayor parte, Cristo mismo es testigo y juez de lo que he oído de la
misma boca de Lutgarda. Otro poco, confieso haberlo recibido de personas que
jamás serían capaces de mentir.

Así pues, con la garantía de sus palabras y la seguridad de que lo que


escribe es verdad, vamos a ir desgranando algunas de las experiencias místicas de
Lutgarda, que no son únicas, ya que se repiten muchas de ellas en distintos santos
místicos a lo largo de la historia de la Iglesia.

SU INFANCIA

Cantimpré nos dice que Lutgarda nació en Tongres (Bélgica) en 1182 de


una madre noble y de un padre de esta misma villa. Su padre la amaba
tiernamente y deseaba para ella lo mejor según las expectativas del mundo.
Cuando ella era pequeñita, le confió 20 marcos de plata a un hombre de negocios
para que los hiciera crecer y de esa manera con el tiempo pudiera tener un fondo
suficiente para hacerla casar. Cuando Lutgarda fue creciendo, solo aspiraba a un
buen matrimonio, pero el Señor la cuidaba y dispuso otra cosa distinta para ella.
El comerciante que había recibido el dinero quebró en los negocios y, de los 20
marcos, solo pudo entregar uno. Sin embargo, su padre no abandonó su idea de
casarla. Su madre por otra parte, con buenas maneras y hasta con amenazas, le
decía: Si te quieres casar con Cristo, yo te prepararé un digno monasterio; pero,
si escoges un hombre para casarte con él, no tendrás otro que un guardián de
vacas. Con estas palabras la madre inclinó la voluntad del esposo y de la hija a la
vida religiosa 2.

1
Tomás de Cantimpré escribió la vida de santa Lutgarda en latín. Nosotros nos hemos servido de su
traducción francesa Vie de sainte Ludgarde, Ed. Presses universitaires de Namur, Bélgica, 1991.
2
Vie de sainte Ludgarde, p. 4.

5
Mientras estuvo en casa de su padre, Lutgarda tuvo toda clase de vestidos
y de bienes temporales, pero huía de los juegos lascivos y de historias de amor o
de otras tonterías que tenían las jóvenes de su tiempo. A pesar de no conocer
todavía al Señor, cuando estaba sola, sentía en su corazón algo divino. El Señor
se preparaba en su corazón una digna morada.

ENTRADA AL CONVENTO

Con 12 años cumplidos entró en el monasterio de Santa Catalina mártir,


cerca de la villa de Saint-Trond, perteneciente a las religiosas de la Orden de San
Benito. Un joven, rico y noble, la deseó por esposa y comenzó a enamorarla con
palabras. En una ocasión averiguó el lugar y el momento oportuno para entrar
por la noche en la celda donde ella dormía. Pero, al llegar al convento, sintió de
repente un temor tan grande que huyó despavorido. No obstante, el diablo trataba
de inclinar el corazón de Lutgarda hacia el joven, pero el todopoderoso no se lo
permitió.

Como ella seguía viéndose con el joven y hablaba algunas veces con él en
el monasterio, un día Cristo se le apareció bajo forma humana, tal como había
vivido entre los hombres. Y, apartando la ropa de la parte de su costado, le
mostró la herida sangrante de su Corazón y le dijo: No busques más los halagos
de un amor que no te conviene. Yo te prometo que aquí (en el Corazón)
encontrarás las delicias de toda pureza 3.

Iluminada interiormente por un supremo resplandor, perdió hasta la


sombra de toda vanidad humana. Sin embargo, el joven no tardó en querer
visitarla de nuevo y ella, como antiguamente santa Inés, le dijo con voz potente:
Aléjate de mí, tizón del infierno, pasto de muerte, porque ya tengo otro amor.

El joven se alejó, pero después de un tiempo, otro hombre, un soldado


valiente en el combate, se prendió de Lutgarda, a pesar de que ella estaba ya más
unida a Dios. Ella lo alejó primero amablemente, pero después lo hizo con
firmeza. Al ver que el caballero se obstinaba en su locura, ella lo rechazó con
palabras ofensivas. Él, al verse despreciado, pensó en conquistarla a la fuerza.
Una noche Lutgarda debió salir de viaje. Él le salió al encuentro con un grupo de
amigos para raptarla. Ella al darse cuenta, saltó del caballo y se soltó de las
manos del hombre, pasando toda la noche huyendo por el bosque sin conocer el
camino y por la mañana llegó, conducida por los ángeles, a la casa de su nodriza.
El hombre, asustado por los gritos de las criadas que la acompañaban, huyó y

3
Ib. pp. 4-5,

6
cesó de perseguirla. No obstante, algunas personas sospecharon cosas malas de
ella por este suceso.

Pero hay un detalle (afirma Cantimpré) que no puedo pasar en silencio.


Cuando el soldado bajó de su caballo para agarrar a la joven, un compañero suyo
le hizo el servicio de sostener por la brida el animal. Lutgarda en ese momento en
que el soldado la estaba agarrando, le dijo al otro: Traidor, con la mano que
sostienes las riendas harás acciones de las que te avergonzarás por largo
tiempo. Y ciertamente, al llegar a su casa, con esa mano mató a su esposa y,
expulsado de su patria por esta razón, fue privado de todos sus bienes 4.

Lutgarda aspiraba intensamente a las cosas celestes. Como ciertas


religiosas de su convento criticaban su vida muy rigurosa, que ellas no podían
imitar, se decían unas a otras: Dejadla, dejadla, veréis cómo le viene la tibieza y
cómo regresa a lo que ahora desprecia. Ella por su parte tenía miedo de que eso
fuera cierto y le pedía al Señor que no sucediera lo que las hermanas mayores le
aseguraban. Un día se le apareció la Virgen María para felicitarle y le dijo:
Querida hija, no temas, que eso no sucederá. Mi cuidado te protegerá y en ti no
disminuirán las obras de la gracia y de la virtud. Estas de día en día crecerán
más y más. Y así fue. Y comenzó a tener mucha confianza en Jesús. Y hablaba
con él como con un amigo, con sencillez y pureza de corazón. Cuando estaba con
Jesús y la llamaban para alguna obligación, le decía: Señor, espérame aquí.
Cuando cumpla mi obligación, vendré otra vez. Y ella lo encontraba, esperándola
fuera cual fuera la ocupación que hubiera debido cumplir 5.

Por ese tiempo se le apareció un día santa Catalina, protectora y patrona


del monasterio. Estaba envuelta en un gran resplandor de gloria, mientras ella
estaba llorando y rezando. Y le suplicó a la santa que la encomendara al Señor.
La santa le respondió: Ten confianza, hija, porque el todopoderoso aumentará
siempre la gracia en ti hasta que tú alcances los más altos méritos entre las
vírgenes santas.

Otro día santa Catalina se le apareció a una santa mujer y le dijo: Busca a
Lutgarda como mediadora y madre tuya. Ella obtendrá del Señor un lugar
parecido al mío en el cielo.

Tomás de Cantimpré asegura: Ella me contó estas cosas (antedichas) y


otras más bajo juramento, que yo le exigía como garantía de que lo que me
contaba era verdad 6.

4
Ib. pp.5-6.
5
Ib. p. 7.
6
Ib. pp.7-8.

7
Como Lutgarda tenía el don sobrenatural de curar enfermos, venía mucha
gente a buscarla y le impedían rezar. Un día le dijo al Señor: “¿De qué me sirve
esta gracia, si me impide estar contigo? Quítamela para que pueda mejorar”. El
Señor le respondió: “¿Qué quieres a cambio de esta gracia?”. “Quiero
comprender el Salterio y rezarlo con más devoción”. Y así fue, pues comprendió
el latín sin haberlo estudiado 7.

Un día fue elegida abadesa de su comunidad por unanimidad. Pero ella


creía que le habían hecho una ofensa y se dispuso a cambiarse de monasterio 8.

Se sentía totalmente incapaz de asumir el cargo y consultó con el padre


Juan de Lira, de la diócesis de Lieja, un hombre de los primeros en santidad, que
la conocía bien, quien le aconsejó dejar ese lugar e irse al monasterio de
Aywitères (Aywiers o Aquiria) de la Orden cisterciense. Puso la dificultad de la
diversidad de lenguas entre ella y esas religiosas francesas. Ella era de la parte
flamenca de Bélgica y solo hablaba flamenco. Prefería entrar en el convento de
Herkenrode de lengua alemana. Pero el Señor le dijo un día: Yo quiero que vayas
a Aywières. Una religiosa, llamada Cristina la admirable, de Saint-Trond, le
avisó: ¿Por qué dudas cumplir lo que se te ha ordenado por inspiración divina?

Lutgarda manifestó que su problema era la diversidad de lenguas, pero


Cristina le respondió: Yo preferiría estar en el infierno con Dios, que en el cielo
con los ángeles, pero sin Dios. Ciertamente donde está Cristo está el paraíso y
sin él no hay paraíso 9.

7
Ib. p. 9.
8
Ib. p. 4.
9
Ib. pp. 15-16.

8
MONASTERIO DE AYWIÈRES

Por fin, después de haber estado 12 años en su convento, obedeció el


consejo del Maestro Juan de Liro y pasó al monasterio de Aywières en las tierras
del duque de Brabante. Las religiosas de santa Catalina quedaron inconsolables.
Lutgarda compartió su dolor y suplicó al Señor que les diera la paz. La Virgen
María se le apareció y la felicitó de ingresar en un monasterio y en una Orden
que le estaba especialmente consagrada. Un monasterio que ella haría progresar
por medio de sus oraciones 10.

La Virgen le dijo: A partir de ahora tendré particular cuidado del


monasterio de santa Catalina, porque tú, hija mía, así me lo pides y pondré en él
mis ojos por haber tú puesto en él los tuyos y haré que crezca en lo temporal y
espiritual. Y así se cumplió.

Al conocerse la noticia de que Lutgarda estaba en Brabante, varios


conventos de la región francesa desearon nombrarla abadesa con tal que ella
aprendiera el francés. Cuando ella supo que querían hacerla abadesa, le rogó
encarecidamente a la Virgen María con lágrimas que lo impidiera. La Virgen se
le apareció y le aseguró que no temiera, que estaría bajo su protección. Ella tenía
24 años cuando llegó a Aywières y durante los 40 años que ella vivió entre las
hermanas francesas, apenas aprendió a pedir pan en francés, cuando tenía
hambre, y ningún convento la solicitó para ningún cargo pastoral ni ella lo
quiso11.

EL DEMONIO

Los demonios venían frecuentemente a anunciar a Lutgarda sucesos


funestos o tristes, pero ella los despreciaba y los echaba fuera con la señal de la
cruz. Los demonios le tenían miedo y evitaban estar en el lugar donde oraba,
como si se tratara de un hierro incandescente. Cuando ella comenzaba a orar y
decía Dios mío ven en mi ayuda (Deus in adiutorium meum intende), veía huir a
los demonios. Fray Bernard le oyó decir que ella no tenía miedo al diablo y que
no la podía engañar. Ella le pisaba la cabeza con el pie, es decir, ella lo
rechazaba al comenzar a tentarla 12.

Un día había una religiosa que estaba en agonía y estaba atormentada por
su futuro. El demonio se le apareció a Lutgarda y le dijo: Yo soy el que la

10
Ib. p. 16.
11
Ib. p. 19.
12
Ib. p. 27.

9
atormentaba a esta religiosa, pero cuando vino el pueblo no he tenido poder
sobre ella. El demonio llamaba pueblo a la comunidad, que vino a recomendar el
alma de la religiosa y darle fuerzas con la oración. Por eso, es santo y piadoso
orar por los agonizantes y ayudarles con las oraciones a resistir los embates del
demonio 13.

Había una religiosa de su convento que decía tener revelaciones divinas,


pero era engañada por el demonio, que le hacía creer que eran de Dios. Lutgarda
rezó por ella y el diablo se le apareció y le dijo: Yo soy el espíritu de la mentira
que engaña a la monja. Ella le respondió: Vaya a visitar al hermano Simón, que
está en el convento de Aulne para que yo tenga un testigo de la verdad. Sin
tardar el diablo obedeció y fray Simón vino a Aywières. Simón era un hombre
lleno de Dios y, como testifica el libro de su vida, Dios le había hecho muchas
revelaciones. La piadosa Lutgarda y fray Simón llamaron inmediatamente a la
monja. De inmediato las manos y los miembros de ella se contrajeron y su boca
se cerró tan firmemente que no se le podía abrir ni con un cuchillo. Al ver esto,
ellos quedaron turbados y de rodillas oraron al Señor. ¿Qué pasó? El Señor
misericordioso se conmovió por sus oraciones y los miembros de la monja
volvieron a su estado normal. Abrió la boca y comió. Y al día siguiente esta
religiosa fue liberada del espíritu de engaño. Cantimpré añade: Yo la vi y a partir
de entonces tenía tal claridad en las tinieblas de espíritu que aclaraba a otros
que se encontraban en oscuridades interiores 14.

Un día Lutgarda se sentía físicamente muy débil. Sor Sybille, que


habitualmente le servía con gran devoción, fue tentada por el demonio y también
se sentía mal. Se dijo: ¿Por qué trabajar al servicio de Lutgarda? Mi madre
jamás sirvió a persona alguna en su vida. Y al momento oyó en la noche una
voz que le dijo: Yo no he venido para ser servido. Desde ese momento, se
arrepintió de sus pensamientos y sirvió a Lutgarda con gran alegría y paz 15.

Yo he visto, afirma Tomás de Cantimpré, llevar a Lutgarda una religiosa


a quien el demonio llevaba varios años tentando. Fue liberada por la insistencia
de las oraciones de la sierva de Dios. Vi otra religiosa atacada por un demonio y
también fue liberada por las oraciones de Lutgarda. Esta misma religiosa me
dijo que ella había sido atormentada, como si el demonio hubiese sido una
cortesana, pero fue liberada por las oraciones de Lutgarda y encontró la paz,
como si nunca hubiese sido tentada por el demonio 16.

13
Ibídem.
14
Ib. pp. 24-25.
15
Ib. p. 35.
16
Ib. p. 25.

10
También el demonio asaltó a Lutgarda. Hubo un tiempo en que Lutgarda
tenía muchos escrúpulos, y, cuando recitaba el Oficio divino, repetía dos o tres
veces algunos salmos por parecerle que no los había rezado bien. No podía
superar estos escrúpulos ni con la ayuda de sus confesores. Un día Jesús reveló
su problema a un pastor, que estaba a 13 millas de distancia de su convento y él,
dejando sus ovejas, se fue al monasterio a consolarla y decirle de parte del Señor:
No tengas escrúpulos en el rezo del Oficio divino, porque tus oraciones le son
muy agradables a Dios. Y el pastor se fue de inmediato. Hasta un tiempo
después no se sabía quién había sido 17.

AYUNO CONSTANTE

Por aquellos años la peste de los heréticos albigenses se extendía


amenazante. La santísima Virgen se le apareció con un semblante triste y un
rostro pálido. Lutgarda tuvo compasión y le preguntó qué le pasaba. María le
respondió: Mi Hijo está siendo de nuevo crucificado por los herejes, que lo
ensucian con sus espumarajos. Tú, ayuna sin cesar durante siete años para que
se apacigüe la cólera de mi Hijo, que amenaza a todo el orbe de la tierra.
Lutgarda ayunó durante esos siete años a pan y cerveza solamente (según la
costumbre del lugar). A veces la obligaban a tomar por la fuerza un poco de
comida, pero no podía pasar ni siquiera algo tan grande como una haba. Y, sin
embargo, ella se regocijaba cuando la comunidad tenía abundancia de alimentos.
Se sentía feliz, porque sabía que su ayuno era para el bien de una gran multitud
de personas 18.

Pasados los siete años de ayuno a pan y cerveza, el Señor le pidió que
siguiera orando y ayunando por los pecadores. Ella se propuso ayunar otros siete
años, pero a pan, aceite y legumbres. El Señor se le apareció en una visión y
Lutgarda quedó en éxtasis y vio a Jesús con sus heridas sangrantes. Él de pie,
suplicando a su Padre por los pecadores. Y le dijo: Mira cómo yo me ofrezco
todo entero por mis pecadores. Así yo quiero que tú te ofrezcas toda entera a mí
por mis pecadores y que desvíes la cólera encendida de mi Padre contra ellos 19.

Se pasaron los segundos siete años de ayuno a pan, aceite con algunas
verduras. Y por revelación supo que debía continuar el ayuno por tercera vez
para que Dios librara a la Iglesia de Dios de los males que la amenazaban; y
ella si siguió ayunando todos los días, incluso el día solemne de Pascua 20.

17
Ib. p. 28.
18
Ib. pp.18-20.
19
Ib. pp. 23-24.
20
Ib. pp. 47-48.

11
CARISMAS

Lutgarda recibió muchos dones sobrenaturales del Señor. Veamos


algunos.

1. LEVITACIÓN

Un día de Pentecostés, el coro de las religiosas cantaba el Veni Sancte


Spiritus (Ven, Espíritu Santo). Y ellas observaron muy claramente que Lutgarda
estaba elevada dos codos sobre la tierra 21.

2. RESPLANDOR SOBRENATURAL

Una noche apareció sobre ella un resplandor de luz que sobrepasaba el


resplandor del sol con mucho. Y esta luz resplandecía, no sólo en ella, sino
también en las que la vieron, aumentando la gracia de vida espiritual 22.

Un día estaba Lutgarda cantando las Vísperas en el Coro y una religiosa


vio que salía de su boca una luz material que subía hacia lo alto. Esta religiosa,
asustada, se quedó sin aliento. Terminadas las Vísperas, Lutgarda le dijo:
Querida hija, no quiero que tengas miedo por lo que has visto, porque Dios es el
autor de ello 23.

3. ÉXTASIS

Otro día ella estaba muy débil. Se encontraba ante la imagen de un


crucifijo y, después de haberlo mirado fijamente durante un largo tiempo con los
ojos cerrados y los pies sobre el suelo, no podía moverse. Se prosternó y fue
elevada en éxtasis y vio a Cristo con la herida de su costado sangrando. Entonces
puso su boca sobre el Corazón de Cristo y sintió una dulzura inmensa 24.

21
Ib. p. 8.
22
Ib. pp. 8-9.
23
Ib. p. 29.
24
Ib. p. 11.

12
4. CONOCIMIENTO SOBRENATURAL

Una ermitaña tenía muchas tentaciones y fue a visitar a Lutgarda para que
orara por ella. Lutgarda le pidió que le contara cuáles eran sus tentaciones, pero
ella tuvo miedo de decírselas. Entonces Lutgarda le dijo: El Señor me ha
revelado lo que tienes; y le descubrió el estado de su alma que ella no había
querido revelar ni siquiera a los sacerdotes. La exhortó a la conversión y a la
confesión; y la dejó curada y consolada. Así pudo servir a Dios con alegría y
fervor de espíritu 25.

5. GRACIA DEL MARTIRIO

Una noche después de rezar Completas, fue Lutgarda al dormitorio y se


puso a orar. Comenzó a desear el martirio por Cristo a semejanza de santa Inés.
Inflamada con este deseo, creyó que iba a morir. En ese momento, una vena del
lado del corazón se rompió y salió tanta sangre que empapó sus ropas. Fatigada,
se acostó un poco. Se le apareció Cristo y le dijo: Por el intenso deseo del
martirio que has tenido y la efusión de tu sangre, recibirás en el cielo el mérito
del martirio. El mismo que santa Inés recibió por su fe en mí, cuando le cortaron
la cabeza, porque tú has igualado su martirio con tu deseo y tu sangre... Así se
cumplía la profecía de una noble dama que le dijo a Lutgarda un día: Tú serás
otra santa Inés y verdadera Inés 26.

6. DON DE CURACIÓN

Su espíritu de compasión la llevaba admirablemente hacía los enfermos y


a todos los que sufrían. Dios le dio la gracia de curar de tal manera que, si había
una mancha en el ojo u otro mal en la mano, el pie o en otros miembros, la
curación se obtenía por el contacto con su saliva o con su mano 27.

En un pueblo llamado Looz se encontraba junto a la iglesia una mujer que


servía al Señor. Ella hizo mucha amistad con Lutgarda, que se fue a visitarla y se
quedó con ella 15 días. Lutgarda le manifestó que sus dedos destilaban aceite. Al
decirlo, recorrió bailando la habitación de esa mujer de Looz 28.

Una dama noble, llamada Matilde, nacida en Lieja, dejando sus hijos,
caballeros ya y herederos suyos, sirvió a Dios en el convento de Aywières. La
25
Ib. p. 38.
26
Ib. p. 31.
27
Ib. p. 9.
28
Ib. p. 12.

13
debilidad y la ancianidad hicieron que perdiera el oído. Un día durante las
Vísperas solemnes, las religiosas cantaban con fuerte voz y una religiosa le
advirtió a la dama de alguna cosa y ella lloró por su sordera, Lutgarda se le
acercó y le preguntó por qué lloraba. Ella respondió: ¡Cómo no voy a llorar por
mi desgracia! He perdido el oído y no puedo apreciar la solemnidad del canto
para gloria de Dios. Lutgarda tuvo piedad de ella. Mojó con su saliva dos de sus
dedos y tocó las orejas de la dama sorda. ¡Milagro! La sorda se curó y pudo oír
perfectamente y bendecir al Señor por este gran milagro 29.

Una mujer tenía un hijo pequeño epiléptico, llamado Juan. En su sueño


oyó estas palabras: Vete a Aywières y busca a Lutgarda, y tu hijo será curado.
Por la mañana vino a Aywières con su hijo y se lo presentó a Lutgarda. Ella,
después de orar, le puso un dedo en la boca del niño y con su pulgar trazó la
señal de la cruz en su pecho. Y desde ese día quedó libre de la epilepsia 30.

Un domingo, después de recibir la comunión, Lutgarda no tenía deseos de


comer, pero quería alimentar su cuerpo e ir al comedor con las demás. Exclamó:
Señor Jesús, ahora no es el momento de estar absorbida por tus delicias. Vete a
Elizabeth, ella no puede pasar ni una hora sin comer. Llenad su corazón de tu
amor y a mí permíteme comer y tomar fuerzas para mi cuerpo. Elizabeth era una
religiosa que sufría de cierta enfermedad y debía comer varias veces en el día y
en la noche. Cristo aceptó su oración y llenó el corazón de Elisabeth de tal
suavidad que pudo abstenerse durante mucho tiempo de los alimentos corporales
y Lutgarda pudo comer para rehacer su cuerpo y ser útil a sus hermanas 31.

Con relación a Elisabeth ella estaba tan débil que debía permanecer
continuamente en la cama, a pesar de estar comiendo día y noche varias veces.
Sin embargo, había observado en Lutgarda el poder de la oración. Y le rogó que
le pidiera al Señor que, antes de morir, pudiera tener la posibilidad de levantarse
y poder asistir a los actos de comunidad y servir al Señor. Lutgarda aceptó orar
por ella y el Señor le manifestó que le dijera a Elisabeth: Levántate, ponte de pie,
hija de Jerusalén. Esto se lo comunicó Lutgarda a las demás hermanas y ellas
pensaron que hacía falta levantar de su cama a la enferma y que ella se vistiera,
porque ya estaba sana. Y todo sucedió como el Señor dijo. Elisabeth fue
levantada de su cama de enferma, donde llevaba varios años. Ella misma se vistió
y con salud perfecta pudo servir al Señor durante mucho tiempo después 32.

29
Ib. p. 32.
30
Ib. p. 35.
31
Ib. pp. 29-30.
32
Ib. pp. 30-31.

14
7. ABRAZO DE JESÚS

Cuando ella era joven , una noche, al momento de Maitines, tuvo mucha
transpiración natural. Ella pensó en descansar al terminar Maitines para después
poder servir a Dios con más fortaleza. Incluso pensaba que esa transpiración sería
útil a su cuerpo, pero oyó una voz que le dijo: Levántate, pronto. ¿Por qué te vas
a acostar? Es necesario hacer penitencia por los pecadores que yacen en el
polvo y no preocuparte de dejar de transpirar. Ella se levantó de inmediato y se
apresuró a ir a la iglesia a comenzar los Maitines. En la puerta de la iglesia le
esperaba Jesús sangrante, clavado en una cruz. Él sacó un brazo de la cruz, la
abrazó y aplicó su boca a la herida de su costado. Ella sintió tanta dulzura que, a
partir de ese momento, fue más valiente y alegre para servirlo. Los que
conocieron el suceso de esta visión, pudieron verificar que desde entonces su
saliva tenía un gusto más dulce que la miel. Nada extraño, porque se dice en el
Cantar de los Cantares (4, 11): Tu corazón destila miel, amada esposa 33.

8. LA CORONA DE ORO

Lutgarda quiso estar unida perfectamente a Jesús por medio de su


consagración por manos del obispo. Se presentó la ocasión, cuando el obispo de
Lieja, Monseñor Huardo, decidió consagrar juntas un gran número de religiosas.
El obispo colocaba sobre sus cabezas una corona. Cuando llegó el turno de
Lutgarda, a un hombre sencillo y santo le pareció ver que el obispo le colocaba
una corona de oro y que la honraba más que a las otras. Él creyó que todos veían
lo mismo y preguntó a un sacerdote que estaba cerca por qué el obispo colocaba
sobre la cabeza de Lutgarda una corona de oro. El sacerdote, ignorante de todo,
le respondió con una sonrisa: Tienes los ojos al revés para ver una corona de
oro, cuando todos ven que es una corona de lino. El hombre se calló y sonrió.
Pensó que se debía a algún mérito particular de Lutgarda. Pero hubo dos testigos
de la verdad, porque una de las religiosas consagradas vio la misma corona 34.

9. EL CORDERO DE DIOS

Cuando Lutgarda vivía en el monasterio de santa Catalina todos los


viernes por la tarde, eran consagrados a la bienaventurada Virgen María, Cuando
se cantaba el versillo antes del responsorio, Lutgarda normalmente lo cantaba
sola por su gran devoción. Y, mientras ella cantaba, le parecía que Cristo se

33
Ib. pp. 9-10.
34
Ib. pp. 12-13.

15
colocaba sobre su pecho bajo la figura de un cordero. Él ponía un pie sobre su
espalda derecha y el otro sobre la izquierda y su boca sobre su boca. Y así ella
cantaba con la suavidad de una admirable melodía. Y nadie podía dudar que
durante el canto había sucedido un milagro, porque se oía una voz inmensamente
más agradable que de costumbre. Por eso, los corazones de las presentes se
llenaban de devoción y de una emoción admirable 35.

10. UNIÓN DE CORAZONES

Ella comprendía el Salterio con mucha claridad, ya que una luz radiante se
la había esclarecido. Después de un tiempo se dio cuenta de que no había
progresado tanto como había deseado. Y le dijo a Jesús: ¿De qué me sirve,
siendo yo tan ignorante y campesina, conocer los secretos de la Escritura? El
Señor le respondió: ¿Qué quieres? Yo quiero tu corazón. Y ella contestó: Que así
sea, Señor, pero que Tú pongas el amor de tu Corazón en mi corazón y que yo
posea mi corazón en Ti, asegurándome a partir de ahora tu apoyo en todo
momento. Y, a partir de entonces, hubo una comunicación de corazones o más
bien de unión del espíritu increado con el creado. Así lo dice san Pablo: El que se
une al Señor se hace un solo espíritu con él (1 Co 6,17) 36.

CONVERSIONES

Había una religiosa en un monasterio cercano a Lovaina, que lloraba


inconsolable por su hermano carnal, religioso de la Orden de los predicadores
(dominicos), porque había apostatado hacía ya 12 años. Ella le pidió a Lutgarda
que rezara por su hermano apóstata. Después de orar mucho, le dijo a la religiosa
que se consolara y tuviera confianza, porque su hermano en ese mismo año
volvería a la Orden. Nosotros (Tomás de Cantimpré) hemos visto que así fue 37.

Uno de sus amigos preferidos, seglar, había caído en un pecado grave; se


confesó e hizo penitencia. Pero al poco tiempo cayó en desolación y vino a
visitar a Lutgarda, como si fuere su propia madre. Él deploró lo que había hecho.
Ella oró por él varias veces, pero no recibió ninguna respuesta del Señor, como
era lo frecuente. Entonces insistió ante el Señor y al fin le dijo: Señor, quítame
del libro de la vida o perdónale ese pecado. Jesús le respondió: Ya le he
perdonado, porque ha tenido confianza en ti. Después de estas palabras, ese
hombre recibió la perfecta esperanza de haber sido perdonado y llegó a ser más
feliz que antes de su caída 38.
35
Ib. pp. 13-14.
36
Ib. p. 9.
37
Ib. p. 37.
38
Ib. p. 55.

16
Un caballero poderoso por la nobleza y la riqueza tenía una hija religiosa
en Aywières. Ella supo que su padre estaba comprometido en diversos
escándalos. Le pidió oraciones a Lutgarda y que lo recibiera como hijo espiritual.
Lutgarda aceptó y oró intensamente al Señor. Y he aquí que Satanás se le
apareció a una religiosa del mismo convento y le dijo: Lutgarda trata de liberar
de mis lazos al soldado Tymere, que me ha servido durante años. Dejadla hacer.
Eso no es obra de poco tiempo. Yo no haré nada. Haré que su corazón se queme
en el horno de la pobreza y su alma se fundirá como la tostada en el plato. En
ese tiempo, el caballero abundaba en riquezas y propiedades. Al poco tiempo
cayó hasta el punto de pagar 1.500 libras y de vender sus propiedades. Apenas
tenía el pan necesario para sobrevivir. Pero se sabe que tuvo una gran paciencia y
todos creían que las oraciones de Lutgarda habían tenido efecto. Nosotros
(Cantimpré) lo hemos visto como religioso en Affligem, en el monasterio más
estricto de la Orden y todos lo veneraban por su vida admirable. De esta misma
manera, Lutgarda salvó a muchos de las redes del demonio por sus oraciones y
los condujo por el buen camino 39.

Una religiosa, Yolanda, del monasterio de Moustier-sur-Sambre, llevada


por los encantos del mundo, acudió al convento de Aywières. Era una mujer de la
nobleza y de un cuerpo muy delicado. Lutgarda oraba por ella y le pedía al Señor
que le perdonara sus pecados y le diera la gracia de la devoción. Cristo no pudo
rehusar lo que le pedía y llevó a esta mujer a una vida santa, sirviendo al Señor
muchos años. Yolanda murió con mucho fervor de espíritu y no habían pasado ni
treinta días, cuando se apareció a Lutgarda que estaba en oración. Lutgarda le
preguntó cómo estaba y la difunta le respondió: El Señor no me ha rechazado a
pesar de mis muchos pecados y por tus oraciones he obtenido la misericordia
divina. Dicho eso, desapareció y Lutgarda bendijo a Dios que tiene tanta
misericordia con los pecadores 40.

Otro día se le apareció el Señor con las llagas de sus manos, de sus pies y
de su costado, abiertas. Le dijo: Mira, mi hija querida, mis heridas, que te piden
a gritos ayuda para que mi sangre derramada no sea en vano. La piadosa
Lutgarda preguntó: ¿Cuáles son los gritos de tus heridas? Y le respondió Jesús:
Tú calmarás la cólera encendida de mi Padre para que no se pierdan los
pecadores, sino que se conviertan por la misericordia de Dios 41.

Lutgarda comulgaba todos los domingos, pero la abadesa Inés se lo


prohibió. Lutgarda le dijo: Yo obedeceré, Madre, pero yo sé que ciertamente

39
Ib. pp. 32-33.
40
Ib. pp. 25-26.
41
Ib. p. 22.

17
Cristo vengará esta injusticia en vuestra carne. Sin tardar la abadesa fue afligida
por el Señor con una intolerable enfermedad, al punto que no podía entrar en la
iglesia. Sus dolores no cesaban, hasta que reconoció su error y suspendió la
prohibición. Las que habían actuado contra Lutgarda, la luz de este hecho
sobrenatural, se arrepintieron con humildad. Y es que el celo del esposo se
manifiesta contra los que molestan a su esposa 42.

EL PURGATORIO

La beata María d´Oignies, cuando estaba para morir, se cubrió la cabeza


con el velo de Lutgarda y le predijo: En el mundo no hay ninguna mujer más
eficaz para liberar a las almas del purgatorio y a los pecadores que tú. Tú haces
ahora milagros espirituales, pero después de tu muerte harás milagros
corporales. Esto se ha visto hecho realidad durante su vida y después de su
muerte 43.

Cuando murió la hermana carnal de Lutgarda, fue al purgatorio. Antes de


conocer la muerte de su hermana, Lutgarda oyó una voz muy triste que gritaba:
Piedad, querida hermana, ten piedad de mí y consigue para mí la misericordia
que has conseguido para otras almas. La sierva de Dios, postrada de rodillas,
comprendió que su hermana necesitaba oraciones y pidió a las hermanas de la
comunidad que le ayudaran con oraciones y sacrificios 44.

Cuando murió Santiago, obispo de Acre, cardenal de la Curia Romana, al


cuarto día de su muerte, Lutgarda vio en un éxtasis que el alma del obispo estaba
en el paraíso y le dijo: Muy reverendo padre, no sabía que habíais muerto.
¿Cuándo ha sido eso? Y él respondió: “Hoy es el cuarto día. He pasado tres
días y dos noches en el purgatorio”. “¿Y por qué no me has comunicado tu
muerte para liberarte de las penas del purgatorio?”. “El Señor no ha querido,
sino que ahora seas consolada por mi liberación y mi gloria”. A un fraile
dominico también el Señor le comunicó estos sucesos al cuarto día de su muerte.
Fray Bernard lo supo, porque se lo dijo Lutgarda 45.

Un cierto Simón, noble alemán y muy instruido en letras, entró en la


Orden cisterciense y muy pronto llegó a ser abad de Foigny. Sin embargo, con
sus subordinados tenía un celo exagerado y no los trataba bien. Murió al poco
tiempo. Él había estimado mucho a Lutgarda por su santidad de vida. Ella sintió
mucho su muerte y pidió al Señor que lo librara del purgatorio. El Señor le
42
Ib. pp. 26-27.
43
Ib. p. 24.
44
Ib. p. 26.
45
Ib. p. 48.

18
respondió: Consuélate, porque gracias a tus oraciones lo ayudaré. Ella contestó:
Toda la consolación que me des, dásela a esta alma del purgatorio. Yo no dejaré
de llorar y no me consolaré hasta que no sea liberado aquel por quien rezo. Y el
Señor se le apareció un día y llevó consigo al alma liberada del purgatorio y le
dijo: Consuélate, mi bien amada, aquí está el alma por la que tú intercedes.
Lutgarda se prosternó con el rostro en tierra y bendijo al Señor por la liberación
de esa alma. Y esa alma, radiante, le dio las gracias a la piadosa Lutgarda 46.

El Papa Inocencio III murió después de haber celebrado el concilio de


Letrán. Se apareció a Lutgarda. Estaba rodeado de llamas y ella le preguntó quién
era. Respondió: Soy el Papa Inocencio. Ella le respondió: ¿Cómo es posible que
usted sufra tan gran tormento; siendo el Padre de todos nosotros? Él dijo: Hay
tres causas que me hacen sufrir de esta manera y que me hacían digno de ir al
infierno. Pero seré atormentado por graves penas hasta el día del juicio final. La
madre de la misericordia me ha obtenido de su Hijo, poder venir a pedir
sufragios. Y desapareció enseguida sin más explicaciones.

Lutgarda dio a conocer a sus hermanas la muerte y las necesidades del


Papa difunto para que ellas oraran por él. Ella misma ofrecía oraciones y
sacrificios 47. Y añade Tomás de Cantimpré: Anotad que yo he hablado de tres
causas por las que el Papa estaba sufriendo tanto y que me descubrió Lutgarda,
pero que las callo por respeto a un tan gran Pontífice 48.

El padre Juan de Liro había pactado con Lutgarda que el primero que
muriera de los dos se aparecería al otro. Pues bien, murió este sacerdote y en el
mismo momento de su muerte se le apareció visiblemente a Lutgarda, que estaba
en el claustro del convento. Ella creía que estaba vivo y le hizo señas para que
entrara al locutorio para conversar. Él le dijo: Estoy muerto y me he aparecido
para cumplir el pacto que habíamos hecho. Ella se prosternó en tierra y le
preguntó: ¿Qué significa el triple vestido que tienes con tanta gloria? Él
exclamó: El vestido blanco de nieve significa la inocencia de mi carne virginal,
que he guardado sin mancha desde mi nacimiento. El vestido rojo significa las
pruebas que he padecido por la justicia y la verdad. El vestido azul significa la
perfección de la vida espiritual. Y diciendo esto desapareció. Ella contó esta
visión a sus hermanas, pero lloraba de pena. Y Jesús le dijo: ¿Por qué lloras?
¿No soy yo para ti mejor que diez hijos? Ella entendió y no lloró más en adelante
por el difunto, sino que bendijo al Señor por su muerte 49.

46
Ib. p. 21.
47
Ib. pp. 22-23.
48
Ib. p. 23.
49
Ibídem.

19
La duquesa de Brabante, hija de Felipe, rey de Francia, estaba gravemente
enferma. Amaba a Lutgarda y le pidió que rezara por ella. Después de orar le
manifestó que nunca más podría levantarse, pero que debía prepararse para una
confesión general y esperar al Señor con gran confianza. Pronto, como le había
predicho Lutgarda, la duquesa murió. Después de su muerte se apareció a
Lutgarda y le anunció que gracias a la intercesión de la Virgen María, a quien
había amado mucho en esta vida, había podido liberarse de las penas del
purgatorio. Yo he sabido esto de parte de Margarita, señora de Velpe, que me lo
reveló 50.

LA VIRGEN MARÍA, LOS ÁNGELES Y LOS SANTOS

Un día, cantando en Maitines el Te Deum, al decir el versillo Tu ad


liberandum suscepturus hominem non horruisti Virginis uterum (tú para salvar al
hombre no tuviste horror de encerrarte en el seno de la Virgen) se le apareció la
Virgen María y le agradeció su amor. Lutgarda entendió cuán agradable era este
versillo a la Virgen y refiriéndome (Tomás de Cantimpré) esta visión como a su
hijo amado, me rogó que procurara decir ese versillo siempre con la mayor
devoción posible, inclinando el cuerpo, en honra de la Virgen María 51.

Lutgarda tenía la costumbre de comulgar los domingos. Nadie le ayudaba


a acercarse al altar a pesar de estar muy débil y algunos vieron a dos ángeles
sostenerla entre ellos y llevarla al altar. Otra vez fue la Virgen María y san Juan
Bautista quienes la acompañaron a comulgar, pero esto sucedió mucho tiempo
después, cuando ya estaba cercano el día de su muerte 52.

Estando un día en oración pensando en san Juan evangelista, que se había


recostado en el pecho de Jesús en la última Cena, se le apareció este apóstol bajo
la figura de un águila. Tenía unas plumas brillantes de tal esplendor que habría
podido iluminar toda la tierra. Después vio que el águila posaba su pico sobre sus
labios y llenó su alma del resplandor, de una luz indecible. Algo como le pasó a
Moisés, a quien el Señor dijo: Nadie puede ver mi rostro y quedar con vida 53.

Jordán, Maestro general de la Orden de predicadores, había deseado


visitar Tierra Santa y, al regresar por mar, con un gran número de hombres y dos
hermanas de su Orden, naufragaron. Inmediatamente se vio que desde el cielo
llegaba al mar una gran columna de fuego encendida por Dios por espacio de
cinco horas, que brilló y se vio en la noche. Su santo cuerpo fue llevado a la
playa. La luz del cielo brilló por tercera vez sobre él y la cuarta vez sobre su
50
Ib. p. 38.
51
Ib. pp. 35-36.
52
Ib. pp. 39-40.
53
Éxodo 33, 20.

20
compañero fray Gerald. Los testigos fueron cristianos católicos, griegos
cismáticos y paganos 54. Nosotros, afirma Cantimpré, lo hemos oído de los
hermanos, que merecieron ver este suceso con sus propios ojos, pero nosotros
hemos leído estos mismos testimonios en Venecia en las cartas del Prior de los
frailes dominicos55.

El día de la muerte del Maestro Jordán, Lutgarda se sentía en tinieblas, no


sabía lo que le pasaba. Y de pronto, a los ojos de su inteligencia se presentó un
espíritu glorioso que no reconoció por su gran resplandor. Él le dijo: Yo soy
Jordán, Maestro de la Orden de los frailes dominicos. Yo he muerto y brillo de
modo sublime en el coro de los apóstoles y profetas. He sido enviado a ti para
consolarte. Sé cierta de tu recompensa, porque el tiempo se acerca cuando seas
coronada por el Señor. Y desapareció, dejándola muy consolada. Lutgarda había
amado mucho a este hombre y él confiaba en ella más que en todas las otras
religiosas. Y la consideró como madre de toda la Orden de predicadores y como
su nodriza. Nosotros (Cantimpré), hemos visto que ella era muy solícita con estos
religiosos más que con los de otras Ordenes 56.

A un hombre desesperado por sus crímenes, lo llevaron a Lutgarda para


que al menos lo consolara con sus palabras. Cuando él se sentó junto a ella y
comenzó a escuchar sus palabras, vio alrededor de ella una inmensa claridad. Se
sintió alegre y reconfortado con la esperanza del perdón y se retiró 57. Un
sacerdote vino a Francia al monasterio francés de Jouarre. Él rezaba en la noche
en la cripta donde reposaban los cuerpos de los santos. De pronto abrió la tumba
de una santa. No sabía leer su nombre ni sus méritos. Más tarde le preguntó a
Lutgarda que orara al Señor para que le revelara su nombre. La santa se le
apareció a Lutgarda y le dijo: Me llamo Osanna, virgen, hija del rey de Escocia.
Fui conducida a Francia y aquí viví santamente. Al morir fui enterrada con
solemnidad. Pero los habitantes de este lugar me olvidaron con el tiempo.
Lutgarda le dijo al sacerdote que orara para que el Señor lo confirmara con la
santa que a ella se le había parecido. Él creía que no era digno de tanto, pero
Lutgarda rezó al Señor por ello y una noche la santa se le apareció al sacerdote
tres veces en sueños y le dijo que se llamaba Osanna 58.

Un día en que se celebraba la fiesta de Todos los Santos se le apareció a


Lutgarda una multitud de santos del cielo. Ella quedó colmada de gloria y
felicidad 59.

54
Ib. pp. 45-46.
55
Ib. pp. 46-47.
56
Ib. p. 47.
57
Ib. p. 31.
58
Ib. p. 37.
59
Ib. p. 35.

21
SU MUERTE

En los últimos once años de su vida ella estuvo ciega. Solamente


lamentaba no poder ver más a sus amigos espirituales, pero pronto Jesús alejó de
ella este sentimiento y ella pidió ver a sus amigos solamente en la patria celestial.
Fray Bernard añade que él oyó de su boca la respuesta del Señor: Acepta con
paciencia la ceguera que te he dado, porque te prometo que libraré tu cuerpo del
purgatorio. En cuanto a los amigos, que no verás más en este mundo, yo los
cuidaré para que los veas en el reino celestial 60.

Meditaba mucho en la Pasión del Señor y a veces se aparecían en su frente


y cabellos pequeñas gotas de sangre. Fue propagadora de la devoción al Corazón
de Jesús y se la considera la primera mujer estigmatizada de la Iglesia. Tenía
mucha devoción a los ángeles y a los santos, especialmente a santa Inés, virgen y
mártir. Tenía frecuentes éxtasis y Jesús le concedió la llaga del costado de la que
le salía abundante sangre.

Cinco años antes de su muerte, el tercer domingo después de Pentecostés,


se leía en la iglesia el evangelio Homo quidam fecit coenam magnam (un hombre
dio una gran cena: Lc 14,16) y le dijo a Sybille, la religiosa que estaba a su
servicio: Querida, debes saber que en este domingo, cuando se lea este evangelio
apenas muerta, seré llevada al reposo de las bodas eternas. Sybille estuvo atenta
a estas palabras y las tuvo en cuenta. Y cuando llegó el día de la muerte de
Lutgarda, Sybille se había olvidado de lo que había dicho, pero el día de la
muerte, cuando leyeron el antedicho evangelio en la misa matinal del convento,
Sybille se acordó y quedó asombrada. Y dijo a las demás religiosas que cinco
años antes Lutgarda le había predicho eso como una profecía que se cumplió 61.

Cuatro años antes de su muerte, los tártaros destruyeron Hungría de


Oriente a Occidente, la mayor parte de Turquía, de Grecia y de Bulgaria. El
poderoso duque de Polonia fue asesinado y su tierra y su pueblo destruidos. Ya
comenzaban a invadir una parte de Alemania, es decir, de Bohemia. El miedo
era grande en Alemania y Francia. ¿No iban ellos a invadir y destruir sus tierras
como las otras? Fray Bernard, hermano de la Orden de predicadores, pidió a
Lutgarda que rezara al Señor para evitar tanta destrucción. Ella le dijo: Estoy
segura que los tártaros no llegarán a estas tierras. Él recibió esta noticia como
si hubiera sido recibida de lo alto de los cielos 62.

60
Ib. p. 45.
61
Ib. p. 49.
62
Ib. pp. 49-50.

22
Dos años antes de su muerte, fray Bernard vino a Aywières y encontró a
Lutgarda, enferma desde hacía un mes y preparada para morir por el sacramento
de la unción. Tenía tanto deseo de morir para ir al cielo que tenía como una idea
fija. El hermano no encontró en ella ningún signo de muerte y le dijo: No parece
que vais a dejar ahora este mundo. Pero ella le respondió con un rostro ansioso:
No digas eso, porque deseo mucho contemplar el rostro de Cristo. Y él,
sonriendo, respondió: Verdaderamente eso no será ahora. Ella le contestó,
elevando los ojos al cielo: Si eso no es ahora, que se haga su voluntad mañana.
Entonces yo me levantaré de la cama y recibiré la comunión como consuelo 63.

Más de un año antes de su muerte se le apareció Jesús con un rostro de


felicitación y reconocimiento y le dijo: Ya se acerca el fin de tus penas. No
quiero que estés separada de mí más tiempo. Te pido solamente tres cosas para
este año. En primer lugar que tú me agradezcas por todos los bienes recibidos y
que pidas la ayuda de los santos del cielo. En segundo lugar que te dediques
enteramente a la oración por los pecadores y en tercer lugar que desees venir a
Mí con un deseo abierto (a mi voluntad) 64.

En el tiempo pascual cercano a su muerte, Jesús se le apareció con su


gloriosa madre en un resplandor de la más grande gloria. Lutgarda, como casi
siempre, habló de su deseo de ir al cielo y ellos respondieron: No te fatigues. Ya
está preparado el remedio para la paz perpetua y para coronarte. Lutgarda se lo
contó a Sybille, pues era la persona en quien más confiaba de todas 65.

Quince días antes de su muerte la Virgen María se le apareció con san


Juan Bautista, a quien ella amaba con un amor especial. Le dijeron: El fin está
cerca. No queremos que estés aquí más tiempo, porque todos los habitantes del
cielo te esperan. También los santos se le aparecieron en gran cantidad durante
el último año y le anunciaban su partida. Y también algunos amigos de los más
queridos que habían muerto ya. Ellos se alegraban de poder encontrarse con ella
tan pronto... Ella les pedía a todos los que se le aparecían que dieran gracias a
Dios por ella y por todos los beneficios que había recibido de Él 66.

Uno de los días ella se acostó con fiebre, sintiéndose mal, y se fue
agravando. El lunes siguiente el convertido de Affligem, Guillermo, entró a
visitarla y le dijo: El abad debe saber que estás gravemente enferma. Ella
respondió: Mañana vendrá a verme… Él no entendía cómo vendría sin saber lo
que pasaba y se calló. Al día siguiente, el abad pasó a dos millas de distancia del
convento y se acercó a visitarla, ignorando su estado. Ella le agradeció la visita,
63
Ib. p. 52.
64
Ib. p. 53.
65
Ibídem.
66
Ib. p. 54.

23
se levantó y se sentó. Entonces le manifestó: Me voy a ir muy pronto, pero debes
saber que he sido consolada por el Señor. Ella quedó con una gran alegría de
espíritu. El jueves le dijo a Sybille: Siéntate aquí, cerca de mi corazón. El
monasterio está lleno del ejército celestial. Las almas del purgatorio están
presentes y muchas de nuestras hermanas que han muerto también. Después ella
se calló y durante toda la jornada del viernes quedó con un rostro radiante y su
espíritu centrado solamente en Dios... El sábado, acercándose la hora de su
muerte, abrió los ojos y los levantó hacia el cielo. Y fortificada con los santos
sacramentos, estando presentes los miembros del ejército celestial, cantando
salmos, su alma, feliz, voló hacia las alturas. Era el año 1246, el 16 de junio, a la
edad de 64 años 67.

Inmediatamente después de su muerte, muchas de las religiosas recibieron


la gracia de sentirse llenas de alegría y tuvieron la seguridad de que ella había
sido llevada a disfrutar de las delicias del paraíso. Es normal en los difuntos que
queden con el rostro triste y pálido, pero en Lutgarda, como señal de su
inocencia virginal, su rostro estaba blanco como el resplandor de la flor de lys.
Como ella había abierto los ojos antes de morir, quedaron abiertos mirando al
cielo, como indicando el camino que había tomado su espíritu. La piel de su
cuerpo estaba suave y flexible, como certificaron quienes la tocaron, como si
fuera de lino, a la vez brillante y suave 68.

Su cadáver fue lavado. Una religiosa que desde hacía muchos años había
perdido el uso de una mano, tocó su cuerpo y se sanó su mano y pudo trabajar
con ella con total normalidad. Así se cumplía lo que había profetizado la
venerable María d´Oignies: Ella en vida hará milagros espirituales, pero
después de su muerte los hará corporales 69.

Yo (Tomás de Cantimpré), muchos años antes de la muerte de Lutgarda,


había pedido a varios hermanos y hermanas que, si yo no me encontraba en el
momento de su muerte, guardaran su mano cortada para mí como una reliquia.
Yo había tenido el permiso de la venerable Hewide, abadesa del convento. Las
religiosas le habían contado a Lutgarda lo que yo había pedido. Un día que yo fui
a verla me miró con rostro serio y me dijo: He oído, mi querido hijo, que quieres
cortar mi mano después de mi muerte. Yo me pregunto qué piensas hacer con mi
mano. Yo me puse rojo y le dije: Pienso que tu mano me servirá para bien de mi
cuerpo y de mi alma. Ella sonrió y respondió: Será suficiente para ti este dedo
“medio” después de mi muerte. Entrando en confianza, le contesté: Madre, nada
de vuestro cuerpo será suficiente a menos que sea vuestra mano o vuestra

67
Ib. p. 56.
68
Ib. pp. 56-57.
69
Ib. p. 58.

24
cabeza. Después pasamos a conversar de otra cosa. Y, cuando murió, su cuerpo
estuvo guardado en la enfermería. Dos hombres de los hermanos convertidos
pensaron en cortarle la mano, pero no se atrevieron y cortaron un dedo de la
mano derecha, del que ella había anunciado que sería suficiente. Al saber yo que
habían cortado un dedo de su mano, me dije: Ahora veré si Lutgarda era
verdaderamente profeta. Ella me había dicho que el dedo medio sería suficiente.
Y yo quise ser el heredero, si podía obtenerlo. Fui a visitar a la abadesa y le
supliqué con oraciones y lágrimas que me lo diera, pero ella no quiso. Entonces
yo prometí escribir la vida de Lutgarda y con gran alegría de mi parte recibí
como regalo ese dedo 70.

Su cuerpo descansaba en el ataúd para enterrarlo y se preguntaron dónde


se le debía enterrar. Vino el abad de Aulne y dijo que debía enterrarse en la
iglesia. Las religiosas del convento le habían preguntado durante su vida dónde
quería que fuese enterrado su cuerpo y ella había respondido: En la tumba yo
estaré presente, tanto muerta como viva. Todos estuvieron de acuerdo con el
abad y fue enterrada en el costado derecho del Coro, cerca del muro donde había
acostumbrado a rezar. Sybille puso unos versos en su epitafio, que comenzaban:
Lutgarda brilló. Ella pasó su vida sin pecado. Ella vivió con Cristo...

Muy pronto se apareció a Elisabeth de Wans, religiosa de Aywières, que


había sido abadesa de Saint-Dizier en la Campaña francesa. Esta abadesa le
preguntó al verla con gran gloria: ¿Has padecido las penas del purgatorio
durante algún tiempo? Y respondió: Fui directamente al cielo, pero cuando pasé
del purgatorio, yo sentí compasión de los afligidos y los bendije y llevé conmigo
al paraíso a muchas almas, liberadas de sus penas.

Cuando estaba hablando, le pareció a la abadesa Elisabeth que le decía a


una joven religiosa: Sígueme, entendiendo que la joven religiosa la seguiría
pronto. Entonces la abadesa Elisabeth se ofreció a seguirla para morir e ir al
cielo, pero Lutgarda le dijo: Tú no puedes seguirme todavía, pero no tardarás
mucho en seguirme como una hija a su madre. A los nueve días, murió la joven
religiosa y Elisabeth, que se ofreció a seguirla, siguió viva 71.

70
Ib. p. 59.
71
Ib. pp. 60-61.

25
MILAGROS DESPUÉS DE SU MUERTE

Cada una de las religiosas se consiguió un pedazo de cinturón, de manto,


de velo o de otras cosas de Lutgarda como reliquias. Una joven religiosa, Beatriz,
que había remediado la pobreza del monasterio con su patrimonio, tenía en el
cuello un tumor que los médicos llaman carbuco. Ella se puso alrededor del
cuello un velo de cabeza de Lutgarda y se curó inmediatamente 72.

Dom Alard, capellán del convento durante años, sufría de un hinchazón


del pulgar. Él ató a su dedo una de las reliquias de Lutgarda y quedó curado 73.

Ode, Superiora de Aywières, sufría mucho de una inflamación de la mano.


Ella se ató una reliquia y quedó perfectamente curada 74.

Margarita de Andenne, religiosa de Aywières, estaba atormentada por un


grave dolor de cabeza y no podía reposar ni un minuto por el grave dolor. Se curó
con el velo de Lutgarda. Una señora sufría mucho desde su nacimiento. Se le
llevó un cinturón de crin de caballo que Lutgarda se había puesto en la carne
como penitencia, la enferma se lo puso en el pecho y, ante el asombro de todos,
fue liberada y quedó sin ningún dolor 75. En Francia es abogada de las mujeres
que dan a luz. Su fiesta se celebra el 16 de junio.

72
Ib. p. 61.
73
Ibídem.
74
Ib. p. 62.
75
Ibídem.

26
PARTE SEGUNDA: SANTA GERTRUDIS LA MAGNA
SU INFANCIA Y JUVENTUD

Santa Gertrudis la Magna o la Grande o también Gertrudis de Helfta, se


distingue de Gertrudis de Hackeborn, hermana de santa Matilde. Santa Gertrudis
la Grande nació el 6 de enero de 1256 en Alemania, no se sabe dónde ni quiénes
fueron sus padres. Entró al convento cuando tenía 5 años y fue discípula de santa
Matilde.

Las hermanas de su convento refieren: Siendo niña de cinco años, Dios la


apartó del tumulto mundano, la introdujo en el tálamo de la vida religiosa, la
revistió de manera tan desbordante que se mostraba encantadora como el
candor primaveral de todas las flores, atraía hacia sí los ojos de todos, y se
hacía querer por todos los corazones.

Aunque de pocos años y complexión delicada, poseía una madurez de


anciana. Amable, industriosa y elocuente; tan disponible que todos los que la
escuchaban quedaban admirados. Admitida en la escuela reveló tan viva
perspicacia y agudeza de ingenio, que superaba notablemente a las niñas de su
edad y a todas sus condiscípulas, en sabiduría y conocimientos.

Transcurrieron los años de su niñez y adolescencia con corazón limpio, y


gozoso afán por el estudio de las artes liberales. El Padre de las misericordias la
guardó de todas esas niñerías en las que suele incurrir esa edad. Ríndansele por
ello alabanzas y acciones de gracias 76.

Nunca fue abadesa. Fue una religiosa normal, pero muy santa. Su abadesa,
la hermana de santa Matilde, Gertrudis de Hackeborn, fomentó mucho la cultura.
El binomio benedictino Ora et labora lo cambió por Ora et labora et lege, es
decir, Ora, trabaja y lee, no solamente cosas de cultura nacional o popular, sino
también libros espirituales. Nuestra Gertrudis de Helfta, al ingresar al
monasterio, era una niña que estaba dotada por Dios de una gran inteligencia. Y
se dedicó especialmente a estudiar y conocer la cultura de su tiempo, pero sin
dedicarse con el mismo empeño a las cosas espirituales. Por eso, sentía un vacío
interior, sabía que algo le faltaba. Quizás era la falta de afecto, por no haber
conocido a sus padres y familiares. Y Dios llenó su vacío, haciéndole sentir todo
su amor. Y ella se entregó a Dios con toda su alma, enamorada de Jesús.

76
Gertrudis, libro I, Cap. 1, Nº 1.

27
Su conversión tuvo lugar a los 26 años. A partir de entonces, sufrió
muchas enfermedades, ofreciendo todo su dolor con amor por la salvación de los
pecadores y por amor a Jesús.

SU CONVERSIÓN

Ella misma nos dice: Tenía 26 años cuando aquel lunes para mí
felicísimo, anterior a la fiesta de la Purificación de María, mi Madre castísima,
el lunes 27 de enero (de 1281), hora entrañable después de Completas, al
comenzar el crepúsculo, Tú, Verdad y Dios resplandeciente, superior a todas las
luces, pero más oculto que el secreto más íntimo, determinaste aligerar la
densidad de mis tinieblas y comenzaste a serenar suave y tiernamente aquella
turbación que un mes antes habías levantado en mi alma. Con dicha turbación
intentabas, a mi parecer, destruir la torre de mi vanidad y curiosidad en la que
había crecido mi soberbia que, ¡oh dolor!, llevaba el nombre y hábito de la vida
religiosa. Así encontraste el camino para ofrecerme tu salvación.

Entonces, a la hora predicha, al levantar la cabeza en medio del


dormitorio, después de saludar a una anciana según costumbre de la Orden, vi a
un joven amable y delicado, como de unos diez y seis años, con esa hermosura
deseable a mi juventud que atraía mis miradas. Con rostro atrayente y voz dulce
me dijo: “Pronto vendrá tu salvación. ¿Por qué te consumes de tristeza? ¿No
tienes quien te aconseje, que así se ha renovado tu dolor?”. Mientras hablaba,
aunque era consciente de encontrarme corporalmente en el lugar citado, me
parecía estar en el coro, donde acostumbro hacer mi tibia oración. Allí oí las
siguientes palabras: “No temas. Te salvaré, te libraré”. Cuando oí esto, vi que
su tierna y delicada derecha sostenía la mía como prometiendo ratificar estas
palabras, y añadió: “Lamiste la tierra con mis enemigos, gustaste miel entre
espinas, vuelve a mí y te embriagaré con el torrente de placeres divinos”.

Al decir esto miré y vi entre él y yo, a saber, a su derecha y mi izquierda


un vallado de largura infinita, ni delante ni detrás de mí se veía el final. Parecía
estar cubierto en lo más alto con un seto de densas espinas que de ninguna
manera me permitía acceso libre hacia el citado joven. En esta situación sentía
tal ansiedad y tan ardiente deseo que casi desfallecía.

De repente él mismo me tomó y, sin dificultad, me levantó y me colocó


junto a sí y reconocí en aquella mano de la que había recibido tal promesa, las
joyas preciosas de aquellas llagas con las que anuló todas las condenas.

Alabo, adoro, bendigo y doy gracias como puedo a tu sabia misericordia


y la misericordia de tu sabiduría con la que tú, Creador y Redentor mío,

28
intentabas sujetar mi cerviz a tu yugo suave y preparabas una medicina
adecuada a mi debilidad. Pacificada desde entonces con una alegría espiritual
enteramente nueva, me propuse seguirte con fortaleza y decisión y comprender
cuán dulce es tu yugo y ligera tu carga, que poco antes me parecía
insoportable77.

Entonces reconoció ella que había vivido lejos de Dios. Mientras se


entregaba con desmedido afán a los estudios liberales, había descuidado hasta
este momento aplicar la agudeza de su ingenio a la luz del conocimiento
espiritual. Disfrutaba con verdadera avidez de los estudios de la sabiduría
humana y se privaba del suavísimo gusto de la verdadera sabiduría. En un
instante le parecieron viles todas las cosas exteriores. Con razón, porque Dios la
introdujo con gozo y alegría en el monte Sión, a saber, en la contemplación de sí
mismo, despojándola del hombre viejo con sus obras y revistiéndola del hombre
nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdadera.

Convertida de este modo de gramática en teóloga, rumiaba


infatigablemente todos los libros de las páginas sagradas que tenía o podía
encontrar. Llenaba con gran ahínco y en cuanto le era posible hasta el máximo,
el canastillo de su corazón, con las palabras más útiles y deleitables de la
Sagrada Escritura, de manera que enseguida le venía oportuna la palabra
divina, llena de edificación. A todos los que acudían a ella les respondía de
manera apropiada a sus necesidades, y dilucidaba cualquier error con
argumentos del texto sagrado tan convincentes, que nadie era capaz de
refutarlos 78.

Cuando encontraba en las Sagradas Escrituras algo de provecho, pero


difícil de entender para mentes menos dotadas, lo traducía del latín en un estilo
sencillo a fin de servir de utilidad a los lectores. De este modo, dedicaba todo su
tiempo, desde la mañana hasta el atardecer, a resumir los textos más extensos y
esclarecer los más difíciles con el deseo de promover la gloria de Dios y la
salvación de los prójimos 79.

Lo que espíritus menos dotados veían oscuro, ella se lo explicaba con


toda claridad y lucidez. Como las palomas recogen los granos de trigo, ella
recopiló y escribió muchos libros llenos de suavidad y sentencias de los santos
para utilidad común de todos los que deseen leerlos. También compuso muchas
oraciones más dulces que el panal de miel y otros muchos escritos edificantes
sobre ejercicios espirituales, en estilo tan correcto, que a ningún literato se le

77
Gertrudis II, 1, 1-2.
78
Gertrudis I, 1, 2.
79
Gertrudis I, 7, 1.

29
ocurría censurarlos, antes bien, se deleitaba en ellos por su gran oportunidad.
Intercalados todos con dulces palabras de la Sagrada Escritura, ni a teólogos ni
a doctores les resultaban áridos 80.

Era dulce y penetrante en el hablar, de palabra fácil y persuasiva, eficaz y


agradable; muchos que escuchaban sus palabras, confesaban abiertamente que
el espíritu de Dios hablaba por ella al experimentar la sorprendente conmoción
del corazón y la transformación de la voluntad. Porque la palabra viva y eficaz,
más penetrante que espada de doble filo, que alcanza hasta la división del alma
y del espíritu que moraba en ella, era la que operaba todas estas cosas.

Unos, arrepentidos por sus palabras; eran llevados a la salvación; a otros


iluminaba la luz del entendimiento para conocer a Dios y sus propios pecados; a
otros les ofrecía el auxilio de la gracia de la consolación, e incluso inflamaba los
corazones de algunos en un amor más intenso a Dios 81.

Su cariño, no sólo se extendía a las personas, sino a todas las criaturas. Si


veía que los pajarillos u otros animales, hechura de Dios, experimentaban las
molestias del hambre, la sed o el frío, se enternecía desde lo íntimo de su
corazón y ofrecía al Señor como homenaje de alabanza, los sufrimientos de esos
animales irracionales con esa dignidad sumamente perfecta y ennoblecida que
en Él encuentra toda criatura, para que el Señor, compadecido de sus criaturas,
se dignara aliviarlas de sus sufrimientos 82.

EL DEMONIO

Una vez que rezaba las horas canónicas con poca atención, advirtió junto
a sí al antiguo enemigo del género humano que, mofándose, seguía el rezo del
salmo: “Tus preceptos son admirables” y confundía precipitadamente las
sílabas. Al terminar el versículo añadió: “¡Qué bien te dotó tu Creador, tu
Salvador y tu amante, al concederte gran facilidad de palabra! ¡Con qué soltura
puedes pronunciar el discurso que quieras, disertar sobre el tema que te guste!
Hablas tan precipitadamente que sólo en este salmo has omitido cantidad de
letras, de sílabas y de palabras”.

Comprendió que el astuto enemigo había contado sutilmente y en secreto


las letras y sílabas de aquel salmo, para acusar después de la muerte a quienes

80
Gertrudis I, 1, 2.
81
Gertrudis I, 1, 3.
82
Gertrudis I, 8, 1.

30
se habían acostumbrado a rezar las horas del Oficio precipitadamente y sin
devoción.

Otra vez mientras hilaba, movía el huso con gran agilidad y se


desprendían pequeños mechones de lana. Ella encomendaba esta tarea al Señor.
Observó que el demonio recogía aquellos mechones para poder acusarla de
negligencia. Invocó al Señor sobre esto y el mismo Señor arrojó al demonio, y le
increpó por haberse entrometido en una tarea que ya le había encomendado ella
desde el comienzo 83.

ENAMORADA DE JESÚS

En cierta ocasión se le apareció el Señor Jesús, “el más hermoso entre los
hijos de los hombres”. Estaba de pie y parecía sostener en sus reales y delicados
hombros un enorme palacio que inclinado hacia él amenazaba ruina. Le dice el
Señor: “Mira con cuánto trabajo sostengo mi amada casa, esto es, la vida
monástica, que amenaza ruina en casi todo el mundo, porque son muy pocos en
todo el orbe los que quieren trabajar con fidelidad en su defensa y promoción, o
sufrir algo por ella. Mírame, amada mía, y compadécete de mis fatigas”. Añadió
el Señor: “Todos los que con su palabra o sus obras promueven la vida
monástica son como columnas ocultas que me ayudan a sostener su peso y lo
conllevan conmigo”.

Conmovida esta sierva hasta lo más hondo de su ser con tales palabras,
se enardeció más vivamente compadecida del Señor Dios, su Amado, y comenzó
a trabajar con todo empeño en promover la vida monástica, entregándose a
veces al rigor de la Orden por encima de sus fuerzas, para dar buen ejemplo 84.

En muchos asuntos alcanzaba la asistencia divina de forma milagrosa,


casi sin pedirla, como jugando con el Señor en sus palabras. Por ejemplo, estaba
alguna vez sentada entre la paja y se le caía el punzón, la aguja o algún objeto
pequeño que era difícil encontrar entre el montón de paja. Escuchado por todas
decía al Señor: “Señor, por mucho que me esfuerce en buscarlo no me servirá de
nada, haz tú que lo encuentre”, y sin mirar, solo con extender la mano, lo cogía
entre la paja como si lo hubiera visto en un suelo llano. Era frecuentísima su
forma de actuar en cosas como éstas y otras parecidas. En todo lo que hacía,
fuera grande o pequeño, llamaba siempre en su ayuda al Amado de su alma y en
todo encontraba en él un protector dignísimo y fidelísimo 85.

83
Gertrudis III, 32, 4.
84
Gertrudis I, 7, 3.
85
Gertrudis I, 13, 4.

31
Un día se acercaba a comulgar y cuando en la antífona “Goza y
alégrate” se cantaban aquellas palabras “Santo, Santo, Santo”, arrojada al
suelo con humildad de corazón, suplicaba al Señor que se dignara prepararla
para poder participar dignamente en el banquete celestial para su alabanza y
provecho de todo el mundo. Al instante, el Hijo de Dios se inclinó hacia ella
como tierno amante y le estampó un suavísimo beso en su alma 86.

Una vez veía cómo las demás hermanas se apresuraban por acudir a un
sermón y con amorosa queja dijo al Señor: “Sabes, amado mío, qué
gustosamente escucharía yo el sermón con todo mi corazón, si no me retuviera la
enfermedad”. El Señor le respondió: “¿Quieres que yo te predique?”. “Sí, con
sumo gusto”. Entonces el Señor la reclinó sobre su Corazón de manera que su
corazón se unía al Corazón divino. Así su alma descansó dulcemente durante un
tiempo y sintió en el Corazón del Señor dos latidos admirables y sumamente
suave 87.

Otra vez vio un sacerdote que regresaba de haber llevado la comunión a


un enfermo y, al advertirlo por el toque de la campanilla, dijo al Señor,
inflamada en ardiente deseo: “Con qué gozo te recibiría ahora al menos
espiritualmente, oh vida de mi alma, si tuviera un poco de tiempo para
prepararme” 88.

Jesús Eucaristía era el centro de su vida y el amor de su corazón.

86
Gertrudis III, 18, 1.
87
Gertrudis III, 51, 1.
88
Gertrudis III, 38, 2.

32
LA VIRGEN MARÍA Y LOS ÁNGELES

Un día se le apareció la Virgen María y Gertrudis le dijo: Quisiera que me


instruyera tu bondad de qué manera especial celebran los ángeles en el cielo la
fiesta de tu Nacimiento, para estimular nuestra devoción en la tierra.

Le respondió la bienaventurada Virgen: “Los santos ángeles me


recuerdan ahora en la gloria celestial con inmensa alegría aquellos inefables
gozos que experimentaban aquellos nueve meses en que yo iba desarrollándome
en el seno de mi madre. Cómo ofrecían su devoto servicio a mi crecimiento
según su manera de obrar”. En efecto, los santos ángeles contemplaban en el
espejo de la Trinidad la singular dignidad de mi nobilísimo cuerpo que se estaba
formando, y cómo por mí el Señor se disponía a conceder la salvación a todo el
mundo. Sentían gran alegría por poder colaborar con todo su empeño a esta
obra, dignificaban la atmósfera y toda la creación para colaborar a mi sustento
en el seno de mi madre 89.

Ese día los santos ángeles sostenían un trono, lo rodeaban con gran
reverencia y ofrecían gozosos el solemne homenaje a la dignísima Madre de su
Dios y Señor. A ellos se unía el ejército de los bienaventurados espíritus que
salmodiaban a dos coros, para alabar con ellos a la Reina de la gloria con cada
una de las palabras que entonaban.

Parecía también que delante de cada hermana había de pie un ángel, que
llevaba en sus manos un hermoso ramo de gran frescura y verdor. Estos ramos
producían flores y frutos de diversos colores según la devoción de cada una de
las hermanas. Cuando terminó todo, cada uno de los ángeles ofrecía su ramo
con gran alegría a la Virgen Madre y lo colocaba reverentemente alrededor del
trono en el que estaba sentada para aumento de su gloria y hermosura 90.

En una ocasión iba a comulgar y se lamentaba de no encontrarse


suficientemente preparada. Rogó a la santísima Virgen y a todos los santos que
ofrecieran en su nombre al Señor toda la dignidad con la que cada uno de ellos se
hubiera preparado para recibir alguna gracia 91.

Y se sintió feliz de recibir a Jesús, acompañada de María, los ángeles y


los santos.

89
Gertrudis IV, 51, 6.
90
Gertrudis IV, 51, 2.
91
Gertrudis III, 34, 1.

33
Una, tarde al cantarse en Vísperas el himno “Gloria a ti, Señor”
contempló una multitud de ángeles que revoloteaba en torno a la comunidad y
cantaba unida a ella el mismo versículo con voz sonora y jubilosa 92.

Otra vez, mientras se cantaba el responsorio “El Ángel del Señor llamó”,
contempló cómo los ejércitos de los ángeles, cuyos servicios son totalmente
suficientes, rodean a los elegidos para custodiarlos 93.

Muchos santos se le aparecían, además de Jesús y la Virgen María y los


ángeles. Entre estos santos podemos citar a san Bernardo, san Agustín, santo
Domingo, san Francisco, santa Catalina mártir, santa Inés, san Benito, santa
Margarita, san Pedro, san Juan evangelista, etc.

Cierto día participaba en la misa lo mejor que podía. Al llegar al “Señor,


ten piedad”, le pareció que el ángel que Dios había dispuesto para su guarda la
tomaba y levantaba en sus brazos como a un niño y la presentaba a Dios Padre
para que la bendijera, diciendo: “Bendice, Señor, Dios Padre a tu hijita”. Al
demorarse Dios Padre en responder, como si considerase indigno que se le
presentase tan insignificante criatura, entró ella dentro de sí y comenzó a
recriminarse ruborizada, su bajeza e indignidad. Se levanta entonces el Hijo de
Dios y le entrega como suplencia (de su poca cosa) todos los méritos de su vida
santísima. Le parecía entonces estar adornada con brillantes y hermosos
vestidos. Entonces Dios Padre se inclinó hacia ella con misericordiosa bondad y
le otorgó una triple bendición con el perdón de todos los pecados cometidos de
pensamiento, palabra y obra contra su divina omnipotencia 94.

SUPLENCIA DE SUS PECADOS

Consciente de ser pecadora y haber cometido muchos errores, llevada de


la fragilidad humana, le pidió a Jesús que supliera sus faltas y pecados con su
amor de modo que, las personas a quienes pudo ofender y los vacíos de amor que
había en el mundo por su culpa, pudieran ser completados por los méritos
infinitos de Jesús.

Esta es una práctica que todos podemos hacer alguna vez. Conscientes de
nuestros errores y pecados cometidos. Sus hermanas nos dicen: En una ocasión
que se esforzaba por pronunciar con la mayor atención las palabras y notas (del
Oficio divino) y se lo dificultaba con frecuencia la fragilidad humana, se dijo a sí

92
Gertrudis IV, 2, 14.
93
Gertrudis III, 30, 20.
94
Gertrudis III, 23, 1.

34
misma con tristeza: “¿Qué provecho puedo sacar de tal esfuerzo con tanta
inconstancia?”. No pudiendo sufrir tanta tristeza se le presentó el Señor con el
Corazón divino en sus propias manos en forma de una lámpara ardiente y le
dijo: “Mira, pongo ante los ojos de tu alma mi Corazón dulcísimo, órgano de la
siempre adorable Trinidad, para que le pidas con toda confianza “supla” por ti
misma todo lo que tú no puedes realizar. De este modo todas (tus obras)
aparecerán ante mis ojos totalmente perfectas. Porque así como el siervo fiel
está siempre dispuesto a servir a su señor en todo lo que pueda complacerle, de
igual manera mi Corazón se unirá a ti para “suplir” en adelante y en todo
momento todas tus negligencias”.

De igual modo mi divino Corazón, conocedor de la fragilidad e


inestabilidad humanas, desea y espera siempre con anhelante deseo, que tú le
encomiendes, si no con palabras al menos con alguna señal, que “supla” y
realice en tu lugar lo que tú te sientes incapaz de realizar. Como él puede
realizarlo facilísimamente con su omnipotente fuerza, y lo conoce perfectamente
con su inescrutable sabiduría, desea ardientemente realizarlo con el gozo que
lleva como inscrito en la ternura de su bondad 95.

CARISMAS

1. LAS LLAGAS

Un día, estando en oración, sentí como si divinamente se me concediera a


mí, indignísima, lo que había pedido. Advertí como grabados en un lugar real de
mi corazón los estigmas de tus santísimas llagas… Sin embargo, lo disimulaba tu
inmensa misericordia y copiosa ternura, que conserva hasta el presente en mí,
sin méritos propios e inmerecidamente, aquel primero y más grande regalo de la
impresión (en mi corazón) de tus llagas. Por todo ello, te sea dado honor e
imperio, alabanza y júbilo por siglos eternos 96.

Señor, entre todas las gracias recibidas, prefiero especialmente el haber


impreso en mi corazón tus saludables llagas y para realizarlo, grabar en él la
herida del amor con tal claridad y fuerza que; si en adelante no me concedieras
ya ninguna consolación interna y externa, fue tanta la dicha que me otorgaste con
esos dos soles que, aunque viviera mil años, no podría tener más consolación,
conocimiento y gratitud que lo que pude disfrutar 97.

95
Gertrudis III, 25, 1-2.
96
Gertrudis II, 4, 3-5.
97
Gertrudis II, 23, 7.

35
2. CONOCIMIENTO SOBRENATURAL

En cierta ocasión murió Rodolfo, rey de los Romanos, y ella con las
demás monjas hicieron oración por la elección del sucesor. El mismo día, y se
cree que en la misma hora en que se hacía la elección en otra región, Gertrudis
comunicó a la abadesa del monasterio que ya se había hecho la elección, y
añadió que, el mismo día de la elección del rey, éste sería asesinado por su
sucesor. Los hechos lo confirmaron.

Igualmente, siendo amenazado nuestro monasterio por un malhechor y en


peligro inminente que parecía inevitable, ella después de hacer oración avisó a
la abadesa del monasterio que todo el peligro había desaparecido gracias a
Dios. Vino entonces el Procurador de la Corte para comunicar que el malhechor
había sido condenado por los jueces, como lo había conocido ella secretamente
por divina revelación. La abadesa y cuantos conocieron este beneficio, daban
gracias al Señor llenos de júbilo 98.

3. DON DE MILAGROS

Un mes de marzo fue muy extremo el rigor del frío que amenazaba la vida
de hombres y animales. (Esta sierva) oyó comentar a algunos que no había
esperanza de cosecha ese año, porque según la posición de la luna se iba a
prolongar aún durante bastante tiempo el rigor del frío. Un día durante la misa
en la que iba a comulgar oró con fervor al Señor por esta y otras muchas causas.

Terminada la oración recibió esta respuesta del Señor: “Ten por seguro
que has sido escuchada en todas las causas por las que has orado”.

Ella: “Para saber esto con toda certeza, y sea justo que te dé gracias,
muéstrame cómo se atemperará la extrema dureza de este frío”.

Dicho esto, no volvió a pensar más en ello. Terminada la misa salió del
coro y encontró el camino inundado por el deshielo y desaparición de la nieve.
Todos advertían que sucedía contra las condiciones naturales de la atmósfera y
se sorprendían que tal hecho tuviera lugar. Como desconocían que la sierva de
Dios había pedido esto, decían que, por desgracia, no duraría mucho, pues no
era normal este modo de acontecer las cosas. Sin embargo, esta bonanza se
prolongó durante toda la primavera.

Otra vez llovía más de lo conveniente durante la recolección y se hacían


rogativas por temor que se perdieran las cosechas y demás frutos. Un día esta

98
Gertrudis I, 2, 3-4.

36
sierva unió sus oraciones a los demás con tal intensidad y eficacia para aplacar
al Señor, que obtuvo la promesa formal que el Señor moderaría las condiciones
atmosféricas, como efectivamente sucedió. Ese mismo día, a pesar de numerosos
nubarrones comenzó a brillar un sol que iluminaba con sus rayos toda la tierra.

Al atardecer, mientras la comunidad fue a la huerta después de cenar


para terminar un trabajo, el sol brillaba aún con todo esplendor, pero pendían
en el cielo nubarrones que amenazaban lluvia. Escuché a esta sierva que con
profundo sentimiento del corazón se lamentaba ante el Señor: “Señor Dios del
universo, no deseo te sientas obligado a escuchar mi indignísima voluntad, pero
si tu desbordante bondad se digna contener por mi mediación esta lluvia,
derrámese inmediatamente y que se cumpla tu santísima voluntad”.

¡Cosa admirable! No había terminado sus palabras cuando comenzó a


relampaguear y tronar, e irrumpieron las gotas de lluvia con gran estrépito.

Ella, sobrecogida, dijo al Señor: “Manténgase suspendida la lluvia si es


tu beneplácito, benignísimo Dios, hasta que concluyamos el trabajo que nos ha
sido mandado por obediencia”. El benignísimo Señor mantuvo en suspenso la
tempestad a ruegos de esta su sierva, hasta que la comunidad terminó el trabajo
que se le había encomendado 99.

********************

Gertrudis murió el 17 de noviembre de 1301 ó 1302 en su convento de


Helfta a los 45 años. Este convento fue destruido en 1340 y se trasladaron a
Eisleben en 1346. En 1525 los luteranos saquearon el nuevo convento y la
comunidad se extinguió en 1546. El 21 de noviembre de 1999 fue restaurada la
vida monástica con siete religiosas de la Orden cisterciense. Santa Gertrudis la
Magna nos habla mucho en sus Revelaciones del Corazón de Jesús y de Jesús
Eucaristía. Sus escritos con los de santa Teresa de Jesús y santa Catalina de Sena,
son considerados como los más útiles para la vida espiritual que una mujer haya
escrito. Es protectora de los felinos y, a veces se le representa con un gato en las
manos. Otras veces, con un corazón abierto, donde se encuentra el Niño Jesús.
Algunos teólogos y miembros de su Orden la han propuesto para ser declarada
Doctora de la Iglesia.

99
Gertrudis I, 13, 1-3.

37
CONCLUSIÓN

Después de haber leído este libro sobre la vida mística de santa Lutgarda y
santa Gertrudis, sólo nos queda alabar a Dios por las maravillas que ha hecho y
sigue haciendo permanentemente en sus santos.

La sencillez de su trato personal con Jesús Niño o adulto es admirable y


nos enseña que debemos acercarnos a Jesús como a un padre y un amigo cercano,
a quien no debemos tener miedo, sino confianza para pedirle perdón de nuestras
faltas y, a la vez, esperar su ayuda para superar las dificultades de cada día. El
pecado que Jesús más odia es la desesperación, perder la esperanza en su amor y
en su misericordia. Por eso, tratemos de infundir en los que nos rodean que amen
a Jesús y se acerquen a Él con la confianza de un niño con su madre. Él no nos va
a defraudar y, antes de que vayamos a buscarlo, Él saldrá a nuestro encuentro,
porque desea nuestro amor y nuestra felicidad mucho más que nosotros mismos.
En conclusión, pidamos a Jesús que nos enseñe a amarlo con humildad y
sencillez, con confianza y esperanza, y no nos sentiremos defraudados.

Que Él te bendiga por medio de María y no te olvides que tienes a tu lado


un ángel bueno, que siempre te acompaña y te ayuda en el camino de la vida para
que seas mejor y más feliz.

Tu hermano y amigo para siempre.


P. Ángel Peña O.A.R.
Agustino recoleto

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Pueden leer todos los libros del autor en
www.libroscatolicos.org

38
BIBLIOGRAFÍA

A. Deboutte, Lutgarde d´Aywiéres, Dictionnaire de spiritualité, Paris, tomo IX,


1976.
D. Denuit, Les Dames d´Aywières, Bruxelles, Musin, 1976.
El texto original latino escrito por Thomás de Cantimpré se encuentra en Acta
sanctorum, tomo IV del 16 de junio.
Gertrudis de Helfta, El mensajero de la ternura divina, 2 tomos, Ed. Monte
Carmelo, Burgos, 2013.
Gertrudis de Helfta, Mensaje de la misericordia divina, Ed. BAC, Madrid, 1999.
Gertrude d´Helfta, Oeuvres spirituelles, Du Cerf, Paris, 1967.
H. Nimal, Vie de Sainte Lutgarde, honorée à Ittre en Brabant, Liège, Dessain,
1907.
Matilde de Hackeborn, Libro de la gracia especial, Ed. Monte Carmelo, Burgos,
2007.
Ortega Timoteo, Embajador de la divina piedad. Revelaciones de santa
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P. Jonquet, Sainte Lutgarde ou la Marguerite-Marie belge, Jette, 1907.
Thomás de Cantimpré, Vie de sainte Ludgarde, Ed. Presses universitaires de
Namur, 1991.
Rojo del Pozo Agustín, Santa Gertrudis, primera confidente del Sagrado
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Salamanca, 1930.
T. Merton, Quelles sont ces plaies? Vie d´une mystique cistercienne, Sainte
Lutgarde d´Aywières, Paris, Desclée de Brouwer, 2 edition, 1953.
Un padre benedictino, El heraldo del amor divino. Revelaciones de santa
Gertrudis, con las oraciones y ejercicios de la misma santa. Ed. Balmes,
Barcelona, 1945.
Villegas de, Bernardino, La esposa de Cristo, vida de santa Lutgarda, Murcia,
1635.

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