FRANK DUFF Por Hilde Firtel
FRANK DUFF Por Hilde Firtel
FRANK DUFF
Un hombre para nuestro tiempo
Traducción:
E. Alfred y J. Kellett, legionarios de María
Prefacio
Cuando nos encontramos junto a un edificio alto, no tenemos una visión real del
mismo. Necesitamos situarnos a una determinada distancia para reconocer su verdadero
tamaño y su dimensión exacta.
Algo similar puede decirse sobre hombres que marcan una época y son como señales
indicadoras para el futuro.
Si a pesar de todo esto asumo la tarea de escribir una biografía de Frank Duff, es
porque se me ha rogado hacerlo, primero por los miembros de lengua alemana de la Legión de
María, en vista de mi larga amistad con su fundador, y también por el Concilium Legionis con
sede en Dublín. Comprendo muy bien que este intento sólo puede ser una empresa preliminar,
que espero será seguida por otros muchos estudios.
Hilde Firtel
Frankfurt am Main
Introducción
Conocí a Hilde Firtel justamente después de la guerra, con motivo de su primera visita
a Dublín. Fui presentado a ella por Frank Duff, que se encontraba en la misma fiesta musical,
organi-zada por la Legión de María. Éste estaba entusiasmado por la reciente decisión de ella
de unirse al grupo de enviados legionarios. Esta excelente joven, de quien Frank comentaba
que podía ser tomada perfectamente por una irlandesa, iba a extender la Legión por Alemania.
Los lectores interesados tienen los detalles de su historia contados por ella misma. En este
libro pretende corresponder a lo que podría considerarse una deuda de honor.
Al igual que todos los que tuvimos contacto con este hombre extraordinario, ella
también se enriqueció; su vida cambió totalmente. Pienso que pocas personas de nuestro
tiempo tienen, como Frank Duff, el don de inspiración para elevar la vida de su interlocutor a un
nivel diferente y de abrirle horizontes todavía no soñados.
Recuerdo un encuentro con Frank para almorzar en Blackrock College, donde él había
estudiado de pequeño, cuando la conversación giró sobre Mariología. Yo había leído bastante
sobre el tema y he seguido haciéndolo desde entonces. Sin embargo, como le escribí más
tarde, esa noche sentí como si una venda que apretaba mi cabeza se rompiera y empezara a
pensar de una » forma libre, sin trabas, sobre María, como jamás lo había hecho
anteriormente.
Ésta es una historia emocionante que cuenta Hilde Firtel y que ya desde el principio
estuvo bajo el signo de María. Mientras el tiempo transcurría con el fermento inmenso de
idealismo y actividad que emanaba en torno a la personalidad de Frank Duff, el papel de María
fue más explícito y plenamente proclamado.
Podría decirse que comenzó una nueva era mañana en la Iglesia cuando el 7 de
septiembre de 1921 se celebró la primera reunión. Otro gigante del espíritu, mejor conocido
hasta entonces como filósofo, educador y líder nacional, el cardenal Desiré Mercier, había
lanzado un movimiento en defensa de la Mediación Universal de María. Ayudado por teólogos
y por especialistas competentes en Patrística, había solicitado a Roma un oficio y misa de
María Medianera de todas las Gracias. Publicó una documentada carta pastoral sobre el
particular, con la cual se unió al ideal de una verdadera devoción a María del Beato (aún lo era
entonces) Luis María Grignion de Montfort. El cardenal Mercier ya había escrito a los obispos
de la Iglesia Católica urgiéndoles a aprovecharse de la aprobación dada por Roma y pedir el
oficio y misa para sus diócesis, teniendo cientos de contestaciones favorables.
Algunos santos canonizados en estos años estaban en esta línea, lo cual animaba la
piedad mañana. Por ello, la santa de la Medalla Milagrosa, Catalina Labouré, tenía
forzosamente que influir en todos los devotos de María, especialmente en los miembros de la
Legión de María. Y más aún, la canonización en el mismo año 1947 de San Luis María
Grignion de Montfort. Aquí se encuentra la inspiración de la Legión aclamada públicamente,
exaltada y aprobada por la Iglesia. No es que yo mantenga que la canonización implique la
aprobación de cada punto de enseñanza en los escritos del nuevo santo. San Pío X tuvo ya
intuición de la Legión de María, como la tuvo San Antonio María Claret.
Ése era el panorama en la Iglesia con respecto al trabajo de toda la vida de Frank
Duff.
En un aspecto tuvo desde el primer momento un sincero estímulo en los más altos
niveles de la Iglesia. Desde el día en que Pío XI le recibió hasta el momento en que fue invitado
a asistir a la misa celebrada por Juan Pablo II en su capilla privada y después a desayunar con
él, disfrutó de lo que para un fundador de una asociación seglar bien pudo considerarse como
un apoyo papal único, no solamente en Roma, donde Pío XII le recibió, y desde donde Juan
XXIII y Pablo VI le enviaron mensajes de aliento y protección, sino también en las Nunciaturas
y Delegaciones Apostólicas de todo el mundo.
Esto fue una cadena de apoyo organizado. En los primeros días críticos, su defensor
más leal en Dublín fue el arzobispo Paschal Robinson, OFM, primer nuncio del Gobierno
irlandés desde el siglo XVII, y el italiano Rinnucini, enviado a la Confederación de Kilkenny. El
Dr. Robinson frecuentemente invitaba a Frank a su mesa en la Nunciatura en Phoenix Park,
cuando tenía con él a distinguidos eclesiásticos extranjeros. Era una ocasión para introducir el
tema de la Legión, explicarla, contestar a las objeciones que algunas veces se hacían y ejercer
ese atractivo de su personalidad, al cual ya me he referido.
Uno tras otro, los enviados legionarios han podido contar alguna historia notable sobre
los medios eficaces y generosos utilizados por los representantes del Papa para ayudar a la
extensión de la Legión. No sería oportuno mencionar nombres, pero nadie objetará si yo
menciono el inmenso prestigio que Alfie Lambe (cuya biografía ha escrito también Miss Firtel)
consiguió en el mundo de América Latina. El otro caso que viene a mi mente tuvo
repercusiones por todo el mundo debido al logro de sus éxitos. El arzobispo Riberi, que fue
anteriormente Secretario de la Nunciatura en Dublín, había sido testigo admirador del trabajo
de Edel Quinn en el Este de África, donde estaba él como Delegado Apostólico. Nombrado
Pronuncio en China poco antes de que la guerra adquiriera efectos devastadores en aquel
país, propuso la Legión como un instrumento ideal para la evangelización. Como muchos
saben, encontró un aliado providencial en el P. Aedan McGrath, de los Padres Columbanos. La
historia heroica terminó para muchos de los chinos en "sangre de mártires", la que esperamos
será semilla de cristianos. Para el P. McGrath no llegó ese extremo, ya que no era un
ciudadano nativo, pero supuso un largo encarcelamiento, del cual, afortunadamente para otros
países del lejano Oriente, salió aún más resuelto, convencido e indomable.
Podía haber sido una tentación para una nueva asociación seglar en un país europeo
dejar las misiones a los misioneros, pero Frank Duff nunca se asustaba ante las grandes
empresas. Con intuición y rapidez fue mandando enviados, mensajeros dispersos de la Buena
Nueva, con resultados sorprendentes, como conocen aquellos que han seguido la historia de la
Legión en Asia, África y América Latina. Es sabido que hay muchos sitios lejanos en el mapa
del mundo donde Irlanda evoca una sola palabra: la Legión de María. Éste ha sido el único
movimiento verdadero, lanzado desde nuestro país.
Una vez tuve un claro ejemplo de esto. Estaba hablando con algunos franciscanos
americanos que preparaban una revista especial sobre Frank. Como cosa curiosa, les enseñé
algunas cartas escritas por él a Alfonso Lambe. Abiertas al azar, comprobaron que estaban
relacionadas con la posibilidad de la extensión de la Legión en las Islas Malvinas
(FalklandIslands). Nos impresionó a todos, ya que la guerra de las Malvinas acababa de ser
noticia entonces. No es de extrañar que la gente estuviera impresionada por el conocimiento
que tenía Frank de la geografía; los lugares en el mapa tenían para él significado en términos
del trabajo al que había dedicado su existencia.
Fue la suya una vida larga, sorprendente. Sobrevivió a dos atentados personales con
armas mortales en sus últimos años, uno de los cuales le dejó bañado en sangre,
manteniéndose, sin embargo, inalterable debido a que no daba importancia a su vida.
Necesitaba dormir; hay quien no lo necesita tanto, pero él, necesitándolo, en muchas
ocasiones trabajaba hasta bien entrada la noche. En una ocasión dijo que a veces había
estado trabajando hasta las cuatro de la mañana, sin tener tiempo para rezar el Breviario, su
costumbre de toda la vida (el viejo Breviario en latín), que le suponía más de una hora. En tales
ocasiones recitaba todo el Oficio del día antes de descansar.
Sí, era un hombre extraordinario, una mente aguda y lúcida, con habilidad para
discernir situaciones con precisión, escogiendo el punto neurálgico donde el esfuerzo obtendría
un resultado óptimo. Pensemos en el movimiento Patricio, en la Peregrínatio, sin mencionar el
"hostel system", lo que fue el éxito y base inicial de toda la estructura de la organización.
¿Quién dijo: "Las ideas sin práctica son estériles; la práctica sin ideas es ciega"? Esto encaja
con la vida sobre la que estoy reflexionando.
En verdad, este hombre tenía una visión profunda y una sabiduría singular para
conocer cómo esa visión profunda debía realizarse con eficacia; entonces nacían en él la
actividad, el esfuerzo y la tenacidad. Nunca cedió. Llegó fielmente hasta el final del camino.
Podría encontrarse con obstáculos insuperables, como ocurrió con la Sociedad Mercier, que
fue un golpe de fuerza espiritual extraordinario, la primera asociación ecuménica en Irlanda
desde la Reforma, y la Sociedad del Pilar de Fuego fundada en una época en que los judíos se
alegraban en todas partes del apoyo fraternal, también condenadas a encontrarse con
impedimentos eclesiásticos. Pero Frank estaba dispuesto a reanudar la marcha allí donde se
había visto obligado a detenerse. Aunque podía ser agrio en las críticas, la confianza en sí
mismo era creativa y constructiva.
¿Era un santo? Ciertamente no era una estatua de yeso, ni un San José, aunque
oraba muchísimo. Era duro, terriblemente duro, no un tipo violento, pero viril en el sentido más
propio de la pala bra. Yo le oí decir con satisfacción que una vez un marinero borracho le
amenazó con un cuchillo a la puerta de la residencia "Estrella de la Mañana". Pero "yo tenía un
manojo de llaves en mi mano; me adelanté y, dándole un golpe en la boca, le tumbé". No creo
que esto figure en el análisis de su virtud en los preliminares de una posible beatificación; ni
tampoco otro incidente cuya narración comentó con esta observación: "Ahora no se leerá esta
clase de hechos en la vida de los santos".
En una ocasión un funcionario amenazó con apropiarse de la casa que Frank había
obtenido de Mr. Cosgrave, Ministro del Gobierno Local y Presidente del Consejo Ejecutivo, en
cuyo distrito está situada la residencia de Santa María. La réplica de Frank fue que él
organizaría la mayor campaña antideshaucio en la historia de Irlanda, ocupando la residencia
él mismo, así como otros legionarios y los residentes. Usarían todas las armas disponibles y
serían sacados y arrastrados de la residencia gritando; él, como el capitán de un barco, sería el
último en salir. No se volvió a oír nada más sobre la amenaza.
¿Tenía faltas? Desde luego tenía genio, pero él probablemente diría que era
solamente un incidente de enfado justificado, una de las debilidades humanas.
Había tenido una vida fascinante. Era de una voluntad férrea y posiblemente algunas
veces tuviera mucho amor propio, pero sin esa fuerza de voluntad su trabajo habría fracasado
una y otra vez bajo diversos ataques. En todo ser humano se pueden comprender algunos
defectos dentro de sus virtudes. Para mí las virtudes de Frank llegaban al nivel de la
heroicidad. Fue un amigo maravilloso, leal, delicado cuando se necesitaba una solución
sensata, dispuesto a luchar por aquellos que quería. A un amigo muy querido, a quien dio una
copia del "Knight" de Rembrandt, dijo en cierta ocasión: "Tú sabes que soy un luchador". Era la
pura verdad. Nunca deponía las armas en el fragor del combate y sabía que le aguardaba,
indestructible, la corona de la victoria.
Como todos los luchadores, tenía momentos de reposo en los que su aspecto era
atractivo. Sean O'Sullivan captó algo de esto en su dibujo, como también de la vivacidad
intensa que tenía.
Frank era una persona de gran sencillez. No era tonto; sabía que pertenecía a estos
tiempos. Era consciente de que había conseguido personalmente un cambio enorme en la
mentalidad de los católicos seglares, así como en la de la Jerarquía hacia ellos. Su voluminosa
correspondencia es única en la historia de Irlanda. Jamás un trabajo tan monumental sobre la
teología católica podría aparecer sin un artículo sobre el laicado porque, como alguien dijo con
gracia, el laicado no existía cuando su voluminoso trabajo estaba siendo planeado.
Si el Concilio Vaticano II pudo emitir un decreto sobre el Apostolado seglar, algo que
nunca se había pensado en los Concilios anteriores, si los auditores laicos tenían un sitio en el
Concilio, si, en una palabra, se ha reconocido que Pablo hablaba al laicado cuando dijo:
"Vosotros sois el Cuerpo de Cristo, es decir, la Iglesia", la intuición de Frank quedó justificada
ampliamente; sus iniciativas demostraron ser altamente beneficiosas para toda la Comunidad
cristiana y también para el género humano. Fue el promotor de una vigorosa revolución.
Me dijo una vez: "Sé que he sido un canal de grandes cosas". Lo dijo de una forma
casual. A un amigo mío que le reprochó ser demasiado crítico, él admitió que, de haber sido fiel
a todas las gracias que había recibido, podría haber sido otro San Bernardo. Ésa es la clase de
autocrítica que se encuentra en la vida de los predestinados. Él había sido fiel.
No volveremos a ver a nadie semejante a él. Pero qué gran suerte haberlo conocido,
haber disfrutado de su compañía y verle, por fin, recibiendo el honor que merecía, aunque su
ciudad natal no le concediera su "Freedom" (equivalente a dar las llaves de una ciudad) a su
ciudadano más ilustre. Sí, nadie es profeta en su tierra. Dios lo hizo y tiró el molde.
En ningún país europeo, quizá con la excepción de Polonia, está tan fuertemente
unido el patriotismo con el sentimiento religioso como lo está en Irlanda. Esto posiblemente se
debe a la opresión de la vecina Inglaterra, que fue dirigida tanto contra la fe católica como
contra la independencia política. Fuera de Irlanda poco se sabe sobre la clase de
discriminación a que los católicos irlandeses fueron sometidos durante siglos. Las leyes
penales promulgadas desde el siglo XVI al XVIII decretaron, entre otras cosas, que los
católicos no tuvieran franquicia alguna, ni derecho a participar en el Parlamento. No les era
permitido acceder a la Universidad y estaban excluidos de las profesiones y del comercio.
Cuando un miembro de una familia católica abrazaba la fe protestante, todas las posesiones
familiares eran para él. Sólo al final del siglo XVIII estas leyes fueron mitigadas, pero la
opresión no cesó realmente.
Desde luego había irlandeses que veían en la Corona británica la autoridad dada por
Dios, a la cual los cristianos debían obediencia y lealtad. Pero en cualquier dirección que se
inclinasen los habitantes de Irlanda, el amor apasionado por su país era común a todos ellos.
Éste era el caso de una pareja joven que se casó en Dublín el año 1888. John Duff,
considerado "el hombre más agraciado de Dublín", condujo a Letitia Susan Freehill al altar.
Ambos procedían de Trim, a unas 25 millas al norte de Dublín. John Duff era un funcionario del
Estado, al igual que Letitia o Letty, como la llamaban. Su padre había sido director de un
colegio en Trim, el primer irlandés que había sido autorizado para ocupar ese puesto. Ella
también había sido la primera mujer irlandesa admitida al examen con el que podía ingresar en
el Servicio Civil, que hacía poco tiempo había sido abierto al sexo femenino. Al principio fue
destinada a Londres, donde trabajó varios años. Cuando esta carrera se abrió a las mujeres en
Irlanda, solicitó el traslado. Sin embargo, después de su matrimonio, la joven tuvo que dejar el
trabajo. El 7 de junio de 1889 nació su primer hijo, que dos días más tarde recibió en el
bautismo el nombre de Francisco Miguel. Fue concretamente el domingo de Pentecostés, la
fiesta solemne del Espíritu Santo. ¿Podemos ver en esta fecha un presagio de la destacada
influencia que iba a tener el Espíritu Santo en la vida de este niño?
Letty tuvo seis hijos más, de los que dos murieron de pequeños. Cuatro crecieron con
Frank: su hermano John y sus hermanas Isabel, Ailis y Sara Geraldine. Componían una familia
muy feliz; había entre ellos una gran unión y un estrecho cariño. Los padres dieron a sus hijos,
desde el principio, el ejemplo de una fe fuerte y alegre. No conocemos mucho más sobre la
niñez de Frank. Él se lamentaba después de que siendo el superviviente mayor de la familia no
pudiera preguntar a nadie acerca de cómo habían sucedido ciertos acontecimientos singulares.
Frank fue un niño vivo y alegre, con una fuerte afición a los deportes. Al principio
asistió a un colegio de enseñanza básica dirigido por unas religiosas. Cuando la familia se
trasladó a otra zona de la ciudad, asistió algunos años a Belvedere, un colegio de jesuítas
ubicado cerca de donde vivían. Finalmente le enviaron al colegio Blackrock, un centro de
enseñanza secundaria, del cual salieron numerosas personalidades, entre ellas el Presidente
de Valera.
Frank pasó todos los grados con distinciones y ganó varios premios, uno de ellos
relacionado con el idioma irlandés, que había sido abandonado y casi olvidado a través de los
siglos. Sólo se hablaba en algunas regiones del oeste y suroeste de Irlanda. Frank se
entusiasmó fácilmente con el movimiento comprometido por resucitar el idioma y pronto
adquirió un excelente conocimiento del mismo.
A los diecinueve años el joven Frank terminó sus estudios en Blackrock también con
distinción. Después solicitó un puesto en el Servicio Público del Estado, decisión natural a la
vista de la tradición familiar. Para ello tenía que pasar un examen; resultado: ganó la plaza en
una reñida oposición nacional.
Frank era de una estatura mediana, algo delgado, pero de una gran fuerza muscular.
Esto, años más tarde, sorprendió a más de un desafiante que creyó que podía vencer
fácilmente a este hombre menudo.
Sus ojos grises tenían algunas veces una expresión picaresca, mostrando un peculiar
sentido del humor. Gozaba riéndose y siempre sabía ver el lado gracioso de cada situación.
También le gustaba hacer travesuras y gastar bromas, pero sin ofender a nadie.
Para Frank Duff no era normal iniciar el día sin la comunión. Más adelante, en su vida,
solía asistir a dos misas diarias. Pero se sintió impulsado a hacer aún más. En 1913, a sus
veinticuatro años, decidió rezar el Oficio Divino diariamente. Esta oración era entonces mucho
más larga de lo que lo es actualmente. Se rezaba en latín y no había traducciones. Se solía
tardar en rezarlo completamente una hora y media.
En una ocasión un sacerdote preguntó a Frank a qué atribuía las grandes gracias y
éxitos que había recibido a través de su larga vida; éste le contestó: "Al hecho de que no he
dejado un solo día de rezar el Breviario".
Un año después de tomar esta decisión, fue por primera vez a Lough Derg, conocido
como el "Purgatorio de San Patricio". Es una peregrinación penitencial de tres días de duración,
probablemente única en el mundo. Los ejercicios penitenciales comienzan con un período de
ayuno. Más tarde el peregrino come solamente pan negro y duro con té sin leche. Hay una
vigilia durante la primera noche; en la segunda, los participantes duermen sobre una tabla rasa.
Entretanto hay oración y meditación; el Rosario y el Vía Crucis se rezan varias veces durante el
día y en las vueltas que dan sobre la piedra penitencial ("beds") deben ir descalzos.
A partir de entonces Frank siguió yendo a Lough Derg durante cuarenta y nueve años,
aprovechando la fiesta que celebran los bancos en el mes de agosto, hasta que su enfermedad
se lo impidió. No le fue fácil: "Cada año le gustaba menos", escribió más tarde a un amigo.
Entre los miembros figuraban personalidades destacadas. Las reuniones eran muy
activas y animadas. Frank quedó impresionado por el ambiente de las mismas y pronto fue uno
de los miembros más entusiastas.
3
Un apostolado muy especial
Un día, la Conferencia de San Vicente de Paúl, a la que pertenecía Frank, recibió una
carta de un tal Tom Macabe, amigo del padre de Frank y miembro entusiasta de la Asociación,
en la que reprochaba a los hermanos por tolerar tal nido de proselitismo en la vecindad sin
hacer nada al respecto. En la calle Whitefriars, a las seis y media, cada domingo se ofrecía un
desayuno gratis, seguido de un servicio protestante. El Presidente, de nombre Lennon, pidió
voluntarios para investigar el asunto y Frank se ofreció. Él y Lennon acordaron encontrarse el
domingo siguiente e investigar la situación. Frank no se dio cuenta en esta ocasión del
compromiso en que se estaba metiendo, que fue considerable.
El domingo siguiente resultó un día muy frío. A las 7,30 de la mañana nuestros dos
héroes llegaron al lugar y tomaron posiciones. Pronto aparecieron los primeros invitados:
personas muy pobres, pálidas y andrajosas. Mientras el compañero de Frank comenzó una
conversación con una de ellas, él contaba las que entraban. Entonces una mujer se le acercó y
le dijo: "Mr. Duff' (debía ser ya alguien muy conocido en Dublín). Él no la conocía. Ella
prosiguió: "Si desea emprender alguna iniciativa en este asunto, debería hablar con Mr.
Gabbett, que está ahí de pie".
Frank vio a un hombre alto y fuerte con un bigote tupido y el cuello del abrigo subido,
que le pareció imponente, casi inabordable. Con respecto a la pregunta de Frank, primero le
miró fijamente y a continuación le comentó que no podía soportar más estos hechos y que
había decidido abrir una contrainstitución el domingo siguiente. "Eso es maravilloso, exclamó
Frank. Precisamente estábamos buscando una posibilidad en esa línea. Naturalmente no
pensamos en ninguna competencia; nos gustaría ayudarle".
Mientras Gabbett refunfuñaba algo, el compañero de Frank volvió e informó que
acababan de recibir permiso del Director de la Escuela, al otro lado de la calle, para usar unos
locales con tal objetivo. Cuando él oyó que Mr. Gabbett tenía el mismo plan, le ofreció en
nombre de la Asociación de San Vicente de Paúl hacerse cargo de los gastos. El otro contestó:
"Gracias, puedo hacerlo solo". Era sorprendente puesto que se trataba de un sencillo zapatero,
sin gran capacidad económica, pero realmemente tenía su orgullo. "¿Podemos, por lo menos,
ayudarle en el trabajo?", le preguntaron. Después de una cierta vacilación, Gabbett asintió.
Frank trabajaba en su oficina del Servicio del Estado hasta las cinco de la tarde.
Después visitaba casi todos los días los hogares atendidos por la Conferencia de San Vicente
de Paúl. Cuando se hacía demasiado tarde y no podía llamar a la puerta de extraños, iba a ver
a Gabbett que, como se ha dicho antes, era zapatero, especializado en hacer botas para los
oficíales, que en aquellos tiempos era una artesanía. Aun a horas avanzadas estaba
trabajando; y mientras la bota se confeccionaba bajo sus hábiles manos, hablaba sin
interrupción y siempre sobre temas religiosos. Gabbett pertenecía a la Asociación "Pioneros de
abstinencia total", cuyos miembros por amor a Cristo y en expiación por el vicio del alcoholismo
se comprometían a la abstinencia de bebidas alcohólicas durante toda su vida, llevando un
pequeño distintivo como signo de su pertenencia a la Asociación. Gabbett conquistó para esta
idea a su joven amigo. Cuando evolucionó más tarde su consejero, Frank se mantuvo fiel a su
promesa durante toda su vida.
Gabbett apenas escribía su nombre, pero era capaz de leer y estaba muy contento
porque Frank le regalaba con frecuencia libros religiosos. Las habitaciones donde se daban los
desayunos estaban vacías durante la semana, lo que era una pena. Portante los dos amigos
iniciaron toda clase de actividades con el fin de aprovechar los locales a otras horas. Frank
daba clases de catecismo para chicos y hombres. Pronto reclutó mujeres y chicas para dar
instrucción religiosa a colegiales.
Entre todos los enseres y cachivaches había una imagen en color y de yeso de la
Mediadora de todas las gracias. Frank volvería a encontrarse con esa imagen otra vez.
4
El loco del barrio
Si seguimos la vida de Frank Duff desde sus comienzos, podemos contemplar con
admiración cómo la Divina Providencia le conducía y preparaba, paso a paso, para su gran
misión. Hemos visto cómo el joven funcionario del Estado pudo esforzarse para procurar su
santificación personal como requisito previo para cualquier actividad apostólica fructífera y
cómo el rezo cotidiano del Breviario dio estabilidad a su esfuerzo. Hemos visto, además, cómo
en la rama entusiasta de la asociación de San Vicente de Paúl en Dublín encontró el marco
adecuado que le enseñó el valor de un grupo con una constante actividad organizada. Todavía
tenía que aprender a vencer el respeto humano y a no dejarse desviar ni por las burlas, ni por
la violencia del camino que le conducía a su meta deseada.
Una vez que Gabbett se incorporó al ejército y dejó a su amigo solo, el lugar donde se
servían los desayunos se cerró lamentablemente y los asistentes volvieron otra vez al local de
la otra acera. Frank encontró esto intolerable y decidió continuar interrumpiendo la entrada al
lugar citado. Cada domingo paseaba de arriba abajo delante del local, rosario en mano. Si
alguien quería entrar, él se acercaba y cortésmente le explicaba que hacía mal. La respuesta
era casi siempre la misma: "Tengo hambre". La mayoría de las veces la contestación era dada
en un tono amistoso, pero en otras era desagradable y ordinaria. El asunto le causó una
inquietud profunda.
Entonces se enteró de que no muy lejos del sitio de sus esfuerzos había una cocina
pública dirigida por un sacerdote donde daban sopa y ofrecían comidas baratas durante la
semana, excepto los domingos. Frank se puso en contacto con el sacerdote y le convenció de
la necesidad de abrir la cocina los domingos. El sacerdote se comprometió a dar un desayuno
por tres peniques. Actualmente poco se puede comprar por esa cantidad, pero en aquella
época la cifra sí contaba, y Frank se comprometió a pagar la cuenta cada semana. Volvió a su
puesto en Whitefriars Street y entregaba a cada persona que quería ir a la otra parte una tarjeta
con las iniciales de su nombre, la cual le daba derecho a tener un desayuno gratis en la cocina
mencionada.
Cierto día un sacerdote vino con un grupo de jovencitas de una iglesia cercana, señaló
a Frank y dijo en un tono suficientemente alto para que le oyera: "Solamente quería enseñaros
al loco del barrio". Las chicas se rieron con signos de burla. Pero una de ellas, que era
inteligente, conociendo a Shakespeare, contestó con las palabras de Polonio a Hamlet: "Hay
método en su locura; al final el lugar se cerrará". Esta chica era Emma Colgan. Años más tarde
desempeñó un papel importante en la Legión. Al final se vio que Emma estaba en lo cierto.
Por entonces falleció el padre de Frank. Siendo el hijo mayor, tenía un deber especial
de ayudar a su familia. La factura semanal de los desayunos resultaba demasiado gravosa
para él. Como último recurso acudió a las Conferencias de San Vicente que acor-daron pagar
la cuenta en el futuro. Y no solamente eso, sino que un hombre estupendo, llamado Tom
Fallón, que iba a desempeñar un papel importante en la vida de Frank, se ofreció a ayudarle, lo
que Frank aceptó agradecido.
En adelante hubo nuevos voluntarios cada semana. Al final, el local se cerró, pero
habrían pasado seis años y medio desde la primera intervención de Frank. No merecía la pena
mantenerlo abierto porque el número de asistentes seguía disminuyendo. Los responsables no
abandonaron tan fácilmente su proyecto. Al otro lado de la ciudad había otro sitio similar, el
"Metropolitan Hall", y decidieron ir allí. Evidentemente, algún pajarito debió decir algo a los
hermanos de la asociación de San Vicente de Paúl sobre este plan, porque cuando el segundo
domingo el nuevo local abrió sus puertas, los leales boicoteadores ya estaban allí tratando de
con-vencer a los asistentes de no traicionar su fe por un desayuno.
Poco después Frank encontró nuevas tareas que le impidieron seguir el boicot, pero
otros ocuparon su lugar, semana tras semana, año tras año, hasta que el último de estos sitios
cerró sus puertas. En conjunto el boicot duró más de dieciséis años. La locura había
demostrado ser un sistema válido.
5
Actividad de grupo
Por ese tiempo Frank Duff fue nombrado por dicha asociación su representante en el
Comité de Señoras. Este Comité se reunía mensualmente para organizar varias actividades,
siendo una de ellas la Sociedad del Sagrado Corazón de los Pioneros de la Abstinencia Total,
a la que él también pertenecía.
Durante algún tiempo Frank se había fijado en una mujer de mediana edad, que todos
los días, a la hora del almuerzo, iba al convento de María Reparadora en la plaza Merrion. Su
evidente piedad le impresionó. Un día se acercó a ella y la invitó a unirse al grupo. Ella aceptó
y se presentó a Frank como la señora Isabel Kírwan. Bajo su dirección un grupo de chicas se
reunía mensual-mente en Myra House para explicar la idea de los Pioneros y otras actividades
a personas interesadas. Además de ella, asistían también otros miembros de la asociación de
San Vicente de Paúl y algunas chicas que anteriormente habían ayudado a servir comidas a
los niños.
Un joven sacerdote entusiasta, el P. Miguel Toher, era director espiritual del grupo. Era
también el director de la Conferencia de San Patricio, de la cual Frank Duff era miembro.
Pronto una amistad profunda creció entre él y el joven sacerdote. Ahora se decidió establecer
una firme estructura para las reuniones del grupo. Después de las oraciones preliminares,
tomadas de la Sociedad de San Vicente de Paúl, se rezaba el Rosario. Seguidamente se hacía
una lectura espiritual y se leía el acta de la reunión anterior. Principalmente era sobre el tema
de los Pioneros y otras actividades que eran rápidamente solucionadas, y a cada asistente se
le pedía dar cuenta del trabajo que había realizado en el servicio del Señor durante el mes
anterior.
En 1919 el viejo amigo de Frank, Gabbett, volvió de Inglaterra. Había hecho una
excelente labor apostólica dentro del Ejército. Organizó actos religiosos para los soldados
católicos que habían vuelto a la fe después de haber dejado de practicarla, y había con-
seguido alguna conversión a la Iglesia Católica.
Pero lo más sorprendente fue que él llegó a perder su entusiasmo; no sólo había
dejado toda actividad apostólica, sino que habiendo sido quien conquistó a Frank para los
Pioneros, había roto su promesa y había empezado a beber. Frank estaba muy apenado. Para
cualquier persona del carácter de Frank Duff que contra viento y marea se mantenía en su
camino, una vez que sabía que era la senda correcta, tal comportamiento era incomprensible.
"¿Qué puedo hacer con él?", dijo a dos amigos de la asociación de San Vicente, con quienes
se había desahogado. "Llevarle al Mount Melleray", le aconsejaron. Era una abadía cis-
terciense a unas 70 millas de Dublín, situada en un lugar privilegiado de la naturaleza que abría
sus puertas a visitantes ofreciéndoles la oportunidad de participar en la vida de los monjes.
Además, tenía fama de curar a los alcohólicos. Frank había sido siempre un devoto admirador
de San Bernardo, fundador de los Cistercienses; así que gustosamente siguió su consejo. No
se vio defraudado. Gabbett se animó al encontrar de nuevo el camino de la sobriedad.
Por las tardes Frank iba a Myra House, donde siempre encontraba algo que hacer, ya
que, como la mayoría de las habitaciones habían sido arregladas y renovadas, había
actividades por todas partes. Casi no pasaba un día sin que hubiera reuniones o conferencias
de alguna clase.
Una tarde Frank entró en una habitación en la que un hombre lleno de entusiasmo
estaba recomendando a sus oyentes un libro. Frank, siempre interesado en los libros, se
detuvo para escuchar. No conocía al autor, Luis María Grignion de Montfort, ni su obra. La
discusión no le impresionó y pronto se olvidó de todo ello.
A Frank le encantaba leer. Cabe preguntarse cómo con el agobio de sus actividades
profesionales, además de las apostólicas, encontraba tiempo para leer, pero era ciertamente
un lector muy erudito. Estaba muy impuesto en literatura inglesa; siempre tenía citas en la
punta de la lengua. Una de sus amigas cuenta que en una ocasión se tomó una tarde libre para
leerle el poema de Coleridge El viejo marinero, que le encantaba y que ella desconocía. Por
eso no es de extrañar que fuese un cliente asiduo en las numerosas librerías y puestos de
ocasión que en aquellos tiempos había en Dublín.
Grignion enseña que Cristo vino al mundo a través de María, y que Él actúa a través
de Ella, es decir, que Él nace en el alma de cada uno por María y crece a través de Ella. Y
como se dice en el Credo, esto siempre es obra del Espíritu Santo. Él se entrega totalmente a
María, en la que ha depositado todos sus poderes espirituales y temporales, hace todo con
Ella, en Ella y por Ella; por tanto la ha colocado en el mismo torrente de la divina gracia. Frank
encontró el libro exagerado y aun absurdo, y lo colocó en su estantería pensando no abrirlo
nunca más.
Frank estimaba mucho a Tom Fallón y le obedeció con el mismo resultado que la
primera vez. En un encuentro posterior Tom le preguntó de nuevo: "¿Has leído otra vez el
libro?". "Sí, aún lo veo exagerado". Tom no cedió. Cada vez que se encontraban, volvía sobre
el asunto.
Muchos años después, Frank escribió: "No recuerdo con qué frecuencia me repitió la
pregunta, pero debió ser una media docena de veces".
Un día Frank tuvo una inspiración súbita, que sólo podía ser considerada como una
gracia especial de Dios. Quedó impresionado ante la captación de que este libro enseñaba la
verdad y que toda su ciega ignorancia al respecto había sido culpa suya; le faltaba
conocimiento sobre Nuestra Señora y comprender el papel que Ella tiene en el proceso de la
salvación.
El libro tiene unas 300 páginas y en aquel entonces estaba agotado; probablemente
no era posible encontrarlo en otro sitio fuera del monasterio. Por eso, Frank decidió copiarlo, lo
cual también era típico suyo. Cada jomada escribía hasta altas horas de la noche. De esta
forma el contenido del libro quedaba impreso en su mente con mucha más eficacia que si sólo
lo hubiera leído. Frank comprendió entonces lo que María deseaba referirle. Más tarde expresó
las gracias al autor por poder citar un pasaje de su trabajo en el Manual de la Legión.
Se fijó una reunión especial para la que fueron citadas e invitadas todas las personas
interesadas en el tema. No es posible precisar exactamente cuándo se celebró esta reunión;
probablemente fue en el mes de agosto de 1921. Se empleó la tarde entera en discutir y
explicar la doctrina del beato Luis María Grignion de Montfort (no había sido aún canonizado).
Cuando los participantes se separaron, todos estaban interiormente dispuestos a adoptar la
Verdadera Devoción. Más tarde uno de los participantes escribió: "Fue como si se estableciera
un contacto eléctrico y sucediera algo".
Muy pronto sucedió de verdad algo muy importante y decisivo: La chispa había
prendido en el corazón.
7
Siete de septiembre de 1921
Después del Ángelus, cuando los miembros de la Asociación estaban tomando el té,
alguien preguntó: "¿No podrían las chicas visitar regularmente la sala de las mujeres y los
hermanos ir a la de los hombres?". La proposición fue aprobada por todos.
La siguiente pregunta fue: "¿Con quién podemos contar?". Seis chicas se ofrecieron.
"¿Cuándo nos podemos reunir?". El miércoles siguiente pareció el día más adecuado y se
acordó reunirse a las 8 de la tarde. "Traten de traer algunos amigos", se comentó. La señora
Kirwan estuvo de acuerdo en aceptar la presidencia del nuevo grupo. El P. Toher, siempre útil y
bondadoso, iba a ser el director espiritual.
Cuando los participantes aparecieron aquel miércoles, habían hecho todo el esfuerzo
posible para reclutar amigos, y allí estaban quince personas. Todos se vieron sorprendidos al
encontrar un pequeño altar con Nuestra Señora sobre la mesa. La imagen de la Mediadora
estaba entre las cosas que Frank había conseguido de Gabbett cuando éste dejó su casa para
enrolarse en el ejército. Durante años había estado arrinconada e ignorada en Myra House,
pero ahora estaba colocada sobre un paño blanco en la mesa entre dos jarrones con flores y
dos velas, una a cada lado. Ninguno de ellos, ni siquiera Frank, sospechó en aquel momento lo
que esto iba a significar; solamente la Virgen María lo sabía. Durante mucho tiempo no se supo
quien tuvo aquella Idea acerca de la imagen; más tarde se llegó a saber que había sido Alice
Keogh, una chica que posteriormente se hizo religiosa.
Los miembros acordaron visitar a las pacientes como si realmente fuera Nuestra
Señora la que hacía la visita, y ver a su divino Hijo en cada una de aquellas personas. Cuando
se distribuían los trabajos casi rivalizaban, porque todas querían ir a la sala del cáncer. Frank
aguzó el oído. Normalmente la gente trata de evitar los trabajos difíciles y desagradables, pero
aquí era todo lo contrario, a pesar de ser chicas jóvenes y por lo general sin experiencia. La
única que había llegado a una edad madura era la señora Kirwan, persona muy estricta con las
jóvenes a su cargo, a la que, sin embargo, respetaban y querían. Muy pobre, ciertamente la
más pobre de todas, parecía estar dedicada sólo a Dios. Fue ella quien en seguida introdujo la
costumbre de leer en alta voz, una vez al mes, las cuatro Ordenanzas fijas, fundamentales del
trabajo en el nuevo movimiento.
Varios años después se pensó en la necesidad de que hubiera constancia por escrito
sobre el movimiento, que crecía considerablemente. La fecha de la fundación había que darla,
pero nadie la recordaba. ¿Cuándo fue? Los miembros se preguntaban unos a otros. Fue en
1921, pero ¿qué mes? Debió haber sido a principios de septiembre. Finalmente consultaron el
viejo libro de actas que Frank había guardado prudentemente. La fecha de la primera reunión
fue el 7 de septiembre. Alguien comentó: "¡Qué penal! El día 8 hubiera sido más a propósito: la
Natividad de María y el comienzo de su Legión". Mientras tanto el movimiento había adoptado
este nombre. Pero Frank miraba más lejos. Él tenía una experiencia litúrgica puesto que rezaba
el Breviario cada día y poseía un don especial para detectar conexiones que sólo pueden ser
explicadas en perspectiva y nivel sobrenatural.
En la segunda reunión Frank Duff dijo: "Todo marchó como un reloj". Los informes
fueron más entusiastas. Las pobres pacientes del hospital de La Unión se sentían felices con
las visitas y frecuentemente expresaban su gratitud con elocuentes y emocionadas palabras. El
libro de actas recoge que cada semana nuevos miembros se unían al grupo. Sólo unos meses
después de la fundación ya pudo constatarse que alrededor de unas setenta hermanas habían
estado presentes y habían participado.
Frank tomaba parte en todas las reuniones. Con una especie de luz interior veía que
algo estaba creciendo como nunca había conocido. Era consciente de que Nuestra Señora
había tomado la dirección y que era Ella quien dirigía el pequeño grupo. De igual modo veía
que tanto a él como a los demás socios se les exigía una entrega completa e incondicional.
Un día, como tres meses después de que el nuevo movimiento comenzara, hablando
sobre el futuro del mismo, Frank predijo que este movimiento se extendería por todo el mundo.
Esta afirmación provocó una sonora risa a carcajadas entre los que estaban reunidos. Más
adelante Frank diría: "Así pensaban de mi, talento profético".
Mucho tiempo antes de que el grupo se formase, Frank había pensado seriamente
sobre la situación angustiosa de las chicas de la calle en Dublín y lo que él podría hacer.
Unos nueve meses después del comienzo de su grupo apostólico, Frank recibió una
carta de una monja conocida. Había encontrado dos señoras de mediana edad que parecían
bien dispuestas para el trabajo apostólico y deseaba que trabajasen con él. Ambas eran
entusiastas de las misiones en el extranjero. Se habían ofrecido a una institución misionera,
pero la respuesta había sido: "Demasiado mayores". Habían estado haciendo planes de cómo
ayudar a las misiones de otra forma. Así que cuando Frank les habló de su idea de organizar
una casa de alojamiento para chicas descarriadas, se entusiasmaron y dijeron que les gustaría
vivir en esa casa y cuidar de las huéspedes. En el primer grupo de la Legión había ya
demasiados miembros y como también había diversidad de trabajos, hubo que formar una
segunda rama.
La planta joven tenía su primer brote. Entonces Nuestra Señora tomó otra vez las
riendas en sus manos. El nuevo grupo se había reunido solamente dos veces cuando se
celebraron unas misiones para mujeres en la parroquia de San Francisco. El misionero, un
joven pasionista, visitó las familias con otro cura joven de la parroquia y llegó a la casa de la
que Frank había huido en una ocasión rápidamente. Vivían allí 31 chicas del arroyo. Los
sacerdotes les hablaron y apelaron a su conciencia. Con sorpresa encontraron a las chicas en
actitud no hostil y desvergonzada, como a menudo nos imaginamos a las prostitutas; por el
contrario, muchas de ellas comenzaron a llorar y dijeron que les gustaría cambiar su modo de
vida, pero no veían posibilidad de hacerlo. El cura joven, el R Creedon, habló con la propietaria
y ofreció pagarle cuatro libras diarias a partir del día siguiente, si las chicas no eran forzadas
por más tiempo a trabajar en esta profesión. Fue una oferta generosa, pero no una solución
permanente.
Frank convocó una reunión de todas las partes interesadas. Además de él, los dos
nuevos miembros con un compañero y cuatro sacerdotes formaron parte de la reunión.
Fervorosamente estuvieron buscando una solución. Uno de los sacerdotes presentes, el P.
Devane, había inaugurado recientemente una casa de retiro para hombres; consideraba el
retiro interno como una especie de panacea. Aunque la idea pareció algo extraordinario, la
propuesta de conquistar a las 31 chicas para hacer un retiro fue aceptada. "Como si un hombre
que estuviera ahogándose tratara de agarrarse a una paja", fue como Frank lo describió más
tarde. Pero antes de que la idea pudiera ser propuesta a las chicas, había que buscar locales
convenientes. El P. Devane, con una de las señoras hizo un recorrido por todas las casas de
retiro de Dublín, pero en todas encontraron una negativa tajante. Finalmente, la Madre
Superiora de un convento de las afueras de la ciudad accedió a poner su colegio a disposición
de las chicas -casualmente era el tiempo de vacaciones- si ellas traían sus propias camas. No
obstante, primero tenía que pedir permiso a la Madre General.
Aquí vemos uno de los detalles sorprendentes que acompañaron a la joven asociación
desde su comienzo. La Madre General dijo no. Esto ocurrió en 1922 durante la guerra civil. Un
saboteador cortó el cable del teléfono exactamente en el momento preciso de la conversación y
la negación no pudo oírse.
A continuación las chicas debían ser conquistadas para la idea. Toda la fuerza del
segundo grupo de la Legión estuvo dedicada a esta tarea.
A los pocos días el campo de trabajo de este movimiento joven se extendió desde la
tarea relativamente fácil y bonita de visitar a los enfermos a la muy difícil labor apostólica con
las marginadas de la sociedad.
9
Una aventura increíble
A Frank Duff le gustaba hablar a sus visitantes sobre esos tiempos singulares y
apasionantes. Tenía una memoria excelente; comentaba sobre todo los acontecimientos
sorprendentes que le habían quedado grabados más profundamente. Quienquiera que le haya
oído hablar sobre estos hechos tan rápidamente concatenados, nunca los olvidará.
Cinco miembros del movimiento tenían la tarea, que no era nada fácil, de ganarse a
las chicas de aquella casa para la idea indicada; también había que buscar un director
espiritual y todo ello debía hacerse con la mayor rapidez posible. Además, había que comprar
camas a crédito, porque no había dinero. "Qué idea tan disparatada", "vais a hacer el ridículo",
advirtieron muchos con buena intención. Pero, en contra de todas las predicciones pesi-mistas,
23 de las 31 chicas aparecieron puntualmente en el lugar fijado y fueron trasladadas en un
autobús, que el propio Frank había alquilado, al convento de Baldoyle.
Sólo la Madre Superiora sabía la clase de personas que iban a albergar. Las otras
religiosas estaban en la creencia de que las chicas pertenecían a la asociación del Sagrado
Corazón. Hubo algunos momentos de ansiedad durante el retiro, cuando se temió que una u
otra de las asistentes o todas ellas a la vez se escaparan. Pero nada de esto ocurrió. Las
chicas siguieron el retiro hasta el final y todas manifestaron que estaban dispuestas a cambiar
de vida. Todas menos dos, que no se confesaron porque no eran católicas, pero manifestaron
el deseo de ser admitidas en la Iglesia. Una de ellas había apostatado anteriormente. Para ser
readmitida en la Iglesia Católica se necesitaba el permiso del obispo. Como se recordará, los
cables del teléfono habían sido corta-dos. Por ello, Frank fue a toda prisa a la ciudad y se
encontró con que el vicario general salía en ese momento preciso y estaba a punto de coger el
tranvía para trasladarse a su domicilio. No obstante se sorprendió al verse abordado en la
acera por un joven sin aliento pidiéndole un permiso tan necesario. El vicario se lo concedió, no
sin advertirle que la próxima vez escogiese un momento más oportuno.
En el segundo día del retiro Frank comprendió que el Señor estaba disponiendo
verdaderamente una pesca milagrosa para él. ¿Se dejaría ahora volver a las chicas a su
anterior hospedaje? De ser así, podían darse por perdidos todos los esfuerzos. Entonces,
¿dónde encontrar alojamiento en una gran ciudad para 23 chicas?
Faltaban también los recursos financieros. Después de un largo debate se convino que
sólo el Gobierno podía ayudar en este caso. Acto seguido, en compañía de los Padres
Creedon y Davone, Frank fue al Ministerio del Gobierno Local y solicitó ver a William T.
Cosgrave. Sus deseos fueron atendidos.
Los tres peticionarios presentaron su ruego con claridad. El señor Cosgrave se puso
muy nervioso. Como un león enjaulado, iba de un lado a otro de la habitación. Les dijo: "No sé
qué hacer, pero sé que debo hacer algo". Después de una larga deliberación puso una hoja de
papel delante de Frank y le rogó que se sentara y escribiera lo que deseaba. Él presentaría el
asunto en la reunión del Gabinete, que se celebraba cada tarde, por lo que rogó a los
peticionarios que llamaran al día siguiente.
Cuando lo hicieron, les entregaron una carta (actualmente colgada con un marco en la
Casa General de la Legión en Dublín), según la cual un edificio en la calle Harcourd, en el
mismo corazón de la ciudad, quedaba a su total disposición, libre de renta y por un período de
tres meses. Frank podía volver a Baldoyle y anunciar satisfecho que había encontrado
alojamiento para todas las chicas.
El director del retiro se pasó todo el día oyendo las confesiones de las chicas. Durante
la noche siguiente Frank no pudo dormir. Con el P. Felipe, director del retiro, paseó mucho
tiempo por el jardín del convento, y comentó una y otra vez la pesca milagrosa que se les había
regalado.
A la mañana siguiente todas las chicas, excepto las dos no católicas, recibieron la
sagrada comunión. Como de costumbre, Frank estaba arrodillado en el último banco y miraba a
una tras otra yendo al altar. Sabía que por cada una de ellas se había rezado y preocupado.
Más tarde escribiría: "Puedo decir sin vacilación que aquélla fue la misa más maravillosa que
jamás había oído".
Era necesario preparar la casa para las nuevas ocupantes. Tenían camas, pero no
otros muebles, ni dinero para comprarlos. Sin embargo, Frank no era persona que claudicara.
Fue derecho a ver a su amigo Gabbett, al que encontró como siempre en su trabajo habitual en
su taller de zapatero. Le dijo: "Me tienes que ayudar". Gabbett accedió inmediatamente. Los
dos amigos alquilaron un carro de cuatro ruedas tirado por un caballo y fueron con él a Myra
House, donde, con la desilusión del portero, empezaron a llevarse todo lo que había en las
habitaciones. Mesas, sillas, bancos, armarios, todo se cargó en el carro hasta que estuvo
repleto, para lo cual la enorme fuerza física de Gabbett fue de gran ayuda.
Ello deberá ser recordado para gloria eterna de la asociación de San Vicente de Paúl,
que poco después regaló a Frank todo el mobiliario que se había llevado y aún añadieron un
cheque de cinco libras para la compra de otras cosas necesarias.
Mientras tanto, las chicas habían vuelto del retiro. Competían fregando y limpiando; así
que pronto estuvo todo limpio y brillante. Entonces llegó la camioneta con las camas y poco
después el carro con los otros muebles. En pocas horas la casa cambió y se convirtió en un
hostal acogedor. Se llamó "Santa María".
En Myra House Frank había encontrado una vieja imagen del Sagrado Corazón.
Estaba entre las cosas que Gabbett le había dejado antes de ir a Inglaterra. Se colocó en el
salón del nuevo hostal y esa misma noche el P. Creedon procedió a su entronización, estando
presentes todas las nuevas ocupantes de la casa.
Lo que ocurrió a los pocos días llegó al borde de lo milagroso. Aconteció un hecho de
los que se encuentran una y otra vez en la vida de Frank: Siempre le llegaban ayudantes en el
momento oportuno. Frank jamás hubiera podido arriesgarse a abrir un hostal de no ser por las
dos señoras que había conocido sólo unas semanas antes, y que se mostraron dispuestas a
vivir como hermanas internas con las chicas. Ellas también habían encontrado su auténtica
misión después de mucho buscar y dudar.
Cierto día un informe registrado en las actas del grupo de Santa María cayó como una
bomba; dos chicas habían dejado el hostal y habían desaparecido. Se habían ido a Bentley
Place, un barrio de la ciudad con una reputación deplorable en toda Europa. Se había
convertido en un antro de vicios y de crimen. Como la prostitución estaba prohibida por ley en
Irlanda, las casas que generalmente visitaban los legionarios no eran casas de citas, sino
únicamente domicilios privados para las chicas de la calle. En Bentley Place, sin embargo,
había casas de citas y a esto se añadía la venta ilegal de bebidas alcohólicas y otras prácticas
prohibidas. Quien entraba como cliente y se atrevía a oponerse a algunas costumbres locales,
podía contar con toda clase de experiencias desagradables. Las prostitutas del lugar robaban,
despojaban y saqueaban a cada cliente. Y pobre del que se atreviera a protestar.
Al principio el caso sólo fue debatido, pero pronto la idea del riesgo que suponía visitar
aquel lugar fue seriamente considerada. Al final los legionarios llegaron al convencimiento de
que tenía poco sentido querer regenerar a las chicas de la calle Dublín si se seguía
manteniendo este lugar de vicio.
La descripción que hizo Frank Duff de los acontecimientos posteriores es más
emocionante al leerla que cualquier novela de aventuras, especialmente conociendo su
veracidad. Actualmente todo es historia. La gente dirá: "¡Maravilloso!" y después lo olvidará,
pero en aquel tiempo tal decisión pedía heroísmo. Frank lo formuló de esta manera: "Aquí se
halla vuestro deber y vuestro riesgo". ¿Qué ocurriría si se presentara el caso de rescatar
personas de una casa en llamas, de salvar montañeros perdidos o de salvar náufragos? Y
cuando se trata de almas, ¿debe uno apoyarse en los remos y dejar que todo siga como está?
Se decidió penetrar dentro de Bentley Place (éste no era el nombre real del distrito,
sino un nombre ficticio que Frank inventó cuando años más tarde describió la campaña y no
quiso que se sintieran incómodos los nuevos habitantes).
Ésta fue una decisión heroica, pero se tomó sin gritos de "hurra". A los participantes se
les había dicho que podían ser asesinados o al menos mutilados. No era vergonzoso tener
miedo, pero, salvo pocas excepciones, eran precisamente las chicas jóvenes quienes después
de que Frank había hecho la incursión inicial con un acompañante, fueron enviadas semana
tras semana a este nido de Satanás. Y aunque hubo muchos momentos de peligro en los que
el martirio parecía demasiado próximo, en aquel entonces ninguno de los participantes sufrió
daño alguno.
El segundo caso se refiere a un "robo" que Frank cometió. Una prostituta había
prometido entrar en el hostal y había concertado un encuentro con Frank y sus colaboradores a
una hora señalada. Cuando los legionarios acudieron, se encontraron la casa como si estuviera
vacía y todas las puertas bloqueadas. Sin embargo, como Frank tuvo indicios para sospechar
que la chica estaba en la casa, levantó la persiana que cubría una gran ventana, consiguió
abrirla y entró. En el primer piso se encontró a la chica con una amiga, pero ella no quería
mantener su promesa y se negó rotundamente a ir con ellos. Las buenas palabras de Frank no
dieron ningún resultado, pero de pronto su amiga, que no era católica, dijo: "Si tú no vas, voy
yo". A esta mujer se la conocía como "Manchester May" por su lugar de nacimiento. Unas
semanas más tarde fue recibida en la Iglesia Católica y volvió con su familia.
Cuántos robos se cometen diariamente, incluso a cada hora, con el fin de obtener
joyas o dinero. ¿Por qué no arriesgarse a hacer tal acción con el fin de salvar un alma
inmortal?
Después de dos años de paciente esfuerzo se dio, una vez más, uno de esos
acontecimientos que llevan el curso de las cosas en una dirección aparentemente providencial.
En la parroquia donde Bentley Place estaba situada, se celebró una misión. Esto pareció una
buena oportunidad para atacar frontalmente la escena del vicio en la que había ya signos de
desmoronamiento. Al principio se organizó una gran campaña de oración para que tomaran
parte las cuatro ramas existentes.
Los residentes de la localidad fueron alentados, diciéndoles que era su deber tomar
parte en la cruzada de oración. Mientras la misión continuaba su curso beneficioso atrayendo
grandes masas, Frank con los misioneros buscó a los propietarios de las casas de citas con el
fin de persuadirles para que las cerraran. Allí también experimentaron un milagro. Algunos de
ellos declararon su deseo de hacerlo y cumplieron su promesa.
Un día señalado todas las casas de citas quedaron cerradas. Ello hubiera sido
ciertamente demasiado bueno para ser verdad, si todo se hubiera realizado suavemente, pero
hubo algunos que en el último momento esperaron aprovecharse del cierre y trataron de hacer
chantaje a Frank exigiendo pago.
Las casas vacías fueron ocupadas por familias pobres, quienes, en vista de la escasez
de alojamiento, se sobrepusieron a su desagrado de vivir en un barrio de tan mala fama.
Más tarde la mayoría de las casas fueron derribadas para dar paso a nuevos edificios.
Por tanto, un pequeño grupo de personas había conseguido el éxito de extinguir con valor la
vergüenza de su ciudad, que había existido durante ciento cincuenta años y contra la cual la
policía había sido impotente. Esto se consiguió a base de nobleza y caridad.
Uno ciertamente tiene que admitir que el hecho completo parecía ser un milagro, pero
Frank se había acostumbrado a esperarlos. Si la Iglesia es la vida de Cristo, entonces los
milagros pueden acontecer todos los días; como milagros y signos, son una parte esencial de
la vida de Cristo, pero las personas tienen que darlo todo hasta llegar al límite de sus
facultades y entrega. Cuando se llega a esto, hay que estar seguros de la intervención de Dios.
Por tanto, cualquiera puede conseguir milagros si está dispuesto a pagar un precio por ellos.
Desde entonces Frank Duff actuó conscientemente de acuerdo con este principio y
jamás se desilusionó.
11
Un movimiento que se organiza
Como hemos visto, fueron formándose más grupos del nuevo movimiento. Cada uno
había escogido un nombre específico. Recordamos que el primero se denominó "Nuestra
Señora de la Misericordia", el segundo escogió el nombre de "Inmaculada Concepción", el
tercero fue llamado "Nuestra Señora del Sagrado Corazón", el cuarto "Refugio de pecadores".
Entonces pareció que había llegado el momento de buscar un nombre para el movimiento, ya
que todas las ramas (o grupos) tenían que estar unidas bajo un Consejo Central. Se celebró,
pues, una reunión de este Consejo y se dialogó sobre la necesidad de un nombre. Se decidió
hacer una novena con el fin de que la decisión fuera acertada y para que todos los miembros
tomaran parte.
Pero su propuesta fue rechazada en la reunión siguiente, y esto supuso una gran
desilusión para él. El único consuelo que le quedó fue que los otros nombres propuestos fueron
juzgados igualmente como inadecuados. Entonces se sugirió hacer otra novena.
Un mes más tarde se celebró la siguiente reunión y de nuevo se propusieron varios
nombres. Frank no dijo ni una palabra. Sorprendido, el P Creedon se dirigió a él: "¿No tiene Vd.
ninguna propuesta?". "Hice una la última vez y fue rechazada; no conozco otra mejor que
Legión de María". Ésta fue unánimemente aceptada. Sucedía en el mes de noviembre de 1925.
Entonces Frank amplió sus ideas con respecto a la expresión "Legión de María".
LEGIÓN: ¿No había sido el nombre del ejército romano? Qué modelo de celo, valentía y
obediencia para los Legionarios de María, que comenzaban a conquistar el mundo para Cristo
como los antiguos legionarios habían conquistado el mundo para Roma.
Frank sabía latín y lo practicaba diariamente con el rezo del Breviario. ¿Cómo
llamaban los legionarios romanos a sus guarniciones? Sí, PRAESIDIA. En adelante éste
debería ser el nombre de cada grupo de la Legión de María. El uso del latín tenía la ventaja de
que en los distintos países lo podían utilizar y la traducción a varios idiomas era innecesaria.
Otra cosa se tomó de las legiones romanas. Cada una de ellas tenía su estandarte, el
que debajo del águila romana mostraba la figura del Comandante en Jefe en un medallón. Era,
pues, obvio diseñar el emblema para la Legión de María según el modelo. El águila fue
reemplazada por la paloma, símbolo del Espíritu Santo, y el Comandante en Jefe por Nuestra
Señora. La imagen de la Mediadora, como aparece en la Medalla Milagrosa, sirvió para este
propósito. Se diseñaron algunos dibujos que fueron también criticados, mejorados y,
finalmente, surgió el VEXILLUM, el símbolo característico que preside la mesa en cada
reunión, que es llevado como estandarte en procesiones y que aparece como membrete en el
papel oficial de la Legión y en sus publicaciones.
De manera más o menos similar Frank fue iluminado sobre la Promesa de la Legión.
Se pensó que antes de la inscripción definitiva de los miembros debía haber un período de
prueba; de común acuerdo se fijó su duración en tres meses. La inscripción debía ser sellada
por una promesa, en la que, de forma abreviada, debía expresarse la espiritualidad de la
Legión, porque sólo las personas que entendieran y aceptaran esta espiritualidad, eran
apropiadas para pertenecer a la Legión.
Casualmente Frank volvió a Mount Melleray, una vez más, en Pascua de Pentecostés.
Estaba reflexionando acerca de la promesa cuando de pronto comprendió que no debía ser
dirigida a María, sino al Espíritu Santo. No es que el legionario se aparte de María; al contrario,
está, por así decirlo, mirando a través de Ella, y reconoce en su acción al Espíritu Santo que ha
formado en Ella al Cristo histórico y continúa formando a través de Ella al Cristo Místico en el
corazón de cada persona.
Así Frank formuló la promesa de la Legión como una obra maestra por la profundidad
del pensamiento y belleza del idioma. Esa promesa, como declaró el Papa Pablo VI muchos
años después, había animado a miles de legionarios a aceptar la responsabilidad del martirio.
Al principio Frank viajaba a los países vecinos cuando se trataba de hacer nuevas
fundaciones. Entonces apareció un rasgo especial de la Legión que ciertamente ha
promocionado su extensión por todo el mundo. Aunque en cada país se daba más énfasis a
algunos trabajos, allí más necesarios y diferentes, el sistema siempre demostró ser tan
apropiado que parecía haber sido planeado para hacer frente a los problemas peculiares de
cada país. Por ejemplo, había una enorme diferencia entre el ambiente de las comunidades de
la Irlanda católica y de Escocia, donde la Legión consiguió entrar en 1928, y de Inglaterra,
donde un año más tarde se inició el primer Praesidium.
Una vez que Frank se daba cuenta de una necesidad, no descansaba hasta conseguir
resolverla. Se podría llenar un libro sólo describiendo en detalle el trabajo y esfuerzo que le
costó conseguir un segundo hostal. Primero escribió una carta muy larga a la "Poor Law
Commission" establecida en Dublín, en la cual describió con palabras emocionantes la miseria
de estos pobres e insistió en la necesidad de ofrecerles una posibilidad de reintegración en la
sociedad. Era muy típico de Frank no contentarse con señalar problemas; siempre proponía lo
que le parecía un modo factible de solucionarlos. Por cierto, exigía lo mismo de sus legionarios.
Desde el principio comprendió claramente que los internos del hostal proyectado no
podían ser admitidos gratuitamente, sino que deberían pagar una modesta cantidad por su
alojamiento y comida, y si estaban completamente desamparados, tendrían que pagar su
deuda trabajando en el hostal. "Las cosas que no cuestan nada, no valen nada"; de esta
manera elevarían su propia estima, consciente o inconscientemente, sintiendo que estaban
contribuyendo al costo de su manutención, etc. Como consecuencia de su escrito fue llamado
varias veces ante la Comisión y sometido a una especie de interrogatorio. Al final su empeño
ganó la batalla.
El 25 de marzo de 1927 la obra había sido terminada. El nuevo hostal abrió sus
puertas con el nombre de "Estrella de la Mañana". t
Aquel mismo día se alojaron los dos primeros internos, y por pri- • mera vez desde
hacía muchos años durmieron en camas limpias. Naturalmente era necesario que algunos
miembros de la Legión estuvieran dispuestos a trasladarse al hostal para dirigirlo y
administrarlo. Mientras tanto cientos de hombres volvieron otra vez a hacer, por su
permanencia en el hostal, una vida ordenada. Solamente en el cielo serán conocidos el
esfuerzo, sufrimiento, desilusiones y dificultades que este hostal costó a Frank. "Ello fue
pagado con sudor y sangre", según sus propias palabras.
Tres años más tarde un hostal similar fue abierto para madres solteras y mujeres sin
hogar. Estaba en el mismo bloque que el de "Estrella de la Mañana" y llevaba el nombre de
"Regina Coeli". Otra vez alguno de los primeros legionarios decidieron trasladarse al hostal y
administrarlo. En ambos hostales se habilitó una habitación para capilla. La misa y demás
devociones se celebraban allí con regularidad. Aquí también el amueblarlo y decorarlo se hizo
por los mismos legionarios. Años más tarde se obtuvo permiso para tener el Santísimo
Sacramento en los dos hostales. Varios Praesidia tenían la misión de ayudar en la
administración y cuidado de los mismos. Sus miembros llegaban al atardecer, después de su
trabajo, para ayudar a preparar y servir las comidas y hablar con los internos.
En una parte del edificio "Regina Coeli" fue instalada la oficina de la Legión: dos o tres
pequeñas habitaciones, un par de archivadores y algunas máquinas de escribir.
Afortunadamente Frank pudo alquilar una casa que estaba al lado de este hostal. Allí se
trasladó con su madre, que entonces se ocupó de dirigir la casa para él, su hermano y sus
hermanas. El único lujo que Frank se permitió fue un dictáfono; en él dictaba su
correspondencia, generalmente hasta últimas horas de la noche. Con cada país que la Legión
de María conquistaba, su tarea crecía; finalmente llegó a dimensiones indescriptibles. Él dijo
haber escrito más de 100.000 cartas, la mayoría largas.
Se encontró también con la responsabilidad de los tres hostales y todas las cargas y
problemas relacionados con ellos. La administración de uno de ellos hubiera sido suficiente
para tener empleada a una persona de mucha capacidad. A esto se añaden las tareas diarias
de la Legión de María, que, como Frank declaró en una ocasión, era "la niña de sus ojos".
El nuevo movimiento que tan ostensiblemente era bendecido por Dios ¿encontró
entusiasmo unánime? Desgraciadamente no, en especial por parte de algunos clérigos. A
menudo era rechazado abiertamente, siendo probablemente la razón principal el hecho de que
Frank iba adelantado a su tiempo, más de un cuarto de siglo antes de que el Concilio Vaticano
II insistiera en la obligación general de que todo cristiano debe ser un apóstol. No fue sólo la
convicción de Frank, sino también su experiencia de que toda persona bautizada y confirmada
está llamada a evangelizar y puede estar capacitada para hacerlo. Años más tarde se denegó
el "imprimatur" a una colección de artículos de Frank Duff, basándose en que hacía un
precepto de un mero consejo.
Con frecuencia esta oposición hacía la vida de Frank terriblemente dura, más aún si
añadimos la carga responsable que aumentaba gradualmente como funcionario del Estado.
Como había pocos hombres de su capacidad en el Departamento de Finanzas, su carrera
seguía en ascenso.
El Concilio Vaticano II aportó mucha luz a través del diálogo ecuménico para la
concienciación general. Frank Duff se anticipó en muchos años a este diálogo, pero también
sus iniciativas fueron obstaculizadas. En 1941 constituyó en Dublín una asociación llamada
"The Mercier Society", según el espíritu ecuménico del Cardenal Mercier, que fomentaba el
diálogo entre diferentes comunidades cristianas en un ambiente de caridad fraternal, donde se
reunían católicos, protestantes de varias tendencias, clérigos y laicos. En cada reunión se
trataba un tema; después de la charla inicial seguía un diálogo. Frank, con su peculiar
inteligencia aguda, presentaba a menudo formas nuevas y sorprendentes de ver las cosas.
Aunque nunca faltaba a la caridad cristiana, nada le desagradaba tanto como el sincretismo
contra el cual el Papa Pablo VI advertiría más tarde a los católicos. La verdad puede ser
víctima de un pretendido amor a nuestros semejantes. Frank nunca flaqueó defendiendo la
verdad una vez que la reconocía. Nunca puso una opinión personal por encima de las
enseñanzas de la Iglesia. Pero era tan firme en sus convicciones que todos le respetaban y
querían, lo que se demostró con la popularidad de la "Sociedad Mercier" y el aumento gradual
de sus miembros. Sin embargo, un día todo terminó. La "Sociedad Mercier" fue prohibida
bruscamente.
Como Frank tenía que enfrentarse con dificultades por todas partes y que iban en
aumento, poco a poco fue madurando en su mente la idea de solicitar ayuda de Roma.
Conocía al Rvdmo. Pascual Robinson, O.RM., Nuncio Apostólico de Irlanda, y le pidió consejo;
pero ni aún allí encontró aliento. ¿Cómo iba a recibir el Papa a un seglar desconocido que
aparecía por las buenas en Roma sin recomendación de su obispo? Por entonces, el cardenal
Marchetti oyó hablar de la Legión al P. Hayes (más tarde canónigo Hayes, fundador de
"Muinter na Tire") y le preguntó si Frank Duff pensaba ir a ver al Papa.
Frank consideró esto como una inspiración de Dios y fue a visitar a W. T. Cosgrave,
Jefe del Gobierno, para rogarle que le consiguiera una audiencia con Su Santidad, ya que no
había esperanza alguna de arreglarlo por medio del arzobispo. Cosgrave le acompañó a ver al
Nuncio e hizo las gestiones oportunas para la acogida de Frank en Roma. Mr. Cosgrave, por
cierto, le entregó una carta de presentación. Frank salió hacia Roma lleno de esperanza, pero
hasta última hora con dudas de si le recibiría el Papa. Por fin lo consiguió; le fue permitido
presentarse ante Pío XI.
San Pío X había declarado ya en su tiempo que era más importante tener una docena
de laicos apostólicos en cada parroquia que vocaciones sacerdotales, escuelas católicas u
otras instituciones. Pío XI entró en la historia como el Papa de la Acción Católica. Deseaba de
corazón que los seglares reconociesen su responsabilidad en la evangelización y que fueran
consecuentes con ella. A impulso suyo se organizaron ramas de Acción Católica en muchos
países, agrupando a los fieles generalmente de acuerdo con el sexo y en algunos casos por su
profesión. Italia y Francia sobresalieron en este aspecto, pero desgraciadamente este
movimiento se inclinó más y más en años sucesivos al apostolado puramente social y,
finalmente, en algunos sitios también a la política. Creció en sus socios la convicción de que a
la gente había que ofrecerle primero condiciones de vida mejores, incentivos educacionales y
culturales, antes que hablarles de la fe. Frank combatió esta idea con todo el peso de su
personalidad y tuvo que sufrir por ello.
Frank visitó a Pío XI con Monseñor O'Brien, de Liverpool. Tuvieron que entregar un
memorándum traducido al italiano. El Papa les hizo pregunta tras pregunta. Pero ellos estaban
bien preparados. Monseñor O'Brien le dijo en francés: "Padre Santo, ¿podría decir para los
planes de nuestra propaganda que sería su deseo ver a la Legión extendida por todo el
mundo?". Hubo una pausa larga y luego el Papa contestó: "Con todo mi corazón confirmo ese
deseo". Finalmente se levantó, fue hacia Frank y le abrazó. "Esto es de Dios", dijo en un tono
que traslucía su emoción. El Papa había comprendido que este nuevo movimiento
correspondía a la idea que él mismo tenía sobre el trabajo de los laicos en la Iglesia y que
había descrito en su Encíclica sobre la Acción Católica. En contra de muchas críticas le gustó
el nombre de "Legión de María", lo encontró muy adecuado.
Poco tiempo después Frank recibió una carta de Su Santidad en la que concedía una
bendición especial a la Legión de María, llamándola "una obra hermosa y santa". Roma había
hablado.
15
Los primeros enviados
La idea de la Legión se dio a conocer en Sudáfrica por medio de una joven que
durante sus vacaciones se había unido a una peregrinación que iba a Irlanda a visitar Lough
Derg, donde ella conoció la Legión. Poco después hubo un comienzo en las Islas Caribeñas:
Puerto Rico, Trinidad y Granada.
Una entusiasta joven legionaria, que ya había probado su valentía en "Bentley Place",
se comprometió a dejar su empleo y quedarse sin sueldo por un período de tres meses. El
viaje, en un principio, era solamente para explorar las posibilidades, pero el éxito fue mayor de
lo pensado. Se comenzaron a organizar varios Praesidía y se preparó el terreno para fundar
más. Mr. Oliver estaba entusiasmado y se ofreció a sufragar el viaje y la estancia de otro
legionario por tres años. Esto fue posible al encontrarse un voluntario que trabajó con
verdadero éxito. Pero el campo de trabajo en América era tan grande que sus esfuerzos no
fueron sufi-cientes; por este motivo el señor Oliver solicitó que fueran dos representantes más
de la Legión.
Mientras que el primer enviado, después de tres años, regresaba a su casa, los otros
dos, una joven y un caballero, permanecieron en América durante doce años. Esto en parte fue
debido al comienzo de la segunda guerra mundial, que hacía muy peligrosa la travesía por el
Atlántico, pero también al hecho de que el trabajo era muy amplio.
Frank había especificado en un capítulo especial del Manual de la Legión de María las
objeciones más frecuentes contra la Legión, a las que había contestado; pero ahora desde
diferentespaíses y continentes se le exponían otras nuevas. Una frecuente consistía en que lo
que era posible en Irlanda no siempre se podía hacer en otros países. No es fácil valorar los
miles de cartas que Frank escribió a sus enviados. El contenido de las mismas y sus consejos
son verdaderas joyas de sabiduría y experiencia, que podrían confortar y fortalecer a muchos,
incluso sin ser de la Legión de María.
Aunque Frank lo contemplaba todo con una luz sobrenatural, siempre mantuvo los
pies sobre la tierra. Hombre de un optimismo contagioso, no se hacía ilusiones sobre la
debilidad humana. Uno de sus dichos favoritos era: "Nada es tan bueno ni tan malo como a
veces creemos". Si sus enviados empezaban a entusiasmarse a la vista del éxito conseguido,
él les advertía sobre los desengaños; y si estaban deprimidos, sabía confortarlos echando
mano del tesoro de su experiencia.
No puedo resistir la tentación de relatar aquí, como pequeño ejemplo, el consejo que
dio a un enviado, puesto que refleja muy bien su punto de vista: "Déjame, una vez más,
aconsejarte que duermas. No consideres el tiempo de descanso como quitado a tu misión. Es
justamente lo contrario. Realmente estás luchando en una batalla; el resultado total no
depende sólo de tu piedad, ni de tu actividad, ni de tu poder organizativo, ni de tu sentido de
convicción sobre la Legión. Lo que va a dictar el resultado del combate es tener los nervios
fuertes. Si pierdes los nervios, has perdido la batalla... Por tanto, por el amor de Dios, controla
tu sistema nervioso mucho más celosamente y con más preocupación que el violinista cuidaría
de su Stradivarius".
16
Por sus frutos...
Santa Teresa de Ávila describe en el "Castillo Interior" cómo una persona que ha
conseguido fruto abundante en la vida sobrenatural, pronto encuentra compañeros para
ayudarle a disfrutarlo; Frank Duff es un ejemplo. Desde el principio fue seguido por personas
que encontraron en la Legión un clima espiritual en el que podían ampliar y desarrollar su
perfección.
Pero hay algo que no debe olvidarse. Como Frank comenta en el Manual, sería un
gran error considerar la mera afiliación a la Legión como una especie de santidad. La vida en la
Legión representa la vida católica normal. Visto desde la perspectiva de Dios, el santo es la
persona normal. Sobre los demás se puede decir aquello que escribió acertadamente de sí
mismo el poeta alemán Hebbel: "El hombre que soy saluda tristemente al hombre que podía
haber sido".
Con el fin de tener a sus hijos e hijas espirituales siempre presentes en sus
pensamientos, y de tener sus imágenes ante él, tenía una fotografía de cada uno de ellos.
Estas fotografías se pusieron en marcos y actualmente están expuestas en la oficina de la
Legión. Al principio eran cuatro o cinco, actualmente la "Galería de los enviados", como la
llamaba Frank con cariño, cubre dos paredes enteras de una habitación grande. Cuando
llegaban visitantes de las diferentes partes del mundo, Frank les mostraba las fotografías con el
orgullo paternal de que eran sus hijos espirituales.
En una ocasión Frank oyó hablar de una joven llamada Edel Mary Quinn, que después
perteneció a la Legión de María. Pronto se la consideró como un valor muy prometedor. Un día
Frank la invitó a su casa y pasó toda la tarde charlando con ella. Como consecuencia de esta
visita, se dio cuenta de que estaba tratando con una persona excepcional. Un detalle digno de
destacar es que la amiga, a través de la cual Edel había ingresado en la Legión, le aconsejó en
un primer momento que no perteneciese a ella. Debió considerar que una criatura tan guapa y
alegre encontraría poco atractivo el trabajo monótono y a veces desilusionante de la Legión.
Pero Frank era un buen conocedor de la naturaleza y de la psicología humana. Cuando más
tarde uno de los Praesidia, que se ocupaba de los marginados, necesitó una nueva presidenta,
decidió que fuese Edel quien desempeñara ese cargo. Tenía entonces sólo veinte años. Hubo
grandes protestas entre los socios; decían que lo que hacía falta era una persona madura y
experimentada, y que les habían enviado a una criatura. Pero Frank dijo: "Esperen y verán".
Pronto los miembros del grupo se dieron cuenta de que habían sido afortunados con el
nombramiento de su nueva presidenta.
Edel tenía la intención de ingresar con el tiempo en las "Clarisas Pobres", pero tuvo
que desistir cuando enfermó de tuberculosis. Después de año y medio en un sanatorio regresó
a su trabajo de secretaria y a su ambiente legionario mejorada, pero no curada.
El Consejo Central de la Legión recibió una carta de un obispo de África, que durante
unas vacaciones en su Irlanda natal había conocido la Legión. Rogaba que le enviasen a un
representante de la Legión para trabajar en el Este de África. Frank pensó inmediatamente en
Edel y ella quedó encantada con la oferta.
Durante los ocho años de su trabajo hizo maravillas. Cuando llegó el fin de su vida, ya
se había convertido en leyenda. Doce años después de su muerte se inició el proceso de
beatificación, que sigue por muy buen camino.
Desde el barco que la llevó a África, escribió una carta a Frank en la que se ve cómo
se sentía comprendida por él: "Es bueno que confíen en uno; eso me ayudará en los días
venideros... Me alegro de que me haya dejado venir. Los demás, más adelante, se alegrarán".
Un observador manifestó una vez que en la Central de la Legión la gente estaba mejor
informada sobre asuntos religiosos que los oficiales del Vaticano, porque en Dublín se recibían
informes completos sin adornos.
Frank tenía la virtud de no dejar nunca a su gente con la impresión de que estaba con
mucha prisa. Sus obligaciones podían ser de lo más urgente, pero cualquiera que estuviera
hablando con él tenía la creencia de que disponía de un tiempo e interés ilimitados para
dedicárselos. Estaba siempre a disposición de cada persona. Cada uno se sabía comprendido
y tomado en serio. Su amor y comprensión pertenecían en especial a los pobres y marginados.
Escribió en el Manual: "Hasta que la Legión de cualquier centro pueda decir con verdad que
sus miembros conocen personalmente y están en contacto, de alguna forma, con cada
miembro individual de las clases marginadas, su trabajo debe ser considerado como en estado
de desarrollo incompleto, que debe ser intensificado en esta dirección".
A lo largo de su vida intentó cumplir este requisito, aunque su buen corazón y bondad
no obedecían a la debilidad. Si uno de los ingresados en "Regina Coeli" volvía a casa borracho
y promovía un escándalo, hecho no frecuente, Mr. Duff era requerido. Siempre sabía cómo
hacer reaccionar al culpable, y si era necesario a la fuerza, puesto que era físicamente muy
fuerte.
Quería mucho a los niños y ellos le correspondían. Durante el trayecto andando desde
su casa a la oficina de la Legión, muchas veces se veía rodeado de un montón de niños, en su
mayoría los hijos de las madres solteras del hostal. Cada uno de ellos quería que le cogiese o
le acariciase. Si los legionarios le traían a sus hijos, en seguida hacía amistad con ellos. Ningún
niño se sentía vergonzoso ante él.
Cuando Frank hablaba sobre el apostolado, que era lo más querido de su corazón, se
apoderaba de él una especie de fuego que casi se convertía en algo especial, físicamente
perceptible.Sabía cómo entusiasmar a sus oyentes de tal manera que en seguida ellos mismos
comenzaban a inflamarse en el mismo ardor. Les dejaba con la sensación de que estaban
preparados para ir al fin del mundo y aceptarlo todo, incluso el martirio. En una ocasión,
cuando un legionario que se preparaba para ir a una misión, se expresó en este sentido, él sólo
contestó con una sonrisa: "Tendrás que estar debidamente entusiasmado pues te espera un
trabajo difícil".
Lo que más llamaba la atención de la gente en relación con Frank era su profunda
humildad y modestia personal, aunque al mismo tiempo estaba totalmente convencido de la
importancia de la Legión para la Iglesia. Ni remotamente hubiera soñado con darse importancia
por la extensión maravillosa de la Legión o querer para sí los méritos logrados por la misma. En
su correspondencia usaba el "plural de la modestia", es decir, casi siempre hablaba
refiriéndose a "nosotros", si tenía que informar alguna cosa personal. La palabra "yo" aparecía
muy pocas veces en sus* cartas. Por otro lado tuvo el valor, especialmente en los últimos años,
de llamar a la Legión "el brazo derecho de la Iglesia".
El hecho de que el trabajo apostólico estaba tan olvidado, tan abandonado en la vida
cotidiana de la mayoría de los católicos le dolía como una herida abierta que nunca cicatriza.
Creía que una cristiandad sin apostolado conduce necesariamente a una pérdida de fe en el
transcurso de dos generaciones. Testimonio de esto son muchas de sus cartas en las que
repetía una y otra vez este pensamiento: "¿Qué clase de enseñanza ha reflejado la doctrina
común de la Iglesia en los últimos tiempos? Se enseñaba un catolicismo práctico
considerándolo como una condición de perfección, pero no se enseñaba la idea y el
compromiso del apostolado. En muchos sitios les estaba expresamente negado a los seglares.
¿Y esperan que tal catolicismo haga frente a Rusia?" (16 de octubre de 1946).
"Usted menciona una dificultad común comentada por sacerdotes a quienes les ha
interesado en el tema general de la Legión: 'No tenemos a nadie con suficiente preparación
aquí'. Eso es un error, que al mismo tiempo demuestra las consecuencias de una omisión
grave por parte de ellos. Admiten, por tanto, que no han intentado poner tal meta ante los
seglares, que nunca les propusieron la idea del apostolado... Deje que los padres prueben a
tener siempre a su bebé en la cama, sin permitirle usar sus piernecitas, como si no fuera a
hacer otra cosa que estar tumbado... Pues eso es lo que los sacerdotes en general han estado
haciendo con los seglares. Luego empiezan a lamentarse cuando no levantan un dedo por la
religión, no son leales a ella, la traicionan o matan a los sacerdotes cuando se irritan con ellos"
(17 de mayo de 1947).
Y el último ejemplo: "Es verdad que la serpiente tiene que aparecer antes de que su
cabeza sea aplastada por Nuestra Señora. Yo recomendaría un cambio en la frase: Nuestra
Señora tiene que ir detrás de la serpiente si pretende aplastarla... Pero no puede hacerlo si no
es a través de agentes humanos, y aquí es donde la idea del apostolado moderno parece que
falla. Nuestro Señor y Nuestra Señora tienen que hacer el apostolado ellos mismos. Les
rezamos para que lo hagan y suponemos que esto da resultado. Pero ésta no es la línea
cristiana. Nuestro Señor y su Madre solamente actuarán a través de esos agentes humanos
que tienen que hacerse presentes, y no de forma pasiva, esperando que les muevan y les
pongan en acción. Los mencionados agentes deben ser positivos y activos por su propia
cuenta, y solamente en la medida que lo sean, Nuestra Señora ayudará y los usará como
instrumentos de su Maternidad".
18
En todo el mundo
Una legionaria con facultades literarias rehusó escribir la biografía de Frank Duff
porque pensó que tal trabajo se convertiría en la historia de la Legión de María. Tenía razón. La
vida de Frank Duff no se puede separar de la Legión. Ésta es su vida; todo lo demás está fuera
de lugar.
Esta biografía no está destinada sólo a los legionarios de María, aunque ellos serán
los primeros interesados en ella. Pero un hombre como Frank Duff pertenece al mundo entero,
no únicamente a un movimiento. Esperamos que este libro será leído por mucha gente que no
conoce la Legión de María. Por esto es importante mostrarles y explicarles el trabajo de Frank.
Antes del comienzo de la segunda guerra mundial, la Legión se había extendido por
los cinco continentes, pero su presencia había sido más destacada en los países de habla
inglesa. Los pocos viajes que emprendió Frank Duff a otros países no siempre tuvieron éxito
inmediato.
La primera enviada no irlandesa fue María Diepen, de los Países Bajos. Ésta empezó
el trabajo legionario en su país natal, y sólo años más tarde hizo este trabajo en las Guayanas
y en las islas holandesas orientales.
Un sacerdote holandés había traducido el Manual a su lengua nativa y esto fue muy
provechoso. La neutralidad de Irlanda durante la guerra hizo posible a Frank Duff estar en
contacto conlas ramas de la Legión de todo el mundo. Informes muy esperanzadores llegaban
de Inglaterra. A pesar de las circunstancias de la guerra y los bombardeos, los Praesidia se
reunían regularmente y sus miembros cumplían sus tareas apostólicas como si las
circunstancias fueran normales. Alguno de los grupos trasladó sus reuniones del fin de semana
a las mañanas del domingo, porque moverse durante los apagones era difícil y algunas veces
peligroso, en especial para las hermanas de la Legión, ya que los ataques aéreos se hacían
generalmente por la noche.
En la revista "María Legionis", que había comenzado poco antes de estallar la guerra y
que salía trimestralmente, hay un informe divertido, correspondiente al año 1942. Dos
miembros de un Praesidium estaban haciendo su promesa legionaria, pero casi a cada párrafo
el grupo entero tenía que esconderse debajo de la mesa para protegerse de los bombardeos.
Las reuniones se celebraban algunas veces en los refugios antiaéreos y los reunidos rezaban
el Rosario en voz alta e invitaban a los presentes a unirse a ellos para rezar. Aun los miembros
más jóvenes, de menos de dieciocho años, mostraron una valentía sorprendente.
Informes parecidos llegaban desde Malta, donde a pesar de los ataques aéreos
incesantes de los italianos y alemanes no consiguieron conquistar la isla ni tampoco desanimar
a la población. Finalizada la guerra, la Familia Real Británica concedió la Cruz de San Jorge a
toda la isla por su destacada valentía. La Legión de María de Malta permaneció intacta, a pesar
de los bombardeos, y los legionarios continuaron trabajando en medio del peligro.
Cuando el ejército alemán, que al principio había ocupado el Norte del país, avanzó
hacia el Sur, Verónica se unió a las filas de refugiados que huían al aproximarse las tropas.
Estaban constantemente expuestos al peligro de los vuelos rasantes de la aviación alemana.
Frecuentemente tenían que refugiarse. Pálida y hambrienta, sin más pertenencias que la ropa
puesta, Verónica llegó a Navers. Allí encontró hospitalidad en el convento de St. Gildard, el
convento de Santa Bemardette Soubirous, y allí ayudó distribuyendo sopa caliente a los
exhaustos refugiados. Las noticias primeras que llegaron a Dublín de ella informaban del
comienzo de siete Praesidia.
Aun en medio de las hostilidades no había frontera que estuviera cerrada a la Legión.
En suelo alemán, en el campamento Stalag 383, comenzó el primer Praesidium con 18 socios
que eran prisioneros de guerra. Un soldado australiano, que llevaba el Manual en su bolsillo,
encontró fácil interesar a sus compañeros prisioneros en la idea de la Legión. Mientras este
grupo, naturalmente, se desperdigó al final de la guerra, otro que se organizó por los franceses
que estaban haciendo trabajos forzados, ha sobrevivido hasta hoy.
En Italia, después del desembarco de las Fuerzas Aliadas cerca de Anzio y Nettuno,
se organizó otro Praesidium compuesto por soldados británicos, que llevaron la organización
también al Norte, al avanzar a través de la península. En Roma fueron recibidos por el Papa
Pío XII, que había oído hablar sobre estos leales soldados y deseó tener un encuentro con
ellos. Cuando les dijo si querían hacerle algún ruego, le pidieron permiso para fundar la Legión
en Roma. Estaban convencidos de que la población necesitaba urgentemente este movimiento.
Una joven china, Teresa Su, fue a Indonesia. Otros muchos países daban la
bienvenida a los enviados de la Legión. Un joven del Este de Europa había estado en Irlanda
refugiado y se había unido allí a la Legión de María. Después entró en la Orden de Santo
Domingo, pero la dejó con el consentimiento de sus superiores, que pensaron que la
introducción de la Legión en su país natal era más importante que quedarse en el monasterio.
Volvió a su país, pasando por muchas vicisitudes (en una ocasión hasta terminó en la cárcel),
pero consiguió que la Legión fuera conocida en su patria.
Otro caso similar fue el de un joven a quien Frank nunca llegó a conocer
personalmente. Un joven del distrito del Volga en la Unión Soviética había ido a Alemania como
prisionero de guerra. Al finalizar ésta, decidió quedarse allí. Cuando se estableció la Legión en
su parroquia, Moenchengladbach, fue presidente y pronto probó su valor apostólico. Después
de algún tiempo dijo al párroco que consideraba un deber propio organizar la Legión de María
en la Rusia Soviética y que quería solicitar su repatriación. El párroco quedó impresionado,
pero le advirtió: "¿Sabes lo que puede significar repatriarse?". "Sí, lo sé. Se les envía a Siberia
durante cinco años para reeducarles, pero soy joven y fuerte, y puedo esperar cinco años.
Puede que sufra el martirio o que funde la Legión de María. Cuando usted tenga alguna noticia
mía, aunque sólo sea por una tarjeta postal, sabrá que he cumplido mi objetivo".
Durante casi seis años el sacerdote no supo nada y a menudo pensaba si el joven
estaría vivo aún. Un día llegó una tarjeta desde un campamento de Siberia y más tarde el
sacerdote recibió varias cartas en forma de clave, en las que describía su trabajo. Frank se
interesó muchísimo por este caso, del que estaba informado por un corresponsal; tenía
particularmente en su corazón a la Unión Soviética y seguía con verdadero interés todos los
acontecimientos que sucedían allí. Una de sus cartas finalizaba de esta manera: "Nosotros
tenemos que conseguir entrar en Rusia".
Frank sentía una ternura paternal por sus legionarios, en especial por los enviados,
pero esperaba también una dedicación total por su parte. Tuvo el coraje de llevarles hasta el
heroísmo.
Una de sus enviadas tuvo que someterse a una operación grave. Esto la afectó tan
fuertemente que estaba pensando regresar a su casa. Frank escribió a otra de sus hijas
espirituales, que precisamente poco antes había sufrido y superado una situación similar:
"Refiriéndome a R, tú comentas que el consejo más apropiado que puede dársele es que debe
resistir. Esto es, en definitiva, lo que yo desearía haberle dicho, pero desgraciadamente es una
de esas cosas que no puedo decir. Tu situación parece que fue peor que la de ella y, sin
embargo, luchaste con los pies sobre la tierra... Me parece que estas ocasiones son la prueba
providencial para una gran misión, como es la del enviado. Si el futuro de un país va a
cambiarse, no es por los métodos de salón... sino por el de sudor y sangre. De vez en cuando
la misión se ve puesta en un platillo de la balanza y el provecho propio en el otro. Si uno
escoge el último, la partida está perdida. Pienso que hay que ser tan firme en el cumplimiento
de la misión encomendada que si se presenta la alternativa: la misión o la vida, hay que
escoger la misión" (12 de mayo de 1949).
19
Grandes cruces, pequeñas cruces...pero
siempre la cruz
Los trabajos que mantenían a Frank ocupado día tras día nunca eran obstáculo para el
afecto que tenía a su familia. Sentía gran cariño por su madre, y también tenía una relación
íntima con su hermano y hermanas. Con la excepción de su madre, que se mantuvo
físicamente muy fuerte hasta el final de sus días, ninguno de sus parientes poseía la fuerza
vital que tenía Frank. En pocos años fue perdiendo a los más allegados de su círculo familiar.
La primera que murió, en junio de 1949, fue su hermana Isabel. Contestando a una carta de
pésame decía: "Estoy muy agradecido a su amable pésame. Debo decir que la gente ha sido
extraordinariamente buena, y no hay duda de que un cúmulo de oraciones ha subido al Cielo
pidiendo el descanso en paz de su alma. La gente, a veces, no sabe el consuelo tan grande
que supone en estos casos para la familia del que ha fallecido".
Pero el peor golpe estaba aún por llegar: la muerte repentina de su madre a principios
de 1950. Frank estaba terriblemente afectado: "El golpe ha sido enorme, el peor de toda mi
vida, añadiendo a esto todas las desgracias que le han precedido. Yo, realmente, no sé dónde
estoy. Necesitaré algún tiempo para normalizarme y recuperar mi estabilidad". Tales
expresiones eran extrañas en las cartas de Frank; hablaba de esta forma sólo a sus íntimos
amigos. Cuando mencionaba a su madre lo hacía siempre con ternura y con cariñoso
agradecimiento.
Poco a poco Frank se fue acostumbrando a vivir sin su querida madre. Iba a comer al
hostal "Regina Coeli", donde las dos hermanas legionarias, internas allí, Peggy McDonnell y
Nellie Jessop, le cuidaban con un cariño extraordinario. Nellie había pertenecido a la Legión de
María desde 1948, y después del fallecimiento de su marido decidió dedicar su vida al servicio
del hostal. Con su cuidado afectuoso y su comprensión maternal consiguió dar a aquel lugar un
aire familiar. Especialmente en los años siguientes fue para Frank una ayuda muy importante,
aunque a veces no hacía otra cosa que sentarse tranquilamente a su lado y consolarle con su
presencia.
Si una décima parte de ese falso celo se hubiera mostrado hacia los intereses de la
religión, en lugar de ir en contra de la verdadera religión, las cosas estarían ahora mejor en
Francia. En realidad no hay nada que temer. Esto fue sólo una tormenta diabólica; tales
tormentas son crueles, pero de poca duración, por lo que cuando pasan todo el mundo
reconoce lo que han sido en realidad. Hay una cosa buena, sin embargo, en todo ello, y es que
la Legión consiguió cierto grado de publicidad que con dinero no se hubiera podido lograr.
No pasaba ningún día sin alguna mala noticia procedente de algún lugar. De estas
experiencias Frank formó su concepto sobre "la tormenta del diablo" porque, aunque parezca
extraño, estos acontecimientos seguían el mismo patrón casi en todas partes. Un ataque
parecía a punto de barrer la Legión en un determinado país con el natural desaliento de los
legionarios, y súbitamente las cosas continuaban como si nada hubiera ocurrido. Con
frecuencia venía a continuación un nuevo crecimiento. Sin embargo, estas "tormentas del
diablo" no dejaban a Frank inactivo; se apenaba demasiado con las dificultades de sus hijos
espirituales como para quedarse indiferente.
Una enviada tuvo que luchar con el fallo de su salud. Frank le escribió: "Es lamentable
que a la labor inmensa de tu trabajo haya que añadir esta contrariedad, pero pienso que todo
ello tiene un carácter místico, es decir, tú tienes que soportar la carga hasta el último peldaño.
Esto dependerá de tu firmeza, que sólo se probará por la carga que soportas, que te será
compensada en forma de conquistas. El día en que tú seas capaz de soportar sobre tus
hombros todo el dolor, ese mismo día habrás ganado todo". Si Frank podía escribir esto era
porque había probado estas cosas hasta el final.
En otra carta fue aún más explícito: "Según comentas, te parece que no tomo en serio
tus depresiones. Estás equivocada. Las tomo muy seriamente, ya que las considero como una
amenaza para tu labor de enviada. La depresión predispone, desgraciadamente, tu manera de
juzgar. Ningún juicio que tú formaras o dijeras en ese momento tendría el mínimo valor. La
depresión causa el efecto de aniquilar los recursos físicos. Ese efecto opera de una forma muy
similar a como si los recursos hubieran desaparecido. Uno no es capaz de hacer nada. La
carga que, en realidad, está dentro de nuestra capacidad, nos aplasta hasta el suelo. Yo
conozco todo esto porque lo he vivido".
Cruces desde fuera, cruces desde dentro, grandes cruces, pequeñas cruces. Frank
siempre estuvo firme como una roca. Poca gente sospechaba cuánto le costó.
20
Bautismo de fuego en China
Frank valoró siempre la calidad de los legionarios por encima de la fuerza numérica.
Temía un crecimiento exagerado que pudiera desvirtuar el espíritu y la actuación de los
miembros. Pero no fue así. Los legionarios chinos pronto dieron prueba de su valor y lealtad a
la Legión, aunque el optimismo del arzobispo Riberi recibió una desilusión. Mao-Tse-tung
invadió el país con sus hordas comunistas. A los pocos años toda China fue conquistada y el
líder de los nacionalistas, Chiang-Kai-shek, se exilió en Taiwan.
Al principio los comunistas intentaron atraer hacia su lado a los legionarios y utilizarlos
con el fin de crear una "Iglesia nacional", pero este plan les falló ocurriendo lo contrario. Donde
existía la Legión no tenía éxito la organización de la "Iglesia nacional", puesto que los
legionarios hicieron un trabajo educativo excelente entre la población católica, advirtiendo del
peligro de llegar a la separación de Roma.
Pronto surgió una lucha abierta entre el Estado y la Legión. Ésta tuvo que cesar en sus
actividades públicas y sólo podía celebrar sus reuniones en secreto. Al comienzo de 1952 la
Legión de María fue declarada oficialmente organización reaccionaria y prohibida en toda
China. Sus miembros tenían que presentarse a la policía con el fin de tenerlos inscritos. Los
que ostentaban cargos de oficiales legionarios fueron encarcelados, entre los que destacó el P.
Van Coillie, sacerdote belga, que era director espiritual del Senatus de Pekín. Muchos
sacerdotes que habían trabajado en la Legión fueron sometidos a un "tratamiento especial".
Tenían que mantenerse de pie durante días y días, no permitiéndoseles dormir y siendo
sometidos día y noche a interrogatorios interminables; fueron esposados con cadenas de hierro
en pies y manos. Lo que los comunistas estaban buscando con fanática insistencia eran
estaciones secretas de radio, armas y círculos de espionaje, que al final les revelaran el
secreto del impacto inexplicable de la Legión, pero sólo encontraron manuales, velas e
imágenes de Nuestra Señora. A pesar de sus registros no supieron descubrir el espíritu con
que el primer Pentecostés reunió a los apóstoles alrededor de Nuestra Señora y la inspiración
del Espíritu Santo para comprometerse en acciones valientes.
Los comunistas no sólo odiaban a la Legión, sino que realmente la temían. Calumnia,
hostigamiento organizado, fuerza bruta... todo fue empleado para suprimir este movimiento. La
Legión era el enemigo público número uno. De una parte a otra de las grandes poblaciones o
en las carreteras había pancartas y anuncios con inscripciones que señalaban a la Legión
como una organización reaccionaria de espionaje del Vaticano.
Se han escrito muchos libros sobre la resistencia heroica de los legionarios en China.
El número exacto de las víctimas probablemente nunca se conocerá, pero se calcula que
fueron asesinados alrededor de 2.000, mientras que más de 20.000 fueron encarcelados.
Los que aún gozaban de libertad fueron sometidos a lavados de cerebro. Se redactó
un documento en el que se describía a la Legión como organización secreta fascista, cuyo
único propósito era mantener la sociedad capitalista. Algunos miembros fueron citados por la
policía dos o tres veces al día; tenían que aprender de memoria el contenido de ese documento
y se les exigía repetirlo continuamente. Algunos de ellos al final confesaron algo con el objeto
de cortar la tortura de los constantes interrogatorios. Les aseguraban que no les castigarían si
se presentaban por su propia voluntad y dejaban la Legión, pero muchos fueron encarcelados
o fusilados sin tener en cuenta lo que les habían prometido.
Todo el mundo católico estaba en aquel momento observando el enorme drama que
se desarrollaba en China y admiraba con especial asombro el ejemplo de fe invencible,
demostrada por los legionarios. El Papa Pío XII alentó a los católicos chinos en una carta
particular.
El P. McGrath pasó tres años en la cárcel antes de ser expulsado del país. Necesitó
varios años de reposo en Irlanda para recuperar su salud quebrantada por las torturas y
sufrimientos. El arzobispo Riberi estuvo sometido a arresto domiciliario durante varios meses,
siendo también expulsado. Tan pronto llegó a Hong Kong envió un telegrama a Frank en el que
le expresaba su convicción de que la Legión salvaría la fe en China, aunque podría ser
encarcelado o fusilado hasta el último sacerdote o misionero.
¿Tuvo razón? No lo sabemos realmente, pero hay rumores de que el número de
católicos en China se duplicó y más durante los treinta años de persecución.
21
Y Roma habló una vez más
En el otoño de 1952 Frank recibió una carta del Secretario de Estado del Vaticano
formulando una invitación del Papa para visitar la Ciudad Santa. Fue una sorpresa de gran
alegría. Los impedimentos que ciertos sacerdotes ponían en el camino de la Legión persistían
todavía.
Qué diferente era este viaje del primero, en el que Frank, hacía más de veinte años, se
aventuró a ir como un seglar desconocido.
John Murray, que había trabajado durante doce años como enviado de la Legión en
los Estados Unidos y que entonces era Vicepresidente del Concilium, acompañó a Frank. Se
hospedaron en la Embajada de Irlanda ante la Santa Sede. El Embajador, que en aquella
época era Joe Walshe, había sido Secretario del Departamento de Asuntos Exteriores en
Irlanda durante muchos años, siendo un viejo amigo de Frank.
Fueron recibidos en el aeropuerto por el arzobispo Van Lierde, O.S.A., sacristán del
Santo Padre. Estuvieron diecisiete días en Roma muy ocupados con reuniones y conferencias.
El punto álgido fue la audiencia que les concedió el Papa Pío XII. "Estoy muy
agradecido a la Legión de María por los grandes servicios que ha prestado a la Iglesia",
comentó Su Santidad. Frank reveló que estas palabras las pronunció con indescriptible afecto y
cariño. Y el Papa envió su bendición especial a todos los legionarios del mundo.
Frank dio más de trece conferencias durante este corto plazo, la mayoría de ellas en
seminarios y colegios. En el Colegio de Propaganda Fide habló a 400 estudiantes que
pertenecían a cuarenta naciones de los cinco continentes. En el colegio norteamericano
asistieron a su conferencia 155 estudiantes. También fue invitado por Radio Vaticana para que
en una emisión describiera la espiritualidad e historia de la Legión de María. Su charla fue
transmitida en veinticinco idiomas diferentes. El Observatore Romano publicó un reportaje
sobre la visita de los dos legionarios a Roma. Visitaron Generalatos de instituciones
misioneras, y quedó claro que la Legión se consideraba un medio que destacaba por su
eficacia evangelizadora en los países del tercer mundo. Además de esto, tuvieron audiencias
con varios cardenales, principalmente con los que estaban al frente de Congregaciones de la
Curia.
Debo hacer una mención especial al Cardenal Tisserant, Decano del Sacro Colegio y
Secretario de la Congregación para la Iglesia Oriental, que había demostrado profunda
comprensión hacia las intenciones y posibilidades de la Legión. Desde el primer momento él y
Frank se comprendieron perfectamente, y se consiguió un permiso para la Legión, único en la
Iglesia de Dios: el de admitir dentro del movimiento en diferentes Praesidia a cristianos
ortodoxos, es decir, cristianos no unidos a Roma, y también de fundar Praesidia entre las
comunidades ortodoxas. Esto ocurrió diez años antes del Decreto sobre Ecumenismo del
Concilio Vaticano II. Desgraciadamente, las esperanzas que Frank había abrigado con este
permiso no han llegado a buen fin hasta el momento. Ha habido algunos intentos al respecto;
en Buenos Aires se dio de alta un Praesidium de ortodoxos emigrantes de Rusia, pero no duró
mucho tiempo. Sin embargo, como Frank declaró más tarde, la Legión de María está sólo en el
comienzo de sus actividades. Probablemente esta gran posibilidad sólo tendrá completo efecto
cuando la Legión consiga el éxito de entrar en Rusia a gran escala.
Los detalles para organizar un Praesidium dentro del rito ortodoxo fueron fijados
entonces. En lugar de la imagen de Nuestra Señora, que preside todas las reuniones de la
Legión, estos Praesidia ortodoxos deberían usar un icono de María, ya que no es costumbre
usar estatuas en la Iglesia Oriental; y en lugar del Rosario, que es desconocido por los
ortodoxos, los miembros debían recitar el himno Akathistos, un recitado que dura
aproximadamente lo que el Rosario. El Akathistos demostró al final ser poco adecuado, por lo
que se adoptó finalmente una forma de rezo parecida al Rosario, pero de origen ortodoxo.
Frank secretamente tenía la esperanza de que con la Legión el Rosario ganaría su entrada en
la Iglesia Oriental. A menudo Frank hablaba de esto con sus amigos. El cardenal Tisserant
también tenía la esperanza de una extensión rápida de la Legión en las Iglesias de rito oriental;
él no vivió para ver realizadas estas esperanzas.
El Procurador General de los Padres del Espíritu Santo, Dr. Murphy, escribió a un
amigo irlandés poco después de esta visita a Roma: "Ningún potentado, ni jefe de estado ha
sido jamás recibido aquí con tan genuino afecto por parte de los oficiales de la Iglesia en
Roma... y estas audiencias no han sido meras entrevistas formales. Eran expresiones
auténticas de afecto y gratitud a la Legión por el trabajo que ha hecho y está haciendo por todo
el mundo. Los señores Duff y Murray están profundamente impresionados por los sentimientos
de intensa convicción y cariño que les han expresado".
Por algún tiempo se veía claro que en la edición siguiente del Manual de la Legión
eran necesarios algunos cambios y adiciones. Este libro, que al principio apareció como un
pequeño folleto, en el transcurso de los años aumentó a un volumen sustancioso en el que se
incluyeron nuevos trabajos de la Legión y nuevos aspectos de su espiritualidad en casi 400
páginas. Con la excepción de ciertas citas de la Sagrada Escritura o de trabajos teológicos,
agregados generalmente al final de cada capítulo, todo lo demás procedió de Frank.
Por larga experiencia Frank Duff se daba cuenta de que en Dublín no podía dedicarse
de lleno a un intenso y continuo trabajo. Visitantes de muchos países llegaban sucesivamente
sin dejarle un minuto para respirar, por lo que la carga de la correspondencia creció tanto que
se hacía insoportable. Escribió a un amigo que se quejaba de su silencio: "Sólo puedo repetir lo
que ya te dije sobre las razones de mi demora: que pocas veces he tenido un problema de
tiempo tan grande. Las cosas conspiran contra mí de una forma sorprendente. Si pudiese
contar cada tarde con algunas horas para la correspondencia, sería capaz de abarcarlo. No
parece que sea pedir mucho, pero no puedo disponer de esas horas. Si tuviera para ello tres
tardes a la semana, me consideraría afortunado. Estoy disponible todas las tardes de la
semana para entrevistas desde las siete hasta las once, pero esto no satisface a la gente. Uno
podría imaginar por su insistencia para conseguir una cita de día, que las horas normales del
trabajo estuvieran al revés y que el tiempo libre de la gente fuera durante el día".
Esta clase de desahogos empezaban a ser más frecuentes en las cartas de Frank.
Con el fin de enfrentarse con el trabajo de rehacer el Manual, la solución era escaparse a
Navan con su hermana. Allí podía trabajar sin que le molestasen. Desde luego no podía
ausentarse por mucho tiempo, porque después no sería capaz de hacer frente al trabajo
acumulado. Consecuentemente, cuando iba a Navan, nunca se quedaba más de una semana.
Por fin, después de tres o cuatro visitas, finalizó el trabajo, al menos en lo que dependía de él.
Lo que siguió a uno le gustaría cubrirlo con una capa de caridad cristiana, pero aquí estamos
escribiendo la vida de Frank y cometeríamos una grave injusticia omitiendo las pruebas por las
que pasó.
El "imprimatur" para la nueva edición del Manual fue demorado durante años con
pretextos infantiles. Al final llegó con la orden de cambiar algunas frases, que no eran
realmente importantes y que Frank aceptó con disponibilidad. Pero se repitió de nuevo el juego.
Después de otro período de inútil espera, vino una nueva petición para que se hicieran otros
cambios. Como la Legión había conseguido ya entrar en numerosos países, la demanda del
Manual tuvo consecuencias mundiales. Por ejemplo, la edición alemana estaba agotada; una
nueva impresión era urgente y se imponía también una nueva traducción. Los legionarios
esperaron la aparición del nuevo libro, pero éste no llegó. Sin el Manual era extremadamente
difícil la extensión de la Legión. Algo similar ocurrió con el Manual en francés. Frank estaba
literalmente agobiado entre las peticiones urgentes del nuevo Manual y la dilatoria táctica de
las autoridades eclesiásticas. No es de extrañar que llegase un día en que, no pudiendo
soportarlo más, sintió la necesidad abrumadora de despejarse. Invitó a algunos amigos, que
trabajaban en "La Estrella de la Mañana", para que le acompañasen. Éstos se sintieron felices
de hacerlo. Se montaron en sus bicicletas y se marcharon.
"Hicimos una excursión conocida como el Anillo de Kerry, contó Frank a un amigo.
Empleamos más de cuatro días, haciendo una media de 230 millas. Te parecerá poco, pero fue
bastante duro subir a la montaña. Tuvimos un día desastroso, que nos supuso una mojadura
hasta los huesos, pero las jornadas siguientes fueron estupendas. Vimos un paisaje ideal. Volví
renovado. La azarosa excursión fue un éxito completo".
A partir de entonces Frank se permitió unas vacaciones una o dos veces al año y el
resultado siempre era el mismo: regresaba como nuevo, relajado, para volver al trabajo diario.
Estaba más y más entusiasmado de la belleza de su país natal, que era más fácil apreciar en
bicicleta que desde un coche. Con el fin de no tener que almacenar esa belleza en su mente,
empezó a hacer fotografías. De esta forma comenzó un "hobby" que en los años siguientes le
daría momentos muy felices. Tenía buena vista para captar el ángulo apropiado, haciendo fotos
de valor artístico. Le gustaba enseñar a sus visitantes las diapositivas de sus viajes y viéndolas
otra vez, se renovaba su alegría.
Las proezas diarias de los ciclistas con frecuencia eran sorprendentes. A la edad de
sesenta años, Frank aún era capaz de hacer sesenta millas diarias. El número de compañeros
de viaje aumentaba cada año y finalmente hubo un círculo permanente para el que Frank ideó
el sobrenombre de "los Sprokets". Muy pronto un joven sacerdote pasionista, llamado Hermán
Nolan, se unió al grupo, y así tuvieron una especie de capellán particular, que obtuvo permiso
del obispo para decir misa en cualquier habitación adecuada, si no había iglesia cercana; de
esta manera se solucionó el problema de poder asistir a misa.
Frank regresó de su primer viaje fortalecido de tal forma que fue capaz de volverse a
ocupar del asunto del "imprimatur" para el nuevo Manual y soportar la espera. Todo, bueno o
malo, tiene un fin; el "imprimatur" llegó y el libro pudo publicarse.
Un año tras otro traía a Frank su medida particular de penas y alegrías; cada uno
venía con acontecimientos tan apretados que hubieran bastado para llenar toda la existencia
de un ser humano menos extraordinario.
En sus esfuerzos por la extensión de la Legión en los distritos rurales de Irlanda, Alfie
mostró gran poder persuasivo y especial habilidad organizativa. Frank se aventuró a mandarle,
con un compañero mayor, como enviado a Sudamérica. Lo que este muchacho joven consiguió
allí en cinco años y medio fue realmente fabuloso. Viajó por todo el enorme continente en tren,
autocar, avión, a caballo, a pie... Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil, Paraguay, Uruguay y
Argentina fueron los escenarios de su fructífero trabajo. Las dificultades que encontró en
muchos sitios fueron copia de los obstáculos con que Frank tuvo que enfrentarse en Irlanda. Es
reconfortante leer cómo gradualmente los superó. Pero todavía este gigantesco campo de
acción no era suficiente para su apostolado entusiasta. Estudió ruso y soñaba con ir como
enviado a la Unión Soviética. Así fue como comenzó un Praesidium con cristianos ortodoxos,
de los que habían ido a Buenos Aires como refugiados de Rusia.
Frank siguió las actividades de este joven con admiración y entusiasmo. Fue para él
un golpe tremendo cuando Alfie murió de cáncer en enero de 1959, teniendo sólo veintiséis
años. La tumba de Alfie ha llegado a ser centro de peregrinaciones. Tiene abierto el proceso de
beatificación.
El arzobispo Tavella, de Salta, escribió en una carta de pésame: "Si la Legión de
María no hubiese hecho otra cosa que conseguir un hombre del calibre de Alfonso Lambe, ya
sería un signo de que está bendecida por Dios".
Una vez más, uno de sus hijos espirituales había dado pruebas de la fuerza
santificadora de los ideales de la Legión siempre que uno se abra incondicionalmente a su
influencia formativa.
24
Lo milagroso estaba allí
Hemos visto que Frank era de la opinión de que los signos y milagros pertenecían tan
naturalmente a Cristo y a su Cuerpo Místico, que han formado parte esencial de la vida de
Jesús y de la Iglesia. Su fe era tan firme que pensaba que el Señor podía ejecutar un milagro si
el hombre había llegado al límite extremo de sus fuerzas sin alcanzar su objetivo. "No esperaba
que ocurrieran milagros, pero fue justamente él quien los produjo", declaró el cardenal O'Fiaich
de Armagh en su oración fúnebre después de la muerte de Frank.
Frank era una persona muy equilibrada; su inteligencia controlaba su voluntad y sus
sentimientos. El fanatismo le era ajeno; tenía verdadero temor a las visiones y éxtasis, y estaba
plenamente orgulloso y convencido de que la Legión de María se había formado no sólo por
gracia de la Divina Providencia, sino debido a las necesidades humanas. Sin embargo, su vida
estaba acompañada frecuentemente por hechos que se podían calificar de milagrosos. Estas
cosas no eran de las más esenciales en la vida de Frank, pero si se omitieran, faltaría algo
para completar el cuadro de su vida.
Cierto día el hostal "Regina Coeli" estaba escaso de dinero. Cuando se preguntó a
Frank qué se debía hacer al respecto, con-testó: "Una novena al Niño Jesús de Praga". A su
espalda alguien meneó la cabeza; hubiera parecido más razonable pedir dinero a alguna
entidad bancaria, pero a ninguno le gustaba contradecir a Frank. Sin embargo, antes de que la
novena terminara apareció una señora desconocida y entregó un sobre que contenía una suma
considerable de dinero, lo suficiente para remediar las necesidades inmediatas. Esto quizá fue
casualidad, pero ¿quién lo puede decir?
Algo especial ocurrió cuando Frank recibió de una religiosa una reliquia de la Vera
Cruz. No nos ha sido posible obtener más detalles sobre la época del regalo ni de la donante.
Sólo se dijo que la religiosa estaba convencida de que la preciada reliquia sería mejor utilizada
estando en las manos de Frank que en las suyas. La reliquia no estaba autenticada, y aunque
en el curso de los años Frank había tratado de obtener una, no había tenido la, suerte de
conseguirla. Desde que se la regalaron, siempre la llevaba consigo; con frecuencia declaraba
que él no había necesitado realmente la autenticidad de la misma. Los milagros que esta
reliquia ha logrado eran suficiente prueba para él. Quizá un día será posible conseguir que un
investigador describa todos los sucesos milagrosos atribuidos a esta reliquia. De acuerdo con
las palabras y testimonios de Frank fueron numerosos. Por ejemplo: la hermana de un
sacerdote amigo de Frank iba a ser operada de un cáncer de mama. Ella rogó a Frank que la
bendijese con el trozo de la Cruz. Cuando se presentó en el hospital, el cáncer había
desaparecido con asombro de los doctores. Otro caso: un legionario americano se puso
enfermo durante su estancia en Dublín; pudo librarse de la operación después de que Frank lo
bendijese con la reliquia.
A veces esta fuerza operaba sin que Frank fuera consciente de ella. Cuando estuvo en
Roma, en la última sesión del Concilio, una madre con su hijo epiléptico visitaba también la
Ciudad Eterna. El joven tenía ataques epilépticos después de recibir la Sagrada Comunión. Un
día Frank estaba a su lado cuando ocurrió esto; entonces le puso la mano sobre la frente,
teniendo agarrada en ella la reliquia de la Vera Cruz. Inmediatamente el ataque cedió y nunca
volvió a repetírsele. Después de cierto tiempo Frank observó que la madre y el hijo solían
mirarle con curiosidad, pero en realidad nunca le hablaron. Como Frank estaba preocupado de
que los favores conseguidos con la reliquia fuesen asociados a su persona, trataba siempre de
que fuera un sacerdote quien bendijese con la reliquia. En este caso todo se presentó de una
manera demasiado repentina.
Me gustaría finalizar este capítulo con un episodio humorístico. En cierta ocasión vivía
en Dublín una mujer que cogió una extraña costumbre. Escribía numerosas cartas a
sacerdotes y seglares que eran activos en la Legión o mostraban interés por ella. Les
informaba de que Nuestra Señora se le aparecía periódicamente haciéndole saber todas las
cosas que estaban equivocadas en la Legión de María. En las cartas seguía una lista completa
de errores. Al principio Frank no se preocupó de esta persona, pero cuando las cosas fueron
empeorando, tuvo "una buena inspiración" sobre el asunto, como escribió: "Le envié por
diferentes conductos la noticia de que acababa de tener una revelación de la Santísima Virgen
sobre ella y que parte de las cosas que me había revelado era que ella era la esposa
abandonada de Stalin. En seguida sus cartas cesaron totalmente.
25
Nuevas flores, nuevos frutos
El desarrollo de la Legión en los países de misión fue firme y por muchos años
continuó sin especiales altibajos. Hacia finales de la década de los cincuenta pareció que en
Europa, donde el movimiento hasta entonces había encontrado grandes dificultades, también
prometía un rápido crecimiento.
Frank acostumbraba a juzgar las cosas con seria y realista claridad. Con frecuencia
tuvo que advertir a sus enviados contra esperanzas exageradas, si se entusiasmaban
demasiado sobre ciertas personas o posibilidades. Entonces sucedía lo más sorprendente: él
mismo en ese período mostraba un optimismo que parecía no conocer límites. Por ejemplo: el
número de Praesidia hacia finales de los años cincuenta en la República Federal de Alemania
había aumentado a cien en un solo año. Frank creyó muy seriamente, y con frecuencia
manifestó su convicción en cartas y conversaciones, que este número sería duplicado en poco
tiempo. Si al final sucedió lo contrario fue debido a circunstancias sobre las que volveremos
más adelante. Pero de momento el árbol que Frank había plantado dio frutos numerosos y
nuevos brotes fuertes.
Esta idea se extendió y actualmente no cientos sino miles de legionarios van a través
del mundo en viajes misioneros cada año. Muchos de ellos vuelven como si fueran otras
personas, están conquistados por una especie de fuego que les hace leves todos los sacrificios
y esfuerzos. Hay legionarios que pasan de esta manera sus vacaciones cada año. En un
tiempo, cuando las misiones parroquiales no se celebraban, muchos sacerdotes,
especialmente en Gran Bretaña y también en otros sitios, reconocieron la bendición que
suponía el que su parroquia fuera visitada de puerta en puerta. Por ello, cada vez es mayor el
número de sacerdotes que piden un equipo preparado para que lleve a cabo este trabajo.
En los primeros días del año 1960, un sacerdote, director espiritual de la Legión de
María en Italia, se dedicó al movimiento con especial entusiasmo. Era Monseñor Corrado
Bafile. Había visitado Dublín y había hecho amistad con Frank Duff. Después, cuando Angelo
Roncalli, el Papa Juan XXIII, nombró a Monseñor Bafile su Camarlengo secreto, le dejó en
completa libertad para seguir trabajando en la Legión de María.
Causó una gran alegría a los legionarios el hecho de que Monseñor Bafile fuera
nombrado Nuncio Apostólico en la República Federal Alemana. Naturalmente invitó a Frank y a
otros oficiales del Concilium de la Legión para asistir a su consagración episcopal. Frank vaciló
durante bastante tiempo sobre los esfuerzos de otro viaje a Roma porque encontraba estos
viajes al extranjero demasiado pesados. Monseñor Bafile, sin embargo, insistió sobre su
presencia y Frank no queriendo ser descortés, decidió hacer el viaje. Como había hecho
durante su primera estancia enla Ciudad Eterna, visitó a muchos dignatarios, en especial a los
cardenales Agagianian y Tisserant, a los Superiores de varias instituciones religiosas y a la
Legión de María en Roma que aún no había ido más allá del estado legal de una Curia.
Al día siguiente, el Papa Juan XXIII recibió a los invitados de Dublín en audiencia
privada. El arzobispo Bafile les acompañó y presentó al Santo Padre, que tuvo palabras
halagadoras para la Legión. Les dijo: "Las noticias que llegan a Roma de todas partes del
mundo prueban su sistema excelente". Entonces le dio a Frank una fotografía suya en color,
firmada, cuyo texto decía que él, de todo corazón, confería su bendición apostólica a todos los
legionarios del mundo. El Papa subrayó con su dedo las palabras de todo corazón y declaró:
"Estas palabras son la verdad. Las he escrito con mi corazón".
De todas las generosas alabanzas que la Legión de María ha recibido de los Papas en
el transcurso de los años, ninguna fue tan significativa como las palabras del Papa Juan XXIII
el 15 de julio de 1960 a un grupo de legionarios franceses: "Que la Legión de María sea capaz
de mostrar el verdadero semblante de la Iglesia Católica a aquellos que no la conocen".
26
La muerte llama a la puerta
No hubo cura duradera para su sordera, aunque al principio pareciese que mejoraba
algo. El único alivio que ayudaba a Frank eran sus excursiones en bicicleta. Siempre volvía de
ellas reanimado, pero no eran lo suficientemente largas como para producir efecto duradero.
Escribió a un amigo que se quejaba de su largo silencio: "No estás aquí y no puedes
comprender el esfuerzo con que he tenido que luchar. Este año ha sido, hasta ahora, el peor
de mi vida, sintiéndome incapaz de enfrentarme con todas las cosas que me incumbían. Sólo
en las últimas semanas he podido arreglármelas para ponerme al día con mis cartas y aún
examinar las atrasadas. La contemplación de la acumulación de cartas existente era enervante,
y resultaba totalmente imposible cuando una carta había sido dejada de lado por algún tiempo,
volver a buscarla de nuevo y luego ordenar las ideas para contestarlas. Así, día a día, el tiempo
ha pasado...".
Frank en esta época tenía setenta y cinco años, una edad en la que mucha gente está
ya gozando, desde hace tiempo, de una ganada jubilación; pero para él no existió tal cosa.
Un tiempo atrás, Frank no se encontraba bien, pero le rogaron que diera una charla a
los estudiantes de Sociología en el Colegio Universitario de Dublín y él aceptó. Al entrar en el
edificio, se encontró con la hija de un viejo amigo. Ella, que estaba preparándose para
enfermera, le conocía muy bien. Al verle, se quedó consternada por su aspecto, y le aconsejó
que suspendiera su conferencia; pero él se negó. Advirtió a sus oyentes: "Piensen en esto: que
en su trabajo nunca tendrán que verse con casos. No hay casos, sólo hay seres humanos".
Esta frase puede considerarse entre sus "últimas palabras famosas", porque Frank se
desvaneció al pronunciarlas. Fue llevado inmediatamente al hostal "Regina Coeli". La joven
estudiante de enfermera hizo lo que parecía más indicado: telefoneó a la hermana y cuñado de
Frank en Navan, quienes se presentaron en seguida llevándose al paciente a su casa, donde
recibió los cuidados que necesitaba.
Frank no supo exactamente lo que le había ocurrido, pero estaba preparado para
morir; esto no le importaba nada. Al contrario, "estaba tan feliz pensando que me encontraba
otra vez con mi familia, que me desilusioné un poco cuando no se realizó", comentó después a
un amigo. Escribió a los pocos días todavía convaleciente: "Pensé que me moría, pero
aparentemente fue sólo un caso de completo agotamiento; por tanto, algo tenía que pasar. No
fue un infarto ni un ataque de corazón".
Más tarde apareció en una exploración de Rayos X que se había roto un vaso
sanguíneo en el cerebro, pero el trombo se había coagulado por sí solo cerrándose el vaso,
"igual que cuando se repara una cañería de agua", diría Frank. Tuvo suerte de no haber sufrido
efectos posteriores como una seria parálisis o pérdida de habla. "Realmente tuvo usted mucha
suerte", dijo el especialista del hospital de Dublín al que Frank había sido llevado a causa de
una gripe gástrica. El día de Jueves Santo administraron a Frank los santos óleos, pero su
fuerte constitución salió victoriosa.
Aun cuando Frank Duff tuvo que luchar a lo largo de su vida contra resistencias y
hostilidades, no estuvo falto de reconocimiento personal. Las numerosas recompensas y
honores que se le otorgaron no le impresionaron; las aceptó como algo inevitable y no volvió a
recordarlas en adelante. Los Padres del Espíritu Santo y los de Montfort le nombraron miembro
honorario de sus asociaciones, lo que significa que había participado en su meritorio y buen
trabajo. La Congregación de los Padres Montfortianos también le confirió su distinción Mariana.
El Papa Juan XXIII le nombró Gran Caballero Oficial de la Orden de San Gregorio y la
Universidad Nacional le otorgó el nombramiento honorífico de Doctor en Leyes, pero él nunca
puso después de su nombre las siglas LL.D. a las que tenía derecho. El gran honor estaba aún
por venir.
Cuando empezaron las sesiones del Concilio Vaticano II, no había seglares invitados.
Sólo gradualmente fueron llamados, para tomar parte en las sesiones, prominentes filósofos
católicosy escritores como Jean Guitton y, más tarde, los presidentes de varias organizaciones
seglares.
Al comienzo, y con asombro de bastante gente, Frank no fue invitado, pero desde
luego él entonces no hubiera podido aceptar la invitación porque estaba aún convaleciente de
su enfermedad. Escribió a un amigo: "Te preguntarás por qué no he sido invitado como auditor
laico al Concilio. El hecho ha proporcionado bastantes comentarios. Realmente no tengo idea
sobre el asunto. Ha sido completamente imposible valorar las razones que dieron lugar para
invitar a los que han ido a Roma; algunos de ellos eran de escasa relevancia, por cierto, y
otros, aunque personas prominentes, no estaban comprometidos en el apostolado, como Jean
Guitton, el escritor francés. En cambio, el Presidente del Consejo Central de la Sociedad de
San Vicente de Paúl no fue invitado según creo... La cuestión, sin embargo, es de orden
sentimental solamente, porque si hubiera sido invitado no hubiera podido asistir. La salud
arregló la cuestión".
El cardenal Suenens, arzobispo de Malinas, en Bélgica, era un gran amigo de la
Legión de María. En años anteriores había escrito un comentario teológico sobre la promesa de
la Legión y también una biografía de Edel Quinn. Había dicho que indicó al Papa Pablo VI que
Frank merecía una invitación para asistir al Concilio como auditor seglar y fue invitado a la
última sesión.
Frank no hubiera sido un ser humano normal si no hubiera estado satisfecho por este
honor. Su estado de salud, mientras tanto, había mejorado lo suficiente como para hacer frente
al viaje.
Para los legionarios del Senatus de Roma era maravilloso tener a su fundador entre
ellos. En el aeropuerto le esperaba una delegación que ¡o llevó a su alojamiento. A! día
siguiente de su llegada, domingo, le enseñaron algunos sitios de interés de Roma. Fue su
única visita turística; después no tuvo ni un minuto de tiempo libre.
A la mañana siguiente Frank salió para la Sala del Concilio en San Pedro. Tenía
asignado un sitio en la tribuna de San Andrés, en el cruce de la nave y el crucero de la basílica,
que estaba reservada a los auditores seglares y a los teólogos del Concilio. Como en todas las
sesiones, ésta comenzó con misa, en la que los auditores seglares recibían la Sagrada
Eucaristía.
Durante la sesión conciliar ocurrió algo único. El Cardenal Heenan, de Londres, había
sido amigo de la Legión de María desde hacía tiempo. Antes de su consagración episcopal
habia sido, durante unos años, director espiritual del Senatus de la Legión en Londres; más
tarde siguió manteniendo el afecto a la Legión de María. Durante un discurso acerca del
Decreto Conciliar sobre los Sacerdotes, señaló a los Padres Conciliares que estaba presente
en la Basílica el fundador de la Legión de María. Entonces se produjo una espontánea ola de
aplausos. Los 2.500 Padres Conciliares expresaron con esta ovación lo que pensaban del
movimiento que se había convertido en baluarte de evangelización en los territorios de misión.
Frank permaneció cada día en la tribuna hasta cerca de las once y trató de seguir los
discursos en latín, pero raramente logró entenderlos. La peculiar pronunciación de los obispos
de los diferentes países a veces dejaban a uno preguntándose si estaban hablando el mismo
idioma. Después Frank iba hacia el famoso bar, apodado por los Padres Conciliares "Bar
Joña", recordando el tiempo en que Nuestro Señor llamó a Pedro "Simón Bar Jons" y le
entregó las llaves de la Iglesia. Algunas veces lograba llegar al "Bar Joña" y podía entonarse
con una taza de té o café, pero con frecuencia no llegaba allí, porque a cada paso obispos de
todas las partes del mundo le paraban expresándole su alegría de encontrarle y conocerle
personalmente. A menudo le pedían que posase para hacerse una fotografía con él y a
continuación que les pusiera un autógrafo detrás. Los legionarios de Ghana le regalaron una
Vexíllina de oro, un distintivo mostrando el estandarte en miniatura de la Legión. Los Padres
Conciliares que no le habían visto anteriormente, le reconocían por su insignia.
Es fácil comprender que cada Praesidium de Roma deseaba dar la bienvenida a tan
ilustre invitado, por lo menos verle una vez. Frank estaba muy orgulloso por haber logrado el
reclutamiento de cinco legionarios y poder preparar el comienzo de un nuevo Praesidium.
Durante aquellos días dio 32 charlas, por término medio una cada tres días, principalmente
ante obispos.
La mayor tortura que Frank tuvo que soportar fue la reunión con los obispos de habla
francesa. Tenía un conocimiento suficiente del idioma para leerlo con facilidad y seguir una
sencilla conversación, pero de ahí a poder hablar con soltura mediaba un abismo. Con la ayuda
del Espíritu Santo desarrolló su tarea con la completa satisfacción de las partes interesadas.
El punto álgido de la estancia de Frank en Roma fue su audiencia privada con el Santo
Padre. El 11 de diciembre, después de atravesar muchos vestíbulos y salas, fue recibido por el
Papa que en pie le tomó ambas manos apretándolas contra su pecho y le dijo que realmente
estaba deseoso de recibirle para expresarle el agradecimiento por los servicios que había
prestado a la Iglesia. Entonces le indicó una silla y se sentó a su lado. "Estuvimos muy cerca el
uno del otro todo el tiempo", escribió Frank. Le pidió el favor de hacerse una fotografía con él, y
el Papa accedió con gusto. La fotografía fue excelente; en la actualidad está colgada en la
oficina de la Legión de María en Dublín.
A pesar del esfuerzo realizado, Frank aguantó muy bien los tres meses de la estancia
en Roma, probablemente debido a que los Padres de San Clemente y los legionarios de Roma
hicieron todo lo que estuvo de su parte para facilitarle el trabajo.
El Papa Pablo VI dijo más tarde que la fundación de la Legión de María había sido el
acontecimiento más importante en la historia de la Iglesia desde el comienzo de las grandes
Ordenes Religiosas en la Edad Media. Frank podía estar satisfecho de su estancia en el
Concilio.
28
El espíritu del Concilio
El Papa Juan XXIII esperaba que a través del Concilio hubiera un nuevo Pentecostés
en la Iglesia, y muchos cristianos compartían su esperanza. Pero las cosas se desarrollaron
desgraciadamente de otra manera, por lo menos al principio. Católicos izquierdistas y teólogos
rebeldes creyeron que había llegado el momento de modernizar las cosas de acuerdo con su
propio gusto. Aunque los documentos del Concilio no les ofrecieron el menor pretexto,
inventaron lo que se podría llamar el "espíritu del Concilio", según el cual todo debía ser
cuestionado, cambiado y reformado. Cada párroco o sacerdote se sintió impulsado a celebrar
la liturgia de acuerdo con sus propios caprichos. Cuadros e imágenes de santos fueron
retirados de las iglesias bajo pretexto de que ya no iban con nuestro tiempo. Aunque el capítulo
octavo de la Constitución sobre la Iglesia constituye una maravillosa exposición del papel de
Nuestra Señora en el proceso de la salvación, había sacerdotes y seglares que sólo conocían y
citaban de todo el documento la parte que advertía a los fieles contra la credulidad. No
sabemos si habrían leído el resto de la Constitución. Hubo un gran caos. El Papa Pablo VI dijo
que el humo de Satanás había penetrado en la Iglesia. Numerosos creyentes perdieron el
rumbo y ya no les interesaba ninguna doctrina o publicación eclesiástica. Muchos se unieron a
lo que se llamaba "movimientos tradicionalistas", algunos de los cuales parecían ofrecer apoyo
y asistencia a los cristianos desorientados. Otros se pasaron de la raya y negaron lealtad al
Magisterio pastoral de la Iglesia. Miles desacerdotes y de religiosos perdieron sus vocaciones y
disminuyó la práctica de la religión de forma alarmante. Fue inevitable que un movimiento tan
integrado en la Iglesia como la Legión de María fuese involucrado en esa corriente, teniendo
que sufrir intensamente por ello. Aparecieron dos nuevas expresiones: "preconciliar" y
"postconciliar". La primera expresaba el más profundo desprecio y la segunda consentimiento y
admiración sin tener en cuenta la realidad. Aunque la Legión de María en el curso de los años
se había desarrollado sistemáticamente y nunca se había estancado, se la consideraba como
"preconciliar". Sobre todo su espiritualidad mariana, su fidelidad al Rosario y a las enseñanzas
de Montfort fueron condenadas severamente por los modernistas.
Frank estaba acostumbrado a encontrar hostilidad a la Legión desde fuera, pero ahora
la rebelión venía desde dentro y, para nuestra pena, sobre todo del clero. A veces esta rebelión
tenía la apariencia de preocupación por la ortodoxia dogmática de la Legión. Aunque el Manual
había recibido el "imprimatur" episcopal por lo menos cien veces, y dos de ellas había sido
examinado por equipos de teólogos en Roma, nombrados especialmente para el caso,
declarando que la Legión de María tenía una doctrina puramente católica, después expertos
nombrados por ellos mismos encontraban párrafos criticables. Éstos decían que no querían
destruir la Legión, sino adaptarla a las circunstancias cambiantes.
La gente se quejaba con frecuencia de que Frank había pedido en el Manual no fundar
jamás la Legión cuando los miembros no tenían la intención de dejarla funcionar de acuerdo
con las reglas. Él hablaba por experiencia y se ha comprobado que ni uno de los grupos
sobrevivió cuando se desviaba de las reglas de la Legión sobre puntos esenciales.
Lo que Frank debió haber sufrido durante estos años sólo puede ser calibrado por
aquellos que estaban en medio del conflicto. Por ejemplo: una destacada legionaria japonesa
fue una vez a Dublín y suplicó a Frank hacer algún cambio en el Manual, incluso sobre un
punto sin importancia, con el fin de poder contestar a aquellos que la mareaban en su país y
poder decirles que el Manual había sido "reformado"; pero Frank se mantuvo firme; fue,
literalmente hablando, la roca en medio de la crisis, aunque en muchos sitios esto fue
interpretado como una "obsesión senil". Hubo incluso murmuraciones de que había miembros
en Dublín que sólo estaban esperando el fallecimiento de Frank para hacer una reforma
urgente de la Legión y especialmente del Manual. En muchos países, particularmente en
Europa, esta confusión condu-jo a una paralización y, finalmente, a la decadencia de la Legión.
Muchos Praesidia, aun los más leales, se deshicieron, porque los miembros eran demasiado
mayores para seguir haciendo una actividad apostólica. Los miembros jóvenes fueron
sometidos, con frecuencia, a presiones por el clero; los sacerdotes trataban de influirles para
que lo dejaran mediante comentarios inoportunos sobre la asociación de las "esposas viejas"
que no era propia para ellos. Aun en el confesonario trataban de convencerles, si seguían
yendo a la Legión, porque querían que los jóvenes se unieran a otras organizaciones que
consideraban más adaptadas a los tiempos modernos.
Despacio, pero muy despacio, las cosas una vez más se fueron enderezando por sí
mismas, sobre todo en los países del Tercer Mundo, que habían sido menos afectados por la
ola de modernización. Allí la Legión continuó creciendo. En países como Filipinas, Corea o
Brasil, los Praesidia se contaron durante mucho tiempo no por cientos, sino por miles. Los
obispos dijeron oficialmente que la Legión era el mejor medio de evangelización, que no
abandonarían bajo ninguna circunstancia.
Fue creciendo una nueva generación, que, cansada de protestas y dudas, deseaba un
ideal exigente. No duró mucho tiempo la dificultad de ganar a los jóvenes para la Legión de
María. Resultó que la confusión después del Concilio había barrido muchos movimientos e
iniciativas, pero la Legión seguía ahí, un poco deteriorada y más desgastada, pero
interiormente intacta. Y así, a pesar de todas las dificultades, una nueva ola de entusiasmo y
valentía estaba surgiendo incluso en los países europeos. Como comentó un legionario
experimentado de Dublín, fue providencial que a Frank le fuera permitido seguir viviendo hasta
una edad tan avanzada, puesto que ninguna otra persona hubiera tenido la fuerza de conducir
a la Legión a través de esta terrible crisis. En todo caso, se hizo claro, para todos aquellos que
querían ver, que María no había abandonado su Legión y continuaba con su maternal cuidado
hacia ella.
29
La vida continúa
Frank envió cartas a los presidentes de todos los Consejos de la Legión rogándoles
guardar lealtad al Papa bajo todas las circunstancias. Los consejos o grupos que no
accediesen a estas normas podían contar con su exclusión de la Legión. En medio de todas las
dificultades que rodearon a Frank y a sus colaboradores, súbitamente un acontecimiento
demostró lo saneada y fuerte que había permanecido la esencia de la Legión de María y en
qué aprecio era tenida por la mayoría de los obispos. Ese acontecimiento fue el jubileo con
motivo de las Bodas de Oro de su fundación en 1971. El aniversario se celebró en Dublín al
aire libre, porque no había ningún local suficientemente grande para acoger a tantos miles de
participantes. El arzobispo McQuaid, de Dublín, hizo la mayor alabanza de la Legión en su
discurso. Frank había rehusado sentarse en la tribuna y se encontraba de pie entre los
oyentes.
La celebración del Jubileo se festejó en todo el mundo, lo que demostró que todavía
existían numerosos obispos y sacerdotes leales a la Legión, sin dejar de mencionar los miles
de seglares con los que aún contaba en sus filas. No hubo ni una sola palabra sobre la
necesidad de reforma, hubo gratitud y alabanzas por el movimiento que con tanta devoción
servía a la Iglesia. Desde la Santa Sede llegó una carta de felicitación. Un sinnúmero de
legionarios fueron a Dublín desde todos los países con motivo del Jubileo, unos
individualmente y otros en grupos.
Los años pasaban y Frank empezó a sentir el peso de su vejez. Sus catarros
frecuentes le causaban muchas molestias; a menudo no podía librarse de ellos durante meses.
En una ocasión, un catarro se convirtió en neumonía y tuvo que ir al hospital, pero en cuanto se
recuperaba, continuaba con sus paseos en bicicleta, que siempre los encontraba agradables y
reconfortantes.
Entonces ocurrió algo que alarmó y preocupó a toda la Legión. Entraron ladrones en la
casa de Frank. Una noche se despertó por un ruido poco corriente y sorprendió al ladrón, que
huyó, Frank no conocía el miedo y pronto olvidó el accidente. Una semana más tarde ocurrió lo
mismo. De nuevo Frank se levantó de la cama y bajó rápidamente las escaleras para
ahuyentar al ladrón, teniendo éxito, pero no sin que antes el ladrón le diera en la cabeza con
una barra de hierro. Afortunadamente no llegó a perder el conocimiento. Tambaleándose y
sangrando se arrastró hasta la calle haciendo un esfuerzo supremo. Se encontró con un
transeúnte que le llevó al hospital, el cual por suerte estaba sólo a unos pasos de la casa. Allí
le dieron unos puntos de sutura y le trasladaron a otro hospital donde estuvo quince días. No
tenía dolores, pero se mareaba, sufriendo náuseas con frecuencia. Su mayor preocupación era
perder el sentido de equilibrio que le podía impedir montar en bicicleta; después de algún
tiempo lo intentó y vio que todavía era capaz de practicar este deporte. Desde luego sus
paseos en bicicleta no fueron ya tan largos. Las etapas eran más cortas y con más períodos de
descanso, pero aún tenía la satisfacción de ser capaz de seguir con su esparcimiento favorito.
30
Roma una vez más
Comenzando con el Papa Pío XI, Frank había tenido el privilegio de una audiencia
privada con todos los Papas reinantes, a excepción de Juan Pablo I, quien en los treinta y tres
días de su pontificado no había encontrado tiempo de invitar a Frank para ir a Roma. Sin
embargo, le había conocido de oídas hacía algún tiempo. Cuando era Patriarca de Venecia,
había recibido a un grupo de peregrinos, y bromeando les comentó que entre Frank y él debía
haber alguna afinidad mental, porque a él le agradaba mucho ir en bicicleta y su oído no era
bueno.
Ahora el Papa Juan Pablo II estaba a la cabeza de la Iglesia. También él había tenido
noticia de la Legión. Siendo arzobispo de Cracovia dio la bienvenida a un grupo de peregrinos
irlandeses. Le había impresionado la espiritualidad mariana de la Legión, que coincidía tanto
con sus propios ideales. Durante sus viajes se había encontrado con miembros de este
movimiento. Pero fue probablemente en Roma donde pudo obtener una idea más completa de
su extensión y de su beneficiosa actividad en el mundo.
En mayo de 1979, mientras Frank estaba con los preparativos de una de sus
habituales excursiones en bicicleta, recibió un mensaje de Roma: el Papa Juan Pablo II
deseaba verle. Junto con el entonces presidente del Concilium, Enda Dunleavy, joven padre de
familia, el vicepresidente, viejo y leal amigo, Jimmy Cummins, y la secretaria, Lily Lynch, Frank
salió para la Ciudad Eterna.
Había preocupación en Dublín por si una semana en Roma, con el cambio de clima y
los muchos esfuerzos, sería arriesgado para Frank, que tenía entonces casi noventa años.
Pero el viaje no afectó a su fortaleza, aunque, como siempre, tuvo numerosos compromisos y
obligaciones, además de la audiencia con el Papa. Lo que él tenía especialmente en su
corazón era el progreso de la causa de beatificación de Edel Quinn, acerca de la cual había
recibido algunos informes muy halagüeños. Desde luego él no estaba destinado a ver este
acontecimiento, como algunos de sus amigos esperaban secretamente.
El día de la audiencia los visitantes fueron recibidos a primera hora de la mañana por
el secretario irlandés de Su Santidad, el P Magee; les acompañó a la capilla privada del Papa,
donde pudieron asistir a la Sagrada Eucaristía y recibir la comunión de sus manos. Después de
la acción de gracias, fueron invitados a desayunar. "Estáis ahora en la cocina del Papa", dijo el
Santo Padre, y procedió a actuar como anfitrión. Durante el desayuno conversaron cerca de
una hora sobre el desarrollo de la Legión por el mundo; también sobre las dificultades que
había encontrado en algunos sitios. "Aquello fue como si un informe militar detallado fuera dado
al Jefe Supremo sobre el curso de las operaciones", relató Frank más tarde. El Papa le
preguntó su edad, y cuando oyó que sólo le faltaba un mes para cumplir los noventa, dijo
bromeando: "Hasta entonces todavía debes considerarte joven".
En la despedida el Papa abrazó a los tres hombres y dio a Lily Lynch un precioso
rosario. Los legionarios estaban tan emocionados por esta recepción que dejaron literalmente
el Vaticano como si estuvieran flotando en el aire. El encantamiento sólo se fue esfumando
poco a poco.
"Verdaderamente nunca hubiera soñado lo que hemos encontrado aquí, dijo Frank.
Normalmente no doy excesiva importancia a estas cosas, pero nunca había estado tan
emocionado e impresionado como por los honores que fueron concedidos a la Legión en esta
ocasión". Frank recibió estos honores de todos los dignatarios a quienes visitó en el curso de
esta semana memorable.
En la TV italiana dio, con Enda Dunleavy, una entrevista de unos veinte minutos de
duración, detallando el origen y crecimiento de la Legión de María. Con ocasión de una visita
turística al Vaticano, los legionarios entraron en la sala desde la que el Papa acostumbra a
enviar sus mensajes a todo el mundo. El guía invitó a Frank a sentarse en el sillón del Papa y a
dirigirse a los legionarios de todas partes. Frank se sentó sin vacilar y pronunció sólo una
palabra: "CONVERTIR". Fue el gran testamento que deseó dejar a sus hijos e hijas en todo el
mundo.
31
Para la posteridad
Frank había sido capaz de soportar el trajín y los esfuerzos de su viaje a Roma, pero
después de su vuelta se sintió completamente agotado. Tardó bastante tiempo en recuperarse.
Aun antes del viaje, era obvio que la impresión y la herida que sufrió al ser atacado por el
ladrón habían dejado en él sus secuelas, aunque con su indomable fuerza de voluntad logró la
recuperación suficiente para atender a sus numerosos deberes.
Frank había demostrado siempre un gran interés por los inventos y aparatos técnicos;
así que el sacerdote tuvo una gran alegría al saber que le pareció bien la idea y que daba su
consentimiento.
Uno de éstos era Al Norrell, profesor y en aquel tiempo presidente del Senatus de la
Legión en Filadelfia. Otro era Bill Peffley, un hombre de negocios de Norristown. En su juventud
se había unido a las filas de la Legión, donde había conocido a su esposa. Habían pasado su
luna de miel en Dublín, y sus dos hijos se llamaban Edel y Frank. Primero tuvieron que
aprender las técnicas necesarias para realizar el proyecto.
En el verano de 1979 el grupo viajó a Dublín. El transporte del material pasó algunas
veces por dificultades que parecían poner en peligro el proyecto, pero al fin el trabajo pudo ser
comenzado.
Los cortes y preparación de las cintas constituían todavía una formidable y larga tarea,
porque aquí también las cosas tenían que ser primero aprendidas y luego practicadas. Frank
había contribuido con ocho entrevistas y catorce charlas. Alguno de sus ayudantes también fue
entrevistado.
Un año después el grupo viajó de nuevo a Dublín con el objeto de ofrecer el regalo de
las cintas al Concilium de la Legión de María. Frank estaba entusiasmado con las grabaciones
y sintió gran alegría viéndolas.
Aunque al principio las cintas solamente podían ser proyectadas de acuerdo al sistema
SNCF americano, el progreso en la tecnología pronto hizo posible proyectarlas en todo el
sistema PAL y SECAM europeo. Más tarde, Monseñor Moss adquirió la técnica de doblaje y
sincronización. Con Edel y Frank Peffley, quienes ayudaron a llevar los accesorios y el pesado
material, viajó primero a Europa, donde fue hecha la traducción en varios idiomas, y después a
los países del lejano Oriente. Monseñor Moss justamente había escogido el momento oportuno
para sus grabaciones pues un año más tarde Frank estaba evidentemente tan cansado que
apenas podía aguantar el esfuerzo de las sesiones diarias.
Al fin los hijos espirituales de Frank van a tener en el futuro la oportunidad de ver y oír
a su fundador, escuchar su risa contagiosa y asimilar su enseñanza.
32
Los últimos días
En el último fin de semana de octubre se celebraba cada año la gran reunión de los
"peregrini" (legionarios que durante las vacaciones de verano habían realizado un trabajo
apostólico en países extranjeros). Si la reunión mensual del Concilium es una gran experiencia,
ésta, llamada la Conferencia "Hallowe'en", es aún más impresionante. Desde Europa, y a
menudo desde lugares más lejanos, los legionarios se reúnen para informar sobre sus
experiencias y proyectar los planes para el siguiente año. En este acontecimiento esperan unas
palabras que les sirvan de orientación y que les den entusiasmo para sus futuras empresas.
Desde que estas conferencias empezaron, hace más de veinte años, Frank les había
dado siempre la inspiración necesaria. Muchas de sus más encendidas y originales charlas
habían sido dadas en estas ocasiones. Así, las del 25 y 26 de octubre de 1980 no fueron una
excepción. Habían llegado más de 400 legionarios y, como siempre, todos esperaban unas
palabras del fundador.
La reunión duró desde las primeras horas de la tarde hasta pasadas las diez de la
noche, sólo con un breve descanso para el té, y continuó a la mañana siguiente después de la
misa hasta alrededor de las dos de la tarde. Frank tomó parte activa en todos los informes y
debates. Muchos legionarios más jóvenes mostraron signos de cansancio; Frank confesó sólo
a unos pocos amigos lo cansado que se sentía. En los últimos años su oído había ido
empeorando progresivamente; cuando hablaba a una sola persona no necesitaba hacer un
gran esfuerzo para oírla, pero en una reunión con varias personas hablando, era casi imposible
para él seguir una conversación aun haciendo uso del audífono. Este continuo esfuerzo le
resultaba muy pesado. A esto había que añadir su completo agotamiento. "Hubo un tiempo en
que tuve la fuerza de un gigante, pero la he perdido. Estoy muy cansado", confió a un visitante.
La gente no estaba acostumbrada a oír de Frank estas palabras; de alguna forma había
llegado a ser una especie de institución. Estaba allí, y este hecho era aceptado como si fuera
algo natural que debía permanecer siempre.
Exteriormente parecía no haber gran cambio en la vida y trabajo de Frank. Dedicó toda
una tarde a dos visitantes de la República Federal Alemana con el fin de aconsejarles en sus
dificultades y ofrecerles soluciones para sus problemas. En esta ocasión habría que destacar
como sorprendente su memoria fenomenal. Sus recuerdos, por así decirlo, los tenía en la punta
de los dedos; incluso recordaba los nombres.
Una de sus hijas espirituales más queridas era Joan Cronin, una irlandesa que había
pasado muchos años como enviada de la Legión en Brasil, Portugal, Angola, Mozambique,
Indonesia y en el Líbano. Ahora ya descansa en Irlanda para siempre. Vivió como hermana
interna en el hostal "Regina Coeli" y destacó en el reclutamiento de miembros para los
"Pioneros". Cuando cierta alteración en su salud la obligó a ir al médico, le fue encontrado un
tumor maligno. Le dijeron que a lo más tenía sólo un año de vida. Pero Joan no se desalentó.
Continuó viviendo y trabajando como si nada ocurriera. Cuando Monseñor Moss estuvo con su
equipo en Dublín en 1979, grabó una entrevista con Joan Cronin, en la que contó sus
experiencias en varios países. Su bondad y encanto personal pueden apreciarse en esta cinta.
La predicción del doctor resultó ser exacta casi al día. Frank siguió con gran interés el
desenlace de su querida hija espiritual. Cuando en el hospital no se admitía a ningún visitante,
él continuó visitándola con regularidad. Al morir, Joan sólo tenía cincuenta y dos años. Fue
enterrada el 7 de noviembre y ese mismo día se celebró la Misa de Réquiem. Frank no se
sintió capaz de asistir al entierro, pero no quiso perderse la Misa, aunque ya había estado en
otra por la mañana. Un amigo le llevó al funeral en su coche y después le volvió a dejar en
casa.
"Diga a la Sra. Jessop que suba", dijo a la hermana interna de guardia. Nellie Jessop,
legionaria desde 1932 y hermana interna desde la muerte de su esposo en 1962, había sido
para Frank como una madre durante sus últimos años; tenía una confianza total en ella. A
veces, incluso, fue su única confidente cuando se sentía preocupado o disgustado por alguna
circunstancia adversa. Con su manera de ser tranquila y animosa, siempre supo animarle y
tranquilizarle. "No me siento bien, Nellie, le dijo; no bajaré a almorzar". Nellie mostró inquietud.
"Por favor, Nellie, no avises al médico, le suplicó como un niño; sé que me llevarán al hospital.
¿Me lo prometes?". "Sí, lo prometo. No le avisaré. Le dejaré en paz". A las cuatro de la tarde
Nellie preparó una bandeja con té, tostadas y mantequilla, y la subió a su cuarto. Llamó a la
puerta, pero no recibió ninguna respuesta. Cuidadosamente abrió la puerta. Evidentemente no
dormía; sus ojos estaban abiertos; descansaba acostado, sus manos juntas como en oración,
su mirada fija en un cuadro de la Santísima Virgen colocado justo frente a su cama. Al
acercarse, Nellie comprobó que Frank había fallecido.
Le rindió su último servicio de amor y cerró sus ojos antes de correr hacia el despacho
de la Legión en busca de ayuda. El coadjutor, Padre Fulligan, jesuita, le administró los santos
óleos. La pri-mera Misa de Réquiem se dijo en el hostal "Regina Coeli" por el Padre Ahenne,
CSSp (director espiritual del Praesidium "Regina « Coeli"), inmediatamente después de la junta
del Praesidium que se celebró, como de costumbre, esa tarde. Pero la misa de su vida había
terminado. El Señor había dicho el último "ite, missa est".
33
¿Duelo o triunfo?
Durante su vida ya había sido considerado y venerado por muchos como un santo.
Pero en esta ocasión se formó allí un desfile sin precedentes. Todavía no se había organizado
nada y la noticia iba de boca en boca. Frank estuvo de cuerpo presente cuatro días. Durante
dos se dijeron misas en el oratorio donde estaba. El tercer día, las misas comenzaron a media
noche y en el cuarto se dijeron hasta últimas horas de la tarde, cuando se cerró la caja y fue
llevada a la iglesia de San Andrés, en Westland Row. Durante todo este tiempo riadas de gente
pasaron sin interrupción ante el féretro. Algunas veces la multitud era tan grande que la policía
tenía que cortar la calle. Había gente que rogaba a los legionarios pasar sus rosarios o
diferentes objetos de devoción por las manos del fallecido.
Cuando llegó el momento de cerrar la caja, aún había unas 150 personas frente a la
casa que no habían podido entrar. Con paciencia rezaban el Rosario y se contentaron al final
con poder tocar la madera de la caja, si tenían la suerte de estar lo bastante cerca del ataúd.
Todo el tráfico de la ciudad fue detenido cuando pasó el cortejo. A lo largo del trayecto
la gente se agolpaba a los lados de las calles, muchos con velas encendidas en la mano, y aún
más gente con rosarios, santiguándose cuando pasaba el féretro.
Llamó la atención el hecho de que, al igual que en los días anteriores, no había
ornamentos de color morado ni negro. Todos los celebrantes vistieron casullas blancas con una
ancha franja roja en el medio.
Apoyada contra el féretro había una corona en forma de bicicleta. Era de los
"sprokets", los compañeros de Frank en sus excursiones en bicicleta. En el duelo estaba el
Presidente de Irlanda, De Taoiseach, el Alcalde Mayor de Dublín, numerosos políticos y casi
todo el Cuerpo Diplomático.
El canónigo Ripley dijo: "Sabemos que el hombre, cuya alma ha dejado su frágil
cuerpo con tanta paz el pasado viernes por la tarde, destacó de forma notable por divulgar en
la Iglesia el aprecio del lugar que en ella ocupa la Madre de Dios... Todos los que le conocieron
bien le consideraban un santo. Antes de que la Iglesia oficialmente le conceda ese título deben
ser aprobados milagros realizados por su intercesión. Ya hay algunos que dicen cosas
maravillosas atribuidas a él, pero seguramente el mayor milagro de todos es la misma Legión
de María".
"Frank Duff nunca esperó que ocurrieran milagros, dijo el cardenal en su homilía. Él
hizo que los milagros se realizaran. Fue un hombre de gran bondad y encanto personal, de una
auténtica modestia, de absoluta integridad, de un coraje a toda prueba, de cuerpo frágil pero
con un espíritu insaciable de piedad y oración. Este hombre humilde, sincero dublinés, ha sido
descrito como la persona que hizo la mayor aportación a la vida de la Iglesia en este siglo".
Entonces el cardenal recordó que Frank Duff debería haber sido nombrado "el irlandés del año"
en 1976, pero que cor-tésmente renunció a este título. Y concluyó: "Quizá venga pronto el día
en que la Iglesia le declare el irlandés del siglo".
Los visitantes que iban solos solían tener una charla personal con Frank, y los amigos
más íntimos eran invitados a una comida con él, que desde la muerte de su madre se realizaba
por lo regular en el hostal "Regina Coeli". Algunas veces los visitantes eran invitados a
conversar en el estudio de su propia casa.
Esta experiencia primordial para el legionario que visitaba Dublín ahora se echa en
falta. Resulta inevitable que los visitantes hayan tenido, por ello, un cierto temor de desilusión.
¿Qué es la Sede Central de la Legión sin Frank Duff?
En una de sus entrevistas grabadas había declarado: "La Legión desde el primer
momento estuvo en las manos de la Santísima Virgen María. Mi desaparición de la escena no
la quitará de sus manos".
35
En vez de un epílogo
Joaquina Lucas describió en un libro voluminoso las experiencias de sus veinte años
como enviada de la Legión en numerosos países. Había tenido también la buena suerte de
tener como corresponsal a Frank Duff. Ella dijo que en sus cartas es donde mejor y más
profundamente se revela su carácter.
Otros tuvieron la misma experiencia. Por tanto, queremos terminar este libro con las
citas de dos cartas que escribió a la autora. "Veo que te han pedido que escribas el relato de tu
misión de enviada, y que estás dispuesta a aceptar, creyendo que será beneficioso para la
Legión. No tenemos ninguna objeción a que hagas este trabajo, pero me pregunto cómo
podrás eliminar los innumerables asuntos difíciles que contiene la narración. Aún estás
demasiado cerca de los acontecimientos como para poder hablar con total franqueza sobre lo
que ocurrió. Por ejemplo, ¿cómo podrás referirte a...? y por escrito, que cuando se intente
hacer una revisión del conjunto de los nueve años, se verán los innumerables asuntos de los
cuales no se puede referir casi nada. Y por otro lado, si suprimes todos estos episodios
espinosos y bajas el tono en otros, el resultado podría ser un documento sin ningún interés.
¿Cuáles son tus reacciones a estos comentarios míos?".
Estas advertencias se referían a otro libro, pero tienen incluso más validez para este
trabajo. Espero que los lectores lo comprenderán.
índice
Prefacio.................................................................... 5
Introducción ............................................................. 7
1. Una familia irlandesa.......................................... 17
2. Ascenso interior y exterior .................................. 21
3. Un apostolado muy especial .............................. 24
4. El loco del barrio ................................................ 28
5. Actividad de grupo ............................................. 31
6. La chispa que prendió ........................................ 34
7. Siete de septiembre de 1921 ............................. 38
8. Y de repente ocurrió........................................... 41
9. Una aventura increíble ....................................... 44
10. Asalto a la fortaleza del diablo ........................... 48
11. Un movimiento que se organiza ......................... 53
12. La carga va aumentando ................................... 57
13. El signo de la cruz .............................................. 61
14. Con el Papa Pió XI ............................................. 64
15. Los primeros enviados ....................................... 66
16. Por sus frutos ..................................................... 69
17. Lejos y cerca ...................................................... 73
18. En todo el mundo ............................................... 77
19. Grandes cruces, pequeñas cruces ..................... 82
20. Bautismo de fuego en China .............................. 88
21. Y Roma habló una vez más ............................... 92
22. Penas y alegrías ................................................ 95
23. Alfonso Lambe ................................................... 98
24. Lo milagroso estaba allí ..................................... 100
25. Nuevas flores, nuevos frutos .............................. 104
26. La muerte llama a la puerta................................ 108
27. Auditor en el Concilio ......................................... 111
28. El espíritu del Concilio ........................................ 116
29. La vida continúa ................................................. 120
30. Roma una vez más ............................................ 123
31. Para la posteridad .............................................. 126
32. Los últimos días ................................................. 129
33. ¿Duelo o triunfo? ............................................... 132
34. La herencia ........................................................ 136
35. En vez de un epílogo ......................................... 138