[go: up one dir, main page]

0% encontró este documento útil (0 votos)
31 vistas4 páginas

F3 01 ARANA 1978 Cien Años de La Ciencia Del Folklore

Este documento resume los orígenes y desarrollo de la ciencia del folklore a lo largo de 100 años. Comenzó en Europa en el siglo XIX cuando intelectuales comenzaron a recolectar y estudiar tradiciones, cuentos y costumbres del pueblo. El término "folklore" fue acuñado en 1846 y la disciplina se formalizó con la creación de la Sociedad de Folklore en 1878. Luego se extendió a otros continentes, llegando a Argentina a fines del siglo XIX, donde pioneros como Lynch, Lafone Queved

Cargado por

Robin García
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
31 vistas4 páginas

F3 01 ARANA 1978 Cien Años de La Ciencia Del Folklore

Este documento resume los orígenes y desarrollo de la ciencia del folklore a lo largo de 100 años. Comenzó en Europa en el siglo XIX cuando intelectuales comenzaron a recolectar y estudiar tradiciones, cuentos y costumbres del pueblo. El término "folklore" fue acuñado en 1846 y la disciplina se formalizó con la creación de la Sociedad de Folklore en 1878. Luego se extendió a otros continentes, llegando a Argentina a fines del siglo XIX, donde pioneros como Lynch, Lafone Queved

Cargado por

Robin García
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 4

Arana, Raquel

Cien años de la ciencia del folklore

Revista del Instituto de Investigación Musicológica “Carlos Vega”


Año 2, Nº 2, 1978

Este documento está disponible en la Biblioteca Digital de la Universidad Católica Argentina, repositorio institucional
desarrollado por la Biblioteca Central “San Benito Abad”. Su objetivo es difundir y preservar la producción intelectual
de la Institución.
La Biblioteca posee la autorización del autor para su divulgación en línea.

Cómo citar el documento:

Arana, Raquel. “Cien años de la ciencia del folklore” [en línea]. Revista del Instituto de Investigación Musicológica
“Carlos Vega”, 2(2) (1978). Disponible en: http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/greenstone/cgi-bin/library.cgi?
a=d&c=Revistas&d=cien-anos-ciencia-folklore [Fecha de consulta:.......]
CIEN AÑOS
DE LA CIENCIA
DEL FOLKLORE

Mediaba el siglo XIX cuando un vocablo de fuerte raíz arcaizante, sugestivo y tal vez
no demasiado explícito, rotuló un cúmulo de cosas a las cuales Europa se había afi­
cionado desde hacía tiempo. Eran cosas pequeñas, casi intrascendentes frente al ba­
gaje de las ciencias ya formalmente constituidas; cosas antiguas pero vivas, latentes y
funcionales en los estratos sociales culturalmente no elevados que habían hecho de
ellas su patrimonio, herencia tal vez milenaria.
Las fuertes corrientes que surcaban Europa desde el siglo XVIII provocaron una re­
moción de valores que incidió en un cambio óptico, en la consideración de hechos
antes no observados; algunos títulos de obras tempranas documentan el cambio y
crean los cimientos para el impulso que saldrá de Inglaterra poco antes de 1850. Las
antigüedades vulgares de Bourne se publican en 1725; las Reliquias de la antigua
poesía inglesa de Percy en 1765; las colecciones de Herder, las Baladas líricas de
Wordsworth y Coleridge cierran el siglo XVIII y abren el nuevo siglo can un amplio
espectro que atrae el interés casi desbordante de gran número de intelectuales. Cre­
cen la recolección y el estudio de leyendas, cuentos, refranes, supersticiones, siempre
con la clara idea de que se trata de algo valioso y antiguo: aquí estaban su importan­
cia y encanto, en su antigüedad viva y simple y también en el sabor de la cosa propia,
nacional, fuertemente arraigada en el pueblo al cual se volvieron muchos ojos, de­
seosos de encontrar un refugio ante el torrente convulso que signaba el movimiento
romántico en marcha.
Así, el sentido de antigüedad de los hechos valorizados generó la voz 'anticuario'
(El Anticuario de Walter Scott aparece en 1816) y las antigüedades en cuestión
-incluidas en el pensamiento baconiano ya c. 1600 y reproducidas por D'Alembert
un siglo y medio después- habrán recibido la adjetivación de 'popular' o 'vulgar'
muy probablemente para deslindar campos con los objetos de estudio de otras
ciencias que también se ocupaban de cosas antiguas, pero ignoraban éstas.
Bajo el doble impulso anglo-alemán y con considerable carga documental -espe­
cialmente literaria y mitológica-; los anticuarios intuyeron la enorme potencia de
sus materiales y confiaron en ella. Alemania, cuyo aporte inicial fue definitorio, ha­
bía producido gran cantidad de obras sobre tradiciones populares y ya entre 1806­
1808 Arnim y Brentano aplicaron el vocablo Volkskunde a la ciencia embrionaria.
Desde entonces se habló indistintamente de supervivencias, vulgaridades, antigüeda­
des populares, tradiciones, hasta que en 1846 el arqueólogo William Thoms propone
la palabra Folk-Lore y reclama para sí el reconocimiento de la paternidad. En la
divulgada carta al director del periódico The Athenaeum aporta además una idea
clave: el valor del estudio comparativo de los materiales, "". hechos insignificantes en
sí mismos, que llegan a ser de importancia cuando se convierten en eslabones de una
gran cadena".
La palabra recién nacida -aceptada después universalmente aunque no sin reservas
y discusiones- sólo pretendió en un principio nominar y delimitar esa gran masa de
5

hechos coleccionados y estudiados con mayor o menor rigor; Thoms la llamó


Folk-Lore, ('the lore of the people: aclara). A este primer paso que quiso establecer
una cierta autonomía de terrenos siguió un proceso cauto y silencioso pero eficaz,
que condujo ti la creación de la Folklore Society en Londres en 1878. Allí estaban
William Thoms, Edward Tylor, Lawrence Gomme, Andrew Lang; todos ellos arque­
ólogos, etnólogos, antropólogos, coherentes en su amor por las cosas antiguas; todos
hombres de ciencia que tratan de definir y concretar ideas y sentar las bases de la
nueva disciplina científica en torno del Folk y del Lore. No fue fácil.
La primera publicación especializada fue la revista de la nueva Sociedad, Folklore
Record, de 1878; el primer libro técnico, el Handbook of Folklore, es de 1890. Fue
obra de intelectuales cuyo interés se centró en los hechos culturales propios de
aquéllos que no lo eran; interés no exento del matiz exótico que teñía el pensamiento
romántico y que obtuvo veloz respuesta a la proposición inglesa: en 1882 se consti­
tuyó en París el primer Centro de folkloristas; en 1889 también en París se reúne
el Primer Congreso Internacional de Tradiciones Populares. La presencia activa del
resto de Europa es inmediata: las primeras publicaciones españolas datan de 1881
motivadas por Antonio Machado y Alvarez, apellido ilustre que será sustituido a
veces por el comprometido seudónimo 'Demófilo'. Italia se adhiere también al movi­
miento y los primeros trabajos que estudian los hechos propios del popolino se
concretan en al revista Archivio per lo studio delle tradizioni popolari, de 1882
debida a Pitré y Marino.
Las corrientes de pensamiento de la época no pasaron inadvertidas para los prime­
ros folkloristas. Tanto el evolucionismo como las teorías positivistas y el difusionis­
mo dejaron sus rastros -de larga proyección- y se fueron esbozando diversos enfo­
ques posibles que provocaron dinámicas controversias e incidieron en un intercambio
fecundo a través del segundo Congreso Internacional, reunido en Londres en 1891
y el tercero, en París en 1900. Entre ambos, e/Congreso Mundial de Folklore en
Chicago, 1893. La relativa frecuencia de estas convocatorias prueban el empuje que
había adquirido la recién llegada al campo cientzJico y la inquieta actitud de sus
cultivadores.
La reacción de América, ávida entonces de todo lo que ocurría en Europa -esa
'tierra prometida'- fue entusiasta y franca. Hacia 1900 casi todo el continente sabe
de qué se trata y proliferan los interesados en lo tradicional y lo popular nacionales.
América descubre América. Unos quince años antes los títulos de varios trabajos
habían empleado la palabra folklore ¡sin reservas.
En la Argentina son hombres de ciencia -en su mayorza arqueólogos- los que ini­
cian el movimiento. No obstante la frondosa documentación recogida sobre hechos
locales -ya los cronistas habían descripto usos, costumbres y tradiciones-, es des­
pués de 1878 cuando el enfoque va más allá del mero interés costumbrista o nacio­
nalista. En 1883 aparece la primera edición de La Provincia de Buenos Aires hasta la
definición de la cuestión Capital de la República (más tarde titulada Cancionero
bonaerense y finalmente Folklore bonaerense) en la que Ventura Lynch documenta
materiales pampeanos basándose directamente en la observación: el gaucho y el indio
son objeto de descripción y estudio en sus caracteres y costumbres; no faltan la mú­
sica ni el baile. Típico representante de la generación del 80, Lynch fue un agudo
intelectual que se interesó vivamente por disciplinas diversas, y si bien no adoptó el
término folklore -que debió conocer tal vez durante sus viajes a Europa- su posi­
ción de observador objetivo lo coloca en los comienzos de los estudios folklóricos
en nuestro país, estudios que abordó desde un punto de vista integral.
Entre 1883 y 1885 Samuel Lafone Quevedo envía una serie de cartas al diario La
Nación con el objeto de 'abrir un nuevo campo a las investigaciones de nuestros hom':
bres eruditos... '. En la provincia de Catamarca concentra su interés por las antigua­
llas y las tradiciones locales, y por muchas otras cosas: hombre de empresa, investi­
gador, planificador interesado por lo social y cultural, con fuerte inclinación hacia la
Historia y la Lingüística, volcó en aquel ámbito casi desértico todo su caudal adqui­
rido en la Cambridge lejana. En 1888 reúne aquellas cartas en su obra Londres y
Catamarca y allí registra por vez primera la voz anglosajona aplicada a cosas nuestras:
6

'... Todo ello se relaciona con usos y costumbres, FOLK-LORE!y tradiciones que van
desapareciendo... '. .
El mismo diario argentino hal;JÍa publicado dos años antes, el 28 de mayó de 1886
un artículo de Paul Sébillot: 'El folklore - Las tradiciones Populares y la etnografía
legendaria'; hasta ahora ésta parece ser la fecha inaugural de la impresión en nuestro
país del vocablo propuesto por Thoms.
En 1893 Paul Groussac, en el Congreso Mundial de Folklore reunido en Chicago,
lee un trabato sobre 'Creencias y costumbres' de las Provincias argentinas'; en obras
posteriores da normas para la investigación folklórica y recomienda y propicia el
método de encuestas.
También en 1893 Juan B. Ambrosetti da a conocer sus Materiales para el estudio
delfolldore misionero en la Revista del Jardín Zoológico de Buenos Aires que dirigía
el Dr. Eduardo L. Holm"berg. El mismo año insiste con Apuntes para un folklore ar­
gentino (Gaucho). Es el comienzo de una extensa serie de trabajos que alterna con su
auténtica vocación de arqueólogo y que abren honda brecha a los que vendrán
después.
En este siglo, los hombres y las obras dedicados al Folklore en nuestro país con­
forman larga lista; imposible no recordar sin embargo, las dos grandes figuras que
"dominaron el panorama durante los- últimos treinta años: Carlos Vega y Augusto
Raúl Cortazar. Ambos señalaron un camino nuevo no siempre coincidente y desper­
taron serias vocaciones a través del cohtacto personal, de la cátedra o con el inmenso
aporte que significan sus exhaustivos y rigurosos trabajos.

, Aquelgusto por las cosas antiguas de las gentes sencillas conquistó definitivamente
su puesto entre las ciencias; sorteando discrepancias, dudas, indecisiones y errores, la
ciencia del 'saber tradicional del pueblo' se afirmó como tal con los grandes nombres
que la elaboraron, los resultados concretos de sus investigaciones, el logro y la pro­
yección de nuevas ideas y nuevos métodos, con su ascenso a la cátedra universitaria.
Así cumple su primer centenario. Cien años de vida son pocos para una ciencia;
es que ésta es una cienc{a joven de cosas viejas, ciencia de supervivencias, de patrimo­
nio viviente con nostalgia de tiempos idos, de cosas menudas; al decir de Carlos Vega,
ciencia de '.. .10 que no vale una guerra', pero que como toda disciplina científica,
valió más de una vida de dedicación y entrega.

R.A.

También podría gustarte