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Laurent Guyenot - Cómo Yahvé Conquistó Roma

El documento explora cómo el cristianismo y la noción de la elección divina de los judíos se introdujeron en Roma. Argumenta que los judíos han mentido sobre su estatus especial como pueblo elegido por Dios y han logrado convencer a miles de millones de no judíos de esto. También sugiere que el culto a Osiris era más popular en Roma que el cristianismo y cuestiona cómo este último logró suplantar al primero como religión oficial del Imperio.
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Laurent Guyenot - Cómo Yahvé Conquistó Roma

El documento explora cómo el cristianismo y la noción de la elección divina de los judíos se introdujeron en Roma. Argumenta que los judíos han mentido sobre su estatus especial como pueblo elegido por Dios y han logrado convencer a miles de millones de no judíos de esto. También sugiere que el culto a Osiris era más popular en Roma que el cristianismo y cuestiona cómo este último logró suplantar al primero como religión oficial del Imperio.
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Cómo Yahvé conquistó Roma

El cristianismo y la Gran Mentira

Laurent Guyénot, 25 de diciembre de 2020.

El Pueblo de la Mentira

Primo Levi, autor italiano de Si esto es un hombre (1947) —«un pilar de la literatura del
Holocausto», según Wikipedia—, escribió un breve relato de ficción titulado «un
testamento», que consiste en la última recomendación de un miembro del gremio de los
«sacamuelas» a su hijo. Termina con estas palabras:

De todo lo que acabas de leer puedes deducir que mentir es un pecado para los demás, y
para nosotros una virtud. Mentir forma parte de nuestro trabajo: debemos mentir con las
palabras, con los ojos, con la sonrisa, con la ropa. No sólo para engañar a los pacientes;
como sabes, nuestro propósito es más elevado, y la mentira, no el giro de mano, hace
nuestra verdadera fuerza. Con la mentira, pacientemente aprendida y piadosamente
ejercitada, si Dios nos ayuda llegaremos a dominar este país y tal vez el mundo: pero
esto sólo podrá hacerse a condición de haber sabido mentir mejor y más tiempo que
nuestros enemigos. Yo no veré ese día, pero vosotros lo veréis: será una nueva edad de
oro, en la que sólo los últimos recursos nos obligarán a arrancarnos de nuevo los dientes,
mientras nos bastará para gobernar el Estado y administrar los asuntos públicos,
prodigar las mentiras piadosas que hemos aprendido a llevar a la perfección. Si nos
mostramos capaces de ello, el imperio de los sacamuelas se extenderá de Oriente a
Occidente hasta las islas más lejanas, y no tendrá fin 1.

Esta prosa carece de valor literario. Su único interés es la pregunta que suscita: ¿A quién
se refiere Levi con esta sociedad de mentirosos profesionales, cuyo oficio se transmite de
padres a hijos, y cuyo plan es conquistar el mundo? ¿De quién son metáfora? Y quizás
esta otra pregunta: ¿Cuál es su «testamento»?

Aunque no supiéramos a qué banda de mentirosos profesionales pertenecía Leví, su


«Dios» los delataría: sólo hay un dios que entrenó a su pueblo para mentir y les prometió
la dominación del mundo, y es el dios de Israel. «Israel», recordemos, es el nombre que
Yahvé dio a Jacob, después de que éste mintiera a su anciano padre Isaac, con palabras y
con ropa: «Yo soy Esaú, tu primogénito», dijo, vestido con «las mejores ropas de Esaú»,
para engañar a Esaú y quitarle su primogenitura (Génesis 27:15-19). Esta es, en sentido
literal y literario, la historia de la fundación de Israel. Mientras los cristianos no vean su
malicia y su correlación con el comportamiento judío, seguirán haciendo el papel de Esaú.

¿Cuál es la mayor mentira judía de la historia? Sin lugar a dudas, es la afirmación de que
los judíos, de entre todas las naciones que habitan esta tierra, fueron una vez «elegidos»

1
Traducido del francés: Primo Levi, Lilith et autres nouvelles, Le Livre de Poche, 1989.
por el todopoderoso Creador del Universo para iluminar y gobernar a la humanidad,
mientras que todos sus enemigos fueron maldecidos por el mismo Creador. Lo
verdaderamente desconcertante no es la enormidad de la mentira: muchos individuos
pueden sentirse elegidos por Dios, e incluso naciones lo han sido. Pero sólo los judíos han
conseguido convencer a miles de millones de no judíos (cristianos y musulmanes) de su
condición de elegidos. ¿Cómo lo han conseguido? «Casi por accidente», escribió el
escritor judío Marcus Eli Ravage en su imprescindible artículo de 1928 «Un caso real
contra los judíos». Creo que el factor accidental fue más bien menor.

La teoría de los cristianos de que, tras elegir a los judíos, Dios los maldijo por su rechazo
a Cristo no contradice, sino que valida la afirmación de los judíos de que son el único
grupo étnico que Dios eligió, amó en exclusiva y guió personalmente a través de sus
profetas durante miles de años. He argumentado en «El anzuelo sagrado» que esto ha
dado a los judíos una autoridad espiritual ambivalente pero decisiva sobre los gentiles.
De hecho, incluso la «maldición» que acompaña a la elección de los judíos según la visión
cristiana les ha beneficiado, porque el judaísmo no puede sobrevivir sin hostilidad hacia
y desde el mundo gentil; eso forma parte de su ADN bíblico. Jesús salvó a los judíos en
el sentido de que su odio al cristianismo preservó su identidad, que de otro modo podría
haber perecido sin el Templo. Según Jacob Neusner, «el judaísmo tal como lo conocemos
nació en el encuentro con el cristianismo triunfante»2. La judeofobia cristiana tenía una
ventaja sobre la judeofobia pagana: con el cristianismo, los judíos no sólo eran odiados
como atávicamente antisociales (por ejemplo, Historias de Tácito v, 3-5), sino como el
pueblo elegido de Dios, y su Torá se convirtió en el bestseller mundial. La elección es
una baza imbatible en el juego de las naciones. Si duda de su poder, pregúntese: ¿habrían
conseguido los judíos Palestina en 1948 sin esa carta? El comodín del Holocausto por sí
solo no lo habría conseguido.

A medida que he ido tomando conciencia de la resonancia entre lo espiritual y lo genético,


así como de la guerra judía contra la identidad blanca, he llegado a preguntarme si la
noción revelada de la preferencia y predestinación divinas judías no ha sido un lento
veneno debilitador inyectado en nuestra alma colectiva. La elección judía significa una
superioridad metafísica que nos convierte a nosotros, los no judíos, en la segunda elección
de Dios, en el mejor de los casos. Claro, esto no es un dogma explícito del cristianismo
—el Credo no incluye «Creo que Dios eligió a los judíos»—, sino sólo un postulado
subyacente de la cristología. ¿Eso lo hace menos o más eficaz contra nuestro sistema
inmunológico racional? Es difícil saberlo. Creo que los judíos han llevado su elección por
parte del Celoso como una especie de aura espeluznante no muy diferente de la marca de
Caín que dice: «Quien mate a Caín sufrirá una venganza siete veces mayor» (Génesis
4:15). (Conviene mencionar aquí que Caín es el antepasado epónimo de los ceneos, una
tribu madianita aliada de los israelitas durante la conquista de Canaán, y que, según la
erudita «hipótesis cenea», el culto yahvista es de origen ceneo) 3.

2
Jacob Neusner, Judaism and Christianity in the Age of Constantine: History, Messiah, Israel, and the
Initial Confrontation, University of Chicago Press, 1987, pp. ix-xi.
3
Lea Thomas Römer, The Invention of God, Harvard UP, 2015, pp. 137-138, o Hyam Maccoby, The
Sacred Executioner, Thames & Hudson, 1982, pp. 13-51. Abordé este tema en mi libro «Our God Is Your
God Too, But He Has Chosen Us»: Essays on Jewish Power, AFNIL, 2020, pp. 42-45.
¿Cómo lo hicieron? ¿Cómo consiguieron los judíos introducir de contrabando su Gran
Mentira en la religión exclusiva de las naciones europeas? Es una pregunta legítima e
importante, ¿verdad? Desde una perspectiva puramente histórica, sigue siendo uno de los
mayores enigmas; uno que los historiadores seculares prefieren dejar a los historiadores
de la Iglesia, que se sienten cómodos con Constantino oyendo voces cerca del Puente
Milvio. La cuestión es, muy simple: ¿Cómo es posible que Roma acabara adoptando
como fundamento espiritual una doctrina y un libro en los que se afirmaba que Dios había
elegido a los judíos, en un período de generalizada judeofobia romana? ¿Y cómo es
posible que, menos de dos siglos después de convertir Jerusalén en una ciudad griega
llamada Aelia Capitolina, donde los judíos tenían prohibida la entrada, Roma adoptara
oficialmente una religión que anunciaba la caída de Roma y una nueva Jerusalén?

Una parte de la respuesta es que unir el Imperio bajo una religión común ha sido una de
las principales preocupaciones de los emperadores romanos desde el principio. Antes del
cristianismo, no se trataba de eliminar las religiones locales, sino de crear un culto común
que diera una legitimidad divina y un vínculo religioso al Imperio. Cuando buscaban
inspiración religiosa, los romanos se dirigían generalmente a Egipto. Los cultos de Osiris
(o Serapis, como pasó a llamarse a partir del siglo III a.C.), de su hermana-esposa Isis y
de su hijo Horus (o Harpócrates, Horus el Niño) eran extremadamente populares en todo
el Mediterráneo y proporcionaron a los romanos lo más parecido a una religión
internacional.

Adriano (117-138) dio a Osiris los rasgos de Antinoo, a quien también dedicó una nueva
ciudad, nuevos juegos y una constelación. El origen de Antinoo no está claro. La Historia
Augusta nos dice que era el amante gay (eromenos) del emperador Adriano, y muchos
historiadores siguen reproduciendo esa historia, a pesar de que la Historia Augusta ha
sido desenmascarada como obra de un impostor. Con toda probabilidad, esta historia es
una propaganda cristiana contra una religión competidora. Antinoo, cuyo nombre está
formado por anti, «como», y nous, «espíritu», se supone que se ahogó en el Nilo un 24
de octubre, al igual que Osiris, y su muerte se interpretó como un sacrificio. Como
divinidad, Antinoo fue asimilado a Osiris, y por extensión a Hermes, Dionisos y Baco,
todas divinidades del Más Allá. En un obelisco monolítico hallado en Roma, pero
construido en Antinópolis, Antinoo aparece designado como Osiris Antinoo. Su culto
debe considerarse, por tanto, como una nueva expresión del culto a Osiris patrocinado
por el Imperio. El rostro y el cuerpo de Antinoo, esculpidos en miles de ejemplares,
constituían una autocelebración de la raza blanca que dominaba entonces el mundo, de
Anatolia a España, y de Gran Bretaña a Egipto 4.

Qué contraste con su competidor, el culto al Crucificado. La pregunta, entonces, se


convierte en: ¿Por qué Cristo acabó suplantando a Osiris, absorbiendo incluso el culto de
Isis? ¿Cómo es que el glorioso y seguro de sí mismo Imperio Romano se convirtió al culto
de un curandero judío torturado y ejecutado por las autoridades romanas por sedición?
Esta es la pregunta judía que pocos quieren hacerse. Suponiendo que el cristianismo sea
una creación humana —y esa es mi premisa—, es obvio que en gran medida es una

4
Royston Lambert, Beloved and God: The Story of Hadrian and Antinous, Phoenix Giant, 1984;
Christopher Jones, New Heroes in Antiquity, op. cit., pp. 75–83.
creación judía. ¿Cómo consiguieron los judíos crear una religión para gentiles que
acabaría erradicando todas las demás religiones del Imperio, empezando por el culto
imperial?

Es probable que nunca se llegue a una comprensión completa de esta cuestión, pero con
lo que hemos aprendido sobre las costumbres judías en los últimos cien años, podemos
intentar formular algún escenario razonable, uno que no implique a Dios hablando con
los emperadores, sino otro dispositivo parlante —el dinero—, así como la influencia
política de una red transgeneracional judía decidida a hacerse con el control de la política
religiosa del Imperio. Hoy sabemos que esas redes transgeneracionales judías, capaces de
llevar a la ruina a sus imperios o naciones anfitrionas, existen. También sabemos que son
buenos en fabricar y promover su religión macabra judeocéntrica para los Goyim.

Las dos caras de la gran mentira

¿Es realmente necesaria esta búsqueda? ¿Puede ser beneficioso para la civilización
occidental cuestionar sus ya tambaleantes cimientos cristianos? ¿Y es la Gran Mentira
algo tan importante? Antes de proseguir, quiero compartir mi punto de vista sobre estas
cuestiones, sobre las que he reflexionado largo y tendido.

«La grandeza de la civilización blanca surgió de la fe cristiana». Tal afirmación parece


poco controvertida. Y, sin embargo, creo que es completamente errónea. Los logros de
nuestra civilización proceden de la fuerza interior de nuestra raza, que incluye una
propensión excepcional a «idealizar», con lo que me refiero tanto a generar ideas como a
trabajar para hacerlas realidad. El genio de nuestra raza consiste en ser creadores de Ideas
poderosas que nos impulsan hacia adelante y hacia arriba. Esta capacidad, que Søren
Kierkegaard denomina idealidad (In Vino Veritas, 1845), no debe confundirse con lo que
comúnmente llamamos idealismo, aunque puede argumentarse que el idealismo es
nuestra vulnerabilidad, la debilidad inherente a nuestra fuerza.

Durante siglos, la fe cristiana ha sido un vehículo —casi podría decirse una


superestructura— para nuestro anhelo de idealizar y realizar; no lo ha producido. Los
sacerdotes no construyeron las catedrales en las que oficiaban (la mayoría de las iglesias
eran empresas colectivas de ciudades, pueblos y aldeas); los trovadores y poetas que
elaboraron el sublime ideal del amor que es el «milagro de nuestra civilización»
(Stendhal) 5, no eran monjes; Johann Sebastian Bach escribía música eclesiástica, pero no
era clérigo, y su Ave María sonaría igual de genial si se cantara a Isis; muchos genios de
nuestros panteones europeos, como Dante, Leonardo da Vinci o Galilea, eran católicos
nominales por obligación, pero amantes secretos de Sofía (léase «La crucifixión de la
diosa»). La fuente del genio artístico, científico y cultural de la raza blanca no es el
cristianismo.

Kevin MacDonald señala un punto discreto pero crucial en su prefacio a La espada de


Cristo, de Giles Corey, cuando escribe que «los aspectos adaptativos del cristianismo»

5
Stendhal, Love, Penguin Classics, 2000, p. 83.
son los que «produjeron la expansión occidental, la innovación, el descubrimiento, la
libertad individual, la prosperidad económica y los fuertes lazos familiares»6. Esto es
cierto si por «los aspectos adaptativos del cristianismo» entendemos los aspectos que se
adoptan y adaptan del antiguo mundo grecorromano-germánico, más que del Antiguo y
Nuevo Testamento. Entre los aspectos adaptativos del cristianismo deben contarse sus
diversos colores nacionales. La ortodoxia rusa es buena para Rusia por la misma razón
que el confucianismo es bueno para China: porque es una Iglesia nacional, de modo que
ser ortodoxo ruso significa ser patriota. Lo mismo podría decirse en el pasado del
luteranismo para Alemania o, en un contexto más restringido, del catolicismo para
Irlanda. Pero estas versiones nacionales del cristianismo están, de hecho, en oposición a
su declaración de misión universal (katholikos) y a la Roma papal. Los valores familiares
también son aspectos adaptativos del cristianismo. Jesús renegó de su familia (Mateo
12:46-50) y Pablo enseñó que «es bueno que el hombre no se case», recomendando el
matrimonio sólo para aquellos que no pueden evitar fornicar (1 Corintios 7). Los «valores
cristianos» no son cristianos en absoluto, son simplemente conservadores. De hecho, si
nos fijamos en sus expresiones populares, el catolicismo se ha adaptado tanto que puede
decirse que es más pagano que judío. ¿Qué hay de judío en la Navidad o en la Madre
María?

El problema del cristianismo radica en sus aspectos judíos no adaptados y ahora


prominentes. No se trata sólo de la grotesca noción de que los judíos son elegidos, sino
del carácter aún más grotesco del dios que los eligió. Paradójicamente, con su imagen
antropomórfica —o deberíamos decir judeomórfica— de Dios heredada de la Torá, el
cristianismo ha sentado las bases del ateísmo moderno y, tal vez, ha dañado
irremediablemente la idealidad gentil. Como el Dios del Antiguo Testamento es «un
controlador mezquino, injusto e implacable; un vengativo y sanguinario limpiador étnico;
un [...] matón caprichosamente malévolo», Richard Dawkins decidió ser ateo, como la
inmensa mayoría de los eruditos de origen cristiano 7. Todos ellos, según admiten, han
confundido a Dios con Yahvé y han sido víctimas de la Gran Mentira Bíblica. Y como no
pueden concebir a Dios fuera del paradigma bíblico, prohíben el Diseño Inteligente en las
universidades bajo la calumniosa acusación de que es otro nombre para el Dios bíblico
(vean el documental Expelled: No Intelligent Allowed), cuando en realidad es una
reivindicación de la Sofía griega. El sociópata Yahvé ha arruinado la reputación de Dios
y ha conducido al ateísmo occidental moderno.

Y así, la Gran Mentira Judía engendró la Gran Mentira Atea —¿o deberíamos llamarla la
Mentira Darwiniana?— «Yahvé es Dios» y «Dios ha muerto» se oponen como las dos
caras de una misma moneda. Nuestra civilización materialista es, de hecho, más judía que
el cristianismo que rechazó, porque el materialismo (la negación de cualquier otro mundo)
es el núcleo metafísico de la Biblia hebrea (léase «Israel como un solo hombre»).

Si el cristianismo pudiera incluir, entre sus aspectos adaptativos, el rechazo del Dios
Celoso del Antiguo Testamento y la Gran Mentira de la elección judía, entonces sería

6
Giles Corey, The Sword of Christ: Christianity from the Right, or The Christian Question, Independently
published, 2020, p. xiii.
7
Richard Dawkins, The God Delusion, Houghton Mifflin, 2006, p. 51.
redimible. Pero los cristianos prefieren vender su alma al diablo antes que convertirse en
marcionitas. En dos mil años de existencia, el cristianismo institucional ha evolucionado
constantemente en la dirección opuesta, volviéndose cada vez más escritural, judaizado y
centrado en Israel: de la ortodoxia al catolicismo, y del catolicismo al protestantismo, la
tendencia es inequívoca. ¿Qué otra cosa se puede esperar de una institución que siempre
ha invitado a los judíos y ha declarado que dejan de ser judíos en el momento en que
reciben el bautismo?

Y así, el cristianismo es un callejón sin salida. Ahora es parte del problema, no la solución.
Puede que nos haya servido bien durante algunos siglos, pero a la larga ha sido un
instrumento de esclavitud de los gentiles al poder judío. Al menos, no nos ha ayudado a
evitarla, y no puede ayudarnos a superarla. Muchos se preguntan hoy: ¿por qué somos tan
débiles? Ya es hora de considerar lo obvio: haber sido enseñados durante generaciones a
adorar y emular al hombre clavado en la cruz bajo la presión judía no es el mejor incentivo
para resistir el martirio. Hay una correlación obvia entre que ayer te dijeran que es moral
«amar a tus enemigos» y que hoy te encarcelen por «discurso de odio».

No guardo ningún rencor personal al cristianismo. El catolicismo forma parte de los


recuerdos más felices de mi infancia, y el sonido de las campanas de la Iglesia nunca deja
de tocar una fibra profunda en mí. Mis abuelos por parte de madre eran burgueses
católicos que criaron una familia numerosa y feliz con sólidos valores morales. Si pudiera
ver alguna esperanza en esta clase social, sería un católico político como Balzac, o un
católico romántico como Chateaubriand. Pero la burguesía católica está casi extinguida,
pues nunca se recuperó de la desaparición de Maréchal Petain. Sus hijos les llamaban
fascistas y sus nietos son adictos a la pornografía. El catolicismo también ha desertado
del país: no hay sacerdotes y, de todos modos, ¿de qué sirve un cura rural si no puede
bendecir las cosechas en Pascua? Por tanto, como no creo que Jesús resucitara
literalmente de su tumba, considero que el cristianismo institucional ha agotado su
potencial para la civilización en Occidente. Miren a nuestro Papa, ¡por el amor de Dios!

«Dentro de cada cristiano hay un judío» (Papa Francisco)

Hablo como francés, pero dudo que al catolicismo estadounidense le quede mucho
Espíritu Santo. Murió en Dallas con la bala mágica de Arlen Specter. Por supuesto, hay
católicos valientes como E. Michael Jones, que ha captado el genio maligno de la raza
judía en su indispensable libro sobre El espíritu revolucionario judío. Pero el profesor
Jones es la excepción que confirma la regla. Y ni siquiera estoy hablando del
protestantismo estadounidense, hoy una fuerza mercenaria para Sión.

Los judíos en Roma antes de las guerras judías

Mucho antes de que fuera reenvasada para los gentiles, la Gran Mentira era un autoengaño
judío. Como he detallado al final de mi largo artículo «Sionismo, criptojudaísmo y el
engaño bíblico», en los siglos VI y V a.C. en Babilonia, una élite sacerdotal de Jerusalén
decidió que Yahvé, el dios nacional de Israel, aunque aparentemente vencido, era en
realidad el único dios real y, por consiguiente, el Creador del Cielo y de la Tierra. Una
afirmación risible, pero cuando los persas conquistaron Babilonia, aquellos judíos, que se
encontraron en una posición favorable tras ayudar a los persas, se dispusieron a fingir que
su monoteísmo teoclasta, basado en la exclusión de todos los demás dioses, era idéntico
al monoteísmo tolerante de los persas; en otras palabras, que su dios tribal Yahvé era
Ahura Mazda, el Dios del Cielo. He demostrado que el engaño es claramente visible en
los Libros de Esdras y Nehemías, donde sólo los persas son retratados como creyentes de
que Yahvé es «el Dios del Cielo», mientras que para los israelitas es sólo «el dios de
Israel».

Lo que los judíos sacerdotes lograron en Babilonia en el siglo V a.C. fue una etapa
preliminar de lo que otra generación del mismo elenco sacerdotal comenzaría a planear
en el siglo I d.C. en Roma, tras haber sido llevada allí en condiciones similares de
cautiverio. Mientras Yahvé parecía de nuevo vencido, se dispuso a conquistar a su
vencedor desde dentro. La conspiración de los judíos de Babilonia para engañar a los
persas con su falso monoteísmo fue el anteproyecto de la conspiración más sofisticada de
los judíos de Roma para engañar a los romanos con el cristianismo.

Entre esas dos etapas, los judíos parecen haber convencido a una parte de la aristocracia
romana de que ellos eran los primeros monoteístas verdaderos, los adoradores del Dios
verdadero. Para griegos y romanos, el Creador supremo era un concepto filosófico,
mientras que los cultos religiosos eran politeístas por definición. Por eso, hacia el 315
a.C., el aristotélico Teofrasto de Ereso consideraba a los judíos «filósofos de nacimiento»,
aunque le molestaban sus primitivos holocaustos. Algunos escritores judíos (Aristóbulo
de Paneas, Artapanos de Alejandría o incluso Filón de Alejandría) habían logrado incluso
engañar a algunos griegos con la descabellada afirmación de que Homero, Hesíodo,
Pitágoras, Sócrates y Platón habían sido inspirados por Moisés8.

Ya en el siglo II a.C. se menciona a los judíos en Roma. Se ha conjeturado que en su


mayoría eran fenicios conversos. Martín Bernal defiende esa tesis en «Judíos y fenicios»,
con el argumento de que «no hay constancia de judíos en el Mediterráneo occidental antes
de la destrucción de Cartago [146 a.C.]», pero «después de esa fecha, se les menciona

8
Joseph Mélèze Modrzejewski, The Jews of Egypt, From Rameses II to Emperor Hadrian, Princeton
University Press, 1995, pp. 48-49, 66.
ampliamente allí», mientras que los fenicios desaparecieron de las páginas de la historia.
Las lenguas y culturas de fenicios y judíos eran prácticamente idénticas9. Peter Myers
aporta luz adicional en su artículo «Carthaginians, Phoenicians & Berbers became Jews»
(Cartagineses, fenicios y bereberes se convirtieron al judaísmo), con buenas fuentes,
argumentando que «tras la destrucción de Cartago por Roma, muchos cartagineses y
fenicios se convirtieron al judaísmo, porque Jerusalén era el único centro de civilización
semítica occidental que quedaba». El artículo de la Enciclopedia Judaica sobre Cartago,
citado por Myers, apoya esa hipótesis, añadiendo que los fenicios, al convertirse al
judaísmo tras su decadencia política, «preservaron su identidad semítica y no fueron
asimilados por la cultura romano-helenista que odiaban». Esta teoría, que también explica
el misterioso origen de los sefardíes en España —una colonia cartaginesa—, es de
evidente importancia para comprender la actitud de los judíos hacia el Imperio Romano,
destructor de la civilización fenicia.

En el año 63 a.C., la comunidad judía de Roma se amplió con miles de cautivos traídos
de Judea por Pompeyo y liberados progresivamente (Filón de Alejandría, Legatio ad
Caium, 156). Se cree que Julio César introdujo una legislación para garantizar su libertad
religiosa, y que la ley fue confirmada por Augusto, que también los eximió del servicio
militar. Se dice que el emperador Claudio (41-54 d.C.) expulsó a los judíos de Roma
(Suetonio, Claudio xv, 4; Hechos 18:2), o al menos les prohibió congregarse (Casio Dio
lx, 6). Pero parece que conocieron tiempos favorables bajo Nerón (54-68), cuya esposa
Popea Sabina es considerada una judía secreta tipo Esther en la tradición judía, porque el
historiador judío Flavio Josefo la llama «adoradora de Dios» (Antigüedades de los judíos,
xx, 195) y menciona su apoyo a la liberación de sacerdotes judíos procesados en Roma
(Vita 16)10.

La fundación de la Iglesia romana bajo la dinastía Flavia

En el año 70, el recién proclamado emperador Vespasiano y su hijo Tito llevaron a Roma
a unos 97.000 cautivos judíos (Josefo, La guerra de los judíos vi, 9), así como a miembros
de la nobleza judía recompensados por su apoyo en la guerra de Judea, siendo Josefo el
más famoso de ellos. Poco después, cuando Josefo empezó a trabajar en sus Antigüedades
de los judíos en 20 volúmenes, se nos dice que se escribieron los Evangelios 11. En el
mismo período, según la historia ordinaria de la Iglesia, ya tenemos en Roma una iglesia
cristiana, encabezada por un tal Clemente de Roma (88-99). Clemente debió de ser un
judío culto como Josefo, porque su única epístola auténtica se caracteriza por numerosos
hebraísmos, abundantes referencias al Antiguo Testamento y una mentalidad levítica.
Una antigua y verosímil tradición hace de él un liberto del cónsul Tito Flavio Clemente,
primo de los emperadores Flavios. Sabemos por Dion Casio que Flavio Clemente fue
ejecutado por Domiciano, hermano y sucesor de Tito, por «ateísmo» y «desviación hacia
las costumbres judaicas». Su esposa Flavia Domitilla fue desterrada a la isla de Pandateria
9
Martin Bernal, Geography of a Life, chap. 45, “Jews and Phoenicians,” pp. 386-394.
10
Nahum Goldmann, Le Paradoxe juif. Conversations en français avec Léon Abramowicz, Stock, 1976, p.
36; Heinrich Graetz, Histoire des Juifs, A. Lévy, 1882 (en fr.wikisource.org), tome I, p. 413-428.
11
El evangelio más antiguo, el de Marcos, se suele datar a finales de los años 60, pero esa fecha es
demasiado temprana, sobre todo porque menciona la destrucción del Templo.
(Ventotene). Con el tiempo, Flavio Clemente pasó a ser considerado un mártir cristiano,
lo que dio pie a la idea de la persecución de los cristianos por Domiciano. Sin embargo,
hoy en día los historiadores descartan esta idea (no existe ninguna persecución de
cristianos claramente atestiguada antes de mediados del siglo III) 12, y suponen que Flavio
Clemente y Flavia Domitila fueron simplemente acusados de judaizar, y el primero quizá
de circuncidarse13. Uno de los asesinos de Domiciano en el 96 fue un mayordomo de
Domitila llamado Estéfano, lo que puede sugerir una venganza judía.

La actitud de los Flavios hacia los judíos era aparentemente doble. Por un lado, parecían
decididos a acabar con la religión judía, que veían, correctamente, como la fuente del
separatismo judío. No contento con haber destruido el templo judío de Jerusalén,
Vespasiano ordenó también la destrucción del de Leontopolis, en Egipto. En general, los
romanos solían integrar a los dioses vencidos con una ceremonia de evocatio deorum, por
la que se concedía al dios un santuario en Roma. Pero el dios Yahvé era considerado
inasimilable, por lo que sus objetos de culto fueron tratados como mero botín, según
Emily Schmidt: «El tratamiento del dios judío puede verse como una inversión del típico
tratamiento o actitud romana hacia los dioses extranjeros, quizá como una anti-evocatio
»14.

Por otra parte, la biografía de Josefo muestra que Vespasiano y Tito no sólo fueron
misericordiosos, sino incluso agradecidos con los judíos que se habían unido a ellos en
Judea. No hay contradicción entre esos dos aspectos de la política judía de los Flavios:
reprimían el separatismo judío y prohibían el proselitismo judío, pero fomentaban la
asimilación judía. Los judíos asimilacionistas abandonaron la circuncisión y no tenían
ninguna objeción a la asimilación sincrética de Yahvé con Zeus o Júpiter. Los sucesores
de los Flavios, Trajano (98-117) y Adriano (117-138), siguieron la misma doble
política 15.

Tomo prestada esta teoría del libro de Flavio Barbiero The Secret Society of Moses: The
Mosaic Bloodline and a Conspiracy Spanning Three Millennia (2010). El autor no es un
12
Tácito escribió en los Anales (xv, 44) que Nerón acusó a los cristianos de provocar el gran incendio de
Roma en el año 64, e hizo que muchos de ellos fueran «arrojados a las fieras, crucificados y quemados
vivos». Pero éste es el único testimonio de esa historia, y algunos eruditos modernos han puesto en
duda su credibilidad: Richard Carrier lo considera una interpolación cristiana posterior, y Brent Shaw
sostiene que la persecución de Nerón es un mito (Wikipedia.). Hay otra mención de persecución contra
los cristianos antes del siglo III, en una carta escrita a Trajano por Plinio el Joven, gobernador de Bitinia
(norte de Asia Menor). Pero esta carta también es de dudosa autenticidad, ya que pertenece a un libro
de 121 cartas encontrado en el siglo XVI, copiado y perdido de nuevo.
13
Paul Mattei, Le Christianisme antique: De Jésus à Constantin, Armand Colin, 2011, p. 119.
14
Emily A. Schmidt, «The Flavian Triumph and the Arch of Titus: The Jewish God in Flavian Rome», UC
Santa Barbara: Ancient Borderlands Research Focus Group, 2010, recuperado de
https://escholarship.org/uc/item/9xw0k5kh
15
Se dice que Trajano tenía una esposa pro judía, Pompeya Plotina, y que en una ocasión condenó a
muerte a un dignatario griego llamado Hermaiskos por haberse quejado de que el séquito del
emperador estaba «lleno de judíos impíos». (Joseph Mélèze Modrzejewski, The Jews of Egypt - From
Rameses II to Emperor Hadrian, Princeton University Press, 1997, p. 193-196). Pero a Adriano se le
atribuye haber prohibido la circuncisión y, cuando en 132 se enfrentó a un nuevo levantamiento judío
antirromano en Judea, dirigido por Simón bar Kokhba, destruyó Jerusalén una vez más, la convirtió en
una ciudad griega llamada Aelia Capitolina y prohibió a los judíos entrar en ella.
historiador de formación, sino un científico con una aguda mente inquisitiva y lógica
combinada con una gran imaginación y gusto por las teorías arrolladoras. Hay mucha
especulación en la gran historia que despliega, desde Moisés hasta los tiempos modernos,
pero es perspicaz y coherente. Al menos es un buen punto de partida para intentar
responder a la pregunta de cómo los judíos crearon el cristianismo.

Según esta tesis, estos judíos sacerdotes llevados a Roma por Vespasiano y Tito habían
asumido la ruina de su nación y de su Templo, pero no habían renunciado a su programa
bíblico de supremacía judía; simplemente lo reinterpretaron desde su nueva posición
ventajosa dentro de la capital del Imperio. Aún celosos de su nacimiento y estrictamente
endogámicos, conservaron y transmitieron a su progenie el sentido de la misión de allanar
para Israel un nuevo camino hacia su destino. ¿No podemos incluso suponer que, bajo su
aparente lealtad al Emperador, compartían el mismo odio a Roma que inspiró textos
judíos del siglo I como los Apocalipsis de Esdras y de Baruc? En Esdras, el rugido del
León de Judá hace estallar en llamas al águila romana, y un Israel reunificado y libre se
reúne en Palestina. En Baruc, el Mesías derrota y destruye a los ejércitos romanos, luego
lleva al emperador romano encadenado al monte Sión y le da muerte 16. El mismo odio a
Roma impregna el Apocalipsis, donde Roma, bajo el fino velo de Babilonia, es llamada
la Gran Ramera, cuya carne será consumida por la ira de Dios, para dar paso a una
flamante nueva Jerusalén.

Consideremos, como hipótesis de trabajo, que estos sacerdotes judíos tenían un plan.
Adoptaron la estrategia de red que había permitido a sus lejanos antepasados infiltrarse
en la corte persa y recuperar así su poder perdido bajo el patrocinio de Esdras. Su objetivo,
según Flavio Barbiero, era «apoderarse de la recién nacida religión cristiana y
transformarla en una sólida base de poder para la familia sacerdotal» (p. 146). Ya existía
un culto a Cristo, atestiguado por las epístolas de Pablo escritas en los años 50, pero los
Evangelios le dieron una orientación completamente distinta en las décadas que siguieron
a la destrucción del Templo. El Pedro respetuoso de la Ley, presentado como cabeza de
la Iglesia de Jerusalén por el Evangelio de Mateo, fue convertido en fundador del papado
romano en la literatura atribuida a Clemente de Roma, estableciendo así un vínculo
espiritual entre Roma y Jerusalén.

Para comprender mejor a la comunidad judía que elaboró estas tradiciones, debemos
examinar más de cerca la primera guerra judía. En el año 67, el emperador Nerón envió
a su comandante del ejército Vespasiano para aplastar la rebelión de los sacerdotes
saduceos que habían desafiado el poder romano prohibiendo en el Templo los sacrificios
diarios ofrecidos en nombre y por cuenta del Emperador. Cuando, tras la muerte de Nerón,
Vespasiano fue declarado emperador en diciembre del 69, su hijo Tito quedó en Judea
para terminar de sofocar la rebelión. En el Libro vi de la Guerra Judía de Josefo, nos
enteramos de que, desde la primera etapa del asedio de Tito a Jerusalén, muchos judíos
se pasaron a los romanos, entre ellos «jefes de las familias sacerdotales». Tito «no sólo
recibió a estos hombres muy amablemente en otros aspectos, sino que [...] les dijo, que
cuando se librara de esta guerra, devolvería a cada uno de ellos sus posesiones de nuevo».
Hasta los últimos días del asedio, nos informa Josefo, algunos sacerdotes obtuvieron

16
Norman Cohn, The Pursuit of the Millennium, Essential Books, 1957, p. 4.
salvoconductos con la condición de entregar a Tito parte de la riqueza del Templo. Uno,
llamado Jesús, entregó «dos candelabros similares a los que estaban depositados en el
Templo, algunas mesas, cálices para beber y copas, todo de oro macizo. También entregó
las cortinas [las que se rasgaron al expirar Jesús según Mateo 27:51], las vestiduras del
sumo sacerdote, con las piedras preciosas y muchos otros objetos que se usaban para los
sacrificios». Otro, llamado Fineas, presentado por Josefo como «el guardián del tesoro
del Templo», entregó «las túnicas y los cinturones de los sacerdotes, una gran cantidad
de tela púrpura y escarlata [...] y una gran cantidad de los ornamentos sagrados, gracias a
lo cual, aun siendo prisionero de guerra, obtuvo la amnistía reservada a los desertores».

Obviamente, aquellos sacerdotes negociaron sus vidas y su libertad con partes del tesoro
del Templo. El Templo no era sólo un santuario religioso, era, en un sentido real, un banco
central y una bóveda gigante, que albergaba enormes cantidades de oro, plata y artefactos
preciosos financiados con los diezmos de todo el mundo. Uno de los propósitos del
Templo, podríamos decir, era satisfacer la codicia de Yahvé: «Llenaré de gloria este
Templo, dice Yahvé Sabaoth. Mía es la plata, mío el oro» (Hageo 2:7)17. (Según el rollo
de cobre encontrado cerca del Mar Muerto en 1952, el tesoro del Templo, que ascendía a
toneladas de oro, plata y objetos preciosos, había sido escondido durante el asedio en 64
lugares18, por lo que es lógico suponer, como hace Barbiero, que Tito y Vespasiano sólo
pudieron hacerse con él con la ayuda de sacerdotes de alto rango.

Este enorme botín, cuya pieza central simbólica era la enorme menorá representada en el
Arco de Tito, ayudó sin duda a Vespasiano a ganarse la aclamación de sus tropas como
emperador, y luego a convencer al Senado. La construcción del Coliseo, entre los años
70 y 80, se financió íntegramente con este botín.

Flavio Josefo y el cristianismo

Barbiero hace la suposición plausible de que Josefo había contribuido con su parte del
tesoro del Templo a Vespasiano. Puesto que Josefo desempeña un papel importante en la
teoría de Barbiero, esbocemos primero lo que sabemos de él. Nacido Yosef ben
Matityahu, pertenecía a la primera de las veinticuatro clases sacerdotales por parte de su
padre, según su autobiografía. También nos cuenta que, a mediados de la veintena, había
pasado más de dos años en Roma para negociar con el emperador Nerón la liberación de
algunos sacerdotes judíos procesados, probablemente por evasión de impuestos (Vita 16).
En el año 67, con treinta años, sirvió como comandante en el ejército judío, y ese mismo
año desertó al bando romano. Sirvió entonces como traductor para Tito y Vespasiano, y
pudo salvar la vida de doscientos cincuenta miembros de su círculo sacerdotal. Cuando
Vespasiano se convirtió en emperador en el año 69, concedió a Josefo su libertad,

17
Según 1 Reyes 10:14, la cantidad de oro que se acumulaba cada año en el templo de Salomón era de
«666 talentos de oro» (1 talento = 30 kg). Puede que el tesoro de Salomón sea legendario, pero ilustra lo
que el Templo de Jerusalén seguía significando para los sacerdotes del siglo I d.C.
18
Dado que el rollo de cobre forma parte de los llamados rollos del Mar Muerto, a los que durante
décadas se ha atribuido erróneamente un origen esenio, su contenido se consideró durante mucho
tiempo ficticio. La revisión de esta teoría errónea, impulsada por Norman Golb en Who wrote the Dead
Sea scrolls?: The search for the secret of Qumran, Scribner, 1995, ha corregido ese sesgo.
momento en el que Josefo asumió el apellido del emperador. De regreso a Roma,
Vespasiano lo alojó en su propia villa (habiendo construido para sí un lujoso palacio), y
le concedió un salario vitalicio con cargo al tesoro del Estado, así como una enorme finca
en Judea. Josefo dedicó el resto de su vida a escribir libros sobre la historia judía, siendo
su último libro, Contra Apión, una defensa del judaísmo. Hasta su muerte a finales de
siglo, fue un miembro destacado de la comunidad judía de Roma, que incluía a muchos
otros sacerdotes.

En el Libro IV de la Guerra de los Judíos, Josefo relata cómo, tras su captura en Galilea,
fue llevado ante Vespasiano, y convenció al general para que le escuchara en privado.
Vespasiano consintió y pidió a todos que se retiraran, excepto Tito y dos de sus amigos.
Entonces Josefo entregó a Vespasiano una «profecía» de Dios, según la cual Nerón
moriría pronto y Vespasiano ascendería al poder imperial. Vespasiano mantuvo a Josefo
con él y le recompensó por su profecía cuando se hizo realidad. Esa historia en particular
carece de la credibilidad que caracteriza generalmente al libro de Josefo. Por ello, Flavio
Barbiero supone que debe entenderse como un eufemismo embarazoso: en realidad,
Josefo proporcionó a Vespasiano no la predicción de que se convertiría en emperador,
sino los medios para hacerlo. Ese medio era el tesoro del Templo.

Flavio Josefo fue el primero de los sacerdotes judíos que cayó en manos de los romanos,
y fue el que obtuvo los mayores favores. Viendo que no sólo pertenecía a la primera de
las familias sacerdotales, sino que también ocupaba un puesto de altísima
responsabilidad en Israel, como gobernador de Galilea, y que tenía un profundo
conocimiento del desierto de Judá, donde había pasado tres años de su juventud, es
legítimo creer que conocía las operaciones para ocultar el tesoro y que era perfectamente
capaz de encontrar los escondites. Durante su audiencia privada con Vespasiano
inmediatamente después de su captura, Josefo debió de negociar su propia seguridad y
prosperidad futura a cambio del tesoro del Templo. La propuesta habría sido irresistible
para el penoso general romano, que veía así la posibilidad de asegurarse los medios
necesarios para su ascenso al poder imperial. En aquella ocasión, ambos hicieron
probablemente un pacto, que habría de cambiar los destinos del mundo 19.

Esto, más que alguna «profecía», puede explicar el extraordinario favor que Josefo recibió
de Vespasiano, que, según admite Josefo, despertó muchos celos entre la aristocracia
romana.

Sin embargo, la profecía de Josefo tiene un significado que Barbiero pasa por alto. Es una
inversión de la expectativa mesiánica que había provocado el levantamiento judío contra
Roma. Como escribe Josefo en La guerra de los judíos (vi, 5), «lo que más movió al
pueblo a rebelarse contra Roma fue una ambigua profecía de sus Escrituras según la cual
'uno de su país gobernaría el mundo entero'». Los judíos fueron engañados en su
interpretación de esta profecía, escribe Josefo, porque se aplicaba en realidad a
Vespasiano, «que fue nombrado emperador en Judea». Pero al darle la vuelta a la profecía
mesiánica judía, ¿renunciaba Josefo al destino de los judíos de gobernar el mundo, o

19
Flavio Barbiero, The Secret Society of Moses: The Mosaic Bloodline and a Conspiracy Spanning Three
Millennia, Inner Traditions, 2010, p. 111.
estaba elaborando un Plan B, que se basaba en utilizar la fuerza del Imperio Romano en
lugar de oponerse a él? En otras palabras, al reconocer a Vespasiano como el Mesías, ¿no
estaba pensando en convertir a Roma en el instrumento a largo plazo del mesianismo
judío?

Tal vez incluso pensaba ya en la reconstrucción de Jerusalén. Sabemos que los primeros
cristianos judíos sí lo hacían. Dos generaciones después de Josefo, Justino Mártir (muerto
en 165), nacido en Samaria y muy probablemente judío, pero que predicaba en Roma,
escribió en su Diálogo con Trifón que respondía afirmativamente a la pregunta:
«¿Mantenéis realmente los cristianos que este lugar, Jerusalén, será edificado de nuevo,
y creéis realmente que vuestro pueblo se reunirá aquí con alegría, bajo Cristo?»20.

Barbiero sugiere que Josefo estaba íntimamente relacionado con los padres fundadores
judíos del cristianismo romano. Esta hipótesis se deriva de los propios escritos de Josefo,
que contienen tres referencias indirectas al cristianismo. El libro xviii, capítulo 3 de las
Antigüedades incluye el famoso pasaje sobre Jesús, «hombre sabio» y «hacedor de obras
maravillosas, maestro de los hombres que reciben la verdad con agrado», que fue
condenado a la cruz por Pilato. «Y la tribu de los cristianos, así llamada por él, no se ha
extinguido hasta el día de hoy». La autenticidad de este Testimonium Flavianum es objeto
de debate, pero la opinión dominante entre los eruditos es que se trata de un pasaje
genuino con interpolaciones cristianas. En xviii, 5, Josefo habla con gran admiración de
«Juan, llamado el Bautista», subrayando su gran popularidad y condenando a Herodes
Antipas por su asesinato. Se considera un pasaje auténtico. En xx, 9, Josefo expresa la
misma simpatía por Santiago, «el hermano de Jesús, que se llamaba Cristo», y lo presenta
como una figura respetada en los círculos fariseos: cuando fue lapidado por orden del
sumo sacerdote Anán, provocó la indignación de todos los celosos de la Ley y, en última
instancia, el fin de la carrera de Anán. También se considera que se trata de un pasaje
auténtico, en el que sólo la referencia a que Jesús se llamaba Cristo es una inserción
cristiana.

La tesis de Barbiero sobre la implicación de Josefo con el cristianismo es plausible. Si


aceptamos el consenso de que la Iglesia romana ya estaba organizada en los años 90, con
un obispo de sangre sacerdotal judía, entonces es inconcebible que Josefo pudiera
desconocerla. Siendo consciente de ello, podía ser hostil o apoyarla. Si además aceptamos
el consenso respecto a las referencias positivas de Josefo a Jesús, a su predecesor Juan el
Bautista, y a su hermano Santiago, debemos concluir que Josefo apoyaba a la Iglesia
Cristiana primitiva. ¿Era cristiano en secreto?

La pregunta nos trae a la mente a otro José, un misterioso personaje presente en los cuatro
Evangelios canónicos: José de Arimatea, que asumió la responsabilidad del entierro de
Jesús tras su crucifixión. Se le describe como «un miembro destacado del Sanedrín»
(Marcos 15:43), «un hombre bueno y recto» que «no había consentido lo que los demás
habían planeado y llevado a cabo» (Lucas 23:51), y «que era discípulo de Jesús —aunque
en secreto, porque tenía miedo de los judíos—» (Juan 19:38), y lo suficientemente
relacionado con Pilato como para obtener su permiso para sacar el cuerpo de Jesús de la

20
Norman Cohn, The Pursuit of the Millennium, Essential Books, 1957, p. 10.
cruz y enterrarlo en su tumba privada. La razón por la que menciono aquí a José de
Arimatea es para sugerir —esta es mi contribución a la teoría de Barbiero— que podría
haber sido inventado como un alter ego simbólico de Flavio Josefo.

Dicho esto, Barbiero quizá exagera la autenticidad de las referencias de Josefo a Jesús,
Juan el Bautista y Santiago. La cuestión sigue sin resolverse. El Testimonium Flavianum
me parece totalmente sospechoso, y no sólo parcialmente. Figura en todos los manuscritos
griegos, pero podría haber sido añadido en el siglo II o III. Volveré sobre este problema.

El Culto Mistérico de Mitra

Para explicar cómo una hermandad secreta de sacerdotes judíos pudo acabar convirtiendo
al Imperio al culto de un mesías judío, Barbiero propone otra audaz teoría, basada en la
íntima conexión entre el cristianismo y el mitraísmo.

El culto a Mitra, asociado con Sol Invictus, experimentó su rápido desarrollo en Roma en
tiempos de Domiciano. Como explica Barbiero, «no era una religión, sino una asociación
esotérica reservada exclusivamente a los hombres. Todos los participantes eran
sacerdotes, al menos a partir del cuarto nivel, y entre ellos sólo había diferencias de
jerarquía determinadas por el nivel de iniciación» (p. 164). La mayoría de los mitraas
eran criptas subterráneas, y muchos se encuentran ahora bajo las iglesias. «Tanto las
fuentes escritas como los testimonios arqueológicos demuestran que, a partir de
Domiciano, Roma siguió siendo siempre el centro más importante de esta organización,
que se había arraigado profundamente en el corazón mismo de la administración imperial,
tanto en palacio como entre la Guardia Pretoriana» (p. 160).

Tertuliano y otros autores cristianos señalan los paralelismos entre el mitraísmo y el


cristianismo y los atribuyen a la imitatio diabolica: Se dice que Mitra era un demonio que
imitaba los sacramentos cristianos para descarriar a los hombres. En general, los
historiadores están de acuerdo en que la imitación procedía en sentido contrario.

No hay que exagerar los paralelismos. Por ejemplo, el hecho de que tanto Mitra como
Jesús nacieran en el solsticio de invierno apenas es significativo, ya que se trata de un
desarrollo tardío en el caso del cristianismo (no tiene base en los Evangelios), y se aplica
a muchas otras divinidades. Pero hay muchas otras similitudes, como la ceremonia
mitraica «durante la cual consumían pan y vino consagrados en recuerdo de la última cena
de Mitra» (p. 162).

La organización mitraica estaba presidida por un jefe supremo conocido como pater
partum [abreviado como papa], que gobernaba desde una gruta en la colina del
Vaticano, en Roma, donde Constantino hizo construir la basílica de San Pedro en 322.
Esta gruta del Vaticano (la llamada Phrygianum, que aún se encuentra a los pies de la
actual basílica) siguió siendo la sede central del culto a Mitra hasta la muerte del último
pater patrum, el senador Vectius Agorius Praetextatus, en el año 384 d.C.
Inmediatamente después, el culto a Mitra fue oficialmente abolido y la cueva fue ocupada
por Siricio (el sucesor del obispo de Roma, Dámaso), que adoptó el nombre del jefe de
la secta mitraica, pater patrum, o papa, por primera vez en la historia de la Iglesia.
También adoptó la misma vestimenta y se sentó en la misma silla, que se convirtió en el
trono de San Pedro en Roma. En este trono se grabaron —y aún se graban— diseños
mitraicos. Sol Invictus Mithras, que, según los historiadores, contaba con la creencia de
la mayoría en el senado romano, en el ejército y en la administración pública,
desapareció casi de inmediato, sin que se produjera ninguna matanza, persecución, exilio
o abjuración forzada. De la noche a la mañana, el senado romano, baluarte del culto a
Mitra, descubrió que era totalmente cristiano. [...] La sede, las vestiduras, el título y las
prerrogativas del pater patrum no fueron las únicas cosas que pasaron del culto de Mitra
a la Iglesia. Además de las similitudes en doctrinas y rituales, encontramos en las iglesias
cristianas la mesa de piedra delante del ábside, el altar donde se exhibía el disco del sol
en los mitraas. También encontramos la estola, el tocado del obispo (todavía llamado
mitra), las túnicas, los colores, el uso del incienso, el aspergillum, las velas encendidas
delante del altar, las genuflexiones y, no menos importante, el objeto más representativo
que domina el rito cristiano: la exposición de la Hostia, que está contenida en un disco
del que irradia el sol, la custodia. (pp. 162-164)

El culto a Mitra, señala Barbiero, «prosperó casi en simbiosis con el cristianismo, hasta
el punto de que las iglesias cristianas se levantan muy a menudo sobre o junto a lugares
de culto mitraico». Es el caso, por ejemplo, de las basílicas de San Clemente, San Esteban
Rotundo, Santa Prisca, etc., que «surgieron sobre grutas dedicadas al culto de Sol
Invictus» (p. 32).

Barbiero concluye que el mitraísmo y el cristianismo «no eran dos religiones en


competencia, como se lee a menudo, sino dos instituciones de naturaleza diferente que
estaban estrechamente relacionadas», o «dos caras de la misma moneda». (p. 163).
Deduce que el culto iniciático de Mitra se había transformado bajo los Flavios en una
especie de masonería, que promovía el cristianismo como religión exotérica para el
pueblo.

Pero es evidente que el cristianismo no deriva totalmente del mitraísmo: tiene raíces
judías. ¿Cómo se mezcló el mitraísmo con el judaísmo? Esto lo explica Barbiero con la
hipótesis de que, bajo los Flavios, los judíos sacerdotes entraron en el sacerdocio mitraico
en una estrategia concertada para apoderarse de él y judaizarlo —igual que harían con la
masonería siglos más tarde. Desde la época de Domiciano, los seguidores del mitraísmo
«eran libertos de la familia imperial de los Flavios— y por consiguiente, con toda
probabilidad, judíos romanizados» (p. 159). «Sol Invictus Mithras era la tapadera tras la
que se escondía la organización esotérica secreta recreada en Roma por la familia
sacerdotal mosaica que había escapado a la masacre de Jerusalén» (p. 173). Esto no me
convence. La hipótesis de la absorción del mitraísmo por sacerdotes judíos es un eslabón
débil en la cadena de hipótesis de Barbiero. Es evidente que el mitraísmo no es un culto
judío, y la tesis de su subversión por sacerdotes judíos en el siglo I d.C. se apoya en muy
pocas pruebas.

Sin embargo, una mirada más atenta al origen oriental del mitraísmo puede iluminarnos.
Plutarco explica (Vidas paralelas xxiv, 7) que el culto a Mitra fue traído por primera vez
de Asia Menor después de que Pompeyo derrotara a Mitrídates VI, rey del Ponto, que,
aunque de origen persa, gobernaba Anatolia. Mitra es un dios frigio —de ahí su gorro
frigio—, y Mitrídates significa «regalo de Mitra». El historiador romano Apiano de
Alejandría, en Las guerras extranjeras, describe la tercera guerra mitrídica como una
guerra mundial, y dice que «al final trajo la mayor ganancia a los romanos; porque empujó
los límites de su dominio desde la puesta del sol hasta el río Éufrates»21. Mientras buscaba
más información sobre el mitraísmo, me encontré con un libro de Cyril Glassé titulado
Mitraísmo, el virus que destruyó Roma (2016). Aunque el libro es de calidad poco
académica, vale la pena considerar su idea central:

La religión del mitraísmo fue un caballo de Troya que Mitrídates VI del Ponto dejó en la
playa como veneno para que los romanos lo tomaran con un tazón de cerezas. [...] El
mitraísmo era un culto a sí mismo diseñado para subvertir y destruir Roma. Ese culto ha
dejado su huella en la civilización occidental.

Según Glassé, el sacrificio del toro, o Taurobolium, representado en innumerables


relieves, era una críptica llamada a la venganza contra Roma: el toro representa a Roma,
mientras que Mitra es Mitrídates, Esta teoría es sorprendentemente similar a la de
Barbiero, sólo que con los frigios en lugar de los judeos como conspiradores contra Roma.
La tesis de Glassé también está tan poco fundamentada como la de Barbiero, pero ambas
pueden reforzarse mutuamente si recordamos que frigios y judeos habían sido vencidos
por Pompeyo durante la misma campaña militar en el año 63 a.C., que había muchos
judíos en el reino de Mitrídates y que muchos cautivos de ambas naciones fueron llevados
juntos a Roma en el siglo I a.C. Compartían un destino común y, tal vez, una aspiración
común de venganza.

No se me ocurre ninguna razón en particular por la que el toro simbolizara a Roma para
los cautivos judíos de Pompeyo, pero me he topado con un detalle interesante que podría
explicar por qué podía simbolizar a Roma para los cautivos judíos de Vespasiano: la
Legio X Fretensis romana, que tuvo una participación central durante la guerra judía —
desde el ataque de Judea en el 66 hasta la toma de Masada en el 72, pasando por el asedio
de Jerusalén que condujo a la destrucción del Templo en el 70—, tenía el toro como
símbolo.

21
Cyril Glassé, Mithraism, the Virus that Destroyed Rome, Revelation, 2016.
Barbiero nos lleva a la noción de que los judíos no sólo impusieron una religión judía al
Imperio, sino que de hecho asumieron su liderazgo cuando el emperador fue sustituido
por el papa:

El objetivo de la estrategia era la sustitución completa de la clase dirigente del Imperio


Romano por los descendientes de la familia sacerdotal que había sobrevivido a la
destrucción de Jerusalén y del Templo. Este resultado se consiguió en menos de tres
siglos, para cuando todas las religiones antiguas habían sido eliminadas y sustituidas
por el cristianismo, y la nobleza romana primitiva había sido prácticamente aniquilada
y sustituida por miembros de la familia de origen sacerdotal que había acumulado todo
el poder y la riqueza del Imperio. (p. 184)

Esta tesis es la base de las dos últimas partes del libro de Barbiero, sobre «Las raíces
judeocristianas de la aristocracia europea» y sobre «Los orígenes mosaicos de las
sociedades secretas modernas». Estas partes, aunque bastante especulativas, están
repletas de chismes informativos y nuevas perspectivas sobre esos temas misteriosos y
fascinantes. La primera parte sobre el linaje de Moisés también es original y está bien
argumentada, pero no guarda relación directa con el tema que aquí se trata.

La cuestión de Jesús: ¿Hasta qué punto es falsa la Buena Nueva?

Considero que el libro de Barbiero es un intento fructífero de resolver el misterio de cómo


los judíos crearon el cristianismo y lo convirtieron en la religión romana. Pero ciertamente
no ofrece la historia completa. En los tres siglos siguientes ocurrieron muchas cosas que
deben aclararse. Un contexto importante, que rara vez se tiene en cuenta, es la «Crisis del
siglo III» (235-284), durante la cual «el Imperio romano estuvo a punto de derrumbarse
bajo la presión combinada de invasiones bárbaras y migraciones al territorio romano,
guerras civiles, rebeliones campesinas, inestabilidad política» (Wikipedia), pero también
acontecimientos cataclísmicos y enfermedades generalizadas como la peste de Cipriano
(c. 249-262), que se dice que mató hasta 5.000 personas al día en Roma 22. En este

22
Kyle Harper, The Fate of Rome: Climate, Disease, and the End of an Empire, Princeton UP, 2017.
contexto, el sabor apocalíptico del cristianismo primitivo debió de ser un factor clave de
su éxito. Curiosamente, el libro del Apocalipsis, el último incluido en el canon cristiano,
es considerado por algunos eruditos una edición cristianizada de un apocalipsis judío,
porque, salvo su prólogo y epílogo (de 4:1 a 22:15), no contiene ningún motivo cristiano
reconocible23.

Hay también dos importantes elementos constitutivos del cristianismo que Barbiero deja
de lado al centrarse en el mitraísmo romano: la vida de Jesús en los Evangelios y el Cristo
místico de Pablo. ¿Cómo se originaron y cómo se integraron? La conexión entre ellos es
uno de los problemas más difíciles relativos al nacimiento del cristianismo. Pues, como
escribe Earl Doherty en El rompecabezas de Jesús: ¿Comenzó el cristianismo con un
Cristo mítico? (1999), un libro que ha enviado una onda expansiva en la erudición de
Jesús (aquí citado de este pdf de 600 páginas): «Ni una sola vez Pablo ni ningún otro
escritor de epístolas del siglo I identifica a su divino Cristo Jesús con el hombre histórico
reciente conocido por los Evangelios. Ni atribuyen las enseñanzas éticas que exponen a
tal hombre». Cristo es simplemente para Pablo una deidad celestial que ha soportado un
calvario de encarnación, muerte, sepultura y resurrección, y que se comunica con sus
devotos a través de sueños, visiones y profecías. Esta cristología gnóstica tiene sus raíces
en religiones mistéricas muy anteriores a Jesús. Es difícil explicar cómo un Jesús humano
pudo transformarse en un Cristo tan divino en unas pocas décadas, durante la vida de
quienes le conocieron.

La primera dificultad es que la gran mayoría de los primeros cristianos eran, por
supuesto, judíos. «Dios es Uno», dice el más fundamental de los principios teológicos
judíos. Además, la mente judía tenía una obsesión contra la asociación de cualquier cosa
humana con Dios. Dios no podía ser representado ni siquiera por la sugerencia de una
imagen humana, y miles de judíos habían desnudado sus cuellos ante las espadas de
Pilato simplemente para protestar contra la colocación de estandartes militares con la
imagen del César a la vista del Templo. La idea de que un hombre fuera una parte literal
de Dios habría sido recibida por cualquier judío con horror y aflicción.

Y, sin embargo, hemos de creer que los judíos fueron inmediatamente llevados a elevar
a Jesús de Nazaret a niveles divinos sin precedentes en toda la historia de la religión
humana. Hemos de creer no sólo que identificaron a un criminal crucificado con el
antiguo Dios de Abraham, sino que recorrieron el imperio y prácticamente de la noche
a la mañana convirtieron a un gran número de otros judíos a la misma indignante —y
completamente blasfema— propuesta. A los pocos años de la supuesta muerte de Jesús,
sabemos de comunidades cristianas en muchas de las principales ciudades del imperio,
todas ellas presumiblemente habiendo aceptado que un hombre al que nunca habían
conocido, crucificado como rebelde político en una colina a las afueras de Jerusalén,
había resucitado de entre los muertos y era de hecho el preexistente Hijo de Dios,
creador, sustentador y redentor del mundo. Dado que muchas de las comunidades
cristianas en las que trabajó Pablo ya existían antes de que él llegara allí, y dado que las
cartas de Pablo no apoyan la imagen que pintan los Hechos de una intensa actividad
misionera por parte del grupo de Jerusalén en torno a Pedro y Santiago, la historia no

23
Vea por ejemplo James Charlesworth, Jesus within Judaism, SPCK, 1989.
registra quién llevó a cabo esta asombrosa hazaña24.

La forma más sencilla de superar esta dificultad es suponer que la transformación del
Jesús humano en el Cristo cósmico (o al revés, como sugiere Doherty) no se produjo
espontáneamente, sino que fue urdida mediante la conexión de varios elementos, con el
fin de fabricar una religión sincrética judeo-helenística.

Las cartas de Pablo fueron recopiladas por primera vez en la primera mitad del siglo II
por Marción de Sínope, que también incluyó en su canon un breve evangelion (fue el
primero en utilizar el término), pero rechazó el Tanaj judío. Alrededor del año 208,
Tertuliano, cartaginés de probable origen judío, se quejaba de que «la tradición herética
de Marción llenaba el universo» (Contra Marción v, 19). También nos dice que, durante
la época de Marción, otro maestro gnóstico llamado Valentín estuvo a punto de
convertirse en obispo de Roma. En el siglo III d.C. apareció el persa Mani, que se hacía
llamar «apóstol de Jesucristo», pero rechazaba toda influencia judía. Maniqueos se
convirtió en la etiqueta puesta por la Iglesia católica a todos los movimientos gnósticos
venidos de Oriente, como los paulicianos de Anatolia en el siglo VIII, o los bogomilos de
Bulgaria en el siglo IX, antepasados de los cátaros que fueron erradicados del sur de
Francia a principios del siglo XIII. Todos estos movimientos, que pueden considerarse
oleadas sucesivas de un mismo movimiento, veneraban a Pablo y rechazaban la Torá,
cuyo dios consideraban o bien un demiurgo maligno, un demonio engañoso o una ficción
maliciosa.

En el siglo IV, el cristianismo gnóstico seguía vivo y floreciente. La biblioteca monástica


de la Hermandad egipcia de San Pacomio, el primer monasterio cristiano conocido,
contenía una gran riqueza de literatura gnóstica (incluido el Evangelio de Tomás), entre
libros platónicos, herméticos y zoroástricos. Como cuenta el estudioso del Nuevo
Testamento Robert Price en su fascinante libro Deconstructing Jesus (2000):

Al parecer, cuando los monjes recibieron la Carta Pascual de Atanasio en 367 d.C., que
contiene la primera lista conocida de los veintisiete libros canónicos del Nuevo
Testamento, advirtiendo a los fieles que no leyeran ningún otro, los hermanos debieron
de decidir esconder sus apreciados evangelios «heréticos», para que no cayeran en
manos de los quemadores de libros eclesiásticos25.

Todos estos códices estaban ocultos en un cementerio de Nag Hammadi, donde fueron
descubiertos en 1945, revolucionando nuestra imagen del cristianismo primitivo. Desde
entonces, los estudiosos han empezado a cuestionar la visión tradicional de los gnósticos
como disidentes que se separaron de la Iglesia ortodoxa; más bien, los gnósticos que
nunca dejaron de afirmar que los católicos romanos estaban corrompiendo el Evangelio
bajo la influencia judía, pueden haber tenido razón todo el tiempo.

Cuando empecé a profundizar en estas cuestiones, descubrí que una nueva escuela de
exégesis del Nuevo Testamento, impulsada por El Rompecabezas de Jesús de Earl

24
Earl Doherty, The Jesus Puzzle: Was There no Historical Jesus? pp. 33 and 16.
25
Robert Price, Deconstructing Jesus, Prometheus Book, 2000, archive.org, pp. 44-45.
Doherty, afirma que el cristianismo nació en el mito, no en la historia. Yo siempre había
supuesto que la biografía de Jesús era demasiado verosímil desde el punto de vista
histórico para ser una ficción. A los treinta años, me había fascinado la búsqueda del Jesús
histórico y escribí un libro sobre la relación «legendaria» entre Jesús y Juan el Bautista,
en el que sostenía que los escritores de los Evangelios falsificaron las profecías genuinas
de Juan y forjaron alabanzas espurias de Juan a Jesús, y que gran parte de los dichos
atribuidos a Jesús (del hipotético documento Q) se atribuyeron originalmente a Juan 26.
Sin embargo, no dudaba de la historicidad de Jesús. Pero mi reciente recorrido por la
teoría del «mito de Cristo» me ha convencido de que el Jesús histórico es más escurridizo
de lo que pensaba. Los Evangelios, para empezar, no son tan antiguos como se admite
generalmente (entre los años 70 y 90), pues, como señala Doherty:

Sólo en Justino Mártir, que escribió en la década de 150, encontramos las primeras citas
identificables de algunos de los Evangelios, aunque él los llama simplemente «memorias
de los Apóstoles», sin nombres. Y esas citas no suelen coincidir con los textos de las
versiones canónicas que tenemos ahora, lo que demuestra que esos documentos aún
estaban en proceso de evolución y revisión27.

Una fecha de finales del siglo II para la primera narración sobre Jesús es coherente con la
hipótesis —que va en contra de la teoría de Barbiero— de que las Antigüedades de los
judíos de Josefo contenían originalmente una referencia a Juan el Bautista y otra a
Santiago el Justo, pero ninguna referencia a Jesús, que se insertó posteriormente entre las
dos para poder presentar a Juan como precursor de Jesús y a Santiago como su hermano
y heredero. Hay muchas pruebas de que Santiago, como antes Juan el Bautista, era una
figura famosa por derecho propio. Según el biblista Robert Eisenman, autor de Santiago,
el hermano de Jesús: La clave para desentrañar los secretos del cristianismo primitivo y
los Rollos del Mar Muerto, Santiago es idéntico al «Maestro de Justicia» mencionado en
algunos de los Rollos del Mar Muerto, que se han datado demasiado pronto.
Extrañamente:

la persona de Santiago es casi diametralmente opuesta al Jesús de las Escrituras y a


nuestra comprensión ordinaria de él. Mientras que el Jesús de las Escrituras es
antinacionalista, cosmopolita, antinomiano —es decir, contrario a la aplicación directa
de la Ley judía— y acepta a los extranjeros y a otras personas percibidas como impuras,
el Santiago histórico resultará ser celoso de la Ley y rechazador de los extranjeros y de
las personas contaminadas en general.

Su muerte por lapidación en el año 62 «fue conectada en la imaginación popular con la


caída de Jerusalén en el año 70 de una manera que la de Jesús unas cuatro décadas antes
no pudo haber sido».

26
Entre los eruditos recientes que argumentan en esta línea se encuentran Karl H. Kraeling, John the
Baptist, Charles Scribner’s Sons, 1951; Charles H. H. Scobie, John the Baptist, Fortress Press, 1964; W.
Barnes Tatum, John the Baptist and Jesus: A Report of the Jesus Seminar, Polebridge Press, 1994; Joan
Taylor, The Immerser: John the Baptist within Second Temple Judaism, Wm B. Eerdmans, 1996; Robert L.
Webb, John the Baptizer and Prophet: A Socio-Historical Study, Sheffield Academic Press, 1991; Walter
Wink, John the Baptist in the Gospel Tradition, Cambridge UP, 1968.
27
Earl Doherty, The Jesus Puzzle, op. cit., p. 52.
Manuscritos variantes de las obras de Josefo, reportados por los padres de la Iglesia
como Orígenes, Eusebio y Jerónimo, todos los cuales en un momento u otro pasaron
algún tiempo en Palestina, contienen materiales que asocian la caída de Jerusalén con
la muerte de Santiago, no con la muerte de Jesús. Sus estridentes protestas, sobre todo
las de Orígenes y Eusebio, probablemente tengan no poco que ver con la desaparición
de este pasaje de todos los manuscritos de la Guerra de los Judíos que han llegado hasta
nosotros28.

Los estudiosos de Jesús de la escuela «miticista» —por oposición a la «historicista»— se


abstienen de expresar sus conclusiones en términos conspirativos. En su libro On the
Historicity of Jesus, Why We Might Have Reason For Doubt, Richard Carrier escribe: «el
Jesús que conocemos se originó como un personaje mítico», y sólo «más tarde, este mito
fue confundido con la historia (o deliberadamente reempaquetado de esa manera)». Pero
«confundido» me parece muy improbable, y «reenvasado deliberadamente» mucho más
probable. De hecho, Carrier sugiere que la estructura fundamental de la narración se tomó
prestada de un patrón mítico romano bien establecido:

En la biografía de Rómulo, el fundador de Roma, escrita por Plutarco, se nos dice que
era hijo de Dios, nacido de un humilde pastor; luego, como hombre, es amado por el
pueblo, aclamado como rey y asesinado por la élite conspiradora; después resucita de
entre los muertos, se aparece a un amigo para dar la buena noticia a su pueblo y asciende
al cielo para gobernar desde lo alto. Como Jesús.

Plutarco también nos habla de las ceremonias públicas anuales que se seguían
celebrando, en las que se festejaba el día en que Rómulo ascendió al cielo. La historia
sagrada que se contaba en este acto era básicamente la siguiente: al final de su vida, en
medio de rumores de que había sido asesinado por una conspiración del Senado (al igual
que Jesús fue «asesinado» por una conspiración de los judíos, de hecho por el Sanedrín,
el equivalente judío del Senado), el sol se oscureció (al igual que cuando murió Jesús) y
el cuerpo de Rómulo desapareció (al igual que el de Jesús). La gente quiso buscarlo,
pero el Senado les dijo que no lo hicieran, «porque había resucitado para unirse a los
dioses» (tal como un misterioso joven les dice a las mujeres en el Evangelio de Marcos).
La mayoría se marchó contenta, esperando cosas buenas de su nuevo dios, pero «algunos
dudaron» (igual que todos los Evangelios posteriores dicen de Jesús: Mt 28.17; Lc 24.11;
Jn 20.24-25; incluso Mc 16.8 da a entender esto). Poco después, Próculo, un amigo
íntimo de Rómulo, contó que se encontró con Rómulo «en el camino» entre Roma y una
ciudad cercana y le preguntó: «¿Por qué nos has abandonado?», a lo que Rómulo
respondió que había sido un dios todo el tiempo, pero que había bajado a la tierra y se
había encarnado para establecer un gran reino, y ahora tenía que volver a su casa en el
cielo (más o menos como le ocurre a Cleofás en Lc 24,13-32). Entonces Rómulo le dijo
a su amigo que les dijera a los romanos que si eran virtuosos tendrían todo el poder
mundano.

28
Robert Eisenman, James the Brother of Jesus: The Key to Unlocking the Secrets of Early Christianity
and the Dead Sea Scrolls, Viking Penguin, 1996.
[...] El relato de Livio [Historia 1.16], al igual que el de Marcos, subraya que «el miedo
y el luto» mantuvieron al pueblo «en silencio durante mucho tiempo», y sólo más tarde
proclamaron a Rómulo «Dios, Hijo de Dios, Rey y Padre», coincidiendo así con el «no
dijeron nada a nadie» de Marcos, pero dando por sentado obviamente que de algún modo
se corrió la voz.

Ciertamente parece como si Marcos estuviera modelando a Jesús como el nuevo Rómulo,
con un mensaje nuevo y superior, estableciendo un reino nuevo y superior. Este relato de
Rómulo se parece mucho a un modelo esquelético del relato de la pasión: un gran
hombre, fundador de un gran reino, a pesar de proceder de orígenes humildes y de
filiación sospechosa, es en realidad un hijo de dios encarnado, pero muere a
consecuencia de una conspiración del consejo gobernante, entonces una oscuridad cubre
la tierra a su muerte y su cuerpo desaparece, ante lo cual los que le seguían huyen
despavoridos (igual que las mujeres del Evangelio, Mc 16. 8; y los hombres, Mc 14.50-
52), y como ellos, también, buscamos su cuerpo, pero nos dicen que no está aquí, que ha
resucitado; y algunos dudan, pero entonces el dios resucitado 'se aparece' a seguidores
selectos para entregar su evangelio.

Sin duda, hay muchas diferencias entre las dos historias. Pero las similitudes son
demasiado numerosas para ser una coincidencia, y es probable que las diferencias sean
deliberadas. Por ejemplo, el reino material de Rómulo, que favorece a los poderosos, se
transforma en un reino espiritual que favorece a los humildes. Ciertamente, parece que
el relato de la pasión cristiana es una transvaloración intencionada de la ceremonia del
Imperio Romano de la encarnación, muerte y resurrección de su propio salvador
fundador. Se han añadido otros elementos a los Evangelios —la historia se ha judaizado
en gran medida y se han introducido muchos otros símbolos y motivos para
transformarla— y se ha modificado la narración, en estructura y contenido, para
adaptarla a la propia agenda moral y espiritual de los cristianos. Pero la estructura
básica no es original29.

Otros estudiosos han identificado desde hace tiempo fuertes paralelismos entre la vida de
Jesús y las legendarias vidas de hombres santos como Pitágoras o Apolonio de Tiana. En
este último, por ejemplo, encontramos que Apolonio, después de toda una vida haciendo
milagros, curando enfermos, expulsando demonios y resucitando muertos, fue entregado
por sus enemigos a las autoridades romanas. «Aun así», según el resumen de Bart D.
Ehrman, «después de dejar este mundo, volvió a reunirse con sus seguidores para
convencerles de que en realidad no estaba muerto, sino que vivía en el reino celestial»30.

Robert Price ha señalado otra fuente probable para las narraciones evangélicas: Las
novelas griegas como Quéreas y Calírroe de Caritón, el Cuento efesio de Jenofonte,
Leucipa y Clitofonte de Aquiles Tacio, las Etiópicas de Heliodoro, Dafnis y Cloe de
Longo, la Historia de Apolonio, rey de Tiro, las Babiloníacas de Jámblico y El Satiricon

29
Richard Carrier, On the Historicity of Jesus, Why We Might Have Reason For Doubt, Sheffield Phoenix
Press, 2014, p. 56.
30
Bart D. Ehrman Did Jesus Exist?: The Historical Argument for Jesus of Nazareth, HarperCollins, USA.
2012, p. 208, citado de Wikipedia.
de Petronio.

Tres tramas principales se repiten como un reloj en las novelas antiguas, que solían
tratar de las aventuras de amantes enamorados, algo así como las telenovelas modernas.
En primer lugar, la heroína, una princesa, entra en coma y es dada por muerta.
Enterrada prematuramente, despierta más tarde en la oscuridad de la tumba.
Irónicamente, es descubierta en el momento justo por unos ladrones de tumbas que han
irrumpido en el opulento mausoleo en busca de ricas piezas funerarias [...]. Los ladrones
le salvan la vida, pero también la secuestran, ya que no pueden permitirse dejar un
testigo. Cuando su prometido o marido acude a la tumba en señal de duelo, se queda
atónito al encontrarla vacía y lo primero que adivina es que su amada ha sido llevada al
cielo porque los dioses envidiaban su belleza. En uno de los relatos, el hombre ve el
sudario abandonado, como en Juan 20:6-7.

El segundo recurso argumental habitual es que el héroe, al darse cuenta de lo que ha


sucedido, va en busca de la heroína y finalmente se topa con un gobernador o rey que la
quiere y, para quitárselo de en medio, manda crucificar al héroe. Por supuesto, el héroe
siempre consigue un indulto de última hora, incluso una vez clavado en la cruz, o
sobrevive a la crucifixión por un golpe de suerte. A veces, la heroína también parece
haber sido asesinada, pero acaba viva después de todo.

En tercer lugar, al final se produce el feliz reencuentro de los dos amantes, cada uno de
los cuales ha perdido la esperanza de volver a ver al otro. Al principio no pueden creer
que no estén viendo a un fantasma que viene a consolarles. Al final, incrédulos de alegría,
se convencen de que su amada ha sobrevivido en carne y hueso.

Como he señalado en mi artículo «La crucifixión de la diosa», el patrón del romance


amoroso sigue siendo evidente en el Evangelio, donde Jesús resucitado se aparece
primero a su seguidora de toda la vida, María Magdalena, a quien, quizá por esa razón,
muchos gnósticos consideraban el alma gemela de Jesús31.

Price cita el siguiente pasaje de Quéreas y Calírroe, de Caritón, en el que Quéreas


descubre la tumba vacía de su amada:

Cuando llegó al sepulcro, vio que las piedras habían sido movidas y que la entrada
estaba abierta. [Juan 20,1] Se quedó estupefacto ante lo que veía y le invadió una terrible
perplejidad por lo que había sucedido. [Marcos 16:5] El rumor —un rápido
mensajero— comunicó a los siracusanos esta sorprendente noticia. Todos se agolparon
rápidamente alrededor de la tumba, pero nadie se atrevió a entrar hasta que
Hermócrates dio la orden de hacerlo. [Juan 20:4-6] El hombre que entró informó con
precisión de toda la situación. [Cf. Juan 19:35; 21:24] Parecía increíble que ni siquiera
el cadáver yaciera allí. Entonces el propio Quéreas decidió entrar, en su deseo de volver
a ver a Calírroe incluso muerta; pero, aunque buscó por la tumba, no pudo encontrar
nada. Mucha gente no podía creerlo y entró tras él. La impotencia se apoderó de todos.
Uno de los que estaban allí dijo: «Se han llevado las ofrendas funerarias [la traducción

31
Elaine Pagels, The Gnostic Gospels, Weidenfeld & Nicolson, 1979.
de Cartlidge dice: «El sudario ha sido despojado»-cf. Juan 20:6-7] —son ladrones de
tumbas los que han hecho eso; pero ¿qué hay del cadáver— dónde está?». En la multitud
circulaban diversas sugerencias. Quéreas miró al cielo, levantó los brazos y gritó:
«¿Cuál de los dioses es, entonces, el que se ha convertido en mi rival en el amor y se ha
llevado a Calírroe y ahora la retiene con él...?».

Más tarde, Calírroe, reflexionando sobre sus vicisitudes, dice: «He muerto y he vuelto a
la vida». Más tarde aún, se lamenta: «He muerto y me han enterrado; me han robado de
mi tumba». Mientras tanto, el pobre Quéreas es condenado a la cruz, que tiene que cargar
él mismo. Pero en el último momento, justo antes de ser clavado, le conmutan la pena y
lo bajan de la cruz. «He aquí, pues», comenta Price, «un héroe que fue a la cruz por su
amada y regresó vivo. En la misma historia, un villano es igualmente crucificado, aunque
como se está ganando su merecido, no es indultado. Se trata de Terón, el pirata que
esclavizó a la pobre Calírroe. Fue crucificado frente a la tumba de Calírroe».

¿Acaso algunos judíos, mediante una concertada y persistente Hasbara, lavaron el


cerebro a los romanos con un increíble cuento judío plagiado de novelas griegas, mitos
romanos y el culto mitraico? Seguramente hay otras maneras de ver el cristianismo que
como un truco judío. Pero me parece una hipótesis digna de consideración. Oigo en este
webzine muchas quejas contra la colonización cultural judía. Yo sólo sugiero que no
empezó ayer.

Fuente: https://www.unz.com/article/how-yahweh-conquered-rome/

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