LITERATURA CULTURAL E
INTERCULTURAL.
La literatura como expresión artística y cultural
La literatura es el testimonio de la vida y de la humanidad;
ella es capaz de exteriorizar la intimidad de las motivaciones
humanas mejor aun que la observación empírica. La literatura
está tan íntimamente ligada a la realidad, a la vida, al hombre
y todo cuanto a él se relaciona; por eso es una expresión
social y cultural del ser humano.
LA VIDA O LA LITERATURA ¿CUÁL DEPENDE DE CUÁL?
Si no existiese la vida, no existiría literatura, ya que no habría contenido, fuente
de inspiración. La vida con sus múltiples detalles es fuente de inspiración y de
experiencia para el autor; de ella extrae los esbozos para desarrollar su
fantasía.
Pero si no hubiese literatura, la vida carecería de sentido, sería insípida. La vida
pervive, perdura y se inmortaliza a través de la literatura. Un ejemplo de ello son
los conocimientos que llegaron hasta nuestros días sobre los griegos, los
romanos, los renacentistas, etc., a través de las obras literarias.
La vida y la literatura están tan unidas entre sí que son interdependientes. Cada
una tiene tal necesidad de la otra que no puede pensarse la existencia de una
sin la otra.
LA LITERATURA ES EXPRESIÓN CULTURAL ¿POR QUÉ?
La literatura expresa el conjunto de rasgos que identifican a una
cultura de forma franca y liberal. A través de la literatura se da a
conocer mejor la realidad de la vida que por la observación directa
de las personas.
En la vida cotidiana, las personas no descubren fácilmente su
intimidad; no revelan sus miserias, sus fracasos, sus logros y
triunfos. Pero en la literatura, el autor devela los más recónditos
rasgos de la vida, usa su imaginación y completa su obra con
fantasías tan hábilmente pensadas que su obra resulta la realidad
de la vida misma.
¿POR QUÉ LA LITERATURA ES EXPRESIÓN ARTÍSTICA?
La literatura es arte por que refleja la vida en su movimiento con un toque de peculiaridad y crea un mundo
propio: personajes, situaciones, escenario, etc.
El mejor artista es aquel que consigue penetrar su fuerza creadora en todos los momentos de la obra de
arte, imprimiendo todos los detalles su "mundo propio. Y el autor literario lo logra: transporta al lector a su
mundo creado.
Balzac dice de su Comedia humana: "Mi obra tiene su geografía, así como tiene su genealogía y sus
familias, sus lugares y sus cosas, sus personas y sus hechos; y así como posee también su heráldica, sus
nobles y sus burgueses, sus artesanos y sus campesinos, sus políticos, sus dandis y su ejército. En una
palabra, su mundo.
La aparente incompatibilidad con la realidad en la obra de arte es solo una apariencia. El efecto que produce
una obra literaria en el receptor, la completa absorción y aceptación de ese "mundo propio de la literatura
es posible, precisamente, por que ésta ofrece un reflejo de la realidad mucho más fiel, más completo, más
animado y vivaz que la del mundo real.
EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA (Fragmento)
En esta casa no entrará nada que no hable, dijo.
Lo dijo para poner término a las argucias de su mujer, empecinada otra vez en comprar un perro, y sin imaginar
siquiera que aquella generalización apresurada había de costarle la vida.
Fermina Daza, cuyo carácter cerrero se había ido matizando con los años, agarró al vuelo la ligereza de lengua
del marido: meses después del robo volvió a los veleros de Curazao y compró un loro real de Paramaribo que
sólo sabía decir blasfemias de marineros, pero que las decía con una voz tan humana que bien valía su precio
excesivo de doce centavos.
Era de los buenos, más liviano de lo que parecía, y con la cabeza amarilla y la lengua negra, único modo de
distinguirlo de los loros mangleros que no aprendían a hablar ni con supositorios de trementina.
El doctor Urbino, buen perdedor, se inclinó ante el ingenio de su esposa, y él mismo se sorprendió de la gracia
que le hacían los progresos del loro alborotado por las sirvientas. En las tardes de lluvia, cuando se le desataba
la lengua por la alegría de las plumas ensopadas, decía frases de otros tiempos que no había podido aprender
en la casa, y que permitía pensar que era también más viejo de lo que parecía. La última reticencia del médico
se desmoronó una noche en que los ladrones trataron de meterse otra vez por una claraboya de la azotea, y el
loro los espantó con unos ladridos de mastín que no habrían sido tan verosímiles si hubieran sido reales, y
gritando rateros rateros rateros, dos gracias salvadoras que no había aprendido en la casa.
Gabriel García Márquez