Construirse Como Persona - 2
Construirse Como Persona - 2
1- UN PRIMER DIAGNÓSTICO
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Hay todavía muchas comunidades “especializadas” en buscar caminos para
reforzar la fe, la vocación específica pero inexpertas en favorecer la salud integral
de sus miembros. Comunidades desconocedoras de los dinamismos grupales y
necesidades personales que están continuamente funcionando en nuestras
interrelaciones. Comunidades dónde se obvian, se intentan negar o moralizar las
necesidades y emociones de sus miembros como la necesidad de sentirse con
algún tipo de poder en el grupo, la necesidad de reconocimiento y valoración, las
envidias, los sentimientos de atracción y rechazo, los complejos, las dinámicas
grupales que impiden la madurez. Se niega le existencia de adoctrinamientos que
dificultan la autonomía y la libertad, de leyes y reglamentos que matan la vida o la
paralizan. Hay que aprender a poner nombre lúcidamente a lo que pasa en una
comunidad o le pasa a las personas de las comunidades sin moralizar, ni
culpabilizar. La excesiva conciencia moralizadora impide muchas veces la
“consciencia”.
Uno de los temas en los que yo he constatado una mayor carencia en
miembros de comunidades religiosas y fraternidades cristianas tiene que ver, de un
modo especial, con la responsabilidad en torno al cuidado de uno mismo y
también, en muchos casos, en el cuidado mutuo de los miembros entre sí como si
el cuidado y la preocupación tuviese que ver siempre con los de “fuera”, con las
personas a las que hay que atender y servir en función de la misión. Más de una vez
he escuchado en la consulta la queja amarga de algunas personas religiosas que
lamentan no encontrarse entre los “marginados” a los que con tanta dedicación y
abnegación se entrega su comunidad.
Sin duda que la vocación-misión cristiana está centrada en la lucha por la
transformación de este mundo según el sueño de Dios revelado en Jesús y por tanto
en la construcción de un mundo de hijos y hermanos. Pero eso ¿cómo va a ser
posible lucharlo fuera si no somos capaces de vivirlo en las propias comunidades?,
¿cómo haremos creíble que trabajamos por la paz, la justicia, el cuidado por la
satisfacción de las necesidades de los otros y la búsqueda de su felicidad si eso no
es verdad en nuestras comunidades de referencia y/o pertenencia?.
A partir de este primer diagnóstico, parcial, pero creo que real, que el
hacernos más humanos, trabajar en el propio cuidado y el cuidado de los hermanos
de la comunidad no es un objetivo prioritario de muchas de nuestras fraternidades
cristianas, voy a centrar mi aportación.
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Esta es una tarea personal: saber cuidarse cada uno a sí mismo en la
dirección del crecimiento y maduración, saber hacer lo mismo con los demás
miembros de la comunidad.
Es también una tarea comunitaria: sentirnos solidarios los miembros de las
comunidades de este crecimiento, desarrollar la sabiduría del cuidado mutuo.
Es una responsabilidad de los gobiernos el saber revisar y adaptar las
estructuras institucionales para incluir este objetivo, en relación a sus miembros, con
el mismo celo que los objetivos relativos a la tarea y misión.
¿Qué pasaría en nuestras comunidades cristianas si comprendiéramos y
practicásemos que el hecho de trabajar y cuidar la propia madurez, cuidar del
desarrollo de los miembros de la comunidad, cambiar nuestras estructuras para
favorecer este objetivo es una manera eficaz y real de hacer verdad el único
mandamiento que nos dejó Jesús de amar a Dios, al prójimo y a uno mismo?.
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vivimos aisladas, sino en interacción dialéctica difícil de explicitar. Nuestra mente
necesita diseccionar para comprender, pero nuestro ser vive integralmente lo que
vive y cada dimensión repercute y se entrelaza con todas las demás.
Venimos de una larga tradición dualista donde el cuerpo y el “alma” eran dos
dimensiones irreconciliables y además jerarquizadas y moralizadas. Hoy se va
abriendo paso cada vez más una antropología unitaria y holística dando fin a
divisiones ancestrales que están más interiorizadas de lo que creemos
No tenemos un cuerpo sino que somos un cuerpo. Un cuerpo físico, sexuado,
energético, un cuerpo con capacidad creadora, espiritual, pero un cuerpo.
Nuestro cuerpo es la presencialización de nuestra persona. El cuerpo nos
posiciona y nos orienta, a través de él podemos aproximarnos y alejarnos de las
personas y las cosas. Todo lo que acontece en nuestra vida pasa necesariamente
por nuestro cuerpo. Éste está condicionado genética y culturalmente.
Somos un cuerpo necesitado: las necesidades son tanto física ( necesidades
básicas de respiración, alimentación, cobijo, limpieza, salud, protección, descanso,
confort, necesidades sexuales); como necesidades psíquicas, relacionales,
espirituales, (necesidad de ser vist@s y reconocid@s en nuestro cuerpo,
respetad@s, valorad@s en nuestra identidad sexual, necesitad@s de tacto y
contacto, de "estar bien en nuestra piel", de ser felices, necesidad de libertad, de
realizarnos como personas, de trascendernos y cultivar nuestro ser espiritual)
Todas ellas necesidades humanas. No hay necesidades "buenas" o "malas".
Hay maneras sanas o insanas, humanizadoras o no de satisfacerlas. Es importante
no moralizar las necesidades en sí mismas, sino ser conscientes de cómo elegimos
satisfacerlas o frustrarlas y en función de qué.
A la largo de nuestra vida vamos elaborando una determina relación con
nuestro cuerpo donde los esquemas culturales, la formación recibida, los prejuicios
sexuales, raciales, ideológicos de nuestro entorno van configurando nuestra imagen
corporal a partir de cómo nos hemos sentido mirados. Cada cultura tiene sus
modelos, juicios de valor y sus tabúes en relación al cuerpo. Nuestra relación con el
cuerpo es tributaria de esa concepción.
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deshacer los nudos de resentimientos, dolor, frustración del presente y/o del
pasado.
Vivir conscientes de que somos un cuerpo sexuado. La educación afectivo-
sexual ha sido una carencia notable hasta hace muy pocos años y de un
modo especial esta carencia se ha notado en la vida religiosa. ¿Cuándo y con
quien hablamos claramente de qué hacemos con nuestras necesidades
sexuales, cómo las manejamos, qué cauces les damos?, ¿qué consciencia
tenemos de la diferencia entre sublimar y reprimir?, ¿qué tiempo hemos
dedicado en la formación a la sexualidad, sus dinamismos, su significado, su
importancia en nuestras vidas?. El silencio, fruto de la permanencia del tabú
sexual, es en el mejor de los casos la palabra más elocuente.
Hacernos conscientes de cómo consideramos nuestro cuerpo y de cómo lo
tratamos. Del modo como lo consideremos, así nos relacionamos con él. Si lo
consideramos un amigo lo cuidaremos y respetaremos, si lo consideramos un
objeto utilitario le concederemos el mínimo vital, nos ocuparemos de él sólo si
la "maquina se estropea", si lo consideramos un enemigo lo maltrataremos o
lo anestesiaremos, si es un desconocido, lo ignoraremos y descuidaremos, si
lo deificamos habrá una excesiva sobrevaloración y le prodigaremos unos
cuidados exagerados.
Gestionar nuestra salud psicosomática y eso es algo más que obtener un
bienestar corporal. En esta gestión hay necesidad de un equilibrio entre las
fuerzas y energías que desgastamos y las fuerzas disponibles en cada etapa
de nuestra vida. Las fuerzas disponibles, es decir el caudal energético de
nuestro cuerpo, provienen del capital genético, y de la reconstrucción
energética aportada por la alimentación, los ejercicios físicos, el sueño, la
distensión....Si no hay equilibrio se llega al agotamiento al deterioro de
nuestra salud. Queremos la salud del cuerpo sin renunciar a ideas,
emociones, conductas que la perjudican y dañan. Cuidar nuestra salud
psicosomática supone hoy ser consciente de que no sabemos equilibrar
trabajo- descanso, “homo faber”- “homo ludens”. El trabajo, el activismo, el no
parar nunca de hacer cosas, muchas veces, termina siendo una compulsión
que nos esclaviza, una compensación de otros vacíos interiores que al final
termina convirtiéndonos en objetos de producción, rendimiento y así
obtenemos no solo remuneración sino reconocimiento social.
Cuidar nuestro cuerpo es realizar en él nuestra vocación espiritual. Fruto de
una tradición dualista solemos asociar por contraposición la palabra cuerpo a
espíritu. Esta dicotomía nos ha hecho mucho daño y nos resulta aún hoy
difícil unir la palabra espíritu, trascendencia al cuerpo. Se ha vinculado
"espiritual" con no material. Como si para ser "espirituales” tuviéramos que
abandonar el cuerpo y sus necesidades. El cuerpo es sospechoso o por la ley
del péndulo un ídolo. Urge recuperar la consciencia de que el cuerpo humano
no solo es materia, sino lugar donde se verifica la verdad del espíritu.
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Son muchas las causas ajenas a nosotros mismos que pueden provocar
disfunciones en nuestro psiquismo, pero también es mucho lo que podemos
hacer para cuidarlo.
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Reconciliarse con la propia historia. Trabajar nuestro psiquismo para sanar las
heridas y la memoria, liberarla de su carga destructiva. Soltar los
resentimientos que son atascos en el proceso de ser uno mismo y poder
perdonar y/o perdonarse.
Desarrollar el amor a un@ mism@, no porque narcisistamente nos sentimos
personas buenas, perfectas, bellas, sino porque sólo se puede amar con
verdad lo que realmente somos, con nuestras cualidades y defectos. Amarse a
sí mismo tiene que ver con saber mirarse con ternura, calidez, comprensión.
Con aprender a alegrarnos de nuestros triunfos, cualidades, conquistas y mirar
con misericordia esperanzada nuestros fallos y errores. Tiene que ver con irnos
encontrando cada vez más a gusto en nuestro propia piel. El camino para
aprender la sabiduría del cuidado de nosotros mismos pasa necesariamente
por la reconciliación y amor compasivo y tolerante con un@ mism@; se crece
desde de unificación y el amor, no desde la culpa, el rechazo, el idealismo o el
voluntarismo estéril. Sólo desde el amor a uno mismo es posible amar de
verdad a los demás.
Practicar la sabiduría de reconocer y encauzar nuestras emociones. Las
emociones son señales de nuestro psiquismo, son manifestación de que
estamos vivos, conscientes, que sentimos y nos dejamos afectar por la
realidad. Reconocer las señales que nos envían las emociones para poder
darles el cauce oportuno es una de las maneras más certeras de cuidar la
salud de nuestro psiquismo. Todas las emociones que nos acontecen son
verdad, pero no todas son adecuadas y proporcionadas a la realidad que
teóricamente las provoca, saber acogerlas, poder distinguirlas y encauzarlas en
la dirección de la vida y el amor es la gran sabiduría que tenemos que
aprender. En la mayoría de los casos somos casi analfabetos en la sabiduría
de manejar adecuadamente nuestras emociones. En lenguaje cotidiano se
trataría de saber cuidar el corazón: alimentarlo con emociones reconfortantes,
con relaciones afectivas nutrientes, protegerlo de quien pueda hacerle daño,
herirlo o culpabilizarlo insanamente, darle libertad de experiencia emocional,
dejarlo sentir, sienta lo que sienta, sin reprimir, moralizar o culpabilizar las
emociones; protegerlo en su vulnerabilidad para que no se rompa, pero
tampoco se endurezca o se cierre a la vida.
Saber gozar es una de las características de la persona madura. Este
aprendizaje tiene que ver con cultivar nuestra capacidad para integrar el
placer en la vida, con el desarrollo de la capacidad lúdica, festiva, con saber
disfrutar del juego, la fantasía, la fiesta, el arte. Disfrutar del placer por sí
mismo, sin que sea para nada más que gozar. El placer en sí es expansivo y
tiende a ser compartido. Tenemos una gran necesidad los cristianos, y de un
modo especial en las comunidades religiosas de reconciliarnos con el placer y
saber vivirlo sin tabúes ni idolatrías, sino como un lugar de expansión
espiritual. Cuidar nuestra capacidad de gozar pasa primero por revisar la
antropología dualista en la que hemos sido formados, y sobre todo por
aprender a hacernos hombres y mujeres degustador@s de la vida cotidiana:
del placer del encuentro corporal amoroso y placentero, del sabroso gozo de
ser y de ayudar a ser, del trabajo que nos hace sentirnos realizados y
fecundos, del buen sabor de boca que deja el cultivo de la amistad, la
experiencia de participar en las luchas por conquistas comunitarias de
liberación, por el reconocimiento de derechos fundamentales para tod@s , por
el gozo de trabajar en la satisfacción de las necesidades básicas de tantas
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personas que no las tienen cubiertas…Necesitamos aprender la sabiduría de
convertirnos en luchador@s festiv@s, danzador@s de la vida, a pesar de
todo..
Saber integrar la frustración, el dolor y la muerte. En esta tarea del cuidado de
si mismo y de los demás, nada más difícil que aprende a cuidarnos cuando el
dolor y la muerte nos visitan. ¡Qué difícil la tarea la de integrar el dolor y la(s)
muerte(s)! incómodos, duros, inseparables compañeros de camino!. ¿Cómo
saber cuidar/nos en esos momentos?, no hay recetas sino modestos senderos.
Ante el dolor (en sus múltiples manifestaciones: físico, psíquico, moral, el dolor
del adiós, el dolor de nuestros seres queridos, el dolor de nuestro mundo, de
los pobres y abandonados)...no huir de él, pero tampoco instalarnos bajo su
sombra; afrontarlo, es decir ver si algo podemos hacer para disminuirlo o
erradicarlo; dejar al llanto su palabra; buscar ayuda en quienes nos quieren y
pueden acompañarnos en nuestro dolor; o saber permanecer silenciosamente
solidarios junto al que sufre; confiar en la fuerza interna del corazón humano y
esperar que el Dios la vida nos “resucite” para poder volver a decir “hola” de
nuevo a la vida.
Saber decir “yo”-“tú”-“nosotr@s”. El dinamismo madurativo de nuestro
psiquismo comienza por aprender a decir “yo”: eso pasa por un proceso de
identidad y de separatividad, es decir un proceso de autonomía y libertad
Después de decir “yo” es imprescindible decir “tu”: si hemos roto nuestros
cordones umbilicales, y hemos abandonado la búsqueda de úteros
protectores podremos decir “tu”, reconocer al otro como sujeto de derechos,
distinto de mí y distinguirlo de la gratificación que me produce. Saber ser yo
ante el otro y con el otro, incluso podríamos decir “tuificar” las cosas y los
trabajos. En definitiva pasar del egocentrismo al heterocentrismo de ver a los
demás como fuentes de satisfacción de mis necesidades a tener capacidad
de participar en la vida de los otros, de sus ideales, valores, necesidades,
derechos como algo distinto de mi pero dentro de mí. No termina la
construcción de nuestro ser en el yo-tu es necesario pasar al “nosotros”:
asumir la larga tarea de socializarnos y comprometernos. Trascender y
ampliar el yo-tu para sentirnos miembros de una comunidad, saber construir
comunidad allá donde estemos; Comprometernos con los desafíos de la
historia para hacer de la humanidad una comunidad de hermanos y del
cosmos un lugar respetado en sí mismo y un espacio habitable.
No es posible ser uno mismo sino es en relación. Las relaciones nos han
constituido desde el seno de nuestra madre y son las primeras relaciones con las
figuras materna y paterna las que de un modo muy fundamental han configurado
nuestra visión del mundo y nuestro mundo afectivo-relacional.
Esas primeras relaciones no han sido elegidas y por tanto sólo podemos
agradecerlas o integrarlas en la vida dolorosamente pero a lo largo de nuestra
vida podemos ir configurándonos como seres capaces de establecer relaciones
constructoras.
La vida comunitaria ofrece una ocasión privilegiada para construirnos como
seres relacionales pero también es un lugar de especial desgaste y conflicto.
Saber cuidar nuestro ser relacional y construir relaciones reconstructoras es la
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gran sabiduría de la vida fraterna y también podría ser el gran testimonio cristiano
a una sociedad individualista e insolidaria: es posible vivir la vida
comunitariamente. Saber ser seres comunitarios y solidarios es fuente de
humanización y de felicidad.
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que puede pronunciarse la palabra amor: amor materno-paterno-filial;
amor de amistad, amor de pareja, amor de servicio; amor a sí mismo a
los otros, a las “cosas” y proyectos, a Dios. Es este un largo proceso que
dura toda la vida: saber amar y dejarse amar sin depender, sin entrar en
confluencia, sabiendo contactar y retirarse, sentirse miembro de una
familia, de una comunidad, de un pueblo, de toda la humanidad, del
cosmos y por eso mismo comprometido. Saber trabajar con otros en los
desafíos y retos de la historia.
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los valores que hemos elegido como referenciales, a las creencias que hemos
acogido como opciones de vida.
Cuando alimentamos las creencias desde las que queremos vivir y hemos
hecho una opción de vida. Las opciones fundamentales de la vida que brotan
de nuestros compromisos éticos, espirituales, religiosos necesitan ser
cultivadas, alimentadas y más cuanto más contraculturales sean. Alimentadas
personalmente y al tiempo reforzadas comunitariamente; necesitamos
sentirnos apoyados en comunidades referenciales donde cada un@ pueda
sentir plausible su propia creencia y compromiso de vida. Sin estos
presupuestos es casi ilusorio poder vivir en coherencia con las opciones de
vida.
Cuando cultivamos el placer de pensar, crear, buscar la verdad, estudiar,
simbolizar. .No sé por qué creo que cada vez más somos consumidores
pasivos de pensamientos, verdades, símbolos ajenos, bien programados por
la sociedad de consumo, que agentes de nuestro pensar, crear, buscar la
verdad que nos convence, disfrutar de la creación simbólica que nos expresa.
No nos vendría nada mal volver a leer más buena literatura, estudiar un poco
más y en profundidad, dedicar tiempo a pensar por mí mismo a partir de lo
escuchado, buscar símbolos que nos expresen, cultivar nuestra creatividad…
seguro que eso nos ayudaría a cuidar la riqueza de nuestro mundo intelectual
y aprenderíamos a disfrutar de la riqueza que albergamos mas que de
consumir pasivamente riqueza o basura ajena
Cuidar nuestra dimensión espiritual tiene que ver con trabajar un talante de
persona cuya manera de estar en la realidad revela los valores en los que
cree y produce conductas justas, serviciales, misericordiosas, comprensivas,
libres, fraternas.
Un talante que se caracteriza por:
Ser honrados y fieles con la realidad. Verla sin cerrar los ojos a
los que no nos interesa ver, ni dejándonos engañar por quienes
nos la falsean, escuchando su demanda de vida justa y
comprometiéndonos fielmente con ella.
Cultivar la experiencia mística, buscando espacios, momentos,
silencios, encuentros, compromisos… donde la Palabra sea
sentida y gustada, donde se nos revela la verdad de nuestro ser
y el sueño de Dios sobre la humanidad y la creación entera.
Empeñarse en que, la experiencia mística vivida, se haga
verdad histórica, compromiso por crear un mundo y un cosmos
como Dios lo sueña.
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Se trataría de dejarnos sorprender por esa difícil naturalidad con la que él
supo compaginar cuidar de sí y de los otros. Mirarle para aprender a trabajar
intensamente y descansar. No regateaba sacrificio en la entrega de sí a quien lo
necesitaba y a la vez sabía dedicar tiempos y energía personal para cultivar la
amistad entrañable, escandalosa incluso; llamaba a los suyos a descansar junto a él;
sentarse sin mas al borde de un pozo y pedir a una mujer samaritana que satisfaga
una necesidad suya; participar en banquetes, bodas, comidas festivas; dejarse besar
y ungir por mujeres, unas profundamente amigas y otras de dudosa reputación;
tener la osadía de invitarse él mismo a comer en casa de un recaudador de
impuestos, perder el tiempo acariciando y conversando con niños… Tantas y tantas
escenas de los evangelios donde vemos a Jesús sin prisa, mirando, contemplando,
conversando, durmiéndose en una barca, comiendo y bebiendo, disfrutando.
Necesitamos volver los ojos al Evangelio y comprender de un modo nuevo qué
significan las escenas de boda, fiesta, disfrute de la amistad y de la naturaleza del
hombre Jesús de Nazaret; qué significan la abundancia de peces, pan, vino, niños
abrazados por Él, mujeres que derraman perfumes valiosos sobre sus pies y los
enjugan con su cabello. Nos es imprescindible recuperar la imagen de un Jesús feliz
y no sólo la de un Jesús profeta y crucificado.
También observaremos cómo Jesús cultivó el silencio, la oración, los
espacios para redimensionar su dimensión religiosa, para poder saborear la verdad
profunda de su ser: hijo amado en quien su Dios Madre-Padre se complace; para
aceptar dolorosamente el precio de su libertad y su amor. En esa experiencia
profunda de encuentro místico con su Dios descubre, como no podía ser menos, que
él y su Padre son una misma cosa y que es uno con toda la humanidad; por eso
puede decir con verdad y desde su experiencia “lo que hagáis a uno de estos mis
pequeños a mi me lo hacéis”.
A base de mirarlo largamente aprenderemos el cuidado de nosotros mismos,
de los otros, de las cosas y proyectos al estilo de Jesús y podremos al fin ser
testigos de esa difícil sabiduría cristiana de humanizarnos “al aire de Jesús”.
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BIBLIOGRAFÍA MÍNIMA DE REFERENCIA.
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