Trabajo práctico de intensificación: Primer cuatrimestre
Materia: Prácticas del Lenguaje
Curso: 3ero B
Apellido y nombre: ………………………………………………………………………………………………..
Importante: El trabajo puede ser entregado de forma manuscrita o digital en papel –no por Classroom.
Deberá constar de una presentación formal (carátula con los datos del alumno/a, docente, curso, materia,
folio, hojas numeradas, etc). Tienen que copiar las consignas.
Fecha de entrega: Martes 21/11 (pueden entregarlo antes de esa fecha)
Condiciones de evaluación:
El trabajo es individual, no se aceptarán copias ni resoluciones extraídas de internet. Caso
contrario, se dará por desaprobado directamente.
Las consignas deberán resolverse en orden, de forma completa y prolija.
Se deberá evidenciar la lectura comprensiva de cada uno de los textos y de las actividades
planteadas
Carpeta completa (Deberán presentarla el día de la devolución del trabajo por parte de la docente).
Consignas
1) Responder: ¿Cuál es la definición final que se la da al género fantástico según Todorov? ¿Cuáles son los
otros géneros de los cuáles se diferencia lo fantástico? Explicar cada uno.
2) Comprensión lectora: Leer el siguiente cuento de la autora argentina, Silvina Ocampo, “Los objetos”
perteneciente a su antología La furia y otros cuentos publicado en 1959.
Los objetos
Alguien regaló a Camila Ersky, el día que cumplió veinte años, una pulsera de oro con una rosa de
rubí. Era una reliquia de familia. La pulsera le gustaba y sólo la usaba en ciertas ocasiones, cuando iba a
alguna reunión o al teatro, a una función de gala. Sin embargo, cuando la perdió, no compartió con el
resto de la familia, el duelo de su pérdida. Por valiosos que fueran, los objetos le parecían
reemplazables. Sólo apreciaba a las personas, a los canarios que adornaban su casa y a los perros. A lo
largo de su vida, creo que lloró por la desaparición de una cadena de plata, con una medalla de la
virgen de Luján, engarzada en oro, que uno de sus novios le había regalado. La idea de ir perdiendo las
cosas, esas cosas que fatalmente perdemos, no la apenaba como al resto de su familia o a sus amigas,
que eran todas tan vanidosas. Sin lágrimas había visto su casa natal despojarse, una vez por un
incendio, otra vez por un empobrecimiento, ardiente como un incendio, de sus más preciados adornos
(cuadros, mesas, consolas, biombos, jarrones, estatuas de bronce, abanicos, niños de mármol,
bailarines de porcelana, perfumeros en forma de rábanos, vitrinas enteras con miniaturas, llenas de
rulos y de barbas), horribles a veces pero valiosos. Sospecho que su conformidad no era un signo de
indiferencia y que presentía con cierto malestar que los objetos la despojarían un día de algo muy
precioso de su juventud. Le agradaban tal vez más a ella que a las demás personas que lloraban al
perderlos. A veces los veía. Llegaban a visitarla como personas, en procesiones, especialmente de
noche, cuando estaba por dormirse, cuando viajaba en tren o en automóvil, o simplemente cuando
hacía el recorrido diario para ir a su trabajo. Muchas veces le molestaban como insectos: quería
espantarlos, pensar en otras cosas. Muchas veces por falta de imaginación se los describía a sus hijos,
en los cuentos que les contaba para entretenerlos, mientras comían. No les agregaba ni brillo, ni
belleza, ni misterio: no hacía falta.
Una tarde de invierno volvía de cumplir unas diligencias en las calles de la ciudad y al cruzar una
plaza se detuvo a descansar en un banco. ¡Para qué imaginar Buenos Aires! Hay otras ciudades con
plazas. Una luz crepuscular bañaba las ramas, los caminos, las casas que la rodeaban; esa luz que
aumenta a veces la sagacidad de la dicha. Durante un largo rato miró el cielo, acariciando sus guantes
de cabritilla manchados; luego, atraída por algo que brillaba en el suelo, bajó los ojos y vio, después de
unos instantes, la pulsera que había perdido hacía más de quince años. Con la emoción que produciría
a los santos el primer milagro, recogió el objeto. Cayó la noche antes que resolviera colocar como
antaño en la muñeca de su brazo izquierdo la pulsera.
Cuando llegó a su casa, después de haber mirado su brazo, para asegurarse de que la pulsera no se
había desvanecido, dio la noticia a sus hijos, que no interrumpieron sus juegos, y a su marido, que la
miró con recelo, sin interrumpir la lectura del diario. Durante muchos días, a pesar de la indiferencia
de los hijos y de la desconfianza del marido, la despertaba la alegría de haber encontrado la pulsera.
Las únicas personas que se hubieran asombrado debidamente habían muerto.
Comenzó a recordar con más precisión los objetos que habían poblado su vida; los recordó con
nostalgia, con ansiedad desconocida. Como en un inventario, siguiendo un orden cronológico
invertido, aparecieron en su memoria la paloma de cristal de roca, con el pico y el ala rotos; la
bombonera en forma de piano; la estatua de bronce, que sostenía una antorcha con bombitas de luz;
el reloj de bronce; el almohadón de mármol, a rayas celestes, con borlas; el anteojo de larga vista, con
empuñadura de nácar; la taza con inscripciones y los monos de marfil, con canastitas llenas de
monitos.
Del modo más natural para ella y más increíble para nosotros, fue recuperando paulatinamente los
objetos que durante tanto tiempo habían morado en su memoria.
Simultáneamente advirtió que la felicidad que había sentido al principio se transformaba en
malestar, en un temor, en una preocupación.
Apenas miraba las cosas, de miedo de descubrir un objeto perdido.
Desde la estatua de bronce con la antorcha que iluminaba la entrada de la casa, hasta el dije con el
corazón atravesado con una flecha, mientras Camila se inquietaba, tratando de pensar en otras cosas,
en los mercados, en las tiendas, en los hoteles, en cualquier parte, los objetos aparecieron. La muñeca
cíngara y el calidoscopio fueron los últimos. ¿Dónde encontró estos juguetes, que pertenecían a su
infancia? Me da vergüenza decirlo, porque ustedes, lectores, pensarán que sólo busco el asombro y
que no digo la verdad. Pensarán que los juguetes eran otros parecidos a aquéllos y no los mismos, que
forzosamente no existirá una sola muñeca cíngara en el mundo ni un solo calidoscopio. El capricho
quiso que el brazo de la muñeca estuviera tatuado con una mariposa en tinta china y que el
calidoscopio tuviera, grabado sobre el tubo de cobre, el nombre de Camila Ersky.
Si no fuera tan patética, esta historia resultaría tediosa. Si no les parece patética, lectores, por lo
menos es breve, y contarla me servirá de ejercicio. En los camarines de los teatros que Camila solía
frecuentar, encontró los juguetes que pertenecían, por una serie de coincidencias, a la hija de una
bailarina que insistió en canjeárselos por un oso mecánico y un circo de material plástico. Volvió a su
casa con los viejos juguetes envueltos en un papel de diario. Varias veces quiso depositar el paquete,
durante el trayecto, en el descanso de una escalera o en el umbral de alguna puerta.
No había nadie en su casa. Abrió la ventana de par en par, aspiró el aire de la tarde. Entonces vio los
objetos alineados contra la pared de su cuarto, como había soñado que los vería. Se arrodilló para
acariciarlos. Ignoró el día y la noche. Vio que los objetos tenían caras, esas horribles caras que se les
forman cuando los hemos mirado durante mucho tiempo.
A través de una suma de felicidades Camila Ersky había entrado, por fin, en el infierno.
Silvina Ocampo: Los objetos. Publicado en La furia y otros cuentos, 1959.
Responder:
a) Escribir el argumento de la historia.
b) Definir el tipo de narrador que presenta el texto y justificar con una cita textual.
c) ¿Cuál es el marco del relato?
d) ¿A qué género literario pertenece y cuál es el hecho que irrumpe y lo define? Justificar con una cita
textual.
e) ¿Cómo era la actitud de la protagonista frente a los objetos que desaparecieron en su pasado y cómo es
cuando los mismos vuelven a “aparecer”?
f) Explica el final de la historia, ¿a qué hace referencia?
g) Realizar un final alternativo. Extensión mínima diez renglones.
3) Tildación y acentuación
a) Corregir el siguiente fragmento, teniendo en cuenta las reglas de tildación y acentuación. Justificar cada
una de ellas. Recordar, también, el diptongo e hiato.
“Si le viene bien, tráigame El Hogar cuando vuelva —pidio la señora Roberta, reclinandose en el sillon para
la siesta. Clara ordenaba las medicinas en la mesita de ruedas, recorria la habitacion con una mirada
precisa. No faltaba nada, la niña Matilde se quedaria cuidando a la señora Roberta, la múcama estaba al
corriente de lo necesario. Ahora podia salir, con toda la tarde del sabádo para ella sola, su amiga Ana
esperandola para charlar, el te dulcisimo a las cinco y media, la radio y los chocolates.”