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Relatos Punto 1 TF - 2C 2021

Este documento presenta tres relatos cortos sobre experiencias en la escuela infantil y primaria. El primer relato narra la historia de Daniela y cómo su identidad fue negada por sus maestras que la obligaron a usar un nombre diferente. El segundo relato cuenta la experiencia de Juan, un niño que sufre bullying por sus amistades femeninas. El tercer relato presenta la historia de Li-bre, una niña que desafía los estereotipos de género al jugar al fútbol y rugby. Los tres relatos exploran temas de identidad,

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Relatos Punto 1 TF - 2C 2021

Este documento presenta tres relatos cortos sobre experiencias en la escuela infantil y primaria. El primer relato narra la historia de Daniela y cómo su identidad fue negada por sus maestras que la obligaron a usar un nombre diferente. El segundo relato cuenta la experiencia de Juan, un niño que sufre bullying por sus amistades femeninas. El tercer relato presenta la historia de Li-bre, una niña que desafía los estereotipos de género al jugar al fútbol y rugby. Los tres relatos exploran temas de identidad,

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RELATO 1

DANIELA

Daniela, en el jardín de infantes, cantaba "El elefante Trompita". Es curioso cómo las niñas y los
niños cantan las canciones sin prestarle atención a la letra... ¡y los/las adultos/as también!
Daniela tenía un muy buen amigo en el jardín, a quien quería mucho, y él también la quería mucho
a ella. Se daban la mano y se daban besos. Parece que a la seño eso no le gustaba, porque un
día los arrinconó contra una pared y les dijo que si volvía a verlos juntos iba a llamar a las mamás
(es sabido que cuando llaman a tu mamá es porque algo malo hiciste). Probablemente, Daniela
sintió, sin comprenderlo del todo, la amenaza del "chas chas en la colita".
Daniela en su primer día de clases en la escuela primaria se sentía un tanto desconcertada, todo
era nuevo, todo era grande, todo era mucho. Esperó pacientemente a ser llamada por su maestra
para que le colocara el cartelito con su nombre. Uno/a a uno/a iban pasando sus compañeritos/as,
hasta que todos/as tuvieron su cartel. Todos/as menos Daniela. La maestra preguntó si a alguien
le faltaba.
Daniela dijo: -A mí
Maestra: - ¿Cómo te llamás?
Daniela: - Daniela
Maestra: -No tengo a ninguna Daniela en la lista. A ver, dame tu cuaderno...Acá dice Rosa, Rosa
Daniela Quiñones. Te llamás Rosa (mientras le ponía el cartelito)
A Daniela se le hizo un nudito en la garganta, no pudo decir nada.
Daniela estaba ya en segundo grado. Una tarde, durante el recreo, fue reprendida por su maestra.
Maestra: -Rosa, ¿por qué empujaste a tu compañera?
Daniela: -Porque quería darme un beso (a Daniela, en algún momento, comenzaron a no gustarle
los besos)
Maestra: - ¿Tanto lío por eso? Pedile disculpas.
Daniela: - ¡No!
Maestra: -Te quedás todo el recreo acá parada al lado mío.
(Hablándole a otra docente) - Es un desastre, no creo que pase de grado.
Otra Docente: - Es Quiñones ¿no?, yo tuve al hermano el año pasado, otro desastre.
Daniela, que escuchaba todo, sintió mucha rabia, pero no pudo decir nada.
Daniela, tal y como lo predijo su maestra, repitió segundo grado.
El primer día de clases su nueva maestra se acercó al lugar donde estaba ella y le preguntó su
nombre
Daniela: - Dani...Rosa.
Maestra 2: - ¿Danirosa? Qué nombre raro (sonriendo mientras miraba su registro de asistencia).
Daniela: - La señorita Cecilia dice que me llamo Rosa...
Maestra 2: - ¿Y vos qué creés? ¿Qué nombre preferís?
Daniela: - ¡Daniela!
Maestra 2: - Chicos (al grado), le damos la bienvenida a Daniela, nuestra nueva compañera.
El viernes, la maestra llevó al salón un parlante para que sus estudiantes escucharan una canción:
"Yo quiero" de Rubén Rada. Entre todos/as analizaron la letra de la canción.
Al despedirse, esa tarde, Daniela saludó a su maestra con un beso.
Laura Schargorodsky
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RELATO 2

TODOS ALGUNA VEZ FUIMOS JUAN

Me presento, mi nombre es Juan y estoy en segundo año de la escuela secundaria. Cuanto tiempo
añoré llegar a este momento, cuantas cosas hermosas imaginé que pasarían. Cuantos amigos y
amigas creí que encontraría.
Cuantas cosas no pasaron y cuantas otras me tocaron. Podría contar y reflexionar tanto. Podría
sentir y llorar tanto. Podría decir que no es fácil transcurrir la secundaria y tener más amigas
mujeres que varones. Como sabrán tener más amigas mujeres me hace para mis demás
compañeros “ser gay o un poco afeminado, ser menos hombre o menos macho”. Ser siempre ese
último compañero que ellos elijen para jugar al futbol o al vóley en la hora de gimnasia. ¡Pucha
che! Que feo es ir a gimnasia, aunque me gusta el deporte y les voy a contar porqué.
Toca el timbre y entramos al salón, la profe toma asistencia y comienza la clase. Llega el
momento de jugar al vóley y se deben armar los equipos. Dos compañeros son los indicados para
elegir quien con quien.
Me duele la panza, sé que no me van a elegir primero, ni segundo, ni tercero. Tal vez con
suerte soy el anteúltimo que elegirán. No me considero que juegue mal, considero que ellos
creen que voy a jugar mal. Pocas veces me siento parte de ese equipo, pocas veces siento que
puedo ayudar. Esto que hoy les cuento es algo que viví desde siempre. A nadie le gusta
ser el elegido por descarte.
Entre otras tantas cosas que no me gustan de la escuela, se encuentra la exposición oral.
Exponer un trabajo con mis compañeras es algo que me pone sumamente nervioso. Sé que es
una ocasión especial para que mis compañeros estén atentos a cualquier equivocación mía y eso
termine en una burla constante.
Aunque suene repetitivo les voy a contar que fue lo que sucedió en la clase de Biología la semana
pasada.
Entramos del recreo, preparamos el cañón, entró la profe y llegó la hora de exponer un trabajo
sobre el sistema circulatorio. Hablaron mis compañeras y me tocó hablar a mí. ¡Para qué! Fueron
tantos los nervios que causaron la mirada de mis compañeros que me equivoqué en lo que decía,
quise decir “circulación” y dije “circundación” un error pavo, que si hubiera sido otro el que se
equivocaba no pasaba nada, pero fui yo, JUAN.
A mí no me dejan pasar una, no sé si porque soy Juan amigo de las chicas, o por ser Juan el
petiso, Juan el morocho o por qué motivo.
No tardaron en comenzar las burlas.
Me puse del color de un tomate, se me quebró la voz y se me llenaron los ojos de lágrimas. A mí
mismo me decía “por favor Juan no llores, aguantá, no tenés que llorar” y otra voz interna me
decía “llorá Juan, expresá tus sentimientos, te están lastimando”.
Tomé valor, porque hay que tener valor en esa aula y las lágrimas comenzaron a salir. No se
conmovieron ni un poco, tampoco lo esperaba. Marica, llorón, nena, los hombres no lloran, hacete
macho, fueron algunas de las cosas que escuché que murmuraban desde el fondo. Sin embargo,
algo sucedió…
La profe alzó la voz y yo por primera vez sentí que a alguien le importó lo que yo venía viviendo.
Lo que siguió no estaba planificado, ni pautado, ni figuraba en la currícula de la docente. Nos hizo
sentar en ronda, habilitó la palabra, nos escuchamos.
Me preguntó qué es lo que me hacía llorar y les preguntó a ellos por qué yo, Juan Pérez, no podía
llorar. También surgieron otras cosas, como el bullying que muchos de mis compañeros sufrían
pero no decían. Talvez no eran tan demostrativos como yo. No lo sé…
Lo que sí sé, es que desde ese día ninguno de mis compañeros se volvió a reír de mí, ni de mis
equivocaciones. Al fin y al cabo, todos nos equivocamos, todos reímos y todos lloramos. Todos
sentimos. No solo Juan.
Karen Belén Imfeld
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RELATO 3

YO SOY LI-BRE

Hace un tiempo me desperté muy contenta porque quería ir al jardín. Recién habían terminado las
vacaciones de invierno y las ganas de verme nuevamente con mis compañerxs eran tan grandes,
que se me escapaban del cuerpo!
Escuché la voz de mamá, salté de la cama y me fui a la cocina donde ella me había preparado el
desayuno. Me senté muy contenta a comer mis tostadas con mermelada y tomar mi té, mientras
mamá muy apurada buscaba mi ropa y las cosas de mi mochila. De lejos la escuchaba llamar a mi
hermano para despertarlo y con una mano, o un pie ya no recuerdo, le preparaba el mate a mi
papá que se estaba bañando para ir al trabajo.
Yo la miraba asombrada, no me daba cuenta si era mi mamá o un pulpo que con sus tentáculos
se movía sin parar por la casa. Mientras hacía todo esto, que a mi mirada era imposible, se
maquillaba y mientras la observaba recordé la frase de mi abuela: "Las mujeres siempre tenemos
que ir a nuestro trabajos di-vi-nas!" (No sé por qué, pero a ella le encantaba separar las palabras).
Papá y Diego (mi hermano) se sentaron a la mesa, desayunaron y luego cada uno se levantó para
preparar sus cosas. La mesa quedó así, abandonada, revuelta, como si un viento huracanado
hubiese pasado. Mamá sumaba una nueva actividad y mientras guardaba, se maquillaba y
acomodaba la mesa, me miró y me dijo: "Ayudame por favor con todo este lío".
Me vestí y salimos para el jardín. Al llegar me esperaba Paula, mi maestra. Yo entré corriendo de la
emoción de ver a mis amigxs! Al verme, Marcela, la directora, me dijo: "Anda caminando, parecés
un jugador de fútbol así corriendo!" Y yo pensé en lo maravilloso que sería ser jugadora de fútbol!!
Me imaginé corriendo atrás de la pelota y todo el estadio alentándome: "¡¡¡Olé, olé, olé, olé,
Aaazuuul, Aaazuuul!!!.
Entré al aula. Miré a Facu, Cata y Marcos, mis mejores amigxs. Lxs abracé muy fuerte. Fue uno de
esos abrazos que alegran el corazón (esos que ahora extrañamos tanto). Y nos fuimos a jugar...
Cada unx eligió a qué quería jugar. Facu agarró unas maderas y se puso a construir. Cata se fue
directo a dibujar. Marcos y yo nos fuimos a la casita, pero al rato nos aburrimos.
- "¿Vamos a jugar a la pelota Marcos?"
- "¡Dale, tengo re ganas!"
Y de un pique, fuimos directo a donde un grupo de nenes estaban dele tirar penales y pedimos
entrar al juego. Uno de ellos nos miró y nos dijo: "Vos sos nena y las nenas no juegan al fútbol. ¡¡¡Y
vos (mirando a Marcos) andá a jugar a la casita!!!".
Nos fuimos enojadxs y tristes, sin entender porque no podíamos compartir juntxs un juego.
Al otro día, entré corriendo al jardín. Al verme, la dire me dice: "¡Azul, no corras! ¡Parecés un
jugador de rugby!". La verdad que a mí no me gusta ese deporte, pero pensé: "Yo no soy UN
jugador, soy UNA jugadora".
Entramos al aula y Paula nos invitó a sentarnos junto a ella. Nos contó que cada unx es libre de
elegir qué le gusta hacer. Que hay hombres cocineros, maestros y también mujeres bomberas o
jugadoras de fútbol. Que no importa si nací varón o mujer, que yo puedo ser lo que quiera ser!!
Que no hay cosas de nena o cosas de nene, que todxs podemos elegir y que nadie nos puede
decir qué nos debe gustar.
Que jugar al fútbol no es sólo para los varones. Que ocuparse de las cosas de la casa no es solo
para las mujeres... Y ahí pensé en mamá. Y también en Santi, mi amigo al que no le gusta para
nada el fútbol, sino que ¡ama bailar!
Volví a casa contenta y pensando: "SOY LI-BRE!" (Separando las sílabas, como la abuela).
Al otro día me desperté y me fui a la cocina donde mamá me había preparado el desayuno. Me
senté muy contenta a comer mis tostadas con mermelada y tomar mi té, mientras mamá se volvía
a convertir en pulpo. La invité a sentarse y disfrutar juntas el desayuno y así, despacito, al principio
con un poco de vergüenza, le conté lo que Paula nos había dicho: "Ocuparse de las cosas de la
casa no es sólo para las mujeres". Mamá suspiró y se tomó un mate. Creo que sonrió.
Me vestí y salimos para el jardín. Al llegar me esperaba Paula, mi maestra. Yo entré corriendo de la
emoción de ver a mis amigxs. Al verme, Marcela, la dire, me dijo: "¡Andá caminando! ¡Pareces un
jugador de fútbol así corriendo!". La miré fijo y con voz fuerte y sin nada de vergüenza le dije: "No
parezco, yo soy UNA jugadora de fútbol!!".
Me fui corriendo a mi sala y mientras corría escuchaba todo un estadio alentándome: "Olé, olé, olé,
olé, Aaazuuul, Aaazuuul!!!!".

Rocío Larrayoz
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