La Santa Sede
PAPA FRANCISCO
MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE
Capaces de compasión
Viernes 30 de octubre de 2015
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 45, viernes 6 de noviembre de
2015
El perdón de Dios no es una sentencia del tribunal que puede absolver «por falta de pruebas».
Nace, en cambio, de la compasión del Padre por cada persona. Y esta es precisamente la misión
de cada sacerdote, que debe tener la capacidad de conmoverse para entrar verdaderamente en
la vida de su gente.
Lo volvió a afirmar el Papa Francisco en la misa que celebró el viernes 30 de octubre, por la
mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta.
La compasión, destacó inmediatamente el Papa en la homilía que pronunció en español, es «una
de las virtudes, por decirlo así, un atributo que tiene Dios». Y nos lo relata san Lucas en el pasaje
evangélico (14, 1-6) propuesto por la liturgia. Dios, afirmó el Papa Francisco, «tiene compasión;
siente compasión por cada uno de nosotros; tiene compasión por la humanidad y ha mandato a
su Hijo para curarla, para regenerarla, para recrearla, para renovarla». Por ello, continuó, «es
interesante que en la parábola, que todos conocemos, del hijo pródigo se dice que cuando el
padre —que es figura de Dios que perdona— ve venir a su hijo, se compadeció».
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«La compasión de Dios no es tener lástima: no tiene nada que ver una cosa con la otra», alertó el
Papa. De hecho, «puedo tener lástima de un perro que se está muriendo o por una situación».
Y «siento lástima también por una persona: siento lástima, siento mucho que esté pasando por
esa situación».
En cambio «la compasión de Dios es meterse en el problema, meterse en la situación del otro,
con su corazón de Padre». E «por eso envió a su Hijo».
«La compasión de Jesús está presente en el Evangelio», continuó el Papa Francisco, recordando
que «Jesús curaba la gente, pero no como un curandero». Más bien Jesús «curaba a la gente
como signo, como signo —además de curarla en serio— de esa compasión de Dios, para salvar,
para volver a poner en su sitio a la oveja perdida en el corral, a la moneda perdida para aquella
señora en el monedero» añadió refiriéndose a las parábolas evangélicas.
«Dios se compadece» destacó el Pontífice. Y «apuesta su corazón de Padre, apuesta su corazón
por cada uno de nosotros».
En efecto, «cuando Dios perdona, perdona como Padre, no como un empleado judicial que lee un
expediente y dice: “sí, realmente, puede ser absuelto porque no hay materia...”». Dios «perdona
de adentro, perdona porque se metió en el corazón de esa persona».
El Papa Francisco recordó que «cuando Jesús tiene que presentarse en la sinagoga, en Nazaret,
por primera vez, y le dan a leer el libro, tiene precisamente ante él el anuncio del profeta Isaías:
“He sido enviado para llevar la buena noticia, para liberar a quien se siente oprimido”». Estas
palabras significan, explicó, «que Jesús es enviado por el Padre para entrar en cada uno de
nosotros, liberándonos de nuestros pecados, de nuestros males y para traer “la buena noticia”».
El «anuncio de Dios», en efecto, «es una alegría».
Y esta es también la misión de cada sacerdote: «Conmoverse, comprometerse con la vida de la
gente, porque un cura es sacerdote, como Jesús es sacerdote».
Pero, añadió el Pontífice, «cuántas veces —y después nos tuvimos que ir a confesar—, pero
cuántas veces criticamos a los curas que no les interesa lo que le pasa a sus feligreses, que no
se preocupan: “no, no es un buen cura, decimos». Porque «un buen cura es el que se mete».
Precisamente como lo está haciendo, desde hace sesenta años, el cardenal mexicano Javier
Lozano Barragán, arzobispo-obispo emérito de Zacatecas y presidente emérito del Consejo
pontificio para pastoral de la salud, a pesar de sus problemas de salud. A él —presente en la misa
junto a noventa fieles mexicanos— el Papa Francisco se dirigió directamente con especial afecto
en el aniversario de su ordenación sacerdotal, que tuvo lugar el 20 de octubre de 1955.
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Al felicitar al cardenal, dando gracias a Dios por su servicio a las personas que sufren, el Papa
aprovechó la ocasión para relanzar una vez más el perfil esencial del sacerdote, que se reconoce
ante todo por su capacidad de atender a la gente, primero en la parroquia y luego también como
obispo, comprometido en un dicasterio de la Curia romana.
Sesenta años de vida sacerdotal, afirmó el Papa, encierran ciertamente una gran riqueza de
encuentros, de problemas humanos, de escucha y de perdón. Siempre al servicio de la Iglesia.
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