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Homilía

Este documento celebra el 25 aniversario de la profesión religiosa de Sor Juana Ortega, Sor Indira González y Sor Isabel Soto como Siervas de María Ministras de los Enfermos. El orador alaba su fidelidad a Dios a lo largo de estos años y cómo su presencia ha sido una bendición. También reflexiona sobre cómo Jesús las llamó y ellas respondieron fielmente dedicando sus vidas al servicio de los más necesitados.

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Homilía

Este documento celebra el 25 aniversario de la profesión religiosa de Sor Juana Ortega, Sor Indira González y Sor Isabel Soto como Siervas de María Ministras de los Enfermos. El orador alaba su fidelidad a Dios a lo largo de estos años y cómo su presencia ha sido una bendición. También reflexiona sobre cómo Jesús las llamó y ellas respondieron fielmente dedicando sus vidas al servicio de los más necesitados.

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ANIVERSARIO 25 DE PROFESIÓN RELIGIOSA

SOR JUANA ORTEGA, SOR INDIRA GONZÁLEZ Y SOR


ISABEL SOTO

- SIERVAS DE MARÍA MINISTRAS DE LOS


ENFERMOS -

1. Dios a cada persona la llama por su nombre.


Qué suerte poder llamar por su nombre a cada
uno de ustedes: Mons. Juan, Mons. Emilio,
Mons. Marcos… P. Ariel Suárez (hijo de esta
casa); queridos sacerdotes, religiosas,
comunidad de las Siervas de María, amigos
todos:

Viendo cómo está el presbiterio puedo


decir, una vez más, que la comunión es el gran
regalo de la Iglesia en Cuba…
2

Muy feliz me siento acompañando a Sor


Juana, Sor Indira y Sor Isabel, en su aniversario
25 de consagración religiosa, como Siervas de
María Ministras de los Enfermos.

Es reiterativa la frase que han colocado en


la invitación a esta fiesta: “Me sedujiste, Señor,
y me dejé seducir…” La hemos escuchado
también en la primera lectura y antes, en su
Profesión Temporal y en su Profesión
Perpetua…

¡Hoy es la fiesta de la fidelidad! Del Dios


fiel, y la respuesta fiel de estas Hermanas.

Qué espectáculo ver esta capilla de 23 y F


rebosante de creyentes, que han venido de
lejos y de cerca para alabar, bendecir y dar
gracias al Señor. Todos valoramos y
agradecemos el amor discreto que emana de
esta casa y que, sin hacer ruido, refresca el
alma de nuestro pueblo.
3

Mi querido Mons. Juan, nuestro Cardenal y


Pastor, ha sido usted tan humano que ha
tenido en cuenta, cuando yo me encontraba en
el hospital, la petición de las Hermanas y yo,
casi siento como una osadía el pronunciar estas
palabras.

Les comparto que el año 1992 conocí a Sor


Indira y a Sor Isabel; yo venía a visitar a mis
hermanos en San Juan de Letrán y ellas iban a
la Eucaristía, acompañadas siempre de Sor
Bonifacia. Cómo no recordarlas vestidas con el
uniforme de aspirantes, la falda azul y la blusa
blanca, diariamente sentadas en la fila derecha
del templo. Imposible silenciar que fuisteis
afortunadas por haber tenido muy buenas
maestras: Sor Bonifacia y la Madre María
Jesús… A partir del año 1994 hemos hecho un
camino más cercano, donde las he visto crecer
como consagradas, tan de Dios y tan humanas,
tan humanas y tan de Dios. A Sor Juana la
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conocí años más tarde, y he visto cómo su


presencia es también una bendición.

En este momento afloran en mí las palabras


que le dijo Yahvé al profeta Isaías: “A mi pueblo
cuando le hables, háblale al corazón”. No solo
les hablaré al corazón sino que desde el
corazón brotarán mis palabras y resonarán los
verbos: mirar, llamar, elegir, seducir,
permanecer. Será éste el jardín al que nos
asomaremos, para compartir la Palabra y
recrearnos con lo que Él nos dice hoy.

El amar de Dios tiene una esencia


cristológica, Dios mira a través de los ojos del
Hijo amado. La mirada de Cristo supera toda
comprensión humana y trasciende cualquier
cálculo. Cuando Jesús, el Amado, mira, la gracia
se imprime en quien es mirado. El mirar del
Amado es un acto de amor, que regala amor e
imprime amor.
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Al compartirles estas palabras recuerdo lo


que Santa Teresa de Jesús recomendaba a sus
monjas: “Miren a aquel que les mira”. No solo
amen a Cristo, sino acojan su mirada.

La mirada de Jesús es un gesto


característico suyo y hace posible la llamada al
seguimiento. Es Jesús quien llama y para llamar,
mira personalmente. Este detalle visual de los
ojos de Jesús, ha sido recogido fielmente por el
evangelista San Marcos. Antes de llamar, Jesús
mira, y al mirar, otorga confianza, anima, ama.

Así se narra en la vocación de los cuatro


primeros discípulos: “Bordeando el mar de
Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de
Simón… Jesús les dijo: Venid conmigo y os haré
pescadores de hombres” (Mc 1, 16-17).

“Caminando un poco más adelante, vio a


Santiago, el de Zebedeo y a su hermano Juan…
al instante los llamó” (Mc 1, 19-20).
6

También cuando llama a Leví: “Al pasar vio


a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de
impuestos y le dice: Sígueme” (Mc 8, 31-32).

¡Qué gran pedagogo Jesús! Antes de


nosotros verle, Él nos ve y contempla, la
mirada es el vehículo de su amor. Jesús es
quien llama y antes de llamar, mira y ve.

Jesús ama y solo a partir de este amor, pide.


Primero ama y el amor hace posible lo
imposible.

Pero… ¿qué sucedió antes de la llamada?


Acogemos lo que nos dice el profeta Jeremías:
“Antes que Yo te formara en el seno materno,
te conocí, antes que nacieras, te consagré” (Jer
1, 5). Me cautivan también las palabras de San
Agustín: Elegidas antes, mucho antes, fuera del
tiempo, para este tiempo. Elegidas,
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seleccionadas desde antes de nacer, para ser


santas e irreprochables ante Él por el amor.

Seducidas, fascinadas por la llamada del


Hijo podéis repetir hoy como María, de quien
sois siervas: “En mí descansó su mirada”.

Ustedes se han sentido amadas, amadas


por el Amado y en su interior brota la
necesidad de dar un paso más, preguntándose
como el salmista: ¿Qué daré al Señor por todo
lo que he recibido de Él? ¿Cómo y con qué
puedo corresponder a tantos y tantos dones
recibidos?

María, nuestra Madre, de quien sois


servidoras, nos da la clave. Ella, después de
haber recibido el anuncio del Ángel, dejó que
brotara de su corazón un himno de alabanza y
acción de gracias: “Proclama mi alma la
grandeza del Señor…”. Y este Magnificat no
solo se hizo canto sino sobre todo, vida.
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Agradecer los dones a Dios significa


implicarse en un proceso dinámico de fe, de
seguimiento a Cristo casto, pobre y obediente,
de servicio a nuestros hermanos. Les comparto
la escena que contemplo todos los días cuando
voy a celebrar la Eucaristía al Perpetuo Socorro
y paso por 23 y F: los pobres que se acercan a la
puerta en busca de pan, de medicinas, pero
sobre todo del calor humano que con sencillez
les ofrece Sor María Jesús. Hermanos, aquí
tenemos la lección que verdaderamente forma,
el testimonio que convence sin necesidad de
muchos discursos. Esto se llama hacer sin decir
o decir haciendo. En cubano afirmaríamos:
“Hacer es la mejor manera de decir”. Es ésta la
gratitud que devolvéis al Señor por cuanto ha
hecho en y a través de vosotras.

Os invito a contemplar la roca de donde


fuisteis talladas, la cantera de donde fuisteis
excavadas (Is 51, 1): Santa María Soledad,
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vuestra fundadora. Aquella mujer pequeña de


estatura pero con un corazón enorme para
acoger y aliviar el dolor humano. Ella fue luz en
medio de la noche de sus contemporáneos, y
hoy continúa regalándoos la posibilidad de ser
vosotras también luz. Tenéis cerca la imagen
del Divino Enfermo, para recordaros que Jesús
vive en los hermanos que sufren. Os
corresponde la tarea de recrear, revitalizar la
fidelidad al espíritu original y discernir sobre el
mejor modo de vivirlo hoy.

En el evangelio hemos escuchado la


insistencia de Jesús al repetirnos: “Permaneced
en mi amor”. Y la fidelidad no es otra cosa que
el amor que perdura, que permanece en el
tiempo. El verdadero amor es concreto, está en
las obras, es un amor constante. No es un
sencillo entusiasmo. Y la fidelidad evangélica es
creativa, os impulsa a continuar con el oído
atento para discernir los caminos del Espíritu.
Auscultad los signos de los tiempos, renovad
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vuestros votos de castidad, pobreza y


obediencia, renovando cuanto sois y cuanto
hacéis.

terminación… mi alma no sabe cómo dar


gracias a dios por todo

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