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GUIÓN TEATRAL “LANZAS COLORADAS”
La Novela: La novela es un género literario, subgénero de la narrativa, junto con
el cuento y la crónica. Consiste en una narración usualmente extensa, de carácter
más o menos ficcional, que se cuenta usualmente por capítulos o segmentos, en
los que interviene siempre la voz de un narrador.
TÍTULO DE LA NOVELA: “LANZAS COLORADAS”
INTRODUCCIÓN DE LA NOVELA: Las lanzas coloradas es una novela del escritor venezolano
Arturo Uslar Pietri, escrita en París entre 1929 y 1930 y publicada en 1931 en Madrid por la
Editorial Zeus, en la cual relata un episodio de la guerra de independencia de Venezuela,
cuando la región del llano fue asolada por el general realista José Tomás Boves. Se trata de
una novela de prosa vanguardista, influenciada por el surrealismo y uno de los primeros
ejemplos del realismo mágico latinoamericano. Para Vargas Llosa, se trata de la novela que
abrió las puertas para el reconocimiento de la literatura hispanoamericana en el mundo.
SINOPSIS DE LA NOVELA: El relato refleja el malogrado intento de Simón Bolívar de liberar la
entonces Capitanía General de Venezuela de manos del poder español, aunque la figura del
libertador no se hace presente más que de manera referencial.
PERSONAJES:
Narrador (a) __________________________
Matías: _________________________________________
Presentación Campos:________ __________________________
Don Fernando: _______________________________________
Doña Inés : ___________________________________
Natividad: ______________________________________
Esclavas:_________________________________
Viejo: ____________________________________
ESCENA O AMBIENTE: Ambientada en la guerra de la independencia venezolana, se
trata de un ejemplo de novela histórica que no intenta ser rigurosamente fiel a la
realidad en algunos de sus pasajes, sino encontrar el carácter fundacional y casi
legendario de éste episodio histórico, protagonizado por personajes que son como
mitos vivientes.
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ACTO I
Narrador: (Lo que dice el narrador deben dramatizarlo) ¡En una Noche oscura!
Venía chorreando el agua, chorreando, chorreando, como si ordeñaran el cielo. La
luz era de lechuza y la gente del mentado Matías venía enchumbada hasta el
cogollo y temblando arriba de las bestias. Los caballos planeaban, ¡zuaj! y se iban
de boca por el pantanero. El frío puyaba la carne, y a cada rato se prendía un
relámpago amarillo, como el pecho de un Cristofué. ¡Y tambor y tambor y el agua
que chorreaba!
El mentado Matías era un indio grande, mal encarado, gordo, que andaba
alzado por los lados del Pao y tenía pacto con el Diablo, y por ese pacto nadie se
la podía ganar. Mandinga le sujetaba la lanza. ¡Pacto con Mandinga!
¡Fea la noche! No se oía ni el canto de un pájaro; el cielo, negro como fondo de
pozo, y Matías punteando callado. No marchaba sino de noche, como
murciélago cebado.
¡Adelante, como toro madrinero y atrás los veinte indios! ¡Ah, malhaya del
pobre que tropiece con Matías! Al pobre que encuentre lo mata, ¡ah, malhaya!
Montaba en un potro que hedía a azufre y echaba candela, y, por eso, desde
lejos, la gente lo veía venir. Estaba la noche cerrada como pluma de zamuro. ¡Y
ahora viene lo bueno!...
Aaagua y relámpagos. Iba la tropa apretada con el frío y el miedo y Matías
adelante. Cuando ven venir un puño de gentes; ¡ah, malhaya! Era poca la gente y
venía con ellos un hombre chiquito y flaco, con patillas y unos ojos duros.
— Soldado 1: ¡Espíritu Santo!, ¿y cómo con tanta oscuridad pudieron ver tanto?
¡Guá! ¿Y los relámpagos? ¡Uhm! ¿Tú estabas ahí?
— Soldado 2: Yo no. Pero me lo contó uno que lo vio. Y, además, yo no le
estoy cobrando a nadie por echar el cuento. ¡Bueno, pues! Cuando Matías
ve la gente pela por la lanza y se abre con el potro. Los otros se paran
viendo lo que pasaba. ¡Y ahora es lo bueno!
Mentado Matías: Le pega un grito a un hombre chiquito: "Epa, amigo. ¿Usted quién
es?".
Soldado 2: Y el chiquito le dice como sin querer: "¿Yo? Bolívar".
Narrador: Persignársele al Diablo no fuera nada; echarle agua a la candela no
fuera nada; pero decirle a Matías: ¡Yo soy Bolívar!". Los negros comenzaban a
celebrar con risas el cuento, cuando la sombra de un cuerpo se proyectó en medio
del círculo. Rápidamente volvieron el rostro.
El mayordomo: en una actitud amenazante, estaba de pie delante de ellos. Su
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figura señoreaba los ocho esclavos acobardados.
Presentación Campos: dijo uno en voz baja. —Buen día, señor -insinuó Espíritu
Santo.
Narrador: El hombre dio un paso más, y ya, sin poderse contener, los esclavos se
dispersaron a la carrera, hacia las casas o por entre los árboles, dejando en el aire
su olor penetrante.
Presentación Campos: Sin inmutarse por la fuga, gritó: ¡Espíritu Santo!.. Venga acá,
Espíritu Santo. Casi arrastrándose, llegó hasta el mayordomo.
Mayordomo: Buen día, señor.
Presentación Campos: ¿Por qué no fuiste a decirme que habías regresado?
Mayordomo: Sí, señor. Si iba a ir. Ahorita mismo iba a ir.
Presentación Campos: Ibas a ir y tenías una hora echando cuentos.
Mayordomo: No intentó justificarse; pero como un perro se alargó sobre el suelo
sumisamente.
Presentación Campos: ¿Trajiste al hombre?
Mayordomo: Sí, señor, lo traje. Es un musiú catire. Ahora está con los amos. Es
muy simpático. Se llama el capitán David. Traía una pistola muy bonita y me habló
bastante.
Presentación Campos: Yo no estoy preguntando nada de eso. ¡Vete! El esclavo
huyó de nuevo.
Narrador: (el actor dramatiza los actos que indica el narrador). Don Presentación
Campos comenzó a marchar a paso lento. Su carne sólida se desplazaba con
gracia. La pisada firme, la mirada alta, el cabello crespo en marejada. Iba fuera de
la raya de sombra de la pared del repartimiento de los esclavos, por cuya ancha
puerta salía la tiniebla acumulada a deshacerse en el aire. Dentro, en la sombra,
ardían los ojos de los negros. Sin detenerse, metió una mirada rápida, una mirada
fría y despiadada. Allí dormían los esclavos; olía a ellos, al sudor de su carne floja y
repugnante. Carne negra, magra, con sangre verde y nervios de miedo. Hizo una
mueca y siguió marchando.
Iba por en medio de los árboles en toda la parte alta de la colina; a lo lejos,
su mirada podía navegar el verde vivo de los tablones de caña, y más allá los
cerros rojos, y más allá, los cerros violetas. Al pie de la colina, la torre y los altos
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muros de ladrillo del trapiche y el hormiguear de los esclavos. En la acequia, unas
esclavas lavaban, cantando a una sola voz con las bocas blancas.
Esclavas: Buen día, don Presentación. Buen día, señor.
Narrador: (Dramatizar) Don Presentación en su caminar majestuoso, apenas si
respondía a aquella especie de rito de los débiles a su fuerza. Junto a un árbol, un
viejo con la pierna desnuda, cubierta de llagas rosa.
Viejo: Buen día, don Presentación.
Narrador: Una moza mestiza con un cántaro de agua sobre la cabeza también le
saluda. Por entre los troncos se aproximaba la casa de los amos. Entre los
chaguaramos altos, las paredes blancas de los amos. Don Fernando y doña Inés.
Don Fernando, que era pusilánime, perezoso e irresoluto, y doña Inés, que vivía
como en otro mundo. Los amos. Don Fernando y doña Inés eran los dueños de la
hacienda, pero quien mandaba era él Don Presentación Campos, el hombre no
sabía obedecer. Tenía carne de amo.
La tarde hacía transparente el azul de la atmósfera. Grupos de esclavos
regresaban del trabajo. Torsos flacos, desnudos. Alguno traía machete, alguno un
aro de cobre en una oreja. Hablaban con fuerte voz descompasada.
—La caña de "El Altar" se está poniendo muy bonita. Todos los tablones son
buenos. —Está buena la hacienda. —Está buena y va a producir plata, si la guerra
no se atraviesa. Venía Presentación Campos, Todas las bocas sorprendidas.
Esclavos: Buen día Don Presentación
Mayordomo: desfilaba como una proa. En la palidez de la tarde se destilaba la
sombra. Una luz se abrió en una ventana. Por el camino venían voces.
Soldados: (hablaban entre ellos) Yo no digo eso. Yo lo que digo es que hay guerra.
Hay guerra y dura, y va a matar mucha gente. El otro soldado le contesta: Bueno,
¿y qué vamos a hacer? Si hay guerra, hay guerra. Si no hay guerra, no hay guerra.
¿Qué vamos a hacer? Uno de ellos le advirtió al mayordomo que se acercaba Don
Presentación Campos.
Narrador: Ahora pasaba frente a la casa de los amos. La ancha escalera que daba
acceso al corredor alto, algunas luces encendidas en el piso superior y el ruido del
viento en la arboleda que la rodeaba. Pasaba por delante de la casa de los amos y
se detuvo. Aquella casa, aquellas gentes ejercían sobre él como una fascinación.
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Mayordomo: Natividad llamo el mayordomo, Natividad se aproximó.
Natividad: ¿Señor? Presentación Campos: —Quédate aquí un rato.
Las dos figuras quedaron silenciosas ante la masa blanca del edificio.
Presentación Campos: —Natividad, ¿te gustaría ser amo?
Natividad: no respondió nada
Presentación Campos: ¿Te gustaría? ¡Dímelo!
Natividad: pues, tal vez, sí señor.
Presentación Campos: guardó silencio un instante, y luego, iluminándosele el
rostro con una sonrisa brusca: ¿Tal vez? ¡Amo es amo y esclavo es esclavo!
Natividad: hizo un gesto tímido con su rostro.
Presentación Campos: Por eso es que es buena la guerra. De la guerra salen los
verdaderos amos.
Narrador: Una media luna frágil maduró en el lomo de un cerro. Presentación
Campos regresaba delante de Natividad. Su voz se hilaba entre la sombra de la
tarde. —La guerra...—La guerra...
Don Fernando: La guerra, Inés, es algo terrible de que tú no puedes todavía darte
cuenta.
Doña Inés: En el salón decorado de rojo y dorado sonó la voz fresca de la mujer:
¿Qué nos importa a nosotros la guerra, Fernando, si vivimos felices y tranquilos en
"El Altar"? ¿Qué puede hacernos a nosotros la guerra?
Narrador: Fernando era un poco grueso, con el cabello y los ojos oscuros y el
gesto displicente. Su hermana Inés era una joven pálida, vestida de negro, con los
ojos iluminados y las manos sutiles. La luz de los candelabros disparaba reflejos a
todas las molduras de los marcos y a la barnizada tela de algunos retratos, donde
hombres taciturnos y mujeres sonrientes vestían una carne idéntica.
Don Fernando: A la guerra no se va por gusto, Inés, sino fatalmente. Habrá que ir. A
hablar de eso ha venido el capitán inglés.
Narrador: Lentamente fue haciendo surgir las notas pueriles del clave, hasta
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comenzar una melodía monótona, una música delgada y trémula, en la que se
sentían temblar las cuerdas y que puso oleoso el aire que ardía en las velas
quietas.
Doña Inés: ¿Y por qué existe la guerra? -interrumpió ella de pronto, mirándolo con
fijeza-. Sí, ¿por qué existe? Si todo el mundo puede vivir tranquilo en su casa. ¿Por
qué se van a matar los hombres? Yo no lo comprendo. Fernando sonrió. Una cosa
tan horrible en que todo el mundo muere, ¿por qué existe? En sus palabras
ingenuas estaba vivo el desasosiego de la guerra.
Narrador: Estremecía las almas, vibraba en el aire, sacudía las hojas de los
árboles en los lejanos campos. Estaba desatada la guerra. En todos los rincones,
mujeres llorosas decían adiós a los hombres. Por los pueblos pasaba la caballería
floreciendo incendios. En aquel minuto, alguien moría de mala muerte.
Fernando: Fernando dejó de sonreír. —El mundo no ha sido hecho, Inés, para lo
mejor. Por eso, justamente, es difícil explicarlo. La guerra está en él, y nadie la ha
traído, ni nadie podrá quitarla.
Narrador: Volvían de nuevo a correr las manos sobre el teclado. Por la escalera
que del piso alto desembocaba junto a la puerta del patio, apareció una silueta. Un
hombre rubio y esbelto. Alrededor del cuello y en los puños mucho encaje
vaporoso; el cuerpo ceñido en una casaca de seda lila de hondos reflejos, botas
pulidas, el dorado cabello partido en dos trenzas que le caían sobre los hombros;
patillas y bigote fino; los ojos azules como agua con cielo y con hojas.
Don Fernando: se puso de pie y fue a su encuentro. Le tomó las manos con
efusión y lo trajo hasta junto al clave. Inés, el capitán David.
Doña Inés: Inclinó ella la cabeza y él hizo una muy cortesana reverencia. Luego se
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sentaron en los sillones muelles.
Don Fernando: Capitán, ¿cómo dejó usted a Bernardo?
Capitán David: Muy bien. Él cree que todo saldrá de la mejor manera y que pronto tendremos ocasión
de enrolarnos.
Doña Inés: Supongo -intervino Inés- que usted estará fatigado del viaje; de modo que inmediatamente
después de la comida se acabará la velada y podrá usted dormir.
Capitán David: Se lo agradezco mucho, pero no estoy fatigado. Tengo la costumbre de viajar y de
hacer largas marchas.
Doña Inés: Con infantil curiosidad dijo de nuevo: Fernando me ha dicho que usted ha viajado
mucho. Cuénteme algo de sus viajes, ¿quiere? ¿Le gustan los viajes? Debe ser lindo estar cada día
en un lugar nuevo.
Capitán David: Si, a veces.
Doña Inés: Y viajar por el mar.
Capitán David: ¡Ah!, el mar sí es verdaderamente bello.
Doña Inés: Yo no lo conozco, capitán; pero me lo imagino.
Capitán David: Se lo imagina. ¿Cómo?
Doña Inés: Muy fácil. Si toda la tierra y todos los cerros se fundieran; si crecieran todos los ríos; si las
gentes, las casas, los animales, los árboles, las hojas, se volvieran agua. Así debe ser el mar.
Capitán David: Así es -afirmó el inglés haciendo una mueca simpática.
Doña Inés: Sí; pero cuénteme sus viajes.
Capitán David: — ¡Ah! Ya creía que se le había olvidado. Bueno. Quiere que le hable de
Inglaterra..., de España...
Doña Inés: De España
Capitán David: — ¡Ah! España. Tierra amarilla con buenas ventas, donde paran los soldados a tomar
vino. Por las sierras andan bandoleros montados. La conocí bastante cuando la guerra...
Doña Inés: La última palabra creció ante ella como un monstruo y la volvió a llenar de inquietud. Corría
por el aire la frialdad de las lanzas. — ¡No! No hable de la guerra.
Don Fernando: Entonces, ¿de qué quieres que hable?
Doña Inés: De todo menos de eso
Capitán David: El capitán sonreía. —Bueno. Estando una vez en Venecia. Agua verde y palacios rojos...
Narrador: En las pausas penetraba la soledad silenciosa que los rodeaba. El cuento la tenía en suspenso.
Fernando oía con displicencia y el capitán proseguía gravemente:
Capitán David: Estando una vez en Venecia...
Narrador: De pronto, desde afuera, desde lejos, atravesando el ancho corredor que daba vuelta al
edificio, llegaron a ellos, revueltamente, gritos de hombres y latir de perros enfurecidos. La noche se
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erizó de voces. Brusco mundo de ruido en la sombra.
— ¡Eeepaaaa! ¡Eeeeehhhpaaaahhh! ¡Cogió por la falda! ¡Atájenlo!
Capitán David: ¿Qué pasa? -preguntó el capitán.
Don Fernando: Algún esclavo que se ha ido.
Narrador: Se iba el ruido alcanzando el confín nocturno, apagándose como una luz lejana,
invadiendo la tierra dormida en la distancia. Continuaban callados. En la noche, llena de
presagios, se sentía nacer el silencio. Es el inicio de las Danzas Coloradas.
Narrador: (Palabras de Cierre). Como ya se ha interpretado en esta obra Doña Inés,
joven y bella, entabla amistad con David, un inglés de gusto refinado e ideas liberales
que la pretende con discreción durante su visita a la hacienda de los Fonta. En
Venezuela corren los tiempos de la terrible lucha por la independencia, en la cual se
enfrentan los bandos independientes, comandados por Simón Bolívar, y realistas,
dirigidos por Boves, un fiero caudillo. El capitán David y su amigo Fernando Fonta
viajan a la ciudad, y al regreso se encuentran con que Presentación Campos incendió la
hacienda y abusó de Inés, quien se ha vuelto loca. Ambos jóvenes salen a perseguir al
bandido y el inglés muere a manos del ejército de Boves, al que se ha unido el
mayordomo con algunos esclavos de El Altar. Inés, loca y sin dinero, vaga de un lado a
otro buscando a Campos para matarlo. En el camino conoce a la Carvajala, una mujer
que se había entregado al violador de Inés y aún lo ama. Para proteger a su amante, la
Carvajala señala a Inés una dirección equivocada. Los dos últimos capítulos muestran a
las dos figuras históricas que constituyen los polos entre los cuales deben definirse los
personajes de la novela: Boves y Bolívar. Fernando se une a los independentistas, con
quienes debe enfrentar a Boves en la que será la última batalla. Su idealismo no le
permite sumarse al combate y, blanco fácil del ataque enemigo, encuentra la muerte.
Campos se deja llevar por la euforia de la lucha y entra en un pueblo dominado por las
tropas insurgentes, donde cae herido.
¿A qué se debe el nombre Lanzas Coloradas? al color rojo de la sangre derramada,
como el mismo autor escribe: La sangre chorrea de las lanzas, corre por las astas,
se coagula en el labrado de las manos, trepa por los brazos tensos, alcanza los
cuerpos y baña la mitad del caballo.