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La Educacion en Dictadura Del 76

La última dictadura militar en Argentina tuvo un profundo impacto en el sistema educativo, ejerciendo un estricto control ideológico e imponiendo nuevas normas de comportamiento. Modificó la estructura burocrática del ministerio de educación y las universidades, puso militares a cargo y despidió maestros. También controló los contenidos educativos para promover valores tradicionalistas y eliminar cualquier mención a conceptos como la democracia o la participación ciudadana. Estas intervenciones tuvieron como consecuencia una pérdida de cal

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La Educacion en Dictadura Del 76

La última dictadura militar en Argentina tuvo un profundo impacto en el sistema educativo, ejerciendo un estricto control ideológico e imponiendo nuevas normas de comportamiento. Modificó la estructura burocrática del ministerio de educación y las universidades, puso militares a cargo y despidió maestros. También controló los contenidos educativos para promover valores tradicionalistas y eliminar cualquier mención a conceptos como la democracia o la participación ciudadana. Estas intervenciones tuvieron como consecuencia una pérdida de cal

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DICTADURA MILITAR DEL ‘76 Y LA EDUCACIÓN

La última dictadura militar produjo huellas profundas en el sistema educativo. A pesar de no haber
desarrollado un proyecto educativo sistemático y orgánico, su impacto en la vida cotidiana de las
instituciones, y en el funcionamiento regular del sistema educativo es innegable.

Las políticas educativas puestas en marcha durante el período 1976 – 1983 tuvieron como denominador
común, ejercer un control pleno sobre los actores y las instituciones. Este control fue ideológico, pero
también fue un control del comportamiento y de las relaciones cotidianas entre los actores escolares.

Por otra parte, estas políticas se articularon con elementos que ya se encontraban presentes en el
dispositivo escolar construido durante un siglo. El ejercicio arbitrario de la autoridad, la vigilancia sobre el
comportamiento y el pensamiento de alumnos y docentes, la ritualización y la burocratización de la
enseñanza, fueron algunos de los elementos que la dictadura enfatizó en las escuelas pero que ya
formaba parte de muchas de ellas.

El control sobre el sistema educativo

El 24 de marzo de 1976 la Junta de Comandantes en Jefe de la Argentina usurpó el gobierno


constitucional por medio de un golpe de Estado. La Junta Militar fijaba como propósitos “reconstruir el
contenido y la imagen de la Nación, erradicar la subversión y promover el desarrollo económico de la vida
nacional basado en el equilibrio y participación responsable de los distintos sectores a fin de asegurar la
posterior instauración de una democracia, republicana, representativa y federal, adecuada a la realidad y
exigencias de solución y progreso del Pueblo Argentino”.

Los responsables del ministerio impusieron una serie de normas que modificaron de un día para el otro el
ambiente educativo, de repente todo quedo estrictamente reglamentado.

Una de las medidas que vino a regular la vida cotidiana en las instituciones educativas, fue la circular 137
aplicable a todo el nivel medio y superior educativo, allí se estipulaban que los varones debían ir
indefectiblemente vestidos con corbata, camisa blanca o celeste, pantalón de tela y zapatos, con pelo
corto dos dedos por encima del cuello de la camisa y sin barba ni bigotes, las mujeres debían asistir con
pollera bajo la rodilla, zapatos sin taco y medias tres cuartos, tampoco podían llevar maquillaje o adornos
y debían tener el pelo recogido detrás de una vincha.

Por unos pocos días, del 24 al 29 de marzo, estuvo al frente del Ministerio un oficial de la Armada, el
contraalmirante César Augusto Guzzetti. En ese breve lapso salieron publicadas varias resoluciones y leyes
importantes que definieron el rumbo de la gestión.

Esta resolución revelaba la preocupación inmediata de la Junta Militar por tomar el control del aparato
burocrático educativo. La nómina de designaciones indica que no se trató de una ocupación estratégica
de algunas áreas relacionadas con la gestión de las escuelas o las universidades, sino de un inmediato
copamiento con miembros de las fuerzas armadas de la totalidad de las dependencias del Ministerio,
desde las áreas de administración y personal, hasta las de educación del adulto o educación física.

El sistema educativo representaba uno de los cuerpos más numerosos de la administración pública
nacional. Además, en los años anteriores al golpe, las instituciones educativas habían sido escenario de
procesos de radicalización política, creciente presencia sindical y habían experimentado distintas
iniciativas de apertura de la participación de los actores escolares.

Concurrentemente con este control ejercido sobre la estructura burocrática del sistema, la vida cotidiana
de las escuelas sufrió el impacto de la represión, los secuestros y desapariciones, desde el inicio mismo de
la dictadura.
En alguna medida, estas políticas represivas, al menos en la dimensión específicamente pedagógica,
registran ciertas continuidades respecto de gestiones educativas inmediatamente anteriores a la de la
dictadura.

El día 26 de marzo, el presidente de facto, teniente general Jorge Rafael Videla dispuso que las
universidades quedaran bajo el control del Poder Ejecutivo Nacional y se dictaminó la potestad del
presidente para la designación de rectores y decanos.

El día 29 de marzo se designaron delegados militares o interventores al frente de las 26 Universidades


Nacionales.

El 29 de marzo fue nombrado como ministro Ricardo Pedro Bruera. Entre 1968 y 1970 había sido asesor
del Ministerio y de 1970 a 1973, ministro de educación de Santa Fe, siendo designado secretario del
comité ejecutivo del Consejo Federal de Educación (1972- 1973).

En relación a la universidad, Bruera fue reemplazando a los delegados militares por rectores civiles. Se
cambió la manera de implementar el examen de ingreso y se imponían nuevos cupos por carrera. En las
escuelas secundarias, prohibió las actividades de “adoctrinamiento y agitación” en todos los
establecimientos educativos e hizo conocer un nuevo régimen disciplinario que clasificaba las faltas de
conducta vinculadas con: a) la persona; b) las autoridades directivas y los profesores; c) el personal del
establecimiento; d) y los símbolos patrios y escolares.

El Consejo firmó un documento sobre el “Fin, los Objetivos Generales y los Agentes de la Educación”. El
Fin de la educación era la formación integral y permanente del hombre, conforme con los valores de la
moral cristiana, de la tradición nacional y de la dignidad del ser argentino. Los objetivos mencionaban
defender los valores ético-religiosos, la cultura nacional, la estabilidad de la familia y la defensa de la
soberanía política. Entre los agentes de la educación estaban la familia, el Estado, la Iglesia Católica
Apostólica Romana y “Otras confesiones religiosas”.

El año 1977 hubo un alejamiento masivo de maestros en casi todo el país y varias provincias tuvieron
dificultades para comenzar el ciclo lectivo. El ministro del interior, propuso que los integrantes del Ejército
reemplazaran a los docentes faltantes, sobre todo en escuelas ubicadas en las zonas de frontera. Ese año
también fue noticia la disminución abrupta del número de inscriptos en las universidades, especialmente
en la UBA.

“Operativo Claridad”: instrumentado y destinado a la identificación, espionaje e información de los


grupos de inteligencia militares sobre las personas del ámbito educativo y cultural. El objetivo de este
operativo era conseguir la inhabilitación y despido del personal jerárquico o de cuadros docentes o no
docentes, laicos o confesionales, enrolados o simpatizantes de la ideología marxista. Se confeccionaban
“listas negras” que derivaban en desapariciones, asesinatos, encarcelamientos y exilios forzados y en
prohibiciones de libros, películas y cualquier otro tipo de expresión cultural.

A la desaparición y secuestro de estudiantes y docentes la acompañó la expulsión de maestros y


profesores, el control de los contenidos, de las actividades de los alumnos, padres y docentes, y la
regulación de los comportamientos visibles (ropa, cortes de pelo, etc.) que se extendieron a lo largo de
todo el período.

La intervención sobre el currículum

Entre estas regulaciones, las distintas gestiones educativas de la dictadura buscaron la internalización de
patrones de conducta que aseguraran la continuidad de los valores tradicionalistas, y que evitaran la
eclosión del conflicto en las instituciones. Para ello, se produjeron entre 1977 y 1981 distintas
intervenciones en el currículum escolar de los niveles primario, secundario y de la formación docente.
Estas intervenciones más centradas en el control ideológico que en la promoción de cierto orden de
aprendizajes, tuvieron por resultado un vaciamiento de contenidos educativos socialmente significativos.

Una marca particular en el plano curricular fue la de evitar la participación de los actores educativos en la
definición del currículum. Los maestros y profesores no debían intervenir en la enunciación de objetivos y
contenidos, sino dedicarse exclusivamente a la formulación de actividades de enseñanza, su ejecución y
evaluación.

El concepto de democracia dejó de ser mencionado en los distintos documentos curriculares. La


formación del ciudadano se definía en términos de obediencia y subordinación, eliminándose toda
referencia a las nociones de participación y compromiso.

Así, las modificaciones del currículum implicaron una pérdida de significatividad, y un vaciamiento de
contenidos, que tuvo consecuencias en el largo plazo en un deterioro de la calidad educativa.

La Resolución Nº 538 disponía la distribución en todos los establecimientos educativos del país del
documento denominado “Subversión en el ámbito educativo. Conozcamos a nuestro enemigo” el cual
ratificaba todo lo que se había hecho hasta el momento en materia de aumentar los controles en las
escuelas.

El documento se había hecho para facilitar la “comprensión del fenómeno subversivo que vivía la
Argentina de esos días”.

Por “subversión” entendían a “toda acción clandestina o abierta, insidiosa o violenta” que buscaba la
alteración o la destrucción de los criterios morales y la forma de vida de un pueblo, con la finalidad de
tomar el poder o imponer desde él una escala de valores diferentes.

En la primaria, según el documento, el “accionar subversivo” se desarrollaba a través de maestros


“ideológicamente captados” que incidían sobre las mentes de los pequeños alumnos fomentando “el
desarrollo de ideas o conductas rebeldes”.

En el nivel secundario y terciario no universitario, el “accionar subversivo” se desarrollaba tratando de


lograr en el estudiantado “una personalidad hostil a la sociedad, a las autoridades y a todos los principios
e instituciones fundamentales” que las apoyaban: “valores espirituales, religiosos, morales, políticos,
Fuerzas Armadas, organización de la vida económica, familiar, etc.”

Respecto a esta idea de los libros, los militares se dedicaron a crear comisiones que evaluaran los textos,
práctica que era anterior a 1976. El resultado fue la publicación de varias resoluciones que contenían
largos listados de autores, editoriales, libros, revistas, artículos y folletos que eran prohibidos. El hecho
más significativo fue el registrado en Córdoba a fines de abril de 1976 cuando el general Luciano Benjamín
Menéndez jefe del III Cuerpo de Ejército, realizó públicamente una quema de libros en la sede de su
cuartel general. Decía que esos libros eran “un veneno para el alma argentina”.

A los universitarios subversivos se los identificaba porque utilizaban variados argumentos para lograr
adeptos, tales como: “Que no haya limitación para el ingreso/ Que todos puedan estudiar/ Que exista
autonomía universitaria/ Que tal o cual profesor eliminó en un examen al 50 % del curso/ Que no hay
libertad de expresión ni diálogo/ Suspensión examen de ingreso/ Aumento de presupuesto universitario”,
entre otros. A causa de estas concepciones, cientos de profesores y alumnos fueron cesanteados y
echados de la Universidad y desde el Ministerio se produjo un importante conjunto de leyes y
resoluciones que pretendía modificar estructuralmente su funcionamiento.

Transferencia de escuelas primarias de la nación a las provincias


Se avanzó con el proyecto de transferencia de las escuelas públicas nacionales planteado por Bruera. Esta
idea no era nueva y resultó fuente de numerosos conflictos cada vez que se anunciaba públicamente, en
tanto se pretendía que las provincias recibieran las escuelas sin ningún tipo de apoyo financiero adicional.
Los primeros intentos concretos se dieron entre 1961 y 1962 y en esa oportunidad sólo acordó la
provincia de Santa Cruz. La segunda etapa se inició durante el gobierno militar de Onganía y en 1968, por
Ley Nº 17.878 las provincias de La Rioja, Buenos Aires y Río Negro firmaron convenios de transferencia. El
tercer tramo comenzó en 1976 y culminó en 1978 cuando se pasó la totalidad de los servicios en el medio
de declaraciones cruzadas. El ministro explicaba que la acción seguía el “principio de subsidiariedad del
Estado nacional”. Este lineamiento trascendía el ámbito educativo y era defendido por un sector de
militares y civiles del gobierno, entre los que estaban los poderosos ministros de economía y del interior.
En esa época el secretario de educación, Perramón Pearson había confirmado que el plan educativo tenía
una tendencia hacia el arancelamiento, lo cual importaba reconocer que el sistema no tenía “por qué ser
un regalo, desde el jardín de infantes al posgrado universitario”.

El 2 junio se sancionaron las leyes Nº 21.809 y Nº 21.810 reglamentadas por los decretos Nº 1230 y 1231
por las cuales se transferían a las provincias, a la municipalidad de la ciudad de Buenos Aires y al territorio
Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur todas las escuelas de enseñanza
preprimaria y primaria, supervisiones y juntas de clasificación dependientes del Consejo Nacional de
Educación. Continuaban bajo la órbita nacional los servicios pre primarios y primarios de las escuelas
normales y las dependientes de la Dirección de Adultos. Según las leyes firmadas, los gobiernos
provinciales debían hacerse cargo de todos los gastos quedando establecido que sólo durante los
primeros seis meses el MCyE podría hacer préstamos que se debían devolver posteriormente.

Contenidos

En diciembre de 1978 se anunciaron los nuevos contenidos mínimos de doce asignaturas de los tres
primeros años de la secundaria o “ciclo básico”. De este conjunto, se dio la aparición de la materia
“Educación Práctica”, cuyos contenidos mínimos eran: Electricidad; Mecánica; Carpintería; Práctica
Comercial; Construcciones, Formación para el Hogar; Producción Vegetal; Producción Animal y Minería.

En 1977 se incorporó la asignatura “Formación Práctica” para los primeros años de la secundaria y se le
adjudicó la mayor carga horaria de todo el plan: de seis a doce horas semanales. El ministro ordenó que
de todas las materias del nuevo plan, se comenzaran a impartir obligatoriamente para el ciclo lectivo de
1979 las asignaturas “Formación Moral y Cívica”, “Historia” y “Ciencias Biológicas” y que se intensificara el
conocimiento de los temas relacionados con la Soberanía Nacional.

Los militares del PRN habían establecido una alianza estratégica con la cúpula de la Iglesia Católica y
circulaban versiones que les habían prometido a los obispos que iban a implantar la enseñanza del
catolicismo en todo el país. Sin embargo, cuando se hizo pública esa posibilidad, se produjo una reacción
en contra de organizaciones judías, evangélicas, laicas y de editorialistas de diarios como La Nación. Las
distintas voces cuestionaban, no sólo este intento sino también los contenidos de la materia “Formación
Moral y Cívica”. Debido a estas presiones, el ministro debió modificar algunas partes de los programas.

Respecto al anteproyecto de Ley de Educación, ésta había sido elaborada por un grupo de católicos
conservadores, varios de los cuales habían sido altos funcionarios de la dictadura anterior. Llerena
Amadeo había explicado que si los fundamentos de la Ley 1420 eran los de “obligatoriedad, laicidad y
gratuidad”, ellos pensaban reemplazarlos por “libertad, coordinación y progreso”. El texto proponía
introducir el nivel intermedio en el sistema, la formación religiosa y dejaba en duda la gratuidad y la
obligatoriedad. Esto se daba en un contexto donde el ministro se había pronunciado a favor del principio
de subsidiariedad, que para los católicos, siguiendo ciertas encíclicas papales, significaba la obligación del
Estado de financiar la educación privada, en detrimento de la pública.
A fines de 1979 se planteaba el avance del “terrorismo” en la universidad durante el período anterior. En
íntima relación con estas creencias, los integrantes de la Junta acordaron la sanción de una serie de leyes
claves referidas a la universidad.

Actores clave: los docentes

En el período de la dictadura, la formación docente actuó como agente reproductor y multiplicador de


una concepción ideológico – filosófica monolítica y verticalista. La formación docente fue una herramienta
clave para la intervención ideológica sobre el sistema educativo. La reformulación del currículum docente
efectuada en 1980 tomó como punto de partida un diagnóstico de bajo rendimiento de la tarea docente.
Esta dificultad, que se observaba en otros países, en la Argentina, representaba un caso de seguridad
nacional. La solución a esto residía en la “profesionalización” de los maestros. El concepto de
“profesionalización” fue clave en la intervención curricular de la dictadura en la formación docente.

En primer término, el concepto de “profesionalización” era un modo de huir del riesgo ideológico. La
identidad profesional era un reaseguro contra la “contaminación ideológica” de los maestros. Sobre esta
base, los docentes eran considerados como “expertos de la práctica”, y su rol se diferenciaba del de un
grupo selecto de pedagogos dedicado solo a pensar. El docente debía ser un técnico experimentado, pero
su tarea no consistía en la formulación de una teoría pedagógica, lo que quedaba reservado a un grupo
exclusivo de intelectuales.

Al desconectar la teoría educativa de la práctica, se facilitó la producción teórica ajena a sus


determinantes socio – históricos. Del mismo modo, se simplificó la presentación de los saberes escolares
como verdades. El maestro solo debía dominar los requisitos técnicos específicos del acto de enseñar.
Esta separación era, además, parte de la “garantía ideológica” que debía ofrecer la labor docente. El saber
docente fue burocratizado, y la actividad docente fue sometida a una racionalidad administrativa. De este
modo, la dictadura potenció la variante tecnocrática de la formación docente, desarrollada desde años
antes, y con su expresión paradigmática en la Pedagogía por Objetivos. Por esta vía, se buscaba la
neutralidad del docente, concentrada en una ejecución sin reflexión. En este marco, se instalaba la
categoría del docente como profesional, centrando su actividad en la eficiencia y la neutralidad.

Además de esta intervención en la formación de los docentes, la dictadura tuvo una preocupación clara
en la reformulación de las plantas docentes, produciendo la expulsión de maestros, o su cambio arbitrario
de destino, vulnerando así una tradición de derechos conquistados por los docentes. Una de las primeras
medidas en este sentido, fue la suspensión del Estatuto del Docente: Ricardo Bruera en uno de los
primeros discursos ante la docencia advertía que “Se ha dictado la Ley Nº 21.278, que faculta a este
Ministerio para suspender total o parcialmente el Estatuto del Docente … la suspensión temporaria de
algunas normas tenderá a realizar ajustes, revitalizar la tarea de la Junta de Clasificación y Disciplina.”

Otro aspecto saliente de la política dirigida por la dictadura hacia el sector docente fue la prohibición y
persecución de las organizaciones sindicales.

En el contexto general de una economía signada por la especulación y la regresión en la distribución del
ingreso, más las medidas que supusieron la suspensión del Estatuto, la intervención de los sindicatos, la
provincialización de la educación primaria, la fractura de los sistemas de seguridad social, determinaron
una precarización acelerada de las condiciones de trabajo de los docentes en el mediano plazo. Las dos
décadas que siguieron a la dictadura fueron tributarias en gran medida de las políticas instaladas en este
período.

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