EUGENIA PRADO BASSI • 35 años de El Cofre…
Secreto y vulnerabilidad en El Cofre
de Eugenia Prado
Por Eugenia Brito
La novela de Eugenia Prado Bassi, El Cofre, Ceibo Ediciones,
2012 ve su aparición por tercera vez, en un formato más grande
que el breve y ensayístico texto de la juventud, en el año 1987. Si en
aquellos años el libro veía la luz desde un pequeño formato y en una
edición artesanal, hoy cumple las formalidades de toda una editorial
y se presenta con los papeles en regla ante el lector, buscando salir
de su estado de pieza de culto o de ejemplar propio del underground
chileno de la década de los 80. De esta manera, el libro y la editorial
en este momento y con este acto, emergen buscando un diálogo más
amplio con su tiempo que el que la autora creyó que sostendría ha-
cia finales de la década de los 80, cuando deseó traspasar los límites
del realismo y sus exigencias de claridad en un mundo trepidante,
confuso y terrible.
Tres significantes juegan encriptados en la novela de Prado Bassi:
mujer, cuerpo, política. Tres significantes que quizá sean uno solo,
en el deseo de ampliar el escenario íntimo y confuso: primero de la
niñez, después de la sexualidad adolescente y la presión de la familia
y tercero, de la esquina barrial y maltratada, de la provincia santia-
guina o chilena, sus calles, sus acordonamientos, sus demarcaciones
hostiles.
Por ello, el asalto que este texto hace del lenguaje es su fuga. La
gran empresa de la narración, del poema que la constituye busca
atrapar a la otra de la historia por el cuello, quitarle su inaccesibili-
dad. Poema por ello que se teatraliza: sobre la página, en el ensayo
que es su propio cuerpo. Su propuesta radica en llegar a tocar hasta
el último resabio de sentido, eso que se exhibe, el divorcio de la
materialidad del cuerpo y sus contornos y el canonizado sujeto fe-
menino. Llegar hasta el último posible destello del volumen de esa
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encarnación material e inmaterial que rezagada entre los nombres,
vacila : la mujer, nombrada a ratos hembra, finalmente como ella
dice: “su mujer”, en una pluralidad en que la Otra espejea a la Una,
en un juego de dobles, siempre buscando la expansión de sus po-
sibilidades existenciales, abriendo fronteras para el mapa corporal,
quizá porque no se sabe políticamente hacia dónde más ir.
De este modo, la sujeto del texto viaja desde un tiempo a otro,
desde un cuerpo a otro, desde el otro a la otra, a su otra, intentando
ampliar la barrera del sofocante género para hacerlo estallar como lo
hace con el lenguaje; en que se trata y se tratará siempre- aquí se fun-
da el gesto escritural, el esfuerzo escritural de Prado Bassi a través
de todos sus textos- de desalojar el significado denotativo y producir
un des-orden, para generar una identidad móvil, en proceso y que
no descansa nunca. Una identidad basada en la catacresis, en remo-
ver los estereotipos, en abrirlos y hacer remontar el significado con
nuevos giros, nuevas y provocativas imprecisiones. Pues siempre se
trata de llegar hasta la palabra final en que quizá haya otra cita que
mude el tiempo y cambie el ojo.
Pero no, el significante nunca está dónde se le espera, siempre el
encuentro será inexacto, pues el acto de fundación es en una puesta
de escena imaginaria de la historia. Según Judith Butler, en Cuerpos
que importan, la sexualidad está tan motivada por la fantasía de re-
cuperar objetos perdidos como por el deseo de permanecer protegi-
dos de la amenaza de castigo ante cualquier infracción. Debe haber
una ley que marque el cuerpo con el temor y luego con el sexo.
Según esa autora, el proceso de identificación de la mujer como
identidad que la tradición ha silenciado es fantasmal y performático.
Prado Bassi, puebla su historia con una galería de figuras identita-
rias, provenientes de su infancia, de su lugar como hija, de sus amo-
res masculinos y femeninos para alcanzarse en un acto imaginario e
imposible en que el cofre –el receptáculo de la unión madre-hija–,
quizá la matriz femenina, se abre y se cierra en el impulso del deseo
por habitar el nombre e inscribirlo en la ciudad con su épica noctur-
na y sonambúlica, inconformista y pulsional.
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El cuerpo no tiene contornos precisos, pues se mueve tentati-
vamente en todo borde, buscando el estatuto simbólico del padre,
como amante y como figura de poder: “El insinúa pasión, ella copia
las palabras de su boca y tienta, por las noches sueña con, abiertas
las piernas, da vueltas en la cama. Toda ella se encabrita y se refriega
una y otra pierna, para aturdir al padre con sus encantos”(pp.14-15).
A la Madre, para expresar desde ella la fuerza y la contención del
pecho materno. Aquí también tras el recuerdo, el jugueteo erótico
insinuado: “¿Te acuerdas, madre cuando apreté tu pezón tibio?”.
Y el recuerdo de otra, ambas amantes, ambas madres: p. 49:
“Dos mujeres pasean la Avda. D. A.2. /juntas recorren las calles…”
Entra en escena la otra al carnaval de las dobles. Así señala: “perece-
ríamos doblegadas/reducidas a lo nefasto de sus dictámenes”. Las
menciones oblicuas al referente externo hacen que éste aparezca de
manera vaga, de modo tal que es difícil entender las omisiones, los
silencios y las represiones que rodean el nombrar el paisaje, en seña-
lar el lugar, lo que tiene como efecto la ambigüedad, la imprecisión
y colabora a cimentar la discontinuidad del sujeto, aumentando su
carácter fantasmagórico.
Así pues, estamos en la fragmentación presimbólica, en la hora
de los rituales, que prestan lo sacro de lo único e irrepetible a cada
nueva postura que la genitalidad desmedida de la sujeto que se in-
venta, para llenar el vacío de sentido, la inequidad del poder, la inca-
pacidad de la ruptura con el Orden político.
“Por lo que el lenguaje es un equívoco, en la situación de los
bordes”, ha escrito Eugenia Prado Bassi, como epígrafe de El Cofre.
El lenguaje tiene como definición su inexactitud, siempre el signifi-
cado puebla el “después de”. El texto (el relato) es lo que se cuenta,
después de que se ha tachado el origen. Por lo tanto, las palabras
son polisémicas y sus sentidos varían de acuerdo a la localización y
al tiempo histórico de su emergencia. Este equívoco que la autora ve
como propio de los bordes se refracta también al mismo centro, que
simula, posa de una aparente plenitud. La posibilidad de este texto
hace ver cómo es de recortado y duro el contexto, como el saqueo
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que ella sufriera, su falta de conexión con el lugar que la rodeara,
la hizo elegir políticamente, lo desunido, lo marginal, lo fantasmal,
desconfiando del posible lleno de algunos lugares, irritándose con
la sospechosa plenitud de los centros, desterrando por irreal la ima-
gen homogénea de cualquier relato o metarrelato posible: “traté de
explicarles cuando las palabras son sólo momentos. Sólo es en esto
un perdido caso de autismo, cuando tratamos de dar un vuelco a la
historia”, (p.101).
Deshacer la linealidad del lenguaje, del sentido único y entrar en
la opacidad de la lengua, es el empeño, hemos dicho de este cofre de
Eugenia Prado Bassi. Entrar en la historia, pero dando un vuelco. El
texto entonces, como una reserva simbólica del lenguaje: la formu-
lación del pacto imposible con la historia.
Porque la historia latinoamericana desde sus inicios es una histo-
ria pensada desde el Otro, el Imperio, el gran colonizador, que desde
Europa planea su empresa de conquista y la abre desde el español,
borrando el indio.
De tal manera que el Significante en blanco vela, mantiene lejos
y a la distancia a su gran otro, el amerindio y lo distancia como
innombrable.
No obstante, estos innombrables han sido la mano de obra del
capitalismo que es la gran épica que se instala en este continente
junto con los nombres, elípticos, barrocos, suspendiendo en el aire,
o dejándolos como reserva, al sigilo de la mano, o al polvillo que
perturba el ojo. Verbo lo bastante insistente, en el caso de El Cofre
para atreverse a entrar en el plano de las significaciones generando
la muda barroca, la épica barroca, sutil y amarga a la vez, que tiene
como sello, buscar tapar la herida con un gesto, un texto, un sexo, y
allí tenemos a Cobra, de Severo Sarduy el gran travesti que recorre
las páginas del libro occidental vestido de travesti, artista del body
art, del rock y el jazz y que mutante vuela por las capitales, Copen-
hague, Bruselas, Amsterdam hasta llegar a India y a Cuba otra vez,
que llenando las letras con el azar del blanco, enmudece. Esta muda
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barroca, en la versión de Diamela Eltit y Raúl Zurita, reorganiza la
locura del ordenado castellano, para que desde su desorden, su caos,
se refunde, la épica de los vencidos, en el Chile de los 80, durante la
dictadura militar.
Pero también la historia de Chile ha reformulado ese escenario,
para dejar paso a la burguesía poderosa que, ahora, ha instalado el
Mercado como sistema de explotación y deseo servil de viaje por el
itinerario limitado del consumo. Ante esto, el cuerpo de la mujer de
las capas medias, pensado como fetiche vacío y el de la mujer po-
pular, pensado como mano de obra y como vientre dador de hijos,
son buscadas de manera perversa por el sistema. El libro de Prado
Bassi, cierra con una advertencia ética sobre los sentidos vivibles en
la postdictadura.
Por los años ochenta Eugenia Prado Bassi era estudiante de Di-
seño en la U. Católica de Chile, desde donde pensaba armar una
escritura compleja, una escritura desafiante, lujosa, y pensó en el
cofre de los secretos, los retazos, los cuentos en claves y las cifras. Y
armó desde la literatura y el arte visual que conoció desde la arqui-
tectura, el diseño y la plástica un cofre, compacto, pequeño, intenso
y estereofónico para plasmar su deseo de cuerpo, de sexo, de palabra
y de historia.
Quisiera señalar, para terminar, la juventud del relato; no sólo
vanguardista en cuanto a la mezcla de géneros, sino también en
cuanto a los signos que la escritora pone y puso en tensión: incesto,
familia, niñez y juventud. Si, como dice Benjamin en “Algunas No-
tas sobre Baudelaire”, la alegoría de lo moderno consiste en ver un
signo antiguo en lo moderno y un signo moderno en lo ya pasado,
este signo moderno que El Cofre muestra a sus lectores en la com-
plejidad de sus ritos performáticos para escribir la relación discur-
so/ género/ poder en el travestismo de una imagen que transita, nó-
made, desde la casa paterna hasta el sitio público, en la interminable
búsqueda de cuerpos para que, acoplados en una nueva gramática,
reescriban la saga de las identidades abyectas y heterogéneas, que
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actúan, dislocadas como la otra cara del poder, su facha semiotizable
en el umbral postmoderno de la escritura.
Por qué abyectas?, se dirán: el cofre es la guarda de una eco-
nomía del goce antitética al capitalismo, opuesta al desgaste y a la
erosión del signo intercambiable. El Cofre es una novela del goce, de
la jouissance, como diría Barthes. Junta los cuerpos, las superficies
de los cuerpos, sin haber división entre lo interno/ lo externo. El
contacto con la madre y con las mujeres son inmersiones artísticas
que descolocan el estereotipo, lo vuelven a su naturaleza arbitraria,
insoportable, deslegitimándose. En vez de eso, tenemos la plurali-
dad de la invocación del juego, las contorsiones del significado, la
madre disponible como azar de los encuentros y por ello signo, en
eso radica la destreza política del ojo de Prado, y su escritura: su for-
ma de desplazar el lleno de los sentidos, su desconfianza en los cen-
tros, su estrategia de darse pluralidad y nomadismo en una poética
de la irreverencia que opta por ensanchar el abanico corpóreo para
expandir la letra que ha deseado y evadir los golpes de la historia
política que ocupara y escribir desde varios sitios, estratégica frente
al poder, engañosa, táctil.
Agosto 2012.
Eugenia Brito (Santiago 1950) Poeta, crítica literaria y
cultural, academica. Beca Guggenheim 1989. Doctora en li-
teratura chilena e hispanoamericana, Universidad de Chile.
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4ª edición, Palabra Editorial, 2020.
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un recorrido por EUGENIA PRADO BASSI • 35 años de El Cofre…
las máquinas
Un proyecto que se inició
el año 1982.
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