PORTAVOZ DE LA GRACIA
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Consuelo en la aflicción
CONTENIDO
Probados por fuego
A. W. Pink (1886-1952): Un vistazo a tres verdades importantes que
los hijos de Dios necesitan considerar cuando sufren grandes
aflicciones.
¡Cobren aliento, mis queridos amigos!
Charles H. Spurgeon (1834- 1892): Un mensaje de aliento para
aquellos que piensan que no pueden hacer nada, para los que creen
que han sido descartados, para los que tienen pocos ta-lentos, para
los obreros que están pasando por grandes dificultades y para los
que no se sienten apreciados.
La Biblia y la consolación
James Buchanan (1804-1870): La Biblia es un libro de gran
consolación porque señala a Cristo como nuestro gozo en la
aflicción.
El bien que viene a través de la aflicción
Thomas Brooks (1608-1680): Una colección de selecciones que
enfocan el propósito de Dios al enviarnos aflicciones, la bondad de
Dios en las aflicciones y nuestra respuesta correcta en las
aflicciones.
Consuelos para santos que sufren
Jerome Zanchius (1516-1590): Una aplicación práctica de la
doctrina de la soberanía de Dios para sus hijos que sufren.
Amado y, sin embargo, afligido
Charles H. Spurgeon (1834-1892): El relato del Apóstol Juan
acerca de Cristo y Lázaro nos presenta muchas verdades benditas
para considerar cuando estamos enfermos o afligidos.
El gran Dador
A. W. Pink (1886-1952): Dios el Padre dio a su santo Hijo para
salvar a su pueblo de sus pecados: Es indudable que los fortalecerá
cuando sufren y les dará libremente todo las cosas para
reconfortarlos.
Cristo, la fuente de consolación
Octavius Winslow (1808-1878): Cuando las tribulaciones y
calamidades inundan la vida del creyente, el amor de Dios en Cristo
Jesús los sostendrá, tranquilizará y consolará: El verdadero consuelo
viene de la fe en Cristo.
Reflexiones sobre la aflicción
Autores misceláneos: Diversos pensamientos sobre las
tribulaciones, los sufrimientos, enfermedades y desilusiones desde la
perspectiva del propósito eterno y amor de Dios en Cristo Jesús, el
Señor.
Recursos de Chapel Library
Portavoz de la Gracia es un compendio trimestral de sermones y
artículos clásicos cristianos. Cada número enfoca un tema distinto.
Portavoz es provechoso para estudio personal, discipulado, culto
familiar y preparación de sermones.
PROBADOS POR FUEGO
A. W. Pink (1886-1952)
“Mas él conoce mi camino; me probará, y saldré como oro” (Job
23:10).
Job, en este versículo, se corrige a sí mismo. Al principio
del capítulo lo encontramos diciendo: “Hoy también hablaré
con amargura; porque es más grave mi llaga que mi gemido”
(23:2). El pobre Job sentía que su situación era
inaguantable, pero se recupera. Controla su arrebato y su
impetuosa desesperación. ¡Cuántas veces nos tenemos
que retractar! Sólo ha caminado sobre esta tierra Uno que
nunca tuvo que hacerlo.
Job también se consuela a sí mismo. No podía
comprender los misterios de la Providencia1, en cambio Dios
conocía el camino que tomaba. Job había buscado con
diligencia la tranquilizante presencia de Dios pero, desde
hacía un tiempo, había sido en vano. “He aquí yo iré al
oriente, y no lo hallaré; y al occidente, y no lo percibiré; si
muestra su poder al norte, yo no lo veré; al sur se
esconderá, y no lo veré” (23:8-9). Pero se consoló con esta
realidad bendita: que aunque él no podía ver a Dios, éste
podía verlo a él, lo cual era mil veces mejor. “Él conoce”: el
Altísimo no es insensible ni indiferente a nuestro destino. Si
nota la caída de un pajarillo, si cuenta los cabellos de
nuestra cabeza, por supuesto que “conoce” el camino por el
que andamos.
Job, además, enuncia un concepto noble de la vida. ¡Qué
espléndidamente optimista era! No dejó que sus aflicciones
lo convirtieran en un escéptico. No permitió que las terribles
pruebas y los problemas que estaba sufriendo lo vencieran.
Miraba el lado radiante del tenebroso nubarrón: el lado de
Dios, velado del sentido y la razón. Pensó en la vida en su
totalidad. Miró más allá de “las pruebas de fuego” y dijo que
después de pasarlas sería como oro refinado.
“Mas él conoce mi camino; me probará, y saldré como
oro”. Encontramos aquí tres grandes verdades.
Consideremos brevemente a cada una.
1.C “Él conoce mi camino”. La Omnisciencia2
ONOCIMIENTO DIVINO DE MI VIDA:
es uno de los atributos maravillosos de Dios. “Porque sus
ojos están sobre los caminos del hombre, y ve todos sus
pasos” (Job 34:21). “Los ojos de Jehová están en todo
lugar, mirando a los malos y a los buenos” (Pr. 15:3).
Spurgeon3 dijo: “Una de las pruebas más grandes de la fe
cristiana práctica o empírica es: ¿Cuál es mi relación con el
Dios omnisciente?”. ¿Cuál es su relación con él, querido
lector? ¿Cómo le afecta? ¿Lo aflige o lo reconforta?
¿Rehúye del pensamiento que Dios conoce todo su camino;
quizá un camino de mentiras, egoísmo e hipocresía? Para el
pecador, éste es un pensamiento terrible. Si lo niega no, lo
cierto es que procura olvidarlo. Pero para el cristiano, hay
en esto un auténtico consuelo. ¡Qué reconfortante es
recordar que mi Padre conoce todo acerca de mis pruebas,
mis dificultades, mis sufrimientos y mis esfuerzos por
glorificarle! Verdad preciosa para los que están en Cristo,
pensamiento horroroso para los que no lo están, es saber
que el camino que estoy transitando es totalmente conocido
y observado por Dios.
“Él conoce mi camino”. Los hombres no conocían el
camino de Job. Era crasamente incomprendido y, para
alguien con un temperamento sensible, ser incomprendido
es una prueba dolorosa. Sus propios amigos pensaban que
era un hipócrita. Se defendió contra ese veredicto indigno
declarando: “Él conoce mis caminos; me probará, y saldré
como oro”. Aquí tenemos una enseñanza para cuando
atravesamos por circunstancias similares. Hermanos
creyentes, sus amigos y, aun también sus hermanos
cristianos, pueden no comprenderlo o interpretar mal los
tratos de Dios con usted, pero consuélese con la realidad
bendita de que el Omnisciente lo conoce.
“Él conoce mi camino”. En el sentido más amplio de la
palabra, Job mismo no conocía su camino, como tampoco
conocemos el nuestro ninguno de nosotros. La vida es
profundamente misteriosa y el paso de los años no ofrece
una solución. Tampoco filosofar nos ayuda. La voluntad
humana es un enigma extraño. El hecho de que somos
conscientes es prueba de que somos más que autómatas.
Usamos el poder de elegir en cada movimiento que
hacemos. No obstante, resulta claro que nuestra libertad no
es absoluta. Hay fuerzas que entran en juego para bien o
para mal y que sobrepasan nuestro poder de resistirlas.
Tanto la herencia como el ambiente ejercen poderosas
influencias sobre nosotros. Nuestro entorno y
circunstancias son factores que no pueden ser ignorados.
¿Y qué de la Providencia que “determina nuestros
destinos”? ¡Ah, qué poco sabemos del camino en que
andamos! Dijo el profeta: “Conozco, oh Jehová, que el
hombre no es señor de su camino, ni del hombre que
camina es el ordenar sus pasos” (Jer. 10:23). Aquí
entramos en la esfera de los misterios y no vale la pena
negarlo. Mucho mejor es reconocer con el sabio: “De
Jehová son los pasos del hombre; ¿cómo, pues, entenderá
el hombre su camino?” (Pr. 20:24).
En el sentido más específico de la expresión, Job sí
conocía su camino o sea, el camino que transitaba. Cuál era
ese “camino”, nos lo dice en estos dos versículos: “Mis pies
han seguido sus pisadas; guardé su camino, y no me aparté.
Del mandamiento de sus labios nunca me separé; guardé
las palabras de su boca más que mi comida” (Job 23:11-12).
El camino que Job escogió era el mejor camino, el camino
bíblico, el camino de Dios: “Su camino”.
¿Qué opina de ese camino, querido lector? ¿No fue una
elección maravillosa? ¡Ah, Job no era sólo “paciente”, sino
también sabio! ¿Ha hecho usted una elección similar?
¿Puede decir: “Mis pies han seguido sus pisadas; guardé su
camino, y no me aparté” (23:11)? Si puede, alabe al Señor
por su gracia que lo hizo posible. Si no puede, confiese con
vergüenza que no se ha apropiado de su gracia que es todo
suficiente. Póngase ahora mismo de rodillas y sincérese con
Dios. No esconda ni retenga nada. Recuerde que está
escrito: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo
para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda
maldad” (1 Jn. 1:9). ¿Acaso no explica el versículo 12 su
fracaso y mi fracaso, querido lector? ¿No será porque no
hemos temblado ante los mandamientos de Dios o porque
hemos estimado tan poco su Palabra que nos hemos
desviado de su camino? Entonces ahora y todos los días,
busquemos gracia de lo Alto para obedecer sus
mandamientos y guardar su Palabra en nuestro corazón.
“Él conoce mi camino”. ¿Cuál es su camino? ¿El camino
angosto que lleva a la vida o el camino ancho que lleva a la
destrucción? Asegúrese en cuanto a esto, querido amigo.
Las Escrituras declaran: “Cada uno de nosotros dará a Dios
cuenta de sí” (Ro. 14:12). No tiene por qué caer en el
engaño o la incertidumbre. El Señor declaró: “Yo soy el
camino” (Jn. 14:6).
2.P “Me probará”. “El crisol para la plata, y la hornaza
RUEBA DIVINA:
para el oro; pero Jehová prueba los corazones” (Pr. 17:3).
Ésta era la manera como Dios probaba a Israel en la
antigüedad y su manera de probar al cristiano en la
actualidad. Justo antes de que Israel entrara a Canaán,
Moisés hizo un recuento de la historia del pueblo desde que
habían salido de Egipto. Dijo: “Y te acordarás de todo el
camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos
cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte,
para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar
o no sus mandamientos” (Dt. 8:2). De la misma manera,
Dios nos prueba, examina y humilla.
“Me probará”. Si fuéramos más conscientes de esto,
resistiríamos mejor la hora de aflicción y seríamos más
pacientes cuando sufrimos. Las irritaciones cotidianas de la
vida, las cosas que molestan tanto, ¿qué significan? ¿Por
qué son permitidas? La respuesta es ésta: ¡Dios lo está
“probando”! Esa es la explicación (por lo menos, en parte)
de aquel desencanto, la pérdida de sus esperanzas
terrenales, en medio de esa gran pérdida: Dios estaba, está
probándolo. Dios está probando su humor, su valentía, su
fe, su paciencia, su amor y su fidelidad.
“Me probará”. Con cuánta frecuencia los santos de Dios
ven a Satanás como la única causa de sus problemas.
Consideran que ese gran enemigo es responsable por
muchos de sus sufrimientos. Pero esta manera de pensar
no trae verdadero consuelo al corazón. ¡No negamos que el
diablo produce mucho de lo que nos hostiga!, pero por
encima de Satanás ¡está el Señor todopoderoso! El diablo
no puede tocar un cabello de nuestra cabeza sin el permiso
de Dios y cuando le es permitido molestarnos y distraernos,
aun entonces ¡es sólo Dios quien lo usa para “probarnos”!
Aprendamos, entonces, a mirar más allá de las causas y los
instrumentos secundarios de Aquel que obra todas las
cosas según el consejo de su voluntad (Ef. 1:11). Esto fue lo
que hizo Job.
En el primer capítulo del libro de Job, encontramos a
Satanás que le pide permiso a Dios para hacer sufrir a su
siervo Job. Usó a los sabeos para destruir los animales de
Job (1:15), envió a los caldeos para dar muerte a sus
siervos (1:17) y causó que un viento fuerte matara a sus
hijos (1:19). ¿Y cuál fue la reacción de Job? Exclamó:
“Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré
allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová
bendito” (1:21). Job miró más allá de los ejecutores
humanos, más allá de Satanás que los había empleado,
puso sus ojos en el Señor que tiene control de todo.
Comprendió que el Señor lo estaba probando. Vemos lo
mismo en el Nuevo Testamento. Juan escribió a los santos
que sufrían en Esmirna: “No temas en nada lo que vas a
padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en
la cárcel, para que seáis probados” (Ap. 2:10). El que fueran
echados en la cárcel era simplemente que Dios los
“probaba”.
¡Cuánto perdemos por olvidar esto! Qué consuelo es para
el corazón zarandeado por los problemas, saber que no
importa de qué forma se presente la prueba, no importa cuál
sea el ejecutor que indigna, es Dios quien está “probando” a
sus hijos. ¡Qué ejemplo perfecto nos da el Salvador! Cuando
sus captores se acercaron en el jardín y Pedro desenvainó
su espada y le cortó la oreja a Malco, el Salvador le dijo:
“Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha
dado, ¿no la he de beber?” (Jn. 18:11). Los hombres
estaban por descargar su terrible ira sobre él, la serpiente
heriría su calcañar, pero él miró más allá. Querido lector, no
importa lo amargo de su contenido (infinitamente menos que
lo que el Salvador bebió), aceptemos la copa porque viene
de la mano del Padre.
En algunos casos, tendemos a cuestionar la sabiduría de
Dios y su derecho a probarnos. Muy a menudo murmuramos
contra sus dispensaciones 4. ¿Por qué razón me da Dios una
carga tan intolerable? ¿Por qué otros tienen a sus seres
queridos y los míos me fueron quitados? ¿Por qué me es
negado tener buena salud y fuerzas y, quizá aún, el don de la
vista? La primera respuesta a todas las preguntas como
esas es: “Oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques
con Dios?” (Ro. 9:20). El que alguno cuestione los tratos del
gran Creador es una insubordinación maligna. “¿Dirá el
vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?”
(Ro. 9:20). ¡Con qué seriedad necesita cada uno de
nosotros clamar a Dios para que su gracia silencie nuestras
palabras rebeldes y calme la tempestad dentro de nuestro
desesperadamente malvado corazón!
También 1 Pedro 4:12-13 nos dice: “Amados, no os
sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido,
como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos
por cuanto sois participantes de los padecimientos de
Cristo, para que también en la revelación de su gloria os
gocéis con gran alegría”. Aquí se expresan los mismos
pensamientos que en el pasaje anterior. Hay una causa
detrás de nuestras “pruebas” y por eso no hemos de
considerarlas extrañas, sino esperarlas. Y también
encontramos aquí la esperanza bendita de ser ricamente
recompensados en la segunda venida de Cristo. Después
vemos que se agrega el mensaje de que, no sólo debemos
encarar estas pruebas con la fortaleza de la fe, sino que
debemos regocijarnos también en ellas porque Dios nos
permite compartir “las aflicciones de Cristo”. Él también
sufrió: suficiente le es entonces “al discípulo ser como su
maestro” (Mt. 10:24-25).
“Me probará”. Querido lector cristiano, no hay
excepciones. Dios tuvo un solo Hijo sin pecado, pero nunca
uno sin aflicciones. Tarde o temprano, de una forma u otra,
pasaremos por pruebas duras y pesadas. “Y enviamos a
Timoteo nuestro hermano… para confirmaros y exhortaros
respecto a vuestra fe, a fin de que nadie se inquiete por
estas tribulaciones; porque vosotros mismos sabéis que
para esto estamos puestos” (1 Ts. 3:2-3). También está
escrito: “Es necesario que a través de muchas tribulaciones
entremos en el reino de Dios” (Hch. 14:22). Así ha sido en
todas las épocas. Abraham fue “probado”, probado con
severidad. Igualmente lo fueron José, Jacob, Moisés, David,
Daniel, los Apóstoles, etc.
E
3. “Saldré como oro”. Notemos el tiempo del
L RESULTADO DEFINITIVO:
verbo. Job no creía que ya era oro puro. “Saldré como oro”,
declaró. Sabía muy bien que todavía había en él mucha
escoria. No afirmaba ser ya perfecto. De ninguna manera.
En el último capítulo de su libro, dice: “Me aborrezco” (42:6).
Y bien podía, y bien podemos sentirnos así nosotros. A
medida que descubrimos que en nuestra carne “no hay nada
bueno”, cuando nos examinamos a nosotros mismos y
examinamos nuestros caminos a la luz de la Palabra de Dios
y contemplamos nuestros innumerables fracasos, cuando
pensamos en nuestros innumerables pecados, tanto de
omisión como de comisión, tenemos buenas razones para
aborrecernos. ¡Ah, lector cristiano, hay mucha escoria en
nosotros! Pero no siempre será así.
“Saldré como oro”. Job no dijo: “Cuando sea probado
quizá saldré como oro” ni “espero salir como oro”, sino que
con plena confianza y positiva seguridad declaró: “Saldré
como oro”. Pero, ¿cómo lo sabía? ¿Cómo podemos
nosotros estar seguros de este feliz resultado? Lo sabemos
porque el propósito divino no puede fracasar. Aquel que
comenzó su obra en nosotros “la perfeccionará” (Fil. 1:6).
¿Cómo podemos estar seguros de este resultado feliz?
Porque la promesa bíblica es segura: “Jehová cumplirá su
propósito en mí” (Sal. 138:8). Entonces ¡cobre aliento, usted
que pasa por pruebas y aflicciones! El proceso puede ser
desagradable y doloroso, pero el resultado es encantador y
seguro.
“Saldré como oro”. Esto lo dijo aquel que tuvo aflicciones
y sufrimientos como pocos entre los hijos de los hombres
han tenido. Hagamos nuestras, entonces, estas palabras
triunfales. “Saldré como oro” no es la expresión de jactancia
carnal, sino la seguridad de aquel cuyos pensamientos
permanecían en Dios. No habrá nada que sea por nuestros
propios méritos, sino que la gloria será toda del divino
Refinador (Stg. 1:12).
Para el presente quedan dos cosas: Primero, el amor es
el termómetro divino mientras estamos en el crisol de la
prueba: “Y se sentará [la paciencia de la gracia divina] para
afinar y limpiar la plata… (Mal. 3:3). Segundo, el Señor
mismo está con nosotros en este horno de fuego, tal como
lo estuvo con los tres jóvenes hebreos (Dn. 3:25). Para el
futuro, esto es seguro: lo más maravilloso del cielo no será
la calle de oro ni las arpas de oro, sino las almas de oro que
han sido estampadas con la imagen de Dios: ¡Predestinados
a ser “hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29)!
¡Alabado sea Dios por esta perspectiva gloriosa, por un
resultado tan glorioso, por una meta tan maravillosa!
Tomado de Comfort for Christians (Consuelo para cristianos), a su
disposición de Chapel Library en una edición de pasta blanda (en
inglés).
_______________________
A. W. Pink (1886-1952): Pastor, maestro itinerante de la Biblia, autor
de Studies in the Scriptures (Estudios en las Escrituras) y muchos
libros. Nacido en Nottingham, Inglaterra, emigró a los Estados Unidos
y luego volvió a su tierra en 1934.
¡Cristiano! Sus aflicciones presentes no son nada comparadas con
las aflicciones y los tormentos de muchos de los condenados,
quienes, cuando estaban en este mundo, ¡nunca pecaron en la
medida que lo ha hecho usted! ¡Hay muchos ahora en el infierno que
nunca pecaron contra una luz tan clara como lo ha hecho usted, ni
contra un amor tan especial como lo ha hecho usted ni contra
misericordias tan preciosas como lo ha hecho usted! ¡Por cierto, hay
muchos ahora rugiendo en el fuego eterno que nunca pecaron como
lo ha hecho usted!
¡Muchos, cuyos dolores no tienen el respiro de la mitigación, a
quienes se les sirve el lloro como primer platillo, el crujir de dientes
como el segundo, el gusano atormentador como el tercero y el dolor
intolerable como el cuarto!
¡Ah, cristiano! ¡Cómo puede usted pensar seriamente en estas cosas
y no taparse la boca, aun cuando está pasando por los más grandes
sufrimientos temporales! ¡Sus pecados son mucho peor que muchos
de los que ahora están en el infierno y sus “grandes” aflicciones no
son más que la picadura de una pulga en comparación con las de
ellos! Por lo tanto, ¡deje de murmurar y guarde silencio delante del
Señor! —Thomas Brooks
Dios se deleita en mostrar misericordia (Miq. 7:18). No se complace
en entregar a su pueblo a la adversidad (Os. 11:8). De él fluye la
misericordia y la bondad libremente y con naturalidad. Nunca es
severo, nunca duro. Nunca hiere, nunca nos aterroriza a menos que,
lamentablemente, lo hayamos provocado.
A veces, la mano de Dios pesa mucho sobre su pueblo a pesar de
que su corazón y sus afectos en esos mismos momentos estén
predispuestos hacia ellos (Jer. 31:18-20).
Nadie puede conocer el corazón de Dios por su mano. La mano de
misericordia de Dios puede estar abierta contra el que su corazón
anhela, como en el caso del rico y Lázaro en el Evangelio. Y su mano
de severidad puede caer con dureza sobre los que ama, como
podemos ver en los casos de Job y Lázaro –Thomas Brooks
¡COBREN ALIENTO, MIS QUERIDOS
AMIGOS!
Charles H. Spurgeon (1834- 1892)
“Puso también a los sacerdotes en sus oficios, y los confirmó en el
ministerio de la casa de Jehová” (2 Crónicas 35:2).
Como recordarán, en los primeros años de su reinado,
Josías se levantó contra las idolatrías prevalecientes para
eliminarlas del país. Luego decidió reparar y hermosear el
templo. Después de eso, la meta de su corazón era
restaurar los servicios sagrados, observar las fiestas
solemnes y reavivar el culto a Dios en el debido orden,
según las palabras del libro del Pacto que fue encontrado en
la casa del Señor. Nuestro texto nos explica algo del método
que utilizó para realizar la obra y éste puede muy bien
servirnos como modelo.
Lo primero es conseguir que cada uno esté en el lugar
que le corresponde. Lo segundo es que cada uno esté
contento en el lugar donde está, a fin de que lo ocupe
dignamente. Supondré, queridos amigos que, por la
providencia de Dios, cada uno de ustedes está en el lugar
que él le ha asignado, que por la dirección del Espíritu de
Dios ha buscado y encontrado la manera exacta de ser útil y
que lo está siendo. En esta ocasión, no pretendo mostrarles
cuál es su lugar, pero digamos que es bueno que se quede
usted donde está; mi objetivo será animarle a realizar bien
su trabajo para el Señor sin desanimarse. No pienso tanto
predicar, como hablar a personas en diferentes condiciones
en la obra del Señor que están desanimadas, a fin de
entusiasmarlas, de juntarlas con nosotros y alentarlas a
mantenerse fieles. Quiero enfocarme en seis tipos de
cristianos…
.IA Me dirán que en un sermón
AQUELLOS QUE PIENSAN QUE NO PUEDEN HACER NADA.
como éste no se aplica a ellos ni siquiera una frase. Si lo
que voy a hacer es animar a este tipo de hermanos a servir
en la casa del Señor, lo que diga, ¿será en vano para ellos
porque no pueden hacer nada? Bien, queridos amigos, no
den eso por sentado. Tienen que estar muy seguros de no
poder hacer nada, antes de que me atreva a hablarles como
si eso fuera cierto, porque a veces, uno no encuentra la
forma de hacer las cosas porque no tiene la voluntad de
hacerlas. Aunque no iré al extremo de afirmar que éste es
su caso, bien sabemos que, a menudo, el “no puedo”
significa “no quiero” y, “no haber tenido éxito”, significa que
“no lo he intentado”. Quizá usted ha estado tan desalentado
que ha usado su desaliento como excusa para no intentar
nada y su inacción lo ha llevado a la indolencia. Si alguno,
con la idea de que no puede levantar la mano derecha nunca
la mueve, no me sorprendería si después de semanas y
meses ya no la puede mover. De hecho, se paralizaría sin
ninguna razón, excepto porque no la ha movido. ¿No le
parece que, antes de que sus músculos se pongan rígidos,
le convendría ejercitarlos haciendo algún tipo de trabajo?
Especialmente ustedes, jóvenes, si no trabajan para el
Señor en cuanto se convierten, les será muy difícil hacerlo
más adelante. He notado a menudo que las aptitudes vienen
con la práctica; las personas negligentes y perezosas se
van debilitando y terminan siendo inútiles. Usted dice que no
puede mover el brazo y, entonces, no lo mueve. Cuidado
porque, con el tiempo, su pretexto se convertirá en la razón
de una incapacidad real.
Pero digamos que lo que ha dicho es cierto. Usted está
enfermo. El vigor que sentía cuando gozaba de buena salud
ha desaparecido. Sufre dolor, cansancio y agotamiento. A
menudo, ni siquiera puede salir y ahora su casa parece todo
el día un triste hospital, en lugar de un hogar alegre cuando
llega la noche. Por lo tanto, es cierto que poco puede hacer,
tan poco que termina creyendo que no puede hacer
absolutamente nada. Pensarlo le es una carga. Le gustaría
poder servir al Señor. ¡Cuántas veces ha soñado con el
placer de hacer algo, desde que ya no puede hacerlo! ¡Qué
dispuestos estarían sus pies a correr! ¡Qué listas sus
manos para trabajar! ¡Qué contenta su boca para testificar!
Envidia usted a los que pueden y usted los imitaría y
superaría; no es que les desee ningún mal, pero anhela
devotamente poder realizar alguna obra personal en la
causa de su Señor.
Ahora bien, quiero animarle, en primer lugar, recordándole
que la Ley del Hijo de David es la misma que la ley de David
mismo, y conoce usted la ley de David concerniente a los
que salían a la batalla. Había algunos lisiados y algunos que
tenían alguna incapacidad que les impedía ir al frente y, a
ellos, los dejó en las trincheras cuidando los pertrechos.
“Pues bien”, les dijo, “están ustedes muy cansados y
enfermos. Quédense en el campamento. Cuiden las tiendas
y las armas mientras nosotros salimos a pelear”. Resulta
que llegado el momento de la repartición, los hombres que
fueron al frente de batalla se creían merecedores de todo el
botín. Dijeron: “¡Estos no han hecho nada! Se han quedado
en las trincheras. No les corresponde parte del botín”. Allí
mismo, en ese mismo instante, el rey David dictó la ley que
decía que ambos grupos tenían que compartirlo
equitativamente: los que habían quedado en las trincheras y
los que habían librado la batalla. “Porque conforme a la parte
del que desciende a la batalla, así ha de ser la parte del que
queda con el bagaje; les tocará parte igual. Desde aquel día
en adelante, esto fue por ley y ordenanza en Israel, hasta
hoy” (1 S. 30:24-25). No es menos generosa la Ley del Hijo
de David. Si por enfermedad se ve usted confinado a su
casa – si por alguna otra razón, como edad o debilidad, no
puede estar al frente de batalla – pero es un verdadero
soldado y realmente siente que si pudiera, pelearía,
compartirá las recompensas con los mejores y más
valientes soldados que, vestidos con la armadura de Dios,
se enfrentan y luchan contra el adversario.
Hermanos, no tienen ninguna razón para envidiar a los
que son diligentes y exitosos en el servicio de Cristo,
aunque sí pueden admirarlos todo lo que quieran. Les
recuerdo una Ley del Reino de los Cielos que todos
conocemos: “El que recibe a un profeta por cuanto es
profeta, recompensa de profeta recibirá” (Mt. 10:41). Por
cierto, es un cargo espléndido el de ser un siervo del Señor.
David así lo consideraba porque en el comienzo de algunos
de sus salmos leemos: “Oración de David, siervo de
Jehová”, nunca “Oración de David, Rey de Israel”, porque
consideraba de más valor ser un siervo de Dios que ser un
rey de Israel. Tener buena salud y energía, habilidad y
oportunidad de cumplir una misión para el Maestro son muy
deseables, pero estas no deben considerarse siempre
como pruebas de salvación personal. Alguien puede
predicar admirablemente y realizar maravillas en la iglesia y,
aun así, no ser partícipe de la gracia salvadora.
Recordemos la ocasión cuando los discípulos volvieron de
predicar y dijeron: “Señor, aun los demonios se nos sujetan
en tu nombre”. A esto el Señor les respondió: “Pero no os
regocijéis [de eso]… regocijaos de que vuestros nombres
están escritos en los cielos” (Lc. 10:17, 20). Entre ellos
estaba Judas; Judas echaba fuera demonios; Judas
predicaba el evangelio y, aun así, era hijo de perdición5 y
está perdido para siempre. El hecho de que no pueda usted
hacer mucho, no significa que no sea salvo; asimismo, si se
encuentra entre los obreros cristianos principales, eso no
prueba que es un hijo de Dios. No se preocupe, entonces,
porque ya no puede participar de las alegres actividades que
otros comparten. Si su nombre ya está escrito en el cielo y
su corazón verdaderamente sigue al Señor, tendrá
abundante recompensa en el gran Día Final, aunque aquí
esté condenado a sufrir, en lugar de gozar la dicha de ser un
obrero en acción.
No obstante, a mí me parece muy posible que algunos de
ustedes, queridos amigos, que están tristes, están
sumiéndose en tinieblas más profundas que su caso
merece. ¿Es su vida realmente una rutina aburrida, que por
falta de variedad y actividades entusiastas, no deja ningún
recuerdo? Creo que no. “Las ricas reliquias de una hora
bien vivida”6, a veces, se presentan en su camino como un
haz de luz que nos alegra a los demás, aunque usted no lo
note. ¿Es usted paciente en medio de sus sufrimientos?
¿Se esfuerza por controlar las pasiones de la carne,
gobernar su espíritu, abstenerse de murmurar y por
fomentar la alegría? Eso, mi amigo, es hacer mucho. Estoy
convencido de que la serenidad santa de un hijo de Dios que
sufre, es uno de los mejores sermones que puede ser
predicado en el seno de una familia. A menudo, un santo
enfermo ha sido de más provecho en un hogar que lo que
pudiera haberlo sido el más elocuente teólogo. Los que lo
rodean ven con cuánta dulzura se somete a la voluntad de
Dios, con cuánta paciencia aguanta dolorosas cirugías y
cómo Dios le da cantos en la noche. Ya ve, es usted muy
útil. A veces, me han llamado a visitar a personas postradas
en cama que no han podido levantarse desde hace muchos,
muchos años; y me he enterado de que su influencia se ha
extendido por toda su comunidad. Eran conocidas como
pobres y piadosas mujeres o señores cristianos de
experiencia, a quienes muchos los visitaban. Comentan
pastores cristianos que muchas veces se benefician más de
estar sentados media hora conversando con la pobre
anciana Betsy que lo que han disfrutado leyendo los libros
en su biblioteca, a pesar de que Betsy decía que ella no
estaba haciendo nada. Considere su caso desde esa
perspectiva y verá que puede alabar a Dios desde su lecho
y hacer que su ambiente sea tan elocuente para Dios y para
los demás como lo puede ser este púlpito.
Además, queridos amigos, ¿no les parece que, a menudo,
limitamos nuestra idea de servir a Dios a las prácticas
públicas del santuario y olvidamos cuánto espera nuestro
Señor nuestra fidelidad y obediencia personal? Dice usted:
“No puedo servir a Dios” cuando no puede enseñar en la
escuela dominical o predicar desde el púlpito, cuando no
puede integrar una comisión o hablar desde una plataforma,
como si estas fueran las únicas formas de servir que
hubiera. ¿Acaso no piensa usted que una madre que
alimenta a su bebé está sirviendo a Dios? ¿No piensa que
los hombres y mujeres que cumplen con su trabajo a diario y
con las obligaciones de la vida doméstica con paciencia y
productividad están sirviendo a Dios? Si piensa lo correcto,
sabe que sí. La empleada doméstica que barre una
habitación, la señora que prepara una comida, el obrero que
clava un clavo, el negociante que trabaja en su libro de
contabilidad, debe hacer todo como un servicio al Señor.
Aunque, por supuesto, es de desear que cada uno y todos
tengamos una obra religiosa para realizar, es mucho mejor
santificar nuestros quehaceres comunes y hacer que
nuestro trabajo diario resuene con melodías de un alma en
armonía con el cielo. Si dejamos que la verdadera religión
sea nuestra vida, entonces nuestra vida será la verdadera
religión. Así es como debe ser. “Y todo lo que hacéis, sea
de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor
Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Col.
3:17). Por lo tanto, hagamos que la corriente de nuestra vida
cotidiana, a medida que se desenvuelve —oscura,
inadvertida— sea santa y valiente. Descubriremos así que,
mientras “también sirven los que sólo se detienen y
esperan”, no será olvidado el que sencillamente se sienta a
los pies de Jesús y escucha sus palabras cuando es todo lo
que puede hacer. Éste es servicio realizado para él, que él
aprecia, no importa quién se queje.
Sepa, mi querida hermana, que por sus sufrimientos el
Señor la ha hecho más compasiva. Usted, mi querido
hermano, que por las disciplinas con que ha sido castigado,
ha aprendido a ser consolador. ¿Dice que no puede hacer
nada? Yo sé algunos secretos que usted no sabe. No se ve
usted como lo veo yo. ¿Acaso no trató el otro día de alentar
a un pobre vecino contándole lo bueno que fue el Señor con
usted cuando estaba enfermo y como brotó una lágrima
sagrada derramada por el dolor de un prójimo? ¿No es
acaso su costumbre, aunque usted mismo sufre, decirles a
otros que sufren igual que usted, algunas palabras en
nombre de su Maestro cada vez que puede? Me dice usted
que no puede hacer nada. ¡Alma querida, sepa que animar a
los santos de Dios es una de las obras más dignas de las
que se puede ocupar! Dios envía profetas a sus siervos en
los momentos cuando necesitan ser reprochados. Si quiere
reconfortarlos, por lo general les envía un ángel, porque esa
es la tarea del ángel. Leemos que a Jesucristo mismo le
fueron enviados ángeles para servirle ¿Cuándo? ¿Acaso no
fue en el jardín de Getsemaní cuando estaba abrumado por
el dolor? Consolar no es una tarea cualquiera, es una
especie de obra angelical. “Y se le apareció un ángel del
cielo para fortalecerle” (Lc. 22:43). A los israelitas les fue
enviado un profeta para advertirles de su pecado, pero
cuando Gedeón necesitaba aliento para salir y pelear por su
patria, fue un ángel del Señor quien se le acercó. Por todo
esto, creo que la obra de reconfortar es obra de los ángeles.
Ustedes, queridos hombres y mujeres de buen corazón,
que piensan que no pueden hacer nada para reconfortar o
consolar con palabras alentadoras a almas desanimadas y
angustiadas, si lo hicieran estarían cumpliendo una misión
muy bendecida y convirtiéndola en una obra que a muchos
pastores les resulta difícil cumplir. Conozco algunos que
nunca han tenido sufrimientos y enfermedades, y cuando
tratan de reconfortar al pueblo cansado de Dios, lo hacen
con lamentable torpeza. Son como elefantes que levantan
alfileres; pueden hacerlo, ¡pero requiere un gran esfuerzo!
Los hijos de Dios que han pasado por pruebas se
reconfortan mutuamente con amor, lo hacen como si
hubieran nacido para eso. Comprenden el arte de decir una
palabra a tiempo al cansado y, cuando éste es el caso, no
pueden quejarse diciendo que no están haciendo nada.
Ahora, amados, para ustedes que pensaban que no
hacían nada y en este momento, espero, perciben que son
útiles, sepan que puede haber un territorio más amplio hacia
el cual avanzar. Eleven esta noche la oración de Jabes,
quien era más honorable que sus hermanos porque su
madre lo dio a luz en dolor. Ésta fue su oración: “¡Oh, sí me
dieras bendición, y ensancharas mi territorio!” (1 Cr. 4:10).
Pídale a Dios que le dé un campo de utilidad más amplio y él
lo hará. Ahora quiero dirigir unas palabras a otro tipo de
obreros…
II A
. “Querido señor”, puede decir
LOS QUE CREEN QUE HAN SIDO DESCARTADOS.
alguno, “necesito que me aliente. Antes era útil. Por lo
menos, me contaba como uno de un grupo de hermanos que
trabajaban unidos con mucho entusiasmo, pero ahora que
me he mudado, soy un desconocido en el vecindario donde
vivo, y me siento descartado. No he hecho últimamente
nada y esto me inquieta. Ojalá pudiera volver a trabajar”. Mi
querido hermano, espero que lo haga. No pierda ni cinco
minutos en decidirse. Estos tiempos necesitan tanto
esfuerzo cristiano que, cuando alguno me pregunta: “¿Cómo
puedo trabajar para Cristo?”, acostumbro a decir: “Vaya y
hágalo”. “Pero, ¿cuál es la manera de hacerlo?”. Comience
inmediatamente. Ponga manos a la obra, mi hermano. No se
siente ni un minuto. Por otro lado, supongamos que se ve
obligado a dejar de trabajar por un tiempo; no permita que
decline su interés por la causa de su Señor y Maestro.
Algunos de los mejores obreros de Dios, alguna vez han
tenido que tomarse un respiro por un tiempo. Moisés estuvo
cuarenta años en el desierto sin hacer nada. Alguien más
grande que él, nuestro bendito Salvador mismo, estuvo
treinta años, no diré sin hacer nada, pero de hecho, sin
hacer ninguna obra pública. Cuando se encuentra usted
retirado o inactivo, aproveche para ir preparándose para el
momento cuando Dios lo vuelve a activar. Si se encuentra
marginado, no se quede allí, en cambio, ore al Señor
pidiéndole que le dé entusiasmo para que cuando lo vuelva a
usar, esté bien preparado para la obra que él tiene para que
usted realice.
Mientras está inactivo, quiero que haga esto: Ore por
otros que están activos. Ayúdelos. Anímelos. No se ponga
de mal humor con resentimientos y menospreciando las
obras de otros. Hay quienes, cuando no pueden hacer nada
ellos mismos, no les gusta que nadie más sea diligente y
trabajador. Diga en cambio: “Yo no puedo ayudar, pero
nunca seré piedra de tropiezo, alentaré a mis hermanos”.
Pase su tiempo en oración a fin de estar capacitado para
ser usado por el Maestro y, mientras tanto, comience ya a
ayudar a otros. Se cuenta que cuando Gibraltar fue sitiada y
la flota lo rodeó y decidió marchar sobre el peñón, el
gobernador disparó un proyectil hirviente a los atacantes. A
los enemigos no les gustó para nada el caluroso
recibimiento del gobernador. Piense en cómo pudo hacerlo.
Allí estaban los soldados de artillería disparando desde las
murallas y, a cada uno de ellos, le hubiera gustado hacer lo
mismo. ¿Qué hicieron los que no estaban a cargo de
disparar? Pues, preparaban el proyectil, y eso es lo que
tiene que hacer usted. Aquí, soy yo, por lo general, el
principal artillero, prepárenme el proyectil, por favor.
Mantengan el fuego encendido para que cuando dispare un
sermón pueda estar al rojo vivo gracias a sus oraciones.
Cuando ve a sus amigos… en el medio de la calle
trabajando para Dios, si no puede usted sumarse a ellos,
diga: “No importa; les voy a tener listo el proyectil. Aunque no
puedo colaborar de ninguna otra manera, no faltarán mis
oraciones”. Éste es el consejo para usted mientras se ve
obligado a permanecer inactivo. Ahora quiero dirigirme a
otros que están muy desalentados. Son…
III A
. “¡Oh”, dicen, “cómo quisiera servir a
QUELLOS QUE TIENEN POCOS TALENTOS.
Jesucristo como Pablo o como Whitefield7, que pudiera
recorrer todo el país proclamando su nombre y ganando a
miles para el Señor! Pero soy lerdo para hablar y de pocas
ideas, y lo que intento produce poco o ningún efecto”.
Bueno, hermano, asegúrese de hacer lo que puede.
¿Recuerda la parábola de los hombres a quienes les
confiaron talentos? No quiero enfatizar demasiado el hecho
de que fue el hombre con un solo talento el que lo enterró.
Pero, ¿por qué es él, el que es presentado como el que lo
hizo? No creo que haya sido porque los hombres con dos y
cinco talentos nunca enterraron los suyos, sino que la
tentación es más fuerte para la gente que tiene sólo un
talento. Dicen “¿Qué puedo hacer? No sirvo para nada.
Tendrán que excusarme”. Esa es la tentación.
Hermano, no caiga en esa trampa. Si el Señor le ha dado
sólo un talento8, él no espera que gane tantos intereses
como el que tiene cinco; pero, igual, sí espera que le rinda
interés. Por lo tanto, no entierre su talento. No es sino con la
fuerza que nos es dada que cualquiera de nosotros puede
servirle. No tenemos nada para consagrarle, sino el don que
primero recibimos de él. Usted es débil. Siente que lo es.
¿Pero qué le dice su Dios? “No con ejército, ni con fuerza,
sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac.
4:6). El Señor puede hacerlo útil, aunque no tenga
cualidades extraordinarias. ¡Una bala puede dar muy buen
resultado, aunque no puede compararse con una granada o
una bomba!
El pecador puede ser llevado a Cristo por la sinceridad
sencilla de un campesino o un artesano sin tener que
recurrir a la elocuencia de un erudito o de un predicador.
Dios puede bendecirle mucho más de lo que usted cree que
es su capacidad, porque no es cuestión de su habilidad, sino
de la ayuda divina. Me dice usted que no tiene confianza en
sí mismo. Entonces le ruego que se refugie en Dios porque
es evidente que necesita más de su ayuda. Ponga manos a
la obra, la ayuda es suya si la quiere. Él fortalece al
cansado. “Los muchachos se fatigan y se cansan… pero los
que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas” (Is. 40:30-
31). De hecho, creo que es posible que sea usted más
provechoso que si tuviera cinco talentos porque ahora orará
usted más y dependerá más de Dios de lo que lo habría
hecho si hubiera tenido fuerza en sí mismo.
Una palabra más. Dado que no está dotado usted de
muchos talentos, cuide los que tiene. ¿Sabe cómo los
comerciantes y vendedores que tienen poco capital se
arreglan para competir con los que cuentan con más
medios? Procuran reponer su dinero cada día. El vendedor
ambulante no puede venderles a los caballeros que le
pagarían en tres meses. Él no. A él tienen que pagarle en el
acto para poder comprar más mercadería a la mañana
siguiente y volver a hacer lo mismo; de otra manera, no
podría ganarse la vida con un capital tan reducido. Si tiene
usted sólo una moneda, hágala circular y obtendrá más
ganancia que otro que se guarda su billete. La actividad, a
menudo, compensa la falta de habilidad. Si usted no puede
obtener fuerza por el peso del balón, obténgalo por la
velocidad con que surca por el aire. El hombre con un solo
talento que arde de pasión es una gran molestia para el
diablo y un campeón para Cristo. En cuanto a ese gran
erudito con cinco talentos que actúa con tanto desgano,
Satanás siempre lo puede aventajar y ganar el día. Si usted,
simplemente, puede hacer circular continuamente su talento
en el nombre de Dios, logrará grandes maravillas. Por lo
tanto, lo animo a trabajar para el Señor. Ahora quiero
dirigirme a otro grupo…
IV A
. He vivido días cuando las
LOS OBREROS QUE ESTÁN PASANDO POR GRANDES DIFICULTADES.
perplejidades me gustaban, los dilemas me encantaban y, en
lugar de rechazar una tarea difícil, la cumplía con placer. Aun
ahora, me gusta tratar de resolver un problema e intentar
hacer lo que otros rechazan. Nada que valga la pena en
este mundo puede lograrse sin dificultad. Los diamantes
más grandes se encuentran bajo rocas pesadas que los
perezosos no pueden quitar. Casi no vale la pena hacer las
cosas fáciles. Frente a las dificultades, el hombre de espíritu
apasionado y perseverante, cobra ánimo, agudiza su mente
y se vale de toda su capacidad para lograr un objeto que
recompense sus esfuerzos. ¿Tiene usted muchas
dificultades, querido amigo? No es el primer obrero de Dios
a quien le ha tocado enfrentar dificultades. Pensemos
nuevamente en Moisés. Su misión era sacar a Israel de
Egipto, pero hacerlo no era tan simple. Tenía que
presentarse ante el Faraón y comunicarle el mandato de
Dios. Faraón no le hizo caso cuando le dijo: “Deja ir a mi
pueblo” (Éx. 5:1). El orgulloso monarca se sorprendió en
gran manera al oír que alguien, especialmente un hebreo, le
hablara de ese modo, y lo echó de su presencia. Pero él
volvió diciendo: “Jehová ha dicho así: Deja ir a mi pueblo”
(Éx. 8:1) y, ni así, su valentía se vio coronada con un éxito
inmediato. Los egipcios sufrieron una plaga tras otra hasta
que al fin se quebrantó el corazón del orgulloso Faraón, los
israelitas fueron librados de la mano del que los aborrecía y
Egipto se alegró cuando partieron. No obstante, éste no era
más que el comienzo de la misión de Moisés. La suya fue
una vida difícil: El hombre más humilde, pero el más
provocado. Hasta haber llegado al monte Nebo donde su
Señor despidió su alma, nunca dejó de sufrir dificultades.
Ningún bien, afirmo, especialmente ningún bien realizado
para Dios, está exento de dificultades y no es resistido por
el adversario. Fíjese en Nehemías, Esdras, Zorobabel y
aquellos que reedificaron la ciudad de Jerusalén. Estos
buenos hombres trabajaron con dedicación, pero Sanbalat y
Tobías se burlaban y reían de ellos, y trataban de derrumbar
el muro. Si alguien edifica una ciudad sin dificultad, puede
estar seguro de que no será Jerusalén. En cuanto
empezamos a trabajar para Dios, nos topamos con un gran
poder que obra contra nosotros. Si encontramos oposición,
considerémoslo como una buena señal. Cuando nuestros
jóvenes van a algún pueblo para predicar y quiero saber
cómo les va, después de escuchar sus historias, pregunto:
“¿Te ha calumniado alguien ya? ¿Dicen los periódicos que
eres un tonto?”. Si me contestan que no, deduzco que poco
están haciendo.
Cuando la causa de Cristo prospera, el mundo reprende al
ganador de almas. Si perjudica usted al reino del diablo, éste
le atacará. Si su senda es llana, es porque él dice: “No hay
nada que me perjudique en las palabras monótonas de ese
hombre. No necesito lanzarle la flecha llameante de la
calumnia. Es insignificante. Lo dejaré tranquilo”. El hombre
así, por lo general, se pasa la vida muy cómodo. La gente
dice: “Es un hombre callado y tranquilo”. No queremos
soldados como él en el ejército de Cristo. “¡Qué persona tan
molesta!”, dijo cierta vez un rey acerca de un oficial cuya
espada golpeteaba el piso. “Esa espada de él no le puede
hacer mal a nadie”.
“Su Majestad”, contestó el oficial, “eso es exactamente lo
que sus enemigos creen”.
Cuando los impíos dicen que molestamos, no nos importe
que no nos quieran. Si los enemigos del rey creen que
somos alborotadores, tomémoslo como un gran elogio.
Cuando usted, mi querido hermano, se encuentra con
oposición, responda con oración. Tenga más fe. Los
antagonistas nunca debieran impedirle marchar adelante en
la causa de Cristo. El diamante sólo con diamante se corta.
No hay nada en este mundo que sea tan duro que no se
pueda cortar con algo más duro. Si le pide a Dios que le
arme el alma de valor hasta lograr la conquista y que haga
que su determinación sea firme como una roca diamantina,
podrá abrirse paso por una montaña de duro diamante en el
servicio de su Señor y Maestro.
Quiero ahora animarlo a que sea valiente ante los que lo
atacan. Las fuerzas que se han juntado en su contra pueden
ser piedra de tropiezo para los necios, pero resultarán ser
un estímulo para los fieles. Un día, su honor será mayor y su
recompensa superior por estos elementos adversos. Por lo
tanto, sea valiente y no tema, marche adelante con el poder
de Dios.
Quiero ahora dirigir algunas palabras de consuelo a otro
tipo de obreros…
VA
. No voy a decir mucho porque no me
LOS QUE NO SE SIENTEN APRECIADOS.
merecen mucha lástima. No obstante, sé que, aun la ofensa
más pequeña, afecta al que es demasiado sensible.
Murmura: “Doy lo mejor de mí y nadie me lo agradece”. Se
siente mártir y se queja de que no lo comprenden.
Confórmese, querido amigo. Esa misma fue la suerte que
corrió su Maestro y la que le toca a todos sus siervos. Es la
cruz que todos tenemos que cargar, de otra manera nunca
usaremos la corona. ¿Se cree que esto es algo nuevo?
Acuérdese de José: Sus hermanos no lo aguantaban. No
obstante, fue él quien salvó a su familia y la alimentó en el
tiempo de la hambruna. Fíjese en David: Sus hermanos le
preguntaron por qué había dejado el cuidado de las ovejas
para ir a la batalla, sospechando que su soberbia lo había
impulsado a sumarse a los soldados y sus estandartes. No
obstante, nadie había podido cortarle la cabeza a Goliat y
presentársela al rey; pero el muchacho David sí pudo.
Aprenda una lección del esforzado héroe: No preste
atención a lo que sus hermanos dicen de usted. Vaya y
vuelva con la cabeza del gigante.
Una empresa audaz es la mejor respuesta a las
acusaciones malignas. Si usted está sirviendo al Maestro,
deje que las habladurías lo muevan a una mayor
consagración. Si protestan contra usted porque es
demasiado atrevido, sirva al Señor con más vigor y acabará
usted con su ponzoña. ¿Comenzó usted a trabajar para
Cristo a fin de ser honrado por los hombres? Si es así,
retírese porque lo hizo por un motivo inaceptable. Pero si lo
hizo puramente para honrarle a él y ganar su aprobación,
¿qué más puede querer? Por lo tanto, no se desanime
porque no lo aplauden. Esté seguro de esto: Estar en el
rango más inferior, a veces es necesario para recibir honra
en el futuro. Si usted toma un hombre, lo pone al frente, lo
palmea y dice: “¡Qué grande eres!”, no pasará mucho
tiempo antes de que dé un paso en falso y allí terminará su
héroe. Pero cuando alguien que Dios ha puesto al frente, a
menudo es uno que todos critican, le encuentran defectos y
acusan de impostor; no obstante, las acusaciones ridículas
a las que está expuesto, le ayudan a equilibrar sus
pensamientos. Cuando tiene algún éxito, no lo arruinará el
engreimiento; la gracia de Dios los llevará a inclinarse ante
él con gratitud. La espada fabricada para la mano real,
destinada a herir mortalmente al enemigo tiene que ser
acrisolada en el horno una y otra vez. No puede ser efectiva
para una obra tan imperiosa hasta haber pasado por el
fuego muchas veces. No pida que lo aprecien. Nunca se
rebaje a tanto. Valórese usted con una limpia conciencia y
deje su honra en las manos de Dios. Tengo que hablarles
ahora…
VI. A ¿Hay algunos entre
AQUELLOS QUE ESTÁN DESALENTADOS PORQUE HAN TENIDO POCO ÉXITO…
ustedes que temen haber trabajado en vano y gastado sus
fuerzas inútilmente? Les exhorto, queridos amigos, que no
se sientan satisfechos con solo sembrar la semilla, a menos
que tengan una buena cosecha. No obstante, no se
desalienten al grado de darse por vencidos debido a alguna
contrariedad. Aunque no puedan conformarse si no dan
fruto, no dejen de sembrar sólo porque una temporada sea
un fracaso. No quisiera que nuestros amigos agricultores
dejaran la agricultura porque este año tuvieron una mala
cosecha. Si midieran sus perspectivas futuras con su
fracaso de hoy, sería lastimoso. Si ustedes han predicado,
enseñado o trabajado para Cristo con poco éxito hasta
ahora, no deduzcan que fracasarán siempre. Laméntense
por la falta de prosperidad, pero no renuncien a la labor de
buscarla. Pueden lamentarse con razón, pero no tienen
derecho a darse por vencidos.
El fracaso es una prueba de fe que han tenido que pasar
muchos siervos fieles de Dios que han triunfado al final.
¿Acaso los discípulos no trabajaron toda la noche sin
pescar nada? ¿Acaso no dijo nuestro Señor que una semilla
caería entre las piedras y algunas entre espinas y que éstas
no darían fruto? ¿Qué resultados tuvo Jeremías? No dudo
que haya trabajado y que Dios lo bendijera, pero el resultado
de su predicación fue como él mismo dijo: “Se quemó el
fuelle” (Jer. 6:29). Le había soplado tanto al fuego con el
fuelle hasta quemarlo, pero ningún corazón se había
derretido. Dijo: “¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis
ojos fuentes de lágrimas…!” (Jer. 9:1). No sé cuál habrá
sido el resultado del ministerio de Noé, pero sé que fue
predicador de la justicia por ciento veinte años y, no
obstante, nunca trajo ni un alma al arca, excepto su familia.
A juzgar por la influencia que tuvo, podemos tachar su
predicación como muy deficiente. Sin embargo, sabemos
que fue una gran predicación, tal como Dios mandó.
Entonces, no lamente el tiempo o la energía que puso en el
servicio de nuestro gran Señor porque no ve que sus
esfuerzos prosperen, pues mejores siervos que usted han
llorado su fracaso.
Recuerde también que si usted realmente sirve al Señor,
de hecho y de corazón, él le aceptará y reconocerá su
servicio aunque no haya derivado ningún bien de él. El deber
de usted es echar el pan sobre las aguas. Si no vuelve
después de muchos días, no es responsabilidad suya. Su
responsabilidad es desparramar la semilla, pero ningún
agricultor le diría a su peón: “Juan, no me has servido bien,
porque no hubo cosecha”. El peón tendría razón en
responder: “¿Podría yo haber producido una cosecha,
señor? Yo aré y yo planté. ¿Qué más podía hacer?”. De
igual manera, nuestro buen Señor no es inflexible, ni
demanda de nosotros más de lo que podemos hacer. Si
usted aró y sembró, aunque no hubo cosecha, queda exento
de culpa y su esfuerzo es aceptado.
¿Nunca se le ha ocurrido que quizá puede tocarle hoy
preparar el terreno y labrar la tierra de la cual, obreros
después de usted, obtengan una muy abundante cosecha?
Tal vez su Señor sabe qué labrador eximio es usted. Él tiene
un campo grande y no está en sus planes que sea usted el
que cosecha porque sabe qué buen sembrador es y, como
tiene sembradíos que necesitan ser labrados todo el año, lo
mantiene ocupado en esto. Él lo conoce mejor de lo que se
conoce usted mismo. A lo mejor, si alguna vez le dejara subir
al carro cargado de sus propios frutos, se le iría a la cabeza
y todo terminaría en un fracaso, entonces dice: “Sigue
arando y plantando, y otro levantará la cosecha”.
Quién sabe si cuando haya terminado su carrera, pueda
ver desde el cielo –donde no correrá peligro verlo— que no
trabajó en vano ni gastó inútilmente sus energías. “Uno es el
que siembra, y otro es el que siega” (Jn. 4:37). Así es la
economía divina. Creo que cada uno que ama a su Maestro
dirá: “Siempre que haya una cosecha, no cuestionaré quién
trae los frutos. Dame suficiente fe para estar seguro de que
la cosecha vendrá y estaré satisfecho”. Considere a
Guillermo Carey9, quien fue a la India con esta oración:
“India para Cristo”. ¿Qué alcanzó a ver Carey? Bien, vio
suficiente éxito como para regocijarse, pero, por cierto, que
no vio todo el cumplimiento de su oración. Desde entonces,
han ido sucesivamente otros misioneros y han dedicado sus
vidas a ese vasto campo. ¿Con qué resultado? Un resultado
más que suficiente como para justificar su trabajo, pero,
comparado con los millones que siguen en el paganismo,
dista mucho de lo que la Iglesia ansía y mucho de alcanzar la
corona de Cristo. No importa cómo le va a cada obrero. El
poderoso imperio volverá al Redentor y casi puedo imaginar
en los registros del futuro, la frase: “Estos son los nombres
de los valientes que tuvo David”, al consignar las acciones
valientes de los héroes del Señor que serán descritas en
sus crónicas.
Cuando la vieja catedral de San Pablo, en Londres, tuvo
que ser derribada a fin de dar lugar al edificio actual, los
obreros se encontraron con que algunas de las paredes
eran de rocas durísimas. Christopher Wren10 decidió tirarlas
abajo con un viejo ariete romano. El ariete comenzó a
golpear y los obreros siguieron con el trabajo hora tras hora
y día tras día, aparentemente, sin ningún resultado. Daban
golpe tras golpe contra las paredes, tremendos golpazos
que hacían temblar a los curiosos. Las paredes seguían en
pie al punto de que muchos llegaran a la conclusión de que
todo era inútil. Pero el arquitecto sabía que cederían. Siguió
golpeando con su ariete hasta que la última partícula de las
paredes sentía los golpes y, por fin, ¡se vinieron abajo con
un tremendo estruendo! ¿Felicitó alguien a los obreros que
habían causado el colapso final o les adjudicaron a ellos el
éxito? No, para nada. Fue por el esfuerzo de todos. Los que
se habían tomado tiempo para comer y los que habían
iniciado el trabajo años antes, merecieron tanta honra como
los que habían dado el golpe de gracia.
Sucede lo mismo en la obra de Cristo. Tenemos que
seguir golpeando, golpeando y golpeando hasta que, aunque
no suceda hasta dentro de mil años, ¡el Señor triunfará!
Podría ser que Cristo venga pronto, podría ser que demore
diez mil años. Pero sea como sea, la idolatría tiene que
morir y la verdad tiene que reinar. Las oraciones y energías
a través del tiempo producirán el éxito, y Dios será
glorificado. Perseveremos en nuestros esfuerzos santos,
sabiendo que, al final, tendremos la victoria. Cuando cierto
general estaba en batalla, le preguntaron: “¿Qué hace?”.
Respondió: “No mucho, pero sigo dándole duro y parejo”.
Eso es lo que debemos hacer nosotros. No podemos lograr
mucho de una sola vez, pero tenemos que seguir insistiendo
y, con el tiempo, llegará el fruto anhelado.
Es posible, queridos amigos, que aunque creen haber
tenido poco éxito, han tenido más de lo que se imaginan.
Puede haber otros que por no obtener éxito sienten que
tienen que cambiarse a otra parte o intentar algún otro
método. Si no nos va bien de una manera, tenemos que
probar otra. Lleve el asunto a Dios en oración. Clame al
Señor con todas sus fuerzas porque él le dará la victoria y
de él será la gloria. Cuando lo haya humillado, cuando le
haya enseñado lo ineficiente que es usted, cuando lo haya
llevado al punto de desesperarse y tener que confiar
implícitamente en él, entonces puede ser que le dé más
trofeos y triunfos de los que jamás hubiera soñado. De
cualquier manera, si yo prospero o no en la vida, no es la
cuestión. Llevar almas a Cristo es mi meta principal, pero no
es la prueba definitiva del éxito en mi ministerio. Mi
responsabilidad es vivir para Dios, crucificar el yo y
entregarme a él completamente. Si eso hago, pase lo que
pase seré aceptado.
Quisiera tener el espíritu de aquel valiente anciano
condenado a la hoguera. Sabía que la sentencia se llevaría
a cabo a la mañana siguiente, pero con un alma llena de
valentía y con un corazón alegre, lo último que hizo la noche
anterior fue conversar con sus amigos –a pesar de haces
de leña y fuego que enfrentaría en la mañana—y le dijo a
uno de ellos: “Soy un viejo árbol en el huerto de mi Señor.
Cuando era joven, por su gracia, di pocos frutos. Eran
verdes y agrios, pero él los toleró; la edad me ha suavizado
y he podido, también por su gracia, dar fruto para él. Ahora
el árbol ha envejecido y mi Señor va a talar y quemar el viejo
tronco. Pues bien, dará calor al corazón de algunos de sus
fieles mientras me estoy consumiendo”. Hasta esbozó una
sonrisa por la alegría de pensar que podría cumplir un
propósito tan bueno.
Quiero que usted tenga ese mismo espíritu y diga: “Viviré
para Cristo mientras soy joven. Moriré para él y daré calor a
los corazones de mis hermanos”. Sabemos que las
persecuciones de aquellos días de martirio engendraron un
heroísmo y valentía entre sus discípulos que los que vivimos
en tiempos de paz ni siquiera podemos imaginar. Se cuenta
de la vieja iglesia bautista en Londres cuyos miembros
fueron temprano una mañana a Smithfield11 para ver morir a
su pastor en la hoguera. Cuando alguien les preguntó a los
jóvenes para qué habían ido, respondieron: “Para aprender
la manera de morir”. ¡Qué espléndido! ¡Habían ido para
aprender la manera de morir!
¡Ah, vayamos a la Cruz del Maestro para aprender la
manera de vivir y de morir! Reflexionemos sobre cómo se
dio a sí mismo por nosotros y luego, salgamos aprisa y
vivamos para él. “Estimado seré en los ojos de Jehová” (Is.
49:5), aunque creamos que no hayamos sido victoriosos,
nuestra consagración incondicional será para nuestra honra
el Día del Señor. Por nuestra vida santificada y nuestro
servicio humilde, glorificaremos su nombre.
¡Oh Señor, determina nuestras obligaciones y anímanos
en el servicio de tu casa! “Sea la luz de Jehová nuestro Dios
sobre nosotros, y la obra de nuestras manos confirma sobre
nosotros; sí, la obra de nuestras manos confirma” (Sal.
90:17). Sean las bendiciones de nuestro Dios del Pacto
sobre ustedes, mis hermanos, en nombre de Jesús. Amén.
Tomado de un sermón predicado en el Tabernáculo Metropolitano,
Newington, reimpreso por Pilgrim Publications.
_______________________
Charles H. Spurgeon (1834-1892): Predicador bautista inglés, el
predicador más leído de la historia, aparte de los que se encuentran
en las Escrituras. En la actualidad hay más material escrito por
Spurgeon que ningún otro autor cristiano del presente o del pasado;
nacido en Kelvedon, Essex, Inglaterra.
¡Bendito sea Dios el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo! ¡Todos son
consoladores! Dios el Padre es Padre de consolación. El Espíritu
Santo es el Consolador. Cristo, igualmente, es el Dios de
consolación. Sean cuales sean los medios externos, Dios el Padre,
Hijo y Espíritu Santo son los consoladores. Acepte a los tres juntos
como uno solo. —Richard Sibbes
LA BIBLIA Y LA CONSOLACIÓN
James Buchanan (1804-1870)
¡Dolientes en Sion, consolaos! Si la suya es una vida de
dolor, también lo es una religión de esperanza. Si el libro de
la Providencia le parece “escrito por delante y por detrás”,
como el rollo de Ezequiel, con “endechas y lamentaciones y
ayes” (Ez. 2:10), la Biblia está llena también de consolación
y paz. Y cuanto más tormentoso sea su peregrinaje por este
mundo, más terribles los juicios de Dios, más severos y
desconcertantes sus pruebas y sufrimientos por las
pérdidas de seres queridos, más amado debe serle a usted
ese libro bendito, del que todo discípulo auténtico puede
decir con el afligido salmista: “Ella es mi consuelo en mi
aflicción” (Sal. 119:50).
El gran beneficio de la aflicción profunda que nos hace
perder la confianza en todo lo demás y que acaba con
nuestras esperanzas que puedan venir de cualquier otra
dirección, es el hecho de que nos lleva a escudriñar la
Palabra de Dios en busca de consuelo.
La gran peculiaridad de la Biblia, como libro de
consolación, es que no pretende esconder nuestros
sufrimientos, sino que nos los muestra en toda su variedad y
magnitud. Nos enseña a encontrar consuelo en medio de
sufrimientos palpables y nos da luz en medio de las tinieblas
más negras, “a fin de que nadie se inquiete por estas
tribulaciones; porque vosotros mismos sabéis que para esto
estamos puestos” (1 Ts. 3:3). En muchos aspectos, la
Palabra presenta un panorama más sombrío que, muchas
veces, no estamos dispuestos a admitir. Presenta a la
aflicción como “ordenada” para nosotros y dice que “para
esto estamos puestos”, de modo que no la podemos evitar.
Nos dice que nuestro futuro estará salpicado de pruebas,
como lo ha estado nuestro pasado. No da ninguna seguridad
de un respiro del sufrimiento mientras estamos en este
mundo: “Porque a vosotros os es concedido a causa de
Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis
por él” (Fil. 1:29). Y cuando rastrea las causas de
situaciones dolorosas, cuando presenta al sufrimiento como
el fruto y la paga del pecado; cuando nos acusa de ser
culpables y afirma que hemos provocado a la ira al Señor,
cuando nos lleva a considerar que nuestros sufrimientos
están relacionados con nuestro carácter e infligidos por un
Soberano y Juez justo y, cuando llevándonos a ver más allá
de este mundo, señala un estado eterno de retribución que
le espera a la culpa impenitente y no perdonada, nos está
presentando un panorama de nuestra condición actual y las
perspectivas del futuro que debieran intimidarnos y
alarmarnos sobremanera. Aun así, es el “libro de
consolación”, que contiene los elementos de paz, la semilla
de esperanza y la fuente de gozo eterno.
Es de la misma tenebrosidad de nuestro estado actual y
nuestras perspectivas para la eternidad, que surge el
resplandor de aquel amanecer que se transformará en el día
eterno; los rayos dorados de la luz y el amor divino aparecen
en medio de aquel negro nubarrón, la copa de amargura es
endulzada por una infusión de misericordia para que los
cristianos puedan estar “gozosos en medio de la tribulación”
y alegrarse, “aunque ahora por un poco de tiempo, si es
necesario, tienen que ser afligidos en diversas pruebas” (1
P. 1:6). “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que
os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os
aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de
los padecimientos de Cristo, para que también en la
revelación de su gloria os gocéis con gran alegría” (1 P.
4:12-13).
_______________________
James Buchanan (1804-1870): Pastor y teólogo escocés, escritor
prolífico y popular con una reputación de ser un predicador profundo,
elocuente y poderoso de la Iglesia Libre de Escocia. Mejor conocido
por The Office and Work of the Holy Spirit (El oficio y la obra del
Espíritu Santo) y The Doctrine of Justification (La doctrina de la
justificación); nacido en Paisley, Escocia.
¡Tal es el esplendor, la claridad, la gloria, la felicidad y la bendición
que les son reservadas a los santos en el cielo, que si supiera yo
todas las lenguas de los hombres sobre la tierra y todas las
excelencias de los ángeles en el cielo, aun así no podría concebir ni
expresarle a usted esa visión de gloria! ¡Esa gloria es inconcebible e
inexpresable! ¡Ojalá que pase pronto el tiempo de aflicción aquí, para
poder sentir y disfrutar aquello que nunca podremos expresar!
Todos los problemas, aflicciones y sufrimientos de esta vida, no son
nada en comparación con la felicidad y bendición eterna. Son como
la punta de un alfiler comparada con los cielos cubiertos de estrellas.
—Thomas Brooks
¡Oh, qué dulces son los frutos de la mediación de Cristo por la fe de
sus santos!
El que no puede encontrar alivio en la misericordia, el perdón, la
gracia y aceptación de Dios, la santidad, santificación, etc., nada
sabe de estas cosas…que son preparadas para los creyentes. —
John Owen
EL BIEN QUE VIENE A TRAVÉS DE LA
AFLICCIÓN
Thomas Brooks (1608-1680)
“Bueno es para mí ser afligido” (Salmo 119:71 LBLA12)
El alma llena de gracia llega secretamente a la conclusión
de que “así como las estrellas brillan con más esplendor en
la noche, Dios hará brillar mi alma y hará que resplandezca
como oro mientras estoy en el horno de fuego, y me sacará
del fuego de la aflicción”. “Mas él conoce mi camino; me
probará, y saldré como oro” (Job 23:10).
Es indudable que como el gusto de la miel abrió los ojos de
Jonatán, esta cruz, esta aflicción abrirá mis ojos. ¡Por este
golpe, tendré una percepción más clara de mis pecados y
de mi yo, y una vista más completa de mi Dios (Job 33:27-
28; 40:4-5; 13:1-7)!
¡Es indudable que esta aflicción precederá a la purga de
mi escoria (Is. 1:25)!
¡Es indudable que como la reja del arado mata la maleza y
rompe los terrones duros, estas aflicciones matarán mis
pecados y ablandarán mi corazón (Os. 5:15, 6:1-3)!
¡Es indudable que como los emplastos extirpan el pus de
la llaga infecciosa, las aflicciones que sufrimos extirpan el
pus del orgullo, del egocentrismo, de la envidia, de la
mundanalidad, del formulismo y el de la hipocresía (Sal.
119:67, 71)!
¡Es indudable que por estas aflicciones, el Señor apartará
más y más mi corazón del mundo y el mundo de mi corazón
(Gá. 6:14; Sal. 131:1-3)!
¡Es indudable que por estas aflicciones, el Señor impedirá
que haya orgullo en mi alma (Job 33:14-21)!
¡Es indudable que estas aflicciones no son más que
hoces del Señor con las que purgará mis pecados, podará
mi corazón y lo hará más fértil y fructífero! ¡No son más que
la poción del Señor con la que me librará de estas
enfermedades y dolencias que son mortales y peligrosas
para mi alma! ¡La aflicción es una poción tan curativa que
sana todos los padecimientos del alma, mejor que cualquier
otro remedio (Zac. 13:8-9)!
¡Es indudable que estas aflicciones harán que mi
comunión espiritual con Dios se profundice (Ro. 5:3-4)!
¡Es indudable que, por estas aflicciones, podré disfrutar
más de la santidad de Dios (He. 12:10)! ¡Así como el jabón
negro [que proviene del África] blanquea la ropa, las
aflicciones agudas santifican los corazones!
¡Es indudable que por estas aflicciones el Señor
conmoverá más y más mi corazón para que lo busque! “En
su angustia me buscarán” (Os. 5:15). ¡En tiempos de
aflicción, el cristiano se esfuerza por buscar a Dios con
diligencia!
¡Es indudable que por estas pruebas y aflicciones, el
Señor llevará mi alma a reflexionar más que nunca sobre las
grandes verdades relacionadas con la eternidad (Jn. 14:1-3;
Ro. 8:17-18; 2 Co. 4:16-18)!
¡Es indudable que por estas aflicciones el Señor obrará
en mí para que sienta más ternura y compasión por los que
sufren (He. 10:34; 13:3)!
¡Es indudable que estas aflicciones no son más que
muestras del amor de Dios! “Yo reprendo y castigo a todos
los que amo” (Ap. 3:19). Por lo tanto, el cristiano santo dice:
“¡Oh, alma mía! No te turbes, guarda silencio. Todo lo que te
mando es por amor, todo es fruto de un favor divino. Veo
miel sobre cada ramita, veo que la vara no es más que una
rama de romero13, recibo miel con mi hiel y vino con mi
ajenjo, ¡guarda silencio, alma mía!”.
¡Las aflicciones aplacan las atracciones carnales a
nuestro alrededor que pudieran tentarnos! ¡La aflicción
apacigua la lascivia de la carne en nuestro interior que, de
otra manera, nos atraparía!
¡Las aflicciones nos humillan y mantienen humildes! El
corazón santo se humilla bajo la mano de aflicción de Dios.
¡Cuando la vara de Dios caiga sobre su espalda, su rostro
caerá al polvo! El corazón consagrado más se postra
cuando la mano de Dios más se eleva.
¡Todo esto prueba que la aflicción es un gran beneficio
para nosotros! “Bueno es para mí ser afligido…” (Sal.
119:71 LBLA14).
“Porque un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida.
Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría”
(Salmo 30:5).
Su llanto durará hasta la mañana. Dios cambiará
su noche invernal en día de verano,
sus suspiros en cantos,
su tristeza en alegría,
su lamento en danza,
su amargura en dulzura,
su desierto en un paraíso.
La vida del cristiano está llena de cambios entre
enfermedad y buena salud,
debilidad y fuerza,
pobreza y riqueza,
vergüenza y honor,
aflicciones y conforts,
desgracias y misericordias,
alegrías y tristezas,
regocijos y congojas.
Si todo fuera miel, eso nos perjudicaría; si todo fuera
ajenjo nos devastaría. Una combinación de ambos es la
mejor manera de conservar la buena salud de nuestra alma.
Es mejor para la salud del alma que el viento cálido de
misericordia, tanto como el viento helado de la adversidad
sople sobre ella. Y aunque todos los vientos son buenos
para los santos, es indudable que sus pecados mueren más
y sus gracias prosperan mejor cuando están bajo el azote
del viento frígido, seco y fuerte de la calamidad, al igual que
bajo el viento tibio y alentador de la misericordia y
prosperidad.
“En el día de la adversidad considera” (Eclesiastés 7:14).
Esté quieto y guarde silencio en medio de los problemas y
pruebas que está pasando, luego reflexione en los
beneficios, dones y favores que han colmado su alma
gracias a todas las pruebas y aflicciones que ha sufrido.
¡Oh! ¡Considere cómo por medio de las aflicciones del
pasado, el Señor le ha revelado los pecados, los ha
prevenido y mortificado!
¡Considere cómo el Señor, por las aflicciones del pasado,
le ha revelado su insuficiencia, su inconstancia y la vanidad
del mundo y de todas sus cosas!
¡Considere cómo el Señor, por las aflicciones del pasado,
le ha ablandado, quebrantado y humillado el corazón,
preparándolo para deleitarse de él, con más claridad,
plenitud y dulzura!
¡Considere cómo, por las aflicciones del pasado, cuánta
sensibilidad, cuánta compasión, cuánto cariño, cuánta
ternura y cuánta dulzura han aflorado en usted hacia otros
que sufren!
¡Considere cuánto espacio han abierto en su alma, las
aflicciones del pasado para recibir a Dios, su Palabra, con
sus buenos consejos y consuelo divino!
¡Considere cómo, debido a las aflicciones del pasado, el
Señor lo ha hecho partícipe de su Cristo, su Espíritu, su
Santidad, su bondad y tantas bendiciones más!
¡Considere cómo, por las aflicciones del pasado, el Señor
lo ha impulsado a anticipar más el cielo, pensar más en el
cielo, valorar más el cielo y desear más el cielo!
Ahora, bien, ¿Podemos considerar seriamente todo el
bien obtenido de las aflicciones del pasado y no recordarlas
durante las aflicciones del presente? ¿Quién puede recordar
esos beneficios especiales, grandes y valiosos obtenidos
por su alma gracias a las aflicciones del pasado, y no
guardar un silencio santo ante las aflicciones presentes?
¡Oh alma mía! ¿No te ha hecho Dios mucho bien, gran bien,
bien especial por las aflicciones del pasado? ¡Sí! ¿Y acaso
no es Dios, oh alma mía, tan poderoso como siempre, tan
fiel como siempre, tan generoso como siempre y dispuesto
como siempre para hacerte bien por tus aflicciones
presentes como lo ha estado por tus aflicciones en el
pasado?
“Enmudecí, no abrí mi boca, porque tú lo hiciste” (Salmo 39:9).
En estas palabras, observe tres cosas: (1) La persona
que habla es David. David un rey, David un santo, David “un
varón conforme al corazón de Dios”, David un cristiano. Y
aquí tenemos que mirar a David, no como un rey, sino como
un cristiano, un hombre cuyo corazón estaba en sintonía con
Dios. (2) La acción y actitud de David bajo la mano de Dios
se hacen evidentes en estas palabras: “Enmudecí, no abrí
mi boca”. (3) La razón de esta actitud humilde y dulce la
denotan las palabras “tú lo hiciste”.
La conclusión es ésta: Que es el gran deber y
preocupación de las almas llenas de gracia, enmudecer y
guardar silencio cuando sufren las más grandes aflicciones,
las situaciones más tristes y las pruebas más agudas en
este mundo.
El silencio de David es un reconocimiento de Dios como el
autor de todas las aflicciones que vivimos. No hay
enfermedad tan leve en que Dios no tenga una parte,
aunque no sea más que el dolor del dedo meñique. David
reflexiona en todas las causas secundarias para terminar en
la causa principal, y guarda silencio. Ve la mano de Dios en
todo, por lo cual permanece mudo y quieto. Ver a Dios en
una aflicción es irresistiblemente eficaz para silenciar el
corazón y enmudecer al hombre fiel.
Aquellos que no ven a Dios en la aflicción, caen fácilmente
en la desesperación. Se indignan fácilmente y, cuando sus
pasiones los dominan y sus corazones arden, empiezan a
confrontar a Dios y decirle sin reserva que tienen razón en
airarse. Los que no reconocen a Dios como el autor de
todas sus aflicciones caen fácilmente en los principios
desequilibrados del maniqueísmo15, que afirma que el diablo
es el autor de todas las calamidades, como si pudiera haber
alguna maldad en la ciudad que Dios no haya hecho (Am.
3:6).
Si no vemos la mano de Dios en las aflicciones, nuestro
corazón no hará más que inquietarse y enfurecerse cuando
pasamos por ellas. ¡Aquellos que pueden ver la mano de
Dios en todas sus aflicciones, tal como David, callan cuando
les toca sufrirlas! Ven que fue el Padre quien les dio a beber
la copa amarga, su amor, lo que les puso estas cruces
pesadas en los hombros, su gracia, lo que les colocó esos
yugos en el cuello, y todo esto dio como fruto mucho silencio
y calma en su espíritu.
Cuando el pueblo de Dios sufre, él pone, por su Espíritu y
su Palabra, un dulce canto en sus almas que calma todas las
conmociones tumultuosas, las pasiones y los desasosiegos.
Tomado de “The Mute Christian under the Smarting Rod” (El cristiano
enmudecido bajo la vara hiriente) en The Complete Works of
Thomas Brooks (Las obras completas de Thomas Brooks), Tomo 1,
reimpreso por The Banner of Truth Trust, www.banneroftruth.org
_______________________
Thomas Brooks (1608-1680): Predicador congregacional, nacido en
una familia puritana y enviando más adelante a estudiar en Emmanuel
College, Cambridge. Autor de Precious Remedies against Satan’s
Devices (Remedios valiosos contra los ardides de Satanás), The
Mute Christian under the Smarting Rod y otros; sepultado en Bunhill
Fields, Londres.
CONSUELOS PARA SANTOS QUE SUFREN
Jerome Zanchius (1516-1590)
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan
a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.
Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que
fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Romanos 8:28-
29).
Sin un profundo sentido de predestinación, nos faltaría la
motivación más segura y poderosa para tener paciencia,
resignación y dependencia de Dios en medio de cualquier
aflicción espiritual y temporal.
¡Cuán dulces son las siguientes consideraciones para el
creyente atribulado!
1. Es indudable que existe un Dios todopoderoso,
omnisapiente y lleno de gracia (He. 11:6).
2. En el pasado me ha dado y me da en el presente (¡oh
que tuviera yo ojos para verlo!) muchas señales de su
amor por mí, tanto de su providencia como de su gracia
(Ef. 1).
3. Su amor es inmutable. Nunca se arrepiente de él ni lo
cancela (Fil. 1:6).
4. Todo lo temporal que sucede en la tierra es el resultado
de su voluntad desde la eternidad (1 Co.8:6), en
consecuencia—
5. Mis aflicciones son parte de su plan original y todas
están ordenadas por número, peso y medida (Sal.
22:24).
6. Los cabellos de mi cabeza (cada uno de ellos) han sido
contados por él, no ha caído ni uno solo al suelo que no
fuera consecuencia de sus designios (Lc. 12:7). Por lo
tanto—
7. Mis tribulaciones no son el resultado de la casualidad, ni
son accidentales, ni una combinación fortuita de las
circunstancias (Sal. 56:8), en cambio—
8. Mis tribulaciones son el cumplimiento providencial del
propósito de Dios (R. 8:28) y
9. Mis tribulaciones están diseñadas para lograr algunos
propósitos sabios y misericordiosos de su gracia (Stg.
5:10-11) y
10. Mi aflicción no durará un segundo más de lo que Dios
disponga (2 Co. 7:6-7).
11. Aquel que me la ha causado ha prometido sostenerme y
superarla (Sal. 34:15-17).
12. Todo obrará indudablemente para su gloria y para mi
bien, por lo tanto—
13. “La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?”
(Jn. 18:11).
Sí, lo haré con la fortaleza que él imparte, incluso me
gozaré en las tribulaciones. Valiéndome de las alegrías que
puede poner ahora o en el futuro en mis manos, me entrego
yo mismo y entrego mi sufrimiento a él, cuyo propósito no
puede ser derogado, cuyo plan no puede ser desviado, y
quien, me resigne o no, seguirá obrando todas las cosas
según el consejo de su propia voluntad. “En él asimismo
tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al
propósito del que hace todas las cosas según el designio de
su voluntad” (Ef. 1:11; Ro. 5:3-6; Sal. 33:11-12).
Sobre todo, cuando el cristiano que sufre toma en cuenta
que es uno de los escogidos y sabe que por el eterno e
inmutable acto de Dios ha sido señalado para obtener
salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo; que, por
supuesto, tiene una ciudad preparada para él en lo Alto, un
edificio de Dios, una casa no hecha de manos, sino eterna
en los cielos y que los peores sufrimientos de la vida
presente no tienen comparación con la gloria que será
revelada en los santos (Ro. 8:18). ¿Qué adversidad
podríamos enfrentar, que la esperanza segura de
bendiciones como éstas no sobrepasara infinitamente? (Pr.
8:35; 2 Co. 5:1; Ro. 8:18; Ro. 8:33-37). Por más graves que
sean las aflicciones que nos hieren al principio, ante
perspectivas tan halagüeñas, tenemos que recobrarnos
prestamente; logrando así que las flechas de la tribulación
pierdan su filo. Los cristianos no cuentan más que con
resignación absoluta para mantenerlos perfectamente
contentos en cualquier circunstancia posible y la resignación
absoluta sólo puede fluir de una creencia absoluta y
sometimiento absoluto a la providencia absoluta, basado en
la predestinación absoluta (1 Ts. 1:2-4).
Tomado de The Doctrine of Absolute Predestination (La doctrina de
la predestinación absoluta).
_______________________
Jerome Zanchius (1516-1590): Pastor y teólogo italiano, discípulo
del reformador italiano Pedro Martyr Vermiglio; nacido en Alzano,
Italia.
AMADO Y, SIN EMBARGO, AFLIGIDO
Charles H. Spurgeon (1834-1892)
“Señor, he aquí el que amas está enfermo” (Juan 11:3).
El discípulo a quien Jesús amaba no vaciló en escribir que
éste también amaba a Lázaro. Los celos no existen entre
aquellos que son escogidos por el Bien Amado. Jesús
amaba a María, a Marta y a Lázaro. ¡Qué espléndido es que
toda la familia viva en el amor de Jesús! Formaban un trío
favorecido, no obstante, así como la serpiente entró en el
Paraíso, entró el dolor en el hogar tranquilo de Betania.
Lázaro estaba enfermo. Todos sentían que si Jesús
estuviera allí, la enfermedad huiría de su presencia,
entonces, ¿qué más les quedaba por hacer, sino darle a
conocer su problema? Lázaro se encontraba en el umbral
de la muerte, por lo que sus tiernas hermanas le avisaron
con presteza a Jesús lo que sucedía, diciendo: “Señor, he
aquí el que amas está enfermo”. Desde entonces, este
mismo mensaje ha sido enviado muchas veces a nuestro
Señor…
N : “Señor, he aquí el que amas
OTEMOS, PRIMERO, UN HECHO MENCIONADO EN EL TEXTO
está enfermo”. Las hermanas estaban un poco sorprendidas
de que fuera así porque la expresión he aquí implica algo de
asombro. “Nosotras lo amamos y lo curaríamos si
pudiéramos. Tú lo amas y, no obstante, sigue enfermo. Tú
puedes sanarlo con una palabra, entonces ¿por qué sigue
enfermo el que tú amas?”. Querido amigo enfermo, ¿no es
cierto que usted se ha preguntado a menudo cómo puede su
dolorosa o larga dolencia ser consistente con el hecho de
haber sido escogido, llamado y ser uno con Cristo? Me
atrevo a decir que esto lo ha desconcertado en gran
manera. Sin embargo, a decir verdad, no es nada extraño,
sino que es de esperar.
No nos sorprendamos que el hombre a quien el Señor
ama esté enfermo, porque es solo un hombre. El amor de
Jesús no nos libra de las necesidades y debilidades
comunes de la vida humana. Los hombres de Dios siguen
siendo hombres. El Pacto de Gracia16 no es un contrato que
nos exime de tuberculosis, reumatismo o asma. Tenemos
enfermedades físicas por nuestra carne y las seguiremos
teniendo hasta la tumba porque Pablo dice: “Los que
estamos en este tabernáculo17 gemimos” (2 Co. 5:4).
Aquellos a quienes el Señor ama están más propensos a
enfermarse debido a que se encuentran bajo una disciplina
peculiar. Está escrito: “El Señor al que ama, disciplina” (He.
12:6). La aflicción, de un tipo u otro, es una de las
características del verdadero hijo de Dios y, con frecuencia,
sucede que la prueba toma la forma de una enfermedad.
¿Hemos de consternarnos entonces de que en algún
momento nos enfermemos? Si Job, David y Ezequías
tuvieron que sufrir, ¿quiénes somos nosotros para
sorprendernos porque no gozamos de buena salud?
Tampoco es de sorprender que suframos alguna
enfermedad, si reflexionamos en el gran beneficio que
obtenemos de ella. No sé qué beneficio habrá obtenido
Lázaro, pero son muchos los discípulos de Jesús que
hubieran sido de poca utilidad si no les hubiera aquejado
alguna dolencia. Los hombres fuertes tienden a ser duros,
autoritarios y antipáticos y, por esto, necesitan que los
pongan en el horno para que se derritan. Conozco a mujeres
cristianas que nunca hubieran sido tan gentiles, tiernas,
sabias, prácticas y santas de no haber sido apaciguadas
por algún dolor físico. Hay frutas en el huerto de Dios, al
igual que en el del hombre, que no maduran sino hasta que
las magullan. Las mujeres jóvenes que tienden a ser
volátiles, engreídas o imprudentes, a menudo aprenden a
ser dulces y radiantes después de una enfermedad tras otra
que les enseña a sentarse a los pies de Jesús. Muchos han
podido decir con el salmista: “Bueno es para mí ser afligido,
para que aprenda tus estatutos” (Sal. 119:71 LBLA18). Por
esta razón, aun las que son muy favorecidas y benditas
entre las mujeres pueden sentir que una espada les
atraviesa el corazón. “Una espada traspasará tu misma
alma, para que sean revelados los pensamientos de muchos
corazones” (Lc. 2:35).
Muchas veces, la enfermedad de los amados del Señor
es para el bien de otros. Lázaro enfermó y murió para que
por su muerte y resurrección se beneficiaran los Apóstoles.
Su enfermedad fue “para gloria de Dios”. A través de los
siglos, desde la enfermedad de Lázaro, todos los creyentes
han derivado algún bien de ella y esta tarde estamos todos
mucho mejor porque enfermó y murió. La Iglesia y el mundo
pueden derivar beneficios inmensos por los sufrimientos de
hombres buenos: el indiferente puede ser conmovido, el que
duda puede ser convencido, el impío puede ser convertido y
el que sufre puede ser confortado por medio de nuestro
testimonio cuando estamos enfermos y, siendo esto así,
¿por qué quisiéramos evitar el dolor y la debilidad? ¿Acaso
no queremos que nuestros amigos digan de nosotros
también: “Señor, he aquí el que amas está enfermo”?
N : Las
UESTRO TEXTO, NO OBSTANTE, NO SOLO REGISTRA EL HECHO, SINO QUE MENCIONA UN INFORME DE DICHO HECHO
hermanas mandaron avisar a Jesús. Mantengamos una
correspondencia constante con nuestro Señor, contándole
todo… Jesús sabe todo sobre nosotros, pero es un gran
alivio revelarle nuestros sentimientos. Cuando los
discípulos desconsolados de Juan el Bautista vieron a su
líder decapitado, tomaron el cuerpo, lo enterraron y fueron y
“dieron las nuevas a Jesús” (Mt. 14:12). Es lo mejor que
pudieron haber hecho. En todas las tribulaciones, enviemos
un mensaje a Jesús y no nos guardemos nuestro dolor. Con
él, no hay necesidad de ser reservados. No hay ningún
temor de que nos trate con fría soberbia, sin corazón o cruel
traición. Él es un confidente que nunca nos traiciona, un
Amigo que nunca nos rechaza.
Contamos con esta hermosa esperanza que nos motiva a
contarle todo a Jesús: la seguridad de que él nos sostiene
en medio del sufrimiento. Si acudimos a Jesús y le
preguntamos: “Señor de toda gracia, ¿por qué estoy
enfermo? Creía serte útil mientras gozaba de buena salud y
ahora no puedo hacer nada; ¿por qué sucede esto?”. Es
posible que le plazca mostrarnos el por qué o, si no, nos
dará la voluntad para someternos con paciencia a su
voluntad, aunque no la comprendamos. Él puede revelarnos
su verdad para alentarnos, fortalecer nuestro corazón con
su presencia o enviarnos consuelos inesperados y
concedernos que nos gloriemos en nuestras aflicciones.
“Oh pueblos; derramad delante de él vuestro corazón; Dios
es nuestro refugio” (Sal. 62:8). No en vano Marta y María
enviaron avisar a Jesús y, no en vano, buscamos su rostro.
Recordemos también que Jesús puede sanar. No sería
sabio vivir por una fe imaginaria y rechazar al médico y sus
medicamentos, así como tampoco sería sabio descartar al
carnicero, al sastre o pretender alimentarnos y vestirnos por
fe; pero esto sería mucho mejor que olvidar por completo al
Señor y confiar sólo en el hombre. La salud, tanto para el
cuerpo como para el alma, ha de buscarse en Dios.
Tomamos remedios, pero estos no pueden hacer nada
aparte del Señor, “que sana todas nuestras dolencias” (Sal.
103:3). Podemos contarle a Jesús nuestros dolores y
sufrimientos, nuestra debilitación gradual y nuestra tos
incontrolable. Algunas personas temen acudir a Dios para
hablarle de su salud, le piden perdón del pecado, pero no se
atreven a pedirle que les quite un dolor de cabeza a pesar
de que, si Dios cuenta los cabellos de nuestra cabeza, que
son algo externo, no es un favor más grande de su parte
aliviar las palpitaciones y las presiones que tenemos dentro
de la cabeza. Nuestras más grandes aflicciones, sin duda,
son muy pequeñas para el gran Dios, así como nuestras
pequeñeces no pueden ser todavía más pequeñas para él.
Es una prueba de la grandeza de la mente de Dios que, a la
vez que gobierna los cielos y la tierra, no está tan ocupado
en eso como para olvidar los sufrimientos o las necesidades
de ni siquiera uno de sus pobres hijos. Podemos acudir a él
y hablarle del problema que tenemos con nuestra
respiración, porque fue quien, en primer lugar, nos dio los
pulmones y la vida. Podemos contarle de cómo nos está
fallando la vista y de que ya no oímos bien como antes
porque él nos dio la vista e hizo los oídos. Podemos
mencionarle la rodilla inflamada, el dedo doblado, el cuello
rígido y el pie torcido porque los hizo a todos, los redimió a
todos y los resucitará a todos. Vayan ya mismo y díganle:
“Señor, he aquí el que amas está enfermo”.
E L
N TERCER LUGAR, TOMEMOS NOTA EN EL CASO DE Es
ÁZARO, UN RESULTADO QUE NO HUBIÉREMOS ESPERADO.
indudable que cuando María y Marta mandaron avisar a
Jesús, esperaban ver a Lázaro curado en cuanto el
mensajero le diera la noticia al Maestro, pero no fue así. El
Señor permaneció en el mismo lugar durante dos días y no
fue hasta enterase de que Lázaro había muerto que habló
de ir a Judea. Esto nos enseña que Jesús puede estar
informado de nuestras tribulaciones y, aun así, actuar como
si no le importara. No debemos esperan en cada caso que
la oración pidiendo sanidad sea contestada; si así fuera, no
moriría nadie que tuviera un niño, un amigo o un conocido
que ora por él. En nuestras oraciones intercesoras por la
vida de los hijos amados de Dios, no olvidemos que podría
haber una plegaria que se cruza con la nuestra. De hecho,
Jesús ora: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que
donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean
mi gloria” (Jn. 17:24). Oramos pidiendo que algún ser
querido no nos deje, pero cuando nos damos cuenta que
Jesús lo quiere en el cielo, qué podemos hacer más que
reconocer su soberanía y decir: “No sea como yo quiero,
sino como tú” (Mt. 26:39). En nuestro propio caso, podemos
pedirle al Señor que nos sane y, aunque nos ama, puede ser
que permita que empeoremos hasta morir. A Ezequías le dio
quince años más, pero podría ser que a nosotros no nos dé
ni uno más. Nunca valore tanto la vida de un ser querido y ni
siquiera la suya propia, tanto como para rebelarse contra el
Señor. Si se está aferrando con demasiada fuerza a la vida
de un ser querido, está fabricando una vara para su propia
espalda. Si ama tanto su propia vida terrenal, está
fabricando una almohada de espinas para su lecho de
muerte. A menudo los hijos son ídolos y, en esos casos,
amarlos demasiado es idolatría… ¿Será el polvo tan querido
para nosotros como para altercar con Dios por su causa? Si
el Señor nos deja sufrir, no nos quejemos. Él tiene que hacer
por nosotros lo más compasivo y lo mejor porque nos ama
mejor de lo que nos amamos nosotros mismos.
Si me dicen y preguntan: “Sí, Jesús permitió que Lázaro
muriera, ¿pero acaso no lo resucitó? Les respondo: “Él es
la resurrección y la vida para nosotros también”.
Consolémonos en cuanto a los que ya han partido
recordando las palabras: “Tu hermano resucitará” (Jn.
11:23) y todos los que ciframos nuestra esperanza en
Jesús, participaremos en la resurrección de nuestro Señor.
No solamente vivirán nuestras almas, sino también nuestros
cuerpos resucitarán incorruptibles. La tumba será crisol y
este cuerpo impío se levantará sin su impiedad.
Algunos cristianos sienten gran aliento pensando que
vivirán hasta que el Señor venga, escapando así de la
muerte. Confieso que no creo que esto sea preferible, pues
lejos de tener una ventaja sobre los que han muerto, los que
vivan hasta su venida, perderán un punto de comunión, por
no morir y resucitar como su Señor. Amados, todas las
cosas son suyas y la muerte es una de ellas, mencionada
expresamente en la lista de Romanos 8:35-37. Por lo tanto,
no le tengamos terror, sino más bien “anhelemos la noche
para desvestirnos y poder descansar con Dios”19.
C “Amaba Jesús a Marta, a su hermana y a
ONCLUYO CON UNA PREGUNTA:
Lázaro”; ¿le ama Jesús a usted en un sentido especial? Ay,
muchos enfermos no cuentan con ninguna evidencia de
algún amor especial de Jesús por ellos porque nunca han
buscado su rostro ni han confiado en él. Jesús podría
decirles: “Nunca os conocí” (Mt. 7:23), pues le han dado la
espalda a su sangre y a su cruz. Conteste en su corazón
esta pregunta, querido amigo: “¿Ama usted a Jesús?” Si lo
ama es porque él lo amó primero a usted (1 Jn. 4:19).
¿Confía en él? Si confía en él, esa fe suya es prueba de que
él lo amó desde antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4)
porque la fe es una muestra de su compromiso con su
amado… Si Jesús lo ama a usted y está enfermo,
demuestre a todo el mundo cómo glorifica a Dios en su
enfermedad. Procure que sus amigos y enfermeras vean
cómo el Señor alienta y reconforta a sus amados. Haga que
su resignación santa los llene de asombro y los impulse a
admirar a su Amado, quien es tan bueno con usted que le da
felicidad en el dolor y alegría a las puertas del sepulcro. ¡Si
de algo vale su religión, lo sostendrá ahora!
Tomado de un sermón predicado ante una reunión de mujeres
discapacitadas en Mentone, Francia.
EL GRAN DADOR
A.W. Pink (1886-1952)
“El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por
todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las
cosas?”
(Romanos 8:32).
Este versículo en Romanos 8, nos da un ejemplo de la
lógica divina. Contiene una conclusión que se deriva de esta
premisa: Dios entregó a Cristo por todo su pueblo, por lo
tanto, todo lo demás que éste necesite es seguro que
también se lo dará. Hay muchos ejemplos en las Sagradas
Escrituras de esta lógica divina. “Y si la hierba del campo
que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así,
¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?” (Mt.
6:30). “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con
Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando
reconciliados, seremos salvos por su vida.” (Ro. 5:10).
“Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas
a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los
cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mt. 7:11). Por
lo tanto, aquí en nuestro texto, el razonamiento es irresistible
y va directamente a la mente y al corazón.
Nuestro texto nos revela el carácter lleno de gracia de
nuestro Dios amante manifestado por el don de su Hijo. Y
esto, no sólo es para que lo sepamos, sino también para
consuelo y seguridad en nuestros corazones. El don de su
propio Hijo es la garantía de Dios a su pueblo de que le dará
todas las bendiciones que necesite. Lo más grande incluye
lo más pequeño: Su don espiritual inefable es la promesa de
que contaremos con todas los favores temporales que
necesitemos. Notemos lo siguiente:
1.E P Esto nos presenta un aspecto de la
L SACRIFICIO COSTOSO DEL ADRE.
verdad que me temo raramente meditamos. Nos encanta
pensar en el amor maravilloso de Cristo, quien fue más
fuerte que la muerte y quien estimó que ningún sufrimiento
era demasiado grande por su pueblo. Pero, ¡qué debe haber
sentido el corazón del Padre cuando su Amado dejó su
patria celestial! Dios es amor y nada hay que sea más
sensible que el amor. No creo que la Deidad no sienta
emociones, que sea estoico20 como lo presentaban los
teólogos y escritores de la Edad Media. Creo que enviar a
su Hijo fue algo que el corazón del Padre sentía, que
significaba un gran sacrificio de su parte.
Dele la importancia debida, entonces, al hecho solemne
de que: ¡Dios “no eximió ni a su propio Hijo”! ¡Palabras
expresivas, profundas y emocionantes, sabiendo muy bien,
como solo él podía, todo lo que la redención involucraba: La
Ley rígida y férrea que exige una obediencia perfecta y la
muerte de sus transgresores; justicia, severa e inexorable,
que requiere total satisfacción, que “de ningún modo tendrá
por inocente al malvado” (Éx. 34:7)! No obstante, no se
negó a dar en sacrificio lo único que podía aplicarse al caso.
Dios “no eximió ni a su propio Hijo”, no vaciló, aunque
sabía muy bien lo humillante e ignominioso que sería el
pesebre de Belén, la ingratitud de los hombres, el no tener
dónde recostar su cabeza, el odio y la oposición de los
impíos y la enemistad y las heridas infligidas por Satanás.
Dios no cambió ninguno de los requisitos santos de su trono,
ni eliminó ni un ápice de su terrible maldición. No, no eximió
ni a su propio Hijo. Se requería pagar hasta el último
centavo, las últimas gotas de la ira tenían que ser bebidas.
Aun cuando su Hijo amado clamó desde el huerto: “Padre, si
quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad,
sino la tuya” (Lc. 22:42), Dios no lo hizo. Aun cuando manos
viles lo habían clavado en el madero, Dios clamó:
“Levántate, oh espada, contra el pastor, y contra el hombre
compañero mío, dice Jehová de los ejércitos. Hiere al
pastor, y serán dispersadas las ovejas; y haré volver mi
mano contra los pequeñitos” (Zac. 13:7).
2.L P “Sino que lo entregó para todos
OS DESIGNIOS DE LA GRACIA DEL ADRE.
nosotros”. Aquí nos dice por qué el Padre hizo un sacrificio
tan costoso: ¡No le perdonó la sentencia a Cristo para poder
perdonar la nuestra! No fue por falta de amor por el
Salvador sino ¡por el amor maravilloso, sinigual y sin medida
por nosotros! ¡Oh, maravillémonos ante los designios
extraordinarios del Altísimo! “Porque de tal manera amó
Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que
todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna” (Jn. 3:16). Por cierto que, tanto amor sobrepuja todo
entendimiento. Además, no hizo este sacrificio costoso a
regañadientes ni con renuencia, sino libremente por amor…
“lo entregó” a la vergüenza y las escupidas, al odio y la
persecución, al sufrimiento y a la muerte misma. ¡Y lo
entregó por nosotros, descendientes del rebelde Adán,
depravado y corrupto, vil y despreciable! Por nosotros que
nos “fuimos lejos” de la casa del Padre, rebelándonos contra
él y malgastando allí nuestros bienes viviendo perdidamente
(Lc. 15:13). Sí, “por todos nosotros” que nos hemos
descarriado como ovejas, yendo cada cual “por su propio
camino” (Is. 53:6). Nosotros que “éramos por naturaleza
hijos de ira, lo mismo que los demás” en quienes nada bueno
había (Ef. 2:3). ¡Por nosotros que nos rebelamos contra
nuestro Creador, aborrecimos su santidad, despreciamos su
Palabra, quebrantamos sus mandamientos y resistimos a su
Espíritu! Por nosotros que bien merecíamos ser echados al
fuego eterno y recibir la paga de nuestros pecados (Ro.
6:23).
Sí, por usted hermano cristiano que, a veces, se siente
tentado a interpretar sus aflicciones como muestras de la
dureza de Dios, que considera su pobreza como evidencia
de su negligencia y sus rachas de oscuridad como
evidencias de su deserción. Oh, confiésele la maldad de sus
dudas deshonrosas y nunca vuelva a cuestionar el amor de
Aquel que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó
por todos nosotros (Ro. 8:32).
La fidelidad a su Palabra exige que señale la palabra
“todos”. En el versículo 31 encontramos la pregunta: “Si
Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?”. Los
“nosotros” son los más favoritos del cielo, el objeto de su
gracia soberana: Los escogidos de Dios. No obstante, en sí
mismos, por naturaleza y práctica, no son más que
merecedores de su ira. Pero, a Dios gracias, se trata de
todos nosotros. Los peores, al igual que los mejores…
3. L A INFERENCIAE Reflexione bien en la gloriosa
BENDITA DEL SPÍRITU.
“conclusión” a la que aquí llega el Espíritu de Dios por la
realidad maravillosa de la primera parte de nuestro texto: “El
que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por
todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las
cosas?”. ¡Qué contundente y qué reconfortante es el
razonamiento inspirado del Apóstol! Argumentando de lo
mayor a lo menor, procede a asegurar al creyente la buena
disposición de Dios de darle gratuitamente todas las
bendiciones que necesita. El don de su propio Hijo, dado tan
libremente y sin reservas, es la promesa de dar todos los
demás favores que necesita.
Aquí está la garantía segura y la provisión divina que da
tranquilidad perpetua al espíritu caído del creyente afligido.
Si Dios ha hecho lo máximo, ¿no hará lo mínimo? El amor
infinito jamás puede cambiar. El amor que no eximió a
Cristo, no le puede fallar a sus demás hijos ni negarles
ninguna de las bendiciones que necesitan. Lo triste es que
pensamos demasiado en lo que no tenemos, en lugar de lo
que sí tenemos. Por lo tanto, el Espíritu de Dios calma aquí,
nuestros inquietos pensamientos egocéntricos y calma
nuestras lamentaciones ignorantes con un conocimiento de
la verdad que satisface el alma, recordándonos, no sólo la
realidad de los beneficios del amor de Dios, sino también la
amplitud de esa bendición que fluye de él.
Dele la importancia debida a lo que involucra la lógica de
este versículo. Primero, si el gran Don fue dado sin que
fuera pedido; ¿cómo no dará otros que sí son pedidos?
Ninguno de nosotros le rogó a Dios que enviara a su
Amado, no obstante, ¡lo envió! Por lo tanto, ahora podemos
acercarnos al trono de gracia y allí presentar nuestras
peticiones en el nombre precioso y eficaz de Cristo.
Segundo, si el gran Don le costó tanto, ¿cómo no
otorgará los dones pequeños que no le cuestan nada, sino
el placer de darlos? Si un ser querido me regalara una
piedra preciosa, ¿acaso rechazaría la cajita en que viene?
¿Cuánto menos Aquel que no eximió ni a su propio Hijo le
negará alguna cosa buena a los que andan en integridad
(Sal. 84:11)?
Tercero, si el gran Don nos fue dado cuando éramos
enemigos, ¿cómo no nos hará objeto de su gracia ahora
que nos hemos reconciliado con él y somos sus amigos? Si
tenía designios de misericordia para nosotros cuando
todavía estábamos en nuestro pecado, ¿cómo no ha de
tener muchos más ahora que hemos sido limpiados de todo
pecado por la sangre preciosa de su Hijo?
4.L Observe el tiempo futuro usado aquí. No
A PROMESA RECONFORTANTE.
dice que “nos dio libremente también con él todas las
cosas”, aunque esto es igualmente cierto porque, incluso
ahora, somos “herederos de Dios” (Ro. 8:17). Pero nuestro
texto indica algo más. Dice “dará” o sea, sin costo alguno.
La segunda mitad de este versículo maravilloso contiene
más que un registro del pasado: Brinda una confianza
segura, tanto para el presente como para el futuro. Este
“dará” no indica un límite de tiempo. Ahora para el presente y
por siempre jamás para el futuro, Dios se manifiesta a sí
mismo como el Gran Dador. No retendrá nada que sea para
su gloria y para nuestro bien. El mismo Dios que entregó a
Cristo por nosotros, obra sin “mudanza, ni sombra de
variación” (Stg. 1:17).
Piense en la manera como Dios da: “Concede” o sea que
da porque tiene voluntad de hacerlo. Dios no necesita ser
persuadido. No hay en él ninguna renuencia que tenemos
que vencer. Siempre está más dispuesto a conceder que
nosotros a recibir. Además, no concede nada a nadie por
obligación. Si así fuera, lo haría por necesidad, en lugar de
hacerlo por su propia voluntad. Recuerde siempre que tiene
todo el derecho de hacer con los suyos lo que le plazca.
Tiene la libertad de conceder sus favores a quien él quiera.
La palabra conceder, no sólo significa que Dios no está
bajo ninguna obligación, sino también que no cobra lo que
concede, no le pone precio a sus bendiciones… No, bendito
sea su nombre, Dios nos concede dones “sin dinero y sin
precio” (Is. 55:1), sin merecerlos y sin haberlos ganado.
Por último, regocíjese por lo exhaustivo de esta promesa:
“¿Cómo no nos concederá también con él todas las
cosas?”. El Espíritu Santo nos alegra dándonos la medida
de esta maravillosa dádiva de Dios. ¿Qué necesita,
hermano cristiano? ¿El perdón? De ser así, ¿acaso no ha
dicho: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo
para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda
maldad”? (1 Jn. 1:9). ¿Necesita gracia? De ser así, ¿acaso
no ha dicho: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en
vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en
todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena
obra”? (2 Co. 9:8). ¿Necesita una “espina en la carne”?
Esto también le será dado: “Me fue dado un aguijón en mi
carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que
no me enaltezca sobremanera” (2 Co. 12:7). ¿Necesita
descanso? Entonces responda a la invitación del Salvador:
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo
os haré descansar” (Mt. 11:28). ¿Necesita consuelo?
¿Acaso no es él, el Dios de toda consolación? “Bendito sea
el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de
misericordias y Dios de toda consolación (2 Co. 1:3).
“¿Cómo no nos concederá también con él todas las
cosas?”. ¿Son gracias temporales las que necesita el
lector? ¿Son sus circunstancias tan adversas que lo llenan
de presagios funestos? ¿Le parece que su vasija de aceite
y su tinaja de harina pronto estarán completamente vacías
(1 R. 17:14-16)? Entonces descríbale a Dios sus
necesidades y hágalo con una fe sencilla como la de un
niño. ¿Cree usted que le concedería las bendiciones de
gracia más grandes y le negaría las más pequeñas de su
Providencia? No, “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta
conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Fil.
4:19).
Es cierto que no ha prometido darnos todo lo que pedimos
porque, a menudo, pedimos “mal”. Tome nota de la cláusula
calificativa: “¿Cómo no nos concederá también con él todas
las cosas?”. Con frecuencia queremos cosas que se
interpondrían entre Cristo y nosotros si las recibiéramos; por
lo tanto, Dios en su fidelidad no las concede… Quiera el
Señor agregar su bendición a esta pequeña meditación.
Tomado de Comfort for Christians (Consuelo para los cristianos).
CRISTO, LA FUENTE DE CONSOLACIÓN
Octavius Winslow (1808-1878)
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de
misericordias y Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3).
Está en el corazón de Dios el querer reconfortar a su
pueblo. Tenemos que empezar con esta verdad central.
Toda consolación para cualquier sufrimiento surge de la
comprensión y, la comprensión, es un reflejo del corazón.
Toda consolación divina es el puro reflejo del corazón de
Dios. ¡Oh, qué deficientes somos en enfocar esta verdad! El
corazón de Dios es nuestro corazón: En él moramos y
estamos como en un hogar y dentro de él. ¿Podemos dudar
de su corazón por un momento cuando en su pecho
encontró al Cordero para ofrecer en sacrificio por nuestro
pecado? Si pues, no escatimó a su propio Hijo, sino que lo
dio por todos nosotros (Ro. 8:32), ¿podemos tener alguna
duda que apague la esperanza de consolación de Dios que
anida en lo más hondo de nuestro más profundo sufrimiento
y congoja? En el mismo corazón que Jesús nos dio, se
encuentra la fuente divina de toda consolación verdadera
que fluye a nuestro lado en este valle de lágrimas.
H D
IJA DE AFLICCIÓN, HIJO DE TRIBULACIÓN: Son de usted cada
IOS LO AMA CON TODO SU CORAZÓN.
pulso de vida, cada latido de amor, cada flujo de compasión
y cada gota de comprensión. El corazón de Dios habla a su
corazón. Su profundo amor está en sintonía con el profundo
dolor de usted. ¿Acaso lo duda? Escuche su mandato a su
siervo, el Profeta: “Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice
vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a
voces que su tiempo es ya cumplido, que su pecado es
perdonado; que doble ha recibido de la mano de Jehová por
todos sus pecados” (Is. 40:1-2). Tome nota de la ternura de
la consolación de Dios. Es como el corazón de una madre.
¿Quién puede tener un corazón tan lleno de amor, ternura y
comprensión como el de ella? Tome nota de las palabras
conmovedoras: “Como aquel a quien consuela su madre, así
os consolaré yo a vosotros” (Is. 66:13). ¿De qué manantial
de amor tan puro, de qué fuente de sensibilidad tan
profunda, de qué vertiente tan dulce, fluyen la comprensión y
consolación en tiempos de adversidad y dolor como el de
ella? El corazón de la madre es el primer lugar donde entra
el amor y el último del que sale. Nace cuando nacemos
nosotros, crece con nuestro crecimiento y se aferra a
nosotros a lo largo de todos los cambios de la vida. Sonríe
cuando nosotros sonreímos y llora cuando nosotros
lloramos. Cuando los años han nublado la vista, la cabeza
está cubierta de canas y las nieves de muchos inviernos
encorvan su cuerpo, el amor de madre sigue siendo tan
profundo, vivaz y cálido como cuando tuvo en sus brazos su
tesoro recién nacido. Así también es la consolación con la
que Dios consuela a su pueblo. “Como aquel a quien
consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros” (Is.
66:13).
Hemos presentado la idea de las consolaciones de Dios
como maternales. También nos consuela como un padre.
Todas las medidas correctivas de Dios son paternales,
igualmente, lo es su consuelo. La mano que mata, la mano
que da vida, la mano que hiere y la mano que venda es la
mano del Padre. “Si soportáis la disciplina, Dios os trata
como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no
disciplina?” (He. 12:7). “Como el padre se compadece de
los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (Sal.
103:13). Esta imagen encuentra eco en el corazón de cada
padre y cada madre. ¡Qué calma da descubrir que la
disciplina de una prueba viene de la mano de un Padre! Él
nos reprende, amonesta y corrige como lo hace un padre
con los hijos que ama y esto suaviza, calma y cura nuestras
heridas. “Si esta copa viene de mi Padre”, exclama el hijo
afligido, “entonces la beberé sin quejarme. Me ha herido el
corazón de lado a lado. Puede haberme afligido, pero sigue
siendo mi Padre y yo le ofreceré mi reverencia,
sometiéndome silenciosa y sumisamente a la vara que sólo
el amor ha enviado y que ya está brotando para convertirse
en una fruta preciosa, haciéndome partícipe de su santidad”.
A P
CEPTE PUES, EL CONSUELO CON QUE EL No se
ADRE BUSCA SOSTENERLO Y CALMARLO EN SU CALAMIDAD PRESENTE.
niegue a ser consolado. Rechazar la consolación divina
porque la mano de Dios lo ha golpeado, es aferrarse a un
espíritu contrariado y rebelde contra Dios. El rechazo
persistente a todas las promesas, garantía y consolaciones
de su Padre celestial, dice: “Dios me ha herido profunda y
dolorosamente, no puedo perdonarlo y no puedo olvidar la
ofensa”. ¿Tiene razón para estar tan indignado? Por amor,
oscureció su hogar con la muerte ¿o es que transfirió la flor
terrenal para que floreciera en el paraíso celestial?
¿Rechazará ahora la consolación que sinceramente
derramaría en su corazón, exclamando con el espíritu de
contumacia y rebeldía: “Mi alma rehúsa consuelo”? ¡Dios no
lo quiera! Rinda su corazón a ese consuelo como la flor
sedienta al rocío y, con profunda gratitud, exclame: “Bendito
sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de
misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos
consuela en todas nuestras tribulaciones” (2 Co. 1:3-4). ¡Es
un gozo pensar que en su propio corazón infinito, en el pacto
de su gracia, en el evangelio de su amor y en nuestro Señor
Jesucristo, ha provisto consuelo para todos los sufrimientos
de su pueblo! No puede aparecer ninguna prueba nueva en
su camino, ningún dolor que empañe su espíritu, ninguna
calamidad nueva que lo aplaste contra el suelo, que el Dios
de toda consolación no haya anticipado en el consuelo que
ha provisto a su Iglesia. “¡Cuán grande es tu bondad, que
has guardado para los que te temen, que has mostrado a los
que esperan en ti, delante de los hijos de los hombres!” (Sal.
31:19).
Y
¡ S J
QUÉ CONSUELO ES EL EÑOR No puede haber ninguna
ESUCRISTO PARA SU PUEBLO!
revelación de Dios como el Dios de toda consolación,
excepto por medio de Cristo. Él es el Depositario de nuestra
consolación, tanto que es llamado “la consolación de Israel”
(Lc. 2:25). Cristo es nuestro consuelo y el Espíritu Santo es
nuestro Consolador. ¿Quién puede escuchar estas palabras
de ternura y amor que brotan de sus labios para los
corazones dolientes de sus discípulos en víspera de ser
separados de él y no sentir que Cristo es realmente la
consolación de su pueblo? “No se turbe vuestro corazón;
creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre
muchas moradas hay” (Jn. 14:1-2).
¿Surge su dolor de un sentimiento de pecado? La sangre
de Jesús perdona. ¿Es por una convicción de condenación?
La justicia de Cristo justifica. ¿Es el poder del pecado en
usted? La gracia de Jesús lo vence. ¿Es por alguna
necesitad temporal urgente? Todos sus recursos se
encuentran en Jesús y él ha prometido suplir todas sus
necesidades para que no le falten el pan y el agua. ¿Es su
sufrimiento debido al profundo dolor de haber perdido a un
ser querido? ¿Dónde podría encontrar una compasión tan
tierna como la del corazón de Jesús de quien está escrito
“Jesús lloró”? (Jn. 11:35). ¿Quién puede consolar ese dolor
más que Cristo? Él puede consolar y lo hace. ¿Corre usted
algún peligro o se encuentra ante una dificultad que parece
imposible de superar? Cristo es todo poder y él lo defenderá
contra su enemigo y quitará de su camino la piedra de
tropiezo. ¿Alguna enfermedad o declinación en su salud
afecta su espíritu? Aquel que “tomó nuestras enfermedades”
(Mt. 8:17) es su consolación ahora y no lo dejará sufrir solo.
Él puede curar su mal con una palabra o tender su cama en
medio de la enfermedad con el sostén de su gracia y las
manifestaciones de su amor, de manera que pueda seguir
allí con paciencia todo el tiempo que a él le plazca…
A D Dios quiere que lo use
PRENDA DE ESTE TEMA A LLEVARLE DE INMEDIATO SUS PROBLEMAS A IOS.
como el Dios de toda consolación. ¿Por qué se daría a
conocer como tal si no quisiera que usted recurra a él
inmediatamente y sin vacilación en cada tribulación? Estas
son enviadas con este propósito, que tenga “ahora…
amistad con él”. Muchas pobres almas han conocido por
primera vez a Dios en medio de alguna tribulación profunda
y dolorosa. No fue hasta que Dios les quitó de raíz todos los
consuelos terrenales que pudieron ver que habían estado
viviendo sin Dios.
Pero es en las etapas avanzadas de nuestra vida de fe
cuando sabemos más del carácter de Dios; aprendemos
más de su corazón amante y su Palabra revelada cuando
recurrimos a él en nuestras tribulaciones para recibir el
consuelo que sólo él puede dar. ¡Oh, la bendición de la
cercanía divina que ha resultado de nuestros sufrimientos!...
Y no debemos ignorar los diversos medios con los cuales
Dios nos conforta. Nos conforta con sus palabras y las
doctrinas, promesas y normas que en ella encontramos.
Nos conforta por medio de la oración, atrayéndonos a su
trono de misericordia y a tener comunión con él por medio
de Cristo. ¡Qué consuelo fluye a través de este medio! En el
momento que nos despertamos y nos entregamos a la
oración, tenemos conciencia de una quietud mental y una
calma indescriptible en el corazón. La oración ha alivianado
la carga, disuelto los nubarrones y dado pruebas de ser una
entrada para la paz, el gozo y la esperanza que sobrepasan
todo entendimiento y están llenas de gloria… Tampoco
olvidemos que Dios, a menudo, consuela a su pueblo
quitando todo consuelo aparte de él. Le dijo a su Iglesia: “He
aquí que yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su
corazón” (Os. 2:14). ¿Lo está llevando a usted, muy amado,
al desierto de la separación, la tribulación o la soledad?
Puede estar seguro que es para confortarlo, para hablarle a
su corazón y para revelarse como el “Dios de toda
consolación, el cual nos consuela en todas nuestras
tribulaciones”.
A SÍ ES COMO APRENDEMOS QUE, SI VAMOS A RECIBIR VERDADERA CONSOLACIÓN, TENEMOS QUE APRESURARNOS A RECURRIR AL CIELO CON FE
Es un tesoro que no existe sobre la tierra. Es una
PARA OBTENERLA.
joya del cielo, una flor del paraíso que no existe en ninguna
mina ni crece en ningún jardín terrenal. Podemos labrar
nuestras propias cruces, pero no podemos fabricar nuestro
propio consuelo. Si lo buscamos entre los mortales, no
hacemos más que buscar lo vivo entre lo muerto…
¿Le ha dado Jesús consuelo en exceso? Vaya y derrame
el exceso en algún corazón herido. Recuerde uno de los
propósitos de la consolación de Dios es “para que podamos
también nosotros consolar a los que están en cualquier
tribulación, por medio de la consolación con que nosotros
somos consolados por Dios” (2 Co. 1:4). Qué privilegio tan
grande, santo y divino, poder ir al hogar enlutado, al cuarto
del enfermo, a su lecho, al creyente en Jesús que pasa por
alguna adversidad o al hijo de luz que anda en oscuridad, y
fortalecerle y reconfortarlo en Dios. Teniendo esto como
nuestra misión, seamos imitadores de Dios, el “Dios de toda
consolación”.
Quiero recordarle con qué fuente de consolación cuenta
usted: Su Dios es este Dios de toda consolación. Dado que
usted posee las corrientes, las corrientes que lo llevan a su
manantial, entonces todo lo que está en Dios es suyo.
Supongamos que el suyo es un caso de sufrimiento
extremo. Imaginémonos que tiene problemas familiares, que
está abatido por sus circunstancias, sin amigos y sin hogar.
Sin embargo y a pesar de todo esto, pongo todo en balanza
y afirmo que pesa más la verdad de que el Dios de toda
consolación es su Dios. Sabiendo que esta bendición pesa
infinitamente más que toda su carencia y su dolor, le ruego
que haga que la soledad por la que está pasando se
convierta en un eco que reverbere con sus gritos de gozo y
sus cantos de alabanza.
¿Qué si su hogar está desolado y sus provisiones son
escasas? ¿Qué si su corazón se siente solitario y su cuerpo
está enfermo? ¿Qué es todo esto si Dios es su Dios, si
Cristo es su Salvador y si el cielo es su morada? ¡En medio
de sus pruebas, sufrimientos y dolores, tiene más razón
para ser feliz y para cantar que la que tienen los ángeles
más esplendorosos delante de trono! La posición de estos
es su propia justicia, la de usted es la justicia de Dios. ¡Ellos
adoran a Dios desde una distancia discreta, usted lo hace
de cerca porque entra en el santuario por la sangre de
Cristo y lo llama “Padre”!
¿Acaso no es un consuelo tener la seguridad de que
Cristo es suyo y que usted es de Cristo? Con un Salvador y
Amigo así, con un Defensor e Intercesor en el cielo como
Jesús, ¡qué reconfortado debiera estar en todas sus
tribulaciones! Jesús lo conoce, otros quizá no. El mundo
hostiga, los santos juzgan; los amigos no comprenden y los
enemigos condenan, sólo porque no lo conocen o no lo
pueden comprender. ¡Jesús lo conoce! Que esto le baste.
Qué reconfortante que puede usted admitirlo en cada rincón
de su alma y en cada secreto de su corazón con la
seguridad de que él todo lo ve, todo lo sabe y todo lo
comprende…
¡Oh, vivir con Jesús independientemente de los santos y
en un plano superior que el mundo! Eso es consuelo
verdadero. El instante cuando percibimos claramente que
“Cristo nos conoce plenamente: Nuestras debilidades
personales, nuestros sufrimientos secretos, nuestras
pruebas familiares, nuestras ansiedades profesionales, toda
nuestra vida interior”, somos reconfortados como ningún
amigo en la tierra o ángel en el cielo puede reconfortarnos.
¡Qué Cristo es el nuestro! Cuánto debemos amarlo, confiar
en él, servirle y, de ser necesario, sufrir y morir por él.
Tomado de Our God (Nuestro Dios), reimpreso por Soli Deo Gloria,
un ministerio de Reformation Heritage Books,
www.heritagebooks.org
_______________________
Octavius Winslow (1808-1878): Pastor no conformista, ejerció el
pastorado en Nueva York, EE.UU., en Leamington Spa, Bath, y en
Brighton, Inglaterra; nacido en Londres, Inglaterra.
REFLEXIONES SOBRE LA AFLICCIÓN
“Me llevó a la casa del banquete, y su bandera sobre mí
fue amor” (Cantares 2:4). La bandera es un emblema de
seguridad y protección, una señal de la presencia de un
huésped. Las personas que pertenecen a un ejército
acampan seguros bajo su bandera. Lo mismo hicieron los
hijos de Israel en el desierto; cada tribu mantenía sus
campamentos bajo su propio estandarte. Es también una
muestra de triunfo y victoria (Sal. 20:5). Cristo tiene una
bandera para sus santos y ésta es amor. Toda la protección
que reciben es por su amor y tendrán toda la protección que
su amor les puede dar. Esto los protege del infierno, la
muerte y todos sus enemigos. Cualquier cosa que los
presiona tiene que pasar por la bandera del amor del Señor
Jesús. Al hacerlo, cuentan con gran seguridad espiritual. —
John Owen
Vivimos en esta tierra tan hermosa y placentera –estamos
rodeados de un mundo que sonríe y es alegre—que si no
sufriéramos enfermedades, pruebas y desencantos,
olvidaríamos nuestra patria celestial y levantaríamos nuestra
tienda junto a esta Sodoma. Por eso es que el pueblo de
Dios pasa por grandes tribulaciones, por eso es que, a
menudo, es llamado a sufrir el ardor de la aflicción y la
ansiedad, o a llorar ante el sepulcro de aquellos a quienes
han amado con toda su alma. Es la mano del Padre que los
disciplina; es así como les quita su afecto por las cosas de
este mundo y lo fija solo en él, así los prepara para la
eternidad y corta uno por uno los hilos que atan sus
inconstantes corazones a este mundo. Sin duda, esta
disciplina es difícil por un tiempo, pero aun así hace aflorar
muchas gracias escondidas y corta muchas semillas
secretas de maldad, de manera que contemplaremos a
aquellos que más han sufrido brillando entre las estrellas
más brillantes del cielo. El oro más puro es el que ha estado
más tiempo en el horno del refinador. El diamante más
brillante es, a menudo, el que requiere ser más pulido y
lustrado. Pero nuestra leve aflicción dura solo un momento y
produce en nosotros un, cada vez más excelente y eterno,
peso de gloria (2 Co. 4:17). Los santos son hombres que
han salido de grandes tribulaciones, nunca permanecen ni
mueren en ellas. La última noche de llanto pronto pasará, la
última ola de problemas habrá acabado de rodar sobre
nosotros y, entonces, tendremos una paz que sobrepuja
todo entendimiento: Moraremos eternamente con el Señor.
—J.C Ryle
Tenemos que ser humillados. Por tanto, Dios nos coloca
en el fuego de la aflicción, en el crisol de la purificación. Él
tiene solo un objetivo: Librarse de la escoria y refinar el oro.
Pero en nuestra inmadurez escuchamos al diablo,
refunfuñamos y nos quejamos. “¿Por qué me está
sucediendo esto? Estoy tratando de ser un buen cristiano,
miren a aquellos otros”. Espero que nunca volvamos a
hablar así, cayendo víctimas de los engaños del diablo.
¿Acaso no puede ver usted que todo esto viene de Dios
quien, como su Padre, está manifestando su amor por usted
y revelando el gran propósito misericordioso y glorioso que
tiene para usted? Su intención es perfeccionarlo, hasta que
no tenga ni una “mancha ni arruga ni cosa semejante” (Ef.
5:27). Primero tiene que librarlo de mucha basura. —David
Martyn Lloyd-Jones
Dios quiere que sus santos conozcan por experiencia su
verdad y a Cristo, quien es la verdad. El cristiano que lo es
en teoría o el religioso solo de nombre es de poco valor. La
experiencia se logra en una relación personal con Cristo y
su evangelio. Todo los hijos de Dios reciben las enseñanzas
de Dios en la misma escuela; con la misma verdad y por
medio del mismo Maestro, da forma al “corazón de todos
ellos” (Sal. 33:15). Si pues, este conocimiento por
experiencia de la Biblia es resultado de la aflicción, ¡reciba
con gusto la disciplina, cuya vara de corrección florece y
produce un fruto tan dorado como éste! —Octavius Winslow
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Notes
[←1]
Providencia – “¿Cuáles son las obras de la providencia de
Dios? R. Las obras de la providencia de Dios son sus más
santas, sabias y poderosas, preservando su soberanía sobre
todas sus criaturas y todas las acciones de ellas” (Catecismo
de Spurgeon, P. 11).
[←2]
Omnisciencia – Posesión de todo conocimiento.
[←3]
Charles H. Spurgeon (1834-1892) – Predicador bautista
influyente.
[←4]
Dispensaciones – Actos y tratos divinos.
[←5]
Perdición – Ruina y destrucción completa.
[←6]
Samuel Rogers, “The Pleasures of Memory, Part 2” (Los
placeres de la memoria, Parte 2) en The Pleasures of Memory
and Other Poems (Los placeres de la memoria y otros poemas)
(Londres: Thomas Bensley, 1802).
[←7]
George Whitefield (1714-1770) – Reconocido predicador
inglés durante el Gran Despertar.
[←8]
Talento – En la época del Nuevo Testamento, una unidad de
dinero (aunque no necesariamente una moneda).
[←9]
William Carey (1761-1834) – Bautista inglés, conocido como “el
padre de las misiones modernas”.
[←10]
Christopher Wren (1632-1723) – Arquitecto inglés.
[←11]
Smithfield – Un área en el sector noroeste de Londres, donde
ejecutaban a los reformadores y herejes religiosos.
[←12]
LBLA (Siglas de La Biblia de las Américas) – El autor escribió
este artículo originalmente en inglés, usando la Versión King
James (KJV). La traducción de este versículo en la Reina
Valera 1960, versión que normalmente usamos, difiere algo de
la KJV y no incluye todo el pensamiento original del autor.
Aunque, por lo general, no coincidimos con la LBLA ni la
recomendamos, la hemos usado en este contexto porque la
traducción de este versículo se aproxima más al original hebreo
y el inglés de la KJV.
[←13]
Rama de romero – El romero es un arbusto perenne de la
familia de la menta de cuyo óleo emana un aroma fragante. En
la literatura y el folclor, es un símbolo de recuerdo y fidelidad.
La vara de Dios es, pues, un fragante recordatorio de su
fidelidad para con nosotros.
[←14]
LBLA (Siglas de La Biblia de las Américas) – El autor escribió
este artículo originalmente en inglés, usando la Versión King
James (KJV). La traducción de este versículo en la Reina
Valera 1960, versión que normalmente usamos, difiere algo de
la KJV y no incluye todo el pensamiento original del autor.
Aunque, por lo general, no coincidimos con la LBLA ni la
recomendamos, la hemos usado en este contexto porque la
traducción de este versículo se aproxima más al original hebreo
y el inglés de la KJV.
[←15]
Maniqueísmo también maniqueos – Discípulos de Mani (216-
277), filósofo iraní que sintetizó las ideas persas, cristianas y
budistas para formar el maniqueísmo. Esta religión persa
(iraní), gnóstica era una de las religiones principales del mundo
antiguo. Agustín era Maniqueo antes de su conversión a
Jesucristo. Una característica principal del sistema era que
Satanás era presentado como coeterno con Dios.
[←16]
Pacto de Gracia – La redención del propósito eterno de Dios y
de su gracia, concebida antes de la creación del mundo,
anunciada por primera vez en Génesis 3:15, revelada
progresivamente a través de la historia, cumplida en la persona
y obra de Jesucristo, y obtenida a través de él.
[←17]
Tabernáculo – Pablo se refiere aquí al cuerpo humano.
[←18]
LBLA (Siglas de La Biblia de las Américas) – El autor escribió
este artículo originalmente en inglés, usando la Versión King
James (KJV). La traducción de este versículo en la Reina
Valera 1960, versión que normalmente usamos, difiere algo de
la KJV y no incluye todo el pensamiento original del autor.
Aunque, por lo general, no coincidimos con la LBLA ni la
recomendamos, la hemos usado en este contexto porque la
traducción de este versículo se aproxima más al original hebreo
y el inglés de la KJV.
[←19]
“My Soul, Come Meditate the Day” (Alma mía, ven a meditar el
día), Isaac Watts (1674-1748).
[←20]
Estoico – Inafectado por el gozo, la tristeza, el placer y el
dolor.