Tesis Doctorado Alida Mayne-Nicholls
Tesis Doctorado Alida Mayne-Nicholls
FACULTAD DE LETRAS
“Espacios tomados:
Tesis presentada como requisito parcial para obtener el grado de Doctora en Literatura
Diciembre de 2018
Mayne-Nicholls 2
Espacios tomados:
Alida Mayne-Nicholls
Mayne-Nicholls 3
Resumen
Esta tesis analiza las representaciones de infancia que realizan dos escritoras de la primera
mitad del siglo XX en Chile: Gabriela Mistral y María Flora Yáñez. El centro de la investigación
es revisar específicamente las construcciones de niñas y de los espacios ficcionales en que se las
ubica en las rondas de Mistral —especialmente las publicadas en Ternura (1945)— y el libro
autobiográfico Visiones de infancia (1947) de Yáñez. Para profundizar en esta tarea, se plantearon
dos preguntas de investigación. La primera fue identificar las estrategias retóricas utilizadas por las
autoras. Una vez determinado este punto, la pregunta que guio la interpretación fue cuál es el
imaginario de infancia que Mistral y Yáñez construyen en sus obras. El análisis se inserta en el
paradigma de la literatura comparada, por cuanto la base teórica traspasa los límites de la teoría
literaria al incorporar las propuestas de lectura de los nuevos estudios de la infancia (childhood
studies) para el análisis de las representaciones de las niñas, y de la geografía cultural para la
capítulos. Los dos primeros abordan los aspectos más teóricos: primero se revisa el contexto de
producción de Mistral y Yáñez desde una perspectiva del estatus de las mujeres en las primeras
décadas del siglo XX; y luego se discute el concepto de infancia como una construcción cultural y
se exponen ciertos elementos a considerar en el análisis, como agencia, voz, inocencia y espacios.
Los dos capítulos siguientes abordan el análisis literario propiamente tal. En primer lugar, se
presenta la interpretación sobre las rondas de Mistral desde la idea de la niña agenciada en el espacio
exterior. Luego se aborda el texto de Yáñez, con la premisa de la niña encerrada en el espacio
íntimo. Finalmente se exponen las conclusiones de la investigación. Estas destacan, por un lado, el
carácter político y revolucionario de las rondas mistralianas, al punto de traspasar los límites del
modelo establecido y dar cuenta de una estética de la ronda; y, por otro, se releva la propuesta del
Índice
Capítulo 1. Contexto y construcción de las mujeres en la primera mitad del siglo XX: Las
La construcción de un relato 46
Escrituras del yo 95
Introducción
mi esposo, Tony y yo compartimos esa misma habitación por un tiempo bastante largo, que
se extendió por la demora en la entrega del departamento que habíamos comprado. Cuando
nos mudamos, faltaban apenas dos meses para que Tony cumpliera tres años. Él solo había
tenido la experiencia del espacio común. Recuerdo, como si hubiera ocurrido ayer, la
primera vez que lo llevé a este nuevo hogar, con sus cuartos blancos y vacíos, y le mostré
su habitación. Su primera acción fue entrar y cerrar la puerta, dejándome a mí del otro lado;
con la acción de amamantar, por considerarla una escritura que se inscribía en un dar y
proyecto doctoral, mi foco estaba ya del lado de la infancia. Y ese fue uno de los motivos
convicción de que se ha estudiado más las representaciones de niños que de niñas— marcó
misma manera se han publicado libros y estudios sobre el tema, y dossiers en revistas
de los niños en la literatura, ya sea centrándose en personajes niños que son narradores
(como sucede con el texto Hablan los hijos de Andrea Jeftanovic) o en la presencia de la
infancia en la poesía (como Qué será de los niños que fuimos. Imaginarios de la infancia
acerca de la condición de la infancia y de los niños, que han remitido, por ejemplo, a las
propuestas del francés Philippe Ariès con respecto a que el concepto de infancia que ha
llegado hasta nuestros días surge recién durante la Ilustración, lo que redundó en la
leído la propuesta del estadounidense Ala Alryyes, en que ha revisado la historia de las
1
En cuanto a las revistas menciono el especial “Infancia y literatura” de Revista Grifo (2011) y el dossier de
Revista Aisthesis (2013), preparado por Lorena Amaro y Francisca Lange. También se han organizado las
“Jornadas narrativas de infancia en el Cono Sur” (Instituto de Estética UC, octubre de 2013); el “Coloquio
Conversaciones con Jaime Quezada: infancia y poesía” (Departamento de Literatura Pontificia Universidad
Católica de Valparaíso, octubre de 2013); el simposio “Aesthetics, pedagogies and literatures. New
theoretical approaches to literary research” (UC, 7 de septiembre de 2018); y “Literatura, temas difíciles y
espacios educacionales” (Centro de Justicia Educacional, 12 de septiembre de 2018). En Argentina, además,
tienen lugar las Jornadas de Estudios sobre la Infancia, encuentro bienal de carácter multidisciplinario que se
realiza desde 2008.
Mayne-Nicholls 9
narrativas francesas e inglesas, lo que le ha permitido aseverar que la presencia del niño en
aproximarme a las representaciones de la infancia, por cuanto, me parece que esta suele ser
estudiada no desde ella misma, es decir, no se piensa en las particularidades de ser niño o
niña, sino que suele constituir una estrategia para estudiar otros aspectos, como la nación o
ficcionales, creo que al estudiarlos es posible comprender también cómo observamos a los
niños de carne y hueso. En una sociedad en que no solemos ponernos en el lugar de los
niños y niñas, estudiar sus representaciones puede servir para exponer cuáles son las
Frente a eso, lo que a mí me interesa abordar son los imaginarios de infancia, y para
comparada. Por eso mi espacio de residencia teórica está en los llamados childhood studies
de los niños, es decir, se concentran en lo que el niño es y no en lo que será; y, por otro, su
acerca de la infancia que tienen tanto los autores como las culturas en las que estos se
insertan.
Mayne-Nicholls 10
2005), se han preocupado de no generalizar las experiencias de ser niño y niña. Si bien es
cierto que podríamos hablar de una infancia colectiva, es decir, una creación de un
(Guerrero, “La infancia” 2011), por lo cual no es posible hablar de “el niño”, como si fuera
hechos, olores, sabores, sonidos, particulares de cada niño o niña. La investigadora Susan
concepto supuestamente general como “the child”, pues esto limitaría el foco del crítico al
Es con base en el hecho de que no existe una infancia única bajo el rasgo de ser
también es un factor que incide en que las experiencias de infancia sean diferentes. Esto es,
incluso, más relevante cuando nos centramos en autoras de la primera mitad del siglo XX
en Chile, época en que las mujeres todavía se preguntaban cómo salir del espacio privado
al que se las había asignado de manera tradicional para tener una participación relevante en
2
Por ejemplo, para aquellos que fuimos niños y niñas en la época de la dictadura, algunas referencias comunes
podrían ser el comienzo de la semana escolar formados en los patios de los colegios, después de haber tomado
distancia, para cantar el himno nacional. Otras típicas referencias culturales son los juguetes o series de
televisión; pero estas son asignadas externamente, es decir, no significa que todos los niños y niñas de una
generación hayan visto las series ni jugado con los mismos juguetes, sino que sirven para definir un colectivo
y no para hablar de las particularidades de sus integrantes.
Mayne-Nicholls 11
relación con los espacios ficcionales en que se las ubica. Para abordar el tema del espacio
interdisciplinaria que aborda las relaciones entre los espacios y los seres humanos,
estudiando los patrones que se establecen, las interacciones y cómo se organiza el espacio.
Y la razón de elegir este foco se encuentra en que la geografía cultural cree también que la
infancia es una construcción cultural, la cual puede y es dirigida a través de los espacios
que se les asignan a niños y niñas. Más específicamente, este campo se preocupa de estudiar
cómo los espacios destinados a la infancia —que son creados por adultos— influyen en la
forma de criar y educar y, en el fondo, establecen qué se busca de los niños y qué se espera
espacio en la literatura, el arte y los medios de comunicación, por cuanto también develan
las concepciones que existen acerca de la infancia y de los lugares que esta ocupa y cómo
lo hacen. En la presente investigación los espacios —tal como las niñas que los ocupan—
son creaciones de las autoras; y lo que busco aquí es establecer la relación entre estas niñas
representaciones de niñas que han plasmado en la poesía y la narrativa las autoras que
abordo en esta investigación —Gabriela Mistral y María Flora Yáñez— no hablan de una
sola manera de ser niña, no construyen un, por así llamarlo, ideal de niña. Tal como las
niñas de carne y hueso, estas niñas conformadas por palabras, ritmos, formas, volumen,
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con características propias. Esto da cuenta de que los imaginarios de infancia, y más
son contemporáneas. En esa línea, contrastar esos imaginarios con su contexto puede dar
obras que aquí abordo —las rondas de Mistral y el libro Visiones de infancia de Yáñez—
han sido subestimadas. Por un lado, las poesías con tema de infancia de Mistral suelen ser
estilística del resto de la obra de Mistral. Esto refleja cómo los temas de infancia en la
literatura son vistos, en general, de forma superficial, por considerarse que su función no
es tanto estética como didáctica. Pero si la propia Mistral proponía la elevación estética de
las obras dirigidas a los niños, entonces creo que reposicionar sus rondas en el contexto de
su corpus es una tarea que quiero emprender. De la misma manera, creo que el libro de
Yáñez tiene una estética tan particular y tiene tanto que decir, potencialmente, respecto de
las niñas y de las mujeres, que es necesario reubicarlo —y de paso reposicionar a Yáñez—
ir anotando el aporte de otras escritoras cuyos trabajos, por diversos motivos, han
que Gabriela Mistral y María Flora Yáñez crecieron y escribieron, como una manera de
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presentar las experiencias específicas y diferentes entre sí de estas dos autoras. Para esto
primera mitad del siglo XX en Chile: el ingreso de las mujeres al trabajo; el trabajo y las
mujeres de élite; la maternidad como un asunto de Estado desde el cual se proyecta a las
a la mujer.
El segundo capítulo aborda los principales conceptos que usaré en el análisis de las
representaciones, tanto de las niñas como de los espacios. Comenzaré delineando la idea
de que la infancia es una construcción que siempre está dentro del lenguaje y, como tal, las
explicaré qué son los nuevos estudios de la infancia, y desde qué perspectiva estudian a los
niños y niñas, de manera de ir componiendo algunos conceptos clave para este campo,
como las ideas de inocencia, voz y agencia. Luego abordaré la configuración del espacio,
cómo este también es una construcción cultural y cómo se puede vincular con las
niños y literatura de infancia, en una propuesta cuyo enfoque son las representaciones
literarias antes que los posibles lectores y su recepción. También me referiré a las escrituras
del yo para dar algunas ideas con respecto a la autobiografía, centrándome en aquellas
escritas por mujeres. Finalmente dejaré establecido que mi enfoque no solo tiene que ver
la configuración que hace la poeta de niñas agenciadas que ocupan espacios exteriores y
agrestes. Para esto, me referiré a cómo la crítica ha leído los textos sobre infancia de
Mayne-Nicholls 14
Mistral, centrándome al principio en el libro Ternura de 1924 y cómo este fue reelaborado
en su edición de 1945. Esto me llevará a una definición del corpus que abarca todas las
rondas escritas por Mistral, y no solo las publicadas en Ternura. Para esto, me explayaré
primero sobre qué se entiende por poesía infantil y cómo preferiré el término poesía de
infancia o con tema de infancia. Luego me explayaré en torno al modelo de ronda que
Mistral construye. El centro del análisis estará referido a cómo es la construcción de las
embarca en el análisis de la niña encerrada en el espacio íntimo del hogar familiar. Abordaré
configuración de la niña que realiza desde lo que he llamado una estética de la fragilidad,
y cómo esta se inserta en el modelo de escritura de Yáñez que son las estampas. Abordaré
los conceptos de inocencia y de voz, caracterizando la infancia que Yáñez construye, para,
finalmente referirme a los espacios que la escritora constituye y cómo la niña ficcional
literatura chilena.
que he ido analizando la obra de estas dos escritoras, Gabriela Mistral y María Flora Yáñez,
Mayne-Nicholls 15
dialogar a través del espacio de la página escrita. Pero también ha sido la oportunidad de ir
de buscar nuevas bibliografías y nuevas formas de observar la infancia literaria, como una
manera de visibilizar el trabajo de estas dos escritoras y exponer el imaginario que ellas
construyeron acerca de la forma de ser niñas en Chile. Tal vez conocer ese imaginario nos
infancia real de las niñas en nuestro país. Los invito, entonces, a recorrer con su lectura este
Capítulo 1
Gabriela Mistral y María Flora Yáñez viven el cambio de siglo. Mistral nace en
Yáñez nace en 1898 en Santiago, la capital de Chile. Se ubican en distintos paisajes del
país, pero también en diferentes espacios sociales y económicos. Las distintas realidades
en las que se insertan dan cuenta de las diferencias que se pueden encontrar en Chile en la
describir las particularidades de las experiencias de las dos autoras, porque puede que
ambas tengan como objetivo establecer sus figuras mujeriles en la esfera pública nacional,
pero sus necesidades son diferentes y, por lo tanto, la forma de hacerles frente también lo
es. En el presente capítulo me enfoco en la revisión del contexto general en que crecieron
trabajo, la soltería y la maternidad, como una manera de configurar, además, cuál era la
construcción de mujer que existía en la época, contrastándola con las experiencias de las
dos escritoras. Es importante dejar explícita la diferencia de nueve años que existe entre
ambas autoras, lo que, claramente, nos muestra que no pertenecían a la misma generación.
Sin embargo, las expectativas y actitudes de la época frente a la mujer no muestran grandes
diferencias.
Mayne-Nicholls 17
El nacimiento de Mistral y Yáñez coincide no solo con el fin de siglo, sino con una
situación económica frágil en el país, que dará paso a una crisis financiera entre los años
1890 y 1893 que “redujo los salarios durante más de diez años y obligó a más mujeres a
trabajar” (Lavrin 80). Como explica Asunción Lavrin no fue un imperativo personal, sino
la necesidad la que impulsó a las mujeres a trabajar —y también a los niños y niñas—
debido a que el salario del hombre no era suficiente para cubrir los gastos familiares. En
ese contexto no es de extrañar que la madre de Mistral trabajara como modista, y que la
poeta, entonces Lucila Godoy, tuviera que emplearse desde joven, iniciando así su carrera
como profesora3. Esto se ve exacerbado por el abandono del hogar del padre, Jerónimo
Godoy, cuando Mistral tenía tres años, por lo cual todas las mujeres de la casa debían
Empecé a enseñar, como maestra rural, a la edad de 15 años, y tres años más tarde
Serena. Según datos del Censo de 19074, el que además incluyó el primer estudio laboral
realizado en la historia de Chile, más de 108 mil mujeres trabajaban. Anotemos, sin
3
Como maestra trabajó en varias escuelas rurales y fue más tarde directora del Liceo de Niñas en Punta
Arenas (1918) y del Liceo de Niñas de Temuco (1920). Entre 1922 y 1925 estuvo fuera de Chile, los dos
primeros años en México. Cuando regresó a Chile en 1925, se jubiló después de una vida de trabajo como
mujer independiente. Esto no implica que haya dejado efectivamente de trabajar, no solo por su labor poética.
Además, se dedicó a hacer “periodismo intenso” (Vivir y escribir 134), el que, de hecho, fue una entrada
monetaria importante; hacia 1930 escribía seis artículos mensuales y era corresponsal de El Mercurio de
Chile y de otros importantes periódicos hispanoamericanos: La Nación de Buenos Aires, ABC de Madrid, El
Tiempo de Bogotá y El Universal de Caracas (Vivir y escribir 2013).
4
En 1907 la población femenina en Chile era de 1.625.058 (C. Sepúlveda 2008).
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embargo, que el censo solo contempló tres provincias: Santiago, Valparaíso y Concepción;
pero de esos datos podemos tomar que había 1.821 maestras y 1.335 maestros. Es la única
parte de las ocupaciones (como las ligadas al comercio) las mujeres no constituían más del
20% de la fuerza laboral, si bien había oficios en que la presencia era absolutamente
mujeril, como sucedía con las matronas y las modistas, o con alta presencia de mujeres,
como ocurría con los sirvientes, en que representaban el 79% de la fuerza (Lavrin 2005).
Podemos complementar estas cifras con las de 1913, en que se precisa que las mujeres
representan el 22,1% de la fuerza laboral; sin embargo, casi la totalidad de dichas mujeres
De la masa de mujeres que habían entrado al mercado laboral en las primeras dos
décadas del siglo XX, las maestras —entre las que se encontraba Lucila Godoy—
constituían un porcentaje mínimo, pero su situación era bastante especial. No es casual que
hubiera más profesoras que profesores; eso respondió a un proyecto de Estado comenzado
conquista feminista, sino, como explica Carla Rivera, de “la valoración positiva de las
Gabriela Mistral coincidía con una supuesta tendencia natural de las mujeres para ser
5
La misma Carla Rivera deja constancia, sin embargo, de que esta concepción sobre la naturaleza apropiada
de la mujer para ser maestra era fuertemente combatida por los sectores conservadores chilenos, que insistían
que la educación de niños y jóvenes debía quedar en manos de los hombres, por cuanto “dudaban de las
condiciones intelectuales y morales de las mujeres” (159).
Mayne-Nicholls 19
La mujer no tiene colocación natural —y cuando digo natural, digo estética— sino
cerca del niño o de la criatura sufriente … Sus profesiones naturales son las de
organización” 55).
del trabajo; es decir, que las mujeres tuvieran ocupaciones afines a sus condiciones
naturales, dejando a los hombres las tareas más pesadas físicamente 6. Hacia esa fecha la
1930 eran 12.568 mujeres (Lavrin 2005). Sin embargo, no se trataba solo de fomentar que
las mujeres se dedicaran a la enseñanza, sino que esto vino de la mano de una
universitarios. Esta situación contrasta con la realidad que vivió Gabriela Mistral, quien
intentó ingresar a la Normal de La Serena en 1905 para formalizar una carrera que había
aprendido en la práctica y con mucho estudio personal; aprobó los exámenes, sin embargo,
su escritura pública la dejó fuera de las aulas normalistas. La misma Mistral relató cómo se
enteró de que no había sido admitida el mismo día en que debía comenzar sus clases; no le
Solo años más tarde supe por qué yo había sido recibida primero y luego echada de
la Normal, de boca de la propia Teresa Figueroa 7. Resulta que por aquel tiempo yo
6
Podemos observar que Gabriela Mistral plantea una diferenciación genérica en base a supuestas cualidades
naturales e intereses, que serían distintos para hombres y mujeres. Una idea afín subyace a su libro Lecturas
para mujeres: “He observado en varios países que un mismo Libro de Lectura se destina a hombres y mujeres
en la enseñanza primaria y en la industrial. Es extraño: son muy diferentes los asuntos que interesan a niños
y niñas” (8).
7
Teresa Figueroa era la subdirectora de la Normal de La Serena y fue la encargada de informarle a Mistral
que no había sido admitida (Vivir y escribir 31).
Mayne-Nicholls 20
leía libros que me prestaba un curioso hombre que yo conocía, don Bernardo
un artículo en que decía que “la naturaleza era Dios”. A causa de aquella frase
Aunque realizó y aprobó los exámenes necesarios para trabajar como maestra,
Mistral fue una autodidacta: “No hice nunca estudios regulares, sufriendo los exámenes
como profesora de Normal, sin haber estudiado en ninguna Normal. Y tengo el título de la
trabajar por necesidad y muy joven. Las mujeres de clase popular eran el grueso de la fuerza
laboral femenina a finales del siglo XX, en general desempeñándose como obreras. Pero el
cambio de siglo movería también a las clases medias y acomodadas a la esfera laboral. En
el caso de Mistral, nacida en el seno de una familia de clase media de provincia, hija de
Emelina también había trabajado como maestra desde joven. La situación de su familia no
ascendente y las diversas crisis económicas que ocurrieron entre 1915 y 1030 obligaron a
muchas mujeres de clase media a buscar empleo fuera de casa” (Lavrin 122). No se trataba
solamente de mujeres que debían apoyar a esposos que no podían sostener por sí solos a la
familia, sino que muchas de ellas eran o bien jefas de familia o bien mujeres independientes,
aquello sin ninguna novedad y me sonreía un poco respecto del problema femenino,
y me venía de que yo me había criado viendo hacer ese trabajo a las mujeres,
Mistral como su hermana Emelina se habían dedicado a la docencia. Así, que las mujeres
trabajaran era tan común como levantarse cada mañana. Las palabras de Mistral no son
solo anecdóticas, además se trasluce una crítica con respecto a la desconexión que había
entre las feministas chilenas de clase alta —preocupadas de su propio desarrollo— y las
mujeres de clase popular, que llevaban décadas dedicadas al trabajo fuera del hogar para
Mientras Gabriela Mistral trabajaba desde la adolescencia, María Flora Yáñez vivía
otra situación. En su familia eran los hombres quienes trabajaban. Su padre, Eliodoro
Yáñez, tenía la oficina de abogado en casa, mientras que la madre, Rosalía Bianchi, cumplía
con el rol esperado de la época —ser madre y esposa—. Además, como otras esposas de la
élite, la madre de Yáñez se encargaba de dirigir la casa y recibir a las visitas. En cuanto a
las labores físicas que involucra una casa, estas no le correspondían a ella:
Mi madre, gran ama de casa, se levantaba tarde y después, secundada por varias
criadas, se ponía a la obra. Era preciso tener siempre un té suculento para recibir a
sus hermanos y cuñadas que acudían a diario. Y era preciso también aperarse para
los recibos nocturnos que estaban cada vez más concurridos y que atraían a un
Mayne-Nicholls 22
mi vida 89).
Las experiencias de las madres dan cuenta de cómo cambiaba el lugar de la mujer,
trabaja cosiendo para ayudar a componer el sustento familiar; Rosalía Bianchi teje y borda
en compañía de sus hijas más tranquilas no porque tenga que hacerlo para sobrevivir, sino
porque era parte del paquete de ser una señora de sociedad. Sus hijas, en tanto, serían
testigos y protagonistas de los cambios culturales que vinieron con el cambio de siglo,
alcanzarlos.
ser una necesidad económica a convertirse en un objetivo en sí mismo: una mujer que
trabaja adquiere un nuevo valor y se convierte en una persona independiente. No todos los
grupos lo veían, sin embargo, desde esa perspectiva. Por ejemplo, los grupos anarquistas
denunciaban que la mujer trabajadora suponía una competencia desleal para los hombres,
ya que por ganar menos desplazaban a los hombres de ciertos trabajos; por el contrario,
política del trabajo femenino, y sostuvieron que la mujer que trabajaba y pagaba impuestos
tenía pleno derecho al voto” (Lavrin 78). La participación femenina en la fuerza laboral
removió varios aspectos de la sociedad chilena, como lo plantea el asunto de los derechos
políticos de las mujeres que menciona Lavrin, una lucha que se extendería durante décadas.
referido a las distintas condiciones que se les imponían a las mujeres, en especial los
Mayne-Nicholls 23
menores sueldos; y removió un aspecto en que se basaba la sociedad chilena: que el lugar
primaba en el siglo XIX en Chile— no solo indicaba qué podía hacer, sino —de manera
más relevante— qué le estaba prohibido, y esto era intervenir en los asuntos sociales y
políticos. Así, cumplir con las labores domésticas, cuidar de los hijos, del esposo o de los
padres ya mayores, involucraba no intervenir en las decisiones públicas del país. El trabajo
femenino removió esas estructuras, pero no les puso fin. Diamela Eltit plantea que, en
cambio, la mujer debió “batallar contra la paradoja de tener que cumplir con un modelo
actividades que la califican como responsable social” (46). Mujeres de clase media y de la
élite del país comenzaron a tener una participación pública, en que promovían, por ejemplo,
querían ocupar el lugar del hombre, sino convertirse en aliados. Es el caso de dos
la mujer durante la primera mitad del siglo XX como “entre dos órbitas: la del hogar y la
(158). Esta situación, sostenía Labarca, ponía a las mujeres en una encrucijada, porque
maternidad será un tema clave durante esas primeras décadas del 1900.
ayudar en casa. La independencia tampoco parecía estar dentro de las expectativas reales,
a pesar de que lo escribía acerca de su época de soltería: “Nunca me resignaría a ser solo
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una buena dueña de casa. Era indispensable que se realizaran mis inquietudes artísticas”
(Historia de mi vida 117). La palabra clave de esa declaración es “solo”, ya que da cuenta
de que ser dueña de casa —como su madre— era parte de su futuro. De hecho, al poco
tiempo de esas palabras, conoció a José Echeverría, un ingeniero algunos años mayor que
ella; después de un breve cortejo, la pareja se casó cuando Yáñez tenía cerca de veinte años.
Recuerda al respecto:
mi trabajo y mil problemas de otro orden me han agotado. Habría dos alternativas:
o me espera sólo un año o nos casamos dentro de tres meses”. Yo no titubeé: —“Me
voy con usted aunque esto sea muy precipitado. No creo que mis padres se opongan”
Hacia 1922, Yáñez había tenido ya cuatro hijos: de ellos, dos niñas murieron cuando
tenían poco más de un año. Yáñez tenía veinticuatro años y su vida había estado ligada al
actuar de los hombres de la familia: primero su padre y luego su esposo. Fue debido a los
movimientos de los hombres, que Yáñez sale de Chile y vive, por ejemplo, en Francia. En
esa misma época Mistral estaba viajando a México, invitada por José Vasconcelos,
entonces ministro de Educación, para que ayudara en el proceso reformador del sistema
educativo mexicano. Desde 1911 que Mistral se había alejado de casa, gracias a su trabajo
como profesora primero, y luego como directora, desplazándose por distintas localidades
—grandes y pequeñas— de Chile. Es cierto que ambas escritoras tienen casi diez años de
diferencia, pero las distintas experiencias de vida que tienen responden a los diferentes
manera que María Flora Yáñez pareciera encaminarse desde joven a ser un ama de casa
a Yáñez a intentar ser madre desde su matrimonio, y llevará a las primeras lecturas sobre
frustrada.
Estados Unidos a partir del siglo XX, Sharon Hays sostiene que la crianza infantil se había
en el Chile de la época de Mistral y Yáñez. A pesar de que las mujeres habían ingresado al
siglo, ya fuera en el ámbito privado o en el público, “la mujer continuaba siendo madre,
dependiendo de la madre, aunque esta hubiera ingresado al campo laboral. De hecho, las
mujeres que abogaron por los derechos de las mujeres hacia la década de 1920 incluían el
tema de la maternidad en sus posturas. Ana María Stuven llama a esto “feminismo de la
maternidad” (“El asocianismo femenino” 110) y citaba entre sus representantes a Amanda
Labarca, Gabriela Mistral, Elena Caffarena y Eloísa Díaz 8: “La díada madre-hijo fue un
tema predilecto del feminismo” (Stuven, “El asocianismo femenino” 111). Esta postura se
apoyaba en las altas tasas de mortalidad infantil de la época, lo que derivó en exigencias en
8
Elena Caffarena (1903-2003), abogada y activista feminista, especialmente a través del Movimiento Pro-
Emancipación de la Mujer Chilena, Memch, fundado en 1935, del cual fue secretaria general. Eloísa Díaz
(1866-1950) fue la primera mujer en graduarse como médica en 1887.
Mayne-Nicholls 26
que se realiza en las primeras décadas del 1900. Las tasas no solo eran altas en Chile, sino
en los países del Cono Sur, Argentina y Uruguay. En el caso específico de Chile, donde los
mayores índices se registraban en Santiago, el asunto era gravísimo. En 1908 la tasa era de
trescientos veinticinco muertes por mil nacidos, cifra que bajó un poco entre 1915 y 1930,
a doscientos treinta y cuatro por mil, pero después de eso la cifra se mantuvo sin mejoras a
lo largo de los años. No solo se trataba de los recién nacidos: en 1905 los niños menores de
cinco años fallecidos representaban el 49,3% del total de muertes (Lavrin 2005).
problema exclusivo de las clases más pobres, sino que atravesaba todos los estratos. La
escritora relata en sus libros las muertes de dos hermanos (Visiones de infancia) y de dos
hijas (Historia de mi vida). Yáñez se describe como devastada luego de haber perdido a sus
dos hijas, “un ser de tinieblas” (Historia de mi vida 130) se llama a sí misma; y, de todas
siento un anhelo: tener otro hijo” (Historia de mi vida 134). Es decir, la precariedad de la
salud infantil no representaba una merma en la identificación de las mujeres con el de ser
madres. Por el contrario, lo que se trató de hacer fue mejorar las condiciones de salud para
revertir la mortalidad infantil. Por eso, no es de extrañar que en un contexto así, presionado
además por la alta migración campo-ciudad que se daba en Chile, el país hiciera eco del
higienismo9, ciencia que estableció la higiene como la principal forma de mejor las
9
El higienismo se desarrolló en Europa a partir de 1790 e identificaba a la pobreza, la falta de higiene y las
condiciones de vida insalubres de los trabajadores como los principales focos de la propagación de las
enfermedades y la mortandad (“Ciencia de la higiene”).
Mayne-Nicholls 27
con esa construcción que identifica a los niños con el futuro de la nación, de tal modo que
pública una forma de mejorar el perfil sanitario urbano y conseguir que sus países
132).
de protección, las que estaban enfocadas en las mujeres, porque eran madres, y a sus hijos,
quienes se veían más afectados. Los higienistas buscaban enseñar a las mujeres “cómo
cumplir mejor su papel de madres” (Lavrin 138), es decir, las mujeres, en cuanto madres,
eran las responsables de la salud de los niños y niñas, debido a que a ellas se les había
en concordancia con una creencia extendida de la época: las mujeres debían ejercer oficios
y profesiones ligadas a sus supuestas cualidades naturales que han vinculado a las mujeres
con la noción de cuidadoras 10. La propia Mistral se incluía entre quienes defendían una
división sexual de los oficios, según la cual era comprensible que las mujeres trabajaran
ligadas a la salud, por ejemplo, como enfermeras y médicas; aunque la cifra de estas últimas
todavía era baja: en 1907 solo había siete médicas11 (C. Sepúlveda 2008). De todas
10
En la actualidad, se sigue identificando a las mujeres en el papel de cuidadoras, especialmente en el ámbito
familiar, ya sea de los hijos, los enfermos o los ancianos. En este sentido se advierte una “inequidad de género
en el cuidado informal, donde es la mujer quien ejerce esta actividad invisible y exigente dentro del sistema
del cuidado de la salud” (Vaquiero Rodríguez y Stiepovich Bertoni 10).
11
A través del Decreto Amunátegui de 1887, se aseguró el acceso de las mujeres a la universidad. Sin
embargo, en la práctica no significó una presencia masiva de mujeres, por cuanto los planteles limitaban los
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maneras, el énfasis estaba puesto en que las madres tuvieran más conocimientos para cuidar
a sus hijos. Estas perspectivas destapan el imaginario de la época en que las mujeres más
que ser vistas como tales, eran vistas como madres: o ya eran madres o pronto se
cuidados salvaría las vidas de los hijos y entregaría a las madres un nuevo sentido de
responsabilidad y orgullo en torno a su función” (Lavrin 139). Es así que nacen conceptos
como el de la puericultura, esto es, el cuidado materno-infantil, clave en tanto que constituía
no solo una disciplina para ser enseñada, sino también por su enfoque preventivo, esto es,
impedir que el niño enfermara (Posada Díaz, Gómez Ramírez, y Ramírez Gómez 2005).
La puericultura fue abordada tanto desde la medicina como desde el Estado. Los
médicos realizaron en el Cono Sur congresos al respecto, en que fomentaban que el cuidado
que la madre hiciera de sus hijos debía tener un carácter científico; por su parte, el Estado
avaló dichas posturas estableciendo leyes y políticas que respaldaran dicho cuidado (Lavrin
2005). Esto implicó un verdadero culto a la maternidad, que ya era vista como la función
única de las mujeres adultas y, al mismo tiempo, significó refrendar una visión tradicional
acerca del papel de la mujer en la sociedad, esto es “que la identidad femenina se definía
casi exclusivamente en su rol formador de la familia” (Stuven, “La mujer ayer y hoy” 4).
Las mujeres no solo debían convertirse en madres, sino que se les encargaba políticamente
el cuidado de sus hijos, porque de ello dependía la salud de sus propios hijos y el destino
cupos destinados a las mujeres. Por ejemplo, en la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile solo el
10% de las plazas de cada promoción podía otorgarse a mujeres (C. Sepúlveda 2008).
Mayne-Nicholls 29
público, sustentando el hogar solo económicamente. Esto, además, supone una exigencia a
las mujeres, por cuanto si sus hijos enferman (o mueren) resuena en ellas que eran las
Allí nació, el 23 de agosto, mi hijita Flora Luz, que era muy frágil y liviana de peso,
debido a mis prolongadas dolencias. Mi madre que había dicho: —“El día más feliz
de una mujer es aquel en que recibe a su primer hijo”. No sentí nada de eso (Historia
de mi vida 128).
Flora Luz murió cuando tenía un año y dos meses y, según dejan entrever la
extrañar, teniendo presente que persiste la construcción de que se falló en el cuidado, pero
también porque un nacimiento prematuro va en contra de una visión idealizada del parto,
como si —por ser algo que ocurre de forma natural— no pudiera estar afecto a problemas.
Eso por parte de las mujeres que se convertían en madres, las que permanecían solteras
En 1892 Jerónimo Godoy dejó el hogar que había formado con Petronila Alcayaga,
lo que transformó a la madre de Mistral en la jefa de hogar. No era una situación inusual:
“en las últimas décadas del siglo XIX, el porcentaje de hogares con jefatura femenina
(viudas incluidas) habría llegado al 40% en los alrededores de Santiago” (Salinas 170). Las
mujeres quedaban a la cabeza de sus familias por diversas razones: bien porque eran madres
Mayne-Nicholls 30
solteras, bien porque eran viudas, bien porque sus parejas —fueran estos maridos o
ausente. Ese fue el contexto de infancia de Gabriela Mistral. Su madre debió quedar en
teoría como la jefa de hogar, sin embargo, en la práctica fue la media hermana de la poeta,
Emelina Molina, quien se hizo cargo de la familia. Emelina era hija de un matrimonio
previo de Petronila Alcayaga 12 y tenía dieciséis años más que Gabriela. Como maestra en
en la infancia que en buenas cuentas es la única que tuve y que me fue transmitida,
posteriormente enviudó: otra mujer sola. El caso de Gabriela Mistral es distinto, por cuando
vemos en ella una mujer que nunca se casó y que, luego de los primeros años al cuidado de
que había de ellas no era desprejuiciada, como lo indica ya de entrada el hecho de que la
tasa de soltería de las mujeres sea llamada “tasa de celibato femenino”. Se trata
específicamente de “la proporción de mujeres que murieron solteras a los cincuenta años o
más” (Salinas 159), proporción que, en Chile, era alta: “las elevadas tasas de celibato
12
Petronila Alcayaga era ya viuda de Rosendo Molina cuando conoció al padre de Mistral. Primero por viudez
y luego por el abandono de Godoy, Petronila volvía a convertirse en una mujer sola con hijos en Chile, con
todas las dificultades que aquello implicaba.
Mayne-Nicholls 31
femenino se mantuvieron o se acrecentaron en todo el país hasta comienzos del siglo XX,
(Salinas 160). Lo primero que noto aquí es la relación teórica que se plantea entre celibato
de matrimonio y maternidad: “la práctica disoció ambas condiciones, de modo que, por un
lado, no hubo correspondencia entre soltería y celibato y, por otro, fue bastante frecuente
entre las mujeres adultas la condición de madre soltera” (Salinas 160). Al respecto, me
parece que la construcción debería ser al revés: no es que celibato y soltería fueran
separados en la práctica, sino que eran unidos en la teoría. Esto no se observa solo en el
hecho de que la llamada tasa de celibato femenino incluyera a las madres solteras, sino en
Reconozco respecto de este tema una construcción basada en la imagen idealizada de las
Más allá de lo que significa hablar de celibato femenino en vez de mujeres solteras,
la cifra nos muestra que, hacia 1900, casi un tercio de la población de mujeres adultas no
se casó. Gabriela Mistral se sumó a ese grupo. Aunque hay datos acerca de la proporción
de mujeres solteras en Chile, no hay información acerca de las razones de esta soltería:
circunstancias, pero lo más probable es que esa condición le haya venido obligada
En el caso de Gabriela Mistral podríamos decir que detrás de su soltería hay una
decisión voluntaria, como también la hay detrás del hecho de no haberse convertido en
madre. Eso es lo que da a entender Mistral a través de sus actos y de sus palabras. Con
respecto al primer aspecto, considero cómo se independizó rápidamente —en vez de seguir
viviendo con su madre— y se enfocó en una carrera que la llevó a viajar y establecerse en
distintas partes del mundo. Esto se contrapone con lo sucedido con Yáñez, que vive también
fuera del país, pero porque seguía ya fuera a su padre o a su marido. En cuanto al segundo
aspecto, sobre los escritos de Mistral, ella escribió en 1919, cuando tenía treinta años:
Y he aquí que nunca tendré un hijo sobre las rodillas. Las espigas se sienten en
febrero, tiesas, duras del grano oscuro, que las hace grávidas y dichosas, y yo no
caminaré nunca curvada de fruto por los caminos. No me heriré la carne para
mostrar un hijo a la luz, como la fruta muestra su pulpa sonrosada (Vivir y escribir
60).
sentimiento de fracaso por no haberlo sido. Esto se basa en la visión patriarcal de que las
mujeres solo se sentirían plenas y realizadas siendo madres, o bien, que para ser una mujer
es necesario tener hijos. Esta perspectiva proponía, entonces, un estereotipo doble sobre
Mistral: estaría frustrada por no haber sido madre, por cuanto no podría ser totalmente
mujer. Esto niega además la agencia de Mistral de decidir por sí misma qué quería realizar
en su vida y qué no. Otro aspecto que surge de la lectura de la maternidad frustrada (que es
rechazada entre otros por Grínor Rojo, 1997), es la preponderancia que tiene la maternidad
Mayne-Nicholls 33
biológica por sobre la maternidad vía adopción; porque, aunque Mistral no fue madre
biológica, sí se hizo cargo de su sobrino Yin Yin 13, al que llamaba “mi niñito”. Este fue un
tema desarrollado teóricamente por Mistral en sus escritos. Lo aborda, por ejemplo, en la
maternidades: una a la que llama material (la biológica) y otra a la que llama espiritual, que
se daría “en las mujeres que no tenemos hijos” (8); ambas son valoradas desde la
perspectiva mistraliana.
el peso que tenía la creencia de que el fin primero y último de una mujer era el de ser madre.
Es más, la existencia de una mujer sin hijos suscitaba prejuicios y hacía necesario buscar
explicaciones, porque la idea de una mujer soltera encontraba resistencia, incluso desde el
existía como alternativa de realización de una mujer” (Salinas 163). Es decir, una mujer no
elegía permanecer soltera, sino que se convertía en soltera a pesar de ella y por su culpa,
esto es, por haber fracasado en el que era considerado objetivo primordial de las mujeres:
La percepción social sobre las solteras proyectaba una imagen de mujeres que
vivían en una condición de completa soledad, la cual era definida por dos factores:
13
En 1926, Gabriela Mistral conoció a Carlos Godoy Vallejo, quien se presentó como su medio hermano por
el lado paterno. Godoy le pidió que se hiciera cargo de su hijo Juan Miguel (Yin Yin).
Mayne-Nicholls 34
En la primera mitad del siglo XX el estatuto legal de las mujeres dependía de sus
relaciones familiares: primero dependía del padre y dejaba su casa solo cuando se casaba y
comenzaba a depender del esposo. De hecho, durante las primeras décadas del siglo XX,
la ley contemplaba que una mujer necesitaba para trabajar el permiso escrito de su padre o
insalvable para mujeres como Mistral, que debía trabajar, pero había sido abandonada por
el padre y no tenía esposo. Sin embargo, el espíritu de la ley grafica la situación de las
Gabriela Mistral expuso algunas ideas sobre la soltería en un texto de 1953 titulado
“Un viejo tema: comentarios sobre el informe de Kinsey14”: “Dejando atrás la cuestión del
una tácita voluntad o una decisión de ser, ante todo, felices” (123-124). Es decir, Gabriela
Mistral observa la soltería de las mujeres como opción de independencia y no como fracaso,
por cuanto el matrimonio no era la única opción para las mujeres adultas. Un poco más dice
El “amor libre” no tumba todavía la recia montaña de la moral sexual recibida del
que nos es grata, es la relación más frecuente, más sana y más espontánea que existe
14
El informe Kinsey fue el resultado de la investigación sobre comportamiento sexual humano realizada por
el doctor Alfred Kinsey en Estados Unidos y que dio lugar a dos libros publicados en 1948 y 1953. Gabriela
Mistral hace referencia al segundo libro, Sexual Behavior in the Human Female.
Mayne-Nicholls 35
Mistral en la década de 1950. Estas relaciones más sanas y espontáneas que la poeta
describe contrastan con la idea que se tenía a comienzos de siglo: “si el marido falla, la
mujer debe, a pesar de todo, tolerarlo, sufrir y callar con tal de mantener la vida conyugal
y en consideración a los hijos” (Mistral, “Un viejo tema” 122). La poeta escribía basándose
en su propia historia familiar: “siempre creí que mi madre debía haberse ahorrado los
sufrimientos que le dio mi padre y haber salvado algo de felicidad para su vida” (Mistral,
“Un viejo tema” 122). Cuando Jerónimo Godoy abandonó a su familia todavía no se
era un hecho que pudiera contrarrestarse fácilmente, después de todo, el sistema patriarcal
chileno estaba impuesto por ley; es decir, las mujeres solteras eran discriminadas y para ser
En una sociedad patriarcal como la chilena del 1900, la participación la ejercían los
marginados socialmente, dentro de los cuales la mujer era “la gran excluida, ella permanece
bajo la protección patriarcal, del padre o del esposo, limitada tanto en sus derechos civiles
ingreso de las mujeres de todas las clases sociales al ámbito público y, especialmente, al
mercado laboral, puso en jaque este estatus de dependencia de las mujeres y comenzaron a
realizarse modificaciones que eran necesarias para equiparar las condiciones de la mujer
en los distintos ámbitos públicos. En este sentido la década de 1920 fue clave en la
Mayne-Nicholls 36
civiles y también políticas, entre las que se incluían el derecho a voto y una ley de divorcio.
Sobre el primer asunto Gabriela Mistral decía: “El derecho femenino al voto me ha parecido
siempre cosa naturalísima” (“El voto femenino” 66). El texto previo fue escrito por Mistral
en 1928, recién seis años más tarde, en 193415, la mujer recibiría el derecho a sufragio.
Aunque al comienzo las mujeres solo pueden participar en las elecciones municipales, ese
recién en 1949 y la primera participación de las mujeres en una elección presidencial fue
Fueron los movimientos feministas los que se interesaron, entre otros aspectos, en
de definir, por cuanto puede parecer que abrazaba posiciones contradictorias. Por ejemplo,
por un lado, era una mujer trabajadora e independiente, y, por otro, defendía una división
sexual de los trabajos. Tengo en cuenta, además, que dentro del feminismo se encuentran
15
El derecho a voto se ejerció por primera vez después de promulgado en las elecciones municipales de 1935,
en las que hubo 98 mujeres candidatas. Resultaron electas 25: dieciséis del Partido Liberal, dieciséis del
Partido Conservador, cinco del Partido Radical, dos del Partido Demócrata y una en calidad de independiente
(“Sufragio femenino universal” s/p).
16
El texto “Trayectoria del movimiento feminista chileno” de Amanda Labarca está fechado en 1944, cinco
años antes de la promulgación del sufragio universal.
17
Tanto Mistral como Yáñez identifican a Ibáñez del Campo como un enemigo. Mistral lo consideraba “el
eterno sargento de los golpecitos de Estado americanos” (Pensando a Chile 399), como se lo hace saber a
Eduardo Frei Montalva en una carta fechada en 1939. Además, durante la dictadura de Ibáñez (1927-1931),
a Mistral se le quitó la jubilación que recibía desde 1925, y que era su principal sustento. Yáñez también es
crítica de la dictadura de Ibáñez y con motivo de la caída de su caída escribe: “Imagínense cinco años de
pesadilla, de salvajismos, borrados súbitamente; la tiranía más horrible que haya visto nuestro país tirada al
suelo, un pueblo libre de nuevo para expresar sus sentimientos después de años de opresión” (Historia de mi
vida 74). Como Mistral, Yáñez tiene razones personales para odiar a Ibáñez, ya que una de sus primeras
acciones al llegar al poder en 1927 fue expropiar el diario La nación, propiedad de Eliodoro Yáñez.
Mayne-Nicholls 37
a los grupos feministas locales, por cuanto consideraba que las mujeres son oprimidas en
las sociedades patriarcales, lo cual ella aborda en sus textos y en su poesía. De la misma
través de su trabajo y llevando esto a su propio cuerpo, como se puede ver en la forma en
que se vestía o se peinaba. En ese sentido, destaco una fotografía de enero de 1938 en que
Mistral aparece con Alfonsina Storni y Juana de Ibarbourou. “Las tres musas de América”,
participando en un encuentro del Instituto Alfredo Vázquez Acevedo. Las tres poetas tenían
más de 40 años: Mistral, la mayor, tenía 49; Storni tenía 46 e Ibarbourou, 45. Mistral es
también la más alta, y destaca por su aspecto: viste un vestido negro u oscuro suelto con un
chaquetón colorido encima, y lleva su pelo tomado. Las otras dos poetas también tienen el
pelo tomado, pero ambas usan sombreros pequeños y vestidos y chaquetas a la moda; se
observa también una pequeña cartera en las manos de Storni, y el maquillaje de Ibarbourou.
Mistral sonríe, y Storni e Ibarbourou están muy serias. Mistral no se viste para ser una
señora de sociedad, según las costumbres de la época, sino para instalarse como una mujer
escritora.
Los conceptos que Mistral construye —desde su poesía y prosa— sobre el estatus
ecofeminista que se gestó a partir de la década de 1970. “Voy a hablarles sobre las
relaciones de la mujer con la tierra y sobre la voluntad de conservación que une a ambas”
de que las mujeres deberían liderar una revolución de carácter feminista y ecológica (Rey
ella observaba como uno de los principales peligros que enfrentaba Latinoamérica en la
Mayne-Nicholls 38
pérdida lenta y sorda” (“Conversando” 71), en que el ente dominador y arrebatador era
proteger y conservar la tierra, por ser el sostén de la vida, algo que debería ser considerado
como obvio y lugar común, pero que es “olvidado por los hombres” (“Conversando” 72).
Ese uso de hombres no corresponde a un colectivo neutro que englobe a todas las personas,
sino que se está refiriendo al sexo masculino: son los hombres —los poderosos, los
“capitalistas criollos” (71)— los que deciden vender la tierra, por un lado, y los que deciden
comprarla —los “capitalistas extraños” (71), sin importarles “la masa de un pueblo” que
vive al margen de esas decisiones, pero que debe soportar las consecuencias. De la misma
forma que lo propone D’Eaubonne cuarenta años más tarde, Mistral considera que es labor
Es curioso darse cuenta de que la mujer de nuestra raza no observe la desgracia que
suelo que es la posesión máxima. La que escribe estas líneas necesita ser campesina
el problema le golpee el corazón después de quemarle los ojos con los que ha mirado
capitalista está dirigida directamente a las mujeres americanas (“nuestra raza”), da cuenta
de que no quiere distinguir entre mujeres de distintas proveniencias, sino que todas se
encuentren en esta labor. De esa forma se construye —a partir de un lamento por el hecho
de que no se esté haciendo ya— una idea de hermandad mujeril que logre conservar la tierra
para todos. Para apoyar esto, toma el discurso patriarcal de la Biblia de que “en el comienzo
Mayne-Nicholls 39
era el Verbo” y lo transforma para darle un sentido urgente: “En el comienzo era la tierra”
porque mientras esta se mantenga íntegra, habrá espacio y tiempo para cambiar y mejorar
lo demás, sea esto la situación de las mujeres, de la educación o de la salud, entre otros
temas.
que la postura feminista de la poeta no era extrema, como lo ve, por ejemplo, Ana María
Stuven cuando la llama “una feminista de la maternidad” (“El asocianismo femenino” 110).
Lo que resaltaría en este aspecto, es la gran fuerza que Mistral le otorga a lo maternal, una
revisar esta perspectiva, me parece que Mistral distingue entre lo maternal y el femenino
The first is to distinguish between mother and wife social roles, or between the
ignorar lo maternal justamente por la fuerza que involucra. Mistral ya ha notado eso cuando
escribe en 1940 que nadie se maravilla de que la mujer amamante, que pase las noches en
desvelo, o que sea capaz de amar a sus hijos, aunque sean locos, degenerados o buenos para
nada (“La madre” 105-108). La propuesta de Mistral, así como la de Johnson, quien escribe
18
“Lo primero es distinguir entre los roles sociales de madre y esposa, o entre ‘lo maternal’ y los componentes
hegemónicos masculinos heterosexuales de la ‘feminidad’, con la feminidad misma siendo vista como una
construcción cultural que enfatiza la debilidad de las mujeres en tanto esposas, e ignora la fuerza de las
mujeres como madres”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 40
en la década de 1980, es reivindicar esa fuerza como propia de las mujeres. Mistral diría,
además, que no es necesario ser madre biológica para tener esa fuerza maternal.
Sin embargo, quedarse solo con extractos de los escritos de Mistral, en vez de
que Mistral no era feminista, como le sucedió en su tiempo. La misma poeta se refería al
conflicto que algunas de sus posturas habían generado en grupos feministas chilenos,
especialmente su propuesta de una división de trabajo por sexos, según la cual la mujer
debía realizar labores cercanas al concepto de maternidad. El hacer públicas estas ideas le
trajo ciertas polémicas y fue, según ella, el “fruto de mi leyenda anti-feminista” (“El voto
femenino” 66), leyenda que rechazaba tanto como la de ser feminista; su declaración de
principios, decía, era más compleja. Encontramos su posición reflejada en la siguiente cita:
La participación, cada día más intensa, de las mujeres en las profesiones liberales y
indiscutible; pero trae también cierto desasimiento del hogar, y, sobre todo, una
Con razón Stuven la llama feminista de la maternidad, pero no basta con quedarse
con la idea del sentido de la maternidad como simplemente que las mujeres sean madres,
después de todo, ella hubiera sido la primera en quedar fuera de sus propios postulados al
sociedad: lo ratificó con su ejemplo, pues ella misma fue una mujer independiente, que
trabajó desde los quince años, que se ganó su sustento e hizo públicos sus escritos, tanto
sus versos como sus opiniones. Pero, además, lo hizo abrazando esta idea de lo maternal
Mayne-Nicholls 41
como una fuerza mujeril que se preocupa por el presente y el futuro de la sociedad y de la
tierra.
las ideas expresadas en diversidad de escritos, pero que están ahí. En el caso de Yáñez, su
posición política ha quedado más bien elidida, por cuanto todavía hace falta un trabajo de
archivo que busque, reúna y sistematice sus escritos publicados en medios. Con lo que
contamos, además de su obra narrativa de ficción, son sus textos autobiográficos. Mientras
Yáñez alude a su vida adulta, especialmente a la tensión que significó querer desarrollarse
en el ámbito público y ser escritora, además de llevar una vida privada en que era madre y
esposa. Natalia Cisterna llama la atención respecto de que Yáñez no hable de sus logros
de sus padres, sus hermanos, el hogar y Santiago, es posible percibir cuál era el imaginario
que se sostenía en ese espacio, cuál era el estatus de las mujeres, y cómo Yáñez se
pertenecen al hogar y a las labores como tejer y bordar. La autora relata cómo cada tarde
que llegaba a casa del colegio, entraba gritando por su madre “[p]or miedo a que hubiera
salido” (Historia de mi vida 84), ante lo cual la madre siempre replicaba: “Sabe muy bien
que nunca salgo, no necesita gritar… Yo sabía, sí, que ella estaría en un rincón de esa
galería tan hogareña” (Historia de mi vida 84). Es la primera década del 1900, y lo esperable
Mayne-Nicholls 42
casa; establecida en un rincón desde el cual pueda cumplir con su imagen de madre.
Yáñez pintará un escenario hogareño tranquilo, en que las hermanas llegan hasta su
madre y permanecen con ella para realizar las mismas labores manuales y tranquilas de
bordado y tejido. En tanto, el yo autobiográfico que construye está en tensión con ese ideal.
Nos muestra, así, que el lugar de las niñas era el de la madre, en un sentido de preparación
para convertirse en madres y esposas también; y que las niñas que se salían de ese marco
eran o bien castigadas, o bien apuntadas negativamente por su diferencia. “Había cosas que
vida 91). La construcción de infancia que había en una familia de élite chilena, entonces,
mantenía a las niñas alejadas de las labores intelectuales y de la expresión de sus ideas.
Salirse del “molde convencional” (Historia de mi vida 91), como le dice Yáñez, equivalía
presentado.
primera mitad del siglo XX tenía que ver con una dualidad: lo que se esperaba de las
mujeres y lo que estas mujeres deseaban ser y que se alejaba del ideal de la época. “Aquella
dualidad me rompía por dentro” (Historia de mi vida 91), explica Yáñez, por cuanto se trata
de polos irreconciliables. Es decir, no se puede ser una mujer doméstica y querer sobresalir
renunciar a uno de estos polos, y eso resulta en una tensión. “Para pertenecer al ámbito
letrado había que legitimarse dentro de este marco cultural e histórico. Sin embargo,
autorizarse en este contexto conllevaba una serie de costos…” (Falabella, “Gabriela Mistral
Mayne-Nicholls 43
y Winétt de Rokha” 293). Los costos son variados, por cuanto las mujeres que hicieron
carrera en las letras en esas primeras décadas del siglo XX eran diferentes; sin embargo,
veo en las escrituras tanto de Yáñez como de Mistral una cierta inadecuación, una
En el caso de las mujeres de élite, los salones habían sido una bisagra para que las
mujeres tuvieran cierta participación pública, pero las posibilidades que proveían eran
(Vicuña 86). Yáñez muestra la oportunidad que significó para ella de niña poder tener
acceso a las reuniones que se realizaban en casa, y también grafica las diferencias
Yáñez no menciona otras mujeres intelectuales que hubieran ido a las tertulias en la
casa familiar, lo que parece diluir bastante la imagen de los salones como experiencias de
igualdad para las mujeres. Tal vez es consecuencia de eso la creación del Club de Señoras,
fundado en 1916 con la idea de “convertir [a las mujeres] en interlocutoras válidas de sus
maridos y sus hijos” (Vicuña 129). Es decir, estas instancias de intercambio intelectual
extendiendo cada vez más el campo de acción mujeril. “Comprenden ustedes ahora la
importancia del Club, ¡un lugar donde se piensa en voz alta!” (Echeverría, “¿Cómo se
formó?” 173), decía Iris al hablar del Club de Señoras, dando a entender que detrás de ese
nombre tan conservador y prudente, se había levantado una oportunidad única de decir lo
que se pensaba, en vez de callarlo. Una vez que las voces de las mujeres fueron haciéndose
escuchar cada vez más, las posibilidades de salir del hogar como encierro, y de desarrollarse
Mayne-Nicholls 44
en la actualidad las mujeres están subrepresentadas y, muchas veces, sus discursos siguen
invisibilizándose.
por establecer la igualdad de la mujer ante la ley en Chile, los portavoces de esto fueron
hombres, puesto que eran ellos quienes ejercían el poder político. No es de extrañar,
entonces, que muchas propuestas fueran más bien moderadas, por cuanto se preocupaba de
(Lavrin 2005). Las mujeres fueron encargándose poco a poco de sus batallas; así
“feministas de mujeres”, por cuanto no son las primeras asociaciones de mujeres, de hecho,
hay grupos vinculados a la Iglesia Católica y que estaban en contra de las medidas para
laicizar el Estado.
En cuanto a los grupos que reivindicaban los derechos de las mujeres, las primeras
décadas vieron más bien algunos resultados moderados en la reforma de 1925 al Código
Civil: “facultar a la mujer para actuar de tutora, albacea y testigo, y a la mujer casada para
desempeñar cualquier ocupación y administrar sus ingresos, salvo la oposición del marido”
(Lavrin 272); es decir, las ataduras patriarcales se mantuvieron. Recién en 1934 se hicieron
nuevos avances con respecto a la libertad de las mujeres, pero el hombre se mantuvo como
la autoridad familiar, de tal manera que la mujer podía realizar ciertas actividades, siempre
agrupaciones de mujeres que “procuraban que las mujeres fueran visibles como grupo de
Las primeras décadas del 1900 muestran un Chile todavía rígido en cuanto a las
tradiciones patriarcales, pero sometidas a la presión ejercida, por una parte, por la
participación femenina efectiva en el campo laboral, y, por otro lado, por la presión que
ejercen los grupos feministas y de mujeres por llevar esa participación a los distintos
ámbitos sociales: la familia, la sociedad civil y la política. Gabriela Mistral y María Flora
Yáñez interactúan con esas necesidades mujeriles de dejar la esfera íntima y entrar de lleno
en la pública de distintas maneras, por cuanto sus historias y experiencias difieren desde
que eran niñas. De todas maneras, ambas personifican las dificultades y ventajas que la
diferenciación genérica del trabajo y los valores de lo que llama una maternidad espiritual;
Yáñez es una madre y esposa de la élite que presenta la inadecuación que conlleva tratar
de seguir el deseo de una carrera letrada al tiempo que mantiene un lugar en el seno familiar,
Capítulo 2
La construcción de un relato
Mi infancia no tuvo jardines ni juegos en la calle. Vivía en una gran casa de calle
Baquedano en Iquique, que ocupaba el segundo piso de una construcción. La planta baja
correspondía a otra casa, en la que vivían unos tíos muy mayores. En nuestro segundo piso
no había jardín, aunque sí un patio cerrado muy iluminado durante el día por los grandes
pasara corriendo sin ver a mi alrededor o bien que no pasara en absoluto. No recuerdo la
sensación de pisar el pasto con los pies desnudos. Pero sí el contacto de la arena suave y de
las piedrecillas, y del agua fresca y salada, donde comíamos directamente los erizos que mi
mamá sacaba.
Este breve relato tiene un objetivo: explicar algunas ideas sobre infancia que son
tiene que ver con una experiencia más que con una edad. Es decir, no se habla de la infancia
simplemente indicando entre qué edades se encuentra. De hecho, eso parece algo difícil de
definir.
surge de límites cronológicos (hasta los veintiún años, hasta los siete, etc.), a veces
Mayne-Nicholls 47
Cuáles son los criterios para hablar de infancia es una de las problemáticas que
establecerse características que deben tenerse para hablar de que alguien es niña o niño?
cotidianos en torno de la infancia. Desde decir que alguien es todavía un niño, porque vive
sin responsabilidades, hasta decir que alguien ya no es un niño, debido a algo que le ocurrió
o que hizo. La infancia pareciera ser algo biológico entonces —los primeros años de la
vida—, pero también algo metafórico, asociado a ciertas maneras y costumbres. Lo que
deja en evidencia que la infancia es personal; tiene que ver con algo vivido y
experimentado, que es lo que la vuelve un concepto tan difícil de fijar. Y es lo que hace
que el relato que hice previamente acerca de mi infancia sea particular. Otros podrán
No será una infancia con sabor a sal, a erizo y a mango, con miedo a la oscuridad, y olor a
irreemplazable e insustituible” (“La infancia” 5), dice Guerrero al leer los escritos de
Walter Benjamin y de Elizabeth Wood. A tal punto que dos hermanos pueden tener distintas
experiencias de infancia, a pesar de haber crecido juntos; lo que habla acerca de que la
experiencia de infancia tiene que ver con qué niña o niño éramos.
Una segunda idea acerca de la infancia es que, como toda instancia temporal, es
irrecuperable como experiencia. Es siempre algo que ocurrió en el pasado. Cuando somos
niños la vivimos como presente, pero después si tratamos de acceder a algo que pasó, es
Mayne-Nicholls 48
solo un recuerdo: como recordar qué nos regalaron en nuestro quinto cumpleaños o el
emocionales, que están guardados en la memoria, y que a veces reflotan por alguna
similitud con nuevos sucesos. Estos recuerdos sueltos, esquivos, semitraslúcidos son parte
como las relaciones sensoriales que asociamos a la infancia, pero que no constituyen un
relato exacto de la infancia. Paralelamente, podemos agrupar los recuerdos en torno a una
idea de lo que fue nuestra infancia. Para Deleuze y Guattari esto es más que un recuerdo, y
lo llaman “bloque de infancia” (Kafka 13). Este bloque, explican, “levanta al deseo en vez
conexiones, lo hace pasar a otras intensidades”19 (Deleuze y Guattari, Kafka 13). A partir
de Deleuze y Guattari, Guerrero (“La infancia”) define bloque de infancia como “una
representación con principio y fin, asociada a olores, imágenes, sensaciones y hechos que
conforman un todo, donde están las bases de las primeras configuraciones de un yo” (5).
Es decir, se construye una especie de imaginario según el cual se piensa la propia infancia
y desde ese punto de vista se leen e interpretan los recuerdos. Es algo que llevamos con
nosotros de adultos, y, por eso, para Deleuze y Guattari ese bloque está en el presente del
construcción que hacen a partir de ese (y otros) recuerdo será diferente. “Los bloques de
19
En esta cita Deleuze y Guattari están analizando El castillo de Franz Kafka, específicamente la escena en
que el portero evoca el campanario de infancia. Esa imagen no sería un recuerdo, sino un bloque de infancia,
porque no está desvinculado de la existencia actual del personaje. “[D]e esa manera la torre-campanario,
como bloque, pasa a otras dos escenas…” (Kafka 13).
Mayne-Nicholls 49
infancia, no solo como realidades sino como método y disciplina, no dejan de desplazarse
propia infancia, que se convierte en la medida desde la cual se lleva adelante la adultez y
tercera idea sobre infancia es, entonces, la construcción de un imaginario. Es decir, lo que
uno hace con los recuerdos (los propios y los de otros), historias, sensaciones, objetos,
lugares y espacios de infancia es armar un relato —con inicio, desarrollo y fin—, en el que
se rellenan los vacíos, y se reinterpreta y modifica lo que es necesario. Ese imaginario, ese
bloque de infancia, no influye solo en la percepción de cómo fue nuestra infancia, sino en
protected; and if children do wrong, it is because they do not know any better” 20 (Honeyman
2). Lo que dicha enumeración muestra es que los adultos en Occidente ven a los infantes
como personas en falta o incompletas: les falta la capacidad de valerse por sí mismos, de
decidir por sí mismos, les falta conocimiento. La perspectiva se dibuja desde los adultos,
extremo, la verdad y la bondad de nuestra parte; o al menos la manera correcta de hacer las
20
“[L]os niños son indefensos; los niños deben ser protegidos; y si los niños hacen algo malo es porque no
conocen nada mejor” (la traducción es mía).
Mayne-Nicholls 50
shifting to foil) ‘adulthood’”21 (Honeyman 4). Esta afirmación sitúa a la infancia como lo
opuesto a la adultez, la que, por ende, sería verbal, empoderada en el discurso, racional y
sofisticada. También deja en evidencia la creencia de que los niños y niñas existen en una
incompletitud: no solo son lo contrario de los adultos, sino que les falta aquello que sería
Si coincidimos en que infancia es una construcción social y cultural, que varía con
tiempo (Mills 9). Es decir, no es lo mismo enfocarse en la infancia de las niñas que en la
desarrolla en la ciudad; ni es lo mismo si se habla de niños y niñas del siglo XXI o del siglo
el estudio de Mills) que si hablamos de Chile. A esto debe agregarse que este no es un
estudio acerca de las vidas de niños reales, sino literarios; por eso es necesario, afinar en
estos capítulos los términos y definiciones que estarán en la base del análisis de esta
investigación. No me interesa, entonces, tratar de capturar lo que Mills llama “the timeless
essence of childhood”22 (8), sino reconocer el tejido del imaginario de infancia que
21
“La posición de la infancia es típicamente construida como inocente, relativamente preverbal, fuera del
discurso empoderado, no sofisticada, ignorante, irracional —el opuesto total (aunque cambia constantemente
para su frustración) de la ‘adultez’”. La traducción es mía.
22
“La esencia atemporal de la infancia”. La traducción es mía. Mills diferencia entre esa construcción
atemporal de infancia que parecen haber construido autores como J. M. Barrie, Lewis Carroll, C. S. Lewis,
A. A. Milne y J. R. R. Tolkien, que ubican la infancia ya sea en pasados míticos o presentes mágicos; y
Mayne-Nicholls 51
sobre las primeras décadas del siglo XX, pero también con sus diferencias. Por un lado,
Mistral que presenta niñas en rondas que se bailan en los montes, y, por el otro, Yáñez que
venido definiendo qué es infancia y qué se espera de los niños y las niñas durante siglos.
“[Children] together temporarily occupy the social space that is created for them by
adults”23 (James y James 8). Para James y James es eso lo que, en términos generales, es
infancia, a tal punto que no podríamos imaginar al niño si no es en relación con los adultos,
quienes deciden cómo son los lugares que habitan, las ropas que visten, los juegos que
juegan, y los libros que leen. Cuando una se enfrenta, además, a representaciones de
infancia, los niños y niñas son construcciones adultas, ya que solo excepcionalmente
encontramos niños y niñas escritores. Esta presencia ineludible del adulto pareciera reforzar
las obviedades acerca de la infancia. Por un lado, pareciera confirmar el estatus marginal
de niños y niñas, en el sentido de que ocupa un lugar periférico en el tejido social: “El niño
acto de habla, porque no tiene la autoridad para que sus palabras adquieran un poder
aquellas construcciones más contemporáneas y que buscan ser más reales, como Leila Berg, Roald Dahl y
Philippa Pearce. Esto no quiere decir que estos últimos autores no narren fantasías, sino que la representación
de los niños y niñas pretende ser más basada en experiencias reales que en ideales de infancia, como sucede
con los primeros autores mencionados.
23
“[Los niños] juntos ocupan, temporalmente, el espacio social que es creado para ellos por los adultos”. La
traducción es mía.
Mayne-Nicholls 52
Decir que no pueden hablar quiere decir que no se admite su voz, sus pensamientos, sus
opiniones.
Esta pasividad ha sido creada desde el orden patriarcal porque los niños son vistos
como seres potenciales antes que seres actuales. Es desde esa perspectiva que los niños
tienen cabida en las narrativas nacionales24 (Alryyes 2001). En dichas narrativas los niños
son lo que comúnmente referimos como el futuro de la nación. “[C]hildren represent both
the promise of and resistance to continuity”25 (Alryyes 15); es decir, son el espacio que
procurará que las naciones se mantengan y sigan en el tiempo, y también los que permitirán
en relación con el futuro, con los adultos que los niños serán en el futuro, lo que nos regresa
infancia.
que las niñas y los niños son vulnerables, lo que pondría en peligro ese mismo futuro. Y en
cierto sentido son vulnerables. Entiendo por vulnerabilidad: “A state of weakness, of being
at risk from harm and therefore in need of protection” (James y James 132). Es decir, que
para ser vulnerable hay que estar en cierto peligro. ¿Cómo se relaciona esto con los niños,
entonces? Pensemos en los recién nacidos humanos y cómo necesitan de su madre o un/una
cuidadora que los ayude a sobrevivir. Mientras los animales se ponen en pie rápidamente,
a un niño o niña les tomará por lo menos un año. En algunas culturas el temor por el niño
o niña es extremo: como ayudar a ponerse en pie a un niño después de cada pequeña caída.
24
Alryyes define narrativas nacionales como “the constellation of symbolic manifestations of the nation —
its political prescriptions, myths of origin, rules of belonging and proper feelings, educational proclamations
and policies, and so on —in order to underscore this made (and not found) nature of the nation” (12).
25
“Los niños representan tanto la promesa de como la resistencia a la continuidad”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 53
Esto descansa en la idea de que los niños son inocentes y no tienen ni experiencia ni
conocimientos sobre el mundo; es decir, hay una falta de competencia que deriva en la
literatura nos han mostrado que los niños y niñas son vulnerables ante las decisiones de los
adultos:
Los niños expósitos figuran por doquier en la literatura de ficción, de Moisés a Tom
Jones. De esto podría inferirse que el abandono era una realidad social familiar y
que, por tanto, se refleja en la escritura creadora: pero también es posible que los
El abandono de los hijos parece un motivo literario por excelencia, pero ciertamente
manera tan extendida. Es lo que admite Boswell al plantear si no sería acaso un caso
extraordinario recogido por la literatura. Sin embargo, Boswell mismo se responderá luego
que, más que el abandono mismo, lo extraordinario de los textos literarios que tratan estos
temas “es la predilección por la anagnórisis dramática (el feliz redescubrimiento, tras
muchos peligros y tribulaciones, de padres, hijos o amantes perdidos mucho tiempo atrás)”
masividad del abandono, pero sí habla de que la idea de abandonar a los hijos existe en el
imaginario occidental, y que esa sería la razón por la cual es abordado, ya sea de manera
trágica y edificadora como en los textos de Dickens, de manera romántica como en Anne
de Green Gables, como medida protectora como sucede en Las crónicas de Narnia, o,
incluso, en términos cómicos como en Papelucho perdido. Estos ejemplos dan cuenta de
infantil, requiere centrarse en las obras, porque los motivos, las construcciones, las
representaciones y sus efectos difieren de acuerdo con el contexto, lo que muestra que lo
Solemos ver el tema de la vulnerabilidad de los niños desde ese prisma terrible del
abandono, pero no siempre aparece de manera tan evidente a los ojos. Esta vulnerabilidad
más invisible tiene que ver con las influencias y presiones que reciben niños y niñas desde
el Estado, desde la familia, desde la educación normada, desde los medios de comunicación
masiva; todos apostrofan a los niños, todos esperan que se conviertan en algo, ya sea a
(23), destinadas a configurar cierto tipo de niños y niña. Me interesa al respecto rescatar la
figura del “niño sacer” que hace Bustelo (26), que plantea que la vida de los niños es una
niñas tiene que ver con la perpetuación del statu quo de las sociedades actuales.
entornos de guerra o conflictos, las que han sido explotadas como imágenes desde los
medios de comunicación y las redes sociales que muestran los cuerpos sin vida de niños.
Uno de los casos más discutidos al respecto en los últimos años fue el de Alan Kurdi, un
niño sirio de tres años, quien fue encontrado boca abajo en una playa turca en 2015. Su
familia estaba escapando de Siria, tratando de llegar a Grecia en una embarcación que
de cinco años. La imagen del niño en la playa turca fue tomada por la fotógrafa Nilufer
Demir, la que se viralizó rápidamente, poniendo sobre la mesa, además, la situación de los
migrantes en el mundo.
Mayne-Nicholls 55
¿Para qué mostrar imágenes como las de Alan Kurdi? Cuando Bustelo habla de que
los niños son un campo de lucha de los poderes tiene razón, porque puede que una de las
razones de difundir las imágenes sea generar conciencia de lo que está pasando, pero
también puede tener otras motivaciones, desde vender más avisos hasta desincentivar las
migraciones. En ese sentido, la vulnerabilidad infantil puede ser también utilizada desde
distintas perspectivas.
Es tentador decir que los niños han sido vulnerables ante la pobreza, las guerras, la
falta de oportunidades. Debido a esto han tenido que trabajar en la infancia, ser llevados en
alimentos y de salud. Claramente esas situaciones son reales, pero ¿acaso los adultos no
son también vulnerables a las enfermedades, las guerras, la opresión? Construir a los niños
y niñas desde la vulnerabilidad no es trivial. Y con esto no quiero decir que no haya que
protegerlos, sino reflexionar acerca de esto que parece tan naturalizado, pero que es también
tiene que ver con el imaginario que se tenga con respecto a la infancia. Es así como pasamos
institución de los derechos del niño, en que se vela no solo por la integridad física, sino
también por el derecho a la identidad, a tener una voz propia, un nombre, una nacionalidad.
que sustenta leyes y normas, pero también costumbres y usos, que pueden llevar la
también que la presencia de los adultos se mantiene clave para definir en qué sentido los
niños y niñas son o no vulnerables. Lo que además convive con ciertas ideas paradojales,
como clamar por la protección de los niños al tiempo que no se les da espacio a sus voces.
Mayne-Nicholls 56
El hecho de que la idea que tenemos de infancia y lo que esperamos que los niños sean,
hagan y digan, es algo que tengo presente, de la misma manera que me parece insoslayable
el hecho de que incluso lo que parece obvio y natural —como el proteger a los niños y
niñas— tiene un correlato que debería ponerse en duda, como hasta dónde se llega en el
afán protector, por ejemplo, y qué implica esto para el desarrollo de la infancia. Al tener
esto presente es que me interesé en abordar las representaciones de las niñas y niños desde
una perspectiva que tratara de ponerse en el lugar de la infancia, en vez de decidir desde la
distancia de la madurez qué es bueno o no para los niños. Es así como llegué al campo de
infancia. Una definición acerca de este campo de estudios explica: “[it] is conceived of in
much broader terms; it is concerned with the social study of all childhoods and all children
of all ages, in their own right and not just as means to an end” 26 (James y James xi). Martin
Woodhead plantea que los estudios de la infancia reúnen a todos aquellos que encuentran
que los discursos tradicionales acerca de “el niño” son insuficientes (Woodhead x), por lo
26
“Es concebido en términos mucho más abstractos; se relaciona con el estudio social de todas las infancias
y todos los niños a lo largo de todas las épocas, en su propio derecho y no solo como medios para un fin”. La
traducción es mía.
Mayne-Nicholls 57
cual define esta disciplina como “a more integrated approach to research and teaching
around children’s lives and well-being, a more ‘joined-up’ view of ‘the child in context’” 27
(Woodhead x).
A partir de las palabras de James y James y Woodhead, podemos ver que los nuevos
sino los niños y niñas en su pluralidad. Tampoco se preocupan por lo que los niños serán
(aunque es parte de lo que se estudia en este campo), sino por lo que los niños y niñas son
ahora, por su presente. Asimismo, no consideran que los niños y niñas sean pasivos, sino
que son actores sociales relevantes. En el fondo, los estudios de la infancia proponen una
perspectiva, que descansa sobre la premisa de que la infancia es una construcción cultural
y social. Lo expuesto puede parecer alejado de la literatura, por cuanto las definiciones que
he expuesto hablan más acerca de los niños reales. Sin embargo, la infancia es una
niñas, como también de la idea de infancia, es uno de los ámbitos relevantes dentro de este
gran campo. Algunos exponentes dentro del ámbito de las representaciones son Peter Hunt
(literatura para niños), Julie Koehler (cuentos de hada y tradicionales), Elizabeth Tucker
cuenta de que uno de los principales énfasis de los estudios de la infancia es justamente la
revisión de las interpretaciones literarias acerca de la infancia, junto con los análisis
27
“Un acercamiento más integrado a la investigación y la enseñanza en torno a las vidas y el bienestar de los
niños, una visión más conjunta del ‘niño en contexto’”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 58
forma en que los adultos han pensado a los niños y las niñas y el impacto que esto ha tenido
en la forma en que se los trata (“Childhood studies” 2018), y se considera que una de las
maneras de observar mejor estos imaginarios adultos son los textos literarios que han
provenientes de varios campos, con el objetivo de saber más acerca de los niños y la
infancia: “The primary concern of childhood studies is to extend our knowledge and
understanding of childhood and its complexities, rather than to engage directly in social or
political intervention in children’s lives” 28 (James y James xi). Esta cita no implica que no
pueda haber un trabajo directo con los niños y niñas a partir de las investigaciones que se
hacen en esta disciplina, sino que postula la relevancia que tiene dedicarse a conocer acerca
infancia, tiene que ver con lo planteado por Boswell respecto a quiénes son los niños y las
niñas. Los estudios de la infancia han tratado de establecer algún punto de partida al
notions of personhood and citizenship, come not through achievement or competence but
through ageing”29 (James y James 8). Esta perspectiva permite abandonar ciertos prejuicios
28
“La principal preocupación de los estudios sobre la infancia es ampliar nuestro conocimiento y
comprensión de la infancia y sus complejidades, en lugar de involucrarnos directamente en la intervención
social o política en la vida de los niños”. La traducción es mía.
29
“‘Adultez’, y las nociones que acompañan a la persona y la ciudadanía, no llega a través de los logros o
competencias, sino a través del crecer”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 59
acerca de los distintos desarrollos de niños y niñas según sus antecedentes, historia y
proveniencia. En el discurso cotidiano es habitual decir, por ejemplo, que los niños que han
sufrido algún trauma o que son pobres ya no son niños o que sus infancias terminaron
demasiado pronto. El problema con esa perspectiva es que invisibiliza los problemas
sociales de los niños, al crear la ilusión de que solo existe un ideal de infancia, al que se le
ponen adjetivos como protegida e inocente. Ocultar la realidad de que hay distintos tipos
de infancia, y que muchas de ellas están lejos de ser felices o tranquilas, obstaculiza las
simplemente establecer que ya se hicieron adultos. Establecer una edad no elimina que la
infancia sea una construcción cultural y que intervengan distintas variables, tampoco es un
impedimento para considerar la infancia como una experiencia y un relato que se efectúa.
Lo que el tema de la edad sí permite es establecer una superficie sobre la cual pesquisar
Los estudios de la infancia no tienen por objeto entender o saber más acerca solo de
la infancia real. Las representaciones acerca de la infancia son consideradas una entrada
clave para acceder a la forma en que las sociedades han visto y tratado a los niños y niñas.
Christopher Parkes explica: “We do not seek to identify whether or not children are
understanding why the cruel child looms so large in the cultural imagination, and in
Mayne-Nicholls 60
identifying the contours and boundaries of that representation” 30 (Flegel y Parkes 1). Puedo
relacionarme con esas palabras, porque mi interés también está puesto en las
distinguir las estrategias retóricas de las autoras y configurar un imaginario en torno al ser
niños (aunque los hay). Dentro de esta perspectiva se encuentran, además, algunos
conceptos que se consideran clave en el estudio de la infancia y los niños (ya sean reales o
actores sociales, abuso sexual, sexualización, derechos, espacios para la infancia y lugares
de los niños, niños de la calle, y vulnerabilidad (James y James 2012). Muchos de estos
idea que se tiene de infancia en Occidente. En latín infans hace referencia a lo mudo, sin
30
“No buscamos identificar si los niños son o no naturalmente crueles, o proveer una solución a la crueldad
infantil. En cambio, estamos interesados en comprender por qué el niño cruel asoma tanto en la imaginación
cultural, y en identificar los contornos y fronteras de esa representación”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 61
habla, sin palabras, inarticulado, incluso, aquello que no puede hablar. El término ha sido
inglés Goodenough et al. sostienen: “‘infant’, defines one who cannot speak and whose
not yet fully inhabited by the child”31 (3). Decir que el niño o niña es quien no puede hablar
no está desestimando sus capacidades comunicativas; se refiere más bien al hecho de que
los niños se mueven fuera del lenguaje de los adultos: la lógica de su habla no es la lógica
del mundo adulto. Es por esta razón, que la comunicación entre adultos y niños es
motivo en la literatura con tema de infancia. Por ejemplo, en el cuento “A message from
the pig-man” (1960) de John Wain (1925-1994), el conflicto descansa en el hecho de que
Eric —el protagonista de cinco años— y su madre tienen distintas ideas acerca de qué es
Considerar al infante como un ser que no puede hablar tiene relevancia en el aspecto
literario, por cuanto se refleja en la elección de las estrategias de narración en las novelas
que tienen a niños y niñas como protagonistas. Si bien, niños y niñas están presentes en los
relatos, no lo hacen con su propia voz, sino traducidos por una voz adulta. Así sucede en
algunos textos clásicos ingleses que tienen a niños como protagonistas, como Alicia en el
País de las Maravillas de Lewis Carroll (1832-1898), Peter Pan y Wendy de James
Matthew Barrie (1860-1937) y Los niños del agua de Charles Kingsley (1819-1875). No
son Alicia, Peter, Wendy y Tom quienes narran, sino que hay un discurso indirecto, en que
31
“‘infante’, define a quien no puede hablar y cuyos intentos progresivos de articulación deben ser traducidos
por los adultos a un mundo del discurso que todavía no es habitado totalmente por el niño”. La traducción es
mía.
Mayne-Nicholls 62
los narradores adultos traducen a estos niños ficcionales. Es especial el caso de Charles
Dickens, quien utiliza dos registros: la enunciación adulta y la enunciación infantil. Por
ejemplo, en Oliver Twist32, la historia del niño huérfano que huye a Londres, el relato es en
tercera persona, aunque el narrador puede acceder —y nos da a conocer— los pensamientos
Copperfield34, Dickens opta por un relato en primera persona, en el cual el propio David
narra la historia desde su infancia. En el caso de la narrativa chilena, Lorena Amaro sostiene
que, hasta mediados del siglo XX, la representación que se hace de los niños es objetivada,
esto es, en ellas no hay presente “una voz o una perspectiva infantil” (“Huérfanos y héroes”
12); se refiere a los cuentos de Sub-Terra (1904) de Baldomero Lillo, y novelas como El
niño que enloqueció de amor (1915) de Eduardo Barrios y El roto (1920) de Joaquín
Edwards Bello. Sobre este corpus, Lorena Amaro agrega que “se encuentra […] ausente la
subjetividad del niño” (12). Esta opción por no representar la enunciación infantil descansa
articulan sus ideas, cómo funciona su lógica? La dificultad de plasmar esto con
niñas se mantiene como una necesidad literaria. En este sentido, me interesa la propuesta
Benveniste, según quien “el hombre se constituye como sujeto en el lenguaje y a través del
32
Oliver Twist es la segunda novela de Charles Dickens y fue publicada como serie mensual entre febrero de
1837 y abril de 1839.
33
En cambio, el narrador mantiene una distancia casi periodística en el caso de otros personajes, de los cuales
solo tenemos un relato externo.
34
David Copperfield también fue publicada como una serie mensual entre mayo de 1849 y noviembre de
1850. Es la octava novela de Charles Dickens.
Mayne-Nicholls 63
lenguaje”35 (Agamben 61). Está hablando de adultos, quienes ya tendrían pleno manejo del
lenguaje; como dice Goodenough et al.: “… full acquisition of language marks the
suerte de sujeto prelingüístico, lo que se condice con la etiqueta que se pone a niños y niñas
(Agamben 66). Entiendo entonces que el niño y la niña están antes o fuera del lenguaje, lo
que presenta una contradicción en el ámbito literario, porque los niños son representados
en y por medio del lenguaje. Si la voz de los niños y niñas se mueve con otros códigos,
To recognize the child’s exclusion from adult language and discourse does not mean
On the contrary, many texts written from a child’s viewpoint are brilliantly creative,
estrategias retóricas que los autores utilizan para representar la voz infantil. Por ejemplo,
35
Giorgio Agamben está refiriéndose a lo planteado por Benveniste en sus textos “La naturaleza de los
pronombres” y “La subjetividad en el lenguaje”.
36
“La plena adquisición del lenguaje marca la disolución de la infancia”. La traducción es mía.
37
“Reconocer la exclusión del niño del lenguaje y discurso de los adultos, no significa que las voces de los
niños estén condenadas a ser inhabilitadas en las representaciones literarias. Por el contrario, muchos textos
escritos desde una perspectiva infantil son genialmente creativos, subversivos, o compensadores precisamente
porque los niños hablan desde una esfera todavía no apropiada, o solo parcialmente apropiada, por la
intencionalidad social o cultural”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 64
mapa confuso, en que coexisten múltiples caminos e imágenes que nunca llegan a estar
quietas, es un mapa que está continuamente reconstruyéndose; mientras que Henry James
utilizaba el discurso indirecto para dar cuenta de la inaccesibilidad del habla infantil, como
ocurre en What Maisie Knew (1897), novela narrada en tercera persona y que se centra en
propiamente tal, y se decide representar a niños y niñas de manera mediada para no tener
que impostar una voz que aparece tan esquiva. Por ejemplo, Barrie no introduce a los
lectores dentro de la mente/mapa confuso de Peter Pan o Wendy, pero da indicios de aquello
No todos los escritores eluden representar la voz de infancia y, de hecho, hay varios
ejemplos de textos narrados en primera persona por una voz infantil 38. Jeftanovic (2011)
aborda esta narración, destacando su condición “desde abajo”, lo que daría cuenta de una
escritura “mirando al mundo a la altura de las rodillas de los adultos” (29), y en que estas
voces son en sí misma una herramienta retórica al levantarse como “cuestionadoras de los
principal para escribir la voz infantil tendría que ver con configurar una narración deficiente
que dé cuenta de cómo los niños y niñas están fuera del lenguaje de los adultos. Jeftanovic
plantea en este sentido que haya una “comprensión parcial de los hechos”; un “manejo
38
Solo para efectos ilustrativos, algunos textos recientes con niños narradores son El curioso incidente del
perro a medianoche (2003) de Mark Haddon y Tan fuerte, tan cerca (2005) de Jonathan Safran Foer. La
literatura infantil utiliza muchas veces los narradores niños y en Chile un caso emblemático es el de la serie
Papelucho (1947-1974) de Marcela Paz.
Mayne-Nicholls 65
(Jeftanovic 30). Puedo encontrar estos aspectos, por ejemplo, en los libros de Papelucho,
en que el protagonista y narrador utiliza mal las palabras, no comprende la situación o sigue
una lógica que es concreta y, más bien, irracional. Estas estrategias que Jeftanovic identifica
preconcepciones que existen acerca de la infancia: los niños y niñas son preverbales, no
saben ni conocen, son concretos e irracionales. Es decir, al tiempo que los autores tratan de
usar una voz marginal para criticar (la sociedad, la política, la economía, la familia), se
basan en los estereotipos que los adultos han otorgado a los niños y niñas.
Por un lado, esta paradoja de representar la voz de los niños de acuerdo con los
estereotipos que se han creado para ellos descansa en el hecho de que esas características
—a las que Honeyman se refiere como “linguistic ‘truths’ in adult discourse” 40 (2)— son
aceptadas como realidades naturales (Honeyman 2); es decir, se piensa que los niños son
naturalmente así. Por otro lado, la explicación de esto radica en que hablar de voz implica
una metáfora (Cadden 2011), que abarca tanto el punto de vista de la narración o del poema,
es decir, el quién se expresa, como las características de esa voz, esto es, el cómo se expresa
(Cadden 2011). Con esto quiero recalcar que las voces representadas siguen siendo las
voces de los adultos, vestidas con una máscara de la infancia, cuyo objetivo, más que
Y voy más allá, porque la narración deficiente de la que habla Jeftanovic descansa
en el punto de vista del adulto, de esa concepción de que los niños no habitan el lenguaje
de los adultos. Pero eso no es suficiente, ya que nuevamente, toma conciencia solo del
39
Algunos de los textos analizados en el libro de Jeftanovic son Hasta ya no ir de Beatriz García Huidobro,
La casa de los conejos de Laura Alcoba, Óxido de Carmen de Ana María del Río, La noche de los asesinos
de José Triana, Hamelin de Juan Mayorga y Cerca del corazón salvaje de Clarice Lispector.
40
“‘verdades’ lingüísticas en el discurso adulto”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 66
punto de vista adulto, ya que, al analizar la voz de infancia, puedo observar que “los chicos
vez se adueñan del lenguaje. Lo agarran por donde mejor les parece y lo hacen ingresar a
su mundo” (Montes 53). Es decir, la voz de infancia que se configura en los textos tiene
una apariencia de incompletitud (en el sentido de ser deficiente) sin ser realmente
incompleta. Esto es, las estrategias de representación que se utilizan podrán identificarse
con este mal uso del lenguaje, pero la voz representada no tiene por qué considerarse
incompleta o deficiente por aquel mal uso. De hecho, los que aprecian ese mal uso del
lenguaje son los adultos, para los niños y niñas eso carece de importancia.
Abordar las voces de los niños tiene que ver con dos aspectos: hablar y ser
escuchados. “[C]alls for children’s voices to be heard refers to the process of allowing
children to articulate their views on matters that concern them” 41 (James y James 24). Esto
se relaciona con la perspectiva de los niños como infantes, es decir, aquellos que no hablan,
por cuanto el silenciamiento de los niños se debería a que estos no son escuchados. Este
silencio implica no solo que niños y niñas no puedan expresarse, sino que no se los
considere actores sociales, lo que enfatiza la condición de marginalidad de los niños y niñas
niños y niñas expresen su voz es porque no saben, no conocen, son inocentes y les falta
con niños enfermos de cáncer, quienes conocían sus prognosis a pesar de que tanto sus
padres como sus doctores se los ocultaban para protegerlos. A su vez, los niños protegían
a sus padres al no contarles que ellos ya sabían cuáles eran sus pronósticos (James y James
41
“El llamado de que las voces de los niños sean escuchadas refiere al proceso de permitir a los niños articular
sus puntos de vista en las materias que les conciernen”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 67
(2012). Con este ejemplo, James y James ponen al descubierto que los niños saben más que
lo que los adultos creen, pero también expone el hecho de que su voz es silenciada,
más que nada en las ciencias sociales, presenta un motivo que puede encontrarse en la
tiene seis años y sus padres se divorcian y arman nuevas parejas sin decirle nunca a la hija
lo que está sucediendo, sino que dejan que las cosas sigan su curso como si ella viviera en
un estado tal de abstracción que lo que la rodeara no tuviera efectos sobre ella. En una
escena en que Maisie lleva a su padrastro para presentarlo en clases, podemos finalmente
oír su voz con la cual expone claramente lo que ha sucedido con su familia y las razones
de por qué tiene un nuevo papá. La narrativa de la película permite observar varios aspectos
de los cuales destaco dos. El primero es que Maisie sabe perfectamente lo que está
que la voz de Maisie solo se expresa y es escuchada cuando está con sus pares, quienes la
toman en serio y empatizan con ella porque tienen historias o preocupaciones similares.
Así al tiempo de representar lo que sucede con las voces de los niños, los directores Scott
comprenden.
42
La película está basada en la novela del mismo nombre de Henry James, publicada en 1898. La novela
sigue a Maisie desde su infancia hasta su adolescencia y está ambientada en Londres. La adaptación
cinematográfica traslada la historia de Maisie al Nueva York actual.
Mayne-Nicholls 68
En español, el término agencia está más relacionado con el oficio de prestar alguna
relaciona más con el concepto que abordo en esta investigación: agencia es “[d]iligencia,
solicitud” (RAE), lo que, de todas formas, no se acerca a la idea que manejaré en este
trabajo. El diccionario de Oxford entrega más luces al respecto: agencia es “[a] thing or
person that acts to produce a particular result”43 (Oxford Dictionary). El vocablo agency se
incorporó al inglés en el siglo XVII y deriva del latín agentia, que significa “llevar a cabo”.
Entonces tiene que ver con el actuar. De hecho, en literatura el término agencia se relaciona
con los personajes y la narración, de tal forma que los personajes tendrán agencia cuando
sus acciones son capaces de modificar el curso de la historia narrada. “A character’s agency
pushes, creates and changes the plot”44 (Leger 2014), es decir, no habría trama ni cambios
en ella sin personajes agentes que actúen en ese sentido. Por supuesto, es el autor o autora
pero no totalmente. Lo tomo de los estudios de la infancia, campo en que la agencia ocupa
un puesto de relevancia por cuanto ven a niños y niñas como actores sociales, antes que
como seres receptores de las acciones de los demás. Asimismo, da cuenta de que en este
consideración del niño y la niña como sujetos. Una definición estricta de agencia es “[t]he
capacity of individuals to act independently” 45 (James y James 3), pero no se trata solo de
43
“[una] cosa o persona que actúa o produce un re4sultado particular”. La traducción es mía.
44
“La agencia de un personaje empuja, crea y cambia la trama”. La traducción es mía.
45
“La capacidad de los individuos de actuar de forma independiente”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 69
que los niños puedan hacer cosas de forma independiente, sino también de la capacidad de
It underscores children’s and young people’s capacities to make choices about the
things they do and to express their own ideas. Through this, it emphasises children’s
ability not only to have some control over the direction their own lives take but also,
importantly, to play some part in the changes that take place in society more
Formarse su opinión, expresar sus ideas, tomar decisiones acerca de su vida y actuar
socialmente son algunos de los aspectos que se engloban en el concepto de agencia, pero
siempre considerando el que lo hagan de manera independiente. Esta concepción acerca del
actuar libre implica considerar, asimismo, las estructuras sociales y la relación entre el
actuar de los sujetos y la sociedad en que se insertan. En este sentido Anthony Giddens
que “social structures provide the means through which people act, but the form these
structures take is a result of their actions”47 (Giddens cit. en James y James 4). La misma
y estructura, distinguiéndolas como dos grados distintos de agenciamiento entre los que se
sitúa el devenir (Mil mesetas 2002), en el caso de esta investigación, del devenir-niño. Dice
habérselas con esos grandes agenciamientos sociales definidos por códigos específicos, y
46
“Subraya las capacidades de los niños y los jóvenes de tomar decisiones sobre las cosas que ellos hacen y
expresar sus propias ideas. A través de esto, enfatiza la habilidad de los niños no solo de tener algún control
sobre la dirección que toman sus propias vidas, sino también, de manera importante, de jugar algún papel
más relevante en los cambios que tienen lugar en la sociedad”. La traducción es mía.
47
“las estructuras sociales proveen los medios a través de los cuales las personas actúan, pero la forma que
estas estructuras toman es un resultado de sus acciones”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 70
(17); de lo cual colijo que, al referirnos al tema de la agencia de los niños, no podemos
sustraernos de las estructuras a las cuales están ligados; esos grandes agenciamientos
sociales de los que hablan Deleuze y Guattari se refieren entre otros a la familia, que es el
frente a los cuales los estudios de la infancia observan cómo se manifiesta la agencia de
niños y niñas. Pero como esas estructuras no son solamente estables o fijas, pueden ser
La educación actual fomenta la autonomía de los niños, pero esta parece limitarse a
una cierta autonomía vigilada, en que se espera que niños y niñas sepan vestirse solos, hacer
sus tareas y participar en clase. Es decir, se favorece esta autonomía como una forma de
reforzar el sistema ya existente y no como una manera de lograr que los niños y niñas actúen
con agencia. Para explicar esto, considero pertinente las elaboraciones que hacen Hardt y
Este tipo de instituciones influye directa e indirectamente sobre la forma en que los niños
y niñas se comportan, pero su influencia también tiene que ver con lo que los niños y niñas
piensan. “[E]l poder disciplinario gobierna estructurando los parámetros y los límites del
desviadas” (Hardt y Negri 44). En el caso de la escuela48 —que es una de las instituciones
disciplinarias que plantea Foucault— los parámetros y límites tienen que ver con las
situaciones en que los niños pueden actuar con autonomía, y definen cuándo la autonomía
ya no es deseable, porque sus resultados pueden poner en jaque la estructura. Por su parte,
48
Bustelo, por su parte, indica que las principales instituciones que influyen en el desarrollo tanto de niños
como de adolescentes son “la familia, la escuela y los medios de comunicación” (23).
Mayne-Nicholls 71
la concepción de agencia plantea el poder transformador que pueden tener los niños, esto
es, la potencia de llegar a modificar en algún sentido las estructuras, de tal forma en que
los niños y niñas no solo pueden ser actores sociales, sino agentes de cambio.
pensamiento crítico (Moje y Lewis 2007). En tal sentido, la agencia constituye una facultad
relevante para que los niños sean niños. Mathis profundiza en ese aspecto y plantea:
“agency that can help them make sense of the vast amount of information available and
take action in making decisions that create a better community, both local and global, for
themselves and others”49 (206). Es decir, que los niños actúen con agencia no quiere decir
que actúen de forma impetuosa y hagan cualquier cosa que les dé la gana (aunque podrían
hacerlo), sino que les permite formar sus propias ideas a partir de lo que van conociendo y
demás. Esto me permite establecer una relación entre agencia y voz, en que formar la voz
propia es un proceso en que se van tomando decisiones independientes acerca del mundo;
independientes, pero no desconectadas, ya que pueden afectar ese mismo mundo que se
está tratando de entender. En este sentido, planteo que actuar con agencia no significa
49
“agencia que puede ayudarlos a darle sentido a la vasta cantidad de información disponible y tomar acciones
en formar opiniones que creen una mejor comunidad, tanto local como global, para ellos y los otros”. La
traducción es mía.
Mayne-Nicholls 72
capacidad de tomar decisiones personales, en actuar de acuerdo con los objetivos propios,
nos permite ver que al actuar con agencia se tiene un impacto sobre la comunidad en que
una se desenvuelve. Para Giddens se trata de los siguiente: “people both produce and are
es decir, así como la sociedad influye en los niños y niñas, ellos logran modificar con sus
actuaciones la sociedad en la que se desenvuelven. Esto nos permite diferenciar entre dos
individual, en la cual hay “a strong sense of self and the potential of one’s own voice and
interesa por cuanto, al hablar de potencial, reconoce la situación de que los niños y niñas
dos razones. Primero, porque no nos encontramos solos en la sociedad; y lo mismo puede
niñas no se encuentran solas, o bien están acompañadas por otras niñas o bien están
50
“las personas tanto producen como son productos de sus ambientes sociales”. La traducción es mía.
51
“un fuerte sentido del ser y el potencial de una voz y acciones propias”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 73
rodeadas por su familia. La agencia social, entonces, es definida como “taking a stand for
definición va más allá del efecto que pueda tener una persona sobre su comunidad, sino
que tiene que ver con la manera de conducirse en comunidad; y así como la agencia
personal implica aprender a hacerse responsable de los propios actos, la agencia social
implica que hay un vínculo entre los integrantes de la comunidad, y que cada uno está ahí
propone algunas preguntas para hacerle al texto: analizar si los personajes niños y niñas
son construidos como seres marginales o no; cómo aquellos se definen y posicionan en
relación con los grupos sociales; cómo interactúan en su círculo familiar y de amistad;
cómo son los conflictos que se desarrollan entre los personajes niños y el ambiente en que
que permiten analizar a los personajes niños no solo desde la perspectiva de la agencia, sino
también desde el punto de vista de los estudios de infancia. Pero no son las únicas
me interesa: cómo se configura la voz de los personajes según los grupos sociales en que
se insertan, cómo son o qué conflictos se presentan (tal vez derivados del ejercicio de la
estos personajes, es decir, y en términos muy sencillos, ¿los espacios están construidos para
52
“… tomar una posición por los amigos y los miembros de la comunidad”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 74
y comunidades, por cuanto hay interacciones y efectos mutuos, aunque en distintos grados.
Los modos de ejercer la agencia pueden ser motivados por el ambiente en que los niños se
desarrollan y, además, los ambientes pueden ser modificados por el ejercicio de esa misma
agencia. Me interesa abordar como tema central los espacios, por cuanto todos los niños y
niñas tienen que vérselas con espacios que no fueron creados por ellos, sino por los adultos.
Se trata de espacios físicos, pero que tienen cargas culturales que pueden ser leídas y
sentido, el concepto del espacio se convierte en otro aspecto a tener en cuenta, porque, así
espacios puede hablarnos del imaginario de infancia que tienen las autoras.
Elizabeth Gagen, Paul Cloke y Owain Jones. Incluir el aspecto del espacio involucra dar
cuenta de cómo este término ha pasado desde una concepción más bien estática a una con
múltiples posibilidades. “In the past, geographers defined place as a set of coordinates on
a map that fixed and defined a person’s spatial location” 53 (Bettis y Adams 4). En la
actualidad, en cambio, el espacio de las personas no está fijado. En este sentido los
geógrafos definen los espacios como “contested, fluid and uncertain. It is socio-spatial
53
“En el pasado, los geógrafos definían el lugar como un conjunto de coordenadas en un mapa que fijaba y
definía la ubicación espacial de una persona”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 75
practices that define places and these practices result in overlapping and intersecting places
with multiple and changing boundaries, constituted and maintained by social relations of
power and exclusion”54 (McDowell cit. en Bettis y Adams 4). Los conceptos presentados
exclusión— son relevantes al tratar de describir los espacios que ocupa la infancia, los que
son asignados a niños y niñas, y las formas en que estos los ocupan (o los practican).
He establecido la idea de que los niños y niñas son sujetos marginales, no solo
porque no habitan el lenguaje codificado de los adultos, sino porque sus voces y opiniones
no son escuchadas. Analizar los espacios que se les configura a los niños, en que se los
ubica —ya sea en la realidad o en la ficción poética o narrativa—, nos vuelve a hablar
acerca de la marginalidad, ya sea porque se está refrendando esa condición, porque se está
criticando esa situación o porque se está haciendo una nueva propuesta al respecto. En este
sentido, me parece pertinente la propuesta que hace Lefebvre (1974) en relación con la
producción del espacio social, sobre lo cual reconoce que se produce “un movimiento
dialéctico muy nuevo: el espacio dominante y el espacio dominado” (221). El que haya
ambos tipos de espacio es calificado como un uso estratégico del espacio por parte de
Lefebvre está estudiando los espacios generados en las sociedades capitalistas y cómo estos
van definiendo las relaciones que se insertan en ese proceso y que, además, repiten el patrón
de dominados y dominantes. Pero esto influye no solo en los mercados propiamente tales,
54
“Disputado, fluido e incierto. Son las prácticas socioespaciales las que definen los lugares y estas prácticas
dan como resultado la superposición y la intersección de lugares con límites múltiples y cambiantes,
constituidos y mantenidos por relaciones sociales de poder y exclusión”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 76
sino que cada rincón de nuestras existencias está regido, impuesto o presionado por estas
dinámicas. Hay espacios que ejercen el dominio, porque representan también discursos
hegemónicos y dominantes, que indican cómo se debe vivir y, que quisieran implicar
Que los espacios dominantes den cuenta de cómo se debería pensar, se relaciona
con lo que sucede en los espacios de infancia, en los que se busca generar ciertas actitudes
en los niños y niñas e, incluso, indicar cómo deben vivir. Bustelo (2007) plantea al respecto
que se busca establecer las condiciones para que los niños se transformen en cierta clase de
adultos y ciudadanos que permitan que se mantenga el statu quo de las sociedades en que
viven. Relaciono esto, además, con el afán de construir espacios, que los adultos hemos
considerado como seguros y protegidos, para que los niños y niñas se desenvuelvan. Pero
esa protección tiene dos caras. Por un lado, el que los niños estén seguros, sin daños (que
pueden ser tanto físicos como psicológicos). Y, por otro, que la protección impida que los
niños actúen por sí mismos o que puedan conducirse más allá de las normas establecidas
por quienes dominan los espacios. El problema con esta postura es que castiga a los niños
protegidos, como el colegio, a los niños y niñas más inquietos se les prediagnostica con
desórdenes como el déficit atencional y son apartados de ese espacio, porque no cumplen
con ciertos estándares. Esto es, la ordenación de los espacios persigue mediar las
actuaciones y conductas de los niños. Los espacios que se producen socialmente, entonces,
(por ejemplo, las fronteras físicas estatales); [los concebidos son] las
nación) y [los vividos pueden] asegurar la reproducción del espacio en donde rige
dominación de los espacios reproduce estructuras de espacio, ideas sobre el espacio y cómo
ambos aspectos pueden ser ya sea refrendados o combatidos. Lo que me llama la atención
de este último aspecto es que implica cómo se viven los espacios: siguiendo el camino
trazado o yendo a contrapelo. Coincide en ciertos aspectos con lo que plantea Michel de
Certeau (2000) al diferenciar los lugares de los espacios, de tal manera que los lugares son
los espacios practicados. Aunque el discurso oficial pretenda que los niños y niñas sean de
cierta manera, lo cierto es que ellos tienen la capacidad de pensar, de tomar sus propias
simplemente los lugares que los adultos han organizado para ellos, sino que practican los
Pienso en pequeños ejemplos para esto, como dormitorios, cuartos de juego o salas
para niños en que los interruptores de la luz están puestos fuera de su alcance, porque están
pensados para que los utilicen los adultos —es decir, los adultos controlan dichos
espacios—. Ante esto, los niños bien pueden no encender la luz, pedir ayuda o ir en busca
de una silla, subirse en ella y encender la luz. Podríamos considerar dicha apropiación —
Lefebvre. Tomarse los espacios implica no la reproducción del espacio dominante, sino lo
y zonas prohibidas que son generadas por el orden espacial. Los niños y niñas pueden entrar
sin problemas a las zonas abiertas. Podemos considerar, de hecho, que los lugares
establecidos para los niños específicamente son zonas abiertas que se espera que sean
ocupadas por ellos. Las zonas prohibidas son las zonas de exclusión (en términos de
Lefebvre), pero que tampoco son totalmente cerradas, porque, como los espacios son
establecida desde arriba. De Certeau dirá al respecto que “un orden espacial organiza un
prohibiciones (por ejemplo, a consecuencia del muro que impide avanzar)” (110). Las
prohibiciones, sin embargo, abren otras posibilidades de cómo eludir ese muro o cómo
Esas formas de subvertir las prohibiciones son consideradas por De Certeau (2000)
como actualizaciones del espacio a través de, por ejemplo, el establecimiento de atajos.
Esto también sucede con los niños, que pueden convertir una zona yerma en un campo de
juegos fantástico; transformar ciertas zonas en pasadizos que les permiten acceder a esos
lugares de los cuales están vetados; reconocer espacios dentro de esos lugares en los que
pueden esconderse —por ejemplo, debajo de las mesas o dentro de una alacena, en las
zonas adultas—. Incluso con el acto de renombrar un lugar, los niños se lo están apropiando.
Y esto ocurre así, porque es posible subvertir esos espacios y las jerarquizaciones allí
reconocer tácticas que llevan a cabo los débiles —los dominados en términos de
Lefebvre— para subvertir las estrategias de los poderosos —o dominantes—. Esas tácticas
Mayne-Nicholls 79
les permitirán apropiarse y recrear los espacios. En este sentido, es interesante el paralelo
Estos juegos de relaciones e interacciones entre los espacios y de los niños con los
espacios se refieren al ámbito extratextual, por supuesto, la realidad. Pero son conceptos
que pueden o bien funcionar como herramientas para analizar los espacios que se recrean
en la poesía y la narrativa, o bien como estrategias que los autores usan para conformar el
espacio de los niños en la ficción. Por ejemplo, la protagonista de Anne de Green Gables
de Lucy Maud Montgomery es una niña huérfana de once años que es adoptada por una
renombrando cada lugar. Los nombres que usa son románticos, y dan cuenta de que la niña
ha sido una gran lectora de poesía romántica, como se explica a través de la narración. En
cuanto a las razones para hacerlo, son variadas, pero nombraré dos. Anne ha pasado toda
su vida de hogar en hogar, el abandono ha sido una constante y nunca ha poseído nada, de
hecho, viste un vestido que le aprieta y que le pasaron en el orfanato para llegar ligeramente
presentable a conocer a sus padres adoptivos. Al nombrar los caminos y paisajes por los
que pasa, está estableciendo una relación de pertenencia: ella pertenece a esos lugares y
contextual, asumo la misma perspectiva con respecto a los espacios. Hasta el momento me
había referido a estas concepciones más bien generales acerca del espacio, es decir, válidas
para adultos y niños, aunque a cada momento he buscado hacer un vínculo hacia la infancia
observar estos fenómenos directamente en los niños y niñas. Esta disciplina estudia en
términos bastante amplios y con una mirada crítica las relaciones entre los seres humanos
Puesto en términos simples, la geografía cultural tiene un foco específico: “to think
spatially about the world”55 (Anderson, Domosh, Pile y Thrift 2); lo que responde al giro
cultural que se dio en la década de 1990 56 y que influyó también en esta disciplina,
geografía cultural se ha preguntado acerca de los discursos que construyen los espacios, los
cuerpos que los habitan, y la performatividad de esos mismos espacios. De esta forma los
espacios pueden ser construidos para generar ciertas conductas, lo que parece
La distinción entre niños y adultos implica una distinción entre los espacios
destinados a niños y adultos; los dedicados a los niños tendrían por sentido cubrir las
necesidades de la infancia (Gagen 2004). Así, los espacios en que los niños se
representan las mismas creencias e ideologías. De hecho, como postula Claudio Guerrero
(“La infancia” 2011), ni siquiera el dormitorio de un niño es suyo en el sentido de que fue
elegido, decorado y amueblado por adultos. Pareciera que los espacios que diseñamos para
ellos no solo son impuestos, sino ásperos, en el sentido de que, a pesar de las intenciones
que puedan tener los espacios especializados en los infantes, estos están pensados desde la
55
“Pensar espacialmente acerca del mundo”. La traducción es mía.
56
El giro hace referencia a cómo la geografía se volcó a un análisis cultural, en que el estudio de la agencia
cobró gran relevancia (Oxford reference). Es justamente en la década de 1990 cuando surge la necesidad de
estudiar la geografía desde el punto de vista de la infancia, ante la percepción de que: “… they have unique
characteristics, a distinctive geography, and are demographically significant” (Gagen 406).
Mayne-Nicholls 81
lógica adulta y no la infantil. Entonces, los niños y niñas hacen lo mejor que pueden para
impuestas por los adultos tienen sentido en cuanto esperan que los niños se transformen en
con relación a la infancia, que Bustelo (2007) identifica como una manera de mantener el
statu quo en las sociedades: “la biopolítica establece las condiciones de ingreso en la fuerza
presentadas por Bustelo con respecto a la biopolítica se pueden entender con respecto a la
organización de los espacios para los niños. Por ejemplo, la disposición de los bancos en
las salas de clases de los niños se relaciona con los imaginarios de cómo deben ser las
relaciones entre los niños y con los profesores57. De la misma manera, parques de juego
protegidos al extremo —cercados, con pisos blandos, etc.— implican una forma de
resguardar a niños y niñas de sus actuaciones. Es lo que advierte Graciela Montes acerca
de construir un corral para la infancia: ¿para qué clase de infancia?, ¿para restringirla o
de la geografía cultural sobre los paisajes de la infancia, porque esta se preocupa de estudiar
a los niños como actores sociales, es decir, seres en su propio derecho en vez de adultos en
57
Por ejemplo, los bancos ubicados en círculo dan cuenta de una organización más horizontal, en la que se
espera colaboración, y en la que todos los niños y niñas tienen los mismos accesos. En cambio, una
organización en filas implica un ordenamiento muy jerarquizado, en que la atención es dirigida hacia adelante
(hacia la autoridad, ya sea del profesor o del pizarrón), y en la que se establecen diferencias entre los niños
que se sientan más adelante o más atrás en esta jerarquía.
Mayne-Nicholls 82
individuals, and creative participants in social life”58 (Gagen 406). Esto presupone tres
maneras de abordar los espacios destinados a la infancia. El primero es analizar los espacios
ya constituidos, tratar de entender cuál es el tejido que allí se forma, cómo se relacionan
con los niños, y cómo se configuran las interacciones de los niños, entre ellos y con los
adultos en esos espacios. En segundo lugar, se puede utilizar para construir espacios de
infancia, lo que implica pensar en la configuración de los espacios desde una cierta mirada
desde abajo, es decir, tratando de ver el espacio desde la perspectiva de los niños. En tercer
lugar, está lo que Gagen (2004) identifica como “examining the anxieties produced by
children who exceed these limits”59 (407), que se relaciona con el primer aspecto que
mencioné, pero enfocado de manera específica en aquellos niños que sobrepasan los límites
fijados por los adultos. Traspasar dichos límites tiene que ver con lo que, desde un punto
de vista tradicional, podríamos llamar uso inapropiado de los espacios, pero que la
spatial behavior. Children are more likely to contrive short cuts, to redefine spatial
58
“Esto involucra reimaginar a los niños como competentes en la toma de decisiones, individuos
autoconscientes, y participantes creativos en la vida social”. La traducción es mía.
59
“Examinar las ansiedades producidas por los niños que exceden estos límites”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 83
(Gagen 411).
Por un lado, la perspectiva presentada por Gagen implica una mirada empática con
respecto a la infancia, no demonizando a los niños y niñas que no actúan según lo esperado
en ciertos espacios. Demonizar a los niños que subvierten las normas espaciales descansa
children who transgress are vilified”61 (Kehily 15-16). Lo que sucede con la inocencia, que
suele atribuírsele tan fácilmente a niños y niñas, es que también es una construcción social.
XVIII, y la premisa era: “[children should] be cherished for their primal innocence and
como una díada que excluye los matices para dar cuenta de lo inocente frente a lo malvado.
Así, se margina y estigmatiza a los niños, incluso por los espacios en los que transitan, por
ejemplo, la calle: los niños de la calle o de barrios pobres ya estigmatizados son vistos como
podemos relacionarlo con las ideas de estar libre de pecado, ser puro, ser ignorante de las
cosas del mundo, ser asexual. Sin embargo, este manto de inocencia con que se cubre a los
60
“La ceguera de los niños a los mapeos adultos del espacio, su necesaria ignorancia de las fronteras de la
propiedad, las divisiones simbólicas, los patrones de calles y pavimentos, las asignaciones público/privadas,
resulta en un set de diferentes posibilidades de comportamiento espacial. Los niños son más propensos a idear
atajos, redefinir las fronteras espaciales, o ignorarlas por completo, renombrar lugares de acuerdo con sus
propios imaginarios creativos, o revertir los supuestos comunes sobre el miedo y la seguridad”. La traducción
es mía.
61
“La inocencia de la infancia es celebrada y protegida, mientras que los individuos niños que transgreden
son vilipendiados”. La traducción es mía.
62
“[Los niños] deben ser apreciados por su inocencia primigenia y su autenticidad.”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 84
niños tiene su contraparte en el deseo de los adultos, es decir, la inocencia de los niños es
atractiva para los adultos. Y la transgresión de esa inocencia por parte de los niños es
rechazada. La inocencia, entonces, no es algo que los niños y niñas posean, sino “something
which adults would like children to be”63 (7). Esto refrenda la idea de depositar en los niños
y niñas ciertos deseos de los adultos, lo que es válido para otras construcciones
Por otro lado, Gagen nos introduce en algunos ejemplos de cómo niños y niñas
ocupan los espacios, presentando esto no como un intento por ir en contra de las reglas
necesariamente, sino como una muestra de que la infancia tiene una percepción distinta
acerca del mundo y de cómo vivir y practicar los espacios en que se desenvuelven: ya sea
dándoles otros usos a los pensados originalmente o dándoles otros nombres. Estas maneras
de ocupar el espacio tienen que ver con la enunciación de niños y niñas, ya que sus voces
se van constituyendo de acuerdo con la forma en que viven y practican los espacios. Esto
me lleva a preguntarme por qué niños y niñas ocupan los espacios de distintas maneras,
ante lo cual una posible respuesta tiene que ver con la forma en que esos espacios fueron
configurados. Cloke y Jones (2005) dirían que se trata de aquellos lugares “where the fabric
of the adult world has become scrambled or torn, and the flows of adult order are disrupted
or even abated”64 (312). Lo que hacen los niños con esos espacios en que el tejido no es
tupido es desordenarlos: “in losing themselves in disordered spaces, children actually find
their selves —become ‘true’ children— without the ordered surveillance of adulthood with
63
“algo que los adultos desearían que los niños fueran”. La traducción es mía.
64
“Donde el tejido del mundo adulto se ha revuelto o se ha roto, y los flujos de orden adulto se interrumpen
o incluso se reducen”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 85
its restrictions and imposition of overaching codes of how children should be” 65 (Cloke y
Jones 312), de donde propongo que son necesarios esos lugares en que el mapeo adulto es
poroso y desigual, para que los niños y niñas puedan hacer su propio mapeo, es decir,
Aquello de ser niños verdaderos (“true children”) no tiene que ver con convertirse
en el ideal occidental de ser niño o niña; simplemente se trata de llegar a ser ellos mismos.
Es por esto que Cloke y Jones llaman a estos lugares “becoming spaces” (319): lugares para
llegar a ser. Cloke y Jones oponen esta visión a la clásica perspectiva romántica de que los
lugares fuera de control paterno involucran la pérdida de la inocencia de los niños y niñas.
(Cloke y Jones 313). En los espacios suaves los niños podrían alejarse de lo que se espera
niños son todo lo contrario a lo que los adultos son. Los espacios de infancia parecieran
indicar una tensión entre acatar las normas y el uso de los lugares, y desordenar los espacios.
65
“Al perderse en espacios desordenados, los niños en realidad se encuentran a sí mismos —se convierten en
‘verdaderos’ niños— sin la vigilancia ordenada de la adultez con sus restricciones y la imposición de códigos
exagerados sobre cómo deben ser los niños”. La traducción es mía.
66
La traducción canónica de smooth es “liso”, sin embargo, en este trabajo utilizo suave porque considero
que representa mejor esa cualidad de resbalosos y moldeables que adquieren los espacios poco normados, en
vez de lisos, que solo pareciera apelar a la falta de estrías.
67
“Espacios nómadas, plegados, no jerárquicos, incapaces de orientación, no métricos, de acción libre”. La
traducción es mía.
68
“sedentarios, sobredeterminados, jerárquicos y orientados”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 86
… represent the ‘material’ of the future, a protection against the exhaustion of the
population”69 (Alryyes 68). Se ve a los niños y niñas con el sello del futuro, de lo que serán
—en este contexto no es de extrañar la tradicional pregunta sobre qué harán cuando sean
de que el tiempo pasará, sin preocuparse de hacer anotaciones mentales para guardarlas
para la posteridad. Por eso, cuando se quieren rememorar los hechos del pasado es tan
difícil: “Jamás podremos rescatar del todo lo que olvidamos. Quizás esté bien así”
(Benjamin 76). Benjamin pareciera estar en paz con la idea de que no podemos rescatar
nuestro pasado, y en ese sentido, le quita presión a la necesidad que se impone a los niños
de pensar en el futuro, y de cómo los espacios se configuran para asegurar ese futuro.
El futuro de los niños y niñas es una preocupación adulta que insiste no en ver las
necesidades de los niños hoy, sino las necesidades para que se conviertan en los adultos de
mañana. Es en ese sentido que la geografía cultural busca entender la práctica infantil de
los espacios en el tiempo presente. “Against these contexts of striated, ordered space,
weakness or deliberate action, and as a context in which further training and/or discipline
is necessary”70 (Cloke y Jones 316). El pensar que es necesario reforzar el tejido adulto
para que los niños y niñas utilicen los espacios como corresponden, se sustenta en esa idea
de fijarse en el futuro, en ese sentido se entiende que la transgresión de los espacios se vea
como algo que hay que detener. Al contrario, la posibilidad de que los niños y niñas
69
“Los niños … representan el ‘material’ del futuro, una protección contra el agotamiento de la población”.
La traducción es mía.
70
“Contra estos contextos de espacio estriado y ordenado, el desorden a menudo se entenderá tanto como una
respuesta desobediente, ya sea por negligencia, debilidad o acción deliberada, y como un contexto en el que
una mayor capacitación y/o disciplina es necesaria”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 87
suavicen dichos espacios es visto por la geografía cultural como la liberación del potencial
que tienen los infantes para transformarse en lo que ellos quieren ser en el presente.
Con respecto a esa liberación, me interesa centrarme en dos de los espacios que se
naturales. Sobre el primero, el “rumpus room” (Cloke y Jones 317), que podemos traducir
como sala de juegos o cuarto de los niños, se trata de un espacio reservado para los niños
la flexibilidad de las normas que allí rigen. La inestabilidad del espacio tiene que ver con
la fugacidad de la infancia, de tal manera que el cuarto de juegos se irá diluyendo junto con
el paso de los años. La flexibilidad tiene que ver con que es un espacio donde “anything
goes (within reason)”71 (Cloke y Jones 317), es decir, está habitado más por la imaginación
que por la realidad; lo que se ve apoyado también por el hecho de que allí no rigen las
mismas reglas que en los demás espacios domésticos estriados y organizados por los
adultos. Cloke y Jones dirán, en cambio, que, en esta sala de juegos, los ordenamientos
En segunda instancia, están los lugares rurales, pero no aquellos estriados, sino
aquellos en que el orden adulto es débil. En general, se asume que los lugares ligados a la
naturaleza son más suaves en contraposición de los urbanos, pero no todos los espacios de
descritos por Cloke y Jones (2005) de la siguiente manera: “derelict, abandoned, untidy
corners and spaces in the countryside”72 (319). Es decir, no se trata de los espacios
ordenados que hay más allá del ambiente urbano, sino de aquellos lugares que quedan fuera
71
“todo vale (dentro de lo razonable)”. La traducción es mía.
72
“Rincones y espacios descuidados, abandonados y desordenados en el campo”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 88
de la atención adulta, esos espacios descuidados que niños y niñas pueden aprovechar para
jugar. Tanto la sala de juegos como los espacios naturales fuera del orden adulto son
características: hay libertad con respecto a los poderes, es decir, son espacios que no
estarían marcados por la dialéctica dominantes-dominados; son refugios, en los cuales los
Con respecto a estos dos tipos de paisajes (sala de juegos y paisajes naturales sin
vista romántico, como espacios inocentes, en oposición a espacios urbanos, los que suelen
ser considerados más polémicos, por ejemplo, espacios urbanos abandonados que pueden
ser catalogados por los adultos como sitios proclives a la delincuencia y al consumo de
drogas, lo que, en definitiva, estereotipa negativamente a los niños y niñas que habitan
dichos lugares. Por su parte, los espacios naturales serían equiparados a lo inocente y puro,
debido a que, tal como sucede con las mujeres, también se ve a los niños y niñas como más
cercanos a la naturaleza. De la misma forma, entonces, los niños que ocupan los lugares
rurales serían inocentes, y los que habitan los espacios urbanos, no. La propuesta de Cloke
y Jones sería, entonces, no ver a los niños y niñas ni como pequeños ángeles ni como
pequeños demonios según los espacios que habitan, practican y desordenan. “So the trouble
with notions of innocence is that they tend to restrict both the types of spaces that childhood
can access, and the ways children can use space for performance of other identities” 73
73
“Entonces, el problema con las nociones de inocencia es que tienden a restringir tanto los tipos de espacios
a los que puede acceder la infancia como las formas en que los niños pueden usar el espacio para el desempeño
de otras identidades”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 89
(Cloke y Jones 329-330), es decir, las voces que los niños están desarrollando no se agotan
en la díada inocencia/maldad, sino que son variadas y diferentes. En este sentido, antes que
a los niños y niñas que los ocupan, me inclino por una aproximación que tenga en cuenta
la experiencia individual de los niños y que sus actuaciones no son delictivas, sino de
adquirir conocimiento, como la que plantea distinguir entre espacios suaves y fuera de
por niños reales; sino que también operan como categorías y herramientas que pueden
utilizarse tanto para configurar un espacio ficcional como para analizar un espacio
estriados o suaves son los espacios construidos por Mistral y Yáñez. Esto puede observarse
desde dos perspectivas. Primero, centrarse en qué espacios son, cómo son descritos, qué
palabras se utilizan para nombrarlos, y qué adjetivos se les asignan. Además, de establecer
si son suaves o estriados. Y, segundo, analizar cómo se representa a las niñas en esos
espacios, cuál es la forma de interactuar con esos espacios y con las otras niñas y niños que
literatura para niños, una categoría que resulta complicada por cuanto no representa a
quienes escriben, es decir, no es escrita por niños como sucede con la literatura
latinoamericana, por ejemplo, que significa que fue escrita por latinoamericanos, sino que
se basa en el público lector ideal. Sin embargo, el término y sus asociaciones plantean
Mayne-Nicholls 90
algunos aspectos de interés para discutir en esta investigación, además del hecho de que las
poesías de Mistral estudiadas implican un público infantil. “The very concept of a separate
literature for children is itself a construction of childhood. It asserts that children are
different from adults”74 (Sampson 62). Esta consideración de que al existir un corpus de
Tratar de explicar qué es la literatura para niños, sin embargo, es difícil, por cuanto
épocas y culturas. De esa manera, cuentos de hadas que hoy se consideran como literatura
infantil (desde “Caperucita Roja” a “Hansel y Gretel”) antes estaban dirigidos a los lectores
en general, sin distinción de edad. O, al revés, como plantea Peter Hunt (2011) esa
definición varía a lo largo del tiempo y del espacio, por cuanto libros que en siglos
anteriores eran considerados para niños podrían no serlo ya ahora. Esto descansa en la idea
de que la infancia es una construcción, por lo cual, los productos y objetos dirigidos a los
niños también varían a través del tiempo y del espacio. Hunt propondrá que “the broadest
definition of ‘children’s literature’ [is] any text read by any child” 75 (“Children’s literature”
42), algo que Aidan Chambers compone de la siguiente manera: “algunas personas
argumentan que no existen libros para niños, sino solo libros que los niños sí leen” 63). Esa
propuesta puede ser poco práctica (en términos de Hunt) o insuficiente (en términos de
Chambers), pero que nos puede ilustrar acerca de que el concepto es elástico, y depende no
74
“El concepto mismo de una literatura separada para niños es en sí mismo una construcción de la infancia.
Afirma que los niños son diferentes a los adultos”. La traducción es mía.
75
“La definición más amplia de ‘literatura para niños’ es cualquier texto leído por cualquier niño”. La
traducción es mía.
Mayne-Nicholls 91
solo de que los libros sean dirigidos a los niños, sino que estos los lean (aunque no se los
que hace Hunt: “The body of texts, however constituted, can be seen as a symbiotic
moveable feast: the books define its audience (children), and that in turn affects how
children are generally defined, as well as how they actually are in the future”77 (“Children’s
literature” 43). Esto no es solo válido para la literatura infantil. Los libros con
representaciones de niños y niñas están definiendo la forma en que se observa a los niños
y las niñas reales. Sin ir más lejos, el concepto de inocencia angelical con el que se asocia
la primera infancia es una construcción que viene desde el arte y la literatura, y que se les
ha otorgado a los niños. Agregaría, además, que los libros con representaciones de niños y
niñas nos permiten analizar cuáles son los imaginarios de autores, grupos sociales y épocas
ligados a los niños, y también cuáles son sus aspiraciones con respecto a la infancia; lo que
[T]he term conjures images of baby books, predictable plots, and basic illustrations.
Or, perhaps, you might equate children’s literature with artless, pointless stories in
classroom basal readers … Yes, it’s true. Some examples of children’s literature
can be inane. But the same can be said about books for adults; the quality varies 78
76
Por ejemplo, los libros de Game of thrones, escritos por George R. R. Martin, fueron dirigidos a un público
adulto, pero se hizo popular entre el público adolescente (Jasinski Schneider 10). Por su parte, Peter Hunt
menciona El señor de las moscas, que no fue escrito para niños, pero es habitualmente vinculado a la literatura
infantil (Hunt, “Children’s literature” 43).
77
“El corpus, sin importar cómo se haya constituido, puede ser visto como un festín simbiótico móvil: el libro
define su audiencia (niños), y eso a su vez afecta cómo los niños son generalmente definidos, así como
también cómo ellos realmente son en el futuro”. La traducción es mía.
78
“El término conjura imágenes de libros de bebé, tramas predecibles e ilustraciones básicas. O, quizás,
podrías equiparar literatura infantil con historias sin arte y sin sentido en lectores basales de aula… Sí, es
verdad. Algunos ejemplos de literatura infantil pueden ser estúpidos. Pero lo mismo se puede decir sobre los
libros para adultos; la calidad varía”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 92
Uno de los problemas al trabajar con literatura infantil es la carga negativa que esta
tiene, en particular que es simplista o que no acepta más de una lectura, lo que incluso sería
más delicado en el ámbito de la poesía. Lo que sucede con la literatura para niños es que
abarca muchos tipos de libros por estar enfocada precisamente en el público lector y no en
los autores. Al respecto Jasinski Schneider revisa distintos ejemplos literarios para tratar de
llegar a una conclusión de qué es literatura para niños. Después de exponer la evidencia y
not books) written for children (and adults), read by children (and adults), and written about
children (but not necessarily) (Jasinski Schneider 18). Es decir: “La literatura infantil es
una variedad de libros (y no libros79) escritos para niños (y adultos), leídos por niños (y
literatura infantil es, entonces, un espacio difícil de abarcar, que suele llamar a lugares
infancia o con tema de infancia. El objetivo de esto es recoger tanto escritos dirigidos a un
público infantil (como en Mistral, aunque esto no excluye que, además, se dirigieran a un
A pesar de las complicaciones de la categoría de los libros para niños o con tema de
infancia, me interesa abordarlo por ciertas temáticas que ha desarrollado la crítica sobre
esta literatura. De hecho, las concepciones que tienen acerca de la infancia, pueden ser
útiles al momento de analizar un texto con tema de infancia. Uno de estos aspectos tiene
79
Jasinski Schneider toma nota de que no todos los textos están publicados en un formato libro tradicional,
sino que pueden ser producidos específicamente para ser compartidos digitalmente.
Mayne-Nicholls 93
que ver con el estilo desarrollado por estas escrituras. En este sentido, C. S. Lewis decía
que había tres maneras de escribir para niños: “writing for the assumed tastes of children,
perceived as different from those of adults; telling the story to a particular child, and
adapting it to their responses; writing a universal story in a style appropriate for children” 80
(cit. en Sampson 62). Decidir cuáles son los gustos de los niños, las maneras en que
responderían a una historia y cuál es el estilo de escritura que les sería apropiado implica
tener primero un concepto acerca de qué es la infancia. Esto puede verificarse en libros que
no son escritos específicamente para niños, pero que tienen a niños y niñas entre sus
personajes. Los escritores —adultos, por supuesto— describen cómo creen ellos que son
los niños y niñas, desde sus gustos hasta la forma en que actúan y se comunican.
Agrego una cuarta forma de escribir para niños que me parece especialmente
pertinente para analizar textos con tema de infancia: “writing for the child-self within the
author”81 (Sampson 62). Escribir no solo para el niño interior del autor, sino sobre el niño
o niña interior, agregaría yo, lo que me parece un acercamiento útil en el caso de las
escrituras de la intimidad, en que los autores y autoras rememoran y recrean sus años de
niños, pero que no ha sido específicamente etiquetado como literatura para niños.
imagen del niño o niña implican un imaginario previo acerca de qué es el niño. Esto también
80
“Escribir para los que se asumen son los gustos de los niños, percibidos como diferentes de los de los
adultos; contar la historia a un niño en particular, y adaptarla a sus respuestas; escribir una historia universal
en un estilo apropiado para niños”. La traducción es mía.
81
“Escribir para el niño dentro del autor”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 94
depend (namely, that of development), and attacking the authority of discourse itself
(in this sense defining childhood as that which lies outside of it) 82 (Honeyman 6).
pero no representan a los niños y niñas necesariamente. Peter Hunt dice, de hecho, que los
libros para niños son “highly unreliable guides to what childhood was or is” 83 (“Children’s
literature and childhood” 40). Ciertamente las poesías y las novelas no son documentos
históricos. No es con esa perspectiva que estudio los textos de esta investigación, sino
porque nos hablan acerca de la visión que ha tenido y tiene el mundo adulto acerca de los
niños y niñas. Hunt dirá que estos textos muestran las actitudes hacia los niños (“Children’s
literature and childhood” 40), mientras que Honeyman propone que “these reconstructions
reflect adult desires for resistance to our rationalist upbringings and longings for an
impossible escape from discursive power in all its dependence and insistence upon linear,
analytical, and paradigmatic thought”84 (6), una posición que coincide con aquella de
escribir sobre el niño interior del autor. Esto no quiere decir que los escritores hablen sobre
82
“Narraciones focalizadas externamente (que disminuyen las necesarias ilusiones de agencia y presencia),
representaciones de la infancia como un espacio mapeable pero inhabitable (que refleja que la infancia es una
posición socialmente determinada y culturalmente aislada), invertir la narrativa fundamental de la que
dependen las construcciones modernas de la infancia (es decir, la del desarrollo), y atacar la autoridad del
discurso en sí (en este sentido, definir la infancia como aquello que se encuentra fuera de ella)”. La traducción
es mía.
83
“Guías altamente poco confiables acerca de lo que la infancia fue o es”. La traducción es mía.
84
“Estas reconstrucciones reflejan los deseos adultos de resistencia a nuestras crianzas racionalistas y anhelos
de un escape imposible del poder discursivo en toda su dependencia e insistencia en el pensamiento lineal,
analítico y paradigmático”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 95
el niño o niña que efectivamente fueron, lo que es imposible de acceder, sino sobre el
El hecho de que las representaciones de infancia reflejen los deseos del autor —por
ejemplo, lo que quisieron haber vivido o lo que les gustaría que fuera su vida al momento
de la escritura— nos puede llevar de forma equívoca a buscar las intenciones detrás de sus
textos. Sin embargo, “[e]l sentido de un texto supera a su autor no ocasionalmente, sino
siempre” (Gadamer 185); es decir, el imaginario y el discurso que como crítica iré
Escrituras del yo
comienzo de la primera edición del texto. Esto lo sitúa en una categoría marcada por la
Lejeune (1991) llama un pacto autobiográfico, que es un pacto de lectura, en que los
Pero cuando analizamos un texto autobiográfico o de memorias, debemos poner ese pacto
en pausa y darnos cuenta de que “el yo de la autobiografía [no es] una esencia dada a priori,
una presencia espontánea y por tanto ‘verdadera’, sino una ‘ficción’ cultural y lingüística
“Hacia una poética” 96). En efecto, la narración, aunque sea la de un yo, implica la
elige lo que va a narrarse y lo que no, en que se elige cómo va a narrarse y con qué motivo.
Puede que como crítica y lectora no sea capaz de acceder a la intención de la autobiógrafa,
pero sí puedo leer el imaginario en que se sustenta lo que va exponiendo y el estilo y las
escritas por hombres, en que “[c]ada uno de nosotros tiende a pensar que ocupa el centro
de un espacio vital: cuento para algo, mi existencia tiene significado para el mundo, y mi
muerte lo dejará incompleto” (Gusdorf cit. en Heilbrun 107). Gusdorf se preocupa por la
autobiografía masculina, de allí el nosotros, que implica solo al conjunto de hombres que
tiene conciencia de haber dejado una marca en el mundo y que, por lo tanto, quiere dejar el
relato de esa marca para siempre a través de la escritura. Hispanoamérica está llena de ese
tipo de construcciones, en que los hombres buscaban registrar sus existencias (o ciertos
naciones americanas (Molloy 1996). Es por este motivo que el relato de las infancias no
suele aparecer en estas narraciones autobiográficas, a no ser que cumplan una función
enfatizar las características de políticos y caudillos, al decir que ya en sus primeros años se
adivinaba que serían relevantes para la sociedad. Por algo el estudio de las autobiografías
Mayne-Nicholls 97
tiene el sello masculino, por cuanto la teoría se ha concentrado en el estudio de los textos
escritos por hombres, en que “[e]l mundo doméstico se relega, en favor de las aventuras de
la vida pública y la autoridad del logos” (Smith, “Hacia una poética” 94). Es decir, el mundo
doméstico, identificado con las mujeres, con la pasividad, con lo pequeño, queda fuera de
los grandes relatos, como si la vida cotidiana y familiar, como si la influencia materna, no
La pregunta es qué sucede con las mujeres en el seno del género referencial, y
podemos ver que en los textos autobiográficos que ellas han escrito se pueden identificar
objetivos distintos de los que podrían motivar a los hombres autobiógrafos, al menos a
aquellos que sostienen una posición hegemónica. Las escrituras del yo de las mujeres nos
muestran a sujetos que están siempre en debate, no se trata de subjetividades en paz con su
posición, sino en tensión constante; es por esto que, aunque las mujeres —especialmente
en el siglo XIX y primera mitad del XX— escriban sobre sus existencias cotidianas,
aparentemente menores, no están dando a lugar a una escritura frívola ni superficial (Smith,
“El sujeto [femenino]” 1994). Por el contrario, las autobiógrafas están conquistado su voz
(Stanton 1994): lo hacen al escribir sobre eso, y a través del mismo proceso escritural. El
tratando de apelar a lo diferente y único. Pero el hecho de que las mujeres estén insertas en
una sociedad patriarcal —y que la escritura haya sido un campo de hegemonía masculina—
lleva a que en el discurso autobiográfico mujeril se dé una doble alteridad, en que a la vez
que las autobiógrafas buscan una voz propia, mantienen un cierto registro de la
doble alteridad puede ser subvertida por la escritura autobiográfica, al reconocer ese estatus
referencial en que han escrito las mujeres a partir del siglo XIX, muchas de las cuales no
anotaciones, escribiendo sus propias historias, pero de una forma más decorosa, al confinar
su expresión al dominio doméstico” (Smith, “Hacia una poética” 95; la cursiva es del
dominante, que es el que usamos para comunicarnos, aunque seamos mujeres. Las
autobiógrafas usan las herramientas del lenguaje, pero, al mismo tiempo, “queda un margen
para la experiencia diferente o marginal de las mujeres en el que los dos mundos, el
(Smith, “Hacia una poética” 95), estas mujeres están escribiendo acerca de sus vidas, o
están utilizando los recuerdos de sus vidas cotidianas como estrategias discursivas para
Lo que hacen las autobiógrafas es “una interpretación de la vida que reviste de una
coherencia y significado, tal vez no evidentes antes del propio acto de la escritura, al propio
yo y al pasado” (Smith, “Hacia una poética” 96). Esto redunda tanto en la historia que se
elige contar como en el modo en que se elige contar esa historia. Esto es válido en general
para las autobiografías, por cuanto lo que hacen las y los autobiógrafos es “volver a contar,
ya que la vida a la que supuestamente se refiere es de por sí, una suerte de construcción
narrativa” (Molloy 16). No son, entonces, los hechos de la vida los que definen la
reproducidos mediante el recuerdo y su verbalización” (Molloy 16). Yendo más allá de ese
piso en común para las escrituras autobiográficas de mujeres y hombres, algunas teóricas
se han preocupado de estudiar las autobiografías escritas por mujeres. Domna Stanton
(1994) las ha llamado autoginografías para marcar que se trata de la narración de sujetos
que no son hombres. En esa línea se ha presentado que, en general, la escritura de mujeres
“lineal, cronológica, coherente” (Stanton 86). No es una regla exacta, pero el discurso
tensión, que se mueven en más de un registro, que son múltiples antes que unívocas. Es el
formato que se ajusta al “sujeto escindido” (Stanton 87), que describe a las mujeres
autobiógrafas.
Otra diferencia es que, en general, los hombres hablan acerca de sus triunfos
públicos, mientras que las mujeres se mantienen en un relato íntimo y privado, aunque se
trate de mujeres con activas vidas profesionales. Es lo que observaba Spacks al analizar
cinco autobiografías, incluyendo las de Eleanor Roosevelt y Golda Meier: “a pesar de que
todas estas autoras están acreditadas por logros significativos, a veces increíbles, el tema
de los logros rara vez domina sus narrativas” (cit. en Heilbrun 109). Muestra cómo las
que sean más las autobiografías de mujeres que las de hombres las que se centren o incluyan
los episodios de infancia, la cual también está ligada al ámbito privado y doméstico. Pero
la razón no sería tan sencilla como lo plantea Spacks: “Para las mujeres la madurez —el
hombres, por lo tanto, las mujeres volvían sus ojos con cariño hacia la libertad relativa y el
Mayne-Nicholls 100
poder de que gozaron durante su infancia y juventud” (cit. en Heilbrun 110). Lo que plantea
Spacks es que las niñas —en comparación con las adultas— gozan de más libertad en dos
sentidos: porque pueden jugar con los niños y porque todavía no las afectan las ansiedades
de tratar de encajar en sociedades que han impuesto la manera en que las mujeres deben
eludiría hablar de infancia debido a que la sociedad patriarcal obliga a los niños a rechazar
a la madre y el espacio que ocupa, con lo cual, además, “reprime lo que la cultura patriarcal
poética” 94).
patriarcal, las autobiógrafas deben buscar caminos propios de escritura, que Arfuch llama
“escribir como mujer”, es decir, “tomar conciencia de las normas adquiridas que imponen
infringirlas” (Arfuch 132). Ya sea que las autobiografías escritas por mujeres traten acerca
escritural implica tener presente el registro patriarcal en cuyo seno surgen las autobiografías
para poder posicionar y resignificar los ámbitos a los que se ha vinculado tradicionalmente
a las mujeres y, con ello, dar cuenta de los procesos de conformación de una voz propia a
contrapelo del registro de autoridad impuesto desde el patriarcado. Esto no solo redunda en
depende del contexto y de las creencias sociales y culturales. En este sentido se me hace
necesario tener presente las diferencias genéricas que se han construido en nuestras
[M]uchas fuentes literarias y filosóficas sugieren que era más común abandonar
niñas. El axioma “Todo el mundo cría a un hijo varón, hasta un hombre pobre, pero
incluso un hombre rico abandona a una hija” ya tenía ocho siglos cuando, en el siglo
larga representaría otro par de brazos dedicados a trabajar, mientras que criar una hija
significaba agregar otra boca más que alimentar. La investigación de Boswell nos muestra
que, a lo largo de la historia occidental, las mujeres han sido consideradas personajes
secundarios, a veces meros vientres destinados a preservar la herencia masculina. “El rol
forma de mantenerlas alejadas del quehacer público. Preocuparnos por ese aspecto de
nuestras sociedades implica volver la vista hacia las niñas, por cuanto no solo es que a las
mujeres se les haya relegado al espacio doméstico, sino que también se las ha preparado
En términos de educación formal, las niñas han sido marginadas desde la educación
primaria en Chile. Cuando se establecían las primeras escuelas en el país, estas eran
destinadas a los niños, mientras que solo las niñas de clase alta podrían pensar en educarse,
aunque en recintos dirigidos por religiosas. La educación era vista como indispensable para
los hombres, porque tendrían que hacerse cargo de la conducción del país, pero no para las
mujeres, que tendrían que encargarse de la administración del hogar. Con respecto a la
educación de las niñas “[r]ecién hubo algunos cambios en los años iniciales de la República,
cuando se decretó la apertura de escuelas gratuitas para mujeres en los conventos. Pero, en
la práctica, el cambio no parece haber sido muy significativo” (J. Rojas 65), por cuanto el
universo de niñas que se veían beneficiadas era escaso. A medida que las niñas iban
creciendo el acceso a la educación secundaria era todavía más difícil, y para la educación
universitaria, recién hacia el término del siglo XIX encontramos a las primeras estudiantes
chilenas, las que, por supuesto, constituían excepciones85. Las limitantes para las mujeres
se mantendrían en otros ámbitos también; recordemos que solo en 1949 la mujer chilena
ganó el derecho a voto en elecciones presidenciales y parlamentarias 86. Una de las razones
por las cuales se le negaba el derecho a sufragio era porque se pensaba que votaría según
las indicaciones de su marido; es decir, la mujer vista como una extensión del poder
Si a las niñas se las educaba en casa —si es que se las educaba— o al alero de las
monjas, tenía que ver con los espacios que las niñas podían ocupar y cómo podían
ocuparlos. Es cierto que niños y niñas han compartido ciertos lugares, pero también han
85
Las primeras mujeres que recibieron títulos universitarios fueron Eloísa Díaz, Ernestina Pérez y Eva
Quezada Acharán en 1887.
86
Las mujeres habían recibido el derecho a voto en las elecciones de carácter municipal en 1935. En cuanto
a las presidenciales, pudieron ejercerlo por primera vez en 1952.
Mayne-Nicholls 103
sido separados. Las creencias con respecto a la primera infancia plantean que tanto las niñas
como los niños corresponden en la casa, esto porque están compartiendo el espacio
madre, entonces también lo debe ser de los niños y niñas. El hogar constituiría así un
niños y niñas permanecían en el gineceo —el espacio destinado a las mujeres— durante los
primeros siete a ocho años de vida. Las niñas permanecerían ahí, pero los niños serían
En una sociedad tradicional como la chilena de primera mitad del siglo XX, las
niñas en casa no solo están protegidas, sino que ayudan en las tareas domésticas; los niños
no lo hacen. A pesar de la mayor libertad que tienen las niñas con respecto a las mujeres,
de todas formas “boys traditionally enjoyed greater public freedom than girls” 87
(McNamee cit. por Gagen 409). Esta dinámica es apreciada por Rojas en su Historia de la
infancia en el Chile Republicano al plantear que la niña desde temprana edad era
considerada apta para recibir de la madre ciertas tareas propias del cuidado de la casa,
como, por ejemplo, encargarse del lavado (2010); lo que redunda en una concepción
diferente del futuro esperado para niñas y niños, el horizonte de las primeras era, entonces,
Esta diferencia de estatus entre los niños y niñas se puede observar hasta la
actualidad. Por ejemplo, el tomo sobre “Niñez y juventud” de Salazar y Pinto (2002) más
que una historia acerca de la infancia a secas y general, es una historia de los niños, con
87
“Los niños tradicionalmente disfrutaron de mayor libertad pública que las niñas”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 104
marcado signo masculino. Su estudio se basa en las diferencias entre los “caballeritos” que
eran preparados para hacerse cargo del país como ministros, parlamentarios, detentores del
poder, y de los “huachos”, cuyo destino era incierto debido al abandono y la precariedad
de sus vidas. Dentro de ese relato acerca de elegidos y marginados, apenas unos cuantos
párrafos están dedicados a las niñas, y solo para aquellas de clase privilegiada, a quienes se
las describe bordando, dibujando y aprendiendo música en la sala destinada para ello: “En
las haciendas, durante el verano, las familias llevaban también una vida relajada, en el salón
de las casas patronales las mujeres cosen, bordan tapicería, tocan el piano, leen, hacen
bromas” (Salazar y Pinto 24). De las otras, las pobres que seguramente terminarían
trabajando, como sus progenitoras, en las casas de los más ricos o como lavanderas, no hay
constancia. Al dibujarse de esa manera a una parte de las niñas, se muestra cómo el espacio
Las niñas han quedado sistemáticamente fuera de los registros históricos. Lo propio
ha ocurrido con su inclusión en la educación formal, la que ha sido gradual, y, aun hoy,
persisten espacios con menor participación femenina. A esto le agrego los diferentes
imaginarios con los cuales se construye la imagen de niñas y niños, en que las prendas de
vestir aparecen como uno de los ejemplos más claros, al comercializarse poleras para niñas
con mensajes de amor y felicidad, mientras que las poleras de los niños tienen mensajes de
sexto de primaria se enfrentan dos imágenes: un niño que escribe y una niña que
Mayne-Nicholls 105
lee. Junto al niño hay una bicicleta y en el texto que escribe va enhebrada la palabra
Aventura. La niña, en cambio, tiene alas rosadas y está inmóvil frente a un libro del
que brota la palabra Poesía. Es fácil ver allí a quiénes se les incita a vivir y tomar
ilustraciones que detalla nos muestran esa concepción binaria que el patriarcado ha
construido y mantenido por siglos, según el cual “‘lo masculino’ se define como aquello
que corresponde a la fuerza física, la inteligencia y el uso eficaz de la razón mientras ‘lo
deduce, además, que la intuición y los sentimientos son negativos y deberían ser limitados
en vez de motivados. Esos estereotipos están visibles y son utilizados desde el mismo
nacimiento de los niños y niñas, cuando se diferencia a los bebés entre campeones (cuando
son niños) y princesas (cuando son niñas). Por eso Toril Moi (2004) —apoyándose en
Simone de Beauvoir88— escribe: “to encounter the world in a female body is simply not
the same thing as to encounter it in a male body” 89 (845). Esta investigación toma en cuenta
esta posición, que es relevante desde el momento en que defino las autoras que estudiaré,
niñas que se realizan, sino que inscribo mi investigación desde la teoría feminista.
88
Simone de Beauvoir dice por su parte: “On ne naît pas femme: on le devient” (1), dando a entender que la
diferenciación genérica es una construcción.
89
“Encontrar el mundo en un cuerpo de mujer simplemente no es lo mismo que encontrarlo en el cuerpo de
un hombre”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 106
y visibilizar, al mismo tiempo, cómo se trata de imponer una misma manera de ser
femenina, de cómo las mujeres deberían ser según este patrón. Para poder romper ese ciclo,
plantea Toril Moi (2004), se necesita registrar y definir con más acuciosidad tanto las
experiencias de las mujeres como sus subjetividades, teniendo presente para hacerlo
universalidades. “To reject femininity theory, then is not to reject the fact of sexual
difference. It is to reject theories that equate femininity and sexual difference, as if women
were the only bearers of sex”90 (Moi 845). Lo que plantea Moi es reconocer el concepto de
feminidad como una construcción cultural, que impone sobre las mujeres ciertas formas de
ser y actuar, y rechazarlo, para reconocer, en cambio, las experiencias diferentes de las
mujeres. En este sentido, trabajar con los textos de dos escritoras chilenas contemporáneas,
pero de distintas procedencias, clases sociales, con distinta formación, y con distintas
experiencias de vida, se conecta con los imaginarios diferentes que sostienen en relación
masculino que intenta perpetuar la subyugación de un Otro” (Guerra 14). Dentro del
90
“Rechazar la teoría femenina, entonces, no es rechazar el hecho de la diferencia sexual. Es rechazar las
teorías que equiparan feminidad y diferencia sexual, como si las mujeres fueran las únicas portadoras de
sexo”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 107
activo, agente y fuerte. Y, por otro lado, implica ciertas vinculaciones, de tal manera que la
naturaleza, se trata de una proyección ambigua, en que a veces es la madre, que “representa
las fuerzas benéficas de la Naturaleza, la pureza y la vida”, y otras veces es “la “Devoradora
terremotos e inundaciones” (Guerra 23). Se trata entonces de una percepción binaria de las
que se la mantiene encerrada y en silencio, es decir, se impregna a las voces de las mujeres
En relación con la casa o el hogar, tiene que ver con el espacio de criar y nutrir en
términos emocionales, es por eso que este ha sido un espacio habitual en la literatura
dedicada a la infancia. En este sentido, se destacan la cocina y los dormitorios, puesto que
associated with home”91 (Reimer 106). Reimer destaca el carácter metafórico de la casa en
las narraciones de infancia, ya sea para enfatizar el vínculo materno o para enfatizar la falta
de este. La casa no es, entonces, un concepto unívoco, lo que también se puede observar en
otro contrapunto: así como la casa puede ser vista como refugio y apego, también puede
mujeres y niños en una relación en que, tradicionalmente, las mujeres (por ser madres) se
91
“Metonímicamente transmitir las cualidades emocionales centrales idealmente asociadas con el hogar”. La
traducción es mía.
Mayne-Nicholls 108
For children, nature comes in many forms. A newborn calf; a pet that lives and dies;
a worn path through the woods; a fort nested in stinging nettles; a damp, mysterious
edge of a vacant lot —whatever shape nature takes, it offers each child an older,
mucho más que la imagen de “outdoors” o “al aire libre” (Louv 2005) que se suele tener
presente cuando se quiere que los niños y niñas tengan más contacto con lo natural. Pero,
como dice Richard Louv (2005), no resulta muy útil ni la definición que considera que todo
es natural —aunque sea hecho por las personas— ni solo las selvas vírgenes son naturales
(8). En ese sentido, comparto la definición que Louv utiliza: “when I use the word ‘nature’
in a general way I mean natural wildness: biodiversity, abundance —related loose parts in
a backyard or a rugged mountain ridge. Most of all, nature is relected in our capacity for
wonder”93 (8-9). Hablando de la relación de Estados Unidos con la naturaleza, Louv (2005)
apego romántico es la que trajo las políticas de conservación y se observa en los sueños y
deseos de pasar más tiempo en la naturaleza. La fase actual será la de desapego electrónico,
habitada por los niños de hoy en día, en que “that familial and cultural linkage to farming
92
“Para los niños, la naturaleza viene en muchas formas. Un ternero recién nacido; una mascota que vive y
muere; un camino desgastado por el bosque; un fuerte anidado entre ortigas; un borde húmedo y misterioso
de un lote vacío: cualquiera que sea la forma que tome la naturaleza, le ofrece a cada niño un mundo más
grande y antiguo, separado de los padres”. La traducción es mía.
93
“Cuando uso la palabra ‘naturaleza’ de manera general, me refiero a lo agreste natural: biodiversidad,
abundancia, partes sueltas relacionadas en un patio o una cordillera montañosa escarpada. Más que nada, la
naturaleza se refleja en nuestra capacidad de maravillarnos”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 109
is disappearing”94 (19). La segunda fase o frontera (como las llama Louv) es la que interesa
en esta investigación, por cuanto todavía la naturaleza es vista como parte integral de la
existencia de las personas. Aunque estas definiciones y categorías que presenta Louv son
útiles para saber de qué hablo cuando hablo de naturaleza en esta investigación, de todas
análoga a la construcción de los niños y niñas como inocentes/malvados: las mujeres o son
esos seres benéficos dadores de vida o son viudas negras, sin matices. De la misma manera,
o son femeninas (lo que desde el punto de vista patriarcal es lo deseado) o son masculinas
(es decir, ahombradas), que es, de hecho, el concepto que se le ha endilgado a Mistral para
describir su voz por la razón de que sus versos no se ajustarían a las formas patriarcales de
feminidad. Esto muestra que el adjetivo femenino tiene connotaciones que superan la
como femenina, por cuanto es escrita por una mujer. Pero cuando se califica a una mujer
como femenina, esto encierra una serie de ideas e imágenes sobre lo femenino. En ese
contexto, es interesante el uso que hace Mistral del adjetivo mujeril, que no está asociado
a una forma de hacer las cosas, no deriva de una consideración genérica acerca de lo que
94
“Ese vínculo familiar y cultural con el cultivo está desapareciendo”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 110
propuesta concreta de cómo describir el ámbito de las mujeres sin pasar por la esfera
patriarcal. En la historia del feminismo, se ha optado por distintos caminos para esto. Así
se han abordado los derechos civiles de las mujeres y el acceso igualitario al trabajo;
también le conciernen el reparto desigual de labores dentro del hogar y la brecha salarial
entre hombres y mujeres; y la violencia contra las mujeres. La base de esto ha sido
cuestionar el vínculo supuestamente biológico entre las mujeres y la naturaleza, que parte
destino y las condiciones de opresión a las que ambas han estado sometidas se han
feministas como para los defensores del medio ambiente (Rey Torrijos 135).
La vinculación de la mujer con la naturaleza ha sido uno de los aspectos que han
vinculación —lo que, de hecho, debe discutirse—, no deja de ser cierto que tanto las
en sí lo que es criticado, sino que esta es utilizada para validar que las mujeres ocupen una
que haya surgido, vinculado a las corrientes ecológicas, la noción de ecofeminismo que se
hiciera cargo de este binomio. Este fue acuñado en 1974 por la feminista francesa Françoise
Mayne-Nicholls 111
universo femenino con las atribuciones más destacables del medio natural” (Rey Torrijos
136). Lo que planteaba D’Eaubonne era que las mujeres lideraran una revolución que fuera
dominadas entre hombres y mujeres, sino también la de los hombres y la naturaleza (Rey
Torrijos 137). Es decir, se toma la vinculación entre mujeres y naturaleza no como una
carga, sino como una oportunidad de transformar el mundo, de modificar las relaciones por
ecofeminists reappropriate and celebrate the idea of woman’s closeness to the rhythms of
mother earth”95 (Bate 107). Esta primera ola de ecofeminismo no busca, entonces, desechar
la relación entre las mujeres y la naturaleza, sino celebrarla. Sin embargo, es justamente
esta decisión de resignificar la relación entre mujeres y naturaleza la que es rechazada por
95
“En contraste con esas feministas que buscan desnaturalizar las imágenes tradicionales de masculinidad y
feminidad, las ecofeministas reapropian y celebran la idea de la cercanía de la mujer con los ritmos de la
madre tierra”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 112
Lo que sucede con esa crítica es que solo toma en cuenta el estereotipo que se ha
vinculación entre mujeres y naturaleza, y despojarla del carácter negativo que se le imprime
las mujeres como parte de esa relación; esto es, la consideración de que las mujeres son
instintivas y en que las emociones juegan un papel relevante. Pero también persigue
hombres y de las mujeres” (Bel Bravo 2016). Esto da cuenta de dos aspectos. El primero
vinculación, no se trata de que las mujeres solo cuenten con dichas características
un sello positivo, sino que la razón, la inteligencia, la lógica —por nombrar algunas
mujeres.
mantendría que “las mujeres tienen una cercanía biológica a la tierra de la que los hombres
carecen” (Gates 174). El ecofeminismo no plantea ese carácter biológico, sino que cree
“en la interconexión de todos los seres vivos” y que “puesto que toda la vida es naturaleza,
ninguna parte de ella puede estar más cercana que otra a la ‘naturaleza’” (Gates 174). Es
decir, no es que solo las mujeres tengan una relación con la naturaleza, sino que todas las
personas —niñas y niños, mujeres y hombres— están vinculados con la naturaleza, por
cuanto somos parte de ella. Esto permite dos acciones. Por un lado, revalorar la maternidad,
mujeres por naturaleza, sino porque constituyen características de las personas en general
y se las rechaza (en el caso de los hombres) por no ser consideradas masculinas, y se las
menosprecia (en el caso de las mujeres) por no ser consideradas importantes para la vida
en sociedad. Por otro lado, se reconoce que las mujeres pueden ser activas, racionales y
lógicas (entre otras); es decir, los rasgos tildados de masculinos por el patriarcado les
de las mujeres por sobre los hombres, sino la igualdad entre los sexos (no la diferencia
sexual, como apunta Moi), y la consideración de que se deben “eliminar los prejuicios
dependientes del género de los hombres en donde y cuando se den y con desarrollar
prácticas, políticas y teorías que no tengan prejuicios de género” (Warren 63). Asimismo,
naturaleza” (Warren 63), entre las cuales se encuentran las niñas. Hacer esta diferencia se
me hace necesaria, y recojo los planteamientos de Bettis y Adams de que no basta con
tomar las temáticas feministas acerca de las mujeres y “trasplantarlas” a las niñas (2). “For
some feminist researchers, all identity discussions must be located in the global economy
of shifting gender regimes and must be grounded in concern for racial, ethnic, and social-
class inequities”96 (Bettis y Adams 3); esto no quiere decir que haya que desconocer el
macrocontexto en el cual se insertan las vidas de las niñas, pero no apunta a sus
especificidades, que es lo que también propone Moi cuando dice que, como feministas,
debemos reconocer las experiencias propias, diferentes, de las mujeres. Esto es válido
96
“Para algunas investigadoras feministas, todas las discusiones sobre identidad deben ubicarse en la
economía global de los cambiantes regímenes de género y deben basarse en la preocupación por las
desigualdades raciales, étnicas y de clase social”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 114
entonces también para las niñas. Bettis y Adams discuten acerca de cómo se ha separado a
las investigadoras feministas que estudian a las mujeres y aquellas que estudian a las niñas
de los temas serios y las segundas de los temas livianos. Lo que proponen Bettis y Adams
es que dedicarse a los temas de cultura popular y masiva con los cuales se suele abordar a
las niñas, no es menos serio, sino igual de relevante. Esta postura es la que ha redundado
estudio de las vidas cotidianas de las niñas, incluyendo lo que leen, ven, escuchan y
consumen en general. Tienen que ver con entender dónde se ubican las niñas (los paisajes
y espacios que ocupan), quiénes son, y en quién pueden llegar a ser (Bettis y Adams).
La primera vez que se usó el término girlhood fue en la novela Clarissa97 (1748) de
cuanto equivale a la infancia y adolescencia de las niñas —así como boyhood corresponde
al de los niños—; pero tampoco ha sido unívoco en inglés: “The state of being a girl; the
time of life during which one is a girl. Also: girls collectively” 98 (Reid-Walsh 92). Es decir,
tiene que ver con la edad, pero también con una construcción. Aunque el término girlhood
parezca relativamente nuevo, sus primeros usos corresponden al siglo XVIII. Reid-Walsh
llama la atención acerca de las diferencias en torno a cuándo se acaba la infancia de las
niñas, las geografías que las niñas ocupan, y las diferencias culturales y raciales. Para esto
levanta como ejemplo el caso de una niña huérfana en el África subsahariana, que debe
97
El título completo es Clarissa, or the History of a Young Lady. Es una novela epistolar que sigue la trágica
vida de Clarissa, una joven que intenta mantener sus principios a pesar de lo que la rodea, desde su familia
hasta las personas que va encontrando en el camino.
98
“El estado de ser una niña; el tiempo de la vida durante el cual una es una niña. También: las niñas como
colectivo”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 115
encargarse de cuidar a sus hermanos. “Her girlhood is not the same as other girlhoods at
all, especially in the West, so whether she is experiencing what we understand ‘girlhood’
con lo que plantea Reid-Walsh: las niñas no viven las mismas clases de infancia, y ni
siquiera es cosa de ir a África para darnos cuenta de que las niñas en distintas ubicaciones
Por lo tanto, en esta investigación me estoy planteando una pregunta en vez de partir
por una afirmación. Es decir, no es uno de mis objetivos contrastar las representaciones de
infancia que analizaré con un ideal de infancia de niñas, sino preguntarme cómo es la
representación de la infancia de las niñas que Mistral y Yáñez configuran. “If we move
ideologically loaded set of meaning appear, codifying and reinscribing a specific vision of
representación que se está haciendo, sino de qué nos hablan esas representaciones, cuál es
el imaginario que las sustenta, cómo es la visión de la infancia de las niñas que tienen las
autoras e, incluso, cómo puede esto contrastar entre ellas y con respecto a la época en la
que publicaron.
99
“Su infancia no es como la de otras niñas, especialmente en Occidente, por lo que si ella está
experimentando lo que entendemos por infancia de una niña se convierte en una pregunta”. La traducción es
mía.
100
“Si pasamos de una discusión sobre la infancia como experiencia vivida a su representación en la ficción,
aparece un conjunto de significados más cargados ideológicamente, que codifican y reinscriben una visión
específica de la infancia de las niñas”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 116
Capítulo 3
que ostenta el Premio Nobel (1945) y el Premio Nacional de Literatura (1951); que aparece
estudiado y sigue analizando su obra. Naín Nómez rescata, de hecho, cómo en las décadas
recientes las lecturas sobre la obra de Gabriela Mistral se han hecho más ricas y profundas,
debatido entre lo cursi y lo romántico” (22). Es el mismo reclamo que ejerce Grínor Rojo,
quien aparta todas aquellas lecturas que han querido ver en la obra mistraliana el resultado
de una maternidad frustrada. Estos nuevos estudios se han hecho cargo de leer textos como
Desolación o Poema de Chile102. Sin embargo, los poemas con tema de infancia siguen
El que la crítica, en general, haya obviado los poemas de infancia contrasta con el
interés que concitaron para la propia Mistral, quien se dedicó a esos versos desde los
comienzos de su carrera literaria. Antes de que aparecieran publicados veintiún textos con
101
La crítica ha elogiado la obra de Gabriela Mistral. Sin embargo, es posible encontrar algunos detractores,
como Raúl Silva Castro, Omer Emeth y Pedro Nolasco Cruz. Silva Castro opinaba que, más allá de
Desolación, sus obras no concitaban interés literario. Emeth derechamente dice que Mistral escribe mal; y
Nolasco que no tiene buen dominio del idioma (Nómez 2000).
102
Ver por ejemplo Münnich, Susana. Gabriela Mistral. Soberbiamente transgresora. Santiago: LOM
Ediciones, 2005; y Sepúlveda, Magda. Somos los andinos que fuimos. Santiago: Editorial Cuarto Propio,
2018.
Mayne-Nicholls 117
escolares103; es decir, ya en la década de 1910 Gabriela Mistral estaba escribiendo este tipo
de poesías —llámense o no poesía infantil—. Ella estaba empeñada en estas escrituras con
el objetivo de producir una poesía para niños y niñas que no dejara de lado la calidad
literaria. Más allá del campo especializado en educación, pareciera que estos poemas no
interesaron a la crítica en su tiempo. Hay una preocupación desde lo pedagógico, por cierto,
lo que explica que Mistral, por ejemplo, escribiera sobre folclor y poesía infantil en la
Revista de Pedagogía (1935), una publicación académica española. Pero la crítica literaria
parece encontrar una pérdida de tiempo incluso comentar al respecto; por ejemplo, el crítico
parte de su oficio a la escritura para niños. Recién en los años 1950, el escritor ecuatoriano
literatura infantil (Rubio 1995). Este hecho me permite hacer una primera aclaración: que
estas poesías han sido abordadas, en general, desde la perspectiva de la llamada literatura
infantil, como si se tratara de un corpus separado del resto de la obra poética de Mistral. Es
lo que hace, ya concluyendo la década de 1980, Benjamín Rojas, quien interpreta algunas
El solo hecho de ligar los poemas con tema de infancia a la literatura infantil o para
niños pone estas creaciones de Mistral en un terreno pantanoso, puesto que durante décadas
este campo (que abarca tanto la escritura para niños como la crítica de dicha escritura)
descansa en un término devaluado: infantil. Peter Hunt se refiere a los conceptos que se
vinculan con la palabra infantil: inmadurez, simpleza, inexperiencia (2011). Esto muestra
103
Como Libros de Lectura de Manuel Guzmán Maturana (1876-1941). La primera edición del texto de
lecturas escolares es de 1905.
Mayne-Nicholls 118
una manera particular de ver primero la infancia como un estado al que le falta algo o
propia niñez es vista con desdén. Esa visión se ha traspasado a la literatura para niños, como
si el acto de agrupar textos que no son para adultos (Hunt 2011) concentrara piezas simples,
inmaduras, que no vale la pena leer (o que solo los niños podrían leer, lo que además es
prejuicio de que estaría conformado por textos que no son complejos ni tienen valor
literario (2011). Y Ternura no solo complicaría su estatus de obra a la par del resto del
corpus mistraliano por ser considerada como literatura infantil, sino por ser poesía infantil.
“Children’s literature may be marginalized by scholars outside our discipline, but the study
Joseph Thomas, queriendo destacar que los versos para niños se ven incluso ante un
prejuicio mayor que la narrativa para niños. Tal vez sea esa una de las razones de por qué
no solo las rondas, sino todo Ternura ha sido escasamente analizado. El poemario, de
hecho, rara vez ha sido abordado como un todo o poniendo atención a algunas de las
Ante este panorama, destaco el vuelco suscitado desde finales de la década de 1980
104
“La literatura para niños puede haber sido marginada por los especialistas fuera de nuestra disciplina, pero
el estudio de la poesía para niños es marginado por especialistas dentro de nuestra disciplina” (la traducción
es mía).
105
Por ejemplo, Jorge Guzmán analiza “Caperucita Roja” y “Sueño grande” (1989); Consuelo Mafud analiza
“Fruta” (1987); y Erik Mesterton analiza “Meciendo” (1985) (Rubio 1995).
Mayne-Nicholls 119
de los primeros en reconocer el valor intrínseco de la poesía con tema de infancia fue Jaime
declarando que “Se ha creído, equivocadamente, que Ternura sea un libro menor o de
intenciones meramente pueriles en la obra toda de Gabriela Mistral” (109). En ese texto, el
crítico propone que la edición de 1945 de Ternura es una versión más completa, debido al
reordenamiento que hace la propia Mistral del poemario. Para Quezada Ternura parece ser
un trabajo en progreso, que puede seguir perfeccionándose, es decir, al que pueden seguir
integrándose otros textos con tema de infancia que aparecieron posteriormente 106; por eso
De la misma época son los artículos de Benjamín Rojas107 (1989), quien presenta
(133). Rojas llega a esta conclusión al comparar la versión original de “Ronda de la paz”,
que fue publicada en Desolación con el título de “Ronda de niños”. El poema es una clara
alusión a la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y en él Mistral habla de dos rondas (una
que parte de Francia y otra de Alemania) destinadas a convertirse en una sola, celebrando
las semejanzas y dejando atrás los aspectos culturales que podrían dividir a los países. Para
Rojas, la reescritura del poema implica que Mistral pasa de un tiempo muy concreto (en la
versión de Desolación muy cercana a la Primera Guerra Mundial) a uno más bien universal,
106
Después de 1945, Mistral siguió publicando poemas con tema de infancia, en especial, canciones de cuna
y rondas, que aparecieron en Tala y Poema de Chile. Asimismo, deberíamos contar todos los poemas inéditos
que han seguido encontrándose, por ejemplo, los que fueron recopilados por Luis Vargas Saavedra en Baila
y sueña (2011).
107
Benjamín Rojas se concentra en las rondas, comparando los poemas en Desolación y Ternura. También
analiza la llamada “prosa escolar” de Desolación (Rojas, “Literatura infantil”, “La significación relevante”).
Mayne-Nicholls 120
apelando así a la paz en general y no solo en lo específico. Sin embargo, la edición argentina
detallado e incluye un paralelo entre ambas versiones, no queda claro por qué sintetizaría
infancia, en particular dos de mayor alcance: Gabriela Mistral: an artist and her people
(1994) de Elizabeth Horan y Dirán que está en la gloria (1997) de Grínor Rojo. Estos libros
posicionar estos poemas en el ámbito crítico. Tanto Horan como Rojo denuncian que las
llamadas poesías infantiles de Gabriela Mistral han sido o bien ignoradas por la crítica, o
imperativo por mostrar el mundo doméstico de la mujer que la autoridad masculina prefiere
callar: “Mistral pointed out that men had been silent about this world and that women had
an ‘almost religious’ obligation to write about it” 108 (82-83). Pero esa obligación, agrega
Horan, requiere además otra perspectiva: darle un nuevo significado a este llamado mundo
doméstico, en vez de verlo desde la perspectiva patriarcal que ha preferido rebajarlo 109.
Mistral escribió entonces sobre este mundo en las poesías que Horan distingue
108
“Mistral señaló que los hombres han guardado silencio acerca de este mundo y que las mujeres tenían una
obligación ‘casi religiosa’ de escribir sobre aquel”. La traducción es mía.
109
Mistral postula esto con sus poemas mientras en Francia las feministas rechazan la maternidad al
considerar que representa la opresión que sufre la mujer en las sociedades patriarcales (ver De Beauvoir,
Simone. Le Deuxième sexe, 1949). Recién en la década de 1970 las feministas anglosajonas revalorarán la
maternidad, como hacen Adrienne Rich y Alice Walker (Giorgio 2002).
Mayne-Nicholls 121
Por su parte, Rojo sostiene que las canciones y rondas de Gabriela Mistral no son
infantil”, sino “la escritura favorita de y tesoneramente cultivada por uno de los buenos
poetas que han hecho uso de la lengua española” (118). El crítico quiere terminar con la
creencia de que estos poemas de Mistral son versos de nivel inferior; y, al mismo tiempo,
términos estéticos. Aunque no explica por qué sería así, me parece que es posible colegir
que para el crítico los textos catalogados como infantiles no presentarían lecturas
complejas, mientras que en las canciones de cuna de Mistral es posible encontrar un doble
discurso. Según Rojo, hay un primer nivel de lectura en que la madre o la nodriza le canta
al niño para hacerlo dormir, y que encubre un segundo nivel, en que la emisora de la canción
se convierte también en receptora: “lo cierto es que en parte o totalmente la canción de cuna
ella [la madre/emisora] la dice (o la canta) para sí misma” (115-116). Rojo aborda este
hecho desde la teoría feminista, proponiendo que el discurso segundo (o profundo) —que
es dirigido a las otras mujeres— está oculto para poder eludir el influjo masculino:
Para hablarse a sí misma, o para hablarle a quienes pertenecen a su mismo sexo, sin
niño el segundo discurso merced al cual ella se conecta con su ‘alma’ o con la ‘Gea’
110
Grínor Rojo critica las primeras lecturas realizadas a la obra de Gabriela Mistral que verían sus versos
como el resultado de no haber tenido hijos.
Mayne-Nicholls 122
El tema del género llama la atención de Rojo en otro aspecto, que tiene que ver con
los receptores niños y niñas de los poemas. Destaca el hecho de que el receptor del primer
discurso en las canciones de cuna sea casi siempre un niño. De un número superior a las
treinta canciones conocidas hasta ese momento, Rojo encuentra que solo tres están dirigidas
rondas, en tanto, mostraría la tendencia contraria, lo que lleva a Rojo a sostener: “Para
decirlo pronto y claro: las rondas son en su poesía el género de las niñas; las canciones de
cuna, el de los niños” (117). A pesar del análisis de género que propone Rojo en este
apartado, de todas maneras, concluye que el discurso femenino de las canciones no logra
evadir el masculino. Plantea que, aunque el espacio de las canciones de cuna es uno
(119).
Para graficar que las canciones de cuna tienen la sombra del hombre en su poética,
Rojo se centra en la canción “Meciendo”. Allí el crítico reconoce el mecer como una
actividad propia de la madre, pero estima que el poema de Mistral está apelando a un mecer
masculino, propio del mar, del viento y de Dios. Es decir, para el crítico el mar, el viento y
Dios son todos signos masculinos que actúan (allí estaría lo netamente masculino), que se
contraponen con un mecer más pasivo que operaría en la mujer. Sin embargo, el acento de
este poema no está en los signos —el mar, el viento, Dios—, sino en la actividad de mecer.
La sujeto poética que canta se encuentra meciendo a su hijo. Durante ese mecer, ella
identifica cómo la naturaleza es también capaz de mecer. Así encontramos: “El mar sus
millares de olas / mece, divino”; “El viento errabundo en la noche / mece los trigos”, “Dios
Padre sus miles de mundos / mece sin ruido” (Ternura 9). Al contrario de lo que propone
Rojo, es el mecer maternal el que lo impregna todo, a tal punto que me hace pensar en esa
Mayne-Nicholls 123
nueva perspectiva de ver las cosas que Mistral está proponiendo. El prisma, entonces, no
es patriarcal, sino mujeril: el mundo se mueve según el vaivén de las mujeres; lo que se
observa en la insistencia de cada estrofa en que el último verso es siempre “mezo a mi niño”
(9). El mecer se convierte, de esa manera, en un movimiento sin fin, que es más fuerte y
[A] nadie deslumbra la pasión de la mujer por el hijo, aunque sea la pasión que más
dure. Veinte, sesenta años está en pie, y esto no lo produce la mera naturaleza: el
instinto, mientras a ella le parece que el amor maternal es capaz de hacer cosas que superan
fuerza del mecer maternal, que es la que transforma al mundo, y no al revés. Esta
perspectiva también será observada por Mauricio Ostria (“Releyendo Ternura”, 2010). El
crítico considera que las creaciones de Gabriela Mistral ligadas a la infancia van más allá
del poemario Ternura. Ostria visualiza estos poemas como un proyecto continuo que
Mistral escribe y reescribe a lo largo de su vida. Coincide con Rojo en que el espacio de las
comparten/construyen un espacio solo para los dos; pero es un espacio siempre amenazado,
frágil. El crítico explica que hay una tensión constante producto de la presencia de lo
ominoso, que es caracterizado por “la ruptura de la armonía por la conciencia dolorida de
la escisión” (655). ¿Qué amenaza el espacio de madre e hijo o hija? “[E]l mundo externo y
masculinas ajenas a ese espacio son amenazadoras, pero, a diferencia de Rojo que piensa
que las fuerzas masculinas transgreden el espacio (como en el ejemplo del poema
“Meciendo”), Ostria plantea que “el universo materno y por tanto femenino de Ternura
atrae hacia sí y materniza las fuerzas masculinas” (656). Ostria utiliza el mismo poema
“Meciendo” para dar cuenta de que las fuerzas de la mujer logran hacer que las fuerzas
culturales trasandinos, hace una lectura de todas las obras de Mistral, lo que permite tener
una visión conjunta del corpus mistraliano. El estudio incluye el libro Ternura, lo que
vez de excluirlo, es refrendado como parte de la obra de Mistral. Sepúlveda aborda Ternura
XX, en que se abordan temas de educación y salud, por ejemplo. Al respecto, propone que
en este libro “Mistral poetiza a las madres abandonadas, pero no las idealiza, sino que las
muestra en todos sus problemas cotidianos, desde que son expulsadas de la casa natal,
sufren el abandono del padre del hijo, hasta cómo requieren trabajar mientras cuidan a sus
hijos” (96). Es decir, Sepúlveda enfoca Ternura desde la perspectiva de las madres.
Los análisis de Horan y Rojo se han centrado en la figura del niño en las poesías
abiertamente infantiles o ligadas a los niños y niñas, como las canciones de cuna y las
construye en Poema de Chile (1967). Se trata de la figura del niño indígena que acompaña
a la figura fantasmal que se identifica con Mistral en su viaje por Chile. Esta perspectiva es
Falabella se centra en la figura del huemulillo, “un sujeto constituido a partir de su cuerpo
la sujeto poética —“ente sin cuerpo, un fantasma de una mujer vieja”— es visto por
Falabella como una estrategia de la poeta para plantear sus preocupaciones en torno a temas
misma época, Carrasco (2000) también se detiene en la figura del niño indígena que
encuentro. Carrasco enfatiza una enseñanza en la que “por amor y oficio la maestra le
propone al niño durante el viaje, por medio de una metodología renovada y democrática (el
diálogo) … El trato que da la mujer fantasma al niño indígena es clara señal del afecto y
del respecto que le tiene por su condición de ser humano: lo llama mi niño, mi loquillo,
chiquito, novedosillo, etc.” (122). Sepúlveda también ha estudiado la figura del niño-
ciervo, destacando que esta apunta a una “condición de subalternidad: huemul y no cóndor,
niño y no adulto, siervo y no amo, indígena y no blanco. Esas son las identidades no
hegemónicas que Mistral busca reinstalar para reparar el despojo territorial” (161).
(España). Fue editada por la editorial Saturnino Calleja, especializada en literatura para
vez de usar el término poesía infantil, hablaré de poemas con tema de infancia, por cuanto
el apelativo de poesía infantil se presenta con un sesgo negativo en los ámbitos académico
y crítico, por considerarse que el adjetivo infantil vendría a calificar textos de menor calidad
“favoreció la lectura desaprensiva y poco atenta e impidió que el poemario fuera tomado
en serio” (650). Si bien muchos de los textos de Ternura son conocidos popularmente,
como ocurre, por ejemplo, con los versos de “Dame la mano” que, además, fueron
y rondas al estudio del resto del corpus mistraliano. Una respuesta para esta actitud puede
estar en el hecho de que la misma Mistral catalogara sus poemas como “canciones de
niños”. Sin embargo, al atender el contenido del libro, el tema de infancia es ineludible, y
aun sin el subtítulo —el cual, de hecho, fue retirado de la edición de 1945— es factible que
estos poemas fueran ignorados críticamente, como ha sucedido con la poesía para niños en
otras partes del mundo. Por ejemplo, la investigadora Elizabeth Ludlow (2013) destaca
cómo la crítica anglosajona ha dedicado pocos análisis a las rondas 111 del poeta inglés
‘charming’”112 (Ludlow 91) que para Ludlow equivale a un silencio crítico: no reconocer
la obra de Swinburne, por un lado, y, por el otro, desconocer cómo influyó en poetas
111
Swinburne desarrolló las rondas (roundels en inglés) a partir de la rondeau practicada en Francia durante
el medioevo. Swinburne es autor de A Century of Roundels (1883). Otras exponentes de las roundels en
Inglaterra fueron Christina Rossetti (1830-1894) y Amy Levy (1861-1889).
112
“… la tendencia de descartarlas por ‘encantadoras’”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 127
posteriores. Swinburne estaba escribiendo desde antes de que Gabriela Mistral naciera y
aun así sus rondas han debido conformarse con escasa atención crítica.
Algo similar ha sucedido con los poemas de Mistral sobre la infancia; de hecho,
podríamos decir que había ya una predisposición, como relata la propia Mistral en 1924:
“Allá en mi país algunos me censuran que yo escriba para los niños y dicen que yo gasto
mi tiempo inútilmente. Armando Donoso 113 me lo reprochó una vez …” (García Huidobro
86). La recepción crítica de este corpus de infancia, en tanto, es más reciente: la lectura
ecocrítica de Ostria (2010); la profundización en las canciones de cuna que realiza Grínor
Rojo (1997); el posicionamiento de Mistral como poeta mujer que realiza Elizabeth Horan
(1994) —y con ello esboza una lectura sobre las rondas—; la inicial búsqueda de Quezada
de sacar de la periferia los poemas infantiles de Mistral (1989); el análisis de Guerrero (Qué
será) sobre los “poemas para niños” de Mistral como constructores de un nuevo estatus del
niño y la niña, al darles “una dignidad y una visibilidad más resonantes” (101); y la lectura
constante a escribir versos, ya sea destinados a un público infantil o con la infancia como
motivo central, como ocurre en sus rondas y canciones de cuna, el interés en su estudio ha
sido escaso. Al decidir ubicar a Ternura (y otros textos mistralianos) como poesía con tema
de infancia, además hago eco de la postura de la poeta con respecto a este asunto. “El libro
es mejor sobre niños que para niños; aunque su lectura va derechita a ellos, que la gozarán
entendiéndola. Este sobre preferido al para está muy bien. Cuando hacemos cosas para
113
Armando Donoso (1886-1946), crítico literario chileno. Fue parte del jurado de los Juegos Florales de
Santiago en que Gabriela Mistral ganó con sus “Sonetos de la Muerte”.
Mayne-Nicholls 128
ellos (y yo soy reo de este pecado) con voluntad deliberada, los resultados son malísimos”
(Mistral, “Carmen Conde…”114 245; las itálicas son del original). Mistral expone lo
complicado que resulta el ámbito de la literatura para niños, que tiene como foco presentar
productos pensados en que los receptores son niños, por lo cual se suele caer en la
“Children´s books are not texts for children by children —they are book written by adults,
adults”115 (Honeyman 9; las itálicas son del original) dice Susan Honeyman cuando
cuestiona el nombre de la categoría de libros para niños, en que el fin no sería escribir
literatura, sino que la literatura se convierte en el instrumento para enseñar a los niños. Por
eso, al hablar de textos con temática de infancia —lo que no implica, como dice Mistral,
que los niños y niñas no vayan a leer y disfrutarlos— el énfasis se pone en la escritura, lo
que, además, a mí me interesa como una forma de reivindicar la pertenencia de esta poesía
en el corpus mistraliano.
Dos años antes de la edición de Ternura, Gabriela Mistral había publicado su primer
poemario, Desolación, en Nueva York (editado por el Instituto de las Españas en los
Estados Unidos116). En este volumen encontramos las primeras canciones de cuna y rondas
publicadas por Mistral117; las que conformarán parte importante —tanto numéricamente
114
El texto, escrito en 1934, es un artículo sobre el poemario Brocal de Carmen Conde, en que Mistral
aprovecha de exponer su pensamiento acerca de la literatura con tema de infancia.
115
“Los libros de niños no son textos para niños por niños, sino que son libros escritos por adultos, elegidos
por otros adultos para ser publicados, y recomendados/dados/asignados a los niños por adultos”. La
traducción es mía.
116
La primera edición chilena de Desolación fue realizada en 1923 por Nascimento.
117
Los poemas sobre infancia (canciones y cunas, entre otros) aparecieron en la primera edición de
Desolación (1922) y se conservaron en la segunda edición prologada por Pedro Prado (1923). Estos se
eliminaron en la tercera edición publicada en Santiago en 1926 (Horan y Meyer 2007).
Mayne-Nicholls 129
parte estaba al alero de un apartado titulado “Infantiles”. En el índice de esta edición, las
(Desolación, 352), que es el título del primer poema. Las canciones de cuna, en tanto, en
de estas canciones en la página es continua hacia el lado, aunque cada verso está separado
por un guion largo. Dicha presentación da la impresión de que las canciones son textos en
prosa. Al igual que las rondas, en el índice no se especifica cada canción, sino que son
(Concha cit. en Quezada, “Gabriela Mistral: algunas referencias” 110), escribía Jaime
Concha sobre esa primera edición de Ternura. Es cierto que se repiten muchos poemas; y
en el caso de las rondas, la sección es trasladada sin mayores cambios a Ternura. Se trata
de los poemas “Rondas de niños” (que, en Ternura, 1924, pasará a llamarse “La guerra”),
“¿En dónde tejemos la ronda?”, “La margarita”, “Invitación”, “Dame la mano”, “Los que
no danzan”, “La tierra”, “Jesús” y “Todo es ronda”. En el caso de las canciones de cuna,
que en 1924 corresponden al apartado final del libro, se ven mayores cambios. Por ejemplo,
“Mi canción” no fue incorporada a la primera edición de Ternura, se agregan tres nuevas
118
En Ternura de 1924 este poema pasará a llamarse “La guerra”; sigue siendo el primer poema de la sección
“Rondas”. En la edición de 1945, el poema es reescrito por Mistral con el título de “Ronda de la paz”, y se
convierte en el poema número nueve de la sección.
Mayne-Nicholls 130
formato del libro que agrupa estos textos sobre infancia muestra una intencionalidad por
vislumbrando un corpus con dicha temática en que seguiría trabajando a lo largo de las
agrupada junto a las demás rondas, sino como parte del acápite “La escuela”, donde se
vislumbra la conexión entre educación y ronda que revisaré más adelante. “El corro
Ternura, canciones de niños (1924) está formado por los siguientes apartados:
de cuna” (dieciséis poemas). Cada apartado está encabezado por un grabado en blanco y
negro que es ilustrativo de la temática que se abordará; además, se incluyen grabados dentro
de los apartados a lo largo de todo el libro. Los grabados que introducen cada temática
logran establecer un diálogo con los poemas, a veces ilustrando ideas que son esbozadas,
que ver con el hecho de que la editorial, Saturnino Calleja, está especializada en literatura
119
El poema que encabeza las canciones de cuna en Desolación (1922) es “Apegado a mí”, que se convierte
en el octavo poema en Ternura (1924). En este libro, la primera canción de cuna es “Estrellita”, que no era
parte de Desolación.
120
En este apartado se incluye “Piececitos…” (71-72). En la edición de 1945, Mistral le quita los puntos
suspensivos al título, y el poema se incorpora a la sección “Casi escolares” (125).
Mayne-Nicholls 131
para niños, y esta, desde un comienzo, ha incorporado la imagen como una forma de
acompañar la lectura121.
El grabado que encabeza la sección de rondas muestra a dos mujeres con túnicas
blancas y largas recogidas en la cintura que bailan en la noche. Llevan el cabello largo y
liso, adornado por coronas de flores. No se les ven los rostros: una está de espaldas, y la
otra está de costado, pero tiene un brazo alzado, lo que tapa su cara. La imagen inspirada
en la iconografía de la Grecia clásica recuerda a las bacantes, nombre que recibían las
observance was the only public activity where women could participate in Greek society…
Some of these cults had ceremonies designed to encourage women to be uninhibited” 122
(Sawyer 62). Dentro de esos cultos se encuentra el de las bacantes, que quedó configurado
danza: “Id, bacantes, / id bacantes … al monte, al monte. Y con placer, / como un potro que
pace junto a su madre, / bacante, mueve tu pierna con rápido pie en las danzas” (Eurípides
5). Sepúlveda vincula las rondas de Mistral con las bacantes de Eurípides en que “las
mujeres seguidoras de Baco subían, sin hombres, a las montañas, donde bebían y danzaban
desnudas hasta alcanzar el éxtasis” (92). El grabado en el libro de Mistral se inclina por una
imagen más bien conservadora. Claramente los vestidos son necesarios para relacionar a
estas danzantes con aquellas de la Grecia clásica, pero el movimiento representado es más
121
El primer objetivo de las ilustraciones en los textos infantiles se relaciona con graficar o acompañar las
palabras. Ya en el siglo XVI, el Kunst und Lehrbüchlein (Alemania, 1580) estaba ilustrado y el objetivo de
incluir dibujos era que estos fueran alegres y agradables para los lectores, según especificaba el mismo texto
(Salisbury 2004). Es lo que se conoce como libros ilustrados. La más reciente noción de libro álbum, en
cambio, reconoce la importancia narrativa de la imagen (Salisbury y Styles 2012).
122
“la observancia religiosa era la única actividad pública en que las mujeres podían participar en la sociedad
griega… Algunos de estos cultos tenían ceremonias diseñadas para alentar a las mujeres a ser desinhibidas”.
La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 132
bien tranquilo y moderado, en vez de extático. Sin embargo, el vínculo implica esa noción,
después de todo Baco es el dios del vino. Además, como agrega Sawyer (2002), a las
bacantes se las suele llamar también ménades, término que viene del verbo mainomai, que
quiere decir ser llevado a la locura123. También quiero destacar el grabado que encabeza la
sección “Canciones de cuna”, en que se observa a cuatro madres (tres de pie y una sentada),
arrullando a sus hijos, a los que mecen en sus brazos. Esto va en concordancia con la idea
que Mistral expresará dos décadas más tarde, que las canciones de cuna son “un coloquio
diurno y nocturno de la madre con su alma, con su hijo, y con la Gea visible de día y audible
de noche” (“Colofón”, 157). Pero no solo con los hijos, sino que la madre que entona sus
arrullos sola en ese espacio íntimo configurado por ella y su bebé, se conecta con cada una
de las otras madres que están en la misma situación; sería la hermandad o ronda de las
capítulo, porque ya el hecho de que las canciones de cuna se centren en el discurso maternal
del miedo ante la pérdida de los hijos, da cuenta de una lectura que se aleja de la imagen
romántica del amor maternal como instintivo y edulcorado. Antes que llamar conservador
al texto de 1924, diría que su formato se asemeja a otros textos para niños de la época, con
las ilustraciones intercaladas, muchas de las cuales simplemente parecieran adornar las
páginas en vez de hablar acerca de los poemas que se están leyendo. Benavente (2018)
plantea que ese carácter conservador se diluiría con la publicación de la edición de 1945,
123
Sawyer destaca el sesgo despectivo que tiene ménades, lo que se relaciona con la idea patriarcal tradicional
de que las mujeres deben comportarse de cierta manera, y que salirse de la norma es tildado de locura como
una forma de disminuir la agencia mujeril.
Mayne-Nicholls 133
con sus imágenes y tópicos— sigue siendo la edición de 1924, aunque muchos de estos
poemas sean reformulados. Una segunda lectura sobre esta edición es verla como
precursora de Tala: “the innocence before the fall from grace”124 (Benavente 123). Es decir,
habría por parte de Mistral una toma de conciencia de una pérdida de la inocencia, que se
reflejaría en el poemario de 1938. Sin embargo, no queda claro en qué sentido sería inocente
Ternura, y discrepo en que la versión original del poemario sea inocente, por cuanto no
Al comparar las dos versiones de Ternura resulta evidente que hay un nuevo
enfoque, pero a partir del mismo corpus que es actualizado, abultado y reformulado. No se
puede saber cuál era la intención de Mistral al emprender esta tarea, pero el resultado da
cuenta de un corte no con el contenido del primer texto, sino con la recepción de este. Esto
deja solo la palabra ternura y se elimina el subtítulo “Canciones de niños” que conspiró a
tener una lectura sesgada y a ver a los poemas como inocentes y conservadores. Con esta
en contra de los textos dirigidos a los niños. En segundo lugar, se eliminan las ilustraciones,
lo que es otra forma de decir que Ternura no es poesía infantil. Y, en tercer lugar, Mistral
incluyó —al final del libro— un artículo explicativo titulado “Colofón con cara de excusa”,
en el que profundiza acerca de las canciones de cuna (origen y tipo de escritura, además de
los destinatarios de dichos poemas), y del folklore, y realiza unas (muy) breves
124
“La inocencia antes de la caída de la gracia”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 134
apreciaciones en relación con las rondas. Es decir, explicita el hecho de que se puede hacer
análisis de estos poemas. En cuarto lugar, el libro ya no es publicado por una editorial
especializada en literatura infantil, sino por Espasa-Calpe, que tenía gran influencia en la
Con estos cuatro elementos ya es posible decir que Ternura deja de ser un libro de poesía
Pero eso en lo formal, porque esta edición de 1945, que es la versión que ha seguido
difundiéndose de ahí en adelante, no es una simple reedición del texto de 1924: Gabriela
Mistral incluyó nuevos poemas y modificó la organización del libro. Esta edición está
formada por 96 poemas, es decir, cincuenta poemas más que el libro de 1924, y provienen
de Desolación (1922), Ternura (1924) y Tala (1938). Mistral modifica títulos, reescribe
versos y cambia poemas de sección. Uno de los cambios que destaco es el de la ronda “La
tierra” (Ternura, 1924, 20-21), que pasa a llamarse “Tierra chilena”, con lo cual arraiga el
poema a un paisaje y un espacio más específico desde el mismo título, frente al espacio de
carácter más universal con el cual se titulaba en la edición de 1924. Además, realiza
chilena, / más suave que rosas y miel” (1924, 20), lo que fue modificado por “Danzamos
en tierra chilena, / más bella que Lía y Raquel” (1945, 59), que es una referencia bíblica, a
través de la cual Mistral poetiza en torno al estatus de las mujeres, al tiempo que habla de
la tierra. La primera versión tenía un tono más romántico; al caracterizar la tierra como
suave, pareciera estar hablando de un lugar fértil y amable. En la Biblia, Lía y Raquel son
dos hermanas que se casaron con Jacob: Lía es la primogénita, la que Jacob no desea, pero
que es la que procrea; y Raquel es la menor, la deseada, pero estéril (Génesis 29). En la
segunda versión del poema, esa misma tierra chilena ya no es mirada de manera tan
Mayne-Nicholls 135
unívoca, sino que da cuenta de que no siempre da lo que se necesita o se quiere, y que no
toda la tierra es igual de deseada. Pareciera introducir, en este sentido, una idea acerca de
cuna tanto en Desolación como Ternura (1924), mientras que en 1945 Mistral lo incluye
en un nuevo apartado al que titula “La desvariadora”, al que ubica en tercer lugar, después
de las canciones de cuna y las rondas, y que se levanta como un antecedente de las locas
mujeres que aparecerán en Lagar (1954). Este apartado se enfoca en las madres, como en
las canciones, pero deja entrever que se trata de las madres que se salen de la norma, que
están en un estado de desvarío, ya sea por el temor extremo a la pérdida del hijo(a), o porque
se trata de madres solteras que son apartadas junto a sus hijos por la sociedad en la que se
insertan.
Mistral y el afán de perfeccionar Ternura muestran que este tipo de poemas no constituyen
solamente un trabajo fuera de su línea principal de poesía, sino que son parte del corpus
Esa convicción de que los poemas con tema de infancia son un interés constante es el que
lleva a la ampliación del corpus literario que analizaré en este capítulo y que consiste en
todas las rondas de Gabriela Mistral. Las rondas más conocidas aparecieron en Ternura
(1924, 1945), como “Dame la mano” y “Tierra chilena”, por lo cual mi primera
Mayne-Nicholls 136
aproximación, de hecho, fue el apartado sobre rondas de Ternura (1945). Sin embargo, leer
estos poemas en conjunto con las demás rondas, aquellas que han ido apareciendo al
representación de los niños y niñas que hace Mistral, como también en la construcción del
espacio de infancia que aparece en esos textos. De esta manera, mi corpus de investigación
está constituido por las quince rondas publicadas en la versión de 1945 de Ternura; cuatro
rondas publicadas en Lagar (1954); ocho rondas y un desvarío con tema de danza en Lagar
II (1991); las dieciocho rondas recopiladas por Vargas Saavedra (Baila y sueña 2011); y la
Las rondas de Lagar (1954) y Lagar II (1991) se pueden ver de una manera bastante
unificada, a pesar de los años de distancia entre ambos textos, lo que se entiende
principalmente por la muerte de Mistral. Lagar II fue publicado de manera póstuma, pero
parte de su corpus ya había sido prefigurado por Mistral, quien, de hecho, había corregido
los poemas. Dichas correcciones son explicitadas en el libro con el fin de darles un sustrato
y validez autoral a las versiones finales que se publicaron en 1991, con la edición de Pedro
Pablo Zegers. Revisando los documentos de la poeta, es posible ver que Lagar pretendía
ser un libro mayor, lo que se observa en algunos índices que Mistral escribió a mano
de un sobre de papel kraft tamaño oficio, que habría contenido una copia mecanografiada
de ese primer Lagar125. Específicamente en relación con las rondas, el índice manuscrito
muestra que Mistral estaba pensando incorporar nueve rondas en Lagar, aunque finalmente
125
Zegers explica que los editores de Lagar (1954) le recomendaron a Mistral “dividir este libro en dos partes
por su gran volumen” (Lagar II, 15). Se basa en lo indicado por Gastón von dem Bussche, “investigador y
profesor de literatura que fue comisionado, junto con Doris Dana, por la OEA, para la clasificación y
ordenamiento del material de la poetisa chilena…” (Lagar II, 15).
Mayne-Nicholls 137
fueron publicadas cuatro: “Ronda argentina”, “Ronda de los aromas” (que originalmente
tenía por título “Ronda de los olores”), “Ronda cubana” y “Ronda del fuego” (1954).
más tarde a Lagar II, como ocurre con “Ronda de la zafra” y “Ronda del azúcar” (1991).
Este libro que edita Zegers estaba “completamente dactilografiado, con correcciones
manuscritas efectuadas por Gabriela Mistral y Doris Dana” (Lagar II 15), lo que da cuenta
de que el libro fue preparado por Mistral, y que lo que se hizo después fue, básicamente,
vincularlos al trabajo recopilatorio que realizó Luis Vargas Saavedra y que se transformó
en un texto muy breve titulado Baila y sueña (2011). Este no constituye un trabajo que
hubiera preparado Mistral, sino que recoge parte de los textos inéditos que dejó al
editado por Vargas Saavedra, y Poema de Chile (2010), editado por Diego del Pozo. Este
Poema de Chile del siglo XXI es más que una reedición. Se trata más bien de una
reinterpretación del texto de 1967, por cuanto propone un nuevo ordenamiento del libro e
incluye más de cincuenta nuevos poemas, algunos de los cuales también pueden rastrearse
hasta esos primeros índices escritos a mano por Mistral. Es el caso de “Canción del sueño
brusco”, del cual existen varias versiones que permiten hacer un seguimiento de las
modificaciones que Mistral fue haciendo, desde un original escrito a mano sobre dos hojas
incluyen correcciones con lápiz carbón realizados por Mistral. Dichas anotaciones permiten
ver que, eventualmente, Mistral modificó el título del poema: “Canción del buen sueño”,
del cual también hay una versión mecanografiada. Esta versión permite ver que las
Mayne-Nicholls 138
correcciones a mano que aparecen en “Canción del sueño brusco” fueron incorporadas.
Sobre esta nueva versión, Mistral vuelve a realizar anotaciones a lápiz, lo que además da
muestra del rigor de la poeta al revisar y corregir sus escritos, las que dan lugar a un nuevo
poema en el Poema de Chile editado por Del Pozo; sin embargo, el texto no es exactamente
igual al que puede identificarse como la última versión de Mistral. Lamentablemente tanto
en Baila y sueña como en Poema de Chile no hay un registro de cuáles fueron las versiones
fueron ignorados.
Baila y sueña (2011) es una edición pensada en un público infantil desde una
perspectiva más bien conservadora, que descansa en la idea de una infancia idealizada. Las
imágenes asociadas y las ilustraciones son ingenuas, imitando el trazo sencillo de los niños
Asimismo, se opta por tonalidades pasteles y la tipografía de portada juega con la idea de
lo manuscrito. El libro está dividido en dos partes: “Baila”, dedicado a las rondas, y
comparación con el resto del corpus, permite establecer lazos con poemas publicados por
Mistral, como sucede con “Elquina” (23) que conversa con “Arrorró elquino” (Ternura,
1945, 24-25) o la “Ronda de los olores” (33), que dialoga con “Ronda de los aromas”
(Lagar). Al revisar los textos y compararlos con los manuscritos de Mistral, podemos ver
que estos poemas inéditos constituyen, en general, primeras versiones de poemas sobre los
que Mistral trabajó. La versión publicada en Baila y sueña parece privilegiar el hológrafo
a lápiz carbón de Mistral. Pero existen también ocho versiones mecanografiadas, algunas
con anotaciones, en que el poema a veces es titulado “Convite” y otras “Convite a la danza”.
Mayne-Nicholls 139
crítico Alone proponía como título Electra en la niebla), el índice propone el título
contienen correcciones, por lo cual podría considerarse una maqueta o versión final (aunque
publicado con ese título en Lagar II, aunque el orden de las estrofas no es el mismo, por lo
cual se podría estimar su calidad de versión definitiva. Vargas Saavedra toma entonces
algunas de las versiones previas, en que el poema solo es llamado “Convite”. Al respecto
pareciera que se han juntado distintas versiones en una sola estructura de doce estrofas
la crítica genética. Para el análisis me basaré en los poemas publicados, pero sí tendré en
En las décadas de 1910 y 1920, la poesía dedicada a los niños era más bien de
carácter instructivo; tanto en España como en Latinoamérica la poesía estaba marcada por
los aspectos didáctico y moralizante con que se había abordado la literatura dedicada a los
niños durante el siglo XIX (García Padrino 2010; Rodríguez 2010). Se asociaba la literatura
para niños con textos para la escuela, es decir, para enseñar; y, por ende, el aspecto estético
de dichas creaciones no era considerado. Cambiar ese panorama sería precisamente uno de
los intereses de Gabriela Mistral. “Diré solamente que por aquellos años estaba en pañales
el género infantil en toda la América nuestra: tanteos y más tanteos” (Ternura 162), escribió
Mistral en el “Colofón con cara de excusa”. Mistral calificaba esa poesía como “balbuceo
Mayne-Nicholls 140
como lo simple” (“El folklore para los niños” 145). Mistral se oponía a la literatura
instructiva, que buscaba criar niños obedientes y que olvidaba que, además de aprender, los
literatura destinada a público infantil se confunda con textos para instruir a los niños y niñas
poemarios dirigidos a los niños: “Is there poetry in children’s poetry126?” (1980-1981). Al
aspecto estético. Mistral no estaba sola en esta tarea en Latinoamérica. Otros autores
estaban desarrollando también una poesía infantil, como el colombiano Rafael Pombo con
obras de corte humorístico; el cubano José Martí a través de su revista La Edad de Oro127;
el nicaragüense Rubén Darío que hizo cuentos en verso; el mexicano Amado Nervo 128 con
sus Cantos escolares; y los argentinos José Sebastián Tallon y Germán Berdiales, quienes
Amado Nervo utiliza una fórmula similar a la de Gabriela Mistral al hablar de sus
poesías para niños cuando las titula como cantos escolares; sin embargo, la poeta chilena
marca una línea aclaratoria cuando incluye la palabra casi, y propone textos “casi
126
“¿Hay poesía en la poesía infantil?”. La traducción es mía.
127
La Edad de Oro tuvo cuatro números en 1889. Incluía traducciones y nuevas versiones de poemas y
cuentos, además de textos originales escritos por el propio Martí (Rodríguez 2010).
128
Gabriela Mistral destaca, de hecho, la poesía de Nervo: “Yo pensaba, mientras iba escribiendo estas
canciones [de cuna], en que ellas piden ser entregadas por un artista sumo, un Amado Nervo o un Paul Fort,
los de frase transparente y de flexible suavidad” (Vivir y escribir 62).
Mayne-Nicholls 141
enseñanza escolar), sino estético (textos dirigidos a lectores niños y niñas). Mistral explica:
“He querido hacer una poesía escolar nueva porque la que hay en boga no me satisface;
una poesía escolar que no por ser escolar deje de ser poesía …” (Vivir y escribir 49). La
agregara el término “casi” antes de escolar. Mistral apoya, entonces, una poesía infantil, a
¿Quiere usted condenar a las mujeres chilenas a ese “género inferior” que es la
poesía infantil?, me han dicho algunas. Y con toda la honradez de mi alma les he
contestado: No infantil, tan superior que nunca me siento tan torpe que cultivándola.
Tan superior que el poeta que ha hecho los versos más perfectos para los niños de
Gabriela Mistral opinaba que la poesía infantil “más válida, o la única válida, sería
la popular y propiamente el folklore” (“El folklore para los niños” 145). Esto no apelaba a
elementos que Mistral identificaba con dicha tradición poética: la utilización de imágenes
palabras desusadas constituía para Mistral “puro snobismo” (“El folklore para los niños”
146). Tiene que ver también con que cada pueblo mire su propia cultura e idiosincrasia.
Así Mistral, por ejemplo, critica fábulas como la de la cigarra y la hormiga, que “me dio
siempre alguna repugnancia” (“El folklore para los niños” 145), preguntándose por qué
129
Roque Esteban Scarpa fecha este texto como “Probablemente de 1917” (Magisterio y Niño 276).
Mayne-Nicholls 142
querríamos enseñarle sobre astucia a los niños en Latinoamérica. A esto replica ella, que
todas las cosas y a cualquier momento de la vida. Hay canciones del trabajo, de la amistad,
folklore para los niños” 146). Para construir esta nueva poesía dedicada a la infancia,
entonces, no quiere mirar hacia fuera, sino hacia adentro, reconocer temáticas, usos
verbales, coloquialismos y ritmos presentes en nuestra tierra. Y cuando decía que debe ser
que los niños y niñas deban, entonces, “aprender por la fuerza” (“El folklore para los niños”
147), sino de versos que fluyan, y que los niños y niñas casi sin querer los sigan hasta con
el cuerpo. Por lo mismo opina que estos poemas no pueden ser muy largos. En el caso de
las rondas de Ternura, por ejemplo, los poemas no exceden las cinco o seis estrofas (p. e.,
“El corro luminoso”, Los que no danzan” y “Ronda del arco-iris”); los hay de dos estrofas
(“Invitación” y “Todo es ronda”); y solo uno es de diez estrofas más estribillo (“Ronda de
los metales”). Además, las estrofas están compuestas, mayoritariamente, por cuatro
versos130.
canciones de cuna, su origen e inspiración y cómo estas son, primero, textos dirigidos a las
madres, y luego a los niños. Después de siete páginas de profundizar en torno a los arrullos,
Mistral escribe: “Sobre las Rondas debería decir alguna cosa, y muchas más sobre las
poesías infantiles escritas hace veinticinco años, a fin de ser perdonada de maestros y niños;
pero voy cansando a quien lee en páginas finales…” (162). Después de esas palabras
130
Dos poemas constituyen la excepción: “El corro luminoso” tiene estrofas de cinco versos; “Ronda de la
ceiba ecuatoriana” combina estrofas de cuatro y ocho versos, además de un estribillo de un verso.
Mayne-Nicholls 143
pareciera que todo cuanto le urgía comunicar tenía que ver con una manera de guiar la
lectura de las canciones; sin embargo, algo alcanza a esbozar, estableciendo que, con el fin
de escribir sus rondas, primero investigó al respecto. Dicha investigación la llevó hasta la
poesía popular española, la provenzal y la medieval italiana, donde “creo haber encontrado
el material más genuinamente infantil de Rondas que yo conozca” (Ternura 163). Lo que
le interesaba, básicamente, era el folklore de esas zonas. Ella llama a ese estudio hurgar
para lograr producir “una docena de ‘arrullos’ y de ‘Rondas’ castizos, léase criollos”
(“Colofón” 163). Cuando Mistral apela al folklore como fuente, está hablando de las
manifestaciones culturales propias de las regiones que ella estudió; lo que desecha no es
toda la poesía infantil, sino aquella producida de espalda al folklore, la que no considera
los ritmos y usos propios del lenguaje popular, una poesía cultista enfocada solo en la
función pedagógica y que no tiene presente ni el valor estético ni lúdico de las rondas
tradicionales.
En las primeras décadas del siglo XX, conviviendo con esa poesía de carácter
tradicional, que buscaba rescatar las creaciones que habían surgido del folklore local.
Algunos de estos textos recopilatorios fueron: Lolita. Cantares y juegos de las niñas (1910)
de Augusto C. de Santiago y Gadea; Lo que cantan los niños (1915) de Fernando Llorca; y
Padrino 2010). Al revisar dichas antologías, podemos observar que algunos de los textos
“Elisa (A Atocha va una niña)” (que conocemos como “Alicia va en el coche”); “Las tres
ovejas” (que es la versión original de “Caballito blanco”); “La viudita del conde” (también
Mayne-Nicholls 144
conocida como “La viudita del conde Laurel”); “La muñeca” (versión original de “Tengo
una muñeca vestida de azul”); “Aserrín, aserrán”; y “Yo tenía diez perritos”. Esta última
presenta el mismo formato que se conserva hasta hoy, esa especie de cuenta regresiva, en
que se van perdiendo los perritos por distintos motivos hasta que no queda ninguno; la letra,
sin embargo, es completamente diferente: “Yo tenía diez perritos, / uno ni come ni bebe, /
Mistral tuvo acceso a las recopilaciones de cantos folclóricos españoles: “En mis
dos años de Madrid yo me dediqué a recoger los libros en que hay folklore poético. Yo me
Lamentablemente no especifica los títulos que estudió ni ejemplifica con algunos de los
versos leídos. Para el crítico español García Padrino los trabajos antologadores de
comienzos del siglo XX, que buscaron las “manifestaciones versificadas [del folklore],
“primera bocanada de aire fresco” (48) para darle un vuelco a la poesía de salón y
normativa. Ese gran giro, agrega García Padrino (2010), fue justamente de la mano de
Gabriela Mistral en la década de 1930 y del impacto que había tenido su artículo “El
folklore para los niños” (1935), publicado precisamente en Madrid. El texto había tenido
Mistral en dicho artículo son reforzados con su trabajo creativo, por cuanto Ternura (1924)
Ternura (1945) está dividido en siete partes: “Canciones de cuna”, “Rondas”, “La
ya no cuenta con el subtítulo de “canciones de niño”. Las dos primeras secciones sobresalen
los que aparecen motivos e imágenes que van construyendo una particular representación
de la infancia, de niñas y niños. Destacan también “La Desvariadora” —en que está ya
encontramos poemas destinados a niñas y niños, como las jugarretas, en que el uso de
cadenillas da lugar a versos muy rítmicos, sonoros, juguetones, para usar una palabra que
mirada renovadora que plantea Mistral en su aproximación a la infancia. Los poemas que
forman esta sección no son nuevos; habían aparecido publicados ya en Tala (1938), pero
bajo el subtítulo de “Albricias”, esto es, regalos que acompañan las buenas nuevas y la
expresión de júbilo (RAE). Es un término positivo. En cambio, cuando Mistral las incluye
en Ternura, las agrupa bajo el nombre de jugarreta, el que, por un lado, es un término
coloquial, y por otro, tiene connotaciones negativas: “jugada mal hecha y sin conocimiento
del juego”, en el caso más inocuo; y “mala pasada”, en el más negativo (RAE). Hacer una
jugarreta, entonces, equivale a no saber jugar según las reglas o, bien, significa jugarle una
mala pasada a alguien. Pero nada de eso se observa en las jugarretas de Mistral. Estas, más
bien, se conectan con los versos sinsentido (nonsense verse) de la tradición anglófona, que
Mayne-Nicholls 146
tienen a Edward Lear (1812-1888) y Lewis Carroll (1832-1898) como dos de sus mayores
del trabajo de Lear; allí postula que el sinsentido poético es “bringing confusion into order
by setting things upside down, bringing them into all sorts of unnatural, impossible, and
absurd, but not painful or dangerous, combinations”132 (cit. en Tigges 8). Esa idea es la que
propongo que subyace a las jugarretas de Mistral: un nuevo orden, en que las cosas
parecieran estar al revés, combinarse de nuevas maneras, que pueden resultar imposibles o
absurdas, pero que reflejan una nueva manera de ver el mundo, distinta a la tradicional y
normalizada.
“La Pajita”. La misma Mistral reconocía este poema como una de sus composiciones
preferidas: “Les parecerá extraño, pero entre todos mis trabajos, el que prefiero es una
pequeña canción de cuna que escribí con el título de ‘La pajita’. Debe ser porque yo siento
un profundo afecto por esta clase de poesía” (Mistral cit. en Quezada, “Gabriela Mistral:
algunas referencias” 111). Estas palabras refuerzan además el hecho de que para la poeta
las poesías con tema de infancia tuvieran la misma relevancia en su corpus que las demás
segunda, de dos versos; en que destaca el uso de cadenillas, un procedimiento tomado del
folklore en que los versos se van encadenando a través de una repetición anafórica (Goic
2012):
131
Definiciones más actuales de nonsense son más bien sencillas, como la que se propone en el Oxford concise
dictionary of literary terms: “a kind of humorous poetry that amuses by deliberately using strange non-
existent words and illogical ideas” (Baldick 172).
132
“Convertir la confusión en el orden al establecer las cosas cabeza abajo, combinándolas de todas las
maneras posibles, antinaturales, imposibles y absurdas, pero no doloras ni peligrosas”. La traducción es mía.
133
Publicada originalmente en Tala (1938), en la sección “Albricia” (227). La versión de 1945 contiene una
sola modificación en el verso final, en que Mistral cambió la palabra “Pascua” (con mayúscula) por “fiesta”.
Mayne-Nicholls 147
de la primera estrofa dicen lo que algo es: “una niña de cera”, “una gavilla parada en la
era”, “la flor tiesa de la maravilla”, “un rayito de sol pegado a la vidriera”, “una pajita
dentro de mis ojitos” (Ternura 96). Los versos pares lo niegan: no era una niña ni una
importancia de que la estrofa tenga un número impar de versos: el noveno verso “una pajita
dentro de mis ojitos era” (96) no es negado. La búsqueda parece haber llegado a su fin.
Entonces tenemos la estrofa final, en que los dos versos hablan del descubrimiento que eso
verdadera!” (96). Como plantea la definición de nonsense, “La pajita” hace que la
confusión sea el nuevo orden, las ideas se combinan no de una manera ilógica, como suele
verse el sinsentido, sino desde una nueva perspectiva, de tal manera, que la sujeto poética
hacia el final del texto se lamenta de la lágrima que ha limpiado el ojo de la paja que lo
molestaba, y se lamenta porque esa pajita en vez de cegarla le había permitido ver las cosas
de una manera nueva. Asimismo, el poema conversa con la cita bíblica: “¿O cómo puedes
decir a tu hermano: Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo, no mirando tú la viga
que está en el ojo tuyo?” (Lc. 6, 42). Las palabras de Jesús se insertan en un discurso en
contra de juzgar a los demás; pero, además, su planteamiento general es dar vuelta las cosas:
ver las cosas con una mirada de infancia, lo que sería el equivalente a hablar de una
perspectiva desprejuiciada. Por supuesto, en el poema esto queda en entredicho, porque hay
conciencia de que al crecer (al alejarse de la niña de la primera estrofa) la paja en el ojo
eventualmente cae. Esta paja no es un defecto como en el texto bíblico, o más bien, no es
considerado un defecto por la sujeto poética, que tiene conciencia de la pajita en su propio
ojo (el mensaje bíblico aparece como un sustrato ya incorporado), pero desearía
mantenerla. Relaciono esto con una propuesta de un nuevo orden, que tiene que ver con la
idea de comodidad: tener algo en el ojo es incómodo, molesto, pero ese es el estado que es
ve las cosas de otra manera (la loca, por ejemplo) está en un estado de incomodidad frente
al mundo.
En cambio, quien acepta las cosas como la sociedad las impone, logra un estado de
quiere esa incomodidad, mirar las cosas con la pajita en el ojo, ahí está el júbilo. La locura,
saber jugar: es proponer un nuevo juego. Wim Tigges dice con respecto al nonsense
sucede con Mistral, sus jugarretas no son simples versos juguetones, sino que propone otro
orden de las cosas, plantea que poner al mundo de cabeza no es trivial, sino que está
puede apreciar también en el poema “La rata”, en que trastoca el ciclo de la vida: “Una rata
corrió a un venado / y los venados al jaguar, / y los jaguares a los búfalos, / y los búfalos a
Mayne-Nicholls 149
Esta aparente digresión acerca de las jugarretas me permite mostrar que los poemas
de infancia de Mistral no son textos simples, sino que el pensamiento de Mistral está
también allí; estos poemas, incluidos las rondas, son partes de su corpus y no un recreo. Mi
primera aproximación a las rondas ha sido la lectura: leerlas una y otra vez, en silencio y
en voz alta, con el fin de atrapar su ritmo y su forma. En segundo término, revisar su
contenido. Al seleccionar como corpus estas obras poéticas específicas, he comenzado este
análisis con un modelo establecido: el de las rondas o corros, que son las dos formas en que
Mistral se refiere a este tipo de textos. El término corro corresponde al vocablo español
para referirse a un espacio circular y también al juego en “que los participantes forman un
círculo cogiéndose las manos y cantan dando vueltas en derredor” (RAE). Mistral, quien
busca en el folklore español —entre otros— la fuente de la poesía para niños, toma la
palabra corro y la usa en algunos de sus poemas, como “El corro luminoso” (Desolación,
1922; Ternura, 1945). En tanto, ronda corresponde a la voz utilizada en Chile, Argentina,
Bolivia, Ecuador y Honduras para referirse al corro (RAE), y proviene del francés rondeau.
Mistral usará ambos términos como sinónimos, aunque ronda tiene mayor presencia, tanto
fueron recogidas por los poetas ingleses. Los franceses desarrollaron en el Medioevo el
rondeau y el rondel; ambas composiciones son poemas más bien cortos, pero de formato
estricto (métrica, número de versos y estrofas, tipo de rimas) (Baldick 2008). Tienen en
general trece versos (agrupados en estrofas de cinco, tres y cinco versos), lo que coincide
con la postura de Mistral de que la poesía infantil debe ser más bien corta; y muchas formas
Mayne-Nicholls 150
presentan estribillos, que solo encontramos en algunos textos mistralianos. Por su parte, los
ingleses desarrollaron el roundel en el siglo XIX a partir de las rondeau y rondel francesas;
estas eran incluso más breves: once versos (Baldick 2008). Asimismo, los ingleses
reconocen el roundelay como “[a] short dancing song with a refrain 134” (Baldick 293), una
forma de cubrir los distintos tipos de rondas, haciendo hincapié al mismo tiempo en la
en términos de ejecución de la ronda, es decir, como juego más que como construcción
poética. En Chile, Benjamín Rojas propuso una estructura de la ronda, compuesta por “la
el caso de las rondas de Gabriela Mistral la mayor parte no tiene coro 136.
relevancia por constituir “una situación clave en tanto cumple funciones sociales,
134
“[una] breve canción bailable con un coro” (la traducción es mía).
135
Los textos recopilatorios de comienzos del siglo XX, como el de Santiago y Gadea (1901), se limitaron a
recoger los cantos de la época, sin realizar un estudio al respecto. Más recientes son Lima, limita, limón (1998)
y Juguemos al hilo de oro (1999), recopilaciones de folclor infantil iberoamericano y chileno,
respectivamente, que fueron editadas por Manuel Peña Muñoz. Estos libros cuentan con una breve
introducción, pero no hay un estudio ni sistematización de los cantos seleccionados.
136
Las rondas que tienen coro son: “Ronda de los colores”, “Ronda de la ceiba ecuatoriana” y “Ronda de los
metales”.
Mayne-Nicholls 151
(Rosemberg y Manrique 53). La ronda implica al grupo, no es algo que se haga en privado
o en solitario, sino que se trata de una experiencia colectiva y compartida. Por esa razón
el evento” (Rosemberg y Manrique 54). En este sentido, surge la pregunta de cuál será el
modelo que subyace en las rondas de Mistral: ¿la ronda como momento de aprendizaje o
como recreación? Es una de las preguntas que buscaré responder en este capítulo. Sobre el
aspecto lúdico, Ana Pelegrin ha estudiado la conjunción entre juego y poesía tradicional
infantil, proponiendo el concepto de juego-rima 137, que “no consiste solo en su aspecto
verbal, sino que se presenta como condensación de actos expresivos diversos (del lenguaje
verbal, gestual, sonoro)” (Pelegrin 44). Es decir, el contenido textual no puede desligarse
del juego y la gestualidad (Pérez y Ruiz 2012), tampoco del ritmo y de la melodía.
137
Además de las rondas, se pueden contar dentro de estos juegos-rimas los juegos de palmas y de saltar a la
cuerda (Pérez y Ruiz 2012).
138
Se trata de un texto mecanografiado y corregido por la poeta con lápiz grafito, destinado a ser leído en
público. No tiene indicaciones de fecha, pero es un texto temprano, de hecho, me parece que es un antecedente
de la crónica “La raza triste” que Mistral publicó en El Mercurio en 1922, por cuanto el comienzo de ese
texto se asemeja al de “Rondas”: “Todas las tardes oigo a los niños de mi barrio cantar en la plazuela próxima
la vieja e ingenua ronda, la que canté yo, la que cantaron tal vez nuestros abuelos: ‘Arroz con leche’” ( “La
raza triste” 99). La crónica luego se encamina por otros aspectos acerca de la infancia y de la sociedad chilena.
Mayne-Nicholls 152
Laceada de ella, cogida de la trampa musical, no me era posible trabajar; ya que ella
[la ronda] no me dejaba ni bien leer ni bien escribir, mejor era irme a la Plaza y
gozarla allá en pleno, en vez de pelearme con los duendes musicales que entraban
y conceptos, con imágenes y ejemplos, los que van dando cuenta del imaginario que se
Huemul, Mistral distingue tres elementos en la ronda: el círculo que forma, el giro en que
quien acentúa la presencia del círculo en distintos tiempos y contextos. Esto se apoya en la
noción de que la ronda comparte una condición doble y que sintetiza en el siguiente
enunciado: “Es cosa bien vulgar, y, sin embargo, es magia pura, la ronda infantil”
(“Rondas” 1). Es decir, formar un círculo es algo natural, pero implica algo que es
especial139. Por eso es posible encontrar esta forma en distintas instancias, que ella misma
va anotando y que compara con la ronda que hacen los niños. La primera analogía es con
“[e]l círculo de los teólogos; la vuelta que hace el torno del alfarero” (“Rondas” 1), lo que
plantea que la ronda se comunica con distintos mundos: con el de la mente y con el de las
manos; con el saber o el pensar, por un lado, y el hacer, por el otro. La ronda es algo
cotidiano que se encuentra al lado del oficio de la alfarería; pero también implica algo más,
139
Mistral hace un planteamiento semejante cuando escribe sobre el amor maternal, algo que considera
cotidiano y fuera de lo ordinario al mismo tiempo. “A nadie le parece maravilloso que la mujer amamante”
(“La madre” 105), “Nadie se asombra tampoco de que la madre tenga desvelo y goce sólo de la mitad de la
noche” (“La madre” 105), “a nadie deslumbra la pasión de la mujer por el hijo, aunque sea la pasión que más
dure” (“La madre” 107), escribe dando cuenta de lo naturalizado que se encuentra ser madre, a pesar de que
se trata de algo extraordinario.
Mayne-Nicholls 153
como se ve con la analogía con los teólogos. Nuevamente está la idea de lo cotidiano y
tangible, unido a eso inefable que Mistral identifica con la magia, y que llama también
hechizo y encantamiento.
carácter dialéctico que tiene esta. La pareja de ejemplos está compuesta por “el baile de los
salvajes en torno de la hoguera, ya desaparecida y que fue maravillosa para ellos por
librarles del frío140” (“Rondas” 2) y por “nuestro Padre el Dante, la persona menos primitiva
del mundo, [quien] también llevó la Ronda a su paraíso y la clavó a medio firmamento,
sabiendo, como los niños, que la figura del círculo es la más hermosa con que acertaron los
giro: “Los niños, que por su inocencia son la anti-brujería, parece que al igual de las brujas,
danzasen en torno de un fuego: así es de fogoso el color que se ve en los semblantes y así
de fogoso el nudo que hacen y deshacen burlando a no sé qué fuerza invisible” (“Rondas”
2). En este extracto, Mistral plantea primero que los niños son lo contrario a la brujería,
pero la analogía que utiliza para lograr ver la ronda como ella lo hace es la de las brujas
danzando alrededor del fuego. Puede que no lo diga con todas sus letras, pero está hablando
de una junta de brujas, de un aquelarre. Mistral compara el color de las mejillas de los niños
140
Ese fragmento fue corregido por Mistral. El original decía: “el baile de los salvajes en torno del fuego,
maravilloso para ellos por librarles del frío”.
Mayne-Nicholls 154
al bailar con el de las brujas, proponiendo que ese color no es cándido, sino ardiente,
apasionado, ya que a esas características apunta la palabra “fogoso” que Mistral elige. Los
niños terminan con las mejillas muy rojas, porque han bailado con intensidad, se han dejado
analogía al de niños. La palabra aquelarre, que viene del vasco akelarre (que quiere decir
“prado del macho cabrío” [RAE]), se comenzó a usar en el siglo XVII para referirse a las
juntas que realizaban mujeres a las que se identificaba popularmente como brujas en el
designa a una junta de mujeres con un nombre que no es tomado del habla popular, según
precisa Paul Arzak (2008) en su investigación acerca del concepto de aquelarre. Al revisar
las anotaciones de los procesos de 1609 (año en que aparecerían las primeras menciones a
la palabra aquelarre), Paul Arzak concluye que “[e]l inquisidor ha interiorizado el concepto
testigos, quienes usan la palabra aquelarre. No solo eso, también de ahí viene la vinculación
con el demonio. De hecho, al revisar la definición de la RAE, esta dice que los aquelarres
son juntas de brujas y brujos “con la supuesta intervención del demonio ordinariamente en
figura de macho cabrío”. Estas nociones que vinculaban a las mujeres con una brujería
ligada al demonio seguían presentes en la época de Mistral. El mismo Paul Arzak se refiere
a algunos intentos que hubo en la década de 1930 de descalificar el término aquelarre, esto
es, quitarle esa vinculación con las supuestas fiestas de brujas y el demonio. Sin embargo,
Mistral utiliza el término de brujas. Es cierto que también dice que los niños son “anti-
brujería”, pero relaciona a los niños y su ronda con la magia: “crean un verdadero hechizo,
un encantamiento que no cansa nunca” (“Rondas” 1). Lo que parece hacer Mistral entonces
Mayne-Nicholls 155
la idea de que el baile intenso, fogoso, de la ronda está en los niños y también en las mujeres;
como antes indicó que el círculo estaba presente en distintas instancias de los hombres (los
En esta correspondencia que Mistral hace entre niños y brujas aparece otro tema
más, que es el de la resignificación del término bruja. La primera ola del ecofeminismo se
relación que se establece, sino que es utilizada para validar a las mujeres en una posición
subordinada. Así, conceptos con que se describe a la naturaleza se trasladan a las mujeres,
hombres. Esto está asentado en las bases socioeconómicas occidentales (Rey Torrijos
2010), y tienen que ver con un espectro de situaciones: desde ubicar a las mujeres en la
esfera privada hasta la brecha salarial que afecta negativamente a las mujeres en el mundo
construye en sus rondas y la forma en que toma ciertos conceptos pareciera conversar con
mujeres, resignifica la relación entre mujeres y naturaleza. “In contrast to those feminists
reappropriate and celebrate the idea of woman’s closeness to the rhythms of mother
también reapropiarse y resignificar aquellas características que se han vertido sobre las
mujeres con signo negativo. Por un lado, Mistral reafirma esa relación con la tierra, como
mostraré en los siguientes apartados sobre la ronda. Esta noción subyace en el pensamiento
feminista de Mistral, quien, por ejemplo, proponía una división de trabajos según los
géneros. De esta manera, impulsaba que las mujeres realizaran labores vinculadas a su
naturaleza mujeril, ya sea oficios (confeccionar ropa para niños, hacer juguetes) o
profesiones (ser profesora o enfermera, por ejemplo). Detrás de esto no está la creencia en
esa supuesta incapacidad de las mujeres de realizar trabajos que requieran más esfuerzo
físico o que sean más intelectuales142, sino en enfatizar aquellas labores en que se
Por otro lado, me interesa cómo Mistral toma ciertas palabras que se han utilizado
para denostar a las mujeres y sus acciones, y no solo las utiliza, sino que reclama su uso.
141
“En contraste con esas feministas que buscan desnaturalizar las imágenes tradicionales de masculinidad y
feminidad, las ecofeministas reapropian y celebran la idea de la cercanía de la mujer con los ritmos de la
madre tierra”. La traducción es mía.
142
Mistral se refería específicamente a las labores físicas, como ser obrera, que coincide con una creencia
patriarcal que ha catalogado a las mujeres como débiles, algo con lo que Mistral no está de acuerdo. Incluyo
el tema intelectual, porque hoy en día persiste la creencia de que las mujeres no se desarrollan en ámbitos
científicos porque su cerebro no está hecho para eso. Ambas posturas implican que las mujeres no son aptas
naturalmente para desarrollar esos trabajos, físicos o intelectuales. Sin embargo, Mistral no decía que las
mujeres no fueran capaces de realizar trabajos físicos arduos, sino que, básicamente, era un desperdicio de
sus cualidades el que lo hicieran.
Mayne-Nicholls 157
de la junta de brujas. Se trata de mujeres que están yendo en contra del aislamiento al
conformar una hermandad. Para ello no se esconden, sino que reclaman espacios abiertos
y naturales, de la misma manera que veremos sucede en las rondas de Mistral. En estas
rondas el fuego ya no es solo ese calor de participar en el corro, sino que toma presencia
destinada a pasar sus días en el desván, silenciada y alejada del contacto social, Mistral
toma estas palabras usuales y las vacía de contenido patriarcal, resignificándolas. La bruja
queda exenta de la brujería al ser comparada con los niños, pero no de magia.
ronda, al que se refiere como un “vacío que inquieta” (“Rondas”). Cuando se forma una
ronda, el centro, por supuesto, está vacío; es decir, los niños forman el círculo mismo,
separando un adentro en que no hay nada, y un afuera, en el que queda la vida: las personas,
las calles, las cosas, todo lo que no participa del corro. Pero la poeta lo llama un vacío que
inquieta. Tiene sentido si consideramos el poder centrífugo de la ronda, que arroja todo
hacia afuera, hay una fuerza que actúa desde el centro hacia afuera. Por eso los poemas de
Mistral remarcan el que los niños y niñas entrelacen sus manos, porque se necesita
contrarrestar la fuerza centrífuga, que rompe la ronda, y separa a los niños. Mistral agrega
que el vacío del interior busca y provoca a la ronda: “Más se siente cuando la ronda no se
limita a girar sino que por turnos avanza y retrocede. Persigue el centro, que le falta y como
está realmente vacío, sino que ejerce un juego de fuerzas con los niños que la bailan. Ella
misma aborda esto en su texto “Rondas”, en que menciona, por un lado, haber puesto la
Mayne-Nicholls 158
figura del “fantasma de Jesús” (2) en el centro de una de sus rondas. Posiblemente se refiere
al poema “Jesús”, en que el mencionado fantasma ha entrado sin ser visto, aunque es luego
sentido: “Y giramos alrededor / y sin romper el resplandor” (Ternura 67), según cantan los
niños en los versos finales. Por otro lado, Mistral identifica el centro con una niña
imaginaria: “yo he pensado en que no existía ese vacío, que lo llenaba invisible la última
niña muerta del grupo, la que estaba allí una semana antes, la bailarina de pies rotos”
(“Rondas” 2). Mistral volverá sobre esta idea en su poema “Los que no danzan” (Ternura
64), al referirse a todas aquellas niñas que no pueden bailar físicamente la ronda: la inválida,
la quebrada, el cardo muerto143. Mistral sigue desarrollando este tema en su crónica “La
raza triste”, en que plantea que la chilena es una sociedad triste que no sabe bailar ni cantar,
por lo cual llama a dirigir una ronda infantil en parques y plazas, para fomentar que niños
y niñas bailen. Mistral concluye el texto diciendo: “El sitio central de la ronda pide una
figura de mujer…” (“La raza triste”144 102). Esa postura se relaciona con la visión
pedagógica de que la profesora ayude a conformar la ronda, pero también con los mismos
poemas de Mistral, en que no es Jesús realmente el centro del corro, sino una sujeto poética
que invita a bailar, por un lado, y que ha construido un discurso que no puede acallarse,
refieren a la ronda como juego, como acción, pero no toman en consideración —al menos
143
En dicho poema el último que no puede bailar es, de hecho, Dios, lo que establece un vínculo entre este
poema y “Jesús”. En ambos identifica ya sea a Dios o a Jesús con el sujeto que no danza, pero ocupa un lugar
en la ronda.
144
“La raza triste” fue publicado originalmente el 22 de enero de 1922 en el diario El Mercurio.
Mayne-Nicholls 159
entonces la palabra, lo textual es ineludible. Al escuchar la ronda “Arroz con leche”, Mistral
cuenta: “Me daba todo gusto la música; pero la letra me parecía un zaquizamí, un zurcido
gracioso de disparates” (“Rondas” 1). Me interesa el uso de la palabra zaquizamí, voz árabe
que significa ya sea un techo frágil o un cuarto o desván desordenado, una habitación que
sobra. Mistral compara la construcción textual con una construcción arquitectónica, ese
cuarto en el que se dejan los sobrantes, las cosas que no sirven, pero que por alguna razón
se guardan. No excusa la [falta de] calidad literaria de la ronda escuchada. Recordemos que
que ve en el “Arroz con leche” no la satisface, por lo cual no podemos descuidar el análisis
textual de estas rondas y las estrategias retóricas que la poeta utiliza, que son la herramienta
analizarlas como si se tratara de un solo gran texto, conformado por los quince poemas que
completan la sección. Las rondas se van entretejiendo en una sola trenza (de la misma
manera que las niñas forman una sola ronda), no solo porque sea posible establecer
las niñas como de los espacios que ellas habitan), sino al detenerse en la organización del
niños y niñas hasta la cima del monte, que es donde la danza se realiza. Muchas veces estos
se combinan con una segunda instancia en que se nos muestran distintas rondas,
Mayne-Nicholls 160
conformadas por distintos sujetos y elementos. El cierre se da con dos poemas. El primero
límites, sino que todo puede constituirse en ronda. Y, por último, “El corro luminoso”, que
presencia de una voz poética distinta de la del corro que forman las niñas: es quien invita,
abriendo la sección de las rondas; y también quien cierra la sección cuando la ronda se ha
completado. Pareciera tratarse de la voz de una sujeto que se instala en un rol que recuerda
Manrique 54). Esta idea se apoya al tener en cuenta la versión original de “El corro
el poema se inserta en un apartado con poemas sobre la escuela, lo que reafirma ese carácter
pedagógico de la ronda mistraliana, en que esta es una instancia de aprendizaje con una
figura mujeril que convoca, y de la cual Mistral hablaba en “La raza triste” (2005). Sin
escolar, ampliando sus alcances y lo que significa aprender y gozar con la ronda. En este
sentido la ronda mistraliana es aprendizaje, pero no escolar, sino vital, y como tal es
la marcha de los niños y niñas camino arriba. La pregunta que propone la voz poética
singular no solo guía la lectura de esta primera ronda, sino que estará presente a lo largo de
toda la sección: las niñas, los niños, la sujeto poética, van dando forma a la respuesta. A lo
largo de la sección nos encontramos con distintas aproximaciones a esta invitación, que he
agrupado en tres áreas: dónde se hace la ronda (“En dónde tejemos la ronda?”, “Tierra
chilena”); cómo es la ronda (“Dame la mano”, “Ronda de los colores”); y quiénes forman
la ronda (“Ronda del arco-iris”, “Los que no danzan”, “Ronda de la ceiba ecuatoriana”).
Una subjetividad individual no forma ronda. Por el contrario, esta implica al grupo,
no es algo que se haga en privado o en solitario, sino que se trata de una experiencia
(Rosemberg y Manrique 53). La mayor parte de las veces, las rondas de Ternura apelan a
Mayne-Nicholls 162
donde la marca genérica del “todos” incluye tanto a niñas como a niños. Desde este
momento, el colectivo se convertirá en una constante en todas las rondas; la voz poética
plural será la que prime por sobre la voz poética singular, que es esporádica. Mauricio
Ostria destaca la presencia de la voz plural como característica: “las rondas configuran una
voz plural (un coro infantil) y un movimiento solidario” (“Releyendo Ternura” 657). El
implica esa voz plural: un conjunto de niños y niñas que van juntos; han emprendido una
marcha que los ha unido en un solo coro (“y todos se unieron cantando”, [55]).
el movimiento, sino que tiene un objetivo al que podríamos equiparar con el “movimiento
solidario” del que habla Ostria: que el corro ilumine todo, que permita ver las cosas con
una nueva luz. Es a lo que apela el verbo blanquear, que, de hecho, abre una isotopía junto
a conceptos como brillar e iluminar. Para graficar la presencia de esta isotopía, utilizo como
hipograma145 el disco de Newton. Se trata de un artefacto circular pintado con los colores
del espectro, que Newton identificó en su momento como rojo, anaranjado, amarillo, verde,
cian, azul y violeta. Cuando el disco gira a gran velocidad los colores se funden en el blanco.
Este experimento de la rueda que gira nos habla de la refracción de la luz. El blanco es la
luz, formada por diversos colores. De la misma forma, la ronda está formada por distintos
niños, es decir, cada uno con su propia voz y particularidad, lo que coincide con la visión
concepto universal, sino esta construcción que depende del tiempo y el espacio; pero no
145
Hipograma es un texto, ya sea literario o de carácter cultural, desde el cual el lector puede analizar un
poema y darle sentido (Riffaterre 1984).
Mayne-Nicholls 163
solo eso, sino de la creencia de que cada experiencia de infancia es única y particular para
cada niño y niña. Veremos en los próximos apartados cómo, aunque la voz poética sea
específica de quiénes forman la ronda. Luego la ronda gira, el movimiento solidario del
que habla Ostria es necesario para que surja el colectivo, para que el giro sea cada vez más
rápido, para que se haga “al valle blanquear…” (Ternura 55); es decir, para, desde lo alto
del cerro, se ilumine el valle. Bailar es solo el comienzo, como lo muestra el hecho de que
el poema no cierre con un punto final, sino con puntos suspensivos, los que dan cuenta de
formado la ronda, sino que es el comienzo de la marcha de los niños hacia el monte; la
La invitación concluye con la ronda que ilumina todo: “El corro luminoso”. Aquí
vuelve a aparecer la sujeto poética que se preguntaba por la ronda en “Invitación”. La sujeto
vuelve a reflexionar sobre cómo es la ronda, dónde se realiza y quiénes participan, pero ya
no como pregunta, sino aseverando: “¡el corro era un solo / divino temblor!” (Ternura 77).
Para llegar a esa respuesta es que se han ido entretejiendo y trenzando los distintos poemas
que conforman la sección. A diferencia del primer poema en que se efectúa un diálogo, en
“El corro luminoso” hay una voz única que describe la ronda, tal vez significando que el
colectivo ha sido capaz de conformar una sola voz. De todas formas, la figura de la sujeto
a mi alrededor:
niñas” (Ternura 77); lo que plantea una pregunta acerca del sentido de propiedad que
parecería configurarse. Pero los poemas que han precedido a esta ronda no parecen apoyar
una expresión de propiedad sobre las niñas, por lo cual descarto que se esté revelando una
concepción mercantilista de las relaciones humanas en los usos del sustantivo “dueña” y
del adjetivo “mi”. Entonces, aunque la sujeto se declare dueña del resplandor que produce
el corro —el mismo resplandor que blanquea el valle en “Invitación”—, tal vez en el sentido
“mi corro de niñas” apela más bien a un uso coloquial del idioma. De tal forma, más que
hablar de una relación basada en la propiedad, plantearía una en el amor: ella las considera
sus niñas porque las ama. Por otro lado, el hecho de que esta “dueña” aparezca en el último
poema nos ha permitido ya observar cómo son las niñas y niños que bailan la ronda; y han
Luis Vargas Saavedra plantea que en las rondas146 de Gabriela Mistral se produce
una “genuina epifanía del baile a la manera de los sufíes que giran y giran hasta llegar al
trance” (Baila y sueña 6). Efectivamente en estos poemas se produce una manifestación de
la danza que involucra el cuerpo por completo: “¡Haremos la ronda infinita!” (56),
exclaman los niños en el poema “En dónde tejemos la ronda?”. Se plantea no solo la idea
146
Vargas Saavedra se refiere específicamente a las rondas “Convite” y “Ronda grande”, que recopiló en el
libro Baila y sueña y que recoge textos inéditos de Gabriela Mistral. Sin embargo, la idea de la epifanía puede
extenderse también a los corros publicados en Ternura.
Mayne-Nicholls 165
de un movimiento infinito, además este tiene la forma de un giro. La imagen a la que apela
Vargas Saavedra es, sin duda, elocuente. La samâ o danza sufí, realizada por los
practicantes del sufismo, una creencia mística islámica, en que los practicantes creen que
persiguen, entonces, es alcanzar un éxtasis religioso a través del giro de los cuerpos sobre
su propio eje; en conjunto con la música el bailarín va girando con el fin de alcanzar un
trance de carácter místico. En ambos casos, los sufíes y las rondas, hay una cierta pérdida
con respecto a la imagen propuesta por Mistral, en particular debido a que en la danza sufí
el giro es individual, por cuanto la experiencia mística sería personal y directa, y lo que se
busca es una epifanía relacionada con alcanzar la verdad. En cambio, en las rondas
encontramos que, uno, el giro es de carácter grupal, es decir, tenemos a distintos sujetos
tomados de la mano formando un círculo que da vueltas; y, dos, no se busca una experiencia
mística, sino una transformación social y espacial, la que implica la realización de un gesto
(James y James, 2012), un concepto que no suele vincularse con los niños y niñas. Pero lo
cierto es que la participación escolar puede tanto ponerle límites a la agencia como
fomentarla (Moje y Lewis, 2007). Por un lado, los niños son educados para controlar sus
actuaciones: que permanezcan sentados, que no hablen, que no manifiesten su parecer, que
no desobedezcan. Por el otro, alcanzar la independencia de los niños pasa por la realización
de actos cotidianos como lavarse solos los dientes o abrocharse el delantal o la cotona sin
ayuda. La agencia no se limita a esos actos básicos, sino, como plantean James y James,
Mayne-Nicholls 166
“that children can be seen as independent social actors” (3), esto es, ver a los niños y niñas
como actores sociales capaces de actuar con independencia, por sí mismos. La agencia se
levanta como una facultad esencial en orden a que los niños sean niños; y esto representa
un rasgo de las rondas: las niñas y niños que bailan se constituyen en la experiencia del
establece una diferencia con respecto a sus canciones de cuna, en que el futuro y su
incertidumbre aparecen como sombras que nublan el presente de la madre que canta: se
sabe —y se teme— que esos niños crecerán. Por ejemplo, en “Canción de Taurus”, la madre
canta: “Dormido irás creciendo; / creciendo harás la Ley…” (29); y en “Niño chiquito”: “A
cada hora que duermes, / más ligerito. / Pasada medianoche, / ya apenas niño” (39). El
temor por el futuro ineludible, por la pérdida del hijo que en muchas canciones se ilustra
en que la madre no logra sostenerlo (“No resbales de mi brazo: / ¡duérmete apegado a mí!”
(18); “Resbaló de mi brazo; / rodó, lo perdí” (26, cursivas en el original), no está presente
en las rondas.
interesa el ahora, porque la danza se hace en el ahora, es una experiencia del ahora, lo que
se conecta con la idea de infancia, de que los niños viven el presente, sin tener idea ni
lo concreto, y qué más concreto que lo que se hace en el ahora, y que en las rondas de
refiere solo a la capacidad de actuar, sino que tiene consecuencias en la formación de una
Esto es precisamente lo que observamos en las rondas de Mistral: la capacidad de las niñas
de actuar de manera independiente las lleva a formar una voz propia. La primera agencia
que se constata en las rondas, entonces, es la personal, y, por ejemplo, las sujetos
a la niña inválida y a la niña quebrada, que también son invitadas a sumarse a la ronda: “Le
dijimos que pusiera / a danzar su corazón…” (64); no pueden bailar físicamente, pero sí
darle nombre a las danzantes, como sucede con Rosa y Esperanza (“Dame la mano”). O
En la “Ronda de los metales”, estos metales, que suben desde las profundidades de
la tierra, presentan subjetividades muy claras: “El cobre es arrebato, / la plata es maternal,
/los hierros son Pelayos, / el oro, Abderrahmán” (71). Primero establece dos características:
Pero no establece de manera explícita una diferenciación por sexo: ¿es que hombres y
mujeres pueden ser arrebatados y/o maternales? Me parece que sí apunta a eso, y no a una
para la ronda, lo que parece hablar de que el corro tiene que ver además con
reyes en la península Ibérica durante el siglo VIII. Pelayo era rey de Asturias, y su
árabe y bereber; se le conocía, además, por su calidad de inmigrante, ya que era nacido en
Damasco. El hierro parece significar la espada, la fuerza de las armas; mientras que el oro
Hay agencia personal en cada uno de estos casos, porque puede percibirse la
identidad propia de cada sujeto o elemento que metaforiza las subjetividades individuales.
Recordemos que la invitación está abierta desde el primer verso del primer poema: “—
¿Qué niño no quiere a la ronda / que está en las colinas venir?” (Ternura 55). Niños y niñas
de distintos lugares, culturas, con distintos caracteres. A medida que avanza la sección, las
rondas comienzan a enfatizar el género mujeril; así en la resolución del apartado la ronda
ha quedado conformada por niñas: es el corro de mil niñas. A lo largo de toda la sección,
se aprecia que son las niñas quienes se unen a la ronda; no son obligadas a participar, sino
que hay implícita una decisión: se acepta la invitación de unirse al corro. En “Dame la
mano” la ronda está formada apenas por dos niñas: Rosa y Esperanza; en “Ronda de la
ceiba ecuatoriana” el corro es multitudinario: “… bailan todas las doncellas, / y sus madres
muertas / bajan a bailar con ellas” (Ternura 70). Y en “Corro luminoso” se habla de las
“mil niñas”, una construcción poética que indica que el corro es incontable.
Las niñas, las mujeres, sus madres no bailan solas; ni cuando se trata de Rosa y
Esperanza ni cuando son tan numerosas que no pueden ser nombradas. Por lo tanto, la
agencia que se observa en las rondas mistralianas, más que de carácter individual, la analizo
de carácter colectivo. Janelle Mathis define la agencia social como “taking a stand for
friends and community members”147 (209), y eso es reflejado en lo que sucede con las
rondas mistralianas: las que bailan no lo hacen solo por sí mismas, por un objetivo
estrictamente personal, sino por la comunidad de las niñas, la comunidad de las que bailan.
En eso consiste, de hecho, un giro que se construye con base en la solidaridad, en que cada
147
“… tomar una posición por los amigos y la comunidad” (la traducción es mía).
Mayne-Nicholls 169
una cuenta con la otra. Esto lo podemos encontrar expresamente en algunas de las rondas,
entrelazadas de las bailarinas. Las manos se entrelazan una vez que se incorporan a la ronda.
La isotopía que apunta a la imagen de manos entrelazadas, es decir, en que las niñas no se
toman simplemente de las manos, sino que esa unión es con los dedos intercalados. Así lo
observo en el poema “En dónde tejemos la ronda?”, que desde su título nos muestra que la
ronda se teje, que forma “una trenza de azahar” (56), y en que las voces que cantan la ronda
se trenzan también en un solo coro, lo que se aprecia en citas como “La voz y la voz va a
trenzar” (56). Es decir, no solo las manos se toman, formando una sola figura (el círculo
del corro), sino que las voces individuales también se unen para haya una sola voz colectiva
que es la que puede terminar diciendo “¡Haremos la ronda infinita!” (56). La isotopía del
tejido nos conecta con una labor que ha sido tradicionalmente realizada por las mujeres. Al
pensar en esta actividad, que yo misma he practicado, visualizo cómo el tejido surge de un
de una bufanda, en que el tejido puede seguir extendiéndose, alargándose, haciéndose más
De la misma manera, la ronda cada vez abarca a más y más niñas, incluso a las que
en “El corro luminoso” con el “corro de mil niñas” (77), es decir, con esta ronda tan
148
Un primer apronte a esta idea del tejido como algo que se extiende se dio en mi clase de “Representaciones
de infancia”, dictada en la facultad de Artes Literales de la Universidad Adolfo Ibáñez. Agradezco
especialmente a mi alumno Diego Camacho por ese comentario que motivó en mí el desarrollo de esta idea.
Mayne-Nicholls 170
numerosa que no puede contarse y que sigue puede seguir creciendo, ya que nuevas niñas
cumplen dos funciones: por un lado, la espiga parece una trenza y apunta a la imagen de la
ronda entretejida; por otro lado, la espiga y el trigo se mueven (danzan) con el viento;
ondular será el verbo que utilice la poeta: “Como una espiga ondularemos, / como una
espiga y nada más” (Ternura 57); “Los trigos son talles de niñas / jugando a ondular…, a
ondular” (Ternura 76). La espiga, la trenza, el tejido me hacen pensar en los dedos
intercalados al tomarse de las manos; pero qué hay más allá de esa imagen. Creo que Mistral
está haciendo referencia a que las niñas tomadas de las manos son capaces de formar una
unión firme y fuerte; porque las manos se pueden separar, como apunta, de hecho, en la
“Ronda del arco-iris”, en que el corro fue cortado a la mitad: una mitad permanece en el
Pienso que en el caso anterior algunas manos pueden no haber estado entrelazadas,
solo tomadas: la unión no era firme ni fuerte y, por lo tanto, no todas pudieron emprender
Mayne-Nicholls 171
el vuelo. Las niñas que permanecen en el suelo se lamentan y las que están volando
(siempre de manos entrelazadas) ríen, pero los últimos dos versos nos indican que esa
situación no es la deseada: “O nos lleváis a todas / si acaso no bajáis” (63). Primero destaco
el hecho de que las niñas en el suelo no están exigiendo que las otras bajen, lo que exigen
es que todas suban, que nadie se quede abajo, es decir, atrás, que no haya rezagadas. Esto
vuelve a estar en consonancia con la idea de la agencia social: actuar por las demás
rezagados o dejar fuera del corro a los que no pueden bailar. Si la comunidad no los
de cambiar el mundo.
La ronda, entonces, no apela solamente a un colectivo, a una voz plural, sino a una
hermandad; para que exista, nadie puede quedar atrás. Al ser parte de la hermandad “[e]l
mismo verso cantaremos, / al mismo paso bailarás” (Ternura 57), escribe Mistral en “Dame
la mano”, dando cuenta de cómo se forma un grupo de hermanas, en este caso, Rosa y
Esperanza: “pero tu nombre olvidarás, / porque seremos una danza / en la colina y nada
más…” (Ternura 57). Para reafirmar la idea de que nadie sobra, no basta con nombrar a las
niñas que se unirán al corro, sino a las que no saben cómo unirse, a la quebrada y a la
inválida, que —al igual que las que sí pueden bailar— son representadas por un elemento
de la naturaleza. Si las niñas que bailan son espigas y trigos, las que no bailan son como el
cardo muerto: “Dijo el pobre cardo muerto: / ‘¿Cómo danzaría yo?’” (“Los que no danzan”,
64). Pero el cardo no es menos flor porque haya perdido su color, de la misma manera que
las niñas quebradas (como son referidas por Mistral), no son menos niñas.
¿Cómo es la ronda capaz de subir al cielo? Pienso en la imagen de los sufíes que
danzan para alcanzar un éxtasis metafísico y en el cuadro “La Danza” (1909) de Henri
Mayne-Nicholls 172
Matisse en que las cinco mujeres representadas desnudas se despegan del suelo. Las
mujeres están pintadas en colores muy suaves, sobre un fondo azul y un suelo que es verde.
Dos mujeres dan la espalda, una de las cuales ya no está sobre sus piernas, sino que parece
inclinada, siguiendo el vaivén de la ronda. Tanto el uso de colores como las formas son
simples y leves, y ayudan a formar la impresión de que las bailantes se están elevando.
Llama la atención en la pintura de Matisse que precisamente esa mujer que está inclinada
se ha soltado de la mujer que está a su izquierda; pero sus manos se estiran para tratar de
describe, pero también interpreta la pintura, desde una perspectiva feminista. En el texto,
Safir destaca el ritmo acelerado de la danza, el que describe como “rhythms rise to a
gallop”150 (44); pero lo que llama mi atención es el uso de la palabra “stitch” en dos
forma en que las mujeres se toman de las manos, como unidas por puntadas, o queriendo
expresar que los dedos de las mujeres son las puntadas unidas en un tejido firme 151. El uso
imaginario tradicional ligado a las mujeres: el coser, el tejer, el bordar, el trenzar el cabello.
149
El poema es originalmente de 1990. En esta tesis usaré la versión publicada en la revista Ojo del lago en
2012.
150
“los ritmos se elevan hasta galopar”. La traducción es mía.
151
“… dropped stitch between the hands” (44) escribe Safir, por ejemplo, en el segundo verso, dando a
entender que las manos de las mujeres danzantes están unidas por puntadas y que las manos se separan cuando
esa puntada se deshace.
Mayne-Nicholls 173
plantean, además, un aspecto destacable, porque, a pesar de que pueden ser consideradas
labores individuales, conectan a las mujeres entre sí. Por ejemplo, el telar practicado en
compañía de otras mujeres y enseñado de madre a hija, como vemos en las culturas
originarias de nuestro país152. Pero estas imágenes no se usan para reforzar labores que se
hagan en cuartos cerrados, sino en el exterior; no son literales, sino metáforas de la fuerza
que debe unir la hermandad de mujeres. Además, el que estén entrelazadas implica un
vínculo más profundo entre las danzantes, no se trata de un gesto casual ni un tomarse de
manos accidental; el entrelazar (tejer, coser con puntadas) implica un compromiso, dejar
de ser uno solo y ser una hermandad, en que la historia de cada una se une con las historias
de las demás de tal manera de construir (de tejer, de coser, de trenzar) una historia conjunta.
Aquí cobra nuevamente sentido un poema como “Dame la mano”, en que Rosa y Esperanza
se atreven a dejarse llevar por la ronda y volverse una sola. En este poema se reconoce el
hecho de que hay una individualidad primero, pero que para seguir adelante se necesita de
las demás, y que cada una debe comprometerse con las demás. Es decir, la agencia social
no se refiere a que una crezca gracias al colectivo, sino que una actúe por el bienestar de la
comunidad.
Matisse, Safir y, por supuesto, Mistral proponen un baile que se convierte en trance.
152
Que las mujeres practiquen estas labores en conjunto se encuentra en distintas culturas. Pienso, por
ejemplo, en la práctica del quilting que las mujeres afroamericanas realizan en Estados Unidos, y que recoge
la idea de unión de mujeres y traspaso de la habilidad de madres a hijas. Esto puede apreciarse en el cuento
“Everyday use” (1973) de Alice Walker. Y también pienso en la práctica colectiva de las arpilleras en Chile,
en que las mujeres se reúnen para confeccionar tapices que muestran escenas cotidianas, y que adquirió una
carga política relevante durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), al incluir representaciones de
las distintas formas de represión.
Mayne-Nicholls 174
cada vez más rápido, tan rápido que los pies se resbalaban y siempre había algunas niñas
que terminaban siendo arrastradas por otras (tal como pareciera suceder en la pintura de
Matisse). Por supuesto, una terminaba despeinada, con la ropa desordenada y riéndose a
las rondas como uno “cuya oleada que [los niños] no pueden resistir” (“Rondas”). Al giro
que se va haciendo cada vez más rápido, la poeta lo llama en ese texto “delirio” y recuerda
su experiencia bailando la sardana de los catalanes. Mistral cuenta que al comenzar a bailar
imitar para proseguir la danza. La experiencia era maravillosa. Mi cuerpo se hacía hábil a
cada vuelta; yo dejaba de manejarlo; me llevaba a su antojo, aquello que unos llaman el
Cuando Mistral habla de eso de bailar con el demonio dentro quiere decir que las
danzantes están envueltas en un delirio, en una locura; pero el uso de la palabra demonio
me hace pensar en un texto del periódico El Huasquino que describe los ruedos que se
forman para bailar una danza folklórica de la zona, el vidalai. La ocasión es un carnaval en
la plaza de Huasco en 1857 y el texto critica esa manifestación a la que califica como una
“danza endemoniada” (Diaguitas chilenos 30). La ley del padre consideraría que una mujer
endemoniada, la loca del desván. En el texto, Mistral resignifica ese adjetivo al vincularlo
al de genio: el sentido de la danza es el dejarse llevar; y las niñas quieren dejarse llevar:
términos de vehemencia; y encontramos también palabras como delirio, ardor, fervor, loca,
Mayne-Nicholls 175
reventón, temblor. La ronda es desenfrenada antes que mesurada. Es así como a veces se la
compara con las olas del mar que rompen en la orilla de la playa o con el viento que sopla;
así como esas fuerzas de la naturaleza, el corro es capaz de movilizar la tierra. Cuando
Grínor Rojo analiza la canción de cuna “Meciendo” plantea que habla de un mecer
Pero esta lectura se enraíza en la visión de que el ritmo de las mujeres es calmo, y que por
lo tanto el mecer mujeril del hijo debiera ser prácticamente imperceptible. Pero el
mecer con las fuerzas de la naturaleza, es porque esas fuerzas son ya maternales (y uso la
madre y las mujeres sean contagiadas por el ritmo masculino, lo que en el fondo descansa
en las díadas tradicionales de que los hombres son fuertes y activos, y las mujeres son
débiles y pasivas; una idea que la propia Mistral rechaza al decir: “Porque las mujeres no
podemos quedar mucho tiempo pasivas, aunque se hable de nuestro sedentarismo, y menos
callarnos por años” (“Colofón” 157). O bien Mistral está maternizando las fuerzas de la
rondas, por cuanto el movimiento de las mujeres que bailan contagia a la naturaleza: mueve
el mar y el viento; hace bailar a las flores y las espigas; hace cantar a las piedras. Y lo logra
desenfrenado. Y debe serlo para que la ronda logre sus objetivos de volar y blanquear el
conjugan, la poeta usa distintos colores para referirse a los diferentes tipos de niñas que
participan de la ronda:
Mayne-Nicholls 176
¡Vaya locura!
Por un lado, los diferentes colores hablan de las subjetividades individuales que
forman la ronda. Y, por otro lado, esas voces particulares se unen en un ardor que quema.
El coro es el que exclama “¡Vaya locura!” (60), es decir, el grupo tienen conciencia de lo
que está haciendo, las danzantes se dejan llevar por el baile loco porque así lo quieren. Este
poema permite acercarse a la idea de resplandor que plantea Mistral a lo largo de la sección
de las rondas, considerando tanto la agencia individual como la social. Desde el primer
Retomo la idea de que la ronda es como un disco de Newton. Cada color representa
las individualidades, las subjetividades particulares que forman parte de la ronda, es decir,
cada color representa a una niña. Vemos aquí una construcción similar a la de la “Ronda
de los metales”; así como cada metal tiene características propias, cada color también,
incluso se observan diferencias en un mismo color: “Rojo manso y rojo bravo” (60).
Leyendo esto desde la perspectiva de la agencia, el identificar los colores permite distinguir
las identidades diferentes: las niñas no son todas iguales, de hecho, no podemos hablar de
ser niña. No solo eso, al poner el acento en que todas son diferentes, nos muestra que no
Mayne-Nicholls 177
hay maneras bien y mal de ser, como se ve en el ejemplo del color rojo: tanto la niña
tranquila (mansa) como la atrevida (brava) tienen algo que aportar al colectivo. Y ese aporte
es clave: la presencia de agencia individual es la que permite que haya agencia social: la
capacidad de actuar por sí mismas, de haber generado una voz propia, es la que posibilita
que sean capaces de tomar una posición por el grupo, por la hermandad.
Podemos asociar a esto el arcoíris (también presente en una ronda), formado por los
siete colores del espectro que identificara Isaac Newton: “¡Qué colores divinos / se vienen
y se van!” (62). En este caso aprecio la importancia del colectivo, por cuanto en esta ronda
la luz blanca no logra formarse, ya que la ronda se ha dividido en dos: una parte se ha
ronda fue cortada / mitad a mitad” (62). Al constatarse que solo la mitad emprende el vuelo,
la voz poética transmite que esta situación no es deseable: la parte que se fue volando no
puede olvidar a la parte que ha quedado atrás: “¡Ay, mitad de la rueda, /ay, bajad y bajad!
/ O nos lleváis a todas / si acaso no bajáis” (63). La agencia social está presente: el tomar
una posición por la hermandad implica que ninguna puede quedar atrás. Además, si el corro
no está completo, la luz blanca no puede formarse: “Y giramos alrededor / y sin romper el
resplandor…” (67). Para que la ronda cumpla con su objetivo de posicionarse por el
colectivo, de que todas participen, de que todas alcen el vuelo, las manos tienen que
espacio, tan fuerte que arde, que quema. Ese delirio, propone Mistral en sus rondas, es
hermoso, por cuanto es una luz transformadora, que llega a lugares desolados como el
desierto y la estepa yerta, como expone en “El corro luminoso”. En este mismo poema la
sujeto que se proclama dueña del resplandor, dirá: “¡mi corro de niñas / ardiendo de amor!”,
Mayne-Nicholls 178
lo que nos habla más acerca de esa función transformadora de la ronda, que es capaz de
hacer danzar el mar y hacer cantar las piedras (“En dónde tejemos la ronda?”); y que llega
perderse sin norte: el movimiento delirante de todas las niñas con sus manos entrelazadas
Entonces, ¿está la imagen de la loca? Sí, pero no se trata de una loca sola. Pienso
e independiente; y en la primera mitad del siglo XX en Chile las mujeres solteras no eran
vistas de forma desprejuiciada. Veamos los índices primero, según los datos recogidos por
tasa de soltería de las mujeres 153. Para la época eran altas: “las elevadas tasas de celibato
femenino se mantuvieron o se acrecentaron en todo el país hasta comienzos del siglo XX,
(Salinas 160). Lo primero que notamos aquí es la relación que se plantea entre celibato y
condiciones, de modo que, por un lado, no hubo correspondencia entre soltería y celibato
y, por otro, fue bastante frecuente entre las mujeres adultas la condición de madre soltera”
(160). Ante lo cual, por supuesto, habría que agregar que la ausencia de celibato no redunda
tradicional (siglos XVIII y XIX), sí indica las tendencias que había a comienzos del siglo
153
Esta tasa mide “la proporción de mujeres que murieron solteras a los cincuenta años o más” (Salinas
159).
Mayne-Nicholls 179
XX y que se extenderían o aumentarían durante las primeras décadas del 1900, esto es el
30% de mujeres que nunca se casó, entre las cuales contamos a Gabriela Mistral. En la
época se creía —y se exigía de las mujeres— que su fin era el de ser madres.
Algo de este pensamiento recoge la misma Mistral en sus “Poemas de las madres”
en que la sujeto poética, que corresponde a una mujer embarazada, dice: “Ahora sé para
qué he recibido veinte veranos la luz sobre mí y me ha sido dado cortar las flores por los
campos” (44). La existencia de la mujer supeditada a ser madre. Una mujer sin hijos
suscitaba prejuicios y una mujer soltera, ciertamente encontraba resistencia, incluso desde
existía como alternativa de realización de una mujer” (Salinas 163). Desde esa perspectiva,
una mujer no elegía permanecer soltera, sino que se convertía en soltera a pesar de ella por
haber fracasado en su objetivo primordial: casarse y ser madre. No es de extrañar que las
primeras lecturas quisieran ver en Mistral una vida frustrada. Pero las tasas de soltería no
dicen nada con respecto a las razones de no estar casada: “No sabemos si su soltería era el
resultado de una decisión voluntaria, una elección de la familia o una necesidad impuesta
por las circunstancias, pero lo más probable es que esa condición le haya venido obligada
En el caso de Gabriela Mistral diría que hay detrás de su soltería una decisión
voluntaria, como también la habría detrás del hecho de no haberse convertido en madre. En
1919, cuando tenía treinta años escribió: “Y he aquí que nunca tendré un hijo sobre las
rodillas. Las espigas se sienten en febrero, tiesas, duras del grano oscuro, que las hace
heriré la carne para mostrar un hijo a la luz, como la fruta muestra su pulpa sonrosada”
(Vivir y escribir 60). Decidir no ser madre no es lo mismo, ciertamente, que maternidad
frustrada. Pero la decisión de ser soltera choca con la percepción social, que es la de que
estas mujeres se encuentran completamente solas, debido a que no se las puede identificar
ni como esposa de alguien ni como hija de alguien (Salinas). En la primera mitad del siglo
XX el estatuto legal de las mujeres pendía de sus relaciones familiares: primero dependía
del padre y dejaba su casa solo cuando se casaba y comenzaba a depender del esposo. En
este sentido, consideremos como ejemplo el hecho de que durante las primeras décadas del
siglo XX una mujer necesitaba para trabajar el permiso escrito de su padre o de su esposo,
independiente. Frente a este panorama, Mistral está proponiendo otra visión. Las niñas y
las mujeres que bailan sus rondas no le pertenecen a nadie y no están solas. Ante una
sociedad que trata de esconder a sus mujeres independientes e inventarles leyendas en los
casos en que se hacen públicas (como Mistral y la leyenda de su maternidad frustrada, por
ejemplo); Mistral opone la hermandad, que no se escondan entre cuatro paredes, sino que
salgan al exterior, se encuentren, se inviten unas a otras y entrelacen sus vidas. Estas
El ir a la ronda no puede ser pasivo; requiere voluntad: salir del espacio cerrado y
privado, reunirse con otras niñas, bailar hasta el delirio. Mistral se oponía a la idea de que
las mujeres no eran sedentarias no solo a nivel de discurso, sino que lo probó con su vida.
En este sentido su errancia no es casual, por el contrario, responde a las decisiones que va
tomando la poeta. Ese continuo moverse también está en las rondas: desde que salen de sus
casas para subir la cuesta, los montes, hasta llegar a la cima de la colina y ponerse a bailar;
Mayne-Nicholls 181
Críticos como Elizabeth Horan, Mauricio Ostria y Grínor Rojo han coincidido en
que las canciones de cuna hablan en su mayoría de un niño, un bebé de género masculino.
Frente a esos textos, distingo “Arrorró Elquino”, por cuanto la sujeto madre le canta a una
niña que todavía no nace y en su canto habla de la responsabilidad de criarla: “Me la tengo
todavía / siete años de encañar. ¡Madre mía, me la tengo / de tornearla y rematar!” (Ternura
25). Este arrullo también fue escrito como ronda bajo el nombre de “Elquina” (Baila y
sueña). La voz poética también es mujeril y nos habla de la niña que espera: “En mi falda
yo me tengo / una cosa de llevar, / una niña que no puede / responder ni preguntar” (Baila
y sueña 23). ¿Quién es la elquina? ¿La madre que carga a la hija o la hija que se encuentra
se nos habla de la elquina, posiblemente las dos, la madre y la hija. En ambos poemas, la
sujeto poética es la madre; ella habla de los siete primeros años de vida de su hija como
Para referirse a la educación de su hija, usa la metáfora de un torno que ayuda a dar
forma a la greda. Para que el torno funcione, debe girar. Son varios los sistemas
pedagógicos que sitúan como relevante en la formación del niño sus primeros siete años;
Montessori con el cual Mistral estaba familiarizada. El girar del torno remite al girar de la
ronda, de la misma manera que la madre hace girar el torno remite a la maestra que invita
Mayne-Nicholls 182
a la danza. En ese sentido, se entiende que “Elquina” sea una ronda, por cuanto el modelo
poético concuerda con las imágenes de formación personal en el giro que la sujeto
menciona y que es también la constante en “Arrorró elquino”: “¡Ah!, ¡ah!, ¡ah!, / ¡viejo
torno de girar! / ¡Siete años todavía / gira, gira y girarás!” (Ternura 25). En el caso de
puede girar sin ella; mientras que las niñas que llegan a la ronda, giran por sus propios
medios.
formación de la niña. Relaciono esta idea con el folklore de las canciones de cuna y de las
rondas de la zona. Ambas están dirigidas a los niños y son expresiones musicales folklóricas
presentes en toda la zona norte de Chile, incluyendo el área de presencia diaguita 154 en que
se inserta el valle de Elqui (Danemann 1975). No se trata de bailes de claro origen indígena,
sino posteriores a la llegada de los españoles a la zona. En cuanto a los bailes del Norte
—como muchas otras danzas en la zona norte— un baile de carácter colectivo y festivo
Lavín (1952) identifica el vidalai, de origen diaguita, que se bailaba en forma de ruedo o
ronda155.
El formar un ruedo tomados de las manos para bailar, y también las rondas en
términos de canciones de juego y baile para niños están presentes en el valle de Elqui, que
154
La zona que Danemann llama diaguita-picunche-hispana se extiende desde Copiapó hasta la provincia
de Aconcagua y Valparaíso (1975).
155
El escritor Jotabeche describe las danzas de carnaval en Copiapó en 1914: “[…] tomándose de las manos
las consabidas parejas forman una gran rueda para danzar el vidalai” (cit. en Lavín 69-70).
Mayne-Nicholls 183
Mistral identifica como su hogar, donde ella misma vivió su niñez. El mismo vocablo
“elqui” nos remite a la idea de infancia. La palabra viene del quechua y es un adjetivo que
relaciona con niños pequeños; en particular en referencia al niño o niña que está
niño que está en plena etapa de formación. Esta aproximación me lleva de nuevo a la niña
de “Arrorró elquino” y “Elquina”: es la niña que todavía tiene que dar sus primeros pasos,
que está en plena formación, ya sea en el torno o en la ronda. En la ronda la niña aún “no
puede / responder ni preguntar” (Baila y sueña 23), luego la madre es más enfática:
Y no tiene todavía
ni embeleco de jugar
experiencia cultural de la primera mitad del siglo XX, en que hay un énfasis en la crianza
mujeres estuvieran accediendo al ámbito laboral, seguían a cargo de la crianza de los hijos.
especialmente, a la mortalidad infantil, que mostraba alta tasas en Chile 157 y el resto de los
156
Las mujeres que abogaron por los derechos del género hacia la década de 1920 incluían el tema de
maternidad en sus posturas. Ana María Stuven llama a esto “feminismo de la maternidad” (“El asocianismo
femenino” 110) y cita entre sus representantes a Amanda Labarca, Elena Caffarena, Eloísa Díaz y la misma
Gabriela Mistral. Al respecto, Stuven agrega que “[l]a díada madre-hijo fue un tema predilecto del
feminismo” (111), motivado por las exigencias de la salud y las altas tasas de mortalidad infantil.
157
Los mayores índices de mortalidad infantil se registraban en Santiago. En 1908 la tasa era de trescientos
veinticinco muertes por mil nacidos, cifra que bajó un poco entre 1915 y 1930 a doscientos treinta y cuatro
por mil, aunque manteniéndose sin mejoras a lo largo de los años (Lavrin 2005).
Mayne-Nicholls 184
países del Cono Sur. Esta situación llevó a que el país incorporara el concepto del
higienismo, que aborda el problema de las enfermedades como un asunto de interés social,
porque para proteger a la nación, había que preocuparse primero de los niños que formarían
esa nación del futuro. De acuerdo con este objetivo, se elaboraron políticas de protección a
las mujeres —por ser madres— y a los hijos e hijas. Es así que se incorpora en el país, por
ejemplo, la puericultura, esto es, el cuidado materno-infantil, que fue abordada desde el
De la misma manera que hay una preocupación en relación con la salud de niños y
de sus Lecturas para mujeres, Mistral hace explícita su creencia en dos maternidades, una
a la que llama material (la biológica) y otra a la que llama espiritual, que se daría “en las
mujeres que no tenemos hijos” (8). A través de ese pasaje, la poeta comparte el pensamiento
de una época: que la mujer es fundamental en la crianza de los niños y niñas, ya sea como
madre real o como maestra, en su caso. Al respecto, Gabriela Mistral cree en una división
del trabajo por sexos, según la cual las mujeres debían realizar labores cercanas al concepto
de maternidad o cuidado del niño. El hacer públicas estas ideas le trajo ciertas polémicas y
fue, según ella, el origen de “mi leyenda anti-feminista” (“El voto femenino” 66). La poeta
ratificó esta posición con su ejemplo: fue ella misma una mujer independiente, que trabajó
desde los quince años, hizo públicos sus escritos y ganó su propio sustento. Esta
sus escritos sobre infancia y educación, como, por ejemplo, su propuesta de derechos del
Mayne-Nicholls 185
Buenos Aires en 1928, décadas antes de que las Naciones Unidas refrendaran la
Ante este contexto proinfancia, Mistral está escribiendo estas rondas en que se
incluye la imagen del tornear y rematar: la formación inicial de niños y niñas, podríamos
pensar. En la ronda “La Margarita” Mistral incluye la presencia de las madres que desde el
valle observan el corro que se forma en lo alto, al que comparan con una “loca margarita /
que se levanta y que se inclina, / que se desata y que se anuda […]” (Ternura 58), una ronda
que está aprendiendo a ser, lo mismo que la ronda que se separaba en dos, la hermandad
todavía se está formando, está aprendiendo a ser una sola ronda fuerte, pero al mismo
tiempo delirante, ardorosa. La ronda, sin embargo, no es un trabajo: el tomarse de las manos
sus rocas, /la haremos viñedo y pomar; /mañana alzaremos sus pueblos / ¡hoy solo
queremos danzar!” (Ternura 59). Respecto de estos últimos versos, tengo en cuenta el uso
de los tiempos que encontramos en las rondas, desde la primera, “Invitación”, en que la
sujeto que invita lo hace en presente: “¿Qué niño no quiere a la ronda que está en las colinas
venir?” (Ternura 55). Lo encontramos también cuando el coro se pregunte “¿En dónde
tejemos la ronda?”.
lúdico en las niñas de Gabriela Mistral, que se pierden en la danza ahora. Esto coincide con
reconstruirla, pero lo que se trae de vuelta no es otra cosa que una representación. Esa
calidad elusiva de la infancia (Honeyman 2005) o fantasmal (Guerrero, “La infancia” 2011)
Mayne-Nicholls 186
es lo que subyace, por ejemplo, en la poesía de Teillier: “el ansia de recuperar la vida de la
Mistral no trata de recuperar la infancia en estos textos con temas de niñez, sino configurar
una infancia cuya enunciación es siempre un presente: la formación de las niñas a través de
la ronda.
parvularia, por ejemplo, la ronda es utilizada como herramienta pedagógica, debido a que
ayudaría a desarrollar ciertas habilidades en los niños.158. Esto quiere decir, y parafraseando
los poemas de Gabriela Mistral, que el formar parte de la ronda ayuda a las niñas y niños a
instancia de formación. Cuando las niñas salen del valle hacia el monte (o la colina) tienen
como objetivo fundirse en la ronda. Ya en el segundo poema, las niñas se preguntan dónde
tejerán la ronda y responden: “¡La iremos a bosque a trenzar, / la haremos al pie de los
montes / y en todas las playas del mar”. Gabriela Mistral utiliza a lo largo de toda la sección
“Rondas” la isotopía de la trenza y del tejido para enfatizar el hecho de que las niñas no
solo están tomadas de las manos, sino que sus dedos están entrelazados: el círculo que
forman es sólido. Pero también menciona algunas ocasiones en que el ruedo se corta o es
interrumpido, aunque sea solo momentáneo. En “Ronda del arco-iris” se explicita el temor
a que la ronda se rompa: “La mitad de la ronda / estaba y no está. / La ronda fue cortada /
mitad a mitad” (Ternura 62), y lo que me parece relevante es que la voz poética diga que
la ronda “fue cortada”; no se trata de una separación casual, sino producto de una acción
158
Entre las habilidades más claras están las de socialización, esto es, aprender a convivir con los demás. Pero
la ronda también ayudaría a trabajar las funciones emocionales, lingüísticas y cognitivas (Rosemberg y
Manrique).
Mayne-Nicholls 187
externa, alguien / algo corta la ronda. Encuentro la misma idea en la estrofa final de “El
corro luminoso”:
En vano quisieron
quebrarme la estrofa
con tribulación:
Nuevamente estamos ante una acción externa: alguien o algo ha intentado cortar la
ronda; alguien (o algunos) también han intentado cortar la estrofa, es decir, quitarle su voz,
impedir que la voz salga y, de paso, que forme la ronda. Callar a la figura que llama a las
niñas a formar el corro redundaría en que no haya corro alguno, que las niñas no suban al
monte, que no entrelacen sus manos, que no comiencen el giro infinito. La importancia de
que Gabriela Mistral plantea en la ronda “Convite” (Baila y sueña): “Bailando el cuerpo y
el alma / echando al ruedo lo que tenéis, / y perdéos, baila que baila, / que bailando os
ganaréis” (Baila y sueña 21). Por un lado, el que la voz sostenga que se baila de cuerpo y
pasajera, sino que implica a las niñas de cuerpo entero. Esto tiene su correlato en la visión
de Cixous con respecto a la escritura de mujeres. Para la crítica francesa escribir es un acto
transgresor que permite a la mujer recuperar su cuerpo, que ha sido apropiado por la
autoridad masculina (el padre, el esposo); ese primer paso de reapropiación el cuerpo
permitirá o dará lugar a que la mujer hable (Cixous 1976). “Woman must put herself into
Mayne-Nicholls 188
the text —as into the world and into the history— by her own movement” 159 (Cixous 875);
esto es concordante con lo que vemos en las rondas: niñas que por su propio movimiento
salen del valle hacia el monte, se unen a la ronda, y bailan con locura.
Eso con respecto a este entregarse a la ronda en cuerpo y alma, que más que una
un gesto político. Unido a eso, Mistral utiliza en “Convite” una aparente contradicción
cuando describe la acción de las niñas en la ronda: ellas deben perderse para ganarse. El
oxímoron se entiende cuando recordamos que la agencia personal da paso a una de carácter
social, en que el posicionamiento de las niñas no es solo de carácter individual, sino por
cada una de las niñas que forma parte del ruedo. Las niñas no son individuos que bailan
juntas, sino que se pone el acento en la conformación de una hermandad de niñas que sea
fuerte, porque es en la hermandad, en el círculo, que las niñas se harán mujeres; es decir,
la formación debe considerar el colectivo. “Dame la mano” se construye bajo esa misma
premisa; los versos “Como una sola flor seremos”, “El mismo verso cantaremos”, “al
mismo paso bailarás” (Ternura 57) conducen a la estrofa final que contiene implícito el
binomio de perder-ganar:
El nombre se pierde, pero se gana la ronda. La crítica feminista destaca que la falta
de una historia de las mujeres radica, en parte, en que las mujeres han estado separadas las
159
“La mujer debe ponerse a sí misma en el texto —como en el mundo y en la historia— por su propio
movimiento” (la traducción es mía).
Mayne-Nicholls 189
unas de las otras durante siglos (Tyson 2006), confinadas no solo a estereotipos de género
en términos abstractos, sino a las cuatro paredes de la casa en términos físicos. Es una forma
loca y encerrada. La voz poética de “El corro luminoso” hace explícito ese temor, cuando
dice que intentaron quebrar su estrofa, está diciendo que trataron de silenciarla. El motivo
del desvarío y la locura está presente en la poética de Mistral, basta recordar a sus mujeres
locas o el hecho de que la sección que viene después de las rondas en Ternura es justamente
“La desvariadora”. Las rondas se oponen a ese silenciamiento y al hecho de que las niñas
permanezcan encerradas en el hogar y las invita no solo a bailar, sino a bailar con fervor,
con ardor: esa es la manera de perderse a una misma y, al mismo tiempo, ganarse a través
de un corro, de una hermandad. ¿Y qué significa ganarse en la ronda? Bailar juntas, con las
vez, por tanto, al bailar lo que están ganando es el derecho a expresarse con una voz propia,
y cubrir todo el valle con ese canto (“Tierra chilena”). Esta meta se ve conquistada al final
de la sección de las rondas. Como la voz poética sostiene en “El corro luminoso”, su voz
no fue acallada: la estrofa está completa, íntegra, y “el corro la canta” (76). Así la ronda se
las niñas bailan ahora, pero están preparándose para salir al mundo con su voz.
cómo los niños y niñas ocupan los espacios que les son asignados. En el caso de las rondas
Mayne-Nicholls 190
de Mistral hay una clara asignación de espacios; por supuesto, estoy hablando tanto de
estén tan concretamente establecidos en los poemas plantea una estrategia retórica por parte
niños en espacios definidos y explicitados, como lo muestran las viñas, majadas y pinares
de cierta relación de los niños con los espacios, están destinados a describir una suerte de
proceso a través del cual los infantes —y especialmente las niñas— terminan no solo
Un primer punto para considerar acerca de los espacios, es que son los adultos
quienes construyen los espacios en que los niños y niñas se mueven: “Children have to fit
in as best as they can while they are growing up. This is not easy for them. … This question
of how children fit into a world which is ordered and scaled by and for adults is very
rights”160 (Cloke y Jones 315). Los niños y las niñas, entonces, tienen que arreglárselas para
poder interactuar en los espacios diseñados por adultos para sí mismos; aunque no solo se
trata de interactuar, como los autores destacan con el uso de itálicas, sino que deben crecer;
es decir, el uso que los niños y niñas hacen de los espacios no es pasivo, sino que implica
espacios físicos reales: ascensores, calles con alto tráfico, autobuses, salas de cine; pero
ellos mismos también llevan el estudio a representaciones ficcionales, como las que
160
“Los niños y niñas tienen que encajar lo mejor que puedan mientras están creciendo. esto no es fácil para
ellos. […] esta pregunta sobre cómo los niños y niñas encajan en un mundo que fue ordenado y escalado por
y para adultos es muy importante en relación con el estatus de infancia, las geografías de niños y los derechos
de los niños”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 191
construye Mistral. En este caso, se conserva el principio: los espacios de las rondas han
sido construidos por una adulta, la poeta; pero también en términos de la enunciación. La
ronda está formada por niños y niñas, pero implica también la figura de una profesora o
profesor que la organiza (Rosemberg y Manrique); esa figura está presente en los poemas
de Mistral: es quien invita a bailar la ronda en la colina; de tal manera, que también tenemos
En la cita de Cloke y Jones, los autores hacen alusión a lugares diseñados por y para
los adultos; pero así los espacios ficcionales que construye Mistral están pensados para ser
ocupados no por adultos, sino por niñas y niños. Esta idea también es abordada por la
geografía cultural, interesada en cuáles son las ideologías detrás de los espacios que se les
asignan a los infantes como salas de clase, parques de juego o dormitorios. En este sentido
Elizabeth Gagen (2004) propone que el nacimiento del concepto moderno de infancia 161
coincide con otorgar a los niños espacios propios de acuerdo a las necesidades de estos;
dichas necesidades eran decididas, claro está, por los adultos. Mistral no ubica a las niñas
y niños ficcionales de sus rondas en espacios cerrados (como las salas de clases) ni bien
delimitados (como los parques de juegos). A la casa paterna —en la que se ha ubicado el
opone en las rondas los espacios abiertos: el campo, el valle, el mar, la colina. Al
profundizar en torno a estos lugares y cómo se conectan con la idea de formar la ronda y
161
Tanto Gagen como otros autores de diversas disciplinas han planteado que el concepto moderno de
infancia surge con la Ilustración. Ver también: Philippe Ariès, John Boswell, Susan Honeyman.
Mayne-Nicholls 192
El fútbol que los niños juegan en las calles traspone la idea de los límites que impone
una cancha al establecer el principio de que “todo es cancha”. Esto quiere decir que a donde
sea que vaya la pelota, el juego sigue; en términos simbólicos, la cancha se extiende al
infinito. Cuando Gabriela Mistral titula a uno de sus poemas “Todo es ronda”, observo una
idea semejante: la extensión de la idea de corro, la superación de los límites. En este texto
no solo las niñas y los niños pueden bailar la ronda, sino que todo lo hace: los astros que
titilan en el cielo, las olas que se mueven en el mar, los trigos ondulantes con el viento, los
una analogía entre el mecer de la madre a su niño y el mar que mece las olas, el viento que
mece el trigo y Dios que mece al mundo. La construcción de ambos textos no solo es
semejante, sino que se repiten dos imágenes: la del mar y la del viento. En “Todo es ronda”
las olas y los trigos forman rondas, es decir, se centra en el resultado del movimiento. En
“Meciendo”, en tanto, se centra en el movimiento mismo, que es un mecer, una acción que
en las canciones de cuna de Gabriela Mistral constituye una acción mujeril. Se trata de una
canción entonada por la madre que habla de su propio mecer: “mezo a mi niño” es el verso
con que cierra cada una de las tres estrofas. La madre enfatiza que estas “fuerzas
masculinas” (el mar, el viento, Dios: todos sustantivos masculinos) son cautivados con la
acción de mecer. La acción del mar puede ser violenta y destructiva, como lo muestran los
yo misma generaba al mecer a mi hijo cuando era un bebé pequeño como aquellos que
Mayne-Nicholls 193
La canción de cuna tiene como objetivo que el bebé duerma. Pero esa no es la meta
de la ronda. Más bien es lo contrario: que despierte, que se mueva. La isotopía que
construye Mistral al respecto tiene que ver con la locura y la vehemencia, de tal manera
que la voz poética asocia la ronda con palabras como: delirio, ardor, fervor, reventón y
movimiento lúdico: los astros, los trigos, los ríos, las olas están jugando, están bailando.
iluminar. El todo es ronda hace una referencia también al espacio, en un motivo que se va
configurando a lo largo de todas las rondas: si bien el destino es el monte, los niños y niñas
vienen de todas partes. Provienen de la costa (las olas) y de los valles (los trigos y los ríos
que atraviesan el paisaje), vienen de otras montañas (los ríos que descienden y los astros
del cielo). La topografía implícita se conecta con la explícita de la ronda “Tierra chilena”:
los niños y niñas vienen de todas partes de Chile; la ronda se va formando con niñas y niños
chilenos.
En la primera ronda de Ternura, “Invitación”, los niños van subiendo la cuesta que
los llevará a lo alto de la colina. Allí ya hay niños esperando y ven a los otros, los rezagados,
subir. Este es el espacio que más se repite en las rondas de Mistral. Se refiere a un espacio
en las alturas, pero lo llama de distintas maneras: colina, monte, cerro, montaña. Los
Mayne-Nicholls 194
distintos nombres están referidos a elevaciones de tierra, pero las magnitudes de estas son
distintas: montes y montañas son más altos que colinas y cerros; lo relevante es que todas
encontramos “Elquina”, que nos habla de una mujer o niña natural de Elqui, la provincia y
de Elqui es una cosa insignificante, que ustedes buscarán en vano en el mapa. Solo
que subsisten en nosotros y de la cual no quedan sino saudades del alma, hasta que
Argentina, en la que habla sobre los distintos paisajes de Chile. Para la poeta no se trata
solo del lugar de nacimiento, sino de una suerte de depósito de la infancia: las imágenes,
Montegrande, el pueblo en las alturas donde Mistral vivió sus primeros años. La poeta nació
en Vicuña, pero es la cercana Montegrande a la que escogió como hogar y como recuerdo
del hogar163, y en la que se explicita esa condición de elevación de tierra en altura que
162
En las rondas aparecen menciones a Chile, Argentina, Europa. Así, aunque están presentes los nombres
propios, estos son de carácter general, dan cuenta de países o continentes.
163
Mistral incluso estipuló que se la enterrara allí: “Es mi voluntad que mi cuerpo sea enterrado en mi amado
pueblo de Montegrande”.
Mayne-Nicholls 195
aparece constantemente en los textos de Ternura. Pero, ¿es Montegrande el monte de las
rondas mistralianas? Me aproximaré primero a cómo es este monte como paisaje poético.
En ninguna de las rondas se hace mención a lugares cerrados o pequeños; las niñas siempre
están al aire libre e incluso se despegan del suelo y llegan a volar: elevarse va más allá de
subir a la cima del monte. En la “Ronda de los metales”, Mistral crea la figura del “Lázaro
metal”, la imagen es una metáfora de lo que ella llama la “gente mineral”, aquellos que
trabajan en las profundidades de las minas; pero también es una forma de criticar la
opresión, el silenciamiento. Para esto ella propone este “Lázaro metal”, tomando el nombre
del resucitado por Jesús; pero es la voz poética mujeril la que llama a este nuevo Lázaro a
levantarse, dejar la mina y “subir a los cielos” (Ternura 73): “Vengan los otros Lázaros /
hacia su libertad; / salten las boca-minas / y lleguen a danzar” (Ternura 72). Girando en la
ronda, entonces, no solo se forman, sino que se liberan: ganarse a una misma implica
en la edición de 2010 de Poema de Chile (La Pollera). En este poema se repiten algunas de
feminización de la ronda, es decir, está formada solo por niñas; el desvarío del giro; y el
se observa en el uso del pronombre personal “ellas”, sino en la elección de ciertas palabras,
como “peonzas”. Las niñas “bailamos como peonzas” (Poema de Chile, 2013, 95) en el
poema; se ha optado por usar un sustantivo femenino, en vez del más común trompo, que
es masculino. Ese mismo verso nos lleva al desvarío de la ronda: un giro que es desatado,
apelativo que usa la voz poética, que las llama “locas voladoras”. Asimismo “el viento
alborota / pelo, gorra, delantal” (Poema de Chile, 2013, 95). Se vuelve a reafirmar la
condición feminizada de la ronda. Además, llama mi atención la mención del delantal, que
se puede conectar por un lado con la realización de labores, esto es, el uso de un delantal
para no ensuciarse; pero también con la imagen de las escolares que tradicionalmente llevan
un delantal. Las niñas de “Ronda de Montegrande” se dejan llevar, no pueden (ni quieren)
sustraerse del baile que es “casi un arrebatar”: “Nos llevan si no queremos / y si queremos,
más” (Poema de Chile, 2013, 95). Este verso muestra que el movimiento de la ronda es tan
fuerte y contagioso que vence la voluntad; pero que el giro es incluso más intenso cuando
nosotras y ellas. A lo largo de las rondas se puede observar que la enunciación varía: a
persona plural (ellos/as) (Poema de Chile, 2013). En el poema “Invitación” también hay
una doble enunciación, que construye un diálogo entre la voz que invita a la ronda y la voz
que acepta la invitación (Ternura, 1945, 55). Esto se enfatiza con el uso del guion como
“Invitación”, sino que la enunciación fluye desde el ellas al nosotras, como si ambas voces
se estuvieran fundiendo en una; así en vez de un diálogo pareciera conformarse una voz
colectiva. El vaivén entre el nosotras y el ellas, por cuanto dichas enunciaciones aparecen
Se reafirma de esta manera el hecho de que la ronda es para todas; o, más bien, que el
Mayne-Nicholls 197
objetivo es que todas se unan a la ronda, que todas las diferentes ellas se transformen en un
nosotras.
publicar: “La ronda de las manzanillas”164 (Lagar II 138-139). Este texto se emparenta con
enumeración de plantas (“la rosa, el junco, la dalia, / el tomillo y el pomar” (95), porque la
manzanilla se yergue como una planta única en los versos. A través de la personificación,
y las chiquillas no son solo humanas, sino que varios “pájaros y bestecillas” se suman al
tanto por la proliferación de manzanillas como por la llegada de vicuñas, alpacas, huemules,
ardillas y chinchillas. Ese carácter juguetón está dado en gran medida por la rima que
Mistral construye con base en la palabra “manzanillas”. Las villas, maravillas, trillas,
ardillas, chinchillas resuenan en la lectura del poema, pero el término que más destaca es
“chiquillas”. Preferir chiquillas en vez de niñas dota a los versos de un sabor cotidiano y
coloquial, que hace sentir en casa, no por nada es “[l]a ronda que más nos gusta” (138).
Este verso inicial del poema pone de manifiesto que la voz poética representa al conjunto
de niñas, lo que es refrendado en que las manzanillas del título también indican pluralidad,
hablan del colectivo; es una hermandad tan bien compenetrada que se concentra en gozar
la ronda.
164
Aunque el poema se publica después de la muerte de Mistral, este era una versión final que había sido
previamente aprobada por la poeta. (Lagar II 138).
Mayne-Nicholls 198
de loca y ambiciosilla
“La ronda de las manzanillas” hace coincidir dos ideas que me interesan. Por un
lado, está presenta la isotopía de la locura, y esta cualidad es importante, porque hace crecer
la ronda. Es decir, sin el desvarío no hay danza ni hermandad. Pero plantea un elemento
nuevo: la ambición de que la ronda siga creciendo. A pesar de que la idea de que la ronda
crezca está a lo largo de todo el apartado de las rondas, no había sido puesto en términos
de ambición, lo que representa una agencia muy clara de la hermandad: no solo actúan (la
danza en el monte), sino que saben lo que quieren. La mención de Montegrande viene más
adelante y es muy particular, porque introduce una voz poética individual: “danzando en
mi Montegrande / como una loca perdida” (139). Ese Montegrande es agreste y verde, y no
solo las niñas están bailando, también lo hacen “ancianos, mozos y niños” (138), con lo
finalmente podemos otorgarle un nombre a ese lugar geográfico en que se realiza la ronda;
un nombre que parece sugerido por la poeta por cuanto vincula infancia y Elqui en su
ese sea el punto de partida, de despegue, desde donde el corro alce el vuelo.
Optar por paisajes abiertos y que podríamos llamar naturales en oposición a los
culturales, a los hechos por el ser humano, también puede leerse desde otra perspectiva que
resulta complementaria. Cuando los adultos crean un espacio para los niños hay un objetivo
de generar cierta clase de niños; pero qué sucede con esos espacios que encontramos en la
Mayne-Nicholls 199
naturaleza. Cloke y Jones se interesan en sus investigaciones en ciertos espacios del campo
(countryside) en que hay una menor intervención de los adultos, por considerar que en esos
espacios el orden adulto es débil y, por tanto, destacan lo que ellos llaman “becoming-
spaces” (319), es decir, espacios en los que niños y niñas llegan a ser ellos y ellas mismas.
Obviamente los paisajes naturales y abiertos de las rondas son representaciones ficcionales,
construcciones poéticas, por lo cual, fueron configuradas por una mujer adulta; pero hay en
ellos una cierta indefinición, puesto que la poeta no nos dice en detalle cómo son esos
lugares a los que nombra, no están rígidamente ordenados. Además, podemos interpretar
su opción por estos lugares justamente porque son espacios que representan una
independencia con respecto al orden cultural, en que las niñas pueden decidir cómo llegan
hasta la ronda, en vez de seguir un camino preestablecido, pavimentado. De hecho, las niñas
ni siquiera llevan el mismo ritmo: unas llegan primero, otras van más rezagadas
(“Invitación”); unas ya emprendieron el vuelo (“Ronda del arco-iris”). Basta con llegar y
unirse a la ronda.
El monte, la colina, se convierten entonces en lugares para llegar a ser. Este llegar
a ser es activo, una niña no se convierte en sí misma si está aislada y estática, sino en
movimiento. Y no se trata solo del movimiento vehemente de la ronda, sino también del
movimiento implicado en el dejar el lugar de origen para subir el monte, en una suerte de
ese sentido, podemos entender a la escalada y la ronda (que, de hecho, sigue ascendiendo
al cielo) como un proceso continuo, que requiere acción, entrar en actividad, a diferencia
de lo que sucede con la canción de cuna, en que el niño y la niña se mecen gracias a la
acción materna.
Mayne-Nicholls 200
de las niñas como sujetos activos. Reitero la postura de Mistral que rechaza el supuesto
para oponer como propio de la mujer su puesta en acción. La poeta conecta la actividad
física con la intelectual al proponer que la actividad implica, al mismo tiempo, no quedarse
en silencio y con esto subvierte una creencia hegemónica: las mujeres deben permanecer
escrito en las dos primeras décadas del siglo XX, en que todavía se pensaba que la mujer
rompe con esa tradición al no casarse, al convertirse en una mujer independiente, que pasó
su vida viajando por el mundo; viajando y escribiendo. Como dice en “El corro luminoso”,
intentarían callarla, pero no podrían quebrar su estrofa. Fundirse con la ronda lleva a
ganarse a una misma, físicamente, pero también intelectualmente; las niñas no solo serán
A la luz de este ganarse a sí misma a través del baile de las manos entrelazadas, el
modelo de la ronda que toma Mistral traspasa los límites del juego en que este tipo de
poesías se practicaba. Lo que hace Mistral es tomar este modelo y transformarlo, darle una
las mujeres —pero a todos los que se quieran unir al corro— al punto de convertirlas en
Capítulo 4
literaria de María Flora Yáñez (1898-1982), esta escritora chilena se mantiene como una
autora relativamente desconocida para el público lector chileno. En cerca de cincuenta años
de carrera literaria, Yáñez publicó ocho novelas, dos libros de cuentos y dos textos de
carácter autobiográfico. Pero ya van varias décadas sin que alguno de sus libros se haya
vuelto a publicar, por lo cual difícilmente el público podría acceder a su obra. El corpus de
Yáñez se aborda desde tres perspectivas estilísticas. Sus primeras obras son de corte
criollista166: El abrazo de la tierra (1933), Mundo en sombra (1935) y Espejo sin imagen
(1936). A estas novelas les sigue una segunda etapa estilística, en que Yáñez se volcó a una
Allí se encuentran: Las cenizas (1942), El estanque (cuentos, 1947), La piedra (1952), Juan
Estrella (cuentos, 1954), El trigo y el vino (1962), El último faro (1968) y El peldaño
165
María Jesús Orozco (1994), Eliana Ortega (1999), Lorena Amaro (2010, 2012), Ana Traverso (2012),
Natalia Cisterna (2014).
166
El criollismo fue un movimiento que surgió a fines del siglo XIX en Hispanoamérica. En Chile, uno de
sus principales exponentes fue Mariano Latorre. Las obras criollistas se enfocan en el mundo rural y en el
campesinado, poniendo énfasis en la situación de los sujetos en un entorno natural hostil. Marta Brunet
también ha sido considerada una representante del criollismo, al menos con su primera obra, Montaña
adentro (1923). Otras lecturas han buscado ahondar en la poética de Brunet desde una mayor especificidad,
debido a que la etiqueta del criollismo pareciera muy general (Amaro, “En un país”). Estos estudios
representan nuevas perspectivas para volver sobre las obras de otros autores y autoras considerados
criollistas.
Mayne-Nicholls 202
dejado de interesarse por la ambientación —como en sus obras criollistas— sino que
“apareció como tema principal el ser humano actuando en aquellos escenarios, mostrando
ocultos pensamientos y reacciones de su alma. Fue tan espontáneo y natural este cambio en
En tercer lugar, reúno sus textos autobiográficos, que, si bien están separados por 33
años y varios escritos, representan el interés de la autora por recuperar recuerdos de su vida
anterior: Visiones de infancia (1947) e Historia de mi vida (1980). Visiones de infancia fue
publicado cuando María Flora Yáñez llevaba más de diez años de carrera literaria y marcó
un hito en su escritura, que siempre había estado ligada a la ficción, y en su carrera, por
cuanto el libro recibió el Premio Atenea167, con el cual la Revista Atenea destacaba la mejor
obra del año. Además, fue el de mejor recepción del público, puesto que tuvo seis ediciones,
tanto por fecha como por temática. Sin embargo, ya no está introduciéndose en la psiquis
de personajes completamente ficticios, sino de uno anclado en ella misma, ya que se trata
de un texto escrito en primera persona, en que la autora revive algunos episodios ocurridos
durante su infancia. El libro fue editado apenas dos años después de que apareciera la
versión de Ternura que he revisado en el capítulo sobre las rondas de Gabriela Mistral.
167
Algunos escritores que ya había recibido el Premio Atenea para cuando lo ganó Yáñez, fueron: Manuel
Rojas (1929), Augusto d’Halmar (1934), Mariano Latorre (1937) y Marta Brunet (1943). Posteriormente
también lo recibieron Luis Oyarzún (1953), Efraín Barquero (1957) Enrique Lihn (1963) y Gonzalo Rojas
(1964). El premio dejó de entregarse entre 1967 y 1993.
168
Otros de sus libros destacados fueron El estanque que tuvo cuatro ediciones, y Las cenizas y Juan
Estrella, ambos con dos ediciones.
Mayne-Nicholls 203
de las letras, en particular disuadida por la figura de su padre, el político y fundador del
diario La Nación, Eliodoro Yáñez. La escritora Inés Echeverría (Iris), cuñada de María
Flora Yáñez, se refería a las dificultades de desenvolverse en un ámbito que estaba siempre
regido y controlado por alguna autoridad masculina, a la que identificaba ya fuera como el
padre, el sacerdote confesor o el marido: “¿Cuáles han sido los peores enemigos de la
evolución de la mujer? Naturalmente, los que creían ser despojados de su dominio secular,
Eliodoro Yáñez: se lo construye como un personaje que es admirado por su hija, pero que
segundo texto autobiográfico, Historia de mi vida (1980), libro que Yáñez publica dos años
antes de su muerte, la escritora se referirá al peso de haber crecido a la sombra de una figura
paterna fuerte e influyente, tanto en el ambiente familiar como en el ámbito social y político
de la época.
literatura a través de dos estrategias. Y digo demorada, porque ella misma enfatiza que le
habría gustado comenzar a escribir con constancia y publicar desde más joven. De hecho,
en Visiones de infancia, Yáñez relata una conversación en la que declara “Soy escritora”
frustración de no poder dedicarse a lo que le interesaba: “¡Cuánto daría por realizarme, por
169
Conferencia dada en el marco de las “Conversaciones de arte” de la editorial Zig-Zag, el 18 de noviembre
de 1916.
Mayne-Nicholls 204
publicar, por sentir ese contacto necesario con el público! Escribir es mi vicio, mi pasión,
segunda, el padre es identificado como el centro del conflicto y el principal obstáculo para
que ella emprendiera un camino autoral: “en esto de que yo no siguiera mi vocación [mi
padre] se equivocó. Cometía muchos errores y los pagó demasiado caro” (Historia de mi
vida 242). La relación entre María Flora Yáñez y su padre se manifiesta en tensión en este
relato autobiográfico. Por un lado, lo critica y llega a decir, por ejemplo: “a través de los
años, no puedo menos de juzgarlo algo egoísta: deseaba que sus hijos fueran sus satélites”
(Historia de mi vida 298). Y, por otro lado, lo defiende. Es ineludible el hecho de que el
reproche en relación con su padre (Mayne-Nicholls, “María Flora Yáñez”). Sobre los
errores que el padre habría de pagar, probablemente se refería al ámbito político en el cual
Eliodoro Yáñez había ido perdiendo influencia; pero también están los errores cometidos
en la relación entre padre e hijos: “Su personalidad, muy fuerte, absorbía la nuestra, y así
muerte” (Yáñez cit. en Silva Castro 284). Esto es efectivo en el caso de María Flora, pero
no tan preciso con respecto a su hermano Álvaro, quien se hizo conocido con el seudónimo
de Juan Emar, pues él se desempeñaba como crítico de arte en La Nación, el diario del
padre.
propiedad de Eliodoro Yáñez, y publicaba sus escritos de arte, María Flora debió
contentarse con el matrimonio. Para eso se la había educado, de hecho, como ella misma
bastante incapacitada para la vida práctica, a excepción de dirigir bien los quehaceres
domésticos” (132). Yáñez separa lo doméstico de lo que llama “la vida práctica”, es decir,
aprender a lidiar con las presiones y responsabilidades de la vida adulta. Inés Echeverría se
refiere a la preparación que recibían las niñas de élite para el futuro, que siempre se limitaba
a convertirse en esposa y madre: bastaba con leer la Biblia y saber lo suficiente de aritmética
para sacar las cuentas, ya que las mujeres no eran más que “la hembra reproductora de la
raza, la esclava fiel” (“Pasado y presente” 223). De hecho, la primera mitad del siglo XX
chileno es controlada por la autoridad masculina, ya sea del padre o del marido, que
certifica que las mujeres se circunscriban a los ámbitos privados y familiares. Esto es más
marcado en el caso de las clases privilegiadas económicamente, por cuanto las mujeres no
tenían la necesidad pecuniaria de aportar otro salario al hogar; así nada justificaba que
realizaran labores remuneradas o de carácter público, como sucede con María Flora Yáñez.
Pero la escritora vive en una época bisagra, en que mujeres de la clase media y alta
chilena acceden al espacio público como mujeres con derecho propio, y no como hijas o
encontraba en esa época de puertas hacia adentro, en que escribía para sí, casi como si se
tratara de un pasatiempo; de hecho, ella misma describe que lo hace sin disciplina alguna:
a veces escribe todo el día; otras, pasa meses sin escribir palabra. Tampoco se la motivaba
a escribir. Su padre se oponía a su deseo de ser escritora, pero pareciera que ni el resto de
su familia ni su esposo apoyaban esta decisión. Por ejemplo, en un relato que la autora
realiza sobre su período de duelo por la muerte de sus hijas manifiesta: “Me han prohibido
leer, escribir, hasta pensar. Haré lo que aconseja Pepe [su esposo]: trabajar más con los
entonces, como algo ajeno a sus labores e, incluso, como algo peligroso. Esta situación
Mayne-Nicholls 206
se nos consultó nunca nada, no se nos confió la responsabilidad de cosa alguna. Se nos
mantuvo en tan perfecta ignorancia de la vida, que nuestro cerebro —por la peligrosa
facultad de discurrir— llegó a ser, más bien amenaza de desquiciamiento moral, que
reconstruido por Inés Echeverría, quien señala: “… tenía sed de libros en mi niñez, pero a
mis manos solo venían juguetes y bombones. Llegué a odiar las muñecas y los dulces. No
leí a Pascal porque estaba prohibido, ni a Shakespeare porque pintaba la vida como Dios la
hizo y no como debía presentarse a la forzada inocencia de una niña santiaguina” (“Pasado
y presente” 218). Cuando Echeverría dice “niña santiaguina”, no se refiere a cualquier niña
con quienes convivió. Veremos que, en el caso de María Flora Yáñez, algunos de los
Echeverría170. Llaman la atención, por ejemplo, los episodios que Yáñez dedica a las
tertulias que se realizaban en su casa varios días a la semana, y a las cuales los niños podían
asistir, aunque permaneciendo en un espacio delimitado para ellos, al cual podían ingresar
los adultos, pero del cual los niños no podían salir sin permiso (Visiones de infancia 1947).
El horario, sin embargo, no era un problema, ya que tanto los adultos de la casa como los
niños se acostaban tarde: no antes de las once de la noche, hora a la que se tomaba un té
170
Aunque la escritora Inés Echeverría (1868-1949) era cuñada de M. F. Yáñez, era bastante mayor: tenían
treinta años de diferencia. Esto puede ser pertinente cuando Echeverría se refiere al estatus de las mujeres,
por la distancia epocal; sin embargo, la construcción de niñas protegidas y preparadas para el matrimonio
seguía vigente cuando M. F. Yáñez crecía.
Mayne-Nicholls 207
era motivada a leer, aunque había un sector de libros prohibidos en la parte alta de la
aceptaba que la prohibición la alejara del libro que buscaba: “Por cierto que, antes de
padre y me sumergí, como en un océano sin fondo, en aquel mundo que trazó la pluma
genial de Maupassant” (Visiones de infancia 39). Esos libros que encontraba en los
anaqueles más altos “[h]abía que leerlos a escondidas pese a toda prohibición” (Historia de
mi vida 88).
Flora Yáñez adulta se mantiene cercana al modelo de ser mujer que se resistía a morir en
esas primeras décadas del siglo XX. El cambio se efectúa cuando su primer libro es
publicado, cuando ella tenía 35 años (Eliodoro Yáñez había muerto un año antes, en 1932),
y comienza una carrera literaria que se extendió por cerca de cincuenta años. Durante ese
tiempo, María Flora Yáñez se dedicó a escribir (cuentos, novelas, textos periodísticos 171 y
una antología del cuento) y a llevar una vida pública. Es decir, por un lado, logra establecer
este cuarto propio del que habla Virginia Woolf172, y dedicarse a la escritura no como un
171
Publicó en El Mercurio, El Diario Ilustrado y la Revista Atenea.
172
“But for women … these difficulties were infinitely more formidable. In the first place, to have a room
of her own, let alone a quiet room or a soundproof room, was out of the question …” (Woolf 44). La
escritora inglesa se refiere a las necesidades materiales para escribir: contar con un lugar propio, privado, en
el que las mujeres se puedan dedicar a escribir, en vez de ser distraídas por las todas las tareas y prejuicios
que la sociedad patriarcal les otorga. Toril Moi aborda ese mismo dilema cuando dice: “… beware of the
fantasy of a clear day, let alone the clear week or month. And don’t go overboard with the dream of the
clear desk, either. In short, don’t put off writing until you have a clear day. Don’t clean the house before
writing. Don’t let an appointment at noon prevent you from writing at ten a. m. Write first, clear off the
busy work later. Surely you can go one more day without cleaning the refrigerator” (“Writing is thinking”).
Mayne-Nicholls 208
pasatiempo ni a hurtadillas, sino con el claro propósito de ir publicando. Por otro, está la
realización en el ámbito público, por cuanto no se contenta con escribir y publicar, sino que
sale del espacio íntimo de la casa. En este contexto realiza charlas, participa en congresos
y reuniones173, funda en 1935 la versión local del Pen Club174, que también dirige, y
Yáñez, porque sus libros no han vuelto a estar disponibles. Esto contrasta con el
reposicionamiento que se ha hecho de su hermano Álvaro (Juan Emar) 175, cuyas obras han
ido reeditándose en forma paulatina en los últimos años. En su tiempo, los textos de M. F.
Yáñez tuvieron una buena recepción crítica y de lectores. Los críticos le dedicaron líneas
desde sus primeras obras. Entre ellos, Alone (1891-1984) emitió juicios mezclados sobre
los libros de María Flora Yáñez; fue particularmente duro con los primeros textos ligados
a la tradición criollista. Por ejemplo, en su crítica sobre Mundo en sombra (1935), Alone
alaba la primera parte de la novela y desecha la segunda: “Todo el resto … se lee, porque
hay que leerlo, no por gusto” (El Mercurio 1935). Luego sostiene sobre la autora: “Mari
173
Por ejemplo, participó en los congresos internacionales de escritores realizados en Buenos Aires (1936) y
Zúrich (1947), en el Centenario de la Societé des Gens de Lettres en París (1947), y en las jornadas literarias
de Santiago de Compostela (1954).
174
Asociación creada en Londres en 1921 para fomentar la cooperación entre los escritores y promover la
literatura y la libertad de expresión.
175
María Flora Yáñez no se detiene en su hermano en términos de figura literaria, aunque sí lo menciona en
sus dos textos autobiográficos. En Visiones de infancia le dedica el capítulo “El hermano”, en que se centra
en las peculiaridades de su personalidad. Por ejemplo, sostiene: “Mi hermano tenía reacciones curiosas ante
los acontecimientos más triviales y se sentía en él una tremenda soledad que ninguna presencia podía romper”
(Comarca 83). En tanto, en Historia de mi vida siempre se refiere a él como Pilo o Pilito, que era el apodo
familiar.
Mayne-Nicholls 209
Yan176 posee un talento demasiado vigoroso para no reaccionar. Sabe muchas cosas, acaso
1935).
La escritora no se tomó bien las críticas de Alone. En una carta que dirigió a
Gabriela Mistral, a quien le ha enviado una copia de su libro Las cenizas, le solicitaba a la
poeta “su juicio sobre esta novela que pinta la vida de una mujer y su soledad rural que es,
Mistral” 1). A continuación, M. F. Yáñez le exponía que “Díaz Arrieta ha lanzado muy
gruesos juicios no solo sobre mi obra, sino sobre mi persona. Y no es extraño en él que
Las palabras de Yáñez no concuerdan con el apoyo que Alone dio a varias mujeres
escritoras, incluyendo a la propia Mistral, Marta Brunet y María Luisa Bombal177. Alone
no cuestionaba el talento escritural de Yáñez, sino que escribiera sobre ambientes que, en
su opinión, no conocía bien, como el campo. Veinte años después de esas primeras críticas
María Flora Yáñez: “Representa un aspecto nada común en las letras chilenas, por lo
general pesadas: la ligereza elegante, una sonrisa rápida sobre el drama, un soberano
176
Los primeros textos de María Flora Yáñez fueron publicados con el seudónimo de Mari Yan, el que dejaría
pronto de lado para firmar las obras con su verdadero nombre.
177
Mistral y Brunet comenzaron a publicar en la misma época. La primera publicó Desolación en 1922 y
Ternura en 1924, mientras que Brunet publicó Montaña adentro en 1923. Por su parte, Yáñez editó su
primea novela, El abrazo de la tierra, en 1933, y Bombal, La última niebla en 1934. Aunque hay un desfase
en relación con cuándo comenzaron a ser editadas, las cuatro estuvieron activas al mismo tiempo durante la
década de 1930.
Mayne-Nicholls 210
proporciones justas” (El Mercurio 1955). Más tarde, Yáñez pareciera darle la razón a Alone
cuando escribe:
Debo advertir que hoy día reniego de mis tres primeras novelas que, aunque me
todo la primera “El Abrazo de la Tierra”, no reflejan en absoluto lo que llegué a ser
recibe con elogios Visiones de infancia, destacando precisamente que la escritora esta vez
observadora cogieron gestos, actitudes, figuras y siluetas, captando a veces, con una
especie de cándida malicia, las líneas más inesperadas, y acertando otras, sin
proponérselo, en el punto neurálgico que hace saltar la chispa o que abre la vena
trabajados por la autora. Esto contrasta con el trabajo de reescritura que Yáñez fue
incorporándola en algunos de sus textos, como Historia crítica de la novela chilena (1960).
Silva Castro planteaba en este último texto que recién en el siglo XX aparecieron en la
Mayne-Nicholls 211
cerca por Edgardo Garrido Merino, María Flora Yáñez y unos cuantos más” (411). El
crítico no separó la obra de María Flora Yáñez por ser escritura de mujer 178, sino que la
seres humanos que sobre ella discurren” (285). Además, sostenía que la autora “sabía
organizar el diálogo, hacer entrar y salir a los seres de la fantasía, de modo que se diseñen
en su luz exacta y en la proporción justa” (285). Por su parte, Luis Merino Reyes, al escribir
vino es un libro que “puede situarse entre las expresiones más decantadas de nuestra prosa”
(El Mercurio 1963). Años más tarde, Merino Reyes escribía una crónica en que recuerda
cuando María Flora Yáñez fue detenida durante la dictadura militar. Allí el crítico se refería
menos temáticamente, con Elegías de Rainer María Rilke, que “nos ha enseñado a no creer
que el destino sea ‘algo más que lo denso de la infancia’” (70). Respecto a Yáñez,
178
Respecto del ingreso de las mujeres a la actividad literaria en el siglo XX, Ana Traverso sostiene que los
críticos en vez de apartarlas las leyeron y criticaron, aunque de manera dura: “Expuestas de pronto sobre la
malla del colador serán homogeneizadas al resto de los autores del canon y recibirán los mismos atributos
considerados masculinos …” (70).
179
Merino Reyes relata que a Yáñez la sacaron de su departamento. “No la maltrataron, acaso compadecidos
de su fragilidad, pero la amenazaron y la humillaron cruelmente. Después de un estúpido interrogatorio, fue
abandonada en la vecindad del matadero Lo Valledor. … ¿Por qué lo hicieron? Al parecer porque era la
abuela de Carmen Castillo Echeverría, hija del ex rector de la Universidad Católica, Fernando Castillo
Velasco, vinculada a Miguel Henríquez (sic)” (Merino Reyes 11).
Mayne-Nicholls 212
planteaba: “Con mano experta va trazando figuras, tenues y finas, ‘veladas por el manto de
que, naturalmente, suena a veces más literaria que sentida” (70). González reconocía
entonces que, aunque autobiográfica, la obra de Yáñez es una reconstrucción textual. Luego
estimaba que “[e]s lástima, sí, que a veces, se estropee un tanto la visión por exceso de
adorno, de literatura fácil, de artificio formal” (70). El crítico concluía que este nuevo libro
“será bien acogido por quienes sepan gustar la fina modalidad expresiva, poetizante, de su
proza (sic)” (70) y postulaba una última idea acerca del trabajo de Yáñez, al considerar que
el texto construye “el cuadro de una etapa de la vida santiaguina” (González 70). El escritor
catalán Joan Estelrich destacaba que Visiones de infancia estuviera escrito por una mujer,
y hacía su lectura desde esa perspectiva: “Con razón puede hablarse de sobriedad y
equilibro, de armonía y elegancia. Es ese modo clásico francés que fijó el buen gusto de la
literatura femenina; es una destreza técnica que no se improvisa y que patentiza selectos
estudios y largas condensaciones internas” (Estelrich cit. en Visiones, 1960, 4). Estelrich
tenía una visión acerca de lo que debía ser la escritura femenina, en que queda marcado el
rasgo genérico, por considerar que las mujeres debieran escribir femeninamente, y a esa
“[L]as autobiógrafas saben que se las lee como mujeres” (Nancy K. Miller cit. en
Smith 132). Esas cursivas del original destacan la carga genérica que se le daría a la
escritura de mujeres, es decir, no solo implica que la interpretación que el lector hace de la
obra depende del saber que fue escrita por una mujer, sino que se espera que escriba de
femeninas a las mujeres, se las asigna también a los textos que ellas escriben. Es lo que se
lee también en el texto de Carlos Droguett sobre Visiones de infancia, puesto que está
Mayne-Nicholls 213
Yáñez vierte allí; lo que contrasta con la primera aseveración de que Manuel Rojas y él
habían sido conquistados por este pequeño libro. “Pareciera … que uno de los signos de su
introdujeran cruelmente en su carne más que en la carne de sus libros…” (Droguett 326).
A diferencia de Estelrich, Droguett ve esas características y reclama que María Flora Yáñez
no profundice, que no siga más allá, que no haya escrito el libro que él consideraba que
debería haber escrito. Lo ejemplifica con el capítulo “La sombra de Doña Bárbara”: “Este
corto e intenso capítulo debió dibujar una novela de la trágica historia de la tierra chilena,
pero la autora, urgida por sus fantasmas, aterrorizada ante el abismo, solo atinó a acumular
“La sombra de Doña Bárbara” es, de hecho, uno de los capítulos más extensos del
libro. En sus nueve páginas la autora desliza recuerdos sobre su madre, sobre las actividades
cotidianas de los niños, sobre los terrores nocturnos, sobre adultos que conoció,
entrelazándolos con recuerdos más recientes en que vuelve al fundo familiar (ya
carta a Droguett, María Flora explica: “Mis visiones las escribí espontáneamente, como
parecieron hondas, porque en ellas entregaba mucho de mí misma. Hoy, creo, como tú, que
debí llegar más adentro” (Yáñez cit. en Droguett 315). La carta está fechada en noviembre
de 1976, lo que me hace pensar en que, tal vez, estaba diciéndole a Droguett lo que él
esperaba escuchar, debido a que, aunque fueran espontáneas, ella continuó trabajando en
estampas. El capítulo citado por Droguett es, de hecho, uno de los más trabajados en las
Mayne-Nicholls 214
edita, sacando párrafos, incluyendo unos nuevos, y modificando los que permanecieron.
“…repitamos que es de lamentar sinceramente que María Flora Yáñez haya sido tan parca,
tan avara, tan temerosa al balbucear estas visiones de su infancia, sin engrandecerlas como
pequeños, personales, cotidianos de la infancia de Yáñez, sino la excusa para dar cuenta de
un tiempo que él consideraba crucial en la historia de Chile que fue “magistral en sus alturas
y profundidades, en sus bajezas innobles y en los comentarios marginales que a ellas hace
la insobornable vida” (Droguett 332). El escritor al centrarse en esa historia de las grandes
estructuras del país “no es capaz de descubrir la profundidad que logra el texto, tanto en la
que encierra a la mujer en una idealización” (Mayne-Nicholls, “María Flora Yáñez”, 65).
la crítica literaria que, durante la mayor parte del siglo XX en Chile, estuvo principalmente
en manos de los hombres. Es en ese contexto que en la década final del siglo XX y
comienzos del XXI las críticas literarias se hayan preocupado de resituar a las escritoras en
el campo literario nacional. Así ocurre con María Flora Yáñez. Lina Vera Lamperein
perspicacia para comprender los problemas humanos a través de los diversos personajes y
de los diferentes medios sociales que retrataba en sus escritos” (99). Destacaba asimismo
pasado, tiempo aristócrata y democrático que veía desaparecer; otras, su obra se llena de
añoranza por un paraíso perdido” (124). Ortega mencionaba algunas de las estrategias
Marta Brunet, María Luisa Bombal y María Carolina Geel, por ejemplo, quienes en su
que otras las autoras presentan novelas en primera persona, a las que llama autobiografías
y el estilo, al que considera una “crónica fragmentaria de la existencia” (311). Sobre esto
último coincidía Lorena Amaro, quien se centró en el estudio de las obras autobiográficas
de Yáñez: textos “cercanos al apunte, fragmentarios, sin voluntad unitaria” (“María Flora
Yáñez”, 93). Amaro estaba interesada en profundizar en los libros de Yáñez en tanto
180
Orozco (1994) incluye aquí Visiones de infancia (1947) e Historia de mi vida (1980) de María Flora
Yáñez; Cárcel de mujeres (1956) de María Carolina Geel; y “La maja y el ruiseñor” (1960) de María Luisa
Bombal.
181
Entre las autobiografías noveladas o ficticias, Orozco (1994) agrupa libros como Espejo sin imagen (1936)
de María Flora Yáñez; El mundo dormido de Yenia (1946) y Soñaba y amaba el adolescente Perces (1949)
de María Carolina Geel; María Nadie (1957) de Marta Brunet; y La última niebla (1934) de María Luisa
Bombal.
Mayne-Nicholls 216
Yáñez”). Eso que Droguett desdeñaba como falta de voluntad en profundizar, críticas como
cultural chileno, lo cual analiza desde el punto de vista del habitus182, es decir, “de los
principios culturales y valóricos de cada autor” (106). Al respecto, sostiene que Yáñez
decide no asumir de forma íntegra su labor pública: “Esta opción de no romper con su
habitus tendrá consecuencias en su inserción en las esferas literarias. María Flora Yáñez se
situará como una eterna visitante en el campo cultural, una turista que recorre espacios
exóticos para luego regresar a su nido familiar” (Cisterna 112). Esta conclusión descansa
pública literaria.
ni las presentaciones de sus libros, de hecho, ni siquiera se refiere a cómo sus obras fueron
edición de Antología del Cuento Chileno Moderno (1958). De la misma forma que Mistral
182
Habitus es un concepto propuesto por Pierre Bourdieu, quien lo define como “a structuring structure,
which organizes practices and the perception of practices” (170) (“una estructura estructurante que organiza
las prácticas y la percepción de las prácticas”; la traducción es mía) y como “a structured structure: the
principle of division into logical classes which organizes the perception of the social world is itself the product
of internalization of the division into social classes” (170) (“una estructura estructurada: el principio de
división en clases lógicas que organiza la percepción del mundo social es en sí misma el producto de la
internalización de la división en clases sociales”; la traducción es mía).
Mayne-Nicholls 217
que recopiló para Lecturas para mujeres (1924)183, Yáñez incluyó su propio trabajo184 en
la antología, puesto que se consideraba parte del canon nacional. En el prólogo de ese libro,
Yáñez sostenía:
limitación que impone esta clase de trabajo, he elegido a quienes, a mi juicio, están
Es decir, Yáñez consideraba que su obra se insertaba dentro de aquellas que eran
capaces de mostrar las complejidades del mundo moderno, traspasando las apariencias
materiales. La autora también incluyó en esta antología el trabajo de Juan Emar (el
183
Lecturas para mujeres es un libro de lecturas escolares que Mistral compiló en México para la Escuela-
Hogar Gabriela Mistral. En más de 400 páginas, Mistral incluye textos y prosas que considera mínimas para
la formación de las estudiantes. Mistral incluye algunos de sus propios trabajos en este listado, como: “Dos
elogios de la madre”, “Poema de la madre”, “Silueta de la india mexicana”, “Silueta de sor Juana Inés de la
Cruz”, “Croquis mexicanos”; junto con obras de Pedro Prado, Walt Whitman, John Ruskin, Juana de
Ibarbourou, Alfonso Reyes y José Vasconcelos.
184
Incluyó el cuento “Gertrudis”, publicado originalmente en el libro Juan Estrella. Madrid: Editorial
Samarán, 1954.
185
De todas maneras, incluyó en la antología algunos referentes del criollismo (lo que ella misma reconoce
en el prólogo), como Óscar Castro y Nicomedes Guzmán.
186
Alfonso Echeverría se suicidó poco antes de cumplir 47 años, dejando la mayor parte de sus obras
inéditas. María Flora Yáñez asumió la tarea de revisar, ordenar y publicar sus trabajos. En el prólogo que
escribió para la novela El Cocodrilo Anselmo, Yáñez relata: “Después de su ausencia definitiva, sentí, con
la fuerza de un mandato, que la única manera de conmemorar su memoria y de rendirle homenaje, era algo
bien difícil: sumergirme en el océano de páginas inéditas escritas a máquina que quedaron abandonadas y
tratar de compaginar esos kilos y kilos de desorden para extraer en parte su pensamiento” (“El Cocodrilo
Anselmo”, 5).
Mayne-Nicholls 218
Entre las mujeres, eligió trabajos de María Luisa Bombal (1910-1980), Teresa Hamel
Balmaceda (1913-2005)187.
Visiones de infancia es un texto en proceso. Publicado por primera vez en 1947, fue
desprendiéndose cada vez más del carácter autobiográfico, a la vez que consolida la
escritura. Aunque hay modificaciones, el relato mantiene tanto el estilo como su historia.
Ambientado en las dos primeras décadas del siglo XX, la figura central de la narración es
la niña María Flora, hija de una familia de la élite santiaguina de la época. Más que el relato
acerca de la vida de la niña, sobre lo que le pasó, Visiones de infancia es un texto sobre
aquello de lo que fue testigo, lo que vio, lo que sintió, lo que escuchó. No hay aventuras,
abordan episodios específicos que ella vivió, pero se trata más bien de encuentros con la
alteridad, del descubrimiento de los otros. Y más que sucesos puntuales, las páginas están
colmadas de percepciones atrapadas por los distintos sentidos: son sensaciones del tacto,
de la vista, del oído, del olfato. Por eso, una de las estrategias de María Flora Yáñez es
187
Todas las autoras publicaron cuentos en revistas y antologías. En cuanto a sus novelas, Bombal es la más
conocida de las autoras abordadas por Yáñez, con sus obras La última niebla (1934), La amortajada (1938)
y House of mist (1947). Teresa Hamel publicó volúmenes de cuentos y novelas: El contramaestre (1951),
Raquel devastada (1959), La noche del rebelde (1969), Verano austral (1979), Las causas ocultas (1980),
Dadme el derecho a existir (1984), Leticia de Combarbalá (1988) y Las cien ventanas (1992). Margarita
Aguirre escribió Cuadernos de una muchacha muda (1951), El huésped (1958), La culpa (1964), El residente
(1967) y La oveja roja (1974). Elisa Serrana es autora de Las tres caras de un sello (1960), Chilena, casada,
sin profesión (1962), Una (1966), En blanco y negro (1968) y A cuál de ellas quiere usted,
mandandirumdirundá (1985). Silvia Balmaceda, la hija menor de Teresa Wilms Montt, no tiene obras
publicadas; en la antología Yáñez incluyó el cuento “Alina”.
Mayne-Nicholls 219
abordar descripciones sensoriales que tratan de comunicar cómo se sintió esa infancia que
está recordando. Son parte del corpus de mi investigación tanto ese primer libro de 1947,
como las reediciones de 1960 y 1971, a través de las cuales busco establecer cómo se
configura la representación de la niña María Flora y de otras niñas y niños que aparecen en
sus páginas, como también de los espacios de infancia que la autora configura.
género con mayor especificidad, ya que se trata de un libro autobiográfico. Esto está
explícito en la primera edición del texto, por cuanto la autora ha incluido una breve
introducción. Estas breves líneas están impresas en itálicas, lo que reafirma el carácter
personal de estas, indicando que son palabras de la propia autora y no parte del relato de la
narradora que construye en las páginas siguientes. Esto marca una diferenciación entre el
fugazmente, sin dejar otro rastro que un reflejo impreciso. Son muchos.
Demasiados. Solo he vertido en este libro los menos frágiles, aquellos cuya luz
memoria y de la cualidad inefable de los recuerdos. Estos son vistos como fantasmas o
que la memoria apenas puede recuperar una sombra de lo ocurrido en el pasado, algunos
recuerdos son demasiado poderosos como para traerlos y, en el fondo, exponerse. Así como
Mayne-Nicholls 220
en Mistral la palabra atorada y que quiere salir puede quemar la garganta (“Una palabra” 188,
En verso y prosa 412), ciertos recuerdos de María Flora Yáñez son capaces de rasgar el
papel. Solo en la última oración sabemos que hay un yo implícito: “he vertido en este libro”
(9); lo que se convierte en el indicador de que es la autora quien ha tomados sus recuerdos
(algunos de ellos) y los ha convertido en relato. Esto se conecta además con la primera
parte de la dedicatoria: “A mis padres y a todas las personas —ya desaparecidas— que
dejaron un pedazo de su alma en las páginas de este libro” (8). Estas palabras adelantan un
libro centrado en los personajes, más que en las acciones. Si bien hay recuerdos de eventos
y hechos que ocurrieron, el énfasis, efectivamente, está en los personajes, cómo reaccionan,
cómo sufren y cómo se alegran, cómo enfrentan la vida. Todo esto, además, en relación
con el pasado: quienes inspiraron su escritura, quienes aparecen construidos con palabras,
vida”— nos lleva al presente de la enunciación de María Flora Yáñez y nos recuerda que
La presencia de los niños en la literatura suele ser un recurso retórico, que permite
mostrar los sucesos de las narraciones desde perspectivas distintas al discurso hegemónico
o bien para establecer críticas a ciertas estructuras sociales. Amaro y Arecheta reconocen
en la narrativa chilena con tema de infancia un grupo de textos en que los niños aparecen
(55). En ese conjunto de libros incluyen Visiones de infancia, y también Daniel, niño de
Específicamente sobre estos textos plantean que “dejan entrever duras críticas al mundo
188
El poema pertenece a Lagar (1954).
Mayne-Nicholls 221
adulto, sobre todo en lo relativo a la institución y a los roles de género asignados dentro de
ella” (Amaro y Arecheta 56). El texto de Yáñez toca aspectos sociales de su época, de
hecho, hay un cierto énfasis en la modernización de la ciudad: el paso de los carruajes a los
autos, el uso del teléfono, la aparición de edificios, además del surgimiento de una clase
media ilustrada y la despedida de una clase aristocrática a la que Yáñez llama “rancia”
(Visiones, 1947, 52). Sin embargo, todo esto es abordado soslayadamente desde la visión
de la vida cotidiana: las tardes de juego, las visitas que se hacen y que llegan a casa, las
todas formas, en una perspectiva íntima y familiar: las muertes, los funerales, los temblores.
Tiene sentido que Yáñez hable desde la intimidad del hogar y de los sucesos cotidianos,
por cuanto ese es el mundo en que vivió su infancia. Su padre, Eliodoro, puede haber sido
un actor relevante en la escena política y social de la época, pero eso ella lo capta desde la
intimidad: porque la oficina de papá está en casa, porque viene gente importante a visitarlo;
pero María Flora no participa de esa vida política pública, solo observa una pequeña
íntimas” (Stanton 87), mientras que las autobiografías escritas por hombres se suelen
caracterizar por abordar sus “logros profesionales” (Stanton 87). Este binarismo
los hombres a lo público. El que Yáñez se centre en el aspecto íntimo no hace que su obra
sea menos relevante, sino que da cuenta de una situación. Es interesante considerar este
Mayne-Nicholls 222
tipo de relatos a la luz del concepto de literatura menor de Deleuze y Guattari (1990), esto
es de la literatura que “una minoría hace dentro de una lengua mayor” (28). La minoría es
la escritura de las mujeres. Recordemos que se trata de la primera mitad del siglo XX en
Chile, en que todavía se espera que la mujer esté limitada al ámbito privado. Es lo que
exponga, para que no quede “en la línea del fuego, te harán añicos” (Droguett 297).
patriarcal, en que es preferible que la mujer guarde silencio para que no quede catalogada
como una loca. Lo femenino es identificado desde el punto de vista patriarcal con “la
logocéntrico, lo impredecible, lo infantil” (Smith 94). Y una manera de romper con ese
silencio es escribir; de hecho, no dejar que la mujer sea escrita por los hombres —como
hace Droguett al escribir a María Flora Yáñez—, sino que la mujer se escriba a sí misma.
Yáñez se escribe a sí misma y a los demás desde su perspectiva una y otra vez cuando
una reescritura del texto de 1947, en que Yáñez fusiona algunos capítulos, reescribe otros,
en la primera edición por cuanto nos situaba en el terreno autobiográfico. A pesar de esa
ausencia, el libro de 1960 incluye la etiqueta “Memorias” (5). Por una parte, se elimina la
declaración de la autora acerca de que son sus propios recuerdos los que aparecen en las
páginas y, por otra, se incluye el mensaje editorial de que lo que se leerán son memorias,
En cuanto a la nueva organización del texto, el cambio está presente desde el primer
capítulo. En vez de “El primer miedo”, el relato sobre un fuerte temblor que encabezaba la
versión de 1947, la de 1960 inicia con “La calle de mi infancia”, lo que permite configurar
mejor el espacio en que se dibujan las distintas estampas. Por un lado, está la calle San
Antonio en que estaba ubicada la casona de los Yáñez Bianchi, y que Yáñez sitúa “en pleno
corazón [de] Santiago” (9), lo que habla de la conciencia que tiene de su posición en la
sociedad. Y, por otro, está el espacio de la infancia, como un territorio que nos disponemos
Lo que viene, entonces, es introducirse tanto en la casa —en el espacio físico, pero íntimo
María Flora en torno a la cual se construyen las historias. Destaca también la estampa
“Personajes”, en que Yáñez reúne los pasajes de varios capítulos dedicados a gente que se
párrafos bajo un solo título, sino que hay un trabajo de edición que permite fijarse en la
forma en que los distintos personajes son observados, más que en las particularidades de
cada uno. Ese trabajo de reelaboración se extiende a todo el conjunto de capítulos, pero
obra. El texto es asumido por la autora de una manera diferente, por cuanto ya no lleva por
título Visiones de infancia, sino Comarca perdida. Básicamente se trata del mismo texto
de 1960, ya que los cambios son mínimos. Por ejemplo, el capítulo “Chin” —sobre el primo
más querido de la autora, que murió cuando era adolescente— pasa de ser el séptimo
apartado a ser el octavo, después del relato sobre la hacienda que Eliodoro Yáñez comprara
Mayne-Nicholls 224
cuando eran niños. Los otros cambios corresponden a trabajos de edición ortográfica, en
donde se eliminan tildes y se corrigen minúsculas. Los elementos que más resaltan,
entonces, tienen que ver con los paratextos. Primero el título, en que el acento ya no está
puesto en el cómo son los recuerdos —apenas unas visiones difíciles de concretar en el
infancia como una comarca, lo que no constituye cualquier tipo de territorio, sino uno que
“se identifica por determinadas características físicas o culturales” (RAE). Esta comarca es
reconocible por ser el territorio de infancia, y algunas de las características que lo definen
La narrativa de Yáñez tiene estas características, sin embargo, el larismo nos lleva a la
son parte esencial de su experiencia de infancia, pero siempre como visita; son lugares
Yáñez no la rechaza, porque su experiencia de infancia tiene que ver con la ciudad y la vida
que guíe la lectura hacia lo autobiográfico. Tampoco está la etiqueta de la segunda edición
que introducía a los lectores en el campo de las memorias. Solo conserva la dedicatoria,
189
Algunos representantes del larismo son Jorge Teillier (1935-1996), Rolando Cárdenas (1933-1990) y Delia
Domínguez (1931) y Efraín Barquero (1931).
Mayne-Nicholls 225
pero a medias: “A mis padres y a todas las personas —ya desaparecidas— que dejaron un
pedazo de su alma en las páginas de este libro” (7), que no alcanza a prefigurar una lectura
desde el yo autobiográfico. Han pasado veinticuatro años desde la primera edición y cada
vez se amplía más la distancia entre el presente de la enunciación y esa infancia del “reflejo
impreciso” (Visiones, 1947, 9). Esa separación temporal ineludible pareciera establecer otra
distancia: la de la narradora con la niña que ocupa las páginas del libro. El cambio de título,
el eliminar los rastros que indicaban que esto era una autobiografía, refrendan, de cierta
manera, esa distancia: tomar los recuerdos propios y trocarlos definitivamente en una
creación, al menos, para los lectores. Es esa acción la que implica el cuestionamiento del
lo narrado le ocurrió a la autora. En ese sentido, transparenta lo que sucede con cualquier
y en ese sentido, se hace una ficción de los recuerdos propios. “[L]a autobiografía no
extratextual, al ser actualizados y narrados por los autores son ficcionalizados. Es por esto
que Pozuelo Yvancos sostiene que “toda narración de un yo es una forma de ficcionalidad”
(24). Esto es, puede que en Visiones de infancia y Comarca perdida haya recuerdos y
testimonios, incluso, de María Flora Yáñez, pero lo que leemos no son los hechos en sí,
su infancia, pero no para hacer un recuento detallado de los hechos y anécdotas del pasado.
Más bien, esta narradora está tratando de recuperar las emociones, las sensaciones y ciertas
impresiones acerca de lo vivido, como en una forma de volver a sentir, ahora que es adulta,
con la intensidad con la que sentía cuando era una niña. Para dar cuenta de este registro de
emociones, Yáñez construye un personaje niña que habita el espacio de la casa familiar,
que es la sostenedora de las sensaciones e impresiones del pasado, las que son mediadas,
elaboradas y transmitidas por la narradora adulta. Esta configuración queda asentada desde
a la vez— en que se está embarcando: “Retrocedo hacia la más lejana infancia, hacia esa
como aquellos paisajes envueltos en un velo de niebla” (Visiones 11). A través de esa
presentación, quiero quedarme con dos aspectos. El primero es que queda claro el esfuerzo
que la narradora se propone: ir a la niñez más lejana, sabiendo que la tarea será infructuosa
porque los recuerdos de esa época son imprecisos. La narradora quiere rememorar un
tiempo en que no se hacían anotaciones para el futuro, en que la experiencia tenía que ver
solo con el presente, lo cual hace que el tratar de rememorar devuelva solo resultados
fantasmales. Estos recuerdos diáfanos, al tratar de verlos con claridad, simplemente dejan
El segundo aspecto que me interesa es la metáfora que usa para describir esos
precisar a tal punto en que se cuestiona, incluso, si es real o es algo que estamos
Mayne-Nicholls 227
imaginando, como si se tratara de visiones —como en el título del libro—. Esto me lleva a
que realmente ocurrió, sino las sensaciones de lo que ocurrió. Pero, además, la narradora
nos introduce en la idea del territorio desde un comienzo. No es inusual esa relación que
idea de que la niñez es un territorio. Esa espacialización de la infancia tiene que ver con los
intentos de los autores de imaginar una infancia a las que es imposible acceder. En la
temporalidad y la linealidad. Es lo que ocurre, por ejemplo, con Peter Pan y Wendy y Las
crónicas de Narnia, en que solo los niños que viven el presente sin proyecciones hacia el
futuro, son capaces de habitar estos espacios en mundos paralelos a los de la seguridad de
la casa.
Fictional children … often have a magical place to visit, inhabit, explore, or even
rule. All of these friendly spaces, of course, were dreampt up by adult authors—the
popular landscapes are the garden and remote island, but all of these childhood
spaces share one quality—they are clearly bound and inaccessible to adults. …
Adults imagine such inaccessible spaces in order to be the exception to the rule—
190
“Los niños ficcionales … a menudo tienen un lugar mágico para visitar, habitar, explorar, o incluso
regir. Todos estos espacios amigables, por supuesto, fueron soñados por autores adultos —la tradición de
crear tales espacios es tan penetrante como imposible de rastrear. Los paisajes más populares son los
Mayne-Nicholls 228
para situar la infancia, a la que ni siquiera la narradora adulta puede acceder realmente, a
diferencia de lo que ocurre con esos adultos espaciales de los que hablan como Honeyman,
y que logran entrar a estas zonas prohibidas para los mayores porque todavía tienen la forma
infancia no puede acceder, pero quisiera acercarse a esa mirada de infancia que tenía, y en
ese sentido el esfuerzo de ir atrás la lleva a tratar de recuperar impresiones antes que hechos.
El viaje hacia la infancia a rescatar las sensaciones de la niñez, que se sabe que son
inasibles, se traduce en dos aspectos que aparecen entretejidos en el libro: la elección del
segundo, estética de la fragilidad. Las estampas literarias no han sido ajenas a la historia de
la literatura, pero se trataba de la estampa real, esto es, grabados que acompañaban los
extendida. En el caso de Visiones de infancia las estampas son estas narraciones breves a
través de las cuales se construye el relato, en que cada episodio habla sobre algo en
particular: el primer miedo sentido que es identificado con un terremoto; los terrores
nocturnos; la pieza abandonada que se destina a espacio de juegos para los niños, etc. Son
Comarca perdida de 1971. En el ámbito anglosajón también aparecen las estampas con el
nombre de “literary sketches”, esto es, relatos narrativos breves, en general anécdotas o
jardines e islas remotas, pero todos estos espacios de infancia comparten una cualidad —están claramente
prohibidos e inaccesibles para los adultos. … Los adultos imaginan tales espacios inaccesibles con el objeto
de ser la excepción a la regla: el adulto que tiene acceso”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 229
vincular a las crónicas y recados que escribía Gabriela Mistral, en los que proveía de su
que verla en términos metafóricos, y en ese sentido, tomo dos de las acepciones que la RAE
o a otra materia, por medio del tórculo o prensa desde la lámina en metal o madera en que
está grabada” y “huella: señal del pie en la tierra”. Pienso, entonces, en los recuerdos que
que son estampados en la hoja de papel, es decir, en la narración. Pero tal como sucede
cuando se trabaja con grabados, todo depende de cómo era el original y de la cantidad de
pintura usada para su reproducción. De tal manera, un original en que el dibujo está tallado
de forma leve e imprecisa dejará una marca todavía más imprecisa en el papel. Una estampa
perdiendo pintura y, por lo tanto, nitidez. Lo mismo sucede con la huella en la arena: no se
trata del pie, sino de una marca, una señal, más difusa y que se va desgastando.
El género literario que reconozco en Yáñez tiene que ver con la imagen de estampar
descrita. En ese sentido, este tipo de escritura que desarrolla la autora en Visiones de
infancia tiene una serie de características que la distancian de la idea del retrato o de la
crónica. En primer lugar, las estampas que construye Yáñez son fragmentarias, por cuanto
los temas que abordan se interrumpen y no se vuelven a tocar; no hay un sentido de una
idea acabada o cerrada, sino de algo inconcluso, sobre lo cual no hay un parecer
concluyente. Una escritura fragmentaria implica una construcción a través de relatos breves
Mayne-Nicholls 230
y separados, que, aunque entregan una idea general, no están diseñados para ofrecer una
incompletitud es la forma en que se organizan las estampas de Yáñez. Es con esa lógica
fragmentaria que el libro pasa de hablar de las sensaciones del primer miedo de infancia al
goce de ver pasar los cortejos fúnebres desde la ventana enrejada de la casa familiar. O de
pasar de hablar de la sala de juegos a los terrores nocturnos. Por supuesto, sigue habiendo
un eje: las sensaciones de infancia. pero al tratarse justamente de sensaciones, estas no son
Mi madre guardó silencio, pensando quizás que por primera vez yo, tan verídica,
decía una mentira. Me miró a los ojos con asombro y yo sentí que una neblina de
lágrimas empezaba a empañar mis pupilas, pero no habría podido explicarle —ni a
ella ni a nadie— qué clase de cosa era la que, cada mañana, me arrebataba sin querer
la niña María Flora (el personaje en las páginas del libro) no es capaz de explicarle a su
madre cuál es el problema que tiene con la niña que usa el tranvía a la misma hora que ella.
Pero no puede explicarle “ni a ella ni a nadie”. Es decir, incluso con el paso del tiempo, con
el hecho de que hay una narradora adulta que podría reflexionar al respecto, todavía no es
capaz de arrojar alguna luz acerca de esos sentimientos que surgían cada vez que la niña se
subía al tranvía como si se tratara de una intrusa, que la afectaba a tal extremo que ya no
podía seguir adelante con sus ensoñaciones, sino que “[t]oda mi atención, toda mi
48). La narradora comparte lo que significaba para ella, pero no entrega razones: ¿por qué
Mayne-Nicholls 231
la niña es una intrusa?, ¿por qué es/está desteñida? Las respuestas obvias de que la niña
está ocupando un espacio en el tranvía o que su cabello es rubio son insuficientes, porque
la construcción del relato implica esa imprecisión, el transmitir esas sensaciones que
María Flora. De hecho, no se la sitúa en tiempos específicos, sino que se opta por
construcciones ambiguas. Eso es lo que sucede cuando dice “la más lejana infancia” (11),
para entregar un relato en que la niña ya camina, como se desprende de “Mi madre… nos
coge de la mano y nos arrastra hacia la calle” (11); es decir, ese tiempo lejano tal vez se
refiere a lo que la narradora identifica como sus primeros recuerdos. Una de las pocas
estampas en que conocemos la edad de la niña es “La carta que no llega”, en que María
Flora tiene ya catorce años. El episodio está hacia el final del libro, lo que podría hacer
pensar en que la niña ha ido creciendo a medida que las páginas avanzan. Sin embargo, la
última estampa, “Visiones en la oscuridad”, vuelve a presentar a una María Flora más
pequeña, que tiene miedo de entrar a la casa que está vacía y a oscuras. Las citas “Los niños
estamos embriagados de júbilo” y “¿No ha olvidado algo, niñita?” (Visiones 131) tienen
las marcas textuales que nos hablan acerca de que estamos nuevamente frente a una niña
pequeña.
Este vaivén que se configura tiene sentido por cuanto Visiones de infancia es un
texto sobre los recuerdos, y cuando pienso en la forma en que funciona la memoria, veo la
que se va y viene entre los recuerdos, yendo más lejos o más cerca sin ninguna progresión
Mayne-Nicholls 232
temporal lógica. Las asociaciones que se hacen para pasar de un recuerdo a otro no se
apoyan necesariamente en una ordenación basada en el tiempo, sino que puede descansar
en analogías, olores y sonidos, entre otros, que unen memorias que pueden estar alejadas
en el tiempo. Esta perspectiva no lineal tiene sentido en este caso, ya que Visiones de
infancia no es el relato de una historia. No es que haya principio, desarrollo y desenlace en,
pero desordenados —lo que más bien representa una estrategia para generar suspenso; estas
fragmentario de estas. Por el contrario, lo que puedo apreciar es que la narración utiliza las
estrategias retóricas que necesita para abordar el tema de los recuerdos difusos. Este tipo
de narración no lineal permite que, como lectores, podamos mantenernos en la fantasía del
Esa evasión de lo lineal implica, por cierto, apartarse de las relaciones de causalidad,
de tal manera que la narración no se introduce en los por qué ni tampoco en los desenlaces.
Por ejemplo, las muertes de los hermanos (Lolito e Inés) no aparecen juntas en el relato ni
Inés, no se sabe cómo afectó la vida familiar después ni si se tuvieron más resguardos con
respecto a la salud y bienestar de los otros hijos, sino que la narración se enfoca en
transmitir los sentimientos que despertó la pérdida de Inés en ese momento, y no cómo esa
pérdida pudo seguir afectando a la niña María Flora en el resto de su infancia. Desde esta
misma perspectiva, se entiende que la última estampa no sea un cierre del relato, sino que
mantiene la idea de que podrían sumarse más estampas con más recuerdos.
Una tercera característica del género de estampas desarrollado por Yáñez en este
libro es que los recuerdos son configurados de una manera difusa. La narración no busca
establecer un recuerdo fijo e inmutable, no se trata de establecer una verdad con respecto a
Mayne-Nicholls 233
más de las impresiones de la niña que de conformar los contornos de los recuerdos. Esto
con la familia. Sucede con la estampa dedicada a Misabel, la que es narrada en segunda
relato íntimo dirigido a Misabel —casi olvidando que hay lectores afuera del texto, de lo
que sí hay conciencia en otras estampas— tiene sentido que no le explique quién era. A
través de la narración se sabe que Misabel tuvo una vida difícil, que no obtuvo de la vida
lo que habría querido, pero no se sabe por qué. Más que apelar a la compasión diciendo
claramente qué le había sucedido a Misabel, lo que la narradora hace es estampar cómo se
sentía a través de ciertos objetos que arrancan recuerdos y que llevan a saltar en el tiempo,
siguiendo el relato de esas conexiones. Los bordados, las tazas de porcelana, las cartas que
escribía, el papel de seda, las zapatillas de baile, todo apunta a mostrar una mujer que fue
“Ansiaste trabajar, ganar con tus manos de hadas unas migajas de independencia,
aprendiste desde siempre a hundirte en la sombra” (Visiones 101). Este fragmento muestra
mujeril. Esta perspectiva atraviesa el libro de Yáñez. La estampa “Carolina” tiene una
dirigidas, casi como una conversación sin respuesta, a su mejor amiga de la infancia, quien
cómo las niñas María Flora y Carolina intercambiaban mensajes en clase. La segunda parte,
Mayne-Nicholls 234
en cambio, aborda cómo sus caminos se separaron después de salir del liceo, debido a las
distintas vidas que llevaron. Mientras María Flora pasa sus días en un medio privilegiado
social y económicamente, Carolina ha terminado viviendo en una casa pobre con cinco
hijos que mantener. “Hace tiempo que no pertenezco a tu medio y seguiré bajando, bajando,
sabe Dios hasta dónde” (Comarca 70), le dice Carolina a María Flora cuando se
reencuentran. La situación de su amiga hace posible que la narradora aborde el tema del
son parte de la petite histoire que construye la narradora, no con un afán trivial. De hecho,
(1978), en que los problemas representados no son un mero escenario, sino que tienen una
perspectiva política: “El problema se vuelve entonces tanto más necesario, indispensable,
en su interior” (Deleuze y Guattari, Kafka 29). Sin construir un texto detallado en torno a
Misabel o Carolina —puesto que son más los aspectos que se intuyen que los que se
décadas del siglo XX en Chile, en que eran subordinadas, silenciadas y duramente afectadas
por los prejuicios sociales. El espacio reducido de la familia de la niña María Flora logra
la condición de los niños y niñas. “¿Será una conciencia feminista?” (133), se pregunta
Eliana Ortega, sin poder dar con una respuesta unívoca. Mi respuesta es sí, hay una
conciencia feminista, que no se manifiesta de forma directa, sino que como estampa: difusa
y fragmentariamente.
Mayne-Nicholls 235
La estética de la fragilidad
Las estampas son el modelo narrativo que Yáñez usa para relatar sus sensaciones y
recuerdos de infancia. Las estampas con su carácter fragmentario, difuso, no lineal, pero
con una perspectiva política, están en una estrecha relación con la forma de narrar y con
aquello que se relata a lo largo del libro. He llamado a ese cómo se narra y qué se narra en
Yáñez, estética de la fragilidad, porque el estilo de escritura de los textos se construye desde
una noción de la fragilidad, por cuanto al relato se le escapan los detalles precisos (fechas,
nombres, ubicaciones), pero persisten las impresiones y sensaciones. La segunda es que los
mismos hechos de infancia que se relatan se instalan desde la noción de lo frágil, es decir,
la vida es vista como inestable. De tal forma, Yáñez construye una estética de la fragilidad
que da cuenta de un imaginario —el bloque de infancia que la autora lleva consigo— de la
fragilidad.
sensorial, antes que un relato de hechos. Si la escritura sobre la propia infancia implica una
nostalgia del pasado, en Yáñez esa nostalgia no es por los sucesos y anécdotas que tuvieron
lugar durante su niñez, sino sobre las sensaciones, las emociones, las impresiones que esos
sucesos significaron. Esto está en concordancia con esta especie de advertencia que la
autora ha incluido en la primera edición del libro: si abrimos las páginas, no encontraremos
historias detalladas. Lo que encontramos son estampas en que se usó poca tinta, por cuanto
la recuperación de las sensaciones es tal vez más ilusoria que la recuperación de los hechos.
Esta narradora adulta está tratando de comunicar lo que sintió de niña, y eso resulta
prácticamente inefable. La estrategia con que se logra este propósito es centrar la narración
en lo sensorial. Es así que en “En el primer miedo” el terremoto como tal no tiene
relevancia: qué tan fuerte fue, cuándo ocurrió, qué consecuencias tuvo en la ciudad. Esas
Mayne-Nicholls 236
preguntas que van tras la información y los datos, no aportan nada al relato personal, el que
se traduce no en el qué, sino en el cómo: cómo hizo sentir a la niña ese terremoto, que debe
haber dejado una marca por cuanto constituye el hito de creación del miedo en la vida de
la niña. Antes de eso no existía el temor, después de eso será una constante, y es por ese
motivo que es necesario precisar que se trata del primer miedo experimentado.
Por una parte, el miedo es representado como aquello que pone fin a la novela
mientras ejecuta gestos insignificantes y habituales … Sus manos corren presurosas sobre
el claro tejido. Madejas de lana… Ovillar. Ovillar y después tejer” (Visiones 11). Hasta ese
momento la vida no fluye, sino que “transcurre inmóvil” (Visiones 11). Yáñez utiliza esa
imagen del transcurrir detenido para graficar cómo es percibido el paso del tiempo en la
inseguridad, la actuación brusca de los adultos, modifica ese letargo. Por otra parte, el
miedo se narra a través de la personificación, recurso que se utiliza a lo largo del libro en
distintos momentos: “… mis ojos de niño ven una especie de fantasma gigante, de color
gris oscuro, con grandes alas abiertas, que entra a las casas de súbito sacudiéndolo todo, y
que desaparece luego, no se sabe por dónde” (Visiones 12). Al representar al miedo como
implica que una niña se enfrente con un suceso desconocido. El hecho de que es una
emoción intensa está dada por el uso de adjetivos que se centran en el tamaño de la bestia
(gigante, grandes), y también porque se trata de algo arcano, por cuanto es difícil de precisar
(lo que se expresa en la elección del espectro como encarnación del terremoto), porque es
sus causas ni sus motivos). “No tuve tiempo de precisar si su rostro era de hombre o de
Mayne-Nicholls 237
pájaro” (Visiones 12), agrega después la narradora, expresando de esa manera la fugacidad
temores sin causa ni explicación. Como tales, el relato sensorial es utilizado en la narración
como una forma de transmitir cómo se sentía y qué se experimentaba cuando había miedo:
“siento la fragancia que llegaba por ráfagas en matices cambiantes e infinitos hasta
no reconoce límites al hablar de sensaciones, sino que los presenta de formas novedosas
como una manera de comunicar la indecibilidad de lo sentido. Es así como en esta estampa,
solo el color gris el que resulta fantasmal, sino el gris junto con esos aromas que se van
modificando a medida que se acercan hasta la niña María Flora. La fragancia tampoco es
aterradora en sí misma, sino por su mutabilidad, por la forma de acercarse como en olas
que imprimen nuevos olores, y porque pareciera que nunca van a desaparecer, sino que se
proyectan hasta el infinito, como una manera de transmitir que el principal temor que el
miedo involucra es que nunca vaya a desaparecer, sino que nos acompañe por siempre. Eso
concuerda con el hecho de que esta estampa está narrada en presente, como si ese miedo
El poner todos los sentidos alertas y vertirlos en las páginas de las estampas es una
manera que encuentra la narradora para transmitir lo inefable, pero también busca transmitir
una mirada de infancia, en el sentido de que lo que la infancia ve se va renovando cada vez,
aprendidos. Es así como “la vieja carreta hortelana”, algo que parece común y corriente, y
Mayne-Nicholls 238
que ha estado usándose durante años siempre para el mismo propósito, en la narración es
descrita como “olorosa y crujiente” (Visiones 67). El sentido del olfato es resaltado en gran
parte de las estampas, muchos hechos y lugares son aprehendidos a través de los olores que
pero decir que, además, es crujiente, sí invita a ver la vieja carreta con una mirada nueva, a
fijarnos no en cómo luce, sino en cómo suena la madera cuando la carreta se mueve. En el
mismo sentido las experiencias siempre nuevas y diferentes que tienen lugar en los jardines
a través del olfato, y su aroma es el del “verdor virginal de ilusiones” (Visiones 95). Esa
descripción permite reflexionar acerca de sobre qué está realmente hablando: sobre los
segunda característica de esta estética de la fragilidad: el uso de una retórica que, en vez de
que prefiere no ser pronunciado o que no se sabe cómo llevarlo a la página. El paratexto
introductorio de Yáñez ya hablaba de eso, al puntualizar que los recuerdos son apenas unos
reflejos difíciles de establecer. Una de las marcas textuales más claras en este respecto es
el uso de los puntos suspensivos que se presenta cada vez que la narradora necesita una
forma de continuar el relato sin exponer detalles o enunciados demasiado pesados. “Tantos
rostros…” (Visiones 80) se limita a exponer la narradora cuando quiere hablar de todos
aquellos que los antecedieron en la casa de Lo Herrera y que dejaron su marca en cada
rincón. En esa misma estampa enuncia “Don Esmeraldo pegándose un tiro…” (Visiones
Mayne-Nicholls 239
80), pero, en realidad, no quiere profundizar acerca del drama ocurrido, menos llamarlo
deseo de sugerir en vez de conformar, proponer en vez de poner término. “En verdad, para
qué vuelvo…” (Visiones 81) anota hacia el final del libro, en lo que en una primera lectura
cargado de tristezas. Pero no son necesarios los puntos suspensivos para enfatizar ese punto,
porque la estampa ha girado, en gran medida, en torno a las tristezas vividas, por ella y por
otros, en esas tierras. Cuando se asume esa condición, estos puntos no son el temor a
pronunciar algo —después de todo, eso ya ha sido expuesto—, sino a dejar posibilidades
para volver. En este caso, los puntos se constituyen como marcas sugerentes que indican
oportunidad. De todas maneras, hay temor en esa situación, porque el miedo es un motivo
que atraviesa el libro, pero aquí hay posibilidades de ser y hacer, a pesar del temor.
Este relato a través de los sentidos o que privilegia los sentidos que observo en
Visiones de infancia, a la vez que evade el concretar el relato, optando por sugerir antes
que precisar, da cuenta de un imaginario de una infancia que es leída principalmente desde
su vulnerabilidad. Este texto nos muestra una sociedad que está cambiando, en que la
todavía se mantienen los ritmos de los comienzos de la república. “Cierto día, mi padre
obsequió para su cumpleaños a mi madre un flamante coupé con dos briosos caballos
Mayne-Nicholls 240
alazanes” (Visiones, 1947, 51191), relata Yáñez en el comienzo del capítulo “La parentela”.
En ese carruaje tirado por caballos, la niña María Flora se sube con su madre para realizar
la gira de visitas familiares que llevan a cabo una vez al mes. El extracto nos permite
reconocer el ambiente social y económico en que vive y crece María Flora Yáñez. Es un
mundo de abundancia. Gracias a eso pueden asistir a los cambios que el país está
Herrera que Eliodoro Yáñez comprara cuando sus hijos eran pequeños. “El fundo se
humilladas” (Visiones 78). Los cambios implican reemplazos: algo es desechado para que
los elementos del nuevo orden tengan espacio. También en Lo Herrera: “Un flamante break
tirado por briosos alazanes y después un automóvil reemplazaron al coche de trompa que
fue a dormir entre los trastos viejos” (Comarca 35). Esos hitos de la modernización en
Chile son mirados con asombro por la narradora de Visiones de infancia, pero solo
constituyen parte del contexto en que se insertan las estampas. Además, permiten establecer
una especie de contrapunto o dejar en evidencia que ese mundo de luz eléctrica está lleno
de contradicciones.
Hacia fines del siglo XIX, la modernización adquirió tal grado de desarrollo que el
cultura de masas y desintegración social que afectaron a todos los estratos sociales
y grupos de edad. La sensación de crisis que dominó a la clase dirigente hizo visible
nuevas realidades …, transformadas por primera vez en un problema (J. Rojas 209).
191
De ahora en adelante, todas las referencias marcadas como Visiones provienen de la edición original de
1947. Las citas provenientes del texto reformulado se tomarán de Comarca perdida y estarán referenciadas
simplemente como Comarca.
Mayne-Nicholls 241
esa movilidad social. Recuerda su hija: “De adolescente era muy pobre y partía a pie desde
La Chimba hasta el Instituto Nacional. Sus compañeros se reían a causa del sobretodo
demasiado grande” (Historia de mi vida 297). Por el lado materno, en tanto, provenían de
que lleva a María Flora Yáñez a considerarse de clase media; pero ya sea por la exitosa
carrera del padre como por los contactos de la familia de la madre, María Flora está
día tras día recibe a intelectuales y políticos en las tertulias nocturnas. Este éxito se palpa
justamente en esos avances de los que la familia goza, como la luz eléctrica y el automóvil.
el centro del mundo capitalino, ya que viven en la calle San Antonio en “pleno corazón” de
Santiago (Comarca 9). En esa calle hay grandes casonas (como aquella en que vive Yáñez),
un parque a pocas cuadras, pero todavía se mantiene en una etapa premodernizadora. Como
relata Yáñez: “Es escaso el tránsito y no hay aún en ella ni tiendas ni restaurantes de lujo.
… No hay rascacielos que detengan la vista” (Comarca 9). Lo que define el escenario en
calle de los funerales, los hay humildes y grandiosos, tristes y alegres” (Comarca 10). A
los niños del relato les encantan los entierros, porque disfrutan de la oportunidad de
asomarse a la ventana e interactuar con los dolientes, lo que habla acerca del encierro que
viven María Flora niña y sus hermanos y lo separados que se encuentran del resto de la
sociedad. De hecho, para que los niños del libro interactúen necesitan que los demás vayan
a su casa. Así veremos que gran parte de los encuentros que Yáñez rememora en el texto
Mayne-Nicholls 242
ocurren dentro del hogar familiar, en general, en el contexto de las tertulias vespertinas.
Aunque los niños disfruten de la multitud —mientras pegan “nuestras caras al enrejado de
las ventanas” (Comarca 10)—, los funerales tienen que ver con la muerte, con la pérdida,
con los que desaparecen. De esta manera, el relato sobre los entierros y los
un continuo relato sobre aquellos que van muriendo, la mayor parte de ellos, siendo muy
jóvenes.
Esta estampa sobre los funerales expone el tema de la fragilidad: del tiempo, de la
vida, de las relaciones y los afectos. Tarde o temprano todo esto desaparece. Esto se observa
especialmente en el caso de los niños y niñas. Hacia el cambio de siglo “[u]no de los
principales objetos de atención sobre los que se volcó la atención pública fueron los niños…
La mortalidad dejó de ser considerada algo inevitable y la ciencia médica se trenzó en una
lucha frontal por disminuir los mortales indicadores” (J. Rojas 209). Efectivamente, las
primeras décadas de 1900 destacan por la fragilidad del cuerpo infantil y las tasas de
mortalidad infantil eran muy altas en todo el Cono Sur. Esta realidad será abordada por
Aunque la muerte de los niños aparece en varias estampas, las principales están
enfocadas en la muerte del hermano mayor y de una hermana menor. La primera estampa
otros. En “El niño del retrato”, la narradora recuerda el cuadro que colgaba sobre la cama
de su padre: “un niño de tres años, vestido de terciopelo azul… Era nuestro hermano mayor,
Lolito, muerto poco antes de cumplir los tres años” (Visiones 19). El primogénito, quien
Mayne-Nicholls 243
también llevaba por nombre Eliodoro, se ha convertido en una entidad inalcanzable. María
Flora y sus hermanos no lo conocieron y nadie les habla acerca de Lolito. La narradora
expresa sus deseos de “indagar con mis padres detalles de esa etapa sonriente y ya lejana
[de Lolito]. Pero nunca tuve el coraje de hacer ni el gesto ni la pregunta necesarios, porque
el solo nombre, la sola evocación del niño del retrato, aún después de tantos años, removía
pérdida del hijo, pero estableciendo una distancia. Para ella el hermano muerto no es más
que un vívido, aunque polvoriento, retrato en el dormitorio de su padre. El acento que pone
en la idea de un “altar polvoriento” nos lleva en dos direcciones. Por un lado, el vínculo
entre el padre y el primogénito muerto, que lleva a dejarlo suspendido en un presente eterno
como podría serlo la representación pictórica del niño. La palabra altar implica, además,
que se le rinde una suerte de adoración o, por lo menos, de recuerdo. Entonces, y he aquí
la segunda dirección, por qué está polvoriento. ¿Es que nadie puede entrar al cuarto de
Algo sabe la narradora, sin embargo, de la muerte del hermano, frases que ha
escuchado, pero que no estaban dirigidas a ella: “el regocijado viaje a Quilpué en busca de
desconoce el mal y mata al niño lentamente con fuertes dosis de antipirina… el retorno a
Santiago, trayendo al único hijo dentro de un ataúd…” (Visiones 20). El relato armado a
que hablar de la muerte de los hijos es un tema difícil, de tal manera que no es posible dar
cuenta de un relato hilado y configurado. Yáñez abordará este tema desde su propia
perspectiva en Historia de mi vida, con el relato de la muerte de dos de sus hijas pequeñas,
Mayne-Nicholls 244
el que también es expuesto con dificultad, casi tangencialmente. Así, más que transmitir
los hechos acerca de esas pérdidas, lo que hace es transmitir el dolor de la pérdida. En ese
sentido es que propongo esta estética de la fragilidad. No es solo que el imaginario de Yáñez
esté construido con base en lo frágil, esto es que su visión de mundo es que los seres y los
afectos son vulnerables; sino que la retórica de Yáñez se construye desde ese mismo
planteamiento, abordando los episodios a veces desde la periferia, sin decir claramente qué
pasó, y centrándose más bien en las sensaciones que la pérdida deja. Se entienden de esa
manera los puntos suspensivos, las insinuaciones, cómo trata de construir las estampas con
cuidado, como si los recuerdos fueran a resquebrajarse si se fuera más directo o más
explícito.
Lo muestran también las poesías de Gabriela Mistral. Por ejemplo, “Piececitos” (71-72),
que es una de las canciones de Ternura (1924)192. Un texto en que la voz poética protesta
por la precariedad y la desprotección a la que están afectos los niños, y también contra la
completa desidia de los adultos que permiten que los niños mueran de frío. Mistral también
lo aborda desde la perspectiva del temor ante la pérdida del hijo en las canciones de cuna:
“Y por eso temo, / al quedar dormida, / se evapore como / la helada en las viñas…”
misma forma que Yáñez enfatiza que nada hacía prever que las vacaciones en la playa
podemos ver que el bloque de infancia que Yáñez ha construido de su propia experiencia
192
“Piececitos” inicia la sección “Otras canciones” en esa primera versión de Ternura. En la edición de
1945, pasará a encabezar el apartado “Casi escolares”. Mistral arma un diálogo entre ese poema y el
siguiente, “Manitas” (126), en que también aborda la indiferencia de los adultos.
Mayne-Nicholls 245
tiene que ver con esa sensación de fragilidad, del tiempo y de los cuerpos. El bloque de
método de escritura.
El episodio sobre Lolito da cuenta del nivel que alcanzaba la mortalidad infantil en
la época, por cuanto no es la exposición del niño en situación vulnerable, como en los
“Piececitos” de Mistral, sino del hijo único de una familia de la élite santiaguina. La
mención del doctor muestra que no se manejan bien las enfermedades que afectan a los
niños y las formas particulares en que estas se manifiestan. Recién en esta época empieza
a considerarse que la mortalidad infantil no tiene por qué simplemente aceptarse, y hay una
organización a nivel estatal para disminuir las cifras. En este contexto se entiende, por
Visiones de infancia hay una crítica y una posición política frente a la condición vulnerable
de los niños, en especial desde el punto de vista de la negligencia médica y las diferencias
notorias entre la capital (donde están los recursos) y la provincia (donde los recursos y la
vida de los niños y niñas, sino que el centro de la narrativa es construir una representación
de precariedad de la infancia.
narradora habla de una hermana que murió a los siete años. A diferencia del relato sobre
Lolito, este está lleno de emociones y recuerdos personales, porque la narradora conoció a
Inés. En la narración se presentan breves momentos en que la niña María Flora se fijaba en
Inés, por lo cual logra transmitirnos su imagen de la niña, en vez de la imagen mediada por
Mayne-Nicholls 246
el retrato y el silencio de los padres en el caso de Lolito. El que la narradora haya sido
testigo de la vida y la muerte de Inés, no implica que haya más detalles. Por el contrario, la
por ejemplo, a Inés la define como “una llama pálida y temblorosa” (Visiones 41). El relato
da a entender que los niños no han tenido acceso a Inés durante los dos primeros años de
vida de la niña, lo que habla acerca de que los adultos tienen conciencia del carácter frágil
de los niños. A los dos años, Inés se les es presentada en términos de advertencia: “Traten
a su hermana con cuidado, con gestos suaves. Es distinta de los demás” (Visiones 41). Ni
la madre ni la narradora explican cuál era el problema de Inés, sino que todo lo que dice —
a insistencia de la niña María Flora— es medido: Inés “siente más, mucho más que Uds.”,
“Es demasiado fina… Cualquier cosa la puede romper” (Visiones 41). ¿Está enferma Inés?
transmite, reforzando la idea de que no existe una comunicación abierta entre padres e hijos.
La narradora construye a una Inés que parece casi translúcida, que habita un mundo
propio y que los demás no ven. Pero María Flora ha sido capaz de verla en algunas
ocasiones. “Cualquier rumor la amedrentaba y entonces abría inmensos los ojos verdes …
niños, pero permanecía inmovilizada al borde del bullicio, llena de timidez y de pudor…”
(Visiones 41-42). Inés me recuerda a las que no danzan de la ronda mistraliana; es como la
niña inválida, la quebrada y el pobre cardo (“Los que no danzan” 64), solo que en este caso
que se queda a los pies del monte y nunca sube a la ronda. En los episodios que se relatan
nunca los niños interactúan con Inés. La narradora siempre la mira de lejos y no se atreve
Mayne-Nicholls 247
a hablarle, pero tampoco pareciera haber sido motivada a dirigirle la palabra. Inés solo tiene
cercanía con su madre: “Iba siempre cogida de los flecos de seda de un chal de cachemira
próxima a caer al suelo” (Visiones 42). Como Lolito, Inés muere lejos del hogar, en una
¡Estaba ella tan fría, tan inmóvil, y sin embargo, tan igual a sí misma! Había
párpados bajos parecía mirarnos desde su soledad. Pensé que en el rostro de cera
había un reproche para mí, para todos los niños. ¡Qué poco la entendieron y qué
retazos, algunas vetas de lo que sucedió. Para ello se apoya en un uso del lenguaje más bien
poético: antes que describir situaciones, configura imágenes y evoca sensaciones. Todo el
episodio de la muerte de Inés, por ejemplo, está relacionado con flores y lo que estas
evocan. Primero están los nardos blancos que enmarcan el cuerpo, y que en la versión de
1960 se convertirán en lirios. Los nardos, cuyo tallo es espigado, acogen muchas pequeñas
flores, mientras que los lirios son más grandes y abiertos. Luego menciona los rosales que
en algún momento significaron para ella la posibilidad de nuevas sensaciones. Y por último
están los cardenales rojos y las enredaderas que cubren la casa de la que se alejan sin Inés:
“la fragante casa de madera que nos ha traicionado” (Visiones 46). De esa manera olores y
colores son usados para transmitir la idea de la pérdida, en vez de explicitarla en el discurso
de la estampa.
Mayne-Nicholls 248
la fragilidad que construye Yáñez. Aunque la enunciación es la de una adulta, esta trata de
Flora. Es a través de ese personaje y su perspectiva, que la narradora se atreve a decir que
la familia aristocrática era rancia (“La parentela” 52) o que “[l]a hipocrecía (sic) social, las
mediocridad” (“Misabel” 101). Porque, a pesar de que se resta de explicitar los hechos, eso
Hacia el final del libro la narradora dice: “A veces se obtiene más sabiduría en mirar
cómo tiemblan las hojas que en leer textos complicados. Así pienso, ahora, a menudo”
(Visiones 123), con lo cual cristaliza o da respuesta al por qué tratar de recuperar la mirada
de la infancia, la que sería la capaz de detenerse en ver las hojas sacudirse en el árbol. Hay
en este caso un cierto rechazo al introducirse en la lógica adulta, en la que todo está mediado
por el lenguaje, mientras que los niños están fuera de ese lenguaje, y en vez de introducirse
en devaneos acerca de cómo son las cosas, van a las cosas directamente. Pero esta mirada
que le parece a la narradora tan cristalina, que puede ser crítica o compasiva, incluyendo
los matices que hay entre uno y otro extremo, es construida como marginal. La infancia de
las Visiones no ocupa un lugar protagónico dentro del ambiente familiar, sino uno que se
El lugar que ocupa la sujeto niña se relaciona con el contravenir el ideal de inocencia
que las niñas y niños no son abordados como sujetos iguales a los adultos. Hay una
Mayne-Nicholls 249
llama la atención el hecho de que se centre en el vínculo entre padre e hijo, pero sin dibujar
jamás una imagen de nostalgia o dolor del padre. Es la niña María Flora la que busca el
retrato y lo mira, es ella quien reflexiona al respecto, pero no tenemos ninguna imagen del
padre mirándolo; el hecho de que el retrato esté polvoriento hace pensar que ni siquiera lo
toca. “Mi padre era para nosotros una divinidad algo lejana. Lo sentíamos distante y
contrasta con la visión de la madre, que es apego, como se la construye en el capítulo “Se
llamaba Inés”: “Mi madre, con su sola presencia, creaba un ambiente cálido y acogedor.
Presidía con extraordinaria sencillez, sin abandonar el bastidor de malla o los palillos de
tejer, vestida siempre de oscuro y, sobre los hombros, un chal ligero o una clara echarpe”
(Comarca 60). La narradora describe una perfecta diferenciación genérica de los sexos. El
acerca de la infancia, es decir, que compartan la creencia de que los niños necesitan ser
protegidos, porque no saben ni conocen acerca del mundo. Esa protección es extensa en
sus alcances, porque implica desde la seguridad física hasta el que no se entere de ciertos
temas que son considerados no apropiados 193 para los infantes. Es lo que pasa con Inés, por
ejemplo, siempre protegida, es decir, separada de sus hermanos y de los juegos infantiles.
En realidad, todos los niños Yáñez de Visiones de infancia viven en un mundo protegido:
193
Qué temas no serían apropiados para los niños depende del grupo familiar y de la sociedad, pero muchas
veces abarca el saber sobre el sexo y la muerte.
Mayne-Nicholls 250
característica natural de los niños y niñas: su inocencia. Sin embargo, parece que el ideal
de una infancia inocente tiene que ver más con la formación de un ideal de niñas que uno
de niños. Se observa en una primera diferenciación que hacen los padres de Yáñez y que la
está convencido de que sus hijos e hijas deben aprender inglés. Los niños ya cuentan con
un tutor, y para que María Flora pueda seguirles el paso, se contrata a una institutriz inglesa.
La niña, sin embargo, se niega a dejarse enseñar por la joven Miss Hutchinson, a quien le
hace un vacío durante meses hasta que su padre decide que vuelva a Inglaterra. La niña,
finalmente, se educará junto con sus hermanos y primos con el tutor inglés Mr. Bingles.
Esta separación entre sexos implica que las niñas aprendan una cosa y los niños, otra. Inés
Echeverría explicaba que se contentaban tan solo con que supiera cómo llevar una casa
adelante, es decir, las niñas eran preparadas para casarse. Pero, si bien los padres, Eliodoro
y Rosalía, son dibujados como perfectos representantes de los modelos binarios de hombre
idealización de la niña.
El problema que plantea establecer patrones ideales de cómo debe ser una niña es
que aquellas que se alejan de ese ideal son discriminadas o apartadas, porque se desconocen
las experiencias individuales de cada una. En este sentido, se entiende el recurso que utiliza
Yáñez de construir un personaje niña que permite utilizar el constructo de inocencia como
una forma de camuflarse y alzar una crítica. Esto posibilita a Yáñez regresar más que por
un afán de rememorar, o además de ese tono nostálgico, para ejercer una crítica, en
consonancia con lo que postula Jeftanovic sobre las voces de infancia en la narrativa. La
construcción que realiza Yáñez gira en torno a aceptar y rechazar el concepto de inocencia,
que ya es una noción complicada, usada popularmente en distintos sentidos: para decir que
Mayne-Nicholls 251
los niños tienen un aspecto angelical, como de fuera de este mundo; para decir que son
puros, intocados; para decir que no saben nada acerca de la vida, lo que se vincula con otro
término: ignorancia. “Innocence is all about what you lack (guilt, guile, knowledge,
experience) or what you cannot do”194 (Gubar 121). Nuevamente nos encontramos frente a
la expresión del niño y la niña como aquello que no es, lo que le falta, en el fondo, para ser
un adulto, como si los niños y las niñas fueran siempre una entidad en vías de ser en el
futuro; mientras crecen, entonces, en vez de ser algo serían la falta de algo. Y, sin embargo,
niñez. De hecho, parece que es la narradora adulta la que siente la falta de algo que trata de
la infancia.
niñas: “actual children might encounter pressure and even anger from adults if they fail to
live up to this static, angelic ideal”195 (Gubar 124). La niña María Flora, ciertamente, no es
un “actual child”, sino una construcción literaria, pero está configurada como una niña que
no logra cumplir con el modelo impuesto por los padres. Es lo que sucede, por ejemplo, en
el episodio “La inglesa” y la rebelión de la niña en contra de la institutriz inglesa, que solo
acepta decirle “yes” a Miss Hutchinson. El padre primero trata de convencerla: “¿No ve el
beneficio que trato de hacerle? ¿No siente que es necesario, indispensable, saber inglés?
Una lengua más es como un alma más” (Visiones 30). Ante esa apelación, la niña ideal
debería haber contestado, pero María Flora ni siquiera lo mira a los ojos, lo que redunda en
194
“Inocencia es todo aquello que te falta (culpa, astucia, conocimiento, experiencia) o lo que no puedes
hacer”. La traducción es mía.
195
“Los niños reales podrían encontrar presión e incluso ira por parte de los adultos si ellos no logran vivir
según las expectativas de este ideal estático y angelical”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 252
la rabia del padre: “¡Hay niños que son asnos! ¡Asnos!” (Visiones 30). Es decir, cuando la
niña no actúa como se espera, que ceda, que sea obediente y gentil, es castigada, pasando
de ser apostrofada con respeto a ser llamada asno. Lo que lleva a la niña a triunfar en su
La niña María Flora pone en aprietos también a la madre, tratando de averiguar más
acerca de su hermana Inés, pero sin obtener una respuesta directa. En este caso, el relato se
centra en la inocencia como ignorancia, en ocultar ciertas cosas que, supuestamente, los
niños no sabrían manejar. Se plantea, entonces, una paradoja, si los niñas y niños no saben
cómo actuar es porque no tienen experiencia, que es precisamente lo que se está evitando
experiencia, se deberán buscar otros caminos, ya que, en Santiago, la vida ocurre puertas
adentro. Puertas afuera, la niña siempre será representada en compañía de un adulto que la
Esta mirada marginal de la niña que no respeta el ideal, hace que el personaje de
María Flora se mantenga alejada de sus hermanas, las que ni siquiera son individualizadas,
siquiera el recuento de alguna charla trivial. Las hermanas no comparten con María Flora,
y la narradora tampoco las considera en las estampas. El único momento en que la narración
… al otro lado de la mesa, ella vio algo que relucía sobre la mesa y que atrajo
violentamente su atención. Esta vez se atrevió a actuar y estiró los deditos finos para
coger el objeto deslumbrante. Pero una mirada severa —de no sé qué rostro— la
detuvo. Entonces, sacudida de uno de sus terribles miedos, retiró un poco la mano
Mayne-Nicholls 253
ansiosos, como se contemplan las cosas que se verán por última vez (Visiones 43).
La narradora se detiene en eso que define a Inés con una niña con carácter propio
y no como un apéndice de mamá, aunque se cuelgue de ella la mayor parte del tiempo. A
pesar de todo, Inés tiene una experiencia propia de infancia, una subjetividad que la lleva a
intentar salirse del molde. Las breves demostraciones de agencia de Inés son suficientes.
“…esa pequeña mano —esa mano que nunca más se atrevería— detenida en el aire un
instante, apareció ante mis ojos de niño como algo infinitamente vulnerable y precioso”
(Visiones 43). Que la niña actúe por voluntad propia, con independencia, resulta, en este
ambiente, algo frágil y maravilloso al mismo tiempo. Inés tiene todo en contra: es una niña
con algún problema de salud, presumiblemente, lo que la hace estar protegida doblemente.
En ese contexto, encontrar el momento para actuar con agencia parece complicado. Y es
actúa y, por lo tanto, no acumula experiencias. “El corral protege del lobo, ya se sabe; pero
también encierra” (Montes 24) es algo que pareciera cumplirse también aquí. El encierro
como la que propone Mistral en las rondas. Frente a la participación colectiva y orgánica
del corro mistraliano, la niña representada por Yáñez está sola, intentando actuar, pero solo
niña, de su esfuerzo por actuar fuera del molde y del temor de hacerlo. Las niñas María
en que el personaje niña es ubicada al interior de la casa, dando cuenta también del carácter
solitario con que la niña es representada en Visiones de infancia. En ese contexto, el espacio
de la noche representa algunas de las estampas más inasibles, por cuanto no se centran en
un suceso particular expuesto de manera evasiva, como otros episodios. En estos casos, la
oscuridad. En el capítulo “Sensaciones”, la narradora se deja llevar por imágenes casi como
infancia hace que esas impresiones se actualicen, y como tal la narración se hace en tiempo
presente. Estos episodios se relacionan con la idea de los terrores nocturnos: durante la
noche la narradora le teme a lo que no conoce y que parece surgir de lo que está más allá
de su dormitorio.
El uso de la forma verbal en pasado es casi constante a lo largo del libro. Sin
la atención, además, en este caso, el uso de la primera persona plural, en especial porque la
pasado. ¿Quién es ese nosotros? Por supuesto, podría tratarse de sus hermanos, puesto que
compartir el dormitorio resulta una práctica común. Pero no menciona a sus hermanos y,
Mayne-Nicholls 255
de todas, maneras, resalta que se sientan exactamente de la misma manera. Me parece que,
en episodios como este, se fusionan el yo de la narradora con la voz del personaje niña,
Un segundo episodio sobre terrores nocturnos es “En la sombra de doña Bárbara” 196,
el que, a diferencia de la estampa anterior, está relatado en pasado, tal vez porque no se
trata solo de sensaciones. En este relato se construyen dos visiones contradictorias. Por un
casa patronal: “envuelta en sombras, chata, desnuda” (Visiones 73). El espacio interior lleva
deshabitados y oscuros, aquel largo corredor de ladrillos rojizos, amparados por un sombrío
alero, aumentaba la impresión desastrosa” (Visiones 73). Antes de que aparezcan los
permanecía inmóvil y hecha un ovillo casi hasta el alba, mirando dormir a la prima
196
En las ediciones de 1960 y 1971, esta estampa se titula “La hacienda”.
Mayne-Nicholls 256
En este caso, la narradora no revive las sensaciones del miedo nocturno, sino que
hace una descripción en que explica cómo era el ambiente nocturno, cómo se acurrucaba
ediciones, el relato se alarga, pero lo que representa el rasgo más novedoso es la exclusión
del otro personaje, ya que la prima con la que compartía el dormitorio ha desaparecido de
la narración, lo que refuerza la idea de soledad: “Mi puerta permanecía abierta al cuarto
próximo en que dormían mis hermanas y este a su vez comunicaba con el gran dormitorio
de mi madre, velado por el suave resplandor de una lamparilla de noche” (Comarca 32).
Está rodeada de otras niñas y otras mujeres, sin embargo, está sola. La niña en Visiones de
infancia es representada como una sujeto solitaria. Es por eso que logra reconocer a Inés,
porque comparten esa condición. Esto se conecta con ese imaginario de la fragilidad de la
en Visiones de infancia. Podemos entender por voz: “the set of signs characterizing the
narrator and, more generally, the narrating instance, and governing the relations between
narrating and narrative text as well as between narrating and narrated” 197 (Prince cit. en
Cadden 225). El uso de la palabra voz es, entonces, una metáfora. ¿Está la narradora de
197
“el conjunto de signos que caracterizan al narrador y, más generalmente, la instancia narrativa, y
gobierna las relaciones entre narración y texto narrativo, así como entre la narración y lo narrado”. La
traducción es mía.
Mayne-Nicholls 257
de infancia, es indudablemente una voz adulta, lo que se nota en el uso del vocabulario y
en las reflexiones que hace desde la madurez. Este registro adulto lo que hace es tratar de
recuperar no una voz, sino una mirada de infancia tal vez para poder expresar su experiencia
presente: ¿es la narradora tan solitaria como la niña de la que está hablando? La enunciación
memoria acerca de lo que sucedió durante la infancia, sino actualizar la perspectiva que se
tenía en la infancia. No es una infancia común. Sabemos que se trata de una posición
observa en algunas marcas textuales: “… mis ojos de niño ven una especie de fantasma
gigante” (Visiones 12); “…esa pequeña mano … apareció ante mis ojos de niño como algo
primero tiene que ver con el reconocimiento que hace la narradora de la distancia insalvable
que existe entre su enunciación (de la adultez) y la mirada de infancia. La narradora sabe
que son los ojos infantiles los que ven al gigante y los que captan la vulnerabilidad de la
hermana. Por lo tanto, esa búsqueda de la mirada de infancia se traduce en una estética
imposible de llevar a cabo, de manera que la mirada solo se puede simular (representar).
El segundo cuestionamiento es que nunca son sus ojos de niña, sino los ojos de niño.
subordinado que este era en las primeras décadas del siglo XX. Las niñas, en tanto, están
fuera un asunto que abordar. Falta en este caso una apropiación del lenguaje para reconocer
supuesta neutralidad del masculino niño. La pregunta que me hago al respecto es si este
uso de la palabra niño es una muestra de que la niña no existía como un concepto en sí
mismo.
explorar, y parte de esa exploración involucra el aspecto genérico. En ese sentido, la opción
por los espacios cerrados, casi claustrofóbicos del hogar y llenos de terrores, se yergue
como una metáfora de la opresión vivida por las mujeres. De esa manera, lo que necesita
ser descubierto en el territorio del hogar es la propia niña, la misma que ha estado limitada
a ser parte del escenario de los salones, con su bordado en las manos, y sin posibilidad de
ocupar el lugar protagónico, aquel destinado a los hombres que, de pie, deciden las cosas.
escritora Jane Austen (1813). El joven Bingley ha acudido a casa de la familia Bennet a
pedirle matrimonio a la mayor de las hermanas, Jane. Las mujeres, es decir, las hermanas
y la madre, están descansando en el salón familiar, casi literalmente tiradas sobre los
sillones. La atmósfera de la película da a entender que ha sido una tarde calurosa y aburrida.
Ellas han visto a Bingley por la ventana y saben que eventualmente entrará a la sala. Cuando
lo hace, todas las mujeres están ocupadas con las típicas labores que mantienen a las
mujeres ocupadas, pero sin ejercer una agencia real: el bordado, la lectura 198 y los moños.
Esta escena muestra el salón como lugar por excelencia de las mujeres —de las que
198
La inclusión de la lectura en esta escena me recuerda el relato de Mercedes Calvo acerca de la ilustración
de un texto escolar en que la niña está sentada (inmóvil), leyendo poesía, y que enfatiza el estereotipo de las
niñas y mujeres que, en vez de actuar, se dejarían llevar por ensoñaciones literarias.
Mayne-Nicholls 259
adoctrinamiento de cómo deben ser las mujeres. Este imaginario me remite a ciertas
estampas que María Flora Yáñez construye en Visiones de infancia, como, por ejemplo, la
madre sentada al piano para amenizar una velada: “Ella tocaba la Rapsodia Húngara N° 2
de Liszt, que era su fuerte …” (35). Sin embargo, la niña María Flora se inserta de una
manera diferente en ese salón en que las mujeres desarrollan esas actividades
libros prohibidos, escribía un diario de mi vida en vez de bordar o tejer, iba hacia
las ventanas para ver pasar a esos admiradores que venían desde la Alameda
yo soñaba ser, fui calificada de ‘mala’ en la casa, o sea, desconcertante para los
vida 91).
La narración marca una distancia entre María Flora y sus hermanas, aparentemente
favorecidas por la madre debido a que sí se apegaban al molde y eran “muy suaves”
(Historia de mi vida 84), como se esperaría de una niña en esta época. Esta madre que
encabeza veladas sentada e inmóvil, sin participar, que aparece en Visiones de infancia,
contrasta con la figura de autoridad paterna: “Mi padre era para nosotros una divinidad algo
lejana. Lo sentíamos distante y temible. Ese temor duró en mí más allá de la adolescencia
y creo que en mis hermanas no se extinguió jamás” (Comarca 60). Eliodoro Yáñez era la
autoridad indiscutida; lo que redunda además en una jerarquización de los espacios de los
espacios dentro de la casa, en que el patio, el salón, la biblioteca y la sala de juegos de los
Mayne-Nicholls 260
niños están asociados con distintas características, pero también con diversas formas de
actuar. María Flora Yáñez acentúa esto a través del uso de adjetivos, que es fuerte y
asociar los espacios con sensaciones, tratando de conformar un espacio no solo físico, sino
magnífica y salvaje libertad de los juegos sin fin, con las compañeras de colegio,
con los niños de las casas vecinas, dentro de los patios y jardines perfumados a
naranjos en flor que nos parecían demasiado pequeños para cobijar nuestra
recogía. Una hora para hacer las tareas, otra para comer y después, seria,
El salón es representado como un lugar normativo, en que las niñas deben aprender
patriarcal al describir a la niña María Flora como dividida en dos: por un lado, está la niña
que vive una “salvaje libertad” cuando está con sus pares —otros niños y niñas—, y, por
otro, la niña seria cuando está no solo con los adultos en general, sino bajo la autoridad de
su padre. A pesar de que ella insiste en su imagen de insolente —al menos en comparación
con sus hermanas—, ciertos pasajes de Visiones de infancia muestran que ella está
preparándose para ser una mujer de salón: así como su madre interpretaba a Liszt, María
Flora toca el piano, aunque prefiere a Beethoven: “Durante las veladas abría el piano para
Los espacios que María Flora Yáñez recrea en su escritura no son lugares neutros,
sino que tienen una carga cultural, incluso los espacios destinados exclusivamente para los
niños y niñas; todo su imaginario está volcado en la conformación de dichos espacios. Esa
carga es impuesta desde los adultos, según lo que los adultos quieran lograr de esos niños
y niñas. Como dice Elizabeth Gagen: “Discourses of childhood are invariably located in
particular spaces: the home, school, playground, street, countryside, city, nation” 199 (407).
E incluso en un mismo espacio pueden encontrarse otros más específicos. Así en el hogar,
no todos los espacios son homogéneos, por el contrario, establecen reglas distintas para los
niños. Esto se observa en dos pasajes en que la narradora rememora la “pieza de jugar”,
hablando del origen azaroso de la habitación: “No hubo bastantes muebles para vestir todos
los cuartos de la casa, adquirida en la alborada del matrimonio y el que quedó vacío se
“mesa del pellejo”. Así como la mesa a la que se destina a todos los niños en una reunión
no fue pensada para ellos, sino designada en virtud de que los niños deberían tener un
espacio distinto que los adultos —para que los adultos puedan comer tranquilos—, la pieza
de jugar fue elegida por descarte, era la única habitación que quedaba disponible, sin uso.
Y como se trataba de una habitación que solo ocuparían niñas y niños, no había necesidad
199
“Los discursos de infancia están invariablemente localizados en espacios particulares: el hogar, la
escuela, la plaza de juegos, la calle, el campo, la ciudad, la nación”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 262
entonces, como un lugar suave, en que la niña María Flora puede actuar sin imposiciones
adultas externas.
Por otro lado, jugar implica actividad. Y esto nos permite diferenciar entre lo que
espacios en tanto son ocupados, vividos, usados. Y qué más dinámico que una pieza que
los niños y niñas utilizarán como zona de juegos. Elizabeth Gagen sostiene: “In the process
of constituting the nature of childhood spaces and children’s identities, spatial discourses
have significant effects on the way space is experienced” 200 (408). Así la pieza de jugar,
ubicada al fondo de la casa, entiendo además que lejos de la órbita de los adultos, es
experimentada por los niños de la casa —María Flora y sus hermanos— de una manera
especial.
El segundo pasaje que destaco sobre esta habitación es el siguiente: “En la pieza de
jugar se estaba como al margen del mundo y se vivía una existencia irreal” (Visiones 22).
experimentar esa habitación como un espacio-límite, de tal manera que la niña María Flora
deslindaba con una antigua cochera de la que todos los días y a la misma hora, salía un
carruaje de lujo con briosos caballos y flamantes arneses” (Visiones 22). Estaba en la
seguridad de la casa (como María Flora reafirma: siempre juegan en los patios interiores
de las casas) y, al mismo tiempo, puede vislumbrar el mundo que se extiende más allá de
las ventanas.
200
“En el proceso de constituir la naturaleza de los espacios de infancia y las identidades de los niños, los
discursos especiales tienen efectos significativos en la manera en que el espacio es experimentado”. La
traducción es mía.
Mayne-Nicholls 263
que más que un espacio de libertad, parece uno restrictivo, destinado a mantener protegidos
María Flora tiene que encajar tan bien como pueda, parafraseando a Cloke y Jones. La
juegos, dejar de visualizarla, y concentrarse en lo que hay más allá de su alcance: la cochera
de la casa contigua.
En el fondo de la cochera habitaban unos niños: los hijos del cochero. Había una
de jugar, aplastando su nariz contra los vidrios. Nunca cruzamos una sola palabra,
pero nos entendíamos con los ojos. Los de ella decían, entre maliciosos y
nostálgicos: “Soy más feliz que tú porque toda la calle es mía. Tú eres un poco
Lo que nos presenta esta parte del relato es un contraste de espacios y la distinta
valoración que la narradora hace de ellos. La sala de juegos es configurada como un espacio
cerrado y la contención es vista como falta de libertad. En la vereda opuesta, la hija del
cochero es dueña de toda la calle, su espacio se amplía; lo mismo sucede con su campo de
en su mansión oscura. ¡Allí sí que, de verdad, debían existir cuevas pobladas de duendes!”
(Visiones 23). Los espacios abiertos, extensos, de alguna forma infinitos, abren la mente a
la imaginación, a ampliar las expectativas; fuera de los muros de la casa, más allá de la
ventana cerrada, todo es posible, incluso que haya cuevas pobladas por duendes. Lo
Mayne-Nicholls 264
relevante aquí no es tanto lo que en realidad existe afuera, sino el hecho de que María Flora
se lo está perdiendo.
perspectivas. Por un lado, corresponde a lo que se oculta, a lo que la niña no puede saber y
que la narradora se resiste a contar, a pesar de que los años han pasado. ese es un secreto
Pero la narradora se aferra a la condición de fragilidad para oponer una suerte de resistencia
en estrategias para actuar. La niña María Flora puede tomarse los espacios cuando está sola,
de noche, cuando los demás han salido; es a hurtadillas, en secreto, pero le permite al
personaje traspasar los espacios y realizar acciones más concretas. Al respecto presentaré
prohibidos:
Por cierto que, antes de cumplir diecisiete años, yo trepé escondidas a la escalerilla
fondo, en aquel mundo que trazó la pluma genial de Maupassant, en aquella Francia
seductora de fines del siglo XIX, con sus pasiones, sus dramas, su vieja alegría.
Pareciera que la biblioteca del padre es el lugar que la niña más desea tomarse,
después de todo es el centro del poder de la autoridad paterna, ese es su espacio personal,
al que los niños, y ella especialmente, no están invitados. Este espacio es todo lo contrario
espacio de ensoñación segura para mantener a las niñas desinteresadas de los asuntos del
Mayne-Nicholls 265
con el secreto.
La biblioteca era una pieza fascinante. Cuando mi padre se iba a los tribunales o a
las reuniones políticas, yo penetraba a ella como a una región inexplorada y recién
descubierta. Me placía ir tocando uno a uno los cálidos lomos de los libros,
alineados hasta el techo en sus pastas de lujo. Y me placía mover el terciopelo rojo
oscuro de la cortina que caía en pesados pliegues ante el umbral del saloncito. Se
tocarlo todo, realizar pequeñas intervenciones y leer ese cuarto desde su propia perspectiva;
en definitiva, lo está desordenando. Pero ¿qué significa eso? Vuelvo a Cloke y Jones,
quienes plantean que “the seemingly disordered spaces of children are not to be defined or
understood as mere disruption to the ordered striations of adult spaces. Instead, these spaces
can be regarded as territories for becoming other…”201 (313). Para estos autores, que los
otros, que ellos mismos se definan, en vez de ser definidos desde afuera. El capítulo final
del libro, “Visiones en la oscuridad”, presenta otra lectura al respecto, en que nuevamente
parece haber una conjunción entre la niña representada y la narradora, puesto que la
María Flora ha olvidado el sombrero de paja sobre la mesa de la sala. Debe ir sola a buscarlo
201
“los espacios aparentemente desordenados de los niños no son para ser definidos o entendidos como una
mera interrupción de las estrías ordenadas de los espacios adultos. En vez de eso, los espacios pueden ser
observados como territorios para llegar a ser otro”. La traducción es mía.
Mayne-Nicholls 266
atravesar el patio, negro bajo un cielo sin estrellas. Mis pies van marcando en golpes
secos los latidos del corazón. Entro a la sala y me siento perdida entre objetos
hostiles. Felpas rojas caen pesadamente como cuerpos dormidos. Ojos adustos me
El miedo vuelve a ser la emoción que la narración resalta. Para hacerlo, la narradora
niña María Flora. Para esto, la personificación y la hipérbole se levantan como las
estrategias elegidas para configurar la narración de horror. Así, cuando la niña entra a la
inanimado ha cobrado vida y la acecha. Son las mismas cosas a las que ella está
sea la estampa final del relato, por cuanto constituye la representación más clara de la
agencia de la niña, en que al ser expuesta a sus temores más profundos —es decir, a los que
la misma niña crea en su mente—, decide actuar en vez de dejarse llevar por esa
inmovilidad que ha atravesado el libro como una isotopía. Cuando la niña finalmente agarra
el sombrero, no sin antes eludir “a las arañas presurosas dejándose caer desde el techo a lo
La narración se convierte, además en una reflexión acerca del paso del tiempo,
porque cuando la niña llega hasta su familia, los otros niños destacan que “¡No tardó ni un
segundo!”, ante lo cual ella piensa sorprendida: “Sé que he estado muchas horas en la casa
vacía” (Visiones 133). El doble uso de hipérbole muestra cómo las experiencias de infancia
son particulares y personales. Los niños que la esperan consideran que lo ha hecho muy
Mayne-Nicholls 267
rápido, mientras que para la niña ha durado una eternidad, porque es ella quien ha debido
enfrentarse a su temor a la oscuridad, que no es más que el miedo a aquello que no tiene
funciona además para enfatizar aquello que se nos ha dicho de forma constante en el libro:
que las niñas deben quedarse quietas en su lugar, lo que es rechazado tanto por el enunciado
de los niños como por el de la niña. Ya sea que demorara un segundo o muchas horas,
niña que pasa el rato en el salón con las otras mujeres, y la representan como una niña que
tiene agencia, pero que está buscando las formas de ejercerla. Visiones de infancia es un
texto en que la narradora está buscando su voz, su voz está en formación y mientras la
autoridad paterna, aquella que mencionaban Pinto y Salazar esté presente, la forma de
tomarse los espacios, traspasar los límites establecidos, será todavía dubitativa. El peso de
la autoridad de su padre es fuerte, de hecho, no solo mientras es niña, sino también durante
marca la territorialización de la niña, nos permite observar que no se hace de manera frontal.
fantasía en la pieza de jugar sabiendo —o deseando— que la hija del cochero la observa.
La niña construida en estas páginas no solo está sola, está separada del resto: de la
hija del cochero, de las hermanas, de la intrusa. Las marcas del espacio lo confirman: en
general, la niña está mirando a través de la ventana. El uso de las ventanas podría indicar
una entrada a otros lados, como es el uso metafórico que Norah Lange les da a sus ventanas
recuerdos lejanos, los que cambian, porque hay distintos tipos de ventanas. Las ventanas
de Visiones de infancia cierran el camino, pero le permiten a la niña María Flora asomarse
de manera sigilosa, en secreto, sin todavía participar. Más aún, las ventanas permiten a esa
niña que se mueve solitaria por el espacio íntimo de la casa, observar cuál es el momento
en que puede asomarse, en forma breve, para dejar su marca en los espacios que quisiera
Conclusiones
de un pensamiento mujeril
La primera mitad del siglo XX es una etapa crucial para el desarrollo intelectual de
las mujeres en Chile. Este hecho está marcado no por su ingreso al campo laboral, en el
cual la presencia de las mujeres tenía larga data, motivada por las difíciles condiciones
económicas que la modernidad trajo a las familias de clase trabajadora y clase media. Sin
embargo, el solo hecho de convertirse en sostenedoras económicas del hogar (ya fuera solas
o junto con sus maridos) seguía manteniendo a las mujeres en el silenciamiento. Es decir,
no bastaba con que ellas trabajaran si su aporte era menospreciado (ya que hasta el día de
hoy encontramos una brecha salarial importante entre mujeres y hombres), y si sus ideas
no eran consideradas valiosas para el desarrollo del país. En este contexto la presencia de
Sin embargo, considerar solo a Gabriela Mistral no es suficiente, puesto que esto
aunque ella es excepcional, son muchas las escritoras, intelectuales, artistas, que han
quedado borradas de la historia de nuestro país, como si sus obras, reflexiones y propuestas
no estuvieran a la altura que las de los conocidos hombres de los que se suele hablar. María
Mayne-Nicholls 270
Flora Yáñez es solo una de esas otras mujeres que se desenvolvieron en el ámbito público
para dejar una marca. Mistral y Yáñez parecen encarnar distintos lados de la moneda social,
privilegiado, con un padre que era influyente en términos políticos. Estos privilegios
llevaron a que Yáñez tuviera tutores, y estudiara en el Liceo no. 2 de niñas y luego en la
Mistral y Yáñez, por cuanto transparentan lo que implica la posición social en la historia
personal, al marcar los caminos, las posibilidades que se abren y las puertas que se cierran.
las niñas. Esta situación desigual entre Mistral y Yáñez da cuenta, también, de que las
mujeres fueron capaces de desarrollarse desde distintos orígenes, pero, más relevante que
eso, que sus imaginarios con respecto a las mujeres y a la infancia son distintos, porque
están anclados en sus propias experiencias diferentes, experiencias que se relacionan con
A partir de sus años como niñas, de los distintos espacios en los que ambas
que distingo al tomar el concepto de Deleuze y Guattari es que la lectura de las obras de
Mistral y Yáñez permite reconstruir algo más que un imaginario. La RAE nos dice que un
hacer alusión a de dónde viene ese imaginario o cómo se construye. Por su parte, el bloque
una perspectiva para comprender y relacionarnos con el mundo, y para posicionarnos en él.
Lo que Mistral y Yáñez llevan a cabo se constituye en evidencia de que la infancia es una
construcción cultural a tal punto, que, siendo contemporáneas (apenas tienen nueve años
estatus de las niñas, a pesar de que en ambos casos la presencia de las niñas es ineludible y
a nadie más que a ellas mismas y a la hermandad de la ronda que están formando. Desde
que salen desde sus distintas proveniencias —los campos, los montes, las costas, los
bosques, los viñedos, las zonas mineras, es decir, vienen de todas partes de Chile—, se
independiente. Esta visión está en concordancia con el discurso mistraliano acerca de los
niños y niñas: ella cree en sus capacidades actuales y no considera que sean personas a las
que les falta algo. Es decir, la construcción que realiza Mistral está a contrapelo del
pensamiento tradicional occidental que define la infancia con puros negativos al oponerla
a la adultez. Ser niño o niña es distinto que ser adulto o adulta, de eso no cabe duda, pero
La diferenciación que hace Mistral entre niños y niñas apoya también esta
consideración que tiene la poeta sobre el estatus de las niñas. Al trazar específicamente
niñas en sus rondas, Mistral está reflexionando acerca de la importancia de considerar a las
Mayne-Nicholls 272
niñas en sí mismas. Esto resalta todavía más cuando se empiezan a revisar las isotopías y
las imágenes que usa para describir a estas niñas ficcionales, ya que no busca construir una
imagen idealizada de las niñas de la época. El contexto es ineludible, por cuanto Mistral
comienza a escribir sus rondas hacia el 1920, cuando aún se consideraba a las niñas
exclusivamente como futuras madres que no necesitaban más instrucción que saber criar a
sus hijos y llevar sus futuras casas con oficio. Frente a eso, Mistral configura a las niñas
desde la imagen del desvarío. La locura es hermosa en Mistral, porque valora que las
mujeres no sean a lo que el patriarcado las ha limitado: ser subordinadas que guardan
silencio. Al utilizar la misma imagen de la locura que estará luego en sus “locas mujeres”,
observo que Mistral ya considera el estatus y la particularidad de estas niñas. Es así como
las niñas poetizadas danzan llenas de un fervor tan intenso que remueven la tierra.
Si bien Mistral se centra en el presente de la ronda, es decir, en lo que las niñas son
capaces de lograr en ese momento a través del baile —ejercer agencia, ganar sus voces—,
hay un futuro en ciernes. Ese futuro que ve Mistral es de carácter político y revolucionario,
porque esa imagen de remover la tierra o de hacer cantar a las piedras que utiliza, por
ejemplo, tiene que ver con la capacidad transformadora de estas niñas. Es decir, no
representa a estas niñas solo actuando con agencia, lo que ya me parece audaz, sino que sus
niñas son agentes de cambio, y esos cambios de los que son capaces pueden darle una nueva
luz al mundo. En ese sentido, destaco el que estas niñas que crea Mistral vengan de todas
partes del país, porque eso implica que volverán (después de la ronda) a todas partes a
remover las estructuras patriarcales y conformar un nuevo mundo, en que primen otro tipo
la confianza, el contar unas con otras, el desarrollo de una agencia social en que las niñas
se hacen responsables no solo de su futuro, sino del de todas. Esta estética de la ronda que
Mayne-Nicholls 273
propone Mistral es una nueva forma de entender las relaciones entre las niñas (y las
estas rondas no son textos menores, sino que son parte del corpus mistraliano junto con el
resto de su obra.
Las rondas mistralianas han sido leídas por la crítica especializada con sello
femenino. Efectivamente hay una preponderancia, pero no es femenina (lo que apela a una
forma de ser mujer, desde la perspectiva patriarcal), sino mujeril. Mistral no apunta a la
separación de las mujeres, sabe que la fuerza de ellas está en el colectivo, una idea que en
sí es revolucionaria, por cuanto, como el feminismo bien señala, si las mujeres han estado
fuera de la historia, es porque solo se destacan los esfuerzos individuales, las excepciones
(como sucede con la misma Mistral). La propuesta mistraliana reconoce los distintos
aportes mujeriles y es un llamado a reconocer dichas contribuciones más allá de los versos.
La mayor presencia de las niñas en las rondas, no deja afuera a los niños. La ronda
mistraliana es para todos, de lo cual se desprende que la transformación del mundo es tarea
de todos, pero que para que sea posible, se deben cambiar las formas femeninas y
masculinas, por esta nueva relación que implica la ronda, y que es expresada, entre otros
aspectos, en los dedos entrelazados de los danzantes. Pero eso en cuanto a las relaciones
humanas, porque el espacio que Mistral configura en las rondas es tan importante como las
representaciones de infancia que construye. Mistral saca a niñas y niños de sus casas y los
aparta del encierro, pero no los lleva a las ciudades, de hecho, no hay ninguna mención de
la ciudad en estos poemas. Mistral configura los espacios de infancia —a partir de su bloque
de infancia, en que el Valle de Elqui ocupa un lugar icónico— como zonas naturales y
para que los niños y niñas decidan por sí mismos cómo experimentarlo. Mistral mira,
entonces, a las niñas y les dice que el ámbito exterior y público les pertenece.
Se ha criticado a Mistral por la forma en que vincula a las mujeres con la tierra y la
naturaleza, por considerar que esta visión está inserta dentro del orden hegemónico. Pero
es. Porque en el discurso mistraliano no son solo las niñas y las mujeres las que tienen esta
relación especial con la naturaleza y sus ritmos; los niños y los hombres también la tienen.
En este sentido, he bosquejado el paralelo que existe entre el pensamiento mistraliano con
es mujeril, ambas hablan de una revolución que es tanto mujeril como ecológica, y ambas
consideran que esta necesidad de reformular las formas de interactuar entre los hombres y
con la naturaleza involucra a mujeres y hombres. Mistral planteaba estas ideas cuarenta
años antes que las primeras trazas del ecofeminismo, lo que da cuenta, otra vez, de la
mistraliano con tema de infancia. Este no solo fue leído con condescendencia en los tiempos
de publicación de las dos ediciones de Ternura, a pesar de toda la estructuración que hace
Mistral en 1945 para que los lectores dejaran de minimizar sus canciones de cuna y rondas.
Hasta el día de hoy, estos poemas son rebajados, como cuando se dice que Mistral es mucho
más que sus “Piececitos” o como se demuestra con cada reedición de sus obras en las que
los poemas con tema de infancia han sido eliminados, como si no dialogaran con el resto
de sus versos. Esta perspectiva de la ronda como transformadora reposiciona estos poemas
y los reivindica como parte del corpus mistraliano. En este sentido, queda una tarea al
Mayne-Nicholls 275
respecto, porque las rondas son solo una parte de este corpus, y me parece necesario hacer
lo mismo con las canciones de cuna y con todos los otros textos que leo hoy desde la
perspectiva de poesía con tema de infancia, en vez de poesía infantil, un paso esencial para
dejar de subestimar estas creaciones de Mistral. En ese contexto, es necesario volver a leer
feminista el establecer jerarquías de quiénes son más o menos feministas. Esa visión, de
hecho, es más bien patriarcal, como cuando separara a aquellas mujeres que no son lo
suficientemente femeninas. Esa postura, que esconde una organización vertical establecida
entre dominados y dominadores, no puede ser la misma que guíe al feminismo. En ese
sentido, la visión que construye María Flora Yáñez también merece ser revisada, por cuanto
como un espacio muchas veces atemorizante, eso es lo que demuestra el uso de imágenes
infancia. Justamente el objetivo del monstruo es provocar temor y evitar que los niños y
niñas actúen. En este sentido llama la atención la constante presencia de una isotopía con
de las niñas buenas, que se queden en su lugar, que tengan tal miedo de salir que,
hija para que desistiera de publicar: si seguía una carrera literaria iban a destrozarla. Ante
de cuentas. Mistral reflexiona al respecto en sus rondas, cuando expresa en “El corro
luminoso” que cantó y bailó a pesar de los impedimentos externos. En esa línea, el
visión patriarcal, sino a salir y expresarse en el ámbito público, a pesar del miedo, a pesar
María Flora Yáñez tuvo sus críticas negativas y siguió escribiendo y publicando.
Esa imagen se construye de manera elusiva en Visiones de infancia, porque, a pesar del
miedo a la bestia de la casa, la niña representada por Yáñez es narrada como una niña que
es un relato trivial, sino que expone y se opone al mandato patriarcal de que lo que le
corresponde a una mujer es la supuesta seguridad del quedarse quieta. Dicho eso, y a
diferencia de las niñas mistralianas que toman los espacios que les corresponden por
derecho propio, y que en reconocer eso como un derecho mujeril hay un gesto político
inconfundible; la niña en Visiones de infancia no está empoderada para actuar con tanta
agencia y tan libremente. Esto está dispuesto así, porque el texto se construye a partir de la
condición subordinada de las niñas y las mujeres, y eso se explicita, aunque sea para
enfoca en un imaginario en que las mujeres simplemente son sus propias dueñas.
que el personaje de la niña María Flora actúa y deja su marca sin que los demás la vean. En
ese sentido, la narración resignifica los terrores nocturnos y la soledad, como momentos en
que la niña aprovecha para dejar volar la imaginación, leer los libros prohibidos y tocar
cada mueble en el despacho del padre como huellas de que ella también pasó por allí. De
Mayne-Nicholls 277
esta manera, se representa una niña que necesita del secreto para expresarse. A diferencia
de las niñas mistralianas, la niña de Yáñez no está lista para dejarse llevar por el desvarío,
que es lo que hace que las niñas dejen de ser invisibles. Sin embargo, las niñas de las rondas
como de las Visiones son representadas experimentando sus espacios; unas lo harán de
frente y otras a hurtadillas, pero todas ellas están tomando sus espacios por el solo hecho
Mistral y Yáñez, ya que la primera opta por la locura del dejarse llevar en la representación
de sus niñas danzantes, mientras que la otra niña es representada, más que a través de sus
cuanto critica y denuncia el estatus de las mujeres y de las niñas en la sociedad privilegiada
en la que su autora se desenvolvió. Para hacer esta crítica, Yáñez decide usar como sustrato
un modelo basado en la estampa que se graba en la hoja de papel, y que narra a través de
contra las estructuras rígidas del relato, proponiendo una estética que se opone a la idea de
la inmovilidad.
cualidad frágil de los relatos opera como metáfora de lectura. Esta estética se opone a lo
emociones. La escritora construye, así, una forma distinta de narrar el mundo, en que
sensaciones. De esta manera, los hechos y los recuerdos son olidos, escuchados, vistos y
Mayne-Nicholls 278
este contexto, los lugares y las anécdotas producen fragancias que se mezclan con los
colores, y sonidos que son envueltos por el aroma de cosas y de otras sensaciones también.
Este relato sensorial que huye de la concreción, busca en los puntos suspensivos la forma
de oponerse al afán de fijarlo todo. En vez de dar respuestas cerradas, entonces, la narración
sugiere. Otras veces los puntos suspensivos no sugieren, sino que ocultan palabras que
proviene del relato de infancia que Yáñez se ha formado, especialmente dirigido a una
aprecia tanto en la fragilidad de los cuerpos infantiles como de sus acciones y de sus
pensamientos, que siempre tratan de ser dirigidos por los adultos que constituyen una
autoridad que impone. Frente a esa jerarquización familiar, las niñas también son
de infancia entre lo inmóvil y lo frágil, porque bien se podría estimar que contra lo inmóvil
habría que oponer la fuerza. Sin embargo, Yáñez decide no componer su forma de narración
según los parámetros hegemónicos patriarcales en que el uso de la fuerza es patente, sino
que propone otra respuesta. Para esto, la autora resignifica la condición de fragilidad, la
que no debe ser considerada como una forma de indefensión. Es decir, la niña que
representa no está desvalida, aunque en vez de salir a campo abierto aproveche los
intersticios dejados por el orden adulto para actuar. En este sentido, la fragilidad en cuanto
Mientras Mistral representa la fuerza que ella ve en las niñas, Yáñez representa la
infancia en términos nostálgicos. Sin embargo, ambas parecen coincidir en que la mirada
Mayne-Nicholls 279
de la infancia es una manera fresca de enfrentar el mundo. En ese sentido se anhela la pajita
es a los adultos a los que le faltaría algo: esa mirada divergente —metaforizada en la mirada
infantil—, que apunta a que se necesitan nuevas formas de relacionarse. Pero el hecho de
que en esas primeras décadas del siglo XX estas dos escritoras fueran capaces de mirar la
infancia, exponerla en sus textos, reflexionar al respecto, y —lo más relevante— establecer
una posición clara sobre lo que pensaban de la infancia, da cuenta de la riqueza de estos
acto político en sí mismo. Reflexionando en torno a la relación entre cine e infancia, Jorge
Larrosa dice: “El cine mira a la infancia. Y nos enseña a mirarla” (115). La literatura
Tal vez la mirada de Yáñez con respecto a la infancia en este texto se manifiesta
todavía en ciernes. Ese hecho da cuenta de que el corpus total de Yáñez falta de ser leído,
incluyendo esas primeras obras que la escritora parece haberse visto obligada a rechazar
por la etiqueta del criollismo. En la actualidad, en que las obras de este movimiento tan
general comienzan a ser releídas desde otras perspectivas, es una oportunidad para retomar
los textos de Yáñez para ver cómo dialogan con el cuestionamiento del estatus de la infancia
Yáñez para indagar también en ellos. Esta tarea está más adelantada en el caso de la poeta,
por cuanto existen recopilaciones de sus crónicas y recados, pero faltan los estudios críticos
que revisen más detenidamente esos textos, con el fin de determinar las ideas y propuestas
que Mistral tenía en términos políticos, sociales, educativos, por nombrar algunos. En el
caso de Yáñez, el trabajo implica iniciar recién la recopilación de estos trabajos, que fueron
Mayne-Nicholls 280
usaba? Son solo algunas de las primeras preguntas para hacerse en ese ámbito.
Este interés por centrarse en las crónicas y ensayos de Mistral y Yáñez va dirigido
solo en términos de acumular sus obras. Pero no basta con ir levantando excepciones, sino
de niñas que hacen Mistral y Yáñez son solo dos ejemplos de los imaginarios mujeriles de
la época. En ese sentido, sería interesante ir armando una cartografía de las representaciones
de niñas que se configuraron en la primera mitad del siglo XX en nuestro país, y las que se
han seguido configurando. Esto es lo que permitirá visibilizar los ideales, las formas, los
contornos, las exigencias, las cualidades, los defectos, las fuerzas —solo por nombrar
algunas categorías— con que las mujeres han visto a las niñas en nuestro país.
culturalmente acerca de las niñas en nuestra sociedad, cómo se las ha identificado, qué
límites se les han impuesto; porque me parece que visibilizar la representación de las niñas
que se ha hecho permitirá cuestionarnos las creencias que hay en torno a las niñas y también
las mujeres. En relación con esto, me parece que el enfoque de Gabriela Mistral es clave:
corral. Si hay algo que me ha enseñado Mistral con estas rondas es a inscribir mi propio
trabajo crítico como una forma de ir descubriendo los imaginarios sobre las niñas y, así, ir
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