Mitos, Ritos y Religión de Los Taínos
Mitos, Ritos y Religión de Los Taínos
El juego de pelota
Los taínos fueron muy aficionados al juego de pelota. El lugar donde jugaban, el batey,
era una especie de cancha cuyos extremos estaban demarcados por hileras o calzadas de
piedras. Algunos de estos peñascos tenían figuras labradas o petroglifos con
representaciones de cemíes u otras imágenes tutelares.
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Empleaban una pelota de goma, posiblemente extraída del copey. Los jugadores debían
mantener la pelota en el aire, golpeándola tan solo con las caderas, los codos, los
hombros o la cabeza. Sin tocarla con las manos, tenían que evitar que saliera de los
límites de la cancha, para lo cual se precisaba de gran agilidad y destreza.
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El areito fue una de las principales manifestaciones ceremoniales y sociales del pueblo
taíno. Se celebraba frecuentemente en la plaza de la aldea y consistía en cantos y bailes
al son de una lenta cadencia.
Era una danza colectiva celebrada para rememorar los relatos mitológicos, festejar los
acontecimientos sociales y conmemorar las alianzas o los enfrentamientos bélicos entre
las tribus. De modo que los areitos permitían crear espacios para la sociabilización y el
afianzamiento de los lazos de confraternidad entre las tribus.
Para festejar al gobernador Nicolás de Ovando y al séquito que lo acompañó en su viaje
al cacicazgo de Jaragua, Anacaona les ofreció un memorable areito en el que
participaron trescientas doncellas que «adornaban sus cabezas con guirnaldas de flores y
hierbas variadas yendo desnudos en los demás cargados así de conchas, golpeando la
tierra con los pies, saltando, cantando y danzando»
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MITOLOGÍA Y RELIGIÓN
Creencias mitológicas
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Entre esos mitos están los relativos a la creación del sol y la luna, astros que según sus
creencias salieron de una cueva llamada Mautiatihuel, donde habitaban dos cemíes
gemelos hechos de piedra, Boínayel y Márohu, considerados dioses protectores a los
que se invocaba para atraer la lluvia necesaria para las cosechas.
Se cuentan las peripecias de Yaya, quien dio muerte a su hijo Yayael e introdujo sus
huesos en una calabaza que colgó dentro de su vivienda. Pasado un tiempo, Yaya, para
complacer a su mujer, que quería ver los huesos de su hijo, trató de bajar la calabaza,
pero esta cayó al suelo y los huesos se convirtieron en peces. Tiempo después llegaron
cuatro hermanos gemelos hijos de Itiba Cahubaba y mientras comían los peces fueron
sorprendidos por Yaya. Entonces, al querer colgar precipitadamente la calabaza, esta se
rompió, y fue tanta el agua y los peces que salieron de ella que llenaron toda la tierra
dando origen al mar.
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En el caso de los murciélagos, su vinculación con las opías ha sido motivo para que su
sobrecogedora figura aparezca con frecuencia en los adornos personales y en los
artefactos rituales de la ceremonia de la cohoba, así como en múltiples vasijas y otros
objetos de carácter doméstico y cotidiano.
Acerca de las creencias sobre los espíritus de los muertos, Pané señala lo siguiente:
Dicen que durante el día están recluidos, y por la noche salen a pasearse, y que comen
de un cierto fruto, que se llama guayaba [...]. Y para conocerlos observan esta regla: que
con la mano les tocan el vientre, y si no les encuentran el ombligo, dicen que es operito,
que quiere decir muerto: por esto dicen que los muertos no tienen ombligo.
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Según las creencias de los taínos, los espíritus de los muertos tenían esa misma
predilección y, al igual que los murciélagos. Por eso no es de extrañar que la primera
opía de la isla Española, es decir, el alma del primer indígena que estuvo en el Coaybay,
convertido en el señor de la Morada de los Muertos, llevara por nombre Maquetaurie
Guayaba.
Al estudiar las prácticas del chamanismo en los pueblos primitivos, Mircea Eliade le
atribuye al indumento ornitomorfo un marcado significado en los ritos mágico-
curativos, dada la facultad de volar de las aves, indispensable para ascender a la región
cósmica donde habitan las almas de los muertos.
Al parecer los taínos consideraban que al morir les esperaba en el otro mundo una vida
no muy diferente a la que tenían en la tierra y creían que allí se reunirían con sus
antecesores.
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El cemí de algodón
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El éxtasis de la cohoba
Entre los taínos la principal ceremonia religiosa era la cohoba. Dada la relevante
sacralidad de este ritual, los oficiantes eran generalmente los caciques, quienes entraban
en estado de éxtasis con la inhalación de sustancias alucinógenas que obtenían a partir
de la trituración de las semillas del árbol Anadenanthera peregrina. Bajo los efectos
sicotrópicos de esta droga se producía un desdoblamiento delirante que permitía la
comunicación con las divinidades o cemíes para predecir el futuro, asegurar la
obtención de buenas cosechas e invocar su protección en los enfrentamientos con los
enemigos.
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Los íconos o cemíes de la cohoba, que son las principales manifestaciones del arte
escultórico alcanzado por los aborígenes antillanos, representan con cierto naturalismo a
las principales deidades, proyectando con firmeza y solidez sus atributos sobrenaturales.
En su mayoría son figuras masculinas con el falo erecto, un símbolo de la fertilidad
propiciada por el cemí.
Los imponentes cemíes de la cohoba generalmente tienen una postura sedente, lo que
apunta a un carácter ceremonial. En sus rasgos faciales fijaban aditamentos de oro o de
concha para acentuar la expresión, haciéndola aún más sobrecogedora. Las orejas
presentan en el lóbulo inferior las perforaciones típicas para introducir los pasadores
ornamentales. De la espalda sale una proyección vertical que sostiene sobre la cabeza un
plato o bandeja circular donde se colocaban los polvos alucinógenos inhalados durante
la ceremonia de la cohoba, aunque en algunos ejemplares el plato ceremonial es
sostenido directamente sobre la cabeza del cemí.
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Dentro del ajuar mobiliario de los taínos resaltan los taburetes ceremoniales o dúhos,
que, junto con los imponentes ídolos o cemíes de la cohoba, están considerados entre las
representaciones escultóricas más sobresalientes del arte tribal universal.
Estos pequeños bancos compactos tenían la resistencia requerida para soportar el peso
de una persona. La riqueza de los bosques antillanos les proporcionó a los artífices
taínos excelentes especies, entre ellas el guayacán y la caoba, que utilizaron como
materia prima para confeccionar gran parte de sus artefactos, no solo rituales, sino
también adornos y otras piezas de carácter doméstico y de diversas aplicaciones
prácticas.
Los dúhos fueron utilizados preferentemente como asientos por los caciques y nitaínos
para presenciar las celebraciones deportivas y oficiar el ritual de la cohoba. Hacían las
veces de trono, denotando el prestigio y la dignidad de sus ocupantes.
Las Casas señala que los indios distinguían a los españoles sentándolos en estos
banquillos ceremoniales.
En relación con los inhaladores, este instrumento tiene una bifurcación en uno de sus
extremos que se introducía en las fosas nasales para aspirar los polvos alucinógenos
desde el plato o escudilla colocado sobre la cabeza de los grandes cemíes de madera.
Por su parte, las espátulas eran usadas como eméticos antes de la ceremonia de la
cohoba.
Dado que los oficiantes se provocaban el vómito antes de inhalar los polvos
alucinógenos, los cronistas interpretaron esta práctica como un acto de purificación
previo a la ceremonia religiosa.
Los cronistas refieren que los majadores, al igual que los morteros líticos, se empleaban
en la pulverización de las plantas inhaladas en la cohoba, al igual que en las prácticas
curativas de los behiques para prevenir o combatir las enfermedades.
En su mayoría estos artefactos fueron confeccionados con rocas duras, que ofrecían
resistencia y perdurabilidad.
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El tabaco
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Íconos de tres puntas
Los cemíes de tres puntas, llamados también «trigonolitos», son una de las
representaciones iconográficas más emblemáticas de la cultura taína. Se los vincula con
los rituales propiciatorios para favorecer la fertilidad de la tierra y la procreación del
género humano. Su imagen, de extraordinaria fuerza expresiva, era la representación
visible de un ser superior que, por su relevancia para la religiosidad de las aldeas, estaba
bajo la égida de los caciques
Cabezas efigies
Estos íconos cefaloformes presentan rostros humanos esculpidos con tal destreza que
pueden apreciarse en ellos los rasgos propios de la anatomía facial de los taínos, que en
su momento fueron descritos por el almirante Cristóbal Colón cuando alude a la frente
achatada, los pómulos salientes, los labios gruesos, etc.
Por su realismo, estos íconos pueden ser asociados al culto de los antepasados, aunque
es posible que, más allá de conservar físicamente la imagen de los desaparecidos, lo que
se pretendía era atraer la fuerza de sus espíritus.
Cabezas trilobuladas
Las cabezas trilobuladas están íntimamente ligadas al culto de los cemíes de tres puntas
que tenían el poder fertilizador de la tierra. Se trata de una manifestación tipológica
diferente a los trigonolitos clásicos que aparecen en la parte suroriental de la Española,
y se han encontrado en los grandes valles centrales y en las zonas montañosas de la isla.
Por tanto, constituyen una variante regional del cemicismo asociado a los trigonolitos,
con diferencias en la morfología y las materias primas empleadas, aunque no en su
naturaleza divina y su función propiciatoria.
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Los elaborados aros líticos constituyen uno de los objetos ceremoniales más
representativos de la cultura taína.
Se les ha dado diferentes nombres, entre ellos el de «collares monolíticos», dado que
algunos estudiosos consideran que los caciques los llevaban colgados del cuello durante
festividades especiales como podían ser los juegos de pelota. Sobre su uso se ha
discutido mucho debido a que no se tienen evidencias documentales de sus funciones
específicas, por lo que se consideran objetos «enigmáticos».
Por su parte, sobre los codos o piedras acodadas, su uso resulta enigmático, aunque, al
igual que los aros líticos, se vinculan al ceremonialismo del juego de pelota.
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Medicina Taina
También tenían como costumbres el aislamiento de los enfermos para evitar el contagio,
y el enterramiento de los muertos en zonas lejanas, ya que tenían la creencia de que el
mal o espíritu que, afectada al enfermo, podía traspasarse a otro familiar. Otros métodos
curativos destacados, eran los masajes. Estos consistían en palpar distintas partes del
cuerpo del enfermo, con el fin de extraer la enfermedad o el mal que lo afectaba.