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Ensayo Sobre El Origen Del Estado Mexicano

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CENTRO UNIVERSITARIO DE TLAJOMULCO

MAESTRA: MARA HERNANDEZ HERRERA


ALUNMO: JOVANY DE JESUS MENDOZA FRIAS
LIC: ADMINISTRACION
GRUPO: 1ª

TEMA: Informe sobre el Origen del Estado Mexicano


INDICE

INTRODUCION
El origen del Estado mexicano, su naturaleza y la actividad que realiza ante la sociedad
civil, ha motivado numerosos y contrastados estudios de nuestros publicistas. El asedio
que temas como éstos han sufrido de parte de juristas, politólogos, sociólogos e
historiadores ha sido continuo, intenso, diferente. Cada especialista, pertrechado de su
propio arsenal y recursos, se ha acercado a averiguar su génesis, finalidades, actividad
y nos ha dejado rica y vasta literatura: una amplia serie de obras reveladora de la
bondad de los enfoques, la variedad de sus métodos, con reflexión penetrante y
capacidad crítica y creativa. La acción que el Estado efectúa en muy diversos órdenes
para sobrevivir, fortalecerse, transformarse en beneficio de la sociedad que rige y
organiza, para satisfacer sus necesidades económicas, políticas, jurídicas, culturales,
es una acción múltiple, cambiante, renovadora y dinámica para poder ser efectiva. Esa
acción múltiple que constituye la administración pública tiene también sus estudiosos,
sus especialistas, los cuales son menos que los que se ocupan del Estado en general.
Uno de los cultores de la administración pública mexicana es sin duda alguna Ornar
Guerrero Orozco, quien aún en plena juventud tiene en su haber un nutrido conjunto de
obras referentes a esa disciplina. Formado en las ciencias de la administración, dentro
de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, derivó al estudio de la administración
pública en la que ha perseverado con gran empeño y dedicación, ampliando sus
conocimientos mediante el cultivo de la teoría política, el derecho constitucional y la
historia de las instituciones estatales. Su dedicación le valió la incorporación como
docente en la facultad en donde enseña hace más de cuatro lustros y también como
miembro regular del Instituto Nacional de Administración Pública desde 1979,
institución en la que ha colaborado extensamente pues es miembro fundador de la
cátedra de Administración Pública en el nivel de maestría; fue director de la Revista de
Administración Pública y director del centro de investigaciones de la misma
corporación. Es, junto con el maestro José Chánez Nieto, uno de los pilares de ese
instituto. Consagrado plenamente a la investigación -que alterna equilibradamente con
la docencia, dentro y fuera de México-, Ornar
EL PROCESO DE FORMACIÓN DEL ESTADO MEXICANO

Aun cuando durante el estallido armado no había condiciones apropiadas para


responder a esa pregunta, es cierto que en el punto culminante del conflicto la
disputa acerca de la forma de Estado de la nueva nación emergió con toda
severidad y cristalizó en una disyuntiva entre dos modos de pensar el ser de
México: por un lado, el monarquismo expresado en el Plan de Iguala el 24 de
febrero de 1821;25 por el otro, el republicanismo contenido en el Decreto de la
Constitución de Apatzingán, hacia octubre de 1814, y reivindicado como el
verdadero fundamento. Así fue como el antiguo prestigio de la legitimidad del
trono y el peso de las tradiciones coloniales encararon las modernas tendencias
federalistas en un conflicto que se extendió más de medio siglo, de altísimo
costo, por cierto, para la riqueza nacional y la vida de las personas, incluida la
pérdida de territorio; todo esto derivado de dos formas posibles del ser de
México. Vale decir, dos visiones de futuro, dos concepciones de organización
política, portadoras de la disputa sobre el ser nacional, que entre una breve
brecha de conciliación momentánea abriera paso al caudillo Iturbide. En los años
tempranos de la consumación de su Independencia, México entraba en un largo
periodo de ambigüedad y desconcierto. De entre todos los problemas que
enfrentaba el país al finalizar la Independencia el mayor de ellos fue el de la
organización política: se necesitaba construir las bases de una nación, lo cual
implicaba crear instituciones judiciales, políticas, administrativas y financiera,
entre otras; todas ellas articuladas por una arquitectura institucional que
integrara el Estado, el gobierno y la administración pública. El azaroso
peregrinar en búsqueda de un modelo de gobierno acorde con una nueva nación
sería destacado —a veces de forma brillante— en el debate de ideas sobre la
forma de organización política, por cuyos desacuerdos sobrevino el uso de la
fuerza impuesta en peculiares circunstancias. Tradición y modernidad cara a
cara. Rostro y espejo con los que la historia de México emprendía cada una de
sus etapas modernizadoras. Antigüedad y actualidad, cambio y transición; doble
cara de Jano, no unidas en un propósito, sino empeñadas en lucha fratricida
para imponer su visión de progreso. Al cabo, un espejo sin rostro que reflejaba
difusamente una sociedad que no acababa de morir y otra que no terminaba de
nacer. Se comprende entonces el dilema político que se tradujo en la alternancia
de ensayos y proyectos constitucionales efectuados entre 1821 y 1867. Décadas
confusas, acumuladas unas sobre otras, en las que no hubo discusión más
importante que definir la forma de Estado, ni disputa más áspera que entre la
viabilidad del federalismo o la realidad del centralismo. En efecto, en esta
primera etapa del México independiente las propuestas políticas en debate
tenían como punto de coincidencia la búsqueda del progreso, el logro de la
modernidad y la generación del bienestar económico de la nueva nación.
Desafortunadamente, los mecanismos para construir un México moderno fueron
opacados por la falta de un consenso. Algunos propusieron realizar reformas
radicales para transformar la realidad sociopolítica del país; otros más,
sugirieron mantener el legado español e ir transformando poco a poco la
estructura institucional la primera mitad del siglo xix fue una época de ensayos,
propósitos y buenas intenciones, pero también de frustraciones y fracasos. Hay
que precisar, sin embargo, que no fue una época de ruptura e inestabilidad
permanente, como la versión oficial del pasado mexicano hizo creer durante
mucho tiempo. Cuando hablamos de una época de incertidumbre nos referimos
al estado que naturalmente provoca toda situación cuando se está por definir el
rumbo del país, y que dista mucho de una condición de ruptura; por el contrario,
si bien es cierto que se vivió en un período de inestabilidad social, política y
económica, también es cierto que fueron años de compromisos, acuerdos y
continuidad. De hecho, una característica importante del lapso comprendido
entre 1821 a 1855 fue la estabilidad del poder legislativo, el cual dominó sobre
los otros dos poderes durante medio siglo. Lo cierto es que fueron varias las
formas que se experimentaron para ingresar a la modernidad, pero razones
históricas y distintas circunstancias hicieron que aquéllas fracasaran de una u
otra manera. De acuerdo a O’Gorman (1986), el fracaso del Primer Imperio se
debió, en primera instancia, a que Iturbide no tenía las características
personales que confirieran a su imagen
La Constitución de 1824: el republicanismo triunfante

Estado fue muy importante. José María Luis Mora fue un claro ejemplo como
receptor de las ideas de la modernidad. El constitucionalismo que promovió lo
heredó del pensamiento de Montesquieu, además de compartir la tesis de que el
Estado debe garantizar seguridad a los ciudadanos, hizo suyas las ideas de la
separación de podres, el gobierno constitucional, la defensa de la libertad e
igualdad, y el rechazo al despotismo. Así los refiere Charles Hale: “Mora creía
que Montesquieu era el pensador liberal clásico, el primero que abrió la senda a
las instituciones liberales, aun cuando vivió antes de la era de las revoluciones
de los estados, y por consiguiente no conocía bien el espíritu de las repúblicas y
las monarquías” (1972:71). En efecto, Mora tenía entre sus mayores
preocupaciones construir inmediatamente, por salud de la República,
instituciones, levantar un Estado y una sociedad “bien constituida” con el fin de
evitar que se fraccionara, así es que el modelo de Estado había Héctor
Hernández Sosa 88 que buscarlo en aquel cuyas funciones garanticen la
libertad, la igualdad y la seguridad de todos los hombres. Sin embargo, hay que
precisar que, a diferencia de Lorenzo de Zavala, Valentín Gómez Farías y
Miguel Ramos Arizpe (éste último considerado, con cierta exageración, el padre
del federalismo), que defendían la autonomía provincial de manera un tanto
radical, Mora pugnaba por la unión del provincialismo desintegrador, motivo por
el que algunos lo etiquetaban de centralista. Situación similar a la de José María
Luis Mora fue la que vivió Fray Servando Teresa de Mier quien en abril de1823
escribió: “Todos queremos una República, sólo nos diferenciamos en que
algunos la quieren confederada y yo como la mayoría la quiero central, lo menos
durante diez o doce años, porque no hay en las provincias los elementos
necesarios para hacer cada estado soberano, y todo se volvería disputas y
división”.27 Esta declaración fue recibida por sus opositores como un férreo
promotor del centralismo. Estos ejemplos muestran la vaguedad de los
conceptos entre los constructores de la nación en la primera mitad del siglo xix.
Ante el dilema acerca del tipo de organización que debía tener el país, las
nuevas élites que se disputaban el control nacional decidieron, por un lado,
proponer el federalismo; por el otro, el centralismo. El primero sugería la unión
de los diversos estados, lo que suponía la creación de un Estado fuerte y que
implicaba, en los hechos, establecer un federalismo centralizado. En la intención
de moldear un esquema viable de gobierno nacional, el constituyente de 1824
propuso vías intermedias que eliminaran toda posibilidad de excesos del poder.

Conservadores y liberales: dos proyectos de Estado para el


México independiente

Para entender el proceso del cual surgió el Estado mexicano como máxima
expresión de la modernidad, es necesario detenerse en los acontecimientos
políticos de la primera mitad del siglo xix con el fin de conocer a fondo el debate
que se gestó en torno a dos concepciones de Estado, dos proyectos de nación,
dos formas de gobierno y, por supuesto, dos formas de organización político-
administrativa. Es necesario acotar que durante aquellos azarosos años fueron
constantes las disquisiciones sobre temas cruciales que tenían como objeto
definir y orientar el rumbo de México; claro está, los antagonismos no se hicieron
esperar: al federalismo se opuso el centralismo; a la monarquía, la república; y a
la industrialización, la agricultura. Sin embargo, ambas posturas rivales
coincidían en la meta de hacer de México un país moderno. Así, las dos ideas
divergentes de progreso se convirtieron en las vías posibles hacia la
modernidad. Con esto quiero decir que tanto el llamado liberalismo mexicano
como el conservadurismo son vástagos de ese largo anhelo. El liberalismo optó
como método la destrucción del viejo régimen para erigir sobre las cenizas de
éste una sociedad de ciudadanos libres —aunque como ya explicamos en los
apartados anteriores, sus fuentes de inspiración respecto de la modernidad
provenían de España, al igual que la arquitectura institucional que también fue
retomada de la península ibérica—; por su parte, el segundo proyecto, el del
conservadurismo, aspiraba a construir el futuro de México sin desmantelar las
viejas instituciones que representaban el pasado de la nación en construcción, y
fundar otras que suponían necesarias para el progreso del país, sobre todo, en
lo concerniente al terreno económico. Robert Nisbet (2005) considera el
conservadurismo y el liberalismo, junto con el socialismo, como las tres
ideologías políticas modernas más importantes de los últimos tres siglos en
Occidente. La ardua lucha que se desarrolló en México entre los años 1821 a
1857, y que culminó violentamente con la Guerra de Tres Años, le dio el triunfo
al liberalismo. No obstante, las circunstancias políticas que se fueron generando
a lo largo del siglo xix hicieron prevalecer la interpretación oficialista que
mostraba a los liberales como el único grupo interesado en impulsar la
modernidad, de modo que los demás proyectos fueron desestimados cuando no
anulados de la historia. Esta sesgada interpretación sepultó episodios,
personajes y acontecimientos importantes para entender el pasado de la nación.
Como señala José Antonio Aguilar Rivera (2010: 11), en México el liberalismo es
un mito fundador que se encuentra lastrado por la historia patria. En coincidencia
Charles Hale, opina que dicha mistificación distorsionó los acontecimientos del
siglo xix. Lo anterior queda patente en los libros de texto y permanece vigente en
cierta anquilosada retórica política. Gracias a una vasta producción de
investigaciones, el d

Consideraciones iniciales sobre el Estado liberal en México

Hacia la institucionalización del Estado mexicano Es verdad que el gobierno de


Venustiano Carranza trataba de gobernar con instituciones y bajo ordenamientos
legales destinados a resolver el problema social; con la creación de un nuevo
contrato social se había dado un gran paso histórico. No obstante, la transmisión
pacífica del poder presidencial aún estaba en proceso de creación como
trayectoria zigzagueante de prueba y error. Tal vez por eso mismo, víctima de la
inercia de la violencia armada que prevalecía en aquellos momentos, su muerte
a mansalva le impidió crear los cuerpos institucionales suficientes que le dieran
sentido al Estado social que emergió de la Revolución. La sagacidad que fue
adquiriendo el primer jefe constitucionalista en el periplo de su ruta hacia la
reconquista total del poder político, y su violenta eliminación de la escena
pública debido a su asesinato, aunque conveniente a los propósitos de los
firmantes del Plan de Agua Prieta, ponía en riesgo inmediato y a mediano plazo,
en el contexto internacional, la legitimidad ya de por sí bastante cuestionada de
los insurrectos (lo que por añadidura complicó aún más el reconocimiento de la
lucha revolucionaria por parte de Estados Unidos de Norte América); pero en el
contexto local lo que se interpretaba era que en el ejercicio del poder político no
se podía errar en la retención del monopolio de la fuerza, especialmente en caso
de levantarse en armas y fallar —muy pronto se entendió que cualquier paso en
falso se convertía en razón suficiente para que el Estado respondiera con toda
su fuerza. ¿Por qué los sonorenses pudieron legitimar su levantamiento y los
próximos contendientes no estaban en condiciones de ni siquiera imaginarlo? La
respuesta era que el país necesitaba paz, y para construirla había que cobijarse
en un proyecto que ellos, en su dicho, encarnaban clara y ventajosamente: el
Partido Nacional Revolucionario (PNR). Para cumplir esta oferta de paz, el gran
dilema por resolver para Obregón y sus sucesores sería lograr la
institucionalización de la vida política y social de la nación (el problema de la
sucesión no sólo presidencial, sino en los estados y municipios, y de la
renovación del Legislativo), lo que implicaba de forma simultánea, impulsar la
recuperación de la economía nacional y centralizar aún más el poder.

El Nuevo Estado mexicano

De la Revolución Mexicana emergió el nuevo Estado, que en muy breve tiempo se


convirtió en el principal agente de la transformación social, pero en su afán de
modernizar al país y proveer justicia social terminó convertido, en palabras de Octavio
Paz, Sin embargo, el Estado mexicano —como en los momentos cumbre del siglo xix—
también contenía el mismo mal de origen: la precaria situación económica del país, y la
falta de recursos económicos para consolidar la autoridad del gobierno, ambas
amenazas fueron características de su estabilidad. En efecto, factores internos y
externos presionaban y templaban la eficiencia del Estado posrevolucionario. Entre los
primeros pesaba el sector moderno de la economía, que principalmente se encontraba
en manos del capital extranjero, verbigracia, las actividades petrolera y minera que
impedían al Estado obtener beneficios en la explotación de estos recursos naturales
destinados al mercado mundial. Entre los factores exógenos se hallaba la aguda
amenaza de la gran depresión de 1929. Así, por ejemplo, el crecimiento del Producto
Interno Bruto que había pasado de 0.6% a inicios de la década de los años veinte a
5.88% anual al final de esa década, descendió bruscamente hasta ser negativo, como
resultado de la crisis mundial (Meyer, 1993: 17). Ante ese dilema del país, el Estado
decidió intervenir de manera más directa, abriéndose incluso espacios entre la esfera
económica privada. La situación prevaleciente, alentada por factores políticos como la
presidencia de seis años, llevó a Lázaro Cárdenas a impulsar una serie de reformas
estructurales con el propósito de profundizar el carácter del régimen revolucionario y
fortalecer la capacidad estratégica del Estado en el objetivo de desarrollar el país y al
mismo tiempo dotarlo de una fuerte legitimidad. En congruencia, la Presidencia de la
República impulsó cambios orientados a reformar su carácter institucional del régimen
político; así, promovió al movimiento obrero militante, vigorosamente representado por
la Confederación de Trabajadores de México (CTM) en 1936 y el movimiento
campesino a través de la Confederación Nacional Campesina (CNC) en 1938. Con
ambas fuerzas sociales de su lado, la Presidencia estaba en condiciones de consolidar
nuevas e importantes transformaciones al Estado mexicano. El siguiente gran paso del
Ejecutivo en este proceso de institucionalización fue la transformación del PNR en
Partido de la Revolución Mexicana (PRM). Con dos grandes organizaciones sociales
representando a los obreros y campesinos de México, el partido definía su carácter de
masas y el gobierno ampliaba su representación social. Todo lo cual amplió la base de
legitimidad del régimen, restó influencia al poder emergente de caudillos, subordinó a
los caciques locales y el propio cuerpo del Ejército se subsumió en la legalidad
constitucional al mando del Ejecutivo. Cabe reiterar que pese a que el PRM, al igual
que el PNR, emergía de una iniciativa presidencial, había una diferencia cualitativa
entre ambos, porque entonces el partido renovado se columbraba sobre un amplio
consenso de las masas populares, identificadas como parte sustantiva del proyecto del
gobierno revolucionario, a través del potencial de movilización de sus dirigentes y de un
intercambio político de servicios y favores. Sin embargo, al término del sexenio
presidencial de Lázaro Cárdenas, no todo era terso para México, pues el Estado había
adquirido la forma autoritaria en lo político, interventora en lo económico y paternalista
en lo social. Además, desde entonces su tamaño crecería considerablemente en
relación directa con la centralidad de sus ampliadas funciones, esto es, inevitablemente
se burocratizaba. Como razón atenuante se puede decir que en este periodo el proceso
de formación del nuevo Estado mexicano cruzaba una coyuntura muy difícil debido la
completa desorganización en materia económica y de política social, lo que conllevó a
centralizar cada vez más la política. El entorno internacional era muy delicado para la
paz del mundo, si bien dichos vientos en aquellos dos últimos años del gobierno
cardenista empezaban soplar a nuestro favor.

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