El Túnel
El Túnel
CÁTEDRA
131111ii00ii
E l relato, montado con los recursos
de la novela policiaca, gira en torno
a las manías de quien persigue
lo inalcanzable. A través de la
conciencia de su protagonista,
El túnel nos manifiesta que no hay
esperanza, que es imposible para el ser
humano alcanzar el amor absoluto.
El túnel es lo oscuro del alma,
lo que el hombre pretende
conocer como la verdad.
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CÁTEDRA
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Ernesto Sábato
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MIL LETRAS
El túnel
CÁTEDRA
lllllllltf;ii
l.ª edición en Letras Hispánicas, 1977
l," edición en Mil Letras, 2009
Índice
INTRODUCCIÓN . 9
Ilustración de cubierta original: Mauro Cáceres
Cronología ~la;~ del es_critor Ernesto Sábato . 17
Panorama histórico-social . 21
El ámbito estético . 25
Sábato, novelista . 28
El neorrealismo de Sábato . 31
Tradición y originalidad . 33
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido El túnel . 36
por la Ley, que establecepenas deprisióny/o multas, además de las Estructura . 39
correspondientesindemnizacionespor dañosy perjuicios,para La desesperanza . 42
quienes reprodujeren,plagiaren, distribuyeren o comunicaren
públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística
o cientfica, o su transformadán, interpretación o ejecución EXTRACTO DE JUICIOS SOBRE «EL TÚNEL» . 49
artísticafijada en cualquier tipo de soporte o comunicada
a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización. BIBLIOGRAFÍA . 53
EL TÚNEL . 59
I 63
II 64
III 66
N 68
© Ernesto Sábato V 72
© Ediciones Cátedra (Grupo Anaya, S. A.), 1977, 2009 VI 76
Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid VII 79
Depósito legal: M. 4.423-2009 VIII 82
I.S.B.N.: 978·84-376-2538-6 IX 83
Printed in Spain X 89
Impreso en Huertas l. G., S. A. XI 91
28946 Fuenlabrada (Madrid) XII 92
8 ÍNDICE
XIII 96
XIV 100
XV 101
XVI 103
XVII 107
XVIII 110
XIX 114
XX 117
XXI 119
XXII 121
XXIII 122 Introducción
XXIV 123
XXV........................................................................... 127
XXVI 133
XXVII 136
XXVIII 139
XXIX 142
XXX........................................................................... 144
XXXI 148
XXXII 150
XXXIII 153
XXXIV........................................................................... 154
XXXV........................................................................... 157
XXXVI 158
XXXVII 160
XXXVIII 161
XXXIX 163
El túnel
« ... en todo caso había un solo túnel
oscuro y solitario: el mio»
1
Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató
a María lribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo
de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi
persona.
Aunque ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la
gente, ni por qué. En realidad, siempre he pensado que no
hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defen-
sa de la especie humana. La frase «todo tiempo pasado fue
mejor» no indica que antes sucedieran menos cosas malas,
sino que -felizmente- la gente las echa en el olvido. Desde
luego, semejante frase no tiene validez universal; yo, por
ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los he-
chos malos y, así, casi podría decir que «todo tiempo pasado
fue peor», si no fuera porque el presente me parece tan horri-
ble como el pasado; recuerdo tantas calamidades, tantos ros-
tros cínicos y crueles, tantas malas acciones, que la memoria
es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido mu-
seo de la vergüenza. iCuántas veces he quedado aplastado du-
rante horas, en un rincón oscuro del taller, después de leer
una noticia en la sección policial! Pero la verdad es que no
siempre lo más vergonzoso de la raza humana aparece allí;
hasta cierto punto, los criminales son gente más limpia, más
inofensiva; esta afirmación no la hago porque yo mismo haya
matado a un ser humano: es una honesta y profunda convic-
ción. ¿un individuo es pernicioso? Pues se lo liquida y se aca-
bó. Eso es lo que yo llamo una buena acción. Piensen cuánto
peor es para la sociedad que ese individuo siga destilando su
veneno y que en vez de eliminarlo se quiera contrarrestar
ERNESTO SÁBATO EL TÚNEL
su acció~ recurriendo a anónimos, maledicencia y otras baje- cir de León Bloy1, que se defendía de la acusación de sober-
zas semejantes, En lo que a mí se refiere, debo confesar que bia argumentando que se había pasado la vida sirviendo a in-
~hora la~en~o no haber aprovechado mejor el tiempo de mi dividuos que no le llegaban a las rodillas? La vanidad se en-
libertad, liquidando a seis o siete tipos que conozco. cuentra en los lugares más inesperados: al lado de la bondad,
Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita de la abnegación, de la generosidad. Cuando yo era chico y
demostración. Bastaría un hecho para probarlo, en todo me desesperaba ante la idea de que mi madre debía morirse
caso: en un campo de concentración un ex pianista se quejó un día (con los años se llega a saber que la muerte no sólo es
d~ hambre y entonces lo obligaron a comerse una rata, pero soportable, sino hasta reconfortante), no imaginaba que mi
utua. madre pudiese tener defectos. Ahora que no existe, debo de-
~~ es ::Ie eso, sin embargo, de lo que quiero hablar ahora; cir que fue tan buena como puede llegar a serlo un ser huma-
ya diré mas adelante, si hay ocasión, algo más sobre este asun- no. Pero recuerdo, en sus últimos años, cuando yo era un
to de la rata. hombre, cómo al comienzo me dolía descubrir debajo de sus
mejores acciones un sutilísimo ingrediente de vanidad o de
orgullo. Algo mucho más demostrativo me sucedió a mí mis-
11 mo cuando la operaron de cáncer. Para llegar a tiempo tuve
que viajar dos días enteros sin dormir. Cuando llegué al lado
de su cama, su rostro de cadáver logró sonreírme levemente,
Como decía, me llamo Juan Pablo Castel. Podrán pregun-
con ternura, y murmuró unas palabras para compadecerme
t~rse q~é me mueve a escribir la historia de mi crimen (no sé
(iella se compadecía de mi cansancio!). Y yo sentí dentro de
si ya ~t¡e que voy a relatar mi crimen) y, sobre todo, a buscar
mí, oscuramente, el vanidoso orgullo de haber acudido tan
un editor. Conozco bastante bien el alma humana para pre-
pronto. Confieso este secreto para que vean hasta qué punto
~er que pensarán en la vanidad. Piensen lo que quieran: me
importa un bledo; hace rato que me importan un bledo la no me creo mejor que los demás.
opinión y la justicia de los hombres. Supongan, pues, que Sin embargo, no relato esta historia por vanidad. Quizá es-
publico esta historia por vanidad. Al fin de cuentas estoy he- taría dispuesto a aceptar que hay algo de orgullo o de sober-
cho de carne, huesos, pelo y uñas como cualquier otro hom- bia. Pero ¿por qué esa manía de querer encontrar explicación
bre y me parecería muy injusto que exigiesen de mí, precisa- a todos los actos de la vida? Cuando comencé este relato, es-
mente de mí, cualidades especiales; uno se cree a veces un su- taba firmemente decidido a no dar explicaciones de ninguna
perhombre, hasta que ad~erte qu~ también es mezquino, especie. Tenía ganas de contar la historia de mi crimen, y se
sucio y perfido. De la vanidad no digo nada: creo que nadie acabó: al que no le gustara, que no la leyese. Aunque no lo
está desprovisto de este notable motor del Progreso Huma- creo, porque precisamente esa gente que siempre anda detrás
no. Me hacen reír esos señores que salen con la modestia de de las explicaciones es la más curiosa y pienso que ninguno
Einstein o gente por el estilo; respuesta: es fácil ser modesto de ellos se perderá la oportunidad de leer la historia de un cri-
cuando se es celebre; quiero decir parecer modesto. Aun cuando se men hasta el final.
imagina que no existe en absoluto, se la descubre de pronto
en su forma más sutil: la vanidad de la modestia. iCuántas
veces tropezamos con esa clase de individuos! Hasta un 1 León Bloy (1846-1917): novelista y ensayista francés. Espíritu ferozmente in-
hom~re, real o sim?ólico, como Cristo, pronunció palabras dependiente, «mendigo ingrato» que practicó una religión mística y fuera de la
sugendas por la vanidad o al menos por la soberbia. ¿ Qué de- práctica de la Iglesia oficial.
66 ERNESTO SÁBATO
EL TÚNEL
muy interesantes en una mujer, pero al conocer a una herma- Recordé haber leído algo sobre una reunión o congreso
na quedé deprimido y avergonzado por mucho tiempo: los presidido por un doctor Bernard o Bertrand. Con la convic-
mismos rasgos que en aquélla me habían parecido admirables ción de que no podía ser eso, le pregunté si era eso. Me miró
aparecían acentuados y deformados en la hermana, un poco con una sonrisa despectiva.
caricaturizados. Y esa especie de visión deformada de la pri- -Son unos charlatanes -comento-. La única sociedad
mera mujer en su hermana me produjo, además de esa sensa- psicoanalítica reconocida internacionalmente es la nuestra.
ción, un sentimiento de vergüenza, como si en parte yo fuera Volvió a entrar en su escritorio, buscó en un cajón y final-
culpable de la luz levemente ridícula que la hermana echaba mente me mostró una carta en inglés. La miré por cortesía.
sobre la mujer que tanto había admirado. -No sé inglés -expliqué.
-Es una carta de Chicago. Nos acredita como la única so-
Quizá cosas así me pasen por ser pintor, porque he notado
ciedad de psicoanálisis en la Argentina.
que la gente no da importancia a estas deformaciones de fa-
Puse cara de admiración y profundo respeto.
milia. Debo agregar que algo parecido me sucede con esos pin-
Luego salimos y fuimos en automóvil hasta el local. Había
tores que imitan a un gran maestro, como por ejemplo esos
una cantidad de gente. A algunos los conocía de nombre,
malhadados infelices que pintan a la manera de Picasso.
como al doctor Goldenberg, que últimamente había tenido
Después está el asunto de la jerga, otra de las características
mucho renombre: a raíz de haber intentado curar a una mujer
que menos soporto. Basta examinar cualquiera de los ejem- los metieron a los dos en el manicomio. Acababa de salir. Lo
plos: el psicoanálisis, el comunismo, el fascismo, el periodis- miré atentamente, pero no me pareció peor que los demás,
mo. No tengo preferencias; todos me son repugnantes. Tomo hasta me pareció más calmo, tal vez como resultado del en-
el ejemplo que se me ocurre en este momento: el psicoanáli- cierro. Me elogió los cuadros de tal manera que comprendí
sis. El doctor Prato tiene mucho talento y lo creía un verdade- que los detestaba.
ro amigo, hasta tal punto que sufrí un terrible desengaño Todo era tan elegante que sentí vergüenza por mi traje viejo
cuando todos empezaron a perseguirme y él se unió a esa gen- y mis rodilleras. Y, sin embargo, la sensación de grotesco que ex-
tuza; pero dejemos esto. Un día, apenas llegué al consultorio, perimentaba no era exactamente por eso, sino por algo que no
Prato me dijo que debía salir y me invitó a ir con él: terminaba de definir. Culminó cuando una chica muy fina,
-¿A dónde? -le pregunté. mientras me ofrecía unos sandwiches, comentaba con un señor
-A un cóctel de la Sociedad -respondió. no sé qué problema de masoquismo anal. Es probable, pues,
-¿De qué Sociedad? -pregunté con oculta ironía, pues que aquella sensación resultase de la diferencia de potencial en-
me revienta esa forma de emplear el artículo determinado tre los muebles modernos, limpísimos, funcionales, y damas y
que tienen todos ellos: la Sociedad, por la Sociedad Psicoana- caballeros tan aseados emitiendo palabras génito-urinarias.
lítica; el Partido, por el Partido Comunista; la Séptima, por la Quise buscar refugio en algún rincón, pero resultó impo-
Séptima Sinfonía de Beethoven. sible. El departamento estaba atestado de gente idéntica que
Me miró extrañado, pero yo sostuve su mirada con inge- decía permanentemente la misma cosa. Escapé entonces a la
nuidad. calle. Al encontrarme con personas habituales (un vendedor
-La Sociedad Psicoanalítica, hombre -respondió mirán- de diarios, un chico, un chofer)", me pareció de pronto fan-
dome con esos ojos penetrantes que los freudianos creen obli-
gatorios en su profesión, y como si también se preguntara: 4
chofer, con acentuación aguda, según el uso hispanoamericano, acorde con la
«équé otra chifladura le está empezando a este tipo?» procedencia francesa de la palabra.
72. ERNESTO SÁBATO EL TúNEL 73
tástico que en un departamento5 hubiera aquel amontona- Debía descartar, pues, la posibilidad de encontrarla en una
miento. exposición.
Sin embargo, de todos los conglomerados detesto particu- Podía suceder, en cambio, que ella tuviera un amigo que a
larmente el de los pintores. En parte, naturalmente, porque es su vez fuese amigo mío. En ese caso, bastaría con una simple
el que más conozco y ya se sabe que uno puede detestar con presentación. Encandilado con la desagradable luz de la timi-
mayor razón lo que se conoce a fondo. Pero tengo otra razón: dez, me eché gozosamente en brazos de esa posibilidad. iUna
LOS cRíTICOS. Es una plaga que nunca pude entender. Si yo simple presentación! iQ,¡é fácil se volvía todo, qué amable! El
fuera un gran cirujano y un señor que jamás ha manejado un encandilamiento me impidió ver inmediatamente lo absurdo
bisturí, ni es médico ni ha entablillado la pata de un gato, vi- de semejante idea. No pensé en aquel momento que encon-
niera a explicarme los errores de mi operación, équé se pen- trar a un amigo suyo era tan dificil como encontrarla a ella
saría? Lo mismo pasa con la pintura. Lo singular es que la misma, porque es evidente que sería imposible encontrar un
gente no advierte que es lo mismo y aunque se ría de las pre- amigo sin saber quién era ella. Pero, si sabía quién era ella,
tensiones del crítico de cirugía, escucha con un increíble res- épara qué recurrir a un tercero? Quedaba, es cierto, la pequeñ~
peto a esos charlatanes. Se podría escuchar con cierto respeto ventaja de la presentación, que yo no desdeñaba. Pero, evi-
los juicios de un crítico que alguna vez haya pintado, aunque dentemente, el problema básico era hallarla a ella y luego, en
más no fuera que telas mediocres. Pero aun en ese caso sería todo caso, buscar un amigo común para que nos presentara.
absurdo, pues écómo puede encontrarse razonable que un Quedaba el camino inverso: ver si alguno de mis amigos
pintor mediocre dé consejos a uno bueno? era, por azar, amigo de ella. Y eso sí podía hacerse sin ha-
llarla previamente, pues bastaría con interrogar a cada uno
de mis conocidos acerca de una muchacha de tal estatura y de
V pelo así y así. Todo esto, sin embargo, me pareció una especie
de frivolidad y lo deseché: me avergonzó el solo imaginar que
Me he apartado de mi camino. Pero es por mi maldita cos- hacía preguntas de esa naturaleza a gentes como Mapelli o
tumbre de querer justificar cada uno de mis actos. ¿A qué dia- Lartigue.
blos explicar la razón de que no fuera a salones de pintura? Creo conveniente dejar establecido que no descarté esta va-
Me parece que cada uno tiene derecho a asistir o no, si le da riante por descabellada: sólo lo hice por las razones que acabo
la gana, sin necesidad de presentar un extenso alegato justifi- de exponer. Alguno podría creer, efectivamente, que es desca-
catorio. ¿A dónde se llegaría, si no, con semejante manía? bellado imaginar la remota posibilidad de que un conocido
Pero, en fin, ya está hecho, aunque todavía tendría mucho mío fuera a la vez conocido de ella. Quizá lo parezca a un es-
que decir acerca de ese asunto de las exposiciones: las habla- píritu superficial, pero no a quien está acostumbrado a refle-
durías de los colegas, la ceguera del público, la imbecilidad de xionar sobre los problemas humanos. Existen en la sociedad
los encargados de preparar el salón y distribuir los cuadros. estratos horizontales, formados por las personas de gustos seme-
Felizmente (o desgraciadamente) ya todo eso no me interesa; jantes, y en estos estratos los encuentros casuales (?) no son ra-
de otro modo quizá escribiría un largo ensayo titulado De la ros, sobre todo cuando la causa de la estratificación es alguna
forma en que el pintor debe defenderse de los amigos de la pintura. característica de minorías. Me ha sucedido encontrar una per-
sona en un barrio de Berlín, luego en un pequeño lugar casi
desconocido de Italia y, finalmente, en una librería de Buenos
5
departamento: apartamento. Aires. ¿Es razonable atribuir al azar estos encuentros repeti-
74 ERNESTOSÁBATO EL TúNEL 75
dos? Pero estoy diciendo una trivialidad: lo sabe cualquier per- ficultad mayor estribaba en vincular la pregunta de ella con
sona aficionada a la música, al esperanto, al espiritismo. algo tan general y alejado de las preocupaciones diarias como
Había que caer, pues, en la posibilidad más temida: al en- la esencia general del arte o, por lo menos, la impresión que
cuentro en la calle. ¿cómo demonios hacen ciertos hombres le había producido mi ventanita. Por supuesto, si se tiene
para detener a una mujer, para entablar conversación y hasta tiempo y tranquilidad, siempre es posible establecer lógica-
para iniciar una aventura? Descarté sin más cualquier combi- mente, sin que choque, esa clase de vinculaciones; en una
nación que comenzara con una iniciativa mía: mi ignorancia reunión social sobra el tiempo y en cierto modo se está para
de esa técnica callejera y mi cara me indujeron a tomar esa de- establecer esa clase de vinculaciones entre temas totalmente
cisión melancólica y definitiva. ajenos; pero en el ajetreo de una calle de Buenos Aires, entre
No quedaba sino esperar una feliz circunstancia, de ésas gentes que corren colectivos6 y que lo llevan a uno por de-
que suelen presentarse cada millón de veces: que ella hablara lante, es claro que había que descartar casi ese tipo de con-
primero. De modo que mi felicidad estaba librada a una versación. Pero por otro lado no podía descartarla sin caer en
remotísima lotería, en la que había que ganar una vez para te- una situación irremediable para mi destino. Volvía, pues, a
ner derecho a jugar nuevamente y sólo recibir el premio en el imaginar diálogos, los más eficaces y rápidos posibles, que
caso de ganar en esta segunda jornada. Efectivamente, tenía llevaran desde la frase «¿Dónde queda el Correo Central?»?
que darse la posibilidad de encontrarme con ella y luego la hasta la discusión de ciertos problemas del expresionismo o
posibilidad, todavía más improbable, de que ella me dirigiera del superrealismo8. No era nada fácil.
la palabra. Sentí un especie de vértigo, de tristeza y desespe- Una noche de insomnio llegué a la conclusión de que era
ranza. Pero, no obstante, seguí preparando mi posición. inútil y artificioso intentar una conversación semejante y que
Imaginaba, pues, que ella me hablaba, por ejemplo para era preferible atacar bruscamente el punto central, con una
~reguntarme u?~ ~irección o acerca de un ómnibus; y a par- pregunta valiente, jugándome todo a un solo número. Por
tir de esa frase inicial yo construí durante meses de reflexión ejemplo, preguntando: «¿Por qué miró solamente la ventani-
de melancolía, de rabia, de abandono y de esperanza, una se'. ta?» Es común que en las noches de insomnio sea teórica-
rie interminable de variantes. En alguna yo era locuaz, di- mente más decidido que durante el día, en los hechos. Al otro
charachero (nunca lo he sido, en realidad); en otra era parco; día, al analizar fríamente esta posibilidad, concluí que jamás
en otras me imaginaba risueño. A veces, lo que es sumamen- tendría suficiente valor para hacer esa pregunta a boca de
te singular, contestaba bruscamente a la pregunta de ella y
hasta con rabia contenida; sucedió (en alguno de esos en-
cuentros imaginarios) que la entrevista se malograra por irri- 6
colectivo: en Argentina y Bolivia, vehículo más pequeño que el autobús, de·
tación absurda de mi parte, por reprocharle casi groseramen- dicado al transporte público de viajeros.
te una consulta que yo juzgaba inútil o irreflexiva. Estos en- 7
Correo Central: edificio situado entre el puerto de Buenos Aires y la llamada
cuentros fracasados me dejaban lleno de amargura, y durante zona del «bajo», de dudosa fama, frecuentada por marineros y mujeres de la
vida.
varios días me reprochaba la torpeza con que había perdido 8
expresionismo: doctrina artística que tuvo su auge en Alemania. Expresión de
una oportunidad tan remota de entablar relaciones con ella· la realidad tal como la percibe la sensibilidad, generalmente distorsionada. Se
f~lizmente, terminaba por advertir que todo eso era imagina'. funda hacia 1902 en Dresde. Algunos de sus integrantes pictóricos fueron
Kirchner, Nolde, Müller, Kandinsky.
no y que al menos seguía quedando la posibilidad real. En- superrealismo: movimiento literario y artístico que se desarrolla a partir del
tonces volvía a prepararme con más entusiasmo y a imaginar Manifiesto que publica André Breton en 1924. En España se emplea más fre·
nuevos y más fructíferos diálogos callejeros. En general, la di- cuentemente el nombre de surrealismo.
ERNESTO SÁBATO EL TÚNEL 77
jarro. Como siempre, el desaliento me hizo caer en el otro ex- creo que llegué a pensar, también estúpidamente: «Vamos a
tremo: imaginé entonces una pregunta tan indirecta que para ver ahora cómo se las arreglará»
llegar al punto que me interesaba (la ventana) casi se requería Mientras tanto, y a pesar de ese razonamiento, me sentía
una larga amistad: una pregunta del género de: «é'Iiene interés tan nervioso y emocionado que no atinaba a otra cosa que a
en el arte?» seguir su marcha por la vereda de enfrente, sin pensar que si
No recuerdo ahora todas las variantes que pensé. Sólo re- quería darle al menos la hipotética posibilidad de preguntar-
cuerdo que había algunas tan complicadas que eran práctica- me una dirección tenía que cruzar la vereda y acercarme.
mente inservibles. Sería un azar demasiado portentoso que la Nada más grotesco, en efecto, que suponerla pidiéndome a
realidad coincidiera luego con una llave tan complicada, pre- gritos, desde allá, una dirección.
parada de antemano ignorando la forma de la cerradura. Pero ¿Q!ié haría? ¿Hasta cuándo duraría esa situación? Me sen-
sucedía que cuando había examinado tantas variantes enreve- tí infinitamente desgraciado. Caminamos varias cuadras9• Ella
sadas, me olvidaba del orden de las preguntas y respuestas o siguió caminando con decisión.
las mezclaba, como sucede en el ajedrez cuando uno imagina Estaba muy triste, pero tenía que seguir hasta el fin: no era
partidas de memoria. Y también resultaba a menudo que re- posible que después de haber esperado este instante durante
emplazaba frases de una variante con frases de otra, con resul- meses dejase escapar la oportunidad. Y el andar rápidamente
tados ridículos o desalentadores. Por ejemplo, detenerla para mientras mi espíritu vacilaba tanto me producía una sensa-
darle una dirección y en seguida preguntarle: «ffiene mucho ción singular: mi pensamiento era como un gusano ciego y
interés en el arte?» Era grotesco. torpe dentro de un automóvil a gran velocidad.
Cuando llegaba a esta situación descansaba por varios días Dio vuelta en la esquina de San Martín, caminó unos pa-
de barajar combinaciones. sos y entró en el edificio de la Compañía T. Comprendí que
tenía que decidirme rápidamente y entré detrás, aunque sentí
que en esos momentos estaba haciendo algo desproporciona-
VI do y monstruoso.
Esperaba el ascensor. No había nadie más. Alguien más
Al verla caminar por la vereda de enfrente, todas las va- audaz que yo pronunció desde mi interior esta pregunta in-
riantes se amontonaron y revolvieron en mi cabeza. Confu- creíblemente estúpida:
samente, sentí que surgían en mi conciencia frases íntegras -rnste es el edificio de la Compañía T.?
elaboradas y aprendidas en aquella larga gimnasia preparato- Un cartel de varios metros de largo; que abarcaba todo el
ria: « ¿Tiene mucho interés en el arte», «¿Por qué miró sólo la frente del edificio, proclamaba que, en efecto, ese era el edifi-
ventanita?», etcétera. Con más insistencia que ninguna otra, cio de la Compañía T.
surgía una frase que yo había desechado por grosera y que en No obstante, ella se dio vuelta con sencillez y me respon-
ese momento me llenaba de vergüenza y me hacía sentir aún dió afirmativamente. (Más tarde, reflexionando sobre mi pre-
más ridículo: «él.e gusta Castel?» gunta y sobre la sencillez y tranquilidad con que ella me res-
Las frases, sueltas y mezcladas, formaban un tumultuoso pondió, llegué a la conclusión de que, al fin y al cabo, sucede
rompecabezas en movimiento, hasta que comprendí que era
inútil preocuparme de esa manera: recordé que era ella quien
debía tomar la iniciativa de cualquier conversación. Y desde 9 cuadra: en América, distancia entre los ángulos de un mismo lado de una
que muchas veces uno no ve carteles demasiado grandes: Era ella, que me había seguido sin animarse a detenerme.
y que, por lo tanto, la pregunta no era tan irremediablemente Ahí estaba y no sabía cómo justificar lo que había pasado. En
estúpida como había pensado en los primeros momentos.) voz baja, me dijo:
Pero en seguida, al mirarme, se sonrojó tan intensamente, -Perdóneme, señor ... Perdone mi estupidez ... Estaba tan
que comprendí me había reconocido. Una variante que ja- asustada ...
más había pensado y, sin embargo, muy lógica, pues mi foto- El mundo había sido, hacia unos instantes, un caos de ob-
grafia había aparecido muchísimas veces en revistas y diarios. jetos y seres inútiles. Sentí que volvía a rehacer y a obedecer a
Me emocioné tanto que sólo atiné a otra pregunta desafor- un orden. La escuché mudo.
tunada; le dije bruscamente: -No advertí que usted preguntaba por la escena del cua-
-¿Por qué se sonroja? dro -dijo temblorosamente.
Se sonrojó aún más e iba a responder quizá algo cuando, ya Sin darme cuenta, la agarré de un brazo.
completamente perdido el control, agregué atropelladamente: -¿Entonces la recuerda?
-Usted se sonroja porque me ha reconocido. Y usted cree Se quedó un momento sin hablar, mirando al suelo. Luego
que esto es una casualidad, pero no es una casualidad, nunca dijo con lentitud:
hay casualidades. He pensado en usted varios meses. Hoy -La recuerdo constantemente.
la encontré por la calle y la seguí. Tengo algo importante que Después sucedió algo curioso: pareció arrepentirse de lo que
preguntarle, algo referente a la ventanita, ¿comprende? había dicho porque se volvió bruscamente y echó casi a correr.
Ella estaba asustada: Al cabo de un instante de sorpresa corrí tras ella, hasta que com-
_¿La ventanita? -balbuceó-. ¿Q!lé ventanita? prendí lo ridículo de la escena: miré entonces a todos lados y se-
Sentí que se me aflojaban las piernas. rnra posible que no guí caminando con paso rápido pero normal. Esta decisión fue
la recordara? Entonces no le había dado la menor importan- determinada por dos reflexiones: primero, que era grotesco que
cia, la había mirado por simple curiosidad. Me sentí grotesco un hombre conocido corriera por la calle detrás de una mucha-
y pensé vertiginosamente que todo lo que había pensado y he- cha; segundo, que no era necesario. Esto último era lo esencial: po-
dría verla en cualquier momento, a la entrada o a la salida de la
cho durante esos meses (incluyendo esta escena) era el colmo
oficina. ¿A qué correr como loco? Lo importante, lo verdadera-
de la desproporción y del ridículo, una de esas típicas cons-
mente importante, era que recordaba la escena de la ventana: «La
trucciones imaginarias mías, tan presuntuosas como esas re-
recordaba constantemente» Estaba contento, me hallaba capaz
construcciones de un dinosaurio realizadas a partir de una vér-
de grandes cosas y solamente me reprochaba el haber perdido el
tebra rota.
control al pie del ascensor y ahora, otra vez, al correr como un
La muchacha estaba próxima al llanto. Pensé que el mun-
loco detrás de ella, cuando era evidente que podría verla en cual-
do se me venía abajo, sin que yo atinara a nada tranquilo o efi-
quier momento en la oficina.
caz. Me encontré diciendo algo que ahora me avergüenza
escribir:
-Veo que me he equivocado. Buenas tardes. VII
Salí apresuradamente y caminé casi corriendo en una di-
rección cualquiera. Habría caminado una cuadra cuando oí «¿En la oficina?», me pregunté de pronto en voz alta, casi a
detrás una voz que me decía: gritos, sintiendo que las piernas se me aflojaban de nuevo.
-iSeñor, señor! ¿y quién me había dicho que trabajaba en esa oficina? ¿Acaso
80
ERNESTO SABATO EL TÚNEL 81
sólo entra en una oficina la gente que trabaja allí? La idea de verdad jamás hasta ese momento había visto a ese hombre, mi
perderla por varios meses más, o quizá para siempre, me pro· decisión de no abrir la boca no podía producir la más mínima
dujo un vértigo y ya sin reflexionar sobre las conveniencias complicación. El hecho de que hubiera varias personas facilita-
corrí como un desesperado; pronto me encontré en la puerta ba mi trabajo, pues lo hacía pasar inadvertido.
de la Compañía T. y ella no se veía por ningún lado. ¿Habría Entré tranquilamente al ascensor, pues, y las cosas ocurrie-
tomado ya el ascensor? Pensé interrogar al ascensorista, pero ron como había previsto, sin ninguna dificultad; alguien co-
écómo preguntarle? Podían haber subido ya muchas mujeres mentó con el ascensorista el calor húmedo y este comentario
y tendría entonces que especificar detalles: équé pensaría el as· aumentó mi bienestar, porque confirmaba mis razonamien-
censorista? Caminé un rato por la vereda, indeciso. Luego cru- tos. Experimenté una ligera nerviosidad cuando dije «octavo»,
cé a la otra vereda y examiné el frente del edificio, no corn- pero sólo podría haber sido notada por alguien que estuviera
prendo por qué. ¿ Quizá con la vaga esperanza de ver asomar· enterado de los fines que yo perseguía en ese momento.
se a la muchacha por una ventana? Sin embargo era absurdo Al llegar al piso octavo vi que otra persona salía conmigo,
pensar que pudiera asomarse para hacerme señas o cosas por lo que complicaba un poco la situación; caminando con len·
el estilo. Sólo vi el gigantesco cartel que decía: titud esperé que el otro entrara en una de las oficinas mientras
yo todavía caminaba a lo largo del pasillo. Entonces respiré
COMPAÑÍA T. tranquilo; di unas vueltas por el corredor, fui hasta el extremo,
miré el panorama de Buenos Aires por una ventana, me volví
y llamé por fin el ascensor. Al poco rato estaba en la puerta del
Juzgué a ojo que debería abarcar unos veinte metros de edificio sin que hubiera sucedido ninguna de las escenas desa-
frente; este cálculo aumentó mi malestar. Pero ahora no tenía gradables que había temido (preguntas raras del ascensorista,
tiempo de entregarme a ese sentimiento: ya me torturaría más etcétera). Encendí un cigarrillo y no había terminado de en·
tarde, con tranquilidad. Por el momento no vi otra solución cenderlo cuando advertí que mi tranquilidad era bastante ab-
qu.e entrar. Enérgicamente penetré en el edificio y esperé que surda: era cierto que no había pasado nada desagradable, pero
bajara el ascensor; pero a medida que bajaba noté que mi deci- también era cierto que no había pasado nada en absoluto. En
sión disminuía, al mismo tiempo que mi habitual timidez ere· otras palabras más crudas: la muchacha estaba perdida, a me·
cía tumultuosamente. De modo que cuando la puerta del as· nos que trabajase regularmente en esas oficinas; pues si había
censor se abrió ya tenía perfectamente decidido lo que debía entrado para hacer una simple gestión podía ya haber subido
hacer: no diría una solapalabra. Claro que, en ese caso, ¿ para qué y bajado, desencontrándose conmigo. «Claro que -pensé-
tomar el ascensor? .Resultaba violento, sin embargo, no hacer· si ha entrado por una gestión es también posible que no la
l?, después de haber esperado visiblemente en compañía de va· haya terminado en tan corto tiernpo.» Esta reflexión me ani-
nas personas. ¿cómo se interpretaría un hecho semejante? No ruó nuevamente y decidí esperar al pie del edificio.
encontré otra solución que tomar el ascensor, manteniendo, Durante una hora estuve esperando sin resultado. Analicé
claro, mi punto de vista de no pronunciar una sola palabra; cosa las diferentes posibilidades que se presentaban:
perfectamente factible y hasta más normal que lo contrario: lo 1. La gestión era larga; en ese caso había que seguir espe-
corriente es que nadie tenga la obligación de hablar en el inte- rando.
rior de un ascensor, a menos que uno sea amigo del ascensoris- 2. Después de lo que había pasado, quizá estaba demasía·
t~,. en cuyo caso es natural preguntarle por el tiempo o por el do excitada y habría ido a dar una vuelta antes de hacer la ges·
h1¡0 enfermo. Pero como yo no tenía ninguna relación y en tión; también correspondía esperar.
82
ERNESTOSÁBATO EL TÚNEL
3. Trabajaba allí; en este caso había que esperar hasta la la hipótesis más favorable. En ese caso, al separarse de mí se
hora de salida. habría sentido trastornada y decidiría volver a su casa: Era ne-
«De modo que esperando hasta esa hora -razoné- en- cesario esperarla, pues, al otro día frente a la entrada.
frento las tres posibilidades.» Analicé luego la otra posibilidad: la gestión. Podría haber
Esta ~ó~ca me pareció de hierro y me tranquilizó bastante sucedido que, trastornada por el encuentro, hubiera vuelto a la
para decidirme a esperar con serenidad en el café de la esqui- casa y decidido dejar la gestión para el otro día. También en
na, desde cuya vereda podía vigilar la salida de la gente. Pedí este caso correspondía esperarla en la entrada.
cerveza y miré el reloj: eran las tres y cuarto. Estas dos eran las posibilidades favorables. La otra era terri-
A medida que fue pasando el tiempo me fui afirmando en ble: la gestión había sido hecha mientras yo llegaba al edificio y
la última,hipó~esis: trabajaba allí. A las seis me levanté, pues durante mi aventura de ida y vuelta en el ascensor. Es decir, que
me par:c1a mejor esperar en la puerta del edificio: seguramen- nos habíamos cruzado sin vernos. El tiempo de todo este pro-
te saldna mucha gente de golpe y era posible que no la viera
desde el café. ceso era muy breve y era muy improbable que las cosas hubie-
ran sucedido de este modo, pero era posible: bien podía consis-
A las seis y minutos empezó a salir el personal.
tir la famosa gestión en entregar una carta, por ejemplo. En ta-
A las seis y media habían salido casi todos como se infe-
les condiciones creí inútil volver al otro día a esperar.
ría del hecho de que cada vez raleaban más. A las siete menos
Había, sin embargo, dos posibilidades favorables y me
cuarto no salía casi nadie: solamente, de vez en cuando al-
aferré a ellas con desesperación.
gún alto empleado; a menos que ella fuera un alto empleado
(«Absurdo», pensé) o secretaria de un alto empleado («Eso sí» Llegué a mi casa con una mezcla de sentimientos: Por un
pensé con una débil esperanza). ' lado, cada vez que pensaba en la frase que ella había dicho
A las siete todo había terminado. («La recuerdo constanternente») mi corazón latía con violen-
cia y sentí que se me abría una oscura pero vasta y poderosa
perspectiva; intuí que una gran fuerza, hasta ese momento
VIII dormida, se desencadenaría en mí. Por otro lado, imaginé que
podía pasar mucho tiempo antes de volver a encontrarla. Era
Mientras volví~ a mi casa profundamente deprimido, trataba necesario encontrarla. Me encontré diciendo en alta voz, va-
de pensar con clandad. Mi cerebro es un hervidero, pero cuando rias veces: «iEs necesario, es necesario!»
me pongo nervioso las ideas se me suceden como en un vertigi-
noso ballet; a pesar de lo cual, o quizá por eso mismo he ido
acostumbrándome a gobernarlas y ordenarlas rigurosam~nte; de IX
otro modo creo que no tardaría en volverme loco.
. , Como dije, volví a ~~sa en un estado de profunda depre- Al otro día, temprano, estaba ya parado frente a la puerta
s1on: pero no por es~ dejé de ordenar y clasificar las ideas, pues de entrada de las oficinas de T. Entraron todos los empleados,
sentí que era necesario pensar con claridad si no quería perder pero ella no apareció: era claro que no trabajaba allí, aunque
para siempre a la única persona que evidentemente había restaba la débil hipótesis de que hubiera enfermado y no fue-
comprendido mi pintura. se a la oficina por varios días.
O ella entró en la oficina para hacer una gestión, o trabaja- Quedaba, además, la posibilidad de la gestión, de manera
ba allí; no había otra posibilidad. Desde luego, esta última era que decidí esperar toda la mañana en el café de la esquina.
ERNESTO SÁBATO EL 11.JNEL 85
Había ya perdido toda esperanza (serían alrededor de once -Prométame que no se irá nunca más. La necesito, la ne-
Y media) cuando la vi salir de la boca del subterráneo1º. Terri- cesito mucho -le dije.
blemente agitado, me levanté de un salto y fui a su encuentro. Volvió a mirarme como si me escrutara, pero no hizo nin-
Cuando ella me vio, se detuvo como si de pronto se hubiera gún comentario. Después fijó sus ojos en un árbol lejano.
convertido en piedra: era evidente que no contaba con seme- De perfil no me recordaba nada. Su rostro era hermoso
jante aparición. Era curioso, pero la sensación de que mi men- pero tenía algo duro. El pelo era largo y castaño. Físicamente,
~e h~bía trabajado con un rigor férreo me daba una energía no aparentaba mucho más de veintiséis años, pero existía en
musitada: me sentía fuerte, estaba poseído por una decisión vi- ella algo que sugería edad, algo típico de una persona que ha
ril y dispuesto a todo. Tanto que la tomé de un brazo casi con vivido mucho; no canas ni ninguno de esos indicios pura-
brutalidad y, sin decir una sola palabra, la arrastré por la calle mente materiales, sino algo indefinido y seguramente de or-
San Martín en dirección a la plaza. Parecía desprovista de vo- den espiritual; quizá la mirada, pero éhasta qué punto se pue-
luntad; no dijo una sola palabra. de decir que la mirada de un ser humano es algo fisico?; quizá
C~ando habíamos caminado unas dos cuadras, me pre- la manera de apretar la boca, pues, aunque la boca y los labios
gunto:
son elementos físicos, la manera de apretarlos y ciertas arrugas
_¿A dónde me lleva? son también elementos espirituales. No pude precisar en aquel
-A la plaza de San Martín. Tengo mucho que hablar con momento, ni tampoco podría precisarlo ahora, qué era, en de-
usted -le respondí, mientras seguía caminando con decisión finitiva, lo que daba esa impresión de edad. Pienso que tam-
siempre arrastrándola del brazo. ' bién podría ser el modo de hablar.
Murmuró algo referente a las oficinas de T., pero yo seguí -Necesito mucho de usted -repetí.
arrastrándola y no oí nada de lo que me decía. No respondió: seguía mirando el árbol.
Agregué: -¿Por qué no habla? -le pregunté.
-Tengo muchas cosas que hablar con usted. Sin dejar de mirar el árbol, contestó:
No ofrecía resistencia; yo me sentía como un río crecido -Yo no soy nadie. Usted es un gran artista. No veo para
que arrastra una rama. Llegamos a la plaza y busqué un banco qué me puede necesitar.
aislado.
Le grité brutalmente:
. -¿Por qué huyó? -fue lo primero que le pregunté. Me -iLe digo que la necesito! ¿Me entiende?
miró con esa expresión que yo había notado el día anterior Siempre mirando el árbol, musitó:
cuando me dijo «la recuerdo constantemente»: era una mirada _¿Para qué?
extraña, fija, penetrante, parecía venir de atrás; esa mirada me No respondí en el instante. Dejé su brazo y quedé pensati-
recordaba algo, unos ojos parecidos, pero no podía recordar vo. ¿Para qué, en efecto? Hasta ese momento no me había he-
dónde los había visto. cho con claridad la pregunta y más bien había obedecido a
-No sé -respondió finalmente-. También querría huir una especie de instinto. Con una ramita comencé a trazar di-
ahora. bujos geométricos en la tierra.
Le apreté el brazo. -No sé -murmuré al cabo de un buen rato-. Todavía
no lo sé.
10
Reflexionaba intensamente y con la ramita complicaba
subterráneo: en Argentina, metro.
cada vez más los dibujos.
86 ERNESTO SÁBATO EL TÚNEL
-Mi cabeza es un laberinto oscuro. A veces hay como re- ni uno solo de esos charlatanes se dio cuenta de la i~portancia
lámpagos que iluminan algunos corredores. Nunca termino de esa escena. Hubo una sola persona que le h~ dado importan-
de saber por qué hago ciertas cosas. No, no es eso ... cia: usted. y usted no es un crítico. No, en re~hdad hay otra per-
Me sentía bastante tonto: de ninguna manera era esa mi sona que le ha dado importancia, pero negatt~a: me lo ha repro-
forma de ser. Hice un gran esfuerzo mental: éacaso yo no ra- chado, le tiene aprensión, casi asco. En ~~mbio, usted ...
zonaba? Por el contrario, mi cerebro estaba constantemente Siempre mirando hacia adelan~e, dijo l~ntame~te_:, ,
razonando como una máquina de calcular; por ejemplo, en _¿y no podría ser que yo tuviera la misma opmion:
esta misma historia, éno me había pasado meses razonando y -¿Q,té opinión?
barajando hipótesis y clasificándolas? Y, en cierto modo, éno -La de esa persona. .
había encontrado a María al fin, gracias a mi capacidad lógica? La miré ansiosamente; pero su cara, de perfil, era mescru-
Sentí que estaba cerca de la verdad, muy cerca, y tuve miedo table: con sus mandíbulas apretadas. Respondí con firmeza:
de perderla: hice un enorme esfuerzo. -Usted piensa como yo.
Grité: _¿y qué es lo que piensa usted? .
-iNo es que no sepa razonar! Al contrario, razono siem- -No sé, tampoco podría responder a esa pre~unta. Mejor
pre. Pero imagine usted un capitán que en cada instante fija podría decirle que usted siente como yo. Usted miraba aq~ell~
matemáticamente su posición y sigue su ruta hacia el objetivo escena como la habría podido ~irar yo en su lug~r. No s~ que
con un rigor implacable. Pero que no sabepor qué va hacia ese ob piensa y tampoco sé lo que pienso yo, pero se que piensa
jetivo, «mtiende?
Me miró un instante con perplejidad; luego volvió nueva- como yo. d ,
_¿Pero entonces usted no piensa sus cua ros.
mente a mirar el árbol.
-Antes los pensaba mucho, los construía com? se_ cons-
-Siento que usted será algo esencial para lo que tengo que
truye una casa. Pero esa escena no: sentía que de~ia pmta~la
hacer, aunque todavía no me doy cuenta de la razón.
así sin saber bien por qué. Y sigo sin saber. En realidad, no tie-
Volví a dibujar con la ramita y seguí haciendo un gran es-
ne' nada que ver con el resto del cuadro y ~asta creo ~ue uno
fuerzo mental. Al cabo de un tiempo, agregué:
de esos idiotas me lo hizo notar. Estoy caminando a tientas, Y
-Por lo pronto sé que es algo vinculado a la escena de la
ventana: usted ha sido la única persona que le ha dado im- necesito su ayuda porque sé que siente como yo.
portancia. -No sé exactamente lo que piensa usted.
-Yo no soy crítico de arte -murmuro. Comenzaba a impacientarme. Le respondí ~ecam_ente: .
Me enfurecí y grité: _¿No le digo que no sé lo que pienso? Si pudiera decir
-iNo me hable de esos cretinos! con palabras claras lo que siento, sería casi como pensar claro.
Se dio vuelta sorprendida, Yo bajé entonces la voz y le ex- ¿No es cierto?
pliqué por qué no creía en los críticos de arte: en fin, la teoría -Sí, es cierto.
del bisturí y todo eso. Me escuchó siempre sin mirarme y Me callé un momento y pensé, tratando de ver claro. Des-
cuando yo terminé comentó: pués agregué: . , .
-Usted se queja, pero los críticos siempre lo han elogiado. -Podría decirse que toda mi obra antenor es mas superficial.
-iPeor para mí! ¿No comprende? Es una de las cosas que _¿Q,té obra anterior?
me han amargado y que me han hecho pensar que ando por el -La anterior a la ventana.
mal camino. Fíjese, por ejemplo, lo que ha pasado en este salón: Me concentré nuevamente y luego dije:
88
ERNESTO SÁBATO EL TúNEL 89
-No, no es eso exactamente, no es eso. No es que fuera -La palabra elogiable no tiene nada que hacer a~uí -dijo,
más superficial.
como contestando a su propia pregunta-. Lo que importa es
¿Q!lé era, verdaderamente? Nunca, hasta ese momento, la verdad. , ,
me había puesto a pensar en este problema; ahora me daba _¿y usted cree que esa escena es verdadera. -pregunte.
cuenta hasta qué punto había pintado la escena de la ventana Casi con dureza, afirmó:
como un sonámbulo. -Claro que es verdadera. .
-No, no es que fuera más superficial -agregué, como ha- Miré ansiosamente su rostro duro, su mi~ada dur~; . ,
blando para mí mismo-. No sé, todo esto tiene algo que ver «¿Por qué esa dureza?», me preguntaba, ::cpor quer» Quizá
con la humanidad en general homprende? Recuerdo que sintió mi ansiedad, mi necesidad de comumon, porque por un
días antes de pintarla había leído que en un campo de con- instante su mirada se ablandó y pareció ofrece_rme un puente;
centración alguien pidió de comer y lo obligaron a comerse pero sentí que era un puente transitorio y frágil c~lgado sobre
una rata viva. A veces creo que nada tiene sentido. En un pla- un abismo. Con una voz también diferente, agrego:
neta minúsculo, que corre hacia la nada desde millones de -Pero no sé qué ganará con verme. Hago mal a todos los
que se me acercan.
años, nacemos en medio de dolores, crecemos, luchamos,
nos enfermamos, sufrimos, hacemos sufrir, gritamos, mori-
mos, mueren y otros están naciendo para volver a empezar la X
comedia inútil.
¿sería eso, verdaderamente? Me quedé reflexionando en Quedarnos en vernos pronto. Me dio ver~e~~a decirl~
esa idea de la falta de sentido. ¿Toda nuestra vida sería una se- que deseaba verla al otro día o que deseaba seguir viéndola al~1
rie de gritos anónimos en un desierto de astros indiferentes? mismo y que ella no de_bería separarse ya nunca de m1:
Ella seguía en silencio. A pesar de que mi memona es sorprend?nte, -~engo, de pron
-Esa escena de la playa me da miedo -agregué después to, lagunas inexplicables. No sé ahora que 1~,d1¡e en a9u~l mo-
mento pero recuerdo que ella me respondió que deb1a.1;se.
de un largo rato-, aunque sé que es algo más profundo. No,
Es; misma noche le hablé por teléfono. Me ~te~d10 u~a
más bien quiero decir que me representa profundamente a
. . cua ndo le dij e que quería hablar con la senonta
mu¡er, dii Mana
· ,
mí. .. Eso es. No es un mensaje claro, todavía, no, pero me re-
presenta profundamente a mí. Iribarne pareció vacilar un segundo, pe,ro luego lJO q~e ma a
Oí que ella decía: ver si estaba. Casi instantáneamente 01 la v_oz de Mana, pero
con un tono casi oficinesco, que me produjo un vuelco.
-¿un mensaje de desesperanza, quizá? -Necesito verla, María -le dije-. Desde que nos separa-
La miré ansiosamente:
mos he pensado constantemente en usted, cada segundo.
-Sí -respondí-, me parece que un mensaje de desespe- Me detuve temblando. Ella no contestab~. . .
ranza. ¿ye cómo usted sentía como yo? -¿Por qué no contesta? -le dije con nerviosidad creciente.
Después de un momento, preguntó: -Espere un momento -respondió.
-¿y le parece elogiable un mensaje de desesperanza? Oí que dejaba el tubo!'. A los pocos instantes oJ ,de nuevo
La observé con sorpresa. su voz, pero esta vez su voz verdadera; ahora también ella pa-
-No -repuse-, me parece que no. ¿y usted qué piensa? recía estar temblando.
Quedó un tiempo bastante largo sin responder; por fin vol-
vió la cara y su mirada se clavó en mí.
11 tubo: expresión popular para designar el auricular del teléfono.
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ERNESTO SÁBA TO
EL TÚNEL 91
+-No podía hablar -me explicó.
-¿Por qué? duros y cómo de pronto se hacen blandos, en su forma de ca-
-~cá entra Y sale mucha gente. mmar ...
-cY ahora cómo puede hablar? -Tengo que cortar -me interrumpió de pronto--. Viene
-Porque cerré la puerta. Cuando cierro la puerta saben gente.
que no deben molestarme. -La llamaré mañana temprano -alcancé a decir, con de-
-Necesito verla, María -repetí con violencia-. No he sesperación.
hecho otra cosa que pensar en usted desde el mediodía -Bueno -respondió rápidamente.
Ella no respondió. ·
-¿Por qué no responde?
-~aste!... -comenzó con indecisión. XI
-iNo me diga Castel! -grité indignado.
-Ju~n Pablo ... -dijo entonces, con timidez. Pasé una noche agitada. No pude dibujar ni pintar, aun-
Sentí que una interminable felicidad comenzaba con esas que intenté muchas veces empezar algo. Salí a caminar y de
dos palabras. pronto me encontré en la calle Corrientes12. Me pasaba algo
Pe~o ~aria se había detenido nuevamente. muy extraño: miraba con simpatía a todo el mundo. Creo
-cQie pa~~?-pregunté-. ¿Por qué no habla? haber dicho que me he propuesto hacer este relato en forma
-Yo también -musitó. totalmente imparcial y ahora daré la primera prueba, confe-
_¿yo también qué? -pregunté con ansiedad. sando uno de mis peores defectos: siempre he mirado con
9Ye yo también no he hecho más que pensar. antipatía y hasta con asco a la gente, sobre todo a la gente
amontonada; nunca he soportado las playas en verano. Al-
-cPero pensar en qué? -seguí preguntand o, msacia . . bl e.
- Enot d o. gunos hombres, algunas mujeres aisladas me fueron muy
_¿cómo en todo? rnn qué? queridos, por otros sentí admiración (no soy envidioso), por
+-En lo extraño que es todo esto ... lo de su cuadro el en- otros tuve verdadera simpatía; por los chicos siempre tuve
cuentr? de ay_e~·;· lo_ de hoy ... qué sé yo... ... ternura y compasión (sobre todo cuando, mediante un es-
La 1?1precmon siempre me ha irritado. fuerzo mental, trataba de olvidar que al fin serían hombres
d -Si, pero:º le he dicho que no he dejado de pensar en us como los demás); pero, en general, la humanidad me pareció
te -r~spo~d1-. Usted no me dice que haya pensado en mí. siempre detestable. No tengo inconvenientes en manifestar
Paso ui:i mstante. Luego respondió: que a veces me impedía comer en todo el día o me impedía
-Le digo que he pensado en todo. pintar durante una semana el haber observado un rasgo; es
-No ha dado detalles. increíble hasta qué punto la codicia, la envidia, la petulancia,
-Es que todo es tan extraño, ha sido tan extraño ... estoy la grosería, la avidez y, en general, todo ese conjunto de atri-
tan P~rturbada ... Claro que pensé en usted ... butos que forman la condición humana pueden verse en una
M1 corazón golpeó. Necesitaba detalles: me emocionan los cara, en una manera de caminar, en una mirada. Me parece
d etalles, no las generalidades. natural que después de un encuentro así uno no tenga ganas
-¿Pero cómo cómo ~ - , . .
d d Yc h , ... . pregunte con creciente ansie-
a -. o e pensado en cada uno de sus rasgos, en su per- 12 calle Corrientes: calle céntrica de Buenos Aires, bulliciosa, atestada de cines,
fil, cuando miraba el árbol en su pelo castañ o . hoteles, bares y comercios. De intensa vida nocturna, se la señala como la calle
' ' en sus OJOS
en la que siempre se puede oír la música de un tango.
92
ERNESTO SÁBATO EL TÚNEL 93
de comer, de pintar, ni aun de vivir. Sin embargo, quiero ha- también consecuencia de esa conversación? Y si era consecuencia,
cer constar que no me enorgullezco de esta característica. sé épor qué, équería huir de mí una vez mas, étemía el inevitable
que es una muestra de soberbia y sé, también, que mi alma
encuentro del otro día.
ha alberga?º muchas veces la codicia, la petulancia, la avidez
Este inesperado viaje al campo despertó la primera duda.
y 1~ groseria. Per<? he dicho que me propongo narrar esta his-
Como sucede siempre, empecé a encontrar sospechosos deta-
toria con entera imparcialidad, y así lo haré.
lles anteriores a los que antes no había dado importancia.
~sa noche, pues, mi desprecio por la humanidad parecía
¿Por qué esos cambios de voz en el teléfono el día anterior?
abol1~0 o, por lo menos, transitoriamente ausente. Entré en
¿Qiiénes eran esas gentes que «entraban y salían» y que le im-
ef1 ~afe ,Marzott~. Supongo que ustedes saben que la gente va
pedían hablar con naturalidad? Además, eso probaba que ella
a I a o~~ tang,os pero a oírlos como un creyente en Dios oye
La pastan segun San Mateo'", era capaz de simular. ¿y por qué vaciló esa mujer cuando pre-
gunté por la señorita Iribarne? Pero una frase sobre todo se
me había grabado como con ácido: «Cuando cierro la puerta
XII saben que no deben molestarme.» Pensé que alrededor de
María existían muchas sombras.
A la maña_~ª siguiente, a eso de las diez, llamé por teléfo- Estas reflexiones me las hice por primera vez mientras
no. ~e atendió _la ~rusma mujer del día anterior. Cuando pre- corría a su casa. Era curioso que ella no hubiera averiguado mi
gu1:_te por la, sen~rita María Iribarne me dijo que esa misma dirección; yo, en cambio, conocía ya su dirección y su teléfo-
mana~a había salido para el campo. Me quedé frío. no. Vivía en la calle Posadas, casi en la esquina de Seaver15.
-cPara el campo? -pregunté. Cuando llegué al quinto piso y toqué el timbre, sentí una
-Sí, señor. ¿usted es el señor Castel? gran emoción.
-Sí, soy Castel. · Abrió la puerta un mucamo16 que debía de ser polaco o
, -D~jó u~a carta para usted, acá. Que perdone, pero no te- algo por el estilo y cuando di mi nombre me hizo pasar a una
nia su dirección. salita llena de libros: las paredes estaban cubiertas de estantes
Me había hec~o tanto a la idea de verla ese mismo día y es- hasta el techo, pero también había montones de libros encima
p_eraba cos_a,s tan importantes de ese encuentro que este anun- de dos mesitas y hasta de un sillón. Me llamó la atención el ta-
cio me ?eJo anonadado. Se me ocurrieron una serie de pre- maño excesivo de muchos volúmenes.
guntas: cPo~ qué había resuelto ir al campo? Evidentemente Me levanté para echar un vistazo a la biblioteca. De pron-
est~ ,resoluct,ó~ había sido tomada después de nuestra conver'. to tuve la impresión de que alguien me observaba en silencio
sacio? telefónica, porque, si no, me habría dicho algo acerca a mis espaldas. Me di vuelta y vi a un hombre en el extremo
del viaje y, so?re todo, no habría aceptado mi sugestión de opuesto de la salita: era alto, flaco, tenía una hermosa cabeza.
hablar p_or telefono ~ la mañana siguiente. Ahora bien, si esa Sonreía pero en general, sin precisión. A pesar de que tenía los
resolución era posterior a la conversación por teléfono ésería ojos abiertos, me di cuenta de que era ciego. Entonces me ex-
pliqué el tamaño anormal de los libros.
o:\~np~~·fuSábdadtodlo defif¡ne_ comd o «humilde suburbio de la literatura argentina»
P
t4 L .,n 1 a, meta isica e sus letras. ' 15 Posadas, casi en la esquina de Seaver: calles del residencial «barrio Norte» de
mán]ªohpaaswnSseb,gun_SanBMahte(o:obra barroca de carácter religioso del músico ale· Buenos Aires, cercano a la estación Retiro.
nn e asnan ac 1685-1750). 16 mucamo: en Argentina, criado.
94 ERNESTO SABATO EL TÚNEL 95
. , ._¿usted es Castel, no? -me dijo con cordialidad, exten- -No, nada urgente.
diéndorne la mano. Me sentí una especie de monstruo, viendo sonreír al ciego,
-Sí, s~_ñor Iribarne -respondí, entregándole mi mano que me miraba con los ojos bien abiertos.
co.~ perplejidad, mientras pensaba qué clase de vinculación fa. -Así es María -dijo, como pensando para sí-. Muchos
miliar podía haber entre María y él. confunden sus impulsos con urgencias. María hace, efectiva·
~, mismo ti~mpo que me hacía señas de tomar asiento mente, con rapidez, cosas que no cambian la situación.
sonno con una ligera _expresión de ironía y agregó: ' ¿cómo le explicaré?
~No me llamo Inbarne y no me diga señor. Soy Allende Miró abstraído hacia el suelo, como buscando una explica·
mando de María. ' ción más clara. A1 rato, dijo:
. Ac~stu_~?rado ~ valorizar y quizá a interpretar los silen- -Como alguien que estuviera parado en un desierto y de
eros, añadió inmediatamente: pronto cambiase de lugar con gran rapidez. ¿comprende? La
-María usa siempre su apellido de soltera. velocidad no importa, siempre se está en el mismo paisaje.
Yo estaba como una estatua. Fumó y pensó un instante más, como si yo no estuviera.
, ~María me ha hablado mucho de su pintura. Como que· Luego agregó:
d~ ciego hace pocos años, todavía puedo imaginar bastante -Aunque no sé si es esto, exactamente. No tengo mucha
bien las cosas. habilidad para las metáforas.
~arecta co_m? s~ quisiera disculparse de su ceguera. Yo no No veía el momento de huir de aquella sala maldita. Pero
sabia que decir, 1Como ansiaba estar solo, en la calle, para pen- el ciego no parecía tener apuro. «¿ Qué abominable comedia es
sar en todo! ésta?», pensé.
Sacó una carta de un bolsillo y me la alcanzó. -Ahora, por ejemplo -prosiguió Allende+-, se levanta
-Acá está la carta -dijo con sencillez, como si no tuvie- temprano y me dice que se va a la estancia 17.
ra nada de extraordinario. -¿A la estancia? -pregunté inconscientemente.
To~é la ~arta _e iba a guardarla cuando el ciego agregó, -Sí, a la estancia nuestra. Es decir, a la estancia de mi
como si hubiera visto mi actitud: abuelo. Pero ahora está en manos de mi primo Hunter. Su-
-Léala, no más. Aunque siendo de María no debe de ser pongo que lo conoce.
nada urgente. Esta nueva revelación me llenó de zozobra y al mismo
~o temblaba. Abrí el sobre, mientras él encendía un ci- tiempo de despecho: équé podría encontrar? María en ese im-
garrillo, después de haberme ofrecido uno. Saqué la carta; de- bécil mujeriego y cínico Traté de tranquilizarme, pensando
cia una sola frase: que ella no iría a la estancia por Hunter sino, simplemente,
porque podría gustarle la soledad del campo y porque la es·
l1> también pienso en usted. tancia era de la familia. Pero quedé muy triste.
-He oído hablar de él -dije, con amargura.
Antes de que el ciego pudiese hablar agregué, con brus-
MARfA
quedad:
-Tengo que irme.
Cuando el ciego oyó doblar el papel, preguntó:
-Nada urgente, supongo. 17 estancia: en Argentina y Chile, finca en el campo destinada al cultivo y, más
Hice un gran esfuerzo y respondí: especialmente, a la ganadería.
96 ERNESTO SABATO EL TúNEL 97
-Caramba, cómo lo lamento -comentó Allende-. Es- la carta a través del marido, ¿por qué emplear una voz neutra
pero que volvamos a vernos. y oficinesca hasta que la puerta estuvo cerrada? Luego, équé
-Sí, sí, naturalmente -dije. significaba esa aclaración de que «cuando está la puerta cerra-
Me acompañó hasta la puerta. Le di la mano y salí co- da saben que no deben molestarme»? Por lo visto, era fre-
rriendo. Mientras bajaba en el ascensor, me repetía con rabia: cuente que ella se encerrara para hablar por teléfono. Pero no
«¿Q!ié abominable comedia es ésta?» era creíble que se encerrase para tener conversaciones triviales
con personas amigas de la casa: había que suponer que era
para tener conversaciones semejantes a la nuestra. Pero en-
XIII tonces había en su vida otras personas como yo. ¿ Cuántas
eran? ¿y quiénes eran?
Necesitaba despejarme y pensar con tranquilidad. Caminé Primero pensé en Hunter, pero lo excluí en seguida: ¿a qué
por Posadas hacia el lado de la Recoleta 18• hablar por teléfono si podía verlo en la estancia cuando qui-
Mi cabeza era un pandemonio: una cantidad de ideas, sen- siera? ¿Q!iiénes eran los otros, en ese caso?
timientos de amor y de odio, preguntas, resentimientos y re- Pensé si con esto liquidaba el asunto telefónico. No, no
cuerdos se mezclaban y aparecían sucesivamente. quedaba terminado: subsistía el problema de su contestación
¿ Qué idea era esta, por ejemplo, de hacerme ir a la casa a a mi pregunta precisa. Observé con amargura que cuando yo
buscar una carta y hacérmela entregar por el marido? ¿y có- le pregunté si había pensado en mí, después de tantas vague-
mo no me había advertido que era casada? ¿y qué diablos te- dades sólo contestó: «éno le he dicho que he pensado en
nía que hacer en la estancia con el sinvergüenza de Hunter? todo?» Esto de contestar con una pregunta no compromete
¿y por qué no había esperado mi llamado telefónico? Y ese cie- mucho. En fin, la prueba de que esa respuesta no fue clara era
go, ¿qué clase de bicho era? Dije ya que tengo una idea que ella misma, al otro día (o esa misma noche) creyó nece-
desagradable de la humanidad; debo confesar ahora que los sario responder en forma bien precisa con una carta.
ciegos no me gustan nada y que siento delante de ellos una im- «Pasemos a la carta», me dije. Saqué la carta del bolsillo y la
presión semejante a la que me producen ciertos animales, volví a leer:
fríos, húmedos y silenciosos, como las víboras. Si se agrega el
hecho de leer delante de él una carta de la mujer que decía Yo Yo también pienso en usted.
también pienso en usted, no es dificil adivinar la sensación de
MARfA
asco que tuve en aquellos momentos.
Traté de ordenar un poco el caos de mis ideas y sentimien-
tos y proceder con método, como acostumbro. Había que em-
pezar por el principio, y el principio (por lo menos el inme- La letra era nerviosa o por lo menos era la letra de una per·
diato) era, evidentemente, la conversación por teléfono. En sona nerviosa. No es lo mismo, porque, de ser cierto lo pri-
esa conversación había varios puntos oscuros. mero manifestaba una emoción actual, y por tanto, un indi-
En primer término, si en esa casa era tan natural que ella cio favorable a mi problema. Sea como sea, me emocionó
tuviera relaciones con hombres, como lo probaba el hecho de muchísimo la firma: María. Simplemente María. Esa simpli-
cidad me daba una vaga idea de pertenencia, una vaga idea de
que la muchacha estaba ya en mi vida y de que, en cierto
18
la Recoleta: zona de parques y plazas en la que se halla el cementerio que le
da el nombre. Está ubicada en el «barrio Norte» de Buenos Aires. modo, me pertenecía.
ERNESTO SÁBATO EL TÚNEL 99
iAy! Mis sentimientos de felicidad son tan poco durade- se han reído de mi manía de elegir siempre los caminos más
ros ... Esa impresión, por ejemplo, no resistía el menor análisis: enrevesados: Yo me pregunto por qué la realidad ha de ser_ simple:
éacaso el marido no la llamaba también María? Y seguramen- Mi experiencia me ha enseñado que, por el contran~, c~si
te Hunter también la llamaría así, «ie qué otra manera podía nunca lo es y que cuando hay algo que parece extraordmana-
llamarla ¿y las otras personas con las que hablaba a puertas mente claro, una acción que al parecer obedece a un~ causa
cerradas? Me imagino que nadie habla a puertas cerradas a al- sencilla casi siempre hay debajo móviles más complejos. Un
guien que respetuosamente dice «señorita Iribarne». ejemplo de todos los días: la gente que d~ limosnas; en gene-
«i Señorita Iribame]» Ahora caía en la cuenta de la vacila- ral, se considera que es más generosa y mejor que, la gente q~e
ción que había tenido la mucama la primera vez que hablé por no las da. Me permitiré tratar con el mayor desden esta teona
teléfono: iQié grotesco! Pensándolo bien, era una prueba más simplista. Cualquiera sabe que no se resuelve el problema de
de que ese tipo de llamado no era totalmente novedoso: evi- un mendigo (de un mendigo auténtico) con un peso'" o un
dentemente, la primera vez que alguien preguntó por la «seño- pedazo de pan: solamente se resu~lve el problema ~s_icológic?
rita Iribarne» la mucama, extrañada, debió forzosamente haber del señor que compra así, por casi nada, su tranquilidad espi-
corregido, recalcando lo de señora. Pero, naturalmente, a fuerza ritual y su título de generoso. Júzgue~e hasta qué p~nto esa
de repeticiones, la mucama había terminado por encogerse de gente es mezquina cuando no se decide a ga~t~r mas de. un
hombros y pensar que era preferible no meterse en rectificacio- peso por día para asegurar su tranquilida? es~mtual ,Y la idea
nes. Vaciló, era natural; pero no me corrigió. reconfortante y vanidosa de su bondad. 1Cuanta mas pureza
Volviendo a la carta, reflexioné que había motivo para una de espíritu y cuánto más valor se _requiere_p~ra _sobrellevar .la
cantidad de deducciones. Empecé por el hecho más extraordi- existencia de la miseria humana sm esta hipócrita (y usuana)
nario: la forma de hacerme llegar la carta. Recordé el argu- operación!
mento que me transmitió la mucama: «Que perdone, pero no Pero volvamos a la carta.
tenía la dirección» Era cierto: ni ella me había pedido la di- Solamente un espíritu superficial podría quedarse con la
rección ni a mí se me había ocurrido dársela; pero lo primero misma hipótesis, pues se derrumba al menor análisis .. «Ma-
que yo habría hecho en su lugar era buscarla en la guía de te- ría quería hacerme saber que era casada para q_ue yo vie~e la
léfonos. No era posible atribuir su actitud a una inconcebible inconveniencia de seguir adelante.» Muy bomto. Pero lpor
pereza, y entonces era inevitable una conclusión: María de qué en ese caso recurrir a un pro~edimiento tan engorroso
seaba queyo fuera a la casay me enfrentase con el marido. Pero ¿ por y cruel? ¿No podría habérmelo dicho perso_nalmente Y has-
qué? En este punto se llegaba a una situación sumamente ta por teléfono? ¿No podría haberme, escnto, de no tener
complicada: podría ser que ella experimentara placer en usar al valor para decírmelo? Quedaba todavía un ar?umento tre-
marido de intermediario; podía ser el marido el que experi- mendo: ¿por qué la carta, en ese caso, no decía que era ca-
mentase placer; podían ser los dos. Fuera de estas posibilida- sada, como yo lo podía v~r, y n~ rogaba 9-u~ tomara _nues-
des patológicas quedaba una natural: María había querido ha- tras relaciones en un sentido mas tranquilo. No, senore~.
cerme saber que era casada para que yo viera la inconvenien- Por el contrario, la carta era una carta destinad~ a consoli-
cia de seguir adelante. dar nuestras relaciones, a alentarlas y a conducirlas por el
Estoy seguro de que muchos de los que ahora están leyen- camino más peligroso.
do estas páginas se pronunciarán por esta última hipótesis y
juzgarán que sólo un hombre como yo puede elegir alguna
de las otras. En la época en que yo tenía amigos, muchas veces 19 un peso: unidad monetaria de Argentina.
roo ERNESTO SÁBATO EL TÚNEL IOI
Qpedaban, al parecer, las hipótesis patológicas. ¿Era posi- después de la visita a la calle Posadas. Tuve este sueño: visita-
ble que María sintiera placer en emplear a Allende de inter- ba de noche una vieja casa solitaria. Era una casa en cierto
mediario? ¿o era él quien buscaba esas oportunidades? ¿o el modo conocida e infinitamente ansiada por mí desde la in-
destino se había divertido juntando dos seres semejantes? fancia, de manera que al entrar en ella me guiaban algunos re-
De pronto me arrepentí de haber llegado a esos extremos, cuerdos. Pero a veces me encontraba perdido en la oscuridad
con mi costumbre de analizar indefinidamente hechos y pala-
o tenía la impresión de enemigos escondidos que podían asal-
bras. Recordé la mirada de María fija en el árbol de la plaza,
tarme por detrás o de gentes que cuchicheaban y se burlaban
mientras oía mis opiniones; recordé su timidez, su primera
de mí, de mi ingenuidad. ¿Q¡iénes eran esas gentes y qué
huida. Y una desbordante ternura hacia ella comenzó a inva-
querían? Y sin embargo, y a pesar de todo, sentía que en e.sa
dirme. Me pareció que era una frágil criatura en medio de un
casa renacían en mí los antiguos amores de la adolescencia,
mundo cruel, lleno de fealdad y miseria. Sentí lo que muchas
con los mismos temblores y esa sensación de suave locura, de
veces había sentido desde aquel momento del salón: que era
un ser semejante a mí. temor y de alegría. Cuando me desperté, comprendí que la
Olvidé mis áridos razonamientos, mis deducciones feroces. casa del sueño era María.
Me dediqué a imaginar su rostro, su mirada -esa mirada que
me recordaba algo que no podía precisar-, su forma profunda
y melancólica de razonar. Sentí que el amor anónimo que yo XV
había alimentado durante años de soledad se había concentra-
do en María. ¿cómo podía pensar cosas tan absurdas? En los días que precedieron a la llegada de su carta, mi pen-
Traté de olvidar, pues, todas mis estúpidas deducciones samiento era como un explorador perdido en un paisaje ne-
acerca del teléfono, la carta, la estancia, Hunter. blinoso: acá y allá, con gran esfuerzo, lograba vislumbrar vagas
Pero no pude. siluetas de hombres y cosas, indecisos perfiles de peligros y
abismos. La llegada de la carta fue como la salida del sol.
Pero este sol era un sol negro, un sol nocturno. No sé si se pue-
XIV de decir esto, pero aunque no soy escritor y aunque no estoy
seguro de mi precisión, no retiraría la palabra nocturno; esta
Los días siguientes fueron agitados. En mi precipitación no palabra era, quizá, la más apropiada para María, entre todas las
había preguntado cuándo volvería María de la estancia; el mis- que forman nuestro imperfecto lenguaje.
mo día de mi visita volví a hablar por teléfono para averiguar- Ésta es la carta que me envió:
lo; la mucama me dijo que no sabía nada; entonces le pedí la
dirección de la estancia. Hepasado tres días extraños: el mar, la playa, los caminos mefue~
Esa misma noche escribí una carta desesperada, preguntán- ron trayendo recuerdos de otros tiempos. No solo imágenes: también vo
dole la fecha de su regreso y pidiéndole que me hablara por te- ces, gritos y largos silencios de otros días. Es curioso, pero vivir consiste
léfono en cuanto llegase a Buenos Aires o que me escribiese. en construirfuturos recuerdos; ahora mismo, aquí frente al mar, sé que
Fui hasta el Correo Central y la hice certificar, para disminuir estoy preparando recuerdos minuciosos, que alguna vez me. traerán la
al mínimo los riesgos.
melancolíay la desesperanza.
·Como decía, pasé unos días muy agitados y mil veces vol- El mar está ahí, permanentey rabioso. Mi llanto de entonces; inú
vieron a mi cabeza las ideas oscuras que me atormentaban til; también inútiles mis esperas en la playa solitaria, mirando tenaz
I0.2.
ERNESTO SÁBATO EL TÚNEL ro3
mente al mar. ¿Has adivinado y pintado este recuerdo mío o has pin
tado el recuerdo de muchos seres como vo~º y yo? XVI
Pero ahora htfigura se interpone: estás entre el mar y yo. Mis ojos
encuentran tus ojos. Estás quieto y un poco desconsolado, me mirás Amaba desesperadamente a María y no obstante la palabra
como pidiendo ayuda. amor no se había pronunciado entre nosotros. Esperé con an-
siedad su retorno de la estancia para decírsela.
Pero ella no volvía. A medida que fueron pasando los días,
creció en mí una especie de locura. Le escribí una segunda carta
que simplemente decía: «i'Ie quiero, María, te quiero, te quiero]»
iCuánto la comprendía y qué maravillosos sentimientos A los dos días recibí, por fin, una respuesta que decía estas
crecieron en mí con esta carta! Hasta el hecho de rutearme-! únicas palabras: «Tengo miedo de hacerte mucho rnal.» Le
de pronto me dio una certeza de que María era mía. Y sola- contesté en el mismo instante: «No me importa lo que puedas
mente mía: «estás entre el mar y yo»; allí no existía otro, está- hacerme. Si no pudiera amarte me moriría. Cada segundo que
bamos solos nosotros dos, como lo intuí desde el momento paso sin verte es una interminable tortura»
en que ella miró la escena de la ventana. En verdad, écórno Pasaron días atroces, pero la contestación de María no lle-
podía no tutearme si nos conocíamos desde siempre, desde gó. Desesperado, escribí: «Estás pisoteando este amor,»
m~l ~ños atrás? Si cuando ella se detuvo frente a mi cuadro y Al otro día, por teléfono, oí su voz, remota y temblorosa.
miro aquella pequeña escena sin oír ni ver la multitud que Excepto la palabra María, pronunciada repetidamente, no ati-
no_s rodeaba, ya era como si nos hubiésemos tuteado y en se- né a decir nada, ni tampoco me habría sido posible: mi gar-
guida supe cómo era y quién era, cómo yo la necesitaba y ganta estaba contraída de tal modo que no podía hablar dis-
cómo, también, yo le era necesario. tintamente. Ella me dijo:
iAh, y sin embargo te maté! iY he sido yo quien te ha ma- -Vuelvo mañana a Buenos Aires. Te hablaré apenas llegue.
tado, yo, que veía como a través de un muro de vidrio, sin po- Al otro día, a la tarde, me habló desde su casa.
der tocarlo, tu rostro mudo y ansioso! iYo, tan estúpido, tan -Te quiero ver en seguida -dije.
ciego, tan egoísta, tan cruel! -Sí, nos veremos hoy mismo -respondió.
Basta de efusiones. Dije que relataría esta historia en forma -Te espero en la plaza San Martín -le dije.
escueta y así lo haré. María pareció vacilar. Luego respondió:
-Preferiría en la Recoleta. Estaré a las ocho.
i Cómo esperé aquel momento, cómo caminé sin rumbo
por las calles para que el tiempo pasara más rápido! iQyé ter-
20
A lo largo de la novela se encontrará frecuentemente el fenómeno del nura sentía en mi alma, qué hermosos me parecían el mundo,
v?seo, es decir, la sustitución del pronombre personal de segunda persona la tarde de verano, los chicos que jugaban en la vereda! Pienso
tu ~o_r vos. Es rasgo propio del habla popular de la mayor parte de Hispano-
amenca, En el habla de Argentina en el verbo correspondiente en presente se ahora hasta qué punto el amor enceguece y qué mágico poder
emplean -y pueden observarse con profusión en esta obra- las formas ar· de transformación tiene. iLa hermosura del mundo! iSi es para
caicas en que falta la i de los diptongos. Así, en el capítulo XVI se encuen- morirse de risa!
tran equiuocds (l.ª conj.), hacés (2." conj.). Para el empleo del voseo, cfr. Alon-
s~ Zamora Vicente, Dialectología española, 2.' ed., Madrid, Gredos, 1967,
Habían pasado pocos minutos de las ocho cuando vi a Ma-
pags. 400-410. ría que se acercaba, buscándome en la oscuridad. Era ya muy
21
tutearme: en Argentina equivale a tratarse de vos, no de usted. tarde para ver su cara, pero reconocí su manera de caminar.
104 ERNESTO SÁBATO EL TÚNEL 105
Nos sentamos. Le apreté un brazo y repetí su nombre in- de segundo antes. Me ha sucedido a veces darme vuelta de
sensatamente, muchas veces; no acertaba a decir otra cosa, pronto con la sensación de que me espiaban, no encontrar a
mientras ella permanecía en silencio. nadie y, sin embargo, sentir que la soledad que me rodeaba era
-¿Por qué te fuiste a la estancia? -pregunté por fin, con reciente y que algo fugaz había desaparecido, como si un leve
violencia=-, ¿Por qué me dejaste solo? ¿Por qué dejaste esa car- temblor quedara vibrando en el ambiente. Era algo así.
ta en tu casa? ¿Por qué no me dijiste que eras casada? -Has estado sonriendo -dije con rabia.
Ella no respondía. Le estrujé el brazo. Gimió. -¿Sonriendo? -preguntó asombrada.
-Me hacés mal, Juan Pablo -dijo suavemente. -Sí, sonriendo: a mí no se me engaña tan fácilmente. Me
-¿Por qué no me decís nada? ¿Por qué no respondés t
fijo mucho en los detalles.
No decía nada. ·
-rnn qué detalles te has fijado? -preguntó. .
-¿Por qué? ¿Por qué?
-Qiedaba algo en tu cara. Rastros de una sonnsa.
Por fin respondió: _¿y de qué podía sonreír? -volvió a decir con dureza.
_¿Por qué todo ha de tener respuesta? No hablemos de
-De mi ingenuidad, de mi pregunta si me querías verda-
mí: hablemos de vos, de tus trabajos, de tus preocupaciones.
deramente o como a un chico, qué sé yo ... Pero habías estado
Pensé constantemente en tu pintura, en lo que me dijiste en la
sonriendo. De eso no tengo ninguna duda.
plaza San Martín. Quiero saber qué hacés ahora, qué pensás,
si has pintado o no. María se levantó de golpe.
-¿Qié pasa?-pregunté asombrado.
Le volví a estrujar el brazo con rabia.
-No -le respondí-. No es de mí que deseo hablar: de- -Me voy -repuso secamente.
seo hablar de nosotros dos, necesito saber si me querés. Nada Me levanté como un resorte.
más que eso: saber si me querés. -¿Cómo, que te vas?
No respondió. Desesperado por el silencio y por la oscuridad -Sí, me voy.
que no me permitía adivinar sus pensamientos a través de sus -¿Cómo, que te vas ¿Por qué?
ojos, encendí un fósforo. Ella dio vuelta rápidamente la cara, es- No respondió. Casi la sacudí con los dos brazos.
condiéndola. Le tomé la cara con mi otra mano y la obligué a -¿Por qué te vas?
mirarme: estaba llorando silenciosamente. -Temo que tampoco vos me entiendas.
-Ah ... entonces no me querés -dije con amargura. Me dio rabia.
Mientras el fósforo se apagaba vi, sin embargo, cómo me -¿Cómo? Te pregunto algo que para mí es cosa de vida o
miraba con ternura. Luego, ya en plena oscuridad, sentí que su muerte, en vez de responderme sonreís y además te enojás.
mano acariciaba mi cabeza. Me dijo suavemente: Claro que es para no entenderte.
-Claro que te quiero ... épor qué hay que decir ciertas -Imaginás que he sonreído -comentó con sequedad.
cosas? -Estoy seguro.
-Sí -le respondí-, ¿pero cómo me querés? Hay muchas -Pues te equivocás. Y me duele infinitamente que hayas
maneras de querer. Se puede querer a un perro, a un chico. Yo pensado eso. . r • •
quiero decir amor, verdadero amor, éentendési' No sabía qué pensar. En ngor, yo no había :1sto la sonrisa
Tuve una rara intuición: encendí rápidamente otro fósforo. sino algo así como un rastro en una cara ya sena.
Tal como lo había intuido, el rostro de María sonreía. Es -No sé, María, perdoname -dije abatido-. Pero tuve la
decir, ya no sonreía, pero había estado sonriendo un décimo seguridad de que habías sonreído.
ro6 ERNESTOSÁBATO EL TÚNEL
Me quedé en silencio; estaba muy abatido. Al rato sentí Me quedé perplejo. No porque creyera que mi edad fuese
que su mano tomaba mi brazo con ternura. Oí en seguida su excesiva sino porque, a pesar de todo, yo debía de tener mu-
voz, ahora débil y dolorida: chos más años que ella; porque, de cualquier modo, no era po-
-¿Pero cómo pudiste pensarlo? sible que tuviese más de veintiséis años.
-No sé, no sé -repuse casi llorando. -Muy joven -repitió, adivinando quizá mi asombro.
Me hizo sentar nuevamente y me acarició la cabeza como -Y vos, équé edad tenés? -insistí.
lo había hecho al comienzo. -¿Q_yé importancia tiene eso? -respondió seriamente.
-Te advertí que te haría mucho mal -me dijo al cabo de _¿y por qué has preguntado mi edad? -dije, casi irritado.
unos instantes de silencio-. Ya ves como tenía razón. -Esta conversación es absurda -replicó-. Todo esto es
-Ha sido culpa mía -respondí. una tontería. Me asombra que te preocupés de cosas así.
-No, quizá ha sido culpa mía -comentó pensativamen- ¿yo preocupándome de cosas así? ¿Nosotros teniendo se-
te, como si hablase consigo misma. mejante conversación? En verdad écómo podía pasar todo
«Qué extraño», pensé. eso? Estaba tan perplejo que había olvidado la causa de la pre-
-¿Qyé es lo extraño? -preguntó María. gunta inicial. No, mejor dicho, no había investigado la causa de
la pregunta inicial. Sólo en mi casa, horas después, llegué a
Me quedé asombrado y hasta pensé (muchos días después)
darme cuenta del significado profundo de esta conversación
que era capaz de leer los pensamientos. Hoy mismo no estoy
aparentemente tan trivial.
seguro de que yo haya dicho aquellas palabras en voz alta, sin
darme cuenta.
--:-¿O!ié es lo extraño?-volvió a preguntarme, porque yo,
XVII
en rru asombro, no había respondido.
-Qyé extraño lo de tu edad.
Durante más de un mes nos vimos casi todos los días. No
-¿De mi edad?
quiero rememorar en detalle todo lo que sucedió en ese tiem-
-Sí, de tu edad. ¿ Qué edad tenés?
po a la vez maravilloso y horrible. Hubo demasiadas cosas
Rió.
tristes para que desee rehacerlas en el recuerdo.
-¿Qyé edad creés que tengo? María comenzó a venir al taller. La escena de los fósforos,
-Eso es precisamente lo extraño -respondí-. La prime- con pequeñas variaciones, se había reproducido dos o tres ve-
ra vez que te vi me pareciste una muchacha de unos veinti- ces y yo vivía obsesionado con la idea de que su amor era, en
séis años. el mejor de los casos, amor de madre o de hermana. De modo
-¿y ahora? que la unión física se me aparecía como una garantía de ver-
-No, no. Ya al comienzo estaba perplejo, porque algo no dadero amor.
ftsico me hacía pensar ... Diré desde ahora que esa idea fue una de las tantas inge-
-¿Q_yé te hacia pensar? nuidades mías, una de esas ingenuidades que seguramente
-Me hacía pensar en muchos años. A veces siento como hacían sonreír a María a mis espaldas. Lejos de tranquilizar-
si yo fuera un niño a tu lado. me, el amor fisico me perturbó más, trajo nuevas y torturan-
-¿Qyé edad tenés vos? tes dudas, dolorosas escenas de incomprensión, crueles expe-
-Treinta y ocho años. rimentos con María. Las horas que pasamos en el taller son
-Sos muy joven, realmente. horas que nunca olvidaré. Mis sentimientos, durante todo
I08 ERNESTO SABATO EL TúNEL 109
ese período, oscilaron entre el amor más puro y el odio más pues señalaba hasta qué punto eran fugaces esos instantes de
desenfrenado, ante las contradicciones y las inexplicables ac- comunidad. Y, lo que era mucho peor, causaban nuevos dis-
titudes de María; de pronto me acometía la duda de que todo tanciamientos porque yo la forzaba, en la desesperación de
era fingido. Por momentos parecía una adolescente púdica y consolidar de algún modo esa fusión, a unimos corporalmen-
de pronto se me ocurría que era una mujer cualquiera, y en- te; sólo lográbamos confirmar la imposibilidad de prolongarla
tonces un largo cortejo de dudas desfilaba por mi mente: o consolidarla mediante un acto material. Pero ella agravaba
«iónde? écómo? ¿quiénes? écuándo? las cosas porque, quizá en su deseo de borrarme esa idea fija,
En tales ocasiones, no podía evitar la idea de que María re- aparentaba sentir un verdadero y casi increíble placer; y en-
presentaba la más sutil y atroz de las comedias y de que yo era, tonces venían las escenas de vestirme rápidamente y huir a la
entre sus manos, como un ingenuo chiquillo al que se engaña calle, o de apretarle brutalmente los brazos y querer forzarle
con cuentos fáciles para que coma o duerma. A veces me aco- confesiones sobre la veracidad de sus sentimientos y sensacio-
metía un frenético pudor, corría a vestirme y luego me lanza- nes. Y todo era tan atroz que cuando ella intuía que nos acer-
ba a la calle, a tomar fresco y a rumiar mis dudas y aprensio- cábamos al amor fisico, trataba de rehuirla. Al final había lle-
nes. Otros días, en cambio, mi reacción era positiva y brutal: gado a un completo escepticismo y trataba de hacerme com-
me echaba sobre ella, le agarraba los brazos como con tenazas, prender que no solamente era inútil para nuestro amor sino
se los retorcía y le clavaba la mirada en sus ojos, tratando de hasta pernicioso.
forzarle garantías de amor, de verdadero amor. Con esta actitud sólo lograba aumentar mis dudas acerca de
Pero nada de todo esto es exactamente lo que quiero decir. la naturaleza de su amor, puesto que yo me preguntaba si ella no
Debo confesar que yo mismo no sé lo que quiero decir con habría estado haciendo la comedia y entonces poder ella argüir
eso del «amor verdadero», y lo curioso es que, aunque empleé que el vínculo físico era pernicioso y de ese modo evitarlo en el
muchas veces esa expresión en los interrogatorios, nunca has- futuro; siendo la verdad que lo detestaba desde el comienzo y,
ta hoy me puse a analizar a fondo su sentido. ¿Q¡é quería de- por lo tanto, que era fingido su placer. Naturalmente, sobreve-
cir? ¿un amor que incluyera la pasión fisica? Quizá la buscaba nían otras peleas y era inútil que ella tratara de convencerme:
en mi desesperación de comunicarme más firmemente con sólo conseguía enloquecerme con nuevas y más sutiles dudas, y
María. Yo tenía la certeza de que, en ciertas ocasiones, lográ- así recomenzaban nuevos y más complicados interrogatorios.
bamos comunicamos, pero en forma tan sutil, tan pasajera, Lo que más me indignaba, ante el hipotético engaño, era el
tan tenue, que luego quedaba más desesperadamente solo que haberme entregado a ella completamente indefenso, como
antes, con esa imprecisa insatisfacción que experimentamos al una criatura.
querer reconstruir ciertos amores de un sueño. Sé que, de -Si alguna vez sospecho que me has engañado -le decía
pronto, lográbamos algunos momentos de comunión. Y el es- con rabia- te mataré como a un perro.
tar juntos atenuaba la melancolía que siempre acompaña a Le retorcía los brazos y la miraba fijamente en los ojos, por
esas sensaciones, seguramente causada por la esencial incomu- si podía advertir algún indicio, algún brillo sospechoso, algún
nicabilidad de esas fugaces bellezas. Bastaba que nos mirára- fugaz destello de ironía. Pero en esas ocasiones me miraba
mos para saber qué estábamos pensando o, mejor dicho, sin- asustada como un niño, o tristemente, con resignación, mien-
tiendo lo mismo. tras comenzaba a vestirse en silencio.
Claro que pagábamos cruelmente esos instantes, porque Un día la discusión fue más violenta que de costumbre y
todo lo que sucedía después parecía grosero o torpe. Cual- llegué a gritarle puta. María quedó muda y paralizada. Luego,
quier cosa que hiciéramos (hablar, tomar café) era doloroso, lentamente, en silencio, fue a vestirse detrás del biombo de las
III
IIO ERNESTO SÁBATO EL TÚNEL
modelos; y cuando yo, después de luchar entre mi odio y mi -Es una costumbre de familia -me respondió, abando-
arrepentimiento, corrí a pedirle perdón, vi que su rostro esta- nando la sonrisa.
ba empapado en lágrimas. No supe qué hacer: la besé tierna- -Sin embargo -aduje-, la primera vez que hablé a tu
mente en los ojos, le pedí perdón con humildad, lloré ante casa y pregunté por la «señorita Iribarne» la mucama vaciló un
ella, me acusé de ser un monstruo cruel, injusto y vengativo. instante antes de responderme.
Y eso duró mientras ella mostró algún resto de desconsuelo, -Te habrá parecido.
pero apenas se calmó y comenzó a sonreír con felicidad, em- -Puede ser. Pero épor qué no me corngio: ''
. .
pezó a parecerme poco natural que ella no siguiera triste: po- María volvió a sonreír, esta vez con mayor intensidad.
día tranquilizarse, pero era sumamente sospechoso que se en- -Te acabo de explicar -dijo- que es costumbre nuestra,
tregase a la alegría después de haberle gritado una palabra se- de manera que la mucama también lo sabe. Todos me llaman
mejante y comenzó a parecerme que cualquier mujer debe María Iribarne.
sentirse humillada al ser calificada así, hasta las propias prosti- -María Iribarne me parece natural, pero menos natural
tutas, pero ninguna mujer podría volver tan pronto a la ale- me parece que la mucama se extrañe tan poco cuando te lla-
gría, a menos de haber cierta verdad en aquella calificación. man «señorita».
Escenas semejantes se repetían casi todos los días. A veces -Ah ... no me di cuenta de que era eso lo que te sorpren-
terminaban en una calma relativa y salíamos a caminar por la día. Bueno, no es lo acostumbrado y quizá eso explica la vaci-
Plaza Francia22 como dos adolescentes enamorados. Pero esos lación de la mucama.
momentos de ternura se fueron haciendo más raros y cortos, Se quedó pensativa, como si por primera vez advirtiese el
como inestables momentos de sol en un cielo cada vez más problema. . ., . . ,
tempestuoso y sombrío. Mis dudas y mis interrogatorios fue- -Y, sin embargo, no me corng10 -ms1st1. . .
ron envolviéndolo todo, como una liana que fuera enredan· __¿Q!:iién?-preguntó ella, como volviend~ a la conciencia.
do y ahogando los árboles de un parque en una monstruosa -La mucama. No me corrigió lo de señonta.
trama. -Pero, Juan Pablo, todo eso no tiene absolutamente nin-
guna importancia y no sé qué querés demostrar. .
-Q!:iiero demostrar que probablemente no era la pnmera
XVIII vez que se te llamaba señorita. La primera vez la mucama ha-
bría corregido.
Mis interrogatorios, cada día más frecuentes y retorcidos, María se echó a reír.
eran a propósito de sus silencios, sus miradas, sus palabras per- -Sos completamente fantástico -dijo casi con alegría,
didas, algún viaje a la estancia, sus amores. Una vez le pregun- acariciándome con ternura.
té por qué se hacía llamar «señorita Iribarne», en vez de «seño- Permanecí serio.
ra de Allende». Sonrió y me dijo: -Además -proseguí-, cuando me atendiste por prime-
-iQ!:ié niño sos! ¿Q!:ié importancia puede tener eso? ra vez tu voz era neutra, casi oficinesca, hasta que cerraste la
-Para mí tiene mucha importancia -respondí examinan- puerta. Luego seguiste hablando con voz tierna. ¿Por qué ese
do sus ojos.
cambio?
-Pero,Juan Pablo -respondió, poniéndose seria-, écómo
22
Plaza Francia: plaza cercana al cementerio de la Recoleta. podía hablarte así delante de la mucama?
II3
I I 2. ERNESTO SÁBATO EL TÚNEL
-Sí, eso es razonable; pero dijiste: «cuando cierro la puer- -¿Por qué te deprimían?
-No sé ... Richard era un hombre depresivo. Se parecía
ta saben que no deben molestarme». Esa frase no podía refe-
rirse a mí, puesto que era la primera vez que te hablaba. Tam- mucho a vos.
poco se podía referir a Hunter, puesto que lo podés ver cuan- _¿Estuviste enamorada de él?
tas veces quieras en la estancia. Me parece evidente que debe -Por favor...
de haber otras personas que te hablan o que te hablaban. ¿No -¿Por favor qué?
es así? -Pero no, Juan Pablo. Tenés cada idea ...
-No veo que sea descabellada. Se enamora, te escribe car·
María me miró con tristeza.
-En vez de mirarme con tristeza podrías contestar -co- tas tan tremendas que juzgás mejor quemarlas, se suicida y
menté con irritación. pensás que mi idea es descabellada. ¿Por qué?
-Porque a pesar de todo nunca estuve enamorada de él.
.. -Pero, Juan Pablo, todo lo que estás diciendo es una pue-
rilidad. Claro que hablan otras personas: primos, amigos de la -¿Por qué no?
familia, mi madre, qué sé yo ... -No sé, verdaderamente. Quizá porque no era mi tipo.
-Pero me parece que para conversaciones de ese tipo no -Dijiste que se parecía a mí.
hay necesidad de esconderse. -Por Dios, quise decir que se parecía a vos en cierto sen·
-iY quién te autoriza a decir que yo me escondo! -res- tido, pero no que fuera idéntico. Era un hombre incapaz de
pondió con violencia. crear nada, era destructivo, tenía una inteligencia mortal, era
-No te excites. Vos misma me has hablado en una opor- un nihilista. Algo así como tu parte negativa.
-Está bien. Pero sigo sin comprender la necesidad de que·
tunidad de un tal Richard, que no era ni primo, ni amigo de la
familia, ni tu madre. mar las cartas.
María quedó muy abatida. -Te repito que las quemé porque me deprimían.
- Pobre Richard -comentó dulcemente. -Pero podías tenerlas guardadas sin leerlas. Eso sólo prue-
-¿Por qué pobre? ba que las releíste hasta quemarlas. Y si las releías sería por
-Sabés bien que se suicidó y que en cierto modo yo ten- algo, por algo que debería atraerte en él.
go algo de culpa. Me escribía cartas terribles, pero nunca pude -Yo no he dicho que no me atrajese.
hacer nada por él. Pobre, pobre Richard. -Dijiste que no era tu tipo.
-Me gustaría que me mostrases alguna de esas cartas. -Dios mío, Dios mío. La muerte tampoco es mi tipo y no
-¿Para qué, si ya ha muerto? obstante muchas veces me atrae. Richard me atraía casi como
-No importa, me gustaría lo mismo. me atrae la muerte o la nada. Pero creo que uno no debe en·
-Las quemé todas. ?º
tregarse pasivamente a esos sentimientos. Por es?, tal ve.z lo
-Podías haber dicho de entrada que las habías quemado. quise. Por eso quemé sus cartas. Cuando muno, decidí des-
En c~mbio me dijiste -épara qué, si ya ha muerto?» Siempre truir todo lo que prolongaba su existencia.
lo mismo. Además ¿Por qué las quemaste, si es que verdade- Quedó deprimida y no pude lograr una palabra más acerca
ramente lo has hecho? La otra vez me confesaste que guardás de Richard. Pero debo agregar que no era ese hombre el que
todas tus cartas de amor. Las cartas de ese Richard debían de más me torturó, porque al fin y al cabo de él llegué a sab_er
ser muy comprometedoras para que hayas hecho eso. ¿o no? bastante. Eran las personas desconocidas, las sombras que ja-
-No las quemé porque fueran comprometedoras, sino más mencionó y que, sin embargo, yo sentía moverse silen·
porque eran tristes. Me deprimían. ciosa y oscuramente en su vida. Las peores cosas de María las
ERNESTO SÁBATO EL TÚNEL II5
imaginaba precisamente con esas sombras anónimas. Me tor- Calló. Parecía abatida.
turaba y aún hoy me tortura una palabra que se escapó de sus -¿Por qué no respondés? -pregunté. .
labios en un momento de placer fisico. -Porque me parece inútil. Este diálogo lo hemos temdo
Pero de todos aquellos complejos interrogatorios, hubo muchas veces en forma casi idéntica. .
uno que echó tremenda luz acerca de María y su amor. -No no es lo mismo que otras veces. Te he preguntado sr
ahora lo querés a Allende y me has dicho que sí. Me ~-~rece re-
cordar que en otra oportunidad, ~n el pu~rto, me dijiste que
XIX yo era la primera persona que habías quendo.
María volvió a quedar callada. Me irritaba en ella que no
Naturalmente, puesto que se había casado con Allende, era
solamente era contradictoria sino que costaba un enorme es-
lógico pensar que alguna vez debió sentir algo por ese hom-
fuerzo sacarle una declaración cualquiera.
bre. Debo decir que este problema, que podríamos llamar «el
-<Qyé contestás a eso? -volví a interrogar. .,
problema Allende», fue uno de los que más me obsesionaron.
-Hay muchas maneras de amar y de querer -~espon~10,
Eran varios los enigmas que quería dilucidar, pero sobre todo
estos dos: do había querido en alguna oportunidad?, do que- cansada-. Te imaginarás que ahora no puedo segutr quene~-
ría todavía? Estas dos preguntas no se podían tomar en forma do a Allende como hace años, cuando nos casamos, de la mis-
aislada: estaban vinculadas a otras: si no quería a Allende, éa ma manera.
quién quería? ¿A mí? ¿A Hunter? ¿A alguno de esos misterio- -¿De qué manera? . .
sos personajes del teléfono? ¿o bien era posible que quisiera a -¿Cómo, de qué manera? Sabés lo que quiero decir.
distintos seres de manera diferente, como pasa en ciertos hom- -No sé nada.
bres? Pero también era posible que no quisiera a nadie y que suce- -Te lo he dicho muchas veces.
sivamente nos dijese a cada uno de nosotros, pobres diablos, -Lo has dicho, pero no lo has explicado nunca. .
chiquilines, que éramos el único y que los demás eran simples -iExplicado! -exclamó con amargura-. Vos ~as ~1,cho
sombras, seres con quienes mantenía una relación superficial mil veces que hay muchas cosas que no admite.n exphcac1?n Y
o aparente. ahora me decís que explique algo tan complejo. Te he d1c~o
Un día decidí aclarar el problema Allende. Comencé pre- mil veces que Allende es un gran c?mpañero mío, que lo quie-
guntándole por qué se había casado con él. ro como a un hermano, que lo cuido, que te~go una gran t;~-
-Lo quería -me respondió. nura por él, una gran admiración por la seremdad. de su espm-
-Entonces ahora no lo querés. tu, que me parece muy superio~ a mí en todo se~t1~0, que a s~
-Yo no he dicho que haya dejado de quererlo -respondió. lado me siento un ser mezqumo y culpable .. e.Como podes
-Dijiste «lo quería». No dijiste «lo quiero». imaginar, pues, que no lo quiera? . .
-Hacés siempre cuestiones de palabras y retorcés todo -No soy yo el que ha dicho que no lo quieras. Vos m1sm~
hasta lo increíble -protestó María-. Cuando dije que me me has dicho que ahora no es como cuando t~ casaste. Qy!
había casado porque lo quería no quise decir que ahora no lo zá debo concluir que cuando te casaste lo quenas com~ decís
quiera.
que ahora me querés a mí. Por otr~ lado, hace unos días, e~
-Ah, entonces lo querés a él -dije rápidamente, como el puerto, me dijiste que yo era la pnmera persona a la que ha
queriendo encontrarla en falta respecto a declaraciones hechas bías querido verdaderamente.
en interrogatorios anteriores. María me miró tristemente.
II7
IIÓ ERNESTO SÁBATO EL TÚNEL
-Bueno, dejemos de lado esta contradicción -prose- -Dejemos de lado las consideraciones de formas: me in-
guí-. Pero volvamos a Allende. Decís que lo querés como a teresa el fondo. El fondo es que sos capaz de .en.gañarª. tu
un hermano. Ahora necesito que me respondás a una sola pre- marido durante años, no sólo acerca de t~~ sentimi,en~oss~no
gunta: éte acostás con él? también de tus sensaciones. La concl~sion podr~a mfe:~rl~
María me miró con mayor tristeza. Estuvo un rato callada un aprendiz: épor qué no has de enganarme a mi ~ambien.
y al cabo me preguntó con voz muy dolorida: Ahora comprenderás por qué muchas veces te he indagado
_¿Es necesario que responda también a eso? la veracidad de tus sensaciones. Siempre recuerdo c~mo el
-Sí, es absolutamente necesario- le dije con dureza. padre de Desdémona advirtió a Otelo23 que una mujer que
+-Me parece horrible que me interrogués de este modo. había engañado al padre podía engañar a otro hombre. Y a
+-Es muy sencillo: tenés que decir sí o no. mí nada me ha podido sacar de la cabeza este hecho: el que
-La respuestano es tan simple: se puede hacer y no hacer. has estado engañando constantemente a Allende, durante
-Muy bien -concluí fríamente-. Eso quiere decir que sí. años.
-Muy bien: sí. Por un instante, sentí el deseo de llevarla crueldad h~sta el
-Entonces lo deseás. máximo y agregué,aunque me daba cuenta de su vulgaridadY
Hice esta afirmaciónmirando cuidadosamente sus ojos; la torpeza:
hacía con mala intención; era óptima para sacar una serie de -Engañando a un ciego.
conclusiones.No es que yo creyera que lo desease realmente
(aunque también eso era posible dado el temperamento de Ma-
ría), sino que quería forzarlea aclarareso de «cariño de herma- XX
no». María, tal como yo lo esperaba,tardó en responder. Segu-
ramente, estuvo pensando las palabras.Al fin dijo: Ya antes de decir esta frase estaba un poco arrepentido:
-He dicho que me acuesto con él, no que lo desee. debajo del que quería decirla y expe:imentar ~na P:rversa
-iAh! --exclamé triunfante-+. iEso quiere decir que lo satisfacción, un ser más puro y más tierno se dispo?i_aa to-
haces sin desearlo pero haciéndole creer que lo deseás! María que- mar la iniciativa en cuanto la crueldad de la frase hiciese su
dó demudada. Por su rostro comenzaron a caer lágrimassilen- efecto y, en cierto modo, ya silenciosa~ente, había tomad?
ciosas. Su mirada era como de vidrio triturado. el partido de María antes de pronunciar esas palabras estu-
-Yo no he dicho eso -murmuró lentamente. pidas e inútiles (équé podía lograr, en efecto, co? ella~?). De
-Porque es evidente -proseguí implacable- que si de- manera que, apenas comenzaron a salir d_e mis labios, ya
mostrases no sentir nada, no desearlo, ni demostrases que la ese ser de abajo las oía con estupor, como si a pesar de todo
unión fisica es un sacrificio que hacés en honor a su cariño no hubiera creído seriamente en la posibilidad de que el
a tu admiración por su espíritu superior, etcétera, Allende otro las pronunciase. Y a medida que sali:ron, comenzó ~
no volvería a acostarse jamás con vos. En otras palabras: el tomar el mando de mi conciencia y de mi voluntad y ~asi
hecho de que siga haciéndolo demuestra que sos capaz de llega su decisión a tiempo para impedir que la frase saliera
engañarlo no sólo acerca de tus sentimientos sino hasta completa. Apenas terminada (porque a pesar de todo ter-
de tus sensaciones. Y que sos capaz de una imitación per-
fecta del placer. 2l Desdémona y Otelo: personajes de la tragedia Otelo, d; Shakespeare. Otelo,
María lloraba en silencio y miraba hacia el suelo. moro al servicio de Venecia, estrangula a su esposa Desdemona en un momen-
-Sos increíblemente cruel -pudo decir, al fin. to de cólera motivada por los celos.
II9
IIB ERNESTO SÁBATO EL TÚNEL
miné la frase), era totalmente dueño de mí y ya ordenaba teléfono: me dijeron que María no iría a la casa hasta la
pedir perdón, humillarme delante de María, reconocer mi noche. d ·
torpeza y mi crueldad. i Cuántas veces esta maldita división Desesperado, salí a buscarla por todas partes, es ecir, po_r
de mi conciencia ha sido la culpable de hechos atroces! los lugares en que habitualmente nos enco~trabamos o cami-
Mientras una parte me lleva a tomar una hermosa actitud, nábamos: la Recoleta, la Avenida Centenano24, la Plaza Fran-
la otra denuncia el fraude, la hipocresía y la falsa generosi- cia Puerto Nuevo. No la vi por ningún lado, hasta que ~om-
dad; mientras una me lleva a insultar a un ser humano, la pr;ndí que lo más probable era, precisamente, que caminara
otra se conduele de él y me acusa a mí mismo de lo que de- por cualquier parte menos por los lugares que le recordasen
nuncio en los otros; mientras una me hace ver la belleza del nuestros mejores momentos. Corrí de nue:o hasta su casa,
mundo, la otra me señala su fealdad y la ridiculez de todo pero era muy tarde y probablemente ya hubiera entrado:_Tele-
sentimiento de felicidad. En fin, ya era tarde, de todos mo- foneé nuevamente: en efecto, había vuelto; pero me d~ieron
dos, para cerrar la herida abierta en el alma de María (y esto que estaba en cama y que ~e era imposible atender el telefono.
me lo aseguraba sordamente, con remota, satisfecha male- Había dado mi nombre, sm embargo.
volencia el otro yo que ahora estaba hundido allá, en una Algo se había roto entre nosotros.
especie de inmunda cueva), ya era irremediablemente tarde.
María se incorporó en silencio, con infinito cansancio,
mientras su mirada (icómo la conocía!) levantaba el puente XXI
levadizo que a veces tendía entre nuestros espíritus: ya era
la mirada dura de unos ojos impenetrables. De pronto me Volví a casa con la sensación de una absoluta soledad.
acometió la idea de que ese puente se había levantado para Generalmente, esa sensación de estar solo en el mu~do_ apa-
siempre y en la repentina desesperación no vacilé en some- rece mezclada a un orgulloso sentimiento de_ supenond~~:
terme a las humillaciones más grandes: besar sus pies, por desprecio a los hombres, los veo sucios, feos, incapaces, avi~
ejemplo. Sólo logré que me mirara con piedad y que sus dos, groseros, mezquinos; mi soledad no me asusta, es casi
ojos se ablandasen por un instante. Pero de piedad, sólo de
piedad. olímpica. .
Pero en aquel momento, como en otros seme1ant~s, me en-
Mientras salía del taller y me aseguraba, una vez más, que contraba solo como consecuencia de mis peores atnbutos, de
no me guardaba rencor, yo me hundí en una aniquilación to-
mis bajas acciones. En esos casos siento que el mundo es d:s-
tal de la voluntad. Quedé sin atinar a nada, en medio del
preciable, pero comprendo que yo ~ambié~ fo~~ parte de ~1;
taller, mirando como un alelado un punto fijo. Hasta que,
en esos instantes me invade una funa de amqmlacion, me dejo
de pronto, tuve conciencia de que debía hacer una serie de
acariciar por la tentación d_el suici~io, ~: emborracho, ~use~
cosas.
a las prostitutas. y siento cierta satisfa~cion en prob~r mi pro_
Corrí a la calle, pero María ya no se veía por ningún lado.
pia bajeza y en verificar que no soy mejor que los sucios mons
Corrí a su casa en un taxi, porque supuse que ella no iría di-
rectamente y, por lo tanto, esperaba encontrarla a su llegada. truos que me rodean.
Esperé en vano durante más de una hora. Hablé por teléfo-
no desde un café: me dijeron que no estaba y que no había
vuelto desde las cuatro (la hora en que había salido para 24 Avenida Centenario: avenida que nace fuera del radio céntrico de Buenos
mi taller). Esperé varias horas más. Luego volví a hablar por Aires y que se prolonga por varias localidades suburbanas.
I 2.I
EL TÚNEL
12.0 ERNESTO SÁBATO
y'
ractenza por sus cafetines y cabarets llenos de personajes pintorescos de du- 27 la avenida: probablemente se refiere a la avenida del Libertador General San
dosa moral. Martín, cercana a la calle Posadas donde vive María.
26 T F
v tamonte: calle que nace en la zona del bajo.
I 2.3
122. ERNESTO SÁBATO EL TÚNEL
en un estanque. Mi única esperanza estaba ahora en los ami- Pasaron días atroces, sin que llegara respuesta. Le envié
gos; que inexplicablemente no habían llegado. Cuando por una segunda carta y luego una tercera y una cuarta, diciendo
fin llegaron, sucedió algo que me horrorizó: no notaron mi siempre lo mismo, pero cada vez con mayor desolación. En la
transformación. Me trataron como siempre, lo que probaba última decidí relatarle todo lo que había pasado aquella no·
que me veían como siempre. Pensando que el mago los ilu- che qu~ siguió a nuestra separación. No escatimé ~~talle ni ?~
sionaba de modo que me vieran como una persona normal, jeza, como tampoco dejé de confesarle la tentación ~e suici-
decidí referir lo que me había hecho. Aunque mi propósito dio. Me dio vergüenza usar eso como arma, pero la use. Debo
era referir el fenómeno con tranquilidad, para no agravar la agregar que mientras describía mis actos más bajos y la deses·
situación irritando al mago con una reacción demasiado peración de mi soledad en la noche, frente a su casa de la ca·
violenta (lo que podría inducirlo a hacer algo todavía peor), lle Posadas, sentía ternura para conmigo mismo y hasta lloré
comencé a contar todo a gritos. Entonces observé dos he· de compasión. Tenía muchas esperanzas de que María sintie·
chas asombrosos: la frase que quería pronunciar salió con· se algo parecido al leer la carta y con esa esper~nza me puse
vertida en un áspero chillido de pájaro, un chillido desespe· bastante alegre. Cuando despaché la carta, certificada, estaba
rada y extraño, quizá por lo que encerraba de humano; y, lo francamente optimista.
que era infinitamente peor, mis amigos no oyeron ese chilli- A vuelta de correo llegó una carta de María, llena de ter·
do, como no habían visto mi cuerpo de gran pájaro; por el nura. Sentí que algo de nuestros primeros instantes de amor
contrario, parecían oír mi voz habitual diciendo cosas habi- volvería a reproducirse, si no con la maravillosa transparencia
tuales, porque en ningún momento mostraron el menor original, al menos con algunos de sus atributos :senciales, ~sí
asombro. Me callé, espantado. El dueño de casa me miró como un rey es siempre un rey, aunque vasallos infieles Y per·
entonces con un sarcástico brillo en sus ojos, casi impercep- fidos lo hayan momentáneamente traicionado y enlodado.
tible y en todo caso sólo advertido por mí. Entonces com- Quería que fuera a la estancia. Como un loco, preparé una
prendí que nadie, nunca, sabría que yo había sido transfor· valija, una caja de pinturas y corrí a la estación Constitución28.
mado en pájaro. Estaba perdido para siempre y el secreto
iría conmigo a la tumba.
XXIV
En seguida pensé que iba a ser difícil esperar en la estación cardar de pronto mi situación, me di bruscamente vuelta, en
el tren de vuelta; podría tardar medio día o cosa así. Resolví, dirección a Hunter, para controlarlo. Es un método que da ex-
con malhumor, reconocer mi identidad. celentes resultados con individuos de este género.
-Sí, -agregué, casi inmediatamente-, soy el señor Castel. Hunter estaba escrutándome con ojos irónicos, que trató
El chofer me miró con asombro. de cambiar instantáneamente. ..
-Tome -le dije, entregándole mi valija y mi caja de -María tuvo una indisposición y se ha recostado -di¡o-.
pintura. Pero creo que bajará pronto.
Caminamos hasta el auto. Me maldije mentalmente por distraerme: con aquella gen-
-La señora María ha tenido una indisposición -me ex- te era necesario estar en constante guardia; además, tenía el
plicó el hombre. firme propósito de levantar un censo de sus_ fo_rmas de pensar,
«il.Jna indisposiciónl», murmuré con sorna. íCómo cono- de sus chistes, de sus reacciones, de sus sentimientos: todo me
cía esos subterfugios! Nuevamente me acometió la idea de vol- era de gran utilidad con María. Me dispuse, p~e~, a escuckarY
verme a Buenos Aires, pero ahora, además de la espera del tren ver y traté de hacerlo en el mejor estado de animo p_osible.
había otro hecho: la necesidad de convencer al chofer de que Volví a pensar que me alegraba el aspect_o de genera~ ~ipocre-
yo no era, efectivamente, Castel o, quizá, la necesidad de con- sía de Hunter y la flaca. Sin embargo, mi estado de animo era
vencerlo de que, si bien era el señor Castel, no era loco. Me- sombrío. . . . ,
dité rápidamente en las diferentes posibilidades que se me pre- -Así que usted es pintor -dijo la mujer miope, miran-
sentaban y llegué a la conclusión de que, en cualquier caso, se- dome con los ojos semicerrados, como se hace cuando hay
ría difícil convencer al chofer. Decidí dejarme arrastrar a la viento con tierra. Ese gesto, provocado seguram~nte por su ?e-
estancia. Además, équé pasaría en caso de volverme? Era fácil seo de mejorar la miopía sin anteojos" (como si ca~ ante?JOS
de prever porque sería la repetición de muchas situaciones an- pudiera ser más fea) aumentaba su aire de insolencia e hipo-
teriores: me quedaría con mi rabia, aumentada por la imposi- cresía.
bilidad de descargarla en María, sufriría horriblemente por no -Sí, señora -respondí con rabia-. Tenía la certeza de
verla, no podría trabajar, y todo en honor a una hipotética que era señorita. . ,
mortificación de María. Y digo hipotética porque jamás pude -Castel es un magnífico pintor -explico el otro. .
comprobar si verdaderamente la mortificaban esa clase de re- Después agregó una serie de idio~~ces a m~n~ra de elogio:
presalias. repitiendo esas pavadas que_ I?~ cntl~?s escnb~an sobre mi
Hunter tenía cierto parecido con Allende (creo haber di- cada vez que había una exposicion: «solido», etcetera. No _pue-
cho ya que son primos); era alto, moreno, más bien flaco; pero do negar que al repetir esos lugares comunes :evelaba cierto
de mirada escurridiza. «Este hombre es un abúlico y un hipó- sentido del humor. Vi que Mimí volvía a examinarme con los
crita», pensé. Este pensamiento me alegró (al menos así lo creí ojitos semicerrados y me puse bastante nervioso, pensando
en ese instante). qué hablaría de mí. Aún no la conocía bien., . ,
Me recibió con una cortesía irónica y me presentó a una mu- _¿Qié pintores prefiere? -me pregunto como quien esta
jer flaca que fumaba con una boquilla larguísima. Tenía acento
tomando examen.
parisiense, se llamaba Mimí Allende, era malvada y miope.
¿Pero dónde diablos se habría metido María? rnstaría in-
dispuesta de verdad, entonces? Yo estaba tan ansioso que me
había olvidado casi de la presencia de esos entes. Pero al re- ,o anteojos: usado en Argentina corrientemente por gafas.
!2.6 EL TúNEL
ERNESTO SÁBATO 127
cía aquel personaje de una.farce36: -Tolstói o Tolstuá, que de las -Por favor -suplicó Mimí-, no te pongas tan aburrido,
dos maneras se puede y se debe decir» Luisito. ¿Cuándo aprenderás a disimular tus conocimientos?
-Será por eso -comentó Hunter- que en una traduc- Eres tan abrumador, tan épuisant4° ... , éno le parece? -con-
ción española que acabo de leer (directa del ruso, según la edi- cluyó de pronto, dirigiéndose a mí.
torial) ponen Tolstói con diéresis en la i. -Sí -respondí casi sin darme cuenta de lo que decía.
-iAy!, me encantan esas cosas -comentó alegremente Hunter me miró con ironía.
Mimí-. Yo leí una vez una traducción francesa de Tchékhov37 Yo estaba horriblemente triste. Después dicen que soy im-
donde te encontrabas, por ejemplo, con una palabra como paciente. Todavía hoy me admira que haya oído con tanta
ichvochnik (o algo por el estilo) y había una llamada. Te ibas al atención todas esas idioteces y, sobre todo, que las recuerde
pie de la página y te encontrabas con que significaba, pongo por con tanta fidelidad. Lo curioso es que mientras las oía trataba
caso, porteur": Imagínate que en ese caso no se explica uno de alegrarme haciéndome esta reflexión: «Esta gente es frívo-
por qué no ponen en ruso también palabras como malgré o la, superficial. Gente así no puede producir en María más que
avant39• ¿No te parece? Te diré que las cosas de los traductores un sentimiento de soledad. GENTE ASf NO PUEDE SER RIVAL.»
me encantan, sobre todo cuando son novelas rusas. ¿usted Y, sin embargo, no lograba ponerme alegre. Sentía que en lo
aguanta una novela rusa? más profundo alguien me recomendaba tristeza. Y al no po-
Esta última pregunta la dirigió imprevistamente a mí, pero der darme cuenta de la raíz de esta tristeza me ponía malhu-
no esperó respuesta y siguió diciendo, mirando de nuevo a morado, nervioso; por más que trataba de calmarme prome-
Hunter: tiéndome examinar el fenómeno cuando estuviese solo. Pen-
-Fíjate que nunca he podido acabar una novela rusa. Son sé, también, que la causa de la tristeza podía ser la ausencia de
tan trabajosas ... Aparecen millares de tipos y al final resulta María, pero me di cuenta de que esa ausencia más me irritaba
que no son más que cuatro o cinco. Pero claro, cuando te em- que entristecía. No era eso.
piezas a orientar con un señor que se llama Alexandre, luego Ahora estaban hablando de novelas policiales: oí de pron-
resulta que se llama Sacha y luego Sachka y luego Sachenka, to que la mujer preguntaba a Hunter si había leído la última
y de pronto algo grandioso como Alexandre Alexandrovitch novela del Séptimo círculo 41•
Bunine y más tarde es simplemente Alexandre Alexandro- -¿Para qué? -respondió Hunter-. Todas las novelas po-
vitch. Apenas te has orientado, ya te despistan nuevamente. Es liciales son iguales. Una por año, está bien. Pero una por se-
cosa de no acabar: cada personaje parece una familia. No me mana me parece demostrar poca imaginación en el lector.
vas a decir que no es agotador, mismo para ti. Mimí se indignó. Quiero decir, simuló que se indignaba.
-Te vuelvo a repetir, Mimí, que no hay motivos para que -No digas tonterías -dijo--. Son la única clase de no-
digas los nombres rusos en francés. ¿Por qué en vez de decir vela que puedo leer ahora. Te diré que me encantan. Todo tan
Tchékhov no decís Chéjov, que se parece más al original? complicado y detectives tan maravillosos que saben de todo:
Además, ese «mismo» es un horrendo galicismo. arte de la época de Ming42, grafología, teoría de Einstein43,
baseball; arqueología, quiromancia, economía política, estadís- o de Ellery Queen". Imaginen que ese pobre tipo se larga fi-
ticas de la cría de conejos en la India. Y después son tan infa- nalmente a descubrir crímenes y a proceder en la vida real
libles que da gusto. ¿No es cierto? -preguntó dirigiéndose como procede un detective en una de esas novelas. Creo que
nuevamente a mí.
se podría hacer algo divertido, trágico, simbólico, satírico y
Me tomó tan inesperadamente que no supe qué responder. hermoso.
-Sí, es cierto -dije, por decir algo. _¿y por qué no lo haces? -preguntó burlonamente Mimí.
Hunter volvió a mirarme con ironía. -Por dos razones: no soy Cervantes y tengo mucha pereza.
-Le diré a Georgie44 que las novelas policiales te revientan -Me parece que basta con la primera razón -opinó
-agregó Mimí, mirando a Hunter con severidad. Mimí.
-Yo no he dicho que me revienten: he dicho que me pa- Después se dirigió desgraciadamente a mí:
recen todas semejantes. -Este hombre -dijo señalando de costado a Hunter con
-De cualquier manera se lo diré a Georgie. Menos mal su larga boquilla- habla contra las novelas policiales porque
que no todo el mundo tiene tu pedantería. Al señor Castel, es incapaz de escribir una sola, aunque sea la novela más
por ejemplo, le gustan, éno es cierto? aburrida del mundo.
-¿A mí? -pregunté horrorizado. -Dame un cigarrillo -dijo Hunter, dirigiéndose a su pri-
-Claro -prosiguió Mimí, sin esperar mi respuesta y vol- ma. Después agregó-: Cuándo dejarás de ser tan exagerada.
viendo la vista nuevamente hacia Hunter- que si todo el En primer lugar, yo no he hablado contra las novelas policia-
mundo fuera tan savant45 como tú no se podría ni vivir. Estoy les: simplemente dije que se podría escribir algo así como el
segura que ya debes tener toda una teoría sobre la novela Don Qµyote de nuestra época. En segundo lugar, te equivocas
policial. sobre mi absoluta incapacidad para ese género. Una vez se me
-Así es -aceptó Hunter, sonriendo. ocurrió una linda idea para una novela policial.
-¿No le decía? -comentó Mimí con severidad, diri- Sans blague47 -se limitó a decir Mimí.
giéndose de nuevo a mí y como poniéndome de testigo. No, -Sí, te digo que sí. Fijate: un hombre tiene madre, mujer y
si yo a éste lo conozco bien. A ver, no tengas ningún escrú- un chico. Una noche matan misteriosamente a la madre. Las
pulo en lucirte. Te debes estar muriendo de las ganas de ex- investigaciones de la policía no llegan a ningún resultado. Un
plicarla. tiempo después matan a la mujer; la misma cosa. Finalmente
Hunter, en efecto, no se hizo rogar mucho. matan al chico. El hombre está enloquecido, pues quiere a to-
-Mi teoría -explicó- es la siguiente: la novela policial dos, sobre todo al hijo. Desesperado, decide investigar los crí-
representa en el siglo veinte lo que la novela de caballería en menes por su cuenta. Con los habituales métodos inductivos,
la época de Cervantes. Más todavía: creo que podría hacerse deductivos, analíticos, sintéticos, etcétera, de esos genios de la
algo equivalente a Don Quijote: una sátira de la novela policial. novela policial, llega a la conclusión de que el asesino deberá
Imaginen ustedes un individuo que se ha pasado la vida le· cometer un cuarto asesinato, el día tal, a la hora tal, en el lugar
yendo novelas policiales y que ha llegado a la locura de creer tal. Su conclusión es que el asesino deberá matarlo ahora a él.
que el mundo funciona como una novela de Nicholas Blake
46 Nicho/as Blake: seudónimo del anglo-irlandés Cecil Day Lewis (1904-1972),
En el día y hora calculados, el hombre va al lugar donde debe me había dicho el chofer mientras íbamos a la estancia y en
cometerse el cuarto asesinato y espera al asesino. Pero el asesi- las que yo no puse al principio ninguna atención; algo re-
no no llega. Revisa sus deducciones: podría haber calculado ferente a una prima del señor que acababa de llegar de Mar
mal el lugar: no, el lugar está bien; podría haber calculado mal del Plata, para tomar el té. La cosa era clara: María, deses-
la hora: no, la hora está bien. La conclusión es horrorosa: el ase perada por la llegada repentina de esa mujer, se había ence-
sino debe estar ya en el lugar. En otras palabras: el asesino es rrado en su dormitorio pretextando una indisposición; era
e'l mismo, que ha cometido los otros crímenes en estado de in- evidente que no podía soportar a semejantes personajes.
consciencia. El detective y el asesino son la misma persona. Y el sentir que mi tristeza se disipaba con esta deducción
-Demasiado original para mi gusto -comentó Mimí-. me iluminó bruscamente la causa de esa tristeza: al llegar a
¿y cómo concluye? ¿No decías que debía haber un cuarto la casa y ver que Hunter y Mimí eran unos hipócritas y
asesinato? unos frívolos, la parte más superficial de mi alma se alegró,
-La conclusión es evidente -dijo Hunter, con pereza-: porque veía de ese modo que no había competencia posi-
el hombre se suicida. Queda la duda de si se mata por remor- ble en Hunter; pero mi capa más profunda se entristeció al
dimientos o si el yo asesino mata al yo detective, como en un pensar (mejor dicho, al sentir) que María formaba también
vulgar asesinato. ¿No te gusta? parte de ese círculo y que, de alguna manera, podría tener
-Me parece divertido. Pero una cosa es contarla así y otra atributos parecidos.
escribir la novela.
-En efecto -admitió Hunter, con tranquilidad.
Después la mujer empezó a hablar de un quiromántico XXVI
que había conocido en Mar del Plata48 y de una señora vi-
dente. Hunter hizo un chiste y Mimí se enojó: Cuando nos levantamos de la mesa para caminar por el
- Te imaginarás que tiene que ser algo serio -dijo-. El parque, vi que María se acercaba a nosotros, lo que confir-
marido es profesor en la facultad de ingeniería. maba mi hipótesis: había esperado ese momento para acer-
Siguieron discutiendo de telepatía y yo estaba desesperado cársenos, evitando la absurda conversación en la mesa.
porque María no aparecía. Cuando los volví a atender, esta- Cada vez que María se aproximaba a mí en medio de
ban hablando del estatuto del peón. otras personas, yo pensaba: «Entre este ser maravilloso y yo
-Lo que pasa -dictaminó Mimí, empuñando la boquilla hay un vínculo secreto» y luego, cuando analizaba mis sen-
como una batuta- es que la gente no quiere trabajar más. timientos, advertía que ella había empezado a serme indis-
Hacia el final de la conversación tuve una repentina ilu- pensable ( como alguien que uno encuentra en una isla de-
minación que me disipó la inexplicable tristeza: intuí que sierta) para convertirse más tarde, una vez que el temor de la
la tal Mimí había llegado a último momento y que María soledad absoluta ha pasado, en una especie de lujo que me
no bajaba para no tener que soportar las opiniones (que se- enorgullecía, y era en esta segunda fase de mi amor en que
guramente conocía hasta el cansancio) de Mimí y su primo. habían empezado a surgir mil dificultades; del mismo modo
Pero ahora que recuerdo, esta intuición no fue completa- que cuando alguien se está muriendo de hambre acepta
mente irracional, sino la consecuencia de unas palabras que cualquier cosa, incondicionalmente, para luego, una vez
que lo más urgente ha sido satisfecho, empezar a quejarse
48
Mar del Plata: ciudad veraniega de la costa atlántica de la provincia de crecientemente de sus defectos e inconvenientes. He visto
Buenos Aires. en los últimos años emigrados que llegaban con la humil-
EL TÚNEL 135
134 ERNESTO SÁBATO
-Volvemos pronto -dijo. ante cierto género de belleza. ff odos sienten así o es un de-
Y apenas pronunciadas, me tomó del brazo con decisión y fecto más de mi desgraciada condición?
me condujo hacia la casa. Observé fugazmente a los que que- Nos sentamos sobre las rocas y durante mucho tiempo es-
daban y me pareció advertir un relámpago intencionado en tuvimos en silencio, oyendo el furioso batir de las olas abajo,
los ojos con que Mimí miró a Hunter. sintiendo en nuestros rostros las partículas de espuma que a
veces alcanzaban hasta lo alto del acantilado. El cielo, tor-
mentoso me hizo recordar el del Tintoretto'" en el salvamen-
'
to del sarraceno.
XXVII
-Cuántas veces -dijo María- soñé compartir con vos
Pensaba quedarme varios días en la estancia, pero sólo pasé este mar y este cielo.
una noche. Al día siguiente de mi llegada, apenas salió el sol, Después de un tiempo, agregó:
-A veces me parece como si esta escena la hubiéramos vi-
escapé a pie, con la valija y la caja. Esta actitud puede parecer
vido siempre juntos. Cuando vi aquella mujer solitaria de tu
una locura, pero se verá hasta qué punto estuvo justificada.
ventana, sentí que eras como yo y que también buscabas cie-
Apenas nos separamos de Hunter y Mimí, fuimos adentro,
gamente a alguien, una especie de interlocutor mudo. Desde
subimos a buscar las presuntas manchas y finalmente bajamos
aquel día pensé constantemente en vos, te soñé muchas veces
con mi caja de pintura y una carpeta de dibujos, destinada a si-
acá, en este mismo lugar donde he pasado tantas horas de mi
mular las manchas. Este truco fue ideado por María. vida. Un día hasta pensé en buscarte y confesártelo. Pero tuve
Los primos habían desaparecido, de todos modos. María miedo de equivocarme, como me había equivocado una vez,
comenzó entonces a sentirse de excelente humor, y cuando ca- y esperé que de algún modo fueras vos el que buscara. Pero yo
minamos a través del parque, hacia la costa, tenía verdadero te ayudaba intensamente, te llamaba cada noche, y llegué a es-
entusiasmo. Era una mujer diferente de la que yo había cono- tar tan segura de encontrarte que cuando sucedió, al pie de
cido hasta ese momento, en la tristeza de la ciudad: más acti- aquel absurdo ascensor, quedé paralizada de miedo y no pude
va, más vital. Me pareció también que aparecía en ella una sen- decir nada más que una torpeza. Y cuando huiste, dolorido
sualidad desconocida para mí, una sensualidad de los colores por lo que creías una equivocación, yo corrí detrás como una
y olores: se entusiasmaba extrañamente (extrañamente para loca. Después vinieron aquellos instantes de la plaza San Mar-
mí, que tengo una sensualidad introspectiva, casi de pura ima- tín, en que creías necesario explicarme cosas, mientras yo tra-
ginación) con el color de un tronco, de una hoja seca, de un taba de desorientarte, vacilando entre la ansiedad de perderte
bichito cualquiera, con la fragancia del eucalipto mezclada al para siempre y el temor de hacerte mal. Trataba de desanimar-
olor del mar. Y lejos de producirme alegría, me entristecía y te, sin embargo, de hacerte pensar que no entendía tus medias
desesperanzaba, porque intuía que esa forma de María me era palabras, tu mensaje cifrado.
casi totalmente ajena y que, en cambio, de algún modo debía Yo no decía nada. Hermosos sentimientos y sombrías ideas
pertenecer a Hunter o a algún otro. daban vueltas en mi cabeza, mientras oía su voz, su maravi-
La tristeza fue aumentando gradualmente; quizá también a llosa voz. Fui cayendo en una especie de encantamiento. La
causa del rumor de las olas, que se hacía a cada instante más caída del sol iba encendiendo una fundición gigantesca entre
perceptible. Cuando salimos del monte y apareció ante mis
ojos el cielo de aquella costa, sentí que esa tristeza era ineludi- so Se refiere al cuadro que se conserva en la Academia de Venecia en el que
ble; era la misma de siempre ante la belleza, o por lo menos San Marcos salva a un sarraceno de un naufragio.
138 ERNESTO SÁBATO
EL TúNEL 139
las nubes del poniente. Sentí que ese momento mágico no se mientas se movían en la oscuridad de mi cabeza, como en
volvería a repetir nunca. «Nunca más, nunca más», pensé, un sótano pantanoso; esperaban el momento de salir, chapo-
mientras empecé a experimentar el vértigo del acantilado y a teando, gruñendo sordamente en el barro.
pensar qué fácil sería arrastrarla al abismo, conmigo.
Oí fragmentos: «Dios mío ... , muchas cosas en esta eterni-
dad que estamos juntos ... , cosas horribles ... , no sólo somos XXVIII
este paisaje, sino pequeños seres de carne y huesos, llenos de
fealdad, de insignificancia ... » Pasaron cosas muy raras. Cuando llegamos a la casa en-
El mar se había ido transformando en un oscuro mons- contramos a Hunrer muy agitado (aunque es de esos que cre-
truo. Pronto la oscuridad fue total y el rumor de las olas allá en de mal gusto mostrar las pasiones); trataba de disimularlo,
abajo adquirió sombría atracción: iPensar que era tan fácil! pero era evidente que algo pasaba. Mimí se h_abía ido y en el
Ella decía que éramos seres llenos de fealdad e insignificancia; comedor todo estaba dispuesto para la comida, · aunque era
pero, aunque yo sabía hasta qué punto era yo mismo capaz de claro que nos habíamos retardado much~, J?ues apenas l~e~a-
cosas innobles, me desolaba el pensamiento de que también mos se notó un acelerado y eficaz movimiento de servicio.
ella podía serlo, que segtaamerue lo era. ¿Cómo? -pensaba-, Durante la comida casi no se habló. Vigilé las palabras y los
écon quiénes, cuándo? Y un sordo deseo de precipitarme so- gestos de Hunter porque intuí que echarían luz sobre muchas
bre ella y destrozarla con las uñas y de apretar su cuello hasta cosas que se me estaban ocurriendo y sobre otras ideas que es-
ahogarla y arrojarla al mar iba creciendo en mí. De pronto oí taban por reforzarse. También vigilé la cara de María; era im-
otros fragmentos de frases: hablaba de un primo, Juan o algo penetrable. Para disminuir la tensión, María dijo que esta-
así; habló de la infancia en el campo; me pareció oír algo de ba leyendo una novela de Sartre51• De evidente mal humor
hechos «tormentosos y crueles», que habían pasado con ese Hunter comentó:
otro primo. Me pareció que María me había estado haciendo -Novelas en esta época. Que las escriban, vaya y pase ... ,
una preciosa confesión y que yo, como un estúpido, la había ipero que las lean! . . ,
perdido. Nos quedamos en silencio y Hunter no hizo nmgun es-
-iQré hechos, tormentosos y crueles! -grité. fuerzo por atenuar los efectos de esa frase. Concluí que tenía
Pero, extrañamente, no pareció oírme: también ella había algo contra María. Pero como antes que saliéramos para la
caído en una especie de sopor, también ella parecía estar sola. costa no había nada de particular, inferí que ese algo contra
Pasó un largo tiempo, quizá media hora. María había nacido durante nuestra larga conversación; era
Después sentí que acariciaba mi cara, como lo había hecho muy dificil admitir que no fuera a causa de esa conversación
en otros momentos parecidos. Yo no podía hablar. Como con o, mejor dicho, a causa del largo tiempo que habíamos per-
mi madre cuando chico, puse la cabeza sobre su regazo y así manecido allá. Mi conclusión fue:
quedamos un tiempo quieto, sin transcurso, hecho de infancia Hunter está celoso y eso prueba que entre él y ella hay algo
más que una simple relación de amistad y de parentesco. Des-
y de muerte:
iQré lástima que debajo hubiera hechos inexplicables y de luego, no era necesario que María sintiese amor por él; por
sospechosos! iCómo deseaba equivocarme, cómo ansiaba
que María no fuera más que ese momento! Pero era imposi-
s1 [eanPaul Sartre (1905-1980): filósofo y escritor francés contemporáneo,
ble: mientras oía los latidos de su corazón junto a mis oídos y
uno de los teóricos de la filosofla existencialista. Autor de ensayos, novelas (La
mientras su mano acariciaba mis cabellos, sombríos pensa- náusea), dramas (Las moscas, Puerta cerrada), etc.
ERNESTO SABATO EL TÚNEL
el contrario: era más fácil que Hunter se irritase al ver que Ma- si era soltero, viudo o divorciado, aunque creo que alguna vez
ría daba importancia a otras personas. Fuera como fuese, si la María me había dicho que estaba separado de su mujer; pero,
irritación de Hunter era originada por celos, tendría que mos- en fin, lo importante era que ese señor vivía solo en la est~cia).
trar hostilidad hacia mí, ya que ninguna otra cosa había entre En segundo lugar, un motivo para sospechar de esas_ relacio~es
nosotros. Así fue. Si no hubieran existido otros detalles, me era que María nunca me había hablado de Hunter sino con in-
habría bastado con una mirada de soslayo que me echó Hunter diferencia, es decir, con la indiferencia con que se habla de un
a propósito de una frase de María sobre el acantilado. miembro cualquiera de la familia; pero jamás me había men-
Pretexté cansancio y me fui a mi pieza apenas nos levanta- cionado o insinuado siquiera que Hunter estuviera enamorado
mos de la mesa. Mi propósito era lograr el mayor número de de ella y menos que tuviera celos. En tercer lugar, María me _ha-
elementos de juicio sobre el problema. Subí la escalera, abrí la bía hablado, esa tarde, de sus debilidades. ¿ Qué había quendo
puerta de mi habitación, encendí la luz, golpeé la puerta, decir? Yo le había relatado en mi carta una serie de cosas des-
como quien la cierra, y me quedé en el vano escuchando. En preciables (lo de mis borracheras y lo de las prostitutas) Y ella
seguida oí la voz de Hunter que decía una frase agitada, aun- ahora me decía que me comprendía, que también ella no era
que no podía discernir las palabras; no hubo respuestas de Ma- solamente barcos que parten y parques en el crepúsculo. ¿ Qué
ría; Hunter dijo otra frase mucho más larga y más agitada que podía querer decir sino que en su vida había cosas tan oscuras
la anterior; María dijo algunas palabras en voz muy baja, su- y despreciables como en la mía? ¿No podía ser lo de Hunter
perpuestas con las últimas de él, seguidas de un ruido de sillas; una pasión baja de ese género?
al instante oí los pasos de alguien que subía por la escalera: me Rumié esas conclusiones y las examiné a lo largo de la no-
encerré rápidamente, pero me quedé escuchando a través del che desde diferentes puntos de vista. Mi conclusión final, que
agujero de la llave; a los pocos momentos los pasos que cru- consideré rigurosa, fue: María es amante de Hunter.
zaban frente a mi puerta: eran pasos de mujer. Quedé largo Apenas aclaró, bajé las escaleras con mi valija y ~i caja de
tiempo despierto, pensando en lo que había sucedido y tra- pinturas. Encontré a uno de los mucamos que ha?1a ~omen-
tando de oír cualquier clase de rumor. Pero no oí nada en toda zado a abrir las puertas y ventanas para hacer la limpieza: le
la noche. encargué que saludara de mi parte al señor y que le dijera que
No pude dormir: empezaron a atormentarme una serie de me había visto obligado a salir urgentemente para Buenos
reflexiones que no se me habían ocurrido antes. Pronto adver-
Aires. El mucano me miró con ojos de asombro, sobre todo
tí que mi primera conclusión era una ingenuidad: había pen-
cuando le dije, respondiendo a su advertencia, que me iría a
sado (lo que es correcto) que no era necesario que María sin-
tiese amor por Hunter para que él tuviera celos; esta conclu- pie hasta la estación. .,
Tuve que esperar varias horas en la pequeña estacion '. ~o_r
sión me había tranquilizado. Ahora me daba cuenta de que si
momentos pensé que aparecería María; esperaba esa pos1?1h-
bien no era necesario, tampoco era un inconveniente.
dad con la amarga satisfacción que se siente cuando, de chico,
María podía querer a Hunter y, sin embargo, éste sentir
uno se ha encerrado en alguna parte porque cree que han co-
celos.
Ahora bien: éhabía motivos para pensar que María tenía metido una injusticia y espera la llegada de una persona mayor
algo con su primo? iYa lo creo que había motivos! En primer que venga a buscarlo y a reconocer ~a, equi_vocació~. Pero M_a
lugar, si Hunter la molestaba con celos y ella no lo quería, ¿ por ría no vino. Cuando llegó el tren y mire hacia el camino por ul-
qué venía a cada rato a la estancia? En la estancia no vivía, or- tima vez, con la esperanza de que apareciera a último mo-
dinariamente, nadie más que Hunter, que era solo (yo no sabía mento, y no la vi llegar, sentí una infinita tristeza.
143
EL TúNEL
ERNESTO SÁBATO
puse «ida») Agregué que apreciaba mucho el interés que ella Una vez más, pues, había cometido una tontería,_ con mi
se había tomado por mí (taché «por mí» y puse «por mi per- costumbre de escribir cartas muy espontáneas y enviarlas en
sona»). Que comprendía que ella era muy bondadosa y esta- seguida. Las cartas de importancia hay que retenerlas fºr lo menos
ba llena de sentimientos puros, a pesar de que, como ella mis- un día hasta que se vean claramente todas las posibles conse-
ma me lo había hecho saber, a veces prevalecían «bajas pasio- cuencias. ,
nes». Le dije que apreciaba en su justo valor el asunto de la Quedaba un recurso desesperado, i:l recibo! ~o bu~que en
salida de un barco o el asistir sin hablar a un crepúsculo en un todos los bolsillos, pero no lo encontre: lo habna_arroJado es-
parque pero que, como ella podía imaginar (taché «imaginar» túpidamente, por ahí. Volví co~iendo al correo, sm e,mb~rgo,
y puse «calcular») no era suficiente para mantener o probar un y me puse en la fila de las cert~ficadas. C~ando lleg? mi tu:-
amor: seguía sin comprender cómo era posible que una mu- no, pregunté a la empleada, mientras hacia un homble e hi-
jer como ella fuera capaz de decir palabras de amor a su ma- pócrita esfuerzo para sonreír:
rido y a mí, al mismo tiempo que se acostaba con Hunter. -¿No me reconoce?
Con el agravante -agregué- de que también se acostaba La mujer me miró con asombro: seguramente pensó que
con el marido y conmigo. Terminaba diciendo que, como ella era loco. Para sacarla de su error, le dije que era la persona que
podría darse cuenta, esa clase de actitudes daba mucho que acababa de enviar una carta a la estancia Los Ombúes. El asom-
pensar, etcétera. bro de aquella estúpida pare~ió au~entar y, tal vez con el de-
Releí la carta y me pareció que, con los cambios anotados, seo de compartirlo o de pedir consejo a~te algo que ~o alcan-
quedaba suficientemente hiriente. La cerré, fui al Correo Cen- zaba a comprender, volvió su rostro hacia un campanero; me
tral y la despaché certificada. miró nuevamente a mí.
-Perdí el recibo -expliqué.
No obtuve respuesta. .
XXX -Qiiero decir que necesito la carta y no tengo el recibo
-agregué. . .
Apenas salí del correo advertí dos cosas: no había dicho en La mujer y el otro empleado se 1:maron, durante un ins-
la carta por qué había inferido que ella era amante de Hunter; tante como dos compañeros de baraja.
y no sabía qué me proponía al herirla tan despiadadamente: P~r fin, con el acento de alguien que está profundamente
<acaso hacerla cambiar de manera de ser, en caso de ser ciertas maravillado, me preguntó:
mis conjeturas? Eso era evidentemente ridículo. ¿Hacerla co- -¿Usted quiere que le devuelvan la carta?
rrer hacia mí? No era creíble que lo lograra con esos procedi- -Así es.
mientos. Reflexioné, sin embargo, que en el fondo de mi alma _¿y ni siquiera tiene el recibo? , .
sólo ansiaba que María volviese a mí. Pero, en este caso, épor Tuve que admitir que, en efecto, no tema ese importante
qué no decírselo directamente, sin herirla, explicándole que documento. El asombro de la mujer había aumentad~ hasta el
me había ido de la estancia porque de pronto había advertido límite. Balbuceó algo que no entendí y volvió a mirar a su
los celos de Hunter? Al fin de cuentas, mi conclusión de que compañero. ,
ella era amante de Hunter, además de hiriente, era completa- -Qiiere que le devuelvan una ~arta -tartamudeo. , .
mente gratuita; en todo caso era una hipótesis, que yo me po- El otro sonrió con infinita estupidez, pero con el ~:oposi-
día formular con el único propósito de orientar mis investiga- to de querer mostrar viveza. La mujer me miró y me dijo:
ciones futuras. -Es completamente imposible.
147
EL TÚNEL
ERNESTO SÁBATO
-Aunque es dificil que usted no haya cambiado de casa Cuando recordé este sueño, una desconsoladora tristeza se
~esde los dieciocho años. Así que casi seguramente va a nece- apoderó de mí. Abandoné, la puerta del correo y comencé a
sitar también certificado de domicilio. caminar pesadamente.
Una furia ~~contenible estalló por fin en mí y sentí que al- Un tiempo después me encontré sentado en la Recoleta,
canzaba también a María y, lo que es más curioso a Mimí en un banco que hay debajo de un árbol gigantesco. Los luga-
-iMándela usted así y váyase al infierno! -le,grité mi~n- res, los árboles, los senderos de nuestros mejores momentos
tras me iba. ' empezaron a transformar mis ideas. ¿Qyé era, al fin de cuen-
. Salí. del correo con u~ ánimo de mil diablos y hasta pensé tas, lo que yo tenía en concreto contra María? Los mejores ins-
si, volviendo a la ventamlla, podría incendiar de alguna mane- tantes de nuestro amor (un rostro de ella, una mira da tierna,
ra el ~e.sto de las cartas. ¿Pero cómo? éArrojando un fósforo? el roce de su mano en mis cabellos) comenzaron a apoderarse
Era facd. que se apagara en el camino. Echando previamente suavemente de mi alma, con el mismo cuidado con que se re-
un chornto de nafta, el efecto sería seguro; pero eso complica- coge a un ser querido que ha tenido un accidente y que no
puede sufrir la brusquedad más insignificante. Poco a poco fui
ba las cosas. De todos modos, pensé esperar la salida del per-
sonal de tumo e insultar a la solterona. incorporándome, la tristeza fue cambiándose en ansiedad, el
odio contra María en odio contra mí mismo y mi aletarga-
miento en una repentina necesidad de correr a mi casa. A me-
dida que iba llegando al taller fui dándome cuenta de lo que
XXXI quería: hablar, llamarla por teléfono a la estancia, en seguida,
sin pérdida de tiempo. ¿Cómo no había pensado antes en esa
Después de un~ hora de espera, decidí irme. ¿Qyé podía ga- posibilidad?
nar, en definitiva, insultando a esa imbécil? Por otra parte du- Cuando me dieron la comunicación, casi no tenía fuerzas
rante ese l~~so rumié una serie de reflexiones que terminaron para hablar. Atendió un mucamo. Le dije que necesitaba co-
por tranquilizarme: la carta estaba muy bien y era bueno que municarme sin pérdida de tiempo con la señora María. Al rato
llega~ea manos de María. (Muchas veces me ha pasado eso: lu- me atendió la misma voz, para decirme que la señora me lla-
char inse~satamente contra un obstáculo que me impide hacer maría dentro de una hora, más o menos.
algo que Juzgo necesario o conveniente, aceptar con rabia la La espera me pareció interminable.
== y finalmente, un tiempo después, comprobar que el No recuerdo bien las palabras de aquella conversación por
destino te?ía ~azón.) En realidad, cuando me puse a escribir la teléfono, pero sí recuerdo que en vez de pedirle perdón por la
c~~a, lo hice sin reflexionar mayormente y hasta algunas de las carta (la causa que me había movido a hablar), concluí por de-
hirientes frases parecían inmerecidas. Pero en ese momento, al cirle cosas más fuertes que las contenidas en la carta. Claro
volver a pensar en todo lo que antecedió a la carta, recordé de que eso no sucedió irrazonablemente; la verdad es que yo co-
mencé hablándole con humildad y ternura, pero empezó a
pronto un sueño que tuve en alguna de esas noches de borra-
exasperarse el tono dolorido de su voz y el hecho de que no
chera: espiando desde un escondite me veía a mí mismo sen-
respondiese a ninguna de mis preguntas precisas, según su há-
tado en una silla en el medio de una habitación sornbría sin
bito. El diálogo, más bien mi monólogo, fue creciendo en
m~ebles ni decorados, y, detrás de mí, a dos personas q~e se violencia y cuanto más violento era, más dolorida parecía ella
miraban con expresiones de diabólica ironía: una era María· la y más eso me exasperaba, porque yo tenía plena conciencia
otra era Hunter. '
de mi razón y de la injusticia de su dolor. Terminé diciéndole
ERNESTO SÁBATO
EL TÚNEL
a gritos que me mataría, que era una comediante y que nece- dió en aquellos días decisivos.) La mujer miró, riéndose, el
sitaba verla en seguida, en Buenos Aires. cuadro y después me miró a mí, como en demanda de una ex-
No contestó a ninguna de mis preguntas precisas, pero fi- plicación. Como ustedes supondrán, me importaba un ?ledo
nalmente, ante mi insistencia y mis amenazas de matarme, me el juicio que aquella desgraciada podría formarse de mi arte.
prometió venir a Buenos Aires, al día siguiente, «aunque no Le dije que no perdiéramos tiempo en pavadas. , .
sabía para qué». Estábamos en la cama, cuando de pronto cruzo por mi c~-
-Lo único que lograremos -agregó con voz muy débil- beza una idea tremenda: la expresión de la rumana se p~recia
es lastimarnos cruelmente, una vez más. a una expresión que alguna ve_z había o~servado en Mana.
-Si no venís, me mataré -repetí por fin-. Pensalo bien -iPuta! -grité enloquecido, apartandome con asco--.
antes de tomar cualquier decisión. iClaro que es una puta! .,
Colgué el tubo sin agregar nada más, y la verdad es que en La rumana se incorporó como una víbora y me mordió el
ese momento estaba decidido a matarme si ella no venía a brazo hasta hacerlo sangrar. Pensaba que me refe_ría a ella. L}e·
aclarar la situación. Quedé extrañamente satisfecho al deci- no de desprecio a la humanidad entera y de odio, la saque a
dirlo. «Ya verá», pensé, como si se tratara de una venganza. puntapiés de mi taller y le dije qu~ la ma~aría como a un perro
si no se iba en seguida. Se fue gritando insultos a pesar de la
cantidad de dinero que le arrojé detrás. .
XXXII Por largo tiempo quedé estupefacto en e~ medi? ~el taller:
sin saber qué hacer y sin atinar_ ~ ,orde~ar mis_ sentlm!entos _m
Ese día fue execrable. mis ideas. Por fin tomé una decisión: fui al bano, llene ~a ?ana-
Salí de mi taller furiosamente. A pesar de que la vería al día dera de agua fría, me desnudé y entré. Quería aclara~mis ideas,
siguiente, estaba desconsolado y sentía un odio sordo e im- así que me quedé en la bañadera hasta refrescarme bien. Poco a
preciso. Ahora creo que era contra mí mismo, porque en el poco logré poner el cerebro en pleno fun~ion~~f ento. Traté de
fondo sabía que mis crueles insultos no tenían fundamento. pensar con absoluto rigor, porque tenía ~a m~i~i?n de h~ber lle-
Pero me daba rabia que ella no se defendiera, y su voz dolori- gado a un punto decisivo. ¿cuál era la i:1ea inicial? ~anas pala:
da y humilde, lejos de aplacarme, me enardecía más. bras acudieron a esta pregunta que yo mismo me hac~a. Esas.fa
Me desprecié. Esa tarde comencé a beber mucho y terminé labras fueron: rumana, María, prostituta, placer, simul~c1on.
buscando líos en un bar de Leandro Alem. Me apoderé de la Pensé: estas palabras deben de representar el he0o esencial, la
mujer que me pareció más depravada y luego desafié a pelear verdad profunda de la que debo partir. Hice repetidos esfuerzos
a un marinero porque le hizo un chiste obsceno. No recuerdo para colocarlas en el orden debido, hasta que loré formul~r la
lo que pasó después, excepto que comenzamos a pelear y que idea en esta forma terrible, pero indudable: Mana y la prostituta
la gente nos separó en medio de una gran alegría. Después me han tenido una expresión semejante; Ia prostitu~a simulabaplacer; Ma
recuerdo con la mujer en la calle. El fresco me hizo bien. A la ría, pues, simulaba placer; María es una prostuuta. ..
madrugada la llevé al taller. Cuando llegamos se puso a reír de -iPuta, puta, puta! -grité saltando, d~ la bana:1era.
un cuadro que estaba sobre un caballete. (No sé si dije que, Mi cerebro funcionaba ya con la lucida ferocidad de los
desde la escena de la ventana, mi pintura se fue transforman- mejores días: vi nítidamente que era preciso terminar Y que
do paulatinamente: era como si los seres y cosas de mi antigua no debía dejarme embaucar una vez más P?r su voz_ dol,or!da
pintura hubieran sufrido un cataclismo cósmico. Ya hablaré y su espíritu de comediante. Tenía_ que dejarme guiar, u?ica-
de esto más adelante, porque ahora quiero relatar lo que suce- mente por la lógica y debía llevar, sm temor, hasta las ultimas
EL TÚNEL
153
ERNESTO SABATO
consecuencias, las frases sospechosas, los gestos, los silencios a pintarlos tenían la misma expresión en algún momento de
equívocos de María. sus vidas! iDios mío, si era para desconsolarse por la naturaleza
Fue como si las imágenes de una pesadilla desfilaran verti- humana, al pensar que entre ciertos instantes de Brahms y una
cloaca hay ocultos y tenebrosos pasaies. sub terraneos.
' 1
ginosamente bajo la luz de un foco monstruoso. Mientras me
vestía con rapidez, pasaron ante mí todos los momentos sos-
pechosos: la primera conversación por teléfono, con la asom-
brosa capacidad de simulación y el largo aprendizaje que reve- XXXIII
laban sus cambios de voz; las oscuras sombras en torno de Ma-
ría que se delataban a través de tantas frases enigmáticas; y ese Muchas de las conclusiones que extraje en aquel lúcido
temor de ella de «hacerme mal», que sólo podía significar «te pero fantasmagórico examen eran hipoténcas, no las podía
haré mal con mis mentiras, con mis inconsecuencias, con mis demostrar, aunque tenía la certeza de no eqmvocarme. Pero
hechos ocultos, con la simulación de mis sentimientos y sensa- advertí, de pronto, que ha~í~ ?esperdi~iado,_ ha~t,a ese m~-
ciones», ya que no podría hacerme mal por amarme de verdad; mento, una importante posibilidad de mvesngacion: la _opi-
y la dolorosa escena de los fósforos; y cómo al comienzo había nión de otras personas. Con satisfacción feroz y con clandad
rehuido hasta mis besos y cómo sólo había cedido al amor físi- nunca tan intensa, pensé por primera _vez en ese proce-
co cuando la había puesto ante el extremo de confesar su aver- dimiento y en la persona indicada: Lartigue. _Er~ ~migo de
sión o, en el mejor de los casos, el sentido material o fraternal Hunter, amigo íntimo. Es cierto que era otro individuo de~-
de su cariño; lo que, desde luego, me impedía creer en sus arre- preciable: había escrito un libro de poemas acerca de la varu-
batos de placer, en sus palabras y en sus rostros de éxtasis; y dad de todas las cosas humanas, pero se quejaba de que no le
además su precisa experiencia sexual, que dificilmente podía hubieran dado el premio nacional. No iba a detenerme en es-
haber adquirido con un filósofo estoico como Allende; y las crúpulos. Con viva repugnancia, pero con decisión, lo llam~
respuestas sobre el amor a su marido, que sólo permitían infe- por teléfono, le dije que tenía que verlo urgentemente, ~o fui
rir una vez más su capacidad para engañar con sentimientos y a ver a su casa, le elogié el libro de versos y (con gran d1~gus-
sensaciones apócrifos; y el círculo de familia, formado por una to suyo, que quería que siguiéramos hablando de él), le hice a
colección de hipócritas y mentirosos; y el aplomo y la eficacia boca de jarro una pregunta ya preparada:
con que había engañado a sus dos primos con las inexistentes -¿Cuánto hace que María Iribarne es amante de Hunter?
manchas del puerto; y la escena durante la comida, en la estan- Mi madre no preguntaba nunca si habíamos comido una
cia, la discusión allá abajo, los celos de Hunter; y aquella frase manzana, porque habríamos negado; preguntaba c~ántas, ?an·
que se le había escapado en el acantilado: «como me había do astutamente por averiguado lo que quería avenguar: st h~-
equivocado una vez»; ¿con quién, cuándo, cómo? y «los he- bíamos comido o no la fruta; y nosotros, arrastrados sutil-
chos tormentosos y crueles» con ese otro primo, palabras que mente por ese acento cuantitativo respondíamos que sól.o ha-
también se escaparon inconscientemente de sus labios, como bíamos comido una manzana.
Lartigue es vanidoso P:ro no es zonzo56: ,sospe~h,ó que ha-
lo reveló al no contestar mi pedido de aclaración, porque no
bía algo misterioso en rrn pregunta y creyo evadma contes-
me oía, simplemente no me oía, vuelta como estaba hacia su
infancia, en la quizá única confesión auténtica que había teni- tando:
do en mi presencia; y, finalmente, esta horrenda escena con la
rumana, o rusa, o lo que fuera. iY esa sucia bestia que se había
reído de mis cuadros y la frágil criatura que me había alentado 56 zonzo: estúpido, soso.
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:ues
-Desde luego. de que nada se había perdido y que podía empezar, a partir de
yo c~eo que sólo lograremos hacernos un poco más ese instante de lucidez, una nueva vida.
d~ dano,_ destruir un poco más el débil puente que nos comu- Desgraciadamente, María me falló una vez más. A las cin-
mc~, henrnos con mayor crueldad ... He venido porque lo has co y media, alarmado, enloquecido, volví a llamarla por telé-
pedido ta~to, pero debía haberme quedado en la estancia: fono. Me dijeron que se había vuelto repentinamente a la es-
Hunter esta enfermo. tancia. Sin advertir lo que hacía, le grité a la mucama:
«Otra mentira», pensé. -iPero si habíamos quedado en vemos a las cinco!
-Gracias --contesté secamente-. Quedarnos, pues, en -Yo no sé nada, señor -me respondió algo asustada-.
que nos vemos a las cinco en punto. La señora salió en auto hace un rato y dijo que se quedaría allá
María asintió con un suspiro. una semana por lo menos.
iUna semana por lo menos! El mundo parecía derrumbar-
se, todo me parecía increíble e inútil. Salí del café como un
XXXN sonámbulo. Vi cosas absurdas: faroles, gente que andaba de
un lado a otro, como si eso sirviera para algo. iY tanto como
An~es de las cinco estuve en la Recoleta, en el banco don- le había pedido verla esa tarde, tanto como la necesitaba!
de ~aliamos encontrarnos. Mi espíritu, ya ensombrecido, iY tan poco que estaba dispuesto a pedirle, a mendigarle!
cayo en un total abatimiento al ver los árboles, los senderos y Pero -pensé con feroz amargura- entre consolarme a mí en
los bancos que habían sido testigos de nuestro amor. Pensé, un parque y acostarse con Hunter en la estancia no podía ha-
con desesperada melancolía, en los instantes que habíamos ber lugar a dudas. Y en cuanto me hice esta reflexión se me
p_asado, en aquellos jardines de la Recoleta y de la Plaza Fran- ocurrió una idea. No, mejor dicho, tuve la certeza de algo.
cia Y como, en aquel entonces que parecía estar a una distan- Corrí las pocas cuadras que faltaban para llegar a mi taller y
ERNESTO SÁBATO EL TÚNEL 157
Llegué a la estancia a las diez y cuarto. Detuve el auto en el los pasadizos se habían por fin unido y que la hora del en-
camino real, para no llamar la atención con el ruido del mo- cuentro había llegado. .
tor y caminé. El calor era insoportable, había una agobiadora iLa hora del encuentro había llegado! Pero e.realmente los
calma y sólo se oía el murmullo del mar. Por momentos, la pasadizos se habían unido y nuestras almas se habían comu-
luz de la luna atravesaba los nubarrones y pude caminar, sin nicado? [Qué estúpida ilusión mía había sido todo esto! No,
grandes dificultades, por el callejón de entrada, entre los los pasadizos seguían paralelos como antes, aunqu~ a_hora el
eucaliptos. Cuando llegué a la casa grande, vi que estaban en- muro que los separaba fuera como "". mur_o de ~idno Y yo
cendidas las luces de la planta baja; pensé que todavía esta- 7
pudiese verla a María como un~ figura sil,enciosa e mto able ...
rían en el comedor. No ni siquiera ese muro era siempre así: a veces volvía a ser
Se sentía ese calor estático y amenazante que precede a de ~iedra negra y entonces yo no sabía q~é pasaba d~l otro
las violentas tempestades de verano. Era natural que salie- lado, qué era de ella en esos intervalos anommos, que extra-
ran después de comer. Me oculté en un lugar del parque ños sucesos acontecían; y hasta pensaba que en esos momen-
que me permitía vigilar la salida de gente por la escalinata y tos su rostro cambiaba y que una mueca de burla lo defor~a-
esperé. ba y que quizá había risas cruzad.as,con ~troy ~~e toda la hi_s-
toria de los pasadizos era una ridícula mvencion o c_ree?cia
mía y que en todo caso había un s~lo tú~e~ oscu:o y s_o~ttano: el
XXXVI mío, el túnel en que había transcumdo mi mfancza, mi ;uventud,
toda mi vida. Y en uno de esos trozos transparentes del 1:1uro
Fue una espera interminable. No sé cuánto tiempo pasó en de piedra yo había visto a esta muchacha y había c;eído inge-
los relojes, de ese tiempo anónimo y universal de los relojes, nuamente que venía por otro túnel paralelo al m10_, c~~do
que es ajeno a nuestros sentimientos, a nuestros destinos, a la en realidad pertenecía al ancho mun_d~, al mu~do sm limites
formación o al derrumbe de un amor, a la espera de una de los que no viven en túneles; y quiza se había ~cercado por
muerte. Pero de mi propio tiempo fue una cantidad inmensa curiosidad a una de mis extrañas ventanas y ha~i~ en_trevisto
y complicada, lleno de cosas y vueltas atrás, un río oscuro y el espectáculo de mi insalvable soledad, o le había mtn~ado el
tumultuoso a veces, y a veces extrañamente calmo y casi mar lenguaje mudo, la clave de. mi cu~dro. Y e?t?nces, mient_ras
inmóvil y perpetuo donde María y yo estábamos frente a yo avanzaba siempre por mi pasadizo, ella vrvia afue_ra su vida
frente contemplándonos estáticamente, y otras veces volvía a normal, la vida agitada que llevan esas gent~s que viven afue-
ser río y nos arrastraba como en un sueño a tiempos de in- ra esa vida curiosa y absurda en que hay bailes y fiestas y ale-
fancia y yo la veía correr desenfrenadamente en su caballo, gría y frivolidad. Y a veces sucedía que cu~ndo yo pasaba
con los cabellos al viento y los ojos alucinados, y yo me veía frente a una de mis ventanas ella estaba esperandome ~uda Y
en mi pueblo del sur, en mi pieza de enfermo, con la cara pe- ansiosa (épor qué esperándome? ¿y por qué_muda Y ans10s~?);
gada al vidrio de la ventana, mirando la nieve con ojos tam- pero a veces sucedía que ella no llegaba a tiempo o se olvida-
bién alucinados. Y era como si los dos hubiéramos estado vi- ba de este pobre ser encajonado, y ent~nces yo,. con la ~ara
viendo en pasadizos o túneles paralelos, sin saber que íbamos apretada contra el muro de vidrio, la veía a lo lejos _sonr,eir o
el uno al lado del otro, como almas semejantes en tiempos se- bailar despreocupadamente o, lo que era peor, no la veía en
mejantes, para encontrarnos al fin de esos pasadizos, delante '!
absoluto y la imaginaba en lugares_mac~esibles o to;res. e?-
de una escena pintada por mí, como clave destinada a ella tonces sentía que mi destino era mfimtamente mas solitario
sola, como un secreto anuncio de que ya estaba yo allí y que que lo que había imaginado.
r6o EL TÚNEL r6r
ERNESTO SÁBATO
Entonces, llorando, le clavé el cuchillo en el pecho. Ella Escapé a la calle por la escalera, después de ?erribar al m~-
apretó las mandíbulas y cerró los ojos y cuando yo saqué el cu- camo que quiso interponerse. Me poseían el odio, el desprecio
chillo chorreante de sangre, los abrió con esfuerzo y me miró y la compasión. . .
con una mirada dolorosa y humilde. Un súbito furor fortale- Cuando me entregué, en la comisaría, eran casi las sets.
ció mi alma y clavé muchas veces el cuchillo en su pecho y en A través de la ventanita de mi calabozo vi cómo nacía un
su vientre. nuevo día, con un cielo ya sin nubes. Pensé que muchos ~om·
Después salí nuevamente a la terraza y descendí con un bres y mujeres comenzarían a despertarse ~ luego to~anan el
gran ímpetu, como si el demonio ya estuviera para siempre desayuno y leerían el diario e irían a la oficma, o danan de co·
en mi espíritu. Los relámpagos me mostraron, por última vez, mer a los chicos o al gato, o comentarían el film de la noche
un paisaje que nos había sido común. anterior.
Sentí que una caverna negra se iba agrandando dentro de
Corrí a Buenos Aires. Llegué a las cuatro o cinco de la ma-
drugada. Desde un café telefoneé a la casa de Allende, lo hice mi cuerpo.
despertar y le dije que debía verlo sin pérdida de tiempo. Lue-
go corrí a Posadas. El polaco estaba esperándome en la puerta
XXXIX
de calle. Al llegar al quinto piso, vi a -Allende frente al ascen-
sor, con los ojos inútiles muy abiertos. Lo agarré de un brazo En estos meses de encierro he intentado muchas veces ra·
y lo arrastré dentro. El polaco, como un idiota, vino detrás y zonar la última palabra del ciego, la palabra insens~to. \Jn ca~-
me miraba asombrado. Lo hice echar. Apenas salió, le grité al sancio muy grande, o quizá oscuro instinto, me lo impide, re~-
ciego: teradamente. Algún día tal vez logre hacerlo f entonces anali-
-iVengo de la estancia! iMaría era la amante de Hunter! zaré también los motivos que pudo haber temdo Allend,
La cara de Allende se puso mortalmente rígida. suicidarse.
-ilmbécil! -gritó entre dientes, con un odio helado. Al menos puedo pintar, aunque sospecho 9-ue los me
Exasperado por su incredulidad, le grité: se ríen a mis espaldas, como sospecho que se neron dura
-iUsted es el imbécil! iMaría era también mi amante y la proceso cuando mencioné la escena d~ la_ ventana ..
amante de muchos otros! Sólo existió un ser que entendía rru pintura. Mientr:
Sentí un horrendo placer, mientras el ciego, de pie, parecía to estos cuadros deben de confirmarlos cada vez más
de piedra. estúpido punto de vista. Y los muros de este infierno
-iSí! -grité-. iYo lo engañaba a usted y ella nos enga- así, cada día más herméticos.
ñaba a todos! iPero ahora ya no podrá engañar a nadie! ¿Com-
prende? iA nadie! iA nadie!
-ilnsensato! -aulló el ciego con una voz de fiera y corrió
hacia mí con unas manos que parecían garras.
Me hice a un lado y tropezó contra una mesita, cayéndo-
se. Con increíble rapidez, se incorporó y me persiguió por
toda la sala, tropezando con sillas y muebles, mientras llora-
ba con un llanto seco, sin lágrimas, y gritaba esa sola palabra:
iinsensato!