CAPITULO IV LOS APOCRIFOS
Hemos estudiado el desarrollo del Antiguo Testamento y del Nuevo. Pero nos
queda por ver otro grupo de libros que constituyen lo que hoy se conoce como Libros
Apócrifos'. Frecuentemente se les publica junto con el Antiguo y el Nuevo
Testamento. No podemos decir que sean universalmente reconocidos como parte
de la Biblia, tal y como lo son los dos testamentos. Pero tampoco podemos pasarlos
por alto, pues para la Iglesia Católica Romana son parte integral de la Biblia y para
la Iglesia Anglicana son considerados, al menos, como libros sagrados y
provechosos pues forman buena parte del leccionario eclesiástico.
Comencemos por examinar el significado de la palabra "apócrifos", plural que
proviene de la palabra griega apokryphon, que se aplica a las cosas que hay que
conservar secretas y escondidas. La palabra se aplica a tres tipos diferentes de
libros, o información.
I. Se aplicaba a libros sumamente difíciles, demasiado santos o demasiado
sagrados para el uso común. Como ya vimos, II Esdras (IV de Esdras) 14: 19-48
relata cómo Esdras restauró los libros sagrados que habían sido quemados y
destruidos durante el exilio. El relato es legendario pero revela el lugar que ocupaba
Esdras en la mentalidad popular y, además, arroja luz sobre el significado original
de la palabra apokryphon.
Esdras tuvo a su cargo el reescribir la Ley que se había perdido. Se le ordenó que
tomara cinco escribas capaces de tomar dictado rápidamente. Salieron a campo
abierto donde
Esdras recibió una copa "llena de algo semejante al agua pero de color de fuego".
Esdras lo bebió y comenzó a dictar. Y así lo hizo cuarenta días durante los cuales
se dictaron y escribieron noventa y cuatro libros. Entonces el Altísimo dijo a Esdras:
"Da a conocer los primeros veinticuatro libros y permite que los lean tanto los dignos
como los indignos. Pero conserva los setenta libros escritos al último para dárselos
a los sabios de entre tu pueblo, pues en ellos está el impulso del entendimiento, la
fuente de la sabiduría y el río del conocimiento". Según esto, los veinticuatro libros
son el Antiguo Testamento. No se nos dice qué eran los otros libros, pero el caso
ilustra el hecho de que por entonces se acostumbraba mantener en secreto algunos
libros, los cuales se escondían del pueblo. El significado primario de la palabra
Apócrifos es secretos, o sea demasiado sagrados y elevados para el uso común.
II. Pero actualmente la palabra Apócrifos tiene un significado totalmente opuesto.
Cuando nos referirnos hoy a una historia apócrifa, querernos decir que es ficticia.
Un relato apócrifo es lo contrario de una narración verídica. Se aplica a leyendas
que se tejen en torno a personajes distinguidos. En este sentido, la palabra
Apócrifos describe algo más bien negativo que positivo.
III. Pero cuando los libros que ahora nos ocupan son calificados de Apócrifos
significa que no son para la lectura pública ni para el culto público, aunque nada
impide que sean leídos en la intimidad del hogar para la instrucción y el provecho
personales. Esta es la acepción más generalizada entre los protestantes de hoy día.
La Iglesia Católica se abstiene del todo de calificarlos como Apócrifos, pues los
considera total y verdaderamente Escritura Sagrada. Pero la generalidad de las
iglesias protestantes los aceptan con la denotación de libros de valor secundario,
reconocida mente útiles, pero nunca a la par con los libros que sin discusión son
Escritura Sagrada.
Veamos, pues, en primer lugar, qué libros se consideran Apócrifos. Se trata de
catorce o quince libros: I de Esdras II de Esdras (también conocido como IV de
Esdras) Tobit Judit Adiciones al libro de Ester Sabiduría de Salomón Eclesiástico,
o Sabiduría de Jesús ben Sirac Baruc Carta de Jeremías Oración de Azarías y
Cántico de los Tres Jóvenes Susana Bel y el Dragón Oración de Manasés I de
Macabeos II de Macabeos
Esta lista abarca 15 libros pero a veces la Carta de Jeremías se incluye en el último
capítulo de Baruc, con lo que se reducen a catorce.
Estos quince libros están comprendidos en diversos tipos y clasificaciones.
I. Las adiciones a libros del Antiguo Testamento. Están las adiciones a Ester.
Tal como aparece en el Antiguo Testamento, en este libro no se menciona una sola
vez el nombre de Dios ni se cita un solo caso de alguien que ore. Todas las
adiciones a Ester, menos una, mencionan el nombre de Dios, yen una de ellas se
menciona nueve veces en nueve versículos, mientras que en otras se muestra a
Ester y a Mardoqueo haciendo oración. Dichas adiciones fueron diseñadas con el
intento de proveer lo que faltaba en el libro original.
La oración de Azarías, el Cántico de los Tres Jóvenes, Susana, y Bel y el
Dragón, son adiciones al libro de Daniel. Azarías es el nombre hebreo de Abed-
nego, y tanto la Oración como el Cántico se ponen en labios de los tres jóvenes
cuando estaban en el ardiente horno de fuego. La oración está considerada como
una de las plegarias de alabanza más grandiosas del mundo: Bendigan al Señor,
sol y luna. canten en su honor eternamente. Bendigan al Señor, estrellas del cielo,
canten en su honor eternamente. Bendigan al Señor, todas las lluvias y el rocío,
canten en su honor eternamente. Bendigan al Señor, todos los vientos, canten en
su honor eternamente. Bendigan al Señor, fuego y calor, canten en su honor
eternamente. Bendigan al Señor, frío y calor, canten en su honor eternamente.
Bendigan al Señor, rocío y escarcha, canten en su honor eternamente. Bendigan
al Señor, hielo y frío, canten en su honor eternamente. Bendigan al Señor, heladas
y nieve, canten en su honor eternamente. Bendigan al Señor, días y noches,
canten en su honor eternamente. Bendigan al Señor, luz y oscuridad, canten en
su honor eternamente. Bendigan al Señor, relámpagos y nubes, canten en su
honor eternamente. Bendice, tierra, al Señor, canta en su honor eternamente
(Daniel deuterocanóníeo 3 :62-74, Dios habla hoy).
Las otras dos adiciones a Daniel gozan de prestigio propio. Su propósito es mostrar
la sabiduría de Daniel, y son tal vez las dos historias de detectives más antiguas en
la litetarura universal. Dorothy Sayers las incluyó al principio de su antología
Omnibus of Crime (Colección de obras detectivescas), publicada en 1929.
Susana es el relato de una mujer ,",ella y virtuosa. Dos ancianos judíos se apasionan
carnalmente por ella. Un día de verano, Susana anuncia a sus dos sirvientas que
desea bañarse en el estanque del jardín. Los ancianos se ocultan tras los matorrales
y mientras Susana se baña, saltan sobre ella y tratan de seducirla. Pero como ella
los rechaza, ellos la amenazan, si no accede a sus deseos, con acusarla de que
estaba en el jardín en brazos de su amante. Ante su firmeza, ellos proceden a
acusarla, y es declarada culpable, pues los ancianos eran conocidos y respetados.
Surge en eso Daniel, quien solicita se efectúe un nuevo juicio, cosa que se le
concede. Por separado, Daniel examina a los ancianos, haciéndoles la misma
pregunta: "¿Bajo qué clase de árbol vio usted a Susana en brazos de su amante?".
El primero contesta: "Debajo de un castaño"; el otro responde: "Debajo de una
encina". Con lo que de inmediato se evidencia la falsedad de la historia y Susana
sale vindicada. Así que este relato es un ejercido en careo legal.
En Bel y el Dragón hay dos relatos. Bel era el dios supremo de los babilonios. Pero
Daniel insiste ante el rey que Bel es sólo un ídolo sin vida. "¿Cómo es entonces -
demanda el rey- que Bel consume la vasta cantidad de comida que se le deja todas
las noches en el templo?". Resulta que cada noche se le dejaba en el templo doce
fanegas de harina refinada, cuarenta ovejas y 227 litros de vino. Pero Daniel sabía
que los sacerdotes teman un acceso subterráneo al templo. Las ofrendas se
depositaban ante el altar y se remachaban las puertas hasta el siguiente día,
quedando el templo desierto durante la noche. Daniel, pues, procede a cubrir
secretamente todo el piso del templo con ceniza fina. Dicho y hecho: a la mañana
siguiente la comida había desaparecido, y los sacerdotes demandan la muerte de
Daniel. Pero éste llama la atención del rey a las huellas encimadas de hombres,
mujeres y niños que aparecen en el piso del templo. De esta manera se descubre
el engaño de los sacerdotes y Bel queda desacreditado para siempre.
No cabe duda de que nunca hubo la intención de tomar estos relatos como algo
histórico. Un escritor los ha calificado de "novelas moralistas" y aún hoy se
encuentran entre los mejores cuentos cortos de la literatura mundial.
II. En esta lista se encuentran dos magníficos relatos. Tobit: la encantadora
narración del viaje que emprende Tobías en compañía del ángel Rafael, disfrazado
de hombre, y de su perrito. No falta un cruento drama en torno a Judit. En días de
peligro para su patria, ésta atraviesa el campo enemigo, engaña a su jefe, el general
asirio Holofernes, le hace creer que podrá seducirla, lo embriaga, le corta la cabeza
y la lleva a su campamento metida en una bolsa. ¡Una de las escenas más
fascinantes del mundo dramático! iTal vez Shakespeare conocía y amaba estos
relatos, pues llamó a sus hijas Susana y Judit!
III. Existen dos voluminosas obras didácticas pertenecientes a la llamada
Literatura Sapiencial. En este tipo de literatura la palabra Sabiduría no se refiere
a la sabiduría filosófica o intelectual, sino al tipo de sabiduría práctica para el bien
vivir ante Dios y ante los hombres. La Sabiduría de Salomón fue escrita a fines del
primer siglo a.C. o en la alborada del siglo 1 de la era cristiana. Se trata de un libro
extenso que contiene algunos pasajes magníficos, de entre los cuales escogemos
uno que consuela a quienes están en trance de muerte: Las almas de los buenos
están en las manos de Dios y el tormento no las alcanzará. Los insensatos creen
que los buenos están muertos; consideran su muerte como una desgracia, y como
una calamidad el haberse alejado de nosotros. Pero los buenos están en paz:
aunque a los ojos de los hombres parecían castigados, abrigaban la esperanza de
no tener que morir. Después de sufrir pequeños castigos recibirán grandes
beneficios, porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de él. (Sabiduría 3: 1-
5, Dios habla hoy).
Se atribuye este libro a Salomón, cuyo nombre es supremo en relación con la
verdadera sabiduría.
Otro de los grandes libros apócrifos sapienciales se titula la Sabiduría de Jesús ben
Sirac, mejor conocido como el Eclesiástico. Fue escrito en hebreo alrededor del 180
a.C. Medio siglo después el nieto del autor lo tradujo al griego, mientras estaba en
Egipto.
El Eclesiástico contiene muchos pasajes memorables, el más famoso de los cuales
es su sección de alabanza a personajes distinguidos (Capítulos 44-50).
Particularmente renombrada es la introducción a dicha sección (44: 1-9a, 14: 15,
Dios nabla hoy): Voy a hacer el elogio de los hombres buenos, nuestros
antepasados de épocas diversas. El Altísimo les concedió grandes honores y los
engrandeció desde hace mucho tiempo. Reyes que dominaron la tierra, hombres
famosos por sus grandes acciones, consejeros llenos de sabiduría, profetas que
podían verlo todo, jefes de naciones llenos de prudencia, gobernantes de visión
profunda, sabios pensadores que escribían libros, poetas que dedicaban sus
noches al estudio, compositores de canciones, según las normas del arte, autores
que pusieron por escritos sus proverbios ...
hombres ricos y de mucha fuerza, que vivieron tranquilamente en sus hogares.
Todos ellos recibieron honores de sus contemporáneos y fueron la gloria de su
tiempo. Algunos dejaron un nombre famoso que será conservado por sus
herederos. Y hay otros a los que ya nadie recuerda, que terminaron cuando terminó
su vida, que existieron corno si no hubieran existido ... Sus cuerpos fueron
enterrados en paz, y su fama durará por todas las edades. La asamblea celebrará
su sabiduría, y el pueblo proclamará su alabanza.
Es precisamente en el Eclesiástico donde se encuentra el famoso tributo a los
médicos (38: 1-4, 7, 8,13-14, Dios habla hoy): Respeta al médico por sus servicios,
pues también a él lo instituyó Dios. El médico recibe de Dios su ciencia, y del rey
recibe su sustento. Gracias a sus conocimientos, el médico goza de prestigio y
puede presentarse ante los nobles. Dios hace que la tierra produzca sustancias
medicinales, y el hombre inteligente no debe despreciarlas ... Con estas
sustancias, el médico calma los dolores y el boticario prepara sus remedios. Así
no desaparecen los seres creados por Dios, ni falta a los hombres la salud ... Hay
momentos en que el éxito depende de él, y él también se encomienda a Dios, para
poder acertar en el diagnóstico y aplicar los remedios eficaces.
Allí mismo se encuentra otro famoso pasaje en que Dios sostiene que sólo el
desocupado puede llegar a ser un gran erudito y maestro, y que la sabiduría no está
al alcance de los trabajadores del mundo. Pero habiendo dicho eso, ofrece un alto
elogio de los trabajadores (38:31-34, Dios habla hoy): Todos ellos son obreros que
trabajan con sus manos, y cada uno en su oficio es un experto. Sin ellos no sería
posible la vida en sociedad, nadie viviría ni nadie viajaría. Sin embargo nadie los
invitará a gobernar el pueblo, ni descollarán en la asamblea. No forman parte de
ningún tribunal, ni entienden de asuntos de justicia. No demuestran instrucción ni
capacidad para juzgar, ni entienden de proverbios. Pero ellos contribuyen a la
estabilidad del mundo, ocupándose en sus trabajos de artesanos.
La Sabiduría de Salomón y el Eclesiástico son dos grandes libros en verdad. La
Iglesia los conoció y valoró desde sus inicios, y animó al pueblo de Dios a que los
leyera. No son pocos los que gustosamente los incluirían en el canon de las
Escrituras.
IV. Entre los Apócrifos hay varios libros que narran acontecimientos
históricos. Uno de ellos es 1 Esdras, que viene siendo un repaso de II Crónicas,
Esdras y Nehemías. Su único pasaje adicional dio origen al conocido proverbio:
"Grande es la verdad y suprema sobre todas las cosas”.
Los otros dos libros históricos son I y II de Macabeos. Su importancia estriba
en que relatan desde ángulos distintos, la famosa lucha libertaria en que se
distinguió Judas Macabeo. Lutero opinaba que 1 Macabeos "no es digno de incluirse
entre los libros de las Escrituras”.
V. Hay uno de estos libros que podríamos clasificar como libro de oraciones:
la Oración de Manasés. Según los historiadores hebreos, Manasés fue uno de los
peores monarcas (II R. 21: 1-18: II Cr. 33: 1-20). Reinó durante 55
años y fue hallado culpable de emplear "las prácticas abominables" de los nativos
paganos. Levantó altares a Baal, rindió culto a "todo el ejército de los cielos", ofreció
a su hijo en sacrificio, y se rodeó de magos y adivinos. También levantó una imagen
de Asera en pleno Templo y derramó sangre inocente. Por su causa, los babilonios
serían desatados contra Judea, el templo sería destruido y el pueblo llevado en
cautiverio en R. 24:3). El cronista relata que el mismo rey estuvo exiliado
temporalmente y que los asirios "aprisionaron con grillos a Manases, y atado con
cadenas lo llevaron a Babilonia". Estando en el cautiverio, Manases se arrepintió de
todos sus malos caminos, clamó a Dios, y Dios lo trajo de nuevo a Jerusalén. Dios
oyó su plegaria y recibió su petición m Cr. 33:1019). Esta Oración de Manases se
supone que fue la que el rey elevó a Dios en la amargura del destierro. El propósito
de esta obra de una página es mostrar que aun para un Manasés puede haber
perdón, si se arrepiente delante de Dios. He aquí unas líneas de esa plegaria:
He pecado, oh Señor, yo he pecado y conozco mis transgresiones. Ardientemente
te ruego: ¡Perdónarne, oh Señor, perdóname! ¡No me destruyas en mis
transgresiones! No te enojes para siempre conmigo ni me acarrees ningún mal: no
me condenes a los abismos de la tierra. Porque tú, oh Señor, eres el Dios de los
que se arrepienten Y en mí manifiestas tus bondades pues, con ser yo tan indigno,
tú me salvarás por tu gran misericordia, y yo te alabaré continuamente todos los
días de mi vida. Porque todas las huestes celestiales cantan tu alabanza y tuya es
la gloria para siempre. Amén.
Aquí se expresa la confianza de que hasta el peor de los pecadores puede salvarse
a condición de arrepentirse.
VI. Dos de estos libros están dentro de la sucesión profética. El primero de ellos
es Baruc, escrito probablemente en el primer siglo de nuestra era, cuya redacción
se adjudica a Baruc, secretario de Jeremías (Jeremías 36:4). A veces se añade la
Carta de Jeremías como un sexto capítulo de Baruc. Esta carta es una áspera
denuncia contra la idolatría. Debe provenir de la época en que los judíos fueron
tentados e invitados a compartir la idolatría con sus vecinos. Señala a los artífices
fabricantes de ídolos: "Gente que toma el oro y hace coronas para las cabezas de
sus dioses, como lo harían para una mozuela amante de andarse adornando". A
veces los sacerdotes hurtan el oro que puede gastarse hasta en lupanares. El polvo
del templo se acumula sobre los ídolos y hay que sacudirlos y limpiarlos. Sobre ellos
se posan los murciélagos, las golondrinas, las aves y los gatos. Para movizarlos hay
que cargarlos, pues carecen de pies propios. Si los bajas, se inclinan y caen y hay
que volverlos a levantar. "A nadie pueden salvar de la muerte, ni librar al débil del
fuerte. No pueden dar vista al ciego, ni ayudar a quien se haya en apuros". Quienes
los fabrican son mortales; ¿cómo pueden manufacturar dioses? Si el templo se
incendia, los sacerdotes pueden huir pero los dioses sólo pueden quemarse
irremediablemente. No valen más que el espantapájaros en el jardín. En este
panfletito se bombardea a la idolatría con un ridículo que sigue siendo efectivo.
VII. Nos resta finalmente un libro apocalíptico: II Esdras, también conocido como
IV Esdras. Ya hemos visto que la literatura apocalíptica se refiere a los espantosos
días postreros, cuando esta era y toda su maldad serán destruidas, cuando el Día
del Señor vendrá y nacerá la nueva era del reino de Dios. Será una era de
destrucción y desintegración total. Como hemos visto, dichos libros apocalípticos
"describen lo indescriptible" y hablan de cosas nunca antes vistas, oídas o
concebidas por seres humanos. Sólo son inteligibles para los iniciados y, en eso, IV
Esdras no es una excepción. A Lutero le pareció tan grotesco que ni siquiera se
tomó el trabajo de traducirlo y, en su lenguaje característico, comentó ¡que lo había
arrojado al Río Elba!
II Esdras tardó bastante tiempo en ser escrito. El meollo del libro se encuentra
en los capítulos 3 al 14, que se supone son siete revelaciones que Esdras recibió
en Babilonia. Esta parte fue escrita en arameo, alrededor del año 100 de nuestra
era, y luego traducida al griego. De ambas versiones subsisten sólo dos o tres
versículos, pues las dos se perdieron. Sólo contarnos con la versión latina. Hacia el
año 150 de nuestra era, un cristiano anónimo y desconocido añadió los capítulos 1
y 2 en griego. Y en el año 250, otro cristiano desconocido agregó los capítulos 15 y
16. Siempre se supo que algo faltaba entre el 7:35 y el 7:36. En 1874 apareció el
texto latino de estos versículos, y se insertó en el texto.
A continuación incluirnos un breve ejemplo del Capítulo 5, de las visiones en este
extraño libro: Surge el sol de repente a medianoche y la luna durante el día. De la
madera manará sangre y la piedra dejará oír su voz: las naciones serán atribuladas
y tendremos lluvia de estrellas.
Este es un libro que hoy día tiene poco o nada que decirnos.
Hemos repasado los libros Apócrifos, y ahora debiéramos preguntarnos de dónde
proceden y el por qué de su posición dudosa. En respuesta a la primera pregunta,
dirernos que los libros Apócrifos aparecen en la versión griega del Antiguo
Testamento, conocida como la Septuaginta, pero no en el original hebreo. El Antiguo
Testamento se tradujo al griego en
Egipto durante el reinado de Ptolomeo, Filadelfo JI, que abarcó del año 285 al de
246 a.C. Egipto era el lugar adecuado para esta traducción porque entonces
contaba con más de un millón de judíos, muchos de los cuales jamás habían estado
en Palestina. En su mayoría habían olvidado o desconocían totalmente el hebreo,
pues sólo conocían el griego.
Usualmente se designa a la Septuaginta con el número romano LXX, que fue el
número de sus traductores. La Septuaginta es uno de los libros más importantes del
mundo porque puso el Antiguo Testamento al alcance de todos cuando el griego
era el idioma universal y sólo unos cuantos sabían hebreo. Con el tiempo, la
Septuaginta sirvió de base para verter el Antiguo Testamento al latín, por lo que el
primer Antiguo Testamento en latín tuvo el mismo formato de la versión griega.
Veamos lo que sucede al alinear los libros del Antiguo Testamento en el orden de
aparición en las distintas versiones en hebreo, griego, latín, inglés.
Hebreo Septuaginta Latín Ingles Casiodoro de Reina La Ley Las Leyes Libros
Históricos Génesis Génesis Génesis Génesis Génesis Éxodo Éxodo Éxodo Éxodo
Éxodo Levítico Levítico Levítico Levítico Levítico Números Números Números
Números Números Deuteronomi o Deuteronomio Deuteronomi o Deuteronomi o
Deuteronomi o Los Profetas Las Historias Josué Josué Jueces Jueces 1 y
II Samuel Rut I y II Reyes I y II Reyes Isaías (=I y II Samuel Jeremías Ezequiel
Oseas Joel Amós Abdías Jonás Miqueas Nahum Habacuc
Sofonías Hageo Zacarías Malaquias Los Escritos Salmos Proverbios
Job C. de Cantares Rut Lamentacion es Eclesiastés Esther Daniel
Esdras Nehemías I y II Crónicas
De inmediato puede apreciarse la gran diferencia en las listas que provienen del
hebreo, griego, latín, inglés (y español) por lo que toca a los libros que contienen o
no contienen, así como en cuanto al orden en que se presentan.
Estas listas dejan también claro que la más inclusiva es la de la Septuaginta, o
Antiguo Testamento en griego. Incluye libros que ni siquiera se encuentran en los
Apócrifos oficiales, por ejemplo III y IV Macabeos, las Odas, y los Salmos de
Salomón. ¿Por qué es esto así? Vimos ya que para los judíos palestinos los libros
sagrados son veinticuatro libros y nada más; su canon está cerrado. "Si alguien -
declaraban los rabies- recibe más de veinticuatro libros, introduce confusión en su
casa". Según la ley judaica, era ilegal cargar cualquier cosa en sábado, y establecía
que si se incendiaba una casa, solamente podían sacarse de ella los veinticuatro
libros y nada más. Por otra parte, los judíos alejandrinos aplicaban un criterio más
amplio, ya que consideraban que todo libro inspirador era inspirado. Así que, al
principio, hubo dos versiones del Antiguo Testamento: la versión limitada de los
judíos palestinos y la versión inclusiva de los judíos de habla helénica; y los libros
adicionales en la versión griega son precisamente los Apócrifos. Y considerando
que entonces había más personas que utilizaban el Antiguo Testamento en griego
que en hebreo, llegó un momento en que estos libros adicionales fueron
ampliamente recibidos. ¿Habremos negado a una etapa en la que hubo dos
antiguos testamentos, uno corto, en hebreo, y otro más amplio, en griego? En
realidad los libros Apócrifos contienen material abundantísimo. Bruce Metzger lo
expresa estadísticamente:
Secciones Libros Capítulos Versículos Antiguo Testamento 39 929 23,214 Nuevo
Testamento 27 260 7,959 Apócrifos 14-15 183 6,081
¿Acaso contarnos con una forma oficial del Antiguo Testamento que contiene entre
un quinto y un cuarto más material que el del Antiguo Testamento en hebreo?
La respuesta es sí ¡y no¡ Desde un principio podemos ver que los Apócrifos se
encuentran en una posición curiosamente ambigua: ni son completamente Escritura
Sagrada, ni tampoco no lo son. Varias cosas deben destacarse:
I. No existe una sola mención de que el canon haya sido ampliado. Aunque los
escritores griegos conocieron, amaron y utilizaron los Apócrifos, nunca en momento
alguno pusieron en tela de duda el canon hebreo de las Escrituras ni, por asomo, le
enlistaron jamás añadido alguno.
II. Los libros que se incluyen en la Septuaginta y los que no se incluyen varían hasta
cierto punto. Por ejemplo, IV Esdras no aparece en la Septuaginta pues, como
hemos visto, no existe en la versión griega. En algunas versiones aparece la
Oración de Manasés y en otras no. Algunos manuscritos de la Septuaginta incluyen
III y IV Macabeos, y a veces hasta un Salmo 151. Ni siquiera se ha fijado cuántos
son los libros adicionales.
III. Filón, erudito cumbre de los judíos alejandrinos, trató de enlazar el pensamiento
judaico con el griego. Filón provenía del área donde nació la Septuaginta, aunque
su obra la realizó mucho después, precisamente cuando el Nuevo Testamento
comenzaba a tomar forma. Su producción consistió en comentarios y exposición de
las Escrituras. Y aunque Filón conocía los Apócrifos y los valoraba, nunca los citó
como Escritura Sagrada.
IV. Como todos los escritores neotestamentarios hablaban el griego, tenían como
Biblia a la Septuaginta Griega y no al Antiguo Testamento en hebreo. Era la que
conocían y citaban; a pesar de ello, nunca citan los libros Apócrifos, y menos como
si tuvieran carácter de Escritura Sagrada.
Todo lo anterior demuestra la peculiar situación intermedia que ocupan los
Apócrifos, los cuales eran utilizados y estimados, pero sin que llegaran a ser
plenamente considerados como Escritura. También se nota una gran ambivalencia
en el empleo de estos libros. En los primeros padres de la Iglesia se nota actitudes
encontradas, como era de esperarse. Los eruditos que sabían hebreo -bien pocos
y dispersos por entonces- generalmente rechazaban los Apócrifos como Escrituras,
mientras que los que sólo entendían griego o latín tenían la tendencia a aceptarlos
por haberlos recibido con su Antiguo Testamento.
Por eso hallamos que para Jerónimo -quien se avecindó por un tiempo en Palestina
para familiarizarse con el hebreo- y para Orígenes, ambos reputados como los
intelectuales supremos del mundo antiguo, estaba bien claro que los Apócrifos no
eran parte de las Escrituras, mientras que los padres Tertuliano y Agustín,
desconocedores del hebreo, los aceptaban como escriturales.
Esta situación, sin embargo, estaba menos clara de lo que parece a primera vista.
Después de enlistar los libros del Antiguo Testamento, Jerónimo pudo decir y dijo:
"Todo lo que no esté incluido en esta lista debe considerarse apócrifo. Por lo tanto,
la Sabiduría, también conocida como de Salomón, el libro de Jesús ben Sirac, así
como Judit y Tobit... no están en el canon". Sin embargo, cuando llegó el momento,
a petición de los obispos los tradujo e incluyó en la Vulgata, versión de la que fue
traductor, y que llegó a ser y sigue siendo la Biblia de la Iglesia Católica Romana.
Como erudito, Jerónimo había rechazado los libros Apócrifos, pero como
eclesiástico, los aceptó. En cuanto a Agustín, en su obra De la Doctrina Cristiana
incluyó en el Antiguo Testamento a Judit, Tobit, I y II Macabeos, Eclesiástico y la
Sabiduría. Convino con Jerónimo en que no estaban en las Escrituras hebreas y
que lógicamente
no debieran incluirse, pero le preocupaba el efecto que podía tener su exclusión en
la mente del pueblo común, que por tanto tiempo los había empleado y amado. Para
él significaba más la tradición eclesiástica que el criterio del erudito.
Orígenes procedió de manera semejante. Alrededor del año de 240, Julio el
Africano, obispo de Emaús en Palestina, discutía con él que puesto que Susana no
aparece en la Biblia hebraica, no debía considerársele Escritura Sagrada. Nadie
mejor que Orígenes podía saber y aceptar esto como erudito bíblico que era, pero
lo refutó aduciendo que la Iglesia Cristiana siempre había aceptado estos tres libros
para edificación. Agregó también que la Iglesia no iba a podar sus lecturas para
acomodarse a los judíos, y que la tradición inmemorial constituía autoridad
suficiente para poder leer los Apócrifos. Orígenes recordó a Julio que la Biblia
misma (Dt. 19: 14) ordenaba no quitar los linderos fijados en tiempos pasados.
Siempre existió una tensión entre la erudición crítica y la tradición eclesiástica, en
la que la tradición siempre salió triunfante.
Rufino estableció una distinción entre libros canónicos y eclesiásticos, y entre éstos
últimos incluyó los libros de Sabiduría, Eclesiástico, Tobit, Judit, 1 y II Macabeos.
No eran, pues, libros canónicos sino de la Iglesia. Jerónimo llegó a introducir otra
distinción más que permaneció por largo tiempo y que sigue aún vigente en algunos
lugares. Explicó Jerónimo que Eclesiástico y Sabiduría eran libros que la Iglesia leía
"para edificación del pueblo, pero no para probar las doctrinas de la Iglesia".
Hallamos, pues, que durante los primeros siglos los judíos no tuvieron duda alguna:
sólo los veinticuatro libros en hebreo debían considerarse Escritura. En el Antiguo
Testamento griego había muchos libros más, pero los libros adicionales jamás se
tomaron en cuenta al mismo nivel de los libros hebreos. La Iglesia los conocía, los
utilizaba, y estimaba y no
los abandonaría, pero no por eso les daría el mismo rango otorgado a los libros
hebreos del Antiguo Testamento.
De esta manera llegamos al lugar de los Apócrifos en la Biblia inglesa. En la versión
de Wycliffe, que es la más antigua en esa lengua, los Apócrifos se encuentran
desparramados por todo el Antiguo Testamento. Se debe a que Wycliffe no tradujo
del hebreo sino de la Vulgata Latina, cuya distribución adopta. Pero entre los
traductores ingleses hubo otra influencia que pesó mucho más en su ánimo, y que
llevó a señalar a los Apócrifos el mismo lugar que ocupan regularmente en las
ediciones protestantes de la Biblia. En 1534 Lutero completó la traducción de la
Biblia al alemán, y él no se basó en la versión latina sino en la original griega y
hebrea. Por eso en la traducción luterana alemana los Apócrifos aparecen en una
sección, segregados entre ambos testamentos, bajo el título de Apócrifos, o sea,
libros que no están al mismo nivel de las Sagradas Escrituras, pero que son útiles y
buenos para ser leídos". Lutero no tradujo I y II Esdras (IV Esdras) y explicó que los
había arrojado al Río Elba, y al referirse a ellos en el prefacio a Baruc añadió que
"no contienen absolutamente nada que uno no puede encontrar más fácilmente en
Esopo y hasta en libros más triviales". La posición que Lutero otorgó a los Apócrifos
dentro de la Biblia vino a ser la que luego fue adoptada por las iglesias protestantes.
Cuando aparecen en la Biblia inglesa, siempre vienen en sección aparte, entre el
Antiguo y el Nuevo Testamento.
La primera Biblia inglesa completa fue la de Coverdale en 1535, quien siguió el
ejemplo de Lutero con diferencias mínimas. Caverdale imprimió una traducción de
1 y II Esdras pero sin incluir la Oración de Manases: yen su primera edición colocó
a Baruc después de Jeremías. En la de 1537 trasladó a Baruc junto a los demás
Apócrifos, y así permaneció en lo sucesivo. Vale la pena reproducir, por interesante,
la introducción de Coverdale a los libros Apócrifos.
Estos libros, buen lector, llamados Apócrifos, no tienen entre los doctos la misma
reputación que las demás Escrituras... y el principal motivo es este: en ellos se
encuentran muchos lugares que parecen repugnantes a la verdad abierta y
manifiesta de los otros libros de la Biblia. Sin embargo, no los he puesto juntos con
la intención de despreciarlos, o porque los tenga en menos o los considere falsos,
pues no soy capaz de comprobarlo. Sin embargo, yo no dudaría de que, si se les
cotejara con el resto de la Escritura abierta (habida cuenta del tiempo, lugar y
circunstancia en cada caso) no parecerían contradictorios ni haber sido concebidos
en falsedad o perversidad. Ciertamente, la cara de un hombre no puede verse tan
bien en el agua como en un espejo limpio: ni puede apreciarse tan claramente en
agua revuelta o en movimiento, como en el agua tranquila. Estos y muchos otros
pasajes oscuros de la Biblia han sido mala mente agitados y mezclados con tantas
opiniones humanas, ciegas y codiciosas, al grado que han nublado la vista de los
simples de manera tal que, mientras no se les considere en los otros lugares de la
Escritura, sólo podrá vérseles a la luz que la codicia quiera verlos. Pero quienquiera
que seas tú, que lees las Escrituras, deja que el Espíritu Santo te enseñe, y permite
que un texto venga y te explique otro texto. Por lo que toca a sueños, visiones y
sentencias oscuras e incomprensibles para ti, encomiéndalos a Dios y no los
conviertas en artículos de fe: es decir, no bases en ellos doctrina alguna.
Sencillamente déjate guiar por el texto llano, y el Espíritu de Dios (que es su autor)
te guiará a toda verdad.
De hecho Coverdale admite el carácter secundario de los Apócrifos, pero al mismo
tiempo insiste en que tienen un lugar y valor si se les emplea adecuadamente.
La versión de Thomas Matthew, que apareció en 1537,
marca la siguiente fecha de interés histórico en los Apócrifos ingleses. Matthew
continuó la costumbre de colocar los Apócrifos entre ambos testamentos, y se
distingue por ser la primera Biblia inglesa que incluye la Oración de Manases.
traducida de la Biblia francesa de Olivetano.
Después viene la declaración sobre los Apócrifos que aparece en la Biblia de
Ginebra, producida en la capital suiza por reformadores británicos que dejaron su
país perseguidos por la Reina María. Estaban dirigidos por William Whittingham,
casado con una hermana de Juan Calvino. Se trata de una de las más famosas
biblias inglesas, y ni siquiera la aparición de la Authorised Version (Versión
Autorizada) consiguio desplazarla de momento. Desde su aparición en 1560, hasta
1630, se imprimieron no menos de 200 ediciones de la Biblia de Ginebra, en su
totalidad o bien sólo del Nuevo Testamento. Esta fue la Biblia de Shakespeare y de
Jhon Bunyan, del ejército de Cromwell y de los Padres Peregrinos. La Biblia de
Ginebra vino a ser una de las más destacadas biblias en inglés. Como siempre,
incluye a los Apócrifos entre los dos testamentos, aunque con una excepción bien
rara. Coloca la Oración de Manasés entre II Crónicas y Esdras, y en el Índice se lee:
"La Oración de Manases. Apócrifo". Al margen de la misma Oración hay una nota
que explica: "Esta Oración no está en el hebreo, sino que se tradujo del griego". No
se sabe el motivo por el cual la Oración de Manases recibió un trato diferente al de
los demás Apócrifos. La Biblia de Ginebra presenta su propia declaración al
respecto:
Estos libros que vienen en orden después de los Profetas y antes del Nuevo
Testamento, se llaman Apócrifos: esto es, libros que no se recibieron por
consentimiento unánime para ser leídos y explicados públicamente en la Iglesia, ni
tampoco han servido para demostrar ningún punto de la religión cristiana, salvo en
la medida que tenían el consenso de las demás Escrituras llamadas canónicas para
confirmar lo mismo o, más bien, sobre las que estaban fundadas. Pero fueron
recibidos como procedentes de hombres piadosos, para ser leídos en bien del
avance y promoción del conocimiento de la historia, y para instrucción en las
costumbres piadosas. Tales libros declaran que en todo tiempo Dios ha tenido
cuidado especial por su Iglesia y no la dejó enteramente desprovista de maestros y
medios para confirmarla en la esperanza del prometido Mesías; y también para
testificar que esas calamidades que Dios envió a su Iglesia, fueron de acuerdo con
su providencia, que había sido amenazada tanto por sus profetas como por la
destrucción de sus enemigos y para prueba de sus hijos.
Al igual que sus predecesores, los traductores de la Biblia de Ginebra consideraron
valiosos a los libros Apócrifos, pero valiosos dentro de sus propios límites.
En la Versión Autorizada, los Apócrifos se encuentran sin nota ni comentario, entre
ambos testamentos. Se asume que tal es su lugar y no hacen falta explicaciones.
Pero Bruce Metzger señala algo digno de mención sobre la Versión Autorizada en
relación a los Apócrifos. Las referencias marginales de la Versión Autorizada son
relativamente pocas, y en el Antiguo Testamento hay 102 referencias a los Apócrifos
y 11 en el Nuevo Testamento. En la Versión Autorizada los Apócrifos son todavía
parte integral del todo.
Pareciera como si los Apócrifos se hubieran establecido a manera de apéndice del
Antiguo Testamento, y como libros honorables aunque no totalmente inspirados.
Pero la situación habría de cambiar. La actitud hacia los Apócrifos siempre fue cuna
de emociones encontradas.
Los protestantes se oponían a ellos sobre la base de que la Iglesia Católica era su
verdadera propietaria. Mediante ellos, era posible justificar cosas abominables a la
fe protestante Los
reformadores se negaron a aceptarlos, en tanto que pudieran citarse en apoyo de
doctrinas que les parecían anatema. Y en términos generales, los Puritanos siempre
desconfiaron de documentos que, pretendiendo ser sagrados e inspirados, eran
adiciones a las Escrituras.
Valdría la pena, sin embargo, traer a colación una experiencia que relata Juan
Bunyan en su autobiografía Gracia abundante para el primero de los pecadores. Por
el año de 1652, Bunyan atravesó por un período de profundo abatimiento espiritual.
"Cierto día -contaba él- después de pasarme muchas semanas oprimido y decaído,
estando casi a punto de entregar el espíritu y todas mis esperanzas de volver a
recuperar la vida, esta sentencia cayó pesadamente sobre mi espíritu: Fíjate en las
generaciones pasadas y mira: ¿Habrá habido alguien que habiendo confiado en el
Señor haya quedado decepcionado? Lo cual aligeró y alentó grandemente mi alma,
pues al instante me vino la explicación: Comienza desde el principio del Génesis y
lee hasta terminar el Apocalipsis, y mira si puedes hallar alguien que haya quedado
decepcionado después de haber confiado en el Señor. Así que al regresar a casa
tomé la Biblia para ver si podía encontrar ese dicho, sin dudar que lo hallaría, pues
lo tenía tan fresco y con tal fuerza y consuelo en mi espíritu que hasta parecía que
me hablaba". Continua diciendo: "Bien, lo busqué sin poder hallarlo (eran los días
cuando no había concordancias). Sólo que permanecía en mí... Continué así por
más de un año sin poder localizarlo pero, al fin, al asomarme a los libros Apócrifos,
lo encontré en Eclesiástico 2:10".
¡Parece como si Bunyan casi se disculpara por encontrar algo útil en los Apócrifos!
Y sigue narrando: "Esto, en cierto modo, me abrumó al principio, pero como para
entonces yo había adquirido una mayor experiencia del amor y la bondad de Dios,
ya no llegó a preocuparme tanto. Especialmente cuando consideré que, aunque no
estaba en esos textos que llamamos Santos y Canónicos, sin embargo, como esta
sentencia era la suma y sustancia de muchas de las Promesas, era mi deber tomar
su consuelo. Y bendigo a Dios por esa palabra porque fue de Dios para mí". "Esa
palabra -añade- todavía a veces refulge ante mi rostro" Es una historia significativa,
la historia de un hombre casi temeroso de recibir ayuda de los libros Apócrifos.
Así que, al menos en ciertos lugares, avanzaba el oleaje contra los Apócrifos, y los
editores comenzaron a imprimir la Biblia sin ellos. Nos damos cuenta de que esto
comenzó por cuenta de los editores, pues frecuentemente encontrarnos los libros
Apócrifos anunciados en el Índice pero sin las páginas correspondientes a los
Apócrifos, y habiendo saltado la numeración respectiva entre ambos testamentos.
Se hizo, pues, difícil hallar una Biblia con los Apócrifos.
La tendencia actual es diferente. En la Introducción a los Apócrifos de la Revised
Siandard Version (Versión Estándard Revisada), en la sentencia final hay una cita
de Frank C. Porter: "El interés histórico del hombre moderno... es poner en su
verdadero lugar a los Apócrifos como documentos significativos de una era
importantísima en la historia religiosa". Y la N ew English Bible (Nueva Biblia
Inglesa) incluye una traducción moderna de estos libros. (En español, Dios habla
hoy hace otro tanto). Por último, debemos preguntarnos: ¿qué es, entonces, lo que
como lectores podemos decir sobre los Apócrifos? En su libro What Books Belonq
in the Bible? (¿Qué libros deben estar en la Biblia v) , F. V. Filson lo expresa de
manera contundente y convincente, al sostener que los libros Apócrifos no forman
parte de las Escrituras. Presenta una serie de argumentos en apoyo de su opinión.
1. Está absolutamente convencido de que jamás hubo la intención de considerarlos
como Escritura Sagrada. Nunca existió un canon de la Septuaginta, el Antiguo
Testamento griego, como lo hubo para el Antiguo Testamento hebreo. Nunca se fijó
el número de libros añadidos a la Septuaginta, y con bastante frecuencia varió. Los
libros agregados nunca, en ningún tiempo, recibieron un lugar oficial como se hizo
con los libros del Antiguo Testamento hebreo. Nunca, en ningún tiempo, fueron
citados por Jesús. Nunca se citan en los sermones de la iglesia primitiva, por
ejemplo en los que se mencionan en los Hechos. Nadie los citó corno parte de las
Escrituras durante la edad apostólica. El hecho es, simplemente, que dondequiera
que se empleaba el hebreo, lo que se consideraba corno Escritura era el Antiguo
Testamento en hebreo. En la iglesia primitiva nadie afirmó jamás, ni siquiera sugirío,
que se hubiesen añadido libros extra al Antiguo Testamento. El lugar que esos libros
ocuparon en la Iglesia se debió únicamente al uso y la práctica. Eran utilizados, pero
nunca bajo el concepto de autoridad en que se tenía a los libros hebraicos.
II. No existe un período en la historia de la Iglesia, ni siquiera en el período posterior,
en que se les haya aceptado unánime e indiscutiblemente, tal y como lo hemos visto
en la Iglesia Católica Romana, Siempre hubo duda hacia ellos y una interrogación
en su contra. Y no pueden formar parte de las Escrituras de la Iglesia libros cuyo
lugar ha sido siempre controvertido.
III. Los Apócrifos nada tienen que añadir al pensamiento religioso ni a la creencia
de la Iglesia. En ellos no se encuentra nada que no esté contenido, y contenido
mejor, en el Antiguo Testamento. Nada tienen que añadir a los libros que fueron y
son aceptados universalmente.
IV. En el caso de los libros del Antiguo Testamento, su inspiración es evidente por
sí misma, pero en el caso de los Apócrifos, esto no es así. Como dijera Filson, ya
citado: "aceptamos corno Escritura al Antiguo Testamento por confesión personal y
colectiva de que estos escritos, cuando elEspíritu Santo los 'hace presentes, nos
hablan la palabra indispensable de Dios con poder efectivo". Y esto es precisa
mente lo que los Apócrifos no hacen. La manera más segura de descubrir el carácter
secundario de los Apócrifos es, sencillamente, leyéndolos. Eso permite
experimentar la diferencia entre ellos y los libros que sin lugar a duda son Escritura.
El Dr. Filson ni siquiera permite una posición intermedia; "No son la Escritura -afirma
é!- y no tienen derecho inherente a una posición de transigencia que en la práctica
los trate como a las Escrituras, mientras se mantiene la ficción de que carecen de
influencia o categoría doctrinal".
Pero aun sosteniendo que los Apócrifos carecen de derecho a ser considerados
Escritura Sagrada, dista mucho de que digamos que debemos o podemos
descartarlos totalmente. Ellos poseen su propia importancia y lugar.
I. Para comenzar, ocupan un lugar en la literatura. Contienen algunos de los grandes
relatos den el mundo y forman parte de la literatura universal con la que toda
persona culta debe estar familiarizada. Los Apócrifos han ejercido influencia sobre
la literatura, el arte y la música.
Bruce Metzeger, en el capítulo que titula “The Pervasive Influence of the Apocrypha”
(“La penetrante influencia de los Apócrifos”), de su libro Introduction to the
Apocrypha (Introducción a los Apócrifos). Bosqueja la influencia que éstos ejercen
en muchas esferas y cita un sorprendente ejemplo de ello. ¡Fueron ciertas
expresiones de los Apócrifos lo que impulso a Colón al “descubrimiento de América”!
Un famoso escritor del siglo XV llamado Pierre d´Ailly, reconocido erudito y
arzobispo de Cambrai, escribió el libro Ymago Mundi (La imagen del mundo), que
incluye un capítulo “De quantitae terrae habitabilis” (“Sobre la cantidad de tierra
habitable”). Basado en II Esdras (IV Esdras) 6:42, 47, 50, 52, el autor
sostiene que seis séptimas partes del globo son tierra firme y sólo una séptima parte
es mar. La primera página de esta obra dice así: “En el tercer día tu ordenaste a las
aguas que se reuniesen en la séptima parte de la tierra; secaste seis partes de y las
conservaste así como algunas de ellas fueran plantadas y cultivadas y fueron de
servicio para ti”. Esto permitió a d´Ailly argumentar que, puesto que la tierra es una
esfera, y puesto que sólo un séptimo de ella es mar, el océano entre la costa
occidental de Europa y la costa oriental de Asia “No puede ser de gran anchura” y
con viento favorable pudiera navegarse en pocos días. Esto es exactamente lo que
Cristóbal Colón se propuso demostrar. En la biblioteca de Colón había un ejemplar
de la obra d´Ailly, anotado de propia mano por el marino genovés. Y esto fue lo que
impulsó a Colón a emprender el viaje y lo que finalmente persuadió a los vacilantes
soberanos a financiarle su expedición, ¡ya que había un libro sagrado que
aseguraba que el mar no cubría más de una séptima parte del planeta y podía ser
navegado fácilmente!
II. Los Apócrifos ocupan un lugar en la literatura moral del mundo. Nunca perderá
actualidad el consejo mora! que nos brindan Sabiduría y Eclesiástico.
III. Los Apócrifos contienen un material histórico indispensable, por ejemplo, la
historia de la lucha de los Macabeos por la liberación de los judíos.
IV. Pero la suprema utilidad de los Apócrifos es que tienden un puente entre el
Antiguo y el Nuevo testamentos. En ese puente caben trescientos años, de los
cuales sabríamos bien poco de otra manera. Ir del Antiguo al Nuevo Testamento
equivale a saltar del siglo XVI al XIX. La gran aplicación de los Apócrifos es que nos
proporcionan el ambiente político, cultural, ético y religioso de los contemporáneos
de Jesucristo y, por lo tanto, nos ayudan a entender mejor el Nuevo Testamento.
No puede ponerse en tela de duda la importancia que tienen los libros Apócrifos, y
ningún estudiante de la Biblia puede darse el lujo de desconocerlos