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La otra cara de la expresión facial humana
Preprint · April 2019
DOI: 10.13140/RG.2.2.15328.74240
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José Manuel Petisco
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La otra cara de la expresión facial humana
Artículo de opinión
Por José Manuel Petisco
ACD-Escuela Militar de Ciencias de la Educación
Introducción
Durante los últimos sesenta años se nos ha hecho creer que nuestro rostro refleja las
emociones que sentimos de forma biológica, categórica, icónica y universal; que si
modificamos esas expresiones “automáticas” es debido a la intermediación de
determinadas normas culturales, que son las que marcan unas “reglas de expresión”. Yo
mismo estuve convencido de ello, supongo que porque cuando acudí a la gran cantidad
de literatura especializada en ese tema, prácticamente todo provenía de la denominada
Teoría de las Emociones Básicas (Basic Emotion Theory o BET). Es más, la
idea de que ciertas expresiones faciales son producidas idénticamente por cada
individuo, resulta muy llamativa y ha llevado a muchos países a marcar el diseño de
diversos sistemas de seguridad aeroportuaria, o el de determinados protocolos de
interrogatorio americanos tratando de detectar el engaño.
Esta teoría se ha nutrido fundamentalmente del denominado modelo Neurocultural de
Ekman (1972, 1980, 1982), el cual, basado principalmente en el modelo de Darwin,
inspiró a numerosos científicos a profundizar en el campo de las emociones y a publicar
cientos de artículos que sustentaban la teoría de que nuestro rostro expresa, de forma
prototípica, la emoción sentida y que seis
de ellas se expresan de manera universal (alegría, ira, tristeza, miedo, asco, sorpresa).
Según dicha teoría, la expresión facial está biológicamente determinada (orígenes
filogenéticos) y es universal, pudiendo ser modificada (atenuada, enmascarada,
disimulada) por convenciones culturales (Ekman & Friesen, 1969); es decir,
modificable ontogenéticamente. Con posterioridad, Ekman añadió en alguno de sus
escritos una séptima emoción al listado: el desprecio (pero dejaremos este asunto de
lado).
Los avances de BET y otros puntos de vista diferentes
Ahora, los defensores de dicho modelo, dicen haber ampliado el estrecho enfoque de
esas emociones básicas a más de 20, aunque reconociendo la influencia del contexto en
el reconocimiento de la emoción (Keltner, Sauter, Tracy, Cowen, & A., In press),
incluyendo que también pueden señalar “intenciones” y hablando, ahora, de “cierto
grado de interculturalidad”. Pero, sus fundamentos siguen sin ser sólidos y me llama la
atención que se nieguen a reconocer tácitamente que estaban equivocados, que
investigadores como Fridlund, Crivelli, Russel o Fernandez-Dols, entre otros, tenían
razón. También me sorprende que en los libros de texto vinculados a las ciencias
sociales, al hablar de emociones, ni siquiera se cite el punto de vista de la Teoría de la
Ecología del Comportamiento.
El punto de vista de la Ecología del Comportamiento (Behavior Ecology View of
facial displays o BECV), en palabras de Crivelli y Fridlund (2019), viene a ser una
teoría funcionalista y externalista, basada en modernas teorías de comportamiento
animal y en la evolución biológica y cultural del ser humano y supone una robusta
alternativa a BET.
Yo, que durante años me consideré un defensor acérrimo de los postulados de la BET,
he tenido la suerte de poder profundizar en el campo de las emociones desde otros
enfoques diferentes. Por ello, desde hace dos años comparto que la expresión facial,
como otros comportamientos, está determinada principalmente por factores
situacionales incrustados en un sistema de tensión dinámica (Fernández-Dols, 1999),
que la coherencia entre emoción y expresión facial es de moderada a baja para todas
las emociones, con la excepción de la expresión de “felicidad”/”diversión”, siendo la
“diversión” una categoría distinta y teniendo mucho más derecho a ser llamada
“emoción básica” que alguna de las 5 restantes emociones básicas clásicas establecidas
por Ekman en 1972 (Durán, Reisenzein, & Fernández-Dols, 2017); que existe evidencia
que no respalda la afirmación de que el ser humano reconoce universalmente las
emociones básicas a partir de las señales de la cara, que en ello influyen enormemente
variables como la cultura y el idioma hablado, que los estudios del modelo
Neurocultural emplearon un diseño intra-sujeto, con fotografías que mostraban
expresiones faciales exageradas y posadas, desprovistas de contexto, con un formato
de respuesta cerrada y forzada que canalizaba una
variedad de interpretaciones en una sola palabra (la especificada por el experimentador),
con un procedimiento que permitió que los observadores juzgasen una expresión facial
en relación con otras presentadas y llevar a cabo un proceso de eliminación al emitir sus
juicios (Nelson & Russell, 2013); que la expresión de “alegría” no es un indicador fiable
per se de felicidad y que la probabilidad de expresar sonrisas es muy baja en ausencia
de interacción social frente a las situaciones de interacción social (Ruiz-Belda,
Fernández- Dols, Carrera, & Barchard, 2003); que las expresiones faciales y vocales
están dirigidas a un receptor, que los intereses del emisor y del receptor pueden
entrar en conflicto, que hay muchos factores determinantes para enviar una expresión
además de la emoción, que las expresiones influyen en el receptor en una variedad de
formas, que la respuesta del receptor es más que simplemente decodificar un mensaje,
que los humanos no identificamos de la misma manera, no atribuimos el mismo
significado emocional a las diferentes exhibiciones o expresiones faciales y que
posiblemente percibamos el estado interno del emisor en términos de dimensiones
bipolares: placer-desagrado, somnolencia-activación, etc. (Russell, Bachorowski, &
Fernández-Dols, 2003); que en ambientes naturales, la evidencia disponible apunta a
correlaciones débiles entre las emociones y sus expresiones previstas, que las
expresiones faciales no deberían definirse como señales “nítidas” y “verdaderas” de una
emoción, sino más bien como señales rápidas, múltiples e imprecisas que, sin embargo,
son adecuadas (adaptativas) para sus remitentes en una situación particular, que tales
señales están vinculadas a diferentes procesos mentales, pudiendo incluir movimientos
faciales simultáneos o sucesivos vinculados a reacciones afectivas, valoraciones,
motivos sociales o estrategias de regulación, pero también a procesos cognitivos o
convenciones culturales (Fernández-Dols & Crivelli, 2013); que la “expresión de
emoción” es un término de sentido común que oculta el desafío científico que
plantea un flujo continuo de movimientos musculares de cuerpos moviéndose
en un mundo de tres dimensiones que produce eventos con un significado
flexible y dependiente del contexto (Fernández-Dols, 2013); que las expresiones
faciales son herramientas para las interacciones sociales en lugar de muestras de
emociones básicas (Crivelli, Carrera, & Fernández-Dols, 2015); que son herramientas
flexibles que utilizamos contingentemente para regular nuestras acciones de interacción
social, ya sean éstas, públicas o privadas, con interlocutores reales o imaginados,
animales, agentes virtuales, o incluso objetos inanimados a los que les atribuimos
entidad (Crivelli & Fridlund, 2018); que las expresiones faciales no son hacia nosotros,
sino hacia el cambio de comportamiento de quienes nos rodean (Crivelli & Fridlund,
2018; Crivelli & Fridlund, 2019); que los conceptos de BET de “emoción”,
“reconocimiento”, “expresión facial” y “universalidad” están plagados de suposiciones
infundadas y evidencia no concluyente y que una expresión facial específica no siempre
está dirigida a transmitir el estado emocional específico del remitente (Fernández-Dols
& Crivelli, 2015); que sorprendentemente para los
trobriandeses de Papúa, Nueva Guinea, un rostro que para los occidentales se
consideraría como muestra de miedo y sumisión es interpretado como “ira” y
“amenaza” (Crivelli, Russell, Jarillo, & Fernández-Dols, 2016), por lo que ese
“reconocimiento universal de la expresión facial” quizás no lo sea tanto y los estudios
en culturas remotas requieran una revisión más cuidadosa; que no todos los humanos
reconocen ciertas emociones específicas a través de la expresión facial, ya que en
diversos estudios con sociedades indígenas con contacto limitado con influencias
culturales externas, al mostrarles las expresiones faciales prototípicas y pedirles que
señalaran a la persona que sentía una emoción específica (de felicidad, miedo, enojo,
disgusto o tristeza), la tesis de la universalidad solo fue apoyada moderadamente para la
felicidad, siendo aún más modestos los resultados para el resto de las emociones
denominadas “básicas” (Crivelli, Jarilo, Russell, & Fernández-Dols, 2016)…
Pero estos y otros estudios no han sido difundidos suficientemente, apenas son
populares. Y es que la idea de que la expresión facial tiene su propio lenguaje, que
podemos leer, e incluso desvelar los sentimientos ocultos de un individuo, resulta
extremadamente atractiva (y para muchos enormemente rentable).
Algunos problemas de los estudios transculturales y planteamientos de
BET
Volviendo a los famosos estudios transculturales, en los que los indígenas de Papúa
tenían que emparejar fotografías “estáticas”, “posadas”, con palabras que hacían
referencia a una lista cerrada de emociones, aparte de los sesgos que conllevaba trabajar
con listas cerradas y con fotografías de expresiones estereotipadas tan exageradas, los
umbrales para declarar la universalidad de las 6 emociones fueron realmente bajos, ya
que revisiones posteriores revelaron la baja relación entre los autoinformes de la
experiencia subjetiva y los movimientos musculares faciales (Durán, Reisenzein, &
Fernández-Dols, 2017).
Si universalmente no compartimos código alguno con la comunicación verbal, ni con la
escrita, ¿por qué debería existir ese código compartido en la comunicación no verbal y
más concretamente en la expresión facial? A mí personalmente, después de la falta de
evidencia respecto a la universalidad de las denominadas “emociones básicas”, al hablar
de la prevalencia de dialectos en las expresiones emocionales, afirmar que “los
patrones de expresión, fueron luego analizados cuidadosamente por sus
comportamientos faciales, corporales o vocales específicos, identificando que
es universal y cómo prevalecen los dialectos culturalmente específicos”, me
resulta tan absurdo como plantear la universalidad de un código emocional compartido
con otros homínidos (resaltemos que el artículo finaliza expresando que “crítico para
BET es la noción de que la expresión emocional humana surgió durante el
proceso de la evolución de los mamíferos y, por implicación, que debería
haber
homologías convincentes entre el comportamiento humano y el
comportamiento no humano”).
No creo que todas las culturas compartan nuestras concepciones sobre lo que es
“emoción” cuando ni siquiera los occidentales lo hacemos.
Otro argumento más, en contra de los planteamientos de BET, es que en la vida diaria,
en determinadas ocasiones, no se ajusta el sentimiento interior con la expresión facial
prototípica mostrada que debería corresponderle. Así, nuestro comportamiento facial es
muy similar durante las relaciones sexuales o cuando sentimos un dolor intenso;
también lloramos en momentos de felicidad mostrando nuestro rostro expresiones
prácticamente idénticas a cuando sentimos una enorme tristeza. Entonces, ¿dónde está
esa expresión facial distintiva de la que nos hablaban Ekman y Friesen? ¿Cómo vamos a
ser capaces de identificar la emoción que se siente a través de la expresión facial que
observamos?
Le será muy difícil identificar en estos rostros “dolor” o “placer”, “tristeza” o “alegría”, desconociendo el contexto en que
se producen. En la imagen de la derecha el sentimiento era de enorme alegría por parte del medallista olímpico Oscar
Figueroa (1ª medalla de oro para Colombia en levantamiento de pesas en Río 2016)
Está claro que tales distinciones no son posibles si no tenemos conocimiento del
contexto específico en el que se llevan a cabo tales comportamientos faciales. Por
tanto, parece lógico pensar que si comportamientos tan altamente relevantes como los
citados, desde un punto de vista adaptativo, deben cumplir determinadas funciones,
éstas deben ser flexibles y dependientes del contexto. Pongamos como ejemplo el llanto,
cuyas funciones adaptativas podrían estar relacionadas con la obtención de cuidados por
parte de otros (Soltis, 2004; citado por Férnandez-Dols, 2013), también podría tener
otros significados afectivos y referenciales muy diferentes dependiendo de su contexto,
como felicidad, dolor, enojo o empatía (Miceli y Castelfranchi, 2003; citados por
Férnandez-Dols, 2013).
Críticas hacia los actuales postulados de BET
Sigue sin haber consenso sobre qué es emoción y cómo puede medirse. Podemos
encontrar cientos de definiciones diferentes sobre la emoción. Los defensores de BET
ahora plantean que las emociones son patrones dinámicos y multimodales de
comportamiento que involucran acción facial, vocalización,
movimiento corporal, mirada, gesto, movimientos de cabeza, tacto, respuestas
autonómicas e incluso el olor (Keltner, Tracy, Sauter, Cordado, & McNeil, 2016).
Valoro positivamente que ahora tengan en cuenta otros canales no verbales como
transmisores de señales, pero ya autores como Patterson (Patterson, 2011, pág. 39) nos
hablaban de una especie de “regla de conjunto”, al resaltar que no enviamos y recibimos
mensajes separados por canales y que debemos analizar cómo se relacionan los
elementos formando patrones más amplios de comunicación no verbal, que son los que
realmente dan significado a la comunicación no verbal. También he de decir que esa
idea de transmitir emociones a través de múltiples canales, es algo que negaron Ekman
y Friesen (Ekman & Friesen, 1975); aunque posteriormente, para Ekman (2003) la
expresión facial y la voz serían los sistemas de señales a través de los cuales se
manifiesta la emoción.
Como vemos se adoptan nuevos criterios y se reemplazan a los anteriores sin ningún
tipo de razonamiento o debate, sin mencionar al menos qué nuevas evidencias justifican
dichos cambios (véase en este sentido el artículo de Keltner, Sauter, Tracy, Cowen, &
A., en prensa). En este sentido, Crivelli y Fridlund (2019) preguntan cuál es el criterio
para que una emoción sea considerada básica, o para aumentar el número de emociones
consideradas básicas, porque “uno no aumenta el número de razas de perros al
incluir gatos, a menos que haya evidencia o argumentos para justificar dicha
agrupación”. En ese sentido y en relación a la tabla 2 del artículo, “Avances en la
Teoría de las Emociones Básicas”, de los citados autores y que incluye ejemplos sobre
las “nuevas” expresiones faciales, me pregunto lo siguiente:
- ¿Por qué se ha incluido el “aburrimiento” como emoción?, ¿cumple el criterio de
ser una expresión breve, o se trata más bien de un estado temporal? Por otra
parte, está claro que ese gesto, con todo el peso de la cabeza recayendo sobre la
mano, puede denotar aburrimiento, pero también cansancio, falta de interés,
molestia, falta de distracción, hastío, desaliento, desazón y un largo etcétera.
- ¿Por qué las emociones identificadas como prototípicas (supuestamente las de
esas fotografías) son consideradas como tales y no como dialectos de las
mismas (siguiendo lo planteado en ese mismo artículo sobre la Teoría Dialectal
de la Expresión Emocional)? En concreto, ¿por qué la expresión de felicidad
lo componen las AU 6+7+12+25+26 y no 6+12, ó 6+12+25? ¿por qué la
expresión de ira ahora es 4+5+17+23+24 y no 4+5+7+17+23+24+38, ó
4+5+7+10+22+23+25?, ¿por qué la prototípica de tristeza ahora es
1+4+6+15+17 y no 1+4+15 ó 1+4+11+15+(54+64)?, ¿por qué la de miedo es
1+2+4+5+7+20+25 y no 1+4+12+20+25, ó 1+2+4+5+20+26 ó 27?, ¿por qué la
de asco es 7+9+19+25+26 y no 4+6+9+17+44, ó 9+16+(15,26) ó
10+16+25+26?, ó
¿por qué la expresión actual de sorpresa es 1+2+5+25+26 en lugar de, por
ejemplo, 1+2+5+27?
- ¿Por qué debe ser identificada universalmente como expresión de interés la
imagen que figura en dicha tabla (Figura a) y no otra, como por ejemplo alguna
de las mostradas en las figuras b, c ó d?
(Figura a) (Figura b) (Figura c) (Figura d)
- Ekman y Friesen (1975) mantenían que para que una emoción fuera considerada
básica debería existir una expresión facial distintiva. Posteriormente Ekman, en
una de sus obras más conocidas, mantuvo que cada emoción posee señales
únicas y genera un patrón de sensaciones únicas en el cuerpo (Ekman P. , 2003,
pág. 14). Sin embargo, ahora admiten que las emociones se relacionan entre sí y
se apoyan en estudios que agrupan “emociones” bajo la categoría de “emociones
positivas” (Jack, Garrod, Yu, Caldara, & Schyns, 2012).
Partiendo de los predecesores de la Teoría de las Emociones Básicas (Descartes,
Lebrun, Allport, Darwin, Tomkins) los actuales defensores siguen añadiendo emociones
al listado inicial ¿lo hacen por intuición?, ¿por observación personal? En palabras de
Civelli y Fridlund (2019), las inconsistencias internas de BET les han llevado a unos
supuestos básicos viciados.
Entre esos supuestos básicos hay uno me llama especialmente la atención y es lo que
podría denominarse su “fundamentación circular”. Si la emoción, a día de hoy, no es
definible ni medible de manera consensuada, el supuesto de que dado E (emoción
sentida), de manera automática, aparece su correspondiente F (expresión facial) y dado
F puedo deducir E, es circular e inconsistente. Yo puedo verificar que aparece F, porque
es observable (y medible objetivamente gracias al FACS) pero, en la mayoría de los
casos, no puedo verificar E (aunque en algunos casos lo sea por auto-informe, no se
puede garantizar que la supuesta emoción sentida se ajunte a la definición de la misma,
además de que esa definición no está consensuada). En palabras de Crivelli y Fridlund
(2019) “la expresión facial es explicada por su pretendida emoción, que a su
vez puede ser verificada por la ocurrencia de ese comportamiento facial”.
Entonces, siguiendo el análisis anterior ¿cómo podemos diferenciar si una expresión ha
sido modificada/amortiguada/mitigada/distorsionada/
/enmascarada? (y con ello estoy también haciendo alusión a las denominadas
microexpresiones). Complicadísimo, por no decir imposible, si no podemos rastrear el
origen exacto de ninguna expresión facial.
También quiero resaltar la diferenciación entre emoción “sentida” y “fingida”. Si nos
centramos en la sonrisa, los defensores de BET, mantienen que la sonrisa “sentida” es
“verdadera” y se corresponde con la denominada “sonrisa Duchenne”, la cual es
involuntaria e imposible de ser falsificada, siendo auténtica y “sentida”. En cambio la
“sonrisa social” o de “apaciguamiento” (que solo acciona la musculatura del cigomático
mayor), que permite bajar tensiones, es voluntaria y por tanto debe ser “falsa” y “no
sentida”. Pero esta distinción, basada en la cualidad, se desmonta -por ejemplo- cuando
se simula la expresión de Duchenne (que conlleva la contracción de la musculatura
orbicular, además de la del cigomático mayor), o cuando la estimulación no es
placentera, pero sí lo suficientemente intensa, haciendo aparecer esos pliegues
denominados “patas de gallo” (por ejemplo en algunas muestras de dolor).
Conclusiones
En definitiva, teniendo en cuenta los trabajos citados, parece ser que la expresión facial
humana no ha evolucionado para mostrar (señalar) sentimientos interiores, sino
intenciones o motivos sociales. Desde el punto de vista de la Ecología de la
Conducta, el rostro no “expresa” o “refleja” nada; no interesan tanto los mecanismos
que producen la expresión facial, sino cómo funciona ésta en las interacciones sociales.
Mi expresión facial va dirigida más hacia “ti”, indica más lo que me gustaría que
hicieras, en lugar de “hablar” de “mí”, o de cómo me siento. Una sonrisa, más que
felicidad, en una interacción determinada puede indicar “disposición a cooperar” y en
otra “intención de suavizar la tensión de una determinada situación” y en otro contexto
un “deseo de filiación” y en otro “la voluntad de ser amable”, “el querer ser agradable”
y un largo etcétera. En palabras de Crivelli y Fridlund (2019), “al igual que nuestras
palabras y nuestro comportamiento no verbal, las expresiones faciales son formas de
influencia en nuestras trayectorias de interacción con otros”.
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