V
VERITAS
          La Sagrada Eucaristía
          Padre Bernard Mulcahy, O.P.
La Serie Veritas está dedicada a Padre Michael J.
McGivney (1852-1890), sacerdote de Jesucristo y
fundador de los Caballeros de Colón.
       Caballeros de Colón presenta
            La Serie Veritas
  “Proclamando la fe en el tercer milenio”
La Sagrada Eucaristía
             POR
  PADRE BERNARD MULCAHY, O.P.
                  Editor General
         Father Gabriel B. O’Donnell, O.P.
         Servicio de Información Católica
     Conejo Supremo de los Caballeros de Colón
                               Nihil Obstat
                            Censor Deputatus
                Rev. Msgr. Laurence R. Bronkiewicz, S.T.D.
                                  Imprimatur
                           † William E. Lori, S.T.D.
                            Obispo de Bridgeport
                              7 de junio de 2006
                       (provisto para el texto en inglés)
El Nihil Obstat y el Imprimatur son declaraciones oficiales de que un libro o
folleto está libre de error doctrinal o moral. Estas autorizaciones no implican
de forma alguna que quienes han otorgado el Nihil Obstat y el Imprimatur
estén de acuerdo con el contenido, las opiniones o las declaraciones
expresadas.
Derechos de Autor © 2007-2019 del Consejo Supremo de los Caballeros de
Colón Todos los derechos reservados.
Las citas del Catecismo de la Iglesia Católica están tomadas de la traducción
al español del Catecismo de la Iglesia Católica, Segunda Edición:
Modificaciones basadas en la Editio Typica, Derechos de Autor © 1994,
United States Catholic Conference, Inc. – Librería Editrice Vaticana. Todos los
derechos reservados.
Para la versión en español, se usan con autorización los textos de la Biblia de
Jerusalén, Nueva edición revisada y aumentada © 1998 Equipo de
traductores de la edición española de la Biblia de Jerusalén, Desclée De
Brouwer, S.A., Bilbao, España.
Portada: © Fra Angelico, La Última Cena, Museo di S. Marco, Florencia, Italia
Crédito de la foto: Eirch Lessing / Art Resource, NY
Ninguna parte de este cuadernillo puede ser reproducida o transmitida en
cualquier forma o por ningún medio, electrónico o mecánico, incluyendo
fotocopias, grabaciones o archivada en un sistema de reproducción sin el
permiso escrito del editor. Escribir a:
                       Catholic Information Service
                   Knights of Columbus Supreme Council
                               PO Box 1971
                        New Haven CT 06521-1971
                                cis@kofc.org
                              www.kofc.org/sic
                               203-752-4267
                              800-735-4605 fax
                 Impreso en los Estados Unidos de América
                                        ÍNDICE
NOTA SOBRE TÉRMINOS Y PERSPECTIVA .......................................5
LA SAGRADA EUCARISTÍA ...........................................................6
PARTE 1: EL BANQUETE EUCARÍSTICO ........................................13
PARTE 2: LA EUCARISTÍA, VERDADERO SACRIFICIO DE CRISTO .......21
EL SACRIFICIO SUPREMO ...........................................................25
PARTE 3: RECIBIENDO LA SAGRADA EUCARISTÍA ........................30
NOTAS.....................................................................................38
BIBLIOGRAFÍA ..........................................................................39
LECTURAS SUGERIDAS ...............................................................40
SOBRE EL AUTOR .....................................................................41
                                           -3-
-4-
Nota sobre términos y perspectiva
      La Iglesia Católica es una comunión de creyentes de 21
iglesias autónomas adheridas a una forma específica de
elaboración teológica, práctica, litúrgica, vida espiritual y ley
canónica, la cual es una, santa, católica y apostólica. Todas estas
21 iglesias se mantienen firmes a la doctrina de la fe y leales a la
Verdad manifiesta y revelada. Aunque el mayor número de
católicos pertenece al Rito Latino, hay otras Iglesias Orientales
más pequeñas que son católicas y por lo tanto forman parte de la
Iglesia, tales como la Iglesia Maronita (católicos libaneses), la
Iglesia Bizantina (entre ellos están los rutenios, ucranianos,
malaquitas y otros), la Iglesia Armenia, Iglesia Siria e Iglesia
Copta (católicos egipcios). Todas estas diferentes iglesias están en
plena comunión con el Obispo de Roma (el Papa) y sus
sacramentos son válidos para los católicos del Rito Latino. Con la
excepción de los maronitas, las Iglesias Orientales tienen una
Iglesia Ortodoxa hermana. Para simplificar, este cuadernillo usa
la terminología común a los católicos del Rito Latino. Por
ejemplo, la liturgia eucarística es llamada la Misa, aunque la
mayoría de los católicos orientales la llamarían la Liturgia
Divina; en la Iglesia Latina se usa la palabra sacramento mientras
que los católicos orientales usan la palabra misterio. Asimismo, la
mayoría de las descripciones de ritual se refiere a la práctica del
Rito Latino, el cual es más común en los Estados Unidos.
      En esta Serie, el cuadernillo #342, Las Iglesias Orientales,
provee un breve vistazo a la rica historia y herencia de las iglesias
católicas orientales.
                                -5-
                    La Sagrada Eucaristía
      En cierto momento de la Misa católica, el sacerdote dice a
los fieles: “¡Levantemos el corazón!” Sursum corda en latín. Y el
pueblo responde: “Lo tenemos levantado hacia el Señor”.
     Cuando se refiere a Dios y a las cosas de Dios, hasta a los
creyentes hay que decirles: “¡Levantemos el corazón!” Nuestros
corazones y nuestras mentes tienden a sumergirse en los
intereses mundanos en las exigencias de la carne y de la vida
cotidiana. Al hablar sobre la Sagrada Eucaristía--y aun más
cuando estamos en Misa o cuando comulgamos--debemos hacer
todo lo posible, con la ayuda de la gracis, para mantener nuestros
pensamientos fijos y levantados hacia lo que Dios está haciendo.
     Antes de hablar de las obras de Dios, tenemos que
comenzar con una palabra sobre el Altísimo. Dios es
autosuficiente de por sí. Él no necesita nada, y ninguna criatura
puede amenazar o disminuir la felicidad del Creador. Siempre y
eternamente, Dios es el Padre de su sempiterno Hijo divino y la
fuente, en unidad con el Hijo, del Espíritu Santo. Siempre unidos,
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo viven en la eterna perfección
de belleza, amor, santidad, unidad, vida y verdad.
      Puesto que Dios no tenía la necesidad de crear, se
desprende que Él creó el universo por mera bondad, libertad y
generosidad. Más aun, no se limitó a crear las estrellas, planetas,
plantas y animales, sino que eligió también crear personas que
participaran en Su propia vida eterna divina y de su felicidad
infinita. Hizo dos clases, a saber, ángeles y hombres. Dios hizo a
los ángeles y a nosotros capaces de recibir de Él el don (o gracia)
de conocerle y amarle, de morar en Él, y de participar de su
propia felicidad y vida divina.
                               -6-
     La simple creación de ángeles y hombres, sin embargo, no es
lo mismo que conducirlos a la infinidad y perfección de la vida
divina. De hecho, sabemos que una vez creados, el hombre (a
través de nuestros primeros padres a quienes la Biblia llama
Adán y Eva) y algunos ángeles “cayeron” por el pecado. En el
caso del hombre, esto resultó en el alejamiento de Dios y el
rompimiento de la armonía en la cual nuestros cuerpos y almas
habían sido creados. Y desde entonces se ven las consecuencias
del pecado original: el pecado personal, vicio, pasiones
desordenadas, olvido de Dios, sufrimiento, entermedad y muerte.
      Puesto que Dios es omnisciente, sin duda nuestra caída no
le tomó de sorpresa. Hasta estaríamos tentados a preguntar:
“¿Por qué no nos detuvo?” Sin duda estaríamos preguntándonos
todas estas cosas si Dios no hubiera comenzado, en la plenitud
del tiempo, a revelarse a sí mismo nuevamente y a llevar a cabo
no sólo una restauración del hombre caído, sino a elevar al
hombre a una exaltación nueva y nunca antes soñada. Cualquiera
que fuera la felicidad de Adán y Eva antes de su pecado y sus
horribles consecuencias, su felicidad no puede compararse con
las bendiciones, el regocijo y la gloria que Dios decidió
concedernos en Jesucristo. De hecho, ni Dios mismo hubiera
podido darnos un don mayor, o elevarnos a una vida más
sublime, que la que Él nos da en Cristo. La unión con Cristo no
sólo nos perdona y nos limpia de nuestros pecado sino también
nos hace dignos partícipes de la misma vida divina de Dios. Dios
Padre nos invita a adentrarnos en la Santísima Trinidad en Su
Hijo eterno, quien “se hizo hombre para que los hombres
pudieran hacerse Dios” (como dice San Agustín). Dios nos ofrece
membresía en el Hijo eterno, y por lo tanto Él se nos ofrece a sí
mismo, y nada menos.
    Así como la grandeza de la generosidad de Dios es
demasiado buena como para que alguien se la hubiera imaginado
                              -7-
de antemano, así también las formas que Él dispuso para ejecutar
su plan eran demasiado maravillosas para imaginarlas de
antemano. Como sabemos, después de siglos preparando un
pueblo escogido, el pueblo judío, Dios envió al mundo a su propio
Hijo. Como se dice en el Credo de los Apóstoles, el Único Hijo
“fue concebido por obra del Espíritu Santo, nacido de Santa
María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue
crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos; al
tercer día resucitó de entre los muertos; ascendió a los cielos, y
está sentado a la derecha de Dios Padre Todopoderoso; desde allí
ha de venir a juzgar a vivos y muertos”.
      Hasta el momento, entonces, estamos observando dos
hechos. Primero, Dios tiene un plan para conducir a las criaturas
(nosotros) a una maravillosa intimidad con Él. Segundo, su plan
es llevado a cabo mediante la vida, muerte y resurrección de
Jesucristo, quien es el Hijo Eterno de Dios y quien se hizo entre
nosotros como un hombre perfecto. Ahora nosotros acudimos a
los sacramentos para comprender exactamente cómo la acción
salvífica de Jesucristo se hace presente y efectiva en nosotros en
nuestro propio tiempo y lugar.
     Antes de su muerte, Jesucristo reunió a los Doce Apóstoles.
A estos hombres escogidos Cristo les encomendó la misión de
predicar su Evangelio y de regir (es decir, la Iglesia). Más
misteriosamente aun, sin embargo, Él también les confió su obra
de santificación –es decir, de aplicar las bendicones del vida
divina a los creyentes. Para citar sólo un ejemplo podemos
observar la misión dada a los Apóstoles al final del Evangelio de
San Mateo cuando leemos:
        Jesús se acercó a ellos [los Apóstoles] y les habló así:
        “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id,
        pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas
                               -8-
        en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
        y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado.
        Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta
        el fin del mundo” (Mateo 28, 18-20).
     Es significativo que el Señor no envió a los Apóstoles sólo a
predicar el Evangelio al mundo entero e instruirlos bajo su
autoridad divina. Sino también los envió con un nuevo modo de
oración, bendición y consagración: el bautismo y también los
otros sacramentos que Jesús confió a sus discípulos.
     A final de cuentas, Jesucristo le dio a Su Iglesia los siete
sacramentos. Por medio de los sacramentos, el Espíritu Santo
hace presente y efectiva entre nosotros la actividad salvífica de
Jesucristo. Los siete sacramentos (y algunos textos bíblicos que
dan testimonio de ellos) son:
     Bautismo (Mateo 28, 19),
     Penitencia (Juan 20, 23),
     Confirmación (Hechos de los Apóstoles 8, 17; 19, 6),
     Sagrada Eucaristía (Lucas 22, 19),
     Matrimonio (Efesias 5, 25; Mateo 19, 3-9),
     Unción de los enfermos (Epístola de Santiago 5, 14 y siguientes),
     Orden sacerdotal (2 Timoteo 1, 6; 2, 2).
     El Señor Jesús le entregó estos sacramentos a la Iglesia
como el medio escogido por medio del cual Él mismo obraría en
el mundo entre el momento de su ascensión a los cielos y su
nueva venida gloriosa al final del mundo. En cada sacramento, es
Cristo quien obra mediante la intervención natural visible de sus
ministros. Los sacramentos no dependen de la santidad de su
ministro terrenal para ser efectivos, aunque cualquiera que los
recibe irreverentemente mina su utilidad.
                                -9-
     Seis de los sacramentos confieren dones espirituales
específicos: renacimiento espiritual (Bautismo), la efusión
especial del Espíritu Santo (Confirmación), el perdón de los
pecados cometidos después del bautismo (Penitencia, también
llamada Confesión o Reconciliación), la unión para toda la vida
de hombre y mujer (Matrimonio), el fortalecimiento espiritual de
aquellos en peligro de muerte por enfermedad o fragilidad de
ancianidad (Unción de los Enfermos), y consagración en el poder
sagrado de enseñar, gobernar y bendecir en la Iglesia (Orden
sacerdotal).
      El séptimo sacramento, la Sagrada Eucaristía, es diferente
de los otros seis en que no sólo es un medio mediante el cual
Cristo obra para producir un efecto. Sino también, la Sagrada
Eucaristía contiene y nos da al mismo Jesucristo en su completa
realidad como Dios y Hombre. En la Sagrada Eucaristía, Cristo
está presente sustancialmente, es decir, en el pleno y verdadero
ser de Su Divinidad y de Su Humanidad – su cuerpo y sangre
corporal, su alma humana. La Eucaristía no meramente
simboliza a Cristo, o nos recuerda a Cristo o representa a Cristo:
la Sagrada Eucaristía es Cristo, en la perfección de su presencia
corporal.
     ¿Cómo podemos decir que la Eucaristía es Jesucristo?
¿Qué significa y cómo lo vemos en las Escrituras? Como nuestro
guía para contestar esta pregunta, tomaremos al santo que es, al
parecer, el mejor teólogo de la Sagrada Eucaristía: Santo Tomás
de Aquino (1225-1274), miembro de la Orden de Frailes
Predicadores (los dominicos), un hambre santo y también y uno
de los pensadores más brillantes de la Iglesia.
     Santo Tomás Aquino no sólo escribió libros de teología.
Santo Tomás sino también escribió himnos. En efecto, a
principios de la década del 1260 el Papa Urbano IV le pidió a
                              - 10 -
Santo Tomás que compusiera oraciones para la solemne fiesta de
Corpus Christi (latín para “Cuerpo de Cristo”), el día en que la
Iglesia celebra de manera especial la presencia real de Jesucristo
en la Sagrada Eucaristía. El resultado fue una colección de
himnos que no sólo eran bellos sino ricos en verdadera fe y
doctrina. Los himnos eran tan hermosos que la Iglesia los ha
atesorado desde entonces y en cualquiera de éstos podemos
encontrar un admirable resumen de lo que creen los católicos
sobre la Sagrada Eucaristía.
      Este pequeño cuadernillo también tiene el propósito de
resumir la fe de la Iglesia en lo que concierne a la Sagrada
Eucaristía. Siguiendo la enseñanza de Santo Tomás de Aquino,
nuestra explicación escudriñará el himno que él escribió para ser
cantado a primera hora en la mañana en la Fiesta de Corpus
Christi. El himno se conoce por sus primeras dos palabras en
latín, Sacris sollemniis, y en español la lírica es la siguiente.
     ¡Que a las sagradas solemnidades acompañe el júbilo:
     y que del corazón salgan alabanzas.
     Lejos todo lo viejo, sea todo nuevo:
     corazones, voces y obras.
     Celebramos la memoria de la Última Cena,
     en que creemos que Cristo dio a comer
     a sus discípulos el Cordero y los ázimos,
     según la ley dada a nuestros antiguos Padres.
     Después de comer el Cordero figurativo, y terminada la Cena,
     creemos que el Cuerpo del Señor fue dado
     a los discípulos por sus propias manos,
     y tan entero a todos, como a cada uno de ellos.
                              - 11 -
     Dio a los flacos (discípulos) el alimento de su Cuerpo;
     dio a los tristes la bebida de su Sangre,
     diciendo: “Tomad el vaso que os entrego,
     bebed todos de él”.
     Así instituyó este Sacrificio
     cuyo ministerio quiso confiarlo sólo a los presbíteros,
     a los cuales compete el tomarlo
     y el administrarlo a los demás.
     El Pan de los Ángeles es hecho pan de hombres;
     da el Pan celestial fin a todas las antiguas figuras.
     ¡Oh cosa admirable! ¡que coma al Señor
     el pobre, el siervo y el humilde!
     A Ti, Trina Deidad y Una, te pedimos
     que nos visites, así como nosotros te honramos.
     Por tus sendas guíanos al fin a donde tendemos,
     hasta la luz en que moras. Amén.1
     Repasaremos estas siete estrofas en tres grupos, para
guiarnos a través de las tres partes vitales de la Fe Eucarística de
la Iglesia. Primero, observaremos las estrofas uno y dos, y
examinaremos la Eucaristía como un banquete y como la nueva
y verdadera Pascua. Luego desmenuzaremos las estrofas tres,
cuatro y cinco para ver cómo la Eucaristía es el verdadero
Cuerpo y Sangre de Jesucristo – la realidad, y no un mero
símbolo o figura. Aquí también veremos por qué la Iglesia habla
de la Eucaristía como un Sacrificio. Finalmente, veremos las
estrofas seis y siete de nuestro himno para considerar cómo y por
qué debemos recibir la Sagrada Eucaristía. Estos versos finales
                               - 12 -
son sin duda los más conocidos del himno, ya que son el texto del
Panis Angelicus, una oración a la que le han puesto música
docenas de compositores a través de los siglos.
              Parte 1: El banquete eucarístico
     ¡Que a las sagradas solemnidades acompañe el júbilo:
     y que del corazón salgan alabanzas.
     Lejos todo lo viejo, sea todo nuevo:
     corazones, voces y obras.
     Celebramos la memoria de la Última Cena,
     en que creemos que Cristo dio a comer
     a sus discípulos el Cordero y los ázimos,
     según la ley dada a nuestros antiguos Padres.
     La sagrada Eucaristía es celebrada como un banquete,
como una especie de cena ritual solemne. Hasta aquí está claro
hasta para un no creyente que entra a una iglesia a observar.
Sumamente obvio está el sacerdote: un hombre vestido con ropa
poco usual quien aparentemente supervisa todo el suceso;
después de algunas lecturas y quizás un sermón, él va al altar
(que parece más o menos una mesa) y después de varias
oraciones y gestos le distribuye a la gente lo que parece simple
pan y vino. Luego hay unas oraciones más y todos se van a casa.
Cualquiera Podría adivinar que esta comida que es esta comida
que atrae la gente.
     La observación de la Sagrada Eucaristía del no creyente es
superficial, pero no enteramente incorrecta. La Eucaristía es, sin
duda, un banquete, y sí hace uso de pan y vino – pero la realidad
de lo que está sucediendo sobrepasa grandemente cualquier
apariencia visible a los ojos.
                              - 13 -
      El himno ya citado nos indica la Sagrada Eucaristía cuando
se refiere a los ‘ritos antiguos’ y al comer ‘un cordero con pan sin
levadura’. Cualquiera familiarizado con la religión judía
reconocerá esta referencia al suceso principal del Antiguo
Testamento: la Pascua, cuando los hijos de Israel fueron
rescatados por Dios de su esclavitud en Egipto.
      Las conexiones entre la Sagrada Eucaristía y las alianzas y
sacrificios del Antiguo Testamento son muchas. Podríamos
comenzar con la referencia al cordero del sacrificio. Al examinar
las Escrituras, encontramos que el cordero es un animal
escogido especialmente para el sacrificio a Dios. En Génesis 4, 2,
vemos que Abel (el segundo hijo de Adán y Eva) agradó a Dios
ofreciéndole la primera oveja nacida en sus rebaños. Más
adelante en la historia del Antiguo Testamento, cuando
Abraham probó su disposición para obedecer a Dios
ofreciéndole como sacrificio a su único hijo Isaac, dijo
profetizando: “Dios proveerá el cordero para el holocausto”
(Génesis 22, 8). Y a través de los siglos, el pueblo judío seguía el
mandato de Dios ofreciéndole cordero – entre otros animales –
como sacrificios a Dios (ver, por ejemplo, Levítico 3, 7; 5, 6; 12, 6;
14, 10-25; 23, 12-19; Numeros 6, 12-14; 7, 15-81; 15, 5; 28, 7; 29, 15;
1 Crónicas 29, 21; 2 Crónicas 29, 21-32; Esdras 6, 9; Isaías 1, 11; 34,
6; Ezequiel 46, 4-15; Daniel 3, 40).
      La referencia más importante al cordero se encuentra en el
relato de la Pascua. Aquí es también donde el sacrificio de un
cordero es asociado con “pan sin levadura” (pan hecho sin
levadura para que no suba). La Pascua era la noche en la que
Dios liberó a los israelitas de su esclavitud en Egipto. Esa noche,
Dios envió un ángel para matar a los primogénitos en Egipto. Por
medio de Moisés, sin embargo, Dios le dio a los israelitas
instrucciones para una cena de sacrificio que aseguraría la
supervivencia de sus hijos y fortalecería al pueblo para su
                                 - 14 -
apresurada escapada de Egipto. El mandato de Dios relatado en
el Libro del Éxodo fue el siguiente:
     [Dijo Yahveh a Moisés:] Hablad a toda la comunidad de
     Israel y decid: … tomará cada uno para sí una res de ganado
     menor por familia, una res de ganado menor por casa. Y si
     la familia fuese demasiado reducida para una res de ganado
     menor, traerá al vecino más cercano a su casa, según el
     número de personas y conforme a lo que cada cual pueda
     comer. El animal será sin defecto, macho, de un año. Lo
     escogeréis entre los corderos o los cabritos. Lo guardaréis
     hasta el día catorce de este mes; y toda la asamblea de la
     comunidad de los israelitas lo inmolará entre dos luces.
     Luego tomarán la sangre y untarán las dos jambas y el dintel
     de las casas donde lo coman. En aquella misma noche
     comerán la carne…
     … Yo pasaré esa noche por la tierra de Egipto y heriré a
     todos los primogénitos del país de Egipto, desde los
     hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los
     dioses de Egipto. Yo, Yahveh. La sangre será vuestra señal
     en las casas donde moráis. Cuando yo vea la sangre pasaré
     de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga
     exterminadora cuando yo hiera al país de Egipto (Éxodo
     12, 3-13).
      La Pascua no fue celebrada sólo una vez. Dios les dijo a los
israelitas que observaran la fiesta de la Pascua todos los años
como un memorial del suceso original. “Este será un día
memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor
de Yahveh de generación en generación. Decretaréis que sea
fiesta para siempre (Éxodo 12, 14). Y así como aquellos que no
observaron la primera Pascua serían exterminados por el Ángel
de la Muerte, así Dios dijo a su pueblo que cuando celebraran la
                              - 15 -
Pascua de generación en generación, si alguno no observara la
fiesta “será exterminado de la comunidad de Israel” (Éxodo 12,
19).
     La razón por la cual era vitalmente importante el observar
la Pascua, aun después del suceso original, era que el “memorial”
no era algo del pasado para simplemente ser recordado en el
sentido ordinario de la palabra. Por el contrario, la fiesta
memorial de la Pascua implicaba Dios acordándose de su pueblo.
No se trata de una noción imposible de un Dios olvidadizo sino
de un Dios que se "acuerda" in el sentido de ser diligente con su
pueblo, actuando en el presente según las promesas divinas del
pasado.
      La Pascua era una clase especial de memorial, que traía un
suceso del pasado para que tuviera relevancia en el presente, y
hacía que los efectos del suceso pasado, fueran reales, continuos
y activos en una fecha posterior. Esto es por lo que Dios dijo a los
israelitas que aun después de ellos haber salido de Egipto, ellos
deberían, a través de los siglos, explicar la Pascua a sus hijos no
como un mero símbolo o recordatorio de lo que Dios había
hecho en el pasado, sino más bien como el mismo sacrificio, la
misma Pascua, la misma práctica que Dios todavía usa para
destacar a su pueblo de entre sus vecinos paganos. La Pascua
continuará siendo lo que era, y haciendo lo que hizo la primera
vez que fue observada por el pueblo. Por eso, Yahveh dijo:
     También guardaréis este rito cuando entréis en la tierra que
os dará Yahveh, según su promesa. Y cuando os pregunten
vuestros hijos: “¿Qué significa para vosotros este rito?”
responderéis: “Este es el sacrificio de la Pascua de Yahveh…”
(Éxodo 12, 25-27).
     Con todo esto en mente, podemos pasar a la Última Cena.
Esta fue la última cena que el Señor Jesucristo tuvo con sus doce
                               - 16 -
apóstoles, y ésa fue su última cena antes de su muerte en la Cruz.
Esta se celebró un jueves en la noche, y no fue cualquier cena: era
la celebración anual de la Pascua. Y era algo más.
      A veces Cristo hablaba en una manera misteriosa de su
éxodo que iba a cumplir en Jerusalén (Lucas 9,31). El único
éxodo conocido por parte de sus discípulos era la liberación de
Israel de la excalitud en Egipto, en el tiempo de Moisés. Después
de todo, sólo había habido un éxodo, cuando Moisés liberó a
Israel de Egipto. Hablando con más claridad, el Señor comenzó a
relacionar la fiesta de la Pascua con su propia muerte, diciendo:
“Ya sabéis que dentro de dos días es la Pascua; y el Hijo del
hombre va a ser entregado para ser crucificado” (Mateo 26, 1).
Luego, cuando llegó el día, “los discípulos se acercaron a Jesús y
le dijeron: ¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para
comer el cordero de Pascua?” (Mateo 26, 17). “Cuando llegó la
hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: ‘Con ansia he
deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer’”
(Lucas 22, 14-15).
      Pronto los apóstoles sabrían por qué Jesús estaba tan
ansioso de comer la Pascua con ellos, y lo que Él quería decir
cuando habló de un nuevo éxodo. Porque en esta Pascua, la
Última Cena, Cristo establecería algo milagroso y nuevo, algo
que los ritos antiguos de la Pascua sólo habían prefigurado: la
alianza nueva y sempiterna, la nueva Pascua de su propio
sacrificio perfecto.2
     En la Última Cena, Cristo se reveló a sí mismo como el
cordero del sacrificio, el cordero de la Pascua, de la nueva alianza.
Esto había sido profetizado a través del Antiguo Testamento, y
fue revelado al comienzo del ministerio público de Cristo por
medio de las palabras de San Juan el Bautista. Uno de los
acontecimientos más misteriosos del Nuevo Testamento surge
                                - 17 -
cuando Jesucristo va al Río Jordán a ser bautizado por San Juan.
En el Evangelio leemos que Juan “ve a Jesús venir hacia él y dice:
‘He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo’”
(Juan 1, 29). Este título, Cordero de Dios, debe haber confundido
a todos los que lo escucharon. ¿Por qué Juan llamó a Jesús el
Cordero de Dios? ¿Qué tiene eso que ver con “el pecado del
mundo”? La respuesta comenzaría a aclararse en la Última
Cena.
     Según nos dice la Escritura, Cristo instituyó la Sagrada
Eucaristía después de comer la cena Pascual con sus doce
apóstoles. Por medio de la Última Cena y mediante su pasión,
muerte, resurrección y ascensión al Cielo, Cristo llevó a su
plenitud las alianzas y promesas del Antiguo Testamento. Por eso
llama el cáliz ‘la Nueva Alianza en mi sangre (Lucas 22,20) y dice
que su sangre será ‘derramada por muchos’ (Marcos 14,24).
     Sólo podemos imaginar lo que los discípulos pensaron
sobre este regalo en la Última Cena, ya que no está claro cuánto
ellos entendieron de lo que estaba sucediendo. Sin duda no
tuvieron mucho tiempo para pensar en ello porque esa misma
noche Jesús sería traicionado por Judas, arrestado por las
autoridades judías y finalmente entregado a los romanos. Al
amanecer, Él apareció frente a Poncio Pilato y fue azotado,
condenado, y llevado a la crucifixión.
     Sólo en el tercer día después de su muerte – en la mañana
de la Pascua de Resurrección – los apóstoles comenzarían a
entender lo que Jesús quiso decir en la Última Cena. Al principio,
por supuesto, aturdidos, llenos de alegría y temerosos a la misma
vez. Pero Jesús se les aparecería una y otra vez durante los
próximos cuarenta días, instruyéndolos e inculcando en ellos la
verdad sobre su resurrección real, material y corporal de entre los
muertos.
                               - 18 -
     … Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: ‘La paz con
     vosotros.’ Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu.
     Pero Él les dijo: ‘¡Por qué os turbáis, y por qué se suscitan
     dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy
     yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y
     huesos como veis que yo tengo’. Y diciendo esto, les mostró
     las manos y los pies (Lucas 24, 36-40).
    Sabemos por el Evangelio de San Juan que el Apóstol Santo
Tomás (a veces llamado “Tomás el desconfiado”) estaba ausente
cuando el Señor se le apareció por primera vez a los Apóstoles.
     Tomás, uno de los Doce, ... no estaba con ellos cuando vino
     Jesús. Los otros discípulos le decían: ‘Hemos visto al Señor’.
     Pero él les contestó: ‘Si no veo en sus manos la señal de los
     clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no
     meto mi mano en su costado, no creeré’.
     Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y
     Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las
     puertas cerradas, y dijo: ‘La paz con vosotros.’ Luego dice a
     Tomás: ‘Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano
     y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente’.
     Tomás le contestó: ‘Señor mío y Dios mío’. Dijo Jesús:
     ‘Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han
     visto y han creído’ (Juan 20, 24-29).
     Parece cierto que los Apóstoles no sabían precisamente lo
que debían hacer hast el día de Pentecostés, cuando fueron
‘revestidos de poder desde lo alto’ (Lucas 24,49) y cuando el
Espíritu Santo les esclareció las enseñanzas e instrucciones de
Jesús (Juan 16,13). Por el contrario, los Apóstoles pasaron el
tiempo entre la Pascua y la Ascensión conociendo la verdad de la
resurrección corporal de Cristo. Porque Jesucristo resucitó de
entre los muertos en su cuerpo humano, en la misma carne que
                               - 19 -
nació de la Virgen María. Su cuerpo no permaneció en el
sepulcro, ni su alma humana entró sola a los cielos: más bien, Él
resucitó corporalmente, con carne y huesos, en la plenitud y
perfección de su sagrada naturaleza humana. Para estar seguros,
el cuerpo resucitado de Jesús fue transformado (ver 1 Corintios
15, 42-53), de modo que fuera inmortal y más que físico. Sin
embargo, permaneció como un cuerpo real, pero liberado de los
límites de su naturaleza original.
      Fue sólo por medio del Espíritu Santo que los Apóstoles
pudieron recordar y entender todo lo que Jesús les había dicho.
Entonces, además, entendieron lo que Jesús había realizado en la
Cruz, y lo que era y es la Eucaristía. Según lo explica la Carta a
los Hebreos, los seguidores de Cristo comprendieron que, en
Cristo, Dios había cumplido su promesa de “establecer una nueva
alianza con la casa de Israel… no como la alianza que hice con
sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la
tierra de Egipto” (Hebreos 8, 8-9), sino más bien una alianza que
lograría un mayor rescate y llevaría a una intimidad mayor y más
duradera con Dios que nada llevado a cabo en el Antiguo
Testamento.3
      Jesucristo el Señor no nos libró de la muerte eterna y del
pecado sólo por un acto espiritual, o sólo por una oración mental
o un mandato. Más bien, Él nos salvó mediante el sacrificio del
derramamiento de su propia sangre y por el ofrecimiento de su
propio cuerpo. De esta forma, su sacrificio fue completo y
totalmente abarcador. Cristo se sometió y se entregó al Padre, y
como sacerdote ofreció un sacrificio infinitamente más precioso
que ningún otro: porque Cristo se ofreció a sí mismo. Y este
ofrecimiento de sí mismo no fue sólo un acto de obediencia, sino
una ofrenda de su propia voluntad, de su propia vida, de todo su
cuerpo y toda su sangre. Nada fue retenido, nada fue ocultado en
este sacrificio perfecto. Y por medio de este acto, en el que todo
                              - 20 -
lo ofrecido estaba impregnado del Espíritu de Dios, el Cristo
total – divinidad, alma humana, cuerpo y sangre humanos – se
convirtieran en nuestra salvación y nuestra vida. Cristo proveyó
lo que la Escritura llama “este camino nuevo y vivo, inaugurado
por Él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia
carne” (Hebreos 10, 20). Por lo tanto, para entrar al cielo, no
atravesamos una ruta meramente mental o espiritual, sino a
través de la verdadera carne de Jesucristo, ofrecida en sacrificio.
     ¿Cómo se hace esto? Nunca lo hubiéramos adivinado si
Jesucristo no nos lo hubiera dicho Él mismo. Nuestro camino es
el camino por medio de su cuerpo, por medio de una unión con
el Señor que no sólo es espiritual sino corporal, y que nos une a
Él por una intimidad que no podría ser más cercana y completa.
  Parte 2: La Eucaristía, verdadero sacrificio de Cristo
     Después de comer el Cordero figurativo, y terminada la Cena,
     creemos que el Cuerpo del Señor fue dado
     a los discípulos por sus propias manos,
     y tan entero a todos, como a cada uno de ellos.
     Dio a los flacos (discípulos) el alimento de su Cuerpo;
     dio a los tristes la bebida de su sangre,
     diciendo: “Tomad el vaso que os entrego,
     bebed todos de él.”
     Así instituyó este Sacrificio
     cuyo ministerio quiso confiarlo sólo a los presbíteros,
     a los cuales compete el tomarlo
     y el administrarlo a los demás.
                               - 21 -
     En el Evangelio según San Juan, descubrimos que Cristo el
Señor prometió su carne eucarística a sus discípulos, ya mucho
antes de la Última Cena. De hecho, lo que Él tuvo que decir hizo
que muchos de sus seguidores lo abandonaran, ya que se
rehusaban a creer lo que Él les decía. ¿Qué dijo Jesús que era tan
alarmante?
     [Jesús dijo:] “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno
     come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo voy a
     dar, es mi carne por la vida del mundo”.
     Discutían entre sí los judíos y decían: “¿Cómo puede éste
     darnos a comer su carne?” Jesús les dijo: “En verdad, en
     verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y
     no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come
     mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le
     resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera
     comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne
     y bebe mi sangre, permanece en mí… Desde entonces
     muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban
     con Él (Juan 6, 51-56, 66).
      Lo que confundía a los discípulos infieles de Jesús era su
insistencia en que Él les daría su propio cuerpo y sangre. Aún más
chocante era la idea de que estamos supuestos a comer su cuerpo
y beber su sangre. ¿Por qué algo así sería necesario o apropiado?
¿Y hasta cómo sería posible?
     Para ser claros, la Sagrada Eucaristía no parece ni sabe a
carne o sangre humana. Por el contrario, el pan y vino usado para
la Misa parecen permanecer como pan y vino. Y si se efectuara
un análisis químico, no observaríamos evidencia alguna de algún
cambio físico o empírico en el curso de la liturgia. Sería razonable
cuestionar cómo podría haber un cambio real cuando nuestros
sentidos nos dicen que todo permanece igual.
                               - 22 -
     Debemos comenzar cualquier explicación diciendo que el
Sacramento de la Sagrada Eucaristía es algo realizado por Dios.
La Eucaristía no es un fenómeno natural, con causas físicas
naturales, sino más bien ocurre por la acción directa del Espíritu
Santo. La Eucaristía sólo es posible por el poder del Dios que
creó el universo.
      Segundo, debemos reconocer que nuestro conocimiento de
las cosas materiales viene por medio de nuestros cinco sentidos
humanos: mediante el oído, gusto, tacto, olfato y vista. Llegamos
a tener conocimiento de las cosas y a reconocerlas, de acuerdo a
cómo se ven, suenan, se sienten y así sucesivamente. Observamos
cosas similares (tales como animales pequeños, fríos, verdosos,
amantes del agua que brincan y dicen “croac”) y los
identificamos como ejemplos particulares de una clase (tales
como “sapos”).
     Por supuesto, algunas veces, hacemos juicios incorrectos
sobre lo que nos dicen los sentidos. Por ejemplo, podemos ver lo
que parece ser una ciruela. Podría ser del tamaño, color y peso
correcto, y tener la textura correcta de piel. Pero quizás esto sea
sólo una imitación en cera muy bien hecha; en este caso, nuestros
ojos no nos han engañado, sino que podríamos habernos
engañado a nosotros mismos al haber dependido de la mera
apariencia visual. Usando otro de los sentidos, como el sentido
del gusto, podemos fácilmente (aunque no gustosamente)
descubrir la verdad sobre el objeto que habíamos pensado que
era una ciruela.
     En contraste con la ciruela de cera con aspecto real, la
Sagrada Eucaristía no sólo parece algo que no es (o sea, pan y
vino), sino que también sabe, huele, se siente y en toda forma
parece ser lo que no es. En el caso de la Eucaristía, toda
apariencia a los sentidos es engañosa a nuestro juicio natural
                               - 23 -
corriente. Nuestro conocimiento de lo que la Eucaristía
realmente es, no viene de lo que nuestros sentidos nos dicen del
Sacramento, sino mediante lo que Dios nos dice – eso es por fe
en lo que escuchamos a Jesús decir: “Éste es mi Cuerpo. Ésta es
mi Sangre”.
     Cuando preguntamos cómo la Sagrada Eucaristía puede ser
una cosa mientras aparenta ser otra, caemos en la contradicción
de os medios que tenemos a nuestro alcance para conocer las
cosas. Con todo el poder de los sentidos, de nuestro pensamiento
abstracto y del juicio humano, llegamos a la conclusión de que
nuestro conocimiento de las cosas viene de observarlas en su
forma “externa” (por así decirlo). Conocemos las cosas de forma
muy imperfecta, y no como Dios (o hasta los ángeles) las
conocen. Dios no conoce la identidad de las cosas por medio de
percepciones sensoriales sino las conoce en su ‘interior’, en lo
profundo de su ser. Llamamos esencia a la razón fundamental de
una cosa. Y cuando señalamos algo en particular y decimos “eso,”
no nos referimos a su mera apariencia a los sentidos ni a qué clase
de cosa (esencia) es, sino más bien a la sustancia, a la cosa en sí
misma.
      Para los propósitos de nuestra discusión actual, debería ser
suficiente decir que en la Sagrada Eucaristía hay un cambio único
y milagroso. Lo que comienza como pan y vino, experimenta, por
el poder de Dios, una maravillosa transformación y se convierte
en el mismo Jesucristo: cuerpo, sangre, alma y divinidad. La forma
de la presencia real del Señor, sin embargo, es diferente de la
forma de su cuerpo natural y hasta de su cuerpo resucitado;
porque en la Sagrada Eucaristía cada pedazo de la sagrada hostia
y cada gota del cáliz es el Cristo íntegro. Él no se divide cuando
se parte la Eucaristía y no se destruye cuando se consume la
Eucaristía. Nos queda concluir que la Sagrada Eucaristía
contiene al Cristo íntegro – no un “pedazo” de Él. Al mismo
                               - 24 -
tiempo, debemos decir que la Eucaristía no encierra o consume
el Cuerpo de Cristo, puesto que siempre está completo, aun
corporalmente, en el Cielo. El camino hacia adelante desde este
hecho misterioso de la presencia del Señor – el camino que saca
a relucir su realidad y significado – es considerar por qué el Señor
está presente corporalmente en la Eucaristía. Y para esto
debemos reconocer la Eucaristía como un sacrificio.
                     El sacrificio supremo
      Usando nuestra imaginación, podríamos inventar una
variedad de formas por las cuales Dios nos hubiera podido salvar.
Ciertamente, Él hubiera podido hacer que el Señor naciera,
sufriera y muriera en otro tiempo y lugar que en el siglo primero
en Palestina. O quizás, Dios simplemente pudiera haber deseado
nuestra salvación, y que ésta se cumpliera por un súbito cambio
invisible. O quizás Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, pudo
haber sufrido alguna afrenta menor para salvarnos. Después de
todo, como verdadero Dios y verdadero hombre, cualquier
sacrificio que Él hubiera hecho por nosotros hubiera tenido un
valor supremo. Sin embargo, según nos señala Santo Tomás de
Aquino, puesto que Dios escogió llevar a cabo la obra de nuestra
salvación mediante la muerte de Cristo, es apropiado que
consideremos por qué ésta fue la preferencia de la sabiduría
divina y el amor. Si hubiera habido otra forma de salvar a la
humanidad, ¿por qué habría escogido Dios el camino del
sacrificio, el camino de la Cruz?
      Aunque es posible pensar en varias razones por qué la
muerte – y en específico, una muerte dolorosa y humillante – era
la forma más apropiada y fructífera para que Cristo nos salvara,
resaltan tres razones.4
                               - 25 -
      Primero, con su sufrimiento y muerte Cristo demostró la
profundidad de su amor por nosotros, y de esta forma mueve
nuestros corazones a amarlo en reciprocidad. Después de todo,
muriendo demuestra que no hubo restricción en cuanto a cuán
lejos Cristo podía llegar por el bien nuestro, aunque fuéramos sus
enemigos. Él no esperó que nosotros fuéramos merecedores de
su favor, sino que por el contrario, hizo lo más que pudo y se
sacrificó a sí mismo enteramente. Según explica San Pablo a los
romanos:
     Cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo
     señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas
     habrá quien muera por un justo –
     por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas
     la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros
     todavía pecadores, murió por nosotros (Romanos 5, 6-8).
     Un amor como éste, tan generoso y dado libremente, es la
clase de amor que mejor evoca de nuestros corazones una
reacción similar. Esto nos da una ojeada de cuánto Dios nos ama
y ansía nuestro amor. Y como la unión con Dios en el amor es el
propósito de la obra de la salvación, la muerte de Cristo es el
medio divinamente eficaz que nos lleva a la meta final de la
redención.
     Segundo, la muerte salvífica de Cristo permanece como un
ejemplo sin paralelo de las virtudes de justicia, fidelidad,
humildad, obediencia, sacrificio de sí mismo, y todo el resto. No
enseñó nada que Él no estuviese dispuesto a demostrar y cumplir
con su propio ejemplo, y al morir por nosotros nos mostró
claramente el camino a seguir. Así, podemos ver que la pasión y
muerte del Señor, su perfecta generosidad y disposición a aceptar
todas las cosas prescritas para Él en el plan de Dios, proveen un
modelo para nosotros, un ejemplo de forma de vida y santidad.
                              - 26 -
Por lo tanto, el modo de nuestra redención no sólo nos salva, sino
que nos enseña cómo disponernos para la nueva vida alcanzada
para nosotros por Cristo.
      Tercero, la pasión y muerte del Señor nos demuestran el
precio de la redención y de esa forma nos da un indicio del valor
de la salvación del hombre. Cuando vemos lo que cuesta
liberarnos del pecado, podemos percibir una impresión de lo que
está en riesgo en nuestra vida diaria. En vez de ver el pecado
como una violación a la ley, podemos empezar a reconocerlo
como la odiosa y mortal enfermedad que es. Así podemos ver lo
que está en riesgo en la vida de santidad. San Pablo escribe sobre
la santidad y el precio pagado por Cristo cuando le dice a los
corintios:
     ¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el Reino de
     Dios? ¡No os engañéis! Ni los impuros ni los idólatras, ni los
     adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los
     ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni
     los rapaces heredarán el Reino de Dios. Y tales fuisteis
     algunos de vosotros. Pero habéis sido lavados, habéis sido
     santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor
     Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios… ¡Huid de la
     fornicación!... no os pertenecéis. ¡Habéis sido bien
     comprados! (1 Corintios 6, 9-11; 18-20).
     Encontramos la misma enseñanza en la Primera Carta de
     San Pedro.
     Por lo tanto, ceñíos los lomos de vuestro espíritu, sed sobrios,
     poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os
     procurará mediante la Revelación de Jesucristo. Como hijos
     obedientes, no os amoldéis a las apetencias de antes, del
     tiempo de vuestra ignorancia, más bien, así como el que se os
     ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda
                                - 27 -
     vuestra conducta, como dice la Escritura: ‘Seréis santos,
     porque santo soy yo’ [Levítico 11, 44-45]. Y si llamáis Padre a
     quien, sin acepción de personas, juzga a cada cual según sus
     obras, conducíos con temor durante el tiempo de vuestro
     destierro, sabiendo que habéis sido rescatados de la conducta
     necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro y
     plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin
     tacha y sin mancilla, Cristo (1 Epístolas de Pedro 1, 13-19).
      De todos estos pensamientos, podemos formar una idea de
por qué fue mejor que Cristo se presentara a sí mismo como
sacrificio en la Cruz por nosotros. Sólo esto nos debería llenar de
asombro y gratitud inagotable. Sin embargo, en la Sagrada
Eucaristía vemos que el Señor no pretendió que su ofrecimiento
por nosotros fuese algo hecho sólo una vez y dejado atrás en el
pasado. Más bien vemos que el Señor permanece como nuestro
Sacerdote para siempre, y está continuamente presente ante Dios
Padre, intercediendo por nosotros en la humanidad herida,
azotada y resucitada que Él asumió por nosotros. Mediante la
revelación divina, sabemos que el Señor no dejó de ser nuestro
Sacrificio y nuestro Sacerdote cuando Él resucitó de entre los
muertos. Más bien, al ascender a los Cielos, Cristo perfeccionó su
sacrificio, ya que al entrar a los Cielos con su cuerpo humano Él
se convirtió en nuestro mediador, nuestro Sacerdote
intercediendo continuamente y mostrando continuamente sus
heridas al Padre como señal de su Pasión, del total sacrificio de la
Cruz.
     La celebración de la Sagrada Eucaristía – la Misa, o la divina
Liturgia – no es un mero recordatorio de algo hecho en el pasado.
Más bien, es hacernos presente a nosotros en la tierra lo que
Cristo hace continuamente en el Cielo. Cristo venció la muerte y
ya no sufre, pero aun en la victoria Él es “un Cordero, de pie
como degollado” (Apocalipsis 5, 6). El Catecismo de la Iglesia
                               - 28 -
Católica, citando el Concilio de Trento (1562) nos dice que la
Misa es llamada sacrificio por tres razones.
     La Eucaristía es, pues, un sacrificio porque representa (hace
     presente) el sacrificio de la cruz, porque es su memorial y
     aplica su fruto.
     [Cristo], nuestro Dios y Señor, se ofreció a Dios Padre una
     vez por todas, muriendo como intercesor sobre el altar de la
     cruz, a fin de realizar para ellos (los hombres) una redención
     eterna. Sin embargo, como su muerte no debía poner fin a su
     sacerdocio (Hebreos 7, 24.27), en la Última Cena, “la noche
     en que fue entregado” (1 Corintios 11, 23), quiso dejar a la
     Iglesia, su esposa amada, un sacrificio visible (como lo
     reclama la naturaleza humana), donde sería representado el
     sacrificio sangriento que iba a realizarse una única vez en la
     cruz, cuya memoria se perpetuaría hasta el fin de los siglos
     (1 Corintios 11, 23) y cuya virtud saludable se aplicaría a la
     redención de los pecados que cometemos cada día
     (Catecismo de la Iglesia Católica, n.1366).
      Vale la pena resaltar el comentario del Concilio de Trento
de que el sacrificio visible de la Eucaristía es “como lo reclama la
naturaleza humana”. Todavía somos como Santo Tomás describe
a los Apóstoles en sus himno, “débiles y flacos,” y con frecuencia
“abatidos y tristes”. Por lo tanto, Cristo no sólo se ofrece al Padre
continuamente in el cielo, sino que también se ofrece a nosotros:
hace presente entre nosotros su propio sacrificio, permitiendo
que sea ofrecido al Padre por sacerdotes humanos y visibles. Y
más que eso, Cristo nos invita a unirnos en el Sacrificio como una
Pascua, como un banquete en el que nos alimentamos del
Cordero de Dios y mediante su más profunda intimidad corporal
entramos a la vida del Cielo. Según Dios es la vida y alimento de
los ángeles, así mediante la Eucaristía Él se convierte en nuestro
                                - 29 -
alimento, alimento para el alma que no ignora a la carne pero que
viene a nosotros de una forma que concuerda con nosotros como
criaturas corporales y espirituales.
         Parte 3: Recibiendo la Sagrada Eucaristía
     El Pan de los Ángeles es hecho pan de hombres;
     da el Pan celestial fin a todas las antiguas figuras.
     ¡Oh cosa admirable! ¡que coma al Señor
     el pobre, el siervo y el humilde!
     A Ti, Trina Deidad y Una, te pedimos
     que nos visites, así como nosotros te honramos.
     Por tus sendas guíanos al fin a donde tendemos,
     hasta la luz en que moras. Amén.
      A estas dos últimas estrofas del himno Sacris Solemniis con
frecuencia se les ha pone música y son conocidas por las primeras
palabras de la sexta estrofa: “Panis angelicus” – el Pan de los
Ángeles. La expresión “pan de los ángeles” viene del Salmo 78,
25 (“Pan de Ángeles comió el hombre; les mandó provisión hasta
la hartura”), y se repite en Sabiduría 16, 20: “A tu pueblo, por el
contrario, le alimentaste con manjar de ángeles; les suministraste,
sin cesar desde el cielo un pan ya preparado que podía brindar
todas las delicias y satisfacer todos los gustos”.
      Las Escrituras, al hablar de “el Pan de los Ángeles”, no nos
propone la visión de una panadería celestial – los ángeles, siendo
espíritus puros, no comen pan. Esta expresión metafórica, “el pan
de los ángeles”, se refiere al Hijo Eterno de Dios como el sustento
y regocijo de los santos ángeles. Ellos no lo reciben por medio de
la comunión sacramental sino sólo mediante la contemplación:
                               - 30 -
contemplan el rostro del Señor, adorándolo a Él que es la perfecta
“imagen de Dios invisible” (Epístola a los Colosensos 1, 15).
      El Hijo Eterno, para insertarnos en el regocijo y la vida
conocida por los santos ángeles, se hizo hombre y asumió para sí
la humanidad completa y corporal. Tanto en la tierra como en el
cielo, Él es nuestra vida en Su humanidad, en su cuerpo glorioso
como Dios y Hombre. Aquí en la tierra disfrutamos de una
contemplación ensombrecida mediante la fe, pero nuestra mayor
intimidad con el Señor surge en nuestro contacto corporal con Él
en la Sagrada Comunión: ahí Él nos toca, y ahí Él nutre nuestras
almas con su propia vida. En el cielo, esto cambiará. Allí lo
veremos cara a cara, como los ángeles; y allí no nos
alimentaremos mediante el Sacramento, sino que lo veremos
cara a cara con nuestros ojos, y lo podremos tocar con nuestras
manos corporales. Por medio de la Sagrada Eucaristía, entonces,
podemos ver que el Señor nos está dando una prueba del cielo –
de la perfecta intimidad que los santos disfrutan en su Reino.
      Aquí por fin, después de considerar la Eucaristía como el
nuevo Banquete de la Pascua y después de considerar la realidad
de la presencia corporal del Señor en este Sacramento, podemos
deducir algún sentido de los beneficios o frutos de la Sagrada
Eucaristía. Primero, la Sagrada Comunión es una íntima unión
con Cristo, y nos sirve de comida espiritual para nuestras almas,
para enriquecernos con la presencia viva de Jesucristo. Segundo,
la Sagrada Comunión nos separa del pecado tanto borrando los
pecados veniales de la vida como preservándonos y
fortaleciéndonos contra la futura tentación. Tercero, la Sagrada
Eucaristía perfecciona la unión de la Iglesia y nos transforma en
el Cuerpo Místico de Cristo. Finalmente la Eucaristía nos hace
conscientes de la unidad de la Iglesia y de la solidaridad que
debemos tener con los pobres y los que sufren. Recibir la Sagrada
Eucaristía es recibir el don de todo lo que el Señor quiere que
                              - 31 -
seamos: nos hace uno con Él, uno con los demás, y es la cura de
nuestras divisiones y heridas internas.
     La realidad de la presencia de Jesucristo en la Sagrada
Eucaristía depende del poder de Dios. Esto no está determinado
por la dignidad del sacerdote que ofrece la Misa, ni por la
dignidad de la congregación. Sin embargo, el beneficio que
recibimos en la Misa y en la Sagrada Comunión depende de
nosotros en gran medida. Para nuestro pesar, somos capaces de
minar los dones de Dios y desperdiciar, sin probarlas, las cosas
buenas que Él nos da.
     La Sagrada Eucaristía sólo beneficia a quienes la reciben
dignamente – eso es, que la reciben con una porción de la fe y el
amor que Cristo quiere que tengamos. Sin duda esto es un asunto
muy serio, pues según dice San Pablo, quien recibe la Comunión
“indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor” (1
Corintios 11, 27).
      ¿Cómo se recibe dignamente la Sagrada Comunión?
Primero que nada, uno deberá estar bautizado y en estado de
gracia. Aunque existen dos excepciones importantes, el
Sacramento es propiamente recibido sólo por católicos.5
Normalmente, cualquier Católico que haya cometido pecado
grave deberá primero acercarse al sacramento de la
reconciliación (confesión) y ser absuelto antes de recibir la
Sagrada Comunión. Mediante el arrepentimiento y reforma de
vida nos sometemos al Señor a quien recibimos. Recibir sin
arrepentimiento ni reconciliación sería sacrílego, un terrible acto
de irreverencia para el cuerpo y sangre del Señor.
     En relación con la Confesión y la Eucaristía, es bueno
recordar que, si bien los católicos deben asistir a Misa todos los
domingos y días de precepto, sólo es obligatorio comulgar una
vez al año. ¡Naturalmente, es mejor acercarse tanto a la
                               - 32 -
Confesión como a la Comunión con más frecuencia! Los fieles
pueden recibir la Eucaristía hasta dos veces al día y, para estar
bien preparados para la comunión frecuente, se recomenda
también la Confesión frecuente (semanal or mensual). La
Confesión es obligatoria cuando se haya cometido un pecado
grave. Si le damos la atención mínima a Dios, comulgando y
confesándonos sólo una vez al año, es difícil creer que estamos
respondiendo a su amor con verdadera generosidad y con todo
corazón.
     Para prepararse para la Sagrada Comunión, los católicos
ayunan por lo menos una hora antes de recibir el Sacramento. (El
agua y los medicamentos no rompen el ayuno, y los ancianos y los
enfermos, al igual que los que cuidan de ellos, pueden recibir la
Comunión aunque no hayan guardado el ayuno.) Sin embargo,
más importante que el Ayuno Eucarístico es la oración.
     Naturalmente, uno necesita rezar al momento de recibir la
Sagrada Comunión. Esto significa prestar atención a la Liturgia y
darse cuenta de que estamos presentándonos a Dios y
uniéndonos al ofertorio del sacerdote. También significa
reconocer a Quien vamos a recibir en la Comunión. En ese
momento, podemos rezar espontáneamente en nuestros
corazones y también podría ser útil rezar con palabras que nos
han dado la Escritura y la tradición como preparación para el
Sacramento. Algunas de esas oraciones son:
     Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una
     palabra tuya bastará para sanarme.
     (Misal Romano)
     Ahora recíbeme, oh Hijo de Dios, como participante de tu
     cena mística; porque yo no te daré un beso como Judas, ni
     revelaré tus misterios a tus enemigos, sino como el buen
                              - 33 -
     ladrón yo te confieso, diciendo ¡Acuérdate de mí, Señor,
     cuando estés en tu Reino!
     (Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo)
     ¡Señor mío y Dios mío!
     (Juan 20, 28)
     Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que por voluntad del
     Padre, cooperando el Espíritu Santo, diste con tu muerte la
     vida al mundo, líbrame, por la recepción de tu Cuerpo y de
     tu Sangre, de todas mis culpas y de todo mal. Concédeme
     cumplir siempre tus mandamientos y jamás permitas que
     me separe de ti.
     (Misal Romano)
     Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre
     no sea para mí un motivo de juicio y condenación, sino que,
     por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y cuerpo
     y como remedio saludable.
     (Misal Romano)
     Ciertamente, éstas no son las únicas oraciones que podemos
usar para prepararnos para la Comunión. En la práctica,
probablemente necesitemos variar nuestras oraciones en
diferentes momentos, dependiendo de nuestras necesidades y del
tiempo disponible. Lo ideal sería que antes de la Misa pasáramos
un rato leyendo las Escrituras, meditando en el misterio de la
Pasión, pidiendo la intercesión de los santos y adorando al Señor
en el Santísimo Sacramento. Ahora bien, no siempre es posible
hacer todas estas cosas. Sin embargo, necesitamos hacer alguna
preparación para recibir al Señor dignamente, lo cual es una
razón por lo que es importante que permanezcamos fieles a
nuestras oraciones diarias. Si tenemos el hábito de pensar en
                              - 34 -
Cristo, de hablar con Él y de escucharlo cuando nos habla en las
Escrituras, entonces estaremos bien dispuestos a recibirlo
íntimamente en el Sacramento de la Eucaristía.
     Asimismo, según rezamos antes de la Comunión, también
debemos rezar una vez nos sea dado el Sacramento. Esto podrá
ser en forma de himno o de oración silenciosa, pero de cualquier
forma cada uno de nosotros deberá hacer individualmente algún
acto de acción de gracias a Dios por el don de la Sagrada
Eucaristía. En un sentido muy real, esto es un caso de
hospitalidad divina: le damos la bienvenida a Cristo el Señor al
recibirlo corporalmente y sería algo irrespetuoso no prestarle
atención a este Invitado divino una vez lo hayamos recibido.
      Nuestra bienvenida al Señor en su precioso cuerpo y alma
es algo limitado a la duración del Sacramento. Porque la
presencia real de Cristo en la Sagrada Eucaristía dura sólo
mientras permanecen los accidentes (o las apariencias) del
Sacramento – eso es, hasta que la Eucaristía es digerida, destruida
físicamente o decae mediante algún proceso natural. Por lo tanto,
normalmente la Iglesia reserva alguna porción de la Eucaristía y
no la reparte completa para ser consumida por los fieles en la
Misa. Esto asegura que el Sacramento esté disponible para ser
llevado a los enfermos y moribundos. También provee la continua
presencia real de Jesucristo en nuestras Iglesias.
     En el tabernáculo, donde la Sagrada Eucaristía es
reservada, Cristo permanece vivo y presente entre nosotros en su
cuerpo. Por lo tanto, podemos acercarnos a Jesucristo
corporalmente, como nos acercaríamos a un amigo o hermano,
en la conversación de la oración y devoción. Mientras que el
Señor está presente espiritualmente en todas partes, Él está
materialmente y sustancialmente presente en la Sagrada
                               - 35 -
Eucaristía, el “Santísimo Sacramento” reservado en las iglesias
católicas del mundo.
      Desde la época medieval, la Iglesia Occidental también ha
practicado la Exposición y Adoración de la Sagrada Eucaristía, al
igual que el rito llamado Bendición. En estos ritos, el Sacramento
reservado es expuesto en lo que se llama una custodia. Esto le
permite a los fieles ver la Sagrada Eucaristía, y provee una
oportunidad para profundizar la devoción al Señor en su
presencia corporal. En ciertas ocasiones, la sagrada Eucaristía en
la custodia se lleva en procesiones; es la costumbre concluir estos
períodos de Exposición con la Bendición del los presented con el
Santísimo en la custodia.
     Por todo el mundo, hay monasterios que practican la
“Adoración Perpetua”, o sea, exposición las 24 horas de la
Sagrada Eucaristía, con algún miembro de la comunidad siempre
en oración frente al Señor. En otros lugares, hay períodos de
Exposición y Adoración a diferentes intervalos del día, semana,
mes o año. Actualmente, la práctica de Exposición y Adoración es
cada vez más popular en las parroquias ordinarias. Esto se debe
sobre todo al aumento constante del número de los que
descubren la gracia especial de pasar algún tiempo en la
presencia real des Señor. Ciertamente, familiarizarnos con Cristo
en esta forma tan generosa es una de las mejores formas de
prepararnos para recibir bien y dignamente la Sagrada Eucaristía.
                                ***
     “Nadie come de esa Carne a menos que la haya adorado
primero, … y pecamos al no adorarlan”,6 escribió San Agustín a
principios del siglo cinco. Sólo recibir la Sagrada Eucaristía, o
sólo asistir a Misa no es suficiente. Porque todos los que tienen la
capacidad, mente y corazón deberán unirse para adorar y recibir
al Rey de Todos, quien viene a nosotros como nuestro Señor y
                               - 36 -
nuestro Hermano en la misma carne que Él tomó de la Virgen
María. Esta forma de recibir, con atención, adoración y amor nos
vincula a Cristo y nos equipa para el combate de la vida. Más aun,
en las palabras de San Juan Crisóstomo, esto nos lleva al cielo en
triunfo:
     Cristo hizo esto para crear un vínculo de amistad más
     cercano con nosotros y para manifestar su amor por
     nosotros, dándose a sí mismo a aquellos que lo desean, no
     sólo para contemplarlo, sino también para palparlo, para
     comerlo, para abrazarlo con la plenitud de su corazón
     entero. Por lo tanto, como leones que respiran fuego nos
     apartamos de esa Mesa, convirtiéndonos en objetos de
     terror para el demonio.7
                              - 37 -
                                Notas
1
    Santo Tomás de Aquino, Sacris sollemniis, Himno de Maitines
    para la Fiesta de Corpus Christi. Traducción: R.P. Germán
    Prado, O.S.B.
2
    El Nuevo Testamento nos narra la institución de la Sagrada
    Eucaristía en palabras similares pero con leves variaciones. Ver
    Mt 26, 26-28; Mc 14, 22-24; Lc 22, 19-20 y 1 Co 11, 23-26.
3
    Ver Hb 9, 11-26.
4
    Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 111, 46,3.
5
    Ver el Catecismo de la Iglesia Católica, núms. 1399-1401. Hay
    dos excepciones que conciernen a los fieles de aquellas Iglesias
    Orientales que no están en total unión con Roma y – en
    circunstancias extremas – ciertos protestantes que tienen
    completa fe en el Sacramento. Naturalmente, los ortodoxos
    reciben con regularidad la Sagrada Eucaristía en sus propias
    iglesias. Ver el principio esbozado por el Pontificio Consejo
    para la Promoción de la Unidad Cristiana en Directorio para la
    Aplicación de Principios y Normas sobre el Ecumenismo
    (1993), núms. 129-131.
6
    San Agustín, Enarración en Salmo 98,9. Citado por J.T.
    O’Connor en El Maná Escondido, p.59.
7
    San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Juan, 46. Citadas en
    J. Chapin, El Libro de Citas Católicas (Nueva York: Farrar,
    Straus y Cudahy, 1956), s.v. “Santísimo Sacramento del Altar”.
                                 - 38 -
                        Bibliografía
Auer, Johann y Joseph Ratzinger, Dogmatic Theology 6: A
   General Doctrine of the Sacraments and the Mystery of the
   Eucharist. Traducido por E. Leiva-Merikakis. Washington,
   DC: The Catholic University of America Press, 1995.
Britt, Matthew. The Hymns of the Breviary and Misal. New York:
    Benziger, 1924.
Clark, Stephen B. Catholics and the Eucharist: A Scriptural
   Introduction. Ann Arbor: Charis, 2000.
Donin, Hayim Halevy. To Be a Jew: A Guide to Jewish Obser-
   vance in Contemporary Life. New York: Basic Books, 1991.
Irwin, Kevin W. Models of the Eucharist. New York: Paulist Press,
    2005.
O’Connor, James T. The Hidden Manna: A Theology of the
   Eucharist. San Francisco: Ignatius, 1988.
United States Conference of Catholic Bishops. “The Real
   Presence of Jesus Christ in the Sacrament of the Eucharist:
   Basic Questions and Answers” (published in Spanish “La
   Presencia Real de Jesucristo en el Sacramento de la
   Eucaristía: Preguntas y Respuestas Básicas”. Origins 31,7 (28
   de junio de 2001) 121-8.
                              - 39 -
                     Lecturas Sugeridas
Groeschel, Benedict J. Praying in the Presence of Our Lord:
   Prayers for Eucharistic Adoration. Huntington, IN: Our
   Sunday Visitor Press, 1999.
Groeschel, Benedict J. y James Monti. In the Presence of Our
   Lord: the History, Theology and Psychology of Eucharistic
   Devotion. Huntington, IN: Our Sunday Visitor Press, 1997.
Hampsch, John H. The Healing Power of the Eucharist. Ann
  Arbor: Charis, 1999.
Lovasik, Lawrence G. The Basic Book of the Eucharist.
   Manchester, NH: Sophia Institute Press, 2001. (Edición
   abreviada de The Eucharist in Catholic Life. New York:
   Macmillan, 1960.)
                            - 40 -
                       Sobre el Autor
Padre Bernard Mulcahy es un sacerdote de la Orden de los
Predicadores (los dominicos). Nació en Staten Island, Nueva
York, y ha sido profesor de teología en Benedictine College en
Atchison, Kansas, y en Providence College, en Providence,
Rhode Island. Padre Mulcahy es Caballero de Colón, tal como lo
fueron su padre y su abuelo.
                            - 41 -
“La Fe es un regalo de Dios que nos permite conocerlo y
amarlo. La Fe es una forma de conocimiento, lo mismo que la
razón. Pero no es posible vivir en la fe a menos que lo
hagamos en forma activa. Por la ayuda del Espíritu Santo
somos capaces de tomar una decisión para responder a la
divina Revelación y seguirla viviendo nuestra respuesta”.
Catecismo Católico de los Estados Unidos para los Adultos, 38.
Acerca del Servicio de Información Católica
Los Caballeros de Colón, desde su fundación, han participado en
la evangelización. En 1948, los Caballeros iniciaron el Servicio de
Información Católica (SIC) para ofrecer publicaciones católicas
a bajo costo al público en general, lo mismo que a las
parroquias, escuelas, casas de retiro, instalaciones militares,
dependencias penales, legislaturas, a la comunidad médica, o a
personas particulares que las soliciten. Por más de 70 años, el
SIC ha impreso y distribuido millones de folletos y miles de
personas han tomado nuestros cursos de catequesis.
El SIC ofrece los siguientes servicios para ayudarle a conocer
mejor a Dios:
Folletos Individuales
Contacte al SIC para obtener una lista completa de todos los
folletos y para ordenar los que quiera.
Curso para Estudiar en Casa
El SIC ofrece un curso gratuito para estudiar en casa por correo.
En diez rigurosas lecciones obtendrá una visión general de la
enseñaza católica.
Cursos en Línea
El SIC ofrece dos cursos gratuitos en línea. Para inscribirse visite
el sitio www.kofc.org/ciscourses.
         SERVICIO DE INFORMACIÓN CATÓLICA
         Verdadera información católica y no simples opiniones.
         En relación con la nuevas generaciones, los fieles laicos deben ofrecer una
         preciosa contribución, más necesaria que nunca, a una sistemática labor de
         catequesis. Los Padres sinodales han acogido con gratitud el trabajo de los
         catequistas, reconociendo que éstos “tienen una tarea de gran peso en la
         animación de las comunidades eclesiales”. Los padres cristianos son, desde
         luego, los primeros e insustituibles catequistas de sus hijos... pero, todos
         debemos estar conscientes del “derecho” que todo bautizado tiene de ser
         instruido, educado, acompañado en la fe y en la vida cristiana.
                                            Papa Juan Pablo II, Christifideles Laici 34
                                  Exhortación Apostólica sobre la Vocación y Misión
                                           de los Laicos en la Iglesia y en el Mundo.
         Acerca de los Caballeros de Colón
         Los Caballeros de Colón, una sociedad de beneficios fraternales fundada en
         1882 en New Haven, Connecticut por el Venerable Siervo de Dios el Padre
         Michael J. McGivney, es la organización más grande de laicos católicos, con
         más de 1.9 millones de miembros en América, Europa y Asia. Los Caballeros
         ayudan a su comunidad y a las demás comunidades, y cada año contribuyen
         con millones de horas de servicio voluntario a causas caritativas. Los
         Caballeros fueron los primeros en brindar apoyo financiero a las familias de
         los policías y del personal del departamento de bomberos que fallecieron en
         los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 y trabajan muy de cerca
         con los obispos católicos para proteger la vida humana inocente y el
         matrimonio tradicional. Para buscar más acerca de los Caballeros de Colón
         visita el sitio www.kofc.org.
         Si tiene preguntas especificas o desea obtener un conocimiento más amplio
         y profundo de la fe católica, el SIC le puede ayudar. Póngase en contacto con
         nosotros en:
                         Knights of Columbus, Catholic Information Service
                               Po Box 1971 New Haven, CT 06521-1971
                            Teléfono 203-752-4267     Fax 800-735-4605
                                            cis@kofc.org
                                         www.kofc.org/sic
                   Proclamando la Fe
                       En el Tercer Milenio
320-S 6/19