La oración más sorprendente de la que hayas
oído hablar
Uno de los místicos más importantes de todos los tiempos, san Ignacio de
Loyola, creía que el ejercicio de oración llamado "Examen" debía ser el cuarto
de hora más importante del día para una persona: y. sin embargo. hoy la
mayoría de los cristianos ni siquiera han oído hablar de él.
¿Por qué es tan valioso el Examen? San Pablo nos exhorta: "Oren sin cesar" (1
Tes 5:17). He aprendido que cuanto más me acerco a Cristo, más anhelo
verdaderamente estar siempre con él. No es que desee pasarme todo el día
arrodillado en una iglesia ni sentado en mi mullido sillón de oración. Me
apasiona demasiado el bullicio de la vida -el sin parar de la actividad humana-
como para pasarme el día sentado y dedicado a la contemplación. No. Lo que
yo anhelo es que Cristo esté conmigo en todas las aventuras y avatares de mi
vida activa. Amo tanto a Cristo que quiero compartir cada minuto con él.
La fe me dice que Dios está en todas partes en todo momento, y que Cristo
está dentro de mi corazón y se involucra en toda la creación, aun cuando yo
no sea consciente de su presencia en un momento dado. Eso es un consuelo
maravilloso, pero ¡yo quero más! Quiero sentir su presencia todo el tiempo.
No solo quiero sentirlo cuando dejo el ajetreo de mi vida y voy a la iglesia:
¡quiero sentir su presencia siempre! Y quiero compartir con él hasta los
detalles más pequeños de mi vida: el molesto e-mail que acabo de recibir y la
agradable sonrisa de la mujer de la oficina de correos; el pavor que siento en
el corazón ante la difícil reunión en la que estoy a punto de participar, y
también el deleite de hincarle el diente a esa dulce y crujiente manzana en el
descanso. Quiero hablar con Cristo de la estupidez que acabo de decirle a mi
jefe, y también de la pequeña victoria que ha significado el concluir esa
aburrida tarea que me ha llevado varios días. Por supuesto que quiero hablar
con Cristo de cosas realmente importantes -mis graves pecados y las
consolaciones que me abruman y hablaré de esas cosas importantes en la
meditación diaria y cuando vaya a misa o a confesarme. Pero, cuanto más me
acerco a Cristo, más deseo compartir con él también las cosas que pudieran
parecer insignificantes. Sé que él está ahí, en medio de todo ello, y anhelo
conectarme con su presencia justo ahí, en el barro y el fango, en los lápices y
en las papas fritas de mi vida, a la vez tan complicada y tan increíblemente
ordinaria.
Esto es lo que hace que el Examen sea tan sorprendente y poderoso: presenta
mi esencia a Dios y trae a Dios a mi esencia. Podría seguir y seguir hablando de
lo maravilloso que es el Examen. Podría decirte:
    cómo me une cada vez más estrechamente con Dios
    cómo revela el punto de vista de Dios acerca de mi vida cotidiana
    cómo me mueve a dar gracias por los incontables dones de Dios que han
     aparecido en mi jornada. e incluso a percibir la presencia misma de Dios
     en esos dones
    cómo me da una oportunidad para reconocer mis faltas y pedir perdón,
     para afligirme con mis fracasos y penas y sanarme de ellos;
    cómo me ayuda a comprender lo que sucede realmente bajo la
     superficie de mis pensamientos, palabras y hechos; a conocer la fuente
     misma de mis motivaciones y maquinaciones
    cómo me ayuda a discernir la forma de manejar los aspectos más
     espinosos de mi vida, a reconocer cuáles son los dones interiores que
     necesito recibir de Dios para hacer lo correcto el día de mañana y a pedir
     explícitamente esos dones a Dios.
Podría ofrecerte páginas y páginas llenas de detalles de todos los increíbles
beneficios que recibo por rezar esta breve oración todos los días. Pero ¿por
qué desperdiciar un minuto más leyendo sobre los beneficios cuando tú mismo
los puedes cosechar? Sabrás de lo que hablo en cuanto lo intentes.
¿Qué es el Examen ignaciano?
San Ignacio de Loyola ideó el Examen en la forma de una oración muy corta
("un cuarto de hora") que se reza dos veces al día a la hora que resulte más
cómoda. A mucha gente le gusta rezar el Examen a la hora de comer y por la
noche, cuando esta relajada. A la hora de comer, miras atrás para repasar
cómo te ha ido en la mañana, y hacia adelante para ver cómo puede irte en la
tarde y la noche. Por la noche, repasas la tarde (desde el Examen del mediodía)
y miras hacia la mañana siguiente. Si para ti el Examen es algo nuevo, puede
que te resulte más fácil empezar por rezarlo una sola vez al día.
En el Examen repasamos nuestro pasado reciente para encontrar a Dios y sus
bendiciones en la vida cotidiana. También repasamos para encontrar los
momentos del día en los que las cosas no han ido tan bien: momentos en los
que nos ha dolido algo que nos ha pasado o en los que hemos pecado o hemos
cometido un error. Alabamos a Dios y le damos gracias por los momentos de
bendición. Pedimos perdón y sanación por los momentos difíciles y dolorosos.
Habiendo reflexionado sobre este día ya pasado, después nos volvemos hacia
el día que viene y pedimos a Dios que nos muestre los potenciales desafíos y
oportunidades del día de mañana. Intentamos anticipar qué momentos
pueden ir por un camino por el otro: hacia el plan de Dios o alejándose de él.
Pedimos luz para distinguir las gracias que nos pueden hacer falta para vivir
bien ese día siguiente: paciencia, sabiduría, fortaleza, autoconocimiento, paz,
optimismo. Pedimos a Dios esa gracia y tenemos la confianza de que él quiere,
incluso más que nosotros mismos, que el día nos salga bien.
Esa es la idea básica detrás del Examen ignaciano. San Ignacio decía que este
debe ser el momento más importante del día. ¿Por qué? Porque este
momento afecta a todos los demás momentos.
¿Cómo se hace el Examen?
San Ignacio propone una sencilla rutina de cinco pasos para nuestro Examen
diario:
Dar gracias. Comienzo por agradecer a Dios todas las cosas por las que hoy
siento gratitud. Dejo mi mente en libertad y reflexiono sobre las maneras en
las que Dios me ha bendecido en este día concreto. Permito que afloren cosas
grandes y pequeñas: todas, desde el don de la fe y el don de mi matrimonio
hasta lo fácil que ha sido legar hoy al trabajo.
Pedir el Espíritu. A continuación, quiero fijarme en los momentos de mi
jornada en los que no he actuado muy bien. Antes de hacerlo, sin embargo,
pido a Dios que me llene de su Espíritu para que él me guíe en este difícil
repaso del alma. De lo contrario, corro el riesgo de esconderme en la negación,
de solazarme en la autocompasión o rabiar con autodesprecio.
Repasar y reconocer los fallos. Echo una mirada retrospectiva a mi jornada y
pido al Señor que me indique los momentos en los que he cometido algún fallo,
ya sea grande o pequeño. Miro con seriedad los errores que he cometido hoy.
Pedir perdón y sanación. Si he pecado, pido a Dios que me perdone y que me
ponga otra vez en el buen camino. Si no he pecado, sino que solamente me he
equivocado, pido la sanación de cualquier daño que pueda haber ocasionado.
Pido ayuda para superarlo y seguir adelante. También pido sabiduría para
discernir cómo manejar mejor los momentos delicados en el futuro.
Rezar por el día siguiente. Pido a Dios que me muestre cómo pueden ir las
cosas mañana. Imagino lo que haré, la gente a la que veré y las decisiones que
estudiaré. Pido ayuda para los momentos que considero serán difíciles. En
especial, pido ayuda en los momentos en los que pueda estar tentado de fallar
como lo he hecho hoy.
Para ayudarme a recordar los cinco pasos, me gusta reducirlos a fórmulas de
una sola palabra cuyas iniciales forman el acrónimo GIRAR:
    Gratitud por los momentos que han ido bien y por todos los dones que
     tengo hoy.
    Invocar al Espíritu para que me guie en el repaso del día.
    Repasar el día.
    Arrepentirme de todo error o falta.
      Resolver, de manera concreta, vivir bien el día de mañana.
¿Cómo utilizar este libro?
No hay problema en ceñirse sencillamente al Examen original en cinco pasos
que propone san Ignacio. Pero puede que el Examen te resulte más nuevo y
espontáneo cambiando ligeramente cada día las preguntas de reflexión. La
meta final de todos los exámenes de este libro es la misma: experimentar un
encuentro entre Dios y las cosas de la vida diaria. Pero el plantear preguntas
ligeramente distintas cada día deparará resultados asimismo ligeramente
distintos, y ello mantendrá la experiencia dinámica y estimulante.
Un método sencillo: el primer día del mes, pon tu marcapáginas en el Examen
1 y utiliza ese examen para reflexionar sobre tu vida. Al día siguiente, pasa al
Examen 2, y así sucesivamente. Al principio del mes siguiente, mueve el
marcapáginas otra vez al Examen l y empieza de nuevo. Hay treinta y cuatro
exámenes, por lo cual tienes para todo el mes, aunque te saltes dos o tres
exámenes con los que no te sientas tan identificado.
Pero no hace falta ser tan estrictos. Según te vayas familiarizando con los
distintos exámenes, puedes saltar de uno a otro de acuerdo con tu estado de
ánimo y tus preferencias. O quizá veas que ciertos exámenes se prestan
fácilmente a ser usados en alguna situación por la que estás rezando. Es válido,
ve directamente a ellos. Todos los exámenes llevan al mismo lugar: un lugar
de unión con Dios en los detalles de vida. Por tanto, puedes recurrir a cualquier
Examen que te guste por cualquier motivo.
                Unas sugerencias antes de empezar
 “En el punto en el cual hallare lo que quiero me detendré, sin tener ansia de
                   pasar adelante hasta que me satisfaga.”
                 -- San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, 76
Hace muchos años que ayudo a otros a aprender y practicar esta oración. Por
eso conozco tanto sus inconvenientes como su potencial. Los siguientes son
unos puntos a tener en cuenta.
Que sea breve
Recomiendo encarecidamente que tu examen nunca exceda los quince
minutos. Una de las cualidades singulares de esta oración su espíritu
instantáneo, que va al grano, "listo para llevar", "enchufar y jugar". No se
pretende que el Examen sea una experiencia de exploración profunda. Está
pensado como una sencilla comprobación sobre la marcha que me recuerda la
presencia de Dios y me orienta hacia él.
Digamos que soy piloto comercial y estoy en pleno vuelo de larga distancia.
Noto que el motor 2 se está sobrecalentando un poco, como viene haciendo
últimamente. Sé que no es una situación peligro inminente, pero más tarde
tendrá que arreglarlo un mecánico. Cuando leguemos a nuestro destino esta
noche, se lo diré al personal de tierra para que los mecánicos del turno de
noche "levanten el capó" y hagan una reparación más permanente. Hasta
entonces, me limitaré a vigilarlo y a regularlo un poco desde aquí, desde la
cabina.
¿Cómo se aplica esta analogía a mi vida espiritual? El mecánico que levanta el
capó para hacer una reparación permanente es los periodos de contemplación
y meditación, más largos y pro fundos, y el resto del trabajo espiritual: por
ejemplo, la lectura espiritual a propósito del problema o hablar con mi
párroco, mi director espiritual o un amigo con el que hable de espiritualidad.
El Examen es análogo al piloto que comprueba los instrumentos de cuando en
cuando y hace pequeñas correcciones durante el vuelo para maximizar el
rendimiento del avión durante un vuelo en concreto.
Esto no quiere decir que no ocurra nada grandioso ni importante durante el
Examen. Siguiendo con la analogía, es en las comprobaciones en vuelo cuando
descubrimos la mayoría de los asuntos que hay "debajo del capó". Pero el
momento del Examen es a mitad de la jornada laboral o al final de un largo y
cansado día. Así que pretende ser un momento de oración "in situ", y no una
meditación sostenida y a fondo.
Otra cuestión práctica: a algunas personas les ayuda poner una alarma para
ser breves sin tener que estar mirando el reloj. Poner una alarma te permite
sumirte en la oración sin tener que preocuparte de volver a la vida cotidiana al
debido tiempo.
Salta a las partes buenas
Al empezar un Examen determinado de los que contiene este libro, antes que
nada, lo leo todo rápidamente y me hago una idea de adónde me llevará.
Después, al rezar el Examen, me detengo y me demoro solo en los pasos que
de verdad me conmueven, aquellos de los que parece que saco algún fruto, y
paso con suavidad, pero también con presteza, por los pasos que no parecen
llamarme hoy. Por ejemplo, el Examen 18: "Dios, los demás, yo mismo", me
invita primero a considerar mi relación con Dios, después mi relación con los
demás y finalmente la relación conmigo mismo. ¡No hay manera de hacer una
reflexión seria sobre estas tres relaciones distintas en solo quince minutos! Así
que, en vez de eso, en oración, hago una revisión global y muy breve de las
tres relaciones. Al hacerlo así, puede que note que una de esas tres reflexiones
me atrae de veras, ya sea porque me intriga una intuición que ha surgido de
repente o porque mi corazón se ha visto conmovido por una gran emoción
mientras reflexionaba sobre esa relación en particular. Pues bien, no pierdo ni
un minuto más con las otras dos relaciones (quizá sean importantes el mes que
viene, cuando vuelva a rezar este Examen). En lugar de eso, voy directamente
a la que me ha atraído y paso el resto del Examen en esa relación, sin pensar
más en las otras dos.
¿Qué quiero decir con esto? Que no tengo por qué dejar que los ocho, diez o
doce pasos de un Examen dado me abrumen, obligándome a lidiar con cada
uno hasta que encuentre una "res puesta y solo entonces dar el siguiente paso.
¡El Examen no es un problema de matemáticas! Antes bien, dejo que cada paso
me sugiera poco a poco en qué parte de mi corazón puedo buscar el rincón
preciso que Dios quiere mostrarme, como un padre que ayuda a su hijo a
buscar huevos de Pascua en un prado: "Qué tal si miras por allí? ¿Y por aquí?".
Una vez que encuentro ese rincón, dejo todo lo demás y me demoro ahí un
rato con Dios antes de proseguir.
A veces, rompe todas las reglas
Ya he sugerido antes que no dudes en saltarte un paso u otro de un Examen
dado. Ahora, voy más lejos: ¡a veces no deberás dudar en abandonarlo por
completo! Por ejemplo, mientras escribo esto, aún estoy lleno de gratitud por
lo que me pasó anoche. Me pidieron que fuera a una iglesia cercana para
ayudar a otros dos sacerdotes a oír confesiones. Yo vacilaba, porque tenía otra
cosa importante que hacer. Pero sentí cómo tiraba de mí la vocación
sacerdotal y dije que sí. Bueno, pues estoy muy contento de haberlo hecho,
porque fue una experiencia preciosa y conmovedora.
A un observador le parecería que no ocurrió nada extraordinario. Escuché las
confesiones de un grupo de adolescentes que se preparaban para la
Confirmación. Antes y después, charlé con los otros dos sacerdotes. Aproveché
la oportunidad para confesarme yo. Ninguno de estos hechos fue muy
espectacular. Pero, caramba, ¡cómo me conmovió la sinceridad de aquellos
chicos! Y rezar durante el sacramento con cada uno de ellos, compartir el dolor
y el sufrimiento de sus momentos difíciles, proclamar las palabras de
absolución sobre sus cabezas... Toda la experiencia me hizo sentir cómo el
poder divino de la misericordia de Dios pasaba, a través de mis manos de
sacerdote, a sus almas. Y terminar con el sencillo compañerismo de mis
hermanos sacerdotes y con la simple e insignificante confesión de mis propios
pecados... Bueno, fue una noche cargada de electricidad divina. Volví a casa
"repleto" de Dios.
Anoche, antes de acostarme, saqué mi colección de exámenes y fui al siguiente
de mi lista, el Examen 25: "Gracias por... Perdóname por... Ayúdame con...".
Cuando empecé a rezar, la estructura y los pasos me parecieron demasiado
pequeños y limitados. El recipiente de este Examen no podía contener el gozo
y la gratitud rebosantes que sentía en mi corazón. Así que lo dejé a un lado y
pasé todo el tiempo de Examen dando gracias y alabando a Dios por mi
sacerdocio, por la bondad de aquellos chicos y sacerdotes y por la misericordia
inagotable de Dios. Permanecí sentado alabando y agradeciendo, sin más.
Muchas veces me acerco al Examen rebosante de alegría, gratitud, alivio o
maravilla. Otras veces estoy lleno de emociones no gozosas, sino negativas.
Algunos exámenes los he empezado con gran tristeza, enfado, vergüenza o
confusión. Cuando entro en el Examen lleno de emociones fuertes por una
experiencia que acabo de tener o por anticipar algo grande que está a punto
de suceder, muchas veces me salto el formato paso a paso y permanezco con
el Señor, expresando la emoción fuerte que siento en el momento e
intentando percibir la respuesta que Dios me devuelve.
No te atasques en el pecado
Desafortunadamente, a menudo se confunde el Examen ignaciano con el
examen de conciencia. Se parecen en que ambos guían a la persona en el
repaso de su vida. Pero estas dos experiencias de oración tienen fines
distintos.
El examen de conciencia te prepara para confesar tus pecados y pedir perdón.
Pasas todo el tiempo de oración considerando tus actos pecaminosos del
pasado.
El fin del Examen ignaciano incluye una reflexión sobre el pecado y el perdón,
pero es mucho más amplio. El objetivo es explorar con Dios todas las facetas
de mi vida pasada, presente y futura; no solo las partes malas del pasado. Dios
y yo examinamos juntos mi vida con una visión integral: mis pecados y mis
virtudes, mis fracasos y mis éxitos, las cosas por las que estoy agradecido y las
cosas que me enfurecen, los sucesos futuros que me alegran y también los que
temo, los altos y los bajos, las pesadillas y los sueños agradables, ¡todo!
Reflexionar sobre mi pecaminosidad es uno de los más gran des dones del
Examen ignaciano. No solo conduce a mi propia experiencia de liberación, sino
que también me especifica en lo que tengo que trabajar para seguir con mayor
fidelidad a Jesús. Sin embargo, debo tener cuidado de no quedarme en la
culpa, el pecado y el fracaso. La esencia del pecado es el egoísmo. Pero
ocuparme de mis pecados -reflexionar sobre ellos, lamentarlos, arrepentirme
de ellos es todavía fijarme en mí. Aún me preo cupo por mí mismo y todavía
no me he vuelto desinteresado y altruista. Así pues, dedicamos un tiempo a
nuestros fracasos pana seguir adelante partiendo de ellos, para convertir esas
piedras caídas en escalones.
En el Examen ignaciano, indago en mis pecados y dejo que Dios me perdone y
me cure. También dedico un tiempo a dar gracias, a tener sueños grandes y
santos sobre mi futuro y a idear con Dios cómo hacer de forma concreta que
ese futuro divina mente inspirado cobre vida.
Prueba con un diario "tamaño tuit"
Escribir un diario me ha servido de estupenda ayuda en la experiencia del
Examen. Pero he aquí el truco: nunca escribo más de una palabra, una frase o
- a lo sumo - un párrafo cortito. Mi anotación de un día dado nunca pasa de las
veinte palabras, y a menudo solo son una o dos.
¿Por qué funciona esto tan bien? Estos apuntes del tamaño de un tuit me
ayudan en tres sentidos, por lo menos. Primero: el saber que tengo que poner
algo en el papel al final del Examen me mantiene bien concentrado en el
asunto de mi oración y evita que mi mente se desvíe demasiado del tema.
Segundo: el escribir una verdad dolorosa, o que hasta entonces no he
admitido, la saca a la luz e impide que siga negándola. A veces cl Examen me
ayuda a encarar una realidad que llevo tiempo negando:
      “Estoy muy enfadado con _____”.
      "Tengo miedo de _____”.
      "Sabes, en cuanto a ______, ¡no es tan malo como yo pensaba!”.
      "Me duele que _____”
Hay veces que me viene un pensamiento como estos en mitad del Examen. Lo
apunto y luego, solo durante un momento, miro lo que he escrito. Ya no hay
manera de negarlo. Está ahí, negro sobre blanco.
Por último, ya que pongo la fecha en cada entrada, puedo hacerme una idea
de dónde ha estado mi corazón últimamente. Algunas veces, antes de empezar
el Examen, echo un vistazo al último par de apuntes. Eso me sitúa justo en el
punto donde me quedé, o tal vez me muestra lo lejos que he llegado en tan
poco tiempo, lo distintos que son mis sentimientos de hoy comparados con los
de los días anteriores. De vez en cuando, una vez al mes o una vez por
"temporada", me paso el Examen entero sin hacer otra cosa que rezar a
propósito de mis apuntes. Esta experiencia puede ser reveladora y
emocionante.
Que siempre sea una oración
Dado que el Examen es muy concreto, puede a veces alejarse de la oración y
convertirse en un ejercicio de pensar, sin más. Practicar este ejercicio de
pensar todos los días -es decir, dedicar cada día unos minutos a evaluar el día
y valorar lo bueno y lo malo de él, así como los desafíos y las oportunidades
que te aguardan es una forma inteligente y fructífera de invertir tu tiempo.
Cualquier libro de introducción a la administración de empresas te dirá lo
mismo. Pero, para que esta experiencia de diez minutos sea un Examen, tiene
que ser de verdad un tiempo de oración. Y para que sea de verdad una oración,
tiene que estar centrado en Dios. En concreto, esto quiere decir lo siguiente:
    Le pido a Dios que tome la iniciativa. En vez de limitarme a buscar
     nuevas intuiciones, pido a Dios que me muestre mi jornada desde su
     punto de vista. Derrick, un jesuita amigo mío, me dijo una vez: "A veces
     le digo a Dios: '¡Señor, haz tú el Examen de mi jornada y yo miro!". Va
     por sitios totalmente distintos cuando le dejo tomar la iniciativa al
     Señor". "
    Hablo con Dios en vez de hablar conmigo mismo. En vez de decirme a
     mí mismo: "Mañana quiero ocuparme de ________”, me dirijo a Dios y
     le digo: "Señor, por favor, ayúdame a ocuparme mañana de ________ "
    Más que nada, estoy a la escucha de la voz de Dios. Con el ojo de la
     mente, vigilo para percibir a Dios. ¿Qué quiere decirme Dios justo en
     este momento? ¿Qué hace Dios ahora mismo? ¿Me sonríe? ¿Me toma
     de la mano? ¿Escucha con atención amorosa? ¿Tiene una palabra de
     consejo, de advertencia, de afirmación? ¿Está callado y, al parecer,
     distante?
Esto último, la posibilidad de que Dios esté callado o parezca distante, importa
mucho; porque a menudo Dios sí guarda silencio, y cuando lo hace parece
distante. Nuestra fe nos dice que Dios nunca está lejos de nosotros, que mora
en cada molécula de nuestro ser. Pero con frecuencia no sentimos su presencia
¡No pasa nada! No te preocupes por ello. Es perfectamente natural y normal,
y todos los santos - desde Teresa de Ávila, pasando por Teresa de Lisieux, hasta
Teresa de Calcuta - nos lo han asegurado. Para que sea oración, pues, no es
necesario sentir la presencia de Dios en todo momento; solo tenemos que
permanecer a la escucha de Dios. No hace falta que oigamos hablar a Dios, con
tal de que escuchemos por si decidiera decirnos algo. Es la actitud de estar
atentos a la voz de Dios lo que nos orienta hacia él, hable o no hable en un día
dado.
Con el tiempo, desarrolla tus propios rituales para comenzar y finalizar la
oración
Observarás que todos los exámenes de este libro empiezan con el primer paso
de "Comienzo como de costumbre" y acaban con el último paso de "Termino
como de costumbre". Te recomiendo que desarrolles poco a poco rituales
propios y personales para comenzar y terminar el Examen. Algunas personas
empiezan el Examen recitando una oración tradicional, como el Padrenuestro,
o entonando un canto sencillo, como En manos del alfarero, o repitiendo una
cita de las Sagradas Escrituras que les guste particularmente ("Mi corazón está
firme, oh Dios, mi corazón está firme"). Otras personas hacen una reverencia
ante su lugar de oración como declaración de que es un espacio sagrado. Los
católicos normalmente empezamos con la Señal de la Cruz. A muchos les
resulta útil empezar por respirar profunda y pausadamente. Todos estos
ejemplos pueden ser también rituales para terminar el Examen. La idea es
tener una manera sencilla, breve y orante de entrar en esta experiencia y una
manera que asimismo nos sirva para concluirla y volver a las tareas del día.
Las siguientes son unas pautas básicas para ayudarte a comen zar, hasta que
desarrolles tus propios rituales.
Pautas de un ritual de comienzo
      Hago la Señal de la Cruz.
      Rezo el Padrenuestro o la Oración de la mañana.
      Entono o vocalizo el estribillo o un verso de mi canto favorito.
      Hago una reverencia ante mi lugar de oración.
      Pongo mis manos, con las palmas hacia arriba, en actitud de
       receptividad.
      Enciendo una vela.
      Me calmo. Respiro más despacio. Permanezco sentado en silencio un
       momento y procuro bajar el volumen de los pensamientos y
       preocupaciones que asaltan mi mente.
      Pido a Dios que me dé a conocer su presencia en este momento. Siento
       la presencia de Dios a mi alrededor e incluso dentro de mí. Si me resulta
       natural hacerlo, me permito demorarme en esta sensación de presencia
       de Dios. Me sumerjo en esta experiencia, empapándome de ella,
       durante un momento, como si fuera un baño cálido. Si no siento la
       presencia de Dios, espero un momento más, callada y pacientemente.
       Si aun así no siento su presencia, no dejo que ello me moleste. Me
       apoyo, sin más, en la fe de que él está aquí, aun cuando yo no perciba
       su presencia. Dejo que mi corazón, mi mente y mi alma recuerden la
       sensación que tengo cuando sí percibo su presencia, y dejo que por
       ahora me baste con eso.
      A continuación, paso al Examen del día
Pautas de un ritual de conclusión
Cuando siento que es hora de concluir el Examen (quizá ha sonado la alarma
de los diez minutos), me pregunto si hay alguna última cosa que desee
compartir con el Señor. Si todavía no he dicho, pedido o prometido nada
respecto al futuro (el día siguiente, la semana que viene, etc.), lo hago ahora.
A continuación, concluyo con uno o dos gestos físicos.
      Junto las manos en señal de clausura.
      Apago mi vela.
      Entono o vocalizo un verso final o el estribillo de mi cántico favorito.
      Concluyo con el Padrenuestro o la Oración de la mañana.
      Hago la Señal de la Cruz. Hago una reverencia ante mi lugar de oración
       antes de marcharme.