Cuentos Subversivos
La lectura como herramienta para la deconstrucción del discurso patriarcal
Por Silvana Castro (erzebethina@gmail.com)
Pájaros en la boca (2010), de Samanta Schweblin, permite repensar los
discursos consolidados, va creando espacios que nos distancian de las supuestas
“verdades” inamovibles. La imagen que da título al libro es, en este sentido, muy
significativa: todos, pero sobre todo, todas, tenemos pájaros en la boca, la cuestión es si
los tragamos o los dejamos volar. Si bien los cuentos que componen el volumen tocan
temas diversos, en este artículo me interesa hablar de cómo se utilizan para deconstruir
el discurso dominante en el orden de géneros y cómo, para lograrlo, no decir es una
estrategia más efectiva que contra-decir.
Siguiendo esta lectura, también es interesante el cuento que da nombre al libro
porque conjuga las dos representaciones clásicas de la mujer en el logos patriarcal: Sara
es una chica dócil, sumisa, casta; pero también es una devoradora de pájaros, por lo que
transgrede el orden establecido y, como tal, debe ser negada, es decir, silenciada. Esto
implica retirar a la mujer del discurso -como se la retira del ámbito público para
recluirla en el doméstico-, pero a su vez abre silencios que nos permiten reponer
significados, poros por los que penetra sigilosamente aquello que se quiere suprimir. Ya
en la década del ’30, el grupo de Bajtin advertía que las palabras no son neutras, sino
que están cargadas de ideología, de ecos de discursos sociales, de voces opresoras y
oprimidas. La literatura, como género discursivo complejo, retoma ese entramado para
reforzarlo, en algunos casos, pero habitualmente para destejerlo. Desmontar el discurso
-deconstruirlo, dirían los postestructuralistas- es una forma de subvertirlo. En este
sentido, podemos decir que los cuentos de Schweblin, en relación con el orden de
géneros, son subversivos: atentan contra un discurso dominante, muestran sus
incongruencias, su oquedad, las fisuras por las que se puede empezar a caer como una
torre de yenga.
Para ver cómo funciona este choque de discursos, nos centraremos en dos
cuentos: “Irman” y “La pesada valija de Benavides”. En ambos casos las historias giran
en torno a feminicidios, pero simplemente “giran”, ya que si bien estos son
desencadenantes de los conflictos, nunca llegan a ser foco de preocupación para los
personajes. Los feminicidios son negados, ya que se suprimen del discurso, o se los
enmascara con otras categorías. Empecemos con “Irman”.
El cuento narra, desde la perspectiva de un varón, la historia de dos hombres que
paran a tomar algo en una cantina y encuentran que todo es un desastre. El mozo se
acerca, turbado, y dice que no puede atenderlos porque no llega a la heladera. El hombre
es muy petiso y la que se encarga de eso es su mujer, que está – lo sabremos poco
después- muerta en la cocina. El cadáver es visto como un monstruo por los personajes
(una “bestia marina” con un cucharón en la mano), que no pueden evitar contraponerlo
con la pequeñez del mesero; pero una vez que comprueban que la mujer está muerta,
deciden alejarse, no sin antes tomar unas gaseosas de la heladera. En esta breve muestra
de lo que pasa en el cuento, podemos ver desde el análisis textual como son concebidas
las relaciones de género por el discurso dominante: la muerte de una mujer no importa,
ellos tienen derecho a robar gaseosas, un hombre petiso es ridículo, una mujer gorda, un
monstruo. El cucharón agrega un toque de humor, por una parte, pero por otra, instala
sin ambages el discurso en el polo patriarcal, ya que establece la isotopía: cocina - mujer
- cucharón - servir, propia del falologocentrismo. Efectivamente, el alejamiento de los
hombres tras descubrir el cadáver tiene básicamente una justificación: la mujer
simplemente ha perdido su funcionalidad: preparar el almuerzo. Su cuerpo es,
reformulando a Butler, un cuerpo que no importa.
La importancia de lo no dicho es casi una obviedad en las ciencias del lenguaje.
Cuando conversamos tenemos que reponer permanentemente toneladas de información
y darle sentido tanto a lo que escuchamos como a lo que no. Uno de los lingüistas que
más ha aportado en este sentido fue Paul Grice, quien plantea en los años ‘70 un
principio colaborativo que rige la conversación, según el cual los oyentes vamos a tratar
de interpretar todo lo escuchado como verdadero, relevante, no ambiguo y completo. La
transgresión de estas normas por parte del hablante nos llevará a suponer que nos está
queriendo decir otra cosa. Estos principios se aplican también al texto literario, ya que,
como analiza Wayne Booth en La Retórica de la ficción, allí se entabla
permanentemente una conversación entre el autor implícito – representación de la voz
del autor en el texto-, el narrador, los personajes y el lector implícito, que, por un lado,
es una concepción “ideal” de lector prevista por el autor, pero, por otro, es un espacio
vacío que permite la inserción del lector “real”.
Samanta Schweblin sabe crear estos espacios para que el lector dude, reponga o
no información, y, de esta manera, sea una voz más de las que discuten en cada cuento.
Por ejemplo, el narrador (varón) y su compañero se desinteresan del cadáver femenino.
Esta es una intervención desde el lenguaje que iría en contra de nuestra lógica (“sentido
común”) y por lo tanto nos invita a preguntarnos qué quiere mostrar la autora con ese
desinterés. Un lector tiene entonces un espacio para completar el discurso narrativo
desde una posición crítica y reconocer que el narrador encarna una voz que naturaliza
los feminicidios. Más adelante, los amigos toman gaseosas de la heladera: sabemos que
llevarse algo de un negocio sin pagar equivale a robar; sin embargo, el narrador no lo
califica de esa manera: entendemos que, para el discurso que representa, aprovecharse
de la debilidad o confusión del otro (en este caso, Irman) no es un acto censurable; de
todos modos, él no puede llegar a la heladera. Estos indicios gracias a los cuales nos
incluimos en el texto como una voz disidente de la narrativa, son para Booth marcas de
distanciamiento entre el autor implícito y el narrador que, en este caso, sostienen dos
posicionamientos ideológicos diferentes en el orden de géneros y abren un diálogo del
que también nosotros como lectores somos partícipes. La distancia se hace evidente
cuando, como sucede en “Irman”, tenemos un narrador poco confiable, en cuanto
reproductor de un discurso hegemónico, ajeno a la perspectiva de la autora y
posiblemente de quienes leen. En definitiva: el cuento nos lleva a tomar partido en esa
tensión entre dos discursos, patriarcal y disidente.
En el segundo cuento, “La pesada valija de Benavides”, la historia arranca con lo
que creemos es el conflicto -un hombre ha asesinado a su esposa y la mete en una
valija-, pero pronto descubrimos que no es así. El eje del relato aparece cuando
Benavides va con su maleta a ver al doctor Corrales (psiquiatra, suponemos), este llama
a un amigo y entre los dos deciden hacer una exhibición artística con el cadáver, que
empiezan a llamar “la obra”. La historia es narrada por una voz heterodiegética que
focaliza mayormente en el ultrajado femicida, por lo que nunca se cuestiona en el texto
ni el asesinato ni el derecho del protagonista a consumarlo; de hecho, gracias a la
utilización del discurso indirecto libre, sabemos que Benavides no tiene dudas de que
los golpes dados a su mujer fueron justos y no siente culpa por haberla matado. El
problema se da cuando de femicida empoderado, Benavides pasa a ser la víctima del
robo del cadáver; porque su mujer es, después de todo, suya. Así, el discurso nos
interpela desde un planteo clásicamente patriarcal: la mujer es posesión del marido, por
lo que no es vista como un sujeto, sino siempre como un objeto (este discurso también
es respaldado por posicionamientos intelectuales, como el de Lacan, para quien el
hombre tiene el falo, mientras que la mujer lo es).
La lucha de voces se complejiza en este caso con la aparición de un tercer
discurso: el de los medios, que lamentablemente también es un discurso dominante, en
cuanto frecuencia y en cuanto formador de opinión. Corrales y Donorio, quienes se
adueñan de la obra -que hasta el final del cuento Benavides reclamará como suya-,
transforman el feminicidio en una exhibición para los curiosos espectadores y, de esta
manera, lo utilizan para obtener ganancias. De este modo, el cuerpo –que tampoco
importa como tal- interpela al lector como potencial receptor de esos constructos
espectaculares que hacen los medios sobre los crímenes y genera una lectura crítica,
distanciada. Especialmente Donorio, curador de la muestra, materializa el relato
mediático que expone a la víctima (“la obra”), revelando datos inconducentes sobre su
vida privada o detalles truculentos sobre el asesinato, y esconde, porque quita el foco, al
asesino. Así los medios construyen una secuencia atractiva y rentable, pero además,
refuerzan la restitución del orden de géneros que el feminicidio busca instalar, ya que
nos cuentan una historia “aleccionadora” para las mujeres, a la manera de Caperucita y
el lobo, pero en la versión original.
Una lectora crítica del manejo espectacular del feminicidio es Rita Segato, para
quien en los medios se representa al feminicida como un ser oscuro y potente,
castigador de mujeres díscolas1. Esto, para la antropóloga genera “contagio”, ya que la
posición de poder es un lugar de deseo dentro del logos patriarcal.
Los silencios que proponen ambos cuentos, especialmente no diciendo aquello
que todos sabemos (feminicidio), resquebrajan el discurso dominante, que incluye los
sentidos ideológicos extendidos y más frecuentes en una sociedad: en este caso, el logos
falocéntrico que los personajes representan. Ante esto, podría surgir una pregunta:
¿cómo es que para subvertir un sistema de valores un autor trabaja precisamente desde
este y no desde un discurso opositor? Una posible respuesta la da Alejandro Raiter
(2003): discutir una posición dominante equivale a reforzarla, ya que implica reconocer
su estatuto hegemónico. Schweblin elige otro camino: es el propio discurso el que se
1
Esto implica entender que el feminicidio, como la violación que llama “cruenta” (callejera) no es un
crimen individual, sino que está doblemente motivado por el orden de géneros tanto en su eje horizonal
(demostrar poder ante otros varones) como en el vertical (aleccionar a la mujer).
desenmascara y muestra su distancia con respecto al eje de referencias, desnuda aquello
que intenta ocultar. Así, la exhibición del cadáver femenino cobra otra connotación y
por eso desespera al “artista” patriarcal.
Si nuestro logos, en lugar de estar signado por la necesidad de jerarquizar y
dominar, fuera un logos igualitario, no habría necesidad de construir un discurso que
justificara o legitimara privilegios. En una sociedad patriarcal, construida sobre el
modelo de domesticación de la mujer -que luego se repite, como afirma Drucaroff, en
otros órdenes, como el étnico o el de clases-, todas las palabras son, como transmisoras
de ideología, arena para la lucha de discursos. Lo interesante es que la arena fue, en su
momento, una roca que se disgregó; me parece que esta podría ser una metáfora
adecuada para pensar el trabajo deconstructivo de los discursos sociales que se puede
lograr mediante la lectura crítica. Especialmente de aquellos cuya solidez parece
indudable.
Los cuentos de Pájaros en la boca nos invitan -casi diría nos obligan- a
deconstruir estos discursos enquistados en el sentido común y cuestionar la validez de
sus referencias. En tiempos en que la barahúnda de opiniones e informaciones
contrapuestas nos agobia, la lectura crítica resulta una herramienta fundamental para
desajustar los resortes de falologocentrismo, que los silencios permiten entrever, y dejar
caer los barrotes de la jaula.
Algunos autores mencionados que vale la pena seguir leyendo:
- Sobre lingüística y discursos:
Bajtin, M. (1982). Estética de la creación verbal. México. Siglo XXI.
Foucault, M. (2005) El orden del discurso. Bs. As. Tusquets.
Raiter, A. (2003). Lenguaje y sentido común. Las bases para la formación del
discurso dominante. Bs. As. Biblos.
- Sobre feminismo, discursos, violencia:
Butler, J. (2002). Cuerpos que importan: sobre los límites materiales y discursivos
del sexo. Bs. As. Paidós.
Drucaroff, E. (2015). Otro Logos. Signos, discursos, política. Bs.As. Edhasa.
Segato, R. (2003). Las Estructuras elementales de la violencia. Bs. As. UNQUl.