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El Campesino y El Diablo

El campesino engaña al diablo dos veces para quedarse con las cosechas completas. La primera vez siembra remolachas para quedarse con las verduras bajo tierra, dejando solo hojas mustias para el diablo. La segunda siembra trigo y corta las espigas a ras de suelo antes de que llegue el diablo, frustrando su parte del trato e irritándolo. El campesino demuestra ser más listo que el diablo en ambas ocasiones.
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El Campesino y El Diablo

El campesino engaña al diablo dos veces para quedarse con las cosechas completas. La primera vez siembra remolachas para quedarse con las verduras bajo tierra, dejando solo hojas mustias para el diablo. La segunda siembra trigo y corta las espigas a ras de suelo antes de que llegue el diablo, frustrando su parte del trato e irritándolo. El campesino demuestra ser más listo que el diablo en ambas ocasiones.
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EL CAMPESINO Y EL DIABLO

Érase una vez un campesino ingenioso y muy socarrón, de cuyas picardías mucho habría que contar.
Pero la historia más divertida es, sin duda, cómo en cierta ocasión consiguió jugársela al diablo y hacerle
pasar por tonto.

El campesino, un buen día en que había estado labrando sus tierras y, habiendo ya oscurecido, se
disponía a regresar a su casa, tarareaba una canción muy bella del autor Felipe Pinglo Alva.

"Señor, Tú que has creado las aguas de los ríos


y a los prados permites el verdor que se ve,
no niegues al labriego el divino rocío
que con cada caída alegra nuestro ser”.

En ese momento descubrió en medio de su campo un montón de brasas encendidas. Cuando,


asombrado, se acercó a ellas, se encontró sentado sobre las ascuas a un diablillo.

-¡De modo que estás sentado sobre un tesoro! -dijo el campesino.


-Pues sí -respondió el diablo-, sobre un tesoro en el que hay más oro y plata de lo que hayas podido ver
en toda tu vida.
-Pues entonces el tesoro me pertenece, porque está en mis tierras -dijo el campesino.
-Tuyo será -repuso el diablo-, si me das la mitad de lo que produzcan tus campos durante dos años.
Vienes y dinero tengo de sobra, pero ahora me apetecen los frutos de la tierra.
El campesino aceptó el trato.
-Pero para que no haya discusiones a la hora del reparto -dijo-, a ti te tocará lo que crezca de la tierra
hacia arriba y a mí lo que crezca de la tierra hacia abajo.

Al diablo le pareció bien esta propuesta, pero resultó que el avispado campesino había sembrado
remolachas. Cuando llegó el tiempo de la cosecha apareció el diablo a recoger sus frutos, pero sólo
encontró unas cuantas hojas amarillentas y mustias, en tanto que el campesinito, con gran satisfacción,
sacaba de la tierra sus remolachas.

-Esta vez tú has salido ganando -dijo el diablo-, pero la próxima no será así de ningún modo. Tú te
quedarás con lo que crezca de la tierra hacia arriba, y yo recogeré lo que crezca de la tierra hacia abajo.
-Pues también estoy de acuerdo -contestó el campesino.
Pero cuando llegó el tiempo de la siembra, el campesino no plantó remolachas, sino trigo.

Cuando maduraron los granos, el campesino fue a sus tierras y cortó las repletas espigas a ras de tierra.
Y cuando llegó el diablo no encontró más que los rastrojos y, furioso, se precipitó en las entrañas de la
tierra.
-Así es como hay que tratar a los pícaros -dijo el campesinito; y se fue a recoger su tesoro.

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