Tema 14 Santificador – Caminar en el Espíritu
El Espíritu Santo es Vivificador, porque prepara para la vida nueva, la da, y luego
la acrecienta, y entonces le llamamos Santificador.
Prepara para la vida nueva con tres pasos: 1. Hace reconocerse al pecador, la
obra de la conversión es obra del Espíritu Santo Él nos hace tomar conciencia del
pecado, necesitados de salvación.
2. Hace descubrir y reconocer a Jesús como único y suficiente salvador.
3. Junta al pecador con el Salvador y produce la salvación y la vida nueve por un
nuevo nacimiento.
El Espíritu Santo es como el «soplo» del Resucitado, que infunde la nueva vida a
la Iglesia, representada por los primeros discípulos. El signo más evidente de esta
vida nueva es el poder de perdonar los pecados. En efecto, Jesús dice: «Recibid
el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a
quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20, 22- 23). Donde se derrama
«el Espíritu de santificación» (Rm 1, 4), queda destruido lo que se opone a la
santidad, es decir, el pecado.
El Espíritu del Señor no sólo destruye el pecado; también realiza la santificación y
divinización del hombre. Dios nos «ha escogido —dice san Pablo— desde el
principio para la salvación mediante la acción santificadora del Espíritu y la fe en la
verdad» (2 Ts 2, 13). Por ser el Espíritu Santo, Amor, y por ser la santificación
obra fundamentalmente del Amor de Dios, es por lo que la obra de la santificación
de los hombres se atribuye al Espíritu Santo (cfr. Decr. Apostolicam actuositatem,
n. 3).
Santificación, crecimiento espiritual, no es otra cosa que la transformación y la
identificación con Jesús, así, el Espíritu Santo inhabita en el alma del justo y
distribuye sus dones, pues "no es un artista que dibuja en nosotros la divina
substancia, como si El fuera ajeno a ella, no es de esa forma como nos conduce a
la semejanza divina, sino que El mismo, que es Dios y de Dios procede, se
imprime en los corazones que lo reciben como el sello sobre la cera y, de esa
forma, por la comunicación de sí y la semejanza, restablece la naturaleza según la
belleza del modelo divino y restituye al hombre la imagen de Dios" (San Cirilo de
Alejandría, Thesaurus de sancta et consubstantiali Trinitate 34: PG 75, 609).
Su acción, que penetra lo íntimo del alma, hace apto al hombre de responder a
aquel precepto de Cristo: "Sed... perfectos, como también es perfecto vuestro
Padre celestial"......
Nuestra actitud consiente debe ser: Invitarlo, invocarlo y permitir que él trabaje en
nosotros, purificándonos del pecado e imperfecciones y llevándonos al crecimiento
en la comunión con Dios, sobre todo por la oración y crecimiento en las virtudes,
sobre todo en las teologales, Fe viva, esperanza firme y amor encendido y en las
virtudes morales como consecuencia.
El crecimiento de la vida cristiana, la santificación, más que fruto del esfuerzo de
nuestra voluntad adquiriendo virtudes, es obra del Espíritu Santo al ser dóciles a
sus inspiraciones y mociones interiores.
EL Beato Papa Juan XXIII declaró, «Los santos son las obras maestras del
Espíritu Santo».
Para fomentar y estar abierto a las «inspiraciones» del Espíritu Santo daré un
breve resumen de estos excelentes consejos, que pueden conducir a una unión
profunda con el Espíritu Santo:
1. PRACTIQUE LA ALABANZA Y ACCIÓN DE GRACIAS. ¡Dios se complace con
un corazón agradecido, y con un corazón deseante de alabar Su bondad infinita!
San Ignacio señala que nuestro propósito en la vida es primeramente «alabar» a
Dios. La puerta de nuestro corazón está abierta a este «don de los dones» del
Espíritu Santo cuando alabamos y damos gracias a Dios. «Dad gracias al Señor
porque es bueno, porque es eterna su misericordia».
2. DESEARLAS Y PEDIRLAS. Cuando verdaderamente deseamos algo, hacemos
enormes sacrificios para lograrlo. El anhelo más ferviente de nuestro corazón debe
ser Dios. «Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por Tí,
oh Dios, el alma mía.» Pidan el «don de los dones», el Espíritu Santo.
3. ESTAR DECIDIDOS A NO NEGAR A DIOS COSA ALGUNA. En la
espiritualidad Ignaciana, la palabra clave es “magnanimidad”, que significa una
disposición total a la gracia de Dios. Santa Teresa de Lisieux tomo la decisión de
no rechazarle a Dios nada, y por esto Dios le dio abundantemente su Espíritu
Santo y el colmo de sus inspiraciones transformándola en una de las más grandes
«obras maestras del Espíritu Santo».
4. VIVIR UNA OBEDIENCIA FILIAL Y CONFIADA. Los niños deben obedecer a
sus padres, los religiosos a sus superiores y los católicos las enseñanzas del Papa
y del Magisterio de la Iglesia. Una disposición del corazón humilde, dócil y manso,
atrae al Espíritu Santo y sus inspiraciones celestiales.
5. VIVIR EL ABANDONO. En palabras de Ignacio no queramos de nuestra parte
más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga
que corta, y por consiguiente en todo lo demás solamente deseando y eligiendo lo
que más nos conduce para el fin que somos criados — para alabar a Dios en esta
vida y en el cielo por toda la eternidad.
6. VIVIR EL DESPRENDIMIENTO. Un apego desordenado a personas, lugares,
cosas, incluso tener una forma de pensar rígida puede ser un obstáculo para las
inspiraciones del Espíritu Santo. Manos aferradas al fango, puños llenos de
aserrín, imposibilita el depositar diamantes dentro de ellas. Si nuestro corazón
tiene algún apego desordenado—especialmente a cualquier forma de pecado —
¡entonces retrocede el Espíritu Santo con sus inspiraciones y busca un corazón
más receptivo!
7. VIVIR EL SILENCIO Y LA PAZ. Un corazón que está absorto en un ruido
constante, movimiento y confusión no puede sintonizar su oído espiritual a la voz
del Espíritu Santo. Jesús, hablando como el buen pastor, dice que las ovejas
escuchan su voz y lo siguen. El silencio exterior e interior del corazón es una
condición necesaria. Recemos como el joven Samuel, «Habla Señor a tu siervo
escucha.»
8. PERSEVERAR FIELMENTE EN LA ORACIÓN. El gran entrenador de fútbol
americano Vince Lombardi acuñó este proverbio inmortal: «Cuando las cosas se
ponen fuertes (difíciles), sólo los fuertes dan frente». ¿Por qué no aplicar esta
«sabiduría de deportes» a las exigencias de la disciplina espiritual? Los tiempos
difíciles no deben apagar el fuego y dejar solo cenizas en nuestra disciplina de
oración, sino más bien nuestra vida de oración debería elevarse a un nivel
superior. El mejor ejemplo es nuestro Señor y Salvador Jesucristo en el Huerto de
los Olivos, cuando se hundió en un mar de dolor y en un abismo de desolación. El
evangelista hace hincapié que Jesús oró aún más INTENSAMENTE… Con
inspiraciones celestiales, el Espíritu Santo nos ayudará a orar. «No sabemos cómo
orar como debiéramos, pero el Espíritu Santo intercede con gemidos inefables, por
lo que podemos decir Abba, Padre»… (Romanos 8)
9. EXAMINAR LOS MOVIMIENTOS DE NUESTROS CORAZONES. A menudo el
Espíritu Santo nos atrae a sí mismo por las mociones interiores de nuestro
corazón. A través del silencio, la Confesión frecuente y dirección espiritual
adecuada se puede discernir, entender y recibir estos movimientos. La paz y la
alegría interior —frutos del Espíritu Santo — manifiestan la presencia del Buen
Espíritu y de su inspiración celestial.
10. ABRIR EL CORAZÓN A NUESTRO DIRECTOR ESPIRITUAL. Conforme uno
sube la montaña de la santidad el diablo y sus tentaciones son más sutiles. Tal es
el caso que a veces el espíritu malo puede sugerir un buen pensamiento para que
más tarde nos aleje de nuestra máxima finalidad que es Dios. Por lo tanto, tener
un buen director espiritual, periódicamente reunirse con él, sinceridad verdadera,
transparencia en la conversación y una verdadera apertura del corazón permite la
acción del Espíritu Santo. Finalmente, María, que es la «Esposa mística del
Espíritu Santo», quien concibió a Jesús por el poder y la gracia del Espíritu Santo
puede ser de ayuda inestimable para fomentar la inspiración del Espíritu Santo
para poder ser esa «obra maestra del Espíritu Santo» que todos estamos
llamados a ser.