Módulo I (Etica y Deont. Prof.)
Módulo I (Etica y Deont. Prof.)
Llega la época de exámenes y, luego de una ardua semana laboral, Marco se dispone a
estudiar el fin de semana para rendir los dos finales del día martes. Si bien dedica el mayor
tiempo posible al estudio, el día de los exámenes Marco no se siente seguro para poder
rendir y aprobar ambos. Esto le provoca una gran incertidumbre, tiene un problema: esta es
la fecha límite para rendir ambos exámenes. Si no aprueba alguna de las materias, deberá
recursarla.
Marco comenta esta situación con sus compañeros y uno de ellos le ofrece hacerle uno de
los dos exámenes a cambio de una módica retribución económica. Marco rendiría los dos
exámenes y se encontraría a unas pocas materias de convertirse en abogado. ¿Qué debería
hacer Marco? ¿Aceptar la propuesta del compañero? ¿Negarse?
Estas preguntas son clave para iniciar nuestra exploración sobre la disciplina que
llamamos ética. La vida cotidiana y la práctica profesional implican siempre tomar
decisiones y asumir una postura respecto de situaciones como la ilustrada. La respuesta
que le demos a la pregunta implicará: 1) la naturalización de prácticas incorporadas
como buenas y malas (deseables o indeseables; correctas o incorrectas); 2) la reflexión
sobre por qué, la justificación, deben ser consideradas buenas o malas.
Alguien podría aconsejarle que acepte la oferta de su amigo, sin temor a las posibles
sanciones si llegara a ser descubierto, lograría avanzar. Quizá se podría argumentar
que puso su mayor esfuerzo y que dejar que el amigo le realice el examen no
constituye netamente un engaño.
Otra persona podría argumentar que dejar que otro realice un examen es un acto de
deshonor. Marco está estudiando para ser abogado y es poco ético mentir, aunque
sea para librarse de una materia universitaria, cuando debería dar el ejemplo.
También podrán aconsejarle que el amigo realice el examen, lo importante es
conseguir trabajo debido a la situación de desempleo de su esposa y su hijo. El ser
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deshonesto no se compara con el mal por el que podría atravesar toda la familia el él
no se recibe.
Y alguno argumentaría que no debería aceptar la oferta de su amigo y enfrentarse a
los hechos.
Notaremos que aparece un término para comprender qué es la ética, el concepto de deber.
¿Qué debe hacer Marco? Esta pregunta puede ayudarnos a desentramar una diferencia
fundamental, la diferencia entre la ética y la moral. Por un lado, estamos preguntando qué
debe hacer en función del conjunto de normas morales que Marco ha aprendido a lo
largo de su vida y en función del conjunto de normas de la institución (educativa, en este
ejemplo).
Las normas morales sirven para regular las prácticas de una comunidad, determinando lo
que esta reconoce como bueno y malo, como correcto e incorrecto, como justo o injusto.
Supongamos que la institución a la que asiste Marco no acepta o considera malo o
incorrecto que un alumno entregue un examen que fue realizado por un compañero como
si fuera propio. En este caso, Marco puede decidir no aceptar el ofrecimiento por temor a
la sanción que establezca la norma de la institución, o por temor a quedar expuesto ante
la comunidad. Pero también puede rechazarlo porque considera que no es correcto
engañar o mentir, ya no por temor a la norma o al juicio externo, sino porque lo que
considera bueno, correcto o justo es no engañar y no mentir. A Marco le podemos pedir
que nos explique por qué aceptó o rechazó el ofrecimiento, e implicaría una reflexión sobre
la acción (u omisión de acción) que la justifica. El plano de la justificación es el plano en el
que se desarrolla propiamente la reflexión ética.
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En el lenguaje corriente suele emplearse el término “ética” como equivalente al término
“moral". En medios intelectuales, y particularmente en los filosóficos y, desde hace algunos
años, en los políticos, se procura distinguir entre ambas expresiones, aunque es frecuente
que esto no pase de ser un propósito. Digamos que, si se atiende a la etimología, podrían
considerarse en efecto como equivalentes: “ética" deriva del vocablo griego “ethos", y
“moral” del vocablo latino “mos", que es la traducción de aquél. Pero, por una convención
bastante extendida, se tiende a ver en la "ética” la disciplina (la “tematización”) y en la
“moral”, lo “tematizado” (ejemplo, las costumbres, los códigos de normas, etc.). Sin
embargo, en razón de lo que se ha considerado antes, de la inevitable integración de la
“ética” en el ethos, nuevamente se acercan ambas significaciones, y se advierte que la
distinción no puede ser tan sencilla. (Pp. 18-19).
El concepto de ethos en su acepción latina, como moral, puede ser entendido como el
conjunto de las costumbres, valores y significaciones socialmente compartidos por una
comunidad que determinan normativamente el modo en que los sujetos que componen
esa comunidad deberían actuar, es decir, moral remite a morada. Es interesante prestar
atención al sentido que le da Aristóteles al término ethos, el cual responde al carácter, al
modo de actuar de cada sujeto, a lo más propio de cada persona, el modo de ser o carácter.
En este sentido, el ethos remite a una disposición subjetiva para la acción que requiere
una reflexión acerca de lo que cada sujeto considera bueno o malo, correcto e incorrecto,
justo o injusto. La distinción esencial sobre la que nos ocuparemos es aquella que se da
entre ético y moral. Prestemos atención a la observación del filósofo argentino Darío
Sztajnszrajber. Encontraremos las claves para comprender la distinción entre ética y moral:
Todo lo que hacemos está atravesado por un juicio valorativo. Antes que nada, incluso
antes de pensar, las cosas se nos presentan como buenas o malas. Cuando queremos
entender qué es el bien, buscamos, sin embargo, una explicación del bien que esté bien. ¿No
será que primero valoramos y después pensamos? (Sztajnszrajber en Matías, 5 de octubre
de 2017).
¿En qué sentido estos marcos normativos, el católico y el institucional, sirven como
justificación para la toma de decisión de Marco?
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incorrecto. ¿Es posible? Sí. Y este es el problema fundamental de la ética. Si bien
la moral funda un marco normativo para la acción, ¿la ética también debe ser normativa?
Marco ¿solo debe respetar la normativa de la intuición o además debe querer respetarla?
¿Debe respetar los principales valores del catolicismo, como “no mentir”, o debe desear no
mentir? Para que una acción sea ética, alcanza con que sea una conducta conforme a la
norma (o al deber).
¿Qué es la ética?
¿Qué es la ética? Para aproximarnos a una primera respuesta, debemos tener presente que
la ética está inscripta en el ámbito de la filosofía práctica. El hecho de destacar su
pertenencia disciplinar al campo de la filosofía constituye un punto central porque nos
permite anticipar aspectos clave de su significado. Como parte de la filosofía práctica, el
modo más corriente de definir la ética consiste en afirmar que se trata de una reflexión o
una indagación del ethos. Expresiones emparentadas con estas acciones (reflexionar o
indagar) suelen acompañar otras definiciones de la ética. Se pone de relieve que esta
disciplina de la filosofía práctica designa un esfuerzo por comprender y esclarecer el
hecho moral. Si quisiéramos ahondar más en el contenido de ese esfuerzo, deberíamos
decir que la pretensión fundamental de la ética es dilucidar (esclarecer) el entramado de
normas, valores, principios y creencias morales que rigen o regulan nuestra conducta y
las relaciones que entablamos con los demás. La ética está estrechamente relacionada con
la determinación de un espacio de examen respecto a la vida humana: no se hace ética si
se inhibe la capacidad de interrogar el sentido de nuestra existencia porque su punto de
partida es la experiencia del ser humano como sujeto reflexivo y capaz de crear un
saber de la praxis y para la praxis.
En nuestra vida cotidiana, nos encontramos constantemente ante la pregunta por el cómo
actuar y la justificación sobre el propio actuar. Se debe a que somos sujetos inscriptos en
un horizonte vital intersubjetivo, vivimos con otros sujetos, quienes tienen percepciones
subjetivas acerca de los que está bien y lo que está mal. Esta vida en comunidad
(communitas) es la que exige la reflexión sobre los hechos morales.
La realidad que configura el ethos nos rodea plenamente debido a que está presente en
nuestro obrar diario: puede expresarse, e incluso lo transmitimos en nuestras preguntas
sobre lo correcto o legítimo, sobre lo que está bien o mal, o sobre lo justo o lo injusto. De
cada una de estas manifestaciones del ethos, surgen temas, controversias y exploraciones
que pretenden servir de guía u orientación para llevar adelante proyectos de vida más
plenos y satisfactorios. Como es una dimensión constitutiva de la naturaleza humana,
estamos inmersos en el ethos de manera relevante y concreta, debido a que el hecho
moral atraviesa nuestras acciones, preferencias y decisiones. El ethos constituye una
realidad irreductible (independiente) a otras e ineludible para la comprensión de la
realidad.
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La ética nos sitúa en el ámbito de la reflexión filosófica de esta gran cantidad de cuestiones
que alberga el ethos como indagación o justificación no de una moral determinada, sino
del hecho moral en sí. El esfuerzo por esclarecer el ethos procura dar cuenta de esa fuente
clave de inspiración y elemento indispensable de comprensión de la actuación humana,
que es el fenómeno de la moralidad. Construir una fundamentación argumentada es una
tarea central del quehacer ético, y la variedad de manifestaciones del ethos en el tiempo y el
espacio equivale a un complejo intento por ofrecer un saber que les permite a las personas
crecer en el conocimiento de sí mismas.
Podemos repasar un punto abordado, cuando afirmamos que, aunque cada cultura posee
sus propios valores, costumbres y creencias morales, semejante tarea de la ética no se
circunscribe a una forma determinada de ethos, sino al escenario moral en su
especificidad, a un aspecto fundamental de nuestra existencia.
La ética se pregunta por aquello que es el bien. Muchas respuestas se han dado a esta
pregunta: el bien es la felicidad; el bien es actuar por deber; el bien es lo útil. La reflexión
ética, la tematización de lo ético, intentará determinar argumentativamente qué es el bien
y no hay una sola respuesta a la pregunta por el bien que funda la ética.
Moral: Conjunto de normas a partir de las cuales una comunidad forma sus valores.
Ética: Es el estudio o reflexión sobre la moral, sobre qué es lo bueno y cómo se
debe obrar.
Las normas morales que establecen la institución como la religión de Marco lo obligan a
no aceptar la oferta de su amigo. El principio de “no mentir” está explícitamente señalado
por el esquema de ambas instituciones (educativa y religiosa). Marco debe tomar una
decisión más fundamental, una que implica no solo que acate una norma, sino que
reflexione acerca del bien: ¿la verdad como bien moral se antepone a la responsabilidad
del cuidado de su propia familia en cuanto bien ético? Veremos aquí cómo la ética
implica una reflexión sobre la moral que funda un nuevo ámbito de investigación y
justificación que no siempre armonizará con la moral.
Pensemos juntos sobre el valor de la ética para la vida profesional. Retomamos el caso de
Marcos, sobre el cual no hemos dado una respuesta acabada. Marcos quiere ser abogado y
este hecho no es menor para la resolución de su dilema ético. Te proponemos leer el
artículo en el que se analiza la ética profesional de abogados y sociólogos. Esto ayudará a
reconocer, por un lado, concepciones éticas de profesiones distintas y argumentos éticos y
morales, y por otro lado, a tener un primer acercamiento al concepto de deontología.
Presenta los elementos fundamentales para comprender cómo se liga la ética a la práctica
profesional.
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La característica esencial que distingue a la ética profesional es que rescata y pone al día el
sentido y la razón de ser de las profesiones. En el caso de las profesiones, la capacidad
humanizadora de la ética profesional se traduce en proporcionar a la sociedad los bienes
y servicios que contribuyan al logro de una vida digna y plena. Considero que esta ética
es la expresión de una racionalidad que dota de sentido el quehacer profesional, porque
no pierde de vista los bienes intrínsecos que le dan razón de ser a la profesión. La ética
profesional busca que cada profesión proporcione los bienes y servicios propios de su
profesión que justifican y legitiman su existencia como grupo profesional en la sociedad
moderna.
¿Cuáles son los rasgos principales de la ética profesional y cómo complementa a los códigos
deontológicos? Los códigos deontológicos son generalmente resultado de los colegios o
las asociaciones de profesionistas que se agrupan como colectivo para realizar acciones
conjuntas, debatir y definir o también reglamentar aspectos sustantivos de la profesión,
así como ejercer el control y el monopolio del ejercicio profesional. Estas agrupaciones se
dotan a sí mismas de un conjunto de normas y deberes éticos que se proponen regular la
conducta y el ejercicio profesional que representan.
De acuerdo con Hortal (2002), la ética profesional, como ética filosófica, ofrece a estos
códigos deontológicos un horizonte amplio en donde pueden encontrar principios y
criterios para reflexionar racionalmente los aspectos éticos de cada profesión en
particular. La importancia de estos principios es que son justamente los que le permiten a
la ética profesional recuperar el sentido del quehacer profesional. Estos principios son: el
de beneficencia, el de autonomía, el de justicia (Hortal, 2002).
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La formación ética en la Universidad no debe reducirse a los códigos deontológicos de cada
profesión, la ética profesional además de centrarse en el comportamiento ético, se propone
formarlo en un horizonte ético mucho más amplio: en el sentido social y en la razón de ser
de la profesión.
Los valores son un filtro que posibilita que la ética profesional no se imponga como una
coerción externa del colectivo profesional, involucran el reconocimiento y la identificación
del profesionista con esos valores que dotan de significado el ejercicio profesional.
La visión de los valores de González-Anleo (pp. 237-238) establece que son “maneras de ser
y de obrar que una persona o colectividad juzgan como ideales y que hacen deseables o
estimables a los individuos o a los comportamientos a los que se les atribuye ese valor”.
Considero que los valores profesionales que comprende y promueve esta ética representan
algún modelo o prototipo de profesión que se pretenden alcanzar y dotan de significado al
ejercicio profesional. Son altamente valorados y tienen impacto en el comportamiento y
en el quehacer profesional por las cualidades humanizadoras que encierran. Cabe señalar
los aspectos que comprenden los valores del compromiso y de la responsabilidad
profesional.
En relación con el compromiso, Hortal (2002) precisa que, en principio, todo profesional
que adquiere los conocimientos y las competencias profesionales también adquiere el
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compromiso de prestar a la sociedad el servicio o bien que le compete y por el cual está
formado y preparado profesionalmente.
Este valor es esencial para que el profesionista anteponga los bienes intrínsecos de la
profesión por encima de los bienes extrínsecos como el dinero, poder, prestigio, estatus,
etc., los cuales se adquieren también a través del ejercicio profesional. Este compromiso
ético es inherente a la profesión.
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tomar decisiones, fortalece el criterio y el juicio propio y constituye el soporte del
comportamiento solidario con los más necesitados.
Los códigos deontológicos de cada profesión se nutren del horizonte que ofrece la ética
profesional.
Reflexión abierta
Que Marco decida implicará, por un lado, que reconozca, encarne y se inserte en normas
morales que rigen las acciones en la comunidad a la que pertenece. Pero la reflexión
propiamente ética implicará que Marco pueda justificar su acción con base en lo que
considere como el bien (lo correcto, lo justo, lo útil). Si pensamos en alguno de los valores
que establece el código de ética profesional de los abogados (en el caso del artículo),
honestidad, probidad, rectitud y sinceridad, tendremos una respuesta, al menos provisoria,
al dilema de Marco: no aceptar la ayuda de su compañero, estaría incumpliendo todos los
principios éticos con los cuales se comprometerá en su práctica profesional.
Marco no aceptará la oferta. Se quedará con una materia sin rendir, realizará el examen
para el cual se siente más preparado. Regresará a su casa y le comentará a su esposa que se
retrasará un trimestre más en la carrera, debe recusar la materia que no rindió. Pero esta
acción ética no hace sentir a Marco más feliz ni presenta alguna utilidad. En este sentido,
ante la angustia de su esposa, Marco se pregunta si tomó la decisión correcta.
Como sostiene Maliandi (2009), podemos hablar de ethos en dos sentidos: uno prerreflexivo
y uno reflexivo. En el primero nos encontramos con la normatividad pura, no cuestionada
aún, la conducta ajustada a determinadas normas y las maneras de juzgar dicha conducta,
especialmente cuando ésta se aparta de aquellas normas (Maliandi, 2009, p. 43). Pueden
incluirse aspectos de la predica moral, a pesar de que la misma no puede permanecer en el
ámbito de la pura normatividad y nos va a conducir indefectiblemente a la reflexión:
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La actitud de “pedir consejo", ejemplo, porque, aunque se conocen las normas, no se sabe
cómo aplicarlas a tal situación concreta (o porque no se sabe cuál norma habría que aplicar
ahí), y, sobre todo, la actitud de brindar ese consejo solicitado son actitudes que van
necesariamente acompañadas de un tipo de reflexión que podemos llamar “reflexión
moral”. (Maliandi, 2009, p. 43).
Reflexión moral: Preguntas del tipo: “¿Debo hacer X?”. La actitud de “pedir consejo”,
ejemplo, porque, aunque se conocen las normas, no se sabe cómo aplicarlas a tal
situación concreta (o porque no se sabe cuál norma habría que aplicar ahí), y, sobre
todo, la actitud de brindar ese consejo solicitado son actitudes que van
necesariamente acompañadas de un tipo de reflexión que podemos llamar “reflexión
moral”. (Maliandi, 2009, p. 47).
Ética normativa: Preguntas del tipo: “¿Por qué debo hacer X?”. Un segundo nivel está
constituido por las reflexiones que es necesario desarrollar cuando no nos
conformamos ya con saber, o con decir, qué se debe hacer, sino que nos planteamos
la pregunta “por qué”, y tratamos de responderla. Se toma conciencia de que la
reflexión no sólo es ineludible, sino también hay que desarrollarla racional y
sistemáticamente. Ese desarrollo equivale ya a una “tematización”. Entramos ya en
la “ética”. (Maliandi, 2009, pp. 47-48). Pero se apela a la razón, a los argumentos en
favor o en contra de normas. Consciente o inconscientemente, en este nivel de
reflexión se hace filosofía práctica, ética.
Metaética: Preguntas del tipo: “¿Está bien planteada la pregunta anterior?” (y “¿por qué
sí o por qué no?”). Un tercer nivel es el de la “meta- ética” un tipo de reflexión que
analiza el significado y el uso de los términos morales. La metaética constituye un
“meta- lenguaje” con respecto al lenguaje normativo. En principio pretende ser ya
una reflexión no-normativa, sino “neutral”. (Maliandi, 2009, p. 48).
Ética descriptiva: Preguntas del tipo: “¿Cree A qué debe hacer X?” (donde A puede ser
un agente individual, un pueblo, una cultura, un grupo religioso, etcétera). Se
intenta, simplemente, describir la “facticidad normativa". No se toma posición
respecto de si algo está “bien” o “mal”, ni si “se debe” o “no se debe” hacer. Sólo se
dice cómo es; se investiga qué se cree que se debe hacer, se comprueba cómo se
comportan los seres humanos. No es una labor filosófica, sino “científica”: es parte
de la labor de la antropología, o de la psicología, o de la sociología, etc.”. (Maliandi,
2009, p. 48). La ética descriptiva presenta la característica de ubicar al sujeto de
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reflexión en un lugar de imparcialidad respecto de los valores que está
describiendo. Esta distancia le permite al sujeto describir con objetividad la
“facticidad normativa” de una cultura particular, como hace, ejemplo, un
antropólogo. Tiene un carácter científico.
Vamos a analizar el dilema ético que se le presenta a Marco. ¿Qué decisión ha tomado?
¿Cómo se justifica esta elección?
Recordemos: Marco, estudiante de Abogacía del último año, realiza una pasantía en un
estudio jurídico, tiene esposa (desempleada) y hijo pequeño. Le quedan pocas materias por
rendir y desde el trabajo le proponen que se reciba pronto y será contratado. Marco estudia
para dos finales, pero no logra encontrarse en buenas condiciones para rendir ambos
exámenes el mismo día. Si Marco no rinde los dos, quedará libre, con lo cual su posible
recibida se dilatará unos meses más, ya que tendrá que recursar. Un amigo, al escuchar el
relato de Marco, le ofrece realizarle uno de los dos exámenes a cambio de una módica
retribución económica. Después de pensar en las posibles consecuencias, en las normas de
la institución y en los preceptos del cristianismo, Marco decide no aceptar la oferta, realizar
un solo examen y aceptar que el tiempo de la carrera se extenderá indefectiblemente.
Aunque sabe que hizo lo correcto, nuestro personaje no se siente mejor. Marco ya eligió
entre mentir o no mentir, uno de los dilemas más habituales en nuestra vida cotidiana.
A partir de los enunciados, determinaremos qué tipo de reflexión está operando en la toma
de decisión de Marco y comprenderemos el nivel de profundidad reflexivo al que podemos
apelar para ayudar a Marco a justificar su decisión.
¿Por qué no mentir en este caso? Marco es un buen estudiante, la mentira en este
caso sería solo una ayuda, no una calumnia. También se pone en juego su situación
familiar compleja. Marco piensa que, si todos actuáramos mintiendo, entonces no
podríamos distinguir entre lo bueno y lo falso, todos actuarían con base en sus
propios intereses.
El concepto de mentira se pone en juego: ¿qué es mentir? ¿Cuál es la diferencia de
grado entre una mentira que implica un embuste y una mentira que implica proteger
a una persona de una verdad dolorosa? ¿Qué significa mentir en el contexto de los
estudiantes?
Un amigo de Marco intenta calmar su angustia explicándole lo que leyó en un
artículo académico en el que se afirmaba que los valores a los que apeló son un
contrato social que en otras culturas son más flexibles; ejemplo, los japoneses son
incapaces de mentir en un examen, mientras que los argentinos mienten con mayor
frecuencia en situaciones en las que no son observados o en situaciones que
presentan consecuencias nulas o moderadas.
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Desde chicos sus padres le enseñaron que no hay que mentir. Los niños que mienten
no son niños buenos. Dios inculca la honestidad por sobre la mentira y mentir está
mal.
Reflexión moral: Desde chicos sus padres le enseñaron que no hay que mentir. Los
niños que mienten no son niños buenos. Dios inculca la honestidad por sobre la
mentira y mentir está mal.
Reflexión ética: ¿Por qué no mentir en este caso? Marco es un buen estudiante, la
mentira en este caso sería solo una ayuda, no una calumnia. También se pone en
juego su situación familiar compleja. Marco piensa que, si todos actuáramos
mintiendo, entonces no podríamos distinguir entre lo bueno y lo falso, todos
actuarían con base en sus propios intereses.
Metaética: El concepto de mentira se pone en juego: ¿qué es mentir? ¿Cuál es la
diferencia de grado entre una mentira que implica un embuste y una mentira que
implica proteger a una persona de una verdad dolorosa? ¿Qué significa mentir en el
contexto de los estudiantes?
Ética descriptiva: Un amigo de Marco intenta calmar su angustia explicándole lo que
leyó en un artículo académico en el que se afirmaba que los valores a los que apeló
son un contrato social que en otras culturas son más flexibles; ejemplo, los japoneses
son incapaces de mentir en un examen, mientras que los argentinos mienten con
mayor frecuencia en situaciones en las que no son observados o en situaciones que
presentan consecuencias nulas o moderadas.
Ante la angustia de nuestro personaje, queda preguntarnos sobre los costes de la reflexión
ética. En primer lugar, lo que debemos comprender es que la elección ética requiere
siempre una justificación. La reflexión moral abre el juego a la reflexión ética porque
desde allí iniciamos el camino reflexivo-crítico. El primer paso implica un
cuestionamiento o un reconocimiento de que los preceptos normativos de toda moral son
rígidos, guían nuestra conducta a partir de una regla para la acción que debe ser respetada
con independencia de la situacionalidad particular y el sujeto que vive esa situación. La
acción moral no implica una elección autentica, sino más bien una elección secundaria que
se basa en una elección previa: la elección del esquema moral por el que guiaremos
nuestras conductas.
La elección es el proceso a través del cual se constituye el sí mismo. Por medio de cada
elección, el individuo participa de lo general, de lo propiamente ético, y está en
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comunicación intersubjetiva con los demás, frente a la cuales asume una responsabilidad.
Cada elección en el proceso de socialización prepara el camino hacia una vida buena. Se
trata de un proceso continuo de apropiación de la vida ética como decisión libre del
individuo. La elección ética tiene una doble función: con el acto de la elección se describe
tanto el proceso ininterrumpido de la formación individual, la elección en general
(primera función), así como el momento en el que la elección toma la forma de un acto a
través del cual el individuo se decide activamente por una forma concreta de vida y a
partir de dicha base se relaciona positivamente consigo mismo y con el mundo (segunda
función). (Muñoz Fonnegra, 2010, p. 84).
Victoria Camps, en una entrevista para BBVA, reflexiona: “No hay una fórmula para aprender
a ser feliz, la vida buena (en qué consiste la felicidad) es un esfuerzo constante del individuo. Se
deben convertir las emociones en sentimientos que deben ser cultivados, o que no deben ser
cultivados”.
La persona para tomar decisiones debe atender al derecho vigente, derecho positivo o
impuesto, y sobre todo a las convicciones morales imperantes o derecho natural, pero
además saber qué valores y derechos tiene que respetar. Estamos frente a la filosofía moral
o moral crítica. El derecho positivo es impuesto. El natural no: está en la conciencia del
hombre. La Moral y la Ética, como dice Cortina, no es invento de filósofos, acompañan a la
vida de los hombres desde siempre, no es derecho positivo, sino natural.
La moral debe ser entendida como una capacidad universal propia de todos los seres
humanos y producto de la evolución, capacidad de diferenciar lo bueno y lo malo, como
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dice Ayala, de hacer juicios morales para distinguir claramente entre lo reprochable y lo
que no lo es. La moral puede decirse que es una manifestación de la autonomía. Es la ley
quien define el bien y el mal. El sentimiento parece ausente en esta concepción ordenada y
pragmática de la moral”.
Esto pone de manifiesto la importancia de distinguir la moral de las normas morales o los
códigos morales que son “las normas con arreglo a las cuales decidimos que una acción es
’buena’ o ‘mala’. Como las lenguas, no son producto de la evolución biológica, sino de las
tradiciones sociales y religiosas”. Son normas heterónomas, impuestas, derecho positivo.
La moral es derecho natural, mientras que las normas morales son positivas. Esta idea es
reforzada por el planteamiento sobre el origen de la moralidad como valores, principios y
códigos morales que “son creaciones humanas incorporadas a nuestras instituciones sociales y
legales, que sirvan para regular las relaciones de unos con otros”.
Los seres humanos que forman una sociedad han de elaborar por necesidad un código
moral que, con modificaciones más o menos importantes, sea transmitido de generación
en generación. En las primeras fases de la vida se nos enseña un conjunto de valores y
deberes que pueden quedar incorporados a nuestra forma de pensar hasta tal punto que
estemos en la falsa creencia de que representan verdades eternas.
El origen de la moral
Sobre el origen de la moral, dice Waal, que básicamente hay dos corrientes de pensamiento:
una considera que la moralidad es una innovación cultural propia de la especie humana.
No considera las tendencias morales como propias de la naturaleza humana. Son una
elección, pero en el fondo no somos verdaderamente morales. Es La Teoría de la Capa De
Waal originada en las ideas de Thomas Henry Huxley: “La moralidad es un revestimiento
cultural, una fina capa que oculta una naturaleza egoísta y brutal”.
En medio de las dos concepciones extremas, dice De Waal, hay una visión integral que
incluye a los animales y los humanos; a la evolución y a la cultura. Es el rompimiento de la
cultura dualista cuyo representante fue Edward Westernmarck (1862-1939) que rescata una
tradición filosófica fundamentada en la moralidad como esencia misma y deseo natural
de los seres humanos. Son de la esencia de la moral innata las emociones retributivas que
van más allá del ajuste de cuentas e incluyen actitudes y acciones positivas como la gratitud
y la colaboración.
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Una perspectiva actual del origen de la moral concibe nuestra psicología moral como un
instinto, una capacidad, producto de la evolución, que posee toda mente humana y que de
manera inconsciente y automática genera juicios sobre lo que está bien y lo que está mal.
Lo que permite entender mejor por qué algunos de nuestros comportamientos y decisiones
se considerarán siempre injustos, permisibles o punibles, y por qué algunas situaciones nos
conducirán a pecar a los ojos de una sensibilidad impuesta por la ley, la religión y la
educación.
Existe una gramática moral con la cual nacemos y el medio ambiente influye, pero no
hace nada sin la base innata. Los juicios morales no proceden de la religión, la familia, el
Estado u otras instituciones, es un instrumento milenario de supervivencia heredado que
ha permitido que la sociedad progrese.
Hauser sostiene que existen unos universales morales que rigen en los humanos las
decisiones y juicios, para distinguir el bien y el mal. Estos principios morales universales
se ubican en un espectro:
Con esta misma orientación otros autores han argumentado que los seres humanos
nacemos con habilidades rudimentarias, como la empatía, que son los cimientos de
nuestra inteligencia moral. Nuestro hardware moral está instalado a priori y las actuaciones
llegan en línea, con rapidez asombrosa. Veamos qué ocurre con nuestro software moral, el
contenido de la brújula moral que nos guía para tomar decisiones morales. Si dos
personas comparan su software moral, encontrarán que una parte de él es idéntica,
mientras que otros aspectos son específicos, se relacionan con la cultura o familia en que
crecimos.
Si nacemos con dispositivos morales a los cuales la educación y la cultura les dan contenido
es importante recordar qué es la cultura y la educación.
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La cultura debe ser “entendida no como un mero epifenómeno de la vida económica y social, sino
como realidad autónoma, hecha de ideas, valores estéticos y éticos, y obras de arte y
literarias que interactúan con el resto de la vida social y son a menudo, en lugar de reflejos,
fuente de los fenómenos sociales, económicos, políticos e incluso religiosos”.
Todos los grupos de personas tienen sus propios estilos de vida, sus maneras de vivir
juntos, el diseño total de vida transmitido, mediante el aprendizaje de generación en
generación y que tiene elementos comunes llamados por Brown “universales humanos”
entendidos como valores específicos y creencias comunes en todas o la gran mayoría de
las culturas.
El origen de los elementos universales, dicen Gelles y Levine, ha sido duramente debatido,
pero los científicos sociales están de acuerdo en que todas las culturas tienen seis
elementos principales:
El ser humano puede desarrollar toda su capacidad moral. Ese desarrollo está en función
de la educación con el significado más amplio de sus posibilidades: educación formal,
educación para el trabajo y el desarrollo humano, y la educación informal. Los valores se
fortalecen y definen, mediante una continua interacción con los otros, para fortalecer la
identidad personal, adquirir habilidades profesionales y personales para la vida y la
convivencia. La Educación “es un proceso de formación permanente, personal, cultural y
social que se fundamenta en una concepción integral de la persona humana, de
su dignidad, de sus derechos y de sus deberes”.
“Toda la evidencia acumulada en las últimas décadas indica que los valores asumidos por los
individuos humanos son el resultado de la combinación de tendencias innatas y aprendizaje.
La mayor parte, con gran diferencia, se adquiere por observación y adoctrinamiento por parte
de otros miembros del grupo cultural. Pero parece que los individuos varían mucho en su
capacidad de asimilar las normas morales de su grupo. Esta capacidad innata para adquirir
normas éticas y adoptar conductas éticas es la contribución crucial de la herencia”.
El comportamiento moral
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En la función de fundamentación de la ética está la respuesta a la pregunta: ¿por qué nos
comportamos moralmente? Muchas respuestas se han dado y se pondrán en evidencia las
que sustentan el origen innato de la Moral:
El origen del sentimiento moral, sin embargo, es empírico y natural, aunque luego medie
el “artificio” para mejorar y fortalecer ese sentimiento de empatía que, como afirma Adam
Smith, es experimentado por todos los seres humanos.
Como se ha dicho que estamos irremediablemente condenados a ser libres, puede decirse
que estamos predispuestos a ser morales: Todos los hombres son inevitablemente
morales, pero no son iguales a lo largo del tiempo y a lo ancho de las culturas los
contenidos de esa moralidad, se suceden los personajes admirados por las generaciones
(el héroe, el santo, el sabio), como expresión acabada de nuestras más íntimas aspiraciones.
Estamos obligados como seres humanos, dice Cortina, a comportarnos moralmente, por
estar dotados de una estructura moral o “protomoral”, que debe distinguirse de la moral
como contenido. Todo ser humano por tener esa estructura es constitutivamente moral y
puede actuar de forma correcta o incorrecta ante determinadas concepciones del bien, pero
estructuralmente hablando, no hay ninguna persona más allá del bien y del mal.
El sentido moral además de ser innato también se perfecciona con la cultura, porque a
juicio de Changeaux la evolución ha permitido afirmar que el hombre no solo tiene el
“sentido moral”, sino todas las predisposiciones de la evaluación moral para la
deliberación ética, la capacidad de representación, la función de atribución que concierne a
los demás y a sí mismo (al otro como a sí mismo), y finalmente la función de evaluación. La
empatía desde tiempos inmemoriales se desarrolló mediante la selección de aquellos
genes dados al reconocimiento de las emociones y estados de ánimo de los demás. Esto
suponía, en las sociedades primitivas, una ventaja a la hora de cuidar a los niños y de
criarlos. Ante un bebé que no puede hablar, hay que utilizar la empatía para imaginar qué
necesita. Tener más empatía debió de suponer ser mejores padres: identificar si el niño
sufría, estaba triste, tenía hambre, o frío; interpretar sus estados emocionales y cuidarlo
mejor. Y cuando un niño está mejor cuidado, sobrevive y perpetúa los genes de sus padres.
Esto explicaría que la empatía acabara desembocando en una ventaja evolutiva.
La aptitud moral
Las aptitudes son las capacidades que las personas tienen para realizar o ejecutar una
acción. Esas aptitudes son físicas y psicológicas. Dice De las Heras que existen aptitudes
innatas, que desde el nacimiento las personas están especialmente dotadas para
destacarse en diferentes ámbitos como el físico, deportivo, artístico, social, intelectual, pero
deben desarrollarse y la cultura juega en ese desarrollo un papel fundamental.
Una de las más importantes manifestaciones de la dotación moral de los seres humanos es
el altruismo. “En Psiquiatría, el término altruismo está muy ligado a los conceptos de ética y
17
moral, constituyendo, como afirmaba Freud, la base principal para lograr el desarrollo de los
intereses de la comunidad”. La empatía como una expresión de la moralidad innata se
expresa en el altruismo, término que fue acuñado por Augusto Comte durante la primera
mitad del siglo XIX para designar el sentimiento de preocupación por los demás y los
comportamientos de dedicación y entrega a los otros.
La empatía tiene 3 órdenes o niveles: “…la empatía de primer orden (sentir impulsivamente
lo que el otro concreto y singular siente), la de segundo orden (comprender circularmente lo que
otros sienten) y la de tercer orden (captar racio-afectivamente lo que otros sienten –sus roles,
expectativas, anhelos, etc.,-para desde ahí alcanzar una valoración inteligente”.
Se ha demostrado que lo moral existe desde la cuna y se manifiesta hasta en los horrores de
los campos de concentración. Hay imperativos morales dice Vélez que han permitido a la
especie humana tener el éxito que tuvo, y que tiene como especie.
Los códigos morales de todas las culturas, dice Brown, incluyen valores morales que
subyacen en todos nosotros, reconocen la responsabilidad, la reciprocidad, la empatía y en
general toda la humanidad tiene en común una brújula moral universal. “Cada cultura
puede expresar esos valores de manera diferente, pero el sentido subyacente de lo moral es siempre el
mismo”.
Esa aptitud moral se expresa en la inteligencia moral que “es nuestra capacidad mental de
determinar de qué manera los principios humanos universales, aquellos que se consideran la
‘regla de oro’, deberían aplicarse a nuestros valores personales, metas y acciones”. Esa
capacidad de los seres humanos de hacer inteligencia estratégica, de saber dónde estamos,
para dónde vamos y cuándo queremos llegar permite plantearse una misión, una visión a
partir de lo que según Lennick y Kiel son los principios básicos o esencia de la inteligencia
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moral: la integridad como capacidad de armonizar la conducta con principios humanos
universales, de hacer lo que se sabe correcto y actuar, según los principios y creencias; la
responsabilidad como capacidad de asumir las consecuencias de los actos y de asegurar
que los actos estén de acuerdo con principios humanos universales; la compasión como
capacidad de preocuparse por otras personas y expresar respeto por los demás y el perdón
expresión de tolerancia hacia los errores, flexibilidad y capacidad de comprometernos
para promover el bien común.
La propuesta de Cadena
Cadena, con visión evolucionista, hace una propuesta sobre el origen de la moral: La
capacidad para adquirir una moral, cualquiera que sea, es innata y pudo adquirirse tiempo
antes de ser utilizada en gran medida (de manera semejante a como ocurrió con el
lenguaje), sin tener un mayor o menor valor selectivo. Una vez que comenzaron los
conflictos entre grupos de Homo sapiens, fue seleccionada por su gran capacidad para
aumentar la eficacia del combate frente al otro grupo: el impulso a adquirir una moral
específica haría que los Homo Sapiens buscaran elementos de unificación del grupo para
que éste fuera más exitoso frente a otros grupos.
Esta propuesta defiende en los seres humanos su capacidad genética para estar
programado para ser morales, se puede resumir en “el fin de la capacidad innata para
adquirir una moral, culturalmente elaborada, probablemente fue el de aumentar la
capacidad combativa del grupo que poseía una moral”.
Cadena sostiene que dos capacidades innatas del Homo sapiens fueron la tendencia a
adquirir una moral, y la capacidad de exclusión, las cuales estuvieron silenciosas durante
muchos años. Los conflictos potenciaron, por una parte, la moral con lo cual se impedía
matar a miembros del grupo y se estableció la cooperación; por la otra, la tendencia a la
exclusión para penalizar a los asesinos de compañeros y traidores. Acogerse a la moral
del grupo y excluir a quienes se alejaran de esta fue la estrategia. “…la violencia fue el motor
primordial de nuestra evolución…”.
¿Para Cadena cómo se adquiere la moral? Cadena y Hauser consideran que nacemos
dotados de la competencia o capacidad para adquirir una moral, pero los planteamientos
de los dos investigadores tienen su diferencia. Hauser dice que en la competencia moral es
la educación la que gradúa los parámetros y guía hacia la adquisición de sistemas
morales particulares; el sistema moral se adquiere con la educación, con las variaciones
propias de cada cultura. Para Cadena el vehículo de apropiación no es la línea del
razonamiento: “…una moral particular se adquiere a través de la fe. Tal vez no hay otro camino
para adquirir una moral. […] la argumentación no sería suficiente para hacerme adherir a una moral
particular. Solo la creencia, solo la fe, me permitiría adherirme a una u otra moral. Los
argumentos vendrían después”.
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Esta tesis de Cadena ni deshecha, ni desprecia el papel de la educación; más bien que le da
un papel catalizador o fertilizante para el florecimiento a una idea, a una creencia que si no
existiera, no habría argumento alguno que permitiera a los humanos la apropiación del
sentido de lo bueno y de lo malo. Desde luego que la educación es muy importante, pero no
es lo único: estamos dotados del “germen” moral, condenados a ser morales. La moral
primero, como principio, como idea innata; después el razonamiento, la educación como
proceso que la fortalece.
Existen dos modos de comprender el origen de nuestras conductas morales: la innata, que
supone que la moralidad es una esencia natural del ser humano, y la adquirida, que
afirma que la moralidad es una construcción cultural. La empatía es el sentimiento en el
cual fundan el rasgo natural de la moralidad aquellos que afirman que esta es innata.
Dejamos abierto el interrogante acerca de la contradicción entre una vida ética y la felicidad
retomando la cita: “Una norma puede ser legamente válida, pero moralmente injusta”
(Molina Ramírez, 2013, p. 91), que puede ser reformulada: “Una acción puede ser
moralmente correcta pero éticamente injusta”.
Justo medio
Nos centraremos en un concepto central de la ética aristotélica: el justo medio. A partir de
la pregunta sobre el fin de la acción moral y sobre qué es la felicidad, Aristóteles plantea la
prudencia como el carácter necesario para encontrar el punto medio entre los extremos a
los que puede tender el carácter.
La acción y la deliberación
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tienden al bien y que, por lo tanto, para obrar correctamente es necesario conocer el bien
en cuanto idea, será puesta en cuestión por Aristóteles. No hay en Aristóteles una idea de
bien sino que cada ciencia, cada arte y cada acción guardará una relación particular con el
bien al que tiende. Podemos afirmar que el bien se dice de muchos modos. El fin de la
medicina es la salud; el de la construcción naval, el navío; el de la estrategia, la victoria, y el
de la ciencia económica, la riqueza.
La Ética nicomáquea afirma que toda acción humana tiende a un fin, es por naturaleza
teleológica: el fin que se busca es el bien particular (Aristóteles, 1988). “El bien es aquello
hacia lo que todas las cosas tienden” (Aristóteles, 1988, p. 129). Existen bienes a los que
tienden las acciones que presentan un carácter instrumental; son medios para alcanzar
otro bien, como en el caso de la buena alimentación como medio para lograr la salud.
Aristóteles (1988) establece una diferencia fundamental entre fines que son medios y
aquel fin que lo es en sí mismo. Este fin último, que no será medio para alcanzar otro fin,
sino que será el fin al que toda acción tiende por naturaleza, es la felicidad. Cada acción
tiende hacia un bien particular. Del mismo modo, cada agente moral tenderá hacia una
concepción de felicidad particular. ¿En qué sentido puede pensarse la felicidad como un
fin último al que toda acción tendería?
Para comprender con claridad esta distinción entre la búsqueda del bien como
instrumento y el bien en sí mismo, la felicidad, es necesario comprender la
sistematización del conocimiento discursivo de Aristóteles. El filósofo griego distingue
tres tipos de saberes: el productivo, el práctico y el teórico, que se puede resumir:
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A partir de esta distinción de saberes, Aristóteles (1988) afirma que la ética no es, ni puede
ser, una ciencia del bien universal, sino una reflexión práctica cuya pretensión es
determinar el modo en que los hombres pueden lograr la felicidad. La ética versará sobre
la acción humana, sus hábitos y los caracteres que la fundamentan.
El hecho de afirmar que cada cosa tiende a un fin determinado implica que, si el objeto o la
acción no cumplen con su propio fin, diremos que no es bueno. El filósofo griego lo
ejemplifica con el cuchillo. Un cuchillo tiene por naturaleza el fin de cortar; por lo tanto, un
cuchillo que no sirva para cortar no será un buen cuchillo, no cumplirá virtuosamente con
su finalidad.
En este sentido, la ética aristotélica busca examinar la acción humana virtuosa en cuanto
capacidad o excelencia propia de una actividad humana. El hombre, como el cuchillo,
tiene un fin que le es propio, el buen vivir: si sus actos tienden a ese fin, entonces, dirá
Aristóteles (1988), es un hombre virtuoso.
Eudaimonia
En este sentido, la acción de Marco parece conducirlo a la felicidad, él obra de acuerdo con
el bien, ya que elige virtuosamente y con coraje no obrar embusteramente al copiar en el
examen y enfrentarse a las dificultades de las consecuencias de sus actos. Pero volvamos al
asunto: ¿qué debemos entender por felicidad y por acción moral en este marco ético? ¿Por
qué nuestro personaje no parece feliz?
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Eudaimonia es la plenitud de la vida humana. La pregunta fundamental de Aristóteles
es: ¿cómo lograr una vida realmente plena, buena? (García Marqués, en Sociedad de
Filosofía de la Región de Murcia, 3 de abril de 2018).
Pero es importante tener presente que, para su investigación, Aristóteles busca respuestas a
interrogantes tanto de carácter universal (¿qué significa vivir de la mejor manera?), porque
procura establecer principios prácticos universales, como de carácter particular (¿qué
decidir en esta situación?), que se instalan frente a hechos o acontecimientos puntuales de la
vida y son parte esencial de aquella reflexión universalista.
Virtud
Aristóteles recurre a la idea de hábito, disposición o modos del carácter para lograr una
definición de virtud. Considera que las virtudes éticas requieren ejercitarse mediante la
práctica, para cultivarse deben ser objeto de entrenamiento o aprendizaje: debemos
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aprender a comportarnos virtuosamente y exige experiencia y tiempo. Un elemento
central es la repetición de ese obrar recto hasta transformarlo en hábito.
Vemos en el esquema cómo puede trazarse el justo medio entre el exceso y el defecto o
falta.
Los buenos hábitos reciben el nombre de virtudes, y los malos hábitos, el de vicios. La
virtud consiste en escoger el justo medio entre dos extremos, que son el exceso y el
defecto, y se consideran vicios. El justo medio nos revela que los buenos hábitos están
ordenados o regulados por la recta razón que encauza los deseos-impulsos bajo su
dominio y procura encontrar el equilibrio-mesura. Ej. La disposición intermedia entre la
cobardía (defecto o falta) y la temeridad (exceso) es la valentía (término medio).
No somos justos por naturaleza, sino que alcanzamos la virtud de la justicia (en este caso,
una virtud moral) cuando actuamos de manera justa una y otra vez, hasta que esa forma
de actuar se convierte en un hábito, en una “disposición habitual de nuestra voluntad”, que
llega a integrarse prácticamente como una segunda naturaleza en nuestra manera de ser.
(Ruiz Trujillo, 2015, p. 112).
La acción moral requiere por un lado, que la conducta sea buena pero, además, que el
sujeto moral sea conciencie de la elección acción que está llevando a cabo.
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situación: presión por el estudio, situación de su esposa, el cuidado de su hijo, la necesidad
del trabajo. Si pedimos a Marco que examine la acción particular de no mentir o no sacar
ventaja de una situación, es probable que nuestro personaje acepte el hecho de que actuó a
sabiendas, de modo deliberativo y movido por la disposición a actuar por el bien, lo
bueno, lo justo, antes que por el mal, el engaño y la injusticia.
La acción moral que persigue la vida virtuosa no implica una satisfacción inmediata en
cada acto, sino una constante formación del hábito, una educación en la elección del justo
medio que nos dispondrá a obrar correctamente. Como recuerda Garcés Giraldo,
Aristóteles consideraba que es, por lo tanto, “ese modo de ser que nos hace capaces de
realizar los mejores actos y nos dispone lo mejor posible de acuerdo con la recta razón”
(Garcés Giraldo, 2015:129).
Podríamos concluir con que la virtud es un hábito que formará nuestro carácter, uno que
debe estar predispuesto para la virtud, inclinándose hacia lo que es noble y rechazando el
vicio.
Carácter
Pondremos en funcionamiento los conceptos de virtud, carácter y felicidad a la luz de
lecturas actuales, como las de Adela Cortina y Victoria Camps, que actualizan la ética
griega para pensar una ética de la virtud que nos permita tratar problemáticas de
actualidad. El eje de esta lectura estará puesto en la noción de carácter y la de formación.
Nos hemos preguntado por la relación entre la felicidad y la buena vida, y respondimos,
junto a Aristóteles (1988), que la vida buena es aquella que busca la felicidad, y que esta
solo se alcanza mediante el ejercicio de un carácter virtuoso apoyado en la prudencia.
Este esquema filosófico nos sirve para profundizar y dar respuesta a la pregunta inicial.
¿Acaso Marco no ha obrado correctamente y por ello no alcanza la felicidad? ¿Es la felicidad
verdaderamente alcanzable mediante los actos morales correctos?
Victoria Camps nos dice: La ética no solo es un conocimiento de lo que se debe hacer, de
lo que está permitido o prohibido, sino también un conocimiento de lo que es bueno
sentir. También la ética es una inteligencia emocional. Llevar una vida correcta,
conducirse bien en la vida, saber discernir, significa no solo tener un intelecto bien
amueblado, sino sentir las emociones adecuadas en cada caso, porque si el sentimiento
falta, la norma-deber se muestran como algo externo a la persona, vinculado a una
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obligación, pero no como algo interiorizado e íntimamente aceptado como bueno y justo.
(2011, p. 16).
Esta es la razón por la cual debemos tener presente que la formación ética es un ejercicio
constante que una persona debe poner en práctica hasta que se habitúa o
está dispuesta a actuar virtuosamente. Recordemos que el concepto de ethos conservaba en
sí este doble sentido: el de costumbre o hábito y el de carácter. Pensar la formación ética
era una de las principales preocupaciones de la filosofía griega. El carácter supone una
inteligencia emocional, como dice Camps (2011) en la cita, que nos mueve a obrar guiados
por la prudencia a la consecución del justo medio entre vicios. La virtud solo se alzará
mediante este ejercicio y se sostendrá cuando se forje un carácter prudente. La
comprensión de la ética como desarrollo de una sensibilidad rectora capaz de expandir
nuestro crecimiento personal de forma íntegra y duradera determinará la relación del
sujeto moral consigo mismo y con los demás. Para forjar el carácter se necesita un
“entrenamiento” (Cortina, 2007), una preparación constante para ser excelentes o
virtuosos. Recordemos que la virtud (en griego, areté) es la excelencia del carácter que nos
lleva a tomar buenas decisiones. No se puede generar un buen carácter si no lo es en el
medio y largo plazo, a lo largo de la vida. El carácter es el resultado de un proceso
formativo.
Como dice Cortina: El término ética viene del griego êthos, que significa carácter. Todos los
seres humanos nacemos con un temperamento determinado que no hemos elegido pero, a
medida que tomamos decisiones a lo largo de la vida vamos generando unos hábitos, unas
predisposiciones, a elegir en un sentido u otro, a las que se da el nombre de hábitos y esos
hábitos componen nuestro carácter. (2007, p. 28).
Podemos observar la guerra entre la razón y las emociones a la hora de tomar decisiones
significativas para nuestra vida.
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inmediata o, como Cortina (2007) señala, hay una tendencia al “cortoplacismo”, a
encontrar el bienestar en lo inmediato.
La filósofa española Victoria Camps (2011) sostiene que la ética se ocupa de cómo gobernar
las emociones, las emociones tienen un papel importante en el comportamiento humano, lo
motivan. La autora asegura que el rechazo de las emociones por parte de la filosofía moral
occidental debe considerarse un absurdo y se dedica a argumentar por qué la reflexión
ética debe dedicarse a la articulación entre emoción y razón. Lo que propone es una ética
de la virtud. Este tipo de perspectiva filosófica que tiene que tener en cuenta las emociones
entiende la ética como un saber práctico que sirve a la formación del carácter más que la
fundamentación del carácter (Camps, 2011).
La discusión sobre si las emociones han de servir a la razón es una discusión filosófica
esencial. Kant, ejemplo, considera que el juicio moral debe estar libre de contenido
sensible. En el marco de las éticas de la virtud, el lugar de las emociones es fundamental,
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es la tarea de la propia ética la formación del carácter o disposición que se gana al ejercitar
la conducta hacia el punto medio, se trata de ganar excelencia mediante la prudencia. La
razón por sí sola no logra esta armonía y requiere la observación y educación de las
emociones para llegar a la felicidad o florecimiento personal. Si la emoción no acompaña a
la razón, no sirve para nada.
Empoderamiento
Empoderar a alguien es intentar dar poder a sus capacidades para que pueda llevar
adelante los planes de vida que persigue. Cuando hablamos de seres humanos se puede
decir, con Immanuel Kant, que las personas son tanto el fin limitativo como el fin
positivo de nuestras actuaciones. (2007, p. 29).
Es interesante esta definición porque, para la autora, existen características que pueden
identificarse como riesgosas ante ciertas situaciones –ella habla específicamente de la
drogadicción en los jóvenes– que ponen en tensión la formación ética (Cortina, 2007).
También mediante el concepto de empoderamiento establece diez valores que trae
aparejados el empoderamiento como enaltecimiento de las capacidades virtuosas.
Los valores son relacionales y no relativos. “Relacionales” quiere decir que se necesita la
existencia de un valor y se necesita un sujeto capaz de estimar el valor y, por mucho que
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exista un valor, si no hay un sujeto con la estimativa suficientemente desarrollada como
para captarlo, es como si el valor no existiera. Para Max Scheler y Ortega y Gasset, los
valores son captados por una capacidad nuestra que es la estimativa. De la misma manera
que tenemos unos sentidos para captar el color, el olor, etc. tenemos una capacidad, que es
la estimativa, que nos lleva a estimar los valores y a captarlos. “Estimar” quiere decir saber
captar valores positivos y saber priorizarlos de tal manera que en la jerarquía situemos en
el nivel más alto los valores que realmente son más elevados. Saber estimarlos
correctamente quiere decir saber colocarlos en la jerarquía, en el nivel que realmente
están los más altos y bajos. Esa capacidad estimativa debe entrenarse. Una cultura se
caracteriza por su estimativa, por su forma de priorizar valores, de poner unos en primer
término y otros, en último lugar.
Los principales problemas del ser humano y sus causas no son individuales sino
intersubjetivos, la construcción del ser humano se da en una dinámica de intercambio
con los sujetos y el ambiente en el que nos encontramos.
Se extraen tres de los más importantes para que analicemos a los ojos de nuestro personaje:
Valores de riesgo
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3. La era del consumo: Una sociedad es más libre cuantas más posibilidades de
consumo tiene (Cortina, 2002). El consumo de mercancías, cuanto más amplio en
posibilidades, mejor parece llevar aparejada la felicidad.
4. Ética indolora: Es una época de ética indolora, en la que la exigencia de los
derechos se pone en primer lugar, pero no se está dispuesto a asumir la
responsabilidad por las obligaciones. Estamos en una época en que la gente no
quiere oír hablar de deberes, no quiere sermones, pero no por ello podemos afirmar
que estemos en una época carente de ética, porque la gente sí que exige sus
derechos. Una época de individualismo de deseos y no de deberes, derechos y
responsabilidades, de exigencias y no de proyectos.
5. Cambios que el individualismo posibilita en las familias: El valor del
individualismo inserto en las familias es el mayor valor de riesgo. Sea cual fuere el
tipo de familia que se tenga, lo importante es que quienes entren en ella estén
dispuestos a asumir las responsabilidades por los demás miembros del grupo y
por sí mismos.
6. Exterioridad: La exterioridad es uno de los grandes valores de nuestro tiempo.
Vivimos en un mundo que ha perdido la capacidad de reflexión. El mundo de la
reflexión y de la interioridad es fundamental para los seres humanos, y jóvenes
como adultos estamos en un mundo de exterioridades. Para ser dueño de la propia
vida es necesario reflexionar y apropiarse de sí mismo; en caso contrario, quedamos
vertidos a la expropiación.
7. Competitividad: Vivimos en un mundo que el valor de la competitividad es un
valor fundamental que mueve a la gente, sobre todo a la más vulnerable, a buscar en
él su autoestima.
8. Gregarismo: Gregarismo no es lo mismo que sociedad. Ser gregario es, decía
Nietzsche, ser animal de rebaño. El animal de rebaño es el que busca ser aceptado
por el rebaño, en gran parte por necesidades psicológicas. Decía Maslow, todos los
seres humanos tienen necesidad de ser aceptados por el grupo. Pero una cosa es la
necesidad de que el grupo me acepte y otra diferente la necesidad gregaria de buscar
el calor del rebaño. Ej. El mantener opiniones políticamente correctas, lo que todos
quieran, y entonces aparece el problema de dejarse llevar al consumo de drogas por
afán de emulación del grupo, del rebaño.
9. La falsa convicción: La falsa convicción de que los jóvenes que más se divierten y
son más felices son los que más droga consumen.
10. La falta de compasión: Estamos construyendo una cultura carente de compasión.
La palabra “compasión” se ha convertido en malsonante, se asocia con una cierta
condescendencia de gentes que se encuentran bien y se compadecen de los que se
encuentran mal y les echan una mano. Pero la compasión es padecer con otros en el
sufrimiento y en la alegría, y en nuestra cultura hemos perdido el sentido de la
compasión por los que sufren y la capacidad de alegrarnos con los que disfrutan.
Hemos roto los vínculos, los que llevan a compadecerse del que está en una mala
situación, a regocijarse con el que se alegra. El sentido de la compasión despierta el
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sentido de uno de los valores más nobles, la justicia. No hay sentido de la justicia si
no hay sentido de la compasión. El que no tiene capacidad de compadecer al que
sufre, compadecer al vulnerable, tampoco tendrá sentido de la justicia. Hemos
perdido nuestro sentido de la compasión y por eso nos falta también sentido de la
justicia. És la idea central de Ética de la razón cordial.
Valores de empoderamiento
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constantemente carece de la elemental autoestima razonable. Fomentar la
autoestima responsable es la clave.
7. Sociabilidad: Los seres humanos no somos animales gregarios, somos seres sociales,
y no es lo mismo ser gregario que ser social.
8. Reforzar el vínculo con uno mismo: Los humanos somos personas porque nos
reconocemos humanamente como personas. No existe un individuo abstracto. Existe
la persona en sociedad, que se sabe persona porque otros le han reconocido como
tal, y ella misma es capaz de reconocer a los otros. La categoría básica real de
nuestras sociedades no es el individuo, sino el reconocimiento recíproco de
personas. Decía Hegel, la categoría básica de la sociedad no es el individuo, sino
sujetos que se reconocen como personas, con lo cual nacemos ya en vínculos. Es
necesario recuperar los vínculos, la cultura de la compasión, la capacidad de
compadecer el sufrimiento y capacidad de compadecer el gozo.
Marco requiere el auxilio de la reflexión ética para empoderarse, para enriquecer sus
capacidades y autoconocimiento. Empoderase significa no solo conocer lo que es bueno
hacer, sino aprehender la propia conducta como algo conscientemente aceptado y con
capacidad para potenciar el crecimiento y la superación personal. Marco puede formar su
carácter mediante la reflexión ética si logra comprender que el sentimiento que acompaña
al carácter justo y bueno no está ligado a una sensación de bienestar inmediata e
individual. La elección de Marco de no engañar o mentir en el examen se acerca mucho a la
concepción de la formación del carácter virtuoso, implica una asunción de una dimensión
no individualista y pone en vista una motivación más profunda que apela a la
responsabilidad y compromiso con un proyecto de vida particular. Dice Camps: “la
felicidad es una búsqueda que dura toda la vida” (Camps V. 2019)
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