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Un Imperio en Las Alturas Kindi

El imperio inca alcanzó su máximo apogeo a la llegada de los españoles, extendiéndose por gran parte de Sudamérica. Aunque solo se conocen con certeza 100 años de su historia, los incas expandieron su territorio desde Cuzco sometiendo a numerosos pueblos y estableciendo un complejo sistema centralizado de control político, social y económico, con Cuzco como ciudad sagrada y centro administrativo del imperio.
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Un Imperio en Las Alturas Kindi

El imperio inca alcanzó su máximo apogeo a la llegada de los españoles, extendiéndose por gran parte de Sudamérica. Aunque solo se conocen con certeza 100 años de su historia, los incas expandieron su territorio desde Cuzco sometiendo a numerosos pueblos y estableciendo un complejo sistema centralizado de control político, social y económico, con Cuzco como ciudad sagrada y centro administrativo del imperio.
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Un imperio en las alturas

Fue el más extenso de los imperios de la América precolombina y el que más cerca estaba del
cielo. El Tahuantinsuyu, dominio de los incas, se encontraba en su máximo apogeo a la llegada de
los españoles. Su secreto: una milimétrica ingeniería social destinada a no desperdiciar el más
mínimo recurso.

Arqueólogos e historiadores tienen en los incas uno de sus mayores desafíos. Se trata de un
pueblo del que solo se conocen con cierta fiabilidad 100 años de historia, los que van desde el
inicio de su expansión territorial hasta su caída a manos de los conquistadores.
Todo lo anterior son leyendas, prácticamente imposibles de corroborar, porque los incas jamás
hicieron uso de la escritura. Según esas narraciones, en una fecha indeterminada —entre 1100 y
1350— llegaron al lugar que sería el centro de su universo y su imperio: Cuzco, vocablo que en
quechua significa “ombligo del mundo”. El lugar desde el que habían emigrado es todo un
misterio, pero si se atiende a las leyendas, se trataba de un punto ubicado a unos 25 km de esta
ciudad o en los alrededores del lago Titicaca.

Desde su llegada a Cuzco, y durante un largo periodo de tiempo, su área de influencia no rebasó
un radio de 40 km en torno a la capital. Pero todo cambió entre 1438 y 1463, cuando Pachacuti, el
primer soberano histórico, derrotó a los chancas. Empezó entonces la expansión territorial y el
sometimiento de numerosos pueblos. Paralelamente, este proceso supuso la formación de la
cultura y el carácter de los incas que conocieron los conquistadores españoles, puesto que aquel

pueblo construyó su modo de vida como una amalgama de tradiciones andinas. Sin ir más lejos, se
cree que la lengua que impusieron como oficial, el quechua, se hablaba en el área, con diversas
variables dialécticas, desde hacía varios siglos.

Centralismo
La esencia del pueblo inca estaba en Cuzco, ciudad sagrada constituida por una sucesión de
palacios de piedra y casas de ladrillo perfectamente urbanizada y con las calles adoquinadas. La
vida era inmensamente próspera (“no había rastro de gentes pobres”, describen las crónicas). Allí
residía la elite inca, que se mantenía gracias a la producción de los pueblos sometidos, con los que
evitaba mezclar su sangre. En Cuzco vivía el sapa inca (único señor), acompañado de su esposa (y
frecuentemente hermana), la coya, y rodeado de un grupo de “orejones”, nombre con el que los
españoles bautizaron a los nobles, dado el estiramiento de sus lóbulos recargados de abalorios. El
soberano gozaba de poder absoluto y su vida estaba rodeada de la pompa del que estaba
considerado como hijo del dios Sol (Inti).

La organización del imperio alrededor de Cuzco respondía a un modelo que todavía hoy deja
perplejos a los estudiosos. Formas de tota litarismo, feudalismo y socialismo se combinan en aquel
complejo entramado político, social y económico. Cuando un territorio entraba a formar parte del
Tahuantinsuyo, los incas seguían un estudiadísimo proceso. El nuevo departamento pasaba a estar
comandado tanto por los antiguos líderes autóctonos, que eran paulatinamente incaizados y
recibían el nombre de curacas, como por los gobernadores designados por el sapa inca, los
llamados tucuiricuc (“los que todo lo ven”), para los que trabajaban un amplio cuerpo de
inspectores censales, los quipucamayac.

Población bajo control


El dominio inca fue el imperio de la estadística y los censos; la información era el cimiento de su
prosperidad. La gran masa de campesinos y pastores estaba sometida a constantes recuentos (no
se contaba individuo por individuo, sino solo a los varones cabezas de familia entre 25 y 50 años,
los llamados parej, “el que camina”), que eran luego registrados en el quipu (haz de cuentas en la
que se contabilizaba a partir de nudos). A efectos de supervisión, toda esta masa de trabajadores
se agrupaba en función de un sistema quinario-decimal: conjuntos de 10 familias, de 500, 1000,
5000… Los campesinos no podían abandonar su lugar de residencia y bajo ningún concepto les
estaba permitido cambiar el color de sus vestiduras, símbolo de su lugar de pertenencia.

Cuestión de jerarquía
Las diferencias de clase eran notorias. Los nobles no estaban obligados a prestar la mita,
practicaban la poligamia y sus hijos recibían instrucción en las escuelas llamadas yachayhuasi,
donde se les preparaba para sus funciones en la administración. Los plebeyos, en cambio, eran
monógamos y su descendencia no recibía más educación que la de aprender a seguir con las
tareas familiares. La vida de los campesinos y pastores estaba enormemente estandarizada: el
comercio era prácticamente inexistente y el propio Estado se encargaba de distribuir entre la
población los productos y las ropas de lana que debían vestir.
Adaptado de BLADÉ, Rafael. (2004). Un imperio en las alturas. En: revista Historia y vida, n.° 424

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