LA AUTORA DE LAS SEMILLAS DE ACACIA
Y OTROS EXTRACTOS DE LA
REVISTA DE LA ASOCIACIÓN DE TEROLINGÜÍSTICA
MANUSCRITO ENCONTRADO EN UN HORMIGUERO
Los mensajes, escritos con exudación de glándulas sensitivas, fueron encontrados sobre la
superficie de semillas de acacia infecundas, colocadas en hileras al final de un túnel
estrecho e irregular, el cual conducía a uno de los niveles más profundos de la colonia. Lo
primero que llamó la atención del investigador fue el sentido de orden que manifestaba
la posición de las semillas.
Los mensajes son fragmentarios, y la traducción, aproximativa y cargada hacia la
interpretación; pero el texto es de gran interés, principalmente por ser completamente
distinto de los otros textos fórmicos que conocemos.
Semillas 1-13
(No deseo) pulsar las antenas. (No quiero) golpear. (Quiero) verter sobre
semillas secas la dulzura de (mi) alma. Podrán encontrarlas cuando (yo haya)
muerto. ¡Palpa esta seca madera! (¡Soy yo quien) habla! (¡Yo estoy) aquí!
Una versión alternativa de este pasaje podría ser:
(No debes) pulsar las antenas. (No debes) golpear. (Puedes) verter sobre
semillas secas la dulzura de (tu) alma. Podrán encontrarlas cuando (hayas)
muerto. ¡Palpa esta seca madera! Habla [y di]: (¡Yo estoy) aquí!
Ningún dialecto de las hormigas que conozcamos emplea pronombres personales,
excepto los de la tercera persona singular y plural, y la primera persona plural. En este
texto, sólo se utilizan las formas radicales de los verbos, de manera que no podemos
decidir si la intención era la de una autobiografía o un manifiesto.
Semillas 14-22
Largos son los túneles. Más largo es lo-que-no-es-túnel. Ningún túnel alcanza el
final de lo-que-no-es-túnel. Pues lo-que-no-es-túnel se extiende más allá de lo que
podemos recorrer en diez díaz [i.e., la eternidad]. ¡Salve!
La marca traducida como “¡Salve!” corresponde a la mitad del acostumbrado
saludo “¡Salve la Reina”, o “¡Larga vida a la Reina”, o “¡Hurra por la Reina!” —sin
embargo, la palabra/marca correspondiente a “Reina” ha sido omitida.
Semillas 23-29
Como la hormiga entre hormigas enemigas es asesinada, así la hormiga sin
hormigas perece; pero estar sin hormigas es tan dulce como el rocío de miel.
Una hormiga que se introduce en una colonia ajena suele ser asesinada. Aislada de
sus compañeras, muere inevitablemente en el curso de uno o dos días. La dificultad de
este pasaje se encuentra en la palabra/marca “sin hormigas”, que nosotros significamos
como “solitario” —un concepto, no obstante, para el cual no hay palabra/marca en el
léxico fórmico.
Semillas 30-31
¡Come los huevos! ¡Arriba la Reina!
Ha habido gran cantidad de discusiones en torno a la interpretación de la frase
encontrada en la semilla 31. Se trata de una cuestión importante, por cuanto todas las
semillas anteriores pueden ser desentrañadas plenamente a la luz de esta última
exhortación. El Dr. Rosbone arguye ingeniosamente que la autora, una obrera, hembra
estéril y sin alas, suspira inútilmente por llegar a convertirse en un macho alado y fundar
una nueva colonia, remontándose por los aires en el vuelo nupcial con una nueva Reina.
Aunque, ciertamente, el texto permite tal lectura, estamos convencidos que nada en éste
la respalda —y menos todavía la frase que se lee en la semilla inmediatamente anterior, la
níumero 30: “¡Come los huevos!”. Esta lectura, aunque impactante, no admite dudas.
En cuanto a nuestra postura, nos atrevemos a sugerir que la confusión en torno a la
Semilla 31 puede tener su origen en una interpretación etnocéntrica de la palabra
“arriba”. Para nosotros, “arriba” es una dirección que tiene una connotación positiva. No
así, en cambio, para una hormiga. “Arriba” indica el lugar de donde procede el alimento,
por supuesto; pero “abajo” es donde se encuentran la seguridad, la paz y el hogar. “Arriba”
es el sol abrasador; la gélida noche; fuera del refugio de los amados túneles; el exilio; la
muerte. Así pues, sugerimos que esta extraña autora, en la soledad de su abandonado
túnel, concibió, con los medios que tenía a su disposición, lo que para una hormiga
constituye la más abominable blasfemia, y que la lectura correcta de las Semillas 30-31,
en términos humanos, es:
¡Come los huevos! ¡Abajo la Reina!
El ya seco cuerpo de una pequeña obrera fue encontrado junto a la Semilla 31
cuando el manuscrito fue descubierto. La cabeza había sido desgajada del tórax,
probablemente por las mandíbulas de algún soldado de la colonia. Las semillas,
cuidadosamente dispuestas en un patrón semejante al de un pentagrama musical, no
habían sido alteradas. (La casta militar de las hormigas es analfabeta; así pues, el soldado,
presumiblemente, no encontró interés alguno en esa inútil colección de semillas, de las
cuales la materia comestible había sido extraída). Ninguna hormiga de la colonia
sobrevivió a la guerra con un hormiguero vecino, poco tiempo después de la muerte de la
Autora de las Semilas de Acacia.
G. D'Arbay, T. R. Bardol
ANUNCIO DE UNA EXPEDICIÓN
La extrema dificultad que presentaba el acceso a la literatura de los Pingüinos ha sido
subsanada con el empleo de cámaras filmadoras submarinas. Gracias a las películas, por
fin nos ha sido posible repetir y repasar con todo detalle las fluidas frases del texto, hasta
el punto de que, por la repetición constante y el paciente estudio, muchos elementos de
esta literatura tan elegante y vivaz han podido ser comprendidos, aún cuando muchos
matices (y tal vez su propia esencia) permanezcan necesariamente ininteligibles.
Fue el Profesor Duby quien, al apuntar posibles filiaciones de los textos Pingüinos
con los del Ganso Silvestre, hizo posible el primer, aunque tentativo, léxico Pingüino. Las
analogías con el idioma Delfín que hasta entonces se habían explorado y empleado nunca
probaron ser útiles, y a menudo desorientaron los esfuerzos de los investigadores.
En verdad, parecía extraño que textos escritos casi completamente por alas, cuellos
y aire, pudieran suministrar la clave de la poesía de estos escritores de agua, con su cuello
corto y sus alas que más parecen aletas. Sin embargo, no es algo del todo extraño si
consideramos que, después de todo, los pingüinos son pájaros.
Aunque sus textos se asemejen en forma a la literatura Delfín, ello no implica que
coincidan con ésta en cuanto a contenido. Y efectivamente, no coinciden. Comparten, eso
sí, un extraordinario sentido de la agudeza, relámpagos de humor excéntrico, una rica
creatividad y una gracia inimitable. De entre las miles de literaturas de los Peces, sólo
unas cuantas muestran algún signo de humor, y usualmente se trata de un humor
sencillo, casi primitivo; por otra parte, la magnífica elegancia del Tiburón o el Tarpón son
absolutamente distintas del alegre vigor que comparten todos los escritos Cetáceos. La
alegría, el vigor y el humor son transversales a todos los autores Pingüinos, y, de hecho, a
muchos de los más finos autores Foca. Ciertamente la temperatura de la sangre
constituye un nexo, mientras que la conformación del cerebro y del útero constituyen
barreras. Los delfines no ponen huevos. Un mundo de diferencias se desprende de este
simple hecho.
Sólo cuando el Profesor Duby nos hizo recordar que los pingüinos son pájaros, que
no nadan sino vuelan en el agua, sólo entonces los terolingüistas pudimos comenzar a
estudiar de verdad la literatura marina de los pingüinos; sólo entonces las miles de
grabaciones en película pudieron ser reexaminadas, vueltas a estudiar y, finalmente,
apreciadas como es debido.
Pero aún cargamos con muchas dificultades de traducción.
Un promisorio grado de avance se ha dado en Adélie. Las dificultades de filmar
una ejecución cinética grupal en un mar agitado, tan espeso como una sopa de chícharos
y pláncton, a una temperatura de 0° Celsius, han sido considerables; pero la perseverancia
del Círculo Literario de la Barrera de hielo de Ross ha sido plenamente recompensada
con la obtención de pasajes como “Bajo el Iceberg”, de la Canción de Otoño —un pasaje
ahora mundialmente conocido gracias a la interpretación de Anna Serebryakova, del
ballet de Leningrado. Ninguna traducción verbal puede siquiera aproximarse a la sublime
gracia de la versión de Serebyrakova. No hay forma de reproducir por escrito la
importantísima multiplicidad del texto original, tan bellamente ejecutada por los coros de
la compañía del Ballet de Leningrado.
En efecto, lo que designamos como “traducciones” del Adélie —o de cualquier
texto cinético grupal— no son, siendo francos, más que notas —un libreto de ópera sin la
ópera. La versión del ballet es la verdadera traducción. Ninguna palabra puede
completarla.
Por ello sugiero, aunque esta sugerencia pueda ser acogida con desaprobación o
carcajadas, que, para el terolingüista —a diferencia del artista y el aficionado—, la
escritura marina cinética del Pingüino constituye el campo menos prometedor para sus
estudios, y, más aún, que el Adélie, con todo su encanto y relativa simplicidad, es un,
campo mucho menos prometedor que el Emperador.
¡El Emperador! —me imagino la respuesta de mis colegas a esta sugerencia. ¡El
Emperador! ¡El más difícil y más remoto de todos los dialectos Pingüinos! Un lenguaje
del que el propio Profesor Duby ha subrayado: “La literatura del pingüino emperador es
tan inaccesible, tan prohibida, como el mismo corazón gélido de la Antártica. Su belleza
puede ser sobrenatural, pero no está a nuestro alcance”.
Tal vez. No subestimo las dificultades, entre las cuales ciertamente no es la menor
el temperamento del pingüino emperador, mucho más reservado y distante que todos los
otros pingüinos. Pero, por paradójico que sea, mis esperanzas están puestas precisamente
en esta reserva tan característica. El emperador no es un ave solitaria, sino social, y
cuando llega la temporada de reproducción habita en colonias, como los adélie; sólo que
esas colonias son mucho más reducidas y tranquilas que las de los adélie. Los lazos entre
los miembros de una colonia de emperador son más personales que sociales. El
emperador es un individualista. Es por esto que pienso que seguramente la literatura del
emperador estará compuesta de autores individuales en vez de autores corales, y, por lo
tanto, es más traducible a términos del habla humana. Será, en efecto, una literatura
cinética, pero muy diferente de la vertiginosa, polimórfica y elástica literatura coral de los
mares. El análisis concreto y la transcripción exacta podrían ser, por fin, una realidad.
—¡¿Y qué?! —dirán mis críticos—. ¿Tenemos que empacar ahora mismo y lanzarnos a
Cabo Crozier, entre tinieblas, ventiscas, a 15° bajo cero, por la simple esperanza de
registrar la compleja poesía de unos cuantos extraños pájaros que se sientan allí, en las
tinieblas de mediados del invierno, entre las ventiscas, a 15° bajo cero, rodeados por los
hielos eternos, a empollar un huevo entre los pies?
Y mi respuesta es Sí. Porque, al igual que el Profesor Duby, mi instinto me dice
que puede que la belleza de esa poesía sea lo más sobrenatural que podremos encontrar
jamás sobre la tierra.
A aquellos de entre mis colegas que tengan un fuerte espíritu de curiosidad
científica y riesgo estético, les digo: imagínense, el hielo, la nieve lacerante, la oscuridad,
el incesante aullar del viento. En esa oscura desolación, una pequeña banda de poetas
avanza agazapada. Están hambrientos, hace semanas que no comen. A los pies de cada
uno, bajo el cálido plumaje que cubre sus vientres, yace un gran huevo, resguardado del
contacto mortal con los hielos. Los poetas no pueden escucharse entre sí, no pueden
cruzar miradas. Tan sólo pueden sentir el calor del otro. Esa es su poesía, ese es su arte.
Como todas las literaturas cinéticas, es silente, se mueve en un ámbito sin palabras; a
diferencia de las otras literaturas cinéticas, es prácticamente inmóvil e inefablemente
sutil. El erizarse de una pluma; el movimiento de un ala; el roce, el leve, suave y cálido
roce de quien está al lado. En la indecible, misérrima y oscura soledad —la afirmación.
En la ausencia, la presencia. En la muerte, la vida.
Recientemente he obtenido una considerable subvención por parte de la
UNESCO y he organizado una expedición. Todavía tenemos cuatro plazas libres. El
viernes zarpamos con rumbo a la Antártica. Si alguien quiere unírsenos, ¡sea bienvenido!
—D. Petri
EDITORIAL DEL PRESIDENTE DE LA SOCIEDAD DE TEROLINGÜISTAS
¿Qué es el Lenguaje?
Esta pregunta, capital para la ciencia terolingüística, ha sido respondida —aunque
heurísticamente— por la propia existencia de esta ciencia. El lenguaje es comunicación:
ese es el axioma en el cual se basan nuestras teorías e investigaciones, y del que proceden
todos nuestros descubrimientos; y estos mismos descubrimientos ratifican la validez de
tal axioma. Sin embargo, al enunciar una pregunta, afín pero no idéntica, como qué es el
Arte, nos encontramos con una ausencia de respuestas satisfactorias.
Tolstoi, en el libro cuyo título es esa misma pregunta, respondió de manera clara y
rotunda: el Arte es, también, comunicación. Esta respuesta ha sido, en mi opinión,
aceptada sin mucho análisis ni crítica por parte de los terolingüistas. Por ejemplo: ¿por
qué los terolingüistas estudian únicamente a los animales?
¿Por qué? Porque las plantas no se comunican.
Las plantas no se comunican, es un hecho. Por consiguiente, las plantas carecen de
lenguaje. Muy bien; hasta aquí sigue funcionando nuestro axioma de base. Por lo tanto,
las plantas tampoco tienen arte. ¡Un momento! Esta última aseveración no se desprende
de nuestro axioma de base, sino tan sólo del indemostrado colorario postulado por
Tolstoi.
¿Qué ocurriría si el arte no fuera comunicativo?
¿O qué si ciertas formas de producción artística lo fueran y otras no?
En tanto que animales activos y depredadores, buscamos (naturalmente) un arte
activo, depredador, comunicativo; y cuando lo encontramos, podemos reconocerlo. El
desarrollo de este poder de reconocimiento así como de las concomitantes habilidades de
apreciación son un logro reciente y glorioso.
Ante lo cual quiero proponer que, pese a los enormes progresos llevados a cabo por
los terolingüistas durante las últimas décadas, sólo estamos en el umbral de nuestra era
de descubrimientos. Por ello mismo no debemos convertirnos en esclavos de nuestros
propios axiomas. Aún no hemos abierto los ojos a los vastos horizontes que ante nosotros
se despliegan. Aún no hemos enfrentado el casi aterrador reto que nos proponen las
literaturas de las Plantas.
Si un arte vegetal no comunicativo existe, debemos repensar los conceptos
fundamentales de nuestra ciencia y aprender una nueva variedad de técnicas. Pues
simplemente no es posible trasladar las herramientas críticas y técnicas que se emplean
para el estudio de la literatura Comadreja de misterio y crimen, la erótica Batracia, o las
sagas de túneles Lombriz, para afrontar las artes de la Secuoya o la Calabacita.
Esto ha sido demostrado concluyentemente por el fracaso —un fracaso noble, sin
embargo— de los esfuerzos del Dr. Srivas, de Calcuta, al emplear la filmación en cámara
rápida a fin de registrar un léxico del Girasol. Su intento fue audaz pero estaba
condenado al fracaso, por cuanto su enfoque era cinético —un método apropiado para las
artes comunicativas de las tortugas, las ostras y los perezosos. El Dr. Srivas tomó la
extrema lentitud del movimiento de las plantas como el único problema a ser
solucionado para garantizar el acceso a la literatura Girasol.
Pero el problema era mucho mayor. El arte que pretendía descubrir, si existía
realmente, era un arte no comunicativo, y probablemente no cinético también. Es posible
que el Teimpo, ese elemento esencial, matriz y parámetro de todo arte animal conocido,
no participe necesariamente del arte vegetal. Las plantas bien pueden usar la métrica de
la eternidad. No lo sabemos.
No lo sabemos, y todo cuanto podemos suponer es que el Arte considerado como
vegetal es completamente diferente del Arte animal. No podemos decir qué y cómo es, pues
todavía no lo hemos descubierto; sin embargo puedo afirmar, con algún grado de certeza,
que existe, y que cuando sea descubierto probará estar compuesto no de acciones, sino de
reacciones, y que tendrá su fundamento no en la comunicación, sino en la recepción. Será
exactamente el opuesto al arte que conocemos y podemos identificar. Será el primer arte
pasivo que conozcamos.
Pero, ¿podremos en verdad conocerlo? ¿Podremos entenderlo?
Por supuesto, será una empresa tremendamente difícil. Pero no debemos
desesperar. Recuérdese que hasta mediados del siglo XX la mayoría de los científicos, y
muchos artistas, no creían que el Delfin pudiera llegar a ser comprendido por el cerebro
humano —¡o que siquiera valiese la pena comprenderlo! Con el paso del tiempo
nuestra actitud será igualmente irrisoria. “¿Te das cuenta”, le dirá el fitolingüista al crítico
de estética, “de que ni siquiera eran capaces de leer el Berenjena?”. Y se reirán de nuestra
ignorancia al tiempo que toman sus mochilas y emprenden una caminata para leer la
recientemente descifrada lírica de los líquenes de la cara norte del pico Pikes.
Y con ellos, o después de ellos, vendrá tal vez un aventurero más osado aún —el
primer geolingüista, que, ignorando la delicada y efímera lírica liquen, leerá por debajo de
ésta una literatura aún menos comunicativa, más pasiva, completamente atemporal, la fría
y volcánica poesía de las rocas: cada una de las cuales constituirá una palabra pronunciada
por la tierra desde tiempos inmemoriales, en la inmensa soledad, y en la aún más
inmensa comunidad del cosmos.