DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
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NATE KENYON
LOS ALTOS CIELOS
se están recuperando tras de la caída del Demonio Mayor. El Consejo de
Angiris ha recogido la piedra de alma negra, y ahora vela por este artefacto
maldito en lo más profundo de la reluciente Ciudad de Plata.
En el transcurso de estos trascendentales acontecimientos, Israel se esfuerza
por aceptar su nueva faceta de Aspecto de la Sabiduría. Como mortal, se
siente fuera de lugar entre la hermandad de los ángeles, y duda de su
capacidad para desempeñar como es debido las funciones que le atañen.
Mientras busca algo de paz en su interior y en los cielos, siente la influencia
sombría de la piedra de alma negra en su propio hogar. Donde antes reinaba
una armonía de luz y de sonido, ahora una discordia cada vez mayor amenaza
con envolver al reino en la oscuridad. Imperius y los demás arcángeles se
oponen con vehemencia a mover o destruir el cristal, lo que obliga a Tyrael
a dejar el destino del cielo en manos de la humanidad...
Con la ayuda de poderosos humanos desde los confines más lejanos de
Santuario, Tyrael recompone la antigua orden de los Horadrim y les encarga
una tarea imposible: robar la piedra de alma del corazón del cielo. Entre los
campeones a los que confía esta carga, se encuentran Jacob de Staalbreak,
antiguo avatar de la Justicia y guardián de la espada angelical El’druin;
Shanar, una maga con extraordinarios poderes; Mikulov, un monje ágil y
respetuoso; Gynvir, una bárbara aguerrida y valiente, y Zayl, un misterioso
nigromante. Con las fuerzas del bien y del mal en contra de ellos, ¿podrán
estos héroes luchar como uno solo y completar su peligrosa misión antes de
que el cielo sea destruido?
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LOS DOS HORADRIM observaron al monje bajar la colina,
corriendo entre los restos de árboles y desapareciendo en la
oscuridad. Como siempre, pensó Cullen, se movía como un
fantasma; hasta la luna se negaba a iluminarlo. Cullen recordaba
sentir una mezcla de inquietud y asombro cuando conoció a
Mikulov hacía más de diez años.
Aquellos sentimientos no habían cambiado desde que hace unos
meses el monje regresase a Gea Kul y al nuevo templo horádrico.
Mikulov pareció sorprendido de encontrar un próspero centro de
estudios en Gea Kul, establecido con un grupo creciente de
Horadrim guiados por Thomas y Cullen. No debería haberse
sorprendido; Deckard Caín se había convertido en una leyenda
entre el grupo tras la caída de la Torre Negra, por lo que habían
jurado hacer lo que este les pidiera cuando se marchase. Siguieron
fielmente sus enseñanzas y escritos.
Mikulov se había unido a los demás para estudiar los textos
antiguos, pero estaba inquieto. Había dicho que los dioses le habían
mostrado muchas cosas durante sus viajes de los últimos diez años,
pero todavía tenía que descubrir cuál era su auténtico destino.
Entonces, una noche tuvo una visión mientras exploraba las ruinas
de la torre donde se había librado la batalla final contra el Oscuro,
y donde Mikulov estuvo a punto de convertirse en uno con todas
las cosas. Dijo que se le había aparecido un ser desconocido
envuelto en luz, la encarnación de los mismísimos dioses, y le había
dicho que debía viajar a Tristán y buscar las ruinas de la catedral.
Dijo que no era propio de los dioses aparecerse de tal forma. Pero
no comentó nada más sobre la visión. Lo que vio lo había
inquietado de tal forma que guardó silencio. Pero estaba decidido
a buscar la vieja catedral, y cuando les pidió a Thomas y a Cullen
que lo acompañasen (les dijo que el destino de Santuario dependía
de aquello), estos se mostraron rápidamente de acuerdo.
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“Nuestro amigo se pasó años vagando por Santuario en busca de la
verdad y evitó a muchos asesinos de Ivgorod por el camino. Se ha
ganado el beneficio de la duda. Si sus dioses lo han convocado en
la catedral, a mí me parece bien».
Por supuesto, no era el único motivo por el que habían ido.
—Siempre me había imaginado que la catedral era... más grande
—dijo Thomas—. Más impresionante.
—Nos hemos pasado años estudiando lo que pasó aquí. Es de
importancia vital para nuestra empresa. Y, por supuesto, ha sido
alcanzada por el fuego.
Thomas miró más allá de las ruinas. Se quedó en silencio un largo
momento, sus ojos se movían por las colinas quemadas. Cufien
sabía lo que estaba buscando.
—Deckard yace cerca del cementerio, donde su cuerpo fue
convertido en cenizas en una gran pira de humo y fuego sagrados
—dijo—. El propio arcángel Tyrael fue testigo de ello. Así nos lo
escribió Leah, antes de... antes de su pérdida, y no tengo motivos
para dudar de ello —dejó caer su bolsa al suelo y rebuscó en su
interior para sacar un mapa, una de las fieles reproducciones de
Tristán que ellos mismos habían hecho en el templo. Cufien estaba
al cargo de los textos viejos y nuevos, de catalogar la enorme
biblioteca de los Horadrim y de supervisar la rotulación y
encuadernación de copias de aquellos que estaban amenazando con
convertirse en polvo, y aquel era uno de los mejores.
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
EDITADO POR HUSSERL MARVIN
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AGRADECIMIENTO
El más sincero agradecimiento a Leandro por todo el esfuerzo,
dedicación y tiempo que nos brinda a todos los fans de Blizzard, es
gracias a su ayuda que podemos hacerles llegar estas maravillosas
obras.
Con aprecio.
Su equipo de Lim-Books.
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Este libro es para Ellie Rose, por dormir a pierna suelta mientras
papá escribía de madrugada.
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PRÓLOGO
LOS ALTOS CIELOS
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Desde el alba de los tiempos, las fuerzas de la oscuridad y la luz
han estado entregadas en un conflicto eterno. Nuestras batallas se
han extendido a través de los siglos como llamas que brotan de
ascuas humeantes. Cada vez que los ángeles han derribado a la
oscuridad, esta se ha vuelto a alzar, más fuerte que antes. Y, sin
embargo, en cada ocasión los guardianes de la luz y los
gobernantes de los Altos Cielos han declarado que era la victoria
definitiva.
Al Final de los Tiempos, nuestro necio orgullo nos cegó.
Disfrazado de niño, Diablo se alzó de las cenizas, subiendo a
través de Santuario para destruir las Puertas Adamantinas. Y
ciertamente estuvo cerca del éxito, pues el Arco Cristalino, fuente
del poder angélico, quedó al alcance del Demonio Mayor.
Hasta que la humanidad intervino.
Un alma mortal se enfrentó a la destrucción de dos mundos. El
gran valor de los nephalem nos dio fuerzas a todos, cambió el
curso del destino y provocó la caída de Diablo y la salvación de
Santuario y de los mismísimos Altos Cielos.
Pero la oscuridad no se desvanece tan fácilmente. Una vez más,
habíamos declarado nuestra victoria demasiado pronto.
El Demonio Mayor había sido derrotado.
Pero hay otras fuerzas que se moverán contra el mundo de los
hombres.
Un halcón en vuelo lo habría visto como una serie de picos
montañosos nevados que se alzaban de entre la niebla cuyas
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dimensiones eran demasiado imponentes como para que un
humano lo comprendiera. En el centro se elevaba un edificio más
alto que los demás, una brillante torre coronada por un arco de
varios lados que relucían como diamantes cortados. La luz de los
cielos besaba aquellas fulgurantes pieles, las incendiaba de modo
que todo el vasto panorama brillaba como alas extendidas, torres
que se alzaban siempre hacia el cielo mientras un cristal
resplandeciente emitía chispas que templaban la oscuridad.
La Ciudad de Plata.
«En un mundo de ángeles», había notado recientemente el
Arcángel de la Sabiduría, «no hay camas».
Con los ojos empañados y agotado, Tyrael levantó la mirada desde
donde su pluma descansaba sobre el pergamino mientras el calor y
la luz lo bañaban a través del enorme arco y los contrafuertes,
insuflando vida al inmenso espacio abierto que lo rodeaba. No
había tenido necesidad de dormir hasta que su alma mortal había
ocupado su pecho. Ahora, la luz constante que llenaba los cielos
confundía sus recién adquiridos ritmos internos y anhelaba apoyar
la cabeza en una superficie más blanda que el suelo de piedra de
aquellos salones. Pero todavía tenía que invocar algo más cómodo.
La pérdida de sus alas ya había dado a sus hermanos argumento
suficiente para buscar cualquier señal de debilidad. No les daría
otra.
Tyrael flexionó los cansados dedos. Había estado tomando sus
propias notas con la pesada letra de Deckard, pero esta noche no
trabajaría más, a pesar de la promesa no verbal que les había hecho
a Deckard y a Leah de terminar lo que había empezado. Y sin
embargo no podía permitirse cerrar los ojos. «Todavía no». Había
mucho que considerar más allá de sus propios fallos humanos. Su
creciente separación de Imperius y del Consejo, para empezar. El
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papel de los hombres en el control de sus destinos. El destino del
propio Santuario.
Y, por encima de todo, qué hacer con la cosa que residía entre ellos,
aparentemente silenciosa y quieta mientras sus tentáculos se
arrastraban como negro alquitrán a través de suelo sagrado.
El arcángel salió de su solitaria cámara y caminó por los vacíos
salones y pasillos que se alineaban en las Salas de Justicia y el
Círculo del Juicio. Sus pasos resonaron en los infinitos planos de
la piedra pulida. Sus sentidos mortales tenían dificultades para
adaptarse a su entorno. Había vivido ahí incontables milenios, pero
ahora lo veía de un modo distinto. Cada espacio se abría a otro aún
mayor y más hermoso que el anterior; arcos terminados en punta e
intrincadas bóvedas nervadas se elevaban muy por encima de su
cabeza; columnas agrupadas que alcanzaban el infinito;
resplandores de luz aleatorios que desde las incontables caras de
los cristales se movían y cambiaban de luz a voluntad.
Cuando los ángeles estaban presentes, su canción resonaba con el
Arco en perfecta armonía de luz y sonido. Pero las salas estaban
vacías ahora, y sus vastos tribunales, bancos y asientos estaban
vacíos y fríos y la música de los cielos era suave y apagada.
El arcángel sintió un extraño dolor en el pecho, un anhelo por cosas
que habían quedado atrás. Aunque los ángeles seguían presentando
sus cuitas allí, el antiguo hogar de Tyrael había permanecido
prácticamente desocupado desde su transformación. Los
Luminarei, Defensores del Arco, se habían instalado con Imperius
en los Salones del Valor.
«Debería marcharme de aquí», pensó. «Es un eco de mi anterior
yo, que no volverá nunca». Pero no podía hacerlo. Desde la
desaparición de Malthael, el dominio de la Sabiduría había
quedado también en silencio, y el Consejo de Angiris sufría por
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ello. Tyrael tenía la intención de asumir esas tareas y actuar como
guía durante las decisiones más difíciles que tuviese que tomar el
Consejo. Pero las lagunas que había en aquel reino le resultaban
extrañas, inquietantes, y Chalad’ar llamaba con un canto que no se
atrevía a responder. El legendario cáliz requería talentos que ya no
estaba seguro de poseer.
Sintió un dolor en la espalda, una punzada en la rodilla. Su forma
física ya estaba viniéndose abajo, el lento declinar hacia la tumba
al que todos los mortales deben enfrentarse. En el fondo de su
corazón sabía que la elección que había tomado era la correcta. «Y
aun así, dudas de ti mismo».
¿Qué significaba para un arcángel ser tan frágil? ¿Cómo podría
repeler a la oscuridad si su nuevo cuerpo era tan vulnerable a un
ataque? ¿Habría estado mejor preparado para enfrentarse a los
desafíos que se avecinaban si no hubiese tomado esa decisión?
Las Salas de Justicia habían dado paso a un atrio que se curvaba
muy por encima de su cabeza. A través de otro arco se extendía
ante él una plataforma hecha de cristal y piedra con diseños
intrincados y fluidos. «La Cámara del Consejo Angiris». Tyrael
tenía delante los tronos desde los que los arcángeles daban sus
opiniones. La cámara estaba vacía y la luz que antes entraba por las
ventanas del arco estaba curiosamente ausente allí.
La piedra de alma negra estaba en su pedestal como esperando su
llegada.
Las afiladas caras y puntas de la piedra se elevaban desde la base
como una garra ennegrecida. Era apenas mayor que el cráneo de un
hombre. ¿Cómo podía una cosa como aquella contener tan terrible
oscuridad?
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NATE KENYON
Tyrael se acercó lentamente, fascinado y repelido al tiempo por el
poder de la piedra. Un escalofrío lo recorrió, una advertencia de su
cáscara mortal. La luz roja que brillaba de la piedra de alma negra
había sido apagada tras la caída de Diablo y la piedra había sido
recogida de uno de los reinos inferiores de los cielos. Pero según
se acercaba Tyrael, le pareció ver un debilísimo resplandor desde
el interior.
— ¡Alto!
El arcángel había estirado una mano hacia la piedra. Rápidamente
la retiró y se volvió hacia la voz.
Balzael estaba de pie bajo el arco que daba a la cámara con su
impresionante cuerpo parcialmente oculto entre las sombras. «La
mano derecha de Imperius». El guerrero Luminarei avanzó hacia
la plataforma y desplegó sus magníficas alas, tentáculos de luz que
se alzaron hacia el techo de la cámara. La armadura de Balzael era
dorada y la pechera estaba marcada con los símbolos de su rango.
— ¿Qué hace Sabiduría aquí solo?
¿Había notado Tyrael un ligerísimo tono burlón en el uso de su
nuevo título?
—No me cuestiones, Balzael. Voy donde me place. ¿Imperius te
ha enviado a espiarme?
—Vigilo la piedra —dijo Balzael—I Esa es la tarea que me han
dado por encima de todas.
—Esas no son las únicas órdenes que el Arcángel del Valor tiene
para ti, ¿verdad? ¿No confía en su hermano?
—Las almas mortales se corrompen fácilmente.
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A Tyrael se le aceleró el corazón ante la insolencia del guerrero. La
implicación era clara: Balzael tenía alas; Tyrael no, y era inferior
por ello.
—Y a los ángeles su orgullo los ciega ante su destino —dijo el
arcángel—. No hace tanto, te daba órdenes. ¿Tan pronto lo has
olvidado?
En lugar de echarse atrás, Balzael avanzó.
—Me enseñaste lo bastante bien como para saber cuándo tener
sospechas.
Balzael hizo un ligero ademán hacia su espada, apenas perceptible.
Pero había quedado claro. La ira por el osado desafío inundó a
Tyrael, y también dio un paso adelante, estirado, los dedos
deseando coger a El’druin, que colgaba de un costado. Al mismo
tiempo, era consciente de sus límites. Aunque habilidoso en el
combate, Tyrael no era tan fuerte como lo había sido cuando era
inmortal.
Por un instante, Tyrael creyó que Balzael podría desenfundar su
espada. Entonces apareció un rayo de luz a la entrada de la cámara.
La Arcángel de la Esperanza apareció ante ellos, avanzó y
aparentemente comprendió la situación en un momento.
—Vete —le dijo a Balzael—, nos reuniremos pronto.
—No he recibido aviso de tal...
—El Consejo Angiris no tiene que notificarte nada —dijo Auriel.
La luz que la rodeaba cambió ligeramente, parpadeando como un
latido. No era tan cortante a menudo; por eso el impacto fue
mayor—. Yo vigilaré la piedra. Ahora, vete.
Balzael dudó un instante y se inclinó ligeramente.
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—Como desees —dijo, dándose la vuelta y desapareciendo por el
arco mientras su luz se desvanecía en la oscuridad.
Auriel y Tyrael se quedaron solos. Después de unos latidos de luz
más, ella se volvió hacia él:
—Se ha vuelto arrogante tras su ascenso.
—La valentía y la arrogancia son parientes cercanos —replicó
Tyrael—. Mostró gran heroísmo contra el Demonio Mayor y envió
a más demonios de vuelta a los infiernos que ningún otro. Imperius
tomó la decisión obvia. Yo habría hecho lo mismo.
—Quizá —la luz de Auriel se volvió más suave y cálida mientras
estudiaba a Tyrael—. Diría que has venido a la reunión, excepto
que no hay reunión del Consejo. Pareces... cansado, hermano. ¿No
puedes dormir?
—Ojalá no tuviese necesidad de algo así.
—Ah, pero la tienes —dijo Auriel—. He sentido tu conflicto
interno. Me atrajo desde los jardines. Balzael, él... —hizo un gesto,
como para olvidar la idea—. Los cielos no es el lugar más
indulgente, ni el más sensible. Puede que los ángeles no estén de
acuerdo con lo que has hecho, Tyrael, pero no por eso la elección
es menos válida.
Auriel se quitó Al’maiesh, el Cordón de la Esperanza, y estiró el
brazo como la encamación de la luz misma. Su armadura terminaba
en guanteletes. Al mismo tiempo que pasaba el cordón sobre el
hombro de Tyrael, el calor fluyó a través de la carne mortal de este
y una sensación de calma y bienestar lo acompañaron.
El tiempo dejó de existir cuando el cordón se tensó alrededor de su
cuerpo. Luego Auriel se retiró y la calidez desapareció.
—Estás preocupado le dijo Auriel después de un momento—, ¿Por
mí?
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—Nunca —dijo Tyrael. Se esforzó por permanecer impasible, en
consonancia con el comportamiento de un ángel No podía
contestarle con la verdad. Cuando se dormía por las noches, soñaba
como hacían los mortales: no con visiones de ángeles, sino un
estado más envolvente y fluido que lo llevaba a lugares donde
nunca había estado. Al principio aquellos sueños habían sido
felices, llenos de reflexiones sobre los Altos Cielos y su antigua
existencia inmortal. Pero según pasaban las noches, comenzaron a
cambiar. La luz brillante y la música de sus sueños se volvieron
más oscuras y siniestras. Soñaba que le perseguía algo a lo que no
podía escapar, una sombra implacable y fría como el hielo, que le
atenazaba hasta que se le detenía el corazón. Soñaba con ciudades
humanas enteras destruidas, con los gritos agónicos de los hombres
mientras sus cuerpos mortales eran hechos pedazos, mientras los
edificios se venían abajo y el propio suelo se agrietaba y se
convertía en polvo.
Era imposible que Auriel entendiese esos sueños. Él era mortal y
la diferencia entre ellos era demasiado grande. Y aun así su
debilidad mortal le daba perspectivas que el resto del Consejo
Angiris no poseía. El orgullo de los arcángeles les impedía ver el
peligro al que se enfrentaban ahora.
Auriel recogió a Al’maiesh y el lazo de luz volvió a convertirse en
parte de su ser.
—Eres Sabiduría —dijo—, y sin embargo no descansas entre las
lagunas. Todavía no has aceptado tu papel. Tu guía puede
ayudamos a gobernar los cielos si decides aceptar.
—Y si el Consejo decide escucharme.
—Los otros notan tu conflicto —dijo ella—. No comprenden por
qué te deshiciste de tus alas. Si tienes claro a qué le debes lealtad...
— ¿Qué hay de la lealtad que he jurado construir entre ángeles y
hombres? Hace muchos siglos, nuestros votos salvaron Santuario
de la destrucción. Los humanos tienen mucho que ofrecemos ahora.
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NATE KENYON
¡Sin los nephalem, el Demonio Mayor habría destruido el Arco y
log mismos cielos habrían caído!
—Y sin humanos, nunca habría sido creada una cosa así —dijo
Auriel, moviéndose hacia la roca que estaba en su base—. El
Consejo debatirá esto, Tyrael. Ese es el lugar adecuado para una
discusión como esta.
—El debate no cambiará nada —dijo Tyrael—. Imperius no
cambiaría de posición. Creo que Itherael votará contra la
supervivencia de Santuario. Eso no es lo que yo tengo en mente
para nuestro futuro, hermana. Juntos, ángeles y hombres pueden
expulsar a la oscuridad para siempre.
Ella se volvió como si fuese a marcharse, pero Tyrael le bloqueó el
camino.
—La decisión está en nosotros. ¿Estarás de mi parte ahora, como
lo estuviste antes?
Iba contra el Consejo hablar tan claramente fuera de una sesión
normal, y Auriel no contestó. Tyrael notó una rigidez y una frialdad
en el comportamiento de la arcángel que no había sentido nunca.
Siempre había apoyado la supervivencia de la humanidad y no
comprendía su silencio.
Pero temía lo que pudiese significar.
Se quedaron quietos un instante. Tyrael había ido demasiado lejos.
Entristecido, se apartó, y Auriel lo dejó atrás sin decir una palabra
más. La dejó ir y el dolor que sentía en el pecho fue creciendo al
verla desaparecer a través del arco y dejarle solo. Su amistad había
sobrevivido durante milenios, y aquella reacción por su parte era
como mil pequeños cortes. Ahora lo sentía todo más vivamente,
sentía dentro de él la creciente desconfianza de los arcángeles.
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Tyrael se volvió hacia la piedra de alma negra. Estaba en silencio
y sin vida, como si se burlase de él. La estudió más de cerca. Su
aspecto había cambiado; estaba seguro. ¿Había crecido desde que
había llegado a la cámara?
«Está reaccionando a mi presencia, tal como sospechaba». Si era
cierto, sin duda el tiempo se les estaba acabando. «Una oscuridad
ha penetrado en los cielos de un modo en que no lo había hecho
nunca. Esto no es como el descarado ataque a las puertas del
Demonio Mayor, sino algo mucho más sutil e insidioso... Un mal
que se arrastra y que solo yo puedo notar». El Arcángel de la
Sabiduría temía por el futuro de los Altos Cielos y de Santuario, y
ahora creía, más que nunca, que a todos los esperaban
acontecimientos terribles.
En las sombras, más allá de la cámara del Consejo Angiris, Balzael
observó marcharse a Auriel y esperó hasta que el brillo de sus alas
desapareció por completo. No lo había oído todo.
Pero había oído lo suficiente.
A esa hora los salones estaban en silencio; los ángeles no dormían
tal como hacen los mortales, pero había silenciosos periodos de
contemplación y estudio en los que la música de los cielos se
suavizaba y sus habitantes permanecían quietos. Él debería haber
estado entre ellos. Pero le habían dado una misión importante y
tenía la intención de cumplir su deber.
Hasta entonces, los acontecimientos habían sucedido tal como
había predicho el Guardián. Cada paso tenía que ser perfecto para
que sus planes tuviesen éxito. Hasta entonces, había que vigilar
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NATE KENYON
cuidadosamente a Tyrael, a pesar de la reciente interferencia de
Auriel.
Momentos después, Tyrael salió de la cámara. Balzael se echó
hacia atrás, ocultando sus alas para evitar que lo viese. Los ojos
mortales son débiles en muchos sentidos, pero recogían bien la luz.
Observó cómo Tyrael se alejaba del lugar de reunión del Consejo
mientras sus pisadas resonaban en el pasillo. El hedor a carne fluía
a raudales de él. Balzael contuvo un gruñido de asco. Cómo un
arcángel tan legendario podía caer tanto y tan deprisa, no lo sabía.
Pero no se tardaría mucho en eliminar ese hedor para siempre.
Balzael esperó a que las pisadas de Tyrael sonasen débiles en la
distancia y lo siguió, poniéndose cuidadosamente la capucha.
Informaría al Guardián más tarde y recibiría consejos sobre qué
hacer después. Tyrael no lo sabía, pero tendría un papel vital en una
cuestión de vida o muerte para ángeles y hombres, un final para el
Conflicto Eterno, la guerra entre los cielos y los infiernos.
Sobre todo, no se debía permitir que Tyrael detuviese la oscuridad
que había empezado a arrastrarse por el reino de los ángeles.
El futuro de los mismos cielos pendía de un hilo.
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
PRIMERA PARTE
LA OSCURIDAD QUE SE
ARRASTRA
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CAPÍTULO UNO
El vagabundo oscuro, Caldeum
—La entrada a la tumba estaba tan negra como las fauces de una
trilladora —dijo el hombre gordo en voz baja, inclinándose hacia
delante como si estuviese compartiendo un terrible secreto—.
Nuestra antorcha solo mostraba irnos pocos pasos por delante antes
de que la oscuridad se la tragase. El olor a podredumbre que salía
del agujero hablaba de cosas muertas que querían seguir enterradas.
Miró a través de la parpadeante luz velada por el humo hacia el
círculo de rostros vueltos hacia él, haciendo contacto visual con
todos para atraer su atención, alejando su vista de las gimientes
notas rasgadas de la lira al otro lado de la taberna. Su levita y sus
pantalones podrían haber indicado que pertenecía a la burguesía de
Caldeum, pero estaban muy gastados y tenían varios parches.
A los reunidos junto al fuego se les unió una mujer con un vestido
cosido de un saco de semillas, que lanzó una moneda tintineante en
la gorra de piel de cerdo vuelta del revés que estaba sobre la mesa.
El olor a levadura y leche agria flotó sobre la gente mientras esta
se sentaba.
— ¿Qué tiene eso que ver con el emperador niño? —gritó un
hombre—. Dijiste que nos ibas a contar el levantamiento y la
evacuación de la ciudad.
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—No tiene ningún misterio —dijo otro casi desde el otro lado del
cuarto—. Algunos dicen que fue un señor de los inflemos que lanzó
fuego verde, pero los sacerdotes de Zakarum están aliados con el
consejo del consorcio de mercaderes y quieren un nuevo líder. ¡Yo
digo que estaban detrás de eso! Afortunadamente para Hakan ha
sobrevivido.
—Dejen que lo cuente él —dijo la mujer del vestido de tela de saco,
haciendo un gesto hacia el narrador. Sonrió, mostrando huecos
negros allí donde deberían estar sus dientes frontales—. La ciudad
ya tiene suficientes problemas. Nos vendría bien un buen par de
historias.
El tabernero, que tenía la complexión de un bárbaro, frunció el ceño
y continuó frotando la barra con un trapo sucio, sacudiendo la
cabeza y murmurando para sí.
—Les aseguro que no es una historia —dijo el narrador
rápidamente—, cada palabra es cierta —el fuego le calentaba la
espalda. Un reguero de sudor le bajaba por la sien desde la entrada.
Asintió una vez en dirección a la mujer y sus carrillos, cubiertos de
patillas canas, se movieron con una delicada sonrisa antes de
recuperar la más adecuada expresión de horror abyecto.
— ¿Por dónde iba? Ah, sí. Era la tumba perdida de un poderoso
mago horádrico que había sido corrompido por el mal más
retorcido y que tenía por aliados a demonios. Hacía tiempo que el
mago había muerto, pero mi amo había confirmado mediante una
exhaustiva investigación que su lugar de descanso estaba sin duda
encantado y protegido por hechizos letales. Todos sospechábamos
que lo que nos podría esperar bajo tierra no sería de este mundo y
nadie, hombre, mujer o el jovencito que había ayudado a guiamos
hasta aquel lugar maldito, estaba dispuesto a ir primero. Pero
teníamos que seguir adelante, porque el destino de Santuario
dependía de ello.
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NATE KENYON
¡Fue entonces cuando un grito inhumano llegó desde abajo, como
si hubiese una especie de criatura siendo torturada en el potro y le
estuviesen arrancando los miembros! El sonido de la misma
muerte. Me consumía un miedo que me había quitado la fuerza del
cuerpo, pero al-Hazir cogió la antorcha del mago y se dirigió hacia
los escalones. «Daos prisa», dijo. «¡Puede que yo solo sea un pobre
escriba errante, pero llevaré la primera luz a este negro agujero
demoníaco!».
Fue alzando la voz según describía el descenso hacia la tumba. Los
asistentes murmuraron, y el sonido de las patas de los taburetes
arrastrándose ahogó momentáneamente lo que el hombre gordo
dijo después, cuando más parroquianos se volvieron para mirarlo.
Varias monedas tintinearon en el sombrero; muchos de los que
escuchaban sacudieron la cabeza y se rieron de esa tontería,
mientras que otros sonreían intranquilos. Caldeum era una ciudad
en agitación, y los relatos de magia negra y demonios siempre
servían para encender la imaginación de sus ciudadanos.
En una mesa de un rincón, a unos tres metros, un hombre rubio
estaba sentado agarrando una taza de hidromiel, y solo una
ligerísima inclinación de cabeza indicaba que él también estaba
escuchando. Llevaba las ropas corrientes propias de un nómada
manchadas de polvo, con una faja negra alrededor de la cintura
dentro de la que iba metida la funda de una espada corta. Era
delgado y sus rasgos parecían angulosos en la oscuridad. No tenían
nada de particular que destacase. No parecía ser nativo de
Caldeum, pero si preguntaras a qué tierra pertenecía, nadie de la
taberna podría saberlo. Desde que había entrado en El Vagabundo
los otros parroquianos lo habían dejado en paz, como si notasen su
renuencia a tener compañía.
Según avanzaba el relato del narrador, comenzaba a mover sus
gordezuelos brazos de tal modo que amenazaban con derribarlo del
taburete en cualquier momento. Su amo, al-Hazir, se encontró con
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enormes bestias inhumanas hechas de piedra y arena, dijo el
narrador, y los derrotó con su talento allí donde los otros
aventureros habían fracasado con sus hechizos y espadas.
—Kulle había sido decapitado por los Horadrim hacía siglos, para
evitar que resucitase —dijo el hombre—. Encontramos los
macabros restos en una cámara ritual donde la bruja comenzó sus
hechizos a pesar de las advertencias de mi amo. Al-Hazir había
leído el «Demonicus», escrito por el propio Zoltum Kulle...
— ¡Bah, vete de aquí! —gritó de repente el tabernero. Había estado
frotando furiosamente la superficie arañada y gastada de la barra
con un trapo sucio mientras el hombre gordo continuaba su historia
y su rostro había adquirido una expresión furiosa—. ¡Ya he oído
suficiente! Vende tus tonterías en la calle... ¡no dentro de mi
negocio!
El que tocaba la lira se detuvo abruptamente, y los pocos
parroquianos que habían estado ignorando el espectáculo que se
desarrollaba alrededor del fuego se volvieron para mirar. El
hombre gordo parpadeó nerviosamente.
—Otra ronda, Marley, por las molestias...
El tabernero dejó el trapo de un golpe, se quitó el manchado mandil
y salió de detrás de la barra. Cogió un pedazo de madera de una
pila junto a la pared y lo movió como si fuese un garrote,
acercándose al narrador.
—Para ti no. Ahora, te he dicho que te vayas —señaló con la vara
al círculo que estaba alrededor del fuego—. Los demás se pueden
marchar con él y quédense en un rincón al frío, si todavía les
apetece escuchar mamarrachadas. O pueden gastarse el dinero en
llenarse la tripa aquí, donde se está caliente.
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NATE KENYON
El tabernero lanzó la madera al fuego de mala manera. Los
parroquianos gruñeron cuando saltaron varias chispas y una nube
de humo negro cayó sobre los que ocupaban el círculo de taburetes,
haciendo que tosieran y se echasen hacia atrás. Otros parroquianos
de la taberna se rieron cuando el narrador, todavía protestando, se
tambaleó borracho al levantarse. Cogió su gorra, casi tirando las
monedas, mientras el tabernero le agarraba del brazo murmurando
más maldiciones.
—Vete a buscar a tu amo —dijo el tabernero, y lo guió hacia la
salida—. Quizá él pueda lanzarle un hechizo a tu lengua para que
deje de menearse.
—Te suplico que lo reconsideres —dijo el narrador, defendiéndose
por última vez mientras el tabernero abría la puerta y entró una
racha de aire helado—. ¡Tengo muchas cosas que decir, cosas que
la gente debe entender! Al-Hazir se ha visto con el propio Tyrael,
el Arcángel de la Justicia...
—Por mí como si sabe dónde cagó por última vez el emperador
niño —dijo el tabernero—, no lo hará aquí y tampoco tú.
Sacó al hombre gordo de un empujón. La puerta se cerró, dejando
fuera el frío. Por un momento, el fuego parpadeó, proyectando
sombras temblorosas en las caras de los que estaban observando.
Ninguno de ellos se movió. Luego el tabernero se dirigió hacia el
de la lira y la melodía desafinada volvió a sonar, y la gente se volvió
hacia sus bebidas, algunos de ellos riéndose todavía mientras el
fuego restallaba y chisporroteaba.
Nadie se dio cuenta cuando el hombre rubio se levantó unos
instantes después y se deslizó en silencio hacia la puerta,
desapareciendo en la noche gélida como un fantasma.
26
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Fuera, el baqueteado cartel de madera de El Vagabundo golpeaba
contra el poste, y las cadenas repiqueteaban en el aire helado.
Ráfagas de viento lanzaban gravilla de la calle como aguijones y
levantaban montones de paja que olían al estiércol de los establos
cercanos. La ventisca había apagado varias antorchas y la luna
estaba cubierta por las nubes, lo que añadía un tono sombrío al
ambiente.
Jacob de Staalbreak se tomó un momento para levantarse la
capucha de la túnica y apretársela alrededor del cuello antes de
entrecerrar los ojos entre la arena que se levantaba en busca del
narrador. «Tyrael, ha dicho. El arcángel que llevaba a El’druin». El
hombre gordo había contado muchos de los detalles que rodeaban
a la resurrección de Zoltum Kulle de manera tremendamente
errónea; era un bufón que probablemente nunca había estado cerca
de un auténtico demonio. Pero su mención casual del arcángel
según lo echaban de la taberna le había sobresaltado. Tenía que
saber si la historia tenía algo de verdad.
El propietario de una tienda de alquimia estaba martilleando
frenéticamente unas gruesas tablas junto a las cerraduras para evitar
que salieran volando. El sonido se repetía por la calle vacía como
los golpes huecos de las hachas contra escudos. Aparte de eso, la
ciudad parecía abandonada; todos los demás se habían guarecido
contra la tormenta. Jacob vio al gordo justo antes de que
desapareciese en la oscuridad con la espalda encorvada ante el
viento, tambaleándose por el alcohol. Se puso en marcha,
moviéndose con celeridad y acortando la distancia.
27
NATE KENYON
El narrador dobló una esquina y siguió caminando a paso normal
sin mirar atrás. Se había metido las monedas en el bolsillo y se
había puesto la vieja gorra, que se movía con cada paso. Según
caminaba, sus pasos se volvían más firmes. Para cuando había
llegado a una calle embarrada de cobertizos destartalados de las
afueras de Caldeum, el hombre gordo ya no se tambaleaba, y Jacob
estaba a solo unos pasos por detrás.
Aquella parte de la ciudad cercana a las tiendas de los comerciantes
estaba básicamente habitada por jornaleros y prostitutas, ladrones
y locos, y no había antorchas. Las sombras eran más oscuras y solo
se veían formas muy vagas. Por borracho que estuviese, el narrador
no pertenecía a aquel lugar; ni siquiera los guardias acudían a
menudo cuando había oscurecido. Las casas estaban hechas de
barro y arena, y los tejados estaban cubiertos con hojas de maíz que
siseaban y se movían con el viento. El ruido enmascaraba las
pisadas de Jacob, pero el hombre gordo no le habría oído en ningún
caso; Jacob había pasado muchos años aprendiendo a acercarse a
su objetivo con sigilo y astucia.
Quizá la pérdida de la Espada de Justicia, El’druin, lo había
debilitado, pensó Jacob, o lo había vuelto más desesperado. La
espada le habría proporcionado la manera de comprender mejor las
intenciones de aquel hombre. Jacob llevaba casi veinte años
recorriendo esas tierras en busca de lugares donde el balance entre
el bien y el mal estuviese desequilibrado, y la espada del arcángel
Tyrael se había convertido tan en parte suya como respirar. Sin ella
se sentía ciego ante el porvenir, tanteando en la oscuridad hasta que
sus manos encontrasen resistencia; y aquello era peligroso,
particularmente allí, donde podrían apuñalarlo para robarle las
botas.
Ya no era un héroe. Nunca se había considerado tal, a pesar de que
otros sí lo habían hecho; sencillamente dispensaba justicia tal como
la espada lo exigía. Pero había llegado hasta allí, y darse la vuelta
28
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
ahora tenía todavía menos sentido. Tenía que ver cómo acababan
las cosas.
Jacob apenas distinguió el cuerpo del hombre gordo cuando este se
dirigió hacia la casa más grande, la única que tenía luz. En una
ventana pequeña parpadeaba un resplandor rojizo desde dentro de
las gruesas paredes de barro, haciendo que el cobertizo destacase
como un faro en la noche. Quizá el narrador se vio atraído a la luz
porque sí, en busca de un lugar caliente donde refugiarse del helado
aliento de la tormenta. O quizá sí que pertenecía a este barrio,
después de todo. Aunque su ropa indicaba que una vez podría haber
tenido dinero, ningún miembro de la burguesía de Caldeum se
habría dejado ver en el vagabundo oscuro ni muerto. Aquellas
calles eran el último puesto fronterizo en el camino al olvido.
Jacob lo alcanzó en la puerta. El hombre gordo, tentando el rugoso
pedazo de cuerda enrollada que la mantenía cerrada, se inquietó al
sentir una mano en el hombro y dejó escapar un gritito. Jacob le dio
la vuelta y vio que al rostro del hombre le faltaba el color. Su piel
blanca destacaba como la de un fantasma en la oscuridad. Tenía
más o menos su misma altura, pero pesaba cien kilos más que
Jacob, si no más. Aun así, no estaba en condición de suponer
ninguna amenaza.
—Tu historia —le dijo Jacob—, ¿cómo termina?
— ¿Disculpa? —tartamudeó el hombre gordo, y sus porcinos ojos
se abrieron al contemplar el oscurecido agujero de la capucha de
Jacob—. N—no tengo dinero...
El viento arrancó una hoja del tejado, que voló hasta caer y
arrastrarse por el suelo.
—Quiero que me hables de lo que has dicho en El Vagabundo.
¿Qué sabes del arcángel Tyrael?
29
NATE KENYON
—Yo... Nada. O sea, la verdad es que no. Solo soy un pobre tipo
que intenta conseguir dinero para comer —el hombre gordo
entrecerró los ojos, tratando de buscar alguna clase de
comprensión— ¿Te han mandado para capturar al pobre Abad al-
Hazir?
— ¿Al-Hazir, el escriba errante? ¿Está dentro?
La confusión en el rostro del hombre gordo parecía demasiado
grande para la pregunta que se le había formulado. Abrió la boca
como si fuese a contestar, pero no dijo nada. En lugar de ello hizo
un torpe movimiento hacia sus bolsillos, tirando su contenido a sus
pies.
Las monedas rodaron entre el polvo.
—Oh, no —dijo, meneando la cabeza y retrocediendo hasta que
chocó con la puerta—. Llévate todo lo que tengo, pero déjame...
¿O es que eres un demonio que quiere quitarme la vida?
Jacob no le contestó. Recogió un medallón que había caído del
bolsillo del hombre y lo sostuvo en alto por la cadena de oro.
Resplandeció en el brillo rojizo de la ventana. En la superficie
estaba inscrita la imagen de una balanza, un amuleto de alquimista.
Un escalofrío recorrió a Jacob y le dio un salto al corazón.
— ¿De dónde has sacado esto?
Llegó un sonido a través de la oscuridad. Al principio Jacob creyó
que sería el viento soplando entre los aleros, pero procedía del
interior de la casa.
Durante un tiempo no se oyó nada más que el ruido y el siseo del
maíz. Y luego llegó el grito agudo y penetrante de una mujer.
30
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
El hombre gordo se movió más deprisa de lo que Jacob creía
posible. Miró hacia la ventana y, al echar la vista atrás, la puerta de
la casa estaba abierta de par en par y el narrador había
desaparecido.
Jacob se metió el medallón entre la túnica y se dirigió hacía la
puerta en mitad de la oscuridad. El olor a carne podrida invadía el
aire. Se retiró la capucha de la cara y extrajo una espada corta, un
recuerdo familiar, de su funda, sujetando el gastado mango de
madera y apuntando hacia delante con la hoja. La sala principal
estaba completamente desnuda excepto por una bala de heno
situada en un rincón. Junto a ella había una chimenea de piedra,
pero las brasas estaban frías y apagadas hacía tiempo.
El hombre no estaba por ninguna parte. El resplandor rojo venía de
otra sala, más al interior de la casa. Jacob se detuvo, escuchando
junto a una segunda puerta que estaba entreabierta. Al otro lado oía
susurros.
«No merece la pena arriesgarse por lo que puedas encontrar ahí».
Pero se sentía empujado a seguir al narrador. «El medallón... y el
grito de la mujer». Significaban algo importante. Empujó la puerta
que, al abrirse, chirrió como un cerdo en el matadero hasta golpear
contra la pared y detenerse.
Dentro de la sala había un semicírculo de sombras que rodeaban a
una figura sentada en una silla, delgada y claramente femenina. Le
habían echado por encima una capa sucia y alrededor del cuello le
habían atado un saco que le tapaba la cara. Las sombras eran
hombres con túnicas oscuras y sostenían cuchillos curvos de
aspecto cruel que refulgían con fulgor rojizo por las runas brillantes
31
NATE KENYON
escritas en las gastadas tablas del suelo. Jacob no reconoció las
runas, pero el ritual que describían sin duda acababa en
derramamiento de sangre.
No era la primera vez que alguien había utilizado aquella sala para
el mal. Retrocedió, sin respiración, y la garganta se le había secado
de repente. Manchas de sangre, negra como el tizón, moteaban las
paredes y el suelo.
«Cultores, al servicio de la bruja».
Creía que a estas alturas el Aquelarre había sido eliminado, o al
menos lo habrían disuelto tras la muerte de Maghda. Jacob se
quedó quieto, con la espada desenfundada y el corazón desbocado.
Las palabras de su padre, largo tiempo muerto, volvieron a él: «No
te abalances como un toro herido a menos que quieras que sea tu
última pelea». Había roto la regla básica, la que hasta entonces
había cumplido fielmente. Se planteó huir; Jacob no era rival para
ellos, ya no. Ahora que ya no tenía a El’druin ya no era el avatar de
la Justicia; la espada había desaparecido en la noche y lo había
dejado sin poder.
Pero si huía, la mujer moriría, «Es inocente». No podía permitir
que eso pasara.
La sala se quedó en silencio un instante y entonces, al unísono, los
hombres volvieron sus rostros encapuchados hacia él. El crujido de
la silla mientras la mujer se debatía sonó desesperado y siniestro, y
Jacob casi podía sentir el frío mordisco de los cuchillos de los
cultores como si se los clavasen en su propia carne y cómo su
sangre se derramaba y pintaba el suelo de rojo.
Un ruido sonó detrás de él. Jacob se giró y vio que el hombre gordo
había penetrado en la sala de algún modo, aunque era imposible
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
que no le hubiera visto entrar. El hombre ahora le bloqueaba la
salida, con sus rechonchos brazos doblados por el pecho.
El hombre gordo soltó una risita y sacudió la cabeza.
—Jacob de Staalbreak.
— ¿Cómo sabes mi nombre?
—Te has vuelto descuidado tras tu jubilación. ¿De verdad te creías
que iba a ser tan fácil robar los frutos de mi trabajo? ¿Te creías que
te iba a contar todo lo que quieres saber sin pelear?
— ¿Que si...? ¿Nos conocemos?
El hombre gordo volvió a reírse.
—No con esta carne.
Subió la mano y se la clavó en la cara, arañándose los hinchados
carrillos, tirando de su propia piel en largas tiras amarillas que se
pelaron y agrietaron como arcilla al sol. Bajo la piel se veía una
goteante monstruosidad de tendones brillantes, de músculos y
hueso, y unos ojos rojos que relucían como si el fuego de los
infiernos estuviera en su interior.
—Bar’aguil —susurró Jacob. Se había topado con aquel demonio
hacía años. Los infiernos Abrasadores habían sido rechazados, pero
sus sicarios todavía vagaban por Santuario, sedientos de la sangre
de los inocentes. Volvió a pensar en la taberna, la casual mención
de Tyrael; con poco esfuerzo, el aparentemente necio balbuceante
le había sacado a la tormenta. Le habían puesto una trampa y él se
había metido en ella de cabeza.
«¿Y el medallón?». El escalofrío que sentía Jacob se agudizó. Lo
que significaba era demasiado terrible para imaginarlo...
33
NATE KENYON
—Asesino —siseó el demonio, avanzando. La carne del narrador
colgaba de su cara brillante como una máscara grotesca—.
Hipócrita. Monstruo. Nos has perseguido durante años. Es hora de
devolverte el favor.
—Maghda está muerta. Y Belial desapareció hace tiempo.
—Ahora servimos a nuevos amos —el demonio avanzó como un
insecto y luego se detuvo, inclinando la cabeza hacia Jacob—. Te
sorprendería saber quiénes. Pero no vivirás tanto. ¿Sabes lo que
haremos, asesino? ¿Sabes dónde acabarás una vez hayamos
terminado con tus huesos?
Jacob movió la espada hacia un lado y luego al otro, intentando
mantener a ambos frentes a raya. Los cultores encapuchados
también habían avanzado, y sintió el viejo apretón del pánico
comenzando a crecer dentro de su estómago.
Cuando uno de ellos saltó hacia él, Jacob apenas tuvo tiempo de
girarse por completo en su dirección antes de que su atacante
estuviese agarrándolo por los hombros y lanzándole su fétido
aliento en la cara, con el penetrante y amargo olor de la carne.
El peso del cuerpo del hombre hizo caer a Jacob. Pero le había
clavado al cultor la hoja bajo las costillas. Empujando hacia arriba,
Jacob sintió un chorro de sangre caliente mojarle la túnica. Ambos
cayeron con fuerza. El hombre gruñó y gimió, retorciéndose y
golpeando el suelo con las piernas.
Antes de poder apartar al cultor moribundo, los otros agarraron a
Jacob por los brazos, levantándolo y retorciéndoselos cruelmente
hasta que soltó la espada. Los dos más altos lo empujaron contra la
pared, con los pies sin tocar el suelo, mientras Bar’aguil se
aproximaba. De la cara le goteaba sangre y grasa, y sus ojos
demoníacos brillaban en la sombra. Bar’aguil estiró una mano, en
la que las puntas de los dedos estaban ahora abiertas como
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
salchichas cocidas y de las que salían más garras que acababan en
curva.
—Pagarás por esto —siseó la criatura. Espuma ensangrentada y
saliva se formaban allí donde habían estado los labios del
narrador—. Tu preciosa espada de arcángel no puede protegerte
ahora. ¡Tyrael está muerto, y el juicio caerá sobre Santuario! Los
hombres sufrirán. Y nos alzaremos de entre las cenizas, más fuertes
que nunca.
Las runas del suelo latieron con una luz roja. El demonio agarró a
Jacob por el cuello. Las garras le cortaron la carne y le empezó a
faltar el aire. En los ojos empezaron a parpadear estrellas, y el
remolino de luces se volvió cada vez más brillante hasta que
amenazó con consumir todo lo que conocía y amaba...
No estaba seguro de lo que pasó luego. Las luces de su cabeza se
movieron hacia otra parte más allá de su control, y cuando recuperó
la conciencia, el demonio lo había soltado y estaba pisando el suelo.
Boqueó en busca de aire, llevando oxígeno a sus pulmones con
inhalaciones agudas e irregulares.
Bar’aguil se había girado, igual que los demás miembros del
Aquelarre, para mirar a la figura que había estado atada a la silla.
Ahora estaba en pie, con los brazos libres y los restos de sus
ataduras yacían en pedazos en el suelo. Entre las manos sostenía
una bola brillante de llama color púrpura. Pero la mirada de Jacob
estaba fija en el hermoso rostro de la mujer.
— ¿Shanar?
—Agáchate —dijo la maga, Liberó la bola de pura energía arcana
con un giro de su delgada muñeca, enviándola hacia el cultor más
cercano. Cuando la energía alcanzó al hombre en el pecho, explotó
en pedazos y Jacob se lanzó al suelo, cubriéndose la cabeza.
35
NATE KENYON
Cuando volvió a levantar la mirada con los oídos pitándole, en pie
solo quedaban dos figuras encapuchadas y Bar’aguil. El demonio
gruñó enfurecido y saltó hacia delante con las garras extendidas,
como si pretendiese arrancarle la cabeza a la maga con un solo y
mortífero golpe.
Una burbuja reluciente de luz estalló alrededor de Shanar,
envolviendo al demonio y a los cultores restantes con ella. Los
movimientos de todos se ralentizaron mientras que ella se movía a
una velocidad asombrosa, invocando en sus manos púas de energía
chisporroteante que lanzaba como brillantes puñales púrpura que
bailaban alrededor de las indefensas criaturas, atrapándolos en su
red.
Y entonces, meros instantes después de que hubiese empezado, la
guerra había terminado.
La burbuja de luz se desvaneció. Los restos del hombre gordo que
había sido ocupado por Bar’aguil yacían sangrando en el suelo casi
partidos por la mitad. Los cultores muertos lo rodeaban como en
una especie de escaparate macabro.
Shanar estaba en el centro de la matanza, con los hombros
desnudos echados hacia atrás y los hermosos senos moviéndose
dentro del corsé de cuero. Se había cortado el cabello oscuro a la
altura del hombro, pero aparte de eso estaba igual que la mujer a la
que Jacob había deseado, sin una arruga ni otra mácula veinte años
después.
Shanar miró a Jacob con el familiar desafío que siempre lo había
vuelto loco en todos los sentidos.
—Igual que siempre —dijo ella—. Salvarte el pellejo empieza a
cansar, Jacob. He esperado cuanto he podido, pero después de un
rato atada, resulta tedioso.
36
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—Podrías haber adelantado un poco las cosas —dijo Jacob,
poniéndose trabajosamente en pie y recuperando su espada, que
limpió. Se tocó los poco profundos cortes del cuello resultado de
las garras de Bar’aguil y se miró los dedos. La hemorragia se había
detenido, pero el daño a su orgullo todavía seguía vivo.
— ¿Qué tiene eso de divertido? —con una mínima sonrisa
asomándole en los labios, Shanar se acercó suavemente al cuerpo
más cercano—. Necesitaba que entrases y esperar a que el demonio
se revelase para estar segura de que era el momento de actuar.
Presupuesto, se suponía que tú tenías que salvar a la damisela en
apuros y redimir tu triste pellejo. Los buenos planes... —extendió
la mano—. Ahora, antes de que nos pueda la nostalgia y
empecemos a soñar, creo que tienes algo que me pertenece.
Jacob se metió la mano en la túnica y sacó el medallón del padre
de Shanar, uno de los pocos objetos con un valor tangible que ella
tenía en estima. El símbolo del alquimista. Shanar le había contado
una historia acerca de que se lo había quitado del cuello a su padre
muerto antes de que enterrasen el ataúd. Nunca la había visto sin
él.
—Cuando vi esto, temía que eso significase que tú... —dejó la frase
sin terminar. Incluso después de tantos años, no se le daba bien
expresar qué sentía por ella. Era una de las muchas cosas que
habían acabado por separarlos.
—Los rumores sobre mi muerte son muy exagerados —dijo
Shanar. Cogió el medallón y se lo guardó—. Dejé que el demonio
me lo quitase; servía a un propósito. Sabía que sobreviviría lo
suficiente como para recuperarlo. Tú, en cambio... —lo miró
fijamente y a Jacob le pareció notar cierta ternura, aunque quizá
solo se lo estaba imaginando—. Pareces un poco cansado.
—Ha sido un año muy largo. ¿Qué haces en esta parte de la ciudad?
—Aquí no —dijo ella, mirando a los muertos. Las runas habían
empezado a apagarse y la oscuridad se les echaba encima. Cogió
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NATE KENYON
un bastón de mago que estaba colocado en el centro del círculo,
oculto hasta entonces por las runas—. Fuera.
La habitación delantera estaba más oscura que la propia noche.
Shanar murmuró unas pocas palabras e hizo crecer una bola de luz
azul al extremo de su bastón. Iluminó la oscuridad y Jacob la siguió
cuando abrió la puerta principal. Sintieron en su piel el repentino
viento helado, que les atravesaba los huesos, acompañado del
aguijón de la gravilla de la calle.
—Espera —dijo Jacob—, todavía no me has explicado qué hacías
aquí.
Shanar suspiró, como si Jacob le estuviese pidiendo un gran favor.
— ¿Te acuerdas de cuando encontraste aquella cueva donde te
esperaba El’druin y yo también te estaba esperando?
Jacob asintió.
—Habías grabado la historia de mi vida en las paredes.
—Seguí la resonancia del Arco Cristalino —dijo ella—. Los cielos
me llevaron hasta ti y tu espada, y todos estos años después, me
han traído aquí. No estoy segura de por qué, pero considerando las
circunstancias, me pareció buena idea escucharles.
Una sacudida familiar recorrió a Jacob.
—Yo... creía que no volvería a verte.
—Ese era el plan —dijo Shanar tiritando y encogiendo los
hombros—. Pero los planes cambian. Nos guste o no —se volvió a
dar la vuelta en dirección hacia la puerta.
— ¿Adónde vas? —le preguntó Jacob.
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—A buscar a un viejo amigo —le contestó por encima del ruido
del viento—. Ven. Te lo seguiré explicando por el camino, pero no
tenemos tiempo que perder. Nos vamos esta noche...
Jacob extendió una mano y la agarró del brazo.
—Espera, Shanar. ¿Vuelves a mi vida así de repente y esperas que
te siga como si no hubiese pasado nada?
La maga se quitó de encima la mano de Jacob.
—Mira, sé que tenemos asuntos pendientes entre nosotros, pero
ahora tienes que decidir: seguir regodeándote en tu autocompasión
y ahogar tus penas en la bebida durante otra quincena o venir
conmigo a otra aventura, como en los viejos tiempos. ¿Quién sabe?
Una vez seguí la resonancia y me llevó a El’druin. Quizá la espada
me esté llamando otra vez y quiere que te lleve conmigo.
Y con esas palabras, se volvió por tercera vez y desapareció en la
noche.
Jacob se quedó en el umbral, indeciso. Pensaba que aquello había
sido un golpe bajo. Ella sabía lo que había significado para él haber
perdido la espada, sabía cómo se sentiría cuando ella insinuase
siquiera que podría volver a encontrarla.
Y aun así, ¿qué tenía que perder en realidad? Ella tenía razón:
llevaba demasiado tiempo autocompadeciéndose. En Caldeum no
había nada para él. Verla le había hecho recuperar todos los viejos
sentimientos. Quería volver a ver su cara.
Y quizá, solo quizá, El’druin le esperaba junto con Shanar.
Jacob se subió la capucha para protegerse del aguijón del viento y
fue tras ella.
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NATE KENYON
CAPÍTULO DOS
Tristán: varias semanas después
El monje se detuvo en la cima de un promontorio, dirigiéndose
hacia sus dos compañeros para que se detuviesen. Escudriñó el
paisaje en ruinas en busca de señales de peligro. El atardecer había
empezado a dejar paso a la noche, y una media luna aparecía entre
las nubes, iluminando a los atrofiados y muertos árboles, que
estiraban sus delgados dedos hacia el cielo ennegrecido.
Luz más que suficiente para mostrar las minas de la vieja catedral
que yacían desperdigadas por la colina de enfrente.
La una vez orgullosa estructura había sido devastada por el salto
del arcángel como una estrella que hubiese caído de los cielos. Los
dioses se la habían mostrado al monje en una visión; un llamativo
río de luz a través del cielo. La torre y los muros básicamente
seguían en pie, pero un agujero se abría en el suelo como una boca
irregular que exponía los niveles superiores de las catacumbas
secretas que se encontraban bajo los cimientos. Vigas de arcos
destrozadas destacaban entre los cascotes, pilas de madera y piedra
se amontonaban por todas partes. El fuego había consumido parte
del interior, pero bajo la débil luz de la luna Mikulov veía varias
filas de asientos intactas, como si estuviesen esperando a que una
congregación los volviese a llenar.
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Había soñado muchas veces todo aquello. Pero verlo en realidad,
oler los restos quemados en el viento y sentir la podredumbre en su
interior era algo completamente distinto.
Los dioses estaban ahora callados. No les reprochaba que hubiesen
abandonado aquel lugar.
Los dos hombres que habían viajado con Mikulov esperaron su
señal de que todo estaba despejado y entonces subieron a la colina.
Su entrenamiento los mantenía en mejor forma que a la mayoría,
pero nadie podía igualar la legendaria condición física de un monje
Ivgorod, y el viaje desde Gea Kul en Kehjistan había sido largo y
agotador. Las pesadas bolsas que llevaban cruzadas sobre los
hombros se añadían a la carga, pero ninguno de ellos pensaría en
soltarlas. Eran Horadrim, y los textos que llevaban eran tan
esenciales como la sangre que corría por sus venas.
Cullen llegó el primero a la cumbre y observó las ruinas. El hombre
bajo se colocó los anteojos en el puente de la nariz. Había estudiado
durante años los textos de Caín y siempre había querido ver la
Catedral de Tristán, pero solo alguien que lo conociese bien podría
haber notado la emoción que latía bajo su comportamiento
aparentemente tranquilo.
Thomas dejó caer su mochila al suelo y tomó a Cullen del brazo.
Los ojos del hombre más alto chisporroteaban en la luz del
crepúsculo.
—La historia que hay aquí —dijo—. Si accediésemos a los niveles
inferiores...
41
NATE KENYON
—Eso sería poco sensato —Mikulov se volvió a sus compañeros—
. Son inestables. Y todavía tengo que explorar el entorno. Puede
que Santuario esté limpio del Demonio Mayor, pero unos demonios
menores todavía vagan por estas tierras. Debemos ser muy
cuidadosos.
—Entonces busquemos la pira —dijo Thomas—. Debemos
construir un altar, aunque sea humilde, si no hay ninguno en pie. El
no merece menos.
Mikulov estudió los rostros de sus amigos, Cullen, el erudito,
todavía tenía los familiares rasgos infantiles bajo su calva, pero sus
mejillas se habían adelgazado durante el largo y duro viaje. Thomas
era treinta centímetros más alto que su compañero y mucho más
delgado, pero sus ojos conservaban la confiada mirada de un
guerrero. Los hombres habían cambiado mucho desde que Mikulov
los había dejado en Gea Kul tras la derrota del Oscuro y la caída de
la Torre Negra. El monje se preguntaba cómo le veían ellos a él.
—Quédense aquí —dijo—. Los dioses están callados. Debo
averiguar por qué.
Los dos Horadrim observaron al monje bajar la colina, corriendo
entre los restos de árboles y desapareciendo en la oscuridad. Como
siempre, pensó Cullen, se movía como un fantasma; hasta la luna
se negaba a iluminarlo. Cullen recordaba sentir una mezcla de
inquietud y asombro cuando conoció a Mikulov hacía más de diez
años.
Aquellos sentimientos no habían cambiado desde que hace unos
meses el monje regresase a Gea Kul y al nuevo templo horádrico.
Mikulov pareció sorprendido de encontrar a un próspero centro de
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
estudios en Gea Kul, establecido con un grupo creciente de
Horadrim guiados por Thomas y Cullen. No debería haberse
sorprendido; Deckard Caín se había convertido en una leyenda
entre el grupo tras la caída de la Torre Negra, por lo que habían
jurado hacer lo que este les pidiera cuando se marchase. Siguieron
fielmente sus enseñanzas y escritos.
Mikulov se había unido a los demás para estudiar los textos
antiguos, pero estaba inquieto. Había dicho que los dioses le habían
mostrado muchas cosas durante sus viajes de los últimos diez años,
pero todavía tenía que descubrir cuál era su auténtico destino.
Entonces, una noche tuvo una visión mientras exploraba las ruinas
de la torre donde se había librado la batalla final contra el Oscuro
y donde Mikulov estuvo a punto de convertirse en uno con todas
las cosas, Dijo que se le había aparecido un ser desconocido
envuelto en luz, la encarnación de los mismísimos dioses, y le había
dicho que debía viajar a Tristán y buscar las ruinas de la catedral.
Dijo que no era propio de los dioses aparecerse de tal forma. Pero
no comentó nada más sobre la visión. Lo que hubiese visto lo había
inquietado de tal forma que guardó silencio. Pero estaba decidido
a buscar la vieja catedral, y cuando les pidió a Thomas y a Cufien
que lo acompañasen (les dijo que el destino de Santuario dependía
de aquello), estos se mostraron rápidamente de acuerdo.
«Nuestro amigo se pasó años vagando por Santuario en busca de la
verdad y evitó a muchos asesinos de Ivgorod por el camino. Se ha
ganado el beneficio de la duda. Si sus dioses lo han convocado en
la catedral, a mí me parece bien».
Por supuesto, no era el único motivo por el que habían ido.
—Siempre me había imaginado que la catedral era... más grande
—dijo Thomas—. Más impresionante.
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NATE KENYON
—Nos hemos pasado años estudiando lo que pasó aquí. Es de
importancia vital para nuestra empresa. Y, por supuesto, ha sido
alcanzada por el fuego.
Thomas miró más allá de las ruinas. Se quedó en silencio un largo
momento, sus ojos se movían por las colinas quemadas. Cufien
sabía lo que estaba buscando.
—Deckard yace cerca del cementerio, donde su cuerpo fue
convertido en cenizas en una gran pira de humo y fuego sagrados
—dijo—. El propio arcángel Tyrael fue testigo de ello. Así nos lo
escribió Leah, antes de... antes de su pérdida, y no tengo motivos
para dudar de ello —dejó caer su bolsa al suelo y rebuscó en su
interior para sacar un mapa, una de las fieles reproducciones de
Tristán que ellos mismos habían hecho en el templo. Cufien estaba
al cargo de los textos viejos y nuevos, de catalogar la enorme
biblioteca de los Horadrim y de supervisar la rotulación y
encuademación de copias de aquellos que estaban amenazando con
convertirse en polvo, y aquel era uno de los mejores.
Extendió el mapa sobre una gruesa raíz que sobresalía como una
negra serpiente en el suelo rocoso, murmurando algunas palabras
de poder en voz baja. Las marcas comenzaron a brillar suavemente,
revelando burdos dibujos de la catedral y su entorno.
«Burdos, pero cuidadosamente calcados». Era una copia de un
pergamino horádrico auténtico, y él mismo lo había actualizado
con información más reciente. Desde aquel ángulo, el cementerio
estaría más allá de las ruinas. Cullen lo guardó mientras las marcas
se desvanecían y miró hacia la débil luz de la luna. El corazón le
latía con fuerza en el pecho.
—Quizá podamos dar un corto paseo...
—No te muevas.
44
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Cullen sintió el filo de una hoja contra su cuello.
Thomas había desenfundado a medias su espada pero se mantenía
inmóvil. Estaba mirando a alguien que situado justo detrás del
hombro derecho de Cullen, y sus ojos hicieron un movimiento
rápido hacia abajo y hacia la izquierda de Cullen. Este sabía lo que
quería. Su atacante era zurdo, y el movimiento adecuado podría
liberar a Cullen lo suficiente como para que Thomas atacase.
Pero la hoja estaba bien apretada contra la carne de Cullen y tal
movimiento resultaba extremadamente peligroso.
Cullen emitió un pequeño ruido con la garganta y el hombre que
estaba tras él se movió ligeramente. La hoja se clavó un poco antes
de que la luna iluminase el suelo durante un instante.
—Un nigromante —dijo Thomas. Volvió a meter la espada
lentamente en su funda y mostró las manos—. Suelta a mi amigo.
No tenemos disputas contigo. Somos Horadrim, venidos de
Kehjistan. ¿Qué has venido a hacer aquí?
La hoja se quedó en su sitio durante un largo instante y Cullen cerró
los ojos, esperando el latido de su propia sangre caliente cayéndole
por el cuello. Pero al final retiraron el cuchillo.
—Mendigos y ladrones, más probablemente —dijo una voz,
distinta a la primera—. Si dependiese de mí, yo dormiría con un
ojo abierto. Por supuesto, no depende de mí. Voy donde tú me
llevas.
Cullen se volvió, esperando a dos hombres, pero solo encontró a
uno. Su atacante era delgado y pálido como la muerte, y un flequillo
negro asomaba por encima de un rostro barbudo y solemne.
Llevaba una capa con rimas plateadas cosidas por el borde y un
guante negro en la mano derecha, y agarraba un puñal de hueso con
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NATE KENYON
la izquierda. La hoja relucía con una luz azul sobrenatural. Pero su
rasgo más curioso eran sus ojos, que eran de un gris pálido y
luminiscentes como dos lunas gemelas.
Aquel era un hombre que tenía un poder silencioso pero peligroso.
Sus botas de cuero no hacían ningún ruido en el suelo lleno de
grava.
Cullen había conocido a algún nigromante y la práctica de las artes
oscuras siempre ponía nerviosa a la gente. Rara vez mostraban
emociones y tendían a ser solitarios. Pero aquel era aún más
inquietante por motivos que no acababa de comprender. Quizá era
simplemente el hecho de que acababa de ponerle un cuchillo en el
cuello.
Y, por supuesto, estaba el asunto de la segunda voz.
—Tu acompañante —dijo Cullen—. ¿Adónde ha ido?
El nigromante deslizó la mano enguantada hacia una bolsa grande
del tamaño de un melón que llevaba en el cinto.
—No hay nadie más.
—Qué bonito saludo ha sido ese —dijo indignada la voz
ligeramente apagada—. Yo no puedo darles la mano en persona.
¿Qué pasa, te avergüenzas? Soy como la tía jorobada que la familia
tiene encerrada en el sótano para no asustar a los vecinos.
—Calla —dijo el nigromante. Le dio un golpecito a la bolsa.
—Llevo callado demasiado tiempo —continuó diciendo la voz—.
Esto está oscuro y no es demasiado grande. Y huele como el trasero
de una mula, si no te importa que lo diga.
El nigromante pareció dudar brevemente y entonces abrió la bolsa
de la que sacó un cráneo humano al que le faltaba la mandíbula
inferior. Cullen se tambaleó hacia atrás y Thomas dejó escapar un
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
grito, desenfundando su espada como si quisiera mantenerlo a raya.
Las vacías cuencas de los ojos brillaron con un fulgor blanco.
—Un placer conocerlos —dijo el cráneo.
47
NATE KENYON
CAPÍTULO TRES
El Nigromante
Los dos hombres se habían identificado como Horadrim, y la señal
de su orden estaba cosida en sus bolsas. Ciertamente parecían ser
humildes eruditos de alguna clase, basándose en sus sencillos
atuendos: capas de color marrón claro sobre túnicas grises con un
cinturón y sandalias. Habían corrido rumores de un nuevo clan que
trataba de establecerse en alguna parte de Kehjistan, y el
nigromante había visto recientemente una reproducción de gran
calidad de un texto horádrico en Westmarch, que el propietario de
la librería decía que se lo habían enviado desde Gea Kul. Pero
supuestamente la auténtica orden había desaparecido hacía tiempo.
El más bajo casi había perdido los anteojos al apartarse del cráneo,
y se los volvió a colocar sobre la nariz con un dedo, parpadeando
rápidamente.
— ¿Quién...? ¿Qué eres...?
—Sufrí un desafortunado giro del destino mientras robaba en una
ciudad perdida —dijo el cráneo—. El agradable tipo que te ha
amenazado con un puñal, Zayl se llama, invocó a mi espíritu para
que le ayudase a guiarle hasta algún lugar adecuado...
—Basta, Humbart —dijo el nigromante. Estaba inquieto en ese
entorno, pero no lo mostraba. Tristán estaba atado para siempre a
la oscuridad en sentidos a los que preferiría no enfrentarse aún. «El
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
caos y la ruina viven en este lugar», pensaba, «y estos hombres
también buscan respuestas».
Zayl pensó con arrepentimiento en el año pasado. No juzgaba a
menudo su vida basándose en el pasado o en el destino. Su
momento de dejar ese mundo llegaría cuando estuviese preparado,
ni un momento antes. Pero últimamente parecía que el caos tenía
barra libre. La ausencia de la Piedra del Mundo continuaba
afectando al reino mortal; durante el año anterior hordas de
demonios habían aparecido más al este que nunca antes y habían
llegado a amenazar su lugar natal en las junglas orientales. Él y los
suyos los habían repelido, pero de nuevo Zayl se había visto alejado
de su casa en busca de la perturbación en el Equilibrio. Había
notado que el origen de la alteración se encontraba hacia el oeste y
que los Demonios Menores Belial y Azmodan llegarían desde los
Infiernos Abrasadores para invadir Santuario.
En Caldeum luchó en el bando de la luz cuando la ciudad estuvo a
punto de caer ante la astucia de Belial, aunque nunca conoció a la
gente que acabó por derrotar a Belial. Los rumores acerca de
demonios que habían cruzado las Puertas Adamantinas de los
cielos y se habían reunido a partir del alma poseída de un guardián
le hacían temer que el Gran Ciclo del Ser se vería alterado de forma
permanente.
Pero si había tenido lugar tal invasión, los sicarios del infierno
habían sido repelidos por la guardia angélica o el suelo bajo los pies
de los hombres se habría partido en dos. En lugar de eso, el mundo
volvió a empezar a recuperar cierta semblanza de normalidad. Se
fue de Caldeum, en busca de más respuestas, y acabó en
Westmarch.
La última vez que Zayl había sido llamado allí casi murió a manos
del demonio araña Astrogha. Y también, aunque Zayl odiaba
admitirlo, se había enamorado. No era algo que les ocurriese a
49
NATE KENYON
menudo a los nigromantes, y la sensación le hizo sentir vulnerable.
Abandonar a Salene entonces había sido una de las cosas más
difíciles que había hecho en su vida, pero fue necesario. Un
sacerdote de Rathma trabajaba en solitario.
«Pero estaba tan deseoso de volver». Quizá Salene era el motivo,
después de todo. Si era así, había incumplido una regla
fundamental del sacerdocio, anteponiendo sus propias necesidades
a su vocación, y había cometido un error terrible.
Notaba una gran inquietud entre los orgullosos habitantes de
Westmarch. Aunque la mayoría de los ciudadanos desconfiaban de
los miembros de su clase, oyó lo suficiente como para entender su
significado: había rumores de una secta religiosa secreta que estaba
reuniendo rápidamente poderes y acólitos, y la tensión crecía entre
esta y los caballeros. Y se hablaba de desapariciones, siempre del
pariente de alguien.
Zayl perdió poco tiempo en empezar a buscar a Lady Salene,
diciéndose que tendría información importante que lo ayudaría a
encontrar las respuestas que buscaba. Humbart no se lo creyó ni
por un segundo; sabía que el auténtico motivo se encontraba en los
sombríos rincones del corazón de Zayl. Salene no se había llegado
a casar y, a pesar de las leves objeciones del general Torion sobre
su reaparición, los sentimientos de ella hacia él estaban claros.
Cuando la hubo encontrado, ahora convertida en dama de la corte,
y se reunieron, parecía que no había pasado el tiempo. Le
perdonaba por haberla abandonado, dijo. Siempre había tenido la
esperanza de que volviese, y nunca había dejado de esperar.
Y entonces las criaturas de oscuras alas habían ido a por ella en
mitad de la noche.
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
A pesar de sí mismo, Zayl tiritó. Nadie, excepto otro rathmiano y
quizá Humbart, que estaba más cerca de él que cualquier ser
humano, habrían notado el ligero temblor de emoción. Pero le
recordó su debilidad, tan recientemente expuesta.
Lo que lamentaba de verdad era lo que había hecho después,
cuando ya era demasiado tarde para salvarla. No debería haber
permitido que sus sentimientos le afectasen. «Este mundo sufre una
nueva amenaza», le había dicho el espíritu de Salene, «que hará
que todas las demás palidezcan en comparación, pues su única meta
es borrar la existencia de la humanidad para siempre. Has sido
invocado a la vieja catedral de Tristán por un mortal muy poderoso
que te pedirá que te unas a él en una misión peligrosa. Debes ir con
él para encontrar a Brady el herrero en Bramwell. Él tiene la llave
de lo que buscas».
Zayl no había dudado de su mensaje; no podía hacerlo. Su destino
estaba allí, entre las ruinas. Ahora, más de un mes después, la
angustia de haberla perdido era más fuerte que nunca. Los
nigromantes no deben ver la muerte como una tragedia, pero Zayl
lloraba a Salene como nadie lo había hecho. Su amor inmortal por
ella lo había llevado hasta aquel lugar abandonado.
«Sí no puedes encontrar el camino», le había dicho supuestamente
Rathma, «espera y el camino te encontrará a ti».
— ¿Horadrim, dices? —continuó el cráneo, sacando a Zayl de sus
siniestros recuerdos—. No he oído hablar de ustedes desde la caída
de Tristán, ¿Están seguros de que no están poseídos?
—Disculpen el burdo comentario de mí compañero de viaje — dijo
Zayl—, pero en este caso creo que su miedo está justificado. En
cuanto a mis intenciones, yo podría preguntarles lo mismo.
Los hombres se habían recuperado rápidamente del susto, pero
todavía miraban al cráneo y al nigromante con asco y conservaban
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NATE KENYON
la distancia, Zayl estaba acostumbrado a tales recibimientos; en
aquellas tierras se desconfiaba de los sacerdotes rathmianos, y sus
artes oscuras eran temidas por aquellos que las malinterpretaban.
Los nigromantes trataban con la vida y la muerte, y sabían
manipular la línea que separaba a ambas, Y desde luego, invocar a
los espíritus no les granjeaba amistades.
—Buscamos el lugar donde está enterrado el fundador de nuestra
orden, Deckard Caín —el más bajo dio un paso adelante—. Me
llamo Cullen, y él es Thomas, Viajamos también con un monje de
Ivgorod.
A Zayl aquello le sorprendió, No había visto a nadie más, lo que
significaba que el monje debía de ser ciertamente muy hábil.
— ¿Puedo…? — aparentemente, la curiosidad de Cullen estaba
venciendo a su repulsión mientras miraba a Humbart y luego al
nigromante, Zayl dudó un momento antes de entregarle el cráneo.
—Fascinante —dijo el hombre, dándole la vuelta a Humbart, lo que
provocó una asombrada exclamación y una sarta de maldiciones
por parte del cráneo. Cullen se lo devolvió rápidamente,
limpiándose los dedos en la túnica como si se estuviese quitando
una mancha desagradable—. He estudiado estas cosas, por
supuesto, pero no creo haber visto nunca...
Sus palabras fueron interrumpidas por una conmoción cerca de las
ruinas de la catedral. A unos gritos les sucedió el ruido de espadas
chocando que reverberó por todo el amplio valle que los separaba.
Zayl metió a Humbart en el bolso de su cinto y sacó su puñal de
hueso al tiempo que Thomas y Cullen bajaban a toda prisa por la
cuesta hacia la siguiente colina.
Allí los árboles parecían agarrárseles a la ropa con sus manos
muertas, y el terreno era inestable; bajo sus pues había cantos
rodados y pedazos de barro negro. Pero Zayl se movía grácilmente;
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
sus botas escogían con facilidad los lugares sólidos de modo que
estaba superando rápidamente a los otros.
Mientras se acercaban a la siguiente colina, los ruidos de la
escaramuza cesaron. El viento soplaba por el valle, levantando
polvo y haciéndolo volar a su alrededor. Zayl se detuvo un instante
para dejarlo pasar. Cuando el aire desapareció y regresó la luna,
cuatro figuras estaban bajando por la suave cuesta en su dirección,
el monje de Ivgorod delante de los demás. Su calva relucía, llevaba
tela envuelta alrededor de su musculoso pecho, con una banda
amarilla anudada a la cintura, armadura en los antebrazos y una
ristra de cuentas de madera alrededor del cuello. Una presencia
formidable, decidió Zayl. Se movía con confianza y seguridad, y
reflejaba una tranquila sensación de fuerza. «Un guerrero que te
iría mejor tenerlo en tu bando».
Los demás iban tras él uno al lado de otro: una maga junto a un
hombre delgado de cabello rubio vestido con las gastadas ropas de
un nómada y, ligeramente separado de ellos, una bárbara que medía
al menos treinta centímetros más que sus compañeros; sus
impresionantes curvas femeninas estaban acentuadas por la
armadura que le cubría los pechos y la cintura, dejando expuestas
sus caderas. Llevaba un hacha de guerra sobre el hombro que debía
de pesar casi tanto como el propio Zayl, y sin embargo cargaba con
ella tranquilamente.
— ¿Qué está pasando? —se quejó la voz desde el bolsos ¿Alguien
puede contármelo, por favor? En este sitio hay magia oscura. ¡Me
gustaría saber si están a punto de clavarse una flecha!
Zayl miró hacia atrás en dirección a Cullen y Thomas, que casi lo
habían alcanzado.
—Tenemos compañía —dijo—. Esta vez, déjame hablar a mí.
53
NATE KENYON
El monje, que se llamaba Mikulov, había sorprendido a los tres
recién llegados según se acercaban por el otro lado de las ruinas.
La maga se llamaba Shanar, el hombre rubio delgado era Jacob y
la bárbara se presentó como Gynvir. La bárbara era mayor de lo
que había supuesto a simple vista, pensó Zayl, pero se conservaba
bien. El rubio parecía un poco andrajoso, pero la maga, la más
joven de los tres, era delgada y extremadamente hermosa.
Ellos también habían sido llamados allí por un propósito que no
estaba claro.
—El Arco Cristalino de los Altos Cielos tiene una resonancia...
Una canción —dijo Shanar después de haberse presentado—. Yo
puedo conectarme a ella, y la resonancia... me habla. No puedo
explicároslo más claramente.
—He estudiado textos que describen el Arco —dijo Cullen con
brillo en los ojos—. Las leyendas dicen que la resonancia da a luz
a los ángeles. Deckard escribió sobre ello en un volumen
primordial de nuestra orden. ¿Y has encontrado un modo de
notarlo, aquí en Santuario?
Shanar asintió.
—La canción fluye a través de todos nosotros, conforma el destino
de los mortales de modos misteriosos... Una vibración como un
diapasón golpeado, que se siente solo en el éter que nos rodea. La
mayoría no puede notarlo. La canción me ha traído aquí, a Tristán
—hizo un gesto hacia Jacob y la bárbara—. Su presencia fue...
solicitada. La resonancia lo dejó muy claro.
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Gynvir en particular parecía recelosa del nigromante, y sus manos
apretaron el mango del hacha.
— ¿Qué hace él aquí? —dijo, mirando a Zayl antes de volverse
hacia Shanar—. Me dijiste que nos necesitaban para salvar
Santuario del mal, y sabes que lucharé por eso hasta la muerte. Pero
no me apunté para estar en presencia de uno de su calaña.
Los bárbaros eran un pueblo supersticioso y espiritual, ferozmente
fieles a su deber de proteger la Piedra del Mundo. Después de que
el Monte Arreat fuese destruido y la piedra aparentemente perdida
para siempre, muchos habían empezado a buscar conflictos para
calmar el vacío de sus corazones. Dado que se les había negado un
entierro de guerrero adecuado en las laderas de su amada montaña,
fueron errantes desde entonces, y la muerte ya no era algo que
quisieran comprender de un modo tan íntimo.
—Por favor, no les deseo ningún mal —dijo Zayl—. Yo estoy aquí
por el mismo motivo que ustedes... Luchar contra la oscuridad y
devolver el Equilibrio.
—Bah —la bárbara escupió al suelo—. Como intentes alguno de
tus hechizos oscuros estando yo cerca, probarás el filo de mi hacha.
Te lo volveré a preguntar, nigromante: ¿Qué haces en Tristán?
—Cazar bárbaros —dijo Humbart desde el bolso de Zayl—. ¿Qué
si no?
La bárbara movió su arma y la colocó delante de su considerable
pecho, sosteniéndola con ambas manos.
— ¿Quién ha hablado? —dijo, mirando nerviosamente a su
alrededor—. ¡Muéstrate!
Zayl suspiró. Intentó sonreír, más para tranquilizar a la bárbara que
por cualquier muestra de amistad. Pero sonreír no era algo que le
resultase natural, y por la reacción de la bárbara supuso que el
55
NATE KENYON
efecto fue más bien haber enseñado los dientes. Lamentó el intento
de bromear por parte de Humbart y no disfrutaba especialmente
provocando la incomodidad de los demás, pero todavía no estaba
preparado para dar más información. Ese imprevisto encuentro era
demasiado conveniente. Zayl estaba seguro de que pronto sabría
más, pero hasta entonces permanecería callado.
Como en respuesta, una brillante luz relampagueó brevemente en
la oscuridad, delineando los restos de la catedral desde el otro lado.
Con ella tuvo lugar una oleada en el Equilibrio; Zayl notó cómo lo
inundaba, y Humbart, que estaba más en sintonía con esos cambios
que cualquier otro mortal, lanzó una maldición entre dientes.
Significaba la presencia de algo que no era de este mundo, algo
poderoso que era aliado, bien de los cielos o de los infiernos, y que
amenazaba al equilibrio natural entre luz y oscuridad.
Quién o qué era, no lo sabía, pero tenía la sensación de que pronto
lo averiguarían.
El monje lideró la subida por la colina. Alcanzaron la cima al
tiempo que la luz comenzaba a desvanecerse, rodeando la caída
catedral desde el cementerio al otro lado. Había losas inclinadas en
todas direcciones, y lo que había escrito en ellas se había gastado y
solo eran débiles líneas y sombras. Pero todas las miradas estaban
fijas en lo que debía de haber sido la entrada al cementerio.
Una columna de piedra blanca, del doble del tamaño de un hombre,
se elevaba del suelo; era un monumento hermosamente tallado de
simetría perfecta. Los bordes cuadrados ascendían hasta un capitel
triangular que tenía marcas grabadas. El mismo símbolo que
aparecía en las bolsas de los dos hombres.
El signo de los Horadrim.
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Cuando el viento empezó a cambiar de dirección, el olor de la
madera quemada llegó hasta ellos. Los restos de un incendio se
encentraban a los pies del monumento, Thomas y Cullen corrieron
con los otros detrás de ellos, dejando a Zayl en el extremo del
cementerio. El mundo quedó en silencio por un instante.
— ¿Nos han dejado, entonces?
—No se han ido lejos, Humbart —dijo Zayl en voz baja—. Por
favor, no los provoques. Ya tengo suficiente sin tener que explicar
tu extraño sentido del humor,
—Ese es el menor de tus problemas —dijo Humbart, la voz
ahogada desde dentro de la bolsa—. Perdona, pero estás actuando
como un idiota. Primero, sales a perseguir a esas cosas que se
llevaron a Salene…
—Eso no es asunto tuyo —dijo Zayl, Su voz denotaba nerviosismo,
—Hacía falta decirlo. Llevamos juntos demasiado tiempo como
para que me ande con delicadezas. La has perdido, y es algo
terrible. Yo perdí a una mujer a la que amaba... —el cráneo dejó de
hablar un instante—. No deberías haber invocado a su espíritu y
salir corriendo, y eso nos ha traído a este agujero infernal donde el
suelo está manchado de sangre de humanos y demonios. Haber
venido aquí no te devolverá a Salene y ahora te has mezclado con
un puñado de vagabundos y ladrones sin pensar siquiera en nuestra
seguridad. Uno diría que también andas buscando acelerar nuestro
final.
—Se trata de restaurar el Equilibrio entre el orden y el caos. Mi
momento llegará...
—Cuando esté dispuesto, y no antes —le interrumpió el cráneo—.
Claro que sí. Y quizá ese momento sea aquí y ahora, ¿eh? Quizá lo
agradecerías.
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NATE KENYON
Zayl tuvo que admitir que Humbart podría tener razón. Pero ahora
se le puso la carne de gallina; era la misma sensación que había
tenido momentos antes, pero esta vez más fuerte. Había alguien
más cerca. Alguien ciertamente muy poderoso. El Equilibrio estaba
amenazado, pero si aquel ser era aliado de la luz o de la oscuridad
todavía no estaba claro.
Se acercó a los otros, que se habían detenido alrededor del
monumento. El monje y sus dos compañeros parecían casi
abrumados por el dolor. «Aquí yace el líder caído de los Horadrim,
Deckard Caín», pensó Zayl. Pero si habían ido para levantar un
santuario ¿quién había grabado la piedra que ya estaba allí?
Humbart hizo un pequeño ruido desde su costado. Zayl miró a la
derecha y vio a una figura acercándose desde la cresta de la colina,
vestido con una armadura y una capa que ondeaba, de anchos
hombros y cabeza afeitada, que tenía las cicatrices de la batalla por
todo su arrugado y hermoso rostro.
Llevaba un morral y caminaba con lenta seguridad, y su expresión
no cambió. Si había visto que Zayl lo observaba, no lo dejó saber.
Zayl podría haberse sentido alarmado por esto, pero por algún
motivo no lo estaba. Uno a uno, los demás vieron al hombre y se
giraron para mirarlo fijamente. Se detuvo ante ellos. El
desconocido irradiaba una sensación de calma, de fuerza tranquila,
de bienestar y luz. Trag’Oul había hablado, pensó Zayl; el
Equilibrio estaba restaurado allí, aunque fuese brevemente, y Zayl
notó que bajo sus pies, desafiando al resto del terreno corrompido,
la hierba había empezado a brotar a través del suelo rocoso.
—Bienvenidos, guerreros de la luz —dijo el desconocido—. Soy
Tyrael del Consejo Angiris y he venido a pediros ayuda. Los Altos
Cielos y todo Santuario están en peligro, y ustedes —observó a
cada uno de ellos con una mirada que pareció perforarlos hasta el
tuétano—, son la única esperanza que nos queda.
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
CAPÍTULO CUATRO
El Consejo Angiris: unas semanas antes
Sabiduría soñaba con la muerte de los hombres.
Tyrael dormía en un lecho de frío mármol. En sus sueños el Fin de
los Días llegaba rápidamente. Una sustancia negra goteaba y
formaba charcos, extendiendo sus tentáculos a través de las nubes
que tachonaban el cielo azul brillante. La luz que se proyectaba
hacia el suelo cambió y el mundo de Santuario comenzó a temblar.
Los gritos de incontables mortales se alzaron a través del polvo
cuando unas fisuras se abrieron en el suelo. Las más grandes
creaciones de la humanidad, torres de madera, piedra y ladrillo,
se venían abajo, aplastando cuerpos bajo ellas. Ciudades enteras
desaparecían entre enormes cavernas recién abiertas que se las
tragaban enteras. Los mares hervían y se volvían rojos por la
sangre.
Pero los sicarios de los Infiernos Abrasadores no irrumpieron,
porque no era cosa suya. Unos rayos de luz brillante atravesaron
las nubes negras que bullían y se movían por encima de las ruinas.
Una horda de ángeles descendió sobre la destrucción que habían
creado, nublando los cielos y matando a todos los supervivientes
con despiadada convicción, uno a uno.
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NATE KENYON
Tyrael despertó envuelto en sudor frío. Se tocó la cara y miró sus
manos mojadas, preguntándose qué había visto.
Lloras por tus hermanos mortales.
El arcángel no había llorado nunca. Se puso en pie. Le dolían las
articulaciones por el suelo de piedra y se estiró, notando cómo los
músculos se tensaban y relajaban. Había muchas experiencias que
le resultaban nuevas, y todas le daban que pensar. Trató de
despejar la oscuridad del sueño, pero se aferraba a él como una
mortaja. No había pasado tanto tiempo desde la caída del Demonio
Mayor y de la proclamación, por parte de Tyrael, del comienzo de
una nueva era en la que ángeles y humanos vivirían en paz. Hoy el
Concilio Angiris volvería a tener un acalorado debate sobre el
papel de la humanidad en el Conflicto Eterno.
Los ángeles suponían una amenaza tan grande para Santuario
como los infiernos. Parecía que Tyrael se había equivocado
gravemente con su predicción. ¿Cómo había llegado a eso, y tan
deprisa?
Es la influencia de la piedra.
Inarius había creado en secreto Santuario hacía eones, y los
arcángeles habían debatido el destino de Santuario desde
entonces. Imperius nunca cambiaba de opinión: debía ser
destruido. Incluso el propio Tyrael lo había creído, hacía siglos,
antes de que la humanidad hubiese demostrado ser capaz de
alcanzar la grandeza.
Pero no era Imperius a quien la humanidad debía temer, pensó
Tyrael mientras se dirigía hacia la cámara del Consejo. Un oscuro
60
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
presentimiento seguía presente mientras caminaba solo por los
cielos. La opinión del Arcángel del Valor era bien conocida.
Pero Auriel... Ella emitiría el voto decisivo. Si seguía a favor de la
existencia de Santuario, existía la posibilidad de que Itherael se
alinease con ella. Pero incluso aunque no lo hiciera, sin la
presencia de Malthael estarían empatados, y la votación sería
apartada según la ley del Consejo.
Había intentado volver a hablar con Auriel después de que ella
interrumpiese su enfrentamiento con Balzael. Fuera de los
Jardines de la Esperanza se había encontrado con un miembro de
su ejército angélico que le dijo que ella estaba descansando y no
lo recibiría. Los jardines eran un lugar de paz y tranquilidad'
donde los ángeles meditaban y buscaban el equilibrio bajo un coro
celestial que hacía que los árboles titilasen con luz y sonido. Auriel
no quería llevar ese conflicto a ese lugar, le dijo el guardia. La
ángel le había dado un símbolo de paz, una flor de luz para que
adornase su ropa, como haría con cualquier visitante del jardín,
pero su tono fue desdeñoso; ¿habría actuado así antes de que
Tyrael se deshiciese de sus alas?
No era propio de Auriel rechazarlo, ni siquiera bajo esas
circunstancias. Se había marchado de los jardines sin protestar,
pero lo que había visto allí lo había dejado helado. La luz seguía
titilando en los árboles, pero parte de esa luz estaba manchada por
un debilísimo tono gris, como si...
No. No podía pensar eso. Quizá el verdadero problema estaba
dentro, y su nueva personalidad y la oleada de extrañas emociones
que sentía tenían algo que ver con eso. ¿Había sido decisión suya
volver a unirse al Consejo Angiris como un miope mortal, después
de todo? ¿Ya no servía para gobernar como Sabiduría, o cualquier
otro?
61
NATE KENYON
Tyrael se dirigió hacia la cámara del Consejo. Imperius lo recibió
en la entrada.
El Arcángel del Valor estaba rodeado por miembros de la guardia
Luminarei, uno de ellos Balzael, que dio un paso adelante cuando
se acercó Tyrael. Parecía estar a punto de hablar, pero Imperius
apartó a su lugarteniente y se acercó a Tyrael, con las alas
extendidas en una llama de luz.
—Tus intentos por convencer a nuestra hermana de que se una a
tu bando han sido un error —dijo—. Está prohibido comenzar un
debate en los días anteriores de que se discuta en una sesión del
Consejo. Has puesto en peligro todo el Consejo con tu
imprudencia. ¿Es que tu carne mortal te ha nublado la visión?
Desde que Tyrael había tomado la decisión de deshacerse de sus
alas, alterando para siempre su relación con el Consejo, el
conflicto había permanecido sin resolver y pendía sobre sus
cabezas como una nube oscura.
—No dejes que nuestros asuntos pendientes manchen tu juicio —
replicó Tyrael—. Lo que ocurra aquí hoy no tiene nada que ver con
la ira que sientes por mi decisión.
—Sabiduría —las alas de Imperius temblaban de furia o risa,
Tyrael no estaba seguro—, ¿me das ese consejo tras haber
consultado los estanques? Me parece que no. Un mortal que se
asome al cáliz puede quedarse ciego, Tyrael. Quizá temas lo que
podrías ver si miras.
—Lo único a lo que temo es a tu ansia de conflicto. La influencia
de la piedra está afectando a los Altos Cielos, en este momento.
Valor no significa la ejecución de inocentes.
—Tonterías —dijo Imperius—. La piedra no puede hacemos daño
aquí. Ves esto como una oportunidad para la paz, pero la paz no
existirá hasta que Santuario haya sido destruido. Deben hacerse
sacrificios para conseguir la victoria que buscamos. ¡El Demonio
62
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Mayor casi nos derrotó, Tyrael! Las puertas no habían caído
nunca. No hay sitio para la compasión... ¡Ya no!
Se volvió para entrar a la cámara, como si quisiera apartar a
Tyrael de su vista. El Arcángel de la Sabiduría lo agarró por el
brazo. El poder recorrió la carne de Tyrael, haciendo que casi
lanzase un grito ahogado. Apretó los dientes.
—No lo hagas, Imperius —dijo—. También hay una gran bondad
en ellos. No le des la espalda a la oportunidad que se nos ha dado.
Balzael volvió a adelantarse, pero Imperius lo apartó con un gesto.
Se sacudió la mano de Tyrael como si le asquease, y el tono de
lástima de su voz era mucho peor que su ira.
—El mundo de los hombres ha amenazado nuestra existencia
durante demasiado tiempo —dijo Imperius—. Es una herramienta
de los infiernos que usan contra nosotros. Tú has escogido unirte
a sus filas mortales y ya no se puede confiar en tu juicio. Pronto lo
verás. El Consejo actuará, te guste o no.
—No olvides que la última vez que el destino de Santuario
dependió del Consejo, la votación final fue a favor de su existencia
—dijo Auriel—. Para reabrir ese debate, debes presentar pruebas
de que ha habido algún cambio fundamental que lo exige.
—Las pruebas están claras —atronó Imperius desde su asiento
sobre el suelo del Consejo. El Arcángel del Valor se inclinó hacia
delante señalando la piedra de alma negra, mientras sus alas
azotaban como lazos de luz su armadura dorada y su voz
autoritaria llenaba la sala al volverse hacia Itherael y Auriel—. Se
encuentran, en mudo juicio, ante todos nosotros.
— ¿No crees que la piedra está segura aquí, entre nosotros? —
preguntó Auriel.
—Lo hemos discutido muchas veces en esta misma cámara. La
mayor amenaza no se encuentra entre nosotros, sino en los
hombres que la crearon. Durante demasiado tiempo no hemos
actuado. Y mientras discutíamos eternamente, los Infiernos
Abrasadores siguieron susurrando sus falaces secretos en los
63
NATE KENYON
oídos de los humanos, influyendo en sus almas y utilizando su
mundo contra nosotros. La piedra alma es solo otro ejemplo de
esto. ¡Forjada por los hombres, Auriel! De no ser por ella,
¿habrían caído las puertas del cielo ante el Demonio Mayor?
¿Habríamos perdido tantos hermanos y hermanas y habríamos
estado tan cerca de que el Arco se hiciese pedazos?
—Eso no es tan seguro como quieres hacernos ver—dijo Auriel.
Tyrael la observó desde su propio asiento por encima del suelo. Su
voz permanecía tranquila, en oposición directa al apasionado
discurso de Imperius, pero notó cierto tono que también había
notado la última vez que habían estado juntos en aquella misma
cámara—. Puede que el Demonio Mayor hubiese encontrado otro
modo, y quizá entonces habría conseguido destruir el Arco.
Imperius soltó una risita, pero el sonido no denotaba alegría
alguna.
—La esperanza no te deja ver la verdad, hermana, Los sirvientes
del infierno habrían sido derrotados y sus líderes lanzados al
abismo. ¡Este es el momento perfecto para que actuemos! Tenemos
la ocasión de dar el golpe definitivo. Santuario siempre ha sido
nuestra mayor debilidad. Destruyámoslo y habremos
desequilibrado la batalla en nuestro favor y acabado con el
Conflicto Eterno para siempre.
La cámara del Consejo estaba en silencio.
—Todavía hay esperanza para la humanidad —dijo al fin Auriel—
. Recuerda que nacieron tanto de ángeles como de demonios.
Tienen tanta capacidad para la luz como para la oscuridad.
Pero las palabras de la Arcángel de la Esperanza carecían de
convicción y su argumento no hizo ningún efecto. Tyrael
carraspeó. El hecho de que Imperius hubiese evitado su mirada
64
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
durante gran parte de la reunión del Consejo no le había pasado
desapercibido.
—No olvides el papel que desempeñaron los nephalem a la hora
de derrotar al Demonio Mayor —declamó—. La piedra de alma
negra fue forjada en Santuario y utilizada contra nosotros, eso es
cierto. Pero los nephalem se enfrentaron a un gran mal y lo
expulsaron cuando nosotros, los guardianes del cielo, fuimos
incapaces de actuar.
—Y tú declaraste una nueva era dorada de ángeles y hombres,
juntos por la eternidad —dijo Imperius, con palabras llenas de
asco apenas reprimido—. ¿Quizá deberías haber consultado al
Consejo antes de hacer una promesa así?
Las heladas palabras del arcángel mostraban desafío, y la
amenaza de la violencia volvió a pender de la cámara. Esta vez
Tyrael no se enfrentó directamente.
—Los nephalem tienen habilidades que solo estamos empezando a
entender —dijo—. Si los destruimos ahora, podríamos perder
nuestra mejor arma contra ese mal.
Imperius alzó la voz:
— ¡Desafiando la ley de los cielos, has interferido con el mundo
de los hombres una y otra vez! Y has escogido prescindir de tus
alas. ¡Ese es solo el último ejemplo de tu temeridad! —Imperius se
dirigió hacia los otros miembros del Consejo—. Es hora de que
hablemos de un tema que nos preocupa a todos. Sin la interferencia
de Tyrael en los asuntos de la niña mortal Leah y su madre, el
Demonio Mayor no habría encontrado un hogar en la piedra.
—Eso no podemos saberlo —dijo Auriel— y ahora no estamos
negando a Sabiduría.
—Entonces quizá Sabiduría debería ofrecemos su consejo —
Itherael Arcángel del Destino, había estado en silencio la mayor
65
NATE KENYON
parte de la sesión. De hecho, rara vez hablaba, y sus palabras
sorprendieron ahora a Tyrael—. Hablemos de otro asunto también
sin resolver a pesar de todos nuestros debates: qué hacer con la
piedra de alma negra.
—Sabiduría ya no está con nosotros —dijo Imperius—. Malthael
se ha ido y no volverá nunca.
—Cuida tu tono, hermano —dijo Auriel—. No insultes la decisión
de Tyrael de volver a unirse al Consejo; no es propio de ti.
—Entonces dinos qué conocimientos has obtenido de Chalad’ar,
Sabiduría —dijo Imperius, de nuevo con tono burlón—. Dinos qué
hacer con la piedra. El Consejo lleva demasiado tiempo dividido
con esa cuestión. ¿O son correctos los rumores que corren entre
los ángeles y todavía no has consultado el cáliz?
Itherael y Auriel se volvieron a Tyrael, esperando a que ofreciese
una solución. Este miró a la piedra de alma, creyó ver un latido de
luz de color rojo sangre dentro de ella. «La oscuridad impregna
este lugar sagrado», pensó. «Se arrastra sin ser vista y corrompe
todo lo que toca».
Tyrael había llegado a su propia conclusión. Pero no estaba
seguro de cómo iban a tomar los demás su consejo y dudó durante
demasiado tiempo.
Imperius se volvió.
—A Malthael nunca le hubiese faltado una respuesta, pero este
vuelve a estar callado. Hablaré yo por él, entonces. Rompamos la
Piedra en la Fragua del infierno.
Un murmullo de Auriel provocó una rápida respuesta.
—No deberíamos arriesgamos a destruirla —dijo Itherael—. Fue
forjada mediante magia humana; su destino me resulta un
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
misterio. Ni siquiera el Pergamino del Destino puede decimos lo
que pueda resultar de ese intento...
— ¡Debe ser escondida! —dijo Tyrael.
Sus palabras resonaron con más fuerza de lo que había previsto.
Los otros se detuvieron y volvieron su atención hacia él. Volvió a
carraspear, detestando lo débil que le hacía parecer. Una
garganta hecha de carne no era un vehículo de confianza para
hablar. Volvió a intentarlo:
—Itherael tiene razón —dijo—, el poder de la piedra de alma
negra nos es desconocido. El mago horádrico Kulle la forjó
utilizando la magia que solo los nephalem poseen. No podemos
arriesgamos a destruir algo así; puede incluso que vuelva a liberar
al Demonio Mayor.
— ¿Esconderla dónde? —el tono de Auriel se había vuelto más
cauto, como si supiera lo que él podría decir—. Ya hemos hablado
de ocultarlo, pero no pudimos llegar a un acuerdo. No puede
quedarse en la cámara del Consejo para siempre.
Tyrael miró a los otros arcángeles, sintiéndose inundado por la
tristeza. Se imaginó que lo miraban con desconfianza, quizá con
hostilidad vagamente disfrazada. Incluso el aura de Auriel había
cambiado, y sus alas latían débilmente con una luz que reflejaba
la mancha que había visto en los jardines entre los árboles.
No era Justicia, ni Sabiduría, ni tampoco era un hombre; era un
ángel mortal y aquello no encajaba con el mundo que conocían ni
con ningún otro. Su visión de paz con la tierra de los hombres y
una nueva vida que acababa con el sueño eterno se desvanecía
rápidamente.
Nunca habría querido llegar a eso.
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NATE KENYON
—En Santuario —dijo finalmente—. Debemos esconder la piedra
en un lugar donde ningún ángel o demonio pueda encontrarla.
— ¿Estás loco? —rugió Imperius, su voz resonando por la cámara
del Consejo como el estallido de un trueno—. ¿Quieres devolverla
al mismo lugar donde fue forjada, donde los infiernos puedan
utilizar almas humanas contra nosotros? ¡La oscuridad
encontrará un modo de volver a alzarse y la piedra se convertirá
en el arma que nos destruirá a todos!
—Ya he ocultado piedras almas en Santuario antes —dijo Tyrael—
. Las hemos atado con magia de los nephalem y hemos mantenido
presos a los Demonios Mayores...
—Y siempre han encontrado un modo de corromper lo suficiente a
la humanidad como para escapar —dijo Auriel—. Yo tampoco
puedo condonar eso, Tyrael. Imperius tiene razón: Santuario
nunca debe saber que la piedra de alma negra todavía existe. Está
mucho más segura aquí, donde los Luminarei pueden
proporcionar protección.
— ¿No ven lo que los está haciendo la piedra? —la voz de Tyrael
subió de tono. Se levantó de su asiento y comenzó a bajar hacia el
suelo del Consejo, y los escalones se empezaron a materializar
ante él con la energía de los cielos—. Están aquí juzgándome
mientras a su alrededor hace cada vez más frío y hay más
oscuridad. ¡Debemos llevárnosla de aquí o arriesgamos a que
aquello que consideramos más sagrado se corrompa!
Imperius señaló hacia donde Tyrael se encontraba ahora en el
centro de la cámara.
— ¿Nos acusas de perezosos y ciegos ante nuestro deber de
defender las leyes de los cielos, mientras tú, como Arcángel de la
Justicia, decidiste abandonar tu puesto voluntariamente y tomar
estatus mortal?
—La ira es un síntoma. La piedra se alimenta de su luz, bebe de su
esencia y espera que se debiliten lo suficiente para que las propias
estrellas caigan...
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—Ridículo. ¿Crees que no somos capaces de notar un peligro así?
—Su orgullo los ciega ante la verdad. No pueden sentirlo como yo.
No son... mortales.
En una llama de justa indignación, Imperius saltó de su trono
aterrizó delante de Tyrael y se quedó flotando ante él.
—Menos mal que no lo somos —dijo—. Ya has insultado suficiente
al Consejo. Deberíamos haber actuado mucho antes. ¡No pienso
tolerar tu atrevimiento!
Se hizo el silencio, el momento quedó paralizado. No hacía tanto
tiempo que se habían enfrentado en ese mismo lugar y habían
acabado a golpes.
—No levantaré un arma contra ti, Imperius —dijo Tyrael—. Esta
vez no.
Rodeó al Arcángel del Valor, que no hizo nada por seguirlo. A
Tyrael le latía el corazón con más fuerza según se dirigía hacia la
salida de la cámara.
— ¿Adónde vas? —le llamó Auriel—. Las reglas del Consejo
prohíben que salga nadie mientras estamos en sesión.
Tyrael se detuvo bajo un arco.
—No puedo seguir sentado entre ustedes como Arcángel de la
Sabiduría —dijo—. Deben respetar mi decisión de prescindir de
mis alas, o no pienso quedarme. Y si la piedra se queda aquí,
Santuario estará perdido y los Altos Cielos con él. Me temo que
van a escoger un camino que no puede desandarse.
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NATE KENYON
Fuera de la cámara, Balzael estaba esperando a Tyrael con el
arma desenfundada. El fornido guardia le bloqueaba el paso. Su
armadura tenía un brillo dorado y otros dos avanzaban tras él.
—Has insultado al Consejo —dijo—. Está prohibido...
—Aparta de mi camino, Luminarei —dijo Tyrael—. ¿O tienes
intención de utilizar esa espada?
—Un ángel sin alas —dijo Balzael—. Eres un como un pájaro con
las plumas cortadas que no puede volar. Quizá deberíamos meterte
en una jaula.
Tyrael desenfundó a El’druin. «¿Cómo osas insultarme a mí, que
he sido tu superior durante tantos años?», pensó. La ira que había
reprimido creció en él como una llamarada hambrienta.
—Eso sería lo último que harías —dijo.
Balzael levantó su arma en posición de lucha. Tyrael movió en un
gran arco a El ’druin, infundiendo toda su furia al golpe y la
espada chocó contra la del Luminarei, empujando al ángel hacia
atrás y haciéndolo caer de rodillas. Notaba la furia como un fuego
purificador que lo consumía desde dentro, pero su propia
presencia apagaba el poder de El’druin; Tyrael volvió a alzar su
arma, los músculos le temblaban, pero el guarda Luminarei se
movió de un modo cegadoramente veloz, rodando hacia un lado
con la espada preparada.
— ¡Basta! —de repente Imperius estaba en el arco con sus alas
flamígeras desplegadas y restallando como un relámpago
alrededor de su rostro.
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—Señor —dijo Balzael—, ¡ha abandonado el Consejo en mitad de
una sesión! Debería ser lanzado al...
—Déjalo ir —dijo Imperius—. Mira sus huesos, su carne. Está
debilitado por su estatus mortal y es incapaz de cumplir con su
deber.
—Te equivocas —dijo Tyrael—. Ahora soy más fuerte en espíritu
de lo que he sido nunca, Imperius.
— ¿Entonces por qué no has acudido todavía a Chalad’ar?
¿Temes lo que pudieras encontrar en él? ¿O será demasiado para
que lo soporte un mortal?
—Mis decisiones son mías y no tengo que explicarlas.
—Y, de nuevo, has escogido alinearte con Santuario —dijo
Imperius—. Si el Consejo vota destruir Santuario y terminar de una
vez por todas con la amenaza que supone para los cielos, ¿te
quedarás en el mundo de los hombres y perecerás con ellos?
Tyrael miró a Balzael, que todavía no había enfundado su espada,
y a Imperius, que permanecía bajo el arco como si quisiera
bloquear su regreso. Volvió a meter a El ’druin en su funda. Su ira
había desaparecido de repente. «Hasta yo estoy siendo influido por
el tono repugnante y negro que fluye por nuestro reino», pensó
«Debo encontrar un modo de detener esto».
—Si esa es la voluntad del Consejo, que así sea —dijo.
Entonces Tyrael se dio la vuelta y los dejó allí, consciente de que
había dado el paso siguiente por un camino cuyo fin no podía
prever.
71
NATE KENYON
CAPÍTULO CINCO
Reunión de ladrones
Tyrael apartó el recuerdo del debate del Consejo y miró al
desastrado grupo de humanos reunidos a su alrededor. Sus rostros
mostraban distintos grados de escepticismo y asombro. Jacob
probablemente había notado desde lejos la presencia de la espada
El’dmin, y el nigromante seguramente habría notado que se
acercaba mucho antes de que se hubiera mostrado. Aceptarían su
presencia y lo que tenía que decir, aunque fuese por distintos
motivos.
Sobre los demás no estaba tan seguro. El monje había mostrado una
impresionante fuerza y un gran valor en la batalla contra los
sirvientes de Belial en Gea Kul, y su corazón era puro. Pero
también había seguido su propio camino y las posibilidades que
conllevaba aquello eran peligrosas en el mejor de los casos. Sus
dos compañeros de la célula horádrica de Gea Kul eran valiosos
por su conocimiento pero todavía no había accedido a los pozos
ocultos de poder que poseían y era posible que nunca lo
consiguieran. La maga tenía un talento innegable pero era
igualmente tozuda y cínica; sus cicatrices no eran de carácter físico,
pero eran más profundas que la mayoría y demostrarían ser un gran
desafío que vencer. Y la bárbara era una mujer sin tribu ni sentido
de pertenencia, que poseía fuerza exterior pero poca confianza.
72
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
«Un grupo de desconocidos y nada más», pensó Tyrael. Le recordó
a un momento, hacía siglos, en que había enfrentado a otro grupo
de humanos con una tarea que parecía prácticamente imposible
Pero este era un desafío mayor. En qué se convertirían, si
escogieran aceptar lo que estaba a punto de contarles, era cosa de
él.
—Me disculpo por haberme movido en secreto —dijo—. Todos se
han enfrentado ya a grandes peligros. Pero era necesario por
motivos que pronto entenderán. Su reunión aquí en Tristán no es
por azar.
—Fuiste tú —dijo la maga Shanar. Las palabras sonaron como una
acusación—. ¡Tú estás detrás de la resonancia!
—El hombre que se me apareció con un mensaje de los dioses —
dijo Mikulov.
Los otros murmuraron en voz baja a la luz del fuego.
—Se ha escrito, muchas veces, que el arcángel Tyrael caminaría
entre los hombres —dijo Cullen, el erudito—. Y hemos oído lo
mismo de Leah más recientemente. Pero perdóname, no eres un
ángel.
—He escogido tomar forma mortal —dijo Tyrael—, Hay mucho
que explicar. Conocí a su anterior líder, Horadrim, un hombre de
gran honor. Su sacrificio por nuestra causa no será olvidado.
—Hemos viajado muchas leguas para construir un monumento
aquí solo para descubrir que ya existe uno y mucho más
impresionante que cualquier cosa que pudiéramos haber hecho
nosotros —dijo Thomas. Se volvió hacia la pirámide de piedra
blanca. El símbolo horádrico de su cima parecía brillar a la luz de
la luna—. ¿Esto es cosa tuya?
Tyrael asintió.
73
NATE KENYON
—Mientras Santuario exista, no puede ser destruido. Permanecerá
como recordatorio del valor de Deckard, un faro de luz en la
oscuridad —estudió los rostros que estaban vueltos hacia él,
esperando. Seguían sospechando unos de otros y de él, y lo que
estaba a punto de decirles probablemente empeoraría mucho más
las cosas.
Había mucho trabajo que hacer y poco tiempo.
—Encendamos una hoguera para calentamos y alejar a la oscuridad
—dijo—. Y entonces les lo contaré todo.
Formaron un círculo de piedras y llevaron ramas de los árboles
secos que moteaban la ladera de la colina. Thomas aplicó un
pedernal junto la madera ennegrecida y enferma, pero la chispa no
brotó hasta que la magia de Shanar no la encendió. Las llamas que
se levantaron hacían que corriesen el riesgo de llamar la atención
hacia el grupo, pero todos se alegraron de sentir el calor, porque la
noche se había vuelto muy fría y todavía más oscura a su alrededor.
El grupo se sentó separado: Mikulov y los Horadrim juntos;
Shanar, Jacob y Gynvir le dejaron mucho espacio a Zayl. La
bárbara no había vuelto a colgarse el hacha de batalla desde que
había aparecido el nigromante.
Tyrael les contó la historia de la creación de Santuario, milenios
atrás, por el ángel Inarius, que había dejado los Altos Cielos
después de cansarse del Conflicto Eterno y quería un lugar oculto
de ambos bandos, donde ángeles y demonios que pensaran como él
pudieran convivir en armonía. Contra toda probabilidad, Inarius se
enamoró de la demonia Lilith, hija de Mefisto. Su unión impía dio
como resultado a los primeros nephalem: Rathma, Bul-Kathos,
Esu, y otros... Una clase completamente nueva de seres poderosos
que poblaron el mundo y comenzaron a multiplicarse a pesar de los
intentos por destruirlos. Con los siglos, sus descendientes acabarían
evolucionando en humanos y aunque con cada generación sus
74
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
poderes iban disminuyendo por la presencia de la Piedra del
Mundo, quedaban suficientes como para dar paso a la magia que
existía hoy.
—Con la destrucción de la Piedra del Mundo hace veinte años —
continuó Tyrael—, estos poderes de los nephalem han comenzado
a crecer de nuevo en esos humanos capaces de manipular los
secretos de los antiguos. Tienes que entender esta historia, pues
tiene que ver con por qué estamos aquí hoy.
—Los nephalem eran valerosos y puros —dijo Cullen—. Los
hemos estudiado en los textos.
Tyrael asintió. Y luego les habló de la creación de la piedra de alma
negra a manos del mago horádrico Zoltum Kulle, un miembro de
los Horadrim y hombre de gran potencial. El destino de Kulle era
un recordatorio constante de los peligros a los que todos se
enfrentaban. El poder podía ser corrompido, y la tentación hacia la
oscuridad era fuerte, y la implacable lujuria por la inmortalidad fue
su caída Aunque Kulle acabó siendo destruido, su piedra de alma
negra, un objeto de un poder inmenso y desconocido, fue utilizada
siglos después para transformar a la niña Leah en el Demonio
Mayor y en el ataque a las puertas del cielo. El Arco Cristalino solo
había podido ser salvado gracias a los actos heroicos de un
auténtico nephalem, un mortal bendecido con poderes que recibió
de su antiguo legado, uno que podía vencer incluso al ángel o
demonio más fuertes.
El relato duró bastante tiempo y las llamas empezaron a consumirse
antes de que Gynvir se levantase para acarrear más madera y
Shanar diese vida al fuego.
—Este héroe nephalem ahora vaga por las tierras en alguna parte
al este de Westmarch —dijo Tyrael—, en busca de la bruja Adria,
que seguía desaparecida. He venido a Santuario y los he reunido
aquí porque debemos actuar en otro asunto urgente de importancia
75
NATE KENYON
crucial y hay poco tiempo. La piedra de alma negra vuelve a poner
en peligro todo lo que amamos, pero no puede ser destruida con
cierta seguridad. Solo hay una solución: debe ser ocultada. Los he
escogido a ustedes, como hice hace siglos reuniendo a los
Horadrim para perseguir y capturar a los Demonios Mayores, para
que me ayuden en esta misión vital.
Fue el erudito quien volvió a hablar por fin. El hombre le recordaba
a Deckard Caín; aunque ambos eran físicamente muy distintos,
compartían una curiosidad natural y una mente ágil.
—Una vez un correo llevó a nuestro templo en Gea Kul una carta
de Leah —dijo Cullen—. Hablaba sobre encontrar a un
desconocido con una espada rota en Tristán. Describía la muerte de
Deckard a manos de los cultores y el descubrimiento de la piedra
de alma—Y dijo haber encontrado todavía viva a su madre y nos
pedía ayuda para descifrar la auténtica naturaleza de la piedra.
—Así que sabes que digo la verdad.
—Adria estaba convencida de que la piedra tenía la clave para
destruir a los siete Demonios de los infiernos. Yo busqué en nuestra
biblioteca cualquier cosa que hubiese sobre la piedra y envié mis
notas a Caldeum, pero me las devolvieron. El mensajero me dijo
que no pudo encontrar a Leah. Y ahora nos dices que ella...
Cullen se detuvo un momento, quitándose cuidadosamente las
gafas. Sacó de su bolsa un pañuelo y se secó los ojos húmedos, y
luego volvió a colocarse las gafas.
—Todos esos años preguntándose por su madre —dijo, su voz
alterada por la emoción—. Se merecía un destino mejor.
—Luchó contra la posesión de su alma —dijo Tyrael—. La caída
de las puertas no fue cosa suya. El Demonio Mayor ya la había
poseído. Creo que su sufrimiento fue breve.
76
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Cullen asintió, mirando fijamente a sus compañeros, Thomas y el
monje.
— ¿Dónde está la piedra ahora? —dijo.
—Se encuentra en los cielos, protegida por los Luminarei, los
Defensores del Arco.
— ¿Una guardia sagrada? ¿Por qué no dejarla en su sitio?
—La piedra es demasiado peligrosa. Ya ha empezado a corromper
los cielos, y temo que pronto sea demasiado tarde para actuar. Pero
el Consejo Angiris nunca decidirá voluntariamente entregársela a
los humanos para que la guarden.
— ¿Entonces qué sugieres que hagamos?
Tyrael miró a los ojos al erudito.
—Debemos invadir los cielos y robarla.
El grupo se alborotó, asombrado e incrédulo.
— ¿Invadir los cielos? —dijo Cullen—. Según mis estudios, los
humanos nunca han puesto el pie allí, al menos antes de esa batalla
que has descrito con el Demonio Mayor. Los mortales no pueden
comprender la bella, la abrumadora escala. Los peligros inherentes
a un intento así...
«Tienes razón», pensó Tyrael. «Hasta yo podría perder la vida en
esta empresa». La idea le llegó involuntariamente y lo sorprendió
por su fuerza. Su mano se deslizó hacia un bolsillo interior de su
ropa como por voluntad propia, y luego la dejó caer. «La muerte
llega a todos los mortales, antes o después».
—Discúlpenme por aportar un poco de escepticismo —dijo
Shanar. Se levantó de su asiento y el color enrojecía su bello
rostro—. He seguido la canción del Arco porque no tenía
demasiada elección; era la voluntad de los cielos, ¿saben?. La
última vez que ocurrió eso estuve atrapada en una cueva con una
77
NATE KENYON
espada por compañía durante a saber cuánto tiempo hasta que este
—e hizo un gesto señalando a Jacob—, por fin tuvo a bien aparecer.
¿Ahora venimos a este sitio desolado y nos dices que se nos
necesita para una misión?
Las palabras de la maga quedaron en el aire mientras los otros
permanecían en silencio. Tyrael los veía intercambiar miradas y
apartar la vista rápidamente, como si nadie quisiera ser el siguiente
en hablar. Sus caras reflejaban desconfianza, inseguridad, incluso
miedo.
—Los he escogido a todos por un motivo —dijo Tyrael—. Todos
y cada uno de ustedes tendrá un papel importante para salvar este
mundo y el de más allá. Zayl, tú luchaste no hace mucho contra un
poderoso demonio y venciste. Mikulov, Thomas y Cullen, estuviste
junto a Deckard Caín en el campo de batalla de Gea Kul contra un
hechicero oscuro aliado de Belial y derrotaste a un ejército de
muertos vivientes. Shanar, Jacob y Gynvir, ustedes miraron a la
cara de la plaga de ira y no pestañearon —alzó la voz—. Se
enfrentarán a peligros terribles y lo que parecerá ser misiones
imposibles. Pero no han descubierto reservas de fuerza, otorgadas
por su propio linaje; tienen la sangre de ángeles y demonios
corriendo por sus venas, una mezcla de luz y oscuridad que los hace
capaces de ostentar más poder del que pueden comprender.
—Nuestras fuerzas —repitió lentamente Jacob, como si intentase
comprender. Había estado prácticamente en silencio hasta ese
momento—. Todos luchamos con cierta habilidad, pero de lo que
estás hablando requiere mucho más que eso. Haría falta un ejército.
Tyrael sacó la espada de su funda, mostrando la reluciente hoja a
la luz del fuego.
—Cuando estuve perdido para la Piedra del Mundo, blandiste
El’druin como avatar de la Justicia —dijo—. Eso no fue accidental,
Jacob. Tienes mucho que enseñar a los presentes.
78
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—El poder que ostentaba como instrumento de justicia me fue
entregado a través de la espada —dijo Jacob—. El’druin ha
regresado a su dueño. Ya no la poseo.
— ¿Qué está pasando ahora? —dijo una voz ahogada y ligeramente
irritada, como si saliese de un hombre que llevaba demasiado
tiempo en una postura incómoda—. ¡Aquí no veo nada!
Tyrael vio que la mano de Zayl tocaba el bolso hinchado de su
cinturón.
—Un momento, Humbart —dijo en voz baja el nigromante. Luego
miró a Tyrael—. Hemos venido, tal como se nos llamó —dijo—.
Y yo, al menos, estoy dispuesto a aceptar mucho de lo que dices.
¿Pero tienes un plan para llevar a cabo este robo?
Tyrael dudó. Había pasando mucho tiempo leyendo los antiguos
textos de Deckard Caín en la biblioteca que había dejado atrás, en
busca de respuestas. Tenía que encontrar el lugar perfecto para
ocultar la piedra, un lugar donde estuviera a salvo de aquellos que
buscaban su poder.
Al fin, creía haberlo encontrado, enterrado en oscuras referencias
en copias de los Libros de Kalan de la colección de Caín.
—Hay oculta una antigua fortaleza en alguna parte de las tierras
del oeste... Vacía ahora, pero oculta a ángeles y demonios. Estoy
convencido de que es el único lugar seguro para esconder la piedra.
— ¿Y cómo se supone que vamos a encontrar ese lugar? —dijo
Shanar. El escepticismo todavía se reflejaba en su rostro.
Deckard Caín creía que Rakkis y sus hijos lo habían descubierto
hacía muchos años, y se encuentra en alguna parte cerca de
Bramwell o Westmarch. Caín había encontrado un pasaje de un
texto sagrado Zakarum sobre la clave de su paradero, una especie
de mapa. Caín en persona había escrito sobre la posibilidad de que
Rakkis guardase otros documentos que podrían revelar más sobre
la ciudad abandonada. Pero estaban escondidos en alguna parte.
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NATE KENYON
—Existen varios textos poco conocidos que hacen referencia a ese
lugar —dijo Cullen—. Un erudito llamado Hael escribió sobre ello
hace doscientos años, pero decidió que era más bien algo simbólico
que un lugar real.
—Se me dijo en una visión que deberíamos encontrar al herrero en
Bramwell, un hombre llamado Brady, y que él tendría la clave que
buscamos —dijo Zayl—. Supongo que se refiere a esos
documentos y a esa fortaleza...
—No quiero interrumpir —dijo la voz apagada desde el bolso de
Zayl—, pero si no están atentos, esta búsqueda suya va a ser la más
breve de la historia reciente. ¡Alguien... algo... se acerca con mucha
prisa, y no creo que sea amistoso! ¿Lo notas, Zayl? ¡Hola, colega!
¿Te has quedado dormido?
Los otros se quedaron mirando al bolso. El nigromante sacudió la
cabeza. Estaba mirando más allá del parpadeante fuego, fijándose
en las distantes formas ennegrecidas de los árboles muertos que se
alzaban en la oscuridad.
—Humbart tiene razón —dijo en voz baja—. Algo nos observa.
Hay una... presencia antinatural cerca. Callaos y escuchad.
El grupo se quedó en silencio. Por todas partes llegaban pequeños
ruidos de movimiento: arrastrar de pies, pasos cuidadosos,
resoplidos, grava que rodaba en la noche. Más allá llegaba el sonido
de algo mayor arrastrando los pies hacia la colina que tenían
delante.
Shanar se puso en pie con un rápido movimiento y elevó los brazos
hacia el cielo negro. De sus dedos brotó fuego, formando un arco
en el aire sobre sus cabezas, explotando sobre ellos en rayos rosas,
púrpuras y azules.
80
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
La luz iluminó las tumbas con un llamativo contraste y mostró a
una manada de bestias semejantes a perros que caía sobre el grupo.
Llegaban de todas partes a la vez, aparentemente surgidos de la
nada, arrastrando sus caras cornudas sin ojos por el suelo, sus
cuartos traseros temblando, y siguiéndolos por la colina marchaba
una docena de criaturas enormes de hombros musculosos que
enseñaban los dientes mientras arrastraban tras ellos mazas con
púas.
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NATE KENYON
CAPÍTULO SEIS
Fuga a Nueva Tristán
—Engendros demonio —dijo Gynvir, apretando los dientes y
escupiendo las palabras—. ¿De dónde han salido?
—Hay restos del mal recorriendo todavía estas tierras —dijo
Tyrael—. Cazan en manadas y deben de haberse visto atraídos por
la hoguera.
—No me digas —murmuró Shanar—. No creo que sea una fiesta
de bienvenida.
El grupo dejó las llamas moribundas a su espalda, cerrando filas en
un círculo con las armas desenfundadas. Jacob sacó de su vaina la
espada corta y miró a los demás. Una defensa allí podría funcionar
un tiempo si confiaban unos en otros, pero ese obviamente no era
el caso. Un luchador débil podría permitir que pasara un daemon y
provocase el caos. Había un hueco entre Gynvir y Zayl lo bastante
grande como para que una bestia lo atravesara de un salto, pero la
bárbara se negaba a acercarse más y no hacía más que lanzarle
miradas al hombre como si esperase que fuese a saltar sobre ella.
Jacob le hizo un gesto a Shanar para que se colocase entre ellos.
Esta le lanzó una mirada rápida pero lo hizo.
Los frenéticos oscuros siguieron avanzando. Ya se había
enfrentado a ellos antes, en las Tierras del Terror; eran lentos pero
no caerían fácilmente, tenían el tamaño de dos hombres, los pechos
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
desnudos marcados por los músculos, bocados de hierro sujetos a
través de sus espantosos y retorcidos rasgos, que dejaban expuesta
una hilera de dientes afilados y encías ensangrentadas. Uno de ellos
levantó su gigantesca maza con ambos puños y la estrelló contra el
terreno rocoso con un feroz golpe desde encima de su cabeza. El
impacto hizo que el suelo temblase y provocó que los daemons
entrasen en un frenesí babeante. Sus rugidos aumentaron de
volumen mientras el más cercano avanzaba arrastrándose.
«Y yo con nada más que esta espadita». Jacob miró de reojo a
Tyrael, que blandía a El’druin. Recordó la sensación de tener la
magnífica arma en sus manos y un escalofrío fantasmal le recorrió
el cuerpo. Con la Espada de la Justicia había luchado por la luz y
había cumplido todas las promesas que le había hecho a su fallecido
padre, un hombre recto, de principios y justo, que había
administrado las leyes de Staalbreak con mano firme antes de que
la plaga de ira lo convirtiese en un monstruo. Aquel era el hombre
que Jacob había decidido recordar, no el que había ejecutado a su
madre y casi había puesto a la ciudad de rodillas.
No aquel que había intentado matar a su hijo, no aquel al que Jacob
había matado con sus propias manos.
—Busquen a sus amos —dijo Zayl en voz baja, que llegó a todo el
grupo—. Los frenéticos no actúan solos. Hay cultores cerca,
manejando sus hilos.
Y entonces la primera de las bestias se lanzó sobre ellos, y quedó
poco tiempo para pensar.
El salto del primer daemon lo dejó al alcance de El’druin. Tyrael
movió la espada y la hoja silbó por el aire, cortando a la criatura
por la mitad. Dos pedazos ensangrentados que se debatían cayeron
al suelo, los dientes todavía mordiendo, las entrañas derramadas
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NATE KENYON
mojando el polvo. Apareció otro y Tyrael lanzó un segundo y
potente golpe, separando la cabeza de la criatura de los hombros.
Cufien dejó escapar un grito. El hombre bajo se tambaleó hacia
atrás con las abiertas fauces de un daemon empaladas en su espada.
Thomas le había abierto el vientre a otro, dejando a la vista los
huesos de las costillas y cartílagos en su caída. Pero ambos
hombres, ocupados con sus atacantes, habían dejado sus puestos
vulnerables.
«¿Dónde está el monje?». Jacob no lo veía por ninguna parte. ¿Ya
se había escapado, abandonándolos en la lucha?
Luego lo vio, como un relámpago de luz sagrada.
Mikulov luchaba más allá de la hoguera entre las criaturas que se
movían por todas partes. Se movía con velocidad cegadora,
saltando entre las espadas de los daemons y golpeándolos con una
hoja que parecía ser la extensión de su mano, seccionando sus
columnas antes de pivotar y apuñalar al siguiente. Sus actos eran
naturales; su poder, impresionante.
— ¡Cuidado! —la advertencia de Shanar hizo que Jacob se
volviese justo a tiempo. Una de las bestias-perro más grandes había
avanzado hasta ponerse a su alcance, arrastrándose y acercándose
a sus pies. Lanzó un golpe hacia abajo con la espada al tiempo que
el monstruo se lanzaba contra él, clavándole la hoja en la nuca,
justo debajo del huesudo cráneo. Aulló y se movió con tanta fuerza
que Jacob soltó la empuñadura. La criatura se tambaleó hacia un
lado con la espada asomando como una pluma temblorosa antes de
caer al suelo.
Anhelando una vez más sentir el poder de El’druin en sus manos,
miró a Shanar, que estaba murmurando unas palabras que no
entendía entre todo el ruido. Energía arcana púrpura brotó de sus
dedos como un relámpago, alcanzando a los dos daemons que
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
estaban más cerca de ella con un estallido chisporroteante y
abriendo un hueco temporal entre sus filas. Lanzó otro rayo que
atravesó el aire y alcanzó a un frenético en el pecho.
La criatura aulló enfurecida y se tambaleó, cayendo de rodillas.
Dejó caer la maza y arañó el cráter humeante que se había formado
en su carne.
Jacob arrancó su espada de la nuca del daemon muerto. Alguien
tendría que crear una ruta de fuga. Miró hacia la tumba de Deckard
Caín, que relucía con una luz blanca como un faro. Solo el frenético
herido se encontraba entre ellos y la piedra, y más allá había un
camino abierto en la dirección de la que habían venido.
Recuperó parte de su vieja fanfarronería y con ella el deseo de
impresionar a Shanar.
— ¡No! —Shanar parecía haber adivinado su intención, pero no le
hizo caso y saltó hacia el hueco que esta había abierto, y con tres
rápidos pasos estaba al lado del frenético herido. Movió la espada
con todas sus fuerzas en dirección a la cabeza de la cosa. Pero la
bestia lo sorprendió, levantando el brazo para repeler el ataque y el
filo de la espada no hizo más que un pequeño corte en su gruesa
piel azul.
Jacob notó una sensación de desaliento en el estómago al volver a
lanzar un ataque con la espada y no alcanzar sino el viento. El
frenético se puso trabajosamente en pie, rugiendo furioso. Miró a
su izquierda y vio que otro se dirigía hacia él, con la maza
preparada y un rugido en sus ensangrentados labios.
Estaba atrapado, separado de los demás, con dos criaturas
monstruosas acercándose para matarlo.
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NATE KENYON
En el momento en que el segundo se había acercado lo suficiente
para convertir en pulpa el cráneo de Jacob, se tambaleó de repente
antes de detenerse en seco y luego se estremeció, retorciéndose en
pie. Sus enormes y musculosos brazos quedaron inertes al tiempo
que se le inclinaba la cabeza y cayó al suelo.
Sobresaliendo de la espalda de la criatura había un hacha de guerra.
Con un gruñido, Gynvir estiró el brazo, colocó el pie en la espalda
del monstruo y liberó el hacha.
—Muévete —dijo, y Jacob apenas tuvo tiempo de agacharse antes
de que ella lanzase el hacha formando un arco que alcanzó al otro
frenético bajo la barbilla. El filo se clavó profundamente en la carne
podrida, exponiendo músculos y hueso al mismo tiempo que la
cabeza de la criatura se movía a un lado y salía despedida, dejando
un muñón del que brotaba sangre negra antes de que el torso
descabezado cayese.
—Gracias —dijo Jacob. La bárbara le dedicó una pequeña sonrisa
antes de darse de nuevo la vuelta y partir a un daemon por la mitad.
Su espalda magníficamente musculosa brillaba en la moribunda luz
sobre sus cabezas.
Las criaturas eran implacables. Jacob siguió luchando,
esforzándose solo para seguir vivo. Tyrael mató a cuatro frenéticos
y una docena más de daemons con El’druin. Jacob mató a dos
bestias-perro más y evitó que lo mordiesen cuando el último le
lanzó una dentellada a la pierna durante sus estertores; sabía bien
lo que la saliva venenosa de la bestia le podía hacer a una herida.
Por fin vio algo más allá de la pendiente y se las apañó para abrirse
camino para mirar mejor.
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Bajo ellos, vio a los cultores.
Estaban en un burdo círculo alrededor de unas runas brillantes
dibujadas en el suelo. Sus oscuras túnicas se movían con la brisa
mientras alzaban sus cánticos al cielo. A Jacob le volvió a parecer
ver algo más revoloteando en los límites del círculo, algo enorme
y negro con alas, pero desapareció pronto.
Se volvió justo a tiempo para ver al monje abrirse paso entre las
figuras cantoras como si apareciese de la nada.
Su espada cortó carne; sus puños eran un borrón mientras se giraba
como un relámpago y derribaba a los que permanecían en pie. En
unos instantes, el círculo estaba roto y a los pies de Mikulov se
amontonaban cuerpos inmóviles.
Más allá de él el terreno estaba limpio de daemons y frenéticos. El
monje levantó la mirada hacia Jacob y asintió.
—Por aquí —dijo—, ¡deprisa!
Jacob observó el cementerio y se sintió desfallecer. Thomas y
Cullen luchaban juntos espalda con espalda, arreglándoselas para
repeler a los daemons. Pero los otros estaban desperdigados.
Shanar y Gynvir se habían separado de Tyrael y el nigromante se
encontraba solo en el extremo de la llanura.
Sin la magia oscura de los cultores guiándolos, los frenéticos se
volvieron confusos, moviéndose torpemente hacia delante y atrás.
Zayl levantó las manos y un chisporroteo de energía frenó los
movimientos de las criaturas. Jacob les gritó a los otros,
haciéndoles gestos para que se dirigieran hacia él, que se
encontraba bajo el monumento de Caín.
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NATE KENYON
Thomas y Cullen ya habían bajado la ladera y estaban junto al
monje, y Zayl iba detrás de ellos para cuando Gynvir llegó al
monumento. Shanar fue la última en llegar, y los frenéticos habían
empezado a recuperarse del hechizo del nigromante y se volvían
contra ellos.
—Vayan —dijo Shanar—. Yo iré justo detrás de ustedes. Solo
quiero frenarlos un poco más.
El suelo comenzó a temblar y se ablandó ligeramente bajo los pies
de Jacob. La humedad empapó el terreno seco, mojándole las botas
antes de convertirse en cristales de hielo. La temperatura del aire
se desplomó rápidamente hasta que Jacob vio cómo su aliento salía
despedido en nubes blancas de vaho ante su cara. A su alrededor
empezaron a caer copos de nieve.
Shanar lo miró con una mueca de concentración.
— ¡Vayan! —volvió a decir—. ¡No podré contenerlos mucho más!
Mientras se deslizaba bajando por la colina, Jacob miró hacia atrás
y vio al primero de los frenéticos llegar hasta ella. Una oleada de
pánico lo inundó antes de que un gigantesco fragmento de hielo
cayese como un relámpago, aplastando a la criatura y clavándolo
al suelo. Shanar se movió hacia atrás a la vez que nuevas columnas
de hielo comenzaban a caer sobre el cementerio y los chillidos de
furia y dolor de las bestias aumentaron de volumen. Ninguna bestia
la seguía cuando Shanar bajó corriendo tras él hacia donde los
demás esperaban para huir.
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
CAPÍTULO SIETE
El Cordero Sacrificado
Estaban en apuros.
Tyrael guió al grupo a través del desolado paisaje bajo la débil luz
de la luna tan deprisa como se atrevía. Nadie hablaba mientras
recoman el peligroso terreno, todos vigilando cuidadosamente para
evitar romperse un tobillo en el suelo irregular y rocoso.
Lo que le preocupaba no era su ruta de fuga ni lo lejos que tendrían
que viajar para llegar a un albergue seguro. Ya podía ver el brillo
de las luces de Nueva Tristán y la tormenta de hielo de Shanar había
provocado el caos entre las criaturas que seguían en el cementerio;
no perseguían a los humanos.
No. lo que le preocupaba era el modo en que el grupo había
reaccionado a la primera prueba.
Aunque había contado con que la manada de demonios iba a
aparecer antes o después, restos del ejército demoniaco de
Demonios Inferiores que todavía vagaban por Santuario, dado que
la catedral de Tristán era un lugar importante para ellos, le había
sorprendido su número y su ferocidad. Había esperado tener más
tiempo y una pelea menos cruenta.
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NATE KENYON
El número de frenéticos y cultores, actuando con cierta
coordinación, era inusual.
Aun así, había esperado una respuesta mejor bajo la presión. Había
habido momentos de valentía: Gynvir había salvado muy
probablemente a Jacob de una muerte horrible a manos de dos
frenéticos, y Mikulov en solitario había evitado que se volviesen
las tomas contra los demás. Pero el monje también había
abandonado el círculo y había actuado solo, y los demás habían
luchado de manera muy poco coordinada. Cullen apenas había
podido defenderse contra los daemons. Solo la suerte los había
mantenido a todos con vida.
Tendrían que hacerlo mucho mejor si querían tener una
oportunidad de tener éxito en su misión, o la muerte sería sin duda
rápida.
«Esta noche has puesto sus vidas en peligro por una simple prueba.
Y han fracasado».
Según los guiaba por la última ladera hacia la ciudad, Tyrael se
preguntaba si había merecido la pena correr ese riesgo.
Nueva Tristán había crecido como ciudad comercial que tenía
tratos con los buscadores de tesoros que acudían a las ruinas de la
vieja catedral y los restos de Tristán y como tal había crecido
orgánicamente, sin mucha planificación. Llegaron a un conjunto
desordenado de cabañas y carros, algunos de ellos iluminados por
velas entre la oscuridad profunda, otros de aspecto abandonado,
pero pronto se encontraron con edificios más resistentes hechos de
madera y piedra, y los senderos rocosos se convirtieron en calles
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
serpenteantes burdamente pavimentadas que apestaban a
excrementos de mula y humo.
El Cordero Sacrificado era uno de los edificios más grandes y
ciertamente había vida en su interior. De los postes colgaban
linternas, iluminando el cartel de madera toscamente tallado que
colgaba en la puerta, y las ventanas brillaban con una luz amarilla
mientras el ruido de las voces y la risa llegaba desde dentro.
El grupo se detuvo en las sombras. Los sonidos de los clientes
siguieron a un hombre barbudo que salió tambaleándose por la
puerta, hablando entre dientes mientras continuaba su camino hacia
la calle, tropezando de vez en cuando con las piedras y maldiciendo
al hacerlo. La última vez que Tyrael había estado allí había sido
con Leah y Deckard Caín como un nuevo mortal sin recuerdos en
busca de respuestas sobre su pasado. Ver ahora la taberna era como
mirar fijamente a un fantasma y por un momento sintió una
punzada de dolor por sus amigos perdidos. Había sido tan
responsable de sus muertes como cualquiera. No había actuado con
la suficiente rapidez, no había podido proteger a Caín de Maghda
la bruja y sus sicarios, no había podido detener la lenta corrupción
de Leah a manos de Diablo, su antiguo enemigo. No había previsto
el verdadero papel de la piedra de alma negra y la posterior
transformación de Leah en el Demonio Mayor.
Era inocente. La punzada de dolor se agudizó, clavándole las
garras. La fuerza de sus emociones lo sorprendió, y Tyrael recordó
de nuevo su cuerpo mortal y todo lo que ello conllevaba. Ahora
sentía el dolor de modo distinto, y una soledad y melancolía que
dejaban un vacío profundo en su interior.
¿Cuántas vidas humanas se habían perdido defendiendo los Altos
Cielos? ¿Qué clase de precio debía esperar ahora para que aquella
misión nueva tuviese éxito?
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NATE KENYON
Tyrael pensó en el objeto que llevaba apretado contra el pecho,
oculto y protegido bajo sus ropas. Ansiaba lo que estaba dentro;
todas sus penas desaparecerían, al menos durante un tiempo, en
esas turbulentas profundidades...
—No me gusta el aspecto de esto —Jacob se había acercado a su
lado y había hablado en voz baja mientras los otros se reunían tras
él—. Pero deberíamos entrar.
Tyrael se volvió hacia los demás. Gynvir tenía un feo rasguño en
el muslo y Thomas se lamentaba de un tobillo hinchado.
—El sanador Malachi siempre está aquí, y él podrá atender
cualquier herida que puedan haber recibido —dijo—. Cullen, tu
atraerás menos la atención. Ve a conseguimos alojamiento y busca
un modo para que podamos entrar sin ser vistos. Esta noche
dormiremos aquí.
Últimamente los negocios en El Cordero Sacrificado iban bien,
dado que era una parada de las rutas comerciales entre Caldeum y
Westmarch. Esa noche tenía lugar otra cosa, y Cufien no tardó
mucho en entender de qué iba. Una fiesta en apoyo de Bron el
tabernero, aparentemente el dueño del establecimiento, que se
presentaba a la alcaldía de Nueva Tristán, estaba en todo su apogeo,
y había suficientes comerciantes y ladrones brindando con Bron y
los otros lugareños como para prestar poca atención al erudito
calvo de corta estatura que pedía varias habitaciones para él mismo
y sus compañeros, a los que describió como la partida de un alto
noble de Caldeum que preferiría permanecer en el anonimato.
Cufien le pagó un extra a Bron por las molestias, que lo dirigió
hacia una entrada trasera, fuera de la vista de ojos indiscretos.
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—El de alcalde es un trabajo para tontos y necios —murmuró el
tabernero, con la mirada borrosa por la bebida—. Holus salió
corriendo a la menor señal de problemas, nos dejó colgados, ya lo
creo. Ni soñando me van a pillar ocupando su puesto, pero mientras
sea gratis, aceptaré su hidromiel.
Cufien asintió como si simpatizase con él, y Bron se marchó
tambaleándose a calentarle la oreja a otro. Cufien guió al resto del
grupo por la puerta trasera, como le había sugerido Bron. Una
camarera les llevó pata de cordero y pan de la cocina, y Malachi
acudió para tratar el rasguño de Gynvir y el tobillo de Thomas, pero
ninguno de los dos sentía demasiado dolor, y solo necesitaron un
ungüento y una venda que controlase la hinchazón.
Cufien pagó generosamente al sanador para comprar su silencio,
pero Tyrael sabía que no duraría mucho; Malachi también había
estado bebiendo, tenía las mejillas coloradas y la mirada vidriosa.
Pronto correrían historias por la ciudad sobre el extraño grupo de
hechiceros y guerreros que parecían recién salidos de una batalla y
que se alojaban en la posada, y se harían más preguntas. No podrían
quedarse mucho tiempo, pero necesitaban descansar para recuperar
fuerzas para el viaje que se les avecinaba.
Aun así, cuando terminaron de comer y se aposentaron en sus dos
cuartos, los miembros del grupo se vieron incapaces de dormir y se
reunieron para hablar mientras Tyrael volvía a salir por la puerta
trasera para observar rápidamente las calles cercanas al Cordero
Sacrificado.
Las calles estaban desiertas y silenciosas, sin rastro de peligro.
Tyrael no se quedó, temeroso de lo que podría hacer si se
enfrentaba al vacío de la noche más allá de la luz de las linternas.
Cuando regresó por la puerta trasera, el sonido de una lira lo llevó
a la taberna. Se detuvo, mirando al grupo festivo reunido allí,
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NATE KENYON
recordando de nuevo cuando había estado con Deckard y Leah.
Luego habían vaciado prácticamente la taberna para hacer espacio
para los heridos, pero ahora unas largas mesas ocupaban el centro,
la mayoría llena de lugareños de aspecto amenazador.
El gran espacio abierto estaba iluminado por la parpadeante luz de
las velas, y unas gruesas vigas recorrían el techo y las paredes. Las
anchas y desgastadas maderas estaban descoloridas y habían
adquirido un tono grisáceo apagado. Por encima de él se encontraba
la cabeza de una bestia con cuernos montada sobre una tabla que
exponía los dientes en un gruñido eterno. Por un momento se
acordó de los trofeos de Imperius que adornaban sus cámaras de
los Salones del Valor. ¿Podría regresar alguna vez a los cielos en
paz, o su última visita sería parte de una batalla que no podía ganar?
El que tocaba la lira estaba en el otro extremo de la sala, rasgando
las gastadas cuerdas con decisión metódica. Un hombre estaba
ocupado atendiendo a la barra, vertiendo hidromiel de un barril
para unos parroquianos sentados en taburetes mientras Bron seguía
aceptando ofertas de bebidas gratis de los presentes.
Un momento después, Tyrael localizó una figura encapuchada
familiar sentada sola en una mesa pequeña cerca de una estantería
que tenía a la derecha y con una jarra de hidromiel en las manos.
Varias personas lo miraron y apartaron la mirada rápidamente. En
Nueva Tristán no era buena idea prestarles demasiada atención a
los desconocidos, particularmente a aquellos que iban armados.
—Deberías permanecer donde no te viesen —dijo Tyrael—. No
hemos venido para llamar la atención.
Jacob le dio un largo sorbo a su taza y se limpió la boca con el
dorso de la mano.
—Nadie me presta demasiada —dijo—. He aprendido a pasar
desapercibido. Tú, por otra parte, con El’druin al costado... —no
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
terminó la frase pero acabó por levantar la mirada. No fijaba la
vista, pero Tyrael vio dolor en su mirada junto con otra cosa. Quizá
ira, quizá sencillamente arrepentimiento.
— ¿Puedo sentarme?
Jacob hizo un gesto en dirección al asiento vacío que tenía enfrente.
—Haz lo que quieras.
—Has luchado con valor esta noche —dijo Tyrael.
—Apenas he conseguido evitar que me maten. Si Gynvir no me
hubiese salvado de aquellos dos frenéticos podría haber muerto
antes de que empezásemos a luchar —Jacob apuró el resto de
hidromiel y le hizo un gesto a una camarera que pasaba cerca con
una bandeja—. Dime: ¿has dicho en serio lo de invadir los cielos
con esta triste banda de ladrones?
Tyrael miró para asegurarse de que nadie les estaba prestando
atención.
—He intentado apelar al Consejo, pero no me quieren escuchar —
dijo—. Es la única manera.
—El resto de nuestro grupo ya es bastante malo. Un lamentable
grupo de almas perdidas. Pero no comprendo por qué me has
escogido a mí. Sencillamente no puedo ofrecerte gran cosa, ya no.
—Esa autocompasión no es propia de ti, Jacob de Staalbreak. Vas
a jugar un papel crucial —dijo Tyrael. Quería hablar abiertamente,
pero no estaba seguro de que Jacob fuese a escucharle—. Debes
volver a encontrar tu fuerza interior y mostrarles el camino a los
demás si queremos tener éxito —También la clase de líder que este
grupo necesita desesperadamente, pensó. Pero Tyrael era ciego a
los asuntos del corazón, y Jacob no estaba nada preparado para
liderar a nadie. Obviamente Jacob todavía sentía algo por la
hechicera Shanar. Eso, unido a su frustración por la pérdida de
El’druin, lo convertían en un lastre que Tyrael no se podía permitir.
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NATE KENYON
—La hechicera y tú tienen un pasado —dijo—. No tengo duda de
que es complicado. No permitas que eso se interponga en el camino
de lo que hay que hacer.
Jacob miró a Tyrael como si por fin lo viese.
—Estuvimos juntos mucho tiempo, luchando contra la injusticia de
este mundo —dijo—. Iván también, aunque él iba y venía como le
parecía bien. Pero cuando perdí El’druin dejé de interesarla. Me
dejó —se encogió de hombros—. Sigue siendo tan hermosa como
el momento en que la conocí. ¿Cómo es posible eso, cuando yo he
envejecido veinte años?
Tyrael estudió los hombros caídos de Jacob.
— ¿Crees que ella quería la espada?
—La espada no... —volvió a hacer un gesto—. Lo que hacía para
mí.
— ¿Y Gynvir? ¿Qué quería ella?
Jacob estuvo callado tanto tiempo que Tyrael se preguntó si se le
había olvidado la pregunta. La camarera le llevó otra jarra de
hidromiel y dio un trago largo.
—Era una amiga leal —dijo—. Quizá había ciertos sentimientos
que complicaban las cosas. Acabó mal para todos. Ella también se
fije. Y ahora, que me haya salvado el pellejo cuando yo no pude ni
encargarme de un solo frenético herido...
No tuvo que terminar la frase. Jacob había parecido débil e
indefenso en el momento que más había querido impresionar a sus
viejos camaradas. Pero no se trataba de impresionar a nadie; se
trataba del deber de luchar en el bando de los justos, aunque eso
significase tener que actuar contra los mismos cielos.
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—Tu poder nunca tuvo que ver con El’druin, Jacob —dijo
Tyrael—. Eres un descendiente de Inarius y Lilith, y administras
justicia con o sin ella.
Jacob sacudió la cabeza.
—La espada lo era todo. No entiendes lo que es... pasar de ser un
hombre a ser un dios —dijo, y la intensidad de su tono creció—.
¡Y luego volver a lo de antes!
—Quizá sí lo sepa.
Jacob se echó hacia atrás y lo miró fijamente durante largo tiempo.
Cuando volvió a hablar, su voz era más tranquila.
—Tú escogiste convertirte en humano, pero permaneces parte de
los cielos. ¿Todavía eres un arcángel, pero con alma humana?
—Tras la caída del Demonio Mayor, ya no se necesitaba a la
Justicia. Escogí sentarme en el Consejo Angiris como Sabiduría.
Pero no he podido convencerlos del peligro al que se enfrentan, y
no podía soportar estar con ellos mientras debatían sobre la
destrucción de la humanidad.
Jacob miró fijamente al vacío y no dijo nada durante un tiempo.
— ¿Cómo pudiste renunciar a aquello? —dijo al fin—. El poder, la
belleza, la vida eterna...
Un escalofrío recorrió a Tyrael. «La humanidad lucha por alcanzar
las estrellas», pensó, «mientras que nosotros, en nuestras salas
doradas, los juzgamos y en el fondo lo que deseamos es cambiamos
por ellos y experimentar la carne mortal, el latido de la sangre en
nuestras venas». O quizá no, quizá él era el único. Ahora no
pertenecía a ninguno de los dos mundos, era un mortal sin hogar.
En lugar de contestar, hizo un gesto hacia la jarra de hidromiel.
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NATE KENYON
— ¿Crees que eso es lo que tu padre hubiese querido, Jacob? ¿Qué
ahogases tus penas en la bebida mientras mueren los inocentes?
— ¿Qué sabes de mi padre?
—Sé que era un buen hombre antes de que la plaga de ira se lo
llevase. Sé que te enseñó el significado del bien y el mal, la
importancia de la justicia impartida sin la mancha de la venganza
y con buen juicio. Esas son cosas que deberías recordar, no lo que
ocurrió después de haberlo perdido.
—Asesinó a mi madre por un delito que no había cometido — dijo
Jacob—. Y yo lo maté. Tuve que hacerlo, o él me habría hecho lo
mismo a mí. Plaga de ira o no, ¿dónde está la justicia ahí?
Una risotada llegó de la barra cuando Bron se tropezó,
completamente borracho, y tuvieron que levantarlo y volver a
sentarlo en su taburete. Mientras la luz de las velas parpadeaba
sobre el rostro torturado de Jacob, Tyrael observó por toda la sala
y vio que nadie los miraba. Se quitó del cinturón la funda que
sostenía a El’druin y la puso, con la espada, sobre la mesa.
Jacob miró fijamente la funda y la espada. Por un momento, Tyrael
pensó que trataría de cogerla... pero sacudió lentamente la cabeza.
—Te equivocas —dijo—. Nunca fui el avatar de la Justicia. Solo
era un sustituto que mantenía la espada afilada y lista hasta tu
regreso —se puso en pie de repente—. Necesito dormir —dijo—.
Pronto se hará de día.
Tyrael volvió a colocarse a El’druin en un costado. Jacob dio un
paso hacia la puerta trasera y se detuvo.
—Nunca nos preguntaste si íbamos a aceptar la misión —dijo—.
Algunos moriremos. Quizá todo el grupo. ¿De verdad crees que
merece la pena arriesgarse?
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Era la misma pregunta que Tyrael se había estado haciendo
últimamente. ¿Si la piedra es de verdad capaz de destruir los
cielos, unas pocas vidas a cambio de muchas es un buen trato?
Muchos siglos antes, durante la Caza de los Tres, creía que toda
vida era sagrada y que no le correspondía a él hacer tal elección.
Pero si conseguían una verdadera victoria contra la oscuridad,
¿justificaría eso el intento?
Aquellos que perdiesen la vida podrían pensar que no.
Jacob asintió, como si hubiese recibido una respuesta.
—Si algo he aprendido esta noche, es que ya no soy adecuado para
una cosa así —dijo.
Y luego se volvió y salió de allí, dejando a Tyrael solo mientras el
eco de sus palabras todavía resonaba en el aire.
Tyrael se quedó sentado en la mesa del Cordero Sacrificado
durante un rato. En un momento dado, la camarera se llevó la taza
de Jacob y le preguntó si quería algo de comer o beber. Tyrael dijo
que no. Otra debilidad mortal. Había comido un poco de cordero
y pan arriba, y aunque el estómago le gruñía y se quejaba, no iba a
ceder ahora.
No estaba acostumbrado a cuestionarse, pero no se podía negar que
había cometido errores. Por fin los sacó a la luz y los examinó, uno
a uno. Pensó en Imperius y su ira atronadora hacia lo que
consideraba la traición de su hermano, su insistencia en la
destrucción de Santuario como el único camino. ¿Había hecho
Tyrael lo correcto dejando los cielos y abandonando su asiento en
99
NATE KENYON
el Consejo Angiris? ¿Había escogido bien al reunir a ese grupo? Si
eran incapaces de encontrar un modo de trabajar juntos, estaban
condenados antes de que la empresa empezase siquiera. Serian
sacrificados como cerdos por los Luminarei.
Necesitaba consejo sabio.
Utiliza el cáliz.
Siendo sabiduría, debería acudir a él en busca de conocimiento.
Malthael lo había hecho frecuentemente y había presentado en el
Consejo lo que veía en asuntos de la mayor importancia y debate.
Pero Malthael había desaparecido hacía tiempo. Tyrael tocó el
objeto oculto entre sus ropas, sintió su peso, el cosquilleo en sus
dedos. El cáliz lo llamaba y quería y temía a la vez lo que podría
revelarle. Había mirado en sus profundidades una vez, y lo que le
había mostrado había resultado ser excitante y aterrador al tiempo.
Pero también le había mostrado otras cosas... cosas que hubiese
preferido no ver nunca.
El escalofrío de la muerte volvió a recorrerle el cuerpo. Antes de
volverse mortal poseía la rara capacidad de permanecer imparcial,
tranquilo bajo la presión, de calcular las probabilidades y actuar
según su sentido de la justicia. Ahora sus emociones lo abrumaban;
el miedo y el deseo, la ira y el dolor, la desesperación. Le
debilitaban, por mucho que intentase resistirse.
¿Era una señal de sus propias limitaciones que deseara
desesperadamente consultar el cáliz para entender qué camino
tomar?
Lo que aquello significaba para su misión y para el futuro de
Santuario y los cielos, no podía saberlo...
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
CAPÍTULO OCHO
El Cáliz: semanas antes
El sonido de la risa de su hermano lo sacó de su sueño.
Tyrael había estado en pie sobre un bloque de roca desnuda que se
elevaba muy por encima de la tierra. Todo a su alrededor era un
océano llano de niebla blanca, un vacío que nunca terminaba. No
tenía su arma y era incapaz de reunir suficientes fuerzas para
formar un puño. No era más que un vago contorno de energía que
luchaba por mantener su forma, como una sombra en el suelo.
Confusamente, supo que aquello era un recuerdo de su
reconstitución después de que la destrucción de la Piedra del
Mundo hubiese hecho pedazos su esencia y aun así el sueño era
distinto de como lo recordaba, porque en ese no estaba solo.
Por encima de él podía ver a los miembros del Consejo Angiris
sentados en sus tronos. Lo juzgaban impasibles mientras él trataba
furiosamente de recomponerse, pero no parecía volver a estar
completo. El aura de Auriel latía apagada, como si se avergonzase;
comenzó a notar rayos grises filtrándose a través de su brillo
normalmente cálido y tranquilizador. Itherael estaba inmóvil,
mientras que de él parecía emanar compasión por el destino de
Tyrael.
101
NATE KENYON
—Ahora es mortal —dijo uno de ellos—. No puede volver. Está
atado por la sangre.
Imperius señaló con la Lanza del Valor y una banda brillante y
abrasadora de luz clavó a Tyrael donde estaba. De repente ya no
era un remolino de energía; estaba hecho de carne y hueso.
—Nos has abandonado —dijo Imperios—, No eres más que un
animal adiestrado y serás tratado como tal
—Déjanos que le mostremos sus pecados —dijo Auriel. Su voz
estaba marcada por la tristeza y el lamento.
Un destello cegador lo volvió todo blanco. Cuando Tyrael recuperó
la vista, Deckard Caín estaba sentado en el Consejo y Leah estaba
de píe junto a él. Su rostro era una máscara de sangre. Gritaba
mientras unos cuernos asomaban en su frente. Su carne se agrietó
y se partió.
Recordó la risa de Imperius mucho después de despertarse
conmocionado.
Tyrael estaba sentado en las salas de Sabiduría mientras el sueño
pendía de él como una telaraña. En la Fuente de la Sabiduría en el
centro del vasto patio central, el agotamiento y la desesperación lo
abrumaban. De algún modo se había quedado dormido y tras la
inquietante visión, se sentía como un intruso.
«Debo marcharme de este lugar», pensó. Pero no podía.
Un atrio llevaba a unos pasillos imponentes y pulidos y a un
magnífico patio abierto al cielo. Pero todo estaba vacío, muerto y
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
helado, y los infinitos pasillos y antesalas tenían un aire de
abandono. Todo allí estaba en silencio, la música que impregnaba
los cielos estaba llamativamente ausente. No había brillo radiante,
ni luz dorada; el reino se había vuelto grisáceo. Ni siquiera sus
pisadas hacían ruido alguno.
Debería haberse sentido en casa. Hermosos ríos y cascadas solían
llenar estanques y recorrer lechos sembrados de rocas, pero ahora
estaban secos y la majestuosa fuente estaba muerta y silenciosa.
Cuando la desaparición de Malthael había resultado más larga que
cualquier otra anterior, el Consejo había enviado a sus ángeles a
buscarlo. Unos pocos regresaron con las manos vacías, pero la
mayoría simplemente desapareció. Nadie sabía lo que les había
ocurrido a los demás, y no había otros que ocupasen su lugar. Las
fuerzas angélicas que Tyrael solía tener a su mando cuando era
Justicia estaban siendo utilizadas por Imperius para perseguir a
manadas erráticas de demonios tras la caída del Demonio Mayor,
y todavía no había reclutado a sus propios ángeles siendo
Sabiduría.
Ahora, quizá, nunca lo haría. Temía que los cambios en el reino de
la Sabiduría no pudiesen deshacerse.
Quizá Imperius tenía razón después de todo; quizá temía aceptar su
nuevo papel en el Consejo. Pero Tyrael había acudido aquella
noche por una cosa. El cáliz estaba allí, esperándolo. Debía
consultarlo para que lo ayudase a comprender de verdad la
influencia en los ciclos de la piedra del alma, y si el camino que
estaba considerando era el correcto.
Tyrael se puso en pie. Las rodillas le chasquearon y estaba dolorido
por haber permanecido tanto tiempo en la misma postura en la dura
piedra del patio. Chalad’ar estaba a un lado de la Fuente,
perfectamente encajado en un hueco abierto como una llave en su
cerradura. El cáliz tenía cuatro mangos y estaba adornado con
103
NATE KENYON
grabados que mostraban agua fluyendo de un lugar a otro en una
decoración de cascada que en un principio parecía caótica. Pero no
lo era. Era lo mismo con los estanques y ríos de dentro del reino;
recorrer los caminos podía llevar a un visitante a sentirse perdido
dentro de un laberinto, pero si todo se veía desde arriba, el dibujo
estaba perfectamente claro. Sabiduría era una red que lo conectaba
todo, una suma de todas las experiencias y emociones de los seres
vivos de un momento dado, y el truco era ver esas conexiones y
extraer conclusiones de ellas, comprendiendo el equilibrio entre
movimiento e inmovilidad, luz y oscuridad.
Malthael llenaría el cáliz en los infinitos estanques y se quedaría
mirándolo durante años, obteniendo una sabiduría en la totalidad
de la existencia que otros, incluso los demás miembros del Consejo
Angiris, no podían comprender.
Mirar en el cáliz demostraría que no lo temía, pensó Tyrael, y quizá
también le ofrecería las respuestas que tan desesperadamente
buscaba.
Se apoyó suavemente sobre Chalad’ar, cosquilleándole los dedos,
hasta que lo sacó de su hueco llevándolo hacia él. El poder del cáliz
lo envolvió, recorrió su columna arriba y abajo. Para controlar su
poder necesitaría todas sus fuerzas. Al asomarse a sus
profundidades, la idea de que podía perderse para siempre dentro
de los infinitos y antiguos estanques le hizo preguntarse si había
tomado la decisión correcta después de todo.
El fondo del cáliz no estaba vacío. Una delgada capa de luz se
movía en su interior, girando hipnóticamente en un arco iris de
colores como aceite sobre la superficie de un estanque.
Al principio parecía no contener nada más. Pero entonces una
descarga subió desde las profundidades bajo los pies de Tyrael.
Oyó un gorgoteo y unas burbujas, como si un torrente largo tiempo
104
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
muerto hubiese vuelto a la vida. Todo su cuerpo se convirtió en
hielo mientras el mundo que lo rodeaba se volvía negro y el
dominio de Sabiduría desaparecía; era consciente de un vacío al
que se había asomado que era como un mundo más allá de las
estrellas, donde la negrura era más espesa que la noche más oscura.
Dentro de la oscuridad vio chispas bailando como luciérnagas,
recorriendo la superficie líquida mientras esta crecía rápidamente
cada vez más. El borde del cáliz fue creciendo hacia atrás hasta que
desapareció en la distancia, y Tyrael cayó en las profundidades,
rodando de este mundo a otro, hacia el olvido.
Al acercarse a la superficie, se dio cuenta de que era una intrincada
red creada por infinitos rayos de luz, todos ellos formando ondas
debido a los latidos que iban y venían a lo largo de toda su
extensión, moviéndose de uno a otro a una velocidad increíble. De
modo confuso, cierta parte de él se dio cuenta de que su cuerpo
físico todavía estaba en pie e inmóvil en alguna parte muy por
encima de él, y que su consciencia se había liberado. Pero no podía
detener la caída y, al alcanzar los primeros rayos, instintivamente
subió los brazos como para quitárselos de encima, preparándose
para el impacto.
Nunca llegó.
Cuando Tyrael recuperó los sentidos, se había detenido dentro de
la propia red. Estaba viendo sin ojos, notando lo que ahora lo
envolvía con electrizante energía. Había rayos de luz brillante por
todas partes, atravesándolo de un modo que le hizo tiritar; los rayos
no eran cálidos, como sería la luz del sol, sino extremadamente
fríos.
Lo inundó una extraña sensación, una percepción de euforia eterna
mezclada con temor. En un destello, todo se volvió claro: todos los
hilos que parecían no llevar a ninguna parte estaban reunidos. La
luz estaba tejida en un dibujo brillante que de repente podía
105
NATE KENYON
comprender con muy poco esfuerzo y veía las conexiones de todos
los ángeles y los demonios dentro de ella.
Los otros arcángeles se estaban reuniendo contra él en ese
momento.
Vio su miedo. Su decisión de convertirse en mortal los había
abrumado. Era una decisión que no podían entender, y como tal
querían eliminarla de sus mentes. Tal como había temido, la piedra
de alma negra había empezado a corromper la luz que los
alimentaba, convirtiéndola en algo oscuro y distorsionado. Valor
estaba transformándose en ira, y Tyrael supo que todo acabaría por
dirigirse hacia el odio y el asesinato de masas. Imperius se vería
empujado a gobernar con mano de hierro y estaba destinado a
destruir Santuario en el proceso. Destino estaba lentamente
perdiéndose dentro de los infinitos pergaminos de la biblioteca,
incapaz de ver ningún posible resultado pacífico. Itherael se
volvería incapaz, o algo peor, comenzaría a tomar decisiones que
los condenarían a todos. Y Auriel, que recientemente había sido
prisionera de Desesperación, ya había empezado a perder de vista
cualquier esperanza en lo que ocurriría y gobernaría por miedo, en
lugar de hacerlo basándose en un sentido del bien que existía en
todas las cosas.
Los cielos pronto estarían perdidos. «Hay que detener [a
corrupción de la piedra». Les extraería la luz a todos, llevándose
todo lo que era bueno y sagrado y reemplazándolo con oscuridad
violencia y muerte.
El escalofrío de Tyrael se agudizó, asentándose en sus huesos Algo
cambió; notó otro rayo de luz que era poderoso y grande, pero al
contrario que los otros, la identidad de aquel estaba oculta para él.
Intentó volverse para buscarlo, pero era esquivo; parecía sentir su
presencia y apartarse, casi como si lo estuviese observando.
106
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
De repente ya no importaba. Las emociones que había estado
conteniendo comenzaron a fluir, y el extraño rayo de luz había
desaparecido. Chalad’ar estaba actuando en él de maneras que no
acababa de comprender, pero sus pensamientos empezaron a
cambiar cuando vio adónde llevarían todos aquellos rayos. La
muerte era el resultado inevitable de todo, el lento
desmoronamiento, la corrupción que debía llegar. El fin de todas
las cosas. Comprendió las conexiones entre todas las criaturas, los
hilos que los unían. Con aquel conocimiento, ¿qué significaba la
vida? ¿Por qué apreciar una sola vida en consecución de la paz y el
equilibrio cuando la muerte sería el fin de todo?
Los habitantes de Santuario gritaban.
Tyrael recuperó los sentidos cubierto de sudor. Vio que no se había
movido de su posición delante de la Fuente, y estaba agarrando
Chalad’ar con ambas manos como si se hubiese fusionado con su
carne. Los dedos se le habían vuelto blancos por el esfuerzo.
Le latía la cabeza, el dolor se extendía a través del cuello y los
hombros y le recorría la columna. Una oleada vertiginosa cayó
sobre él cuando las sensaciones que había experimentado chocaban
contra él una y otra vez. Su carne mortal nunca había sentido una
prisión así, una carga como aquella.
Al final había notado cosas, cosas terribles. Había sentido las
muertes inminentes de incontables almas, todas ellas ardiendo en
agonía. Había sentido cómo la oscuridad se alzaba entre ellos,
extinguiendo toda la luz. Pero esa oscuridad no había llegado desde
los infiernos.
107
NATE KENYON
Como en sus sueños, procedía de los ángeles.
Tyrael metió el cáliz entre sus ropas. Una sensación de
desesperanza total cayó sobre él cuando le dio la espalda a la Fuente
y recorría el camino de salida del reino de Sabiduría. Utilizar el
cáliz le había absorbido la energía hasta tal extremo que se sentía
como una cáscara vacía; supo que los mortales no estaban hechos
para experimentar algo así, y los efectos de su uso no podían
preverse. Tyrael podía perderse, flotando eternamente en el vacío
entre este mundo y el siguiente, incapaz de encontrar el camino de
vuelta a través de los rayos mientras su cuerpo físico se consumía.
La expectativa de su muerte arrojaba un tono sombrío sobre todo y
se veía extrañamente atraído hacia ella de un modo que no acababa
de comprender. Había paz en el sueño eterno, una aceptación en
rendirse y dejarse llevar.
La idea era hipnótica.
No debes escuchar.
El Arcángel de la Sabiduría se abrió camino hacia entornos más
familiares, sintiéndose perdido y solo.
Mientras andaba, no vio la figura que se deslizaba de entre las
sombras y lo seguía.
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
CAPÍTULO NUEVE
Descubrimiento
Mientras los demás estaban reunidos en sus cuartos del Cordero
Sacrificado, el nigromante se deslizó en silencio a través de la
entrada trasera para observar el entorno. Zayl no era una persona
sociable; siendo sincero, prefería la compañía de los muertos, y
sabía que muchos en el grupo desconfiaban de él. Era más sencillo
estar solo.
Pero esa no era la única razón para su vigilancia. Seguía inquieto
tras la aparición de los demonios en el cementerio.
Zayl no se asustaba fácilmente, pero seguía notando una alteración
en el Equilibrio. No era la presencia de Tyrael lo que la causaba;
había otra cosa.
Una fuerza muy peligrosa se encontraba tras el reciente ataque;
estaba seguro. Y le recordaba a algo que preferiría olvidar.
—Sí lo que querías era hacer el vago al relente, al menos podrías
haberme envuelto en una manta —dijo Humbart. Estaba en la
palma de Ja mano izquierda de Zayl mientras sus cuencas vacías se
dirigían fijas hacia la oscuridad. Habían encontrado un lugar
tranquilo entre la posada y los edificios de al lado donde no los
109
NATE KENYON
molestarían. Zayl se agachó en la oscuridad, con la espalda
apoyada en la pared.
—Tú ya no sientes frío —dijo Zayl. Flexionó su enguantada mano
derecha, sintiendo los huesos moviéndose bajo el cuero. Le dolía
cuando hacía frío, ahora que ya no tenía carne. El guante estaba
almohadillado para ocultar que la mano no era más que un resto
huesudo conectado por unas pocas hebras de tendones
momificados, La había perdido en un desafortunado incidente con
un grupo de almas condenadas en la ciudad perdida de Ureh varios
años después, pero se las había arreglado para recuperar lo que
quedaba utilizando un hechizo particularmente poderoso. Nunca
sería lo mismo, pero funcionaba y aquello era suficiente.
—Estate en guardia, Humbart —dijo Zayl en voz baja—. Tráeme
si algo va mal.
—Sí —dijo Humbart—, pero date prisa. Sabes que me da cosa
verte hacer esto. Es peligroso. Está aquella vez en los cuartos de
Salene cuando perdiste el control de tus miembros con ese
condenado nigromante de negro corazón y casi te apuñalaste tú
solo con tu propio cuchillo...
Humbart siguió hablando, pero el nigromante ya no le oía. Zayl
cerró los ojos y la pared del edificio desapareció y una niebla gris
cayó sobre él. Una vez que habían aprendido las artes oscuras, los
sacerdotes de Rathma necesitaban elevar muros protectores
alrededor de sus psiques o se arriesgarían a verse constantemente
distraídos por los espíritus de los muertos.
Cuidadosamente, Zayl comenzó a deshacer esas capas protectoras,
abriéndose al mundo del más allá.
Casi inmediatamente sintió las almas de los fallecidos que
permanecían en Nueva Tristán, víctimas de violencia que no
podían dejar atrás el pasado; para muchos de ellos la muerte había
llegado tan repentinamente que no sabían que estaban muertos.
110
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Otros tenían asuntos pendientes y andaban llamando a seres
queridos, rogando con impotencia ser oídos.
Aun así, las almas se veían empequeñecidas por el número de otras
que sentía cerca. Tristán era un lugar de inexplicable violencia y
muerte, y la mancha de la corrupción de Diablo, la posesión del rey
Leoric y la traición del arzobispo Lazarus permanecía. Muchos
habían muerto allí. Los había sentido antes en el cementerio, pero
en aquel estado de meditación notaba su presencia con más fuerza
y sus voces eran más insistentes.
Zayl sondeó aún más profundamente, elevándose por encima de su
cuerpo físico, dejando atrás a Humbart y el callejón. Nueva Tristán
se extendía bajo él mientras él se elevaba por encima de los tejados
y la gente que dormía en sus camas. Más allá de las colinas sintió
a la manada de daemons que los habían atacado antes alejarse de
Tristán con sus filas diezmadas. Su energía era repugnante, cierto,
y se alegraba de ver que no habían seguido al grupo hasta la posada.
Pero los daemons tampoco eran la fuente de la alteración en el
Equilibrio.
Zayl no estaba seguro de qué dirección tomar. Un escalofrío le
recorrió el cuerpo. Había algo cerca, pero su localización exacta le
era desconocida. Estaba seguro de que la presencia sabía de él, y
de que no era amistosa.
El nigromante sondeó suavemente, dudando por primera vez
aquella noche. Había más de uno. Había notado a otros
sobrevolando más allá del anillo de luz que emitía la ciudad. Las
criaturas evitaban su sondeo, pero no porque le tuviesen miedo.
Querían otra cosa, y estaban esperando su momento hasta estar
preparadas.
Esas criaturas tenían un poder ciertamente extraño. No parecían
provenir ni de los cielos ni de los infiernos. Notó que cualquier
111
NATE KENYON
movimiento equivocado podría significar su muerte. Enfrentarse a
su fin ahora sería antinatural y su ciclo de vida se vería alterado,
dejándolo en un estado de agonía pendiente que preferiría con
mucho evitar...
Notó movimiento, como un espectro pasando justo más allá de su
vista. Uno de ellos se había acercado. El escalofrío se acentuó.
Aquella cosa apestaba a tumba, un hedor que impregnaba el aire y
que casi hizo que Zayl se diese la vuelta.
Pero no lo hizo. Porque había reconocido la esencia de esa cosa
repugnante y negra, aunque no tuviese un nombre para ella y solo
la hubiese sentido una vez.
Era de la misma clase de criaturas que se habían llevado a Salene.
Shanar estaba sentada en la pequeña cama, con las piernas
descubiertas dobladas bajo su cuerpo. Cullen miraba
subrepticiamente cuando creía que no le veían, y pensó que en esa
postura parecía una joven. Había captado una pista de su verdadera
edad cuando ella y la bárbara Gynvir habían estado recordando
antes las batallas pasadas que habían tenido lugar hacía veinte años;
debía de tener cuarenta años, y sin embargo parecía haber cumplido
apenas los veinte. Sí que era bella, pero hasta ese momento no había
pensado que fuese vulnerable en ningún sentido. Más bien, su
talento y su presencia eran formidables a pesar de su delgadez.
Siendo sincero, Cullen tenía que reconocer que le intimidaba. Pero
aquella sensación estaba suavizada por el aspecto que tenía ahora,
con su pelo negro liso libre de la cola de caballo, el báculo de maga
a un lado y la cara lavada con agua de la jofaina.
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Incapaces de dormir, Shanar y Gynvir se habían unido a Cullen,
Thomas y Mikulov en una de las dos habitaciones. Tyrael había
bajado y Zayl había desaparecido. Cullen era lo bastante inteligente
como para no cuestionar las actividades de un nigromante, y
aparentemente también los otros, pues hasta entonces habían
evitado el tema por completo.
—Es un suicidio —dijo Shanar—. Somos ocho y un cráneo
parlante contra un ejército de ángeles. Estoy tan dispuesta a la
aventura como cualquiera, pero les digo que son muy malas
probabilidades, hasta para un jugador.
Según continuaba la conversación sobre la misión que les habían
propuesto, el humor del pequeño grupo se había vuelto cada vez
más sombrío. Aunque Gynvir parecía más reticente a cuestionar la
llamada del deber de Tyrael, Shanar se sentía traicionado al
descubrir que la canción que había estado siguiendo la habían
montado para atraerla a Tristán. Incluso había empezado a
preguntarse sobre la resonancia que la llamó hacia El’druin hacía
tantos años. ¿También entonces la habían manipulado?
Cullen había intentado (un poco torpemente, admitía, aturullado
por su belleza) convencerla de que el hecho de que tuviesen a un
arcángel entre ellos era lo suficientemente asombroso y debería ser
celebrado. Pero Shanar no estaba convencida.
—Va por su cuenta —dijo, mirando al grupo—. Si lo hacemos,
estaremos actuando contra la voluntad de los cielos. ¿Cómo
sabemos que es la decisión correcta? ¿Y si...? —hizo un gesto de
frustración—. Si se equivoca, somos nosotros los que sufriremos
por ello.
Cullen notaba que en sus dudas había algo más que aquello. Los
magos eran tozudos e independientes por lo general, pero la
113
NATE KENYON
Historia mostraba que se les podía convencer para que apartasen
sus propias necesidades por el bien común. En otras circunstancias,
ninguno de ellos se habría atrevido a desafiar la autoridad de un
arcángel. Pero Tyrael era ahora un mortal, por muy imponente que
fuese su aspecto físico. Cullen nunca había visto a un ángel, pero
por lo que había leído en muchos textos antiguos eran lo
suficientemente impresionantes como para hacer que un hombre
cayese de rodillas. El despliegue de las alas hechas de pura
energía... era imposible de imaginar.
—Ya ha hecho esto antes —dijo Cullen-—. Hace muchos siglos,
durante la Caza de los Tres, los Demonios Mayores... Diablo, Baal
y Mefisto... Tyrael reunió a los primeros Horadrim para que lo
ayudasen. Fue sin el conocimiento del Consejo Angiris, que
prohíbe estrictamente que los ángeles interfieran con el mundo de
los hombres.
La misión que les habían dado a los Horadrim originales, magos de
gran poder y sabiduría, era aprisionar a los tres líderes de los
Infiernos Abrasadores con piedras de alma construidas con
fragmentos de la Piedra del Mundo, enterrándolas profundamente:
una bajo el Templo de la Luz de Zakarum, otra bajo las arenas de
Aranoch y la última bajo la Catedral de Tristán. Thomas y Mikulov
ya habían oído la historia, e incluso Gynvir tenía cierto
conocimiento de ella, aunque había sido más bien una leyenda.
Pero ahora todos escucharon atentamente, aparentemente dándole
más importancia.
—Tyrael tuvo éxito entonces —dijo Cullen—. ¿Por qué no ahora?
Shanar sacudió la cabeza.
—Entonces era distinto. Él era distinto. Tú mismo has dicho que
fue hace mucho tiempo.
Los demás se quedaron en silencio un instante. Todo lo que la
mayoría de Santuario sabía de los cielos y de la lucha eterna entre
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
la luz y la oscuridad eran historias, al fin y al cabo. Historias de
grandes hazañas llevadas a cabo por hombres que habían muerto
hacía mucho tiempo. Pero Cullen había luchado contra los sicarios
del mal y había visto la caída del Oscuro en la Torre Negra. Había
compartido aquella lucha con Deckard Caín, había llegado a
quererlo como a un padre antes de que muriese, y el propio Deckard
había visto las alas brillantes de Tyrael desplegándose en las
sombras de la Fortaleza del Pandemónium. Deckard había escrito
sobre el inquebrantable compromiso de Tyrael con la humanidad
tras el sacrificio de Uldyssian. Había escrito muchas cosas y Cullen
sabía que nunca había embellecido la verdad.
Mikulov había estado prácticamente en silencio, pero ahora se
levantó del rincón donde había estado agachado perfectamente
equilibrado sobre las plantas de los pies. Los demás parecían
agotados por la reciente batalla, pero él estaba tan calmado y
centrado como siempre.
—Según dicen todos, Tyrael actuó para proteger Santuario cuando
todos los demás no lo hicieron —dijo—. Deckard Caín, un hombre
al que respeté más que a cualquier otro en estas tierras, dio su vida
al servicio de los cielos. Los dioses me han hablado y me han
dejado claro que la llamada de Tyrael es una llamada digna. Lo
ayudaré hasta mi último aliento. ¿Quién está conmigo?
Cullen asintió. Gynvir miró a Shanar, quien se encogió de hombros.
Una débil sonrisa cruzó sus labios.
—Si dijese que han perdido todos la cabeza, ¿cambiaría algo?
Fueron interrumpidos por un golpe en la puerta. Los Horadrim se
miraron entre ellos. Gynvir extrajo su hacha de batalla de donde la
tenía atada a su musculosa espalda.
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NATE KENYON
Thomas abrió cautelosamente y vio a Zayl a la parpadeante luz de
la linterna que colgaba en su pasillo, y sus rasgos extrañamente
hipnóticos parecían cambiar con las sombras que se proyectaban
sobre ellos.
—Hay criaturas fuera —dijo—. Nos están persiguiendo. Debemos
marchamos enseguida.
Dieron un paso atrás, pero ninguno de ellos lo invitó a entrar.
—Debemos irnos —dijo Zayl— Reúnan a los demás, rápido y en
silencio...
—Te dije que te mantuvieses lejos, nigromante —dijo Gynvir,
moviendo las manos sobre el mango de su hacha—. No confío en
ti ni en esa condenada cosa que llevas en tu cinturón. Los muertos
deberían descansar.
—Eh —dijo Humbart—, ¡A ver a quién llamas «condenado»,
mujer!
Shanar tomó del brazo a la bárbara, calmándola. La voz de Gynvir
era ronca por la furia, y Zayl se preguntó si tenía alguna experiencia
personal con otro nigromante que había influido en cómo lo veía.
Pero ahora no había tiempo para eso. Tenía que hacer que le
entendiesen.
—Hay fuerzas oscuras presentes aquí —dijo, mirando a Thomas y
a Cullen—. Deben hacerme caso. Ponemos en peligro a toda la
ciudad...
—Es una tontería que le des a la lengua si no te van a escuchar —
le interrumpió la voz del cráneo. Incluso desde la bolsa se oía lo
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
suficientemente bien como para que todos se detuviesen—.
¡Sálvate tú, chico!
— ¿Qué significa esto? —Tyrael estaba en el pasillo, mirando
todas las caras.
—La oscuridad se acerca rápidamente —dijo Zayl—. Hay criaturas
fuera que son muy peligrosas, y creo que buscan a alguien de
nuestro grupo... quizá a todos.
—Yo también lo he sentido —dijo Mikulov desde dentro del
cuarto—. Los dioses están inquietos esta noche. Algo los ha
molestado.
— ¿Dónde está Jacob? —preguntó Shanar—. ¿No estaba contigo?
—Me dejó en la taberna hace un rato —contestó Tyrael—. Dijo
que volvía a la habitación para dormir.
Shanar miró a Gynvir, que no dijo nada, pero su rostro pareció
ensombrecerse aún más. La maga pasó entre ellos y salió al pasillo,
se asomó a la otra habitación y volvió a salir un momento después
sacudiendo la cabeza.
—Tampoco está ahí —dijo. El color ceniciento en su rostro
desmentía su aire despreocupado—. No puedo decir que me
sorprenda. No sería la primera vez que se pierde en su propio
mundo...
Sus palabras se vieron interrumpidas por un sobrecogedor grito que
procedía de fuera.
Shanar fue la primera en bajar, llamando a Jacob por su nombre y
moviéndose tan deprisa que ya se había ido antes de que nadie
hubiese podido decir ni una palabra. El nigromante la siguió, con
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NATE KENYON
Tyrael y los demás cerca, corriendo por las estrechas escaleras
hacia el piso inferior.
La taberna estaba ahora casi vacía, la mayoría de los clientes se
habían ido a dormir la mona. Bron estaba sentado caído sobre una
mesa, roncando ruidosamente; el camarero se había ido y había
dejado jarras vacías e hidromiel derramada por todas partes.
Tyrael siguió a Zayl y a la maga por la puerta trasera.
Inmediatamente notó el frío; no había viento, pero la temperatura
había bajado desde la última vez que había salido, lo que hizo que
se acercase la ropa más al cuerpo.
Todas las antorchas y linternas estaban apagadas, y ni la luna ni las
estrellas eran visibles ya. Shanar murmuró un hechizo que
encendió un brillo azul en su báculo, pero hasta esa mortecina luz
disminuyó y proyectaba solo debilísimas sombras a sus pies.
Tyrael apretó los dientes contra el frío, sacó a El’druin de su funda
y la hoja relució, empujando a la oscuridad hacia atrás. Dio un paso
adelante y notó que los otros se agrupaban tras él. Zayl había
sacado su arma y la hoja serpentina del nigromante brillaba con su
propia luz sobrenatural. Era una hoja conectada al dragón
Trag’Oul, el Antiguo, Guardián de Santuario, una criatura de
estrellas, o eso creían los sacerdotes de Rathma.
Avanzando lentamente, Tyrael escudriñó las oscuras sombras que
parecían reunirse y cambiar. Siguió el estrecho camino al otro lado
de la posada hacia el frente, donde el cartel de madera colgaba bajo
una linterna apagada y la adoquinada carretera se dirigía hacia el
vacío.
Un golpe seco le hizo volver a levantar la mirada; el cartel había
empezado a balancearse de las cadenas, golpeando el poste, aunque
no había viento.
118
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
— ¡Ahí! —Cullen señaló a su izquierda y Tyrael movió a El’druin
en esa dirección, mientras el corazón le latía con fuerza y el fuego
recorría sus venas. Muéstrate. Una forma apenas visible, poco más
que un negro más oscuro entre las sombras, revoloteó en el rabillo
de su ojo y desapareció. Tyrael movió la espada en un feroz arco,
buscando cualquier cosa contra la que atacar. Pero la carretera que
tenían delante estaba vacía.
En mitad del silencio, oyeron irnos ruidos largos, lentos e
inquietantemente escalofriantes como de crujir de huesos que se
fueron apagando mientras se alejaban. Los otros se giraron y
detectaron otra fugaz visión de negro. Más.
Gynvir había descolgado su hacha, pero lo que fuese que los
acosaba había vuelto a desaparecer en un instante.
Tyrael se volvió. Levantó la espada, haciendo que la luz avanzase.
De donde habían notado movimiento, a unos pocos pasos de la
puerta principal del Cordero Sacrificado, un cuerpo inmóvil yacía
en mitad de la carretera.
El grupo se reunió alrededor del cuerpo, formando un círculo
estrecho como si se protegiesen a unos de otros de la oscuridad. Era
un hombre que había estado bebiendo en el bar, con los ojos
abiertos y helados en una mirada mortal, la piel y el pelo de un
blanco puro, con una mano extendida en garra, como si quisiera
coger algo. Zayl se acuclilló sobre el muerto, sacándose del bolso
un tubito con un líquido espeso. Lo pasó, tras quitarle la tapa, por
encima de la pálida frente de hombre, derramando el líquido
formando el dibujo de una runa, que brilló suavemente y luego
desapareció. La boca del cliente del bar parecía hundida, como si
le hubiesen quitado los dientes, y parecía veinte años más viejo.
Tras un momento, el nigromante levantó la mirada.
119
NATE KENYON
—No puedo hacer nada por él —dijo—. Su espíritu se ha ido, y por
algún motivo no puedo invocarlo.
—Debió de salir a investigar —dijo Cullen—. Y algo... se lo llevó.
—Lo atrajo con un motivo —dijo Thomas. Miró a su alrededor, a
la oscuridad que se echaba sobre él.
El grupo se quedó callado con las armas preparadas mientras
regresaban los ruidos normales de la noche y las linternas volvían
a brillar de nuevo. Las llamas parpadearon, trayendo calor y luz.
Algunas personas salieron de los edificios cercanos. No queriendo
ser vistos, Tyrael guió a los otros, alejándolos del cuerpo sin vida,
doblaron la esquina de la posada y allí, sentado y apoyado contra
la pared, encontraron a Jacob.
—Vi a uno —dijo. Olía a hidromiel, pero tenía la mirada limpia.
Cada palabra que decía parecía requerir todas sus fuerzas—. Una
especie de espectro con extrañas alas… Se movía como un insecto
y era negro como la pez. Flotó sobre mí por un instante, y noté que
absorbía algo de mí... y tuve mucho frío. No podía moverme.
Luego los oí... y desapareció.
—Me temo que el sanador nos ha delatado —dijo Thomas—. Esta
criatura es una especie de avanzadilla de los demás; estoy seguro.
Si tengo razón, pronto vendrán más.
—Puedo elaborar un hechizo que nos oculte, durante un tiempo —
dijo Zayl—. Ni nos verán ni nos oirán, al menos el tiempo
suficiente de escapar.
Desde la entrada de la posada llegó un grito, junto con el ruido de
pies corriendo. Alguien había descubierto al muerto y sin duda
tardarían poco en culpar del asesinato a alguien de la partida de
Tyrael. Estaban cansados y tenían un camino largo por delante.
Pero Nueva Tristán ya no era segura y Tyrael no podía permitirse
poner en peligro la misión antes de que hubiese empezado.
120
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—Es hora de que todos tomen su decisión —dijo—. Les he contado
lo que debemos hacer y por qué, y los peligros que acompañan a
una misión como esta. Lo han visto en persona esta noche... y solo
es el principio. Tenemos mucho que hacer para preparamos, pero
debemos hacerlo en equipo, si queremos tener alguna posibilidad
de éxito. Si alguno tiene dudas, este es el momento de hablar.
Todos pueden decidir libremente.
Los miró de uno en uno, y todos asintieron. Por un momento,
Tyrael se sintió avergonzado de utilizarlos así; ninguno de ellos
tenía la capacidad de comprender por completo a qué se
enfrentaban, todavía no. Gynvir había ayudado a Jacob a ponerse
en pie y ahora este se sostenía precariamente. Pero le devolvió la
mirada a Tyrael sin parpadear.
—Estamos destinados a esto —dijo Jacob—, nos guste o no—tiró
de la parte superior de su túnica y reveló una marca localizada en
el hueco justo bajo su clavícula. Era roja oscura, como la cicatriz
de una vieja herida, en forma de cuarto creciente—. La criatura me
tocó aquí —dijo—. Lo noto, incluso ahora. Esas cosas volverán a
menos que encontremos un modo de detenerlas antes.
—Muy bien —dijo Tyrael—. Nos vamos para Bramwell ya, antes
de que amanezca.
121
NATE KENYON
CAPÍTULO DIEZ
El Destructor
Balzael estaba inquieto.
El oficial de los Luminarei caminaba de un lado a otro ante una
pared de trofeos. Los Salones del Valor estaban llenos de objetos
macabros expuestos: las cabezas de bestias extrañas con cuernos y
bocas babeantes congeladas en un gruñido eterno; regurgitadores
con ojos hinchados sin ver; frenéticos oscuros y daemons y muchos
otros demonios, todos ellos muertos en batalla. Habían sido
conservados intencionadamente tal como habían muerto...
angustiados, contorsionados, enloquecidos, con aspecto de estar a
punto de liberarse en cualquier momento y recuperar cierta
apariencia de vida.
Aquella sala externa era para los demonios inferiores, por supuesto.
El Arcángel del Valor tenía los trofeos más importantes en sus
cuartos interiores. Hasta hacía poco, Balzael siempre había
pensado en las cabezas como recordatorios de las batallas
victoriosas, con la intención de inspirar a nuevas generaciones de
ángeles a que luchasen con coraje y rectitud. Ahora, sin embargo,
los trofeos que miraban amenazadoramente por encima de él
parecían una amenaza posible, que podría hacerse con el control en
cualquier momento.
122
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
El ataque a los cielos del Demonio Mayor había cambiado los
trofeos igual que había cambiado todo lo demás. Balzael había
perdido a muchos hermanos y hermanas Luminarei, y su fe en la
santidad de aquellos salones se había visto completamente
afectada.
Estaba decidido a no volver a permitir algo igual.
No importaba a qué precio.
Se alegraba de que Imperius estuviese de acuerdo con él, al menos
hasta cierto punto. Tras la casi destrucción del Arco Cristalino,
Imperius le había dado una orden a Balzael: acelerar el
adiestramiento de un pequeño grupo de destructores angélicos
llamados Sicarai para asegurarse de que un ataque como aquel no
volviese a ocurrir. Una de las primeras tareas que Balzael había
llevado a cabo había sido enviar a los Sicarai en misiones secretas
para eliminar manadas de demonios independientes allá donde los
encontrasen: en las afueras de los infiernos, en la Fortaleza del
Pandemónium, incluso en el mismo Santuario. Aunque aquellos
demonios ahora carecían prácticamente de líderes y actuaban sin
mucha organización o impacto, Imperius todavía los consideraba
peligrosos.
Cualquier aparición de ángeles en Santuario tenía que ser manejada
con mucho cuidado por varios motivos. El resto del Consejo
Angiris desconocía la existencia de aquellas misiones de limpieza
y no las habría aprobado. Pero el mundo de los hombres era un
buen campo de entrenamiento para los Sicarai. Los destructores
angélicos atacaban con letal rapidez y seguían adelante, y les
inquietaban poco cualquier humano que pudiese andar cerca; si
había testigos mortales, los guerreros simplemente los eliminaban.
El Guardián tenía otros usos para las errantes manadas de
demonios, por supuesto. Pero aquel era su secreto.
123
NATE KENYON
Y entonces Tyrael lo había puesto todo en peligro.
Balzael había vigilado cuidadosamente a Tyrael las últimas
semanas tal como había prometido hacer, lo había visto vagar por
las Salas de Justicia, asomarse al Cáliz de la Sabiduría en la Fuente
vacía, y comer, dormir y orinar y hacer todas las cosas que hacían
los mortales. La experiencia solo había empeorado el concepto que
tenía del antiguo arcángel y del camino que había escogido. Balzael
había hecho cuanto había podido para convencer a Imperius de que
Tyrael debía ser hecho preso en el Puño y juzgado por sus delitos.
Los mortales no debían estar en los cielos; Tyrael era la prueba.
Los humanos eran abominaciones y debían ser destruidos. Pero
Imperius se había resistido a actuar contra el Consejo, a pesar de
todas las pruebas.
Y entonces aquel necio desapareció. Balzael lo supo
inmediatamente, por supuesto, pero le había llevado cierto tiempo
localizarlo. Ahora tenía que tomar medidas más drásticas, pero
todavía existía la posibilidad de que Imperius entendiese que
eliminar a esa amenaza era lo correcto.
Balzael suspiró; su impaciencia crecía a cada momento. Al fin las
enormes puertas se abrieron y el Arcángel del Valor apareció con
feroz propósito, acercándose a la piedra reluciente donde esperaba
Balzael.
—Se le ha localizado —dijo Imperius. No era una pregunta. Sabía
que si Balzael le había pedido una reunión, era solo por un motivo.
Balzael asintió.
—En un lugar llamado Tristán de Khanduras en Santuario. Ha
reunido a un grupo de humanos para un propósito que
desconocemos.
124
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—Humanos... —Imperius pensó—. ¿Cuántos?
—Menos de una docena.
—Mátenlos, si tienen que hacerlo. Pero capturen vivo a Tyrael y
tráiganmelo. No quiero que resulte herido.
— ¿Estás seguro? ¿No es este el momento de reconocer los delitos
de Tyrael, de tomar medidas drásticas antes de que haga algo que
no pueda deshacerse?
Imperius se volvió hacia él, y Balzael se resistió a la necesidad de
echarse atrás. Se consideraba un guerrero feroz, curtido por la
batalla que no le temía a nada. Pero pocos entre los ángeles podían
permanecer impávidos ante la ira del Arcángel del Valor.
—No me cuestiones —dijo Imperius, y su voz tomó un cariz que
Balzael conocía demasiado bien—. Quiero juzgarlo aquí, en el
Círculo del Juicio, delante de aquellos a los que solía llamar
hermanos y hermanas. Debe ser un símbolo de la debilidad de los
mortales en el reino de los cielos. Hará que el caso contra Santuario
sea mucho más sólido.
—No pretendo cuestionarte —dijo cuidadosamente Balzael—,
pero si el Consejo se niega a actuar, incluso después de todo esto...
Imperius lo agarró y empujó a Balzael contra la pared. La presa del
arcángel era increíblemente fuerte, y Balzael se sintió atrapado e
indefenso.
—El Consejo todavía gobierna los cielos —atronó Imperius—. No
te corresponde discutir nuestros métodos ni nuestras decisiones.
¡Obedecerás mis órdenes!
Balzael asintió, incapaz de hablar. Finalmente Imperius lo soltó.
—He llamado a nuestros mejores Sicarai, y les daré instrucciones
sobre lo que debe hacerse —dijo Balzael, tras un momento.
—Bien —Imperius se dio repentinamente la vuelta y se dirigió
hacia las puertas—. No me falles en esto, Balzael —dijo,
125
NATE KENYON
deteniéndose al llegar a la salida. No se volvió para mirarlo antes
de abrir las puertas de un empujón y desaparecer.
«No fallaré», pensó Balzael. La ira hervía en su interior. «Pero no
serán tus órdenes las que obedeceré».
Balzael prefería un espacio más aislado para su siguiente reunión,
uno que utilizaba bastante frecuentemente. Una reunión como
aquella requería total intimidad. Lo que tenía que decir era de la
mayor importancia, y la verdadera misión que estaba a punto de
asignar no debía conocerla nadie más.
Recorrió los aplastados senderos de piedra de las pozas de la
sabiduría, tratando de calmarse tras el enfrentamiento con
Imperius. Los estanques hacía tiempo que estaban abandonados, se
habían secado y estaban callados, y el frío aire apagaba todo
sonido. No oyó al guerrero Sicarai aproximarse. Estaba solo y al
momento siguiente ya había dejado de estarlo. Balzael no expresó
su sorpresa; estaba demasiado disciplinado para eso, y si el
destructor notó algo extraño, no reaccionó.
El Sicarai no dijo nada, solo se quedó firme, perfectamente
inmóvil. Balzael tuvo que admitir que aquel era una magnífica
máquina de luchar, y como tal le era ferozmente leal a él y solo a
él. Balzael se había asegurado de aquello. Los Sicarai vibraban con
una resonancia rojiza que colgaba como una niebla ensangrentada
alrededor de las hombreras de su armadura dorada. La placa
pectoral estaba blasonada con la señal de los Luminarei, un dibujo
de un sol que sugería infinitas alas en vuelo. Los Sicarai eran
conocidos por su falta de piedad o compasión y su decidido
propósito, y Balzael había escogido al mejor para aquella misión;
un ángel que había matado a muchos demonios y era un cazador
126
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
implacable, adiestrado como asesino y que irradiaba poder,
corpulento incluso para los de su clase y poseedor de un arma que
destruiría todo lo que se pusiera en su camino.
Excepto, quizá, a El’druin.
«Eso está por ver».
—Nuestra presa ha sido localizada por los exploradores —dijo
Balzael sin preámbulos. Observó con atención al Sicarai en busca
de alguna reacción, pero el ángel permanecía inmóvil—.
Sospechaba que Tyrael se escondía en Santuario. Está reuniendo a
un grupo de humanos para un propósito que todavía no entiendo.
Sean cuales sean sus planes, no se le debe permitir que los lleve a
cabo. ¿Me entiendes?
Por primera vez, el Sicarai habló. Su voz era grave, potente, fría en
su medida respuesta.
—Sí, mi señor.
Balzael asintió.
—Los exploradores están siguiendo a Tyrael y a su grupo, y tú te
unirás a ellos —dijo—. Tyrael no puede volver a los cielos para ser
juzgado por traición. Debemos actuar ahora. Mátalo y acaba con
aquellos que viajan con él.
Balzael notó que algo cambiaba en el Sicarai, quizá cierto
entusiasmo. El aura roja del destructor comenzó a estremecerse,
como un animal que tiembla antes de ser liberado para la caza. Un
sonido leve, casi inaudible, había empezado a emanar de él, un
zumbido grave. Casi un gruñido. El arma de dos hojas del ángel
brillaba a su lado con su propia y feroz luz interior.
127
NATE KENYON
—Ve —dijo Balzael—, y no le digas ni una palabra de esto a nadie.
Ten cuidado de que no te vean. Y no te detengas hasta que tengas
éxito: ¡Tyrael y todos los que están con él deben caer ante tu
espada!
El Sicarai le hizo el saludo de los Luminarei y se marchó,
moviéndose tan deprisa y con tanto sigilo que Balzael apenas pudo
ver un fugaz borrón de la chisporroteante energía del guerrero antes
de que desapareciera y se volviese a quedar solo.
Tyrael no puede volver a los cielos para ser juzgado por traición.
Debemos actuar ahora. Mátalo y acaba con aquellos que viajan
con él.
Personalmente, Balzael prefería que aquello se hiciera con la
mayor contundencia. Así sus planes para Santuario serían mucho
más fáciles de implementar. La piedra del alma debía tener más
tiempo para influir en el Consejo, y Tyrael era lo único que se
interponía en su camino. De nuevo, había escogido alinearse con
los humanos. Esa intromisión podía arruinar los planes del
Guardián. Aunque la piedra de alma negra había sido mancillada
con la esencia del mal, seguía siendo muy poderosa y podía ser
utilizada para un propósito más elevado.
Para barrer a los nephalem, y todo Santuario, de la existencia para
siempre.
128
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
PRIMERA PARTE
EL CAMINO
A WESTMARCH
129
NATE KENYON
CAPÍTULO ONCE
Un nacimiento en el Arco
Habían pasado vanos días humanos desde que Tyrael se había
encontrado ante la Fuente en las pozas de la sabiduría. La
experiencia de consultar el cáliz había comenzado a disiparse lo
suficiente como para que se sintiese un tanto cómodo. Había visto
las hebras del tiempo y la emoción, había sentido sus conexiones y
había percibido un posible resultado futuro. Pero Chalad’ar no
predecía lo que iba a ocurrir; sencillamente mostraba un modo de
comprender lo que ocurriría basándose en la situación.
Lo que había visto no tenía por qué convertirse en realidad. La
muerte iría a por él, como a por todos los mortales, pero no tenía
por qué ser pronto. Y los lentos tentáculos de la piedra de alma
negra, y la corrupción de los cielos, todavía podían evitarse si de
algún modo la quitaba de su lugar.
Pero el tiempo se iba acabando.
A través del mensajero de Auriel había recibido la noticia de que
el Consejo había rechazado seguir su indicación. El papel de Tyrael
como Sabiduría había sido minimizado, y su confianza en él
claramente había disminuido. Durante eones, la meta de los
arcángeles había sido mantener el equilibrio entre la luz y la
oscuridad y luchar por la paz definitiva. Pero últimamente Tyrael
130
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
había notado una sed de sangre muy superior a la que podía haber
sentido en el pasado.
Estaba seguro de que conspiraban contra él, y de que si seguía en
los Altos Cielos, sus días de libertad estaban contados.
Pero un día se despertó con el sonido de una resonancia que se oía
desde el Arco por todos los enormes espacios de la Ciudad de Plata,
y todo aquello quedó apartado por un momento.
Supo lo que significaba la Canción de Luz: nacería un nuevo ángel.
Varios ángeles habían nacido en el Arco desde que había decidido
convertirse en mortal, pero solo podía observar y no tomar parte en
las ceremonias de los nacimientos, sabiendo que era un marginado.
Tyrael se vistió apresuradamente, sus dedos titubeando con las
ropas. Odiaba las ropas mortales, el tiempo que tardaba en
ponérselas, la sensación de la tela contra su piel. Le recordaba a
aquello a lo que había renunciado, no en lo que se había convertido.
Fuera se unió al grupo creciente de ángeles que se dirigían hacia la
Torre Plateada. Si se dieron cuenta de quién era, no lo demostraron;
ninguno reaccionó a su estatus mortal; tenían la atención fija en la
Torre, como si estuviesen en trance. «¿Y qué es así?», pensó.
Todavía era miembro del Consejo, aunque ya no le escuchasen.
¿Tanto, tan deprisa había caído que había perdido hasta la última
gota de orgullo?
Regañado por sus propios pensamientos, Tyrael se irguió orgulloso
entre los demás. El día era brillante, el aire fresco y vigorizante, y
la canción hacía que hasta las mismas piedras zumbasen bajo sus
pies. El sonido crecía en intensidad según se acercaban a la Torre.
Los ángeles cantaban en armonía con la Canción de Luz, pero el
sonido no surgía de sus gargantas inmortales, sino que llegaba
como una energía resonante al tiempo que vibraban en perfecta
consonancia. En el patio vio a una multitud de ángeles reuniéndose
bajo el alto edificio. Aunque había visto la torre incontables veces,
131
NATE KENYON
seguía siendo magnífica, y como todo lo demás, su nueva alma
mortal la veía con nuevo aprecio. Su altura era casi imposible de
comprender, se elevaba como dos hojas gemelas que atravesaran
los cielos, caras cristalinas que relucían al sol. Unas plataformas
circulares ensanchaban las bases mientras otras torres y chapiteles
se elevaban a su alrededor, y cerca de la cumbre había una
estructura semejante a las alas de los ángeles, donde se encontraba
el Arco Cristalino.
La columna de Anu.
Anu era el primer ser, aquel de quien todos los demás habían sido
creados, hecho de luz y oscuridad, de bien y mal, había expulsado
al mal, pero ese mal había formado a la bestia-dragón Tathamet, el
primer Demonio Mayor, y los dos seres habían estado en conflicto
durante eones antes de que su última batalla resultase en una
gigantesca explosión que extendió sus esencias por todas partes y
creó el propio universo. La cicatriz de aquella creación se había
convertido en Pandemónium, mientras que las siete cabezas de
Tathamet habían dado paso a los siete Grandes Demonios de los
Inflemos Abrasadores, con su cuerpo formando los cimientos de
sus reinos. La columna de Anu se había convertido en el Arco
Cristalino, y todos los Altos Cielos habían brotado a la vida a su
alrededor.
Aquello era historia antigua para Tyrael, y durante muchos siglos
el conocimiento se había convertido en una parte tan fundamental
de él que rara vez pensaba en ello. Pero según se iba acercando
cada vez más a la enorme torre, la leyenda le volvió a parecer
nueva, y la maravilla de la creación del universo le resultó
sobrecogedora. Todo el orden, la luz y la paz se habían asentado
allí, en los Altos Cielos, mientras que el caos, la oscuridad y el mal
habían encontrado su lugar en los inflemos. Los dos bandos
siguieron luchando entre ellos en el Conflicto Eterno, y ninguno de
los dos pudo tomar ventaja. Y en alguna parte entre ambos, llenos
132
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
del potencial de cada bando y capaces tanto de actos de asombrosa
bondad y violencia destructiva, estaban Santuario y la raza humana.
Se sentía fascinado por aquella lucha entre el bien y el mal que
había dentro de todas las almas humanas. La misma lucha de Anu
y Tathamet, multiplicada una y otra vez a más pequeña escala. Bien
y mal, luz y oscuridad, vida y muerte. ¿Adónde iban los humanos
después de morir? ¿Adónde iría él ahora? Sabía que la humanidad
tenía muchas teorías, pero la verdad era esquiva.
Por algún motivo, Tyrael pensó en el cáliz todavía resguardado
junto a su pecho. Se sintió empujado a volver a utilizarlo, pero no
se atrevía. Tenía miedo de lo que pudiese ver.
Los ángeles que ya se habían reunido bajo la torre prácticamente
llenaban el vasto patio, pero como miembro del Consejo, Tyrael se
sentía justificado en reclamar un puesto en el propio Arco.
Entonces se fijaron en él, mientras se abría paso. Mantuvo la cabeza
en alto, desafiándolos a que le dijeran algo. Nadie lo hizo. La
subida le llevó tiempo. Bandas de luz formaban ondas a través de
intrincados dibujos y huecos en el agua semejante al cristal y
relucieron en espectaculares explosiones que salían de la torre
según ascendía, latiendo al ritmo de la canción, tan brillantes que
le hacían daño en los ojos. Se resistió a levantar una mano para
protegerse, y subió por las escaleras hacia la plataforma.
Aquellos que estaban en el Arco eran ángeles de Imperius; el nuevo
ángel que nacía hoy sería asignado a los Salones del Valor, y era
costumbre que sus hermanos y hermanas del reino le rindiesen
tributo.
133
NATE KENYON
El nacimiento de un nuevo ángel solo podía ocurrir cuando la luz y
el sonido estaban en armonía perfecta, resonando en un coro
sincronizado que llevaba a un aumento tremendo de energía. La
columna de Anu daba a luz a esos ángeles como aspectos finitos de
ella misma... se decía que solo podía nacer un ángel cuando moría
otro.
Enormes cristales adamantinos se elevaban por todas sus caras,
titilando al tiempo que producían oleada tras oleada de luz brillante
que ahora se reunía en el centro, flotando por encima de los ángeles.
El movimiento crecía en intensidad, latiendo cada vez más deprisa,
y la resonancia había alcanzado un tono que resultaba casi
ensordecedor para los oídos mortales de Tyrael. La vibración de los
espectadores fue creciendo con él. La Canción de Luz ya no le
resultaba reconfortante, y sus sentidos estaban siendo atacados.
Todo lo que Tyrael veía y oía había cambiado desde aquel día
fatídico en el Consejo Angiris cuando renunció a sus alas. Se sintió
como si hubiese vivido dos vidas: la primera como inmortal, otra
tras convertirse en mortal, y esas dos vidas estaban completamente
separadas una de otra.
¿Cómo podía quedarse allí entre los ángeles un día más?
De repente se sintió como una abominación, una mutación de todo
lo que era bueno y sagrado. Se volvió para marcharse, pero la
multitud empujaba hacia delante según el volumen de la canción
crecía. Sintiéndose como si fuesen a estallarle los oídos, apretó los
dientes y se dio la vuelta. Los latidos de luz se estaban uniendo en
un punto reluciente por encima de su cabeza y unos filamentos
semejantes a hilos chisporroteaban y restallaban unos junto a otros.
Los haces comenzaron a unirse, formando una compleja alfombra
que se enrolló formando una esfera, y dentro podía ver cómo se
debatía una forma hecha de una luz tan brillante que no podía
mirarla directamente.
134
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Pero algo iba mal.
Comenzó a notar un tono discordante en el aire. Uno de los hilos
de luz se había vuelto gris, tan delgado que parecía una raíz
agrietada por toda la superficie de la esfera natal. Pero allí estaba;
no se podía negar.
Unos tentáculos de luz siguieron elevándose desde la columna de
Anu y envolviendo la forma que había dentro, sumándose a ella, y
el volumen de la canción siguió aumentando. Pero una nota, tan
débil que era apenas inaudible, estaba ligeramente desentonada.
Tyrael hizo una mueca y miró a su alrededor, a los ángeles
temblorosos, que tenían las alas extendidas en éxtasis. ¿Nadie más
lo notaba?
Quizá el tono venia de él. Quizá su presencia allí como mortal
estaba provocando el cambio. Pero cuando se puso una mano en el
pecho no sintió vibración alguna, ninguna resonancia, y su cuerpo
estaba vacío y silencioso.
La cosa dentro de la esfera estaba creciendo rápidamente. Podía ver
la silueta de las alas dobladas, y el resplandor del ángel iba
creciendo por momentos. En el clímax de la Canción de Luz, la
esfera de repente estalló, lanzando los haces de luz chisporroteando
por encima de la multitud, y el nuevo ángel extendió las alas al
tiempo que la luz y el sonido alcanzaba un crescendo, sobrevolando
por encima de todos los demás ángeles en un magnífico despliegue
de poder.
La Canción de Luz de los otros ángeles latía suavemente, una señal
de aceptación y bienvenida. Era hembra. El momento debería haber
sido trascendente, alegre, sobrecogedor. Pero había un sutil cambio
que arrojaba sombras donde no debería haber ninguna, como si el
filamento gris envuelto como una serpiente alrededor de la esfera
natal se hubiese incorporado en la esencia, y aunque la Canción de
135
NATE KENYON
Luz debería haber igualado a la nueva ángel en perfecta armonía,
su resonancia era de un tono ligeramente distinto que resultaba
chirriante a los oídos de Tyrael parecía chocar con las de los demás.
Los ángeles seguían sin darse cuenta aparentemente de aquello.
Estaban zumbando de excitación. Había esperado que el
nacimiento lo inspirase, le hiciese reconectar con los cielos de
algún modo, pero no podía unirse a la canción; sus sentidos físicos
estaban magullados, los ojos y oídos mortales le ardían. Volvía a
sentirse como un extranjero allí entre los inmortales.
La Canción de Luz lo llenó de miedo.
«Es la piedra», pensó Tyrael. «Sus repugnantes tentáculos han
alcanzado al arco y han corrompido el nacimiento».
La idea le dejó helado como ninguna otra cosa podría hacerlo. La
influencia de la piedra se extendía aún más deprisa de lo que había
creído posible.
Tyrael volvió a darse la vuelta y se marchó tambaleándose, con
todo el cuerpo dolorido, la mente sufriendo por las terribles
posibilidades. Estaba solo ahí, uno contra un ejército de ángeles.
Todo el destino de los cielos descansaba sobre sus anchos hombros.
Si fracasaba...
Pero no podía. No había otra opción, ahora no. Tenía que encontrar
la solución a la negra enfermedad de la piedra de alma antes de que
fuese demasiado tarde.
Los ángeles se separaron ante él. Caminó a ciegas, los ojos
escocidos, hasta que una voz lo frenó en seco.
— ¿Has osado venir hoy aquí?
136
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Tyrael parpadeó, intentando ver a través de la niebla de dolor.
Balzael se encontraba delante de él. Los demás ángeles se habían
quedado callados. El espacio que habían despejado había sido para
el oficial de los Luminarei, no para él.
— ¡Miren, hermanos y hermanas, Sabiduría ha venido como mortal
y colocarse ante el Arco, pero le queman los ojos y le sangran los
oídos! ¿No es un insulto para Anu y todo lo sagrado?
A Tyrael le dolía la garganta.
—Sigo siendo su hermano.
— ¡Eres un inmortal que ha escogido abandonar a los suyos y
aliarse con la raza humana! —Balzael se dirigió a la multitud—. El
poderoso Tyrael, que había servido como Justicia y había luchado
contra nuestros enemigos en el campo de batalla, ya no tomará su
lugar entre los arcángeles. ¡Y ahora viene aquí, en un día de
celebración, para ensuciar el Arco con su inmundicia! —Balzael le
señaló—. El día de tu juicio se acerca rápidamente.
La ira creció en Tyrael, cruda y espontánea, amenazando con
lanzarlo ciegamente hacia delante para atacar a Balzael con las
manos desnudas. Pero allí había muchos otros, y sabía que si lo
hacía, los guardias Luminarei lo detendrían y su última oportunidad
para salvar los cielos desaparecería.
Se tragó la rabia.
— ¿Has venido a arrestarme, Balzael? Porque si lo intentas, no vas
a salir indemne.
Balzael se rio.
—Serás juzgado, pero no por mí. El Consejo se reunirá mañana sin
ti. Ellos decidirán tu destino.
137
NATE KENYON
Tyrael ocultó su sorpresa. Así que aquel era el modo en que
ocurriría: un debate amañado por el resto del Consejo, una votación
para juzgarlo por traición. Pensó en su viejo camarada Inarius y su
deserción, que llevó a la creación de Santuario. Inarius fue
considerado un traidor, pero fue uno de los pocos ángeles que se
había atrevido a tomar una postura y abandonar el Conflicto Eterno,
abandonando para siempre los Altos Cielos.
Ahora Tyrael se veía obligado a hacer lo mismo.
Hay una solución.
Se le ocurrió de repente, y se preguntó cómo no se le había ocurrido
antes: un plan desesperado, cierto, pero parecido a uno que había
intentado hacía muchos siglos. De nuevo tendría que confiar en los
habitantes de Santuario para tener éxito. Sería aún más peligroso,
y las probabilidades de tener éxito todavía menores.
El cáliz lo había hecho. De algún modo, Chalad’ar había agudizado
sus sentidos, le había proporcionado perspectivas que antes no
poseía. Tyrael estaba seguro. Si aquello era bueno o malo, no lo
sabía, y le quedaba poco tiempo para pensar en ello. Tenía mucho
que preparar. Muy bien... no estaría allí por la mañana.
Se iría de los cielos inmediatamente, cortando todos los lazos con
sus hermanos y hermanas. Reuniría a un equipo de humanos
dotados (en su mente ya había empezado a escoger los nombres de
aquellos que podrían ser adecuados) y comenzaría a adiestrarlos. Y
se infiltrarían en los cielos, robarían la piedra y la esconderían
donde nunca pudiese ser encontrada.
Con el tiempo, los ángeles acabarían por comprender su decisión.
Debían hacerlo, o todo aquello por lo que había trabajado habría
sido en vano.
138
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—Ven a buscarme cuando estés preparado, entonces —dijo—. Si
te atreves.
Tyrael pasó entre los Luminarei sin decir otra palabra, y la multitud
se separó para dejarlo pasar.
139
NATE KENYON
CAPÍTULO DOCE
Los guardias de Bramwell
Tyrael se despertó sobresaltado. El recuerdo del nacimiento del
ángel mancillado se había infiltrado en sus sueños y el corazón le
latía con ira renovada por el enfrentamiento con Balzael en el Arco.
Fue la última vez que vería al oficial de los Luminarei; no le daría
al Consejo la satisfacción de que fuesen a detenerlo en sus antiguos
aposentos. Había abierto un portal y se había marchado de los
cielos inmediatamente después, llevándose solo sus escritos, el
contenido de su bolsa y la ropa que llevaba puesta.
El cáliz había seguido oculto entre su ropa desde que lo había
cogido en la Fuente. Cada vez que lo utilizaba se veía asaltado por
otra oleada de pura emoción. La muerte flotaba sobre todo; el fin
de todas las cosas. Había paz en el sueño eterno, en rendirse y
dejarlo todo. La idea era hipnótica. Cuando estaba dentro del cáliz,
las posibilidades alternativas quedaban atrás y la verdad se volvía
obvia. Debía proteger a los cielos de la piedra. La aparición de la
manada de demonios y la de las criaturas en el Cordero Sacrificado
no eran coincidencias. Había fuerzas en ese momento reuniéndose
contra ellos, con la intención de detener a los nuevos Horadrim y
destruir Santuario de una vez por todas.
140
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Pero cuando regresó al mundo mortal, el vacío que el cáliz dejó
atrás era casi abrumador. Las fragilidades y debilidades de cada
miembro de su nuevo grupo eran evidentes, y la tarea de
prepararlos para lo que se acercaba parecía imposible, y las
probabilidades de éxito prácticamente ninguna.
Cada vez le había dejado más agotado que la anterior, pero también
con ansia de más. El conocimiento que extraía de las profundidades
del cáliz le proporcionaba un extraño solaz; aunque veía a lo que
se enfrentaban, también veía que había tomado la decisión
correcta... la única posible, acudiendo a Santuario.
Robarían la piedra del alma o morirían en el intento.
Tyrael miró a los demás, que todavía dormían, a la primera luz del
alba. El fuego se había apagado hacía tiempo y una capa de
escarcha blanqueaba el suelo. Después de viajar durante varios
días, se acercaban a Bramwell. El grupo había rodeado el Golfo de
Westmarch, el terreno se volvía montañoso y habían acampado en
el bosque, a cierta distancia del camino. El hechizo de ocultamiento
de Zayl los había mantenido escondidos de los viajeros que se
pudiesen encontrar por el camino. Hasta entonces el nigromante
había demostrado ser un valioso activo, pero el resto del grupo
mantenía la distancia, como si tuviese una enfermedad contagiosa.
Incluso ahora, mientras los demás se acercaban para evitar el frío,
él dormía aparte de ellos con solo su cráneo por compañía.
Cullen se había acercado a Tyrael el día anterior y lo había asaltado
a preguntas, fascinado con los cielos y la transformación de Tyrael
en mortal. Este le había contestado como mejor sabía, pero
rápidamente se cansó del ejercicio. La sed de conocimiento de
Cullen era insaciable, y según caminaban, Tyrael se volvía más
consciente de los dolores y achaques de su cuerpo. Le resultaba
difícil tener paciencia. Había dormido y comido poco los últimos
141
NATE KENYON
días, y no estaba acostumbrado a esas sensaciones incómodas. Pero
Cullen no le dejaba en paz.
Tyrael sonrió plácidamente en la tenue luz. Cullen roncaba
ligeramente y, sin sus gafas redondas y los rasgos suavizados por
el sueño, parecía años más joven. A pesar de las frustraciones,
Tyrael estaba empezando a cogerle cariño a aquel hombrecito.
Llegaría un momento, lo sabía, en que los estudios de Cullen
resultarían cruciales para la misión.
Miró al lugar donde había estado el monje la noche anterior, pero
estaba vacío. No recordaba haber visto a Mikulov cerrar los ojos.
El monje rara vez dormía. Los últimos días había adquirido un
aspecto ligeramente ausente, con la mirada perdida, como sí viese
cosas que los otros no veían. Los monjes de Ivgorod eran seres
espirituales, en sintonía con su entorno natural y sus dioses en
sentidos que superaban con mucho la comprensión de la mayoría
de los humanos. Todos los días se había adelantado a explorar,
deslizándose como un fantasma entre los árboles y siguiendo el
camino para buscar peligros. Cuando regresaba, la expresión
ausente seguía en su mirada, y Tyrael se preguntaba qué sabía
Mikulov que no estaba compartiendo con los demás.
Mikulov estaba en las sombras de los árboles, junto al camino que
llevaba a Bramwell. Muchos años de entrenamiento y
concentración en el Monasterio Suspendido le habían agudizado
los sentidos, y notaba cosas que a los demás se les escapaban.
Ahora mismo, estaba esperando pacientemente otra señal de la
posición exacta de la gente que había delante.
142
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Eran dos. Estaban en silencio, pero sus movimientos y el arrastrar
los pies los delataban. Su comportamiento sugería la intención de
estar ocultos, y eso era lo que inquietaba a Mikulov. Si hubiesen
ido andando por mitad del camino, sencillamente le habría dicho a
su grupo que se quedaran en el bosque hasta que los desconocidos
hubiesen pasado. Pero no era así.
Aquellos dos esperaban algo.
La paciencia del monje superaba con mucho a la de ellos. Estaba
apoyado sobre la parte delantera de sus pies, perfectamente
equilibrado incluso después de permanecer inmóvil durante dos
horas. En ese tiempo había dejado que su mente explorase todo
aquello que le había llevado a ese extraño viaje. Era un estado al
tiempo de meditación y alerta, una simbiosis entre la mente y el
cuerpo que conocían bien los monjes de Ivgorod, y que le permitía
seguir vigilando a la vez que volvía su consciencia hacia sí.
Intentó darle sentido a las hebras serpenteantes y a la visión que se
le había aparecido la noche anterior. No tenían relación.
Desde la batalla con los resucitados y la caída del Oscuro de la
Torre Negra hacía diez años, Mikulov había sentido un cambio
dentro de sí mismo, un crecimiento del poder elemental tan sobre-
cogedor que no había creído que fuese posible. Antes de aquello
creía haber llegado a dominar muchos de los secretos de hacerse
uno con todas las cosas, pero había sido una necedad. Solo había
raspado la superficie. Aquel momento en la torre en que había
liberado la energía que tenía dentro, cuando había explotado como
un sol diminuto y había acabado con el enemigo que estaba a punto
de vencerlo, había liberado algo dentro de él. Era más rápido, más
fuerte y era capaz de influir en el mundo natural que lo rodeaba
como nunca antes había podido. Por primera vez en su vida
comprendió el equilibrio y la armonía que su maestro predicaba
cuando era niño.
143
NATE KENYON
¿Pero qué significa?
No lo sabía. Pero sabía que los dioses tenían un plan para él. Le
habían advertido de los peligros a los que se enfrentaba Santuario.
Le habían mostrado una visión de destrucción y terribles
sufrimientos: terremotos que abrían el suelo, fuego que caía del
cielo, humanos por todo el mundo debatiéndose en agonía mientras
ardían sus cuerpos. Había visto a los Horadrim desmembrados por
enormes criaturas de alas negras.
Lo que más le había impresionado fue que el Fin de los Días
llegaría de los mismos cielos.
La visión era tan potente e inquietante que Mikulov se veía incapaz
de describírsela a Thomas y a Cullen. Pero la revelación no cambió
su propósito. Se le convocaba con motivo. Santuario estaba en un
peligro horrible. Mikulov sabía que debía descubrir su camino y
actuar rápidamente.
La noche anterior, mientras dormían los demás, Mikulov se había
ido aprovechando la oscuridad, moviéndose fácilmente por el
desigual terreno hasta un risco desde el que se veía el golfo. El
viento hacía ondear su ropa mientras él observaba cómo el agua
negra chocaba contra las rocas. Oía las voces de los dioses en aquel
viento, en el olor de las olas, en la humedad que tocaba su piel y en
el sabor de la sal en su lengua. Notó el hormigueo de la energía que
se juntaba dentro de él. Estaba preparado.
El cielo oscuro se abrió y apareció una escalera hecha
completamente de luz. Mikulov puso el pie en el primer escalón y
vio que soportaba su peso, así que siguió subiendo cada vez más,
mientras el agua formaba espuma abajo, y el espeso bosque y las
empinadas montañas quedaban atrás. Finalmente el mundo
desapareció por completo, y él siguió subiendo, cada vez más
144
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
deprisa, sus piernas eran un borrón, el viento le azotaba el cuerpo,
hasta que llegó a un llano y apareció ante él una enorme y brillante
estructura: unas columnas rodeaban la piedra y las puertas de
cristal, en su superficie había grabados unos complejos dibujos
semejantes a alas de ángeles y relucía con pura energía.
Las Puertas Adamantinas de los Altos Cielos. Parecía que alguien
había hablado; se volvió y vio que ahora los demás estaban con él:
la maga, la bárbara, Thomas y Cullen, Jacob y Tyrael, con las armas
preparadas al tiempo que un grito de guerra resonaba como un
trueno desde dentro de la ciudad plateada que se elevaba por
encima de ellas como un paisaje reluciente y pulido de riscos,
acantilados y torres puntiagudas.
Las puertas se abrieron. No entren, dijo otra voz. El nigromante
Zayl estaba a una cierta distancia, con su puñal de hueso brillando
en su mano enguantada. El Equilibrio está roto, solo hay muerte
tras esos muros. Pero Tyrael dio un paso adelante, guiándolos hacia
un hermoso patio desde el que la ciudad se extendía ante ellos como
una joya de formas perfectas. Esa belleza debería haber sido
sobrecogedora, pero le recorrió un escalofrío y el vacío, el mismo
tamaño, lo dejó angustiado y desesperanzado.
Permanecieron juntos, una mota en aquel vasto lugar, y las puertas
se cerraron con estrépito tras ellos al tiempo que apareció una horda
de ángeles, una fila aparentemente infinita que se acercaba
volando, acercándose cada vez más oscureciendo el cielo. El monje
se preparó para la batalla. Pero los ángeles no atacaron al grupo de
Mikulov. La horda los dejó atrás y voló hacia Santuario para llevar
a cabo el asesinato de inocentes, y momentos después de que
pasaran, los gritos de los moribundos se alzaron como una terrible
oleada que crecía a sus espaldas.
Los gritos continuaron. Mikulov corrió hacia las puertas, las golpeó
con los puños, pero allí sus poderes eran inútiles.
145
NATE KENYON
Estaban atrapados mientras Santuario ardía.
Se dio la vuelta, mirando a Tyrael en busca de ayuda. El arcángel
estaba ante ellos en silencio. Su cuerpo comenzó a cambiar,
alargándose y estrechándose, sus miembros se estiraron
adquiriendo huesos largos y luego mangas vacías, su ropa se
oscureció mientras los sobrevolaba. Momentos después, Tyrael
había desaparecido. En su lugar había una aterradora figura de
negro que sostenía una espada larga y siniestramente curva con
ambas manos. Su rostro era un agujero vacío.
Mikulov gritó, pero fue demasiado tarde. La figura levantó la hoja
y formando un arco asesino alcanzó a Thomas bajo la barbilla. Una
fuente de sangre brotó hacia el cielo, la cabeza de Thomas se separó
de sus hombros y su cuerpo tembló un instante antes de caer al
suelo sin vida.
El ruido de movimiento sacó al instante a Mikulov de su trance.
Nunca se asustaba, pero una delgada línea de sudor le bajó por el
brillante cráneo hacia el tatuaje que le cubría la espalda y contaba
la historia de su vida. En su estado de meditación, había vuelto a
revivir la visión, y era tan potente como siempre. La carnicería
había sido terrible, pero lo peor era la traición de Tyrael.
El arcángel los había llevado a una trampa, y luego los masacró
como a animales.
¿Qué significaba? Mikulov no lo sabía. Todavía no. Pero no tenía
tiempo para seguir pensando en ello; alguien se acercaba por el
camino.
146
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Los recién llegados no hacían esfuerzo ninguno por esconderse.
Uno de ellos tosió, gruñó y otro farfulló una maldición antes de
detenerse.
El monje dejó su puesto y se deslizó sin hacer ruido por entre los
árboles, un borrón de movimiento en la apagada luz de la mañana.
Dos hombres con armadura plateada estaban en pie hablando en
voz baja, con las espadas colgando del cinto, fajas de color naranja
alrededor de la cintura, sin casco. Caballeros de Westmarch, por lo
que parecía, aunque el color de las fajas que llevaban era distinto
al que Mikulov había visto en sus viajes por aquellas tierras.
Qué raro. ¿Qué hacían allí unos caballeros?
Uno de ellos lanzó un silbido en voz baja. Un momento después,
dos figuras más con armadura salieron de la oscuridad del bosque
al otro lado del camino. Los cuatro hombres se reunieron y uno de
ellos lanzó una risotada antes de que los dos que habían salido del
bosque se retirasen por el camino y los recién llegados tomaran su
puesto, desapareciendo entre los árboles.
—Caballeros —dijo el monje—. Han venido para relevar a los
otros, que estaban de guardia. Para qué, no lo sé.
Cullen pensó en ello un momento. Los Caballeros de Westmarch
habían surgido de los paladines que Rakkis, fundador del reino y la
ciudad de Westmarch, había llevado a occidente. Los caballeros se
habían dedicado a servir a la Luz y proteger a los inocentes. Habían
protegido Westmarch de sus enemigos durante muchos años, y
habían seguido siendo justos incluso cuando la Iglesia Zakarum
cayó en desgracia. Pero no entendía por qué iban a estar ahí.
—No sé de ninguna presencia importante de caballeros en
Braxnwell —dijo Cullen—. ¿Quizá van de camino a Westmarch?
¿Pero por qué vigilar el camino?
147
NATE KENYON
—A pesar de todo, debemos tener cuidado —dijo Tyrael—.
Podemos evitar a esos dos fácilmente, pero puede que haya espías
en otros lugares del camino. Llamar la atención demasiado pronto
podría estropeamos los planes. Estamos a varios kilómetros de la
ciudad. Cuando lleguemos, déjenme hablar y síganme la corriente.
148
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
CAPÍTULO TRECE
La herrería
Bramwell estaba situada en la base de la montaña desde la que se
veía el golfo de Westmarch. Consistía de edificios de piedra de dos
y tres pisos con tejados de paja, de tamaño modesto y gastados por
el viento y la lluvia que a menudo azotaban aquellas tierras. Una
ensenada que se metía en el río Sweetwater le permitía a la ciudad
mantener un canal fluvial y la había mantenido con vida durante
años difíciles; una antaño próspera industria ballenera se había
venido abajo hacía tiempo, y los habitantes sobrevivían ahora
básicamente de las granjas y el comercio entre Westmarch y
Kingsport, enviando sus armas y armaduras expertamente forjadas
a aquellas ciudades y hasta Caldeum.
El grupo coronó una montaña y el sol se abría paso a través del
cielo de la mañana; vieron la ciudad acunada ante ellos entre los
brazos de las montañas. Habían pasado años desde que Jacob había
estado allí, y aunque recordaba el hermoso paisaje, el agua
reluciente del golfo y la línea del rompeolas, las inclinadas
montañas y los parches de las granjas más allá de las murallas, la
ciudad había cambiado. Los edificios parecían restaurados y las
mismas murallas habían sido fortificadas: las habían levantado al
menos tres metros más que antes.
149
NATE KENYON
Recordaba los campamentos fuera de la ciudad donde los
mercaderes se reunían con la esperanza de hacer negocio, pero
ahora estaban abandonados y vacíos. Las pesadas puertas de hierro
de Bramwell estaban cenadas, lo que parecía raro para una ciudad
fundada por el comercio.
También estaban fuertemente vigiladas. Según se abrían camino
hacia la última montaña, cuatro hombres de armadura aparecieron
de unas garitas de piedra construidas a los lados del camino.
—Declaren el motivo de su presencia —dijo el más fornido de
ellos, un hombre de complexión rubicunda y barba espesa. Llevaba
un casco, una pesada espada y un escudo, y se plantó en mitad del
camino delante de las puertas como si los desafiase a pasar.
—Soy un mercader de Caldeum —dijo Tyrael—. Tenemos que
hablar con Brady el horero.
Los caballeros se movieron, mirándose unos a otros y el hombre
fornido se relajó ligeramente.
—Dejen sus armas —dijo—. Nadie entra por las puertas de
Bramwell armado.
Jacob miró a Tyrael. ¿Entregarles a El’druin a esos ladrones? Un
escalofrío le recorrió el cuerpo solo de pensarlo. Pero Tyrael
sacudió la cabeza.
—El camino es traicionero —dijo—. Llevamos demasiado oro del
palacio como para entregar nuestras armas —miró a los ojos al
hombre—. Háblenlo con Brady, si deben hacerlo.
—No parecen mercaderes... —dijo otro guardia. Pero el líder
levantó una mano como si hubiese tomado una última decisión,
silenciándolo.
—Muy bien —dijo—. Síganme.
150
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Los guardias los guiaron por las calles y la gente se volvía para
mirarlos. Algo había asustado a los ciudadanos, pensó Jacob; eso
estaba claro. Sabía que su grupo no parecían mercaderes de
ninguna manera, por supuesto, pero la impresión que recibía de
aquellas personas era algo más que la sospecha ante un grupo de
desconocidos.
Era miedo.
Por extraño que fuese aquello. Jacob agradeció la distracción,
vergüenza que había sentido tras su comportamiento en el Cordero
Sacrificado seguía molestándolo, siempre presente cuando tenía un
momento de paz. Se había comportado como un borracho
balbuceante y estúpido delante de Tyrael y los demás, incluida
Shanar, y su rechazo a aceptar las tareas que el arcángel le había
pedido, sus mezquinas discusiones y autocompasión, le hacían
rechinar los dientes. Siempre se había enorgullecido de su
compromiso con la Justicia y la protección de los inocentes. Había
dedicado su vida a ello. Este era el momento de aceptar ese
compromiso, no de escaquearse.
¿Cómo se había desviado tanto de su camino? La pérdida de
El’druin se había convertido en una muleta para sus propias dudas
y debilidades, y la desaparición de Shanar de su vida solo había
reforzado esas dudas. Pero ella había vuelto, por el motivo que
fuese, y tenía que demostrarla, y a los demás, que se podía confiar
en él. Había demasiado en juego como para fallar.
Una cosa era segura; la criatura que había visto fuera de la posada
lo había asustado hasta dejarlo sobrio, su toque había sido como un
picahielos clavado en su alma. Incluso ahora podía sentido en lo
151
NATE KENYON
más profundo de su pecho. Algo le decía que era muy afortunado
de estar vivo, y que la mayoría no habría sobrevivido a un
encuentro así. Ignoraba por qué no lo habían matado. Pero le había
comunicado algo, algo que había seguido repitiendo en su cabeza
por razones que no acababa de comprender. Una especie de
advertencia.
Vamos a por ti, antes o después, igual que fuimos a por tus padres
y a tu familia antes que a ellos. Siempre lo hacemos.
Según avanzaba el pequeño grupo por las calles de la ciudad, el
número de gente que los seguía iba creciendo, de modo que para
cuando llegaron a los límites superiores de la ciudad los seguía un
sombrío desfile. Los guardias los guiaron a una casa bastante
modesta cerca de las murallas desde la que se contemplaba el valle
y el golfo. Detrás tenía un edificio del doble de su tamaño, rodeado
por un terreno de hierba muerta y un sendero gastado, ya reducido
a polvo. De unas chimeneas dobles salía un espeso humo negro, y
desde dentro salía el ruido de los fuelles.
La gente al fin comenzó a dispersarse después de que los guardias
se llevasen la mano a la empuñadura de las espadas y les ordenasen
que se retiraran. El guardia principal llamó con fuerza a la puerta y
esperó.
El estrépito del metal contra el metal cesó por un momento. El
guardia llamó dos veces más, pero el martilleo se reanudó. Miró a
sus compañeros, luego deslizó el cerrojo y entró. Los otros lo
siguieron.
Dentro hacía un calor tremendo. En la frente de Jacob y en la parte
inferior de su espalda se formaron gotitas de sudor, el calor le
quemaba los pulmones. El aire formaba ondas, haciendo que
pareciera que los objetos parpadeasen y cambiasen. Sobre mesas o
colgados de ganchos junto a piedras de afilar había cepillos de
152
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
metal, sierras y martillos. En una chimenea al otro extremo rugía
un fuego, donde un hombre enorme con un grueso mandil de cuero
y brillando por el sudor golpeaba un fragmento de metal al rojo
blanco contra un yunque. Tenía los brazos desnudos hasta los
hombros.
Los guardias esperaron a que acabase. Trabajaba rápidamente y
con un talento impresionante, afilando el borde del metal hasta
convertirlo en una delgada hoja antes de levantar la mirada y ver a
sus visitas. Después de dejar la espada en un cubo de agua, se quitó
el sudor de la frente con un trapo y luego se dirigió hacia el guardia
principal.
Según se acercaba, Jacob oyó al nigromante tomar aire
brevemente; Jacob pensó que Zayl podría haberlo reconocido,
aunque resultaba difícil decirlo con certeza.
Después tuvo lugar una rápida explicación, pero antes de que el
guardia pudiese terminar, el hombre enorme le hizo un gesto.
—Soy Brady Nahr —dijo, dándole la mano a Tyrael y
sosteniéndola un instante de más mientras le miraba a los ojos. Lo
que fuese que vio pareció satisfacerle—. Los estaba esperando.
Garand, lleva a los hombres abajo y vigila el bosque.
El guardia dudó un instante y luego asintió, retirándose de la sala y
cerrando la puerta. El herrero volvió a limpiarse la frente y se quitó
el mandil, tomándose su tiempo antes de colgarlo de un gancho.
Dudó mientras les daba la espalda. Los otros esperaban.
— ¿Traen noticias de Westmarch? —dijo Nahr, solo medio vuelto
hacia ellos, con una voz llena de una mezcla de ansiedad y miedo.
La mayor parte de su rostro estaba en sombras.
—Venimos por el camino de Tristán —dijo Tyrael—. Sus guardias
vigilan. Topamos con cuatro de ellos en el bosque junto al camino.
153
NATE KENYON
Pero ahora los has echado de aquí antes de hablar. ¿Prevés alguna
clase de problemas?
—Son leales —dijo Brady Nahr—. Pero uno nunca es demasiado
cuidadoso —acabó por darse la vuelta por completo, sus ojos
brillaban a la luz del fuego—. Ahora háblame de mi hijo, y deprisa.
¿Su hijo?
—Tú no eres herrero —dijo Jacob.
El hombre grande estrechó los ojos ligeramente mientras observaba
a Jacob de arriba a abajo, y luego miró a los demás, deteniéndose
en Zayl. Lo que fuese que vio Nahr pareció tranquilizarlo un poco,
pues sus hombros se relajaron ligeramente.
—Mi padre fue el mejor de la zona —dijo—, y me enseñó bien
antes de que me alistase al servicio del rey. Entonces se necesitaba
mi destreza en la batalla, igual que ahora, más que nunca —hizo un
gesto indicando el fuego y sus herramientas—. Esto lo hago cuando
necesito pensar. Calma mi mente. Pero no hn venido a hablar de la
herrería y he juzgado mal su propósito. Quizá no debería haberos
dejado entrar tan fácilmente.
—No pretendemos hacerte daño —dijo Tyrael—. Si nos aguantas
unos minutos, quizá podamos explicarte...
—Si fuesen asesinos ya habrían intentado matarme —dijo Nahr,
levantando la mano—, y no son aliados de Norlum; eso está claro.
Él nunca se mezclaría con alguien como ustedes. Cualquier otra
cosa puede esperar a que tengan comida en las tripas. Tienen
aspecto de que se comerían una rata con tal de sobrevivir.
Como en respuesta, a Jacob le rugió el estómago. Miró a los otros.
Habían comido poco los últimos días excepto la carne seca y el pan
rancio que llevaban en las bolsas. Era casi mediodía. Una buena
comida caliente era más que bienvenida.
Tyrael asintió, dando las gracias.
154
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—Vengan entonces —dijo Nahr—. Busquemos algo caliente.
Los llevó a la casa modesta, donde en el hogar ardía otro fuego y
un estofado engordaba en una olla sobre las llamas. Olía delicioso.
—A menudo mis hombres comen conmigo —dijo Nahr—, pero
hoy ocuparan su puesto. Es pronto para el venado, pero creo que
les vendrá bien.
Sirvió con un cazo grandes cantidades en cuencos de madera y los
colocó sobre una mesa en una sala pequeña desde la que se veía el
edificio del que venían. El grupo empezó a comer con hambre, y
Nahr los observaba desde su gastada silla cercana a la ventana.
—Creía que traían un mensaje de Lorath —dijo, al tiempo que los
cuencos se vaciaban con rapidez. Encendió un puro y dio unas
caladas. Su mirada se volvió distante—. Por qué hacían falta ocho
para dármelo era lo que me preocupaba. Me temía... —sacudió la
cabeza, fijando de nuevo la mirada en sus invitados—. Pero no
tienen nada que decirme, y está claro que no son mercaderes de
Caldeum ni de ninguna otra parte.
Se puso en pie y se volvió hacia la ventana, los anchos hombros
firmes, la ceniza cayéndose inadvertidamente del cigarro a las
anchas y gastadas tablas del suelo.
—Se preguntarán por qué los he invitado a comer después de que
nos hayan tomado por tontos con su cuento de Caldeum —dijo—.
He reconocido a uno de ustedes de tiempos pasados. Eso, y los
sueños... —se encogió de hombros—. Se podría decir que los he
visto venir.
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NATE KENYON
—Eres el antiguo comandante de los Caballeros de Westmarch —
dijo Zayl—. Me acuerdo de ti. Si no recuerdo mal, servías con el
general Torion.
El hombre grande se dio la vuelta.
—Sí. Comandante Nahr, a su servicio. Uno de sus más cercanos
consejeros, hace años. Sigo trabajando con él, junto con el duque
de Bramwell. Y tú nos ayudaste a quitamos de encima una plaga
de demonios por aquel entonces —asintió—. Normalmente los
caballeros no confían en alguien como tú. Pero Lady Salene te
cogió cariño, ¿verdad? ¿Cómo está ahora? ¿La Casa de Nesardo
sigue siendo aliada del rey?
Una sombra cruzó la cara de Zayl.
—Ha desaparecido —dijo—. Se la llevaron unas cosas de alas
negras... Unas bestias de algún otro reino. Intenté salvarla, pero
llegué demasiado tarde. Me dio un mensaje: debía buscar a un
hombre que coincide con tu descripción en Bramwell que tendría
información vital para la seguridad de estas tierras. Pero no sabía
que fueses a ser tú.
El comandante se encogió y luego se dejó caer pesadamente sobre
la silla.
—Cada día empeora —dijo, y su voz era apenas audible—. Hay
maldad en Bramwell; la hemos visto. Hemos visto a esos diablos
de alas negras de los que hablas. Se llevan a nuestros
conciudadanos en mitad de la noche. El duque ha enfermado de una
especie de plaga, aunque ningún sanador puede ayudarlo. Y
además, Norlum sería capaz de intentar aprovecharse de ello... Me
da qué pensar —se dio cuenta de que el cigarro se había consumido
y lo apagó. Luego miró a Tyrael—. Dime qué quieres —dijo—,
quizá podamos ayudamos.
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
CAPÍTULO CATORCE
El comandante Nahr
Tyrael se explicó lo mejor que supo, sin mencionar ni a los Altos
Cielos ni a la piedra del alma. Eran una partida de hechiceros y
guerreros, reunidos en una misión para eliminar de Santuario a las
criaturas de alas negras que había mencionado el nigromante y
volver a llevar la paz a la Tierra. También buscaban un lugar de
gran poder que pudiese contener la clave para detener el mal que
acechaba a los habitantes de Bramwell.
La explicación sorteaba la verdad, pero en lugar de sentirse más
escéptico ante tanta charla sobre magia y demonios, Nahr les contó
más sobre las apariciones de esas criaturas. Eran esquivas, apenas
se les veía más de un instante, como fantasmas en la oscuridad. La
gente estaba aterrada, dijo. Comenzó con sueños, acosando a los
dormidos con una sensación de desesperanza y visiones de muertes
terribles y destrucción antes de que desapareciese un ser querido
para no volver a ser visto. Había aumentado las patrullas de las
murallas de la ciudad y de los caminos de entrada y salida, pero
hasta algunos guardias habían desaparecido sin dejar rastro.
—Llevo en Bramwell más de cinco años y nunca había visto a sus
habitantes tan asustados —dijo—. Llegué a esta ciudad en misión
especial según órdenes del general Torion para asegurarla como
fortaleza de los caballeros de modo que Bramwell estuviese al
157
NATE KENYON
servicio del rey Justinian si Westmarch cayese en el caos. Incluso
entonces, el general veía lo que iba a ocurrir en Westmarch... Lo
que temo que ahora nos acecha a nosotros.
— ¿Esa ciudad está encantada como esta? —preguntó Tyrael
—Podría ser —dijo Nahr—. Pero al general Torion le preocupa
más la orden templaría, y con buen motivo.
— ¿La orden templaría?
—Sí. Son una orden secreta. Muchos no han oído nunca el nombre,
pero lo oirán pronto. Comenzaron como una extensión de la Iglesia
Zakarum y los mismos caballeros. Pero adquirieron sus propias
costumbres, convirtiendo a sus soldados por medios mines. Por lo
que sé, esos conversos eran a menudo delincuentes, ladrones y
asesinados renacidos a los que les habían lavado el cerebro
mediante la tortura y el hambre.
—Sé algo de ellos —dijo Cullen—. Pero hay muy poca
información. Ahora disfrutan de la violencia y la sangre, diciendo
que es una misión sagrada limpiar Santuario del mal por cualquier
medio necesario. Puede que fuesen honorables en algún momento,
pero por lo que sé, hoy provocan más mal ellos mismos que el que
eliminan.
—El líder de los templarios principal es alguien a quien llaman
gran maestro. No sé dónde vive. Pero la secta que ha crecido como
una mala hierba en Westmarch es quizá todavía más exagerada que
el resto. La dirige un hombre llamado Norlum, una serpiente que
mataría a su propia madre si eso le conviniese. Han conseguido
discretamente controlar la catedral de Westmarch y la utilizan de
base de operaciones para sus oscuros propósitos. El general Torion
cree que están preparando un ataque a los caballeros para tratar de
controlar el palacio. Lorath, mi propio hijo (debo decir que tiene
algo de hechicero) es miembro de la guardia de Torion —Nahr
dudó—. Últimamente ha habido rumores inquietantes sobre el
verdadero origen de los iniciados de la orden templaría. Han
reclutado a algunos caballeros, hombres buenos, ni mucho menos
mendigos o ladrones... Y me temo que la mayoría han sido
158
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
convencidos por la fuerza y la tortura. Espero todos los días la
noticia de que Lorath ha caído en sus redes.
—He oído historias de algunos viajeros a Westmarch que
desaparecieron sin dejar rastro —dijo Cullen.
—Están secuestrando a ciudadanos corrientes tanto como a
soldados y los obligan a entrar en su servicio. El general Torion
cree que la orden templaría también es responsable de las
desapariciones que han tenido lugar aquí. Yo no estoy tan seguro.
Pero la gente no duerme y el duque ya no puede dirigir la
hermandad. Estoy preparando a mis hombres para cuando llegue la
orden de Westmarch, y acudiremos en su ayuda contra los
templarios. Solo espero que no perdamos a la mitad de nuestras
fuerzas mientras esperamos.
Tenía sentido que las cosas que habían visto estuviesen
relacionadas con esa orden, pensó Tyrael. Si la orden de los
templarios estaba reclutando mediante la fuerza, las bestias de alas
oscuras podrían ser sus sacrílegos mensajeros.
¿Pero los templarios tenían el poder de conjurar y controlar a
aquellas criaturas? Eso era mucho menos probable. Se le ocurrió
otra idea más inquietante; se preguntó si sería posible que Imperius
ya hubiese empezado su reino de terror en Santuario y si las
criaturas eran una especie de ejército de los Altos Cielos, la primera
oleada de un ataque mucho más violento.
Pero incluso aunque el Consejo lo había apartado lentamente antes
de que se fuese de los cielos, Tyrael estaba casi seguro de que
habría oído algo al respecto. Y aquellas criaturas no sonaban como
miembros de los Luminarei o cualquier otra guardia del cielo.
No, aquellos eran algo completamente distinto. Tyrael pensó en el
nacimiento que había visto, en los tentáculos grises que se habían
deslizado alrededor de la esfera brillante del ángel y se habían
incorporado a su esencia. De algún modo esas dos cosas estaban
159
NATE KENYON
conectadas. Un escalofrío lo recorrió. Temía que se les estuviese
acabado el tiempo.
—Yo también he tenido sueños —dijo Nahr, con una mirada
ausente—. Los tengo casi todas las noches. Sueño con Lorath con
una armadura templaría, ensangrentado y golpeado, y cuando alza
su espada contra mí no veo más que el vacío en él. No reconoce a
su propio padre. Sueño con las muertes de mi gente... Con una
ciudad llena de muertos. Y últimamente he estado soñando con
ustedes —miró a los que tenía delante—. Una figura encapuchada
me mostró sus caras y me dijo que debía ayudarlos. No sé qué
significa eso exactamente, pero soy un buen juez de carácter, y creo
lo que me han contado. Quizá Lorath heredó de mí su talento con
los hechizos. Cuéntenme más sobre lo que puedo hacer.
—Creemos que cerca de aquí hay algún depósito secreto Zakarum
—dijo Tyrael—. Puede que en él haya pistas sobre lo que
buscamos.
Esperaba de Nahr confusión, o incluso escepticismo. Pero el
hombre grande sencillamente asintió.
—Ha habido rumores durante muchos años sobre un lugar así
oculto en estas montañas. Los Zakarum y los caballeros lo han
buscado sin éxito, pues se supone que contiene un pergamino
original escrito por el mismo Akarat, una parte perdida de la
versión de Las visiones de Akarat que describe la visión que llevó
a la fundación de la fe Zakarum —de repente se levantó y salió del
cuarto, volviendo un minuto después sosteniendo delicadamente un
libro destrozado en las manos—. El año pasado mis hombres
descubrieron una sala oculta en los restos de un edificio que había
caído en el abandono y se creía que estaba maldito. La sala contenía
muchos textos Zakarum, algunos de los cuales conservo. La gente
dice que los utilizó el Maestro Sayes hace años.
—La Senda de los Sueños —dijo Cullen—. El Maestro Sayes era
en realidad un hombre llamado Buyard Cholik, un sacerdote
160
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Zakarum que cayó bajo el influjo de los infiernos y fundó una
nueva religión que adoraba a Kabraxis, un demonio del que se creía
que podía dar la vida eterna. Cholik consiguió un gran poder, hay
quien dice que la inmortalidad, antes de que lo matase un hombre
llamado Lang que blandía una espada llamada Furia de Tormenta.
—Eso suena a cierto —replicó Nahr—. Yo no estaba aquí
entonces, pero la gente todavía recuerda a Sayes y a su iglesia.
Algunos dicen que era un sanador; otros, que un demonio. La
iglesia que fundó se quemó hace varios años, pero queda un
edificio donde Sayes, o Cholik, como dices tú, supuestamente
vivía.
Cullen dirigió una mano hacia el libro.
— ¿Me permites?
Nahr se lo dio y Cullen lo tomó cautelosa, casi reverentemente,
abriendo las páginas con cuidado.
—Este es un libro de la historia de la familia Rakkis —dijo al fin—
, y sus lazos con la fe Zakarum. Eran profetas a su manera, y
llevaron los dogmas de su fe a occidente —levantó la mirada—. ¿Y
dices que había más como este?
—Tengo varios —dijo Nahr—. No soy ningún erudito, pero he
leído algunos. He conservado aquellos que parecían tener algún
valor. Puede que haya otros todavía enmoheciéndose en las ruinas
de aquel lugar maldito.
—Debes llevarme allí —dijo Cullen. La mirada le brillaba como
una linterna en la oscuridad—. Por favor.
161
NATE KENYON
CAPÍTULO QUINCE
La guarida de Cholik
—Esto no me gusta.
Shanar se encontraba en la esquina con Gynvir, que parecía
terriblemente fuera de lugar con sus anchos hombros, busto
generoso y mucha piel desnuda. La maga hablaba en voz baja
mientras Jacob vigilaba los alrededores, estudiando a la gente de
Bramwell según se apresuraban de un lugar a otro, con las cabezas
gachas mirando al suelo. Parecían asustados, las caras contraídas y
pálidas, la ropa aparentemente carente de color.
Pero observaban de todos modos.
Una forma se movió en una ventana sobre la calle. Un hombre
gordo al que habían pillado mirando se volvió rápidamente y dobló
la esquina con prisa. Una joven, flacucha y cubierta de llagas,
observaba con unos ojos enormes y redondos desde un callejón, su
cara apenas visible entre las sombras.
El grupo había llegado allí, a la parte inferior oriental de la ciudad,
en busca de suministros mientras los demás acudían a los restos de
la residencia de Cholik y Jacob había tenido la esperanza de hablar
con la gente para saber más de lo que habían visto y de los sueños
que Nahr les había descrito. Sintió una extraña conexión con ellos,
dado que él había empezado a soñar las últimas noches con su padre
162
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
cubierto por los cortes ensangrentados de las runas, mientras la
plaga de ira lo convertía en un monstruo violento y con criaturas
flotantes sin rostro que extendían hacia Jacob unas alas de garras
negras y lo arrastraban hacia la oscuridad.
Pero el grupo de Jacob había sido rechazado desde que pusieron el
pie en la calle y al acercarse a la carnicería alguien había echado la
persiana y cerrado la puerta. La taberna estaba cerrada y oscura, y
el único puesto estaba vacío y atado a una vieja muela huesuda con
la cabeza gacha que dormitaba en el aire frío y sin dueño a la vista.
Aquella era una ciudad que se alimentaba del transporte de
mercancías y estaban en una zona que los comerciantes habrían
frecuentado. Pero en aquel momento no se vendía nada y no se
llevaba a cabo ninguna transacción. El aire olía a humo, barro y
cosas echadas a perder que llevaban demasiado tiempo a la
intemperie.
Bramwell está muerta.
—Deberíamos seguir adelante —dijo Jacob. Le picaba la espalda.
Ahí afuera estaban expuestos, eran blancos fáciles, y aunque no
creía que la gente fuese a llegar tan lejos como para atacarlos, no
estaba dispuesto a arriesgar la vida para demostrar su teoría.
Como respondiéndole, una voz flotó hasta ellos como la llamada
de un mendigo, resonando entre los edificios. Unos instantes
después una mujer apareció por la curva tambaleándose,
arrastrando los pies descalzos y heridos, con el pelo suelto en
mechones grises que cruzaban un rostro que parecía
completamente enloquecido. Movía constantemente una boca
hundida balbuceando y aullando. Su piel la recorrían venas azules.
Tenía las manos extendidas, tanteando a ciegas, manteniéndose
cerca de paredes u otros puntos de referencia que podía tocar.
—Temo-la-oscuridad-que-se-acerca-no-trae-ni-solaz-ni-paz —
murmuró la anciana, la blanquecina mirada perdida y levantando
163
NATE KENYON
la voz de modo que sus últimas palabras se convirtieron en un grito
de angustia, un sollozo—. ¡Deberían saber lo que veo, lo que sé!
Se detuvo repentinamente a unos pocos pasos de Shanar, Gynvir y
Jacob, inclinó la cabeza como un perro y olisqueó. Giró la cabeza
en su dirección mientras sus ojos ciegos buscaban.
—Tú —dijo, señalando a Jacob con un dedo largo y huesudo.
Tengo un mensaje para ti. Traes la oscuridad, los sueños, la sangre
y los gritos. Traes a los pájaros negros que se posan en nuestros
hombros y nos sacan los ojos. ¡Los fantasmas que se llevan a
nuestros hijos y los apilan como leños podridos contra las puertas
hacia la libertad! Tú le traes... a él.
Shanar miró de reojo a Jacob.
—Creo que no le caes bien —dijo.
La anciana echó la cabeza atrás y lanzó una larga risotada
balbuceante que terminó abruptamente cuando otra mujer apareció
presurosa por la esquina, buscándola y corriendo a por ella.
—Molly —dijo, tocando a la anciana en el brazo mientras miraba
de reojo a Jacob—, no deberías estar aquí. Aléjate de ellos;
vamos...
La anciana sacudió la cabeza.
—Deben saberlo —susurró—. Han visto a las bestias negras y han
sentido su tacto —comenzó a farfullar de nuevo para sí.
—Los desconocidos la asustan —les dijo la mujer más joven
mientras acariciaba la carne fofa de la otra. Iba bien vestida, pero
unas ojeras oscuras rodeaban sus ojos—. Molly era seguidora del
Profeta de la Luz, y aquello le afectó a la mente. Cuando lo
mataron, no volvió a ser la misma. A veces sale durante el día,
164
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
mientras yo cuido de la tienda. Aunque tampoco es que ya vengan
muchos clientes.
—Solo necesitamos algunos suministros —dijo Jacob—. No
hemos venido a molestar a nadie.
Ella no le miró. En lugar de eso, tiró a Molly del brazo, pero la
anciana no cedía.
—No deberían haber venido aquí —dijo la joven—. No sé quiénes
son, pero no es seguro. Desde la condenada iglesia y sus maldades,
hemos sido objetivos para cosas que no deberían existir.
—La gente desaparece —dijo Shanar—. Tú has perdido a alguien.
La mujer asintió una vez.
—La mujer de Eli. Tres guardias de patrulla. Mi... padre. Mi
hermano. Muchos otros, desaparecidos por la noche o cuando
estaban solos. Simplemente... desaparecidos. A veces la gente cree
haber visto algo, una forma que se movía más allá de la luz, un
susurro quizá, pero luego nada. Estén donde estén —sacudió la
cabeza—. No voy a hablar más de ello. Vamos, Molly.
Pero la anciana se zafó otra vez de la mano de la otra.
—Ellos... nos cazan —siseó y sus ojos de color blanco lechoso
parecían dos pequeñas lunas dentro de las arrugadas cuencas—.
Los he visto —se señaló los ojos—. Estos no importan. Veo mejor
sin ellos. ¡Fantasmas! Te paralizan con una mirada, te matan con
un roce. Vuelan como pájaros, y caminan con las alas como si
fuesen patas de araña. Les roban las almas.
Jacob recordó la noche en el Cordero Sacrificado. La cosa que se
había inclinado sobre él era una forma borrosa en su mente,
desdibujada por las jarras de hidromiel que se había bebido. Pero
recordaba cómo se había movido, como un insecto correteando por
165
NATE KENYON
el hielo, revoloteando de un modo extraño justo más allá del
alcance de su vista. Se acordó de cómo había estirado una especie
de tentáculo negro y le había tocado la piel.
La anciana se acercó más, asomándose sin ver a la cara de Jacob.
—Te quieren a ti —dijo—. Tú nos los has traído —de repente le
agarró la ropa y tiró de ella, bajándola lo suficiente como para
exponer la herida del hombro de Jacob. Le pasó por la piel un dedo
nudoso y luego lo retiró—. Te han marcado —dijo. Se volvió y
chilló a la calle vacía con pánico enloquecido—: ¡Este ha sido
marcado y ahora él vendrá! ¡El destructor de mundos!
— ¡No deberías hablar así! —la joven trató de calmarla—. No
quieren hacemos daño...
— ¿Por qué no iba a hacerlo? —gritó la anciana—. ¡Todos merecen
saber que la muerte viene a por ellos! ¡Muerte desde los cielos, de
los fantasmas que caen sobre nosotros, del destructor! ¡Muerte por
todas partes! Los he visto, los he visto aquí —se señaló la cabeza—
, ¡y marcarán a quienes les sirvan de puntos de referencia, faros
para sus hermanos roba-almas y para aquel que los seguirá!
¡Estamos todos condenados! —en el cuello de la anciana
destacaban los tendones y todo su cuerpo tembló cuando se levantó
el harapiento vestido por encima de la cabeza, exponiendo su
amigada y flácida figura y la extraña cicatriz en forma de cuarto
creciente que marcaba su pecho justo encima del corazón.
Cullen temblaba de emoción. Estaba fuera de un edificio en minas
en las afueras de la ciudad, construido como una vieja fortaleza
junto al río Sweetwater. Las minas de la iglesia de la Senda de los
Sueños estaban por todas partes, la mayoría quemadas y caídas,
pero permanecían enormes bloques calizos, que brillaban a la luz
166
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
del sol. La gigantesca talla de la cabeza de una serpiente se
encontraba inclinada en un ángulo extraño y sus ojos malvados
miraban ciegamente. A unos pasos seguía en pie una estatua
solitaria. Los brazos del profeta estaban cortados a la altura de los
hombros, y la cara de la estatua estaba oscurecida por los
excrementos de aves y una costra blanca debida al aire salado.
No había pasado tanto tiempo desde el reinado del mal de Cholik,
pero aquellas minas parecían llevar allí un siglo o más. Era
probablemente parte de la magia oscura que había empujado al
hombre a la locura y la mina, los hechizos de Kabraxis que se
venían abajo con la propia piedra. El edificio más pequeño que
todavía permanecía en pie en su mayoría estaba aparte del resto, las
profundas troneras eran negras como la pez y las zarzas crecían
tapando los cimientos.
Cholik vivió aquí. Cullen había leído sobre él en las historias de los
reinos occidentales escritas por un erudito que había estudiado en
Westmarch con el primo del rey. Cholik había sido un obseso,
primero con la fe Zakarum y luego con el ocultismo cuando
empezó a caer por un negro camino de corrupción y muy
probablemente había reunido una enorme biblioteca de textos
raros, muchos de ellos de naturaleza demoníaca.
Un hombre como Cholik habría sido reservado hasta el punto de la
locura. Habría protegido sus mayores tesoros. Cullen sintió un
escalofrío. Lo que Nahr había encontrado podía ser solo una parte
de lo que estaba oculto entre aquellas paredes, y lo que queda bien
podría ser muy peligroso.
—La gente cree que este lugar está encantado —dijo Nahr—. No
cruzan el umbral. Incluso mis hombres lo evitan como la peste —
dio un paso adelante y tiró de las pesadas tablas de madera que
habían clavado en la entrada y se soltaron con estrépito. Empujó la
puerta. La oscuridad les dio la bienvenida —Hay una biblioteca en
167
NATE KENYON
la planta principal —dijo—, ahí es donde encontramos los textos.
Pero la mayoría ya no están.
— ¿No vienes? —preguntó Thomas.
—Esperaré fuera —dijo Nahr—. No me gusta la sensación que me
da. El mal vive en los huesos de este lugar, y no querría quedarme
demasiado tiempo. Se te mete dentro.
—Gracias por el aviso —dijo el cráneo desde el bolso del
nigromante—. Tiene razón, pero supongo que no le harás caso.
Aquí hay magia, y no de la amistosa.
Los otros se miraron entre ellos, pero Tyrael entró sin dudarlo,
desapareciendo en la oscuridad, con Mikulov cerca detrás de él.
—Mis ojos, Humbart, si no te importa —dijo Zayl, y sacó el cráneo
del bolso. El hueso blanco brillaba en su mano cuando siguió a
Tyrael hacia la negrura. Cullen oyó murmurar a Humbart.
—Vamos entonces —le dijo Cullen a Thomas, que parecía
ligeramente enfermo. Ambos atravesaron la puerta, Cullen en
cabeza. El corazón le latía con fuerza. Nadie iba a evitar que hiciera
aquello.
Las paredes de la entrada estaban derruidas y el olor del moho y la
podredumbre llegaba con fuerza a su nariz. Parpadeó mientras sus
ojos se acostumbraban a la oscuridad. Había salas en ambos lados,
pero ni rastro de Tyrael, Mikulov o el nigromante.
De repente Cullen tuvo la abrumadora sensación de que lo
observaban. Dio unos pasos más, y la nuca empezó a picarle. Se le
erizó el vello de los brazos. Aquí ha pasado algo muy malo. Dio
otro paso y una rata del tamaño de un perro pequeño saltó del cuarto
de la izquierda y pasó corriendo junto a sus pies, a punto de hacerle
caer. Thomas dejó escapar un grito de asco y le dio una patada. La
criatura chilló y desapareció a través de un agujero en la pared.
168
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—Asquerosa —murmuró Thomas, y un brilló emanó desde un
lugar más allá y Mikulov apareció en el salón desde un cuarto del
otro extremo de la casa.
—La biblioteca está vacía —dijo el monje. Cullen se apresuró
hacia allá y vio a Tyrael y Zayl de pie en una sala polvorienta. El
nigromante sostenía una pequeña llama que lanzaba luz que bailaba
por las paredes. Las estanterías que se alienaban por la sala estaban
vacías excepto por algunos fragmentos deshilachados de
pergamino.
Cullen se desanimó. Habían estado cerca de algo... lo notaba.
Subieron por las desvencijadas escaleras hacia el segundo piso.
Estaba oscuro; las pequeñas ventanas estaban cubiertas de madera.
Se levantó polvo que se les atragantó y el crujido del suelo de
madera casi hizo que Cullen se diese la vuelta. No tenía duda de
que allí vivían fantasmas esperando una víctima en rincones y tras
puertas cerradas. Dentro de lo que debía de haber sido el dormitorio
de Cholik encontró marcas en las paredes que parecían ser de
naturaleza demoníaca. Pero la sala contenía poco más excepto una
cama y una mesa podridas.
Volvieron a bajar por las escaleras y exploraron el resto de la casa.
Finalmente estuvieron delante de la puerta del sótano.
—Tú primero —dijo Thomas. Cullen sacudió la cabeza. Zayl pasó
el primero, bajando a la oscuridad con la llama elevada, esquivando
gruesas telas de araña y excrementos de rata. Unas tablas gastadas
y podridas crujieron y gimieron bajo sus pies, pero aguantaron.
El sótano estaba tan oscuro que se tragó la luz de la llama. Los otros
caminaban lentamente, arrastrando los pies con las manos
extendidas como si quisieran rechazar lo que pudiese acechar allí
El suelo estaba hecho de polvo apelmazado y la vieja piedra de las
paredes rezumaba humedad. Cullen esperaba que algo saltase sobre
ellos en cualquier momento, algo tan terrible y cruel que nunca
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NATE KENYON
saldrían de allí vivos. El corazón le latía con tanta fuerza que
amenazaba con saltársele del pecho.
Pero el sótano no reveló sus secretos. Tampoco guardaba nada de
valor, y al final las esperanzas de Cullen se apagaron.
Subieron por las escaleras al pasillo principal. Mientras se reunían,
Thomas tocó a Cullen en el hombro, como si notase su decepción.
—Las posibilidades de encontrar respuestas eran pocas —dijo—.
Seguiremos buscando entre los libros que Nahr tiene en casa. Quizá
se nos haya escapado algo.
Cullen asintió, tratando de no mostrar el pesimismo en su voz.
—He sentido algo —dijo—. Una... energía. Aquí hay una
presencia, o el eco de una.
—Sí —dijo el cráneo, todavía sobre la mano enguantada de Zayl—
. Un demonio como el que este hombre conjuró deja un rastro como
un mal olor. Puede metérsete en la cabeza, de modo que tarde o
temprano acabas como yo.
Los otros comenzaron a salir. Cullen fue el último en salir, y
mientras se dirigía a la puerta se le ocurrió una idea.
La rata. ¿Adónde había ido?
Regresó al lugar de la pared donde estaba el agujero y tocó
buscando vigas, dando suaves golpes. Sonaba a hueco. Con
creciente excitación, se arrodilló y examinó el agujero de la rata.
Parecía artificial. Metió la mano y tocó dentro, esperando antes o
después la sensación de unos afilados dientes de roedor clavándose
en su carne.
170
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Arriba, todo lo alto que podía alcanzar, sobresalía una especie de
cerrojo. Dio un tirón y soltó al tiempo que una parte de la pared se
movió, mostrando la silueta de una puerta.
Cullen empujó la puerta oculta, que daba a un agujero negro.
— ¡Vengan deprisa! —gritó—. ¡He encontrado algo!
En un instante, Tyrael estaba de nuevo a su lado, seguido por los
demás.
—Luz —ordenó el arcángel, y el nigromante adelantó su llama. La
luz parpadeante reveló una sala pequeña sin ventanas construida
por bloques de piedra. Unas manchas viejas cubrían el suelo y
salpicaban las paredes. Sangre, pensó Cullen. Pero entonces el
pensamiento desapareció cuando vio los textos que se alineaban en
las paredes tras una mesa de madera.
Avanzó, pero Mikulov le tomó del brazo.
—Esta es la guarida de un loco —dijo el monje—. Puede que
todavía haya muchas protecciones —se agazapó en la entrada,
estudiando el suelo. Por un momento, sus dedos tocaron la piedra
y luego apretó. Una parte cuadrada del suelo se hundió como un
centímetro y una hoja en forma de guadaña conectada a una vara
de hierro cortó un arco en la entrada a la altura del hombro antes de
enterrarse en el marco de madera a centímetros de la nariz de
Cullen.
Tragó saliva y le hizo una seña al monje, que estaba otra vez en pie.
Mikulov se deslizó bajo la todavía temblorosa guadaña con pasos
ligeros y cuidadosamente colocados, pero no se revelaron otras
trampas. Tras unos instantes examinando todas las superficies, el
monje declaró que la sala era segura.
171
NATE KENYON
Y, con los dedos temblando por la excitación, Cullen pudo al fin
acercarse a los textos antiguos y examinar lo que había encontrado.
172
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
CAPÍTULO DIECISÉIS
El demonio de hueso
Tyrael levantó una mano, indicándoles a los demás que se
detuviesen un instante. La marcha era difícil allá arriba, el terreno,
inclinado y muy poblado de árboles. Ahora estaban en alguna parte
al noreste de Bramwell, en las montañas y lejos de cualquier
camino.
La noche anterior los Horadrim se habían reunido en casa de Nahr.
Jacob, Shanar y Gynvir habían regresado de un humor sombrío,
relatando el encuentro con la anciana loca que había reconocido la
herida de Jacob y luego les había mostrado la suya. El destructor
de mundos, había chillado la anciana. Tyrael solo conocía a una
clase de seres que respondiesen a ese nombre: los Sicarai. Si ahora
un Sicarai iba tras ellos, tenían un problema y se les estaba
acabando el tiempo.
¿Pero y la criatura de alas negras que le había hecho la marca a
Jacob en el hombro? ¿Cómo estaba conectada con los cielos y qué
tenían que ver las desapariciones de los habitantes de Bramwell?
A pesar de su preocupación por el destructor y los supuestos
fantasmas, según estudiaba el agreste terreno que los rodeaba,
Tyrael pensó que su equipo podría estar acercándose a su meta. La
cámara oculta de Cholik había mostrado sus secretos uno a uno.
Habían llevado los viejos textos y pergaminos llenos de
173
NATE KENYON
anotaciones a casa de Nahr, donde Cullen pudo examinarlos
tranquilamente. Muchos de ellos eran de naturaleza demoníaca.
Uno en concreto tenía un marcador que se movía como una
serpiente al tocarlo; el marcador parecía estar hecho de cuero, pero
Cullen acabó por determinar que estaba tejido con lenguas
humanas, y el nigromante lo destruyó en el suelo fuera de la casa
de Nahr.
Pero las anotaciones de Cholik demostraron ser extremadamente
valiosas. Cullen había podido averiguar la localización de Tauruk’s
Port, una ciudad portuaria abandonada a cierta distancia de
Bramwell, construida sobre las ruinas de una ciudad todavía más
antigua habitada por hechiceros Vizjerei y utilizada para invocar
demonios. Cholik había estado buscando un gran sistema de cuevas
que se encontraba bajo las montañas y conectaba con las viejas
ruinas, y aparentemente lo había encontrado y había invocado allí
a Kabraxis. Sus notas también hacían referencia a un depósito
Zakarum en la boca de otra entrada a las cavernas, en lo alto de las
montañas desde las que se veía el golfo... Un depósito que
supuestamente contenía textos escritos por el mismo Akarat.
Nahr los había acompañado como guía a través del traicionero
paisaje, pero su conocimiento del terreno empezó a fallar cuando
salieron de los alrededores de la ciudad. Tras varias horas
caminando a través de un terreno cada vez con mayor pendiente y
traicionero, habían alcanzado una especie de llano donde la
montaña caía hacia el golfo.
Thomas y Cullen estaban cabeza con cabeza entre los árboles,
consultando los dibujos de los puntos de referencia que habían
abocetado con prisa basándose en la información encontrada en la
cámara oculta. Su aliento podía verse en el aire; un viento frío había
soplado repentinamente desde la cordillera Hawke’s Beak,
llevando grandes nubes y niebla que giraba a sus pies.
174
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—Creo que tenemos que dirigimos hacia el oeste —dijo Cullen.
Señaló hacia donde el terreno caía hacia el agua—. Si bordeamos
este pico, luego, como está escrito aquí, veremos la forma de la
serpiente en la roca...
Thomas sacudía la cabeza.
—No creo que estemos en la montaña correcta —dijo—. Mira
aquí- —señaló los dibujos de la mano de Cullen—, Ya deberíamos
haber encontrado las ruinas, si los textos fueran correctos...
Seguían así, y la conversación se iba volviendo cada vez más
calurosa cuando Tyrael se acercó al borde del precipicio. Miró por
encima de las copas de los árboles inclinados por el viento, la lluvia
y la nieve. Aquellas ramas irregulares, como viejos soldados,
estaban decididas a defender la línea contra un enemigo
implacable. Un vacío que sentía dentro fue creciendo por
momentos, acabando rápidamente con su recién hallada confianza.
Se les acababa el tiempo. Tenían mucho que hacer y cada paso de
su plan tenía que funcionar a la perfección. Tyrael había empezado
a pensar en un modo de entrar en los cielos sin ser vistos; eso era
sencillo... ¿Pero cómo convertir a su grupo de desconocidos
regañados en un equipo de guerreros nephalem lo bastante fuertes
como para sobrevivir a lo que verían más allá de las puertas? ¿Y
cómo guiarlos con seguridad a través de las traicioneras armas de
los Luminarei? Suponiendo que pudiesen incluso encontrar un
lugar donde esconderla, cómo robarían la piedra del alma delante
de las narices de un ejército de ángeles y llevársela al reino de los
nephalem?
«Es imposible que sobrevivan», dijo una voz. Se parecía mucho a
la de Deckard Caín. «En esto estás superado y solo. Debes acabar
con ello ahora, antes de que sea demasiado tarde».
—Estamos cerca de un lugar de poder —dijo el nigromante,
acercándose a él—. Lo noto.
175
NATE KENYON
El cráneo había permanecido dentro de su bolsa extrañamente
callado durante el viaje. La noche anterior el grupo había dormido
en el taller de Nahr y había pasado una noche incómoda con Gynvir
murmurando sobre que el nigromante «engendro del demonio»
estaba demasiado cerca como para sentirse segura. En un momento
dado, Humbart había amenazado con invocar a los espíritus de sus
camaradas muertos para acallarla, y eso casi había provocado que
el cráneo acabase partido en dos por el hacha de la bárbara antes de
que Tyrael acabase con la discusión como un padre que separaba a
dos niños enfadados.
Zayl había permanecido a varios metros detrás de los otros
mientras recorrían la falda de la montaña, pero Tyrael había notado
sus extraños ojos grises buscando constantemente por el entorno,
con la cabeza levantada y alerta. Aquel nigromante no era ningún
necio. Tenían suerte de que siguiese con ellos.
—Gynvir no se fía de mis intenciones —dijo el nigromante.
—Es miembro de la tribu del Búho, que protegía el monte Arreat y
la Piedra del Mundo de los invasores de las Tierras Temibles, antes
de que llegasen los Apestados y llevasen la plaga de la ira a los
bárbaros —dijo Tyrael—. Su tribu fue consumida. Solo la
explosión de la montaña le abrasó la plaga de la piel y la salvó del
mismo destino —miró de reojo al nigromante, que estaba mirando
hacia el denso bosque—. Uno de los Apestados era de los tuyos,
convertido por la plaga y el demonio Maluus en otra cosa, una
abominación. Hizo mucho mal a la gente de Gynvir.
Zayl no cambió de expresión.
—Los nigromantes no son corrompidos a menudo —dijo—, pero
cuando nos corrompen... —se encogió de hombros—. Los
resultados pueden ser peligrosos —ahora se volvió para mirar a
Tyrael—. Lo que encontraremos en estas montañas nos llevará por
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
un camino que requiere trabajo en equipo. Tendrá que solucionar
su furia si queremos tener alguna posibilidad de éxito.
—Esperemos que llegue pronto.
Zayl asintió. Se quedó callado un largo instante.
—Y una vez encontremos la guarida de los nephalem, ¿qué?
—Los convertiremos en guerreros y ladrones —dijo Tyrael—.
Utilizaremos todo nuestro talento. Engaños y disfraces,
desorientación, sorpresa. No podemos derrotar a los Luminarei
cara a cara. Debemos utilizar el orgullo de los ángeles en su contra
y entrar y salir antes de que se den cuenta de lo que está pasando.
— ¿Y si nos descubren?
—Moriremos luchando.
Miraron las nubes que se oscurecían en el horizonte y los
relámpagos que iluminaban sus vientres en ráfagas de color
morado. Se acercaba la lluvia, una línea de puntos que se acercaba
implacablemente y prometía empaparlos hasta el tuétano.
—Lo que buscas aquí está protegido por un hechizo mortal —dijo
Zayl—. Es antiguo y está bien concebido, y hará falta gran
habilidad para romperlo.
Tyrael le dio un golpecito en la espalda.
—Entonces tendrás que empezar pronto —dijo.
El nigromante los guió en la bajada, zigzagueando por la cuesta
para mantener el equilibrio y agarrándose a los troncos de los
árboles. Mikulov se alejó y volvió varias veces. Su expresión era
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NATE KENYON
cada vez más sombría cada vez que hablaba con Thomas y Cullen
en voz baja. Fuese lo que fuese lo que le preocupaba, no se lo dijo
a los demás, y Tyrael no se lo preguntó. Si era importante, el monje
acudiría a él.
La vegetación era más densa aquí y allá, ralentizando la bajada, y
tuvieron que rodear una roca gigantesca que creaba una caída de al
menos treinta metros, avanzando casi de lado durante casi una hora
antes de encontrar un modo de bajar y volviendo hacia atrás. Nahr
dudaba cada vez más, sin reconocer el terreno. Los ruidos parecían
resonar por todas partes a su alrededor. Una o dos veces a Tyrael
le pareció ver movimientos más allá de la niebla, pero había
desaparecido antes de que volviese la cabeza.
Para cuando llegaron a la base del acantilado, el aire estaba lleno
de humedad y la niebla envolvía los árboles. Se reunieron en un
pequeño claro. De grietas y surcos antiguos en la cara del
desfiladero goteaba agua. Las grietas delineaban la forma de una
araña gigantesca.
—La formación de los textos —dijo Cullen—. Es aquí... Las ruinas
deberían estar cerca.
Un animal lanzó una llamada a lo lejos y el sonido recorrió el
bosque como el grito de los malditos. Tyrael sintió un escozor en
la nunca y se le erizó el vello del antebrazo. Zayl se acercó a la
roca. Se arrodilló y del bolso se sacó una vela roja, encendiéndola
con una pajita sacada de una yesquera pequeña, murmurando
palabras de poder.
El cielo sobre sus cabezas comenzó a oscurecerse más y una brisa
helada arremolinaba la niebla alrededor de los tobillos y hacía que
la llama de la vela parpadease. Zayl la protegía con la mano
enguantada y colocó la vela con firmeza en el suelo. Hizo una serie
de dibujos, conectándolos con símbolos bifurcados. Luego dejó
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
caer líquido rojo del frasquito que llevaba en el bolso y murmuró
para sí, pasando la mano por encima de la llama.
Otra ráfaga de viento salió de ninguna parte, levantando polvo y
arremolinándolo en pequeños ciclones antes de hacerle tomar una
forma vaga. Una especie de susurro se elevó de una boca ahumada
que mostraba apenas delineada una fila de dientes.
Gynvir lanzó una maldición y se llevó las manos al hacha.
—Habla deprisa, hechicero —siseó el demonio invocado—. Antes
de que por fin sea libre. Tu hechizo de atadura está casi agotado.
—Rompe la montaña, X’y’Laq. Bar’qual d’al amentis.
—No querrás hacer eso —dijo el demonio, con una cierta
cadencia—. Es un hechizo mortal. No sabes lo que encontrarás
dentro.
—Y conjurado por un mortal muy poderoso aliado con demonios
—dijo Zayl—. No puedo ponerlo a prueba.
— ¡Me pondría a mí en peligro! —gimió el demonio—. ¿Y si
Il’qual’Amoul me atase al potro...?
—No tenemos tiempo para juegos —dijo Zayl. Hizo un gesto de
agarrar el aire alrededor de la llama, apretando el puño. El demonio
chilló de dolor.
—Para... Haré lo que quieras... —chilló X’y’Laq. Cuando Zayl lo
soltó, la cosa volvió a sisear, gimiendo—. Pagarás por esto —
murmuró, tras un momento—. Ya verás...
—Ahora, X’y’Laq.
—Muy bien —el demonio tomó aliento, absorbiendo para sí el
polvo arremolinado y creciendo de tamaño, tomando más y más
hasta que su boca abierta flotaba sobre el nigromante.
Y luego exhaló, lanzando la nube de polvo a toda velocidad hacia
el acantilado.
179
NATE KENYON
Las piedrecitas atrapadas en la corriente rebotaban en la roca, el
terreno tembló y el viento aulló como un banshee. Tyrael
permaneció en pie contra la tormenta, entrecerrando los ojos
mientras los demás se los tapaban y se daban la vuelta.
Un demonio explotó del terreno delante del acantilado, una forma
humanoide hecha de polvo y de los huesos de los muertos unidos
en miembros que crujían y gritaban. Sus enormes hombros eran
como fragmentos de roca blanca bajo una cara macabra que los
miraba maliciosamente.
— ¡Rómpela, X’y’Laq! —gritó Zayl, pero X’y’Laq se rio.
— ¡Deberías haber considerado las consecuencias! —chilló
alegremente—. ¡Il’qual’Amoul te arrancará la piel a tiras! Tú...
Con un rugido que hizo temblar el suelo, el gigantesco demonio de
hueso estiró una mano semejante a una garra hecha de tibias
humanas y cráneos por articulaciones y rodeó la forma humeante
de X’y’Laq.
El demonio más pequeño volvió a chillar, debatiéndose contra los
huesos mientras lo levantaba y lo alejaba de la llama de la vela. Su
esencia empezó a estirarse y estirarse, haciéndose más delgada,
mientras los dientes como agujas de X’y’Laq intentaban morder sin
conseguirlo.
Al tiempo que X’y’Laq gritaba una última vez y el rastro de humo
se partía, Zayl murmuró algo, y su puñal encantado de hueso
apareció en su mano. La hoja brilló cuando avanzó y se la clavó en
el abdomen al demonio de hueso.
El gigante rugió de dolor y el nigromante retorció el puñal en el
nido de huesos, tirando hacia abajo. Más huesos se derramaron de
dentro de él como si fuesen entrañas. El demonio lanzó un golpe a
Zayl y el nigromante saltó hacia atrás, cortando las puntas de dos
huesudos apéndices. Pero el demonio de hueso movió su otro
180
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
miembro demasiado deprisa como para que Zayl pudiese
reaccionar. Le golpeó en el brazo y lo hizo girar como un muñeco,
y el puñal salió volando, aterrizando a cinco metros de él.
Cuando Il’qual’Amoul volvió hacia el nigromante caído y levantó
un gigantesco pie para aplastarlo, un borrón de energía brillante
explotó hacia él. Mikulov movió la palma de la mano hacia fuera
con un trueno de energía que destrozó la pierna del demonio de
hueso y detuvo su mortal ataque. Los huesos resecos volaron por
todas partes, golpeando el acantilado y rebotando. Sin la pierna,
Il’qual’Amoul trastabilló y cayó en el agujero que se había abierto
cuando salió, atrapado con la cabeza y los hombros sobresaliendo
del suelo.
Tyrael desenfundó a El’druin y lanzó un ataque con todas sus
fuerzas, cortándole la cabeza al demonio.
Casi al instante, el torbellino se detuvo al tiempo que los huesos
perdían la energía que los había estado animando y cayeron al suelo
embarrado. El viento se detuvo, dejándolos a todos resoplando
entre el silencio.
Zayl se puso en pie, estirando la mano enguantada. El puñal voló
hacia él y lo volvió a meter en su funda. Aunque parecía haber
durado una eternidad, toda la acción había durado solo unos
segundos.
La vela roja había desaparecido. Allí donde estaba había hora un
agujero sembrado de huesos humanos que mostraba una serie de
escalones que llevaban a la oscuridad bajo la cara del acantilado.
181
NATE KENYON
Tyrael guió el descenso hacia las tinieblas.
El’druin relucía en la oscuridad mientras se abrían camino entre los
restos de Il’qual’Amoul. Aquellos huesos eran antiguos,
blanqueados allá donde el barro no los había manchado de un color
marrón oscuro. Los restos de sus dueños habían desaparecido hacía
tiempo de aquellos bosques.
Pero lo que encontraron en la sala bajo el acantilado era fresco.
Los escalones acababan en un arco cortado en la roca. El aire era
seco y rancio bajo el suelo, pero el olor a podredumbre era intenso.
Shanar invocó un hechizo que encendió la luz de su bastón e
iluminó el suelo de piedra de la cámara que se encontraba más allá
cuando Tyrael enfundó a El’druin; allí no se enfrentarían a ninguna
amenaza.
Los cuerpos de los desaparecidos de Bramwell estaban
amontonados como leña apilada contra la pared más alejada.
Miembros retorcidos de cualquier manera, enredados unos con
otros, caras pálidas y sin vida mirando sin ver. Los Horadrim
pasaron lentamente hacia la cámara silenciosa. El comandante
Nahr lanzó un grito ahogado y avanzó, arrodillándose mientras
rezaba. Uno de los cuerpos más cercanos era el de un joven todavía
vestido con la armadura de la guardia de la ciudad. Nahr estiró el
brazo para tocar la mano del cadáver.
—Robert, buen amigo de Lorath —dijo—. Crecieron juntos en
Westmarch. Robert vino a Bramwell con su padre el año pasado
para ayudar a fortalecer las patrullas de las murallas y dejó atrás a
su joven esposa. Pensaba volver este mes.
Tyrael vio al comandante levantarse y darse la vuelta. Quería hacer
algo, pero no podía; ya no se podía salvar a aquellas personas.
182
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Miró a su alrededor. El espacio era quizá de unos treinta metros de
largo y parecía haberse formado naturalmente. También estaba
prácticamente vacío. Tyrael se descorazonó. Palpó en busca del
cáliz, acunado contra su pecho. La sensación de entumecimiento se
extendía por todos sus miembros, atrapándolo en un puño de hierro.
Su cuerpo ansiaba volver a mirar el torbellino de las profundidades
de Chalad’ar, como había hecho la noche anterior mientras los
demás dormían. El cáliz le proporcionaba una especie de paz que
no podía encontrar entre los vivos. Anhelaba expandir su mente,
necesitaba la euforia que lo bañaba cuando se deslizaba entre las
hebras de luz...
—Haber abierto la montaña atraerá a otras cosas —dijo Mikulov,
interrumpiendo el trance de Tyrael. La voz del monje fue lo
bastante baja como para que los demás no lo oyesen—. Puede que
no tengamos mucho tiempo antes de que nos descubran.
Tyrael asintió. Aquel no era lugar para perderse en una ensoñación.
Pero allí no habían encontrado más que muerte: ni ruinas nephalem
ni nuevas pistas.
—Los textos se equivocaban —dijo.
—Hay un lugar en el que no hemos mirado —dijo el monje. Señaló
la macabra pila de cuerpos.
No. El olor de la muerte era abrumador; el aire antinaturalmente
seco del subterráneo y el hecho de que la caverna hubiese estado
sellada los había conservado hasta cierto punto, pero Tyrael veía el
moho en su piel, la carne flácida y la podredumbre que había
empezado en aquellos que estaban bajo la primera capa.
Según estaba allí, una ráfaga le tocó el rostro. Los cuerpos estaban
apilados con la altura suficiente como para tapar otro pasaje.
183
NATE KENYON
A pesar de sentirse abrumado por el dolor, Nahr apretó los dientes
y comenzó a ayudar a los demás a mover los cuerpos de uno en
uno, primero con delicadeza, luego más deprisa, agarrando
miembros resbaladizos y fríos y lanzándolos a un lado tan deprisa
como podían. Su decisión daba fuerza a sus estómagos y a sus
mentes para que hicieran lo que debían hacer.
Cuando llegaron a la peor parte de los cuerpos en descomposición,
sopló más aire frío y descubrieron otra abertura. Era lo bastante
baja como para que Tyrael tuviese que agacharse para pasar por
ella, pero parecía artificial.
—Más luz —dijo Tyrael cuando apartaron el último cuerpo, y
Shanar acercó su bastón, iluminando el pasaje abovedado. Entraron
en una segunda sala excavada en la roca. Por su aspecto, lo habían
hecho magos; quizá Vizjerei, pensó Tyrael, o más antiguos.
Las paredes estaban cubiertas de tallas: un gigante hecho de las
propias montañas, una bestia con muchas cabezas, un dragón
gigante rodeando las estrellas, un hombre explotando en rayos de
pura luz y energía. Debajo de la más grande había un grueso pedazo
de roca parecido a un altar y sobre él los restos deshilachados de
ropas, y también joyas y pergaminos.
Aquello no era un depósito, pensó Tyrael. Y era viejo, mucho más
que la Iglesia Zakarum. Thomas y Cullen comenzaron a examinar
los objetos del altar, hablando nerviosos según iban metiendo
objetos dentro de sus bolsas. El aire seco y frío había conservado
los pergaminos en un estado impresionante, pero eran delicados.
184
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Cullen sostenía ahora un pequeño puñal de extraña forma con una
hoja plana y ancha. Tenía una empuñadora enjoyada y terminaba
en recto en lugar de en punta.
—Nunca había visto un arma así —dijo. Se volvió—. Mikulov,
¿has visto en tus viajes...?
Pero el monje no estaba allí.
185
NATE KENYON
CAPÍTULO DIECISIETE
El ataque
Mikulov observó el círculo de encapuchados desde su posición en
los árboles.
Había salido de la caverna subterránea cuando el viento le llevó un
mensaje de Ytar, alertándole de un peligro. El demonio de hueso
solo había sido el principio. El equilibrio de los elementos se había
visto alterado por su presencia, y eso sin duda atraería a más
demonios como polillas a una llama. Los otros necesitaban tiempo
para explorar lo que había bajo las ruinas, y él se lo conseguiría.
Esperaba problemas. Pero hasta el monje se sorprendió de lo que
vio.
En un claro más pequeño bajo el acantilado, los hombres entonaban
un canto en voz baja. Llevaban capas adornadas con runas y largos
bastones en los que se apoyaban. Las capuchas les cubrían el rostro
por completo.
Unas púas sobresalían de sus cuerpos en un grosero muestrario de
fervor religioso y tras ellos se encontraban monstruosos frenéticos,
cuya piel verdusca y notorios músculos parecían brillar en las
sombras proyectadas por los árboles y las nubes que flotaban por
encima de sus cabezas.
186
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Un frenético echó hacia atrás la enmascarada cabeza y rugió al
cielo. Luego le clavó una pica a un encapuchado en el cuello.
Hubo muy poca sangre. Al principio, la figura encapuchada apenas
pareció reaccionar. Pero el volumen del cántico creció al tiempo
que la figura comenzaba a sufrir convulsiones y temblar y una luz
roja se proyectaba por debajo de sus pies. La túnica se rasgó cuando
su cuerpo empezó a hincharse y latir, las heridas se le abrieron
como bocas hambrientas, la carne se le transformó, las entrañas
asomaron de un agujero húmedo en su abdomen y los huesos
enrojecidos por la sangre sobresalieron entre el músculo y los
tendones.
Un médium oscuro. Un despertar. Aquello era lo que los cultores
habían estado intentando hacer en Tristán. El demonio flotó varios
metros por encima del suelo con los intestinos colgando por los
restos destrozados de sus piernas y un repugnante brillo de color
rojo sangre llenaba el claro como los fuegos del infierno.
Otro frenético clavó otra pica en una segunda víctima, luego una
tercera. Los hombres comenzaron a transformarse al tiempo que el
cántico alcanzaba su clímax. Mikulov pensó en atacar, pero
aquellos eran demonios poderosos y sería arriesgado enfrentarse
solo a ellos. Y había movimiento más abajo del claro; era imposible
saber cuántas criaturas más se acercaban.
Sería mejor advertir a los demás y marcharse ahora, antes de que
fuese demasiado tarde.
Un trueno restalló sobre sus cabezas y comenzó a llover con fuerza
mientras el monje se abría paso por la cuesta. El terreno, cubierto
de hojas y agujas, se volvía resbaladizo y traicionero, pero Mikulov
no titubeaba. Podía oír a los dioses en las gotas de lluvia que caían
a su alrededor, sentirlos en el creciente zumbido de la energía en el
187
NATE KENYON
aire, en el olor de la corteza mojada y de las hojas del suelo. Le
estaban avisando. Todas las cosas acaban por volver con su
creador, pero los portadores de muerte que se acercaban no eran
una parte natural de ese mundo. Eran una violación del orden y la
luz, y aquello enfurecía a los dioses.
La imagen de su visión de hacía varias noches volvió a él... Tyrael
transformándose en una figura de ropajes oscuros sin rostro. ¿Qué
significaba? Sabía que debía meditar sobre aquello, pero ahora
tenía que volver al acantilado y reunir deprisa a los otros, y juntos
decidirían si quedarse allí y luchar o retirarse para esperar un
momento mejor.
Fue entonces cuando algo enorme y negro se movió en el bosque
más allá del alcance de su vista.
Los Horadrim salieron de la caverna a la luz apagada y gris de la
tormenta con las armas preparadas. El cielo se había oscurecido,
las nubes se amontonaban sobre sus cabezas y la lluvia les azotaba
el rostro y les empapó la ropa en un instante.
Tyrael iba el primero, los demás, cerca. Parpadeó por la lluvia,
tratando de limpiarse los ojos mientras miraba alrededor del claro
en busca de peligro. ¿Qué le había ocurrido dentro de la cueva? No
podía perder de vista la importancia de la vida humana; proteger
Santuario y a sus habitantes tenía que seguir siendo su prioridad,
junto con los cielos. Los Horadrim eran la clave de todo. Le
correspondía a él asegurarse de que salían vivos de aquel lugar y
cumplían con su misión.
188
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
«No falles en esto», se dijo a sí mismo. «Deckard y Leah murieron
por salvar Santuario y al servicio de la luz. No los abandones ni
olvides tu propósito».
Una figura salió de entre la oscuridad. Tyrael desenfundó a
El’druin antes de reconocer la ágil forma del monje.
—Las criaturas que se llevaron a los habitantes de Bramwell están
aquí —dijo Mikulov—. He visto a uno moviéndose entre los
árboles y he oído a otros. Pero se movían deprisa y no se les puede
seguir fácilmente.
—Fantasmas —susurró Narh. Había palidecido. Su propia espada
era un arma exquisitamente forjada con las marcas de la fe
Zakarum talladas a lo largo de la afilada hoja—. ¡Probaré su sangre
antes de que esto acabe!
Mikulov señaló el punto donde terminaba el bosque.
—Hay otros. Médiums oscuros y frenéticos, y más entre los
árboles.
Como respondiéndole, un tremendo golpe sacudió el suelo cuando
un enorme frenético salió de entre la línea de árboles y entró en el
claro. Era el mayor que Tyrael había visto nunca.
Apareció otro tras él, luego otro, todos tan grandes como el
primero. El frenético principal rugió y golpeó el suelo con su maza
con una fuerza brutal provocando un impacto que hizo que les
rechinasen los dientes y que atrajo a otras criaturas hacia la débil
luz y la lluvia. Médiums oscuros flotaban tras ellos, con las
entrañas serpenteando bajo sus torsos cortados.
Varias bestias semejantes a arañas y tan grandes como humanos se
deslizaban sobre largas patas peludas a través del terreno cubierto,
chocando los colmillos. Sus ojos compuestos reflejaban el brillo de
189
NATE KENYON
El’druin cuando se detuvieron con las patas anteriores levantadas
palpando el aire. Al otro lado del claro, unos horrores
grotescamente gruesos caminaban pesadamente hacia delante,
aparentemente hechos de piel humana cosida y con muñecas que
acababan en muñones ensangrentados y rezumantes. Unos
daemons aparecieron ante ellos, moviendo el rabo entre las piernas
y gruñendo a los Horadrim, que habían apretado filas cerca de la
entrada del templo.
Tyrael observaba a las criaturas con creciente horror. No tenía
sentido. No era habitual que unas bestias así viajasen juntas, Y
parecían actuar con cierta coordinación, casi como si las hubiesen
pastoreado hasta ese lugar.
¿Cómo podían haberlo encontrado y cuál era su propósito?
No tenía tiempo para seguir ponderando la pregunta. El líder
frenético cargó, gruñendo, con la maza levantada y dispuesto a
machacarle el cráneo a Gynvir. La bárbara dio un paso lateral
limpio y movió su hacha con una mano, enterrándola en el hombro
de la bestia. El frenético aulló y se liberó. La sangre le manchaba
el pecho a Gynvir cuando esta giró para volver a atacar, haciendo
chocar su hacha con la maza de la bestia, levantando chispas entre
la lluvia.
— ¡Mantengan la distancia! —gritó Jacob. Un viviente gordo había
avanzado, sorprendentemente veloz para su tamaño. Zayl murmuró
al viento y un puñado de huesos se levantó desde donde estaban
desperdigados por los escalones. Un gesto los convirtió en lanzas
que empalaron a dos de las monstruosas criaturas en varias partes
del cuerpo. Comenzaron a temblar incontrolablemente, luego
explotaron, lanzando una lluvia de gusanos que comenzó a
deslizarse hacia las botas de Jacob. Este los pisoteó, cortándoles las
ciegas cabezas con la espalda mientras que un jugo verde se unía
al agua de lluvia formando una capa resbaladiza de moco.
190
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Al otro lado del claro las arañas avanzaban correteando, siseando,
dejando caer veneno al suelo que chisporroteaba como ácido.
Tyrael le cortó las patas delanteras a una que se había levantado
para atacar. La criatura gimoteó de dolor y movió los muñones que
proyectaban un fluido pegajoso. Tyrael dio un paso atrás, evitando
el líquido y le clavó El’druin en el amplio abdomen, derramando
tripas en el suelo del bosque.
Más criaturas repugnantes salieron de la cobertura del bosque.
Tyrael se descorazonó al verlos; aquella era una escaramuza mucho
más peligrosa que la de Tristán. Pero los Horadrim devolvían los
golpes. Shanar lanzaba rayos de energía púrpura que quemaba la
carne de los huesos de los daemons más cercanos y el monje
protegía los flancos de Thomas y Cullen, que combatían contra otro
grupo de arañas gigantes intentando evitar su letal veneno mientras
por detrás los atacaba un frenético. Incluso Nahr peleaba
valerosamente con su espada, partiendo por la mitad a daemons con
fuertes mandobles.
Tyrael sintió una extraña carga de orgullo por ellos. Empezaban a
trabajar en equipo. Quizá después de todo sí que tenían una
posibilidad.
Algo se movió entre los árboles con celeridad, una forma oscura
que se había desvanecido antes de que Tyrael la localizase. Se
volvió y vio a otra flotando como un murciélago gigantesco por
encima de la cara del acantilado antes de desaparecer. Más formas
negras se movían en los límites de su visión y cada vez que se
giraba para verlos, habían desaparecido.
— ¡Muéstrense! —gritó Nahr, con tono de angustia. El hombretón
se volvió rápidamente, buscando algo más a lo que atacar. La fuerte
lluvia hacía que fuese aún más difícil seguir ningún movimiento,
provocando confusión y pánico; casi le cortó un brazo a Tyrael al
191
NATE KENYON
girarse con la espada ensangrentada y tropezar en el barro cayendo
de rodillas.
Cuando el arcángel se volvía hacia los médiums oscuros que se
acercaban, un destello de luz iluminó el claro, abrasando los
troncos de los árboles y bañándolo todo con un vacío blanco que
duró demasiado tiempo. Tyrael levantó el brazo para protegerse la
cara, parpadeando bajo la fuerte lluvia para aclararse la vista.
Veía puntos flotando ante sus ojos.
Un portal se había abierto más allá de la línea de árboles.
Un Sicarai emergió de entre los árboles. El destructor angélico
observó el claro y cargó contra Tyrael, con el arma preparada para
dar un golpe mortal.
192
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
CAPÍTULO DIECIOCHO
El Sicarai
La enorme espada dorada de doble hoja del destructor silbó cuando
el poderoso ángel salió volando hacia el claro. El aura del Sicarai
brillaba de color rojo como finas gotas de sangre y las agitadas
lenguas de energía de sus alas cortaban la lluvia como relámpagos.
Su cuerpo etéreo, cubierto con una armadura, era gigantesco y
restallaba de energía. Y estaba implacablemente centrado en su
objetivo, lanzándose a él con singular precisión.
¿Imperius había enviado a un destructor tras él sin preocuparse de
las implicaciones para Santuario, un mundo que nunca había visto
una cosa así? ¿El Consejo había decidido mirar hacia otro lado y
permitir que pasara?
Si no podía detener al Sicarai, sin duda los matarían como a ganado
y quedarían perdidos para siempre en aquel lugar abandonado de
las montañas, y su misión acabaría antes de que hubiese empezado
siquiera.
Tyrael conocía bien a la mayoría de los Sicarai. El mismo había
adiestrado a muchos de ellos cuando era el Arcángel de Justicia.
Pero aquel le resultaba desconocido, y aquello no le gustaba. No
sabía de ningún tic o inclinación que pudiese tener, ninguna
193
NATE KENYON
debilidad que explotar. Los Sicarai eran figuras casi imbatibles y
sin alguna ventaja, la batalla ya estaba perdida.
«Hubo un momento en el que me habría enfrentado a un guerrero
como este y le habría dado una lección», pensó. «Pero ahora soy
mortal. Mi cuerpo no es rival para algo así».
Pero Tyrael seguía siendo bueno con la espada, y tenía su talento
que poder utilizar como arma.
Tyrael observó el claro. Al mirar de reojo tras él, vio a una de las
criaturas subiendo por la cara del acantilado como una araña,
utilizando las alas como patas extra, antes de lanzarse a la lluvia y
sobrevolar sus cabezas. Un escalofrío lo recorrió; la criatura era
una abominación de la luz, un horror sin rostro que parecía haber
salido de la nada, pero aun así, tenía algo familiar. Más de esas
criaturas aleteaban más allá del claro, deslizándose a través de las
sombras de los árboles. Pero mantenían la distancia y no atacaban,
y Tyrael se preguntaba con sensación de desesperación si acaso le
estaban dando espacio al Sicarai para que hiciera su trabajo.
Shanar atacó al destructor con arcos de brillante energía, pero los
látigos púrpura cayeron sobre su armadura sin tener efecto alguno.
Las alas del Sicarai chasqueaban y se movían mientras se acercaba
a Tyrael. Gynvir se interpuso en su camino y fue lanzada a un lado
como una muñeca de trapo con un único y poderoso golpe. La
bárbara recorrió medio claro en el aire y cayó con un golpe pesado
y seco en el barro.
Shanar gritó y corrió a ayudar a su amiga, arrodillándose a su lado
y manteniendo a los daemons a distancia con destellos de energía.
Tyrael las perdió de vista a ambas cuando más criaturas se
abalanzaron sobre ellas, y entonces ya tenía encima al Sicarai.
194
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
El guerrero blandió su espada con un movimiento que tenía la
intención de separarle la cabeza de los hombros. Tyrael levantó
El’druin para repeler el golpe, y las dos armas chocaron con una
potente explosión de luz. El impacto casi destrozó a Tyrael e hizo
que sus músculos se agarrotasen y temblasen, y que sintiera que le
iban a arrancar los brazos del cuerpo. Se tambaleó hacia un lado,
consiguiendo de algún modo permanecer en pie, pero el Sicarai
volvió a lanzar un ataque en un ángulo pensado para pasar por
debajo de su defensa y partir su espada por la mitad.
El’druin resistió. El arma brillaba ferozmente cuando Tyrael
bloqueó el golpe con un movimiento defensivo que hizo que la
espada del Sicarai rebotase en la suya sin causar daño. Pero el
estremecedor impacto casi le quitó a El’druin de las manos. La
velocidad y la fuerza del destructor eran asombrosas. El Sicarai ya
se había preparado para otro golpe. Tyrael se las arregló para
esquivarlo, contraatacando con una cuchillada rápida que no se
acercó a su objetivo. «No puedo derrotarlo así». Necesitaba tiempo
para pensar.
La lluvia caía con más fuerza que antes y el suelo se volvía
resbaladizo y blando. Tyrael miró rápidamente de refilón a su
derecha en busca de una respuesta. Uno de los grotescos se iba
acercando. Sus parches de piel estaban llenos de insectos y
parásitos y el vientre se le hinchaba y movía según se retorcían los
gusanos que tenía dentro. Tyrael le hizo una herida ancha en el
abdomen antes de apartarse. La criatura tembló, lanzó un
desagradable sonido asfixiado y luego explotó, lanzando al aire
fluido y gusanos.
Las tripas salpicaron el pecho del Sicarai. Más gusanos se debatían
en el barro y se fijaron a la armadura del destructor, retorciéndose
por su casco. Absorbieron su energía como esponjas, creciendo de
tamaño. El Sicarai se los quitó de encima, pero la distracción
momentánea había servido para frenarlo.
195
NATE KENYON
Los médiums oscuros habían avanzado en el claro moviendo hacia
atrás y adelante las cabezas cornudas mientras los miembros
semejantes a garras temblaban incontrolables y las entrañas se
arrastraban por el barro. Tyrael se deslizó tras ellos, consiguiendo
otro valioso instante. El Sicarai era fuerza bruta que buscaba la
victoria por inercia e intimidación. Pero la esgrima también
necesitaba de la defensa, la rapidez y el talento. Tyrael esperaba
tener suficiente de eso para encontrar un modo de sobrevivir el
tiempo suficiente para que los otros se uniesen a él. Su única
posibilidad residía en luchar en equipo.
Con un solo golpe feroz, el destructor cortó por la mitad al médium
oscuro más cercano. Los fragmentos resultantes temblaron
violentamente, emitiendo una luz de color rojo sangre cuando el
demonio que habitaba aquella cáscara era liberado, aullando, al
viento. Tyrael vio más de aquellos fantasmas de alas oscuras entre
los árboles cuando varios daemons trataban de escabullirse,
cortándoles el paso a las bestias y forzándolas a que volviesen. Se
le ocurrió otra idea: ¿podrían los fantasmas haber pastoreado a
aquella horda de demonios hasta el claro? Si era así, aquello sugería
un propósito astuto y siniestro que todavía no acababa de
comprender.
Volvió a centrarse en el Sicarai al tiempo que el guerrero volvía a
cargar contra él por encima de los restos temblorosos del médium
oscuro. Tyrael lo paró y mantuvo la distancia suficiente para evitar
un golpe mortal, haciendo movimientos de brazo rápidos y ligeros,
justo para desviar la espada del destructor. Pero se estaba cansando
rápidamente y el Sicarai era implacable y atacaba con su arma una
y otra vez. Tyrael esquivó todos los golpes, utilizando a las
criaturas del claro como escudos y lanzándose cada vez que veía
una abertura, consiguiendo dar un golpe con El’druin que chocó
contra la armadura del destructor y causó un destello de chispas
que provocó un gruñido de furia pero hizo poco daño.
196
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Miró al otro lado del claro, buscando a los otros. Mikulov corrió
hacia delante, atacando con los puños y consiguió conectar un
golpe que liberó un potente estallido de energía. Pero el Sicarai
apenas se detuvo el tiempo suficiente para apartar al monje, como
un hombre se quitaría de encima a un insecto zumbón.
Mikulov salió ileso. Thomas y Cullen habían repelido a un arácnido
gigante y llamaban al nigromante, que había empalado a un
frenético en el cuello. Zayl murmuró algo en el viento, levantando
un grupo de huesos que estaban caídos alrededor del Sicarai y
rápidamente formaron unas paredes, que se apilaron unas sobre
otras hasta que el destructor quedó enterrado bajo ellos. Un instante
después, un tremendo golpe de su espada hizo pedazos y cayeron
inmóviles al suelo.
Tyrael empezó a perder la esperanza. Pero fue Gynvir quien acabó
por darle la vuelta a su favor.
Contra toda probabilidad, la bárbara se había puesto en pie. Un aura
la encapsulaba, brillando débilmente en la lluvia mientras corría
hacia donde luchaban el Sicarai y Tyrael, infundida por una justa
furia que la empujaba. El destructor, concentrado en su objetivo,
no notó su proximidad mientras esta levantaba su hacha de guerra
y la dejaba caer con un grito triunfal.
El filo del hacha, brillando en la débil luz, atravesó limpiamente
tres hebras de las alas del Sicarai, cortándolas a la altura del
hombro.
197
NATE KENYON
El destructor gritó, emitió un sonido inhumano lleno de dolor y
sorpresa. Giró hacia Gynvir, dejando un instante para que Tyrael
atacase.
El arcángel se lanzó, dirigiendo El’druin hacia un punto débil de la
unión de la armadura del brazo derecho del Sicarai. La hoja de la
espada cortó, no carne y hueso, sino la energía de luz que
conformaba el cuerpo del ángel. El destructor volvió a rugir y
El’druin resplandeció, y el Sicarai dejó caer su arma en el cieno.
La mano de Tyrael ardía con llamas, pero sostuvo la espada
mientras se retiraba, manteniendo la distancia suficiente para evitar
ser golpeado por el enfurecido guerrero, que se dio la vuelta,
buscando al enemigo que de repente lo atacaba por todas partes.
Aunque había perdido el arma, todavía era un enemigo muy
caprichoso.
Una luz rojiza brotaba a través de la armadura del Sicarai como si
fuese sangre cuando Jacob, corriendo, cogió del suelo la espada del
destructor.
Tyrael vio a Jacob apretar los dientes, pero sostuvo la espada,
poniéndose en pie y blandiéndola en el aire. El agua chisporroteaba
en la espada caliente.
— ¡Vengan por mí! —gritó Jacob, con los tendones del cuello
tirantes. Miró a su alrededor enloquecido, buscando a los fantasmas
que aparecían y revoloteaban entre la lluvia. La carne desprendía
humo, el pelo empezó a ponérsele de punta. Pero siguió
sosteniendo la espada—. ¡Vengan, si se atreven!
El Sicarai volvió a rugir, luego se deslizó hacia atrás y en dirección
a los árboles mientras las otras bestias que permanecían en pie
también comenzaron a retirarse. Una especie de gemido resonó por
la pared del acantilado y el valle cuando los fantasmas de alas
198
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
negras se retiraron también, desvaneciéndose en las nubes de color
gris acero como si nunca hubiesen existido.
Agotado, con los músculos temblando y a punto del colapso, Tyrael
bajó la mirada al barro que tenía a los pies. Las hebras cortadas del
ala del Sicarai habían perdido su luz, y los delgados hilos grises
entretejidos en ellas ahora aparecían claramente, destacando en
relieve como venas antes de que las hebras se volviesen negras,
convirtiéndose en cristal que se rompió en pedazos diminutos y
desaparecieron.
199
NATE KENYON
CAPÍTULO DIECINUEVE
El destructor sacralizado
— ¿Te duele?
Jacob tenía la mandíbula apretada y el brillo del sudor había
aparecido en su rostro, que era del color del pergamino viejo. Pero
su mirada era firme y se encontró con la de Tyrael con una calma
estable que el arcángel no había visto antes.
—He estado peor —dijo Jacob—. Viviré.
La sanadora de Bramwell, una mujer llamada Idalki, acababa de
vendarle las manos a Jacob con unas bandas empapadas en
ungüento hecho de la resina de una planta okris y seda de araña.
Había cantado algo en voz baja sobre las heridas, pero si aquello
había ayudado o no, Tyrael no lo sabía. Jacob tenía grandes
ampollas y la piel se le había levantado en tiras rojas. El nigromante
se había ofrecido a probar con un hechizo de curación, pero Gynvir
no quiso dejar que se acercase a Jacob.
«Ningún humano está hecho para sostener la espada de un
Sicarai», pensó Tyrael. Y a pesar del dolor que debía de haberle
causado, Jacob la había blandido ante un destructor angélico, un
acto de valor que posiblemente los había salvado a todos.
200
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—El comandante Nahr está esperándote —dijo Zayl. El
nigromante se encontraba en la puerta de la modesta casa
sujetándose las manos a la altura de la cintura. Tyrael le sostuvo la
mirada un instante y Zayl asintió levemente. «Ya está hecho».
—Lo he notado —dijo Jacob, a nadie en concreto—. La espada,
fluyendo a través de mí... Me volví a sentir vivo.
Arrodillado ante él, Tyrael le puso una mano en el hombro a Jacob,
y luego se incorporó. Todavía había esperanza de que se convirtiese
en el líder que creía que podía ser; había esperanza en el éxito de
la misión.
—Volveré pronto —dijo—. Trata de descansar.
El fuego rugía en el taller mientras Nahr trabajaba en los fuelles y
manipulaba sus herramientas y el objeto que tenía delante con
habilidad y mucha rapidez. Volaban las chispas; la energía se
reprimía y se liberaba. Una luz roja y anaranjada parpadeaba en los
rostros de Thomas y Cullen, que estaban sentados en una mesa
cerca de la puerta, estudiando los objetos que Cullen había traído
con él desde el templo oculto.
Cullen levantó la mirada cuando entró Tyrael, con el rostro
brillando en el calor y enrojecido por la emoción.
— ¡Este es un pergamino original, escrito por la mano del propio
Akarat! —dijo.
—Ciertamente, los Cruzados estarían muy interesados en eso —
dijo Tyrael—. He conocido a varios, y su meta es redimir el
Zakarum. Un pergamino original escrito por Akarat sería una de
sus posesiones más preciadas.
201
NATE KENYON
—Describe su visión que le llevó a fundar la fe Zakarum —
continuó Cullen—, y es como Deckard Caín había sospechado; al
leer esto, estoy seguro de que la visión que tuvo era de hecho un
eco cósmico del sacrificio de Uldyssian, y no un mensaje de un
ángel. Pero hay más —cogió un texto más reciente—. Basándome
en lo que está escrito en este volumen, creo que estos objetos fueron
dejados en la cueva por Korsikk para preservarlos, y luego se
perdieron cuando se lo llevaron los bárbaros.
— ¿El hijo de Rakkis? —Tyrael tomó el libro de las manos de
Cullen mientras los martillazos de Nahr llenaban el aire. El libro
estaba repleto de escritura a mano garabateada, con notas por toda
la página. Últimamente había tenido cierta experiencia recopilando
las historias que Caín y Leah habían dejado atrás, pero aquello era
mucho más difícil de comprender. No sabía cómo Cullen era capaz
de descifrarlo todo.
Cullen asintió.
—Según el diario de Korsikk, su padre estaba obsesionado con la
búsqueda de una guarida primeriza de los nephalem, la ciudad
supuestamente oculta, y Korsikk se unió esa búsqueda —dijo—.
Korsikk descubrió el lugar que encontramos en las montañas, que
creyó que había sido utilizado en origen como puesto avanzado
protegido, un lugar donde los nephalem se ocultasen cuando
estaban en peligro. Korsikk hizo que un hechicero Vizjerei atrapase
al demonio de hueso para protegerla con la intención de volver.
Creía que había puestos como aquel por todo Santuario. Pero creía
que el lugar al que habían regresado los nephalem, su ciudad y base
de operaciones, fue construido por un antiguo nephalem llamado
Daedessa y estaba hacia el oeste. Cerca de allí fue donde se levantó
Westmarch y donde mataron a Rakkis.
—La tumba perdida de Rakkis.
—Eso es —Cullen asintió, mirando a Thomas de reojo. Su
excitación era palpable—. Creemos que la ciudad podría estar a
cierta distancia de las murallas exteriores de Westmarch, pero un
202
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
túnel que lleva allí está justo debajo de la propia Westmarch. Muy
posiblemente, la entrada del túnel está bajo la iglesia de la Orden
Sagrada. Aquí hay mapas hechos a mano. Pero estará protegida por
una magia de hace muchos siglos, y solo un auténtico nephalem
tendrá la llave que abra la puerta.
—Si van a Westmarch, se meterán en un nido de avispas —dijo
Nahr. Había estado escuchando su conversación, y el calor del
fuego hacía que brillase—, los templarios controlan la Iglesia de la
Orden Sagrada, pero los caballeros no estarán ociosos mucho
tiempo más. El rey exigirá una limpieza. Los habitantes de esa
ciudad no tienen ni idea del peligro que corren.
—Nos iremos mañana —dijo Tyrael—. Comandante Nahr, serías
un valioso activo para nosotros.
Nahr sacudió la cabeza.
—No puedo marcharme —dijo—. Mi deber está en Bramwell hasta
que el general Torion me llame para que vuelva a liderar a los
Caballeros de Westmarch. Pero puedo enviar un mensaje para que
los caballeros sepan que son de fiar —volvió por un instante a su
mesa, se limpió las manos y regresó con algo envuelto en una
tupida tela. Nahr se movía lentamente, como si aquello en lo que
había estado trabajando le hubiese supuesto un esfuerzo terrible.
—Está acabada, tal como pediste —dijo—. Un mortal con una
tremenda habilidad podría utilizarla, aunque haría falta una gran
fuerza, incluso con los ajustes que he hecho.
Tyrael cogió el paquete. Estaba caliente. Notaba los cortantes y
letales filos del arma bajo la tela que la cubría. La desenvolvió lo
suficiente como para ver la empuñadura de la Sagrada Destructora,
la espada del Sicarai. Nahr la había atado con cable y cuero que
había marcado con un sello, y le había hecho algo a la hoja que
enfriaba su poder lo suficiente como para que resultase posible
manipularla. Pero la espada todavía zumbaba con energía.
203
NATE KENYON
—Es un buen trabajo —dijo—. Comandante, gracias por todo.
—Muéstrale esa marca a mi hijo en Westmarch —dijo Nahr,
señalando el sello—. Es la marca de la casa de Nahr y sabrá que es
obra mía y que tienen mi bendición —por un instante, una mirada
de dolor apareció en los ojos de Nahr. Su rostro parecía ajado, tenía
las mejillas hundidas y grises—. Mucha gente ha muerto —dijo—
. Lo que tengan que hacer para detener esto... no será lo bastante
rápido.
Y entonces Nahr se volvió y salió del taller, cojeando como un
anciano, con la gran espalda encorvada como si llevase una pesada
carga.
Tyrael dejó a Cullen y a Thomas discutiendo sobre los detalles del
diario y de los objetos que habían encontrado, y salió al crepúsculo.
No vio a Nahr por ninguna parte y sintió una punzada de culpa por
lo que le había pedido. Reformar una espada angélica requería una
habilidad y una energía tremendas, y podría ser extremadamente
peligroso.
Pero si tenía razón, los resultados valdrían el sacrificio.
La oscuridad era más densa que antes, y el aire frío del golfo hizo
que se apretase la ropa contra el cuerpo. El arma que Nahr había
forjado estaba todavía caliente. Le había pedido al comandante que
hiciese aquellos cambios para Jacob; se convertiría en un punto de
concentración para él, un modo de controlar su fuerza interior.
Estaban más cerca que nunca de encontrar la fortaleza nephalem,
¿pero entonces qué? Una vez que llegasen a la ciudad perdida,
comenzaría la auténtica prueba. Tendrían que enfrentarse a los
mismísimos cielos, ocho mortales contra un ejército de ángeles.
Si llegaban tan lejos. Ninguno de ellos había hablado demasiado
sobre lo que había ocurrido en la montaña. Pero Tyrael sabía que
Imperius y el Sicarai no se detendrían. El destructor regresaría y no
204
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
volvería a ser sorprendido. La verdadera cuestión, pensó Tyrael
mientras se abría paso hasta un lugar silencioso detrás del taller,
era cómo los habían encontrado el Sicarai y la horda de demonios.
¿Los habían seguido desde que habían salido de Bramwell?
¿Estaban los llamados «fantasmas» detrás de aquello? ¿Y qué tenía
que ver aquello con la piedra?
Pensó en la herida que le había hecho a Jacob la criatura de alas
negras. Ha sido marcado...
A través de los árboles que delineaban los límites de la propiedad
de Nahr sopló una brisa. Más allá se encontraba el bosque que se
elevaba hasta las montañas, y más allá de aquello estaba
Westmarch, a varios días de duro camino hacia el oeste. En aquel
bosque podría ocultarse cualquier cosa. Con los dedos temblándole
ligeramente, Tyrael puso el alma envuelta a sus pies y sacó a
Chalad’ar del bolsillo interior de su ropa. No podía verle nadie que
saliera del taller o de casa de Nahr, estaba lejos de los demás, y ya
tendría tiempo de dormir más tarde. Dentro de él se agitaba un
deseo extraño y sin embargo familiar. El cáliz le ofrecería
satisfacción y comprensión, un modo de aliviar la carga que llevaba
sobre los hombros.
Pero cuando se asomó a las profundidades de Chalad’ar, el alivio
no llegó. En lugar de aquello, lo barrió una oleada de desesperación
más potente que cualquier otra que hubiese experimentado antes.
La red de hebras de luz lo encapsuló, atravesando su carne y
llevando con ellas la verdad de aquello a lo que se habían
enfrentado; vio claramente el fin de sus vidas, uno a uno, mientras
los abrumaba el terror y el dolor de la violencia y las pérdidas. La
ira se volvió hacia dentro, y vio sus propias debilidades, sus propios
fallos desnudos. No era ni ángel ni humano, pero tenía todas las
faltas de ambos... orgullo y temeridad, lujuria y lamento, y la
fragilidad que aparecía con un corazón palpitante. El amor era un
205
NATE KENYON
fallo fatal, preocuparse por los demás un obstáculo que le llevaría
a su propio fin.
Vio a Deckard Caín muriendo sobre las toscas tablas de su hogar
en Tristán, buscando consuelo sin encontrarlo; a Leah consumida
por el Demonio Mayor, su cuerpo retorciéndose y haciéndose
pedazos mientras gritaba en agonía. Vio al comandante Nahr
agotado y sin vida en el suelo; vio a Jacob abrasado vivo, la carne
hirviendo en sus huesos. Vio el cuerpo sin cabeza de Cullen,
temblando antes de caer en un charco de sangre.
Lo peor de todo fue la comprensión de que el vacío los esperaba a
todos al final, y que no había nada más que el vacío y el olvido
después de que sus cáscaras mortales se hubiesen convertido en
polvo.
Tyrael gritó sin hacer ningún sonido, sufriendo convulsiones, en
una agonía eterna mientras el tiempo dejaba de existir. Era
ligeramente consciente de otra presencia que lo observaba con
distancia clínica, aparentemente tratando de decidir cuál sería el
siguiente movimiento.
Un poco después recuperó el sentido sobresaltado. Se encontraba
en el bosque, totalmente a oscuras, los árboles a su alrededor como
gigantes sin rostro, la débil luz de la luna filtrándose a través de las
gruesas ramas. El gélido aire le ponía la piel de gallina.
A Tyrael le dolía el cuerpo cada vez que tomaba aliento. Agarró el
cáliz con ambas manos, los dedos agarrotados y los hombros como
bloques de hielo. Miró a su alrededor, desorientado; ¿cuánto
206
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
tiempo llevaba fuera? No recordaba nada, excepto la presencia que
lo observaba a través de Chalad’ar.
Algo se movió en la oscuridad, cerca de él.
Volvió a meterse el cáliz entre la ropa y se llevó la mano a la
empuñadura de la espada. Un debilísimo susurro le llegó a través
de los árboles y el sonido de una rama rozando un cuerpo en
movimiento. Se volvió, vio una forma oscura pasar junto a él y
desaparecer.
¿Fantasmas? Esperó, acallando su propia respiración, inmóvil,
pero no ocurrió nada más. Lentamente el mundo fue recuperando
luz y podía ver el bosque y el camino que debía de haber tomado
viniendo desde abajo. Quizá se había equivocado y había visto
cosas que no estaban allí, un efecto persistente del cáliz. El frío se
redujo ligeramente mientras desandaba el camino. Pronto vio la
parte trasera del taller de Nahr, y el bulto que contenía la espada
del Sicarai seguía donde lo había dejado.
Cuando salió del bosque y recogió el bulto, Mikulov apareció de
entre las sombras.
—No deberías estar fuera solo —dijo el monje—. Cualquiera
puede desaparecer en un bosque como ese —por un instante
estudió la cara de Tyrael a la luz de la luna—. Estás inquieto. Se
libra una gran lucha en tu interior y buscas respuestas. Pero no las
encontrarás aquí fuera.
Una feroz sensación protectora recorrió a Tyrael. ¿Sabía el monje
lo del cáliz? ¿Qué había visto en el bosque aquella noche? ¿Había
sido Mikulov lo que Tyrael había visto moviéndose en las
sombras?
207
NATE KENYON
—No deberías precipitarte a juzgar —replicó—. No sabes nada de
aquello a lo que me enfrento.
—Yo no juzgo —dijo el monje—. No finjo entender lo que
significa pasar de ser ángel a ser mortal, ni de la carga de decidir
qué es lo correcto para el futuro de Santuario y los cielos. Pero
cualquier decisión que tomes debe ser solo tuya, si buscas la
verdad. Los dioses me lo han mostrado.
—Tus dioses —dijo Tyrael—. No los míos.
Mikulov se limitó a asentir.
—Quizá los llamamos de modos distintos —dijo—. Pero el consejo
es el mismo. Creo que tu corazón es puro y tus intenciones
honorables. No estaría aquí si no lo creyese. Pero hay fuerzas
peligrosas activas que nos amenazan a todos y utilizarán cualquier
medio necesario para estropear nuestros planes. Algunos
podríamos reconocerlo. Otros... —se encogió de hombros—,
...quizá no lo veamos hasta que sea demasiado tarde.
Tyrael mantuvo las manos firmes, pero dentro de él la ira empezaba
a salir a la superficie. El monje no debería haberle espiado aquella
noche y su preocupación era equivocada. Chalad’ar sencillamente
le mostró lo que ya existía de un modo que le ayudase a entender
lo que debía hacerse. Aquel era su propósito, prepararlo contra las
difíciles decisiones que debía tomar como líder.
Puede que pierdas a algunos de los que aprecias para salvar a
millones. Así funcionaba el mundo, y nada de lo que pudiese hacer
lo iba a cambiar.
—Saldremos para Westmarch por la mañana —dijo Tyrael—. No
creo que el destructor se pueda curar tan pronto, pero solo es
cuestión de tiempo, e Imperius puede enviar a otros en su lugar.
Sigue vigilando hasta que envíe a alguien que te reemplace.
208
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
No esperó a que el monje respondiese, lo dejó atrás y dio la vuelta
por el taller hacia la casa de Nahr, endureciendo el corazón ante
toda duda. Las cosas seguirían como estaban planeadas. Gynvir
había conectado por primera vez con los poderes de los nephalem
y los demás podrían hacerlo también. Esa noche le daría la espada
del Sicarai a Jacob y se marcharían de Bramwell al amanecer y
forzar la marcha para llegar a Westmarch antes de que sus
enemigos pudiesen volver a reunirse contra ellos.
Lo único que importaba ahora era localizar la fortaleza de los
nephalem y prepararse para la invasión de la Ciudad de Plata. Por
encima de todo, Imperius y el Consejo Angiris no debían saber que
iban.
Mikulov observó al arcángel marcharse. Estaba disgustado, sus
pensamientos estaban en conflicto. Había visto a Tyrael entrar al
bosque como si estuviese en trance, llevando con él un objeto de
gran belleza y poder, pero el monje desconocía su propósito. A
juzgar por su apariencia, el objeto venía de los cielos y no de
Santuario. Pero aun así notaba que de él emanaba un peligro
terrible. El conflicto entre ambos mundos hervía dentro del
arcángel y Mikulov sabía que aquello muy bien podría significar la
muerte de todos.
«Escúchenme», dijo en silencio a los dioses. «Ayúdenme a
descubrir el camino a la luz y la paz».
Mikulov cerró los ojos. Notó el aire acariciándole la cara, oyó el
murmullo de las ramas de los pinos del bosque, notó la sal en su
lengua. Y entonces todo quedó en silencio. Podía notar que los
dioses trataban de comunicarse, pero algo los contenía, una barrera
209
NATE KENYON
de alguna clase que apagaba los sonidos, convertía la luz en
oscuridad, el fuego en hielo y traía el sueño eterno.
El monje abrió los ojos, buscando el origen. Su mente partió,
atravesando visiones. La luna se desvaneció del cielo; los árboles
desaparecieron en un vacío negro que devoró el mundo y lo dejó
flotando solo y sin ataduras, su alma se separó de su cuerpo físico.
Flotó por encima de su cuerpo, notando cómo el viento lo elevaba
por encima de la casa del comandante y oyó el gemido que salía de
las figuras reunidas como estatuas alrededor de la forma caído en
el suelo: su propio cuerpo sin vida. Vio a los fantasmas que
finalmente se lo llevaron en silenciosas alas negras mientras que
una plaga de ángeles descendía sobre el mundo llevando la muerte
con ellos.
210
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
CAPÍTULO VEINTE
Los Altos Cielos
El Sicarai estaba, y su porte no traicionaba la agonía que debía de
consumirlo. El brazo del destructor colgaba inútil a su costado y le
habían cortado parcialmente el ala a la altura del hombro. El
orgullo y su adiestramiento no le permitían al feroz guerrero
demostrar ningún dolor, pero Balzael sabía que sus heridas iban a
tardar en curarse.
Balzael ya había oído el relato de la batalla de boca del Sicarai. De
algún modo, el grupo de Tyrael se las había arreglado para
encontrar un antiguo templo nephalem que había estado oculto a
los cielos y los infiernos durante milenios. Lo que era peor, los
exploradores le habían dicho al Sicarai que el grupo buscaba una
fortaleza nephalem secreta aún mayor para un propósito que no
estaba claro.
¿Cómo una pequeña banda de humanos harapientos habían
resistido a un ejército de demonios y a un destructor angélico? No
solo se habían defendido, sino que habían causado daños. ¿Y cuál
era su meta última... ir a por la piedra de alma negra?
No podían pensar que fueran a tener éxito. Miró el ala del Sicarai.
Una guerrera ha hecho esto con un hacha. Ningún arma humana
211
NATE KENYON
debería haber podido penetrar la energía contenida en el ala de un
ángel; hasta el más ligero contacto la habría convertido en cenizas.
Aquello sorprendía a Balzael, y se preguntaba su significado. Un
solo guerrero nephalem había conseguido expulsar al Demonio
Mayor del Arco Cristalino cuando los Luminarei habían fracasado,
pero Balzael siempre había dado por supuesto que había sido un
milagro provocado por un humano que había trascendido su raza y
había llegado a ser más grande que la sangre mixta que bombeaba
bajo la piel de todos ellos. Los humanos eran peligrosos en
determinadas circunstancias, como un animal arrinconado, nada
más que eso.
Pero ahora debía cambiar sus ideas. Tyrael había sido más astuto
de lo que había creído al reunir a su grupo de nuevos Horadrim.
Estaba haciendo lo mismo que había hecho dos siglos antes.
Aquellos humanos eran peligrosos, y haría falta un planteamiento
más agresivo y planificado.
—Me has fallado —dijo Balzael—. Y has perdido tu arma. Un
Sicarai nunca deja caer su arma. El Guardián no tolerará esto
alegremente.
—Lo siento, mi señor —dijo el Sicarai. Su voz seguía siendo
profunda y fuerte, sin muestra del dolor que debía de estar
sufriendo—. No permitiré que vuelva a ocurrir.
—Por supuesto que no —Balzael trató de evitar que apareciese su
ira. Aquella vez habían sorprendido al destructor; era la única
explicación. Pensó en lanzar a los Luminarei en toda su furia en ese
momento. Pero no podía ordenarlo él solo, y el Consejo todavía no
estaba preparado para acordarlo, a pesar de todo lo que había hecho
Balzael... Imperius nunca permitiría que el ejército descendiese
sobre la tierra de los hombres hasta que se hubiese tomado la
decisión final sobre el destino de Santuario.
No hasta que la piedra hubiese tenido tiempo suficiente para hacer
su trabajo.
212
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
No, el Sicarai y sus amigos de abajo eran suficientes. Había partes
de aquel desastre que podía utilizar, si pensaba las cosas con
cuidado. El grupo de Tyrael buscaba algo importante. Ya habían
demostrado tener más recursos que los aliados de Balzael en
Santuario.
Tenía que averiguar más cosas sobre la fortaleza nephalem, y
consultar al Guardián al respecto. Quizá había algo que pudiesen
utilizar, y quizá los humanos los llevarían al lugar donde se
encontraba la fortaleza, si demostraba paciencia y astucia.
La vez anterior habían ido a ciegas, aparentemente convencidos de
conseguir una victoria fácil. Necesitaban debilidades que explotar;
los humanos se preocupaban demasiado unos por otros, y eso
significaba que eran vulnerables. Antes tenía que saber más sobre
ellos; y luego necesitaba entender las alianzas entre ellos para
poder separarlos.
Balzael estudió al guerrero, que seguía en posición de firmes. Era
su mejor soldado. Y ahora sentía rencor.
—Repíteme exactamente qué estaban haciendo en aquella montaña
—dijo Balzael—. No te dejes nada... Quiero saber cada paso, cada
aliento que exhalaron, todo lo que se llevaron de la cámara
nephalem. Y entonces te curarás las heridas y te prepararás para
volver a enfrentarte a ellos, y esta vez no fracasarás.
Por un momento, la energía del Sicarai se intensificó; su ira
resplandeció antes de que la disciplina y el adiestramiento lo
contuviesen.
—Lamentarán lo que han hecho; te lo prometo.
213
NATE KENYON
Balzael asintió. Tenía mucho que hacer; Imperius le esperaba y
había otros a los que también tenía que informar. Uno, en
particular, no estaría complacido. Pero Balzael todavía confiaba en
que ningún humano, a pesar de su habilidad, podía resistir contra
ellos durante mucho tiempo. Y en caso de que Tyrael demostrase
tener aún más recursos de los que Balzael había previsto, había
otros modos de atacarlo, modos que él no vería venir.
Balzael se preparó para informar a su comandante y para la
regañina que sin duda tendría lugar. No pasaría mucho tiempo antes
de que tuviese noticias mucho mejores que dar.
Y entonces todo Santuario ardería.
214
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
CAPÍTULO VEINTIUNO
La Iglesia de la Orden Sagrada
Durante los días siguientes, los Horadrim siguieron los caminos
menos frecuentados, durmiendo a ratos montando guardia. Zayl
utilizó un hechizo de ocultamiento que camuflaba el ruido de sus
pisadas y los ocultaba de la vista. No había rastro de los fantasmas
que los habían acosado, y el Sicarai no volvió a aparecer.
Jacob caminaba al lado de Shanar y tenía la espada del destructor
en el cinto en todo momento. Tyrael se la había dado antes de que
se fuesen de la casa del comandante Nahr, y el arma le daba la
fuerza y valor que le habían faltado durante demasiado tiempo.
Empezaba a sentirse entero de nuevo, incluso intentó reducir el
abismo que separaba a Gynvir y el nigromante, que seguía siendo
tan amplio y peligroso como el golfo de Westmarch. La bárbara
parecía cambiada desde la batalla en la montaña; había tenido lugar
alguna especie de despertar, un poder que ahora estaba dentro de
ella.
Al fin, los Horadrim alcanzaron las afueras de la ciudad de
Westmarch. Se unieron a un río creciente de personas, tratando de
confundirse entre la multitud. Unas gigantescas murallas de piedra
rodeaban una impresionante entrada fuertemente protegida por
vigías y arqueros. Westmarch era floreciente, en crudo contraste
215
NATE KENYON
con Bramwell; también era mucho mayor, con murallas y edificios
de piedra que se alzaban entre colinas aparentemente infinitas.
La conocida forma del lobo enseñando los dientes aparecía en
estandartes de color rojo intenso que se movían al viento cuando
los Horadrim entraron por las puertas junto con carros cargados de
mercaderías tirados por bestias y otras personas que iban a pie.
Jacob podía oler la ciudad, una mezcla intoxicante de carnes
hervidas y especias, sudor, desperdicios podridos, estiércol animal
y suelo embarrado. Le recordaba a la zona alrededor de las tiendas
en Caldeum. Las personas se empujaban unas a otras, anunciaban
sus mercancías a gritos, discutían por los precios. La energía y la
excitación se mezclaban con violencia soterrada.
El camino estaba pavimentado con gruesos adoquines y paja
desperdigada empapada con excrementos y orina de muía. Unas
tiendas improvisadas ocupaban cada espacio disponible en el
mercado abierto. Los mercaderes de especias y los vendedores de
telas trataron de atraerlos. Resultó difícil negarse a una anciana que
prometía leerles la buenaventura; agarró a Jacob por la capa con
unos dedos deformados por la artritis antes de que se la quitase de
encima, y ella le escupió y maldijo mientras se alejaban.
La ciudad era ruidosa y estaba llena de gente. No vieron al hombre
de la armadura hasta que lo tuvieron delante de las narices.
De repente la multitud se separó como si fuese magia y el hombre
pasó entre ellos. La punta metálica de su lanza resonaba contra el
suelo. La gente que los rodeaba miraba fijamente, como esperando
a que empezase el espectáculo.
—Digan a qué han venido —dijo.
—Queremos hablar con Lorath Nahr —dijo Tyrael—. Traemos
noticias de su padre en Bramwell.
216
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
El hombre entrecerró los ojos aún más mientras miraba de reojo a
los demás.
—No conozco al tal Lorath —dijo—, pero los de su clase no son
bienvenidos aquí —hizo un gesto con su lanza señalando a Shanar
y Zayl—. Magos y nigromantes no tienen cabida en la ciudad de la
Luz.
—Quizá podrías guiarnos para llegar a la Iglesia de la Orden
Sagrada —dijo Tyrael—. También tenemos algo que hacer allí.
— ¿El qué?
—Buscamos a Norlun —dijo.
— ¿Y por qué debería veros?
—Somos guerreros sagrados que desean ayudar en su causa del
modo que podamos.
Al oír esto, el comportamiento del hombre cambió y su cuerpo se
relajó ligeramente. Miró alrededor, a la multitud. Ninguno de ellos
le devolvió la mirada.
—Entonces buscan entendimiento —dijo—. Puedo llevarlos allí.
Deberían rezar por encontrar su favor.
Un templario. La mano de Jacob se deslizó hacia el arma que
llevaba al cinto.
—Mis compañeros han de encontrar un alojamiento seguro para
nosotros —dijo Tyrael—. ¿Hay alguna posada cerca?
—El Perro Mordedor —dijo el hombre. Miró de reojo a Jacob, y
luego a Tyrael—. Justo detrás de la curva. Es probable que tengan
camas, aunque probablemente haya tantos bichos como ladrones.
Tyrael se volvió a Jacob.
—Ve y llévate a los otros. Cullen, Thomas y yo nos reuniremos con
ustedes más tarde.
217
NATE KENYON
El hombre los guió lentamente a través de las calles de la ciudad,
pasando por enormes edificios de piedra, arcos y callejones,
alcantarillas repletas de agua negra que se movía lentamente y
desperdicios. Los olores seguían asaltándolos desde las puertas de
las tiendas y los rincones oscuros donde los pedigüeños se encogían
entre sombras.
Según caminaban por una suave cuesta hacia el centro de la ciudad,
los edificios empezaron a ser mayores y más adornados, con
torretas, ventanas estrechas, bóvedas acanaladas, contrafuertes
gárgolas asomadas desde los tejados que observaban la marcha de
la multitud. Había más gente reunida en un mercado al aire libre,
empujándose unos a otros para apartarse del camino del templario.
Tyrael pudo ver fragmentos de la vieja catedral antes de que
llegasen hasta ella. El edificio se levantaba por encima de las otras
estructuras cercanas como una monstruosa bestia de piedra, con su
torreta de aguja y las vidrieras que parecían brillar desde dentro. La
catedral llevaba siglos allí, construida para los Zakarum, explicó
Cullen, y más tarde utilizada por los Caballeros de Westmarch
antes de que se convirtiesen en una orden más seglar, preocupada
básicamente por la protección del rey y de las fronteras de
Westmarch.
—Por lo que he oído, los caballeros todavía la consideran suya —
dijo en voz baja, mirando la espalda del hombre que marchaba por
delante—. Si la orden templaría la controla, es probable que haya
tensión entre ellos.
Al llegar a la catedral, varios hombres más de expresión sombría
les salieron al paso. Los guardias estaban nerviosos. El primer
218
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
templario habló con los otros durante unos momentos, haciendo
gestos. Luego regresó a Tyrael con el ceño fruncido.
—Norlun está ocupado —dijo—. Pueden esperar dentro.
Los acompañaron a través del camarín principal hacia el vasto
salón interior del culto, hecho completamente de piedra, mientras
que el suelo estaba adornado con un diseño de líneas como una red.
Una inmensa talla se cernía a su izquierda, entre velas
parpadeantes, ante una pequeña escalera. Unos cuantos hombres
estaban allí reunidos hablando; se callaron cuando guiaron a los
Horadrim entre ellos, pasando unos bancos de madera alejándose
del altar, hacia otro pasillo.
Antes de que su guía los llevase a una pequeña sala de espera,
Tyrael notó una puerta al otro extremo del salón, cerrada y vigilada
por otros dos hombres armados. Luego el hombre cerró la puerta
tras él, dejándolos solos.
Un tapiz hecho de seda azul colgaba de la pared. Cullen levantó el
borde y vio el blasón Zakarum tallado en la piedra debajo. Unas
velas ardían en unas abrazaderas de plata, iluminando el cuarto.
Thomas comenzó a andar de un lado a otro.
—Ha sido demasiado fácil —dijo—. Esto no me gusta. ¿Por qué
nos iban a dejar entrar sin quitamos antes las armas?
Tyrael había pensado lo mismo. Podrían haberse metido de cabeza
en una trampa. Pero si la ciudad perdida de los nephalem estaba
bajo la catedral y tenían que pasar por encima de los templarios
para llegar a ella, lo haría.
«Los habitantes de la ciudad no tienen ni idea del peligro que
corren», había dicho Nahr. «El rey exigirá una limpieza».
219
NATE KENYON
La limpieza podría llegar antes de lo que nadie esperaba.
Los pensamientos de Tyrael fueron interrumpidos por el ruido de
unas pisadas que se acercaban. La puerta se abrió y entró un
hombre con las mejillas enrojecidas y con aspecto de faltarle un
poco el aire. Era delgado y de altura corriente, y no encajaba
inmediatamente en el papel de alguien que liderase un grupo como
aquel. Aunque llevaba una banda azul en la cintura, no llevaba la
armadura templaría. Pero su mirada era como hielo y obviamente
era respetado por los hombres que iban tras él, que se inclinaron y
salieron del cuarto.
—Yo soy Norlun —dijo—. Líder de la orden templaría de
Westmarch. ¿Qué quieren?
—Venimos desde Caldeum —dijo Tyrael. Le dio la mano a Norlun
y vio que este la estrechaba con firmeza—. Puede que hayas oído
hablar de ciertos problemas recientes allí, pero es probable que no
sepas la verdad al respecto. El alzamiento de la guardia del
emperador contra el pueblo fue instigado por demonios, no por
hombres. Luchamos allí contra la oscuridad, y hemos visto horrores
que pocos otros hombres han visto. Tememos que ocurra lo mismo
en Westmarch.
— ¿Qué tiene eso que ver con nosotros?
—Queremos unirnos a hombres que tengan principios y que sean
lo bastante fuertes como para hacer lo que sea necesario cuando
llegue el momento. Incluso aunque eso signifique tener que
traicionar al rey.
Norlun entrecerró los ojos.
—Somos una orden pacífica y solo buscamos expulsar a la
oscuridad y servir a la Luz.
—Como nosotros —dijo Tyrael—. Pero a veces... hay que tomar
decisiones difíciles.
220
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Norlun lo estudió durante largo rato. La puerta se abrió y entró un
hombre fornido.
—Señor —dijo—, habías pedido saber cuándo...
—Ahora no —replicó Norlun—. Diles a Stefan y a Kamir que
esperen fuera.
El joven asintió y cerró rápidamente la puerta.
—Decisiones difíciles, cierto —dijo Norlun—. Si tengo razón,
tendrán que tomar alguna dentro de poco. Pero a los templarios se
nos ha dado una carga sagrada y tenemos la intención de llevarle
este mensaje a la gente. Trabajamos para limpiar a aquellos
pecadores que han abrazado la oscuridad y han renacido a través
de nosotros como hijos de la Luz, limpios y puros. No queremos
problemas con los Zakarum, los caballeros, o el rey Justinian, a
menos que ellos nos los planteen a nosotros.
—Entonces quizá hayamos venido al lugar equivocado.
—Esto es lo que yo creo —dijo Norlun—. Creo que el rey los ha
enviado como espías para recopilar información sobre nuestra
orden, quizá incluso para que se infiltren en ella. Creo que los
caballeros se ven amenazados por nuestra presencia, y que no
desearían otra cosa más que aplastamos.
—Si es así —dijo Tyrael, sosteniéndole la mirada al hombre—, no
sabemos nada de eso.
—O quizá los Zakarum están detrás de esto, todavía manejando los
hilos —dijo Norlun—. Siguen teniendo más influencia en esta
ciudad de lo que cree la mayoría —se encogió de hombros—. No
importa. Yo solo respondo ante el gran maestro de la orden
templaría y a veces, sea todo dicho, ni siquiera ante él. Mis hombres
entienden nuestra misión y morirían por mí, sí fuese necesario.
Estos son dos de ellos —abrió la puerta para mostrar a dos hombres
rígidamente en posición de firmes—. Esperan mis órdenes. No se
equivoquen: haremos lo que haga falta para limpiar el mal en
221
NATE KENYON
Westmarch y nuestras tierras circundantes y para llevar a la gente
hacia la Luz.
Durante un largo rato se hizo el silencio en la sala. Tyrael esperó a
ver si los templarios desenfundaban sus armas. Pero no se
movieron y Norlun acabó por sonreír.
—Ahora, háganme un favor —dijo—. Díganle esto al rey:
deseamos continuar con nuestra misión en paz, llevar nuestro
mensaje a Westmarch, uno a uno. Pero no toleraremos
intimidaciones y si los caballeros tratan de aplastamos, se
sorprenderán de lo que encuentren. Tenemos apoyos entre la gente.
Puede que la Iglesia de la Orden Sagrada fuese construida por los
Zakarum, pero ahora es una iglesia templaría y así permanecerá.
—Si conociésemos al rey, se lo diríamos —dijo Tyrael.
La gran sonrisa de Norlun se extendió aún más.
—Eres resbaladizo, ¿no? Pero quieres algo. Aquí no lo conseguirás
—Norlun asintió ligeramente hacia sus hombres y estos se
apartaron—. Pueden marcharse y darle mi mensaje a Justinian —
dijo—. Si estuviese en su lugar, yo no me quedaría aquí mucho
tiempo.
Tyrael se acercó y los guardias se tensaron, volviendo a agarrar sus
espadas. Norlun se echó ligerísimamente hacia atrás y su acerada
expresión flaqueó por un breve instante.
—Quizá volvamos a vemos —dijo Tyrael.
Dejó al hombre sin decir otra palabra, con Thomas y Cullen
siguiéndolo. La puerta al otro lado del salón seguía cerrada y
vigilada por los dos hombres armados.
222
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Según se abrían paso a través de la vieja catedral Zakarum, creyó
oír un débil grito filtrándose desde alguna parte bajo sus pies, pero
no pudo estar seguro.
Tras haber conseguido tres habitaciones llenas de pulgas en la
posada del Perro Mordedor, Jacob se dispuso a buscar a Lorath
Nahr. No le resultó difícil; un guardia de la ciudad reconoció el
nombre y, después de que le dijese que traían un mensaje urgente
del padre de Lorath en Bramwell, prometió llevar pronto al joven
caballero con él.
El guardia les dijo que esperasen en la taberna de la planta principal
de la posada. El monje y el nigromante se fueron por su cuenta.
Gynvir pareció aliviada de ver que Zayl se marchaba. Habían
establecido una frágil tregua, pero ni siquiera los esfuerzos de Zayl
en el templo nephalem la habían hecho cambiar de opinión, y Jacob
era reacio a hablar de ello. Zayl le era útil al grupo en muchos
sentidos, pero la desconfianza que ella sentía por los de su clase
corría por profundas y peligrosas aguas que él no querría cruzar.
Jack se sentó en una mesa de un rincón en la taberna con Shanar y
Gynvir. Pidieron cordero, pan e hidromiel, y escucharon las
conversaciones de los habitantes de Westmarch. Había una tensión
soterrada incluso mientras bebían y festejaban; circulaban rumores
de extrañas desapariciones. En una mesa cercana un hombre
hablaba de un posible levantamiento contra la guardia del rey,
mientras la mayoría decía que todo aquello era un cuento absurdo
propagado por aquellos a quienes no les gustaba el nuevo toque de
queda establecido después de que encontrasen a tres caballeros
muertos, a quienes sus desconocidos atacantes habían cortado el
cuello.
223
NATE KENYON
—El comandante Nahr tenía razón —dijo Shanar—. Hay oscuridad
en Westmarch —miró a Jacob, con algo más relampagueando en
sus ojos—. Has recuperado parte de tu viejo valor en el camino,
¿no? —miró de reojo a Gynvir, con media sonrisa agraciando sus
bonitos labios—. Ándate con ojo o la bárbara te llevará a su cueva.
Gynvir enrojeció ligeramente antes de apartar la mirada.
—No tengo una cueva —dijo—. Y eres tú la que tienes un pasado
con él, no yo.
Shanar tenía razón, pensó Jacob. Se sentía distinto. Más parecido a
como solía sentirse cuando El’druin le daba fuerzas y valor para
hacer lo correcto. Pero para él las cosas habían cambiado en Tristán
en otros sentidos. Se tocó la cicatriz del hombro. ¿Podrían los
fantasmas seguirlos hasta la ciudad? ¿O ya estaban allí?
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la llegada del
guardia, que les presentó a un joven caballero de armadura como
Lorath Nahr. Tenía el cabello rubio, los ojos azules y se parecía
poco al comandante, excepto por el corte de su mandíbula y la
ancha frente.
— ¿Tienen noticias de mi padre? ¿Cómo sabré que decís la verdad?
Es una época peligrosa para andar fiándose de desconocidos.
Jacob sacó la espada de la vaina lo suficiente como para mostrarle
la marca grabada en el cuero, con cuidado de no revelar la extraña
arma a los demás.
—Hizo este trabajo para mí —dijo Jacob—. Si te sientas a beber
con nosotros, hablaremos de cómo podemos ayudamos el uno al
otro.
— ¿Quiénes son?
224
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—Somos Horadrim —dijo Jacob—. En una misión de la mayor
importancia. El destino de Santuario podría depender de ello. Y el
tiempo se acaba.
Tras un momento de duda, Lorath le dijo al guardia que se fuese y
tomó asiento. Jacob esperó a que la gente cercana hubiese vuelto a
sus conversaciones y a Lorath, que había pedido una jarra de
hidromiel. Después de que se la trajesen y el joven hubiese dado
un largo trago, Jacob le explicó que su padre le había contado algo
de aquello a lo que se enfrentaban en Westmarch.
—Las últimas semanas he enviado a varios hombres a Bramwell,
pidiéndole que venga con sus soldados —dijo Lorath—. Ninguno
de ellos ha vuelto.
—Puede que se los hayan llevado por el camino.
—El templario se está volviendo más osado —dijo Lorath—. Pero
matar a los hombres del rey... —sacudió la cabeza—. Ni siquiera
ellos son capaces de intentar algo tan atrevido —dudó—. Ha
habido rumores de otras desapariciones y avistamientos de cosas
que no se pueden explicar.
Jacob le contó lo que habían visto en Bramwell, manteniendo la
voz lo bastante baja para que otros no le oyesen. Lorath escuchaba
y cada vez se le abrían más los ojos, una expresión que se fue
endureciendo volviéndose de furia tras el relato de los cuerpos
apilados dentro de las cámaras olvidadas de las montañas.
—Aquí las historias son parecidas —dijo en voz baja, tomándose
un instante para mirar por la sala. Nadie parecía estar prestándoles
demasiada atención—. En el círculo interno de los caballeros creen
que los avistamientos de extrañas criaturas tienen algo que ver con
los templarios, aunque las cosas que describe la gente no parezcan
ser de este mundo. El rey está furioso y el general Torion está harto.
Necesito decirle a mi padre que vuelva a Westmarch y que traiga a
sus hombres. Puede que ya sea demasiado tarde.
225
NATE KENYON
—Quizá podamos ayudar. Varios miembros de nuestra partida
están visitando la Iglesia de la Orden Sagrada en este momento...
— ¿Son más? —la mirada y el tono de Lorath eran agudos—.
¿Cuántos? ¿Y qué hacen en la catedral?
—Sopesar la situación y buscar debilidades en la armadura
templaría, por así decir —dijo Shanar—. Puede que dentro haya
algo que necesitamos, y no podemos permitimos pedirlo por favor.
Jacob esperaba que el joven se mostrase escéptico, pero Lorath
escuchaba atentamente mientras contaban su historia, a veces
haciendo preguntas, incisivo y cada vez más entusiasta. Había
estudiado con los mejores tutores de Westmarch, dijo, y había
aprendido la historia de los Horadrim por uno de ellos que conocía
las antiguas leyendas de la orden. Siempre le habían fascinado.
—Cuando era niño solía jugar a que era un héroe horádrico —
dijo—. Luchaba con monstruos con mi espada de madera. Es como
si hubiese sido hace muchos años.
—Puede que todavía tengas tu oportunidad —dijo una voz. Jacob
levantó la mirada y vio a Tyrael de pie ante ellos con Thomas y
Cullen a su lado—. En la iglesia hay una puerta cerrada y vigilada
que lleva a los niveles inferiores —dijo—. Tenemos que averiguar
qué hay detrás de esa puerta.
—Quizá yo pueda ayudarlos con eso —dijo Lorath.
El grupo se retiró a sus habitaciones para tener más intimidad. Se
sentaron en catres juntados en una de las habitaciones pequeñas
mientras el crepúsculo caía sobre la ciudad y a través de las paredes
se oían los gritos de los borrachos y lascivos clientes de la posada.
Si la orden de los templarios reclutaba a ladrones y alimañas, pensó
Jacob, bien podrían empezar allí, en el Perro Mordedor. Pero
226
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
aquello les daba a los Horadrim un modo de camuflarse; allí nadie
hacía demasiadas preguntas y los habían dejado en paz.
Jacob estaba deseando entrar en batalla. Le cosquilleaban los dedos
y sentía la espada caliente sobre la pierna. Shanar estaba sentada lo
bastante cerca como para tocarla. Notó sus miradas de reojo y la
idea de su cuerpo pegado al de él le hizo recordar días pasados.
Casi parecía como si las cosas pudiesen volver a ser como antes,
cuando habían luchado contra los demonios apestados y las hordas
babeantes de los Inflemos Abrasadores y habían compartido el
lecho.
Lorath explicó la situación en Westmarch con más detalle. Aunque
estaban cerca de la fe Zakarum, la aparición de los templarios había
amenazado a los Caballeros de Westmarch, dijo.
—Algunos caballeros también se han unido a ellos, pero la mayoría
ni confía ni cree en lo que los templarios de Westmarch están
haciendo, particularmente bajo el liderazgo de Norlun.
Recientemente interceptamos una nota que indicaba que están
preparando una rebelión contra el rey. El general Torion ha
decidido atacar a los templarios y acabar con esta amenaza ya antes
de que se descontrole.
—Tenemos que volver a entrar en ese edificio —dijo Cullen.
—Los niveles inferiores de la iglesia son profundos, y
sospechamos que encierran algunas de las actividades más
traicioneras de los templarios —dijo Lorath—. Son poderosos
magos y guerreros. Quieren saber lo que hay tras esa puerta cerrada
y a nosotros nos vendría bien una ayuda.
—Norlun creía que éramos espías enviados por los caballeros para
infiltramos en sus filas —dijo Tyrael—. Quizá no esté tan
equivocado. Pudimos descubrir algunas debilidades en sus
defensas. El salón principal es grande, pero la visibilidad hacia
fuera es pobre. Aunque solo tienen que proteger una entrada
principal, si conseguimos pasar en secreto, caerán rápidamente.
227
NATE KENYON
La puerta se abrió y entraron Mikulov y el nigromante.
—Ciertamente hay oscuridad en Westmarch —dijo Zayl sin
preámbulos—. Ambos la hemos notado. Los fantasmas siguen
cerca.
A Jacob le erizó el cabello una extraña sensación y la cicatriz del
hombro le latió débilmente.
—Yo también los noto —dijo. Lo había soltado sin pensar, pero
los otros se le quedaron mirando mientras se frotaba el hombro
donde había empezado a latirle—. Creo que será mejor que no
malgastemos mucho tiempo —añadió.
—El general tiene una reunión con el comandante Barnard y los
principales oficiales esta noche para trazar nuestro planteamiento
—dijo Lorath—. Confía en mí implícitamente. Puedo conseguir
que acepte su ayuda.
—Sería buena idea que fuese contigo —dijo Zayl.
Lorath pareció escéptico.
—Perdona que te lo diga, pero el general... en realidad, los propios
caballeros... no confían mucho en tu...
—Puede que sea así, pero esta vez el general Torion escuchará —
intervino Humbart desde el bolso de Zayl. Gynvir murmuró algo
entre dientes cuando el nigromante extrajo el cráneo, provocando
un grito ahogado y un mohín de desagrado involuntario en el joven
caballero. Humbart se rio—. No te sorprendas tanto, muchacho;
solo es un pedazo de hueso. Torion, Zayl y yo tenemos un pasado.
Y el resto de los sirvientes de la casa de Nesardo también responde
por nosotros.
Zayl asintió.
228
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—Humbart tiene razón. Puede que el general desconfíe de los
nigromantes, pero sabe que mis intenciones son honorables.
—Muy bien —dijo Lorath. Miró cautelosamente al cráneo—. He
oído hablar de cosas así, incluso he leído relatos históricos, pero
nunca había visto...
—No soy un objeto de exposición para que te diviertas —dijo
Humbart—. ¡Deja de mirarme fijamente, muchacho! Puede que
esté muerto, pero ten un poco de decencia.
—Mis disculpas —dijo Lorath. Apartó la mirada del brillante
cráneo—. Quizá debería marcharme. No queda mucho tiempo...
—Te sugeriría que enviases un mensajero a Bramwell pidiendo
ayuda y otro a nuestros hermanos horádricos en Gea Kul
pidiéndoles que vengan a Westmarch —dijo Thomas—. Caballeros
no, sino personas que puedan pasar desapercibidas y que tengan
menos probabilidades de ser eliminados en el camino. Si la
fortaleza nephalem está aquí y los fantasmas se encuentran cerca,
sospecho que muy pronto vamos a necesitar a tantos luchadores
como encontremos.
229
NATE KENYON
CAPÍTULO VEINTIDÓS
El asalto a los templarios
Tyrael fue presentado al general y a su segundo al mando en una
sala privada fuera del palacio del rey dos horas antes de que los
caballeros fuesen a actuar contra la Iglesia de la Orden Sagrada. El
general era un hombre bastante corpulento que se mantenía en
forma, aunque estaba entrando en sus últimos años. Llevaba el
cabello apartado de un rostro atractivo que había ido
endureciéndose con el tiempo, y sus gélidos ojos azules todavía
eran agudos. Tenía una leve cicatriz en una mejilla, una gran nariz
ganchuda y una barba gris cuidadosamente recortada.
El comandante Barnard, en contraste, era más bajo y mucho menos
imponente, y se sometía a la autoridad de Torin siempre que ambos
hombres estaban juntos. Tyrael sospechaba que, si les diesen la
oportunidad, los hombres bajo el mando de Barnard hubiesen
preferido que Nahr regresara a Bramwell para dirigirlos.
Zayl ya les había contado su historia a los dos hombres y Tyrael les
contó lo que había visto dentro de la Iglesia de la Santa Orden.
Torion parecía confiar lo suficiente en el nigromante como para
permitir que los Horadrim fuesen con ellos. Había visto lo que
podía hacer Zayl cuando el nigromante acabó con el demonio araña
Astrogha hacía años. Un mago como aquel era un activo valioso;
230
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
varios de ellos a la vez eran suficientes para darle la vuelta a la
situación si las cosas se ponían feas.
Las fuerzas de los Caballeros de Westmarch se reunieron cerca de
la catedral a las primeras horas del día. La luna estaba oculta tras
las nubes y las calles casi vacías, pero el general Torion y el
comandante Barnard no querían arriesgarse y mantuvieron el orden
estrictamente. Sus hombres estaban tan silenciosos como muertos
y había guardias vigilando lugares estratégicos en busca de espías
templarios.
Torion impresionaba aún más con la armadura completa, y la
cabeza de lobo de su casco relucía a la tenue luz cenital. El olor
agridulce de los desperdicios se elevaba de las alcantarillas como
una desagradable nube. A esta hora las velas de las ventanas de las
habitaciones estaban apagadas y la gente metida en sus camas.
Torion le dio instrucciones a Barnard para que se llevase a unos
hombres a la parte posterior de la catedral mientras él dirigía el
asalto frontal.
—Nos moveremos con decisión y fuerza abrumadora —dijo—.
Quiero el mínimo combate cuerpo a cuerpo posible. Los habitantes
de Westmarch deben levantarse mañana sin saber lo que ha
ocurrido mientras dormían. Pero no se equivoquen: ninguno de
esos templarios son inocentes, y no dudarán en quitarles la vida si
tienen la ocasión. Puede que reconozcan algunas caras. Pero si
fueron sus hermanos o vecinos... ya no lo son. Han sido entrenados
para matar y lo que tienen planeado para esta ciudad es mucho peor
de lo que puedan imaginar. Este es un ataque preventivo...
Un grito desde algún punto cercano a la catedral rompió el silencio,
seguido por el choque de las espadas. Alguien había sido
descubierto y se había dado la alarma.
Torion lanzó un taco, haciéndole un gesto a Barnard.
231
NATE KENYON
— ¡Muévete, ya!
El comandante avanzó a toda prisa, pero Lorath se detuvo un
instante junto a Tyrael.
—Hagan lo que puedan para entrar —dijo—. Esta es su
oportunidad.
Lorath se llevó a los hombres que tenía bajo su mando y salió
corriendo. Más choques de espadas resonaron en las calles
desiertas por encima de los gritos de hombres y el gemido de
alguien gravemente herido.
—Puedo conseguir que entremos —dijo Zayl, al lado de Tyrael—.
Un simple hechizo...
Tyrael asintió.
—Hazlo, y deprisa —dijo.
Zayl invocó un hechizo que descendió sobre el templario más
cercano, enmudeciendo el sonido y atenuando la luz, lo que los
rodeó de una esfera de silencio y oscuridad. El grupo pasó
corriendo al lado de tres templarios que estaban cerca de la entrada
de la catedral. Nadie los vio ni oyó. Otros templarios estaban
situados en altos huecos de las paredes, preparados para lanzarles
flechas a cualquier caballero que se acercase demasiado. «Alguien
los ha avisado», pensó Tyrael. Pero el enemigo estaba ciego; el
hechizo del nigromante les permitió cruzar la plaza abierta hasta la
puerta principal de la catedral sin problemas.
232
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
El problema era entrar. Sin duda la puerta estaría cerrada; incluso
aunque no lo estuviese, serían descubiertos en cuanto intentasen
abrirla. Podrían sacarla de sus goznes y entrar, pero la batalla sería
feroz y los arqueros podrían ser peligrosos desde arriba una vez
recuperasen la vista. El hechizo mantenía a los Horadrim invisibles
temporalmente, pero no los protegería de los ataques.
Tyrael levantó una mano y se detuvo justo delante de los escalones
de entrada.
—Una maldición especial debería bastar —dijo Humbart desde el
bolso—. ¿Te acuerdas de aquella vez en el Camero Negro,
muchacho?
Zayl asintió. Se concentró durante un largo rato, murmurando para
sí, y un grito de miedo salió desde dentro, junto con ruidos de pelea.
Unos segundos después, algo cayó al suelo, la puerta se abrió y
salió un hombre, gritando y dándose tirones a su propia cara con
ambas manos, clavándose las uñas en la carne y provocando ríos
de sangre en sus mejillas. El guardia templario volvió a chillar,
balbuceando como un loco algo sobre demonios; se volvió,
manoteó ante atacantes invisibles, se tambaleó, y rodó por los
grandes escalones de piedra, cayendo hecho un guiñapo a los pies
de Tyrael.
Los Horadrim no perdieron tiempo y subieron corriendo las
escaleras hacia la puerta abierta. Un corpulento hombre con
armadura, uno de los que habían estado fuera durante su reunión
con Norlun, estaba estirando el brazo para cerrarla. Tyrael le cortó
el cuello con El’druin, sintiendo una punzada de arrepentimiento
mientras apartaba al moribundo. Torion había dicho que habían
torturado a aquellos hombres para que creyesen que estaban del
lado de la justicia. Pero Norlun no era de la clase de hombres que
dudarían en pedir que les cortasen la cabeza a los Horadrim y habría
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NATE KENYON
un gran derramamiento de sangre si no actuaban con rapidez.
Piensa en las consecuencias de no actuar. Dos vidas a cambio de
muchas más...
Ya estaban en la antecámara. Rápidamente, Tyrael enfundó su
arma. Más templarios corrían a cerrar la puerta, pero el hechizo de
Zayl se mantuvo cuando pasaron a su lado, aparentemente
ignorantes del grupo de invasores que estaban entre ellos. Eso
estaba bien; podrían haber intentado atacar a los templarios allí,
pero su verdadera meta era llegar a la puerta cerrada del otro lado
del salón lo más rápidamente posible.
Tyrael los guió por la sala, permaneciendo pegados a la pared,
evitando el centro, que estaba lleno de templarios gritando órdenes.
Norlun no estaba por ninguna parte. Había entrado por el pasillo
más allá del cuarto donde se habían reunido antes con el líder
templario. La puerta al final de la sala seguía guardada por dos
templarios, con las lanzas preparadas. El hechizo de Zayl se
desvanecía; Tyrael vio cómo a los hombres se les abrían los ojos
como platos y uno de ellos cargó hacia delante.
Jacob se dirigió hacia él con el destructor sacralizado.
El arma lanzó un destello cuando chocó con la lanza del templario,
destrozándola y alcanzando al hombre en el pecho, casi partiéndolo
por la mitad. De la espantosa herida brotó sangre y el guardia cayó
hecho pedazos. El otro guardia gritó alarmado antes de que Jacob
lo silenciase con otro potente golpe, cortándole la cabeza.
Desde de la nave principal salieron más gritos junto con el ruido de
pies corriendo. Shanar y Gynvir se volvieron para distraer a los
templarios mientras Thomas cogía un juego de llaves de uno de los
guardias muertos, abriendo el pesado cerrojo que sostenía la barra
de hierro que cruzaba la puerta mientras la magia de Shanar
despertaba con un crepitar y la energía brotaba de sus dedos.
234
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
La puerta se abrió, revelando una escalera iluminada por linternas
fijadas a las toscas paredes. El eco de un grito resonó desde abajo
al tiempo que Tyrael guió al resto de los Horadrim hacia los
subterráneos de la catedral.
La escalera terminaba en una sala larga de techo abovedado de
ladrillos y columnas que sostenían el enorme peso de la estructura
que estaba sobre sus cabezas. Había antorchas en abrazaderas
metálicas que iluminaban parpadeantes sus rostros. Más adelante,
había puertas de barrotes de hierro en ambos lados de la sala.
Dentro de las celdas había hombres. Algunos de los prisioneros se
acercaron a los barrotes y gritaron que los soltasen, mientras que
otros permanecían inmóviles entre las sombras. Aquellos que
escondían sus rostros estaban magullados y golpeados, y algunos
estaban cadevéricamente delgados.
Varios templarios que había en la sala saltaron al ataque al ver a los
Horadrim, pero no eran una amenaza real. Mikulov se encargó
rápidamente de los tres guardias más cercanos, esquivando con
facilidad sus golpes de lanza y dejándolos inconscientes con
tremendos golpes de sus puños y pies. Los dos que quedaban
soltaron las armas y cayeron de rodillas, suplicando piedad.
Thomas encontró una celda abierta, salpicada de sangre seca y que
tenía grilletes de hierro fijados a las paredes. Metió dentro a los
guardias y cerró la puerta.
Estaban en una cámara de tortura.
Tyrael miró a su alrededor y vio el potro, ganchos manchados de
sangre, una doncella de hierro con clavos sobresaliendo como
dientes desiguales; aplastapulgares y cuchillas. Aquel no era un
lugar de luz y justicia, nada de un orden pacífica que luchaba contra
la oscuridad. Norlun pagaría por ello.
235
NATE KENYON
Un ruido en la escalera fue seguido por la aparición de Shanar y
Gynvir. Las dos mujeres bajaban deprisa, luchando contra una
marea de templarios que amenazaba con vencerlas por la fuerza del
número.
—Los contendremos —dijo Tyrael. Hizo un gesto hacia Thomas y
Mikulov, y luego miró a Cullen—. ¡Ve a ver qué hay más allá de
esta sala!
A Cullen le resonaba su propia respiración en los oídos y el corazón
le latía con fuerza y rápidamente. Las imágenes de las salpicaduras
de sangre se repetían en su cabeza y los gritos de los heridos lo
seguían mientras corrían.
Aunque lucharía cuando fuese necesario, no era un guerrero. La
violencia siempre le había parecido espantosa; no estaba hecho
para eso, como le había dicho su madre cuando otro chico le daba
una paliza o se quedaba aparte mientras los demás jugaban con
espadas de madera y soñaban con luchar en batallas. Su padre
nunca le había entendido, pero su madre era más comprensiva.
«Eres una alma sensible, mi Cullen», le decía, acariciándole el
pelo. «Tu mundo está lleno de libros, y tienes ansia de
conocimientos. No lo dejes. Un día nos salvará a todos».
Le había prometido que no lo haría. Cuando tenía doce años, ella
murió de complicaciones en el parto de un segundo hijo y había
jurado honrarla. Había visto entonces la sangre entre sus piernas y
esa imagen la había recordado todos esos años. Su promesa y su
curiosidad intelectual era lo que le habían llevado hasta los
Horadrim y en eso, pensó, se parecía tanto a Deckard Caín como
podía esperar parecerse.
236
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Cullen corrió a través de la larga cámara, intentando ignorar los
gritos de los prisioneros rogándole que los liberase. Pensó en los
objetos que habían encontrado, en el diario de Korsikk, y todo
señalaba a aquel lugar. La entrada a la fortaleza nephalem estaba
en alguna parte bajo la catedral; estaba seguro.
La zona abovedada llevaba a un arco de piedra y otra sala. La
última antorcha no proyectaba su luz dentro, y Cullen la sacó de la
abrazadera de la pared y la llevó con él para iluminarse el camino.
La sala era mucho más vieja, los techos, más bajos, y se combaban
bajo el peso de las calles que tenía encima. Su uso anterior era un
misterio, pero el polvo que había encima de todo estaba intacto.
Hacía tiempo que no la visitaban.
Movió la antorcha por la sala. En el otro extremo había una antigua
rejilla de hierro. Oía el goteo del agua. Las alcantarillas, quizá; el
olor era lo bastante fuerte como para que le llorasen los ojos. Pero
no era eso lo que había captado su interés. A su derecha, por la
pared, había un pequeño panel o puerta unido a la piedra. Parecía
una puerta de acceso de mantenimiento, más que algo que utilizase
la gente habitualmente. Estaba lo bastante baja como para hubiese
que agacharse para pasar por ella.
Cullen acercó la llama. La puerta estaba creada con una especie de
metal, pero no parecía hecha por manos humanas. Su superficie era
perfectamente suave y lisa. No tenía picaporte ni señal de cómo se
podía abrir. Dio unos golpecitos y no oyó nada; el metal apagaba
el sonido y la puerta era tan sólida e inamovible como una montaña.
Cullen pasó la mano por la superficie y, para su sorpresa, notó una
especie de dibujo resaltado, y cuando apartó la mano en la
superficie de la puerta se formaron ondas y apareció un círculo con
una extraña ranura en el centro.
El círculo y la ranura le resultaban familiares.
237
NATE KENYON
Cullen colocó la antorcha en una gran grieta que había en el suelo
y metió la mano en su bolsa en busca del diario de Korsikk. Lo
hojeó con el corazón latiéndole más deprisa. Cerca del final del
diario, en una página llena con notas garabateadas al margen, el
hijo de Rakkis había dibujado un tosco círculo con una ranura en
medio.
Miró la página, bajando sus lentes hasta que pudo ver mejor. La
escritura era apenas legible, pero una entrada destacaba claramente.
Daoril está muerto, quemado desde dentro. Pero ahora estamos
más allá de la puerta. De muchos intentos fracasados he aprendido
una valiosa lección: solo un auténtico nephalem poseerá la llave
para abrirla.
Cullen se echó hacia atrás, la cabeza le daba vueltas. La puerta
estaba protegida de alguna manera; de eso estaba seguro. También
parecía evidente que Korsikk había entrado de cualquier forma, y
que tenía que ver con los poderes que los nephalem podían utilizar.
Quizá Shanar o Zayl podrían encontrar un modo. Pero Cullen no
era ningún guerrero nephalem y no tenía esperanza de romper el
sello protector.
Los gritos y los ruidos de la lucha resonaban desde más allá del
arco y llegaban hasta la sala vacía. La batalla se acercaba. Volvió a
hojear el diario, mirando frenéticamente la emborronada escritura.
Debía de haber algo más ahí, pensó, una frase clave, algún
hechizo... pero no había nada. Las últimas páginas más allá del
dibujo estaban en blanco.
Necesitaba replanteárselo todo, enfocar el problema desde otro
ángulo. Quizá la llave para abrir la puerta no era una habilidad
especial o un hechizo.
238
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Quizá era una llave de verdad.
La idea se le apareció como un relámpago. Con dedos temblorosos,
volvió a meter la mano en su bolsa y encontró el viejo cuchillo del
templo nephalem de la montaña. Un puñal de forma extraña,
ciertamente, con una hoja ancha, gruesa, sin afilar que acababa lisa
y no en punta. De hecho, no era una gran arma.
Una llave.
Cullen lo agarró por el enjoyado mango. Notó el poder zumbando
desde el interior del extraño objeto, que le calentaba la mano y le
subía por el brazo como si algo vivo le hubiese atrapado
mordiéndolo suavemente, y la puerta respondió con energía propia.
El agarre del puñal le resultaba familiar de un modo que no podía
explicar. En la cabeza empezaron a aparecérsele imágenes: la de su
padre, un granjero que trabajaba en el campo desde el amanecer
hasta el anochecer y había sido distante y frío, decepcionado por
un hijo tan intelectual; la cara de su madre, llena de amor por él; la
biblioteca donde había pasado tantas horas durante sus primeros
años. Aquellos recuerdos se disolvieron en momentos en el tiempo
que nunca había experimentado y que sin embargo reconocía como
propios, miles y miles de momentos compartidos que veía a través
de los ojos de otros de cómo vivían y amaban, luchaban y morían.
Pasaban cada vez más deprisa, mezclándose según pasaban a toda
prisa por su mente hasta que comenzó a revivir las historias de los
antiguos que había estudiado en los volúmenes horádricos... Los
nephalem de antaño que habían recorrido aquellas tierras cuando
estaban apenas formadas... No como las había leído, sino como si
las hubiese visto con sus propios ojos.
Cullen metió la hoja plana en la ranura de la puerta. Se deslizó
haciendo clic, y giró la llave hacia la derecha, haciendo girar en
círculo.
239
NATE KENYON
Una tremenda sacudida de energía pasó a través de él, casi
derribándolo. Siguió sujetando mientras la energía crecía, y se
sintió como si hubiese empezado a arder con un fuego purificador
y que sería consumido y convertido en cenizas. Y entonces aquella
energía chocó con la suya propia, que venía de su interior, y que
creció por momentos hasta que empujó a la otra, irradiando hacia
fuera y dándole fuerza a sus miembros. Creyó haber gritado, pero
no estaba seguro; el mundo se había vuelto gris y luego se tomó un
brillante blanco que todo lo consumía antes de desvanecerse y
convertirse en un débil zumbido constante que permaneció con él,
llenando su alma de luz.
Cullen recuperó el sentido con una sensación de paz y fuerza que
no había sentido nunca. Todavía sostenía la llave en su ranura, pero
ahora la puerta estaba abierta.
Sacó suavemente la llave y la puerta se abrió sin un ruido,
mostrando unos escalones que descendían hacia la oscuridad.
240
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
CAPÍTULO VEINTITRÉS
La ciudad perdida
Los templarios habían atacado con fuerza a Shanar y a Gynvir, pero
lo que parecía ser una ofensiva había sido en realidad una retirada
mientras luchaban por sus vidas con las fuerzas que estaban arriba.
Los caballeros habían entrado por la puerta principal y tomado la
catedral, y la batalla había sido feroz. Presionados por la
retaguardia por los Horadrim y atacados por la vanguardia por los
caballeros, los templarios se veían superados. Escogieron
defenderse en las cámaras subterráneas.
Los Horadrim no les permitieron luchar mucho tiempo. La vara de
Shanar brillaba enviando rayos de fuego entre sus filas, y el hacha
de Gynvir probaba la sangre. Norlun les gritaba órdenes a sus
hombres y los mantenía delante de él.
— ¡No les permitan que protejan a la serpiente más tiempo! —gritó
Tyrael. Señaló donde Norlun se escondía detrás del templario más
fornido, y Mikulov corría a través de un bosque de lanzas,
desarmando a tantos como podía sin herirlos.
Pero la mayoría de los templarios no se rendían y luchaban
desarmados. Una docena más murió en las escaleras antes de que
Norlun tirase su arma y les ordenase a los templarios que se
rindiesen.
241
NATE KENYON
Los caballeros rodearon a los hombres que quedaban,
desarmándolos deprisa, y el líder templario demostró ser un
cobarde al final.
El hombrecito llorón estaba de rodillas cuando Tyrael se acercó a
él. Gynvir le había atado las manos a la espalda.
—Me pareció que nos volveríamos a ver —dijo Tyrael—. En
circunstancias diferentes.
—Por favor —empezó a decir Norlun—, no me mates...
Tyrael lo cogió por la pechera y lo puso en pie. Miró de reojo los
instrumentos de tortura que había en las paredes. La ira lo cegaba,
y se le pasó por la cabeza la idea de arrancarle a Norlun la cabeza
de los hombros por lo que había hecho.
—Suéltalo —dijo una voz. El general Torion cruzó el suelo de
piedra y llegó junto a Tyrael—. Yo acabaría con su vida ahora —
dijo—, pero se merece colgar en la plaza, donde los habitantes de
Westmarch puedan verlo.
Tyrael dejó caer a Norlun al suelo.
—Llévenlo con los demás —dijo Torion. Los caballeros llevaron
al líder templario a la celda donde estaban metidos los guardias
mientras Lorath Nahr, con un arañazo en la cara y sangre en la
armadura, avanzó para quedarse junto a Torion.
—Señor, traigo una noticia grave —dijo Lorath—. El comandante
Barnard ha caído en la batalla.
Los demás caballeros se movían, murmurando. Torion les dedicó
una mirada dura.
242
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—Entonces murió noblemente —dijo el general—. Le daremos un
entierro de héroe. ¿Cuáles han sido las otras bajas?
—Once caballeros en total.
Torion suspiró, se frotó la cara y de repente parecía más viejo.
— ¿Has avisado a tu padre?
—He enviado varios mensajeros. Al menos uno llegará.
—Bien. Lo necesitamos aquí, ahora más que nunca, para que tome
su puesto anterior —se volvió hacia los Horadrim—. La Iglesia de
la Orden Sagrada está de nuevo en las manos del pueblo —dijo—.
No estoy seguro de cómo han entrado en la catedral... Un oscuro
hechizo, sin duda... Pero sin su ayuda habría habido más
derramamiento de sangre en ambos bandos —señaló a Zayl con un
gesto—. El nigromante ha ayudado a salvar a la ciudad de
Westmarch más de una vez. Por eso, estamos en deuda contigo.
— ¿Me da permiso para hablar con sinceridad, señor? —dijo
Lorath. Torion asintió—. Los Horadrim buscan objetos
importantes para su orden que podrían estar ocultos bajo estas
cámaras. Considerando las circunstancias, ¿quizá podríamos
permitirles un tiempo para que las busquen?
Torion pareció dudar.
—Lo que pueda haber aquí pertenece al pueblo —dijo—. Mi
gratitud no alcanza a permitir que unos hechiceros desconocidos
correteen por un lugar sagrado sin un guía, tengan o no a un
arcángel.
—Me quedaré con ellos, señor —dijo Lorath. Miró de reojo a
Tyrael—. Si a ellos les parece bien.
Tyrael asintió.
—No somos tu enemigo, general —dijo—. Si que el joven Lorath
se quede con nosotros te tranquiliza, estamos de acuerdo.
243
NATE KENYON
—Muy bien —dijo Torion—. Nos aseguraremos de que la catedral
está segura y haremos guardia fuera. Norlun no inspira tanto
respeto entre los habitantes de Westmarch como él cree, pero sería
buena idea seguir vigilantes. Tienen esta noche para descubrir sus
secretos.
Mientras el resto de los templarios eran pastoreados hacia las
celdas o marchaban hacia arriba con los caballeros, los Horadrim
siguieron explorando bajo la catedral.
Junto con Lorath Nahr, el grupo llegó al final de la cámara mayor
y atravesaron el arco que llevaba a la segunda sala. Cullen estaba
en pie, inmóvil, ante una abertura en la pared, perdido en sus
pensamientos. Cuando Thomas le tocó el hombro, el hombre bajito
dio un salto y parpadeó.
—He encontrado nuestra entrada oculta —dijo sin más—. Ahí la
tienen.
Los demás se asomaron a la apertura. Unos escalones llevaban a la
profunda oscuridad, y el techo y las paredes eran de piedra tosca.
Subía el olor a espacios polvorientos y abandonados y el aire era
frío.
Tyrael mandó a Jacob y a Mikulov a la otra sala a por más
antorchas. Los Horadrim bajaron por las escaleras en fila india,
Tyrael delante, Lorath en retaguardia.
La antorcha que llevaba Tyrael parpadeó, aunque el aire estaba
tranquilo. Las escaleras descendían dando una curva suave,
bajando bastante. Al final Tyrael comenzó a notar una pauta; una
244
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
delgada grieta en la pared de su derecha volvía a aparecer unos
minutos después en el mismo ángulo y con la misma profundidad,
y una pequeña sección de un escalón que se había roto se repetía
exactamente en el mismo lugar docenas de escalones después.
Se detuvo, acercando la antorcha. En el polvo que tenía delante se
veían claramente unas pisadas, pero estaba seguro de que en la
parte superior de las escaleras, donde habían empezado a
descender, no había ninguna pisada, y no había ningún sitio desde
allí donde alguien pudiese entrar a la escalera. ¿Cómo habían
aparecido?
Sintió un roce en el brazo.
—Estamos yendo en círculos —dijo Cullen—. Esas pisadas son las
nuestras. ¿Lo ves? —puso su sandalia sobre una de las pisadas y
encajaba perfectamente—. Eres mortal, pero no humano, y la
entrada está protegida. Quizá yo debería ir delante.
Tyrael le entregó la antorcha y Cullen siguió bajando, girando en
la siguiente curva. Casi inmediatamente la escalera se volvió recta
y la inclinación se suavizó al tiempo que las paredes se
ensanchaban. Unos momentos después la escalera terminaba a la
entrada de otro túnel.
Podrían haber seguido bajando eternamente, pensó Tyrael, de no
haber sido por Cullen. Solo sirvió para enfatizar que Tyrael no era
uno de ellos. Se retrasó hasta la posición de Lorath en la retaguardia
mientras los Horadrim continuaban avanzando, recorriendo un
camino silencioso y vacío que amortiguaba sus pasos y atravesaba
una cueva subterránea que parecía ser de origen natural. La
antorcha iluminó las paredes cuando se acercaban antes de que la
caverna se ensanchase de nuevo y el techo se elevase sobre sus
cabezas. Aunque el camino hacia delante estaba muy gastado, no
había rastro de que allí hubiese habido humanos desde hacía siglos.
245
NATE KENYON
Una o dos veces oyeron algo semejante que parecía un goteo de
agua en alguna parte que no veían, pero nunca vieron ninguna
evidencia, y la caverna seguía extendiéndose en la oscuridad.
Al principio hablaban en voz baja, y luego sus voces fueron
desvaneciéndose naturalmente según avanzaban. El tamaño de la
cueva exigía un respeto silencioso, como si sus palabras fuesen una
ofensa a los dioses reunidos allí. Un peso parecía llenar el aire que
los rodeaba, y el remolino de polvo bajo sus pies llevaba con él el
olor de la Historia.
No era, pensó Cullen, lo que había esperado, ni mucho menos. No
había pruebas de que los primeros nephalem hubiesen estado allí
nunca; la cueva había sido excavada por violentas corrientes de
agua hacía siglos, a juzgar por la forma de las paredes y el suelo.
Pero le resultaba extrañamente familiar, como si hubiese estado allí
hacía muchos años de niño. Había todo un mundo bajo el suelo, un
mundo que permanecía en un estado suspendido esperando a su
regreso. El suyo, pensó Cullen; lo que había ocurrido con la llave
y la energía que lo había recorrido lo había cambiado de una
manera fundamental, como si hubiese vivido una vida anterior y
solo ahora hubiese sido consciente de ello.
Llegaron a un puente natural de piedra que cruzaba un abismo
demasiado profundo como para que sus antorchas mostrasen el
fondo, y allí el eco de sus pisadas les llegaba como sí los siguiesen
figuras invisibles. El nigromante y su cráneo murmuraban en
conversación; Zayl le pidió a Cullen su antorcha y se puso en
primer lugar, con Cullen y Thomas inmediatamente detrás de él, y
Mikulov detrás. El puente era estrecho y tenían que cruzarlo en fila
de a uno. El suelo a cada lado desaparecía en la nada, y los guijarros
246
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
caían repiqueteando hacia las profundidades a su paso como
pequeños animales que tratasen de huir.
Cuando el último hubo cruzado el puente, un gemido profundo y
amenazador resonó por toda la cámara, sacudiendo el suelo tras
ellos. El puente de piedra se separó con un crujido y apareció una
fisura por la mitad antes de que la piedra se quedase inmóvil. El
hueco era de casi metro y medio.
Shanar se acercó al principio del puente, sosteniendo la antorcha
para poder ver mejor.
—Solo podemos ir hacia delante —murmuró mientras el grupo
miraba a la parpadeante luz—. Espero que haya otra salida o vamos
a convertimos en parte de la ciudad perdida.
—Podríamos intentar pasar —dijo Cullen. Pero cuando Shanar
pisó el puente, la piedra volvió a gemir y pareció moverse, y Shanar
tuvo que saltar a terreno seguro. No teman más opción que seguir
avanzando.
Caminaron el tiempo suficiente como para que pareciese mezclarse
y detenerse a la vez. Podría haber pasado una hora o diez, y Cullen
se sintió caer de nuevo en el estado onírico que le había inundado
cuando deslizó la llave en la cerradura. Los espíritus de los muertos
habían llegado para descansar en su interior, y el nigromante
también debió de sentir algo, pues miró hacia atrás de reojo a
Cullen varias veces y el cráneo siguió murmurando cosas en voz
demasiado baja como para que alguien lo oyese.
Un rato después de haber cruzado el puente, el camino comenzó a
descender, suavemente al principio y luego más abruptamente. Más
tarde llegaron a un lugar donde la cueva volvía a ampliarse y el
túnel se bifurcaba; a la derecha, un camino subía ligeramente antes
de desaparecer en la oscuridad total. Pero a su izquierda había un
nicho que contenía algo que hizo que Cullen contuviese el aliento.
247
NATE KENYON
En la roca habían tallado la estatua de un hombre, como si hubiese
salido de la pared completamente formado. La estatua era
increíblemente detallada y era el doble de tamaño del propio
Tyrael. Los ropajes sueltos del hombre parecían moverse a la luz
parpadeante de la antorcha y su melena larga caía en cascada sobre
sus hombros. La fuerte mandíbula y la frente despejada habrían
sido hermosas de no ser por el ángulo de su mirada, que estaba
levantada como si mirase atónito una amenaza inminente.
—Por la Luz —dijo Lorath en un murmullo—. Nunca he visto...
No se me había ocurrido que algo así pudiese existir aquí...
Inscrito en la pared de roca junto al brazo de la estatua había un
círculo con una ranura en el centro.
El nigromante sostuvo la antorcha mientras Cullen tocaba el círculo
con los dedos. Eso era para él, se percató, para todos ellos; un
símbolo de su herencia y su destino, un círculo que había
comenzado cerca del alba de los tiempos en Santuario y que ahora
habían completado con su presencia.
Sacó la enjoyada llave de su bolsa y la deslizó en la ranura.
Un zumbido de energía lo recorrió, parecido al anterior, pero esa
vez estaba preparado. Casi al instante Cullen notó que su cuerpo
respondía, una llamada y una respuesta a algo antiguo y
desconocido.
Un sonido parecido a la profunda y lastimera llamada de una bestia
marina resonó por toda la caverna. La estatua giró la cabeza,
mirando a los recién llegados. Su mirada quedó fija en Tyrael; los
ojos de piedra permanecieron centrados en el rostro del arcángel.
248
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
El círculo comenzó a titilar y disolverse, y el destello continuó en
dirección externa hasta que toda la sección de la pared se volvió
transparente como una cristalera. Al otro lado de la pared se veían
dos enormes columnas y otras dos estatuas, aquellas de mujeres
con los brazos estirados en actitud de llamada. Cullen dio un paso
adelante atravesando la pared como si fuese agua, sintiendo solo un
momentáneo escalofrío antes de haberla cruzado y encontrarse
solo. Miró hacia atrás. Thomas atravesó la pared, y luego, uno a
uno, el resto de los Horadrim aparecieron como fantasmas a través
del velo entre lo que parecía el mundo de los vivos y el de los
muertos.
Al final todos estuvieron reunidos más allá de la pared, y cuando
pasó el último, la pared se volvió a convertir en piedra. Ahora el
espacio estaba abierto, el círculo completado.
Cullen se volvió para ver lo que había ante ellos.
En contraste con la cueva natural, el nuevo espacio al que habían
entrado había sido, definitivamente, construido por humanos,
pensó Tyrael, sosteniendo una antorcha para poder ver mejor. Era
una cámara grande. El suelo que se encontraba más allá estaba
formado por piedras de distintos tamaños, las paredes con bloques
apilados en líneas simétricas con paneles y hornacinas. Justo más
allá había otra serie de columnas a cada lado de una escalera que
descendía hacia la oscuridad.
¿La ciudad perdida de los nephalem? Parecía posible que la
hubiesen encontrado al fin. Pero si era así, no se parecía en nada a
lo que habían esperado ver. Cuando el destello se detuvo, las
estatuas parecieron recuperar su estado natural. Una especie de
249
NATE KENYON
magia había protegido la entrada, pensó Tyrael, y Cullen la había
descifrado, permitiéndoles el paso.
Tyrael recorrió la silenciosa cámara. ¿El hecho de que él, un ángel
mortal, pudiese poner el pie allí significaba que el hechizo protector
ya no funcionaba?
Cruzó el suelo hasta el comienzo de la escalera. El espacio bajo
ellas se abría como una especie de sala, pero estaba abandonada y
polvorienta, como había estado el resto de la cueva. Dos columnas
más cortas con cuencos de piedra en la parte superior se levantaban
a cada lado de las escaleras. Tyrael tocó una de ellas con la antorcha
y esta se encendió con una llamarada azul. Encendió la otra y la
cámara se llenó de un extraño brillo ultraterreno. Allí había magia,
pensó, que había conservado el combustible tanto tiempo.
Bajaron por la escalera y exploraron el nivel inferior, encendiendo
más cuencos. Unos pasillos salían de la cámara y llevaban a
silenciosas salas y espacios más grandes. Había zonas en las que
había complejos dibujos en los suelos y en las paredes, más
hornacinas y plataformas, estructuras que parecían haber tenido un
propósito que se había perdido con el tiempo. Extrañas ventanas
abovedadas que no llevaban a ninguna parte; columnas de piedra
que sostenían techos que se elevaban por encima de sus cabezas.
Las salas y las cámaras seguían y seguían. Pero todo estaba vacío
y cubierto de polvo. Allí no había ninguna salvación, ninguna
magia que los ayudase en su búsqueda. La ciudad perdida no era lo
que habían esperado encontrar. «Quizá fuese un lugar de gran
poder, hace tiempo abandonado por aquellos que lo habían
creado. Una ciudad con un propósito». La convicción que había
empujado a Tyrael durante tanto tiempo empezó a desvanecerse.
Todo este tiempo, incluso con sus dudas personales, había puesto
su fe en encontrar ese lugar y en la sensación de que tendrían cierta
protección ante las legiones de ángeles que descenderían contra
250
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
ellos desde los cielos si se descubría su robo. Los Horadrim eran
ahora más fuertes, y su pequeño grupo había comenzado a mostrar
algunas señales de trabajo en equipo, pero no estaban preparados.
Todavía tenía mucho que hacer para prepararlos para lo que
experimentarían en la Ciudad de Plata. ¿Y de qué servía todo
aquello si no tenían dónde ocultarse cuando regresaran al
Santuario?
Era una misión suicida sin esperanza para ninguno de ellos.
Tyrael se giró ante los Horadrim. Estaban agotados y esperaban sus
instrucciones. Supo, de algún modo, que debía encontrar las
fuerzas para inspirarlos. No debía mostrar su propia decepción ni
su debilidad.
«Asómate al cáliz y todo volverá a estar claro».
La voz de su cabeza era atronadora. Tyrael metió la mano en el
bolsillo de sus ropas. Chalad’ar estaba allí, llamándolo. La
necesidad de dejar a los demás y ceder a la llamada lo consumía
con una sed abrasadora. ¿Qué eran para él? La muerte los llegaría
antes o después, como les ocurría a todos los mortales. Sus vidas
no eran nada en el amplio esquema global, y pronto serían
olvidados, igual que aquellos que vivieron y murieron allí en esas
catacumbas habían quedado olvidados en el polvo del tiempo.
Mikulov rompió su trance, con Lorath detrás de él. El monje
avanzó con el joven mientras los otros hablaban en voz baja entre
ellos. Mikulov le hizo un gesto a Lorath, que estaba a su lado con
las manos unidas. La expresión de sus ojos resultaba difícil de
interpretar.
—El joven Lorath me ha señalado algo —dijo el monje—. Le he
sugerido que te lo diga a ti.
251
NATE KENYON
Lorath se encogió de hombros y habló dubitativo.
—La estatua en la entrada de este lugar te observó atravesar la
pared. No nos miró a ninguno de los demás.
— ¿Y qué más? —dijo Mikulov—. Habla claramente; esto es
importante.
—Cuando entraste, las dos estatuas femeninas siguieron tus
movimientos también. Se me ocurrió que quizá era porque eres...
distinto.
—Mortal, quiere decir. Ni ángel ni demonio —dijo Mikulov—.
Pero tampoco humano. Quizá ese lugar no sabe cómo tratar contigo
—el monje dio un paso—. Significa que en la ciudad perdida sigue
habiendo magia. Significa que el hechizo protector sigue
funcionando, y que los guardianes están evaluando qué hacer
contigo. Al menos por ahora han decidido que no eres una
amenaza.
Los susurros en la mente de Tyrael se fueron apagando. Pensó en
Imperius en los cielos, en su enfrentamiento en la sala del Consejo,
en su renuncia a las alas y en todo lo que vino después: la ira de su
hermano y la decepción y tristeza de Auriel. Pensó en el nacimiento
del ángel en el Arco, las hebras grises manchadas de su Canción de
Luz envolviéndose alrededor de sus alas mientras él miraba
impotente. La piedra de alma negra estaba en su ubicación en ese
mismo momento, convirtiendo todo a lo que alcanzaba su sombra
en oscuridad y destrucción, y nadie en los cielos podía detenerlo.
Era un mortal. Su vida había cambiado para siempre y las molestias
y dolores de su cuerpo solo empeorarían hacia su inevitable muerte.
Dejaría este mundo antes o después y lo haría lejos de los cielos y
de los ángeles que había conocido desde su propio nacimiento en
el Arco, hacía milenios. Lo haría sin el consuelo de saber que era
humano. Aquellos que morirían antes que él no eran hermanos,
sino desconocidos.
252
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Pero eso no significaba que tuviese que renunciar a su deber e
ignorar la oscuridad y la corrupción que veía. Imperius había
tomado su decisión; había juzgado que la raza humana eran seres
inferiores incapaces de triunfar sobre sus instintos vulgares.
Consideraba a los humanos débiles y peligrosos, y por lo tanto
debían ser destruidos. Y no se detendría hasta que el Consejo
Angiris, todos los cielos, estuviesen de acuerdo en que debía
hacerse.
Negarse a enfrentarse a ello era un crimen mucho peor que actuar
contra los deseos del Consejo.
—Los monjes de Ivgorod tenemos un dicho —dijo Mikulov—. Sin
un principio, no hay final. Debemos empezar por alguna parte, y
este lugar —hizo un gesto hacia las salas vacías—, es tan bueno
como cualquier otro. Noto que sigues en conflicto, y quizá tengas
un buen motivo para ello. Pero el objeto que llevas no es la
respuesta. Nos has traído hasta aquí. Ahora no podemos damos la
vuelta.
Tyrael abrió la boca para decir algo, pero no lo hizo. Se dio cuenta
de que no tenía ni idea de qué decir. Los dos estaban a poca
distancia, mirándose el uno al otro. El monje parecía plantear una
pregunta con su mirada firme y paciente.
¿Cuál elegirás?
—Este sitio es un desastre —dijo al fin Shanar, rompiendo el
silencio—. Deberían despedir a la limpiadora.
Su intento de humor apenas consiguió una débil sonrisa de Jacob y
más silencio del resto de los Horadrim. Thomas había encontrado
un asiento en un murete bajo, con la cabeza en las manos. Gynvir
estaba caminando a buena distancia del nigromante, que todavía
sostenía una de las antorchas. Hasta Humbart estaba inusualmente
callado.
253
NATE KENYON
—Fue abandonada hace mucho —dijo Cullen. La cara redonda del
erudito estaba pálida y tenía los hombros caídos, derrotado. La
nueva energía que lo había animado parecía desvanecerse en la
oscuridad—. Parece que aquí no hay nada para nosotros. ¿Y ahora
qué?
—Ha sido un largo viaje —dijo Tyrael. Respiró hondo, buscando
concentración para lo que tenía que decir—, pero esto no fue nunca
nuestra meta última —avanzó, dejando atrás a Lorath y al monje,
hacia el centro de su pequeño círculo y le hizo un gesto a Cullen—
. Recuérdanos lo que sabemos de estas catacumbas.
Cullen parpadeó rápidamente y tragó saliva.
—No hay mucho en los textos antiguos —comenzó a decir
lentamente, mirando a los demás mientras se iba animando—. Las
leyendas cuentan que la antigua ciudad perdida de los nephalem era
principalmente un lugar de paz y refugio, que los protegía mediante
muy poderosos hechizos o alguna clase de energía. Fue erigida por
alguien llamado Daedessa el Constructor. El diario de Korsikk
parece confirmar que Rakkis había descubierto las mismas
historias haciendo sus propias investigaciones, y creía que eran
reales. Por eso Rakkis escogió ser enterrado aquí. Buscaba el poder
y la protección que creía que las catacumbas proporcionaban.
Tyrael asintió.
—Puedo deciros que los ángeles nunca supieron de este lugar en
todos sus años de existencia, y parece que los Infiernos
Abrasadores tampoco la descubrieron. ¿Te dice eso algo?
—Sospecho que el poder que protege este lugar está atado a la
creación del propio Santuario —dijo Cullen—, y a la interacción
entre los planos físicos y etéreos. Pero la destrucción de la Piedra
del Mundo no parece haberlo debilitado. Incluso podía ser que este
254
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
lugar existiese dentro de su propio reino y que hayamos cruzado un
puente entre mundos.
— ¿Y crees que al entrar aquí lo hemos alterado de algún modo,
que hemos abierto el puente para otros? —le preguntó Tyrael.
Lentamente, Cullen sacudió la cabeza.
—El poder está unido a los nephalem. Uno de ellos puede abrir la
puerta, pero se volverá a cerrar —miró a los Horadrim que le
rodeaban—. Uno de nosotros —dijo—. Yo lo hice, con la llave...
Conectó con algo dentro de mí, un empujón y un tirón que sentí en
los huesos.
—En algún momento, en el pasado, todos han hecho algo para
conectar con el poder que hay dentro de ustedes —dijo Tyrael—.
Todos son nephalem. Es su herencia, su esencia, que les da la
sangre que corre por sus venas. La misma forma de estas cámaras
puede canalizar esa energía, proporcionar un foco mientras
aprendan a controlarlo, a hacerlo resonar en el tono adecuado para
aumentar esos poderes, igual que hace el Arco Cristalino en los
cielos. Pero debemos encontrar la tumba. Rakkis habría escogido
el centro, donde el poder era más fuerte. La tumba nos dará una
base de operaciones y el lugar en el que enterrar la piedra para
siempre una vez que la hayamos recuperado.
—Si la recuperamos —murmuró Shanar—. La cosa todavía no está
clara.
La informal frase de la maga estaba peligrosamente cerca de la
verdad.
Lorath habló. El joven estaba nervioso, y su mirada revoloteaba de
mía cara a otra.
—No los conozco bien —dijo—. Pero conozco a los Horadrim. Se
dice que mi familia desciende de caballeros que lucharon junto a
los grandes magos horádricos Tal Rasha y Jered Caín durante las
255
NATE KENYON
batallas contra los Demonios Mayores. De joven, mi tío Adleric
formó parte de las fuerzas de Westmarch que lucharon contra el
ejército del rey Leoric cuando el rey se volvió loco; Adleric incluso
conoció a Deckard Caín en Tristán y ha visto demonios con sus
propios ojos.
Lorath se detuvo, como recuperando fuerzas.
—Creo en su misión —dijo—. Quiero ser parte de la Historia,
luchar a su lado y aprender las costumbres de los Horadrim.
—Es una gran historia, muchacho, y has dicho algo conmovedor
—dijo Shanar—. Pero formar parte de una batalla contra los
Infiernos Abrasadores sin ningún entrenamiento... o contra los
Luminarei de los cielos, tanto da... no es una misión honorable. Es
una sentencia de muerte.
—No soy un niño —dijo Lorath—. Soy teniente de los caballeros
a las órdenes del comandante... Mi padre, ahora que el comandante
Barnard está muerto... Y me han dicho que tengo talento para la
magia. Quizá...
—Ya le debemos mucho a este joven —interrumpió Thomas—.
Nos vendría bien su ayuda para trabajar con los caballeros.
Tyrael no estaba seguro de que fuese buena idea incorporar lo que
podría ser otra rémora en un momento tan crucial. Lorath no tenía
ni idea de a qué se enfrentaría y ellos no tenían manera de saber
qué haría en un apuro. Pero algunos de los otros asentían oyendo
las palabras de Thomas, y parecían preparados para aceptar al
joven, al menos por ahora.
Tenían mucho trabajo por delante si querían tener una mínima
posibilidad de éxito, y les vendría bien el apoyo del caballero. Era
el momento de comenzar de verdad a planear y a entrenar. Tendrían
que prepararse para lo que tenían por delante. Los Altos Cielos les
propondrían muchos desafíos casi imposibles para unos mortales,
tanto físicos como psicológicos. Pondrían a prueba sus límites. Para
256
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
poder salir vivos tenían que aprender a controlar con precisión sus
habilidades nephalem y resistirse a las maravillas y los horrores con
los que se iban a encontrar.
Lo más inquietante de todo, su plan dependía de que Shanar
aprendiese a utilizar sus habilidades como nunca antes lo había
intentado... Y el fracaso significaría su perdición con toda
seguridad. Y todavía no sabía si podía confiar en ella.
Tyrael volvió a sentir la llamada del cáliz, pero no lo reconocería
delante de los Horadrim.
—Muy bien —dijo—. El joven Lorath será considerado aprendiz
de la orden, y trabajará con los Caballeros de Westmarch para
forjar una alianza —se detuvo, sosteniendo las miradas de todos
por tumos. Lo que vio le dio fuerzas y su convicción regresó—.
Buscaremos la tumba de Rakkis. Está aquí, en alguna parte bajo
nuestros pies. Estoy seguro.
Resultó que la búsqueda no llevó demasiado tiempo.
Al principio el arcángel encendió con llamas azules los cuencos de
piedra que encontraba a su paso, que se sumaron a la extraña luz
que iluminaba las minas, pero acabaron por descubrir que las
llamas ya estaban ardiendo en los nuevos espacios a los que
entraban.
Parecía que, después de todo, su presencia había despertado algo
antiguo, pensó Cullen. El peso del aire que le rodeaba le caía sobre
los hombros, apretándole los pulmones como si pudiese cobrar vida
y lo apretase con unas manos gigantes.
257
NATE KENYON
Muy por debajo de la superficie llegaron a un pasillo de arcos que
llevaba a una cámara circular. Justo bajo ellos se extendía un
puente de piedra que cubría un profundo abismo. El puente llevaba
a una plataforma que tenía una especie de altar y continuaba hacia
el otro lado, llegando a otro pasillo de arcos en la pared del otro
lado. Más allá reinaba la oscuridad.
—La tumba de Rakkis —dijo Cullen en voz baja—. Increíble
parecía ser el lugar de descanso del viejo rey de Westmarch, que
correspondía a los toscos dibujos del diario de Korsikk. El altar
tenía forma de sarcófago. La idea de los Zakarum pasando por esas
salas, llevando al muerto en una sombría procesión funeraria, y
Rakkis yaciendo en el silencio de la cámara durante generaciones
le hizo sentir un escalofrío, aunque ya habían visto unos cuantos
huesos de camino hasta allá esta noche.
Había una nueva energía en el grupo, incluso tan tarde. Su
agotamiento iba desapareciendo con la emoción del hallazgo.
Shanar tocó el borde del altar con los dedos.
—No es exactamente mi idea de un pacífico lugar de descanso
eterno —dijo. Pero la mirada le brilló cuando Jacob se acercó a
ella, y Shanar se apoyó ligeramente en él, y su suave piel rozó la
mano de Jacob.
Aquella noche ya no podían hacer nada más, y la energía que les
había dado ánimo a todos se convirtió de nuevo rápidamente en
agotamiento y en la realidad a la que todavía tenían que enfrentarse.
Los Horadrim regresaron por los pasillos vacíos y silenciosos hacia
la superficie y pasaron a través de la pared reluciente. En cuanto
hubo pasado la última persona, el destello cesó y la pared de la
cueva quedó suave y sin marcas, y la estatua de piedra volvió a
seguir a Tyrael con sus fríos ojos sin vida según se marchaban.
258
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
«De modo que es cierto», pensó Cullen, «tal como sospechaba. El
escudo permanece intacto». Eso le proporcionaba poco consuelo
cuando sabía a lo que tenían que enfrentarse ahora.
Tomaron el otro desvío para ver adonde llevaba. Sí, la cueva
ascendía rápidamente hacia la superficie, y salieron a través de una
formación natural de roca y una entrada cuidadosamente construida
en los límites de una gran ciénaga a cierta distancia de la ciudad.
No parecía más que las ruinas de un templo antiguo largo tiempo
olvidado. Seguían teniendo suerte, y después de todo no tendrían
que volver a pasar por el puente de piedra.
Las altas torres de Westmarch relucían en la distancia, tocadas por
el sol que estaba saliendo. El olor a azufre y barro era fuerte, y los
ruidos de ranas y otras criaturas del pantano rompían el silencio de
la mañana.
—Una entrada perfectamente oculta —dijo Thomas—. Nadie
sospecharía de lo que hay más allá de estas aguas.
Ciertamente, cuando Cullen se giró para ver el lugar del que habían
salido, no vio más que las piedras de las ruinas entre los hierbajos
y vegetación. Incluso aunque alguien llegase a las catacumbas,
nunca encontrarían la ranura de la llave y la pared protegida que
llevaba al santuario de los nephalem. Pues así es como había
empezado a pensar en ello, no como en una ciudad, sino como en
un segundo santuario oculto dentro del primero, un lugar que
permanecía protegido igual que el propio Santuario había estado
protegido de los cielos y los infiernos por la Piedra del Mundo.
Por supuesto, aquella protección no había durado, pensó. Los
demonios habían encontrado una entrada, y también los ángeles.
Santuario había sido corrompido y la inocencia se había perdido
hacía tiempo. ¿Sería distinto con aquel otro lugar, una vez que
hubiesen llevado allí la piedra?
259
NATE KENYON
Una llamada lastimera flotaba sobre las aguas empantanadas y
resonó por el bosque; era un sonido sobrecogedor semejante al
sonido de los muertos. Quizá fuese alguna especie de ave, u otro
animal. Pero servía para acentuar su ánimo mientras se abrían paso
por las peores zonas del pantano hacia Westmarch.
A pesar de lo agotados que estaban, no era probable que ninguno
de ellos fuera a dormir mucho aquel día, pensó Cullen, temiendo lo
que podrían traer los sueños.
260
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
CAPÍTULO
VEINTICUATRO
La calma antes de la tormenta
Lorath los llevó de vuelta al Perro Mordedor, donde, a pesar de los
temores de Cullen, durmieron el día entero como troncos. Aquella
noche, cuando despertaron, estaba en pleno auge una ruidosa
celebración por parte de los caballeros. Los Horadrim, en su
mayoría, fueron bien recibidos por los festejantes, gracias a la
bebida y los buenos deseos acumulados; el papel del grupo en el
asedio ya se había extendido entre los soldados y los caballeros
sentían curiosidad hacia ellos, aunque Zayl recibía ciertas miradas
y murmuraciones de aquellos que no simpatizaban tanto con los
hechiceros de las artes oscuras.
A pesar de los recelos de los Horadrim, todos comieron y bebieron,
excepto el nigromante, que seguía angustiado por la posible
presencia cercana de los llamados fantasmas, como le confió a
Mikulov junto a la puerta, lo suficientemente lejos del ruido como
para poder hablar tranquilamente. Zayl habló de una perturbación
en el Equilibrio y de la agitación de aquellos que hacía tiempo
habían dejado este mundo, que notaba como el murmullo de una
multitud lejana.
261
NATE KENYON
Zayl salió poco después a la calle, y el monje lo habría
acompañado, pero en ese momento estaba preocupado por otras
cosas. Jacob y Shanar se habían retirado juntos a una mesa, con las
cabezas inclinadas, de conversación íntima. Gynvir estaba aparte
de ellos y parecía verse afectada por algo físicamente doloroso;
Mikulov tenía poca experiencia en asuntos del corazón, pero tal
como miraba a sus dos amigos parecía obvio que tenía fuertes
sentimientos hacia Jacob que le aguijoneaban las entrañas como un
cuchillo.
Normalmente Mikulov habría considerado que nada de eso era
asunto suyo, pero en ese caso una división entre ellos podría afectar
directamente a la misión. Decidió observarlos atentamente. Acabó
pensando que quizá debería llamar la atención de Tyrael sobre el
tema.
Pero cuando Mikulov fue a buscar al arcángel, había desaparecido.
Tyrael salió del Perro Mordedor sin llamar la atención, dejando
atrás la cálida luz de las linternas y las voces y penetrando en las
oscuras calles de la ciudad.
Era el momento de consultar el cáliz. Había esperado suficiente.
¿Qué importaba que los demás malgastasen valiosas horas en la
taberna en lugar de estar preparándose para asaltar los cielos? La
responsabilidad de este plan era suya. Y necesitaba la sabiduría que
le daría Chalad’ar: en concreto, conocimientos sobre el papel de
Shanar en el engaño y si tenía la más mínima posibilidad de éxito.
Aquella noche se había despertado con todos los músculos
doloridos. Notaba cada paso, cada aliento como si le pasaran un
hierro al rojo por el pecho. Se le irritaba la piel por la necesidad de
262
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
ver el cáliz, los dedos le temblaban por sostenerlo. Cuando estaba
enterrado en sus profundidades se volvía a sentir como un ángel. Y
sin embargo recordaba lo que el cáliz le había mostrado la última
vez, las sensaciones de horror, desesperanza y pérdida.
¿Qué le estaba haciendo Chalad’ar? ¿Cuáles eran sus efectos sobre
su cuerpo? Nunca debía haber sido utilizado por un mortal.
Pero la sed era demasiado fuerte para ser ignorada.
En las calles inmediatas a la posada había demasiada gente; el ruido
de la ciudad mientras se preparaba para dormir era demasiado para
él. Tyrael se aventuró más allá, a una zona de Westmarch que no
había visto. Encontró un lugar apartado de la calle donde había una
fuente de la que una vez brotaba agua pero ahora estaba seca y
agrietada, y un edificio en ruinas y oscuro. Un hombre harapiento
se apretujaba a un lado, murmurando; cuando Tyrael entró en el
patio, se puso en pie como pudo y se marchó tambaleándose,
dejando olor a hidromiel a su paso.
Cuando sacó Chalad’ar y miró en el cáliz, una oleada de alivio
cubrió sus doloridos huesos. La mente de Tyrael escapó de su
cuerpo físico, dejándolo caído entre sobre las agrietadas losetas
rotas mientras se elevaba a través de cantarinas hebras de luz y
emoción. Casi inmediatamente, notó una presencia observándolo,
pero esa vez era tranquilizadoramente familiar. Aquí es donde
perteneces. Pero aun así no podía ignorar completamente otra voz,
una que venía desde su interior y le advertía de que lo que estaba
haciendo podía ser su fin.
Como en respuesta, los estanques a los que se había conectado
comenzaron a cambiar, y la luz lo envolvió como una sofocante
alfombra enmarañada. De todas direcciones llegaban susurros,
dominados por la paranoia y el miedo.
263
NATE KENYON
La sensación de oscuridad y corrupción iba creciendo. Los
arcángeles se reunían contra él. Imperius había enviado a los
Sicarai a destruirlos a él y a su grupo, y era solo cuestión de tiempo
que volviese a intentarlo. El Consejo lo había encontrado con
demasiada facilidad. ¿Tenía a un traidor cerca, y, si era así,
destruiría aquello cualquier posibilidad que tenía Tyrael en
orquestar el atrevido engaño que había planeado?
El monje lo había estado observando atentamente, lo había espiado
en el bosque y siempre parecía estar cerca. Quizá era Mikulov, y
había estado guiando a los fantasmas todo el rato. O Jacob, que
había sido tocado por uno de ellos y todavía llevaba en el hombro
la marca de las criaturas. O incluso el nigromante, que parecía saber
tanto sobre el Equilibrio entre la luz y la oscuridad y siempre
andaba cerca, acechando entre las sombras como si él mismo fuese
un fantasma.
Pero al final importaba poco, mientras Tyrael llevase la piedra con
él de vuelta a Santuario. Había estado perdiendo el tiempo. Muchas
vidas se perderían en la batalla, igual que se habían sacrificado
muchas vidas antes por el bien mayor. La corrupción que la piedra
estaba provocando en los Altos Cielos se aceleraba, y estaba
decidido a hacer lo que hiciese falta para tener éxito en su misión.
Un tiempo después, Tyrael recuperó el sentido sentado medio
doblado apoyado en la fuente rota. Las sombras de las nubes
persiguiendo una luna creciente bailaban alrededor del patio vacío.
Tenía los labios cortados, la garganta seca. Le temblaban los
miembros por el agotamiento mientras se obligaba a ponerse en pie.
264
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Chalad’ar estaba a su lado a corta distancia de él. Un pánico
momentáneo llenó sus pensamientos ante la idea de que alguien
podría habérselo robado mientras estaba dormido. El cáliz era suyo,
y solo suyo. Era el único que podía asomarse en sus profundidades
y volver con la mente intacta. Su conocimiento debía permanecer
con él.
Tyrael recogió el cáliz y lo devolvió a su bolsillo, y una oleada de
alivió lo barrió. Miró de reojo a cada rincón del patio, buscando a
cualquiera que pudiese estar mirando. Pero no se movió nada, y
tras un tiempo se puso lentamente en marcha hacia la posada del
Perro Mordedor, lleno de una oscuridad turbulenta y avariciosa que
era suya, y solo suya.
265
NATE KENYON
TERCERA PARTE
EL LEVANTAMIENTO DE
LOS NEPHALEM
266
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
CAPÍTULO VEINTICINCO
Los Yermos
El Arcángel de la Sabiduría se encontraba en una planicie infinita
de piedra polvorienta y agrietada. Tenía los brazos sujetos por un
envoltorio de espinas que le agujereaban la carne y la sangre le caía
caliente por los costados. Estaba desnudo, y su carne mortal estaba
arrugada y flácida, blanca y veteada de azul.
Los ángeles lo rodeaban a él y al altar, sobre el que se encontraba
el niño.
Estaba claro que era un chico, aunque su edad era difícil de decir.
Le habían atravesado las muñecas y los tobillos con unos clavos,
que lo fijaban a la piedra negra y lo habían desangrado, estaba
blanco como si fuese una estatua de alabastro. Era humano, y
conocido, aunque Tyrael no podía entender qué hacía ahí.
El arcángel miró a su alrededor, tratando de ver a través del bosque
de ángeles que permanecían inmóviles y fríos, un pelotón de
ejecución haciendo a la vez de testigos de la muerte del muchacho.
Más allá de ellos Tyrael podía ver los restos de las pozas de la
sabiduría, tomándose en polvo. Aquello era el cielo, pero no
exactamente; era un mundo que había sido familiar visto a través
de los ojos de un extraño.
267
NATE KENYON
Un empujón le hizo avanzar. Se tambaleó, a punto de caerse de
rodillas. Se volvió un instante, el tiempo suficiente como para ver
de reojo a Imperius justo detrás de él. El Arcángel del Valor estaba
empapado en sangre. Imperius hizo un gesto con su arma. Querían
que mirase al muchacho, que viese lo que le había hecho.
Unos tentáculos oscuros brotaron del suelo agrietado de debajo del
altar. Se arrastraron por los lados de la roca negra, abrazando sus
relucientes facetas, emitiendo latidos de luz brillante y sangrienta.
Los tentáculos se cerraron alrededor del muchacho, y al tiempo que
se colocaban, el chico abrió los ojos.
Tenía algo conocido. Tyrael se acercó, moviéndose contra sus
ataduras de espinas, consciente de su desnudez y de que los ángeles
lo miraban. Miró el rostro de Jacob. Tenía los ojos abiertos por el
dolor y la boca abierta como si fuese a gritar mientras un negro
tentáculo tembloroso se movía entrando hacia su garganta. Jacob
se arqueó por el sufrimiento cuando las ataduras de Tyrael cayeron,
desapareciendo en la roca. Tyrael bajó la mirada; sostenía un
martillo y un clavo en sus manos ensangrentadas, y levantó el clavo
y lo apoyó sobre el pecho de Jacob. Cuando volvió a levantar la
mirada, la cara de Jacob había cambiado y el arcángel se encontró
mirando a unos ojos idénticos a los suyos.
Tyrael se incorporó sobre su colchón de paja con el sudor
bañándole la piel. Una débil luz gris entraba en la habitación a
través de la ventana. Estaba amaneciendo en la ciudad de
Westmarch. El sueño se le había pegado como telarañas, el dolor
de su cráneo se agravaba por las imágenes de Jacob de niño tendido
en el altar negro y de su propio rostro sobre la piedra.
268
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
La muerte viene para todos ustedes, y llega en alas oscuras.
En el silencio de la madrugada, Tyrael temía la traición de su propia
mente. Temía no ser lo bastante fuerte como para guiar a esa gente
a través de la luz cegadora. Esa semana continuarían los
preparativos, que culminarían con un viaje de exploración más allá
de las fronteras de Santuario. Tyrael les había descrito algunos de
los peligros a los que podrían enfrentarse, pero tenía que
mostrárselos en persona. Era la única manera, y el tiempo se
acababa.
Habían llegado demasiado lejos como para darse la vuelta ahora.
Miró a los otros que estaban en la habitación. Cullen y Thomas
dormían pacíficamente, pero la cama del monje estaba vacía, como
había estado todas las mañanas desde que se alojaban en el Perro
Mordedor. Mikulov parecía no necesitar demasiado sueño, pero
siempre volvía perfectamente tranquilo y descansado,
aparentemente renovado, de allá donde hubiese ido.
Tyrael levantó los hombros y apartó de su cabeza sus pensamientos
oscuros y sus cargas. Se vistió en silencio y despertó a los otros
cuando amaneció por completo y unos haces de luz radiante
atravesaban las nubes, pintando la ciudad de brillantes blancos y
negros.
Mikulov estaba en pie en los baluartes de las murallas de la ciudad
cuando salió el sol bañando Westmarch de luz. Con el amanecer
llegaba la renovación, la energía, la nueva vida. El aliento de los
dioses estaba en la brisa que le acariciaba la piel, y su calidez se
encontraba en los rayos del sol. Aquella mañana no se le había
269
NATE KENYON
aparecido ninguna visión, y se preguntaba por el significado de
aquel silencio, pero no lo cuestionaba. Los dioses proveerían
cuando el momento fuese el adecuado.
El monje trepó directamente por encima de la muralla, flexionan—
do los músculos de agarre en agarre mientras se movía rápidamente
por la piedra casi lisa. Los guardias de la ciudad no le vieron, ni
tampoco nadie en las calles. Tuvo cuidado para no levantar
alarmas.
Había hablado con Tyrael sobre su preocupación sobre Jacob,
Shanar y Gynvir. El arcángel parecía haberle escuchado, pero el
monje tuvo la sensación de que otra cosa lo distraía y no era el
inminente asalto a los Altos Cielos. El plan de Tyrael para robar la
Piedra del Alma negra era sorprendente, pero aunque las
probabilidades de éxito eran increíblemente exiguas, Mikulov
encontraba poco que mejorar.
Tyrael le había explicado el plan al resto del grupo varios días
antes, y había dibujado diagramas en el polvo mientras estaban
reunidos en las catacumbas. El momento era crucial. Tenían que
entender los reinos de los cielos y cómo estaban relacionados unos
con otros para tener éxito. Cada reino presentaría sus propios
peligros, y si querían sobrevivir tendrían que comprender que la
belleza a menudo lleva a la fealdad y el horror. Los ángeles no eran
sus amigos, y no ofrecían protección; en aquel caso, eran tan
peligrosos como los habitantes de los Infiernos Abrasadores, quizá
más aún, porque atacarían desde detrás de una fachada de luz
cegadora y majestuosidad.
Mikulov se movía deprisa por las calles de la ciudad que
despertaba, pasando junto a habitantes de Westmarch que acudían
a sus trabajos ignorantes del drama que se estaba desarrollando en
su ciudad. Lo que le preocupaba era el estado mental de Tyrael. El
arcángel estaba en conflicto y tenía algo que ver con el objeto que
270
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
llevaba. El monje sentía que era un objeto de gran poder, pero que
venía acompañado de una oscuridad que le helaba la sangre. Ese,
junto con la tensión entre Jacob y las dos mujeres, y la desconfianza
constante de Gynvir hacia el nigromante, era el mayor riesgo al que
se enfrentaban.
Mikulov notaba que el plan de Tyrael tenía algo más que lo
asustaba, pero si el arcángel ocultaba una verdad más profunda, no
lo decía. El monje estaba seguro de una cosa: juntos, tenían una
oportunidad. Pero sin concentración y confianza en los demás y un
líder que creyese en su éxito, la misión de robar la piedra de alma
negra sería muy corta.
Tyrael los guió a través del pantano de vuelta a la tumba, más allá
de pasillos reverberantes cubiertos con extrañas y desconocidas
tallas de caras gigantescas y pozos llenos de huesos, como si los
nephalem de antaño sencillamente hubiesen muerto allá donde se
encontraban y se hubiesen descompuesto hasta que su carne
hubiese desaparecido. Los suelos estaban hechos de hermosos
bloques de piedra, a veces colocados en dibujos con un propósito
que se había perdido en el tiempo. En otros lugares los suelos se
habían venido abajo, dejando agujeros irregulares que mostraban
niveles inferiores.
Jacob caminaba cerca de Shanar. El olor de ella era suave y limpio,
y Jacob sintió una extraña oleada de pasión por ella, lo bastante
fuerte como para hacer que se sonrojase. De repente todos los
sentidos se le habían agudizado. Últimamente Shanar enviaba
señales confusas, cariñosa un momento y fría al siguiente, y a Jacob
la cabeza le daba vueltas con las emociones. Era consciente de los
271
NATE KENYON
celos de Gynvir, aunque si era porque ella sentía algo por él o
sencillamente por quedarse apartada, no lo sabía.
—Esta noche haremos nuestra primera prueba de verdad —dijo
Tyrael cuando llegaron a la tumba—. Pero antes de eso, una
cuestión de orden. Se enfrentaran a esfuerzos emocionales y
espirituales durante nuestra misión, y las probabilidades son
mínimas. Algunos de nosotros, quizá todos, perderemos la vida —
miró a su alrededor—. Les doy una última oportunidad de
marchense ahora, antes de que sea demasiado tarde. Después de
eso, no habrá vuelta atrás.
Jacob miró a los demás de reojo. Nadie se movió, aunque notaba
inquietud en Shanar, y Thomas había palidecido, con la frente
perlada de sudor. El momento se alargó mientras Tyrael continuaba
estudiándolos.
—Muy bien —dijo finalmente—. Hemos hecho avances juntos,
nos hemos fortalecido para el gran desafío que tenemos delante.
Han ganado confianza gracias a nuestras victorias en las anteriores
escaramuzas. Esta noche los daré a dos de ustedes una prueba de lo
que nos espera.
Tyrael los dividió en grupos más pequeños. Thomas, Cullen,
Gynvir y Mikulov permanecerían en la cámara puliendo el plan
para llegar hasta la piedra del alma, familiarizándose con los
caminos y obstáculos concretos y aprendiendo a orientarse por los
salones de los cielos tan rápida y eficientemente como fuese
posible. Cullen tenía un dibujo detallado de los reinos de los cielos,
y Tyrael le había señalado algunos errores menores. Utilizarían el
conocimiento y el cerebro de Cullen, el talento de Thomas en
tácticas de batalla y la fuerza en combate y sigilo de Mikulov para
establecer cada posible detalle y guiar al resto del grupo.
272
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Trabajando solo en el silencio de otra cámara abandonada cercana,
Zayl se concentraría en el transporte de la propia piedra,
comenzando la fabricación de la bolsa que contendría el gran poder
de la piedra, al menos durante un corto periodo de tiempo. El reino
de los muertos le ayudaría a canalizar parte de su fuerza corruptora,
y él utilizaría todos sus dones de nigromante para proteger a los
demás.
—Jacob y Shanar —dijo Tyrael—. Vengan conmigo. Serán los
primeros en experimentar los Yermos.
Tyrael los llevó a una zona aislada lejos de los demás, una sala
iluminada por la luz azul de las antorchas nephalem. En siglos
anteriores, los infiernos y los cielos habían utilizado la Fortaleza
del Pandemónium, una estructura que el propio Tyrael había
ayudado a construir alrededor de la Piedra del Mundo como base
de operaciones para sus ataques contra Santuario. Pero ahora estaba
abandonada y no podía llegarse a ella a través de un portal.
El Páramo, sin embargo, un mundo oscuro en los límites de
Pandemónium, les era accesible.
—Es un reino imposible de explicar —dijo Tyrael—. El Páramo es
como el centro de la propia Creación. Está constantemente en
movimiento, cambiando. Lo que ven y experimentan un día puede
ser completamente distinto al siguiente. No hay auténtica materia,
no hay sustancia. Puede que oigan o sientan cosas que no tengan
sentido, y los que no están preparados pueden perderse para
siempre. Imaginaos ser arrojados en las profundidades del océano,
donde ninguna luz puede penetrar, empujados por los movimientos
273
NATE KENYON
del agua. Es un lugar peligroso y frecuentemente malinterpretado,
incluso por parte de los ángeles.
Shanar miró de reojo a Jacob y se agitó, incómoda. Tyrael sacó de
sus ropas un objeto pequeño y lo colocó en el suelo. Dibujó un
símbolo alrededor de él y pronunció extrañas palabras que Jacob
no entendió. Emergió un portal que emitía un brillo feroz que
rápidamente se convirtió en un refulgente plano de luz.
—Yo iré primero —dijo Jacob, con la intención de ser la
vanguardia, pero Tyrael lo detuvo.
—Iremos juntos —dijo.
Shanar le dio la mano a Jacob. Cuando atravesaron el portal, una
sacudida de energía chisporroteó a su alrededor. Jacob se sintió
inmediatamente desorientado, flotando separado de su cuerpo
mientras sus cinco sentidos se negaban a cooperar y su mente le
gritaba peligro. La oleada de vértigo, temor y pánico que lo inundó
era casi insoportable; se vio flotando en el vacío, como muerte al
viento, un torbellino de pura furia sorda que amenazaba con
consumir hasta su propia esencia.
«Haz lo que tienes que hacer, y hazlo deprisa».
La voz de su padre llegó hasta él, tan alta y clara como si estuviese
vivo a su lado, fuerte como el mundo entero para un niño que
todavía estaba buscando su camino. «Aparta cualquier alegría o
ansia de gloria. Piensa solo en el deber que has de cumplir».
Con una tremenda fuerza de voluntad, Jacob recordó lo que su
padre le había enseñado: la importancia de la justicia sin ira, de los
argumentos y juicios razonados, y del derramamiento de sangre
solo cuando no había otra elección. Luchó por encontrarse a sí
mismo entre las olas furiosas que lo lanzaban de un lado para otro.
De modo confuso comenzó a sentir de nuevo su cuerpo físico: su
274
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
carne fría y dolorida, un sonido sordo como de agua en los oídos y
la presión de la mano de Shanar en la suya.
La oía llamándole. Siguió la voz, tirado de repente a través de una
pared helada de niebla hacia una forma de realidad. Estaban en una
enorme llanura de piedra que se extendía en todas direcciones y el
horizonte era una línea gris continua. Shanar lo estaba mirando. Su
cuerpo desaparecía y volvía a aparecer, su silueta se volvía borrosa
antes de volver a formarse como alucinaciones vistas a través de
una neblina de humo.
—Aquellos nephalem que han experimentado una transformación
encuentran más difícil orientarse en los límites exteriores de
Pandemónium —dijo Tyrael, saliendo de entre la nada y tomando
forma. Su voz era apagada, como si hablase desde debajo del
agua—. Su poder está en el control de tus emociones... Y la clave
para desatar ese poder también sirve como tu mayor debilidad.
La voz de Shanar le llegó como si viniese desde su propia mente.
—Los sentimientos son algo lioso. Los he dejado atrás.
—Te ocultas tras el humor —dijo Tyrael—. Tus talentos son
considerables pero podrían serlo mucho más. Debes abandonar tu
resistencia y aprender a controlar lo que sientes, superando tu
miedo para ampliar tu fuerza natural. Shanar, tendrás uno de los
papeles más importantes en nuestro plan... y uno de los más
difíciles. Debo pedirte que hagas algo que ningún humano ha hecho
nunca.
Tyrael sacó su espada. El’druin se encendió como una antorcha en
la débil luz y la espada vibraba mientras la movía de una mano a
otra. Shanar dejó escapar un grito ahogado y Jacob notó que le
apretaba la mano.
La resonancia era dolorosamente hermosa.
275
NATE KENYON
—Reconoces la canción de la espada —dijo Tyrael—. La has oído
antes.
—Me llamó a aquella cueva hace años —dijo Shanar—. Seguí la
llamada... y te conocí —volvió a mirar de reojo a Jacob,
apretándole los dedos y soltándoselos.
—Y ahora debes responder —Tyrael volvió a mover la espada y la
canción reverberó por todo el Páramo, provocando lágrimas en los
ojos de Jacob. Era algo que le era imposible describir, y no era nada
que pudiese haber sido creado en Santuario, pero la conocía bien.
Aquella era el arma que había llevado tantos años, un arma que se
había convertido en parte de él. Anhelaba seguir oyéndola.
—Contesta a la espada, Shanar —dijo Tyrael. Su voz se había
vuelto más autoritaria—. Deja que fluya de ti. La resonancia
angélica del Arco fluye a través de todas las cosas, y puede dar
forma a los caminos de los humanos igual que a los de los ángeles.
Eso lo sabes... Tú, de todos los mortales, lo entiendes. Ahora debes
reflejarlo.
Shanar cerró los ojos. Un leve gemido escapó de sus labios. Una
sensación de escozor fluyó a través de sus dedos y pasó a los de
Jacob, y comenzó una vibración, débil al principio y luego más alta.
Pronto se volvió dolorosa, y Jacob soltó la mano, alejándose de ella
hacia la niebla, separándose de todo lugar físico. Luchó para
recuperar el sonido, pero ahora había dos canciones que venían de
dos lugares distintos. Se debatió, tratando de agarrar torbellinos de
fantasmas que desaparecían a su contacto. En la niebla aparecieron
formas. Un ser angélico, con las alas desplegadas, resonando con
la espada. No, un ángel no.
Shanar.
La maga tenía los brazos estirados y la cabeza echada hacia atrás.
La energía restallaba desde la punta de los dedos como alas de
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
ángel, y la canción que brotaba de ella era idéntica a la resonancia
de la espada.
Jacob vio a Tyrael dar zancadas a través de la niebla, con El’druin
por encima de la cabeza.
—Los cielos te revelarán cosas que no quieres ver y no debes dudar
para poder sobrevivir.
Sin previo aviso, Tyrael dejó caer la espada con un movimiento
silbante hacia el cuello de Shanar.
Jacob había sacado el destructor sacralizado antes de darse cuenta
de que lo había hecho, chocando la espada y desviándola en una
fracción de segundo. En la extraña niebla brillante volaron las
chispas y el cuerpo de Tyrael formó ondas como si fuese de vidrio
fundido antes de desaparecer en la vasta llanura sin fin.
Los dos estaban solos, escuchando el aullido del viento. Shanar
estaba temblando. Jacob retrocedió en el tiempo y sintió su espada
clavándose en la carne caliente de su padre. El’druin lo había
convertido en un instrumento de justicia y el dolor y la culpa por lo
que había hecho habían desaparecido. Pero habían vuelto de nuevo
este último año, como una enfermedad que se arrastrase, y había
perdido de vista lo que sabía.
«No más», pensó. El arma que había sido forjada para él le había
devuelto la fuerza y la confianza, le había dado la capacidad de
volver a convertirse en un instrumento de justicia, tal como había
sido su padre hacía tiempo, antes de que la plaga lo retorciese con
maldad y locura.
Pero algo más lo inquietaba, algo que había entendido mal.
277
NATE KENYON
La idea desapareció en un instante. Alguien los observaba. Lo
notaba como espadas que se le clavasen en la base del cráneo. Jacob
buscó entre la niebla que volvía a girar a su alrededor. Pero no veía
nada, y cuando volvió a ver a Shanar localizó la mortaja luminosa
del portal que estaba detrás de ellos. La sensación se disipó como
una pesadilla que se llevase la luz del sol.
Al pasar al otro lado, la cicatriz del hombro le latió débilmente, una
interrogación grabada a fuego en su piel.
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
CAPÍTULO VEINTISÉIS
Ataque en el pantano
Un tiempo después de la batalla por la Iglesia de la Orden Sagrada,
sus hermanos llegaron desde Gea Kul, doce de ellos traídos por el
mensajero que había enviado Lorath. Era un grupo más pequeño
del que esperaban. Los Horadrim habían empezado a desaparecer
en extrañas circunstancias, explicaron los recién llegados, y sus
filas habían sido diezmadas. Algunos de los miembros restantes
informaron haber visto criaturas que se mantenían en las sombras
y desaparecían cuando se enfrentaban a ellas. Los Horadrim no
habían podido encontrar rastro alguno de los desaparecidos, y
aparte de un puñado que había quedado atrás para proteger su
biblioteca y sus objetos, aquellos doce eran todos los que quedaban.
¡Thomas, Cullen y Mikulov aparentemente encajaron mal la
noticia. Conocían bien a varios de los hermanos. Desde luego, las
desapariciones eran similares a las que habían tenido lugar entre
los habitantes de Bramwell. Pero no podían hacer nada desde tan
lejos, y a pesar de sus preguntas sus hermanos de Gea Kul no
pudieron decirles nada más.
Aun así, los recién llegados Horadrim sumaban números a sus filas.
Sabían muy poco sobre aquello a lo que se enfrentaban y servirían
de muy poco apoyo contra el ejército de los cielos, pensó Jacob.
Pero su propósito no era atravesar el portal. Se quedarían en
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NATE KENYON
Santuario y lucharían contra cualquier ataque mientras los demás
estaban fuera.
Y había enemigos cerca; de eso Jacob estaba seguro. Los sentía en
el latido de la cicatriz que tenía junto al cuello, como el contacto de
la criatura de alas oscuras que le había quemado la carne, un latido
que se había vuelto más fuerte desde que había ido al Páramo.
Aquella noche en Tristán parecía muy lejana, y ya había cambiado
mucho, pero aquello había estado con él en cada paso del camino.
Los fantasmas estaban por alguna parte, cerca, esperando su
momento. A qué, Jacob no sabía decir.
Intensificaron sus esfuerzos.
Tyrael se llevó a los demás al Páramo, poniendo a prueba sus
nervios y capacidades hasta el punto de ruptura, obligándolos a
ajustarse a los fantasmas personales que encontraron allí. Cuando
hablaron de la experiencia, cada uno de ellos describió un entorno
distinto; algunos flotaron en la oscuridad mientras gritos, gemidos
y extraños sonidos los asaltaban, al tiempo que otros habían visto
colores y formas pero no habían oído nada.
Mikulov se encontró en una llanura vacía que lentamente tomó
formas de montañas y jungla. Asesinos de Ivgorod lo acechaban
entre el tupido follaje, y sus miradas le atravesaban el alma. Se
arrastró hacia delante sin ninguna cobertura, y la jungla se convirtió
en las irregulares paredes de la cueva de los Infiernos Abrasadores,
donde los demonios lo esperaban para consumirlo. Cullen revivió
la caída de la Torre Negra, con los no-muertos alzándose de sus
tumbas y arrastrándolo con ellos. Gynvir se enfrentó a las hordas
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poseídas por la plaga de ira, a sus propios hermanos y hermanas
ahogados en un mar de sangre.
Lucharon con fuerza contra esas visiones, endureciéndose contra
las emociones que cada una provocaba.
—Sus habilidades vienen todas de la misma fuente —les dijo
Tyrael—. Aquellos que han demostrado la fuerza de doblegar los
elementos, conectarse a la magia, lanzar hechizos y matar
demonios en Santuario ya han aprendido a controlar algunos de sus
poderes nephalem y pueden hacer mucho más si tienen la
oportunidad. Han sentido la ruptura de las emociones en su interior,
un despertar de la sangre que les permitirá alcanzar nuevas cotas.
Ahora poséanlas y contrólenlas, pues serán utilizadas contra
ustedes en los reinos de los cielos.
Trabajó aún más duro con Shanar, ayudándola a continuar
concentrándose en sus habilidades e imitar la resonancia angélica
lo más fielmente posible. Ella no le había perdonado por su
repentino ataque durante su primer viaje al Páramo, pero Tyrael le
había explicado que nunca había corrido auténtico peligro, y lo
había hecho para Jacob, no para ella; Jacob tenía que volver a
confiar en sus propios instintos, y aquel era el lugar por el que
comenzar.
Lorath Nahr observaba todo aquello maravillado y los sirvió bien
como enlace entre los Horadrim y los caballeros, llevando comida
y tomando notas de lo que iba ocurriendo. También estaba
dispuesto a aprender y mostraba cierta habilidad primeriza en la
manipulación de los elementos mientras Mikulov trabajaba con él
en los momentos que el entrenamiento formal había terminado. El
joven caballero y el monje habían desarrollado rápidamente un
lazo, y la paciencia de Mikulov con las preguntas y la ansiedad
general de Lorath parecía infinita.
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NATE KENYON
El comandante Nahr había llegado desde Bramwell y había estado
trabajando contrarreloj en una herrería de la ciudad, forzándose
hasta el punto del colapso. Y la bolsa de Zayl estaba terminada.
Una vez expuesta a la piedra, explicó el nigromante, la bolsa
crecería para contenerla, pero solo los protegería unos minutos
antes de que el hechizo comenzase a desvanecerse.
Al fin había llegado el momento de poner sus planes en marcha.
La noche previa al ataque, Tyrael yacía sobre la cama de paja,
incapaz de dormir. La mente le daba vueltas, imaginando un
escenario tras otro, pensando en las cosas que podrían salir mal y
cómo podría arreglarlas; todas las largas horas, la dolorosa
separación de sus hermanos y hermanas, las debilidades de su
cuerpo mortal, le habían llevado a eso.
El Arcángel de la Sabiduría recordaba las palabras de su hermano
aquel día tras la reunión del Consejo. «Y, de nuevo, has escogido
alinearte con Santuario. Si el Consejo vota destruir Santuario
eliminar de una vez por todas con la amenaza que supone para los
cielos, ¿te quedarás en el mundo de los hombres y perecerás con
ellos?».
Imperius se equivocaba, pensó Tyrael. No se trataba de escoger a
unos por encima de otros. Guiaría a los Horadrim y trataría de
salvar ambos mundos que había acabado por amar. El sacrificio de
Uldyssian, en siglos pasados, volvió a él, un recuerdo que no estaba
manchado por el tiempo. Era el momento en que Tyrael había
empezado a ser plenamente consciente del potencial de la
humanidad para la salvación. El bien en los humanos triunfaría
sobre la oscuridad, por imposibles que fuesen las probabilidades.
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Contaba con eso ahora. Su grupo estaba tan preparado como lo
podía estar, y tenía que superar las tentaciones y los horrores que
llegarían. Sin duda, la humanidad era capaz de alcanzar la
grandeza. Pero en un rincón de su mente también se acordaba de
Zoltum Kulle, un miembro fundador de los Horadrim, un hombre
que había permitido que la oscuridad lo corrompiese. La piedra de
alma negra era creación suya.
Kulle también había sido humano.
Tyrael tenía sus propias tentaciones. Antes de que el sol saliera
sobre Westmarch, ya no podía esperar más. Sintiéndose un
fracasado, sacó el cáliz y se perdió en sus profundidades.
Salieron antes del amanecer. A los caballeros les habían hablado
de su marcha, de modo que la guardia de la ciudad no diese la
alarma al ver a varios hombres con pesadas capas moviéndose por
la calle, y el general Torion estuvo de acuerdo. Pero los Horadrim
no querían encontrarse con los habitantes de Westmarch, los
tenderos y los recaderos que empezaban sus labores. Los Horadrim
evitaron la Iglesia de la Orden Sagrada y el puente subterráneo roto,
por el que no se podía pasar, y entraron a las catacumbas por el
pantano.
Los abultados ropajes de los Horadrim escondían figuras más
corpulentas; el comandante Nahr había hecho un buen trabajo con
lo que le habían dado, aunque el esfuerzo y la velocidad a la que
había llevado a cabo su magia con la forja casi lo había matado.
Pero a Mikulov el astuto disfraz que llevaba le resultaba pesado y
extraño. Como monje estaba acostumbrado a ropas más ligeras y a
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tener libertad de movimientos, y se preguntaba cómo funcionaría
en combate, si es que la misión los llevaba a eso.
— ¿De verdad no me permitirán que los acompañe, después de una
semana demostrando mi valía?
Lorath Nahr hablaba en voz baja mientras caminaban en fila de a
uno a través del traicionero terreno, treinta personas en total, con
Tyrael en primer lugar. Lorath había reclutado a varios caballeros
para que los acompañasen e hiciesen guardia a la entrada de las
catacumbas. Mikulov ya estaba ligeramente por delante del joven,
y el monje solo escuchaba a medias a Lorath, que daba sus razones
para formar parte del grupo que invadiría los reinos de los cielos.
Lorath no estaba preparado, y el monje tenía otras preocupaciones.
A Mikulov no le gustaba la sensación de la oscuridad que se les
venía encima. Caminaban sin antorchas, confiando en que la luz de
la luna los ayudase a evitar las gruesas matas de hierba
empantanada y los lugares blandos entre la vegetación. Los dioses
vivían en todas las cosas, y esa noche sus voces hablaban de
peligros.
La tensión entre los Horadrim había ido creciendo de forma
constante mientras rodeaban el borde del pantano.
—Calla —dijo Mikulov, cuando Lorath empezó a hablar otra
vez—. Escucha a los...
Sin previo aviso, una gran forma negra apareció desde la izquierda.
La criatura se movió tan rápidamente que no tuvieron tiempo de
reaccionar. Correteando como una araña, con las alas extendidas
como lanzas, alcanzó a uno de los recién llegados de Gea Kul con
un tremendo golpe letal.
El hombre quedó empalado a través del cuello.
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Hizo un breve sonido de gorgoteo mientras caía la sangre y la
criatura la agarró como hace un cazador con su presa,
desapareciendo en la oscuridad.
El ataque solo había durado unos segundos, y la mayoría de los
Horadrim ni siquiera lo habían visto. Pero Mikulov solo estaba a
unos pasos por detrás, y al tiempo que daba la alarma con un grito,
ya estaba saltando hacia donde la criatura había desaparecido.
Cuando rodeaba un punto en el que el suelo se convertía en un
charco de agua cenagosa, oyó otro grito de dolor y a Tyrael
empezar a darle órdenes a su grupo. Otra forma oscura había
aparecido como un demonio y había agarrado a un caballero con
garras como garfios, destripándolo con un violento tirón hacia
abajo que cortó la capa del hombre y lo que había debajo como si
fuese mantequilla. Las entrañas se desparramaron en un montón
caliente sobre la hierba del pantano mientras el caballero era
arrastrado hacia los árboles.
Una emboscada. Mikulov se detuvo, buscando en la oscuridad,
pero no veía nada excepto las débiles formas de hierbas y árboles
moviéndose suavemente, y los dioses no le hablaban. No había
rastro de las criaturas ni de los hombres que se habían llevado.
Se volvió hacia los demás al tiempo que un destello chisporroteante
de luz brotaba de las manos de Shanar, formando un arco por
encima de sus cabezas. El paisaje quedó iluminado durante unos
minutos; por todas partes había movimiento, un vertiginoso
torbellino de formas voladoras demasiado veloces como para
seguirlas cuando las criaturas se apartaban de la luz. Fantasmas.
Era imposible contarlos. Pero había muchos, pensó el monje.
Demasiados.
Hombres gritaban.
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Otro hombre fue arrastrado hacia los árboles, y luego otro. Ninguno
tuvo la oportunidad de dar un solo golpe. La carnicería fue
implacable, los fantasmas se movían demasiado deprisa. El grupo
original de ocho estaba mucho más preparado que el resto y se las
arregló para repeler a las criaturas, pero los recién llegados y los
Caballeros de Westmarch estaban indefensos contra una fuerza tan
abrumadora.
Cuando Mikulov entró en la pelea, cerca estalló un destello
cegador, y el Sicarai apareció de un portal, bañado en la gloria de
su armadura de batalla, completamente sano y magnífico. El
destructor ojeó el terreno pantanoso durante un momento y
entonces, concentrándose allí donde Tyrael se encontraba con
El’druin en la mano, lanzó un aullido de furia y cargó.
Tyrael se maldijo en silencio al ver a las criaturas de alas oscuras
llevarse a más hombres. Algo lo tenía agarrado, y no podía escapar.
Sentía la cabeza como envuelta en algodón, y sus movimientos eran
demasiado lentos. Debería haber estado preparado, pero había
dejado que sus pensamientos lo entretuviesen. Los fantasmas
habían estado esperándolos, por supuesto, probablemente lo tenían
planeado desde hacía tiempo y ahora, justo antes de que llegasen a
su destino, los Horadrim estaban en problemas.
— ¡Muéstrense! —gritó Tyrael. A la luz de Shanar, los Horadrim
se quitaron las capas. Bajo ellas llevaban réplicas de las armaduras
Luminarei que el comandante Nahr había creado para ellos
basándose en los detallados diseños de Tyrael. La armadura era tan
buena que hasta a él le costaba diferenciarlas de las auténticas, al
menos desde lejos. No pasarían el examen que les harían los
ángeles en los cielos, pero podrían conseguirles tiempo.
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
No había querido mostrar su mano, no hasta justo después de que
atravesaran el portal. Pero ahora tenían que poder moverse con
libertad o acabarían muertos.
— ¡Vayan! —les gritó a los demás—. ¡Llévalos a la entrada, Jacob!
¡No pueden seguimos a través de la pared!
Los caballeros lanzaron flechas hacia las formas oscuras que
aleteaban entre las sombras. Jacob guió a los Horadrim y a Lorath
Nahr a través de la alta vegetación, con Thomas y Cullen formando
la retaguardia. Mikulov los rodeaba para protegerlos contra más
criaturas que pudiesen lanzarse y tratar de llevarse a alguien de
entre sus filas. Los chisporroteantes rayos de energía de Shanar
mantenían a los fantasmas de los cielos lejos de sus cabezas.
Tyrael esperó a ver que habían alcanzado la abertura que llevaba a
las catacumbas antes de volverse para enfrentarse al Sicarai.
El arcángel no se sentía intimidado a menudo en una batalla. Pero
el destructor era una visión espantosa, todavía mayor que antes, de
un color rojo fuego y blandiendo una nueva arma de doble hoja que
cantaba al ritmo del latido de la sangre que sentía en los oídos.
El Sicarai se lanzó sin contemplaciones y Tyrael apenas pudo alzar
El’druin antes de que el golpe del destructor estuviese a punto de
destrozar su espada.
Se tambaleó hacia atrás, consciente de los peligros que acechaban
en algún lugar de las sombras detrás de él. Cayó sobre él otro golpe,
y otro más; una y otra vez el destructor cargó contra él y todas las
veces Tyrael se las apañó para desviar la hoja justo antes de que le
alcanzase el cuerpo. Pero se estaba cansando deprisa, y no había
enemigos tras los que esconderse, ni trucos con los que distraer a
su enemigo. Estaba solo.
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El Sicarai extendió sus alas y gritó, y el estallido de luz roja de las
hebras casi cegaron a Tyrael. Parpadeó furiosamente luchando
contra los puntos que bailaban ante sus ojos tratando de localizar el
siguiente golpe antes de que cayese. Tras él, un punto blando en el
pantano se le tragó el pie y le hizo caer de espaldas sobre el barro
al tiempo que la espada del destructor le hiciese un corte en el
pecho. El feroz golpe atravesó la armadura y le hizo sangrar antes
de que chocase contra algo más duro que el hierro. El cáliz.
El dolor creció y sintió humedad. Rodó al tiempo que el Sicarai
lanzase su espada al punto donde estaba, pero le iba a ser imposible
esquivar el siguiente golpe. El cielo había empezado a brillar con
la suave luz del amanecer y el destructor volvió a alzar su arma una
vez más, deteniéndose triunfal por un instante sobre el cuerpo caído
de Tyrael.
«¿Así es como acaba?», pensó, cansado. De la herida le brotaba
sangre «¿Moriré aquí, entre el barro de una tierra olvidada, antes
de que hayamos siquiera empezado?».
Un cuerpo delgado y oscuro con la cara pálida como la luna pasó
por encima de él al tiempo que el Sicarai atacaba. El nigromante
detuvo la espada con una lluvia de brillantes chispas de color
naranja que cayeron sobre Tyrael. El impacto desvió el arma y el
Sicarai volvió a gritar, esta vez furioso.
Zayl se alejó de su alcance y el Sicarai se volvió para seguirlo.
Tyrael se las arregló para ponerse en pie. Sentía un dolor abrasador
en el pecho mientras se tambaleaba hacia la entrada de las
catacumbas. Oyó acercarse al Sicarai, pero ya estaba casi allí, solo
unos pasos más...
El mundo comenzó a desvanecerse. Los fantasmas se acercaron
desde ambos lados, unas formas negras apenas visibles a la luz del
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
amanecer. Tyrael sentía los brazos de plomo, cada uno de sus
movimientos suponía un esfuerzo abrumador y se notó caer al
tiempo que algo semejante a un viento lo levantaba y lo
transportaba hacia la oscuridad del túnel que llevaba a la
profundidad.
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CAPÍTULO VEINTISIETE
Las catacumbas
Jacob guiaba a los demás por el túnel débilmente iluminado. No
decían ni una palabra; todos tenían una expresión sombría y
estaban asombrados por la celeridad del ataque. Jacob no sabía a
cuántos habían perdido. Era un milagro que no estuviesen todos
muertos.
Tyrael seguía ahí fuera solo contra el destructor. Jacob casi se dio
la vuelta, pero sabía que su responsabilidad era llevar al resto del
grupo a lugar seguro. En su interior brotó la ira y rápidamente la
apartó. Su padre no lo habría aprobado. Nunca pienses que tu ira
te hace imbatible.
— ¿Dónde está el nigromante?
La voz de Gynvir resonó en el silencio. Respiraba con dificultad.
Jacob miró hacia atrás entre las tinieblas y no vio a Zayl por
ninguna parte. Cullen ya estaba trabajando con la llave, abriendo la
entrada y permitiendo pasar a los demás.
—Llevas quejándote de él desde Tristán —dijo Shanar—. ¿Ahora
te preocupas por él?
—Tiene la bolsa —dijo la bárbara—. No podemos traer la piedra
sin él.
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DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Un momento después dos figuras aparecieron arrastrando los pies
por la curva. Zayl llevaba el brazo alrededor de la cintura de Tyrael,
y el arcángel tenía la cabeza caída hacia delante. Llevaba la
armadura abierta y en el pecho le brillaba la sangre.
Mikulov corrió a ayudarlos al tiempo que, desde alguna parte más
allá, sonó un grito de guerra. El Sicarai estaba cerca; que pudiese o
no entrar en el túnel no estaba claro. Jacob tenía que conseguir que
todos atravesaran el muro y cerrasen la entrada antes de que fuese
demasiado tarde.
Zayl y Mikulov llegaron hasta ellos, soportando el peso total del
arcángel, y se deslizaron a través de la pared que formaba ondas.
Jacob esperó a que pasaran Shanar y Gynvir, lanzó un último
vistazo al túnel y las siguió.
Dentro, dejaron a Tyrael sobre el suelo de piedra de la gran sala,
delante de las escaleras que llevaban a los niveles inferiores. La luz
azul de las antorchas iluminaba sus rostros preocupados mientras
el nigromante se inclinaba sobre el arcángel, separando con
cuidado la armadura allí donde tenía el corte, mostrando una fea
herida de unos veinte centímetros.
De la herida salía sangre. Rápidamente, Zayl sacó varios tubos y
paquetes de su bolsa y comenzó a espolvorear sus contenidos por
el pecho de Tyrael, entonando un suave cántico. Tras unos
momentos movió la mano enguantada lentamente sobre el corte y
cerró los ojos. Su rostro se volvió blanco y luego de un color gris
ceniza. Cuando apartó la mano, la herida se había cerrado y una
cicatriz blanca como un gusano aparecía en la carne del arcángel.
Finalmente el nigromante sacudió la cabeza, con aspecto agotado
y apenas capaz de hablar.
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NATE KENYON
—Algo lo ha protegido de un golpe fatal —dijo—. Algo más fuerte
que la armadura —tocó un objeto reluciente de un extraño metal—
. Pero ha perdido mucha sangre. Mi magia puede curar heridas y
devolverle algo de fuerza, pero no hay mucho más que pueda hacer.
—Ayúdame a ponerme en pie —dijo Tyrael. Había abierto los ojos
y tenía la voz ronca por el dolor, pero era firme. Apartó la mano de
Zayl y se metió el objeto de metal dentro de la armadura. Se puso
en pie, ayudado por los demás. Hizo una mueca, pero se estiró y
miró a los rostros sombríos de los Horadrim que estaban mirándolo.
—Los Sicarai darán la alarma dado que hemos escapado de su
emboscada, y nuestra misión depende que nos infiltremos en los
cielos en secreto —dijo Tyrael—. Incluso ahora, la ceremonia de
la Ascensión, la creación de un nuevo ángel, comenzará en los
Salones del Valor. Tenemos poco tiempo.
—Pero estás demasiado débil —dijo Shanar—. No vas a poder
luchar.
—Sobreviviré —dijo Tyrael—. Debemos seguir adelante. Esta es
nuestra única oportunidad.
Los otros se miraron, intranquilos.
—Maese Zayl —dijo la voz de Humbart desde dentro del bolso—.
Deberían saber lo de nuestro problemilla, ¿no te parece?
—La bolsa ha sido dañada —dijo Zayl, recuperando lentamente el
color—. La utilicé para bloquear el golpe fatal del destructor. Su
magia ha sido efectiva para eso, pero ahora ha disminuido. No sé
cuánto diñará, pero no traeremos la piedra de vuelta a Santuario
antes de que se degrade por completo.
—Entonces correrás un gran riesgo al llevarla —dijo Tyrael—. El
poder corruptor te influirá de modos que no puedes predecir.
—Acepté tu misión en Nueva Tristán —dijo Zayl—, conociendo
los riesgos que conllevaba.
Tyrael estudió su cara y asintió.
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—Bien —dijo.
—No sabemos qué extraños resultados podrían tener lugar al
utilizar la magia en los reinos de los cielos —dijo Cullen—. La
sangre y tus heridas se notarán, y con la bolsa dañada, quizá
deberíamos...
—No me desafiarán hasta que sea demasiado tarde —dijo Tyrael—
. Sigo siendo un arcángel, y quienes están en los cielos harán bien
en recordarlo. Debemos seguir. No hay otra alternativa —volvió a
hacer una mueca, y luego sus labios mostraron una línea firme—.
Síganme.
En los cielos, los ángeles habían empezado a reunirse para la
Ascensión.
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CAPÍTULO VEINTIOCHO
Los Salones del Valor
El salón principal en el reino del Valor estaba lleno de cuerpos que
se movían y murmuraban. Auriel e Itherael estaban con Imperius
en el cuarto privado de este. Pronto harían su aparición y la nueva
ángel sería bienvenida a las filas como miembro de los Luminarei
y Defensora del Arco.
Balzael observaba desde las sombras por encima de la multitud, de
pie sobre una plataforma que le proporcionaba una buena vista del
gigantesco salón ceremonial. Normalmente, cuando un ángel
moría, otro acabaría naciendo en el Arco para reemplazarlo. Ese
ángel no era una réplica exacta del que se había perdido, pero se
unía al mismo Aspecto de los cielos al servicio del arcángel que lo
gobernase. Tal era la costumbre en los cielos, excepto en un solo
ejemplo en el que un ángel se había reformado: Tyrael tras la
destrucción de la Piedra del Mundo. Algo así no tenía precedentes.
La ceguera con la que sus hermanos y hermanas ofrecían sus
alabanzas a las tradiciones del pasado le asqueaba. A él le
empujaban el honor y la tradición cuando le convenían a sus
intereses, pero había demasiadas veces en que se interponían al
progreso.
Por ejemplo, con el destino de Santuario. El Consejo Angiris podía
debatir durante lo que los mortales contabilizaban como semanas,
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meses o décadas, y mientras tanto la enfermedad que suponía la
humanidad se extendía como una plaga y amenazaba con
desequilibrar las balanzas del Conflicto Eterno a favor de los
inflemos. Balzael no podía permitirse esperar más, ni tampoco el
Guardián. Habían confiado en que la piedra de alma negra fuese
suficiente ella sola, pero había llegado el momento de ser más
contundente. Utilizarían lo que hiciese falta para conseguir su meta.
A pesar de la intrusión de Tyrael, la piedra del alma había sido
creada por el hombre, y sería su fin.
Eso tenía una especie de justicia poética.
El murmullo de la multitud iba creciendo en volumen. Observaban
la arcada que llevaba al salón, esperando a que Imperius hiciese su
gran entrada. Pero a Imperius le gustaba la espectacularidad, y les
tendría esperando mientras él permanecía en su cámara hasta el
último momento.
La espera no era un problema para Balzael. Notaba algo más. Había
una extraña sensación en el aire, de algo importante que estaba a
punto de pasar, y no se trataba de la unión de la nueva ángel con el
Aspecto del Valor.
¿Dónde estaba el Sicarai?
Balzael le dio la espalda al espectáculo, su preocupación era cada
vez más creciente. Había enviado al destructor a Santuario hacía un
tiempo. No debería haber tardado en despachar a Tyrael y su banda
de humanos; sus espías habían pasado mucho tiempo averiguando
cosas sobre el grupo, observándolos de lejos, llegando a conocer
sus fuerzas y debilidades, las discusiones, la locura humana de las
relaciones. Incluso habían marcado a uno de ellos, un lazo que
mantenía a los otros atados a su alma mortal.
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NATE KENYON
Y los humanos los habían llevado hasta la fortaleza nephalem, tal
como Balzael había sospechado. El Guardián había decidido que la
fortaleza podría ser de alguna utilidad, si alteraban sus planes.
Aunque por el momento estaba protegida de todos excepto de
mortales, el Guardián ya estaba trabajando en ese problema. La
fortaleza no tardaría mucho en caer.
El resto había sido fácil. Sus espías sabían exactamente dónde y
cuándo estaría el grupo de Tyrael, y una emboscada debería haber
garantizado una carnicería. No es que el Sicarai fuese a tener
ningún problema con un grupo tan pequeño independientemente de
las circunstancias. Pero Balzael prefería asegurarse la victoria
antes, y esperaba un informe detallado de la carnicería que su
guerrero provocaría.
Casi como adrede, vio movimiento entre las sombras más allá de
su balcón privado. Un instante después, apareció el Sicarai. Tenía
la espada al costado; un filo tenía un apagado color sangre.
Balzael se sintió henchido de orgullo hacia su aprendiz. Había
entrenado bien al destructor, le había proporcionado todas las
ventajas en el arte de la batalla. Volvió a pensar como había hecho
otras veces: el Sicarai era el arma perfecta.
Pero las palabras del destructor lo cambiaron todo.
—Ha escapado, mi señor. Lo esperamos a él y a sus compañeros
en el pantano, como indicaste, pero entraron en la guarida antes de
poder hacemos con ellos.
Los pensamientos de victoria de Balzael se convirtieron en furia en
un instante. Su deseo de atravesar al Sicarai con su propia espada
se vio frenado por la curiosidad. ¿Cómo habían derrotado a su
mejor soldado una segunda vez?
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Su aura latió una vez y se calmó.
—Dime —dijo, consciente del peligroso gruñido de su voz.
—Lo herí de gravedad. Su sangre mortal corrió en abundancia.
Pero un humano utilizó un objeto mágico contra mí, absorbiendo
mi fuerza el tiempo suficiente como para llevarlo a las catacumbas.
— ¿Qué objeto?
—Lo desconozco. Pero repelió mi golpe mortal con una fuerza que
no esperaba —el Sicarai dudó, un sonido nuevo en su voz. ¿Podría
ser inseguridad? Imposible—. Unas manos invisibles me
retuvieron un instante, y cuando pude liberarme, ya se habían ido.
Perseguimos a los mortales por el túnel, pero no pudimos
encontrarlos.
—Han entrado en la ciudad —dijo Balzael—. La fortaleza perdida
de los nephalem los ocultó de ti —contuvo su ira, canalizándola de
un modo más aprovechable. Estaban atrapados allí, y tendrían que
salir antes o después. Sabía lo de la segunda entrada a las
catacumbas, pero sus espías estaban estacionados allí, así como en
el pantano.
Fuese lo que fuese lo que había planeado Tyrael, fracasaría. De eso
estaba seguro...
—Hay más, mi señor. Tus soldados han estado siguiendo sus
conversaciones en secreto, y han descubierto muchas cosas
mediante su conexión con el tal Jacob.
— ¿Qué has averiguado, Sicarai? Dímelo o perderás tu miserable
vida.
Las siguientes palabras del Sicarai lo dejaron helado.
—Tenemos motivos para creer que van a venir aquí, a los cielos —
dijo el destructor—. Planean robar la piedra.
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El camino hasta las pozas de la sabiduría estaban silenciosos y
vacíos. Balzael se deslizó desde las sombras de la columnata de
entrada, la ira todavía ardiendo en su interior. ¿Cómo podía haber
estado tan ciego? Había esperado que Tyrael hiciese algo contra los
cielos, pero no tan pronto... Y había creído que el Sicarai habría
acabado con todo el grupo antes de entonces.
Seguro de que estaba solo, corrió a través de la piedra del camino
hacia la Fuente, consciente del hueco donde había estado
Chalad’ar, que lo observaba como una cuenca sin ojo. No tenía
mucho tiempo; Imperius y los demás arcángeles lo esperaban en la
Ascensión. Pero era necesaria una reunión de emergencia con el
Guardián.
Los cielos no eran los mismos desde el ataque del Demonio Mayor,
eso era un hecho irrefutable, pero los cambios habían empezado
realmente mucho antes. Las pozas de la sabiduría fueron una baja
de aquellos. Un reino que había sido cálido y tranquilo se había
vuelto frío y muerto.
Pero allí había vida... Solo hacía falta saber cómo despertarla.
Se detuvo en la Fuente, mirando fijamente la pila vacía. La luz era
más clara en las pozas de la sabiduría, iluminándolo todo en
marcados contrastes, volviendo el paisaje blanco y negro. Esperó
pacientemente un buen rato y luego levantó los brazos por encima
de la pila y habló. El aire silencioso casi se tragó su voz por
completo. Al principio no ocurrió nada, y luego un gorgoteo sonó
desde abajo, cada vez más alto. Una luz parpadeante se arremolinó
en la pila desde el fondo, hasta que rebosó de colores tejidos en una
red de incontables líneas, ondulando como líquido en movimiento.
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Balzael sintió un escalofrío mirando el hipnótico dibujo, era una
sensación de temor mezclado con ansiedad. Ya lo había hecho
antes, y era siempre igual: era como el momento en que nació en el
Arco, una sensación de posibilidades crecientes junto con
confusión y una energía parpadeante que corría a través de él hasta
que se sintió invencible. La Sabiduría era comprender las
conexiones que otros no podían. Había una red que lo conectaba
todo, un mundo bajo el suyo que debía ser cuidadosamente
protegido. El Conocimiento era poder, después de todo... Y esa
clase de poder podía ser muy peligroso.
En la luz parpadeante apareció una forma.
Al principio no era más que una masa de oscuridad dentro de los
hilos, como si en su centro se hubiese formado un nudo. Pero la
forma creció hasta que casi llenó la pila que Balzael tenía delante.
Al contrario que los hilos que se movían constantemente, la forma
estaba inmóvil, y emanaba una oscuridad fría que enviaba sombras
flotando por toda la Fuente, como si las nubes hubiesen cubierto el
sol de repente: una figura encapuchada; su rostro un agujero vacío
negro.
El Guardián.
Se oyó un sonido semejante a un lento silbido.
—Viene aquí, mi señor —dijo Balzael. Su ansiedad era demasiado
obvia, y le avergonzaba. Pero no podía evitarlo—. El Sicarai y
nuestros exploradores en Santuario lo han confirmado...
—Sí —dijo el Guardián.
—Por supuesto —dijo Balzael, repentinamente inseguro. ¿Había
cometido algún error? El Guardián no hablaba con claridad, y sus
extrañas tendencias lo hacían aún más difícil de comprender—.
Tyrael está desesperado. Acabaremos con él en cuanto muestre su
rostro mortal...
299
NATE KENYON
—Nuestros planes han cambiado.
El Guardián no habló durante un tiempo. Balzael esperó, sabiendo
bien que era su modo de ser, y que continuaría cuando estuviese
preparado. El Guardián acabó por moverse y el lento siseo volvió
a oírse.
—El plan de Tyrael nos da una oportunidad.
—N-no te entiendo...
—La piedra está trabajando demasiado lentamente —dijo el
Guardián—. La población de Santuario está madura para un ataque.
Se debe permitir que los Horadrim de Tyrael se lleven la piedra. A
ver qué cosechamos.
El rostro encapuchado del Guardián formó ondas y cayó, y Balzael
cayó dentro, tambaleándose hacia la red de pesadillas y paisajes
horrendos. Vio a Tyrael y a los Horadrim llevarse la piedra de los
cielos, y cómo se la arrebataban igual de rápidamente; estaba
inmerso en el miedo, empapado en sangre, ahogado en llamas; los
gritos de la humanidad se alzaron a su alrededor como una sinfonía,
y el Guardián la dirigía con manos expertas, arrancando carne y
huesos. Santuario chisporroteó y se derrumbó hasta que todo lo que
quedó fue el silencio muerto del espacio vacío.
Balzael flotó dentro durante un tiempo, comprendiendo lo que
debía ocurrir. Conectando los hilos, de uno en uno, con la ayuda
del Guardián. Cuando volvió, las pozas de la sabiduría volvían a
estar en silencio. La Fuente estaba seca; todo rastro del Guardián
había desaparecido. Pero le había mostrado a Balzael el fin de
Santuario, y también otras cosas, y tenía claro en la cabeza el
camino a la victoria. Aunque Tyrael los había superado a él y al
Sicarai hasta entonces, no todo estaba perdido. Lejos de ello; sabía
exactamente lo que tenía que hacer para salvar la situación.
300
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Pero requeriría una serie de sucesos cuidadosamente orquestados,
y ciertamente, había poco tiempo.
301
NATE KENYON
CAPÍTULO
VEINTINUEVE
Los Altos Cielos
Jacob fue el primero en salir del portal.
Creía que se había preparado para lo que iba a venir, se había
imaginado toda reacción posible. Pero lo que sintió al principio le
sorprendió: un dolor físico y un zumbido dentro de sus mismos
huesos como el grave y violento rugido de una catarata cercana.
Se dio cuenta de que había cerrado los ojos contra el mundo que se
hacía pedazos bajos sus pies. Aquello lo dejó desorientado, pero no
era nada comparado con lo que vio cuando abrió los ojos y miró a
su alrededor.
Jacob ahora estaba en el borde de una vasta llanura hecha de luz y
sonido. La luz le abrasaba los ojos, relucía como reflejos de cristal
cortado. Pero aquella luz no era cálida y amistosa. La atmósfera era
desagradable, el aire, inmóvil y gélido. Creía que el Páramo lo
había preparado, pero nada podía compararse a aquello. Sentía los
oídos como llenos de algodón y de repente se le secó la boca.
Pasando la lengua por los labios notaba cada grieta. Por el cuello le
corría sudor que le erizó la piel. Cuando parpadeó tuvo la sensación
de tener papel de lija tras los párpados.
302
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Jacob miraba a través de una niebla húmeda mientras los demás
atravesaban el portal. Se echaron hacia atrás contra la intensidad de
la luz antes de abrir los ojos para mirar a su alrededor. Jacob trató
de hablar y no pudo. Todo era mayor y más abrumador de lo que
parecía, y cada sensación se multiplicaba por diez hasta que sintió
el insoportable peso de todo aquello presionándolo.
Fue entonces cuando comenzaron los susurros.
Al principio creyó que era el siseo de algo que estaba siendo
arrastrado sobre una roca, o quizá un reptil que se movía cerca.
Entrecerró los ojos, tratando de distinguir mejor lo que le rodeaba.
Senderos llenos de grava serpenteaban a través de la llanura y
llevaban de un montón a otro. Lechos de ríos secos, quizá. Materia
líquida había corrido allí hacía tiempo, pero ya no.
Volvió a oír el siseo. Miró en todas direcciones en busca del origen,
pero no podía localizarlo. Comenzó a sonar como palabras en una
lengua que no reconoció. Los susurros, pensó, podrían haber sido
corrientes de arena o cristal molido deslizándose por canales secos.
Se le metieron en el cerebro y comenzaron a afectarlo hasta el punto
que le pareció estar perdiendo el control.
Las emociones bullían en su interior: miedo y remordimiento, dolor
y pérdida. Los sonidos de voces se apartaron y la luz comenzó a
fusionarse en destellos brillantes que parecían ir al ritmo de cada
uno de los latidos de su corazón.
Una especie de superficie reflectante parpadeó cerca. Se detuvo,
atraído hacia aquello por algo que no podía localizar, una necesidad
de respuestas. La superficie era un estanque de mercurio rodeado
de mármol pulido. Le recorrió la emoción. Los susurros que lo
rodeaban volvieron a crecer: voces de personas de su pasado,
aquellos que llevaban tiempo muertos y que lo acosaban. Sintió sus
303
NATE KENYON
pérdidas como pequeñas heridas que lo cortaban y lo desangraban,
ríos rojos absorbidos por la piedra sedienta.
Cuando miró sobre la superficie reflectante, la muerte le devolvió
la mirada.
Su rostro era una masa púrpura y gris de cartílagos y hueso. Sus
ojos habían desaparecido y ahora eran agujeros vacíos. La
mandíbula le colgaba de fragmentos de tendón parecidos a cuero.
Retrocediendo por el horror, miró a su alrededor y vio cráneos por
todas partes, los blancos huesos relucientes, cuencas vacías de
sombra mirando fijamente sin vida, mandíbulas medio enterradas
en arenas cristalinas. Los restos de amigos y seres amados
reducidos a nada más que cascarones fríos y vacíos.
Esto no...
Shanar acudió a él atravesando el gélido aire. Su cuerpo delgado
era como un espejismo. Balbucía cosas sin sentido que parecían
sonar amortiguadas por la distancia, le tomó la cara con ambas
manos y se acercó.
El roce de sus labios era eléctrico, discordante. Se vio arrastrado a
través de sí mismo hasta aquel punto, todo lo demás desapareció.
Cuando por fin acabó y ella lo soltó, Jacob pudo volver a ponerse
en pie y aquel extraño mundo nuevo volvió a definirse.
—No te pierdas —susurró Shanar, sosteniéndole la mirada, con su
rostro a milímetros del de Jacob—. La resonancia puede alejarte de
ti mismo.
Jacob asintió e intentó buscar su voz. Shanar le apartó las manos
de la cara, y le sostuvo la mirada otro instante.
304
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—Estoy vivo —dijo Jacob. Los labios todavía le ardían por el beso.
Sentía la garganta como si hubiese tragado arena. Pero ella le había
hecho algo, le había devuelto su centro de gravedad. La luz era
ahora soportable y los susurros se desvanecieron. El suelo bajo sus
pies se había detenido.
Estaban en una gran sala llena de serpenteantes lechos de cristal
molido y reluciente que giraban y caían como cataratas hacia pilas
redondas. Lo que había creído que eran cráneos eran en realidad
fragmentos redondos de mármol erosionados por los siglos. Allí el
aire estaba inmóvil, y Jacob tuvo la sensación de que era así desde
hacía tiempo. Un lugar muerto y abandonado.
Cerca había una fuente tallada de cierto material que Jacob no pudo
distinguir. Qué escena tan sobrecogedora debía de haber sido hacía
tiempo, con líquido reluciente rociando el grifo de la fuente.
Pero también hacía tiempo que estaba muerta y las pilas secas y
vacías. Una depresión en la piedra cortada hacía que pareciese
como si allí hubiese habido alguna vez un objeto, insertado como
una llave en una cerradura, pero ya no estaba.
Se volvió a los demás. Gynvir estaba en pie mirando fijamente a
un punto más allá de él con las lágrimas brillando en su cara. Su
mirada pasó por un instante a él, y ambos se miraron; luego ella
apartó la suya. Jacob no sabía si Gynvir había mirado en el espejo
de mercurio, no podía interpretar su expresión. ¿Había sido el beso,
o había visto su propia muerte en el reflejo?
Shanar le hablaba a Gynvir en voz baja mientras los demás se
reunían tras haberse puesto en pie. Tyrael fue el último en atravesar
el portal. Estaba pálido, tenía la armadura rota, y el dolor se leía en
sus rasgos habitualmente estoicos. ¿Qué podían conseguir los
demás sin su fuerza? Jacob se sintió tremendamente pequeño en el
305
NATE KENYON
vasto mundo más allá de aquellas paredes muertas enfrentándose a
un ejército de ángeles que podrían aplastarlos en un instante.
Es hora de que guíes a los demás.
Era casi como si Tyrael hubiese hablado dentro de su cabeza. Una
nueva duda se instaló en Jacob.
No estaba preparado, todavía no.
No para esto.
Tyrael vio la incertidumbre en la cara de Jacob. Todavía habría más
cosas; las pozas de la sabiduría eran abrumadoras en sí, pero no
eran nada comparadas con la sobrecogedora belleza de los Jardines
de la Esperanza, la majestuosidad de las Salas de Justicia o el poder
y alcance de los Salones del Valor. Y también había lados oscuros
en cada uno de esos Aspectos. La oscuridad llegaría le gustase a
Tyrael o no, y eso sería lo que daría la verdadera medida de su
fuerza.
El agotamiento se había instalado rápidamente en los huesos de
Tyrael. Le dolía todo el cuerpo. La herida del pecho le latía
débilmente. Las rodillas enviaban calambres al resto de las piernas
y por la espalda. Cada paso era una dura prueba, cada respiración
un agudo recordatorio de su mortalidad. Se sentía desconectado de
sus hermanos y hermanas, solo en un mundo que lo había
rechazado en todas sus formas, mortal e inmortal, carne y luz. No
deseaba otra cosa más que tumbarse y dormir, y si no podía dormir
deseaba consultar el cáliz. Sabiduría, conocimiento, respuestas…
306
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
El monje le tocó el brazo. Era el único que parecía no estar afectado
por el espectáculo del entorno.
—Deberíamos movemos deprisa —dijo Mikulov. Los demás
miraban. Tyrael se dio cuenta de que había metido la mano dentro
del bolsillo oculto dentro de su armadura; sin haberlo pensado,
había estado a punto de sacar Chalad’ar delante de todos los demás.
Dejó caer la mano. El cáliz era como un agujero sin fondo por el
que caía tambaleándose, perdiéndose mientras los cielos ardían.
Pero aun así, lo quería, ansiaba lo que le daba: la oscuridad y el
olvido.
—Este es el momento en que demostramos nuestra valía —les dijo
a los demás—. Si tengo razón, hemos venido cuando los Luminarei
están asistiendo a la Ascensión. La magia de Shanar nos camuflará
y nos moveremos lo más rápidamente que nos atrevamos y nos
mezclamos. Debemos confiar en que no esperarán ninguna traición
en su propio reino. Jacob, guíanos a los Jardines de la Esperanza y
desde allí a través de las Salas de la Justicia. Allí habrá muy pocos
ángeles, solo los que han quedado para hacer guardia. Los
arcángeles estarán con Imperius en los Salones del Valor
preparándose para unirse a la ceremonia, y eso nos dará ventaja
mientras evitemos un examen atento. Si todo sale bien, estaremos
en la cámara del Consejo antes de que se den cuenta de que pasa
algo.
Jacob asintió. Parecía pálido, y el sudor le pegaba el pelo a la frente.
No había respuestas en la mirada del hombre, ni pista alguna de
qué fuerza interna podría haber encontrado. Tyrael se volvió hacia
la maga. Era el momento de poner a prueba todo el alcance de sus
habilidades; ahora todo dependía de su talento único.
Shanar respiró hondo, como para prepararse. Cuando levantó los
brazos, la energía que brotó de ella era sobrecogedora; alcanzó la
luz de los cielos, la desafió y la absorbió, envolviéndolos en una
307
NATE KENYON
burbuja de calor chisporroteante, una magia que fluía dentro de ella
y a través de sus dedos con destellos de color brillante.
Las armaduras Luminarei del comandante Nahr comenzaron a
brillar, y los rasgos mortales de los Horadrim quedaron
enmascarados por la gloriosa luz. Sus cuerpos crecieron, su porte
se tomó magnífico y la resonancia de los ángeles se alzó de ellos
hasta que su canción igualó la majestuosidad de los cielos.
Y cuando terminó y la burbuja se apartó, todos tenían alas.
308
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
CAPÍTULO TREINTA
La guardia
Los Horadrim salieron de las pozas de la sabiduría en fila de a uno,
con Jacob en primer lugar. Fuera de los estanques, el patio estaba
vacío. El bulevar de piedra, diez veces mayor que cualquier camino
que Jacob hubiese visto nunca, estaba pulido y relucía. A los lados
había estructuras vivas, árboles hechos de luz, y sus ramas se
balanceaban sin rastro de viento. De los movimientos de las
delicadas ramas salían notas musicales, y ese sonido lo llevaba
cerca de las lágrimas. La canción del Arco, lo había llamado
Tyrael. Era evocadora.
Más allá de las ramas más altas se alzaban las majestuosas y
enormes torres de la Ciudad de Plata, que se elevaban tanto que le
hacían sentir mareos. Era onírico, pero cada detalle se revelaba con
una claridad que hablaba de otro nivel de realidad, como si los
sentidos de Jacob se hubiesen multiplicado por diez. Empezaron a
temblarle las piernas y se obligó a permanecer quieto, a respirar, a
despejar su mente de todo lo que no fuese poner un pie delante de
otro.
«No te pierdas. La resonancia puede alejarte de ti mismo». El beso
de Shanar todavía perduraba en sus labios, y el fantasma de su roce
le ayudaba a recordar.
309
NATE KENYON
Miró de reojo una vez hacia atrás y el talento de Shanar lo asombró:
vio a una tropa de Luminarei marchando en formación, con las alas
ondulando y canciones angélicas resonando de modo maravilloso,
con sus cuerpos aparentemente hechos de pura luz bajo una
armadura dorada y rasgos tapados por las capuchas. Tyrael había
dejado que por buena que fuese Shanar, la ilusión podría engañar a
los ángeles desde lejos, pero nunca funcionaría a corta distancia. El
plan dependía de que llegasen a la cámara del Consejo sin
interactuar directamente con nadie. Aun así, era impresionante
verlo. Ningún humano había podido imitar la canción de un ángel;
ningún humano la había entendido siquiera.
Jacob se sentía como un ciervo entrando delicadamente entre una
manada de lobos dormidos. Había tantas cosas que no habían
planeado exhaustivamente, tantas maneras de que el plan pudiese
salir mal. Incluso aunque consiguieran llegar hasta la piedra, ¿podía
haber alguna esperanza de volver al portal con las cabezas todavía
sobre los hombros?
Se concentró en lo que lo rodeaba. Algo estaba mal en uno de los
árboles; un delgado hilo gris se había enredado en él, mezclándose
con las otras hebras y había alcanzado la copa recorriendo la rama
más gruesa. A su izquierda vio otro con materia gris intercalada
entre los hilos de luz. Un profundo escalofrío le recorrió el cuerpo.
La piedra de alma negra había extendido su fluido corrupto por los
cielos.
Rezó para que no hubiesen llegado demasiado tarde.
Un guardia Luminarei apareció en el bulevar a cierta distancia de
ellos. Parecía no prestarles ninguna atención todavía. Pero Jacob
giró rápidamente a la derecha, sacando a los demás del camino
hacia los árboles donde podrían ponerse a cubierto.
Oyó que alguien más venía detrás de ellos.
310
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Estaban en un espacio donde los árboles les ofrecían cierta
protección desde ambos lados. Se detuvo, esperando, con los
demás. No podían arriesgarse a moverse hasta que los Luminarei
hubiesen pasado por el camino.
Oyó que uno le hablaba al otro.
—Llegas tarde... Balzael se enfurecerá como se entere —el otro
dijo algo que Jacob no pudo oír—. Mejor todavía —dijo el
primero—, ven conmigo. Me han encargado que busque a otro para
escoltar a Gealith hasta los Salones del Valor. Ha pasado por los
tribunales y los jardines y está en la biblioteca, haciendo la última
patrulla.
El segundo guardia dijo algo más, y Jacob pudo oírlo claramente
cuando se acercó.
—...pasar por los jardines para llegar antes a los Salones del Valor.
—Si lo haces, te verá —dijo el primero—. Vamos. Serás mi
segundo; Balzael no se enterará de nada.
El sonido de los guardias alejándose hizo que Jacob lanzase un
suspiro de alivio, exhalando el aire que había estado conteniendo.
Si el mapa era correcto, los jardines estaban en el lado opuesto de
aquellos árboles. Si los guardias se hubiesen dirigido en el otro
sentido...
Pero no lo habían hecho. Por ahora, la suerte de los Horadrim
seguía funcionando.
Unas ramas brillantes de luz y sonido se arqueaban por encima de
sus cabezas. La música era como una agradable mano cálida que se
apoyase en sus mentes, y cada latido de sangre estaba sincronizado
con las notas que los inundaban. Antes de llevarlos hacia los
311
NATE KENYON
jardines, Jacob hizo una cuenta rápida y le faltó alguien. Volvió a
contar, esta vez más lentamente. Siete, incluido él.
Faltaba alguien.
Con un sobresalto, se dio cuenta de quién.
El nigromante no estaba.
Y la bolsa, la única manera que tenían de transportar la piedra de
alma negra de los cielos, había desaparecido con él.
312
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
CAPÍTULO TREINTA y
UNO
La Biblioteca del Destino
Zayl se mantuvo a cubierto en el lado opuesto del camino. El
segundo guardia había aparecido a su derecha, tan deprisa y tan
rápidamente que el nigromante había quedado separado y se había
visto obligado a dejar a los otros para esconderse tras una línea de
árboles mucho más delgada a la izquierda del amplio bulevar.
Había observado, tratando de no moverse, mientras los dos
guardias hablaban durante un tiempo. No podía arriesgarse a cruzar
al otro lado o se quedaría a la vista. Cuando los guardias terminaron
de hablar y comenzaron a andar por el bulevar, pasó un tiempo
antes de que Zayl pudiese cruzar con seguridad y ver a los demás.
Cuando lo hizo, se habían ido.
Tenía dos posibilidades: tratar de seguirlos, sin saber exactamente
por dónde habían entrado a los jardines o lo lejos que podían haber
llegado y así arriesgarse a llamar la atención y descubrir al grupo;
o podía subir solo por el bulevar. Si andaba solo podía ir entre los
árboles y llegar al límite del jardín con mayor libertad. Si
descubrían a los demás, le daría una segunda oportunidad para
tener éxito en su empresa.
Siempre había trabajado mejor solo.
313
NATE KENYON
Podía notar a Humbart enfureciéndose bajo la armadura, pero al
menos aquella vez el cráneo estaba felizmente callado. Era muy
posible que lo que Zayl estaba haciendo llevase a su fin en el reino
de los vivos, pero no había otra posibilidad; si ese era su destino,
debía aceptarlo.
Excepto que la bolsa debe llegar a la cámara del Consejo para
llevar la piedra...
Zayl no temía a la muerte, pero por encima de todo, la misión tenía
que tener éxito. Tenía que mantenerse el Equilibrio entre la luz y la
oscuridad. Recordó otra confrontación, cuando se había enfrentado
cara a cara con un nigromante llamado Karybdus, que creía que la
luz se había vuelto demasiado poderosa y que debía invocarse a la
oscuridad mediante el demonio Astrogha. Karybdus había tomado
el camino equivocado, pero el concepto no era tan erróneo, según
las creencias de los sacerdotes de Rathma: conserva el Equilibrio.
Zayl siempre había luchado por la luz, pero en un rincón de su
mente se había preguntado qué ocurriría si notaba que el bando de
los ángeles se había vuelto demasiado poderoso. ¿Se volvería
contra ellos?
Ahora tenía la respuesta. Santuario también era una parte clave del
Equilibrio. Si era destruido y los Altos Cielos se convertían en la
fuerza dominante sobre los infiernos, el Equilibrio se disolvería en
el caos. El asesinato de un millón de almas lo alteraría para siempre.
No podía permitir que ocurriese eso.
Zayl comenzó a abrirse paso entre los árboles por el límite del
amplio bulevar, hacia la Ciudad de Plata. Pensó en otra cosa: era
imposible saber cuánto duraría la magia de Shanar según se iba
alejando de ella. En ese momento permanecía camuflado por la
314
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
ilusión, pero podría quedar completamente expuesto en cualquier
momento.
No era algo que lo consolase.
Vio retazos de los dos guardias a través de las ramas. Estaban
pasando bajo un gigantesco arco tallado hecho de piedra reluciente.
Su conversación le llegó en ecos, y avanzó para oír cuanto pudiera.
Le había picado la curiosidad.
—Ser escolta en la Ascensión es ciertamente un honor —decía el
primero—. Serás recibido en audiencia con Balzael y, si tienes
suerte, incluso hasta el mismísimo Arcángel del Valor podría
aparecer. No muchos soldados como nosotros tienen la
oportunidad.
—He oído que Gealith es hermosa, aunque no la he visto —dijo el
segundo—. Me encargaron hacer guardia en el Anillo durante su
nacimiento... y solo, debo añadir. Un castigo por suspender mi
segunda prueba.
—Hermosa, sí —dijo el primero—. Pero tiene algo que no acaba
de estar bien. Ya verás a qué me refiero cuando lleguemos a la
biblioteca...
Sus voces se desvanecieron mientras desaparecían en la sala de
columnas. Zayl se detuvo donde la cobertura de los árboles se
acababa. Habría tenido que cruzar unos diez metros de espacio
abierto para llegar al arco y a la sala que estaba después, que ahora
estaba vacía.
—No estás haciendo lo que creo que estás haciendo —murmuró
Humbart—. ¡Te van a descubrir, muchacho! Piensa en la misión...
Pero Zayl ya había salido de entre los árboles, marchando
resueltamente bajo el arco hacia el frío espacio interior.
315
NATE KENYON
Se agachó tras una columna y miró a su alrededor. Las maravillas
que había visto antes palidecían en comparación con aquello: unos
altísimos contrafuertes se extendían en una línea aparentemente sin
fin hacia la derecha del salón, por encima de los jardines, que se
apoyaban en gigantescas columnas con figuras detalladamente
talladas que parecían moverse, sus siluetas recortadas por una luz
que las hacía relucir como el cristal.
Zayl comenzó a avanzar entre las columnas, manteniéndose en el
extremo del gigantesco salón y evitando la luz cuanto le era
posible. En el ambiente había una música tan hermosa que hacía
que su corazón anhelase las cosas que había dejado atrás. «Salene»,
pensó, y su rostro apareció plenamente formado en su mente, su
expresiva mirada buscando la suya, como si le preguntase Por qué
le había abandonado. Siendo rathmiano, creía que su vida había
tomado un camino más adecuado para él y que esta acabaría cuando
fuera el momento, no antes. Pero ahora comenzaba a cuestionarse
el destino, se preguntaba si de algún modo se había desviado del
curso que tenía que haber seguido. Vio a sus padres en pie en la
proa del barco cuando empezó a arder, pidiéndole ayuda. Sus
muertes habían sido culpa suya... fue él quien empezó el fuego que
los mató. Quizá el destino lo había abandonado, después de todo;
quizá había sido en aquel momento. ¿Y si todo había sido una
ilusión? Había dedicado su vida a Trag’Oul, el gran dragón
Guardián de Santuario, había creído con todo su corazón en la
existencia de aquel otro reino al que Rathma había huido hacía
tantos siglos para evitar la muerte. El gran dragón perduraba como
una constelación de estrellas que hablaba del pasado, el presente y
el futuro del hombre, y todos esos futuros existían solo gracias al
Equilibrio. Luz y oscuridad, los cielos y los infiernos, y Santuario
en el punto crítico entre ellos, un equilibrio que debía conservarse;
¿era todo una mentira perpetrada por un hombre que había
enseñado en primer lugar a los sacerdotes de Rathma su propia
locura y alucinaciones y luego los había abandonado a un futuro
incierto empujado por el azar?
316
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
La idea sacudió a Zayl. Nunca había dudado de la existencia de
Trag’Oul ni de la misión que había pasado de Rathma a Mendeln,
hermano de Uldyssian y el primer convertido auténtico al
sacerdocio de los nigromantes. El Equilibrio era primordial y debía
conservarse. Por eso estaba allí arriesgando la vida. Pero ahora le
parecía increíble que rara vez hubiese cuestionado las enseñanzas
de sus mayores, que no se hubiese preguntado nunca si quizá
Trag’Oul era la invención de la mente trastornada de un nephalem
perdido y roto y perseguido por sus padres hasta los confines de
Santuario y más allá.
«Sabes que las enseñanzas de Rathma son ciertas», insistió una
vocecita de sobriedad en la cabeza de Zayl. «Tus poderes son la
prueba; te han permitido asomarte a otro reino, invocar a los
muertos, sentir el Equilibrio en todo». Incluso Humbart, un espíritu
que había invocado y unido a un cráneo, era testigo de todo lo que
había aprendido y de todo lo que era posible. Y a pesar de aquello,
todo le parecía un engaño una vez que se había apartado el velo;
una gran broma cósmica a su costa. Su vida era una serie de
actividades errantes guiadas por no otro propósito más que las
ilusiones de su propia mente.
Zayl se dio cuenta lentamente de que la música había cambiado y
ahora tenía un fondo más profundo y complejo. Sintió un peso
sobre los hombros. Recuperó la conciencia con un tirón. ¿Qué le
había poseído? Había cubierto cierta distancia sin siquiera darse
cuenta. Veía otra vez a los dos guardias, pero afortunadamente
ellos no habían mirado hacia atrás todavía.
Se habían detenido delante de una puerta enorme. Zayl se arrastró
tan cerca como se atrevía y los observó desde detrás de la columna
más cercana. Se sentía imposiblemente pequeño, insignificante,
una mota de polvo en el mundo. ¿Dónde estaba ahora Trag’Oul, en
su momento de mayor necesidad? ¿Dónde estaba su fe?
317
NATE KENYON
Un ángel abrió la puerta para recibir a los Luminarei. Aquel no
llevaba armadura, y tenía forma femenina. Sus amplios ropajes
reflejaban la luz dé su ser en suaves curvas. Su voz se unió a las
notas musicales en perfecta armonía, y mirarla era como mirar al
sol.
— ¿A qué vienen? —dijo la ángel.
—A aceptar nuestra vocación —dijo el primer guardia—, y guiar a
Gealith a la luz.
—Está esperando —dijo la ángel—. El Destino está abierto para
ustedes.
La Biblioteca del Destino. A Zayl le aleteó el corazón suavemente
como un pájaro en la jaula de su pecho. Por supuesto; la influencia
de la biblioteca le había afectado cuando se le acercaba, el destino
se había convertido en pérdida, los hados en azar, tal como Tyrael
les había advertido que podría ocurrir. «Los Altos Cielos pueden
afectar o los humanos de formas que no pueden entender...».
Los guardias pasaron junto a ella hacia la sala iluminada. Zayl se
planteó continuar, pero la ángel se mantuvo en su puesto. Lo vería,
y estaba demasiado cerca como para que funcionase la ilusión de
Shanar.
El nigromante se miró las manos. El fuego blanco que las cubría
estaba parpadeando.
La magia de Shanar se desvanecía, y a Zayl se le acababa el tiempo.
318
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
CAPÍTULO TREINTA y
DOS
Los Jardines de la Esperanza
Jacob miro a su alrededor pasmado. Habían salido de la cobertura
de los árboles y habían entrado en el paisaje más increíble que había
visto nunca. Se extendía hasta donde alcanzaba la vista.
Los Jardines de la Esperanza.
Nada, ni siquiera sus sueños más locos, podía compararse a
aquello.
El suelo estaba sembrado de flores compuestas de pétalos
multicolores. Los jardines no eran estáticos; las flores estaban en
constante cambio formando gruesos lechos que brillaban y se
desvanecían mientras otras crecían en destellos de color para
reemplazarlas. De los lechos de flores brotaban formas cristalinas
como arbustos relucientes que emitían cascadas de ramas rizadas
que caían sobre sí mismas como fuentes vivas de luz y sonido.
Unos estanques reflectantes rodeaban las fuentes, recibiendo las
iridiscentes cortinas de luz y polvo de cristal, centelleando como
pilas enjoyadas.
319
NATE KENYON
Era sobrecogedor. Se animó como si hubiese echado a volar, la
música daba energía a su cansado cuerpo baila que se sintió
ingrávido y libre. Todos los sueños oscuros que pendían de él como
telarañas, las tragedias de su pasado, las muertes de sus padres y la
pérdida de su propósito y la confianza en sí mismo, desaparecieron
cuando los jardines le acariciaron el cuerpo y le susurraron un
mensaje de paz y amor. Ya no estaba solo y no volvería a tener que
estarlo nunca más; allá donde fuese e hiciese lo que hiciese, se
llevaría aquel lugar con él. El paraíso...
—Aquí hay grandes peligros —dijo Tyrael en voz baja—. Tengan
cuidado para no perderse para siempre en la belleza de lo que ven
y sienten. Sean conscientes de que la esperanza se puede perder y
convertirse en desesperación. Recuerden que no están hechos para
experimentar este lugar.
Jacob volvió a su ser con un tirón, pero conservó la sensación de
plenitud.
Había otros seres en los Jardines de la Esperanza.
Unos ángeles se movían a lo lejos, deslizándose sin hacer ruido
mientras otros estaban sentados inmóviles en unos bancos entre las
flores o asomándose a los estanques de luz como si llevasen siglos
allí. Ninguno de aquellos ángeles llevaba armadura, sino que
llevaban ropajes del color del rocío de la mañana. Eran criaturas
hermosas, elegantes, que sugerían una perfección de formas más
allá de cualquier cosa que pudiese entender Santuario.
Pero nadie pareció reconocer o fijarse en los Horadrim. Para ellos
se trataba de una tropa de soldados angélicos marchando hacia la
Ascensión. La magia de Shanar perduraba.
— ¿Qué vamos a hacer con lo de la bolsa?
320
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Jacob pensó que era Gynvir quien había hablado, pero no podía
estar completamente seguro. La magia hizo su trabajo, incluso para
él; lo único que veía era a un miembro de los Luminarei con alas
que ondulaban suavemente.
—Zayl encontrará el camino a la cámara del Consejo —dijo
Tyrael—. Si no, llevaremos la piedra con las manos desnudas.
Los otros se quedaron en silencio. Todos sabían que llevar la piedra
sin protección significaba una muerte dolorosa y terrible. Pero a
Jacob le costaba preocuparse por ello. La suave música y el
pacífico entorno seguían calmando sus miedos.
Unos senderos de cristal molido serpenteaban a través de los lechos
de flores rodeando los arbustos y los estanques. A lo lejos,
elevándose en el aire brillante, estaban los gruesos muros y las
enormes torres de las Salas de Justicia.
Guió a los otros por el camino, esquivando hebras colgantes de luz
viva. Al pasar bajo un alto arbusto cristalino, una hebra de luz le
rozó la cabeza. La calidez se extendió por sus miembros y lanzó un
grito ahogado; en su mente se proyectaron imágenes suyas de niño,
vividas y claras, en una época anterior a que la plaga de ira hubiese
alcanzado Staalbreak, con sus padres viviendo pacíficamente. Por
aquel entonces su padre el comisario era tranquilo y firme, la clase
de hombre del que podías depender, que nunca actuaba
impulsivamente, que siempre oía ambos bandos de una discusión
antes de juzgar en un sentido u otro, y las murallas de la ciudad
eran fuertes y seguras gracias a él.
Otra hebra le rozó el hombro. Le recorrió un escalofrío. Las
imágenes de su padre se volvieron sangrientas y oscuras. Jacob
estaba atrapado en una red de espacio y tiempo, sin manera de
escapar; su padre había criado a un hijo que no podía huir de su
pasado, y la plaga de ira que había destruido a su familia era solo
321
NATE KENYON
un síntoma de algo más profundo, algo más corrupto, una debilidad
de carácter que no podía evitar por muy lejos que huyese.
Jacob notó otra suave caricia en la mejilla. Le parecieron los fríos
dedos flácidos de un cadáver. Vio a hombres colgados desde las
murallas de Staalbreak y oyó la risa de su padre resonando en las
calles vacías. Vio hordas de bárbaros con runas del color del fuego
y la muerte en los ojos lanzarse hacia los muros, oleada tras oleada.
Vio demonios tomar su lugar cuando las murallas cayeron.
Era imposible detenerlos y la locura y la sangre no tenían fin. Su
pueblo fue asesinado, uno a uno.
Unas delgadas redes grises colgaban por todas partes, envolviendo
los arbustos de luz como sábanas, cayendo como una asfixiante
manta sobre los lechos de flores. Corriendo por las redes había
arañas grandes y peludas de colmillos goteantes en cuyos ojos se
reflejaba la luz de los estanques. Miró de reojo a su espalda, donde
un estanque reflejaba los horrores de su mente, mostrando la verdad
desnuda. El cuerpo mutilado de Shanar yacía junto al suyo. No
había esperanza de redención, no había futuro más allá de aquel
lugar. Estaba perdido dentro de las asfixiantes redes.
Jacob gritó.
El chillido destrozó la serena belleza de los jardines como un hacha
que chocase contra una lámina de cristal. Los Horadrim se
detuvieron cuando los ángeles que habían estado vagando
pacíficamente o sentados en silenciosa contemplación de repente
miraron hacia ellos. Los ángeles no enferman físicamente, pero
pueden sufrir heridas y estrés y a menudo se retiraban a los jardines
322
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
para sanar y encontrar la paz. No era probable que se alegrasen de
la perturbación.
Tyrael se maldijo en silencio. Habían recorrido más de medio
camino por los jardines antes de que Jacob se apartase de las hebras
colgantes como si reaccionase ante una amenaza. Sabía que aquello
podría pasar, particularmente allí, donde la promesa de la esperanza
se podía amargar muy rápidamente para aquellos que no estaban
preparados para mirar en su interior.
Había algo más mal. Tyrael se fijó con más atención. Unos
tentáculos delgados y grises habían crecido a través de las ramas
del árbol donde se encontraba Jacob. Eran tan delicados como para
ser casi invisibles, como delgadísimas grietas a través de las
hermosas luces brillantes de los jardines. Pero habían extendido su
corrupción como una terrible enfermedad.
La piedra estaba allí.
El alcance de la corrupción le heló el corazón. Los Altos Cielos
estaban en peligro, y no tenía manera de saber cuánto tardarían en
regresar a la normalidad una vez se hubiesen llevado la piedra de
alma negra.
Pero había motivos más urgentes para la preocupación. La ilusión
de Shanar había empezado a desvanecerse como una imagen
fantasmal que desapareciese en la distancia, y las formas mortales
de los Horadrim empezaban a asomar.
Varios ángeles habían empezado a moverse por los caminos del
jardín hacia ellos. No eran soldados, pero podían dar la alarma. Si
Tyrael no llegaba a la cámara del Consejo antes de que los
Luminarei fuesen a por él, no habría ninguna esperanza.
—Tú.
323
NATE KENYON
Una ángel se había detenido a corta distancia, su aura latiendo
suavemente por la preocupación, sus alas formando ondas.
—Se te acusó de ser un traidor. Imperius le ha dado órdenes a quien
te vea de que informe a los guardias.
—Sea lo que sea lo que has oído, te equivocas. He estado en misión
secreta en Santuario, cuyos detalles no te conciernen.
—Yo... —distraída, miró a los demás y pareció echarse atrás—. Su
canción... ¡No son Luminarei!
Jacob se tambaleó hacia atrás y sus piernas chocaron contra una
pila. Allí se quedó inmóvil un instante, tratando de conservar el
equilibrio antes de caer de espaldas al estanque.
El reflejo del estanque se rompió en múltiples planos de color
cuando atravesó la superficie. No era profundo, pero mientras la
luz le cubría se debatió violentamente y volvió a gritar, lanzándole
golpes a nada que Tyrael pudiese ver. Shanar salió corriendo, lo
tomó del brazo y trató de tirar de él mientras más ángeles
comenzaban a acercarse donde estaban. Jacob quiso zafarse de ella,
pero Shanar, sujetándolo por la armadura que protegía su cuerpo,
consiguió volver a ponerlo en pie.
Otro de los ángeles lanzó una exclamación de asombro y
consternación, y el sonido rápidamente se repitió entre sus filas
según se acercaban a los Horadrim.
Las alas de Jacob habían desaparecido.
Ahora la magia estaba desapareciendo más deprisa. Cualquier
semblanza de orden fue sustituida por caos y en cualquier momento
los auténticos Luminarei se lanzarían a sus cuellos.
Tyrael tomó una decisión instantánea.
324
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
— ¡Huyan! —dijo.
325
NATE KENYON
CAPÍTULO TREINTA y
TRES
Comienza la batalla
Zayl se agachó más detrás de la columna. Con los años, se había
vuelto experto en esconderse. Pero era una solución a corto plazo
para un problema mucho mayor. La magia de Shanar no tardaría
mucho en desvanecerse por completo.
Un momento después, la enorme puerta se volvió a abrir y los dos
guardias salieron, haciéndole un gesto a la ángel del salón antes de
salir y quedarse inmóviles en posición de firmes.
La nueva ángel salió de la biblioteca.
Zayl tuvo que admitir que Gealith era arrebatadora. Su aura era tan
brillante y nítida como la luz del sol de una mañana de primavera
y su iluminados ropajes dorados mostraban magníficos pliegues y
suaves curvas que caían sobre su forma ingrávida de tal modo que
sugerían una perfección de formas que ningún humano podría
igualar. Sus alas eran amplias y ahusadas y flotaban tras ella en el
aire, moviéndose en ondas como si fuese a echar a volar en
cualquier momento.
326
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Pero según aparecía en el salón, Zayl captó algo extraño, un color
más oscuro en la punta de las alas como una sombra que colgase
de los bordes.
—El destino es tu último consejero —dijo la ángel de la puerta—.
Te entrego a los Defensores del Arco. Te guiarán mientras
asciendes por las filas del Valor y jures servir a ese Aspecto por el
resto de tus días, hasta que caigas. ¿Estás preparada?
—Lo estoy —dijo Gealith.
—Muy bien —la ángel se apartó—. Que aceptes tu destino y
encuentres la paz.
La ángel despareció tras la puerta. Los guardias Luminarei
avanzaron con Gealith entre ambos. Zayl se deslizó de una columna
a otra, siguiéndolos tan de cerca como se atrevía. Por ahora la suerte
seguía de su lado. No había gritos de alarma ni reacción inmediata
alguna según marchaban resueltos, alejándose de la biblioteca por
el salón.
Iban directos hacia los Salones del Valor y a un ejército de
Luminarei.
Los guardias y Gealith permanecieron en silencio según se
acercaban a un cruce con otro enorme pasillo vacío y giraron a la
derecha. Más adelante acababa en un patio abierto. A través de los
arcos abiertos la vasta belleza de los jardines se extendía como
joyas relucientes desperdigadas por un prado.
Zayl se detuvo asombrado. Los Horadrim, desaparecidas sus falsas
alas, iban corriendo, perseguidos por ángeles que volaban.
327
NATE KENYON
Los guardias también los habían visto. Uno lanzó una exclamación
de sorpresa, salió corriendo y cruzó el corredor hacia los arcos
abiertos... directamente al lugar donde se escondía Zayl.
Este sacó su puñal de hueso de la funda. El puñal tenía forma
serpentina y estaba hechizado con la magia que Trag’Oul, el gran
dragón, les había legado a los nigromantes. Estos confiaban en la
energía espiritual de los muertos. Zayl había usado muchas veces
el puñal en su vida de muchas maneras distintas, pero todavía no
había intentado invocar su poder allí, en los cielos, y no tenía ni
idea de qué podría hacer.
Era la hora de averiguarlo.
—Tú —dijo el guardia. Se había detenido, mirando fijamente a las
sombras donde Zayl estaba agazapado y había sacado su espada
Luminarei, una hoja maligna y brillante que emitía rayos de luz tan
deslumbrante que le hicieron parpadear a Zayl—. Tú... eres uno de
ellos...
Zayl estaba completamente descubierto. Ya no había esperanza de
seguir escondido. El nigromante murmuró un hechizo tan
rápidamente como se atrevía a hacerlo. No tenía tiempo para
prepararse como habría hecho normalmente, escribiendo runas en
el suelo de piedra, pero era poco probable que invocar a los
espíritus fuese a funcionar, y tenía otras ideas.
«Trag’Oul», pensó, «gran dragón. Escúchame...».
El guardia le lanzó un golpe con la espada, y Zayl levantó su puñal
de hueso. Este chocó contra la espada sagrada y un feroz estallido
de energía y luz se extendió entre ellos. Zayl sintió que le
flaqueaban las piernas, y se preparó para el dolor abrasador que sin
duda resultaría del corte que la espada le haría en la carne.
328
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Pero la hoja no continuó su letal bajada; el diminuto puñal de hueso
la había detenido. El guardia pareció perplejo, y volvió a levantar
su arma, y de nuevo Zayl la detuvo, dando un paso atrás hacia los
jardines. El Luminarei siguió atacando y Zayl empezó a cansarse
rápidamente. Los músculos le temblaban por el esfuerzo de repeler
cada potente golpe. Oyó al segundo guardia gritar desde el pasillo,
y resistió la necesidad de mirar de reojo por encima del hombro.
Cualquier distracción supondría una muerte segura.
Hasta entonces, Zayl había permanecido a la defensiva,
bloqueando lo que el guardia le lanzaba, pero nada más. En
cualquier momento el segundo Luminarei lo estaría atacando, y
cualquier débil esperanza que hubiese podido tener de sobrevivir
desaparecería. Si iba a escapar, tenía que actuar rápidamente.
Pero Trag’Oul estaba callado y los espíritus de los muertos no
existían allí. No iba a recibir ayuda. Tenía que hacerlo solo.
Un rostro apareció ante sus ojos, completamente formado. Salene.
En un instante había desaparecido. Zayl vio a las criaturas de alas
oscuras llevándosela en la noche, vio su cuerpo transportado hacia
los negros cielos; vio su forma efímera parpadeando ante él,
recuperada de entre los muertos en un raro ataque de dolor. Sí, la
había amado, a pesar del adiestramiento diseñado para borrar esos
sentimientos de su alma y quizá aquello le había hecho humano.
El guardia vio una abertura y atacó. Zayl levantó el puñal en el
último instante posible y puso su voluntad a través del hueso
retorcido, invocando energías enroscadas en su pecho como una
serpiente. Al mismo tiempo recordó lo que Tyrael les había contado
sobre los nephalem y la sangre de ángel y demonio que se mezclaba
y fluía dentro de sus venas. Él era su propia mejor arma, y tenía la
intención de utilizarlo en su ventaja.
329
NATE KENYON
La espada golpeó el puñal de hueso con un ruido ensordecedor,
provocando una explosión de energía. En lugar de forzar la energía
a que se alejase de él, Zayl pronunció en voz alta varias palabras de
poder. Inmediatamente la hoja comenzó a absorber todo lo que el
Luminarei le daba, alimentándose de su esencia como un diablo
chupador de sangre, atrayendo más y más energía lumínica del
guardia.
El puñal brillaba ferozmente cuando el guardia cayó sobre el suelo
de piedra. No quedaba nada de él excepto la armadura que había
llevado. Cuando el segundo guardia lo alcanzó, Zayl liberó un rayo
de energía concentrado que lo alcanzó en el pecho. El guardia salió
volando por el pasillo, chocando contra una pared del otro extremo,
donde se quedó inmóvil.
A Zayl le escocía el cuerpo, y todavía sentía la esencia restante
corriendo en su interior. La nueva ángel, Gealith, estaba a unos
pocos pasos, pero no se movió y tenía una expresión de perplejidad,
como si no se creyese lo que había visto.
— ¿Vas a matarme también a mí? —dijo Gealith. Su tono era de
curiosidad, su postura hacía que pareciese confundida, nada más—
. Estoy desarmada. Pero verás que es imposible ir mucho más allá.
—No hemos venido a matar —dijo Zayl—. Hemos venido a
salvarlos a todos.
—Entonces estás muy equivocado —dijo. De repente su cuerpo
bajo los ropajes se hinchó y creció. La oscuridad comenzó a girar
más pesadamente y sus alas chisporrotearon con una energía que
no era pura, sino que estaba manchada de maldad. Era como si se
hubiese desecho de una capa de luz y revelado un núcleo negro.
Zayl notó que el Equilibrio temblaba. Aquello era una
abominación, algo que no debería existir. Sin pensarlo, lanzó a
través de su hoja hasta la última chispa de energía que había
330
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
acumulado al tiempo que empujaba hacia el centro del cuerpo de
Gealith.
La ángel chilló; era un terrible sonido lleno de furia. La negrura
brotó alrededor del puñal de Zayl, pero este lo sostuvo con ambas
manos, apretando los dientes al tiempo que sentía la oscuridad
tocándolo con los dedos helados. El momento pareció durar y
durar, hasta que al fin la oscuridad hubo desaparecido, y estaba
solo.
331
NATE KENYON
CAPÍTULO TREINTA y
CUATRO
Un encuentro mortal
Tyrael bajó corriendo por el camino del jardín tras Thomas y
Cullen. Los otros casi habían llegado a los gigantescos pilares que
marcaban las Salas de la Justicia, pero Cullen había quedado atrás
muy pronto; resoplaba y jadeaba mientras corría y Thomas se había
frenado para esperarlo. Entre ellos y los demás había un hueco de
quizá unos veinte metros.
A Tyrael le ardían los pulmones, el corazón se le desbocaba en el
pecho y sintió que el mundo empezaba a dar vueltas delante de sus
ojos. Normalmente no tendría problemas en adelantarlos a todos,
pero la herida en el torso y la gran cantidad de sangre que había
perdido lo habían vuelto peligrosamente débil.
Echó la mirada atrás una vez y vio al ángel más cercano casi encima
de él. Estaba armado con una hoja curva que tenía un aspecto
amenazador y cuya punta brillaba blanca. Tyrael volvió a sacar su
espada, listo para enfrentarse al ángel y conseguirles más tiempo a
los Horadrim. Pero en el fondo sabía que la intentona era inútil.
Otros se acercaban a él, demasiados como para que luchase contra
ellos.
332
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
De modo que así era como iba a terminar. Una misión que había
empezado en el momento en que había renunciado a sus alas y
había escogido caer a Santuario como mortal, aliándose
completamente con la raza humana, un acto pensado para unir a los
cielos y a la humanidad, para demostrarles a ambos bandos las
fuerzas y debilidades del otro, para forjar un paz duradera y eterna
y una unión inquebrantable contra las fuerzas de la oscuridad.
Ángeles y hombres, gobernando sobre todo. Ahora parecía una
visión ridícula. El cáliz lo había abandonado; había pedido
sabiduría y solo había recibido desesperación.
«O quizá no», pensó Tyrael. Chalad’ar le había mostrado la muerte.
Quizá aquel final había sido inevitable desde el principio. Si era
así, marcharía hacia él con honor, y caería luchando.
Pero cuando se dio la vuelta, Cullen estaba firme en el sendero del
jardín, sosteniendo un objeto entre ambas manos. La llave
nephalem. Thomas estaba a su lado, con la espada preparada. La
expresión en el rostro de Cullen era de sombría determinación.
Cerró los ojos.
De la llave brotó energía, una cinta chisporroteante como un
relámpago que cruzase el espacio entre los Horadrim. La banda de
energía alcanzó a los ángeles desde la derecha y los barrió como a
una chalupa a merced de las olas de la tormenta. Cullen lanzó un
segundo rayo con la llave, este dirigido por encima del hombro de
Tyrael. El ángel que lo había estado persiguiendo fue lanzado hacia
un lecho de flores a diez metros de distancia.
«Los he subestimado», pensó Tyrael. La idea le dio fuerzas. Pero
se acercaban más ángeles. Los otros Horadrim habían llegado ya a
las Salas de la Justicia y habían desaparecido dentro, pero era un
triste consuelo para él; sin duda allí encontrarían más guardias...
333
NATE KENYON
Un grupo de Luminarei en armadura salió de los arcos abiertos que
adornaban el extremo de los jardines, corriendo hacia ellos.
Inmediatamente después apareció el Sicarai. El destructor voló,
atravesando el espacio entre ellos como un dios vengativo, con su
arma reluciendo por la brillante luz. Cullen se volvió hacia él y trató
de lanzar un nuevo rayo de energía, pero pareció fallarle la
convicción y el enorme guerrero lo desvió con facilidad.
Cuando el Sicarai los alcanzó, Thomas se puso delante de Cullen.
Tyrael trató de acudir en su ayuda, pero era demasiado tarde; el
destructor cayó sobre el hombre, alcanzándolo con un golpe que
destrozó la espada de Thomas y lo hizo caer de rodillas.
Thomas levantó un brazo como si tratase de desviar el ataque del
Sicarai, y el siguiente golpe del destructor le cortó limpiamente el
antebrazo justo por encima de la muñeca. Del muñón brotó sangre
en abundancia, salpicando los lechos de flores. Gritó una vez,
apretando los dientes, con expresión de sorpresa.
Pero el Sicarai ya estaba atacando otra vez, y su golpe casi cortó
por la mitad a Thomas.
Thomas cayó hacia delante, muerto antes de tocar la superficie del
sendero mientras su sangre manchaba de rojo los cristales.
Cullen se puso de rodillas junto al cuerpo de su amigo mientras el
Sicarai se preparaba para volver a atacar y entonces algo enorme
golpeó a Tyrael desde atrás y la oscuridad cayó piadosamente sobre
él, y no sintió nada más.
334
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
CAPÍTULO TREINTA y
CINCO
Las Salas de la Justicia
Mikulov se detuvo un momento en las sombras de las columnas
que se elevaban muy por encima de su cabeza. Allí hacía más frío,
pero no era menos magnífico que los Jardines de la Esperanza; cada
espacio nuevo era más asombroso que el siguiente. Aquello hacía
que el monasterio de Ivgorod pareciese un juguete infantil en
manos de gigantes, y supo que el puro tamaño y majestuosidad de
la entrada estaban pensados para intimidar, para darle respeto y
seriedad a lo que ocurría dentro de las propias Salas de la Justicia.
«Los dioses no hablan aquí». Al atravesar el portal había entrado
en un mundo completamente diferente, un mundo gobernado por
reglas distintas y extraños amos a los que no reconocía.
Y Mikulov estaba solo.
Mientras Jacob, Shanar y Gynvir habían corrido hacia el extremo
de los jardines, se detuvo un momento y había empezado a dar la
vuelta con la intención de ayudar a Thomas, Cullen y Tyrael, que
se habían quedado atrás. Pero un grupo de media docena de ángeles
había aparecido en el sendero entre ellos, todos blandiendo sus
armas, y cuando el monje se volvió a dar la vuelta vio a varios más
335
NATE KENYON
en el sendero delante de él. Así que había atravesado entre los
lechos y dos grandes árboles de luz en dirección a un arco abierto
a cierta distancia a la izquierda de donde los otros habían entrado.
Mikulov había mirado hacia el jardín y lo que vio le había helado
la sangre. Thomas, Cullen y Tyrael habían sido alcanzados por un
grupo de Luminarei liderados por el Sicarai. El enorme guerrero
atacó a los Horadrim como un huracán, desviando el intento de
Cullen de detenerlo y destrozando la espada de Thomas cuando
este intentó proteger a su hermano. Y entonces...
El monje se había entrenado durante muchos años para endurecerse
contra el dolor, el físico y el emocional. Los dioses estaban allí para
apoyarlo cuando caía, para levantarlo cuando se sentía débil. Los
Patriarcas preconizaban seguridad ante el mal, hacer lo que debía
hacerse sin permitirse ningún rasgo de fragilidad. Incluso había
endurecido su piel durante años de entrenamiento, y la había vuelto
casi impenetrable a armas o garras.
Pero lo que vio lo atravesó como si hubiese sido él el herido.
Mikulov se mordió la mejilla para evitar llorar cuando la espada
cayó silbando, le abrió el vientre a su amigo y la sangre de Thomas
empapó el suelo con un chorro carmesí.
De repente, la visión que había tenido en el camino hacia Bramwell
volvió a él: atrapado dentro de las puertas de los cielos, la
transformación de Tyrael en un desconocido encapuchado sin
rostro, Thomas decapitado delante de ellos por la espada de
Tyrael...
Más soldados Luminarei habían llegado a los jardines. Tyrael y
Cullen estaban perdidos bajo un enjambre de ángeles; el monje vio
a Cullen caer de rodillas bajo un mar de espadas y armaduras
brillantes, y el arcángel fue golpeado desde atrás.
336
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
«Están perdidos». Cada átomo del ser de Mikulov le gritaba que
fuese corriendo, que vengase sus muertes del modo que pudiese.
Pero sabía que era inútil, que nunca podía esperar derrotar a tantos
él solo.
El monje cayó al suelo, con su equilibrio interno alterado. Las
columnas que tenía delante parecían doblarse e hincharse y sus
hombres crecían. Unas formas avanzaban arrastrándose a través de
la oscuridad, y sus ropajes eran extrañamente familiares. «Asesinos
de Ivgorod, enviados por los Patriarcas para matarme». Había
abandonado el Monasterio Suspendido contra sus órdenes, y por lo
tanto había sido señalado para morir. Lo habían perseguido hasta
los límites de Santuario y más allá.
Los cuerpos se convirtieron en guardias Luminarei que tomaban
posiciones a lo largo de las paredes de la enorme sala que formaba
las Salas de la Justicia. Mikulov sacudió la cabeza como para
despejarse la confusión que se había apoderado de él. Por supuesto
que los asesinos de Ivgorod no estaban en los cielos. Pero la
amenaza era real.
Mikulov recordó la batalla en Gea Kul, hacía tantos años, cuando
la horda demoníaca se acercaba a ellos y tenían pocas esperanzas
de huir. Había invocado un poder interno que no sabía que poseía,
una energía dentro de él que explotó hacia fuera como un diminuto
sol, destruyendo a sus enemigos y agrietando incluso el suelo bajo
sus pies.
Se dio cuenta de que aquello había sido el principio de su despertar
a su linaje: su transformación en un guerrero nephalem, capaz de
conectar con la verdadera fuente de su poder.
«Dame fuerzas para hacer lo que es necesario hacer». La muerte
de sus amigos no significaría nada si la piedra de alma negra
permanecía en su lugar. Había esperado que Jacob, Shanar y
Gynvir fueran de camino a la sala del Consejo. Debía actuar para
337
NATE KENYON
alejar la atención de ellos y la misión tenía que continuar, fuese
cual fuese el precio.
Mikulov cerró los ojos. Algo iba creciendo en su interior, un fuego
que lo convertiría todo en cenizas. Vio olas chocar contra roca,
lluvias torrenciales arrancando laderas de montañas. Vio huracanes
desarraigando árboles como si fuesen ramitas, y oyó el aullido de
los ciclones levantándolo todo a su paso. Los dioses estaban en
todas las cosas, su poder lo consumía todo, y dentro de él tenía
aquel poder como un demonio que se debatía para liberarse.
Aguantó al tiempo que empezaba a arder, apretando los dientes,
dejando que creciese cada vez con más fuerza.
Un guardia Luminarei lo vio y les gritó a los demás. Cuando
emprendieron el vuelo, Mikulov salió de entre las sombras, tomó
aliento y en un poderoso golpe hizo chocar las manos, dejando al
fin que saliera la bestia interior.
Jacob guiaba a ambas mujeres entre los vastos rincones de las Salas
de la Justicia tan rápida y discretamente como podía.
Trataba de calmar sus pies al tiempo que se deslizaban entre las
anchas columnas y llegaba a un espacio cubierto más frío. No tenía
ninguna duda de que los ángeles llegarían en cualquier momento;
solo podía esperar que diesen por supuesto que los Horadrim
habían seguido por el pasillo en lugar de seguirlos dentro de los
tribunales. Por lo que Tyrael le había contado de aquel lugar, era
probable que estuviese vacío, dado que no se había nombrado un
nuevo Arcángel de la Justicia y los ángeles estaban en la
Ascensión, y por el mapa sabía que directamente al otro lado
encontrarían un pasillo que llevaba a la sala del Consejo Angiris.
338
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Sobre unas puertas enormes había una réplica reluciente de
El’druin, diez veces del tamaño de la real y hecha de alguna especie
de extraño metal. El símbolo de la Justicia, hecho para humillar a
todos los que entrasen.
Pero aquello no era nada comparado con lo que encontraron más
allá.
La sala siguiente estaba vacía, o parecía estarlo. Estaba construida
como un anfiteatro, con asientos en tres lados asomados a un
círculo abierto en el centro. Unos atriles gigantes de piedra y cristal
estaban delante del círculo y de los asientos al otro lado, y una de
las paredes estaba escrita en letras elegantes y enormes desde el
suelo al techo. Por lo que Tyrael había dicho, Jacob supo que aquel
debía de ser el Muro de los Edictos, las leyes de los cielos, talladas
en piedra y cumplidas durante milenios.
Pero eran las estatuas las que dominaban el círculo, un ángel
masculino y otro femenino con túnicas que se elevaban sobre los
asientos y tenían los brazos estirados señalando hacia donde se
colocarían los acusados y donde una columna se elevaba hasta el
techo en espiral. De la columna salían figuras, demonios y ángeles
torturados gritando de agonía, los condenados y sentenciados,
cuyos pecados se habían retratado para siempre en los rasgos
detalladamente tallados mientras señalaban a las estatuas gigantes
suplicando piedad.
—La oscuridad interior —susurró Gynvir. La bárbara miraba
fijamente las tallas. Su rostro había perdido el color y tenía la boca
abierta. Shanar estaba junto a ella en una pose similar, con las
lágrimas corriéndole por las mejillas, incapaz por una vez de decir
una palabra. Jacob supo lo que Gynvir quería decir; una sensación
de actos terribles y pecados imperdonables impregnaba aquel lugar,
como si los fantasmas de aquellos que habían pasado por el Círculo
del Juicio viviesen allí y hechizasen sus paredes. El pesado silencio
339
NATE KENYON
caía sobre ellos. Se imaginó los juicios que habían tenido lugar allí
durante siglos, aquellos ángeles que se habían enfrentado a sus
pecados con dignidad, y aquellos que habían ido gritando a las
celdas que sabía que existían en alguna parte bajo sus pies.
A los culpables no se les mostraría piedad. Si los Horadrim eran
capturados, si vivían siquiera lo suficiente como para llegar a ese
lugar, serían condenados a su propio tormento privado.
Jacob se estremeció. Todos sus errores parecieron caer sobre él a
la vez, culminando con lo que había ocurrido en los Jardines de la
Esperanza. Tocó la funda oculta que contenía el arma que el
comandante Nahr había forjado para él... La espada del Sicarai.
Creía haberla perdido en la lucha anterior, cuando los tentáculos
del árbol de luz le había tocado. Ahora la sacó, mirando fijamente
la reluciente hoja doble, y el peso del arma en sus manos le calmó
los nervios.
Su derrumbamiento en los jardines se le aparecía constantemente.
Había deseado encamar todo lo que Tyrael esperaba de él, pero a
la primera señal de adversidad se había venido abajo como un crío
gritando en busca de ayuda contra los fantasmas de su propio
pasado. Y ahora los Horadrim estaban desperdigados, algunos de
ellos probablemente muertos, y la misión corría peligro.
«Perdónenme», rezó en silencio Jacob. Era muy irónico que él
estuviese allí ahora, en el mismísimo corazón de la Justicia,
expuesto de nuevo como un fraude. Había decepcionado a su
madre, a sus amigos... al mundo entero, y ahora guiaba a una
muerte cierta a la mujer que amaba.
La idea lo asombró a causa de su simplicidad. «Sí, la quiero». Claro
que la quería; siempre la había querido. Esa verdad se había
perdido en un mar de complicaciones y negativas, pero todavía le
quemaba en los labios el beso que le había dado Shanar en las pozas
340
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
de la sabiduría, y su sabor lo perseguía. El hecho de que era muy
probable que todos fuesen a morir solo servía para aumentar la
intensidad de sus sentimientos.
La miró de reojo, vio la belleza de su rostro, la vulnerabilidad que
trataba de ocultar con chistes y un desinterés cuidadosamente
calculado que cubría su auténtica personalidad. Su increíble talento
los había llevado hasta allí. Alimentaba dentro de él un fuego
creciente, una decisión de hacer que aquella última defensa fuese
honorable.
Cuando tomó la mano de Shanar se oyó un golpe secó que venía de
fuera, y el suelo tembló bajo sus pies. Jacob se tambaleó y
consiguió mantenerse en pie, sirviendo de apoyo a Shanar antes de
que esta se cayese. Un retumbo los atravesó como un trueno.
No sabía por qué pensó en el monje, solo que sentía de alguna
manera que Mikulov era el responsable de la explosión. Mikulov
había atraído la atención de los Luminarei. Tenían que utilizar la
distracción que les había proporcionado el monje y esperar que el
pasillo que llevaba a la sala del Consejo estuviese desierto.
Un ruido llegó de más allá del tribunal. Alguien se acercaba. Tenían
que esconderse en alguna parte, y deprisa. Jacob guió a
Shanar y a Gynvir por el círculo de asientos y se agacharon, allí
donde la enorme columna de piedra se elevaba sobre ellos, todavía
mayor de lo que les había parecido antes. Los ángeles y demonios
tallados tenían el triple de su tamaño. Rápidamente, se metió entre
dos de ellos en la base de la columna, y Shanar y Gynvir hicieron
lo mismo. Los condenados tenían los brazos estirados como si
fuesen a agarrarlos durante toda la eternidad, asfixiándolos con su
frío abrazo helado.
341
NATE KENYON
Un momento después, una entrada más allá de los atriles se abrió
de par en par y cuatro guardias Luminarei entraron corriendo al
tribunal, con las armas desenvainadas. No dudaron, siguieron hasta
el otro extremo y desaparecieron a través de las puertas. Jacob
esperó otro momento para asegurarse de que no iban a aparecer
más, y entonces salió del pequeño espacio y acompañó a las dos
mujeres subiendo las escaleras. Los guardias habían dejado
ligeramente entreabierta la puerta de detrás de los atriles. Jacob se
acercó tan silenciosamente como le era posible, solo lo suficiente
como para asomarse por la rendija.
Otro pasillo se alejaba de los tribunales. Estaba desierto. No había
guardias Luminarei preparados para emboscarlos.
Salió con Shanar y Gynvir de las Salas de la Justicia hacia la sala
del Consejo Angiris, donde la piedra de alma negra los esperaba
silenciosamente, con sus secretos enterrados profundamente dentro
de su caparazón de ébano.
342
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
CAPÍTULO TREINTA y
SEIS
Prisionero en el Puño
El dolor le atravesaba el cráneo como una afilada estaca clavada de
sien a sien y que rápidamente se convirtió en un latido punzante.
Vagaba por paisajes oníricos que se mezclaban entre sí. El Sicarai
lo atacaba una y otra vez, y el filo de su espada lanzaba destellos a
la luz de un fuego feroz. Las llamas consumían a la gente que había
sido azotada y eran incapaces de escapar. El olor a carne quemada
se hacía más penetrante al tiempo que los gritos de los torturados y
los moribundos se elevaban a su alrededor. Leah estiró un brazo,
suplicándole ayuda, pero él no podía mover los brazos, y detrás de
ella estaba Deckard Caín, con una expresión de tristeza y lamento
grabada en el rostro. La barba de Caín estaba llena de sangre.
Tyrael abrió los ojos. La oscuridad se cernió sobre él un instante, y
trató de ponerse en pie, pero otro latigazo de dolor hizo que
volviese a caer. Parpadeó, tratando de despejar la vista y orientarse.
El mundo cayó de repente sobre él. Estaba en una celda, con los
brazos y las piernas esposadas a la pared de piedra que tenía detrás.
Estiró el brazo hasta que la cadena le detuvo. Apenas podía tocarse
la parte de atrás de la cabeza, y la mano se le quedó pegajosa por
la sangre.
343
NATE KENYON
Las náuseas se apoderaron de él. Cerró los ojos y respiró
lentamente, y luego volvió a abrirlos.
Cullen estaba sentado contra el muro que tenía enfrente, también
encadenado, y tenía la cabeza manchada de sangre apoyada en el
pecho. No se movía y parecía que no respiraba.
Tyrael se recompuso e intentó volver a sentarse, esta vez más
lentamente. El dolor sordo se alivió ligeramente, y pudo
incorporarse hasta que las cadenas le limitaron los movimientos.
Las ataduras que lo detenían estaban hechas para ángeles, y
vibraban con una frecuencia que neutralizaba la resonancia
angélica. Las sentía zumbar contra su carne.
Miró alrededor de las paredes, manchadas por los fluidos de los
demonios. El olor a muerte era intenso. En las sombras notó
movimiento. Una monstruosidad de carne, rodando viscosamente
en la oscuridad, un destello de fuego rojo emitido por unos ojos
odiosos que relucían como si fuesen los pozos de los mismísimos
Inflemos Abrasadores. Las cadenas se agitaron cuando la cosa se
debatió contra sus esposas contra demonios, unas bandas de plata
con un anillo de pura luz que las rodeaba. Avanzó, gimiendo. Bocas
diminutas sin labios con dientes como agujas se abrían como peces
en tierra por todo su cuerpo, y unos bracitos se movían por toda la
grasa que rezumaba de cada abertura.
Otro se movía en el rincón opuesto, siseando y gruñendo, un
demonio enroscado y engañosamente tranquilo, como una
serpiente a punto de atacar. Sicarios de los inflemos, capturados
por Imperius y los Luminarei. Los mantenían allí para intimidar a
otros presos y, ocasionalmente y si se acercaban demasiado, para
que los hiciesen pedazos.
Allí no había música, no había luces brillantes ni cristales
relucientes. Tyrael y Cullen estaban en el interior del Puño, la
344
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
prisión subterránea de los Altos Cielos creada para tener encerrados
a los condenados por toda la eternidad. Sala tras sala de piedra
tallada y húmeda, celdas construidas para contener a criaturas que
no podían ser encerradas en ninguna otra parte. Cámaras de torturas
para demonios con hojas hechas para cortar carne gruesa y arrancar
la piel del hueso. Otras cámaras especialmente protegidas para
mantener a ángeles clavados a la pared. Pozos sin fondo llenos de
agua salada y fría donde sumergían a los demonios hasta el cuello
y los obligaban a nadar hasta que ya no podían moverse, que era
cuando los sacaban a rastras y los obligaban a volver a empezar.
Los cuartos llevaban de un pasillo a otro en un laberinto que
confundía a cualquiera lo bastante desafortunado como para
liberarse; se decía que en los niveles más bajos se encontraban los
restos momificados de aquellos que habían vagado por allí y habían
perecido en la oscuridad.
—Cullen —susurró Tyrael. Sentía la garganta como si le ardiese,
tenía los labios secos y agrietados. Tiró suavemente de las cadenas
que lo ataban, y luego con más fuerza. Se mantuvieron firmes;
aquellas no eran cadenas corrientes hechas de simple hierro.
Estaban forjadas para contener a los ángeles más fuertes dentro del
Puño, y no podían ser rotas por un mortal.
Cullen se movió ligeramente y gimió. Tyrael no veía que tuviese
ninguna herida. Quizá la sangre no era suya. Thomas. El
pensamiento le devolvió a todo lo que había ocurrido en los
jardines, al Sicarai destripando brutalmente al Horadrim
arrodillado, indefenso y herido. La sangre salpicando el polvo de
cristal.
La ira se apoderó de él, y tiró de las cadenas con más fuerza.
Alguien lo había encerrado allí y se había quitado a El’druin. El
pánico se hizo con Tyrael cuando se dio cuenta de que también le
faltaba Chalad’ar.
345
NATE KENYON
Un sonido grave y ronco lo trajo de vuelta de la desesperación. La
luz se filtró a la celda por las grietas de la puerta; un momento
después la puerta se abrió y el Sicarai entró en el cuarto.
—Libérame —dijo Tyrael, con la voz ronca y demasiado débil
como para ser una orden.
El Sicarai no contestó. Solo esperaba. No pasó mucho tiempo antes
de que alguien más se uniese a él.
Balzael atravesó la puerta y se puso al lado del Sicarai. Llevaba
algo, pero Tyrael no veía lo que estaba entre sombras.
—Un pájaro con las alas cortadas en una jaula —dijo—. No hace
tanto te lo prometí, ¿no? Esperaba que regresaras aquí
voluntariamente. Debo admitir que tenía mis dudas. Me imaginaba
que eras demasiado cobarde como para hacerlo. Pero has venido
antes de lo que esperaba, y te has traído amigos.
—Quítame estas cadenas —dijo Tyrael en voz baja—, y veremos
lo cobarde que soy.
Balzael se rio.
—Me parece que no. Aunque me gustaría hacerte sangrar, mortal.
Me das asco. ¿Sabes que el consejo estuvo discutiendo sobre tu
estatus de arcángel en la última reunión? No saben cómo llamarte.
Traidor, quizá. Serás juzgado, si es que vives tanto. Tus crímenes
son punibles con la muerte. Quizá me encargue yo mismo de hacer
justicia algo temprano y ahorramos tiempo a todos.
—La muerte nos llega a todos antes o después.
—A todos los mortales, sí. Has escogido alinearte con la escoria de
Santuario y ahora sufrirás su destino.
346
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—Imperius no sabe lo que le está haciendo la piedra —dijo Tyrael.
Se estaba cansando de los juegos del lugarteniente—. ¡A todos
ustedes! ¿No ven la corrupción, la oscuridad que se ha infiltrado
entre ustedes? Pronto los Altos Cielos caerán y los Infiernos
Abrasadores se alzarán para tomar su lugar.
—No le importan tus teorías.
—Tráelo aquí. Sea lo que sea lo que tiene que decir, me lo puede
decir a la cara.
— ¿Imperius? ¿Por qué iba a querer verte? Está demasiado
ocupado con la Ascensión y no le voy a molestar con tonterías —
Balzael volvió a reírse—. No tienes ni idea de lo que está pasando.
No eres muy listo, ¿verdad, pajarito? Quizá tu estatus mortal te ha
afectado la mente.
Un escalofrío recorrió a Tyrael al oír las palabras de Tyrael.
—Imperius no sabe que estoy aquí —dijo—. Si no es mi hermano,
¿quién más es parte de esto, aparte del destructor?
—Eso no es asunto tuyo —dijo Balzael—. Has interpretado un
papel importante, encontrando la fortaleza nephalem y abriendo el
portal, y ahora es el momento de que tus amigos terminen el trabajo
que han venido a hacer. Tú, sin embargo, no vas a estar con ellos.
Sacó a la luz lo que llevaba con él y se lo tiró a Tyrael a los pies.
El Cáliz de la Sabiduría hizo un ruido y rodó por la piedra,
deteniéndose a unos centímetros. A pesar de sí mismo, Tyrael notó
el ansia crecer en su pecho. Se estremeció.
—Te hemos estado vigilando de cerca —dijo Balzael—. Ahora
eres esclavo del cáliz y harás lo que haga falta por volver a bañarte
en los estanques. Pero no te preocupes. No creo que vayas a vivir
mucho más. Lamentablemente, creo que vas a morir intentando
escapar junto a tu amigo aquí presente.
Tyrael estaba más preocupado por las otras cosas que había dicho
Balzael. El escalofrío se hizo más profundo. Por mucho que no
quisiera oírlo, tenían cierto sentido. Ahora es el momento de que
347
NATE KENYON
tus amigos terminen el trabajo que han venido a hacer. Todo el
tiempo que habían pasado buscando las catacumbas y sabiendo que
los fantasmas acechaban en algún lugar, cercanos, sintiéndolos...
Aquella noche en Nueva Tristán, cuando mataron al parroquiano
del bar y marcaron a Jacob. Entonces podrían haber atacado a los
Horadrim, pero no lo hicieron. Y en la batalla de la montaña,
cuando revoloteaban entre los árboles y sobre la cara del
acantilado, sin atacar nunca. ¿Por qué?
Tyrael consiguió esbozar una sombría sonrisa.
— ¿Qué quieres decir con que acaben el trabajo?
—Imperius y el resto del Consejo serán informados de que tú y tu
amigo, junto con el otro hombre que ha matado el Sicarai son los
únicos que vinieron aquí a robar la piedra. Me aseguraré de
explicarles tu fallido plan. Eres la distracción perfecta.
Empezó a comprender.
—Quieres la piedra para ti —dijo Tyrael—. Y nos vas a utilizar
para robarla.
Quizá al principio, Balzael esperaba que la influencia de la piedra
en el Consejo los empujase a destruir Santuario. Pero el Consejo
no actuaba lo bastante deprisa. Así que Balzael tuvo que
improvisar.
— ¡Los arcángeles te matarán cuando descubran lo que has hecho!
—Quizá —dijo Balzael—. Si me encuentran. Claro que para
entonces, si todo sale bien, estaré lejos de su alcance. Pero si muero,
que así sea. Será un pequeño precio que pagar para acabar con la
raza humana. Nuestros exploradores que tú llamas fantasmas están
bien entrenados. Harán el trabajo sucio.
348
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
A Tyrael le daba vueltas la cabeza. ¿De verdad lo habían
manipulado de esa manera? ¿Tan ciego había estado? Se suponía
que Chalad’ar tenía que ayudarlo a ver la verdad, no esconderla.
Miró el cáliz que estaba a sus pies. A pesar de todo lo que había
ocurrido, la sed que sentía por él era casi abrumadora. Todavía
anhelaba desaparecer en sus profundidades, perderse entre los hilos
y encontrar la paz en el olvido.
—Pero sé adónde van a ir —dijo Balzael—. Los has enviado a por
la piedra. He ordenado que todos los guardias se vayan de la
cámara, y el resto de los Luminarei están asistiendo a la Ascensión.
Lo único que tenemos que hacer es esperar a que lleven la piedra
de vuelta a Santuario y entonces se la quitaremos. ¿De verdad crees
que alguno de ellos puede escapársenos una vez que decidamos ir
a por ellos?
—No pueden entrar en las catacumbas —dijo Tyrael—. Están
protegidas de ustedes...
—Basta de esto —dijo Balzael—. No te preocupes por tales
fruslerías cuando hay muchas más cosas importantes que hacer —
caminó hasta donde yacía Cullen apoyado contra la pared Sigues
sin entenderlo —dijo en voz baja—. La piedra tiene un gran poder.
Puede que esté forjada a partir de la oscuridad, pero su auténtico
propósito es demasiado especial como para desperdiciarlo.
Un débil retumbo hizo que las paredes y el techo temblasen
ligeramente. Balzael miró al Sicarai.
— ¿Qué ha sido eso?
—No lo sé, mi señor —dijo el destructor—. Lo averiguaré...
—No —dijo Balzael—. No importa. Imperius está encerrado en su
cámara, pero es hora de informarle. En nuestros términos, por
supuesto. Ya sabes qué hacer. Vete.
349
NATE KENYON
El destructor asintió una vez y desapareció. Balzael estiró el brazo
y agarró a Cullen del cuello, medio levantándolo del suelo. Se
volvió a Tyrael.
—Este será un ejemplo. Para que de verdad sientas el poder que
tenemos sobre ti.
Tyrael se debatió contra las cadenas al tiempo que las
monstruosidades de los rincones gimieron impacientes, con el
brillo en sus ojos rojos y las bocas cerrándose y abriéndose.
—No lo mates —dijo—. Es un inocente.
—Oh, ni mucho menos lo es —dijo Balzael desde las sombras—.
Pero yo no lo mataré. Lo harás tú.
350
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
CAPÍTULO TREINTA y
SIETE
Los Luminarei
El nigromante se deslizó entre sombras y luz. Unos rayos se
filtraban a través de los arcos abiertos de los jardines y caían sobre
el pasillo, pero no podían atravesar completamente la oscuridad.
O quizá aquello solo existía en su mente.
Había visto cómo mataban a Thomas y que el Sicarai se llevaba a
Tyrael y Cullen hacia las Salas de la Justicia. Había notado el ruido
sordo de la explosión y solo se le ocurría que había sido Mikulov;
si había sobrevivido o no era un misterio. Y no había visto a Jacob,
Shanar ni a Gynvir.
Por lo que Zayl sabía, estaban muertos, y Humbart y él estaban
solos. Solos contra un ejército.
El nigromante había rodeado los Salones del Valor, deslizándose
entre los guardias apostados en la entrada y se había abierto paso a
través del auditorio principal. La vista le heló la sangre; un vasto
salón lleno de Luminarei, todos ellos inquietos y murmurando entre
ellos, esperando a que llegase la nueva ángel. No sabía por qué no
había dado la alarma, pero sabía que solo era cuestión de tiempo
351
NATE KENYON
que descubriesen lo que había hecho. Para entonces, esperaba estar
lejos de allí y dentro de la sala del Consejo Angiris.
Cuando tuvo lugar la explosión, pareció provocar un desbarajuste
entre los guardias, y algunos de ellos habían salido por las puertas
hacia los jardines mientras que otros se habían quedado en su sitio,
buscando a sus líderes. Pero Zayl había seguido alejándose
discretamente, y pronto estaba solo de nuevo. Los pasillos y los
salones parecían extenderse eternamente. Allí estaba más oscuro,
tanto como para que hubiese antorchas en huecos que corrían a lo
largo del techo. Había cabezas montadas en las paredes, demonios
de todas las formas y tamaños, y también armas, enormes espadas,
lanzas y cadenas con púas y bolas de metal. Pasó por un atrio que
tenía una especie de tapiz hecho de hilos de luz. Los dibujos
móviles mostraban las grandes batallas luchadas durante los
milenios entre los cielos y los infiernos. Zayl vio demonios
destripados, los cielos oscurecidos con una oleada de ángeles en
vuelo y el suelo abierto dando a luz a monstruosidades. Vio a los
Demonios Mayores lanzándose contra los arcángeles y chocando
en las entrañas de los mismísimos infiernos. Y vio al dragón,
encendido como una constelación en el cielo nocturno.
Según atravesaba cada cámara se sentía mayor que antes, casi
invencible, y la oscuridad que había caído sobre él empezó a
desvanecerse. Quizá fuese el único Horadrim vivo, ¿pero
importaba? Todavía podía llegar a la sala del Consejo, robar la
piedra delante de las narices de los Luminarei y así cumplir la
misión que había jurado completar. Y si lo descubrían, lucharía
hasta la muerte y se llevaría con él tantos como le fuese posible. Ya
había matado a varios ángeles y a Gealith, ¿por qué no más?
Quizá debería olvidarse de la piedra, pensó Zayl. Quizá la propia
lucha era más importante. El destructor que los había atacado era
un Luminarei, después de todo, y era bastante posible que el mismo
352
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Imperius lo hubiese enviado para matarlos. Y el destructor parecía
haber trabajado en equipo con los fantasmas.
Los fantasmas que habían matado a Salene.
Estaba claro que los arcángeles eran los responsables de todo lo
que le había pasado. Merecían morir por sus pecados.
—Guárdalo —murmuró Humbart—. ¿Quieres que nos vean?
Zayl se dio cuenta de que había desenfundado su puñal.
—Cállate, Humbart —dijo—. Sé lo que hago...
— ¿Te crees que puedes matarlos a todos? ¡Este sitio te afecta a la
mente, muchacho! No hagas ninguna tontería. Recuerda el
Equilibrio. Eso es por lo que has venido, para restaurarlo... ¡No por
venganza, Zayl! Tú no eres así.
Unas sensaciones desconocidas recorrieron al nigromante,
luchando por hacerse con el control. Humbart tenía razón; había
olvidado su adiestramiento y había dejado que la abrumadora
presencia de los cielos lo afectase. Pero no podía ignorar la ira que
sentía, un fuego que lo consumía todo y ardía descontrolado...
Justo delante, donde el pasillo se abría en un espacio mayor, se oyó
un ruido. Zayl se pegó a la pared bajo una serie de cabezas cortadas,
que mostraban los dientes y una mirada vidriosa, deslizándose más
lentamente hacia el ángulo del pasillo de donde había partido el
ruido, consciente de que estaba expuesto. La idea del combate
cuerpo a cuerpo hizo que el corazón se le acelerase y le hirviese la
sangre. Sentía que justo a la vuelta había un arcángel, quizá el
propio Imperius. «Voy a ver si los ángeles sangran».
—Cuidado, muchacho —dijo Humbart—S. Cuidado...
Pero Zayl ya no oía. Saltó hacia delante, con el puñal preparado
brillando con una luz feroz...
353
NATE KENYON
Y se topó con Jacob de Staalbreak.
Mikulov nadaba en aguas profundas, y los gritos de los monjes
moribundos del Monasterio Suspendido reverberaban en su mente.
Los había estado observando desde arriba como un dios del sol, y
cuando los asesinos se acercaron a donde se encontraba, como
monos trepando por gigantescas escaleras de luz y sonido, desató
una oleada de devastadora energía que derribó las paredes del
monasterio como cerillas y desmembró cuerpos que saltaron por
los aires.
Los Patriarcas estaban reunidos en la sala de culto, sentados en
círculo con las piernas cruzadas y entonando oraciones a los dioses;
la oleada de energía los sacudió y mandó por el aire, arrancando la
carne de sus huesos, dividiéndolos en los elementos al tiempo que
se hacían uno con todas las cosas.
Mientras Mikulov observaba cómo el lugar en el que había crecido
desaparecía en la nada, sintió que estaba siendo hecho pedazos, las
capas que habían formado su ser eran arrancadas, una a una, hasta
que no quedó más que un corazón palpitante y entonces hasta eso
fue silenciado cuando los ángeles descendieron a su mundo tras él,
con espadas de pura luz cortando y quemando el mundo hasta que
se convirtió en una cáscara vacía y humeante.
A Mikulov le latía la cabeza. Se incorporó. En las columnas
talladas que lo rodeaban había quemaduras, y en el suelo de piedra
pulida se había abierto una delgada grieta. Había fragmentos de
armadura, los únicos restos de los guardias Luminarei,
desperdigados por el pasillo. Por un momento, le pudo el asombro
354
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
por lo que había hecho al mirar la destrucción, y luego el dolor lo
abrumó. «He dañado los mismos cielos».
Parecía imposible. Había matado ángeles. ¿Qué significaba?
Ellos lo habrían matado a él y a sus amigos si no hubiese actuado
primero. Pero saberlo no le calmó. Se suponía que un monje de
Ivgorod no debía sentir orgullo, vergüenza o miedo; no debía
existir la sensación de haber obtenido un logro, ningún egoísmo en
la búsqueda del bien mayor y el servicio de los mil y un dioses.
Pero había cambiado, y quizá su identidad también lo había hecho.
Ya no era solo un monje de Ivgorod. El propio Deckard Caín le
habría advertido en ese momento que actuase siempre al servicio
de aquellos que no podían defenderse solos. El destino de Santuario
estaba en sus manos.
Mikulov oyó el atronador sonido de unas alas que se acercaban.
Estaba en pie en medio del cráter que había creado. Se había
incorporado y levantó los brazos. Doblando la esquina llegaba
volando una oleada de ángeles, cientos de ellos o más,
oscureciendo el cielo y amortiguando la resonancia de los cielos
que todavía sonaba suavemente desde ninguna parte y desde todas
partes al mismo tiempo.
— ¡Estoy aquí! —gritó, las palabras arrancadas de su garganta—.
¡Vengan por mí, si se atreven!
Y entonces se dio la vuelta y corrió más deprisa de lo que había
corrido nunca, guiando a la horda angélica lejos de las Salas de
Justicia y la cámara del Consejo Angiris.
355
NATE KENYON
CAPÍTULO TREINTA y
OCHO
La piedra de alma negra
Zayl tenía agarrado del pelo a Jacob, con el puñal preparado para
atacar. Su mirada era violenta y borrosa, y por un momento Jacob
pensó que le podría cortar el cuello.
Gynvir saltó hacia delante, descolgó el hacha y atacó al
nigromante, que detuvo su golpe con el puñal en un movimiento
aparentemente instintivo. La energía del choque liberó una ducha
de chispas y un estallido de color púrpura. Gynvir volvió a atacarlo.
El siguiente golpe le arrancó el cuchillo de hueso de las manos y
cayó con estrépito al suelo.
— ¡Espera! —Humbart gritó cuando Gynvir levantó el hacha para
separarle a Zayl la cabeza de los hombros—. ¡No seas necia! Ha
sido un accidente, ¿no lo ves? ¡Zayl los ha tomado por el enemigo!
La bárbara lanzó un rugido ronco, y el sonido se convirtió en un
grito ahogado. Parecía luchar consigo misma; los músculos le
temblaron antes de que dejase caer el hacha a un lado y se diese la
vuelta.
—Lo siento —dijo Zayl. Levantó las manos—. Por un momento
vi… a los fantasmas de alas negras y el cuerpo mutilado de Salene.
He dejado que este sitio me afecte y he perdido el control.
356
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—Eso está por ver —dijo Jacob. Se frotó el cuello—. ¿Dónde están
los demás?
La expresión en el rostro del nigromante cambió.
—Tyrael y Cullen han sido apresados por el Sicarai y se los ha
llevado a las Salas de la Justicia. Thomas está... Thomas está
muerto.
«No». Jacob sacudió la cabeza, incapaz de creerlo.
— ¿Cómo?
—El Sicarai lo mató. Cullen luchó valientemente, pero era
demasiado tarde. Tyrael fue atacado por detrás.
—Mientes —dijo Gynvir—. Es un truco...
—Maldita seas, mujer —dijo Humbart—. Está diciendo la verdad.
La bárbara dio un paso hacia Zayl y el cráneo, pero Jacob la detuvo.
Intentó calmar el temblor de su voz.
—Tenemos poco tiempo antes de que descubran que estamos aquí.
Thomas habría querido que siguiéramos luchando —extendió la
mano hacia Zayl—. Dame la bolsa.
Zayl sacudió la cabeza, y por un momento la mirada se le volvió a
tomar vidriosa antes de recuperar la normalidad.
—No —dijo—. No puedes llevarla.
—Puedo y lo haré —dijo Jacob. Le sorprendió la firmeza de su
propia voz. Así era como encontraría paz y justicia dentro de sí, de
un modo u otro—. Ahora dámela, nigromante.
Zayl sacó la bolsa de donde la tenía colgada alrededor de su cintura,
moviendo torpemente los dedos hasta que Jacob lo ayudó con la
hebilla.
357
NATE KENYON
—Jacob —dijo Shanar—, la magia de la bolsa está dañada. Te
matará.
Jacob la ignoró y, al tiempo que Zayl recogía su puñal del suelo,
cogió la bolsa encantada con sus propias manos. Era casi como si
pudiese sentirla latir como un corazón. Desenfundó la espada,
sintió la energía zumbando en la hoja y se volvió hacia la entrada
de la cámara del Consejo.
—Vamos —dijo, y entró.
Todos se detuvieron de repente, abrumados por la belleza del
interior. La luz caía desde las altas y estrechas ventanas que cubrían
la cámara y el techo abovedado que se elevaba muy por encima de
sus cabezas. Las paredes circulares tenían tallados dibujos
increíblemente detallados que evocaban el movimiento del agua o
la energía. El suelo parecía estar hecho de vidrio o de cristal. Tenía
grabadas unas líneas doradas que llevaban hacia el centro, donde
cinco círculos rodeaban una estrella y se elevaba un altar donde se
encontraba el objeto que habían ido a buscar.
Bajo los tronos de los arcángeles había talladas unas alas. Jacob
esperaba ver a un guardia dentro, pero la sala estaba vacía. Envainó
su arma. A pesar de la belleza, la oscuridad estaba presente. La
piedra de alma negra estaba en su sitio, hinchada y brillando
débilmente con una luz de color rojo sangre.
«Sabe que estamos aquí», pensó Jacob. «No sé cómo, pero lo
sabe».
La piedra tenía casi el tamaño de un torso humano, mucho mayor
de lo que les habían hecho creer. Se acercó a ella con cautela,
rodeando el altar donde se encontraba. Le pareció verla latir por los
rayos de luz que caían de arriba. Era algo espantoso, una
abominación del mundo natural, construida y alimentada por el
358
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
odio, la desgracia y el dolor. Y la había creado un hombre. Un
miembro de los Horadrim, nada menos. La idea atemorizó a Jacob.
Pero la piedra tenía algo de hipnótico, algo que lo atraía
inexorablemente.
«Ese es su secreto», pensó. «El odio es seductor y fácil de aceptar».
—No la toques —dijo Shanar.
—No te preocupes —dijo él, pero la idea le puso el vello de punta.
Luego otra idea—. ¿Cómo vamos a poder llevarla?
—La bolsa crecerá para contenerla —dijo Zayl—. Creo que la
Piedra se hincha como respuesta a las emociones de los mortales,
pero lo he tenido en cuenta. Esto es, si el Sicarai no ha dañado
demasiado la bolsa.
A Jacob empezó a latirle el corazón más deprisa, aparentemente al
ritmo del pulso de la piedra. Vio unas líneas grises que seguían el
dibujo dorado del suelo en dirección a las paredes. Salían de la
piedra. Pensó en las hebras grises que manchaban los árboles de los
Jardines de la Esperanza. Era como una red que encapsulaba los
cielos, manteniendo cautivos a los ángeles. La repentina sensación
de asco volvió a recorrerle, y tuvo que obligarse a no ponerse a
saltar como si estuviese pisando una tina llena de arañas. Solo
quería salir de aquella sala, cuanto antes, mejor.
Pero antes tenían que llevarse la piedra.
Jacob abrió la bolsa, pero era demasiado pequeña para que cupiese
nada que fuese mayor que Humbart. Comenzó a hablar pero las
palabras se perdieron en su boca cuando la bolsa comenzó a
agitarse en sus manos y a crecer como una boca hambrienta. La
soltó y esta salió volando por el aire y se agarró contra la negra
superficie brillante como una serpiente que se desencajase la
mandíbula para tragarse entera a su presa, rodeando la piedra
centímetro a centímetro, consumiéndola.
359
NATE KENYON
Jacob miró asombrado a sus amigos. Gynvir hizo la señal de sus
antepasados, echándose hacia atrás, mientras que Zayl permanecía
en su sitio, balanceándose lentamente. Shanar murmuró algo entre
dientes.
Jacob miró de nuevo a la bolsa, fascinado y asqueado al mismo
tiempo mientras esta terminaba su trabajo. Un ruido húmedo de
succión llenaba la sala. La piedra del alma estaba siendo reducida
de tamaño según entraba, y el brillo sangriento se apagaba.
Finalmente estaba dentro, y la bolsa permanecía en silencio sobre
el altar. La piedra, dentro, era lo bastante pequeña como para que
pudiese llevarla.
—No será pesada —dijo el nigromante. Las palabras le salieron
lentamente, como si hiciese un gran esfuerzo—. Pero no sé qué
nivel de protección te dará el hechizo. Puede que toques la
superficie y descubras que te abruma. Tenemos que movemos
deprisa y llegar al portal antes de que los efectos sean irreversibles.
Jacob cogió la bolsa, la probó y vio que era sólida. Zayl tenía razón;
podía llevarla sin mucho esfuerzo. Un ligero quemazón hizo que le
empezase a cosquillear la mano.
—Creo que puedo llevarla. Pero antes tenemos que hacer una
parada.
—No hay tiempo para desviamos —dijo Shanar.
—Él no nos abandonaría a ninguno voluntariamente —dijo Jacob.
Hasta entonces, que había dicho las palabras, no estaba seguro de
si lo creía, pero supo que era cierto. Tyrael no nos abandonaría, no
importa lo que haya dicho de esta misión. La Justicia es algo más
que el deber—. Y nosotros tampoco, no mientras yo no esté muerto.
360
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
CAPÍTULO TREINTA y
NUEVE
Chalad’ar lo consumía.
Mientras las bestias babeantes aullaban y hacían sonar sus cadenas
en las profundidades del Puño, dando rienda suelta a su sed de
sangre, Balzael sostenía su espada contra el cuello de Cullen y
obligaba a Tyrael a mirar dentro del cáliz.
Cayó por un agujero sin fondo, atravesando hebras de emoción que
lo atrapaban y lo lanzaban de acá para allá, hilos de dolor, pérdida
y desesperación. Notaba lo que los mortales que una vez había
amado sentían en el momento de sus muertes; se transformó en
ellos en ese momento, perdiéndose en la sorpresa, la ira, el dolor y
el miedo, y finalmente la aceptación de sus propias muertes.
Habían muerto, y no quedaba nada ni nadie para llorarlos.
La muerte es inevitable. Todos los mortales morirían, y entonces
se pudrirían, sus huesos se convertirían en polvo y regresarían a los
elementos que los habían dado vida. Pero el legado de lo que
dejaban atrás perduraba. En una guerra en la que los mundos
estaban en juego, toda ventaja posible debe ser explorada, toda
opción estratégica utilizada. Si morían al servicio del bien mayor,
¿era esa *a elección correcta? ¿Cómo valoras la pérdida de un alma
361
NATE KENYON
dentro de la lucha épica del bien contra el mal, la luz contra la
oscuridad?
Si alguien tomase esa decisión por ellos, ¿esto también estaba
Justificado? ¿O era un asesinato? ¿Podría una ejecución masiva ser
El Círculo del Juicio un acto de justicia si ponía fin a una guerra
más larga que llevaba milenios librándose?
Una extraña sensación se apoderó de él, una reacción al vacío del
más allá y, a pesar de sí mismo, comenzó a preguntarse si Imperius
había tenido razón desde el principio. Por encima de todo, la luz
debe triunfar sobre la oscuridad. Tyrael vagó a través de infinitas
hebras de luz. Se le hizo la luz. Había dos preguntas para las que
necesitaba respuestas. La primera era qué hacer con la piedra de
alma negra y la segunda tenía que ver con el destino de Santuario.
La piedra todavía estaba en los cielos, extendiendo el odio y el
dolor. Debía sacarse de allí. Santuario, a pesar de su potencial, era
una plaga para el mundo de los ángeles, y quizá la decisión más
segura era eliminar por completo la amenaza, acabar con ella antes
de que tuviese la ocasión de extenderse lo suficiente como para
consumirlos.
No supo cuánto tiempo estuvo inconsciente. Alguien le estaba
abofeteando, primero suavemente, luego con más fuerza.
Parpadeó, y empezó a ver con claridad su entorno; Balzael estaba
en pie delante de él, abofeteándolo con el guantelete puesto.
Cuando vio que Tyrael abría los ojos, dio un paso atrás.
—Mejor —dijo—. No hay tiempo para rendirse. Todavía tienes
trabajo que hacer.
Ya no estaban en el Puño. Tyrael estaba esposado a la Columna de
las Lágrimas, donde las estatuas de los culpables y los condenados
se debatían eternamente en busca de la salvación.
362
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—Un asombroso giro de los acontecimientos, ¿no crees? —dijo
Balzael. Le hizo una seña al Sicarai, que permanecía firme al lado
de Balzael—. Como Arcángel de la Justicia te sentabas en tu trono
en esta misma sala y juzgabas a incontables prisioneros. Hoy
tendremos un juicio muy corto y actuaremos como juez, jurado y
verdugo. Quiero mostrarte lo fácilmente que te controlamos ahora.
—No controlas nada —dijo Tyrael. Pero tenía la voz ronca,
demasiado débil para expresar una respuesta. Balzael se apartó y
pudo ver a Cullen tras él, con los brazos atados y amordazado.
Cullen parpadeó, mirando sin ver hacia la nada.
—Hemos avisado a Imperius de que he arrinconado a los que se
habían atrevido a invadir nuestro reino —dijo Balzael—. Llegará
justo a tiempo para verte matar a tu amigo, y me verá a mí acabar
con la amenaza de una vez por todas. O eso creerá. Tus actos
mostrarán la debilidad de tu corazón mortal cuando te lances contra
un humano indefenso por salvar tu propio pellejo. Puede que a
Imperius no le gusten los humanos, pero es, por encima de todo,
honorable en el campo de batalla, y eso, combinado con tu traición
al Consejo, le hará darse cuenta de que yo no tenía otra opción más
que ejecutarte por tus pecados.
—Te consume la sed de sangre —dijo Tyrael—. La piedra también
te ha afectado a ti, Balzael. Estás cometiendo errores.
—Ni mucho menos —Balzael forzó a Cullen a ponerse de
rodillas—. El espectáculo que estoy organizando distraerá la
atención de los ángeles del resto de tu grupito y les permitirá
escapar con la piedra. Ya la tienen en su posesión. Para cuando
Imperius y los demás se den cuenta de que hay más de ustedes en
los cielos, será demasiado tarde para detenerlos.
—Quizá, excepto que no pienso interpretar el papel que me das.
— ¿Y por qué no? Ya noto que estás empezando a comprender
nuestro punto de vista. ¿No es así? Chalad’ar dice la verdad.
Santuario no debería haber existido nunca. Inarius era un necio. Es
una ampolla en el rostro de las fuerzas de la luz, un portal para que
los Infiernos Abrasadores y toda la oscuridad entren en nuestro
mundo, y debe ser eliminado para siempre.
363
NATE KENYON
A pesar de sí mismo, Tyrael no podía negar su lógica. Santuario no
tenía derecho divino a la supervivencia. Fue creado como escondite
para ángeles y demonios huidos, y el nacimiento de la raza humana
había sido un accidente. El sacrificio del nephalem Uldyssian le
había hecho cambiar de idea hacía muchos años, le había hecho ver
el potencial de la humanidad para la generosidad, el honor y la
justicia. ¿Pero y si había estado equivocado desde el principio y su
potencial por la oscuridad sobrepasaba a todo lo demás? ¿Y si sus
sueños mortales de la extinción de Santuario no habían sido
pesadillas, sino una señal de lo que debe hacerse por el bien de los
cielos? ¿Y si aquella era su vocación como Sabiduría... una verdad
que había estado evitando desde hacía demasiado tiempo?
Por encima de todo, la luz debe triunfar sobre la oscuridad.
—Únete de nuevo a nosotros, Tyrael —dijo Balzael—. No tiene
que terminar así. Podemos ir juntos a Santuario con la piedra.
Imperius y el resto del Consejo se han vuelto impotentes con el
tiempo. Esto los obligará a tomar una decisión. La piedra es
demasiado peligrosa como para que permanezca en Santuario. Creo
que los cielos decidirán destruir el mundo de los hombres y acabar
con la amenaza... Y si no es así, lo haremos nosotros. Y debemos
hacerlo. No es demasiado tarde para que te conviertas en un
guardián de la luz.
— ¿Así es como los llamas? ¿Guardianes? ¿Esas cosas que te
obedecen?
— ¡Nosotros somos los guardianes, idiota! Y pronto, cuanto
tengamos la piedra, nos revelaremos como los auténticos
salvadores de los Altos Cielos.
— ¿Y qué harás con la piedra?
—Ese es nuestro secreto —dijo Balzael—. Pero será catártico, te
lo prometo.
364
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Tyrael bajó la mirada. De repente, sus brazos estaban libres de las
cadenas y El’druin había aparecido en su mano. Miró a Cullen. El
hombre estaba silencioso e inmóvil, con un rastro de lágrimas secas
en la cara, y solo sus ojos seguían haciendo preguntas.
La oscuridad crecía. Tyrael la notaba extendiéndose por los cielos
y pronto comenzaría a actuar sobre Santuario también,
consumiendo toda la luz. La humanidad acabaría por caer en esa
oscuridad y permitiría que la corrupción se hiciese con ella.
Después de todo, eran medio demonios.
Chalad’ar le había mostrado el auténtico camino. El cáliz lo llamó,
el olvido lo atraía...
— ¿Dónde están los otros, los Horadrim? Te han abandonado, por
supuesto, como es propio de su raza. Solo les interesa su propia
supervivencia. El egoísmo les llevará a la codicia y finalmente a la
sed de sangre. Siempre es así —Balzael hizo un gesto hacia
Cullen—. Mátalo —dijo—. ¡Demuéstranos que estás
comprometido con el servicio a la luz!
Tyrael sacudió la cabeza. Sintió el vacío de su propio corazón.
Apretó los dedos que sujetaban la empuñadura de su espada hasta
que le dolieron. Todo lo que había hecho, todas las decisiones que
había tomado desde el momento en que había renunciado a sus alas,
habían sido erróneas. Los ángeles y los hombres nunca podrían
coexistir pacíficamente, y la oscuridad nunca sería vencida por
completo hasta .que se tomasen medidas drásticas para asegurar la
victoria.
Al levantar El’druin, oyó la voz de Balzael instándolo, y los
susurros de la voz en su cabeza fueron aumentando de volumen por
momentos. No podía pensar, ver o sentir; la cacofonía en su mente
alcanzó un punto álgido. Sus sueños volvieron a él, sueños de fuego
365
NATE KENYON
y sangre, de Santuario derrumbándose bajo él, de los gritos de
hombres, mujeres y niños llenando sus oídos.
«Perdóname».
Cullen observó su destino revelándose a través de los ojos de un
muerto.
Había despertado de una pesadilla para caer en otra. Su último
recuerdo antes de perder la consciencia había sido el de Thomas,
su amigo, estirando el brazo como si le estuviese suplicando ayuda
antes de que la espada del Sicarai lo partiese por la mitad. Vio a
Thomas con el vientre abierto, vio cómo se le abrían los ojos y
luego la expresión vidriosa cuando la vida lo dejaba para siempre.
«No pude ayudarlo», pensó Cullen. Lo había intentado y había
fracasado. Y ahora su mejor amigo estaba muerto.
Y notó un repentino estallido de dolor y olvido.
No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente. Había visto
monstruos que debían de haber salido de pesadillas, criaturas
grotescas con docenas de bocas hambrientas que se abrían y
cerraban, encadenadas a los muros de algún lugar oscuro. Vio a
Tyrael encadenado delante de él, con sangre en la cara. Oyó voces,
pero no entendía lo que decían.
Cuando finalmente volvió a recuperar la consciencia, el Sicarai lo
empujaba para que se pusiera en pie mientras Cullen estaba atado.
La cabeza le latía espantosamente. Miró a su alrededor, viendo la
enorme columna de estatuas que se elevaba hacia el techo, las filas
366
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
de asientos vacíos delante de él; estaban en el Círculo del Juicio y
Balzael decidiría su destino, pero lo que Balzael no entendía era
que no importaba. Él ya estaba muerto; todo lo que quedaba era
que lo matasen.
Vio a Balzael despertar a Tyrael con crueles bofetones. Oyó su
conversación pero su mente se negaba a procesar las palabras. Vio
a Tyrael debatirse consigo mismo y desenvainar su espada cuando
cayeron sus cadenas.
Y entonces, al fin, lo entendió: Balzael quería que Tyrael fuese su
verdugo.
Seguro que no lo haría. Pero el arcángel avanzó hacia él y puso su
espada en el cuello de Cullen. Espera. Aquello no podía ser; algo
estaba mal; Tyrael no lo traicionaría. Pero la espada, caliente, le
cortó. Sintió que la sangre corría por su piel. Despertó algo en él de
nuevo, algo que creía que estaba muerto pero que solo dormía.
—Espera —intentó decir en voz alta, pero la mirada de Tyrael se
había vuelto vacía y oscura.
«Sigues atado», pensó Cullen, «aunque las cadenas hayan caído».
Y entonces los cielos explotaron a su alrededor.
Un gran relámpago azul alcanzó al Sicarai en la espalda, tirándolo
al suelo. Aulló de sorpresa y dolor, poniéndose en pie de un salto y
volviéndose hacia la puerta desde donde Shanar estaba lanzando
más fuego y Gynvir cargaba con su hacha; junto a ella estaba Jacob,
ya saltando hacia delante con su arma angélica en llamas, y tras
ellos apareció el nigromante.
El caos se apoderó de las Salas de Justicia.
367
NATE KENYON
A Cullen el corazón empezó a latirle más deprisa cuando vio a
Balzael desenvainar su arma. Miró hacia atrás, mientras Tyrael
levantaba a El’druin. Cullen intentó apartarse y los demás seguían
demasiado lejos como para detenerlo cuando la espada cayó
silbando.
Pero no le cortó la carne. Cortó las ataduras que le aprisionaban los
brazos, liberándolo. Tyrael le quitó la mordaza.
La mirada del arcángel era despejada.
—Lo siento —dijo—. He sido un idiota. —Cargó hacia la lucha,
dejando a Cullen arrodillado allí, pasmado, inseguro de lo que
acababa de pasar, pero asombrado por volver a encontrarse vivo...
Y deseoso de venganza.
La aparición de los Horadrim había liberado a Tyrael.
No había esperado que volviesen a por él. Se lo había dejado muy
claro durante el adiestramiento: la misión era lo primero, y llevarse
la piedra era fundamental. Aquellos que quedasen atrás serían
sacrificios por la causa. Así era como debían actuar para poder
tener alguna posibilidad de tener éxito.
Pero habían vuelto, arriesgando la vida, la misión, para salvar a sus
amigos.
Para salvarlo a él.
Se deshizo de las ataduras de Chalad’ar de repente. Había estado
equivocado, terriblemente equivocado. Había admitido la
368
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
corrupción y la oscuridad en su propio corazón, pero lo que aquello
significase debía esperar... Ahora tenía que actuar antes de que
fuese demasiado tarde.
Increíblemente, los Horadrim estaban resistiendo contra sus
oponentes. Jacob daba vueltas alrededor de Balzael, y su destructor
sacralizado ardía de luz y Zayl estaba al otro lado empuñando su
cuchillo. Pero Balzael no atacaba, y mantenía su espada entre
ambos dado que no le ofrecían apertura ninguna.
Más allá, el bastón de Shanar ardía con un fuego azul y Gynvir se
movía ágilmente alrededor del Sicarai, esperando una oportunidad.
La bárbara luchaba como nunca lo había hecho antes, imbuida de
una energía mágica que le daba fuerzas. Furioso, el destructor no
podía penetrar en las defensas de Gynvir; de algún modo esta
desviaba sus golpes con el hacha entre tremendas explosiones de
energía o los evitaba completamente, mientras Shanar seguía
atacándolo con rayos de energía que lo desequilibraban. Las dos
mujeres trabajaban en equipo sin fisuras, confundiendo al Sicarai,
que se volvía de una a otra.
El destructor gritó de furia y dolor cuando el hacha de Gynvir
resbaló por su propia espada y lo alcanzó en el hombro. Pero el
Sicarai era demasiado fuerte como para contenerlo mucho tiempo.
Shanar trató de contenerlo con un rayo de energía, pero se liberó y
se lanzó a Gynvir con un movimiento demasiado rápido para
contrarrestarlo. La bárbara se llevó el golpe en el brazo;
afortunadamente se había movido lo suficiente como para evitar
que el golpe le alcanzase de lleno y provocase daños importantes,
pero Tyrael sabía que la había herido. A Gynvir le goteaba sangre
entre los dedos al tiempo que agarraba el mango del hacha y se
preparaba sombría, desviando el siguiente golpe con sus últimas
fuerzas.
369
NATE KENYON
El Sicarai se lanzó contra ella. Le arrebató el hacha de las manos.
Al tiempo que Gynvir caía al suelo, el destructor levantó su arma
para propinar el golpe fatal.
Jacob dejó la bolsa de la piedra del alma y se lanzó al paso de la
espada del Sicarai al tiempo que descendía.
Estaba lo bastante cerca como para que su arma la desviase
ligeramente, pero la hoja cortó profundamente, haciéndolo girar y
aterrizó hecho un guiñapo contra la base de la Columna de
Lágrimas. La sangre comenzó a formar un charco bajo él.
Con un grito de furia inhumana, Cullen saltó hacia delante,
extrayendo la llave nephalem. De él brotó pura energía que se
canalizó en la llave con un blanco estallido de electricidad. El
destructor la detuvo con su espada, y ambos chocaron con una
tremenda explosión, que lanzó a Cullen hacia atrás y destrozó el
arma del Sicarai.
El destructor rugió de furia y dolor. Avanzó hacia Cullen y lo
levantó agarrándolo del cuello. El Horadrim colgaba indefenso,
moviendo las piernas, mientras el Sicarai estudiaba su rostro, como
si estuviese preguntándose cómo le había herido el hombrecillo.
Distraído, no vio a Jacob levantarse del suelo. La sangre latía
húmeda por el pecho de Jacob y tenía la mirada vidriosa. Pero
recogió la llave de donde estaba. La energía chisporroteó de sus
manos hacia la llave, haciendo que el metal brillase al rojo blanco.
Se la clavó directamente al Sicarai en la espalda.
La llave cortó la armadura del destructor. El Sicarai chilló, y el
sonido resonó por toda la sala antes de que se tambalease hacia
atrás, soltando a Cullen y llevándose la mano a la herida que ahora
sangraba luz en su pecho, con la llave todavía clavada. Se balanceó
370
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
hacia delante y atrás y la luz que salía de él creció en intensidad
como un diminuto sol. De algún modo, el golpe de Jacob le había
atravesado el corazón.
El Sicarai permaneció en pie un momento más, tocándose la herida
mientras esta crecía; la luz brotaba de él al tiempo que su forma
etérea comenzaba a desvanecerse. La luz de repente estalló en un
rayo ardiente y brillante, y los Horadrim se volvieron rápidamente,
escudándose.
Solo quedó su armadura, cayendo con estrépito al suelo.
Jacob retiró la llave de la armadura del Sicarai, estudiándola
maravillado, como si no fuese capaz de creerse lo que acababa de
hacer. Y luego cayó, inmóvil, al suelo.
Con un sollozo de angustia, Gynvir se agachó junto a la forma caída
de Jacob, tapándole la herida con ambas manos como si tratase de
mantener la vida dentro de él. El orgullo que Tyrael sentía por su
grupo estaba extinguiéndose rápidamente al ver a uno de los suyos
gravemente herido, seguramente moribundo, sin que ninguno
pudiese hacer nada por evitarlo. Había esperado bajas, sabía que
llegarían, pero ahora no podía soportarlo, no después de lo que
había ocurrido en los jardines.
«Por todo lo que es sagrado, pagarás por esto».
Tyrael se volvió hacia Balzael, con El’druin brillando con un fuego
de justicia, pero el oficial de los Luminarei se había ido. Puede que
Balzael los dejase escapar de los cielos por sus propios motivos,
pero pronto los volvería a acosar por la piedra. Mientras viviese, la
amenaza a Santuario no desaparecería.
Tyrael miró a su grupo reuniéndose alrededor de su camarada
caído.
371
NATE KENYON
—Vuelvan al portal —dijo—. Los veré allí, si puedo.
Y entonces salió corriendo de las Salas de la Justicia en la dirección
por la que había desaparecido su némesis.
372
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
CAPÍTULO CUARENTA
Un sacrificio por un amigo
—Oh, no —Shanar se agachó junto a Gynvir sobre el cuerpo
inmóvil de Jacob. Bajo los dedos de la bárbara, la sangre todavía
brotaba de la herida. La hoja le había cortado la armadura. Shanar
levantó la mirada en dirección a Zayl, con los ojos cuajados de
lágrimas—. Por favor, ayúdalo —dijo—. Vi lo que hiciste por
Tyrael en las catacumbas. ¡Por favor!
Zayl se arrodilló junto a las dos mujeres, apartando las manos de
Gynvir para poder examinar la herida. La bárbara se puso en pie y
se dio la vuelta con un grito de angustia, mirando el líquido rojo
que le cubría la piel como si no pudiese entender lo que había
ocurrido, mientras su propia sangre caía al suelo goteando desde su
brazo.
Zayl separó cuidadosamente la armadura. La sangre brotó; la hoja
le había rozado el corazón y había cortado profundamente el
músculo pectoral por debajo del hombro. Una espada como la del
destructor podía provocar muchos daños a la carne humana, y
aquella herida era peor que la que le había curado a Tyrael. Había
poca esperanza. Tendría que actuar deprisa si quería tener alguna
oportunidad de salvarle la vida a Jacob.
373
NATE KENYON
Pero se les acababa el tiempo para volver a Santuario, y la piedra
estaba provocando daños cada vez mayores a quien estuviese cerca
de ella. En cualquier momento, los Luminarei se lanzarían sobre
ellos.
«Una posibilidad, quizá». Era algo que solo había intentado una
vez, y el nigromante sabía que tendría que hacer un gran sacrificio
en el intento.
Sacó sus materiales de la bolsa, y los dedos les temblaban
ligeramente al sacar a Humbart y colocar el cráneo junto a él.
Luego puso la vela en su sitio y la encendió. No tenía ni idea de lo
que podría hacer un hechizo de curación en los cielos, o si siquiera
funcionaría.
—Tranquilo, muchacho —murmuró Humbart—. Recuerda lo que
te quitó unir tu mano...
—Soy consciente de ello —dijo Zayl en voz baja. Un lazo a la
oscuridad que yace entre la vida y la muerte, promesas hechas a
cosas que sería mejor dejar tranquilas. Había espectros que habían
jurado servicio eterno a los Infiernos Abrasadores y podían ser
invocados para trabajos como aquel, pero aquellos que prometían
restaurar parte de los vivos muy a menudo acababan tomando más
de lo que debían, y su hambre no podía rechazarse. Y no creía poder
invocarlos en los cielos.
Pero ya había uno allí.
La sangre continuaba manando de la herida. Jacob tembló. Zayl
sabía que la carne no se cerraría a menos que revirtiese el hechizo
que él mismo había hecho.
—Deprisa—dijo Shanar—. ¡Se muere!
—Utilízame a mí —dijo Humbart—. El hechizo que me mantiene
unido a este cráneo...
374
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—No —dijo Zayl—. No te sacrificaré a ti por mis pecados —miró
su mano derecha, oculta bajo el negro guante acolchado que había
llevado durante tanto tiempo que parecía parte de él—. Sigue
vigilando la bolsa —le dijo a Gynvir—. Tendrás que llevarla a
partir de ahora. Jacob no puede y yo estaré demasiado débil —O
muerto, pensó, pero no lo dijo. Se quitó el guante y oyó los gritos
ahogados de las dos mujeres cuando vieron el hueso blanco y los
tendones ajados, el muñón ennegrecido donde los restos de la mano
se habían unido a su muñeca.
Zayl levantó el brazo por encima de la herida de Jacob,
murmurando para sí el hechizo de la unión de la sangre. Tocó el
cuerpo de Jacob con la punta de su puñal. Entonces Zayl se lo clavó
en el antebrazo justo encima de la piel ennegrecida, tirando hacia
abajo.
El puñal cobró vida cuando su propia sangre salpicó el pecho y el
hombro de Jacob. Zayl apretó los dientes. El dolor era inmenso, un
fuego consumía su cuerpo, pero se mantuvo fuerte mientras
rodeaba la muñeca con la hoja, afilada como una navaja.
La salpicadura de sangre comenzó a revertir. Las gotas salían de la
herida de Jacob al puñal, envolviéndolo en una capa carmesí. El
calor comenzó a irradiar de sus huesos, y las llamas lamían la
muñeca de Zayl cuando la mano empezó a separarse del resto de
su cuerpo, colgando por hebras de tendones. El fuego abrasó el
muñón de su muñeca y saltó hacia abajo al pecho de Jacob,
cubriendo la herida abierta al mismo tiempo que la esquelética
mano caía y los dedos de hueso tiraron de los bordes de la herida,
uniéndolos.
El nigromante se colocó el muñón a un lado y volvió a meter el
puñal en la vaina. El dolor era tan profundo e intenso que casi se
desmayó. Pero mantuvo la mirada en la herida de Jacob y vio que
su propia mano continuaba uniendo la carne, y durante un momento
375
NATE KENYON
las llamas que parpadeaban sobre ella tomaron la forma de un
demonio con cola de dragón y un cuerpo de gruesas escamas que
se enterró en el interior.
La mano esquelética de Zayl por fin quedó sin vida y cayó al suelo
a su lado, y la piel de Jacob se arrugó y ennegreció mientras las
llamas la consumían desde dentro. Jacob parpadeó y emitió un
gemido gutural, estirando el brazo y agarrando a Zayl por los
hombros.
—Me duele... —consiguió decir, y tosió. El nigromante lo sostuvo
firmemente con la mano izquierda, manteniendo su muñeca
derecha apoyada en su cuerpo al tiempo que las últimas llamas se
apagaban. Entonces Zayl rodó sobre su espalda, mientras su pecho
subía y bajaba, intentando encontrar un equilibrio en su interior y
el mundo se daba la vuelta y se volvía gris, apagado y sin forma.
Jacob sintió que lo levantaban.
—No responde —le oyó decir a Gynvir. Con un gran esfuerzo,
abrió los ojos a tiempo para ver a Shanar que ayudaba a Zayl a
recoger el cráneo y la vela y algo más que parecían huesos. Lo
ayudó a incorporarse y deslizó el brazo izquierdo del nigromante
por su cintura, donde este se agarró firmemente, con la cabeza
colgándole sobre el pecho. Jacob se sentía como si estuviese viendo
las cosas a través de una niebla que se levantaba lentamente y
tuviese algo sentado sobre él, un animal que se hubiese metido bajo
su piel y se hubiese quedado allí.
—No hay tiempo para revivirlo —estaba diciendo Shanar—.
¡Tenemos que marchamos!
376
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Comenzaron a correr. Shanar medio arrastraba al nigromante con
ella, y Gynvir también corría con Jacob sobre el hombro.
Asombrosamente, no sentía dolor, ni siquiera con esos saltos tan
bruscos; la herida se le había curado completamente y sus
miembros ya estaban recuperando la fuerza. No se acordaba de lo
que había pasado. Todo estaba en blanco a partir de que la espada
del destructor le hubiese cortado la carne y él hubiese caído,
sintiendo que se le escapaba la vida.
Ahora estaba vivo otra vez. Era una especie de milagro.
—Bájame —dijo, pero la bárbara o bien no le oyó o se negó a
contestar. Iban disparados a través de una arcada tallada con dos
gigantescas alas, hacia los Jardines de la Esperanza—. Bájame —
repitió Jacob, y esa vez Gynvir le obedeció, dejándolo suavemente
en el suelo.
— ¿Estás bien? —Gynvir lo sostenía por los hombros—. Casi te
mueres.
Los ángeles que estaban antes en el jardín habían desaparecido. No
había tiempo para preguntarse por qué; Jacob notaba el hormigueo
de la energía de la piedra de alma negra que colgaba de la cintura
de Gynvir.
—Estoy como nuevo —dijo—. Mejor, en realidad. Pero tú...
Del brazo de la bárbara goteaba sangre constantemente.
—Viviré —dijo—, no te preocupes —pero la bárbara no pudo
ocultar una mueca de dolor—. Has matado al Sicarai —dijo—.
¿Cómo?
— ¿Que he hecho qué? —Jacob sacudió la cabeza. Lo que decía
Gynvir no tenía sentido. Y aun así, empezó a recordar fragmentos,
como si viniesen de un sueño: ponerse en pie, una energía que
377
NATE KENYON
corría por sus miembros cuando cogió la llave nephalem de
Cullen...
Jacob miró al nigromante, que se había apartado del abrazo de
Shanar y estaba en pie, balanceándose ligeramente y agachado
sobre su brazo derecho, que sostenía contra su cuerpo como si le
hubiesen herido.
— ¿Y él?
—El mago oscuro te ha salvado la vida —dijo Gynvir—, y a un
gran precio para él —la mirada de la bárbara parecía indicar cierto
respeto a regañadientes.
Jacob tomó el antebrazo del nigromante y lo apartó de su cuerpo
con delicadeza para ver el muñón ennegrecido que quedaba donde
había estado su mano. Zayl lo miró por detrás de su flequillo negro,
empapado ahora por el sudor. Sus extraños ojos brillaban desde
unos negros pozos, y su cara pálida era todavía más fantasmal que
antes.
— ¿Qué has hecho? —dijo Jacob.
—Salvarte la piel, chico —dijo Humbart desde la bolsa—.
¡Necesitó su propia mano para conseguirlo! Pero no podemos
perder tiempo charlando. ¡Vamos, muévanse!
Al otro extremo de los jardines atravesaron la línea de árboles de
luz y llegaron al amplio bulevar que llevaba a las pozas de la
sabiduría. En ese momento, Jacob oyó un ruido atronador que se
acercaba desde la otra dirección, donde el bulevar acababa en un
enorme grupo de columnas a la entrada del corazón de la Ciudad
de Plata. De allí venía Mikulov, corriendo hacia ellos tan deprisa
que era poco más que un borrón, y detrás de él iba volando un
ejército de Luminarei, oscureciendo el cielo mientras se
desplegaban por encima del monje con las alas llameantes y las
espadas desenvainadas.
378
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—Santo... —dijo Shanar en voz baja. Unos rayos de pura energía
comenzaron a caer sobre la cabeza del monje, lanzados como
relámpagos por los ángeles. El monje esquivaba, se agachaba y
giraba al tiempo que los rayos explotaban a su alrededor, haciendo
agujeros en la piedra y levantando nubes de polvo gris.
Mikulov levantó la mirada y los vio, y les hizo gestos rápidos.
— ¡Corran! —gritó mientras caían más rayos, que fallaron por
poco—. ¡Al portal!
Los otros se dieron la vuelta y corrieron hacia las pozas de la
sabiduría, preparándose para la repentina corriente de aire helado y
el vacío que se tragaba todo sonido. El portal seguía abierto más
allá de la Fuente, esperándolos.
Pero había alguien más esperando.
—Así que a esto hemos llegado —la voz, suave pero llena de fuerza
al mismo tiempo, tenía un deje de tristeza al cortar el aire que los
rodeaba—. No quería creer que había traicionado nuestra confianza
a pesar de sus intenciones, pero supongo que siempre supe la
verdad.
Una luz dorada bañó las pozas de la sabiduría cuando una criatura,
que flotaba por encima del suelo, pareció avanzar. Unas alas hechas
de fuego se extendían en toda su gloria por encima de una figura
que era claramente femenina, una presencia resonante que le quitó
el aliento a Jacob y le hizo caer de rodillas.
—Soy Auriel, Arcángel de la Esperanza —dijo—. Y ustedes están
invadiendo suelo sagrado, Horadrim.
379
NATE KENYON
CAPÍTULO CUARENTA y
UNO
La cámara del Consejo
El pasillo de fuera de las Salas de la Justicia estaba vacío.
Tyrael volvió a un recuerdo no tan lejano cuando había sido
incapaz de dormir y recorría aquellos salones vacíos hacia la
cámara del Consejo Angiris. Había visto la piedra de alma negra
donde se encontraba en su posición elevada como una especie de
oscura ave de rapiña... Había notado la lenta influencia corruptora
consumiendo los lugares que amaba y a los seres a los que había
llamado hermanos y hermanas.
Había sacrificado mucho tratando de salvarlos a todos,
arriesgándose a incurrir en sus iras y poniendo en peligro su lugar
entre ellos, había arriesgado su vida y las de otros, y seguía
preguntándose si había hecho lo correcto. Pero quizá había sabido,
incluso entonces, que su camino le llevaría a esto.
«Balzael había estado aquí, observando». Se preguntó qué podría
haber pasado aquel día si Auriel no los hubiese interrumpido.
Tyrael tenía a Chalad’ar en una mano, a El’druin en la otra. El dolor
se había adueñado de su cuerpo, la herida del pecho que apenas se
había curado le ardía. Pero le animaba la idea de la venganza. Tenía
un mensaje que entregar, y sabía adonde iría Balzael. El lugar
380
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
donde se habían tomado todas las decisiones importantes los
pasados milenios. El lugar donde la corrupción había comenzado a
extenderse.
La cámara del Consejo.
Cuando Tyrael entró, Balzael estaba esperándolo.
El oficial de los Luminarei se encontraba en el centro de la sala
delante del ahora vacío altar. Tenía las alas extendidas, y su brillo
iluminaba las alas ceremoniales de cada asiento de los arcángeles,
el reluciente suelo de cristal y los símbolos dorados que estaban
dibujados en él. Por encima de Balzael, las altas ventanas y el techo
abovedado de cristal dejaban pasar gloriosos rayos de luz. El poder
corruptor de la piedra empezaba ya a desvanecerse y la cámara del
Consejo estaba volviendo a la normalidad.
Excepto por la abominación que se encontraba en su interior.
A Tyrael el corazón le ardía al rojo por el odio, y la ira lo abrumaba.
Sintió que Chalad’ar lo empujaba a seguir. Su destino se
encontraba en ese lugar y en las manos de alguien que había sido
su subalterno y a quien podría haber llamado amigo. El
pensamiento solo sirvió para subrayar lo mucho que había
cambiado y la separación entre su antigua vida y la nueva como
mortal. Pero antes tenía más preguntas para las que quería
respuesta.
— ¿Cuánto saben Imperius y los demás sobre tus planes? —dijo.
Balzael rodeó el altar.
—Eso no importa —dijo—. Lo que importa es que todo lo que has
trabajado, todo lo que tus amigos han luchado, no ha servido de
381
NATE KENYON
nada. Has vuelto a jugar a nuestro favor viniendo a por mí y
dejándolos vulnerables.
—Si te mato ahora —dijo Tyrael—, volverán sanos y salvos a
Santuario.
— ¿Matarme? Me parece que no. He estado esperando a tener la
oportunidad de derramar tu sangre. No puedes derrotar a un ángel,
ya no.
—Me encargaré de que no puedas alcanzarlos, Balzael... Y aunque
lo hicieras, has subestimado su fuerza. Mira lo que Jacob le ha
hecho a tu mejor guerrero, incluso estando mortalmente herido.
Son nephalem, que reclaman su legado y permiten que el poder que
yace en su interior estalle como una fuente. Se acabó.
Balzael volvió a reír, y el sonido llenó la cámara.
—Estás ciego —dijo—. La piedra que llevan se los está comiendo
vivos lentamente. ¿No lo notas? Sin ti para guiarlos, ¿de verdad
crees que serán capaces de resistirse a su influencia? Dentro de
ellos, la oscuridad del alma humana es tan profunda y poderosa
como la luz. Y tenemos un ejército en tierra, preparado para hacer
nuestra voluntad. Han estado trabajando discretamente en
pequeños grupos, secuestrando a humanos, poniendo a prueba sus
habilidades, instilando duda y miedo entre la gente, y preparándose
para el asalto final. Han ayudado a seguirte a cada paso del camino.
Lo que has visto en Santuario no es más que una pequeña muestra
del poder de nuestras fuerzas.
Los fantasmas...
— ¿Con quién trabajas, Balzael?
—Nunca sabrás la verdad —dijo Balzael—. Pero la respuesta
podría sorprenderte, si es que vives para saberlo.
382
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Sin decir otra palabra, el oficial Luminarei se abalanzó, cubriendo
el espacio que los separaba, con el arma desenvainada y las alas
tras él en luminosas hebras de energía chisporroteante.
Se movió tan deprisa que Tyrael apenas pudo levantar a El’druin
para protegerse del golpe. Chalad’ar cayó al suelo y salió rodando
cuando las dos espadas chocaron con un potente ruido que resonó
como un trueno.
La fuerza de Balzael era abrumadora, y Tyrael estaba seriamente
debilitado por la pérdida de sangre. El’druin resistiría contra el
ataque de la hoja angélica del oficial, pero no podía mover la mano
de Tyrael más rápidamente ni podía desviar los golpes sin él.
Se apartó del furioso ataque de Balzael, pero el ángel era más
rápido, y solo las habilidades defensivas de Tyrael le salvaron la
vida en los primeros segundos. Balzael flotaba sobre él, con la
espada lanzando destellos mientras Tyrael ponía el altar entre
ambos, consiguiendo frenar el implacable ataque por unos
momentos.
—No puedes esconderte detrás de eso demasiado tiempo —dijo
Balzael, y su tono era ahora burlón—. El gran Tyrael, antiguo
arcángel, ahora... ¿nada? Ya no tienes sitio aquí. Tu decisión de
convertirte en mortal te ha llevado a tu fin, y me alegraré de ser tu
verdugo.
Voló por encima de la columna de piedra y Tyrael se agachó y giró
al otro lado, manteniendo el baile todo el tiempo que podía. Le
dolía el pecho; los músculos le temblaban por el cansancio. Los
Horadrim estarían ya en el portal. Solo tenía que retener a Balzael
unos momentos más para asegurarse de que estaban a salvo en las
catacumbas nephalem...
383
NATE KENYON
El siguiente movimiento de Balzael fue demasiado rápido e
inesperado para que Tyrael lo contrarrestase. Con un solo y potente
golpe, su espada hizo pedazos el altar de piedra que se interponía
entre ambos, dejando a Tyrael expuesto y vulnerable. Balzael voló
hacia él gruñendo de furia. Su espada chocó con El’druin y la lanzó
hacia atrás, haciendo que la empuñadura golpease a Tyrael en la
cara.
El impacto le hizo ver las estrellas a Tyrael y lo tiró al suelo de la
cámara, donde se quedó, aturdido y sangrando, con los dedos
inertes, la visión borrosa.
El’druin estaba en alguna parte lejos de su alcance.
Pero no buscaba la espada. Ya no le servía de nada. Buscaba otra
cosa.
Balzael le cortó ligeramente a Tyrael en el brazo, haciéndolo
sangrar, y se puso en pie ante él en actitud triunfal.
—Estás indefenso y derrotado —dijo—. Te diría que te rindieses,
pero no habrá compasión.
Al tiempo que Balzael levantaba su espada para asestar el golpe
mortal, Tyrael volvió a estirar el brazo y sus torpes dedos tocaron
lo que había estado buscando. Cogió a Chalad’ar y se lo colocó en
el pecho.
Balzael se encontró mirando directamente a las arremolinadas
profundidades del cáliz y se quedó envarado, su arma se detuvo en
el aire y dejó escapar un grito grave. Tyrael acercó el cáliz mientras
se esforzaba por ponerse de rodillas, manteniendo la abertura frente
a Balzael, dejándolo caer igual que lo había hecho Tyrael,
permitiéndole sentir la enloquecida descarga de pura emoción, el
abrumador asalto a sus sentidos. Y ahora Tyrael empezó a buscar
384
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
su espada, llamando a El’druin. Ahí. Había caído demasiado lejos
como para que la alcanzase, pero lo bastante cerca como para
tenerla en sus manos en un instante si soltaba a Chalad’ar.
Balzael luchaba contra el cáliz. Su mente seguramente se estaba
rebelando contra él mientras se estremecía sin moverse del sitio.
Cuando el hechizo se rompiese. Tyrael sabía que permanecería
desorientado un instante. Tendría que actuar deprisa...
Tyrael dejó caer el cáliz y rodó, poniéndose en pie en un solo
movimiento fluido: el instinto de su entrenamiento se puso en
marcha cuando cogió a El’druin y se volvió para atacar. Pero
Balzael se recuperó más rápidamente de lo que había previsto, y ya
se estaba moviendo, gritando furioso por la treta de Tyrael. Su
espada silbó cortando el aire y le rozó el hombro a Tyrael,
desequilibrándolo. Este se giró, pero no sirvió de nada; la espada
de Balzael lo golpeó de plano en el cráneo y cayó, sabiendo que
aquella vez era la definitiva.
Creyó oír ruidos en la distancia mientras se debatía entre una W
niebla de extraños colores y formas. Tyrael cerró los ojos, agotado.
Un destello de luz brillante cayó sobre sus párpados. Balzael lanzó
un grito aparentemente triunfal. Pero increíblemente Tyrael no
sintió ningún dolor abrasador del arma cortándole la carne, ni la
inconsciencia creciente ni unos dedos helados tirando de él hacia
el olvido.
Cuando volvió a abrir los ojos, el oficial estaba empalado por una
pica llameante que sobresalía del centro de su pecho.
Solarion, la Lanza del Valor.
Su grito no había sido de triunfo, sino de agonía.
385
NATE KENYON
Balzael estaba siendo alzado en el aire y colgaba indefenso contra
la presión, incapaz de liberarse. Tras él se encontraba Imperius,
levantando la lanza y al ángel clavado en ella.
Tyrael luchó por ponerse en pie, y se tambaleó cuando el suelo bajo
sus pies pareció moverse. La cabeza le zumbaba como una avispa
enfurecida, y el dolor hacía que todo su cuerpo quisiera venirse
abajo. En lugar de eso, se incorporó, poniéndose en pie. Si el fin
tenía que llegarle ahora, estaría preparado.
Balzael volvió a gritar, y el sonido fue aumentando en intensidad
hasta que amenazó con romperle los tímpanos a Tyrael. La cúpula
de cristal se agrietó siniestramente, lanzando polvo y fragmentos
sobre ellos como copos de nieve que flotasen entre las vigas de luz.
La herida de Balzael se volvió más brillante, cada vez más, y la luz
centelleó como un sol antes de desaparecer por completo.
Y al fin, acabó.
Imperius lanzó a un lado los restos de su oficial y lo señaló con
Solarion.
—No permitiré que tu fin sea así —dijo—. Pero responderás por
tus crímenes contra los cielos, hermano.
— ¿Todavía me llamas hermano, después de enviar a un destructor
a cazarme como a un demonio?
Imperius pareció detenerse por un momento, y algo semejante a la
tristeza apareció en su voz.
— ¿Cómo puedes decir eso? Yo no habría aprobado un acto así.
386
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—Hemos luchado durante miles de años...
—Y también nos hemos salvado la vida el uno al otro incontables
veces en el campo de batalla. Le pedí a Balzael que te trajese ileso
para que te enfrentases a tus delitos en el Círculo. Pero has actuado
contra los cielos y contra el gobierno del Consejo. Has guiado a
una banda de ladrones entre nosotros. Sin duda serás apresado por
esto y se te quitará tu estatus de arcángel.
—Desde el momento en que renuncié a mis alas dejé de ser uno de
ustedes. Ahora lo veo.
—Quizá. ¡Pero los mortales que reuniste han venido y han matado
a varios de los nuestros! Siempre esperé que acabarías por ver que
te equivocabas, que verías de qué es capaz la humanidad, que
entenderías por qué debemos aplastar esta plaga humana de una vez
por todas para asegurar nuestra victoria sobre los Infiernos
Abrasadores. Pero ahora estás aquí, incluso después de que yo haya
matado a un miembro de nuestros Luminarei para salvarte la vida
y me acusas de enviar a asesinos a matarte, a ti, a quien había
considerado mi hermano hasta el Fin de los Días.
—No creo lo que me dices. Y no teníamos otra opción. La piedra...
— ¡No culpes a la piedra de tus pecados! ¡Estaba segura aquí,
guardada por nosotros! Mil veces más segura que en el mundo de
los hombres. Y ahora nos has puesto a todos en peligro...
—No, Imperius.
Dos otras formas aparecieron en la sala y sobrevolaron a Imperius.
Tenían las alas desplegadas a sus espaldas mientras flotaban sobre
el suelo.
Auriel e Itherael.
Fue Auriel quien habló. Se puso entre ambos.
—Puede que Tyrael no haya escogido el mejor método para
conseguir sus metas, pero tenía razón. La piedra de alma negra
estaba mancillando lentamente nuestro mundo. De haber seguido
aquí, todos nos habríamos perdido para siempre en la oscuridad.
387
NATE KENYON
Imperius se indignó.
—Eso es una locura, Auriel. La piedra no es nada mientras el
Demonio Mayor siga apresado...
—No conozco cómo actúa —dijo Auriel—. Solo sé lo que he
sentido, lo que he visto. Y la corrupción en los jardines, en esta
misma cámara, era real. Nos cambió en cosas que solo ahora
estamos empezando a comprender. Cosas sutiles al principio, como
para no ser notadas por aquellos a quienes les cegaba su propio
orgullo. ¿No lo notas? La mancha ya se está desvaneciendo —se
volvió a Tyrael—. Quizá hizo falta un mortal para hacerme
entender la verdad.
—Pero los humanos deben responder—dijo Imperius—. Se han
perdido vidas. Los Luminarei traerán la piedra de vuelta aquí,
donde debe estar.
—No lo harán —dijo Auriel—, porque les he ordenado que dejen
marchar a los humanos.
— ¿Que has hecho qué? —Imperius se estiró cuan largo era, y por
un momento pareció que iba a golpear a la misma Auriel—. ¡No
tenías derecho!
—Imperius, los humanos se han marchado a un lugar al que no
podemos ir. La piedra está segura en alguna parte, y es mejor que
no sepamos dónde. Los cielos pueden volver a estar en paz. No
dejes que tu orgullo y tu ira ignoren el hecho de que volvemos a
estar enteros. Deja que mostremos compasión.
—La compasión es un signo de debilidad —dijo Imperius—. No
tiene lugar en la guerra.
—Lo mismo dirías del amor —dijo Auriel—. Y de la piedad. Pero
deberíamos valorar esas cosas durante la guerra y durante la paz.
No son debilidades, sino señales de fuerza —se movió hacia el
centro de la cámara del Consejo—. Pido un voto de emergencia del
Consejo. Juzgar a Tyrael por sus crímenes en el Círculo o
permitirle que siga siendo miembro del Consejo como Aspecto de
la Sabiduría, actuando como embajador entre ángeles y hombres.
388
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—No... no puedes hacer esto...
—Ya está hecho —Auriel levantó su espada—. Voto por su
readmisión y su regreso a Santuario. Es donde quiere estar, y el
lugar al que pertenece. Puede proteger la piedra, como quería hacer
desde el principio —se volvió a Tyrael—. Ojalá hubieses seguido
tratando de trabajar mediante el Consejo, pero quizá no te dimos
opción. Siento no haberte escuchado, hermano mío. Y siento que
hayas escogido este camino, lejos del único lugar que has conocido
nunca. Pero tengo para mí que la decisión es tuya.
Se volvió a Imperius.
—Tu voto.
—Yo... —Imperius se debatía consigo mismo, sus alas chocaban a
sus espaldas—. ¡Que sea juzgado!
— ¿Itherael?
El último miembro del Consejo Angiris flotó en silencio durante
un largo rato. Parecía que no iba a decir nada.
—Ya no es un arcángel ¡—dijo Itherael al fin—. Pero sigue siendo
miembro del Consejo. Tyrael actuó con la mejor de las intenciones
para salvar ambos mundos. No será juzgado aquí por eso, pero
espero que encuentre en alguna parte las respuestas que busca. Su
destino ya no me es conocido.
— ¡Son ambos unos necios! —atronó Imperius, y su voz provocó
una lluvia de polvo y fragmentos de cristal. Solarion brilló con
fuerza cuando invocó la lanza una vez más, y por un momento
Tyrael creyó que iba a atacar—. ¡Han escogido destruimos! Al
aparearse con demonios, Inarius corrompió la sagrada esencia de
los ángeles y trajo la vergüenza y la oscuridad sobre todos
nosotros... Una plaga humana. ¡La piedra de alma negra abrirá la
puerta de Santuario al regreso del Demonio Mayor, y de las puertas
del infierno llegarán las abominaciones!
389
NATE KENYON
—Es mejor arriesgamos a esconderla —dijo Tyrael—. Si
permaneciese aquí, sin duda los cielos se corromperían más allá de
toda esperanza y caerían en la oscuridad.
—Tú serás el responsable de las muertes de nuestros hermanos —
Imperius aterrizó delante de Tyrael y lo señaló con Solarion como
si fuese un dedo acusador—. Al fin has mirado dentro de Chalad’ar.
¿El cáliz no te lo ha mostrado? ¿No has aprendido nada?
Tyrael sonrió amargamente mientras su camarada de armas
esperaba su respuesta. De modo que, después de todo, Imperius no
había sido responsable de los actos de Balzael... Al menos, no de
todos ellos. Pero su opinión sobre Santuario no podría cambiar
nunca. Imperius veía las cosas en términos de bien o mal, de blanco
o negro. No había sutilezas, no había grises.
Durante un momento, pensó en lo que podría haber ocurrido de
haber decidido no renunciar a sus alas y convertirse en mortal.
¿Qué habría sido de él entonces? ¿Habría acabado convencido de
la validez de las ideas de Imperius? «Sigue siendo mi hermano».
Pero la confianza que Tyrael había depositado en él ya estaba
dañada y era irreparable, e Imperius nunca lo volvería a ver a él del
mismo modo.
Quizá, después de tanto tiempo, estaba más cerca de ser hombre
que ángel.
—He utilizado el cáliz —dijo Tyrael—. Dicen que contiene todas
las emociones de los seres sensibles, y puede que sea cierto. He
averiguado lo que significa ser humano, incluso aunque no pueda
convertirme en uno. Pero ser testigo de todas esas emociones a la
vez es distanciarse de ellas, acabar por convertir en inmune. Lo que
descubrí fue el fin de la compasión, el fin del amor y el cariño, y el
fin de las emociones, más que su comienzo.
390
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
»Pero Chalad’ar ha fracasado en eso. He escogido quedarme en el
mundo de los humanos, aceptar su potencial para la bondad y la
luz. Puede que tú creas que su potencial para la maldad los
convierte en un riesgo demasiado grande. Pero yo creo que
debemos aceptar ese riesgo. Porque sin ellos, toda esperanza está
perdida y la oscuridad acabará por triunfar.
—Si me das la espalda, seremos enemigos para siempre —dijo
Imperius. Ahora su voz era tranquila, pero la frialdad que emanaba
de él era fuerte—. No habrá marcha atrás de esto, Tyrael.
Tyrael encontró Chalad’ar todavía cerca de él, en el suelo. Lo
recogió, notando su conocido peso, su energía. Pero la sed de mirar
en las profundidades de Chalad’ar había desaparecido.
«Que algo tan pequeño contenga tanto poder», pensó. «Pero no
tiene ningún poder sobre mí. Ya no».
Tyrael lanzó el cáliz en dirección a Imperius. Cayó y rodó hasta
detenerse justo delante de él.
—Soy mortal y siempre lo seré, y la humanidad es el futuro de
todos ustedes, decidan reconocerlo o no —dijo Tyrael.
Y entonces se volvió y dejó la cámara del Consejo, dirigiéndose
hacia un futuro nuevo y desconocido.
391
NATE KENYON
CAPÍTULO CUARENTA y
DOS
El regreso de los nephalem
Tyrael había muerto.
El primer pensamiento de Jacob, cuando todos hubieron atravesado
el portal y por fin habían llegado a la ciudad nephalem, fue que se
habían dejado atrás una parte esencial de ellos mismos. Era como
haber perdido una parte del cuerpo.
Era imposible que hubiese podido sobrevivir tanto tiempo. Su líder
había caído.
Gynvir dejó la bolsa en el suelo y se alejó de ella tanto como le fue
posible y apoyó el hombro en la pared con las manos
ensangrentadas sobre las rodillas. Parecía como si se fuese a caer
en cualquier momento. Terna la piel gris, la respiración trabajosa.
La piedra de alma negra irradiaba una repugnancia cálida,
rezumante, que todos podían notar hasta en los huesos. Pero el
mismo hechizo protector que ocultaba la ciudad nephalem a
ángeles y demonios la mantendría contenida dentro de las
catacumbas. La enterrarían allí, muy por debajo de la superficie, en
los rincones más profundos del laberinto de cámaras donde el
392
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
propio Rakkis había sido enterrado. Allí permanecería durante toda
la eternidad.
Acabar la misión era la única manera de pagar tributo a aquellos
que habían sacrificado la vida para salvar aquel mundo, y Jacob se
aseguraría de conseguirlo, aunque la tuviese que llevar él mismo.
— ¿De verdad vas a estar bien?
Shanar estaba a su lado, con las manos sobre los hombros de Jacob,
y su hermoso rostro estaba a centímetros del suyo. Tocó la herida
cerrada del pecho, y por primera vez Jacob se dio cuenta de que
terminaba justo en el mismo punto donde el fantasma le había
herido y había destruido la extraña cicatriz con forma de luna
creciente, reemplazándola con otra. Sintió algo más en su interior,
como si llevase a otro ser dentro de su cuerpo. Era una sensación
extraña, pero no del todo desagradable. Fuese lo que fuese lo que
le había hecho Zayl, estaba vivo, y era más de lo que podía haber
esperado cuando aquella espada le alcanzó.
Jacob pensó en la pregunta de Shanar. ¿Estaba bien? Asintió,
consciente de la diferencia en su interior, de la recién hallada
confianza que había traído la lucha con el Sicarai. Su fuerza nunca
había salido de El’druin ni de ninguna otra arma; había salido de
él. Quizá ella también notó el cambio. Por una vez, se dejó de
chascarrillos y sencillamente le dio un suave beso.
—Gracias a los cielos —susurró—. Pero me debes una, amigo.
Casi me muero de miedo viendo cómo te desangrabas en el suelo.
Jacob sonrió, pero su corazón seguía preocupado.
—Deberías examinar a Gynvir. La hirieron y quién sabe lo que le
ha hecho la piedra. Tendremos que dejarla aquí pronto o estaremos
en peligro.
393
NATE KENYON
Shanar lo miró un instante más y asintió.
—Un hombre que asume el control. Podría acostumbrarme a eso
—se dio la vuelta para marcharse, pero volvió—. Todavía podría
aparecer —dijo—. No desesperes.
Jacob sacudió la cabeza. Habría un momento para llorarlo, pero no
era aquel. Tyrael había querido que se convirtiese en líder de los
Horadrim, y lo iba a hacer. Había otros a los que debía atender,
cosas importantes que hacer, y los fantasmas seguían ahí fuera, en
alguna parte de la oscuridad. Santuario no estaba ni mucho menos
a salvo.
Cullen se apoyó en una pared de piedra, con el monje a su lado. No
había hablado desde su regreso, y ahora Cullen miraba al infinito.
Había perdido las gafas y parecía más blando, más vulnerable, pero
al mismo tiempo lo rodeaba una nueva energía, que podía hacer
que los demás mantuviesen la distancia.
Jacob se volvió al nigromante. Zayl era una sombra de su anterior
ser. Estaba en pie todavía sujetándose el muñón ennegrecido,
mientras Humbart murmuraba algo en voz demasiado baja como
para que Jacob lo oyese.
—Me has salvado la vida —dijo Jacob—. No sé qué podría hacer
para pagarte tu sacrificio.
Zayl asintió una vez, y su mirada recuperó parte de su anterior
brillo desconcertante.
—Tú habrías hecho lo mismo de estar en mi lugar...
Jacob notó que había alguien a la altura de su hombro un segundo
antes de que lo apartasen.
394
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
—Tú —dijo Gynvir, señalando a Zayl. Respiraba con dificultad.
Todavía le sangraba el brazo, aunque el goteo por fin se había
frenado lo suficiente como para que Jacob pensara que viviría.
A Jacob se le ocurrió que la bárbara podría atacar al nigromante,
pero en lugar de eso, Gynvir extendió la mano.
—Puede que no me guste la magia que prácticas, pero admito que
me equivoqué —dijo—. Puedes luchar a mi lado cuando quieras,
nigromante.
Zayl levantó el muñón ennegrecido de su brazo derecho con una
ligera sonrisa.
—No creo que vaya a darle la mano a nadie en un tiempo. Pero
gracias.
—Ya —dijo Gynvir—. Perdona.
El sonido de unas pisadas que se acercaban rápidamente hizo que
todos se volviesen. Lorath Nahr llegó a la sala, seguido de varios
caballeros y los Horadrim de Gea Kul que habían quedado atrás.
Lorath estaba encantado de verlos, pero su expresión cambió
cuando Jacob le explicó lo que había ocurrido, y el humor de la
partida pronto se transformó de celebratorio en un sombrío respeto
por los caídos.
Todo cambió en un instante cuando Tyrael atravesó el portal.
El antiguo arcángel observó al resto de su grupo cuando estos se
arremolinaron a su alrededor, extasiados ante su regreso. Lo que
hacía solo unas semanas antes era un grupo de desconocidos ahora
395
NATE KENYON
era un pequeño ejército de guerreros que confiaban sus vidas a sus
camaradas. Se habían enfrentado a desafíos casi insuperables y
habían sobrevivido, y la piedra de alma negra estaba segura dentro
de las catacumbas.
Pero su victoria había supuesto un terrible sacrificio.
Cuando la celebración se calmó, Tyrael le puso la mano en el
hombro a Cullen.
—Hemos perdido a un buen hombre —dijo—. Thomas no será
olvidado.
—Nunca —dijo Cullen. Una sola lágrima cayó por su rostro—. Era
como un hermano para mí.
—Sus actos en el Círculo del Juicio nos salvaron la vida —dijo
Tyrael. Miró a los demás, que estaban reunidos ante él—. Sin los
esfuerzos de todos ustedes, el Sicarai nos habría matado y la piedra
habría permanecido en los Reinos. Todo Santuario debe
agradecerles su supervivencia. Hace poco les pedí que llevaran una
pesada carga, que asumieran una responsabilidad que no habían
creado ustedes. Al hacerlo, esperaba que abrazaran su vocación y
cumplieran con sus destinos, aunque las probabilidades eran
escasas. Ahora puedo decir que han ido más allá de la llamada del
deber, y que todo por lo que hemos luchado se ha cumplido. La
piedra ha regresado a Santuario, donde permanecerá bajo nuestra
vigilancia. Todos ustedes son héroes.
Vítores salieron de entre los presentes. Tyrael levantó la mano.
—Todavía no hemos terminado —dijo—. Aunque Balzael ha sido
derrotado y los arcángeles han prometido dejamos en paz, las
amenazas contra Santuario siguen presentes. Los fantasmas todavía
acosan a la gente, y hay que eliminar a los demonios fugados.
Aquellos que han luchado a mi lado en los cielos deben descansar
y tomarse tiempo lejos de la piedra para aminorar su efecto antes
396
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
de comenzar a librar esas batallas. Los demás se quedarán aquí.
Debemos colocar la piedra en la tumba de Rakkis y la sellaremos,
y nunca debe volver a abrirse esa tumba. Aquellos que se queden
se convertirán en los guardianes de este lugar, y el secreto de la
piedra se quedará con ellos, y solo ellos.
Tyrael pensó en el texto que había estado preparando, casi acabado:
completar la obra de Leah y Deckard Caín y un resumen de lo que
había aprendido siendo mortal; un registro de lo que le había
llevado a aquel momento. Se lo daría a los Horadrim para que lo
guardasen. Todavía tenía mucho que aprender sobre su nueva vida,
y su futuro era incierto, pero sabía que viviría en Santuario,
sirviendo a la luz del modo que pudiese.
Aquel era ahora su hogar.
FIN
397
NATE KENYON
EPÍLOGO
El Guardián
La cosa que había sido Norlun estaba agazapada en las sombras de
la apestosa celda. Los guardianes que dirigían la prisión secreta
bajo la Iglesia de la Orden Sagrada se habían ido hacía tiempo y se
habían llevado todas las antorchas excepto una que ardía cerca de
la base de las escaleras que llevaban al piso superior. Aquello no
importaba; incluso a través de aquellos extraños ojos humanos, no
necesitaba demasiada luz para ver.
Para cuando los guardias regresaran por la mañana, su mundo sería
completamente distinto.
La secta templaría que había estado manipulando para sus propios
fines en Westmarch estaba desmontada, y los hombres estaban o
bien muertos o bien encarcelados con él. Para el Guardián no
suponía una gran pérdida. Norlun era en el fondo un hombre débil
y su temple era un medio para un fin, una distracción y una tapadera
para una misión mucho más importante a una escala mucho mayor.
El Guardián había estado observando a través de los ojos de Norlun
durante un tiempo, esperando a que sus planes diesen frutos. Le
había resultado sencillo poseer el cuerpo y el alma del hombre, y
esperar era algo que le resultaba familiar en los muchos milenios
de su existencia.
398
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
Pero ahora las cosas habían cambiado. Era el momento para un
nuevo enfoque.
El Guardián miró la pila de cuerpos del rincón de su celda. Cuando
los caballeros los encerraron, había seis hombres con él, y habían
estado apretados. Estudió sus facciones torturadas, exentas de
color, sus expresiones de terror al enfrentarse a su fin
permanentemente grabadas en sus rasgos.
La muerte es el vacío, y los mortales la temen.
El miedo era algo que podía utilizar.
Balzael había fallado, y el Consejo Angiris se había negado a
actuar. Pero aquello tampoco era una gran pérdida. Al Guardián no
le preocupaba si Balzael sobrevivía el tiempo suficiente como para
unirse a él en la purga de Santuario... Ya tenía allí toda la ayuda
que necesitaba.
Sus Ángeles de Muerte.
Ni siquiera la pérdida de la nueva ángel, una que habría disfrutado
de reclutar para su bando, suponía un golpe importante para sus
planes. Y ahora, gracias a esos necios que se llamaban a sí mismos
Horadrim, la última pieza del rompecabezas estaba a su alcance.
El Guardián se puso en pie y estiró los brazos. El cuerpo de Norlun
comenzó a cambiar, los brazos y las piernas se alargaron, la
columna crujió al estirarse y doblarse, los tendones y los
ligamentos restallaron al ajustarse al esfuerzo. La carne se le
fundió, cayendo de sus huesos como mantequilla caliente. Si
hubiese quedado alguien en la celda para verlo, podría haberse
arrancado los ojos para intentar escapar del horror.
399
NATE KENYON
—Eh —llamó alguien desde otra celda—. ¿Qué está pasando ahí?
¡Suena como si se estuviesen rompiendo unos huesos! ¿Estás bien,
Lord Norlun?
El Guardián no contestó. Estiró unos brazos antinaturalmente
largos, arrancando la puerta de la celda de sus goznes. El pesado
hierro chocó con estrépito contra la pared y cayó formando una
nube de asfixiante polvo. El hombre de la otra celda gritó pidiendo
ayuda cuando el Guardián apareció ante la parpadeante luz. Su
cuerpo absorbió la energía de la antorcha, extinguiendo la llama.
El mundo cayó en la oscuridad.
El Guardián comenzaría con las almas humanas que estaban
prisioneras allí abajo antes de dirigirse hacia las catacumbas, y
entonces haría llover el terror y la destrucción sobre las cabezas de
los habitantes de Santuario.
Había llegado el momento de que revelase su auténtica
personalidad.
La piedra de alma negra le esperaba.
400
DIABLO III: TORMENTA DE LUZ
AGRADECIMIENTOS
Jugar en un cajón de arena que no es tuyo es una tarea que intimida,
y por eso estoy eternamente agradecido por el increíble y talentoso
equipo de la gente de Blizzard Entertainment, con los que compartí
ideas, respondieron a todas mis preguntas sobre el mundo de
Diablo, y evidenciaron una infinita paciencia mientras yo trataba
de hacer las cosas bien. Micky, Matt, Jerry, Joshua, Sean, Brian
(como seguro que me olvidaré de alguien, voy a dejarlo aquí),
gracias por su entusiasmo y su apoyo. Me gustaría también darle
las gracias a mi editor en Simón & Schuster, Ed Schlesinger, por
sus sabios consejos, su ojo clínico, y sus fantásticas habilidades
editoriales. Este libro no hubiera sido posible sin él. Quiero darles
las gracias a mis hijos —Emily, Harrison, Abbey y Ellie Rose—,
por aguantarme siempre cuando estoy escribiendo (y de mal
humor). Por último, a mi esposa Kristie, el amor de mi vida, mi
luna, gracias por tu apoyo incondicional y por tu entusiasmo.
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NATE KENYON
SOBRE EL AUTOR
Nate Kenyon es el autor del thriller Day One, publicado por St.
Martin’s Press. Ha escrito otras siete novelas y decenas de relatos
cortos de géneros como el terror, el misterio y la ciencia ficción.
Su primera novela, Bloodstone, fue finalista del Premio Bram
Stoker y ganó el P&E Horror Novel del Año. The Reach, también
finalista del Premio Stoker, fue objeto de una crítica en Publishers
Weekly y opta a una versión cinematográfica. También es el autor
de The Bone Factory, Sparrow Rock, Prime, StarCraft: Ghost:
Spectres (2011) y Diablo III: La Orden (2012), publicada en
España por Panini. Es miembro de la Horror Writers Association y
de la Internacional Thriller Writers.
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