EDITORIAL
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SAN JOSÉ
ESPOSO DE LA VIRGEN
MARÍA
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Padre Ramón Ricciardi
* Foyer de Charité de Tomé
«Uno de los medios que la experiencia me ha enseñado como
el más poderoso para el bien, es la imprenta. No todos pueden
oír la divina Palabra, pero todos pueden leer un buen libro. El
predicador no siempre podrá estar predicando, pero el libro
siempre estará diciendo lo mismo, y nunca se cansa, siempre está
dispuesto a repetir lo mismo, una y mil veces.
Hoy en día, la lectura de libros buenos es de absoluta necesidad.
Los libros han de ser pequeños, porque la gente anda de prisa.
Los libros pesados y gruesos son sólo para llenar las estanterías
de las bibliotecas».
(San Antonio M. Claret)
BIBLIOGRAFÍA
-Padre Rafael Housse C.SS.R.: «Vida de la Inmaculada»
-Padre Bernard Martelet O.C.S.O:
«José de Nazaret, el hombre de confianza».
-María Valtorta: «El Hombre Dios».
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
-Derechos reservados -
Lazos de Amor Mariano
www.lazosdeamormariano.net
Editorial Madre de Dios
editorial.lam@gmail.com
(+574) 444 30 53
Carrera 66 #42-117
Medellín, Colombia.
Primera Edición 2018
Impreso en Colombia - Printed in Colombia
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
¿QUIÉN ES JOSÉ?
La gloria de San José no le viene primeramente de sus
ascendientes, ni de sus actividades, ni de sus relaciones,
ni siquiera de sus virtudes, sino más bien de su título de
«esposo de María», de la cual nació Jesús.
A la pregunta: ¿Quién es José?, la respuesta debe ser: El
esposo de María. A la pregunta: ¿Quién es María?, la
respuesta es: la Virgen Inmaculada, que trajo al mundo
a Cristo, el Salvador, el Hijo de Dios. José es el esposo de
la Madre de Dios, el esposo de la Reina del Cielo, de la
Madre de la Iglesia, de la Madre de todos los hombres.
Nunca meditaremos bastante esta frase del Evangelio:
«José, esposo de María, de la cual nació Jesús, que se
llama Cristo». (Mat. 1, 16)
José, no es un personaje ficticio, inventado, es un
hombre bien real, lleva el nombre que le dieron sus
padres. Él, es el último eslabón de una larga cadena que
se remonta a Abraham.
En realidad, por el Evangelio sabemos muy pocas
cosas de este Santo Varón, bien de su infancia, bien
de su edad adulta. Sin embargo, por la Tradición y los
místicos, alcanzamos a reunir algunos datos de él. Pero
no podemos hablar de San José sin hablar de María.
Remontemos a la fuente de la Tradición:
Sabemos por la Tradición de la Iglesia, que María estuvo
en el Templo desde la edad de 3 años. Allí, en medio de
otras niñas, y bajo el cuidado de maestras escogidas, se
crió, estudió la Biblia y además aprendió todo lo que
debía saber una mujer.
En medio de sus compañeras, María ya se
distinguía por su gracia, su bondad, su ciencia;
ella la Inmaculada, la segunda Eva, se vio obligada
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COLECCIÓN HONOR DE DIOS
a adquirir su parte de méritos para ser la Madre
del Mesías. El espíritu de María estaba en el cielo.
Su personalidad y su cuerpo estaban en la tierra,
y tenía que pisotear la carne y el respeto humano
para llegar al espíritu y unirlo al Espíritu de Dios
en un abrazo fecundo.
María vivió en el Templo durante 12 años, o sea de los
3 a los 15 años.
MARÍA, EL SUMO SACERDOTE TE LLAMA...
Un día, nos cuenta María Valtorta, después de una
ceremonia que se había realizado en el Templo, María
salió en medio de otras doncellas. El cándido grupo de
las vírgenes atravesó el patio posterior, subió la escalinata,
pasó un portón y entró en otro patio donde estaban las
pequeñas habitaciones de las vírgenes que servían en el
Templo. Cada jovencita se dirigió a su pieza como una
palomita a su nido. Todas hablaban alegremente en voz
baja antes de separarse. María ella, guardaba silencio
y, cuando se separó de las demás les dio una sonrisa
cariñosa, y luego, se dirigió a su habitación.
Una Maestra ya de edad, pero no tanto como Ana
de Fanuel, su preceptora, le dijo: «María, el Sumo
Sacerdote te llama».
María, un poco sorprendida, pero sin hacer ninguna
pregunta, respondió: «Voy en seguida»; y se dirigió a una
sala contigua al Templo. Era una sala amplia, bien arreglada,
donde además de Zacarías y Ana de Fanuel la estaba
esperando el Sacerdote, muy majestuoso con sus vestiduras.
Al entrar, María hizo una profunda inclinación,
quedándose a la puerta hasta que el Sumo Sacerdote le
dijo: —«Adelante María. No tengas miedo».
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SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
María se enderezó y avanzó. Ana le sonrió para darle valor,
y Zacarías la saludó con: «La paz sea contigo, prima».
MARÍA, DEBES CASARTE
El pontífice la miró atentamente y luego dijo a Zacarías:
—«¡Bien se ve que es de la estirpe de David y de Aarón!».
Después, dirigiéndose a la niña, le dijo:
—«Hija, conozco tu carácter y tu bondad. Sé que has
crecido diariamente en ciencia y gracia a los ojos de
Dios y de los hombres. Sé que eres la Flor del Templo;
quisiera que tu perfume continuase subiendo con el
incienso de cada día, pero la Ley dice otra cosa... Ya no
eres una niña, sino una mujer. Y toda mujer israelita
debe casarse para poder ofrecer a Dios su hijo varón.
Tendrás que seguir las prescripciones de la Ley. No
tengas miedo, no he olvidado tu realeza. La Ley te
protege, pues prescribe que el varón tome por esposa
a una de su estirpe. ¿Conoces a alguien de tu estirpe
María, que podría ser tu esposo?».
María levanta su rostro rojo de pudor donde se ven
brillar lágrimas en los ojos, y con voz temblorosa
contesta: —«A nadie».
—«No puede conocer a nadie —dice Zacarías—porque
entró aquí cuando era muy pequeña...»
—«Entonces, dejaremos que Dios escoja».
De repente, de su hermoso rostro brotan lágrimas, y la
pobre niña da una mirada suplicante a su maestra.
—«María se ha consagrado al Señor para gloria de
Él, y para la salvación de Israel. No era más que una
niña cuando hizo esta promesa», dice Ana de Fanuel
para ayudarla.
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COLECCIÓN HONOR DE DIOS
—«¿Y por eso lloras, verdad? y no porque no quieras
obedecer a la Ley».
—«Sólo por eso... No por otra cosa. Yo te obedezco,
Sacerdote de Dios».
—«Esto me confirma lo que siempre me dijeron de ti.
¿Cuántos años hace que prometiste tal cosa?».
—«Creo que siempre la he prometido. Todavía no
había venido a este Templo y ya me había entregado al
Señor».
—«¿Pero, no eres tú la que hace unos 12 inviernos
viniste a pedir que se te permitiese entrar?».
—«Sí, la misma».
—«Y si eras tan pequeña ¿cómo puedes decir que ya te
habías prometido a Dios?».
—«Si miro para atrás, desde siempre me veo consagrada
al Señor... No recuerdo la hora en que nací, ni en la que
empecé a amar a mi madre y a decir a mi padre; Yo
soy tu hija..; ni tampoco recuerdo el momento en que
entregué a Dios mi corazón».
DIOS TE DARÁ UN ESPOSO
«Recuerdo que en el fondo del jardín de mi casa, había una
gruta, y me gustaba mucho penetrar en ella, porque oía una
voz que era más suave que el canto del agua o de los pajaritos,
y que me decía: “Ven amada mía”. Dulce era la voz de mi padre
y de mi madre... Dulce me era su voz cuando me llamaban...
¡Pero esa voz!... ¡Esa voz!... ¡Oh! Me imagino que así la oyó en
el paraíso terrenal aquel que se hizo culpable; y no comprendo
cómo pudo haberle gustado más el silbido de la serpiente que
esta amorosa voz, cómo pudo desear otro conocimiento que
no fuese Dios... Entonces con mis labios, que todavía tenían la
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SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
leche materna, pero más con el corazón embriago de la miel
celestial, dije: “Sí. Voy... Soy tuya...”. Y al decirlo, me parecía que
decía palabras que ya antes había pronunciado; no me era
desconocido el Esposo divino elegido de antemano, porque
conocía su deseo, y mi mirada se había adaptado a su luz,
así como mi capacidad de amar había madurado entre sus
brazos. ¿Cuándo? No lo sé. Más allá del Tiempo, diría yo,
porque me parece que siempre lo he tenido y que Él siempre
me ha poseído, y que yo existo porque Él me ha querido para
alegría de su Espíritu y del mío».
—«Ahora obedezco, Sacerdote. Pero dime qué debo
hacer. No tengo padre ni madre. Tú eres mi guía».
—«Dios te dará un esposo —le contestó el sacerdote—y
será un santo porque pones tu confianza en Dios. Le
dirás la promesa que hiciste».
—«¿Y la aceptará?», le preguntó María.
—«Así lo espero. Ruega hija, para que él pueda
comprender tu corazón. Vete ahora, y que Dios te
acompañe siempre».
DIOS HIZO FLORECER UNA RAMA SECA
Algunos meses pasaron...
Estamos ahora en una rica sala, con hermosas cortinas,
alfombras y muebles enchapados. Seguramente forma
parte del Templo, porque hay sacerdotes, entre ellos
Zacarías, y muchos hombres de varias edades, entre 20
y 50 años. Hablan entre ellos con animación, y parecen
tener ansia de conocer una noticia. Todos están vestidos
de fiesta. En medio de todos estos hombres está José
que habla con un anciano.
Tiene unos 30 años, de buena presencia, con cabellos
cortos, encrespados, de color castaño, lo mismo su
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COLECCIÓN HONOR DE DIOS
barba; sus bigotes realzan un mentón bien formado, y
suben hacia unas mejillas morenas. Tiene ojos oscuros,
amables, profundos, muy serios, un poco tristes. Pero
cuando sonríe, se ven alegres y juveniles. Su vestido es
de color café, sencillo pero bien arreglado.
De repente, la curiosidad aumenta, y mucho más cuando
las cortinas de la sala se abren para dar paso a un levita,
que trae en sus brazos un manojo de ramas secas en las
que delicadamente hay una rama en flor. El levita deposita
el manojo de ramas sobre la mesa, con sumo cuidado,
para no ajar esa rama en flor en medio de tantas secas.
Se oye el sonido de la trompeta más allá de la cortina.
Todos se callan y se ponen en fila correcta con la
cara hacia la entrada. Rodeado de otros ancianos,
entra el Sumo Pontífice y se dirige hacia la mesa. Y
permaneciendo de pie, se dirige a la asamblea:
«Oigan, ustedes de la estirpe de David que se han reunido
por orden mía. El Señor ha hablado ¡Sea bendito! Un
rayo de su gloria ha descendido y como sol de primavera
ha dado vida a una rama seca, y ésta ha florecido
milagrosamente, mientras que ninguna otra ha florecido
en esta temporada de nieve. Dios ha hablado, haciéndose
padre y tutor de la Virgen de David, quien no tiene como
tutor a nadie más que a Él. Doncella santa, gloria del
templo y de su estirpe, ha merecido que Dios hablase
para conocer el nombre del esposo que el Eterno quiere
darle. ¡Debe ser un hombre muy justo para que el Señor
lo haya elegido para cuidar a la Virgen, a quien Él ama
tanto! Esta es la razón por la que nuestro dolor se calma
y toda preocupación sobre el destino de Ella desaparece».
SE LLAMA JOSÉ DE JACOB
Al que Dios señaló podemos confiarle plenamente
la Virgen sobre la cual está la bendición de Dios y
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SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
la nuestra. El nombre del esposo es José de Jacob,
belemita, de la tribu de David, carpintero de Nazaret
de Galilea. Y agrega: «José, ven para acá, te lo ordena
el Sumo Sacerdote».
Se produce un ruido... Un movimiento general,
para dejar pasar a José, que avanza muy colorado y
avergonzado. Está ahora ante el Pontífice, a quien
saluda reverentemente.
«Acérquense todos, y vean el nombre escrito sobre
la rama. Que cada uno tome su rama, para que esté
bien seguro de que no hay engaño». Todos obedecen y
miran la rama que con suma delicadeza sujeta el Sumo
Sacerdote. Todos miran a José. Algunos lo felicitan.
El Sumo Sacerdote da a José su rama en flor, y
poniéndole la mano sobre el hombro le dice: «Tú
sabes que no es rica la esposa que Dios te entrega,
pero tiene toda clase de virtudes. Procura hacerte
cada día más digno de Ella. No hay flor en Israel
más bella y pura que tu esposa. Ahora, que todos
salgan... Tú, José, quédate; y tú, Zacarías, vete a
buscar a la esposa».
José, muy molesto, está al lado del Sumo Sacerdote.
Después de un momento de silencio, el Pontífice le dice:
«María tiene que decirte una promesa que hizo. Ayuda
a su timidez. Sé bueno con Ella que es tan buena».
—«Pondré lo que soy a su servicio —contesta
humildemente José—y nada me pesará si se trata de
Ella. Puede estar seguro».
MARÍA Y JOSÉ FRENTE UNO AL OTRO
Apenas había terminado de hablar, María entra
acompañada de Zacarías y de Ana de Fanuel.
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COLECCIÓN HONOR DE DIOS
—«Ven, María —dice el Sumo Sacerdote—. Mira al
esposo que Dios te destina. Es José de Nazaret. Volverás
pues, a tu ciudad. Ahora los dejo. Dios les da su
bendición. El Señor los guarde y bendiga, les muestre
su rostro y tenga misericordia de ustedes siempre.
Vuelva a ustedes su rostro y les dé la paz».
Todos salen dejando a los dos prometidos uno frente
al otro. María está toda sonrojada, con la cabeza
inclinada. José también, sin embargo, trata de decirle
algo. Finalmente, habiendo encontrado las palabras,
su rostro se ilumina con una radiante sonrisa y le dice:
—«Te saludo María. Te conocí cuando eras chiquita...
Fui amigo de tu padre y tengo un sobrino de mi
hermano Alfeo, a quien tanto amaba tu madre. Era
amiguito de ella... Y ahora tiene 18 años. Y cuando
aún no habías nacido, él era un varoncito, y alegraba
mucho las tristezas de tu madre. Tú no nos conoces
porque te viniste para acá muy pequeña, pero en
Nazaret, todos te quieren mucho y piensan y hablan de
la hija de Joaquín, la pequeña María, cuyo nacimiento
fue un milagro del Señor que hizo florecer una flor
estéril... Yo me acuerdo de la noche de tu nacimiento...
Y todos la recuerdan a causa del prodigio que hubo:
una tempestad tremenda, que terminó con un arco
iris maravilloso y que salvó las cosechas en peligro.
Yo te hice la cuna. Una cunita con dibujos de rosas,
porque así la quiso tu madre. Tal vez está todavía en tu
casa... Yo soy viejo, María. Cuando naciste, empezaba
a hacer mis primeros trabajos. Ya trabajaba... ¡Quién
me hubiera dicho que ibas a ser mi esposa! Enterré a tu
padre, y le lloré con un corazón sincero porque fue un
buen guía en mi vida».
María levanta poco a poco su rostro. Cada vez más
va cobrando confianza al oír que José le habla de este
modo, y cuando oye lo de la cuna, levemente sonríe y
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SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
cuando le cuenta lo de su padre, le extiende la mano
y le dice: —«gracias...» Un gracias tímido y delicado.
José toma entre sus cortas y fuertes manos de
carpintero la manito de jazmín y la acaricia con
un afecto que quiere dar seguridad. Tal vez espera
que María hable algo más, pero nuevamente ella se
queda callada.
José sigue hablándole de su casa, del jardín y del huerto
que piensa trabajar después de su jornada de carpintero,
a lo que María, agradecida, contesta:
—«Gracias José. Pero tú tienes tus trabajos...»
—«Trabajaré en tu huerto en las primeras horas del
día, y en las últimas de la tarde. Pues quiero que
al llegar la primavera todo esté en orden para que
estés contenta».
—«Mira —agrega José—éste es una rama del almendro
que está frente a tu casa. Quise traerte esto, pensando que si
yo hubiera sido elegido... —A pesar de que no lo esperaba,
porque soy nazireo*, pero obedecí porque la orden venía
del Sacerdote, no por el deseo de casarme—. La traje, te
decía, pensando que estarías contenta de tener una flor
de tu jardín. Recíbelo María, con esta rama de almendro
te entrego mi corazón, que hasta ahora ha florecido para
el Señor, y que ahora quiere florecer para ti, esposa mía».
* Nazireo es un consagrado a Yahvé
MARÍA PUEDE CONFIAR EN JOSÉ
María toma el ramo conmovida. Mira a José con un
rostro siempre más seguro y más radiante. Se siente
tranquila. Y cuando José dijo: —«Soy nazireo», su rostro
se llenó de luz y valor y le dijo: —«También yo soy toda
de Dios, José. No sé si el sacerdote te dijo algo...».
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COLECCIÓN HONOR DE DIOS
—«Me dijo que eres buena y pura, y que tienes que
decirme una promesa tuya. Habla, pues, María; tu José
quiere hacerte feliz en todo lo que desees. No te amo
con la carne, te amo con mi espíritu, santa doncella que
Dios me entrega. Ve en mí a un padre y a un hermano,
además de esposo. Y como a padre, confíate; como
hermano, tenme confianza».
—«Desde mi niñez me consagré al Señor —le cuenta
María—. Sé que eso no se hace en Israel, pero oía una
voz que me pedía mi virginidad como sacrificio de
amor, para que venga el Mesías. ¡Hace tanto tiempo
que Israel lo espera!... Por eso, no es mucho renunciar a
la alegría de ser madre».
José la mira detenidamente, como si quisiera leer
en su corazón. Después le toma las dos manitos que
tienen la flor del almendro y le dice: «yo uniré mi
sacrificio al tuyo y amaremos mucho al Eterno con
nuestra castidad, para que Él envíe lo más pronto a
la tierra al Salvador, y nos permita ver resplandecer
su luz sobre el mundo. Ven, María, vamos delante de
su casa y juremos amarnos como los ángeles se aman.
Después yo iré a Nazaret a prepararte todo: bien sea
tu casa, si tú quieres vivir allá; bien sea otra, si así es
tu voluntad».
—«¿Y dime a quién quieres contigo?» concluye José.
—«A nadie. No tengo miedo. La madre de Alfeo, que
siempre me iba a buscar, me acompañará un poco en
el día, y en la noche prefiero estar sola. Ningún mal me
puede suceder».
—«Y ahora estoy yo... ¿Cuándo debo venir por ti?»
—«Cuando quieras, José».
—«Entonces vendré en cuanto esté arreglada la casa.
No cambiaré nada. Quiero que la encuentres como
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SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
tu madre la dejó, pero quiero que esté bien asoleada y
limpia, para recibirte sin tristeza. Ven María, vamos a
decirle al Altísimo que lo bendecimos».
¡QUE LINDA ES LA NOVIA!
Algunas semanas pasaron, entre el primer encuentro
de los novios y la ceremonia de la boda. Todo está listo.
¡Qué hermosa se ve María con sus vestidos de novia
entre sus amigas y maestras, todas jubilosas!
Su vestido es de lino blanquísimo, tan suave y fino que
parece de seda preciosa. Es amplio, con pliegues y lo
arrastra un poco, porque es largo. La faja de la cintura
está hecha de medallones de oro y plata.
El cuello de María, como si fuera una garza, se yergue
en medio de aquella blancura y parece mucho más
blanco y mucho más fino que el tallo de un lirio, pero
toma mas color por la emoción que la envuelve. Su
rostro es como una hostia purísima. Su cabellera no
está suelta, sino que con toda gracia, le han hecho
trenza. En sus manos no tiene nada, y sus muñecas tan
delicadas, son adornadas con los pesados brazaletes
de su madre.
Sus compañeras la miran una y otra vez, y quedan
encantadas, y se oyen preguntas en medio de una
algarabía preñada de admiración. —¿Eran de tu madre?
—¿Son muy antiguas, no?
—¡Mira Sara qué hermosa es la faja!
—¡Susana, qué dices del velo! ¡Mira qué finísimo!
—Déjame ver los brazaletes María. ¿Eran de tu madre?
—Los llevó, pero fueron de la madre de mi padre Joaquín.
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COLECCIÓN HONOR DE DIOS
—¡Oh, mira! tiene el sello de Salomón entretejido con
delgadísimas ramitas de palma y olivo... ¿Quién hizo
esta labor tan perfecta y delicada?
—Pertenecen a la casa de David —contesta María—.
Las mujeres de la estirpe que se casan se los ponen
desde hace muchos siglos, y se quedan como la
herencia de la sucesora.
—¿Tú eres la heredera...?
—¿Y te trajeron todo de Nazaret?
—No, cuando murió mi madre, mi prima Isabel se llevó todo
el ajuar a su casa para guardarlo mejor. Ahora me lo trajo.
—¿Dónde está? ¡Muéstralo a tus amigas!
MARÍA, YA NO ERES HUÉRFANA
María no sabe qué hacer... quisiera ser cortés, pero
también no quisiera desarreglar todas las cosas... La
maestra la saca de apuros diciendo: El novio está por
llegar. No hay tiempo. ¡Déjenla tranquila!
Descontento, el grupo de niñas se va enojado. María
puede ahora estar tranquila con sus maestras que le
dicen palabras de alabanza y cariño.
Isabel se ha acercado y como María está emocionada
porque Ana de Fanuel la llama «hija» y la besa con
verdadero cariño maternal, le dice: «María, tu madre
ya no vive más, pero su corazón está a tu alrededor,
ya no eres huérfana, porque los tuyos están contigo
y tienes un novio que es para ti padre y madre, ¡es
tan bueno!».
—«Es verdad, no me puedo quejar de él. En menos
de dos meses ha venido dos veces, y hoy viene por
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SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
tercera vez, desafiando lluvia y ventarrones, para
que le dé mis órdenes. ¡Figúrate! ¡Órdenes!... Yo
que soy una pobre mujer y mucho más joven que él.
Nada me ha negado. Antes bien espera que le pida.
Parece como si un ángel le indicase lo que deseo y
me lo dice antes de que abra la boca. La última vez
me dijo: «María, pienso que te gustaría vivir en tu
casa paterna. Como eres la heredera, puedes hacerlo,
si te parece bien. Vendré a tu casa. Por una semana
irás a vivir con la familia de mi hermano Alfeo, sólo
para no dejar de observar las ceremonias. Mi cuñada
te quiere muchísimo. De ahí saldrá el cortejo que te
llevará a tu casa». Así me dijo... ¿No cierto que es
bueno? No le importa ni siquiera el que dirán de la
gente, de que no tiene ni una casita... Claro que yo
prefiero la mía... Por los recuerdos que me trae. ¡Oh,
es cierto,... es tan bueno José!».
—«¿Y qué dijo de la promesa tuya? No me has dicho
nada todavía...» le pregunta Ana de Fanuel.
—«No se opuso. Todo lo contrario, cuando supo las
razones, añadió: «Uniré mi sacrificio al tuyo».
—«¡Es un joven santo!», agrega Ana de Fanuel.
En este momento, entra José, acompañado de Zacarías.
Realmente es un galán. Parece un soberano oriental. Su
vestido resplandece al brillo del oro.
LOS NOVIOS HABLAN JUNTOS
José irradia alegría. Entre sus manos tiene un ramillete
de mirto en flor.
—«La paz sea contigo, querida mía», —dice. «La paz
sea con todos ustedes». Después que todos se han
saludado, agrega: «Vi lo contenta que te pusiste el día
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COLECCIÓN HONOR DE DIOS
en que te di un ramo de tu huerto, y pensé traerte uno
de mirto, que corté cerca de la gruta que tanto amas.
Aquí lo tienes, María; que tu frente se adorne con la
guirnalda, símbolo de la prometida y de la pureza, pero
que siempre será inferior a la pureza de tu corazón».
Isabel y las maestras hacen de las flores una guirnalda y
se la ponen a María, y le arreglan con mucho cuidado y
amor los pliegues de su vestido.
Todo está listo. Mientras se espera para salir, José dice
a María, apartándose del grupo: «En estos días he
pensado en tu promesa. Te dije que era yo del mismo
parecer, pero mientras más pienso, más comprendo
que no basta ser nazireo por un tiempo, aun cuando
se renueve muchas veces. Te he comprendido, María.
Todavía no soy digno de las palabras tan profundas
que me dijiste, pero un murmullo de ellas comienza
a llegarme, y me hace entender tu secreto, por lo
menos en los puntos más sobresalientes. Soy un pobre
ignorante, María. Soy un obrero humilde, no soy sabio
ni rico, pero pongo a tus pies mi tesoro, y para siempre,
mi castidad absoluta, para que sea yo digno de tu
encanto, Virgen de Dios, jardín cerrado, manantial en
el que ningún otro puede beber, como decía nuestro
antepasado que tal vez escribió su Cantar al verte...
Yo seré el jardinero de este vergel de perfumes, en el
que se encuentran las frutas más preciosas, y de donde
brota un manantial de aguas frescas, ¡oh amada mía!,
que con tu dulzura y candor te has ganado mi corazón,
tú más bella que la aurora. Tú eres mi sol que brilla e
ilumina mi corazón, tú que amas a Dios y al mundo
al que quieres darle al Salvador con tu sacrificio como
mujer. ¡Ven amada mía!», y la toma de la mano para
llevarla a la puerta. Todos los demás los siguen.
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SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
LOS ESPOSOS FRENTE AL PONTÍFICE
Los novios, seguidos de todos los asistentes, se dirigen
a una sala del Templo. Solemnemente entra el Sumo
Sacerdote. En este momento, se escucha ruido entre
los curiosos:
—¿Es ése el que se va a casar?
—Sí, porque es de la casta real y sacerdotal. Flor de
David y Aarón, la novia es una virgen del templo. El
novio es de la tribu de David.
Ahora los novios están frente al Pontífice, el cual
pone la mano derecha de la novia en la del novio, y
solemnemente los bendice diciendo:
«El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob esté con
ustedes, los una y se cumpla en ustedes su bendición,
dándoles su paz y numerosa posteridad, junto a una
larga vida y una muerte dichosa en el seno de Abraham».
Terminada la bendición, todos salen, y siempre en fila bien
ordenada, pasan a una sala donde se procede al contrato
de las bodas, en que se dice que María, hija heredera de
Joaquín, hijo de David, y de Ana hija de Aarón, lleva como
dote al esposo, su casa y los bienes adjuntos, además de su
ajuar personal y otras cosas que heredó de su padre.
A partir de este momento, José es llamado esposo de
María, y María esposa de José. El esposo ya no puede
faltar a su palabra, y la esposa no puede disponer de
si misma.
Todo ha terminado. Según la costumbre judía, el esposo
conduce ahora a su esposa a su casa. La fiesta se hará
sólo cuando vivan juntos.
Los esposos salen al patio, donde un carro grande y
cómodo está esperándolos, en el cual ya están los cofres
de María; en él hay una cortina que protege del sol.
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COLECCIÓN HONOR DE DIOS
Es el momento de las despedidas... besos, lágrimas,
bendiciones, consejos, recomendaciones... Después,
María sube con Isabel y se instala dentro del carruaje.
Delante, se sientan José y Zacarías que se han quitado los
mantos de ceremonia y se han puesto uno de color oscuro.
El carruaje parte al trote de un caballo, y los muros del
templo van quedando cada vez más lejos. María llora bajo
su velo. De cuando en cuando aparta la cortina y mira una
vez más hacia el Templo que está allá lejos.
LOS ESPOSOS LLEGAN A NAZARET
Un carruaje se desliza por el camino. Es el carro que trae a
José, María y los familiares de ella. El viaje ha terminado.
María mira con ojos ansiosos de querer reconocer lo
que está viendo, y no lo logra... ¡Hace tanto tiempo
que dejó Nazaret!... Isabel, Zacarías y José la ayudan a
recordar, señalando esta o aquella cima o casas.
Niños, mujeres se ponen al lado del camino y echan
tamaños ojos al carruaje. Saludan a José, que es
muy conocido, pero luego se quedan sin palabras y
asombrados delante de los otros tres personajes, porque
no los conocen.
Cuando entran en la ciudad propiamente dicha, no hay
más perplejidad ni temor. Mucha gente de toda edad
está en la entrada del poblado, bajo un arco rústico de
flores y ramas. Apenas se deja ver el carruaje, se oye un
griterío de voces agudas: son las mujeres, doncellas y
niños de Nazaret que saludan a la novia. Los hombres
más atrás saludan con respeto.
María, blanca y rubia como un ángel, sonríe
bondadosamente a los niños que arrojan flores y
envían besos, a las doncellas de su edad que la llaman
por su nombre, a las novias, a las madres y a las
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SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
ancianas que la bendicen. Se inclina ante los hombres,
sobre todo ante uno que tal vez es el rabino o el
principal personaje del lugar.
El carruaje sigue por la calle principal a paso lento, y le
sigue a corta distancia la gente, para quien la llegada es
un acontecimiento.
—«Ahí está tu casa, María», dice José, señalando una
casita que está a la orilla de la colina.
—«Ves... poco te quedó —dice Zacarías—. Es que la
enfermedad de tu padre fue larga y costosa, y costosos
fueron los gastos para reparar el daño que hizo Roma».
—«¡Oh! que sea poco, no importa. Será suficiente para
mí. Trabajaré...».
—«¡No María! —dice José—soy yo quien trabajará. Tu
harás sólo los tejidos y costuras de la casa. Soy joven y
fuerte y soy tu esposo. No me avergüences con tu trabajo».
—«Haré lo que quieras».
—«Sí. Esto es lo que quiero. En todas las demás cosas,
cualquier deseo tuyo será ley para mí. En esto ¡no!».
LA FAMILIA DE JOSÉ
Han llegado. El carro se detiene. Dos hombres de más
o menos 40 y 50 años y dos mujeres salen al umbral,
seguidos de muchos niños y adolescentes.
—«Dios te dé su paz, María», dice el mayor de los
hombres... y al mismo tiempo una mujer se acerca a
María y la abraza y la besa.
—«Es mi hermano Alfeo y su mujer —dice José—
vinieron con sus hijos, para darte la bienvenida y
decirte que su casa es la tuya, si quieres».
21
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
—«Sí, María —agrega María de Alfeo—ven si te es
difícil vivir sola. La campiña es hermosa en primavera,
y nuestra casa está en medio de campos de flores. Serás
la flor más bella entre ellas».
—«Muchas gracias, María. Con mucho gusto iré, pero tengo
tantas ganas de ver mi casa... de volver a verla. Era yo tan
pequeña cuando me fui. Ahora me parece que ya no soy más
huérfana, porque tengo de nuevo a mi alrededor el abrazo de
estas paredes. Compréndeme, María». La voz de la Virgen
tiembla un poco por las lágrimas que se asoman a sus pupilas.
—«Como quieras querida. Mi único deseo es ser para
ti una hermana, una amiga, y un poco tu madre, ya que
tengo más edad que tú».
—«Te saludo, María —dice la otra mujer—yo soy Sara,
una amiga de tu madre. He aquí mi marido. Lo que
hice por tu madre, lo haré por ti».
—«Les agradezco a todos. El omnipotente los bendiga».
Descargan los pesados cofres y los meten en la casita
de Nazaret.
José toma a María de la mano y entran. En el dintel le dice:
—«Y ahora que estamos aquí, quiero que me prometas
algo: que cualquier cosa que te suceda, no busques
otra persona amiga, ni otra ayuda fuera de José, y por
ningún motivo tengas que sufrir sola. Soy todo para ti,
recuérdalo; mi alegría será de hacerte el camino feliz, y
ya que la felicidad no está siempre de nuestro lado, por
lo menos quiero hacértelo tranquilo y seguro».
¿NO VAN A VIVIR JUNTOS AHORA?
María se quita el manto y el velo, porque fuera de las
flores de mirto, todavía lleva el vestido de bodas. Sale
22
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
de la mano con José al huerto. María mira, sonríe...
parece como si tomara posesión del lugar perdido.
José le muestra lo que hizo como arreglo... Comentan
sobre la producción de los manzanos, de la vid, de los
olivos. «Aquí cavé una gruta y la reforcé —dice José—
cuando estas plantitas se hayan desarrollado, será como
la gruta que tenías antes. No hay manantial... pero
espero traer un poco de agua. Trabajaré en las tardes de
verano, cuando venga a verte...»
—«Pero cómo —interviene Alfeo—¿No van a vivir
juntos ahora?»
—«¡No! María quiere hilar telas, lo único que falta al
ajuar. Yo soy de igual parecer. Es muy joven todavía
ella, y no importa si se espera un año o algo más.
Entretanto, se acostumbrará al hogar...»
—«¡Claro! siempre has sido un poco diferente de los
demás, y sigues siéndolo. No sé quién no tendría prisa
de tener una mujer en la flor de la primavera como lo
está María, y tú alargas...»
—«Alegría largamente esperada, alegría mucho mejor
gozada», le contesta José con una sonrisa muy fina.
Su hermano se encoge de hombros. Luego le pregunta:
—«¿Y cuándo piensan hacer la fiesta de bodas?».
—«Cuando María tenga 16 años. Después de la fiesta
de los Tabernáculos. ¡Las tardes de invierno serán muy
agradables para los esposos...!» y nuevamente sonríe,
mirando a María; una sonrisa de comprensión; una
sonrisa delicada, de castidad fraterna.
Y siguen visitando la casa... prenden las lámparas.
—«María está cansada —dice José—a sus primos,
¡dejémosla que descanse!».
23
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
Todos se despiden. José se queda todavía algunos
minutos más. Habla con Zacarías. Después, dirigiéndose
a María, le dice: —«Tu primo te deja por un tiempo
a Isabel, ¿estás contenta? Yo sí porque te ayudará a
convertirte en perfecta dueña de casa. Con ella, podrás
arreglar tus cosas. Yo vendré cada tarde a ayudarte.
Acuérdate de lo que me prometiste: de recurrir a mí
para cualquier cosa. Adiós María. Que tu primer sueño
de casada sea bueno y que el ángel de Dios te guarde.
Que el Señor esté siempre contigo».
—«Hasta pronto José. Que tú también estés bajo las
alas del ángel de Dios. Gracias José por todo. En lo que
pueda, te pagaré tu amor con el mío».
José saluda a los primos y se va.
¡MANDA A TU SIERVA EL REDENTOR!
Algunas semanas pasaron... tal vez algunos meses.
María, sentada en un banquito, está tejiendo en su
pequeña habitación, y sus manitos, que son un poco
menos blancas que el lino que está tejiendo, trabajan
rápidamente con el huso. Su rostro juvenil y hermoso
de 15 años, está inclinado y ligeramente sonríe, como
si fuese en pos de un dulce pensamiento. Y empieza
a cantar en voz baja. Luego, alza un poco más la voz,
una voz que vibra dentro de la habitación, en la que
se percibe la palabra; «Yehové»... debe ser un cántico
sagrado, o tal vez un salmo.
De repente, el canto se torna en plegaria: «Señor
altísimo, no tardes en enviar a tu Siervo, para que traiga
la paz a la tierra. Acelera el tiempo, y haz que nazca la
virgen pura y fecunda para que venga tu Mesías. Padre...
Padre Santo, concede a tu sierva ofrecer su vida a este
fin. Concédeme que muera después de haber visto tu
24
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
Luz y tu Justicia sobre la tierra, y de saber al morir que
la Redención se ha cumplido. ¡Oh Padre Santo! Manda
a la tierra lo que los Profetas esperaron. Escucha a tu
sierva, manda al Redentor, al Mesías. ¡Ven! ¡Ven oh
Espíritu del Señor! ¡Ven a nosotros que te esperamos!
¡Ven Príncipe de la Paz...!» María queda como absorta...
La cortina de la entrada se mueve, como si alguien
detrás de ella soplase. Una luz blanca de plata pura hace
más claras las paredes de color ligeramente amarillo,
más vivo el color de las cosas, más espiritual el rostro
de María, la cual mira a lo alto. En medio de la luz, y sin
que la cortina se descorra, entra el ángel y se prosterna.
DIOS TE GUARDE, MARÍA...
Es natural que el ángel tome un aspecto humano, pero
es muy diferente. ¿Qué clase de cuerpo tiene esa figura
bellísima y radiante? ¿Con qué sustancia Dios la hizo
para hacerla sensible a los ojos de la Virgen? Sólo Dios
puede poseer estas sustancias y usarlas de un modo
perfecto. Tiene cara, cuerpo, ojos, boca, cabello y
manos como nosotros, pero no son de la materia opaca
nuestra. Es una luz que ha tomado color de carne, una
luz que se mueve y sonríe, que mira y que habla.
—«Dios te guarde, María, llena de gracia». La voz es una
dulce armonía. María se estremece y baja los ojos; pero
se estremece mucho más cuando ve la radiante figura
postrada a un metro de ella y que, con las manos cruzadas
en el pecho, la mira con una veneración sin igual.
María se pone de pie y se afirma en la pared. Está pálida
y enrojecida a la vez. Su rostro manifiesta sorpresa y
susto. Se aprieta inconscientemente las manos sobre el
pecho. Se inclina como para esconder lo más posible su
cuerpo, en un acto de delicado pudor.
25
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
—«¡No! No temas María. El Señor está contigo. Eres
bendita entre todas las mujeres».
Pero María sigue temblando de miedo y piensa: «¿De
dónde habrá venido este ser extraordinario? ¿Es un
mensajero de Dios o del Maligno?»
—«¡No tengas miedo, María! —repite el ángel—. Yo soy
Gabriel, el ángel de Dios. Mi Señor me ha mandado a ti.
No tengas miedo, porque el Señor te ama. Concebirás
ahora y darás a luz un Hijo, a quien pondrás el nombre
de Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo (y
lo es de verdad). El Señor Dios le dará el trono de David
su padre y reinará para siempre en la casa de Jacob, y su
Reino no terminará jamás. ¡Piénsalo! ¡Oh Virgen Santa!
amada del Señor. Hija bendita de Dios, llamada a ser la
Madre de su Hijo».
—«¿Cómo puede ser esto si no conozco varón? ¿Acaso
el Señor no acepta más la ofrenda de su sierva? ¿Y ya
no quiere que sea virgen por amor a Él?».
¿QUÉ DEBO CONTESTAR AL SEÑOR?
—«María, no por obra de hombre, serás madre. Eres
la Virgen eterna, la Santa de Dios, el Espíritu Santo
descenderá en ti y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra. Por eso Aquel que nacerá de ti, será
llamado Santo e Hijo de Dios. Todo lo puede nuestro
Señor Dios. Isabel, la estéril, en su vejez ha concebido
un hijo que será el Profeta de tu Hijo, él le preparará
su camino. Ahora está en el sexto mes... Los pueblos
te llamarán bienaventurada por la gracia que te hizo.
Nada es imposible a Dios, María, llena de gracia. ¿Qué
debo contestar a mi Señor?... ¡Qué nada te perturbe!
¡Él cuidará de tus intereses si pones en Él tu confianza.
El mundo, el cielo, el Eterno esperan tu respuesta!»
26
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
María cruza sus manos sobre su pecho, se inclina
profundamente y dice: —«Aquí está la esclava de Dios.
Hágase en mí lo que Él dice».
El ángel brilla de alegría. En profunda adoración se
inclina, porque no cabe duda que ve al Espíritu de Dios
bajar sobre la Virgen, inclinada al dar su respuesta
afirmativa. Después, sin mover la cortina desaparece,
dejándola con el secreto del santo misterio.
Habiendo María comprendido la misión a la que Dios
la destinaba, se llenó de gozo. Su corazón se abrió como
un lirio cerrado, y proporcionó la sangre que sirvió de
tierra fértil al Germen de Dios.
Es el gran secreto de María. Desde ahora en adelante,
en la casita de Nazaret María ya no está sola, ahí esta
Jesús, en el centro de su ser.
AMOR ANGELICAL DE JOSÉ
El día ha terminado. Solita, María está cenando, con un
tazón de leche, un plato de verduras, y un pancito que
acaba de sacar del horno. La Virgen come y piensa...
En este profundo silencio de la casita de Nazaret, se oye
de repente a alguien que toca la puerta. María se levanta
para abrir. Es José. Se saludan y luego, quitándose el
manto, José se sienta sobre un banquito frente a María,
al otro lado de la mesa.
José es un hombre hermoso, con sus 30 años. No es
muy alto, pero sí robusto y bien proporcionado.
—«María, te traigo un racimo de uvas y dos huevos que
me dio un centurión por un arreglo que le hice en su
carruaje», dice José. «Tenía algo en la rueda y su trabajador
estaba enfermo. ¡Están frescos, tómalos, te hacen bien!».
27
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
—«Me los tomaré mañana, pues ahora acabo de cenar.
¡Pero tú no has cenado aún!»
—«No, pero no importa».
María se levanta, va a la cocina y vuelve con una taza
de leche, aceitunas y queso. «No tengo otra cosa —dice
María—pero sírvete los huevos».
José no quiere, porque se los trajo especialmente para
Ella. Pero acepta gustoso el pan, el queso y bebe la
leche. Se come también una manzana, y con eso la cena
ha terminado.
Después de haber limpiado la mesa, María toma su
bordado, mientras tanto, José atiza el fuego, porque la
noche está un poco fría.
José pregunta a María cómo le va con su labor y
sus flores. Le promete unas plantitas de flores
hermosas que le ofreció un centurión. «Son flores
que no tenemos».
María sonríe y da las gracias. Los dos guardan silencio...
José mira la cabeza rubia de María inclinada sobre su
bordado. Es una mirada de amor angelical. No cabe
duda que si un ángel fuese capaz de amar a una mujer,
la miraría así.
Los esposos conversan entre sí. José le cuenta como
pasó su día; habla de sus sobrinos, y de las plantas que
le traerá... María sonríe y agradece.
UN MENSAJERO QUE NO DICE MENTIRAS
Luego María, como si tomara una decisión, pone
sobre sus rodillas su trabajo y dice: —«José, casi
nunca tengo algo que decirte, porque bien sabes
que vivo solitaria, pero hoy tuve una noticia... es
28
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
que nuestra prima Isabel, mujer de Zacarías, está
por tener un hijo...»
José abre tamaños ojos, y pregunta: —«¿A esa edad?»
—«¡A esa edad! —responde María sonriente—, todo
lo puede el Señor. Ahora ha querido proporcionar a
nuestra prima esta alegría».
—«¿Cómo lo sabes? ¿Estás segura de la noticia?»
—«Vino un mensajero. Es uno que no dice mentiras.
José, quisiera ir a su casa para servirle y decirle que me
alegro con ella. Si me lo permites...»
—«María tú eres la señora y yo soy el esclavo. Todo lo
que hagas está bien hecho. ¿Cuándo quieres partir?»
—«Lo más pronto posible. Estaré ausente por
algunos meses».
—«Y yo contaré los días esperándote. Ve tranquila,
cuidaré de la casa y del huerto. Encontrarás tus hermosas
flores como si las hubieses regado. Pero... espera... Estoy
pensando, debo ir antes de Pascua a Jerusalén a comprar
algunas cosas para mi trabajo. Si esperas algunos días, te
acompañaré hasta allá, y me volveré en seguida. Hasta
allí podemos ir juntos. Me sentiré más tranquilo si sé
que no vas sola por el camino. Cuando pienses volver,
me lo harás saber, para yo ir a tu encuentro».
—«Eres muy bueno, José. El Señor te pague con
bendiciones y aleje de ti el dolor. Siempre le pido esto».
Los dos castos esposos se sonríen delicadamente. El
silencio reina por un momento, luego, José se levanta,
se pone el manto y la capucha. Se despide de María, la
que también se ha levantado y sale.
María lo mira salir con un suspiro de aflicción. Levanta
los ojos al cielo. Seguramente que está orando.
29
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
María cierra la puerta cuidadosamente, guarda su
bordado, tapa el fuego, entra a su habitación y vuelve
a orar.
CÁLMATE, TE JUSTIFICARÉ ANTE TU ESPOSO
Cuando después de la Anunciación cesó el éxtasis, en
que María se había llenado de inefable alegría, el primer
pensamiento que le punzó el corazón como espina de
rosa, este corazón aún envuelto en las rosas del amor
divino, fue el pensar en José.
María amaba a José, era su santo y providente custodio,
que Dios le había dado. Cerca de José, María se sentía
segura como si fuese el sacerdote. No temía a su lado.
Su virginidad confiada a José, estaba más segura que un
niño en los brazos de su mamá.
Y ahora ¿cómo decirle que era madre? María oraba y
buscaba cómo decírselo... Pero el Espíritu Santo, del
que estaba llena le dijo: —«Cálmate. Déjame que Yo
te justificaré ante tu esposo». ¿Cuándo?... ¿Cómo?...
María no lo sabía... pero confió en Dios como una flor
se confía a la onda que la lleva.
Cuando la fecha del viaje fue decidida, José vino a
buscar a María, con dos burros: uno para él, otro
para Ella.
Ya estaba todo listo: las sillas y el arnés especial para
llevar el equipaje.
Después de haber cerrado la puerta, se ponen en camino.
Nazaret estaba todavía durmiendo. Es el silencio de la
madrugada... Los esposos hablan poco. Caminan el
uno cerca del otro; José piensa en sus negocios, María
sigue su pensamiento. De vez en cuando María mira a
José y un velo como de tristeza oscurece su rostro.
30
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
CAMINO A HEBRÓN
Después de una larga caminata, ya vislumbran Jerusalén.
Llegados a la ciudad Santa, los esposos se dirigen primero
al Templo. José deja los burros provistos de su alimento,
y con María va a adorar al Señor.
Cuando salen del Templo, se dirigen los dos a una casa
amiga, para reponer las fuerzas. María descansa, hasta
que José regresa con un viejito. «Este hombre va por
el mismo camino tuyo, María —le dice José—puedes
confiar en él, yo lo conozco».
Vuelven a subir sobre los burros, y José acompaña a
María hasta la puerta de la ciudad. Allí, se despiden.
María sigue con el viejito que es muy conversador,
pues le hace mil preguntas a las que María contesta
cortésmente. Pero debe ser un poco sordo, porque
tiene que elevar la voz para hacerse oír.
Finalmente el viejito, cansado de hacer preguntas
y ayudado por el balanceo del burro, se adormece,
dejándose guiar por el animal que conoce muy bien el
camino. María aprovecha este descanso para orar. Su
rostro muestra una emoción interior que lo hace dichoso.
La naturaleza está en su esplendor primaveral, las
montañas hermosas, los verdes pastizales y los huertos
están llenos de frutos chiquititos.
María sube con su burrito por un camino bastante
bueno que parece ser la ruta principal que conduce a
Hebrón. Cuando entra en el poblado, las mujeres, desde
el umbral de sus puertas, ven la llegada de la forastera
y conversan entre ellas... La siguen con los ojos y no
quedan tranquilas hasta que la ven detenerse ante una
de las mejores casas.
31
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
GRAN FELICIDAD Y SUMA DESGRACIA
La viajera baja de su asno, se acerca al cancel, pero no
ve a nadie. Trata de llamar... Finalmente una mujer,
que ha sido la más curiosa ya que la siguió, le señala la
campanilla. María tira el cordón, pero tan suavemente,
que el sonido es un leve retintín. Entonces la mujer, que
es una viejita toda nariz y con una lengua que vale por
diez, tira el cordón diciendo: —«Así se hace, mujer... De
otro modo ¿cómo van a oír? Isabel es vieja y también
Zacarías... y ¡además de mudo, es sordo! ¿Nunca habías
venido para acá? ¿Conoces a Zacarías?...» ¡Por suerte
un siervo viene a toda prisa a salvar a María del diluvio
de noticias y preguntas!
Apenas adentro, María dice: —«Yo soy María, hija de
Joaquín y de Ana de Nazaret, prima de tus amos».
Y mientras el siervo vuelve a abrir el cancel para que
entre el burro, dice a María: —«Gran felicidad y suma
desgracia hay en este hogar. El cielo ha concedido
un hijo a la estéril, ¡sea alabado su nombre! Pero
Zacarías se volvió de Jerusalén mudo, de eso hace
seis o siete meses».
Sale Isabel de su casa, apoyada sobre Sara. De lejos,
mira a la viajera sin reconocerla. De repente, levanta
sus brazos al cielo con un «¡Oh!» lleno de admiración
y de gozo, y baja lo más rápido que puede al encuentro
de su prima. María recibe en su corazón con viva
alegría a su anciana prima, que llora de gozo al verla...
y permanecen las dos abrazadas.
BIENAVENTURADA ERES TÚ QUE CREÍSTE
De repente Isabel, como si hubiese recibido una luz,
que viene de lo alto, levanta su cara llena de luz que
parece haber rejuvenecido y, mirando a María con
32
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
una sonrisa de veneración como si viese a un ángel,
se inclina profundamente y exclama: —«Bendita
tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno.
¿Cómo he merecido yo que venga a mí la Madre de
mi Señor? Mira, al oír tu voz, el niño se movió en
mi seno como señal de alegría y cuando te abracé,
el Espíritu del Señor reveló cosas altísimas a mi
corazón. Eres bienaventurada porque creíste que
Dios puede hacer lo que la inteligencia humana
cree que no es posible».
María, con dos lágrimas que bajan como perlas de sus
ojos que sonríen a Isabel, con el rostro y los brazos
levantados al cielo, exclamó: «Mi alma engrandece al
Señor...» y sigue el cántico que conocemos... Al llegar
al versículo: «socorrió a Israel su servidor», María,
con los brazos cruzados en el pecho, se arrodilla, y
prosternada hasta el suelo, adora a Dios.
El siervo, que se había retirado, vuelve del huerto con
un impotente anciano que con grandes gestos y sonidos
guturales, saluda a María.
«Viene Zacarías» —dice Isabel—tocando la espalda de
la Virgen absorta en plegaria. Y agrega: —«Mi Zacarías
está mudo. Dios lo castigó por no haber creído. Luego
te contaré. Ahora, espero que Dios le perdone porque
viniste, Tú, la llena de gracia».
LA CRUZ PROYECTABA YA SU SOMBRA
En realidad, la presencia de María en la casa de Zacarías
es una verdadera fiesta. Isabel está llena de atenciones
para con su huésped.
Ayudado de su tablilla, Zacarías pregunta a María por
José, y cómo se siente con él ahora que está casada.
Por lo que se ve, a Zacarías no se le ha concedido las
33
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
mismas luces sobrenaturales de las que fue iluminada
Isabel, la que acercándose a su marido y poniéndole
la mano sobre el hombro le dice con cariño: —«María
también es Madre. Alégrate de su felicidad». Las dos
mujeres se miran sin agregar una palabra más.
Durante los tres meses que pasó en Hebrón, María se
sintió comprendida por Isabel, ya que el Espíritu se había
revelado a la anciana madre, y María, podía sin miedo,
hablar de su Hijo... La Virgen que conocía las Escrituras,
que sabía lo que los Profetas, es especial Isaías, habían
dicho del Salvador... «Hombre de dolores... por sus
llagas todos fuimos sanados...», preguntaba a veces a
Isabel: —«¿Qué harán de mi Hijo, Isabel?... ¿Qué cosa
deberá padecer para salvar al mundo?...» y lloraba a
veces al meditar juntas las Escrituras.
¡Cuánta paz había en la casa de Isabel!... y María
hubiera sido plenamente feliz, si el recuerdo de José que
ignoraba su estado, no volviera a menudo a su mente...
Si no hubiera pensado que su Niño era el Redentor del
mundo... Pero la cruz proyectaba ya su sombra sobre su
vida y como eco fúnebre le parecía oír las voces de los
Profetas. La amargura estaba siempre mezclada con las
dulzuras que Dios vertía en su corazón. Y fue siempre
en aumento hasta la muerte de su Hijo.
Cuando llegó para la anciana Isabel el día de dar a luz,
sintió que el miedo la invadía. María a su lado la consolaba
y le decía: —«¡Oh no! no tengas miedo... aquí está Jesús...
No hay que temer cuando Jesús está presente». E Isabel
ponía sus manos sobre el vientre de María... y ella le decía:
—«No te preocupes todo saldrá bien».
Zacarías, al ver toda la agitación, los preparativos y el
sufrimiento de Isabel, se pasea nervioso en el pasillo...
entra, sale, y llora el pobre viejo... María tiene mucha
compasión de él, y lo consuela tomándolo de la mano
como a un niño.
34
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
De repente, les llega el anuncio feliz: —«¡Ya nació... es un
varoncito! ¡Alegría a ti, feliz padre, bendito por el Señor!
¡Gloria a Dios, que concedió un heredero a esta casa!»
María, con lágrimas en los ojos, bendice al Señor con
todo su ser.
Llevan después al niño a su padre, para que lo bendiga.
Juanito chilla... Pero cuando la Virgen lo toma en
brazos para entregarlo a Isabel, enseguida se queda
callado. Acariciando a la anciana madre, le dice: —«a
rosa nació... y tú estás con vida... y Zacarías, feliz».
¡SE LLAMARÁ JUAN!
La casa de Zacarías está de fiesta, porque hoy es el día
de la circuncisión del niño. Hay mucha gente, y María
se mueve ligera entre los grupos. Isabel está dichosa con
su niño que saciado de leche descansa en sus rodillas.
Llega la hora de la circuncisión.
«Lo llamaremos Zacarías —dicen varios hombres—.
Estás ya viejo y es bueno que tu nombre se dé al niño».
—«¡No! —exclama Isabel—su nombre es Juan!».
—«Pero jamás hubo un Juan en su familia...»
—«¡No importa! debe llamarse Juan».
—«¿Qué dices tú, Zacarías?»
—Con la cabeza Zacarías dice que no. Toma la tablilla
y escribe «¡Su nombre es Juan!» Y apenas acaba de
escribirlo, se le desliga la lengua, y profetiza sobre su
hijo y da gloria a Dios.
Los presentes se quedan estupefactos, del nombre, del
milagro y de las palabras de Zacarías. Isabel que había
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COLECCIÓN HONOR DE DIOS
gritado de alegría, llora ahora en los brazos de María
que la acaricia feliz.
Todo está terminado, y la gente se despide poco a poco.
En la habitación se quedan María con el niño en brazos
e Isabel. Entra Zacarías, cierra la puerta, y mira a María
con lágrimas en los ojos. Se arrodilla ante ella y le dice:
—«Bendice a tu pobre siervo. Bendícelo, porque tú
puedes hacerlo, tú que lo llevas en tu seno. Adoro en
ti al Dios de Jacob. Con tu venida, nos has traído todas
las gracias».
María sonríe, ruborizada de humildad y exclama:
—«Sea alabado el Señor. Todas las gracias vienen
de Él y no de mí. Y ahora que puedes orar ante el
Santo, ruega por la sierva del Altísimo. Ser Madre
del Hijo de Dios es una felicidad sin igual; ser Madre
del Redentor debe ser un dolor atroz. Ruega por mí,
sacerdote de Dios».
NO HA LLEGADO JOSÉ
Ya han pasado 40 días desde que nació Juan, y sus
padres lo llevaron al Templo para presentárselo al
Señor, según lo prescribía la Ley de Moisés.
La ceremonia ha terminado, y los sacerdotes están
ahora de fiesta, lo mismo que la madre y el pequeñito.
Terminadas las felicitaciones, todos regresan a sus casas,
María regresa a la pensión para ver si ha llegado José,
pues le había mandado un mensaje para que viniera,
pero no ve a nadie, y está desilusionada y pensativa.
Isabel se aflige por ella y le dice: —«Podemos quedarnos
hasta las 12, pero después tenemos que irnos para llegar
a casa antes de la primera vigilia, pues Juan está todavía
muy pequeñito para estar afuera más tiempo».
36
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
María con calma, pero triste dice: —«Me quedaré en
un patio del Templo... o iré a la casa de mis maestras...»
Zacarías tiene una idea: —«Vamos a la casa de los
parientes de Zebedeo, con seguridad José te busca allí».
Toman el burrito y van a esta casa amiga, que es la
familia en que José y María se habían hospedado hace
cuatro meses.
Las horas pasan veloces y José no aparece. Como para
ocultar su estado, María no se ha quitado el manto,
pese al calor intenso que hace.
Finalmente, unos fuertes golpes en la puerta anuncian
a José. El rostro de María se serena y resplandece. José
la saluda porque es la primera en salirle al paso, y ella a
su vez lo saluda con respeto.
—«Tu mensaje llegó a Nazaret cuando yo estaba en Caná
por algunos trabajos. Cuando me enteré de él, al punto
partí. Pero aunque caminé sin detenerme, me atrasé
porque mi burro perdió una herradura. Perdóname».
—«¡No! Tú perdóname por haber estado tanto tiempo
lejos de Nazaret, pero mira, se sentían tan felices con
tenerme, y quise que estuvieran contentos hasta ahora».
—«Hiciste bien, mujer. ¿Dónde está el niño?».
José entra en la pieza para presentar sus respetos a los
dos padres y les felicita porque el niño es robusto, pero
al mostrárselo, se le quita la mama y Juanito se pone a
chillar y a patalear como si lo despellejasen. Todos se
ríen de sus protestas, también los parientes de Zebedeo
que han acudido trayendo fruta fresca y leche.
María habla muy poco. Se ha sentado en su rincón y
mientras está comiendo, mira a José con una mezcla
de aflicción y de sondeo. También él la mira. Después
de algunos minutos, se inclina sobre su espalda y le
37
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
pregunta: —«¿Estás cansada o te duele algo? ¡Estás
pálida y triste!»
—«Siento separarme de Juanito. Lo quiero mucho.
Apenas nacido, lo estreché en mi corazón».
José no pregunta nada más.
¿LO HABRÁ NOTADO JOSÉ?
La hora de la partida de Zacarías ha llegado. Es la
despedida. Las dos primas se abrazan con cariño. María
besa y vuelve a besar al pequeñín, antes de devolvérselo
a su madre, que ya está sentada en el carruaje. Luego
se despide de Zacarías, pidiéndole su bendición. Al
arrodillarse ante el sacerdote, el manto se le cae de la
espalda, dejando ver sus formas. ¿Lo habrá notado
José?... ¡No lo sabe!
Parte el carruaje.
José entra con María, y deciden juntos viajar de noche,
porque de día es más cansador a causa del calor.
«Sabes, María, la casa está toda ordenada —dice José—
también el huertecito. ¡Verás que hermosas flores! El
manzano, la higuera, la vid están cargados de frutas. En
cuanto al olivo... tendrás aceite en abundancia. En Nazaret,
no hay huerto más bello que el tuyo... hasta tus familiares
se han admirado. Alfeo dice que eso es un prodigio».
—«Son tus cuidados, José, que lo hicieron».
—«¡Oh no! Soy un pobre hombre. Cuidé un poco las
plantas y les eché agua a las flores. ¡Ah! sabes, te he
hecho una fuente en el fondo del huerto, así no tendrás
que salir para tener agua».
—«Gracias, José, eres bueno».
38
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
Los dos esposos guardan silencio, como cansados. José
cabecea de sueño; María ora.
Llega la hora de viajar. Aquellos que los hospedaron
insisten para que coman algo antes que se pongan en
camino. José come un poco de pescado y pan; María
sólo fruta y leche.
Después de agradecer, se despiden y suben sobre sus
burros. José mira a María cuando sube a la silla, pero
no dice nada.
Tienen que apresurarse para llegar antes de que las
puertas de la ciudad estén cerradas.
LA DOLOROSA PASIÓN DE JOSÉ
La pasión dolorosa de José empezó en Jerusalén cuando
se dio cuenta del estado de María. Es porque José era
un esposo justo, que se mantuvo dentro de una forma
tan digna y tan respetuosa.
¡Oh! la primera pasión dolorosa de estos castos
esposos ¿quién podrá describir su íntima y silenciosa
intensidad? ¿Quién podrá conocer el dolor de María,
al comprobar que el cielo no la había aún escuchado,
revelando a José el misterio? La Virgen comprendió
que lo ignoraba al verlo tan respetuoso con ella como
de costumbre. Si él hubiera sabido que llevaba en su
seno al Verbo de Dios, hubiera adorado al Verbo divino
en su Seno, con actos dignos de Dios.
¿Quién podrá describir su descorazonamiento que
trataba de vencerla y persuadirla que había esperado en
vano en el Señor? Pensaba que Satanás desencadenaba
su rabia; sentía que la duda se levantaba detrás de
Ella, tratando de aprisionar su corazón y hacer que no
orase. La duda, que es tan peligrosa y letal al corazón...
39
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
porque es el primer microbio de la enfermedad mortal
que lleva por nombre «desesperación», contra la que se
debe reaccionar con todas las fuerzas, para que el alma
no se pierda, ni pierda a Dios.
¿Quién podrá describir el dolor de José, sus
pensamientos, la agitación de su alma en plena
borrasca...? Era un hombre aparentemente traicionado
por su esposa. Veía que su cariño y la estima que tenía
por ella se desbarataban ante la evidencia del hecho.
Veía la crítica y la compasión de la gente hacia él.
Si hubiera sido menos santo, hubiera actuado
humanamente, denunciándola como adúltera, para
que, según la ley de Moisés fuese lapidada y el hijo
de su pecado muriese con ella. Si hubiera sido menos
santo, Dios no le habría concedido sus luces.
Pero José era un santo. Su espíritu era limpio y vivía en
Dios. Su caridad era grande y fuerte, y por su caridad,
salvó al Salvador, cuando no acusó a María ante los
Ancianos del Templo.
Breves en número, pero tremendos en intensidad,
fueron los tres días de la pasión de José y también
de María, pues ella comprendía el sufrimiento de su
esposo, pero no lo podía consolar porque tenía que
obedecer la orden de Dios que le había dicho: «No
digas nada».
Y cuando llegaron a Nazaret, y María vio que José se
iba después de una breve despedida... agachado, como
si hubiera envejecido en tan poco tiempo; cuando se
dio cuenta que ya no venía a verla por la tarde, como
solía hacerlo, su pobre corazón lloró lágrimas de sangre.
Encerrada en su casa, sola, en esa casa donde todo traía
a su recuerdo la Anunciación y la Encarnación, y donde
todo le recordaba a José, unido a ella con una castidad
intachable, tuvo que hacer frente al desconsuelo, a
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SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
las insinuaciones de Satanás... y esperar... esperar...
esperar... y orar... y perdonar las sospechas de José, su
rebeldía de justo engañado.
VUELVE LA LUZ
Algunos días después...
María está trabajando a la rueca en el silencio de su casa.
No se oye ningún ruido, fuera del murmullo del hilo
de agua que cae en el estanque del huerto. De repente,
se estremece al oír un golpe a la puerta de entrada. Se
levanta para ir a abrir. Aunque su vestido es amplio y
lo lleva suelto, no logra esconder completamente lo
redondo de su seno.
Al abrir la puerta, sus labios palidecen, y su rostro
parece una hostia de lo pálida que está al ver a José.
María lo mira con ojos interrogativos y tristes. José la
mira con ojos que parecen suplicantes. No se dicen
nada... sólo se miran.
—«¿A esta hora, José...? ¿Necesitas algo?» José entra y
cierra la puerta sin hablar.
—«¡Habla, José! ¿En qué te puedo servir?»
—«En que me perdones». José se inclina como si
quisiera arrodillarse, pero María, siempre reservada en
tocarlo, lo toma de la espalda y se lo impide, diciendo:
—«No tengo nada que perdonarte, sólo agradecerte todo».
José la mira. Dos gruesos lagrimones se asoman a sus
profundos ojos y ruedan hasta el suelo.
—«Perdóname, María. Desconfié de ti. Ahora sé. No soy
digno de tener un tesoro tan grande. Falté a la caridad y
te acusé en mi corazón. Te acusé injustamente, pequé».
41
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
—«¡Oh no! En nada has faltado».
—«Sí María. Estaba por tomar mis decisiones sin
preguntarte cosa alguna. Tuve sospechas. No te amé
como debía».
—«No tengo nada que perdonarte, más bien soy yo
quien pido perdón por haberte causado este dolor».
—«¡Oh sí que fue un dolor! y ¡qué dolor! —agrega
José—. Mira, hoy mismo me dijeron que en las sienes
he encanecido... y tengo arrugas. Estos días fueron
como diez años. ¿Por qué María has sido tan humilde
en callar, en no decir a tu esposo tu gloria, y permitir
que sospechase de ti?».
—«Obedecí, pues Dios me pidió esta obediencia.
Mucho me costó... por ti, por el dolor que sufrirías.
Soy la esclava de Dios, y los esclavos no discuten
las órdenes que les dan, incluso si deben derramar
lágrimas de sangre».
AVISARÉ A MIS FAMILIARES
María llora silenciosamente mientras dice esto, y José
inclinado como lo está, no lo advierte, hasta que una
lágrima cae al suelo. Entonces levanta su cabeza, y
por primera vez toma las manitos de María entre sus
manos morenas y robustas y besa la punta de los dedos,
que parecen como botones de durazno que se asoman
por el cerco de las manos de José.
—«Ahora hay que actuar rápido porque...» José no
agrega más, pero mira el cuerpo de María y ésta se
pone coloradísima.
—«Vendré aquí... cumpliremos con la ceremonia del
matrimonio... la semana que viene. ¿Qué te parece?»
42
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
—«Todo lo que haces, José, está bien. Eres el jefe de la
casa, yo tu sierva».
—«¡No! yo soy el siervo, el siervo bienaventurado de
mi Señor que crece en tu seno. Esta noche, avisaré
a mis familiares. Y luego... cuando esté yo aquí,
trabajaremos para recibirlo... ¡Oh! ¿cómo podré
recibir en mi casa a Dios? ¡en mis brazos a Dios!
¡Jamás me atreveré a tocarlo!».
—«Lo podrás tú también, como yo por la gracia
de Dios».
—«Tú, sí, pero yo soy un pobre hombre, el último de
los hijos de Dios».
—«Jesús viene por nosotros, para hacernos ricos.
¡Alégrate, José, pues la estirpe de David tiene al Rey
esperado. Crecerá entre nosotros y nuestros brazos
servirán de cuna al Redentor, que crecerá. Y nuestras
fatigas le darán un pedazo de pan... ¡Oh José, oiremos
la voz de Dios llamarnos: padre y madre... ¡Oh!... María
llora de alegría... es un llanto dichoso».
José, arrodillado ahora a sus pies, llora con la cabeza
escondida en el amplio vestido de María, que con sus
pliegues toca los pobres ladrillos.
JOSÉ ¿QUÉ ES LO QUE TE ATORMENTA?
Algunos meses pasaron...
María está trabajando en una tela blanca. Deja su
labor para prender la lámpara, porque ya atardece
y no ve muy bien. Su seno está ya muy abultado, y
sin embargo es siempre bella. Su andar es ligero y
majestuoso como cualquier cosa que hace. Tan sólo
su rostro está cambiado.
43
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
Ahora es ya mujer. Antes de la Anunciación, era una
doncella de rostro sereno e inocente: un rostro de niña.
Después en la casa de Isabel, cuando nació el Bautista,
su rostro se revistió de un aire maduro. Ahora es sereno,
dulcemente majestuoso, como el de una mujer que ha
llegado a su perfección por la maternidad.
Su sonrisa también se ha cambiado en dulzura y
majestad. ¡Qué bella es!
Entra José. Parece que regresa del poblado, porque
entra por la puerta de la casa y no por la de la calle.
María levanta su cabeza y le sonríe. Lo mismo José,
pero parece que lo hace forzado, como si estuviese
preocupado. Se sienta a la mesa y piensa.
—«José ¿qué es lo que te atormenta?»
—«Tú siempre me consuelas, María, pero esta vez estoy
preocupado por ti».
—«¿Por mí, José? ¿De qué se trata?».
—«Pusieron un edicto en la puerta de la Sinagoga. Se
ordena que todos los palestinos se empadronen, y por
eso, hay que ir al lugar de origen. Debemos ir a Belén».
—«¡Oh!», interrumpe María, poniéndose una mano
sobre el vientre.
—«¿Te molesta, cierto? Es duro, lo sé».
—«No, José, no es eso. Pienso... Pienso en la Sagrada
Escritura que dice: Y tú, Belén de Efrata, eres el más
pequeño entre los poblados de Judá, pero de ti saldrá el
Dominador prometido a la estirpe de David. Allí nacerá...»
—«¿Crees... que ya llegó el tiempo? ¡Oh! ¿Cómo
haremos?» José está asustado.
44
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
JOSÉ... JOSÉ... YA LLEGA...
María sonríe, más consigo misma que a José; una
sonrisa que parece decir: Es un hombre justo, pero
hombre. Ve y piensa como hombre.
—«No sé, José. El tiempo está ya muy próximo, pero el
Señor puede abreviarlo para quitarte esta preocupación.
No tengas miedo».
—«¡Pero el viaje...! ¿Encontraremos alojamiento? Y
si... dieses a luz allá ¿cómo nos las arreglaremos? No
conocemos a nadie...»
—«No tengas miedo. Todo saldrá bien. Si Dios hace que
los animales que Él creó encuentren refugio, ¿no crees que
no vaya a encontrar uno para su Mesías? Confiemos en
Él. Si los caminos son inseguros, si la muchedumbre hace
difícil el caminar, los ángeles nos ayudarán y protegerán.
No a nosotros, sino que a su Rey. Si no encontrásemos
albergue, con sus alas formarían una tienda. No nos
pasará ningún mal: Dios está con nosotros».
José la mira y escucha estático. Las arrugas de su frente
desaparecen. La sonrisa vuelve. Se levanta sin cansancio
ni aflicción. Sonríe: «¡Bendita tú, sol de mi espíritu!
Bendita tú que sabes ver todo a través de la Gracia de la
que estás llena. No perdamos más tiempo, porque hay
que partir lo más pronto posible... y regresar también
lo más pronto posible, porque aquí todo está preparado
para Él... para el Ni...»
—«Para nuestro Hijo, José. Tal lo debe ser a los ojos
del mundo, recuérdalo. El Padre ha rodeado con el
misterio su venida, y no tenemos derecho nosotros de
levantar el velo. Jesús, lo hará cuando llegue la hora».
Es imposible describir la belleza del rostro, mirada,
expresión y la voz de María, cuando pronuncia el
nombre de «Jesús». Es ya el éxtasis.
45
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
VIAJE A BELÉN
Va mucha gente por el camino que lleva a Belén.
Se ven burros cargados de utensilios y de personas;
burros que regresan; gente a pie que va de prisa
porque hace frío. María, envuelta en un manto
pesado, va montada en un burro gris. Delante de
la silla, está el arnés con las cosas necesarias. José
camina a su lado llevando la rienda.
—«¿Estás cansada?» le pregunta de cuando en cuando.
María lo mira y le sonríe contestando: «No», a la tercera
vez añade: «Más bien tú, debes sentirte cansado...»
—«¡Oh, yo ni por nada! Creo que si hubiese encontrado
otro asno, podrías ir más cómoda y caminaríamos más
rápido, pero no lo encontré. Pero ánimo, muy pronto
llegaremos a Belén».
Ambos guardan silencio. La Virgen, cuando no habla,
parece como si se recogiese en plegaria.
—«¿Tienes frío?» pregunta José, porque sopla un
aire helado.
—«No, gracias».
Pero José no se fía. Le toca los pies que cuelgan
al lado del burro, calzados con sandalias. Debe
haberlos sentido fríos, porque sacude su cabeza y
se quita una especie de capa pequeña y la pone en
las rodillas de María.
Se cruzan con un pastor rodeado de su ganado. José
se acerca y le dice algo. El pastor dice que sí. Tomando
una rústica taza de su alforja, el pastor ordeña una
robusta oveja y entrega a José la taza que da a María; y
les pregunta de donde vienen.
—«De Nazaret y vamos a Belén» contesta José.
46
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
—«El camino es largo, para una mujer en ese estado... Y
allá... si no conocen a nadie... Mira, si no encuentran un
alojamiento, hay apriscos en el monte, detrás del albergue
mayor. Claro que son húmedos, fríos y sin puerta, pero
siempre son refugios... porque la mujer... no puede quedarse
en la mitad del camino. ¡Que Dios los acompañe!».
—«¡Y a ti te dé su alegría», —responde la Virgen—,
rezaré por ti. «La paz esté contigo», agrega José. Cada
uno se separa y sigue su camino.
JOSÉ NO PARTICIPA DE LA MISMA ALEGRÍA...
—«Mira, María... es Belén. Hemos llegado a la tierra
de David. Ahora vas a descansar. Me parece que estás
muy cansada».
—«No. Pensaba... estoy pensando...» María toma y
aprieta la mano de José y le dice con una sonrisa de
bienaventurada: «Pienso que el momento ha llegado».
—«¡Qué Dios nos socorra...! ¿Qué vamos a hacer?
¿Sufres mucho?»
—«No, José. No temas. Me encuentro llena de alegría,
tanta alegría que mi corazón palpita muy fuerte y me
dice: ¡Va a nacer... Va a nacer...! Lo dice a cada palpitar.
Es mi Hijo que toca a mi corazón y que dice: Mamá
aquí estoy... Vengo a darte un beso de parte de Dios.
¡Oh qué alegría, José mío!».
Pero José no participa de la misma alegría, preocupado
por lo urgente de encontrar un refugio.
Puerta tras puerta pide alojamiento. ¡Nada! Todo está
ocupado... el albergue: está lleno hasta los portales.
José deja en el patio a María que sigue sentada sobre el
burro, y sale en busca de algunas otras casas. Regresa
47
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
desconsolado. Se acerca la noche y hace frío. José
suplica al dueño del albergue... suplica a los viajeros
diciéndoles que ellos son varones y están sanos... y se
trata ahora de una mujer próxima a dar a luz... Que
tengan piedad: ¡Nada! Hay un rico fariseo que los mira
con manifiesto desprecio, y cuando María se le acerca,
se aparta de ella como si fuera una leprosa. José lo mira,
y la indignación se le lee en su cara. María pone su
mano sobre la muñeca de José para calmarlo, y le dice:
—«¡No insistas... Vámonos. Dios proveerá!».
MEJOR QUE NADA...
Salen y siguen por los muros del albergue. Dan vuelta
por una callejuela. Buscan... Allí hay algo como cuevas...
más bien que aprisco. Las mejores están ya ocupadas.
José se siente descorazonado.
—«¡Oye! galileo» le grita por detrás un viejo. «Allá en
el fondo, bajo aquellas ruinas, hay una cueva, tal vez no
haya nadie».
Se apresuran a ir a esa cueva. Como se ve poco, José saca
la yesca y prende una candileja. Entra, y un mugido lo
saluda. «¡Ven! María, está vacía, no hay sino un buey».
José sonríe, pensando: mejor que nada.
María baja del burro y entra. José ya instaló la candileja.
Se ve la bóveda llena de telas de araña, el suelo lleno
de hoyos, piedras, basura y excrementos. Al fondo, un
buey mira con sus ojos quietos. María, que tiene frío,
se acerca y le pone las manos sobre el pescuezo para
sentir calor. El buey muge... parece que comprendiera.
Mientras tanto, José con un manojo de varas secas
que encontró en un rincón, se pone a limpiar un poco
el suelo. Luego, desparrama el heno que encontró en
la cueva, y hace una especie de lecho cerca del buey,
48
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
en el rincón más seco y más abrigado del viento. Pero
siente que el heno está húmedo y suspira. Prende
fuego y con una paciencia de trapense, seca poco a
poco el heno. Se preocupa también del burro que está
hambriento y cansado.
María mira y sonríe, a pesar de su cansancio. Todo
está listo. Luego, José da a la Virgen pan, queso y un
poco de agua. «Duerme ahora», le dice, «yo velaré
para que el fuego no se apague. Afortunadamente
hay leña, esperemos que dure y que arda, y así
ahorraremos aceite.»
María obediente, se acuesta, y José la cubre con el
manto y la capa que tenía a los pies.
—«Pero tú vas a tener frío», le dice María.
—«No María, estoy cerca del fuego. Trata de descansar.
Mañana será mejor».
María no insiste, cierra los ojos. José se instala en su
rincón. María está a la derecha, semi escondida por
un tronco que hay ahí y el cuerpo del buey que se ha
echado en tierra. José está a la izquierda, cerca de la
puerta. De vez en cuando se voltea a mirarla y la ve
tranquila, como si durmiese. Despacio rompe las varas
y las echa al fuego.
MARÍA, ¡TRATA DE DORMIR!
En el pobre albergue rocoso que María y José
comparten con los animales, la pequeña hoguera está
a punto de apagarse. María levanta la cabeza y ve que
José se quedó dormido, y que el cansancio ha vencido
su deseo de estar despierto. ¡Qué hermosa la sonrisa
que aflora a los labios de María! Con el mismo ruido
que haría una mariposa al posarse sobre una rosa, ella
49
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
se sienta, y luego se pone de rodillas para orar con las
manos abiertas. Luego se postra contra el heno orando
más intensamente... Una larga plegaria.
José se despierta y ve el fuego casi apagado. Echa unas
ramas y la llama prende. El frío invernal penetra por
todas partes, y él, que está cerca de la puerta, debe
estar congelado.
Se acerca a María y le dice: «¿No te has dormido?».
María está tan absorta en su oración que ni siquiera
oye; es sólo a la tercera vez que le contesta:
—«Estoy orando».
—«¿Te falta algo?»
—«¡Nada, José!»
—«Trata de dormir un poco, al menos, descansar».
—«Lo haré, pero orar no me cansa».
—«Buenas noches, María».
—«Buenas noches, José».
María vuelve a su antigua posición. Y José, para no
dejarse vencer una vez más por el sueño, se pone de
rodillas cerca del fuego, y ora.
JESÚS NACE EN LA LUZ
Es el gran silencio de la noche.
Un rayo de luna se cuela por una grieta del techo y
parece un hilo plateado que buscase a la Virgen. María
levanta su cabeza como si de lo alto alguien la llamase,
y nuevamente se pone de rodillas. ¡Qué hermosa es!
Una sonrisa sobrehumana transforma su rostro. ¿Qué
está viendo? ¿Oyendo? ¿Qué experimenta? Sólo Ella
50
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
puede decir lo que vio, sintió y experimentó en la hora
dichosa de su Maternidad.
Sólo se ve a su alrededor que la luz aumenta, aumenta
sin cesar. Parece como si bajara del cielo, parece como
si manase de las pobres cosas que están a su alrededor,
sobre todo parece como si de Ella procediese.
La luz emana cada vez con más fuerza del cuerpo de
María. Ya es la Depositaria de la Luz, luz que iluminará
al mundo.
La luz crece cada vez más, transformando al pobre
pesebre en un palacio de cristal encendido. Esta luz
es irresistible a los ojos. En medio de ella, desaparece
como absorta por un velo de incandescencia la Virgen...
y de ella emerge la Madre.
Así como el sol naciente sale con todo su fulgor y
entra en la habitación por el vidrio sin quebrantarlo,
así en un fulgor de luz, Jesús atravesó el cuerpo de
María sin dañarlo.
María tiene ahora en sus brazos a su Hijo recién
nacido, un pequeñito, gordito, de color rosado, que
gesticula y mueve sus manitas y piececitos, y que llora
con una vocecita de cordero que acaba de nacer, que
mueve su cabecita redonda, que la mamá sostiene
en la palma de la mano, mientras mira a su Hijo y lo
adora, ya sonriendo ya llorando, se inclina y le besa su
corazoncito que palpita por nosotros... allí donde un
día recibirá la lanzada.
De repente, despertado por la luz, el buey se levanta
dando fuertes patadas y muge. El burro vuelve su
cabeza y rebuzna.
José, tan absorto en la oración que apenas se da
cuenta de lo que lo rodea, se estremece. María le
grita: —«¡José ven!».
51
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
José se precipita. Y cuando ve, se detiene, lleno de santa
reverencia. María insiste: «¡Ven José!». José se acerca
temeroso y ve a María que aprieta contra su corazón
al pequeñito. A los pies de la cama de paja, ambos
esposos se encuentran y se miran con lágrimas llenas
de felicidad.
—«¡Ven, ofrezcamos a Jesús al Padre!», dice María. Y
mientras José se arrodilla, Ella, de pie, levanta a su Hijo
en sus brazos y dice: «Heme aquí. En su nombre ¡Oh
Dios! te digo: Heme aquí para hacer tu voluntad. Y con
Él, yo María y José mi esposo. Aquí están tus siervos,
Señor. Que en cada momento y en cualquier cosa,
hagamos tu voluntad para gloria tuya y por tu amor».
Luego, María se inclina y dice: «Tómalo, José» y ofrece
al Pequeñito.
SI ERES DIGNO, JOSÉ
José, terriblemente impresionado y aniquilado, dice:
—«Yo... No soy digno...» Pero María sonriente insiste:
«Sí José, eres digno de ello. Nadie más que tú, y por
eso el Altísimo te escogió. Tómalo José, mientras voy a
buscar los pañales».
José rojo como púrpura, toma ese montoncito de carne
que chilla de frío, y cuando lo tiene entre sus brazos,
ya no tiene ese temor primitivo que le impedía tocarlo,
sino que lo estrecha contra su corazón, diciendo en
medio de un estallido de lágrimas: «¡Oh Señor, Dios
mío!», y se inclina para besar los piececitos y los siente
fríos. Entonces lo pone sobre sus rodillas y con su
vestido café, procura cubrirlo, calentarlo y defenderlo
del viento helado de la noche. Finalmente acerca el
Niño a los animales, cuya nariz despide vapor y cuyos
ojos bonachones miran.
52
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
María va donde está José con los lienzos que calentó al
fuego, y envuelve al Niño, y para proteger su cabecita,
lo envuelve en su velo.
—«¿Dónde lo pondremos, ahora?»
José mira y dice: —«Espera, voy a correr los animales y
arreglar el heno del pesebre, para hacerle una cuna que
lo proteja del viento». Mientras tanto, María arrulla
a su pequeñito contra su corazón y pone sus mejillas
sobre su cabecita para darle calor.
—«Ya está. Ahora necesita una manta, porque el
heno pica».
—«Toma mi manto», dice María.
—«¡Tendrás frío!»
—«No importa. La capa es muy tosca, el manto es
delicado y caliente. No tengo frío. Con tal que Él
no sufra».
José arregla todo. El primer lecho del Salvador está ya
preparado. María lo acomoda, dejando descubierto su
rostro pequeñito, gordito, como un puño de hombre.
Y los dos bienaventurados inclinados sobre el pesebre,
lo ven dormir su primer sueño, porque el calor de los
pañales y del heno han calmado su llanto y han hecho
dormir al dulce Jesús.
¿QUÉ LE PASA A ESTE TONTO?
Afuera, el cielo está recamado de estrellas y la luna
está en su cenit. A unas leguas de la gruta donde está
alojada la Santa Familia, se extiende la campiña y allí
se ve una especie de galpón con paredes bajas, sobre
las cuales descansa un techo largo y bajo. De allí, sale
de cuando en cuando el balido de muchas ovejas, que
53
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
están durmiendo o tal vez creen que el día ya está
cerca, por el clarear tan intenso y fuerte de la luna, y
que va aumentando como si se acercase a la tierra, o
resplandeciese por un misterioso incendio.
Un pastor se asoma a la puerta, y mira hacia arriba
sin poder aguantar la luz. Parece imposible que deba
protegerse de la claridad de la luna. Todo está en calma.
Pero esa luz es tan rara, que llama a sus compañeros.
Un grupo de hombres de toda edad salen a la puerta,
y hablan entre sí de este extraño fenómeno. Los más
jóvenes tienen miedo, sobre todo un niño de doce años,
que se pone a llorar, atrayendo las burlas de los demás.
Pero un rato después, parece que ya no tiene miedo y
mira... mira intensamente... parece hipnotizado por
algo que lo atrae.
En un cierto momento, lanza un «¡Oh!», y se queda
como petrificado, con los brazos levemente abiertos.
Los demás se miran estupefactos.
—«¿Qué le pasa a este tonto?», dice uno...
—«Mañana lo devuelvo a su madre. No quiero un tonto
para guardar las ovejas», dice otro...
El de mayor edad dice: —«Vamos a ver antes de juzgar.
Llamen a los demás, que están durmiendo, y tomen
garrotes. ¡Capaz que sea una fiera o malhechores!»
Salen todos con antorchas y garrotes y alcanzan al niño.
—«¡Allá! ¡Allá! —murmura sonriente—. Miren esa luz
que se acerca. ¡Qué bella!»
Todos miran y caen en la cuenta de que esa luz tiene
forma de cuerpo.
—«¡Es un... es un ángel...! —grita el niño—, miren que
baja... que se acerca... De rodillas todos ante el Ángel
de Dios».
54
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
HOY LES HA NACIDO EL SALVADOR
Un «¡Oh...!» largo y lleno de veneración se eleva del
grupo de pastores, que caen de cara al suelo.
—«No tengan miedo. No les traigo ninguna desventura,
todo lo contrario les anuncio una gran alegría para el
pueblo de Israel y para todos los pueblos de la tierra».
La voz del ángel es armoniosa cual arpa; como si
cantasen ruiseñores.
—«Hoy en la ciudad de David, nació el Salvador, que
es el Mesías».
Al decir estas palabras, el ángel brilla con una luz
más resplandeciente, y se inclina hasta el suelo como
si adorase, con los brazos cruzados en el pecho.
Luego levanta su rostro en que la luz se une a una
sonrisa hermosísima y agrega: «Lo reconocerán por
estas señales: detrás de Belén, en un pobre pesebre
encontrarán un niñito envuelto en pañales, pues para
el Mesías no hubo alojamiento en la ciudad de David».
Al decir esto su rostro se pone serio, como triste.
De repente, vienen del cielo muchos... pero
muchísimos ángeles semejantes a él, es todo un
ejército de ángeles que bajan alborotándose y
opacando la luna con su resplandor de paraíso. Se
unen al primer ángel con un agitar de alas, con una
exhalación de perfume, con un arpegio de notas
tan armónicas, que las voces más bellas de la tierra
reunidas no podrían comparársele.
El «Gloria» de los ángeles se desparrama en ondas
siempre más largas por la quieta campiña. Los pajaritos
unen su cántico y las ovejas lanzan sus balidos por este
sol anticipado.
55
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
VAMOS... A VER
El canto disminuye y la luz también, mientras que los
ángeles vuelven a subir al cielo... Los pastores vuelven
en sí.
—«¿Oíste?»
—«¿Vamos a ver?»
—«¿Y los animales?»
—«Nada les pasará. Vamos y obedezcamos la palabra
de Dios...»
—«¿Pero dónde vamos?»
—«Dijo que nació hoy, y que no encontró alojamiento
en Belén», —dice el pastor que había dado la leche
en el camino—. Vengan, yo sé. Vi a la mujer y me
dio compasión. Indiqué un lugar para Ella, porque
pensé que no encontrarían alojamiento, y al hombre
le di leche para Ella. Es muy joven y hermosa. Debe
ser buena como el ángel que nos habló. Vengan...
Vengan... Vamos a llevarles leche, queso, corderos y
pieles curtidas. Deben ser muy pobres... y ¡quién sabe
cuánto frío tendrá Él, a quien no me atrevo a nombrar!
Y pensar que yo hablé con su Madre como si fuese una
pobre mujer».
Todos siguen al pastor por camino que los lleva al
establo. Se acercan a la entrada, pero nadie se atreve a
entrar. Y se dicen entre sí: «Tú... ¡No! Tú...» finalmente
uno dice: «Tú Leví, que fuiste el primero en ver al ángel,
señal de que eres mejor que nosotros».
El niño titubea, pero se decide. Se acerca a la entrada,
corre un poco el manto, mira... y se queda estático.
56
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
NO LLORES PEQUEÑITO...
—«¿Qué ves?» le preguntan ansiosos a una voz.
—«Veo a una mujer joven y bella y a un hombre,
inclinados sobre un pesebre... oigo que llora un recién
nacido, y la mujer le habla con una voz... ¡Oh qué voz!».
—«¿Qué le dice?»
—Dice: «¡Jesús mío! ¡Jesús, cariño de tu Mamá! ¡No
llores, Pequeñito! ¡Oh si pudiera decirte: Toma leche
m’hijito, pero todavía no tengo!». Dice: «¡Tienes mucho
frío, mi amorcito! ¡Te molesta el heno! ¡Qué dolor para
tu mamita oírte llorar así y no poder consolarte!». Dice:
«¡Duerme vida mía! ¡Que se me rompe el corazón
con oírte llorar y con verte esas lágrimas!» lo besa,
le calienta sus piececitos con sus manos, porque está
agachada con los brazos en el pesebre.
—«¡Llama! ¡Haz que te oigan!».
—«Yo no... Tú que trajiste...» y al decir esto, se produce
un ruido que José percibe. Se da vuelta y va a la puerta.
—«¿Quiénes son ustedes?»
—«Somos pastores. Les traemos alimentos y lana.
Venimos a adorar al Salvador».
—«¡Pasen!».
Entran y el establo se hace más claro con la luz de las
antorchas. Los mayores empujan a los jovencitos a que
caminen ante ellos. María se vuelve y sonríe. «Vengan»
—dice—y los invita con la mano y con la sonrisa. José
toma al niño que vio al ángel, lo acerca hacia el pesebre.
El niño mira cual bienaventurado.
Los demás, a quienes también invita José, se acercan
con sus presentes y los ponen con pocas palabras,
57
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
pero llenos de emoción a los pies de María. Luego
contemplan al Niño que llora un poco; ellos,
conmovidos y felices, sonríen.
TOMA MADRE...
Uno al final se atreve a decir: —«Toma Madre, esta tela
de lana, es suave y limpia, calentará a su Hijo». Le ofrece
una hermosísima piel de oveja. María, agradecida, les
muestra al Niño envuelto en ella.
Sintiéndose en confianza, uno propone: —«Sería bueno
darle un poco de leche... Mejor sería agua y miel, pero
no tenemos. ¡Tengo siete hijos, y sé de esta cosa...!»
—«Aquí hay leche. Toma Mujer, pero está fría y tiene
que estar caliente. ¿Dónde estás Elías?». Es él quien trae
la oveja.
Elías es el hombre del camino. Se había quedado afuera.
—«¿Quién los trajo aquí?», pregunta José.
—«Un ángel nos dijo que viniéramos, y Elías nos guió
hasta aquí. Pero ¿Dónde está Elías?...» La oveja lo
denuncia con un balido.
—«Acércate se te necesita» le dice uno.
Elías entra con su oveja, avergonzado ante la mirada
de todos.
—«¡Eres tú!» le dice José que lo reconoce, y María
sonriente agrega: «Eres bueno».
En seguida, ordeña la oveja y con la punta de un lienzo
empapado en leche caliente, María moja los labios del
recién nacido que chupa. Todos se echan a reír, más
aún cuando con el pedacito de tela entre los diminutos
labios, Jesús se duerme al calor de la lana.
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SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
—«Pero, no pueden quedarse aquí, dice Elías. Hace frío
y está húmedo, además huele mucho a animales, y no le
hace bien al Salvador».
—«Lo sé —dice María—con un gran suspiro. Pero no
hay lugar para nosotros en Belén».
JOSÉ Y YO PODEMOS DORMIR...
—«No te desanimes, Mujer. Te buscaremos una casa...
lo diré a mi patrona, agrega Elías; es buena y los acogerá,
aun cuando tuviera que darles su habitación. Apenas
amanezca se lo diré. Tiene la casa llena de gente, pero
les dará un lugar».
—«Para mi Hijo al menos. José y yo podemos estar en
el suelo, pero mi Hijo...»
—«No suspires mujer. Vamos a decir a muchos lo que
se nos dijo. Nada les faltará. Por ahora, tomen esto que
nuestra pobreza les da. Somos pastores...»
—«También nosotros somos pobres —dice José—y no
podemos recompensarlos con algo».
—«¡Oh no queremos! Ya el Señor nos recompensó.
Los ángeles nos dijeron: «Paz a los hombres de buena
voluntad». A nosotros ya nos la dio, porque el ángel
nos dijo que este Niño, era el Salvador, el Mesías, el
Señor. Somos pobres e ignorantes, pero sabemos que los
profetas dijeron que el Salvador será el Príncipe de la Paz.
Por eso venimos a adorarlo. Gloria a Dios en las alturas,
y gloria a Este, su Mesías, y bendita seas tú, Mujer, que
lo engendraste. Mándanos como Reina, que estaremos
felices de servirte. ¿Qué podemos hacer por ti?»
—«Amar a mi Hijo, y conservar los mismos sentimientos
que tienen ahora».
59
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
—«Pero ¿no deseas nada? ¿No tienes familiares a
quienes quisieras avisar que ya nació?»
—«Sí, me gustaría, pero viven en Hebrón».
—«Yo voy», dice Elías.
María le da las informaciones para que los pueda
encontrar y lo que hay que decirles.
Todos se despiden felices, pidiendo a María que hable
a su Hijo de todos ellos... y al retirarse, cada uno dice
su nombre: Elías, Leví, Samuel, Jonás, Isaac, Tobías,
Jonatán, Daniel, Simeón, Juan José y Benjamín. Casi
todos lloran y al retirarse, lo hacen retrocediendo.
¡OH SUFRIMOS MUCHO!
Seguramente que Elías el pastor, tal como lo había
prometido, habló a su patrona, porque la Sagrada Familia
está ahora en la casa hospitalaria que la ha acogido.
Un día, llaman a la puerta. La dueña de casa corre
afuera por el corredor, al encuentro del huésped que
acaba de llegar, y lo conduce a una puerta y llama.
Luego discreta, se retira.
José abre y lanza una exclamación de júbilo al ver a
Zacarías. Lo hace entrar en una habitación que se parece
a un pasillo. María está dando de mamar al Niño.
—«Siéntate que has de estar cansado», y le hace un
lugar para que se siente en el lecho. José pregunta por
Juanito. Zacarías le dice: «Crece fuerte como potro.
Ahora sufre un poco de los dientes, y como hace frío,
no lo trajimos, e Isabel, como no lo podía dejar sin
mamar, tampoco vino. ¡La temporada es dura!»
—«Es cierto, hace mucho frío», contesta José.
60
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
—«El hombre que ustedes nos mandaron, me dijo que
cuando el Niño nació, no tenían alojamiento. ¡Cuánto
han tenido que sufrir!»
—«¡Sí, mucho! Teníamos miedo por el Niño. No nos
faltó nada, porque los pastores llevaron la Buena Nueva
a los Belemitas y muchos vinieron con presentes. Pero
faltaba una casa, una pieza, una cama... Y Jesús lloraba
mucho por el frío, sobre todo en las noches, a causa
del viento que entraba por todas partes. Prendía el
fuego, pero poco, porque el humo hacía toser al Niño...
y todo quedaba helado. Dos animales calientan poco,
sobre todo cuando el viento se cuela por todas partes.
Faltaba agua caliente para lavarlo, faltaba pañales para
cambiarlo. ¡Oh sufría mucho! Y María sufría al verlo
sufrir. ¡Y si sufría yo... puedes imaginarte lo que sufría
Ella que es la Madre! Le daba leche y lágrimas, leche y
amor. Ahora estamos mejor. Cuando pienso que había
preparado una cuna tan cómoda... ¡Ah! si hubiera
nacido en Nazaret, hubiera sido diferente!».
—«Pero según las profecías, el Mesías tenía que nacer
en Belén», dice Zacarías.
María, que oyó las voces, entra. Viene vestida de lana
blanca y lleva en sus brazos a Jesús que duerme satisfecho
después de haber tomado su leche. Zacarías se levanta
y se inclina con veneración y adoración. Luego, María
se lo entrega. Él lo toma con gran respeto y con tanta
veneración, que parece levantar una custodia. En realidad
aquel que toma es una hostia, la Hostia ya ofrecida.
TIENEN QUE VIVIR EN BELÉN
Zacarías le cuenta que Isabel tenía mucha pena por no
poder acompañarlo, y al decir esto, le entrega los regalos
que les manda: una suavísima colcha de lana, piezas de
61
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
lino, y pequeños vestidos. Miel, harina, mantequilla y
manzanas para María, tortas que coció Isabel, y muchas
otras cosas más que muestran el cariño maternal de la
agradecida prima por la joven Madre.
—«Dirás a Isabel que le quedo muy agradecida, lo
mismo te digo a ti. Me hubiera gustado verla con
Juanito, pero comprendo el motivo».
—«Los verán en la primavera, vendremos a verlos»
dice Zacarías.
—«Nazaret está muy lejos», contesta José.
—«¿Nazaret?... Pero ustedes tienen que quedarse
aquí... pues según las Sagradas Escrituras, el Mesías
tiene que crecer en la ciudad de David, o sea Belén.
¿Por qué quieren llevarlo a Nazaret? Ustedes saben
cómo los judíos desprecian a los nazarenos... Por lo
tanto, no conviene que vuelvan a Nazaret. Tienen que
pensar en el futuro grandioso de este Niño que será el
Salvador de su pueblo. Quedándose cerca de mí, los
podré ayudar de cualquier manera, y como sacerdote,
pondré la influencia que tengo al servicio de este
recién nacido».
María y José se miran por encima de la cabecita inocente
del Niño que duerme... son miradas de tristeza. María
piensa en su casita. José en su trabajo. Aquí hay que volver
a empezar... aquí no hay las cosas queridas que dejaron
allá, y que fueron preparadas para el Niño con tanto amor.
MARÍA LLORA
—«¿Qué vamos a hacer? pregunta María... Allá lo
hemos dejado todo. ¡Tanto que trabajó José por mi
Jesús, sin importarle ni fatiga ni dinero... Trabajó hasta
de albañil para poder arreglar la casa!»
62
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
—«¡Pero José puede ir a buscar todo lo que dejaron!»,
dice Zacarías.
—«¿Y dónde lo pondremos? Tú sabes Zacarías que
somos pobres... No tenemos más que el trabajo y la
casa, que con sus frutales y huertos nos permiten vivir
sin hambre. Pero aquí... Tal vez encontremos trabajo,
pero siempre tendremos que pensar en una casa. Esta
buena mujer no nos puede dar hospitalidad siempre.
Y yo no puedo pedir a José más sacrificios de los que
hace por mí».
—«¡Oh por mi parte, no es nada! Pienso en lo que
sufrirá María al no vivir en su casa...»
Dos gruesas lágrimas corren de los ojos de María.
—«Pienso, agrega José, que aquella casa le debe ser tan
querida como el paraíso, por el prodigio que se realizó
allí. Yo hablo poco, pero comprendo mucho. Si no fuese
por esto no me afligiría. Trabajaré el doble de lo que he
hecho para proveer a todo. Si María dice que no sufre
mucho... si tu dices, Zacarías, que está bien hacer así...
por mí estoy dispuesto. Basta con que sea útil a Jesús».
—«Se dice también que el Mesías será llamado
nazareno» objeta María.
—«Es verdad. Pero traten de que crezca en Judea, hasta
que sea adulto». Dice el Profeta: «Y tú Belén de Efrata,
serás la mayor, porque de ti saldrá el Salvador. Y no
dice nada de Nazaret. Por lo tanto su tierra será ésta».
—«Lo dices tú, Sacerdote, y nosotros... y nosotros...
te escuchamos con dolor... y te damos la razón. Pero
¡Qué dolor!... ¿Cuándo volveré a ver esa casa en que
me convertí en Madre?» María llora silenciosamente...
63
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
PRESENTACIÓN DE JESÚS
Cuando llegó el día en que, de acuerdo a la ley, debía
cumplirse el rito de la purificación de la madre, llevan
al niño a Jerusalén.
De una casa muy modesta, sale una pareja. De la escalera,
baja una joven madre con un niño en los brazos, envuelto
en lienzos blancos. Es la Virgen... Pálida, rubia, ligera y
hermosa en su manera de caminar. Está vestida de blanco
con un manto celeste. Sobre la cabeza lleva un velo blanco.
Abajo de la escalera la espera José con un burro de color
gris. Tanto el vestido de José como su manto son de color
café claro. Mira a María y le sonríe. Cuando llega cerca del
borrico, José toma al Niño que duerme, mientras María
se acomoda lo mejor que puede sobre la silla. Luego, José
le devuelve el Niño y se ponen en camino. Los esposos
hablan muy poco, pero con frecuencia se miran y sonríen.
No es muy largo el camino que hay que recorrer, pero
debido a la estación, todo está despojado y hace frío;
además no está muy frecuentado.
Cuando se acercan a la ciudad, hay mucho más
movimiento: gente a pie o en burro, caravanas de
camellos. Los dos esposos entran en la ciudad por una
puerta, y siguen por un empedrado, hasta llegar al
templo. María baja del burrito delante de un galpón,
donde se dejan los borricos. José da algunas monedas a
un hombrecito que acudió y con ellas, va a comprar un
poco de heno para el burro, y le da de beber.
Después de eso, los dos esposos entran en el recinto del
templo y se dirigen a un pórtico largo, donde están los
cambistas y los vendedores de tórtolas y corderos.
José compra dos palomos, y luego se dirige a una puerta
lateral, que tiene un gran atrio, amplio y adornado. A
la derecha y a la izquierda hay dos especies de altares.
64
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
No se sabe si José lo llamó, pero acude un sacerdote.
María le entrega unas cuantas monedas y los dos
palomos. El sacerdote rocía a María con agua. Con
eso, se realizó para María la purificación de la Madre,
según lo pedía la ley de Moisés. Terminado este rito,
María y José, acompañados del sacerdote, entran
en otra sala del templo, donde se va a realizar la
ceremonia de la Presentación.
María entrega al sacerdote el Niño, que se ha despertado
y que mira con sus ojos inocentes, como suelen
hacerlo los niños de su edad. El sacerdote lo toma y lo
eleva con los brazos extendidos hacia el templo: es la
consagración al Señor de los primogénitos, que la ley
de Moisés ordenaba.
Una vez terminada la ceremonia, el Niño vuelve a su
mamá y el sacerdote se va. Hay gente curiosa que mira.
De entre ella, se abre paso un anciano de más de 80
años, encorvado y que cojea, apoyado en un bastón. Se
acerca a María pidiéndole que por unos momentos le
permita tomar al Niño. María sonriente se lo da.
UNA ESPADA TE ATRAVESARÁ EL CORAZÓN
El anciano Simeón toma al Niño y lo besa. Jesús le
sonríe, con esa sonrisa de los niñitos que no se sabe lo
que quieren. Parece que lo mira con curiosidad, porque
el anciano llora y ríe a la vez, y las lágrimas forman
un tejido de brillantes entre las arrugas, y le corren
hasta su larga barba blanca, a la que Jesús extiende sus
manitas. María y José sonríen y también los presentes
que alaban al hermoso niño. Entonces, el anciano, con
voz temblorosa, bendice a Dios diciendo:
«Ahora Señor, ya puedes dejar que tu siervo muera en
paz, según me lo habías prometido, porque mis ojos han
65
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
visto a tu Salvador, que preparaste para presentarlo a
todos los pueblos, luz que ilumina a todas las naciones,
y gloria de Israel tu pueblo».
José se admira, y María se conmueve y también los
que se acercaron; otros se ríen... entre ellos algunos
barbudos y orgullosos sanedristas, que mueven la
cabeza con una sonrisa de irónica compasión. Pensarán
que este anciano está fuera de seso por la edad.
La sonrisa de María se termina en palidez, cuando
Simeón le dice: —«Mira mujer, este Niño debe ser causa
tanto de caída como de resurrección en Israel. Será
puesto como señal que muchos rechazarán; y a ti misma,
una espada atravesará tu alma». Aunque ya lo sabe, estas
palabras le traspasan el alma, y la pobre María se acerca
a José para encontrar protección; estrecha con ansias al
Niño, y bebe como alma sedienta, las palabras que Ana
de Fanuel le dirige como consuelo de parte de Dios:
—«El Eterno te consolará con una fuerza sobrenatural
cuando llegue la hora de padecer. ¡Mujer! quien ha
dado al Salvador, no dejará de mandarte a su ángel
para que consuele tu llanto. Jamás faltó la ayuda de
Dios a las grandes mujeres de Israel, y Tú, eres mayor
que Judith y Yael. Nuestro Dios te dará un corazón de
oro purísimo para resistir a un mar de dolor, por lo
que serás la Mujer más grande de la creación, serás la
Madre. Y Tú, Pequeñito, acuérdate de mí en la hora de
tu misión».
Y María guardaba fielmente en su corazón todas
estas cosas.
ESTRELLA DESCONOCIDA
Es de noche. La pequeña ciudad de Belén está recogida
como una pollada bajo la luz de las estrellas, que son
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SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
tan hermosas en el cielo oriental, tan resplandecientes
y grandes, que parecen estar muy cerca. Sin embargo,
esta noche el firmamento está más luminoso que de
costumbre, y parece que la luz va aumentando.
Pero ¡qué curiosa esta estrella de insólito tamaño, que
parece ser una pequeña luna, y que avanza en el cielo de
Belén! Las demás estrellas parecen eclipsarse y hacerse
a un lado. De la esfera, que parece un enorme zafiro,
sale un rayo de distintos colores, que va lanzando
centelleos. Parece que todas las perlas preciosas
están reunidas en este rayo que rasga el cielo con una
velocidad y movimiento ondulante como si fuese vivo.
Ya no es la pequeña ciudad de Belén, sino una ciudad
fantástica de hadas.
La estrella, con un resplandor mucho más intenso, se
detiene sobre la pequeña casa que está en el lado más
estrecho de la plazoleta. Nadie la ve porque todos
duermen. Sin embargo, la estrella acelera los destellos de
su luz y su cola vibra y ondea más fuerte, trazando como
semicírculos en el cielo. La casita está bañada en esta luz.
Pero la Virgen no sabe lo que pasa afuera, pues está
velando junto a la cuna de su Hijo y ora. En su alma tiene
resplandores que superan en mucho los resplandores
de la estrella que embellece las cosas.
Por el camino principal avanza una caravana, con
caballos, dromedarios y camellos. Llegados a la plaza,
se detienen. La caravana es algo fantástico bajo los rayos
de la estrella. Pero ahora los ojos de los jinetes irradian
porque otro resplandor, que es la alegría espiritual,
inunda sus corazones.
Tres hombres bajan de sus respectivos animales y se
dirigen a la casita, mientras sus servidores van al lugar
donde se hospedan las caravanas. Llegados ante la casita,
se postran con la frente en el suelo y besan el polvo. Son
67
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
tres hombres poderosos; sus riquísimos vestidos lo
indican. Uno de los tres tiene la piel muy oscura. Después
de haber venerado la casa donde está el Salvador, se van
al lugar de las caravanas, donde están sus siervos.
SORPRENDIDOS, LO ADORARON...
Al día siguiente hacia al mediodía, los tres personajes
seguidos de sus siervos cargados de regalos preciosos,
se presentan en la casita, y entran en una habitación.
María está sentada con el Niño en sus brazos, y José de
pie a su lado. Cuando ve entrar a los Magos, María se
levanta y se inclina diciendo: «Dios esté con ustedes».
En la voz de María hay una inmensa dulzura, y en su
rostro se adivina la emoción.
Los tres se detienen como sorprendidos, luego se
adelantan, y se postran a sus pies. Aunque María
les invita a sentarse, ellos permanecen de rodillas
contemplando al Niño, que parece tener menos de
un año. Es un Niño muy despierto y robusto. Trata de
decir algo con su vocecita.
El mayor de los tres habla en nombre de todos. Dice a
María que vieron en una noche del pasado diciembre,
que se prendía una nueva estrella en el cielo, de un
resplandor inusitado.
Los mapas del firmamento que tenían, no registraban
esa estrella. Su nombre era desconocido. Había nacido
por voluntad de Dios para anunciar a los hombres un
secreto de Dios. Pero los hombres no le habían hecho
caso, porque tenían el alma sumida en el fango.
Ellos la vieron e hicieron empeño por comprender
su voz, y por eso, habían estudiado el zodiaco,
sacrificando el sueño de la noche. Las conjunciones
de los astros, el tiempo, la estación, el cálculo de las
68
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
horas pasadas y de las combinaciones astrológicas, les
habían revelado el nombre y el secreto de la estrella.
Su nombre era: MESIAS.
Su secreto: EL MESIAS venido al mundo. Por eso
vinieron a adorarlo. Ninguno de los tres se conocían.
Caminaron por montes y desiertos, atravesaron valles
y ríos, hasta que llegaron a Palestina, porque la estrella
se movía en esa dirección. Cada uno de puntos diversos
de la tierra, se habían dirigido a igual lugar y se habían
encontrado cerca del Mar Muerto. La voluntad de Dios
los había reunido.
Juntos, fueron a Jerusalén, porque el Mesías debía ser
Rey de esa ciudad, y Rey de los judíos. Pero la estrella
se había ocultado en el cielo de esa ciudad. Entonces,
habían sentido que su corazón se despedazaba de dolor
y se habían examinado para saber si habían ofendido a
Dios. Pero su conciencia estaba tranquila. Se dirigieron
a Herodes para preguntarle en qué palacio había
nacido el Rey de los judíos, porque lo venían a adorar.
Herodes habiendo reunido en seguida a los príncipes
de los sacerdotes y a los escribas, les había preguntado
donde debía nacer el Mesías, a lo que contestaron: «En
Belén de Judá».
TU HIJO ES HOMBRE ADEMÁS DE DIOS
Cuando tomaron la ruta de Belén, la estrella
había reaparecido. Después de haber aumentado
su resplandor, se detuvo sobre la casa. Habían
comprendido que ahí se encontraba el divino nacido. Y
ahora lo adoraban, ofreciéndole sus pobres dones y más
que nada su corazón que jamás dejaría de agradecer a
Dios por esta gracia. Tenían que volver donde Herodes
porque él también deseaba venir a adorarlo.
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COLECCIÓN HONOR DE DIOS
—«Aquí tiene el oro, como conviene a un Rey; aquí el
incienso como es propio de un Dios, y para ti Madre, la
mirra, porque tu Hijo es hombre además de Dios, y en
su carne conocerá de la vida humana su amargura y la
ley de la muerte».
María, ocultando bajo una sonrisa la tristeza de estas
funestas invocaciones, les presenta su Niño. Lo pone en
los brazos del mayor de edad, que lo besa y lo acaricia, y
luego lo pasa a los otros dos. Jesús sonríe y juguetea con
las cadenillas y las cintas; mira con curiosidad el cofre
abierto que resplandece con color amarillo.
Después de haber entregado a María el Niño, los tres
se levantan para despedirse. Lágrimas de emoción
hay en sus ojos. María y José los acompañan hasta la
puerta. Una última vez se arrodillan y besan los pies de
Jesús. José baja a la calle con los tres Magos y les detiene
las cabalgaduras mientras suben sobre ellas. Siervos
y señores están listos para irse. Los tres se inclinan
profundamente en señal último saludo. José se inclina
y María desde la habitación también se inclina y guía la
manito de Jesús en un gesto de adiós y bendición.
HUIDA A EGIPTO
¿Será la misma noche de la visita de los Magos? ¿será
dos días después? No se sabe, pero es de noche. José
duerme en su camastro, en la pequeña habitación.
Tiene el sueño tranquilo de los hombres honrados
y diligentes, después de un día de trabajo. Pero de
repente, esta paz que se veía en su rostro se transforma
en angustia; José suspira profundamente como
quien está sufriendo una pesadilla y se despierta con
sobresalto. Mira hacia la ventanilla de donde viene
un rayo de luz. ¿Es tal vez medianoche?... Toma sus
vestidos que están a los pies de la cama, y rápidamente
70
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
se los pone. Busca las sandalias, y va en seguida a la
puerta que está frente a su cama. Llama con la punta
de los dedos. María le dice que pase. José penetra en
la pieza con una pequeña lámpara de aceite. María no
está durmiendo, sino que está orando de rodillas cerca
de la cuna, y vigila a Jesús que duerme tranquilamente.
Es un hermoso niño de un año, gordito, con su
cabecita de rizos apoyada en la almohada.
—«¿No duermes?» pregunta José en voz baja y
misteriosa. «¿Por qué? ¿Jesús no está bien?»
—«Sí, está bien. Estaba orando, pero después me
voy a acostar. ¿A qué viniste, José?» María habla
permaneciendo de rodillas.
Para no despertar al Niño, José habla en voz baja, pero
agitada:
—«Tenemos que irnos de aquí en seguida... sí, en
seguida. Prepara el cofre y un saco con todo lo que
puedas meter adentro. Yo voy a preparar lo demás.
Huiremos al alba. Lo haría antes, pero tenemos que
hablar con la dueña».
—«Pero ¿por qué huir?», pregunta María asustada.
—«Luego te contaré. Se trata de Jesús. Un ángel me
dijo: “Toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto. No
hay que perder tiempo”. Voy a preparar lo que puedo».
ES LARGO EL CAMINO, MARÍA...
Cuando María oyó hablar de ángel, de Jesús, de huída,
comprendió que un peligro se cierne sobre su Hijo. Su
rostro es más blanco que cera. Angustiada se lleva la
mano al pecho. Sin embargo, no pierde la cabeza. Actúa
rápidamente, pero en orden. Cada vez que pasa cerca de
la cuna, mira a su Hijito que duerme sin saber lo que pasa.
71
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
—«¿Quieres que te ayude?» pregunta de vez en cuando
José al asomarse por la puerta.
—«No, gracias. ¿Tengo que llevar las frazadas de lana?»
le pregunta María.
—«Las más que puedas. Nos servirán... porque nos
vamos por mucho tiempo, José siente en el alma decir
estas palabras. Dejaremos los colchones y las esteras.
Aunque voy a llevar tres burros, no puedo cargarlos
mucho. Nuestro camino será largo y duro, parte entre
montes, parte por el desierto. Cubre bien a Jesús, pues
las noches son frías. Llevo los regalos de los Magos,
porque nos servirán. Todo lo demás, lo voy a vender
para comprar dos burros. Voy sin esperar el alba. Sé
donde pueden encontrarse».
María recoge algunas cositas. Sale y vuelve con algunas
ropitas todavía húmedas, tal vez lavadas el día anterior.
No hay otras cosas más. Vuelve su mirada hacia un
rincón y ve un juguete de Jesús: es una ovejita de
madera. La toma con un sollozo y la besa. En la madera
se ven las marcas de los dientecitos de Jesús y las orejas
de la ovejita están todas mordisqueadas. María acaricia
este pobre juguete sin valor, pero a Ella le habla del
cariño que tiene José por Jesús y le habla de su Hijito.
Ahora sólo queda Jesús... y piensa: ¡Es mejor prepararlo! Va a
la cuna y la mueve un poco para despertarlo, sin mucho éxito.
María acaricia sus rizos. Jesús abre la boca con un bostezo. La
mamá lo besa en la mejilla y con eso Jesús se despierta.
—«Sí, amor de tu mamá. Sí, la leche... antes de lo
acostumbrado... Pero tú, corderito mío, siempre
quieres mamar».
Jesús se ríe y se mueve contento. María se inclina, y
llora y sonríe al mismo tiempo, mientras el niño trata
de balbucir algo que parece ser «mamá», y la mira
72
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
extrañado al verla llorar. Extiende una manito hacia las
lágrimas, y se las acaricia.
María lo besa en los cabellos. Se lo lleva al cuello. Se
sienta y le pone el vestido de lana, las sandalias. Después
le da de mamar, y Jesús mama ávidamente la rica leche
de su mamá... y cuando le parece que del seno derecho
llega poco, busca el izquierdo, y ríe al hacerlo, mirando
a la mamá. Luego, se duerme con la cabeza sobre el seno
de su Madre. María se levanta y lo deposita sobre la
colcha de su lecho, y sigue poniendo orden. Llora sobre
la cuna vacía, la pobre Madre, perseguida en su criatura.
SÍ, MARÍA, LO QUIEREN MATAR
José regresa y le dice:
—«¿Estás lista? ¿Y Jesús? ¿Tomaste sus frazadas y su
lecho? No podemos llevar la cuna, pero sí por lo menos
su colchón, ¡pobre Niño a quien quieren matar!»
—«¡José!...» María da un grito y se aferra al brazo
de José.
—«¡Sí María, lo quieren matar. Herodes quiere verlo
muerto... porque tienen miedo de él... por su reino
humano tiene miedo de este inocente, esa fiera inmunda.
No sé lo que hará cuando sepa que Él ha huido.
Estaremos ya lejos. No creo que se vengue, buscándolo
hasta Galilea... sería difícil que lograra saber que somos
galileos, y quienes somos exactamente... A menos que
Satanás lo ayude en agradecimiento por tener un fiel
siervo. Pero... si esto llegase a suceder... Dios nos ayudará
de todos modos. ¡No llores María, me causa un gran
dolor verte llorar, más que el tener que ir al destierro!».
—«¡Perdóname, José! No lloro por mí, ni por lo poco
que pierdo. Lloro por ti... ¡Tanto que te has sacrificado!
73
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
y ahora te vas a encontrar sin clientes, sin casa. ¡Cuánto
te cuesto, José!».
—«¿Cuánto? No María, no me cuestas nada. Me
consuelas siempre. No pienses en el mañana. Tenemos
los regalos de los Magos. Nos servirán en los primeros
meses. Luego buscaré trabajo. Un obrero honrado y
capaz se abre paso en seguida».
—«Lo sé. Pero ¿quién te quitará la nostalgia?»
—«Y a ti María, ¿quién te quitará la nostalgia de la casa
que tanto amas?»
—«¡Jesús! Teniéndolo a Él, tengo todavía lo que poseía».
—«Y yo, teniendo a Jesús, tengo la patria. Tengo a mi
Dios. ¡No ves que no he perdido nada de lo que amo
sobre todas las cosas! Basta salvar a Jesús, todo lo
demás no importa. Aunque no viéramos más nuestra
querida Galilea, siempre tendremos todo, porque lo
tenemos a Él. ¡Ven María! es hora de despedirnos
de la dueña, y de cargar nuestras cosas, porque ya el
alba empieza!».
María, obediente, se levanta, se envuelve en su manto,
toma el Niño y lo envuelve en un chal, mientras José
hace los últimos paquetes.
Al salir de la habitación, María mira esas paredes que
le dieron hospitalidad por tantos meses y pasa al salón
donde está la dueña de casa, la que con lágrimas la
besa, la saluda, y levanta el chal para besar al Niño
que duerme.
Las primeras claridades del alba permiten distinguir
los tres burros. El más robusto carga los bultos con los
vestidos y las herramientas de carpintería.
Nuevas despedidas y lágrimas. María sube a su burro,
mientras la dueña tiene a Jesús en su cuello y le besa.
74
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
Luego se lo devuelve a María. También sube José, que
lleva amarrado su asno. Empieza la huída de Belén, que
duerme tranquila e ignora lo que le espera.
LA SAGRADA FAMILIA EN EGIPTO
Algunos meses pasaron... La Sagrada Familia está
ahora en Egipto. El Evangelio no nos dice nada sobre
su estadía en ese país; sólo nos cuenta la ira de Herodes
cuando se vio engañado por los Magos, y que mandó a
matar a todos los niños menores de dos años que había
en Belén y sus alrededores.
Una persona pregunta:
—«¿Dónde vive el carpintero extranjero?»
—«Allá, en esa casa rodeada de una cerca de caña
clavada en el suelo, en medio de un terreno arenoso».
En realidad es una cerca que no sirve para evitar los
ladrones; puede servir a lo más para que entre algún
perro o gato solitario. Pero ¿quién va a tener ganas de
robar donde se ve a las claras que no hay ni sombra
de riquezas?
La casita tiene dos puertas, la una cerca de la otra, que
llevan a las dos únicas piezas. Para que el terreno se vea
menos triste y miserable, sobre la valla se ven enredaderas.
A un lado y dentro del recinto hay un árbol de jazmín y
rosas comunes. Gracias al cuidado y paciencia, el terreno,
que de por sí es arenoso y seco, se ha convertido en un
pequeño huerto, donde hay verduras muy pequeñas en el
centro, bajo un árbol de tronco grueso, lo que da un poco
de sombra al terreno ardiente y a la casita. Al tronco del
árbol, está amarrada una cabra blanquinegra.
Y cerca, sobre una estera, está el Niño Jesús, que tiene a
lo más 2 años y medio. Juega con algunos pedacitos de
75
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
madera talladas, que parecen ovejitas o caballitos y con
algunas virutas menos enrizadas que sus rizos de oro. Su
piel es blanca y hermosa, de color rosa, sus ojitos son vivos,
brillantes, de un azul oscuro. Tiene una tuniquita blanca.
Un poco más allá, y también bajo la sombra, está la
Virgen. Teje en un rústico telar y cuida al Niño. Se
ven sus manos delgadas y blancas que van y vienen
metiendo la lanzadera en el tejido, y con sus pies, que
tienen sandalias, mueven el pedal. La túnica que viste
es de color de malva. No tiene nada en la cabeza, lo
que permite ver su hermosa cabellera hechas trenzas.
Ningún adorno, fuera de su belleza y de su dulcísima
expresión. Tendrá a lo más 20 años.
Algunas veces se levanta y se inclina sobre el Niño, al que
vuelve a poner sus sandalias. El Niño trata de decir algunas
palabritas y Ella responde... luego regresa a su telar.
JOSÉ VUELVE DEL TRABAJO
Llega la noche, el trabajo ha terminado. De hecho,
el sol se esconde entre los desnudos arenales. Es un
verdadero incendio que invade todo el cielo detrás de
una lejana pirámide.
María toma de la mano al niño, el cual obedece sin
resistencia. Recoge los juguetes y los lleva dentro. Jesús
corre con sus piernecitas curvas a donde está la cabrita,
y le echa los brazos al pescuezo.
María vuelve y toma a Jesús de la mano y se van los dos
a la casita. Y mientras camina al paso del niño, mira
hacia el centro del poblado, parece que espera a alguien.
De lejos viene por el camino un hombre no muy alto,
pero robusto. Es José. Al ver a Jesús y a María, apresura
el paso. Trae sobre sus hombros sus herramientas. Tiene
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SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
los cabellos y la barba tupidos y negros, la piel más
bien requemada, los ojos oscuros. Una cara honrada y
paciente, una cara que inspira confianza.
María sonríe y el Niño lo saluda con gritos de alegría
y extiende su brazo derecho que está libre. Cuando los
tres se encuentran, José se inclina para dar al Niño una
fruta que parece una manzana por su forma. María,
muy atenta, toma las herramientas de José para que
pueda abrazar al Niño. Luego abre los brazos, Jesús deja
a la mamá y se echa en ellos y pone su cabecita contra
el cuello de José, que lo besa; y Jesús también lo besa.
LA CENA FAMILIAR
Después José, que se había acuclillado para estar a
la misma altura de Jesús, lo toma en un brazo, y con
la otra mano recupera sus herramientas, y se dirige
hacia la casa, mientras María se va a la fuente a llenar
el cántaro.
Ya dentro de la casa, José deposita a Jesús, entra el telar
de María, y ordeña la cabra. Jesús observa atentamente
todo lo que hace José, y cómo encierra la cabra en un
cuchitril que está al lado de la casa.
Terminado eso, José entra en una pieza, que debe ser
a la vez taller, cocina y comedor. La otra pieza es para
dormir. Hay mucho, mucho orden y limpieza. Es una
casa muy pobre, pero muy limpia.
María vuelve con el cántaro. Cierra la puerta, pues la
noche cae rápidamente. José prende una lámpara que
ilumina la habitación y la pone sobre el banco, donde
se inclina para seguir trabajando en pequeños objetos,
mientras María prepara la cena. Jesús, con sus manitos
apoyadas sobre el banco y la cabecita volteada hacia
arriba, mira fijamente lo que está haciendo José.
77
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
La cena está lista; José pone la lámpara en la mesa,
empieza la oración, y María contesta. Es un salmo que
rezan en hebreo. Terminada la oración, se sientan.
María tiene en sus rodillas a Jesús, que bebe la leche
de la cabra, en la que pone pedacitos de pan. José come
pan y queso: una rebanada de queso y mucho pan.
María sienta a Jesús en un banquito cerca de Ella, y
lleva a la mesa verduras cocidas. José se sirve primero,
y María después, mientras Jesús, contento, mordisquea
su manzana. Terminan la cena con dátiles. No hay
vino. Es una cena de gente pobre, pero es tanta la paz,
la serenidad y la concordia que se respira en esta casa,
que ningún palacio real las podría proporcionar.
Sin embargo, nunca nadie sabrá lo que sufrieron estos
dos santos prófugos, que huyeron de la crueldad de
Herodes, para que Jesús siguiera viviendo. Clima diverso,
país diferente, costumbres raras y paganas, en medio de
gente que no los conocía y que no dejaba de desconfiar
de quienes han huído de su país y son desconocidos.
Privados de sus muebles, de su casita, de tantas cosas
pequeñas y necesarias que tenían allí, que no parecían
ser tan necesarias, mientras que acá, donde nada tenían,
eran realmente útiles. Con la nostalgia de la patria, del
hogar, con el pensamiento de las cosas dejadas allí, que
tal vez nadie cuidaría. Con la necesidad de trabajar
para el sustento diario, para los vestidos, la leña, para
Jesús que era pequeño y que no podía comer como los
adultos. Además con la desconfianza de las personas
reacias a dar trabajo a los dos desconocidos, sobre todo
en los primeros días.
Sin embargo, lo hemos visto, en esa casa había serenidad,
concordia y de común acuerdo, los esposos trataban de
hacerla más bella, incluso el pobre huertecito, para que
todo fuese lo más semejante posible a la que dejaron.
No había sino un solo pensamiento: el de que esa tierra
78
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
fuese menos dura, menos miserable al Hijo de Dios.
Era el amor de creyentes y de padres que se manifestaba
de mil maneras: Tenían una cabrita que compraron con
muchas horas de trabajo; los juguetes que José hacía
con restos de madera; y las frutas compradas sólo para
Jesús, mientras ellos mismos se privaban de un bocado
de alimento.
MODELO DE ESPOSOS
En esa casa, no había nerviosismos, altercado, ni caras
fruncidas. Nunca el reproche mutuo, y mucho menos
se reprochaba algo a Dios porque no los colmaba con
bienes materiales. José no echaba en cara a María que
fuera la causa de su molestia, y María no reprochaba
a José no saber proporcionarle más comodidades.
Se amaban santamente, ésta era la razón. Y por eso,
su preocupación no consistía en buscar su propio
bien, sino el del otro cónyuge. El verdadero amor
no conoce el egoísmo. El verdadero amor es siempre
casto, aunque no sea perfecto en la castidad, como el
de aquellos dos esposos vírgenes. La castidad, unida
a la caridad, trae consigo un cortejo de otras virtudes,
hace de dos que se aman castamente, dos perfectos
esposos y santos cónyuges.
En esa casa se amaba la oración. Muy poco se ora en los
hogares de hoy. Se levanta el sol, viene la noche, se empieza
el trabajo, se sienta a la mesa... sin un pensamiento hacia
el Señor, que lo da todo con generosidad.
En ese hogar había sobriedad, tanto en el comer, como en
el beber, en el dormir, o en el vestir, no sólo porque había
pobreza, sino más que nada porque había moderación.
En esa casa se amaba el trabajo, no sólo porque era
una necesidad, sino porque había que obedecer la ley
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COLECCIÓN HONOR DE DIOS
de Dios, que da la felicidad al corazón, cuando se ha
trabajado en conciencia.
En aquella casa reinaba la humildad. La humildad de
María, que humanamente hablando, tenía miles de
razones para sentirse superior a su esposo, y que, sin
embargo, lo servía con respeto. La humildad de José,
jefe de la familia, que cumplía con los más humildes
quehaceres para que María no se fatigara. La humildad
de Jesús que obedecía a los dos.
En aquella casa se observaba el orden sobrenatural,
reconociendo a Dios como Señor de Todo, a quien se le
debe culto y amor.
JESÚS A LOS 5 AÑOS
Jesús debe tener ahora unos 5 años de edad. Es un
hermoso Niño rubio, con su vestidito de color azul, que
le llega hasta sus redondas pantorrilllas. Está jugando
con tierra en el huertecito. Hace unos montoncitos y
sobre ellos, planta ramitas como si quisiera hacer un
bosque en miniatura. Quiere ahora hacer un pequeño
lago a los pies de sus colinas, y para eso, toma el fondo
de un tiesto viejo y lo entierra hasta el borde; luego, con
un jarrito, lo llena de agua que saca del depósito. Pero no
hace más que mojarse la ropa, sobre todo las mangas. El
agua se escapa del plato que está roto... y el lago se seca.
José sale a la puerta y sin hacer ruido, mira por algunos
minutos lo que el Niño está haciendo, y sonríe. En
realidad es algo que da ganas de reír de alegría. Para que
no se siga mojando, lo llama. Jesús se vuelve sonriendo
y al ver a José, corre hacia él con los brazos extendidos.
José seca con la punta de su corta túnica, las manos
llenas de tierra y mojadas y las besa. Entre ambos se
traba una hermosa conversación.
80
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
Jesús explica que quería hacer un lago como el de
Genesaret (de esto se supone que le habían hablado).
Quería hacerlo para pasar el rato. Aquí está Tiberíades,
allí Magdala, más allá Cafarnaum. Este sería el camino
que pasando por Caná, llegaría a Nazaret. Quería echar
al agua pequeños botes.. Estas hojas serían los botes,
y quería ir hasta la otra orilla, pero el agua se va. José
se interesa como si fuese una cosa seria. Luego le dice
que al día siguiente, le haría un pequeño lago, no con
un plato roto, sino con una pequeña batea de madera,
bien embreada, en la que Jesús podría echar verdaderos
pequeños botes de madera, que él le enseñaría a hacer.
—«Ahora mismo te he traído unas pequeñas
herramientas... son tuyas... para que sin fatiga, aprendas
a usarlas».
—«¡Así te ayudaré!», le dice Jesús con un sonrisa.
—«Sí, así me ayudarás, y te enseñaré a ser un buen
carpintero. Ven a verlas!»
JOSÉ, MAESTRO DE JESÚS
Entran en el taller, y José le muestra un pequeño martillo,
una pequeña sierra, pequeños destornilladores, una
garlopa, todo lo que compone un banco de carpintero,
pero adaptado a la estatura de Jesús.
—«Mira: para segar se pone este pedazo de leño apoyado
así. Se toma la sierra así, procurando no cortarse uno el
dedo. Haz la prueba...»
La lección empieza. Jesús se pone rojo por el esfuerzo,
aprieta sus labios, con cuidado corta y luego empareja
la tabla con la garlopa y aunque está un poco torcida,
le parece buena. José lo alaba y le enseña a trabajar con
paciencia y amor.
81
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
María, que había salido fuera de casa, regresa, se asoma
a la entrada y mira. Los dos no la ven. La Mamá sonríe
al ver el entusiasmo con que Jesús trabaja con la garlopa
y el cariño con que José le enseña.
Jesús presiente esa sonrisa, se vuelve, ve a su Mamá y
corre hacia Ella con su tablita semiemparejada y se la
muestra. María la mira atentamente y se inclina para dar
un beso a Jesús. Le compone los cabellos desordenados,
le seca el sudor que corre por su rostro y escucha con
amor a Jesús que le promete hacerle un banquito para
que esté más cómoda cuando trabaje. José, con la mano
en la cintura, mira y sonríe. La lección ha terminado.
Apenas llegada la edad en que podía manejar las
herramientas, José no deja a Jesús ocioso, sino que le
da el gusto por el trabajo. Y utiliza el amor que el Niño
tiene a su madre para alentarlo a trabajar. Haciendo
objetos útiles para la mamá, le inculca el respeto que
todo hijo debe tener por su madre.
¡Cuánto deberían aprender las familias de estos
perfectos esposos, que se amaron como ningún otro!
José era la cabeza, la autoridad familiar indiscutible.
Ante él se inclinaba reverente la Esposa y Madre de
Dios. Todo lo que José decidía hacer, se aceptaba sin
discusión, sin porfías, sin resistencia. Sin embargo,
¡cuánta humildad en él!. Jamás abusó de su poder
ni quiso hacer algo contra la razón por ser el jefe. Su
esposa era su dulce consejera. Y si Ella en su profunda
humildad se tenía por sierva de su esposo, éste sacaba
de la sabiduría de la Llena de gracia, luz que sirviese de
guía en todos los acontecimientos.
Y Jesús crecía cual flor protegida por dos robustos árboles,
en medio de estos dos amores que se entrelazaban entre
sí para protegerlo y amarlo. Hasta el tiempo en que tuvo
que conocer el mundo, Jesús no extrañó el Paraíso. Dios
Padre y el Espíritu Divino no estaban ausentes, porque
82
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
María estaba llena de Ellos. Los ángeles allí tenían su
mansión porque nada los podía alejar de Ella.
Y José, alma angelical, libre del peso de la carne, estaba
preocupado por servir a Dios y a su causa, y amarlo
como lo aman los serafines. La mirada de José, plácida y
pura como una estrella que ignora las concupiscencias
terrenas, era el descanso de Jesús y de María.
REGRESO A NAZARET
Después de la muerte de Herodes, una noche, el ángel
del Señor se apareció en sueños a José, y le dijo: «Ahora
pueden volver a la tierra de Israel, porque ya ha muerto
el que quería matar al Niño. Levántate pues, y regresa
con el Niño y su Madre a la tierra de Israel».
Así lo hizo José. Pero temió ir a Belén, sabiendo que allí
reinaba Arquelao en reemplazo de Herodes, su padre.
Siguiendo un aviso que recibió en sueños se retiró a
Galilea, a un pueblo llamado Nazaret.
Si la huída a Egipto había sido dolorosa, el regreso a la
patria fue una alegría inmensa. Volvieron a la ciudad
de Nazaret... volvieron a la casa tan querida, en la que
se había realizado el acontecimiento transcendental,
que iba a cambiar el rumbo del mundo: la Encarnación
del Hijo de Dios.
Vemos a María que está cosiendo en una pieza, al lado
del taller de José. De la puerta que da al huerto, se ven
flores, verduras. De las dos colmenas, salen las abejas
que van de la higuera a la vid, de la vid al granado.
Debajo de los árboles Jesús está jugando con otros
dos niños morenos, más o menos de la misma
edad; tendrán unos 6 ó 7 años. Son los sobrinos de
José, Santiago y Judas (que serán sus apóstoles). Los
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COLECCIÓN HONOR DE DIOS
tres están jugando con carretoncitos en los que hay
mercaderías diversas: hojas, piedrecitas, virutas,
pedacitos de palo. Jesús hace compras para su mamá.
Pero después, cambian de juego. Uno de los niños
propone: «juguemos a salir de Egipto. Jesús sería
Moisés, yo Aarón, y tú... María».
—«¡Pero yo soy hombre!»
—«¡Qué importa! Haz lo que te digo. Tú eres María y
bailarás delante del becerro de oro, que será esta colmena».
—«Yo no bailo. Soy hombre y no quiero ser mujer. Soy
fiel, y no quiero bailar delante del ídolo».
Jesús interviene: «entonces, juguemos cuando Josué
fue elegido sucesor de Moisés, y así no hay ese pecado
feo de idolatría, y Judas estará contento de ser hombre
y mi sucesor. ¿Cierto que te gusta?»
—«Sí, Jesús. Pero entonces deberás morir, porque
Moisés muere poco después. Yo no quiero que mueras,
Tú que me amas mucho».
—«Todos morimos... antes de morir, bendeciré a Israel...»
Aceptado. Pero surge una dificultad: ¿El pueblo de
Israel, después de haber caminado tanto, tenía todavía
los carros que poseía cuando salió de Egipto? Cada uno
tiene su parecer. Entonces se acude a María.
—«Mamá, yo digo que los israelitas conservaban aún
sus carros; Santiago dice que no; Judas no sabe. ¿Lo
sabes tú?»
—«Sí, Hijo. El pueblo nómada conservaba todavía sus
carros, pues cuando se detenían los arreglaban».
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SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
MAMÁ, SALUDA AL ARCA QUE PASA
Los niños siguen jugando este episodio de la historia de
Israel, que sus padres les contaron. De vez en cuando
Jesús llama a la mamá para que Ella también participe
en el juego.
—«Mamá, saluda al Arca que pasa», dice Jesús. Y
María sonriente, se levanta y se inclina ante su Hijo
que pasa radiante.
Ahora es cuando Moisés entrega el cargo a Josué antes
de morir, y lo abraza llorando. Después, bendice a todo
Israel, o sea a los dos niños postrados en tierra. Luego
se tiende sobre el suelo, cierra los ojos y... muere.
María, se había quedado en la puerta sonriendo.
Cuando lo ve tendido y rígido, grita: —«¡Jesús! ¡Jesús!
¡Levántate! No estés así. Tu Mamá no quiere verte
muerto». Jesús se levanta sonriendo y corre a Ella y la
besa. Se acercan también Santiago y Judas, a los que
María acaricia igualmente.
—«¿Cómo hace Jesús para acordarse de este cántico
tan largo y difícil, y de todas las bendiciones?»,
pregunta Santiago.
María sonríe y sencillamente le contesta: —«Tiene muy
buena memoria y está muy atento cuando leo».
—«Yo en la escuela pongo atención, pero luego me
viene el sueño... y además, con todos esos lamentos...
¿Podré aprenderlo alguna vez?»
—«Lo aprenderás. Tranquilízate», le dice María.
Tocan a la puerta. José ligero, atraviesa el huertecito,
pasa por la pieza y abre.
—«La paz sea con ustedes, Alfeo y María».
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COLECCIÓN HONOR DE DIOS
—«Y para ustedes las mismas bendiciones».
Es el hermano de José con su mujer que vuelve de un
viaje, en una carreta tirada por un fuerte burro.
—«¿Tuvieron un buen viaje?»
—«¡Excelente! ¿Y los niños, dónde están?»
—«Están en el huerto con María».
LES MANDAN MUCHOS REGALOS
Pero ya los niños llegan corriendo para saludar a su
mamá; viene también María trayendo a Jesús de la
mano. Las cuñadas se besan.
—«¿Se han portado bien?»
—«Muy bien y son muy queridos. ¿Cómo están
nuestros parientes?»
—«Todos bien. Les mandan muchos saludos y de
Caná, les mandan muchos regalos: Uvas, manzanas,
queso, miel, y... sabes José, encontré exactamente
lo que querías para Jesús. Está en el carretón, en el
canasto redondo».
Mientras José va al carretón, María de Alfeo, riéndose
se inclina hacia Jesús que la mira con tamaños ojos, y
le pregunta:
—«¿Sabes lo que traje para ti? Jesús reflexiona... pero no
da. Entra José llevando un canasto redondo. Lo pone
en el suelo ante Jesús, desata el lienzo que mantiene la
tapa, lo abre... y aparece una ovejita blanca, que está
durmiendo. Jesús lanza un ¡Oh! de sorpresa y de gusto.
Se precipita sobre el animalito y, dándose vuelta, corre
hacia José, aún acuclillado, y lo abraza y lo besa diciendo:
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SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
—«¡Oh, para mí, para mí! ¡Gracias papá!»
—«¿Te gusta, m’hijito?»
—«Sí, mucho, papá. Blanca, limpia... una ovejita... ¡Oh!
Y tiende sus brazos, reclinando su rubia cabeza sobre
ella, y se queda así, feliz».
Los primos miran el animalito con admiración.
—«También a ustedes les hemos traído dos —dice
Alfeo a su hijos—. Pero son de color negro. ¡Es que
no son tan ordenados como Jesús!... Serán su grey. Las
pastorearán juntos y así no serán tan callejeros...» Los
niños corren al carro para verlas. Jesús se queda con la
suya que lo sigue como si lo hubiera conocido siempre.
Le pone por nombre «Nieve».
JESÚS NO IRÁ A LA ESCUELA
Mientras los niños juegan felices con sus ovejitas, María
hace sentarse a los huéspedes y les ofrece pan, aceitunas
y queso, y comentan lo de las ovejitas. Alfeo dice:
—«Espero haber solucionado de este modo las peleas de
los dos muchachos. Fue tu idea, José, la que me iluminó.
Un poco en la escuela, un poco con las ovejas... con esto
los tendré sosegados. Pero este año, tú también deberías
mandar a Jesús a la escuela... Ya es tiempo...»
—«¡No mandaré nunca a Jesús a la escuela», dice María
cortándole la palabra. Es increíble oírla hablar de esta
forma, y hablar así ante José.
—«¿Por qué?» —exclama Alfeo—. «El Niño debe
aprender, para que cuando llegue su tiempo, pueda
aprobar su examen».
—«Lo hará. Pero no irá a la escuela. Está decidido».
87
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
—«¡Serás la única en Israel que obre así!».
—«Seré la única, pero así lo haré. ¿No es verdad, José?»
—«Es verdad, no hay necesidad de que Jesús vaya a
una escuela. María fue educada en el Templo, y es una
verdadera doctora en el conocimiento de la Ley. Será su
maestra. También yo lo quiero así».
—«Así echan a perder al muchacho».
—«Eso no lo puedes afirmar. Es el mejor niño de
Nazaret. ¿Lo han oído alguna vez llorar, encapricharse,
no obedecer, faltar el respeto?»
—«Eso no. Pero lo hará si siguen regaloneándolo».
—«Tener a los hijos cerca de sí, no es echarlos a perder.
Como María es más instruida que el maestro, Ella será
la Maestra de Jesús».
—«Y cuando sea hombre, ¡tu Jesús será una mujercita,
que temblará ante una mosca!»
—«¡No! María es una mujer valiente que sabrá educarlo
virilmente. Yo tampoco soy un cobarde, y he dado
muestra de valor» —dice José—. «Jesús es una criatura
sin defectos físicos ni morales. Puedes estar seguro,
Alfeo, de que no desacreditará a la familia. Por otra
parte, así se ha decidido y así se hará».
—«Lo decidió María, y tú...»
—«Y aunque lo hubiese decidido Ella. ¡Qué importa!»
¿Acaso no es hermoso que dos personas que se aman,
estén dispuestos a tener el mismo modo de pensar y de
querer, porque mutuamente se comprenden? Si María
quisiera hacer algo que no está bien, le diría: ¡No! Pero
las cosas que pide están llenas de sabiduría, por eso las
apruebo, y hago como si fueran mías. Nos seguimos
amando como en el primer día... Y así lo seguiremos
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SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
haciendo hasta el último día de nuestra vida. ¿No es
cierto, María?»
—«Si, José. Y, ojalá no suceda, pero si sucediese que uno
muriera antes que el otro, nos seguiremos amando».
José acaricia la cabeza de María como si fuese aún una
niña, y Ella lo mira con ojos serenos y llenos de cariño.
MARÍA PROFESORA DE SUS SOBRINOS
La cuñada interviene: —«Tiene toda la razón. ¡Ah!
si yo pudiese enseñar...! En la escuela, nuestros hijos
aprenden el bien y el mal; en el hogar, sólo el bien. Pero
yo no sé... si María...»
—«¡Qué quieres, cuñada? Dilo francamente. Sabes que
te amo y soy feliz cuando puedo agradarte».
—«Quería decir... Santiago y Judas son un poco mayores
que Jesús. Quisiera... que si pudieran estar contigo...
creo que aprenderían mucho mejor. Son primos, y se
aman como hermanos. Yo sería tan feliz».
—«Si José quiere, y también tu marido, lo haré con gusto.
Me da lo mismo hablar a uno o a tres. Repasar toda
la Escritura es una gran satisfacción para mí. Pueden
venir».
Los tres niños, que habían entrado muy despacio, oyen
y esperan la respuesta.
—«Te harán perder la paciencia, María», dice Alfeo.
—«¡No! porque conmigo, siempre se portan bien. ¿No
es verdad que se portarán bien si les enseño?»
Los dos corren, uno a la derecha y el otro a la izquierda,
ponen los brazos en su cuello y la cabeza sobre su
espalda y hacen promesas de buena conducta.
89
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
—«¡Déjalos que hagan la prueba, Alfeo, y permítemelo!
—dice María—. Yo sé enseñar sin cansar. A los niños
hay que comprenderlos, amarlos y hacer que lo amen
a uno, para conseguirlo todo. Y ustedes, me quieren
¿no es cierto?»
Dos besos son la respuesta.
—«¡Lo están viendo!»
—«Lo veo. Entonces sólo me queda por decirte:
Gracias. ¿Y qué dirá Jesús al ver a su Madre entretenida
con otros? ¿Qué dices, tú, Jesús?»
—«Por mi parte, digo: Felices los que se acercan a la
Sabiduría para escucharla y establecen su morada a su
lado. Así como para la Sabiduría, felices aquellos que
son amigos de mi Madre. Yo me siento feliz de que
quienes yo amo, sean amigos de Ella».
—«Pero ¿quién es el que pone en los labios del Niño
tales palabras?» pregunta sorprendido Alfeo.
—«Nadie hermano. Nadie que sea de este mundo»
contesta José.
Por eso, Jesús, Santiago y Judas Tadeo se amaron
como hermanos, pues, además del parentesco, estaban
unidos por el saber y la educación, como tres ramas de
un mismo tronco.
JESÚS TIENE 12 AÑOS
Cada año, nos dice el Evangelio, los padres de Jesús
iban a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. La Ley judía
había fijado la edad de 12 años, para participar en la
peregrinación. Además, a esta edad, el adolescente
tenía que aprobar un examen, que daba al judío el
título de Hijo de la Ley.
90
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
Jesús es un hermoso jovencito, alto, robusto, sin ser
gordo. Parece ser mayor de lo que es, y llega a los
hombros de su Madre. Sus ojos son todavía los de un
niño: grandes, abiertos, en los que brilla una centella
de alegría.
Su vestido cae suelto hasta abajo; es de color rubí
claro, con un adorno discreto pero hermoso. Con
toda seguridad lo hizo su Madre, porque la cuñada lo
admira y alaba a María. Tiene sandalias nuevas. Todo
está listo para partir a Jerusalén, y los primos y tíos
asisten a la salida.
Tomando la mano derecha de Jesús, y levantándola,
María dice a José: —«Mira a nuestro Hijo». Parece
como si lo presentara a toda la familia y confirmase
la paternidad del Justo que le sonríe. Y añade:
—«Bendícelo, José, antes de ir a Jerusalén. No hubo
necesidad de la bendición ritual para ir a la escuela,
primer paso en la vida. Pero ahora que va al Templo
para ser declarado mayor de edad, hazlo, y con Él,
bendíceme a mí también. Tu bendición... (María
reprime un sollozo) lo fortalecerá a Él, y a mí me dará
la valentía para separarme un poco más de Él...»
—«Pero María, ¡Jesús será siempre tuyo! Las palabras que
diga el sacerdote no cambiarán nuestras mutuas relaciones.
Tampoco te disputaré a este Hijo nuestro tan querido.
¡Nadie mejor que tú, María, merece guiarlo en la vida».
ESPOSA RESPETUOSA Y CARIÑOSA
María se inclina, toma la mano de José y la besa. Es la
esposa respetuosa y cariñosa para con su esposo.
José acoge con dignidad esta señal de respeto y de amor.
Luego, levanta la mano que acaba de ser besada, la pone
sobre la cabeza de su esposa y dice: —«Sí, te bendigo,
91
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
¡Oh Bendita! y a Jesús contigo. Vengan, ustedes que son
mi única alegría, mi gloria y la meta de mi vida». José es
majestuoso. Con los brazos extendidos y sobre las dos
cabezas inclinadas, rubias y santas, pronuncia la bendición:
«Que el Señor los guarde y los bendiga. Tenga misericordia
de ustedes y les dé la paz. El Señor les dé su bendición». Y
luego añade: «Ahora, vámonos. Es buena hora para partir».
María toma un ancho paño de color granada oscuro y
lo pone sobre su Hijo con mucha delicadeza.
Salen. Cierran la puerta y se ponen en camino. Otros
peregrinos van hacia el mismo lugar. Fuera del poblado,
las mujeres se separan de los hombres. Los niños van
con quien quieren. Jesús va con su Madre.
Los peregrinos, van cantando casi siempre salmos por la
bella campiña en esos días tan hermosos de primavera:
La frescura de las praderas, de los campos de trigo, de
las ramas de los árboles... Cánticos de los hombres que
se oyen por los campos y los caminos... Trinos de los
pajaritos enamorados... Todo está envuelto en paz y
alegría, bajo un hermoso cielo.
Después de una larga caminata llegan a Jerusalén.
AQUÍ TIENE A MI HIJO
El templo está como en los días de fiesta: se ve a gente que
entra y sale, que va y viene por los patios y los pórticos.
Entra también cantando en voz baja la comitiva de
Jesús. Primero los hombres, luego las mujeres. A ella
se han unido otras familias, tal vez algunos amigos
de Jerusalén.
Después de haber adorado al Altísimo con los demás
hombres en el lugar destinado a los varones, José se
separa del grupo, y con su Hijo se dirige hacia una amplia
92
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
sala del templo. Habla con un levita, que desaparece
detrás de una cortina, y regresa un rato después con
dos sacerdotes, expertos en el conocimiento de la ley y
que tienen por oficio examinar a los fieles.
José y Jesús se inclinan profundamente ante el jurado,
compuesto de 10 doctores de la ley, que con toda
dignidad, se han sentado sobre bancas de madera un
poco elevadas.
José presenta a su Hijo con estas palabras: —«Aquí tienen
a mi Hijo. Hace tres lunas y doce días que se ha cumplido
el tiempo que la ley exige para ser mayor de edad. Quiero
que lo sea según lo ordena la ley. Ustedes ven que por su
complexión, ya no es un niño. Les ruego lo examinen
con benevolencia y así puedan juzgar que yo, su padre,
he dicho la verdad. Lo he preparado para este examen
y para esa dignidad suya de hijo de la Ley. El conoce
los preceptos, tradiciones, costumbres; sabe recitar las
oraciones y bendiciones diarias. Así, yo me veré libre de
la responsabilidad de sus actos. ¡Examínenlo!»
¡ASÍ QUE ERES NAZARENO!
—«Lo vamos a hacer. Acércate. ¿Cómo te llamas?»
—«Jesús, hijo de José de Nazaret».
—«¡Así que eres nazareno!... ¿Sabes leer?»
—«Sí, rabbí. Sé leer las palabras escritas y las que se
esconden en las mismas palabras».
—«¿Qué quieres decir con esto?».
—«Quiero decir que comprendo también el significado de
la alegoría o símbolo que se oculta bajo la apariencia; algo
como la perla que no se ve, sino en la concha fea y cerrada».
93
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
—«Respuesta no común y sabia. Rara vez se oyen estas
palabras en labios de adultos, y menos en la boca de un
niño... ¡y nazareno por añadidura!».
Los diez comienzan a poner más atención. Y observan
a este rubio adolescente que los mira con franqueza,
pero sin descaro ni temor.
—«Sabes, le haces honor a tu maestro que debe ser
muy docto».
—«La Sabiduría de Dios se ha depositado en su corazón
de justo».
—«¡Pero escúchenlo!... Feliz eres tú, padre, de tener
tal hijo».
José, que está al fondo de la sala, sonríe y se inclina.
Un doctor de la Ley da a Jesús tres rollos, diciéndole:
—«Lee el que tiene una cinta dorada». Jesús abre el
rollo y lee. Son los 10 Mandamientos.
Después de las primeras palabras, uno de los jueces
le quita el rollo y le dice: «Sigue sin ver». Jesús sigue
tan seguro como si estuviese leyendo. Cada vez que
nombra al Señor, se inclina profundamente.
—«¿Quién te ha enseñado esto? ¿Por qué lo haces?»
—«Porque santo es este Nombre y debe pronunciarse
con reverencia externa e interna. Ante el rey, que
lo es sólo un tiempo, se inclinan sus súbditos. ¿No
deberá acaso inclinarse toda criatura ante el Rey
Altísimo, Señor de Israel, que está presente aunque
visible sólo al alma, en reconocimiento de que es
súbdita suya?»
94
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
¡HOMBRE! FELICITACIONES POR TU HIJO
—«¡Bravo hombre! Te aconsejamos como maestro para
tu Hijo a Hilel o Gamaliel. A pesar de ser nazareno...
sus respuestas son presagio de gran doctor».
—«Mi Hijo es mayor de edad. Hará como quiera. Si se
tratara de algo honesto, no se lo impediré».
—«¡Escucha, muchacho! Dijiste: —«Acuérdate de
santificar las fiestas, y no sólo tú, sino tus hijos, tus
siervos, hasta el mismo asno no debe trabajar en
día Sábado. Pues bien, dime: si una gallina pone un
huevo en día Sábado o una oveja pare ¿será lícito
utilizar el fruto de sus extrañas, o bien considerarlo
como algo malo?»
—«Sé que muchos rabinos, entre ellos Sciammai, dicen
que el huevo puesto ese día no ha respetado la ley; pero
yo pienso que una cosa es el hombre, y otra, el animal.
Si obligo a mi burro a trabajar, cometo igual pecado que
él, porque soy yo quien lo obliga a trabajar; pero si una
gallina pone un huevo, o una oveja pare su corderito
en día Sábado, porque así debe ser, eso no es pecado
ni en sí, ni a los ojos de Dios; y el huevo y el cordero
no pueden ser considerados y manchados de pecados,
aunque hayan venido en día Sábado».
—«¿Cómo puede ser eso, si todo lo que se hace en
Sábado es pecado?»
—«Porque concebir y dar a luz está sujeto a la voluntad
del Creador y está regulado por leyes que Él ha impuesto
a toda criatura. La gallina no hace otra cosa que
obedecer la ley que dice, que después que el huevo se
ha formado, debe ser puesto; la oveja igual. Así pues, si
una oveja, llegada su hora de parir su fruto, bien puede
tenerse como sagrado, incluso para presentarlo ante el
altar, porque es un fruto de la obediencia al Creador».
95
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
—«En cuanto a mí —dice un doctor—suspendo el
examen porque su Sabiduría supera a las inteligencias
adultas, y deja a uno admirado».
Le hacen algunas preguntas más, sobre los salmos,
las bendiciones, las oraciones y los preceptos, y todos
quedan asombrados de su memoria y sobre todo de
su sabiduría.
Terminado el examen, pasan a una sala amplia y
bien adornada. Allí le cortan los cabellos. José recoge
los rizos. Después le aprietan el vestido rojo con una
larga faja, que puede dar varias vueltas a la cintura. Le
ponen las tiras sobre la frente, en el brazo y en el manto.
Luego entonan un salmo y José reza una larga oración
al Señor, pidiendo todas las bendiciones para su Hijo.
Terminada la ceremonia, Jesús sale con José, y se juntan
con sus familiares varones, para ofrecer un cordero en
sacrificio; luego, con la víctima degollada, se acercan a
donde están las mujeres.
María besa a Jesús, y lo mira como si hubiera pasado
mucho tiempo sin verlo. Por su vestido y su pelo
cortado, es ahora un hombre. Lo acaricia…
Después de la peregrinación, los fieles regresaron a sus
ciudades. Los hijos podían escoger quedarse, sea con
la mamá, en el grupo de las mujeres; o con el papá, en
el grupo de los hombres. Para hacer más llevadera la
caminata, cantaban y conversaban. Es ahí que se sitúa
la pérdida de Jesús.
JESÚS CON LOS DOCTORES DE LA LEY
Estamos en el templo de Jerusalén, donde se ven
muchos fariseos, con sus largos y ondeantes vestidos;
sacerdotes que llevan vestidos amplios y pomposos.
96
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
Otros que no llevan vestidos tan ricos, pero que deben
pertenecer a la casta sacerdotal, porque están rodeados
de discípulos: son los doctores de la Ley.
Entre estos doctores, hay un grupo que capitanea un
hombre llamado Gamaliel y otro grupo, que tiene por jefe
a Sciammai, hombre de una intransigencia detestable.
Gamaliel es más abierto, tiene un espíritu más amplio.
Gamaliel, a quien rodea un grupo muy numeroso de
discípulos, está hablando de la venida del Mesías, y
apoyándose en la Profecía de Daniel, sostiene que debe
haber nacido, porque el tiempo del que habla el Profeta se
ha cumplido. Sciammai lo contradice, diciendo que no ha
llegado el tiempo porque la paz prometida cuando venga
el Mesías, Príncipe de la Paz, no existe en el mundo, pues
la esclavitud sigue creciendo; ni siquiera en Jerusalén, a
quien oprime un enemigo, que se atreve a extender su
dominación hasta dentro del recinto del Templo, donde
se ven legionarios romanos, listos para aplastar con la
espada cualquier levantamiento patriótico.
Según las consideraciones de los dos grupos
antagónicos, parece que la pelea va a seguir.
De los grupos tupidos de fieles, se oye una voz de
adolescente: «Gamaliel tiene razón».
LOS DOCTORES QUEDAN ASOMBRADOS
Se produce un movimiento entre la gente y dentro del
grupo de los doctores, para saber quien interrumpió la
discusión. Pero no es necesario buscar, ya que un jovencito
se abre paso y se acerca al grupo de «rabinos». Es Jesús.
—«¿Quién eres?» le preguntan.
—«Un hijo de Israel que vino a cumplir con lo que la
Ley prescribe».
97
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
La respuesta intrépida y sin titubeos, atrae sonrisas
de simpatía y de benevolencia. Todos miran al
adolescente israelita.
—«¿Cómo te llamas?»
—«Jesús de Nazaret».
La benevolencia se atenúa en el grupo de Sciammai.
Pero Gamaliel, más benevolente le pregunta:
—«¿Sobre qué cosa apoyas tu seguridad?»
—«En la Profecía—dice Jesús—que no puede equivocarse
ni sobre el tiempo ni sobre las señales que la acompañaron
cuando se cumplió. ¿No recuerdan lo qué dijo el Profeta
Balaam?: “Una Estrella nacerá de Jacob”. ¿No recuerdan a
los Sabios de Oriente?. Por su pureza y su fe, mantuvieron
los ojos abiertos y vieron a la Estrella, las que se fue a parar
en el cielo de Belén de Judá, y sus ojos la reconocieron y
comprendieron su nombre: “Mesías”, y vinieron a adorar
a la Luz que había bajado al mundo».
—«¿Afirmas que nació el Mesías en el tiempo de la
Estrella, en Belén de Efrata?», le dice Sciammai con
una cara pálida de ira.
—«Lo afirmo».
—«Entonces ya no existe. ¿No sabes, muchacho, que
Herodes mandó matar a todos los niños de 1 día a 2 años,
tanto en Belén como en sus alrededores? Tú que te glorías
de conocer las Escrituras, deberías saber que: “se ha oído
un grito, en los montes, es Raquel que llora a sus hijos”,
como dijo el Profeta. Entre las madres que derramaron
lágrimas sobre sus hijos muertos, estaba ciertamente la
Madre del Mesías».
—¡«Te equivocas, Anciano! El llanto de Raquel se
convirtió en grito de júbilo, porque la Nueva Raquel
dio al mundo al Hijo del Padre Celestial, Aquel que está
98
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
destinado a reunir y liberar al Pueblo de Dios de una
esclavitud mucho más dura».
—«¿Cómo lo hará si lo mataron?», le contesta Sciammai.
—«¿No has leído lo de Elías, que fue arrebatado en un
carro de fuego? ¿Y no habría podido el Señor Dios, haber
salvado a su Mesías? ¿O mandar a sus ángeles para salvar
a su Hijo, a su Cristo de la ferocidad de los hombres?»
Al decir estas palabras, Jesús es tan majestuoso como
un adulto, pese a su juventud.
—«Muchacho, ¿quién te ha enseñado estas cosas?» le
pregunta Hilel, discípulo de Gamaliel.
—«El Espíritu de Dios. No tengo maestro humano».
—«Acércate, para que te vea, ¡oh Niño! y que mi esperanza
se avive al contacto de tu fe y se ilumine mi alma ante el
sol radiante de la tuya», le dice Hilel. Y hacen que Jesús se
siente sobre un banco, entre Gamaliel e Hilel.
EMPIEZA A SUFRIR CON LOS FARISEOS
Le presentan un rollo para que lo lea y lo explique. La
gente se acerca para escuchar mejor. Entonces, se oye la
voz juvenil de Jesús que dice:
—«Consuélate, ¡oh, pueblo mío! porque tu esclavitud
ha terminado. Una voz grita en el desierto, diciendo:
Preparen los caminos del Señor...»
—«¿Lo ves, nazareno? Aquí se habla de la esclavitud
terminada. Pero nunca como ahora fuimos más
esclavos. Y tú hablas de un Precursor... ¿Dónde está?
No ves que dices disparates», le dice Sciammai.
—«Te digo que a ti, más que a muchos otros, se dirige
la invitación del Precursor. A ti, y a los que se te
99
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
parecen. De otro modo, no verás la gloria del Señor, ni
comprenderás la Palabra de Dios, porque la vileza del
corazón, la soberbia, la mentira te impedirán ver y oír».
—«¿Así hablas a un maestro?»
—«Así hablo, y así hablaré hasta la muerte. Porque
sobre mi ventaja personal está el interés del Señor y el
amor a la verdad de quien soy Hijo. La esclavitud de la
que habla el Profeta, y de la que yo también hablo, no es
la que piensas; así como la realeza no es la que imaginas.
Todo lo contrario. Es por los méritos del Mesías que el
hombre será liberado del mal que lo separa de Dios».
Jesús trata de seguir iluminando a este fariseo, a partir
de las Escrituras y de las Profecías, hasta que, exasperado
por no poder hacer callar la Sabiduría que lo habita, lo
trata de blasfemo, diciendo: «¡Este nazareno es Satanás!»
En cuanto a Hilel y su grupo, lo defienden diciendo:
«¡No! Este es un Profeta de Dios. ¡Quédate conmigo,
Niño! Tú serás Maestro del Pueblo de Dios».
—«En verdad —le dice Jesús—si muchos fuesen como
tú, vendría la Salvación sobre Israel. Pero no ha llegado
mi Hora. A mí me hablan voces del cielo, y en la soledad
las debo acoger, hasta que llegue mi Hora. Entonces,
con los labios y con la sangre, hablaré a Jerusalén, y mi
suerte será la de los Profetas apedreados y asesinados».
Al decir esto, el rostro de Jesús está inflamado de ardor
espiritual y orientado al cielo, con los brazos abiertos,
de pie, en medio de los doctores asombrados.
LO BUSCARON TRES DÍAS
Y mientras Jesús estaba con los doctores de la Ley,
María pensaba que su Hijo estaba con José; y José creía
que Jesús estaba con María...
100
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
Caminaron todo un día. Cuando los grupos de los
hombres y de las mujeres se reunieron, y que María se
dio cuenta de que Jesús no estaba con José, se angustió
muchísimo. Sin embargo, no levantó la voz ni lanzó
reproches a su esposo. Pero el dolor que se manifiesta
en el rostro de María traspasa el corazón de José más
que cualquier reproche.
Habían caminado un día entero; sin embargo,
olvidando la fatiga y el hambre, vuelven a Jerusalén, a
pesar de la noche. No les importa nada. María detiene
las caravanas y los peregrinos a quienes interroga. Y
José la sigue, la ayuda.
¿Dónde?... ¿Dónde puede estar su Jesús?... Y Dios
permite que no sepa adónde buscarlo. Buscar a un
niño en la ciudad, era imposible, ya que la multitud
era inmensa en estos días. Si se hubiera perdido en
la ciudad, hubiera vuelto al Templo... y los sacerdotes
hubieran tratado de ubicar a los padres, poniendo un
letrero en las puertas del Templo...
Después de tres días, María del todo cansada, entra
en el templo, recorre patios, pórticos. ¡Nada! ¡Corre
la pobre Mamá! Hasta los corderos con sus balidos le
hacen pensar que podría ser su Hijo quien llora y la
busca. De repente, en medio de un grupo de personas,
María oye la voz amada que dice: «Estas piedras se
estremecerán...». Entonces trata de abrirse paso entre
el grupo... y después de muchos esfuerzos, lo logra.
Ahí está su Hijo, con los brazos extendidos, entre los
doctores de la Ley.
María, que es la Virgen Prudente, por la ansiedad vence
su reserva. Es como un dique que se rompe: Corre a su
Hijo, lo abraza, lo toma de su asiento y hace que baje de él
y exclama: «¡Oh! ¿por qué hiciste esto?... Hace tres días que
te estamos buscando. Tu Mamá se está muriendo de dolor,
Hijo. Tu padre está muerto de cansancio. ¿Por qué, Jesús...?»
101
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
No se preguntan los «por qué» a Quien lo sabe todo.
Jesús era la Sabiduría, y sabía el por qué de su actuación.
Él era llamado a una misión, y la cumplía, pasando por
encima de padre y madre.
Y Jesús termina su enseñanza a los doctores, con una
enseñanza a su Madre, Reina de los doctores. Esta
lección María nunca la olvidará... Durante los 21 años
en que vivirán juntos, nunca más volverá a preguntar:
«¿Por qué, Hijo, hiciste esto?». Y San Lucas termina
diciendo: «Y volvió con ellos a Nazaret, donde vivió
obedeciéndoles. Su Madre guardaba fielmente en su
corazón todas estas cosas».
EL GRAN SILENCIO SOBRE SAN JOSÉ
El evangelio clausura la infancia de Jesús con estas
palabras: «Y el niño crecía en edad, en gracia y sabiduría,
ante Dios y los hombres». Pero de José, ya no se hablará
más. Sin embargo, la vida en la casa de Nazaret, seguirá
su curso, a pesar de este gran silencio que lo rodea.
José, Jesús y María vivieron la existencia común y
corriente de todos sus contemporáneos, a la que
añadían no sólo la oración que prescribía la Ley, en la
mañana, al medio día y en la noche, sino una intensa
vida interior, o sea, una unión muy profunda con Dios.
La Virgen María trabajaba en los quehaceres hogareños,
como todas las demás mujeres: daba vuelta a la piedra
de moler, cernía la harina, amasaba el pan y lo cocía
sobre piedras calientes. Un pan hecho para Jesús y José;
un pan ganado por José.
Además, le correspondía el trabajo de una madre pobre:
cocinaba, fregaba los platos, lavaba la ropa, cosía,
recogía las frutas y verduras del huerto, iba a buscar
agua a la fuente, conversaba con sus vecinas, etc...
102
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
José trabajaba con Jesús en la carpintería. Pero no era un
especialista que se encerraba en su arte. Era el artesano
hábil al servicio de todos. A José se le pedía toda clase de
trabajos, ya se tratase de construcción, o de reparaciones.
El trabajo no se hacía únicamente en el taller. A veces,
había que desplazarse lejos, para conseguir la madera
y las demás cosas necesarias, así como para satisfacer a
clientes que pedían que se les hiciera trabajos a domicilio
o para hacer reparaciones en el campo.
La disponibilidad de José para todas las necesidades
de los demás, era la prueba de su disponibilidad para
con Dios.
La vida de José no fue siempre color de rosa. En medio
de una clientela que había que satisfacer para ganar su
pan cotidiano y el de la Sagrada Familia, había clientes
difíciles, impacientes, que querían pasar delante de los
demás, que se resistían para pagar y que por lo mismo
había que apremiar una y otra vez. A veces, también
faltaba trabajo, o salía uno especialmente duro. Todos
estos problemas, los conocen quienes viven de su
trabajo y quienes dependen de los demás.
Es en esta escuela de paciencia, de humildad y de
silencio, que Jesús aprendió a ser primero hombre, y
más tarde, carpintero, mecánico, albañil y herrero;
aprendió a ganarse la vida y a ser sostén del hogar por
si llegara a faltarle el jefe, San José.
En este gran silencio de Nazaret pasaron algunos años...
JESÚS TRABAJA PREOCUPADO
Estamos en el taller de San José. Las paredes que dan
al norte y al poniente son de roca, como si se hubiese
aprovechado de alguna gruta natural para hacerlo. En
la parte norte, en un hueco de la roca, hay un pequeño
103
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
horno rudimentario, en el que se derrite el barniz o la
cola. El humo, durante tanto tiempo, ha terminado por
pintar las paredes de negro.
Jesús está trabajando solo. Con la garlopa empareja
tablones que pone después contra el muro.
Está vestido con una túnica bastante corta color café, y tiene
las mangas arremangadas hasta el codo; lleva un delantal.
Jesús trabaja activamente, pero con calma. Nada de
desorden ni impaciencia. Es preciso y aplicado en su
trabajo. No se fastidia con nada; ni con el nudo de la
tabla que le cuesta trabajo emparejar, ni con una especie
de desatornillador que se le cae dos veces del banco, ni
con el humo que debe picarle los ojos.
De vez en cuando, levanta la cabeza y mira hacia una
puerta cerrada, como si escuchara. Parece como si
esperase a alguien.
No está triste, pero sí serio. Mientras está trabajando, la
Virgen entra de prisa y corre hacia Él. Tiene un vestido
azul oscuro, y no lleva nada en la cabeza.
Con ansia, apoya sus dos manos en el brazo de Jesús,
en forma de súplica dolorosa, y le dice: «¡Oh Jesús, ven!
¡Ven! Se siente mal». Sus labios tiemblan al decir esto, y
hay lágrimas en sus ojos enrojecidos y cansados.
Jesús la acaricia, poniendo su brazo sobre su espalda para
consolarla y con una sola palabra le dice todo: «¡Mamá!».
Luego, quitándose el delantal, deja su trabajo y sale con Ella.
JOSÉ ESTÁ AGONIZANDO
Entra en una pieza bañada de sol, que penetra por una
puerta abierta que da al huerto. Todo es pobre, pero
ordenado. Allí, acostado entre almohadones, José
104
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
está agonizando. Su cara pálida, su mirar apagado, su
pecho que palpita anhelante... son las señales de que
se acerca el fin.
María se coloca a su lado, pone la mano arrugada y lívida
de José en la suya, se la frota, la acaricia, la besa; le seca el
sudor que corre por sus hundidas sienes, y una lágrima
que se asoma a uno de sus ojos. Le humedece los labios
con un lienzo mojado en un líquido que parece vino.
Jesús se pone al otro lado. Endereza cuidadosamente
el cuerpo que se dejar caer, lo vuelve a poner sobre los
almohadones que acomoda María. Acaricia la frente
del agonizante y trata de reanimarlo.
María llora silenciosamente. Sus lágrimas corren por sus
pálidas mejillas y le bañan su vestido. José vuelve en sí
por unos cuantos minutos, mira detenidamente a Jesús,
le da la mano como para decirle algo o para recibir, al
contacto divino, fuerzas en esta última prueba. Jesús se
inclina y le besa la mano. José sonríe. Luego, vuelve sus
ojos, para buscar con la mirada a María, y también le
sonríe. Ella se arrodilla junto al lecho, tratando de seguir
sonriendo, pero no lo logra e inclina su cabeza. José le
pone la mano sobre la cabeza con una casta caricia que
parece una bendición.
En este silencio, sólo se oye el revoloteo y el arrullo de las
palomas, el agua que cae, y la respiración del agonizante.
JOSÉ CON SOLLOZOS MIRA A JESÚS
Jesús mira alrededor del lecho, toma un banquito y
hace que se siente María, diciéndole sólo: «¡Mamá!».
Regresa a su lugar y vuelve a tomar entre sus manos
la mano de José. La escena es tan conmovedora, que
arranca las lágrimas. Después, Jesús se inclina sobre el
agonizante y reza en voz baja un salmo que empieza así:
105
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
«Protégeme Señor, porque en Ti he puesto mi
confianza... Bendeciré al Señor que me da consejos...
Está a mi derecha para que no caiga... Por eso mi corazón
se alegra, y mi cuerpo descansará en la esperanza.
Porque no abandonas mi alma en la mansión de los
muertos... Me colmarás de alegría al ver tu rostro...»
José se reanima. Con más vida, mira a Jesús, le sonríe y
le oprime los dedos. Jesús responde con otra sonrisa, y
le estrecha la mano. Luego, se vuelve a inclinar sobre su
padre nutricio, y suavemente, sigue rezando:
«Cuán hermosa son tus tiendas, ¡Oh Señor! Felices los
que viven en tu casa. Feliz el hombre que encuentra
en Ti sus fuerzas.... ¡Oh Señor! escucha mi plegaria...
Vuelve tus ojos y mira el rostro de tu Ungido...»
José, con un sollozo, mira a Jesús y hace como si quisiera
bendecirlo, pero no puede. Comprende todo, pero no
puede hablar. Jesús sigue el Salmo 15:
«La verdad ha despuntado de la tierra, y la justicia se
asomó desde el cielo».
—«La has visto, Padre mío, esta hora, y por ella
trabajaste fatigosamente. Has ayudado para que llegase
esta hora, y el Señor te recompensará. Yo te lo digo»,
añade Jesús secando en el rostro de José una lágrima de
alegría que lentamente baja por sus mejillas.
«Levántate, Señor, y ven al lugar de tu descanso, Tú, y tu
santa Arca» (María comprende, y prorrumpe en sollozos).
JOSÉ MUERE ENTRE JESÚS Y MARÍA
«Gracias, padre mío, en nombre mío y en el de mi Madre.
Fuiste para mi un padre justo y el Eterno te confió la
custodia de su Mesías y de su Arca santa. Fuiste antorcha
encendida para Él, y tuviste entrañas de caridad para con
106
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
el Fruto del seno santo. Ve en paz, padre. A tu viuda, no
le faltará ayuda. El Señor lo ha dispuesto todo para que
no esté sola. Ve tranquilo a tu descanso, Yo te lo digo».
María está inclinada sobre las frazadas extendidas que
tapan el cuerpo de José que se enfría. Jesús se apresura
para prodigarle los últimos auxilios, porque el aliento
se hace fatigoso y la mirada se va nublando.
«Feliz el que teme al Señor y pone toda su alegría en
obedecerle. Quien se apoya en la ayuda del Altísimo,
vive bajo su protección. Allí estás, padre mío, bajo la
protección de Dios».
«Porque elevaste tu voz hacia Él, te escuchará. Estará
contigo en la última tribulación. Te glorificará después
de esta vida, haciéndote ver, desde ahora su Salvación, y
te hará entrar en la otra vida por el Salvador que ahora
te está consolando, y que pronto, ¡oh! muy pronto, irá te
lo repito, a darte el abrazo divino y llevarte consigo a la
cabeza de todos los Patriarcas, a donde está preparado
el lugar para el Justo que fuiste tú, mi padre bendito».
VE, PADRE MÍO CON MI BENDICIÓN
Adelántate a decir a los Patriarcas que la Salvación está
en el mundo, y que el Reino de los Cielos pronto les
estará abierto. «Ve, padre. Mi bendición te acompañe».
Jesús ha alzado su voz para que José, en la niebla de
la agonía, pueda oírla. El fin es inminente. Respira
ansiosamente. María lo acaricia. Jesús se sienta sobre
el lecho, abraza y atrae hacia Sí al agonizante, que se
extingue sin ningún movimiento.
La escena es maravillosamente serena. Jesús repone en
su lecho al Patriarca, y besa a su Madre que se había
acercado presa del dolor.
107
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
Jesús que no pudo abolir la muerte, la hizo dulce, para
que José muriera confiando en Él.
MARÍA MODELO DE LAS MUJERES
Los que piensan que María no sufrió en su corazón,
porque José fue su esposo sólo en el espíritu y no
para el cuerpo, están bien equivocados. María amó
intensamente a José durante los 30 años de fidelidad que
le dedicó.
José había sido para Ella: Padre, esposo, hermano,
amigo, protector.
Ahora se sentía sola; su casa era como azotada por un
rayo que la separaba. Antes, era la unidad en la que cada
miembro de la familia se apoyaba en el otro. Ahora faltaba
el muro principal y era el primer golpe dado a la familia,
señal de que pronto la abandonaría su amado Hijo.
La Voluntad del Padre, que quiso que fuera Esposa y
Madre, le imponía ahora el peso de la viudez. Y María, en
medio de sus lágrimas, dijo uno de sus más sublimes «Sí».
Las mujeres torturadas por la pérdida de sus esposos,
deben seguir el ejemplo de María, uniéndose a Jesús.
ORACIÓN
Acuérdate, ¡Oh casto Esposo de la Virgen, mi amado
protector!, que nunca se ha oído decir, que ninguno
de los que han invocado tu nombre e implorado tu
socorro, haya sido defraudado. Llena de confianza en
tu poder, me acerco y me encomiendo a Ti con fervor.
¡Oh Padre Adoptivo del Redentor! no desprecies mis
humildes oraciones, más dígnate escucharlas. Amén.
108
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
Jesús, María, José,
yo les doy mi corazón, mi espíritu y mi vida.
Jesús, María, José,
asístanme en mi última agonía.
Jesús, María, José,
que yo me muera en su santa compañía.
Todo para Jesús
Todo por María
Todo a imitación de San José.
QUERIDO LECTOR
Acabas de leer parte de la vida de San José, tal como el
Señor se la manifestó a una mística de nuestro tiempo,
para que se conozca mejor a este Justo tan desconocido,
del cual Santa Teresa de Ávila decía:
«No me acuerdo hasta ahora, haber acudido a él, sin ser
escuchada. Es cosa que me maravilla, los grandes favores
que me ha hecho Dios por medio de este Bienaventurado
Santo... No he conocido persona, que le sea verdaderamente
devota, que no haya adelantado en virtud; porque se
enriquecen mucho las almas que a él se encomiendan... Sólo
pido, por amor a Dios, que quien no lo cree, lo pruebe y verá
por experiencia, el gran bien que es encomendarse a este
Glorioso Patriarca y tenerle devoción».
LETANÍAS DE SAN JOSÉ
—Señor, ten misericordia de nosotros
—Cristo, ten misericordia de nosotros
—Señor, ten misericordia de nosotros
—Cristo, óyenos
—Señor, escúchanos
109
COLECCIÓN HONOR DE DIOS
—Dios, Padre celestial, ten misericordia de nosotros
—Dios, Hijo, Redentor del mundo, ten misericordia de
nosotros
—Dios, Espíritu Santo, ten misericordia de nosotros
—Santa María, ruega por nosotros
—San José, ruega por nosotros
—Ilustre descendiente de David, ruega por nosotros
—Luz de los Patriarcas
—Esposo de la Madre de Dios
—Casto custodio de la Virgen
—Padre nutricio del Hijo de Dios
—Celoso defensor de Cristo
—Jefe de la Sagrada Familia
—José muy justo
—José muy casto
—José muy prudente
—José muy fuerte
—José muy obediente
—José muy fiel
—Espejo de paciencia
—Amador de la pobreza
—Modelo de obreros
—Gloria de la vida doméstica
—Custodio de las Vírgenes
—Sostén de las Familias
—Consuelo de los desgraciados
—Esperanza de los enfermos
—Patrono de los moribundos
—Terror de los demonios
—Protector de la Santa Iglesia
—Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,
perdónanos, Señor.
—Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,
óyenos, Señor.
—Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,
ten misericordia de nosotros.
110
SAN JOSÉ ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
—Ruega por nosotros, glorioso San José, para que
seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro
Señor Jesucristo. Amén.
ORACIÓN
Oh, Dios, que en tu admirable providencia te dignaste
elegir al bienaventurado José como esposo de tu
Madre Santísima, haz, te suplicamos, que al venerarlo
como protector en la tierra, merezcamos tenerle por
intercesor en el cielo. Tú que vives y reinas por los
siglos de los siglos. Amén.
A SAN JOSÉ POR LOS AGONIZANTES
«¡Oh! San José, padre adoptivo de Jesucristo y
verdadero esposo de la Santísima Virgen María, ruega
por nosotros y por los agonizantes de este día (o de
esta noche)». Amén.
CONSIDERACIONES FRUCTUOSAS
Unos 72.000.000 de hombres mueren en el curso de un
año: 200.000 cada día, unos 8.000 cada hora, más de
130 cada minuto. ¿Cuántos de estos hermanos nuestros
están preparados para presentarse delante del tribunal
de Dios? ¿No podemos temer que una inmensa
mayoría de ellos ni piensa en Dios ni en su alma, ni en
su salvación en el trance de muerte?
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Este libro fue impreso en
la Editorial MADRE DE DIOS,
en Medellín, Colombia.
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