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Schwank, B. - Primera Carta de San Pedro

Este documento presenta una introducción a la 1a Carta de San Pedro. Resume que la carta fue escrita por San Pedro y colaboradores como San Marcos y Silvano para consolar a cristianos que sufrían persecución. Explica que mantenerse en la gracia de Dios según San Pedro a menudo significa sufrimiento, pero que imitando a Jesús en el sufrimiento lleva a la exaltación. Además, describe que la carta refleja el espíritu de la iglesia primitiva y fue escrita para com

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Schwank, B. - Primera Carta de San Pedro

Este documento presenta una introducción a la 1a Carta de San Pedro. Resume que la carta fue escrita por San Pedro y colaboradores como San Marcos y Silvano para consolar a cristianos que sufrían persecución. Explica que mantenerse en la gracia de Dios según San Pedro a menudo significa sufrimiento, pero que imitando a Jesús en el sufrimiento lleva a la exaltación. Además, describe que la carta refleja el espíritu de la iglesia primitiva y fue escrita para com

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BENEDIKT SCHWANK

1ª CARTA DE SAN PEDRO

Barcelona

Herder

1979
Introducción

GRACIA Y CRUZ

1. Juntamente con Silvano concluye san Pedro esta carta pastoral (cf. 5,2-4; 2,25), la más antigua
en su género en la historia de la Iglesia, diciendo que ha escrito exhortando y conjurando, para
asegurar a sus destinatarios de que, pese a sus tribulaciones, van indudablemente por el recto
camino y se mantienen en la gracia de Dios (5,12). ¿Qué quiere decir este mantenerse en gracia de
Dios?

En diferentes pasajes habla de ello san Pedro. Por ejemplo, si se mira con los ojos de la fe, se
mantiene en gracia de Dios un esclavo que soporta sin odio vejaciones inmerecidas (2,19), que
hace el bien y que, aunque tenga que sufrir por ello, sigue impertérrito su camino (2,20). Esta
gracia, de la que habían hablado ya anticipadamente los profetas del Antiguo Testamento (1,10),
que constituye el último fin de la vida cristiana (1,13; 3,7; 5,10), significa, pues, con frecuencia
sufrimientos durante la vida terrena, sufrimientos que Dios no sólo permite, sino que hasta mira
con complacencia (3,14). Sufrir conforme a la voluntad de Dios significa mantenerse en gracia de
Dios.

La razón más honda de esta concepción de la gracia está en que en el sufrimiento se hace el hombre
semejante al Señor que cargó con la cruz, semejante a Jesús que, «cuando lo insultaban no devolvía
el insulto; cuando padecía, no amenazaba» (2,23), que nos precedió en el camino del sufrimiento,
para dejarnos un «ejemplo» (2,21) conforme al cual podamos imitarle y que nos haga más fácil
seguir sus huellas (2,21). Esta vía dolorosa, llena de gracia, de Cristo le llevó a la exaltación a la
derecha del Padre (3,18-22). Por esto puede decirnos san Pedro: «A medida que tomáis parte en los
padecimientos de Cristo, alegraos, para que también en la revelación de su gloria saltéis de gozo»
(4,13).

La imagen de mantenerse en gracia constituye la clave para la inteligencia de la carta. Por lo


demás, se trata de una imagen entre muchas, todas las cuales tienen un mismo objeto fundamental:
exhortar y consolar a los cristianos en medio de sus sufrimientos.

2. La exhortación a la imitación de Cristo, que recorre toda nuestra carta, forma parte del núcleo de
la enseñanza en la Iglesia primitiva. Pero también desde otros puntos de vista, apenas si hay otro
escrito del Nuevo Testamento que refleje tan inmediatamente como la primera carta de san Pedro el
espíritu de la comunidad primitiva. En esta carta, que sólo contiene los versículos, se descubren
todos los puntos esenciales del pensar de la Iglesia primitiva. En una lectura meditada topamos
siempre con esos pensamientos con que nos ha familiarizado la oración del Señor y el símbolo de
los Apóstoles, es decir con los elementos más antiguos de la teología cristiana.

3. Si pensamos en una carta privada redactada en sentido moderno, con toda seguridad esta carta no
provendría del pescador de Galilea. La historia de su origen puede más bien compararse con la de
una encíclica pontificia de nuestros días. Se trata de un trabajo comunitario, aunque apoyado en la
autoridad viva del apóstol san Pedro.

Tres colaboradores se destacan claramente. En primer lugar el evangelista Marcos, designado en


5,13 como «hijo» de Pedro. La tradición eclesiástica refiere también de él que ejerció en Roma la
actividad de intérprete y catequista de san Pedro. Sin embargo, su Evangelio muestra que la forma
refinada de la carta, la elección magistral de las palabras griegas y su estilo rítmico no pueden ser
obra de Marcos.

Más importante que este colaborador parece, pues, ser Silvano, a quien también se menciona
expresamente en la conclusión de la carta (5,12). Este Silvano era una figura destacada en la Iglesia
primitiva. Gozaba de gran prestigio en la comunidad judeocristiana de Jerusalén (Act 15,22).
Además, dado que gozaba de la ciudadanía romana (Act 16,25.35-39), había seguramente recibido
una sólida formación. Había acompañado largo tiempo al apóstol san Pablo (Act 18,5; lTes 1,1), y
en las comunidades cristianas procedentes del paganismo era considerado como «profeta», que
poseía el don de exhortar y confirmar a los hermanos (Act 15,32, donde se le llama Silas).

También al tercero y más importante de los colaboradores se cita en la conclusión de la carta: la


comunidad de Roma, «la Iglesia que está en Babilonia, elegida como vosotros» (5,13). En esta
comunidad, en la única ciudad de millones de habitantes del mundo de entonces, había un continuo
ir y venir, un trasiego de cristianos de toda la cuenca del Mediterráneo. Se había convertido ya en el
corazón con que latía la Iglesia universal. Pese a toda la innegable colaboración ajena, quedan
todavía en la carta suficientes pasajes, en los que se trasluce el espíritu y la viva personalidad de
Cefas. La carta entera se apoya en la firmeza de su fe completamente personal y madurada en la
humildad, en su adhesión a Cristo y en su amor a la cruz, en su solicitud pastoral y en su conciencia
de su responsabilidad como «presbítero» dirigente (5,1-5).

4. Los destinatarios son los cristianos bautizados de las numerosas comunidades de las provincias
de Asia, citadas en 1,2, a los que en consideración de su dignidad se exhorta como bautizados.
Aquí y allá se entremezclan exhortaciones particulares dirigidas a determinadas categorías, como
los criados (2,18-25), las esposas (3,1-6), los maridos (3,7), los clérigos (5,1-5). En diversas formas
se hace alusión a la «vana manera de vivir» anterior (1,18), al tiempo de la «ignorancia» en que
anteriormente vivían (1,14), a la idolatría y a los excesos de su vida pasada (4,3). Sin embargo,
están ya bastante familiarizados con el Antiguo Testamento (1,16; 2,9; 3,6).

Las comunidades están, por tanto, constituidas, a lo que parece, principalmente por cristianos
procedentes del paganismo, que antes de su conversión al cristianismo habían recibido ya la
circuncisión o eran por lo menos «temerosos de Dios», que habían entrado ya en contacto con el
monoteísmo judío y con las Sagradas Escrituras en la traducción griega de los Setenta. 1 A tales
cristianos adultos, maduros y probados, que se hallan plenamente en medio de la vida se refiere san
Pedro en primera línea cuando los interpela como elegidos y peregrinos en la diáspora (1,1).

5. La carta fue llevada de Roma a Asia Menor por Silvano hacia el año 64, es decir, en vísperas de
las persecuciones de Nerón contra los cristianos. Todavía no se ha derramado sangre, pero ya pesa
sobre los cristianos la amenaza de crueles persecuciones. Se cuenta ya con interrogatorios oficiales
(3,15), con calumnias y difamaciones privadas (2,13; 3,16). La fe de los destinatarios comienza ya
a ser probada como oro en el crisol (1,7; 4,12). Con tremendo presentimiento pinta san Pedro el
peligro amenazador del Anticristo en la imagen de un león rugiente que «ronda buscando a quién
devorar», a quién seducir a la apostasía (5,8).

Así se explica que esta estimulante carta pastoral, que por los años sesenta del siglo I se escribió a
cristianos probados por los sufrimientos, viniera a ser la carta consolatoria de la Iglesia perseguida
de todos los siglos. En las cartas de despedida escritas en las cárceles y prisiones encontramos

1
La versión griega de todo el Antiguo Testamento, llamada de los Setenta, por haberse atribuido a la colaboración de
setenta traductores, se produjo en Alejandría, entre los judíos de la diáspora, durante el siglo lll a.C. Entre los padres de la
Iglesia, esta versión gozaba de gran prestigio: era sencillamente la Biblia de la Iglesia primitiva.
constantemente palabras tomadas precisamente de esta carta. Su visión grandiosa, llena de fe y de
optimismo, de la historia universal, en la que las pruebas de la tierra duran «un poco» de tiempo
(1,6; 5,10), ha logrado también infundir consuelo y fortaleza en los tiempos más difíciles. Así esta
carta del vicario de Cristo vino a ser la carta de los mártires, de los mártires por su fe en Cristo
(1,8), por su esperanza de la vida eterna (3,15) y por su fidelidad a la comunidad eclesial.

ENCABEZAMIENTO 1P 1,1-2

REMITENTE (1,1a).

1a Pedro, apóstol de Jesucristo...

Fuera de las palabras del Señor mismo, que nos han sido transmitidas en los Evangelios, ningún
texto del Nuevo Testamento nos habla en forma tan autoritativa como aquí, en el comienzo de esta
carta. Pedro, quiere decir exactamente lo que significaba originariamente la voz aramea con que
Cristo había apellidado a Pedro: Cefas, kefa, la roca. Con esto quería indicar Jesucristo que Simón,
conforme al plan salvífico de Dios, participaría en adelante de la firmeza en invencibilidad de Dios.
En el Antiguo Testamento, con frecuencia, se designa a Yahveh como la «roca» de Israel, y en el
Nuevo es Cristo la roca (lCor 10,4). Este nombre, que expresa una cualidad divina, se aplicó a un
hombre débil. Sólo con la fe puede el hombre participar de la firmeza de Dios. Por esta razón el
padre de nuestra fe, Abraham, fue ya designado como roca por el profeta Isaías (cf. Is 51,1s). Había
sido llamado por Dios a ser el fundamento de su pueblo elegido. Cefas ocupa este puesto con
respecto al nuevo y verdadero Israel.

Pedro se llama a sí mismo apóstol. Apóstol era en aquel tiempo un concepto bien determinado. En
él la idea de ser un enviado pasaba a segundo término frente a la de ser un mandatario,
lugarteniente o vicario de otro. Naturalmente, lo que importaba saber era de quién era uno apóstol o
enviado. En la segunda carta a los Corintios se habla de «enviados de las Iglesias» (8,23). Aquí en
cambio se habla de un «apóstol de Jesucristo». En estas primeras palabras de la carta hay una
tensión increíble: Pedro, que por su fe tiene parte en la firmeza de Dios y constituye el fundamento
roqueño de la Iglesia, comienza a exhortar y a consolar por encargo de Jesucristo y como
mandatario suyo

2. DESTINATARIOS (1,1b-2a).

1b ...a los elegidos, peregrinos de la diáspora en el Ponto, Galia, Capadocia, Asia y Bitinia...

Aquí se dirige la palabra a elegidos, que al mismo tiempo, o precisamente por ello, son también
peregrinos y viven en la diáspora, en la dispersión. El cristianismo primitivo sabía que ser cristiano
implica ser elegido, ser uno llamado por la libre y eterna elección de Dios, sin mérito alguno
personal, ser un preferido.

Este es el primer apelativo, el fundamento de nuestra vida. ¿Estamos bien convencidos de esto? El
que ha sido llamado y elegido ha venido a ser por ello peregrino en su mundo anterior.
Llamamiento a la santidad y renuncia son cosas que van de la mano. En estas dos palabras resalta
algo fundamental sobre la posición del cristiano en el mundo no cristiano que le rodea. Como en
otro tiempo el Israel carnal, así también el verdadero Israel, la Iglesia, vive lejos de la eterna patria,
en el exilio, en la dispersión, en la diáspora. Esto resulta a menudo difícil de admitir. Pero, aun con
la mejor voluntad del mundo, no cesamos de experimentar este hecho.
En aquel tiempo estaban los cristianos en el Estado romano privados de derechos desde el punto de
vista de la práctica religiosa.2 Ahora bien, esos mismos hombres se ven interpelados ahora como
«peregrinos elegidos» o también como «elegidos» y «peregrinos»; de esta manera se deja entrever
que el remitente está informado de sus múltiples sufrimientos, pero al mismo tiempo se les insinúa
cuán positivamente enjuicia tales pruebas.

Los cristianos son elegidos y peregrinos «de la diáspora», literalmente «de la dispersión». Y esto
no sólo porque en Asia Menor viven geográficamente en la dispersión, sino porque la situación
espiritual de todos los cristianos se asemeja a la del pueblo judío en la cautividad de Babilonia:
vivimos lejos de nuestra patria, de la Jerusalén celestial. Pero en la cautividad estaba Israel al
mismo tiempo diseminado entre los pueblos. Así la dispersión tiene también su lado y significado
positivos. No obstante la segregación, por el hecho de ser llamados y elegidos tenemos una misión
en el mundo incrédulo que nos rodea: con una vida de temor de Dios y con buenas obras hemos de
ser testigos del Dios invisible...

2a ...según el previo designio de Dios Padre, santificados por el Espíritu para recibir el mensaje
de Jesucristo y la aspersión de su sangre.

Antes de pronunciar el saludo propiamente dicho, acompañado del deseo de paz, presenta san
Pedro nuestra situación, y también su propio ministerio, sobre un fondo grandioso, todo ello
motivado por la acción salvífica del Dios trino.

En primer lugar aparece el Padre. En el bautismo hemos sido llamados y elegidos según la
presciencia, la providencia eterna del Padre. Esta es también predestinación amorosa y eficaz a la
vida eterna. Lo que se dice de Cristo en términos análogos se aplica también a cada uno de
nosotros: Desde la eternidad se ocupó de nosotros el amor de Dios.

Desde el día del bautismo el Espíritu Santo y santificante nos envuelve también a nosotros en su
acción poderosa que impulsa hacia adelante. Y en la medida en que vamos desarrollándonos en
sentido de esta nueva realidad se nos hace extraño el mundo profano. Con esta santificación por el
Espíritu comienza la vida cristiana, que en la virtud santificante de este Espíritu se confirmará en
forma de santidad.

Al hablar de nuestra relación con el Hijo de Dios emplea san Pedro palabras que, por primera vez,
recuerdan el éxodo de Israel de Egipto, del que tantas veces se hablará todavía en esta carta.
Después que el pueblo de Israel había sido elegido por la providencia de Dios, después que,
anticipando en figura el bautismo, hubo atravesado el mar Rojo y emprendido la marcha hacia la
tierra prometida, profesó en el Sinaí obediencia a todos los mandamientos de Dios. Y esta alianza
fue sellada con aspersión de sangre.3 Aquella alianza sangrienta fue la imagen de la que se había de
consumar mediante la muerte de Jesucristo entre nosotros y el Dios uno y trino.

El «alimento» de Jesús era hacer la voluntad de su Padre celestial (Jn 4,34). Así pues, también
nosotros somos elegidos con vistas a la obediencia, somos llamados a obedecer, a prestar oído al
llamamiento del Padre y a secundarlo a la manera de Jesús. Para el hombre que va en seguimiento
de Cristo, prestar oído a la voluntad de Dios en la vida cotidiana es la confirmación y la realización

2
Tras la muerte violenta del «hermano del Señor» y obispo de Jerusalén, Santiago, el año 62, fue ya un hecho patente la
separación entre el naciente cristianismo y el judaísmo. Un cristiano ya no podía, como tal, invocar los privilegios de los
judíos, que, por ejemplo, desde los tiempos de César estaban dispensados oficialmente de la obligación de tributar al
emperador honores divinos en el culto público.
3
Cf. Ex 24,3-8.
de su fe, de su humildad y también, y sobre todo, de su amor filial.

3. EL SALUDO (1,2b).

2b Que abunden en vosotros la gracia y la paz.

Estos votos del cristianismo primitivo, gracia y paz, se distinguen de los saludos y parabienes que
se hallan en el encabezamiento de las cartas no cristianas de todos los tiempos. En éstas se dice con
frecuencia únicamente: «¡Salud!», o bien: «Te saludo», o: «¡Que te vaya bien!» ¡Cuánto más
profundo es este saludo de la Iglesia primitiva! Además, aquí se añade todavía que esta paz y esta
gracia deben desarrollarse y crecer.

Por lo pronto y ante todo debe abundar la gracia, a saber, la clemencia y condescendencia de Dios.
Esto quiere decir que nos sea propicia la voluntad de Dios, libre y eterna, esa amorosa
condescendencia con que Dios pensó especialmente en nosotros desde la eternidad y nos eligió
para la santidad, para la obediencia y para una nueva alianza, sellada con la sangre del Hijo único.
Esta clemencia de Dios hará además que nosotros mismos le seamos agradables. Al decir «gracia»
pensamos sobre todo en la complacencia divina. Ésta es la bondad y clemencia de Dios que se
inclina hacia nosotros, que se nos da, y también el resultado de este don, a saber, la complacencia
que halla Dios en un hombre dotado de su gracia. A lo largo de la carta se hablará con frecuencia
de las cosas que son especialmente agradables a Dios: ante todo los sufrimientos inmerecidos y
aceptados voluntariamente (2,19s) y la sumisión humilde (5,5). Más aún: en este tema de la gracia
ve san Pedro el asunto principal de toda su carta y lo compendia diciendo que los cristianos en sus
sufrimientos y dificultades se hallan en el verdadero camino, que precisamente así se mantienen en
la gracia y en el beneplácito de Dios. La gracia de Dios adopta no pocas veces la forma de la cruz
de Cristo...

Como en el saludo de los ángeles a los pastores de los alrededores de Belén se anunciaba la paz,
también en la Iglesia primitiva formó en todo tiempo parte del saludo el deseo y la certidumbre de
la paz. Esta paz bíblica no consiste en una tranquilidad imperturbada. Según la Sagrada Escritura
sólo reina la paz allí donde domina plenamente el Dios de la paz. Así la liberación de la
servidumbre del pecado viene a ser el presupuesto de esta paz, que no se logra nunca con fuerzas
humanas. Sólo cuando Dios reina soberanamente en nuestras almas tenemos participación en la paz
victoriosa de Cristo.
Parte primera

GRANDEZA DE LA VOCACIÓN CRISTIANA 1,3-2,10

Una vez san Pedro ha formulado en el encabezamiento de la carta el deseo de gracia y de paz,
luego, en el texto propiamente dicho, pasa a hacer presente a los destinatarios el gran misterio de la
regeneración. Un consuelo y un estímulo se encierra para ellos en el hecho de haber sido llamados
a formar el santo pueblo de Dios.

I. ACCIÓN DE GRACIAS (1,3-12).

1. ACCIÓN DE GRACIAS AL PADRE (1,3-5).

3 Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien, según su misericordia, nos
reengendró a una esperanza viviente por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos.

En primer lugar hallamos un homenaje al Padre, un agradecido grito de júbilo: Bendito sea,
alabado y glorificado, pero el Padre es ya bendito por toda la eternidad gracias a su creación. La
palabra «bendito» es reminiscencia del hebreo barukh.4 Un barukh es para el oriental uno a quien
se rinde homenaje como de rodillas y haciendo votos por su prosperidad, uno a quien se glorifica
de palabra y de obra. En el judaísmo tardío el título «el Bendito» había venido a ser sencillamente
un nombre divino, el nombre de aquel cuya glorificación es el sentido de toda la creación y la meta
y el honor supremo del hombre. El punto de vista especial desde el que aquí se bendice y se alaba a
Dios como Padre de nuestro Señor Jesucristo es su paternidad para con nosotros. Dios es nuestro
Padre. No sólo por razón de nuestra concepción natural en el seno materno, la cual hubiera sido
imposible sin su voluntad, sino quizá todavía más porque él es quien engendró nuestra nueva vida,
por ser la causa de nuestra regeneración. «Su gran misericordia» fue la que realmente le impulsó a
este acto de darnos vida. Con el término «misericordia» no se entiende precisamente su compasión
con los miserables y los pobres, sino más bien su íntima unión con la humanidad desde los tiempos
del paraíso.

Más adelante vemos más claramente cómo se ha de entender esta «regeneración», este nuevo
nacimiento. En efecto, «habéis sido reengendrados, no de una semilla corruptible, sino
incorruptible, mediante la palabra viva y eterna de Dios» (1,23). Los cristianos deben recordar el
día en que por primera vez tuvieron noticia de la muerte y sobre todo de la resurrección de Cristo,
el día en que por primera vez cayó esta semilla del cielo en sus corazones y comenzó a germinar y
a desarrollarse. Esta nueva vida con Cristo alcanzó su expresión visible, su obligación y vigencia
externa por razón de la fe, en el bautismo, sacramento de la regeneración.

Esta admirable semilla que depositó Dios en nuestro corazón es la esperanza cristiana. Un tono
fundamental de esperanza resuena a lo largo de toda la carta. 5 La esperanza de que aquí se trata no
es un deseo devoto, sino una realidad viviente y vital, más que nada comparable con un niño que
lleva su madre en el seno en espera del acontecimiento feliz. La verdadera esperanza cristiana tiene
puesta la mira en la segunda venida de Cristo y en la soberanía regia de Dios, pero con todo quiere
ya comenzar a vivir y a crecer aquí en la tierra; esperanzadamente se interesa por el desamparo de
los que carecen de esperanza; quiere contribuir al triunfo del bien y de la verdad ya en esta vida de
todos los días en la medida de lo posible. De la esperanza se puede decir lo que se dice del reino de
4
Cf. por ejemplo, una de estas fórmulas de barukh en Gén 9,26.
5
Cf.1,7.13; 5,4.10.
los cielos: Comienza ya en la tierra, aunque su fin último está situado más allá de la vida de la
tierra. El hombre en quien se ha animado la esperanza con el mensaje de la resurrección de Cristo,
mira anticipadamente al día de su muerte, como la madre que aguarda los dolores de parto, pero
también las alegrías del nacimiento de su primer hijo.

4 ...para una herencia incorruptible, pura e inmarchitable, reservada en el cielo para vosotros...

La nueva vida de hijos de Dios nos ha sido otorgada con vistas a una herencia que hemos de
recibir. Debe de tratarse de una herencia maravillosa, pues se califica con adjetivos tan poco
corrientes. En el Antiguo Testamento cada tribu israelita recibió su parte en herencia en la tierra
prometida, el suelo y el terreno que le tocó en suerte. También a nosotros nos aguarda al final de
nuestro camino, de nuestra vida, una «tierra» santa y gloriosa que hemos de recibir como
recompensa. Si al hablar de esta tierra pensamos en el cuerpo del Resucitado, comprenderemos por
qué se trata de algo incorruptible, puro e inmarchitable, algo que nos aguarda y nos está reservado,
no en graneros o en arcas, sino en el corazón amoroso de Dios. Debido a su incorruptibilidad será
algo semejante a Dios y libre de toda corrupción del pecado. 6 Resplandecerá limpio, inmaculado y
puro como nieve, puesto que está exento de toda suciedad de la tierra, y este don de Dios brillará
lozano e inmarchitable con la belleza de una eterna juventud. 7

5 ...que por el poder de Dios habéis sido custodiados mediante la fe, para la salvación, dispuesta
a manifestarse en el último tiempo.

Lo peligroso de la vida cristiana está en las infinitas posibilidades de perder el camino emprendido
y de no alcanzar ya la meta. San Pedro sabe de esta preocupación de los cristianos. Por esto, al
mismo tiempo que mira a la meta resplandeciente, añade el consuelo de la asistencia divina en este
intervalo transitorio de tiempo. Por el poder de Dios somos guardados y custodiados. La palabra
«custodiados» que aquí se utiliza, aparece también en otros pasajes en que se trata de la protección
y custodia de una ciudad. No sólo la entera Iglesia de Cristo, sino cada familia, cada comunidad,
cada alma en particular es una ciudad, un baluarte, contra cuyos muros las huestes enemigas de
Dios constantemente nos combaten y embisten, y con frecuencia insidiosamente (cf. 2,11). Pero en
la poderosa custodia de Dios posee esta ciudad su firme protección, algo así como sus murallas de
defensa. La unión de fe con Dios constituye estos muros sólidos e inexpugnables que nos han de
resguardar a lo largo de nuestra vida.

Pero san Pedro no se detiene en la idea de los peligros del camino. Inmediatamente se levanta su
mirada a la meta final, a la salvación que Dios nos tiene preparada. La salvación no es nunca asunto
privado de los particulares. En la salvación se trata siempre de la consumación de la comunidad en
que está integrado el cristiano; más aún, de la consumación de la entera Iglesia de Cristo. La
salvación ha alboreado ya... En el futuro nos aguarda todavía su consumación y su gozosa
manifestación. Desde el día que recibimos el bautismo poseemos la salud cultamente y en forma
todavía invisible a nuestros semejantes. Todavía debe crecer y aguardar que se manifieste; debe
aguardar el postrer día en que se descorrerá el velo.

6
En 1Co 15,52 emplea san Pablo la misma palabra («incorruptible») para calificar el cuerpo resucitado de los cristianos.
7
Los tres adjetivos se hallan en el libro de la Sabiduría (y el tercero exclusivamente allí). Los pasajes de Sb ilustran bien
las tres aserciones formuladas aquí: Sb 12,1; 18,4; 3,13; 4 2; 8,20; 6,12.
2. ACCIÓN DE GRACIAS POR LA SALVACIÓN EN CRISTO (1,6-9).

6 Por ello vibráis de júbilo, aunque tengáis que sufrir por ahora un poco en diversas pruebas. 7
Así la calidad de vuestra fe, de más valor que el oro, que aun después de acrisolado por el fuego
perece se convertirá en alabanza, gloria y honor en la manifestación de Jesucristo.

Por esta salvación (1,5) pueden y deben saltar de júbilo los cristianos, aunque este júbilo y este
gozo está todavía turbado en la vida de la tierra, hallándose todavía los cristianos en diversas
pruebas. Todavía no ha estallado la persecución de los cristianos decretada por el emperador
Nerón, pero ya comienzan a mostrarse sus indicios. Pedro quiere decir a las nuevas comunidades
cristianas que en el futuro tendrán probablemente que soportar cosas más duras, pero su gozo por la
salvación es tan profundo, que la tribulación sólo los afligirá por poco tiempo. Todavía no se habla
de persecuciones sangrientas de cristianos o de mártires gloriosos; solamente se trata de las
dificultades cotidianas de los cristianos en su ambiente pagano, en el puesto de trabajo y también
en las familias. Entonces exasperaban y escandalizaban gentes que tomaban en serio la obediencia
humilde, el arrepentimiento de pecados humanos, la renuncia a la injusticia, la práctica de la
castidad y privaciones voluntarias. Las pullas, las habladurías y los postergamientos personales son
precisamente las «diversas pruebas» que a menudo nos afectan de manera tan dolorosa.

El sufrimiento que aflige al cristiano es en realidad una purificación un acrisolamiento de su


verdadera y auténtica fe (cf. 4.12). Es sabido que ya en la antigüedad se ponían en circulación
monedas que en realidad sólo estaban doradas. El plomo, debido a su elevado peso, se prestaba
especialmente a semejantes adulteraciones. Pero en la prueba del fuego se veía muy pronto si en la
pieza que se presentaba como de oro se había mezclado algún metal vulgar. Además, en el Antiguo
Testamento nos encontramos con frecuencia con la imagen del hombre que ha sido probado y
purificado en el crisol de Dios, para que gracias a esta prueba adquiera su pleno valor para la
eternidad.8 El libro de la Sabiduría dice de tales personas: «Las almas de los justos están en las
manos de Dios... Dios los probó y los halló dignos de sí, como oro en el crisol los probó» (Cf. Sab
3,1-7). Con frecuencia son sólo las tentaciones al pecado las que se convierten en prueba para el
hombre y en posibilidad de dar buena prueba de sí.

Hemos hablado ya de que la salvación de los cristianos se manifestará en el futuro (1,5). En último
término se trata de una manifestación de Jesucristo mismo. Los cristianos -con frecuencia
purificados tan dolorosamente- han de constituir un día el ornato de Cristo cuando, en el último día,
se manifieste al mundo entero en su gloria. El pasaje que estamos comentando muestra de qué
manera tan profunda y vital está Pedro penetrado de la verdad de la íntima unión de los cristianos
con Cristo: estos son purificados, son educados por el Padre celestial, en último término a causa de
la solicitud del Padre por la gloria de su Unigénito. Dios cuida de la gloria de Cristo cuando asaltan
a los cristianos sufrimientos purificadores.

8 Sin haberlo visto lo amáis, y sin verlo por ahora pero creyendo en él, vibrando de júbilo con
gozo inefable y glorioso 9 al lograr la finalidad de la fe: la salvación de vuestras almas.

San Pedro traza un cuadro magnífico y espléndido del Señor en su segunda venida gloriosa. 9 Sin
embargo, su amor entrañable, completamente personal, tiene ante todo por objeto al hombre terreno
de Nazaret, a ese Cristo cuyas pisadas se pueden seguir (2,21), que arrastró al Calvario la carga de
nuestros pecados (2,25), por cuyas heridas sangrientas hemos sido curados (2,25). Aquí habla un
8
Cf. Is 1,25; 48,10; Ez 22,17,22; Dt 4,20.
9
Cf. 3,22; 4,11; 5,4.
amigo y testigo ocular apremiado por su amor a Cristo. 10 Esto comunica calor a sus palabras. En
ellas resuena todo lo que sabe Pedro acerca de cuán digno de nuestro amor es aquel hombre. Aquí
nos parece ver alborear de nuevo la clara mañana a la orilla del lago de Tiberíades, en la que un
pescador aún tosco y nada sentimental aseguró tres veces: «Señor, tú sabes que te amo» (Jn 21,15-
17).

En los versículos 6-8 se habla dos veces del gozo jubiloso de los cristianos, pese a que antes deben
mostrar todavía «un poco» su constancia en las pruebas. Con esto no se entiende, como pudiera
parecer obvio, un gozo futuro en la gloria eterna, sino una alegría radiante realizada ya aquí en la
tierra.11 Este saltar de júbilo se debe en primer lugar al conocimiento que se tiene de la salvación, la
cual, aunque oculta, está ya a nuestra disposición, y también el gozo anticipado por el encuentro
con Cristo, al que ahora ya vemos en cierta manera, aunque solamente con los ojos de la fe. Este
gozo que se da ya en la tierra se puede comparar en cierta manera con la felicidad eterna como la
alegría anticipada de los niños el 24 de diciembre con el júbilo de la nochebuena. Como esa alegría
anticipada es ya una alegría real, así también para nosotros se da en esta tierra verdadera y auténtica
alegría. Es un júbilo indescriptible, misterioso, que, a lo más, sólo se puede leer en el brillo de los
ojos.

La misma palabra «vibrar de júbilo» usó María cuando pisó el umbral de la casa de Isabel (Lc
1,47), y saltando de júbilo se reunían también los cristianos de la Iglesia primitiva en Jerusalén para
celebrar la fracción del pan (Act 2,46). En ambos casos había a la vez preocupaciones,
desconocimientos y calumnias por parte del mundo ambiente. Pero parece ser que la alegría irradia
con mayor pureza precisamente cuando se ve purificada por la aflicción y las pruebas. La radiante
alegría cristiana la vemos reflejada constantemente desde los primeros siglos en los rostros de los
santos de todas las épocas. En este pasaje toca san Pedro un punto crucial del cristianismo: la
alegría cristiana en medio de la misma adversidad. La imagen del hombre que aquí se nos muestra
es ya la realización de lo que Jesús anunció en las bienaventuranzas en el sermón de la Montaña
(Mt 5,3-12).

El anuncio anterior de una «herencia incorruptible» (1,4) parece quedar un tanto desvirtuado por la
circunstancia de que aquí sólo se habla de la salvación de las almas. Pero la Sagrada Escritura no
entiende por alma, como nosotros, algo puramente espiritual, incorpóreo, sino que para ella es el
alma el «yo», la persona entera. Esta «alma» quiere, por ejemplo, san Pedro «entregar» por Cristo
(Jn 13,37). Se trata por tanto de la realización y satisfacción de la persona entera, de su
vivificación, de su salvación y conservación eterna por Dios. Pero no se trata de la salvación del
alma, sino de la «salvación de vuestras almas» (plural), puesto que la gloria eterna de los elegidos
de Dios sólo es posible en unión con Cristo y en la comunión de sus santos.

3. ACCIÓN DE GRACIAS POR LA COOPERACIÓN DEL ESPÍRITU (1,10-12).

10 Acerca de esta salvación indagaron y escudriñaron profetas que predicaron la gracia a


vosotros destinada. 11 Ellos investigaban a qué tiempo y a qué circunstancias se refería el
Espíritu de Cristo que estaba en ellos y que testificaba de antemano los padecimientos
reservados a Cristo y la gloria que a éstos seguiría. 12a y les fue revelado que, no a sí mismos,

10
Cf. también 5,1.
11
Cf. la oración sobre las ofrendas en la octava de Pascua: «Recibe, Señor, las ofrendas de tu Iglesia exultante de gozo, y
pues nos diste motivos de tanta alegría, concédenos también la felicidad eterna».

En el texto original griego psykhe, que en este pasaje de Jn suele traducirse por «vida». Nota del traductor.
sino a vosotros servían con este mensaje que ahora os anuncian los que os evangelizan por
medio del Espíritu Santo enviado del cielo.

Aquí se eligieron dos verbos casi de idéntico contenido para describir el laborioso y anheloso
meditar durante noches enteras, de los hombres de Dios del Antiguo Testamento, aquel escudriñar
en oración las Sagradas Escrituras. Tenían puestos los ojos en el tiempo de la salvación mesiánica,
en eso que en el pasaje precedente se ha descrito como la salvación cristiana.

Merece notarse que la palabra «profetas» no va precedida de artículo. El autor no piensa


únicamente en algunos profetas determinados y conocidos por sus nombres, sino también en otros
muchos santos varones que «día y noche» (Sal 1,2) meditaban la ley del Señor. 12 Precisamente
porque en el Antiguo Testamento se había revelado desde un principio un tiempo venidero de
gracia, se procuraba una y otra vez escudriñar el misterioso cuándo. Cuanto más se acercaba la
plenitud de los tiempos, tanto más insaciable era el deseo de ver con claridad. Y se tenía la
convicción de que la investigación de las Sagradas Escrituras proféticas era un «preparar»
espiritualmente «los caminos del Señor» a quien se aguardaba. Las palabras del libro de Henoc del
siglo II a.C. pudieron incluso servir de esquema para nuestro texto: «Yo he meditado no sólo para
generaciones presentes, sino para la venidera. Yo hablo acerca de los elegidos y he comenzado
sobre ellos mi discurso figurado. El gran Santo dejará su residencia... y aparecerá venido del cielo...
Hará paz con los justos y guardará a los elegidos. Gracia reinará sobre ellos y todos ellos
pertenecerán a Dios. Gozarán de su complacencia y serán benditos...» (Henoc 1,2-8). Otros muchos
textos se podrían citar, que sin excepción documentarían la meditación investigadora de la Sagrada
Escritura y el anhelo del Redentor precisamente en los últimos decenios que precedieron a la
venida de Cristo. Sólo sobre este fondo vivo, tan próximo a san Pedro, se hace comprensible por
qué la referencia al ansia espiritual de los hombres de Dios de otro tiempo y a la realización
presente constituye el punto culminante de toda la doxología que sirve de introducción a la carta.

Dos veces se habla del Espíritu en este pasaje y las dos veces resuena todo el misterioso soplo y
aliento del hálito de vida de Dios. El Espíritu de Dios que actuaba en los profetas del Antiguo
Testamento es el Espíritu de Cristo, y la actividad cristiana de predicación de los apóstoles se
efectúa en el Espíritu del Señor, enviado del cielo y conocido por el Antiguo Testamento. Para san
Pedro no comenzó la acción de Cristo cuando éste apareció en Galilea. 13 En tal visión aparece el
Antiguo Testamento ligado con el Nuevo como con un arco de puente de gran envergadura. Cristo
fue quien envió aquel Espíritu que habló en los profetas, y él es también ahora aquel en cuyo
nombre derramó el Padre su Espíritu sobre la Iglesia primitiva el día de pentecostés. Entonces, la
primera mañana de pentecostés, fue también san Pedro quien anunció a la multitud: El Espíritu de
Dios profetizado por Joel es el Espíritu Santo, al que Cristo había prometido enviar (Act 2,33).

En estas palabras se destacan dos verdades del símbolo de fe de los apóstoles: en primer lugar, la
creencia de que el Espíritu Santo había hablado al mundo por los profetas desde los tiempos más
remotos, pero luego también la creencia de que este Espíritu no es sólo el hálito del Padre, sino
también el del Hijo. La vida de los cristianos se ve a la vez incorporada a esta corriente del Espíritu
de Dios que obra misteriosamente.

En el camino de Emaús habla Cristo de los padecimientos y de la gloria del Mesías que se podían
reconocer en los escritos de los profetas (Lc 24,26). El caso más claro de esto es sin duda el

12
Entre los monjes veterotestamentarios del mar Muerto se dice explícitamente que por lo menos uno de ellos debe
ocuparse constantemente, día y noche, en la lectura espiritual de la Escritura: IQS VI, 6-8.
13
También en otros pasajes del Nuevo Testamento se habla de la existencia y acción de Cristo ya en el antiguo Israel: 1Co
10,4 (como roca); Hb 11,26 (los vituperios de Cristo); Jn 12,41 (la gloria de Cristo).
capítulo 53 del profeta Isaías. Allí se pinta en primer lugar claramente la pasión del servidor de
Dios, cómo es maltratado, cómo entrega su vida como víctima expiatoria por las culpas (Is 53,1-
11). Pero luego se habla inmediatamente de su glorificación: «Por eso le entregaré yo las
muchedumbres, y se repartirá el botín con los poderosos, por haberse entregado él mismo a la
muerte» (Is 53,12). La muerte y la glorificación son inseparables en la imagen del servidor de Dios.

Lo que subyuga en esta visión es la asociación de la imagen del Señor glorificado y del Señor que
sufre.14 Nosotros debemos tener parte en sus padecimientos para tener también participación en su
gloria (4,13). En conocer y reconocer el sufrimiento se funda el carácter realista de la carta, la cual
descubre, en la vida del cristiano, la cruz con toda sobriedad, sin ningún género de ilusiones. Ahora
bien, precisamente en el hecho de no separar nunca la cruz de la gloria del Resucitado se muestra
su gozoso optimismo, sus elevados sentimientos cristianos...

12b Y aun los ángeles se inclinan con anhelo por contemplar este mensaje.

A Pedro, dominado por la grandiosidad de los designios redentores que hay en el Dios uno y trino,
le aparece todo este acontecer de salvación como un espectáculo para el cielo. Así cierra su himno
de acción de gracias que había comenzado en 1,3 del texto de la carta, con esta afirmación: Hasta
los ángeles ansían contemplar esta admirable etapa de la historia salvífica de Dios. En la primera
carta a los Corintios nos encontramos con un cuadro parecido. Allí habla san Pablo de las fatigas y
luchas de la vida apostólica, que vienen a ser como una representación en el anfiteatro romano, en
la que los ángeles están sentados en el gran círculo de los espectadores (lCor 4,9). Aquí no se
concibe a los ángeles como espectadores en las filas de un teatro, sino que se los describe como
mirando del cielo a la tierra. La celestial superioridad de los ángeles y la distancia entre nuestro
mundo y el suyo aparece mayor en esta imagen; pero al mismo tiempo es más viva la sensación de
su constante interés incluso en la vida de todos los días. El objeto al que dirigen los ángeles su
mirada desde lo alto no es una injusticia sangrienta «que clama al cielo», ni tampoco
exclusivamente el servicio litúrgico, sino la entera vida cristiana, oculta o incomprensible al mundo
pagano circundante, o, para decirlo con más profundidad y verdad: «los sufrimientos y la gloria» de
Cristo, que pervive en su Iglesia...

II. LA VIDA DE LOS CRISTIANOS. VERDADERO ÉXODO DE ISRAEL (1,13-2,10).

Del gozo agradecido por nuestra redención se desprenden exigencias morales. Éstas se exponen en
las imágenes del éxodo de Israel de Egipto en estrecha conexión con la instrucción bautismal de la
primitiva Iglesia.

1. PRIMERA RECOMENDACIÓN: ARMAOS DE ESPERANZA (1,13).

13 Por lo cual, ceñíos los lomos de vuestra mente; sed sobrios y poned toda vuestra esperanza en
la gracia que os llegará cuando Cristo se manifieste.

Tras el júbilo y el entusiasmo domina de repente un tono muy distinto. Precisamente por razón de
la salud que se nos ha otorgado debemos ser sobrios. En el cristianismo deber ir de la mano el
júbilo y la sobriedad. El gozo del Espíritu Santo es una «ebriedad sobria», que se distingue
esencialmente de todo entusiasmo de religiones y cultos no cristianos. El gozo supraterreno,
reposado, del Espíritu Santo hace al hombre interiormente fuerte para que pueda emprender un
14
Cf. 2,21-25; 3,18-22.
gran quehacer de la vida. Por esta razón la primera exhortación enlaza mediante «por lo cual» con
el versículo precedente: Ya que vosotros ahora sois fuertes en este gozo, ceñíos, poned haldas en
cinta. Y a la vez sed sobrios. Esta última palabra subraya todavía la idea del fortalecimiento y de la
preparación para luchar y dar buena prueba de sí...

En la imagen de ceñirse, surge ante nuestros ojos aquella noche sagrada, en la que una comunidad
se aprestó por primera vez para una gran expedición: «Habéis de comerlo así: ceñidos los lomos,
calzados los pies...» (Ex 12,11). Con esta imagen se da enérgicamente ese tono fundamental que
había sonado ya suavemente en 1,2 y que de aquí en adelante dominará toda la sección que se
extiende hasta 2,10: el motivo del éxodo del pueblo de Israel de Egipto. Pero la imagen tiene
sentido no sólo con vistas a una expedición. También para el trabajo se alzaba la ropa en la
antigüedad, como lo muestran numerosas representaciones romanas de esclavos que trabajan.
También Cristo, como pastor que trabaja, fue representado desde los primeros tiempos con la
túnica remangada. A él debemos mirar, cada día y en nuestro ajetreo anormal».

Se trata, naturalmente, de una lucha, de un trabajo y de una marcha espiritual. Por ello san Pedro
habla, con una imagen atrevida, de un ceñirse «la mente». Se refiere al entero querer del hombre, a
sus más profundas fuerzas motrices. Estas deben movilizarse para un camino de la vida en el que el
caminante se ve movido por la esperanza que tiene puesta en la meta, a saber, la segunda venida del
Señor.

2. SEGUNDA RECOMENDACIÓN: SED SANTOS (1,14-16)

14 Como hijos obedientes, no os amoldéis a las pasiones que teníais cuando estabais en vuestra
ignorancia; 15 sino, como es santo el que os llamó, sed también santos en toda vuestra
conducta; 15 porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.

A la imagen de ceñirse se añade ahora, en el texto original, la del camino de vuelta. Porque el
concepto griego que hemos traducido por «conducta» dice más que los nuestros. Abarca además de
lo que nosotros expresamos con este término «conducta» o modo de proceder en la vida, la idea de
«marcha atrás», de «retroceso» o de «regreso». Así en la Escritura dice siempre a la vez algo de esa
marcha atrás, que es un regreso a Dios de tierra extranjera. Una imagen de nuestro regreso a la casa
paterna procedentes de la tierra del pecado, una imagen de nuestro esfuerzo moral, era la vuelta del
pueblo de Israel de Egipto a la tierra prometida.

Dado que todo pecado es en definitiva desobediencia, la vuelta de la tierra del pecado al Dios santo
sólo puede efectuarse con la obediencia, con el prestar oído a la voz del Padre que llama. Los
caminantes que se han puesto en marcha son interpelados como hijos obedientes. Este obedecer
comienza para los cristianos el día mismo de su bautismo. Ahora deben ya seguir el llamamiento de
Dios y marchar por sus caminos aun en el caso en que según su propio modo de pensar o por
temores humanos preferirían elegir otros derroteros.

Cada cual quiere significar algo en el mundo, por lo cual en su modo de vida, en sus diversiones, en
sus gastos de lujo y de pasatiempos se amolda al espíritu de la época. Esta forma anterior de vida,
en la que lo que importaba en primer lugar era representar algún papel ante los demás, deben
abandonarla los destinatarios directos de la carta, que del paganismo habían venido a Cristo, pero
también nosotros, que distamos bastante de vivir realmente como cristianos. La carta no permite la
menor duda de que nosotros, a pesar de nuestra buena voluntad de colaborar en el sector social y
político del ambiente en que vivimos (cf. 2,13-17), debemos distinguirnos de nuestro ambiente en
muchas cosas, incluso en algunas que parecen puramente externas. El tema de la condición de
peregrinos, que se dejaba oír ya en el encabezamiento (1,1), se percibe aquí con toda claridad. 15

La vida anterior de los cristianos en la incredulidad la concibe aquí san Pedro como tiempo de la
ignorancia. Está convencido de que todo el que quiera conocer el verdadero ser de Dios, debe
modificar su forma de vida, su conducta. El conocimiento de Dios significa con frecuencia en la
Escritura lo mismo que la adoración de Dios, la cual halla su expresión no sólo en el culto, sino
ante todo en la santificación de la vida.

Con esto hemos llegado al tema capital: Sed santos. Los cristianos de las más variadas condiciones,
esos hombres a los que Dios ha llamado a un gran camino, deben santificarse en esta marcha y
mediante esta marcha, mediante esta forma de vida. El llamado debe mostrarse digno del que lo
llama. Los santos, miembros del pueblo de Dios, fueron los que huyeron de Egipto para estar cerca
de Dios. Dios es el santo por antonomasia, el inaccesible, el segregado, el puro que irradia pureza,
cuyo símbolo son la luz y el fuego. Está segregado de todo lo no divino e impuro. El empeño del
judaísmo tardío, sobre todo en los círculos sacerdotales, expresado en sus prescripciones de
segregación y de pureza legal, sólo se comprende en este marco: el pueblo debe estar en
consonancia con el Dios completamente otro, completamente puro, completamente segregado, y
hacerse digno de servirle en su presencia.

La carta del apóstol cita literalmente el comienzo de la ley de santidad en el capítulo 19 del
Levítico. Aquí vuelve a ponerse en vigor para los creyentes de la nueva alianza. Una vez que Israel,
al tercer mes de su salida de Egipto, hubo alcanzado el desierto del Sinaí, acampó al pie de la
montaña de Dios. Moisés, en cambio, subió al monte y Dios le habló: «Habla a toda la asamblea de
los hijos de Israel y diles: Sed santos, porque santo soy yo, Yahveh, vuestro Dios» (Lev 19,2). Una
explicación rabínica pone de manifiesto el sentido más profundo de este precepto: «Cuando os
santificáis os lo tomo en cuenta como si me santificarais a mí, y cuando no os santificáis os lo tomo
en cuenta como si no me santificarais a mí.» Así esta exhortación responde a la gran petición que
Jesús nos recomienda en primer lugar: «Santificado sea el tu nombre» (Mt 6,9).

En una mirada retrospectiva a estos versículos (1,14-16) podemos hacer la siguiente recapitulación:
A los peregrinos elegidos, a los que Pedro exhortó a ceñirse llenos de esperanza para la marcha
(1,13), se les propone la meta de la marcha: ese santuario que representa la propia santidad. Este
santificarse es por parte del hombre una manera agradecida de asimilarse filialmente a Dios
después de desprenderse de la impiedad, por lo cual representa la mayor alabanza que tributamos a
Dios no sólo con palabras, sino también con obras. Es el más bello quehacer de nuestra vida. Lo
especial está en el camino que indica Pedro para llegar a esta meta: desprenderse de los viejos
apetitos, incluso de los propios deseos, y seguir obedientes los caminos de Dios: Como hijos
obedientes, sed santos.

3. TERCERA RECOMENDACIÓN: VIVID PRONTOS A OBEDECER (1,17-21).

17 Y si invocáis como Padre al que, sin acepción de personas, juzga a cada uno según su obra,
conducíos con temor en el tiempo de vuestra peregrinación...

De las seis recomendaciones que contiene la sección, sólo esta tercera está estrechamente ligada
con la precedente mediante la conjunción «y». En ella se reasumen también, en cuanto al
contenido, y se profundizan tres de las ideas allí expuestas: de nuevo se hace presente la relación de
filiación, de nuevo se pone todo bajo el signo de la marcha y de la peregrinación, y una vez más se
15
Cf. también 2,11s; 4,2-4.
inculca el espíritu de obediencia, pues esto es lo que en el fondo se expresa con el conducirse con
temor.

El Antiguo Testamento no posee ningún término especial para expresar la obediencia, sino que
menciona esta virtud fundamental16 con diferentes perífrasis, las más de las veces con la expresión
«temor de Dios». Como en el caso del conocimiento de Dios, en el del temor de Dios tampoco se
trata ya con frecuencia del comportamiento formulado directamente, o sea del conocer y temer
respectivamente, sino de las consecuencias que de ello resultan cuando hay fe viva: de la
veneración de Dios, de la voluntad de prestar obediencia a Dios sin la menor resistencia, del deseo
de cumplir plenamente la voluntad de Dios.

Hemos visto anteriormente que el precepto de la santificación traía a la memoria las palabras del
Señor: «Santificado sea el tu nombre.» Aquí, en cambio, la recomendación de conducirse con
temor hace pensar espontáneamente en la tercera petición del Señor: «Hágase tu voluntad.»

No hay nada de arbitrario en poner nuestro texto en conexión con el padrenuestro. No sólo una vez,
digamos en el momento del bautismo, deben los cristianos invocar solemnemente a Dios como
«Padre», sino que una y otra vez, hasta a diario, deben llamar a Dios su Padre en la oración. 17 Aquí
no se pone precisamente ante los ojos la imagen del Padre celestial que Jesús trazó al pueblo en las
parábolas en el lago de Tiberíades, sino más bien la imagen veterotestamentaria del Padre. Allí es
el padre de familia la autoridad que da órdenes y que enseña a los hijos la ley de Dios. Ya al
comienzo mismo de la carta (1,2) se había hecho visible esta gran imagen de un Padre omnisciente
y omnipotente, que se mantiene por tanto en vigor también en el cristianismo. Es éste el Padre al
que la Iglesia tiene presente en la mayoría de sus oraciones litúrgicas...

El deseo de cumplir cada día, mediante las obras, la voluntad de Dios se hace especialmente
comprensible por el hecho de que Dios no mira lo exterior, las bellas palabras, sino el
cumplimiento callado -con frecuencia ignorado incluso por los otros- del deber en la vida de todos
los días. No puede caber la menor duda de que para Pedro sólo cuentan ante Dios los creyentes
cuya fe se muestra en las obras.18 Téngase a la vez en cuenta que en el texto no se usa el plural: no
se dice que Dios juzga a cada uno «según sus obras» (en plural), sino «según su obra» (en
singular). La vida entera es una gran obra, y el trabajo sobre uno mismo no constituye la parte más
pequeña de esta obra.

18...sabiendo que habéis sido rescatados de vuestra vana manera de vivir, recibida de vuestros
padres, no con cosas corruptibles, plata u oro, 19 sino con sangre preciosa, como de cordero sin
defecto ni tacha, la de Cristo,...

Durante el tiempo en que nos hallamos en país extraño y sin patria, en la gran peregrinación de la
vida, debe por una parte elevarse nuestra mirada al Padre eterno y justo (de ahí toda nuestra
voluntaria y filial sumisión), pero por otra parte debemos también volver nuestro pensamiento al
pasado, a la sangre de Cristo que fue derramada por nuestra redención. La especial belleza de este
pasaje reside en la palabra sabiendo. La carta no expone prolijamente que de este pensar en la
sangre de Cristo ha de resultar un entrañable amor y agradecimiento. Se limita a mencionar los
hechos. Tácitamente nos deja que saquemos nosotros las consecuencias. ¿Cuáles son estos hechos?

16
Cf. el relato del paraíso y la vocación de Abraham (Gén 2,4-3,24; 12,1-9).
17
A más tardar a comienzos del siglo II está ya documentada por escrito la costumbre de la primitiva Iglesia de recitar tres
veces al día la oración dominical: Didakhe 8,3.
18
Cf. por ejemplo, Mt 16,27; 2Co 5,10; 11,15; Ga 5,6; Ap 2,23.
En primer lugar debemos tener muy presente que hemos sido rescatados de la vana manera de vida
recibida de los antepasados. El verbo «rescatar» hace pensar no sólo en la paga del precio de una
compra, sino también en la liberación de la miseria y de la ignominia, y ello a costa de la propia
persona y de la sangre misma. Como una pobre sirvienta, a la que un señor poderoso ha escogido
por esposa, así -con una imagen aplicable a nosotros- fue rescatado Israel de Egipto. En segundo
lugar hemos de recordar la sangre del cordero. Israel había gemido en la esclavitud de Egipto, y los
destinatarios de la carta bajo la férula del pecado. En otro tiempo, en ocasión de la de las diez
últimas plagas, todo Egipto hubo de ser castigado por Dios en sus primogénitos. Para ser
perdonado no podía Israel ofrecer a Dios oro o plata. Gratis, no por bienes o dinero, quería Dios
liberarlo. El cordero pascual tomó sobre sí el derramamiento de sangre en su lugar para aplacar al
Señor: es decir, en lugar de los primogénitos de Israel. 19 El ángel pasó por alto las casas en las
jambas de cuyas puertas goteaba la sangre del cordero pascual. También nosotros hemos sido
rescatados a gran precio.

El cordero sacrificado es para nosotros Cristo. Se hizo semejante al cordero pascual en Egipto. 20
Este cordero es sin defecto ni tacha: «sin defecto» se dice de víctima material irreprochable; «sin
tacha» se refiere a una cualidad espiritual y moral del hombre. Así la imagen del «cordero sin
defecto ni tacha» aparece bajo una doble luz: hace pensar en la figura, el cordero pascual, y
también en la calidad espiritual y moral del Crucificado. Irradia toda la belleza corporal y espiritual
del Hijo del hombre. Lo que sigue a la palabra «sabiendo» viene a ser cada vez más la razón más
profunda del comportamiento en temor de Dios; cada vez, en efecto, se hace visible con más
claridad la tremenda prueba de amor por parte de Dios.

20 ...reconocido desde antes de la creación del mundo y manifestado en estos últimos tiempos en
atención a vosotros, 21 los que por él creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio
la gloria, de modo que vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas en Dios.

Cristo viene a centrarse todavía más en el campo de nuestras meditaciones. Después de haber
hablado de la pasión sangrienta le urge a Pedro hablar también de la resurrección. Cristo en su
pasión, y a través de este su sufrimiento expiatorio vicario vino a ser el primero en la resurrección,
el que precede victoriosamente a los libertados. En él se cifra la esperanza y la firme seguridad de
todos. Bajo la triunfante frase final late la convicción del valor del sufrimiento vicario reconocido
por primera vez por Isaías. Sólo puede conducir realmente a la esperanza, a la victoria y a la vida
eterna en unión con Dios aquel que tomó sobre sí el pecado que separaba de Dios y despejó el
obstáculo constituido por el pecado. Como tal, precisamente en calidad de cordero de Dios, había
sido previsto, «reconocido» de antemano Cristo desde toda la eternidad, y manifestado al cumplirse
los tiempos, cuando el Bautista dijo de él: «Éste es el cordero de Dios» (Jn 1,29.36).

Dios se manifestó en atención a vosotros. Las comunidades cristianas entendían entonces


exactamente este «en atención a vosotros», y todavía hoy confiesa la Iglesia apostólica: «Que por
nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo... y por nuestra causa fue crucificado...»
Cristo vino a ser para el hombre la posibilidad de llegar a la unión con Dios. «Por él» se realizó la
salvación: aquí «por» indica tanto el camino del Padre y al Padre (como una puerta), como también
la cooperación activa de Cristo. La historia entera de la salvación es referida a Cristo. La posición
singular del Padre que «resucitó» y «dio gloria», tan enérgicamente subrayada en esta carta, no
merma la posición central y regia de Cristo, del Cordero «degollado», al que rinden homenaje las
multitudes (Ap 5,12).

19
Cf. Ex 13,1s.15; 4, 22; Hb 11,28.
20
Cf. Jn 19,33-36; Ex 12,46
4. CUARTA RECOMENDACIÓN: AMAOS UNOS A OTROS (1,22-25).

22 Después que os habéis purificado con la obediencia a la verdad ordenada a un sincero amor
fraterno, amaos de corazón unos a otros intensamente.

La idea de la obediencia, tan decisiva para Pedro, vuelve a aparecer aquí, descrita más en concreto
como obediencia a la verdad. El sentido de esta frase es sencillo: en verdadera obediencia. 21 Con
esto se da a entender un obedecer y un prestar oído a Dios, auténtico y sincero, una vida en que se
toman en serio los mandamientos de Dios. La profesión de obediencia en el bautismo no era sino la
expresión exterior de esta actitud interior, fundamental que se manifestaba en las obras.

Anteriormente se recomendó la obediencia en la vida cotidiana como el camino mejor y más


sencillo para la santificación (1,14-16). Aquí se dan ya por supuestas estas fatigas de la propia
santificación. Pedro escribe: Después que os habéis purificado (de modo que ahora estáis ya
purificados). Sigue manteniéndose en el marco de su gran comparación, en la que se contempla la
vida de los cristianos como el verdadero éxodo de Egipto. Aquí la palabra «purificar» hace pensar
en la purificación ritual del pueblo de Dios antes de su gran hora decisiva junto al Sinaí. De él se
refiere que al pie del monte de Dios se purificó, se santificó y se preparó para el encuentro con
Yahveh.

La vida conforme al modelo de Cristo, que ve y afronta las dificultades precisamente como
voluntad de Dios, es para el cristiano esa purificación y santificación que el Israel del Antiguo
Testamento procuraba lograr en el Sinaí con lavatorios y privaciones. Esto significa con frecuencia
renuncia y abnegación...

Pero esta purificación se efectúa en «sincero amor fraterno». Éste es, en efecto, como la primera
voluntad de Dios. El que se ha hecho obediente y avanza por el camino de la santificación,
reconoce que todo obrar desemboca en el amor. Cuanto más se vacía uno de sí mismo en la
renuncia y la privación, tanto más libre se hace para el amor fraterno. Por eso se dice aquí: los
cristianos deben amarse unos a otros intensamente, entrañablemente, amarse con un amor intenso y
constante, que esté fundado en el amor de Dios. Tan infatigable y tan poco sujeto a desilusiones
como nuestra oración debe ser también nuestro amor.

23 Habéis sido reengendrados, no de una semilla corruptible, sino incorruptible, mediante la


palabra viva y eterna de Dios. 24 Porque: «Toda carne es como heno y toda gloria como flor de
heno. Secóse el heno y se cayó la flor, 25 mas la palabra del Señor permanece siempre.» Esta es
la palabra evangelizada a vosotros.

El presupuesto para la incorporación a la nueva familia como hermanos o hermanas es un renovado


nacimiento espiritual, un nuevo empezar a vivir. Una vez se aludió ya en nuestra carta (1,3) a esta
hora tan decisiva del nuevo comienzo. También el Israel veterotestamentario había pasado por tal
hora, en la que le fue otorgada nueva vida por la palabra del Señor, en el Sinaí. Los antiguos
comentaristas entendieron esta hora, no sólo en el sentido de gracia, en cuanto que Israel se
mantuvo en vida en cada encuentro con Dios y no fue pulverizado por la fuerza y poder de Dios,
sino ante todo en el sentido de que, mediante la alianza con Dios y la ley, le fue otorgada nueva
vida.

La situación de los cristianos es comparable con esto. También a ellos los había interpelado Dios
poderosamente, también a ellos les alcanzó su palabra cuando entraron por primera vez en contacto
21
Cf. 2Pe 2,2; «El camino de la verdad» = el verdadero camino = la verdadera práctica de la religión.
con Jesucristo, «palabra viva de Dios» (Heb 4,12). El encuentro del hombre con Cristo es asunto de
vida y muerte, como para Israel en el Sinaí. Al que cree y se somete a la ley de Cristo se le otorga
por segunda vez la vida.

Muchos textos del cristianismo primitivo muestran que no precisamente el bautismo, sino ya la
primera vez que conscientemente oyeron el Evangelio, la buena nueva de la muerte y resurrección
de Jesús de Nazaret, fue concebida como regeneración o nuevo nacimiento. Aquí deben los lectores
recordar la hora en que por primera vez prestaron atención a la predicación de los mensajeros de la
fe y sintieron que la palabra de Dios hería su corazón. Algo de esto se verifica cada vez que
prestamos atención a la palabra de salvación y la aceptamos.

El curso de las ideas en esta sección es el siguiente: Cuando oísteis hablar de Jesucristo
comenzasteis a ser hombres nuevos. Entonces os esforzasteis también por llevar una vida
verdaderamente cristiana y por despojaros de vuestros vicios paganos. Ahora coronad este proceso
con un crecimiento en el amor cristiano. La vivencia individual del primer sí y el trabajo, distinto
para cada uno, sobre su propio yo deben tener por meta la comunión en el amor, es decir, en
definitiva la Iglesia.

La exhortación pasa a un anuncio jubiloso de la amplitud y profundidad de la vida con Cristo, un


anuncio que nos habla de la buena nueva. La palabra de Dios procede del libro de la consolación
del profeta Isaías (Is 40,6-8). Toda carne es, en verdad, una pobre hierba flaca, pero Dios es
constante y firme. Estas palabras se concluyen con una orden de Dios: Ve a la montaña y alegra a
esa carne, anuncia a esa carne, anuncia a esa hierba perecedera la buena nueva. «Ahí está vuestro
Dios.» Mirad, el Señor viene con poder. Pero no sólo con poder; viene también como pastor que
lleva en sus propios brazos a los débiles corderos (cf. Is 40.9-11).

Y de esta palabra eterna de Dios, de esta promesa de Dios, de venir a los hombres como rey y
pastor, dice nuestro versículo final: Esto se ha cumplido en vosotros. Esta es la palabra de Dios que
da vida, esta es la palabra que se os ha evangelizado como buena nueva.

5. QUINTA RECOMENDACIÓN: APETECED, COMO NIÑOS RECIÉN NACIDOS, LA


PALABRA DE DIOS (2,1-3).

1 Despojaos, pues, de toda maldad y de toda falsedad, de hipocresías, de envidias y de toda clase
de maledicencias. 2 Como niños recién nacidos, apeteced la leche espiritual y pura, para crecer
así hacia la salvación, 3 si es que habéis «gustado lo bueno que es el Señor».

Una vez más ve Pedro al pueblo de Israel junto al monte Sinaí como figura de las comunidades
cristianas. Son el pueblo que ha aprendido a conocer a Dios, al que Dios ha comenzado a hablar.
Con ello han sido hechos hijos delante de Dios. No sólo han comenzado, como Israel en el desierto,
a tener sed del agua de la roca, sino que necesitan incluso leche. San Pedro busca precisamente una
imagen que hable todavía más claramente de la nueva condición de hijos adquirida de los
cristianos. Deben ser como niños recién nacidos, que han comenzado a pedir a gritos el pecho de la
madre. San Pedro les dice: Bebed, pues, desead con avidez este alimento puro, no adulterado, único
que fortifica y robustece.

Pero si son niños pequeños, no es sólo porque por la palabra de Dios han nacido de nuevo, sino
también porque se despojan de toda maldad y falsedad, y ahora, como niños pequeños, son
discípulos humildes e ingenuos de Cristo, únicos a quienes está abierto el acceso al reino de los
cielos.22 Aquí confluyen las dos interpretaciones cristianas primitivas del niño pequeño. Los
cristianos, ciudadanos y esclavos, mujeres y maridos, presbíteros y clérigos despojándose de toda
maldad deben convertirse de hombres de mundo en niños humildes y puros en Cristo. Y por otro
lado: de esta nueva infancia en la fe en Cristo deben crecer hacia la entera magnitud de su vocación
cristiana. Los mismos hombres que en este pasaje son comparados con «niños recién nacidos»,
pocos versículos más abajo son apostrofados como «nación santa» y como «sacerdocio regio»
(2,9). En el versículo segundo se carga el acento, no sobre la vida todavía breve, sino sobre el ansia
de la verdad de Dios.

Para el niño de pecho es la leche materna el alimento, el pan de todos los días, en el que la madre
misma se da. Dios, cuyo amor a nosotros se compara con el de una madre a su niño pequeño, se da
a la humanidad en su propio Hijo, la palabra eterna. Por esto el texto original designa esta leche
como leche de la palabra, del Logos. Es Jesucristo mismo, al que los destinatarios han recibido en
su corazón en la palabra de la buena nueva, para fortalecerse en él y por él. Pero entonces había
también falsos maestros que ofrecían leche aguada. Ahora bien, la leche «pura», no adulterada, es
la predicación apostólica sobre Cristo, en cuyo centro se halla el relato de su pasión. 23

Si un hombre toma en serio lo que le anuncia el Evangelio, su vida se modificará espontáneamente.


Será como si tal hombre cambiara de vestido. En lo que realmente se insiste no son vicios
clamorosos, como homicidio, hurto o desenfreno, sino insinceridades, desafecciones ocultas.
Obsérvese que «hipocresías» y «envidias» se mencionan incluso en plural: las hipocresías, todas
esas pequeñas tentativas de hacerse uno pasar por mejor de lo que es; las maledicencias, palabras
poco caritativas sobre nuestro prójimo más allegado.

El vestido es aquí símbolo de cualidades morales de una persona. En este simbolismo se pone de
manifiesto un gran optimismo. El pecado se considera como algo de que el hombre debe realmente
«despojarse», como de un vestido, de modo que se ponga de manifiesto su ser más íntimo, que no
está, pues, en modo alguno corrompido hasta las raíces, sino que es bueno.

Ahora se añade todavía un último motivo de esta recomendación: así como al niño de pecho le
viene el apetito de la leche materna cuando la gusta por primera vez, así también en los cristianos
debería crecer cada vez más el ansia de santificarse, después de haber gustado lo que significa ser
cristiano. Ahora, después de haber atravesado la maraña de errores judíos y paganos, han
experimentado lo que es en realidad el Señor Jesucristo.

6. SEXTA RECOMENDACIÓN: SED PIEDRAS VIVAS PARA EDIFICAR (2,4-6).

4 Acudid a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero ante Dios escogida y preciosa. 5
También vosotros servid de piedras vivas para edificar una casa espiritual, ordenada a un
sacerdocio santo, que ofrezca sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo.

Las dos palabras «a él» del primer versículo se refieren al «Señor», del que en el versículo
precedente se dice que lo han gustado como bebida los caminantes. Cristo es no sólo la bebida, sino
también la roca de la que brota agua.24 Ahora bien, esta roca se ha convertido ahora en piedra
labrada y hasta en piedra fundamental, en esa piedra angular en la base de la edificación, de la que
dependen la dirección de los muros, la cohesión y la resistencia de la fábrica. 25 Hacia esa piedra
viva deben peregrinar ellos, que vienen del «tenebroso Egipto». En la imagen de la piedra viva se
22
Cf. Mt 11,25; 18,3.
23
Cf. pasajes como 1Pe 2,21-25 y 4,13s.
24
Cf. 1Co 10,4.
asocian dos contrastes extremos: la dureza de una roca y la vida palpitante, la verdad de Dios,
eternamente fiel a sí misma, y el amor de Dios. Esta gran piedra fundamental de Dios fue
descartada de la obra por los constructores como inútil y difícil de manejar. Pero precisamente esa
piedra que en sentido terreno había perdido su valor, ese ajusticiado ante las murallas de Jerusalén,
se ha convertido a los ojos de Dios en la piedra bien probada y, por tanto, doblemente valiosa.
Muerta en apariencia, volvió a vivir de nuevo. Más aún: esta piedra no sólo vive, sino que contiene
la plenitud de la vida y es capaz de vivificar a otros.

A la piedra fundamental viva y verdadera deben asemejarse las otras piedras. Quizá sean también
estas rechazadas por los hombres. Pero precisamente tales piedras vivas, experimentadas, quiere el
Padre colocar en la construcción sobre la primera piedra angular que sirve de base. Para ello deben
estar prontas a dejarse labrar a golpes y colocar y adaptar por Dios en la estructura de las demás
piedras vivas. En el pensar bíblico la palabra «edificar» no significa, en modo alguno, un
procedimiento puramente mecánico, muerto. Dios, por ejemplo, «edifica» a Eva de la costilla de
Adán (Gén 2,22); a David le promete que le «edificará una casa» en su descendencia carnal (2Sam
7,11). Así resultaba obvio pasar de la edificación carnal a la espiritual de una comunidad de
hombres. Y de aquí no hay más que un pequeño paso a las palabras de Jesús a Pedro, que aquí
podemos oír implícitamente: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificará mi Iglesia» (Mt 16,18).

La «casa espiritual» edificada con «piedras vivas» es un «sacerdocio santo». Estas palabras se
refieren a muy diferentes estados, profesiones, edades y generaciones. Ser miembros de la Iglesia
significa ser sacerdotes. ¿Cómo puede Pedro designar a una comunidad como comunidad de
sacerdotes? La respuesta se halla en el mismo versículo: Todos han de ofrecer sacrificios. Si
todavía preguntamos en qué pueden consistir estos sacrificios, tampoco necesitamos buscar muy
lejos. Este mismo dejarse uno edificar como piedra bien probada, por cuanto hecha semejante a
Cristo, labrada a golpes y que, sin embargo, respira y vive, significa ya un sacrificio infinitamente
grande, agradable al Padre. En efecto, tal edificación del templo de Dios sólo puede verificarse allí
donde se hallan piedras de construcción, que con humildad, obediencia, respeto y consideración se
hacen aptas para la estructura de esta casa eterna que es la comunidad de los santos. En el
sacerdocio de la vida cristiana, que comienza con el bautismo, se ha de ofrecer el hombre entero al
constructor a la manera de piedra de construcción.

6 Por eso está escrito: «Mirad que pongo en Sión una piedra angular escogida, preciosa, y el
que crea en ella no será defraudado.»

La cita procede probablemente del libro de Isaías. 26 El texto habla del hecho de poner Dios la
piedra fundamental en Sión. Esta Sión, la montaña santa del Señor, es la meta última del pueblo de
Dios que camina y peregrina. Allí, en ese lugar santo, que en la carta a los Hebreos (Heb 12,22)
forma ya una unidad espiritual con la Jerusalén celestial, está colocada en forma inamovible, como
piedra fundamental, esa verdad que encarna Jesucristo en su persona.

La inseguridad de la mentira, la inestabilidad del egoísmo y de la fe lánguida cesará allí donde una
fe viva esté firmemente asegurada en esa piedra. Los mismos hombres convertidos en piedras de
construcción comienzan a participar de la firmeza de Dios. Y esta firmeza divinamente duradera se
mantiene fiel. Cuando después de la muerte toda grandeza que se había basado en éxito terreno y
25
Si atendemos a 2,6, resulta claro que esta piedra fundamental del templo en Jerusalén debemos representárnosla
enclavada en la montaña de Sión.
26
El autor no utiliza directamente el Antiguo Testamento, sino alguna colección de textos de los profetas usada en el
cristianismo primitivo, que parecían de especial importancia a los catequistas de la era apostólica. También en la forma
del texto se aparta la cita del texto griego del Antiguo Testamento. Por otra parte, en esta discrepancia ( tithemi) concuerda
con Rom 9,33. Parece, pues, que los redactores de Rm y de 1P utilizaron el mismo modelo.
en poder terreno se desvanezca y quede reducida a nada, entonces llegará la gran hora para el que
con fe había comenzado ya a participar de la firmeza de la edificación divina. No tendrá que
avergonzarse de haber creído en el Crucificado, en la piedra desechada por los constructores
terrenales...

7. RECAPITULACIÓN: EL PUEBLO SANTO DE DIOS (2,7-10).

7 Lo de preciosa, pues, va por vosotros, los creyentes; mas por los no creyentes: «La piedra que
rechazaron los constructores, ésa vino a ser piedra angular, 8a y piedra de tropiezo y roca de
escándalo.» En ella tropiezan los que se rebelan contra la palabra; ...

Han terminado los seis requerimientos o recomendaciones (1,13-2,6). Ahora comienzan las grandes
conclusiones de la primera parte, que casi adoptan la forma de un himno. En primer lugar se
recuerda todavía brevemente que los creyentes tienen participación en la gloria de la piedra angular
rechazada por los hombres, pero tanto más valiosa y preciosa a los ojos de Dios. Pero a
continuación se fija Pedro en el hecho, grávido de consecuencias, de que esta piedra angular, la
más inferior y más delantera en la arquitectura de Dios, puede convertirse en piedra de tropiezo y
hasta en piedra en la que se quiebren las olas de los embates contra Dios. Aquí se trata a la vez de
esa trágica experiencia de muchos hombres, para quienes, por no querer aceptar con fe la
encarnación de Dios, se convierte ésta en perdición. Se trata del misterio que vio anticipadamente
el anciano Simeón: «Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel y para blanco de
contradicción» (Lc 2,34).

8b...a esto estaban destinados.

En la carta de Bernabé se dice sobre este pasaje que la roca de escándalo fue Cristo en su carne
(entre las bofetadas de los judíos y los escarnios de la cohorte). 27 Los verdugos de Jesús, aquel
Judas, aquellos jueces, fueron a parar a eso, a eso estaban destinados según el designio de Dios:
destinados a escandalizarse en Jesús, a entregarlo y a condenarlo a la crucifixión por odio y
envidia.

Con absoluta soberanía pone Dios, a lo que parece, a hombres y destinos, como figuras blancas y
negras, en el ajedrez de la historia. Y, no obstante, cada cual conserva su propia responsabilidad.
Más aún, precisamente esta libertad que tiene el hombre de poder obrar incluso contra la voluntad
de Dios, la hace Dios entrar en sus planes. En la tierra no podremos nunca escudriñar este misterio
de la libre voluntad humana, que, con todo sólo parece ser realmente libre cuando participa en la
voluntad absolutamente libre de Dios.

9 Pero vosotros sois «linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo adquirido» por
Dios «para anunciar las magnificencias» del que os llamó de las tinieblas a su maravillosa luz.

Sin querer reemplazar al Israel del Antiguo Testamento por algo de otro género, se proclama el
verdadero cumplimiento de todas las antiguas esperanzas de Israel. A las comunidades cristianas se
aplican los grandes títulos honoríficos del pueblo de Dios. Ellas son, en primer lugar, «linaje
escogido». Se trata de las mismas personas a las que al principio se interpelaba ya como peregrinos
elegidos (1,1). Vistos con los ojos de la fe constituyen el resto santo del último tiempo mesiánico,
ese rebaño que guiado por un gran pastor avanza por el desierto y es objeto del amor y de la
solicitud del Padre celestial.28 Ya en este primer título honorífico de «linaje escogido» hay una
27
Bernabé 6,2-9.
28
Cf. 2,25; 5,4.7.
resonancia del texto de Isaías que domina todo el versículo: «Porque he puesto agua en la estepa y
torrentes en el desierto, para abrevar a mi linaje, a mi linaje escogido, a mi pueblo que yo adquirí,
para que proclame mis hechos» (Is 43,20s).

Antes se había hablado de un sacerdocio «santo» (2,5); aquí se habla también de sacerdotes regios,
o reyes que son a la vez sacerdotes. Tal condición regia, tal pertenencia al linaje del rey incluye
también poder para dominar. Este poder de dominar lo refiere Pedro a la vida de los cristianos:
éstos deben dominarse a si mismos. Así, aun en estos mismos títulos gloriosos se siente palpitar
algo de su solicitud fundamental de exhortar a los que le están encomendados, solicitud que se
extiende por toda la carta. Pero esta exhortación apenas perceptible está incrustada en la
consoladora proclamación de la verdadera grandeza de todo cristiano bautizado.

Con razón se ha considerado en todo tiempo este texto del sacerdocio regio como el fundamento
más importante de la doctrina católica del sacerdocio universal. Es significativo que en todo el
Nuevo Testamento sólo a Jesucristo se le llame sacerdote. A los prepósitos de las comunidades sólo
se les da el nombre de guardianes o de ancianos. Por ello es tanto más sorprendente que aquí todos
los cristianos, sin excepción, sean apostrofados como un sacerdocio regio. La Iglesia primitiva
estaba íntimamente convencida de que todos los elegidos, hombres o mujeres, tenían sus funciones
sacerdotales en la liturgia celebrada en común, de que todos «celebraban» en común. 29 De todos los
israelitas se decía en el libro del Éxodo: Allí, en el Sinaí, todo Israel vino a ser un pueblo de
sacerdotes, porque fue capacitado para asumir ministerios de intermediario por todo el género
humano.30 Exactamente este mismo poder reciben todos los bautizados en favor de la humanidad en
medio de la que vivimos en favor del mundo que no puede, o ya no puede, ser creyente. En esta
aserción del quehacer sacerdotal de todos los miembros de la Iglesia con respecto al mundo se da
también la más espléndida justificación de la actividad misionera de todo cristiano.

Todos los títulos honoríficos que preceden se ven todavía en cierto modo compendiados en la idea
de que los cristianos son una posesión de Dios, que él mismo se ha reservado en forma
completamente personal, un pueblo que le pertenece de manera totalmente personal, una
comunidad que como pueblo puro, santo, sacerdotal, regio, tiene la misión de glorificar a Dios
precisamente en virtud de esta santidad. Los cristianos están llamados a demostrar, con su vida, que
la poderosa intervención de Dios hasta en el más íntimo yo de una persona es capaz de hacer santos
de pecadores y hasta de quienes habían sido enemigos de Dios.

La gran gesta de Dios con respecto a su pueblo consiste en que él puede llevar a los hombres de las
tinieblas a la luz. En esta aserción del llamamiento de las tinieblas a la luz resuena por última vez el
motivo del éxodo de Israel de Egipto. En este júbilo final se habla incluso de un llamamiento de las
tinieblas a su «maravillosa luz». En el final mismo de la carta (5,10) se designa este mismo hecho
como un llamamiento «a su eterna gloria». Lo uno y lo otro, luz y gloria, es ya ahora realidad: el
mundo mismo en que vivimos, viste en su situación concreta. Estamos llamados a ser para la
humanidad sacerdotes regios, que irradian gozo, con dominio de sí mismos.

10 Los que en un tiempo erais «no pueblo» ahora sois pueblo de Dios; los que erais «no
compadecidos» ahora sois los compadecidos.

29
Realmente existieron en todo tiempo en esta liturgia diferentes ministerios, diferentes grados. Ya san Clemente subraya
cuán importante es que «cada uno ofrezca a Dios la eucaristía en el orden jerárquico que le corresponde» (1 Clem 41, 1).
30
Ex 9,27s.
El tiempo presente se distingue del pasado en que Dios ha otorgado ahora su misericordia. Pero a
Pedro le importa no menos subrayar que en un tiempo no eran pueblo, pero ahora son llamados a
ser el pueblo de Dios, a formar este pueblo mismo de Dios. El profeta Oseas debió en un principio
llamar a sus dos hijos «No agraciado» y «No mi pueblo» respectivamente (Os 1,6-9). Pero luego
describe el mismo profeta en forma conmovedora cómo el amor de Dios -como el de un esposo- se
vuelve de nuevo a la esposa repudiada: «Yo agracio a la "No agraciada" y digo a "No mi pueblo":
"Tú eres mi pueblo". Y él me responde: "Tú, mi Dios"» (Os 2,25). La Iglesia es el pueblo escogido:
el pueblo que se ha de multiplicar, que ha de sostener luchas, que se verá probado con
enfermedades y desórdenes internos, pero que no cesará nunca de ser agraciado.
 
Parte segunda

DEBERES DE LOS LLAMADOS (2,11-4,11)

La parte introductora (1,3-2,10) se había cerrado con una descripción gozosa, estimulante y
entusiasta del estado en que se hallan los cristianos. Con la interpelación «carísimos» se inicia algo
nuevo. Sólo en 4,12 vuelve a llamarse «carísimos» a los destinatarios. El espacio intermedio forma
la parte principal de la carta. En ella se nos exhorta, dándonos ánimos, con reiteradas referencias a
Cristo, nuestro modelo.

l. EXHORTACIONES GENERALES (2,11-12).

Antes de entrar en las exhortaciones particulares señala Pedro la importancia fundamental del
sacrificio, de la renuncia y de las buenas obras. Todo esto aprovecha a la propia alma y es a la vez
el medio más eficaz para hacer que los paganos que nos observan con escepticismo, abran los ojos
a la verdad de Dios.

1. RENUNCIA PERSONAL (2,11).

11 Carísimos, os exhorto a que, como forasteros y peregrinos, os abstengáis de los deseos


carnales, porque combaten contra el alma.

La designación «carísimos», sin ninguna añadidura, no se conocía como encabezamiento de una


carta en el mundo antiguo anteriormente a las primeras cartas cristianas. Tal denominación brota de
la convicción de que todos los cristianos, hechos hijos de Dios por un nuevo nacimiento, han
venido a ser entre sí hermanos queridos (1,22s).

Lo que los hace dignos de amor no son las cualidades que puedan tener, sino la grandeza de aquel
que los amó. Y así los ama también de todo corazón san Pedro, al que tras el interrogatorio sobre el
amor se le encomendó el cuidado de la grey del Señor (Jn 21,15-17). Esta interpelación personal
brotó con viveza y hasta como necesariamente del entusiasmo expresado en 2,9s. Aquí se deja
sentir el espíritu que anima a esta entera carta pastoral (2,25), a esta carta pontificia romana (5,13),
primera en la historia de la Iglesia de Cristo. De este espíritu de amorosa solicitud brotan las
siguientes palabras que exhortan y animan a los destinatarios.

Si se entendiera que deseos carnales son simplemente desórdenes morales, se suprimiría lo mejor
del texto. La Iglesia primitiva entendió por apetitos de la carne, en primer lugar, algo muy distinto.
En la llamada Doctrina de los doce apóstoles, que es el escrito más antiguo del cristianismo
después del Nuevo Testamento, se amonesta en consonancia verbal con nuestra carta: «Abstente de
los deseos-carnales y corporales».31 Y luego, como explicación de lo que se entiende por ese
abstenerse, sigue una enumeración de las recomendaciones del sermón de la montaña: Al que te
golpee en la mejilla derecha, ofrécele también la izquierda; al que te requise para una milla, vete
con él dos; al que te pida la túnica, dale también el manto. Así pues, el apetito de la carne consiste
ante todo en el amor propio, en el egoísmo, que es el peor enemigo del alma. Esta primera
exhortación fundamental es ya una preparación para la primera exhortación particular a la sumisión

31
Didakhe 1,4.
humilde y a la renuncia a la soberbia, segura de sí misma 32 sin lo que toda aspiración a la
perfección se queda en pura apariencia...

2. CONDUCTA EJEMPLAR (2,12).

12 Llevad entre los gentiles una conducta ejemplar. Así, en lo mismo que os calumnian como
malhechores, a la vista de vuestras buenas obras glorificarán a Dios en el día de la visita.

No sólo internamente (2,11), sino también en forma visible al exterior (2,12) deben los cristianos
mostrarse dignos de su condición de sacerdotes regios. Deben llevar una conducta tan ejemplar que
atraiga las miradas de los otros. No cabe duda de que en esta manera de dar importancia a las obras
exteriores late un peligro de hipocresía. Son numerosas en los Evangelios las imprecaciones contra
los fariseos hipócritas, que ponen también en guardia a los cristianos contra esta peligrosa
tentación. Debemos predicar con obras, que no son sino irradiación de la nobleza interior del alma.
Y la experiencia enseña que la predicación con las obras es más importante y más eficaz que la
predicación con palabras, que casi son vanas si no van acompañadas de obras. 33

El objetivo último de la predicación mediante las buenas obras no se cifra aquí en ganar a los
paganos para el cristianismo,34 sino en incrementar la gloria y la alabanza de Dios el día de la
visita. Por el día en que Dios, cuidándose de la humanidad en forma especial, la «visita», benigno o
también airado, se entiende el día postrero, es decir, el tremendo y al mismo tiempo grandioso acto
final del drama de la historia de la obra salvadora de Dios con los hombres. No se dice
expresamente si tales calumniadores comprenderán ya anteriormente la verdad. En todo caso es de
desear que esto se vaya preparando ya mientras, todavía en vida, pueden observar a los cristianos.
Sin embargo, puede suceder que a los que ahora viven como si no existiera ese «día de la visita»,
sólo en tal día se les abran con pasmo los ojos. El texto deja esta cuestión en suspenso. Lo
importante es que en todo caso la santidad de Dios se ponga maravillosamente de manifiesto y se
haga digna de alabanza por sus santos y en sus santos. En nuestros esfuerzos no se trata del éxito
inmediato, sino del eterno.

II. NORMAS DE CONDUCTA PARA LA VIDA COTIDIANA (2,13-3,12).

Tras la exhortación general a luchar contra el amor propio y contra el egoísmo y a llevar incluso
exteriormente una vida ejemplar, comienzan ahora las exhortaciones particulares a la sumisión a la
autoridad del Estado (2,13-17), a la de los esclavos a los señores (2,18-25), de la mujer al marido
(3,1-6) y a la consideración del marido con la mujer (3,7). Una exhortación general a la mesura en
el trato de unos con otros y al perdón (3,8-12) cierra esta sección, que quizá como ninguna otra nos
da una idea de la vida cotidiana de la Iglesia primitiva. Su descripción del ejemplo del Señor
(2,21b-24) es una de las partes más bellas de la carta.

1. SUMISIÓN A LA AUTORIDAD DEL ESTADO (2,13-17).

13 Someteos a toda institución humana, a causa del Señor: ya al rey como a soberano, 14 ya a
los gobernadores, como a enviados por él para castigar a los malhechores y elogiar a los que
hacen el bien. 15 Porque ésta es la voluntad de Dios; que obrando el bien, amordacéis la
ignorancia de los hombres insensatos.

32
2,13.18; 3,1.5; 5,5.
33
Algunos ejemplos en el NT: Mt 5,16; 1Ts 4,12; 1Co 10,31s; Col 4,5.
34
Diversamente 3,2.
Por primera vez se dice que los cristianos deben someterse, es decir, considerarse como
subordinados. Es característica de nuestra carta la exhortación a someterse espontáneamente, a
ponerse bajo las órdenes de la autoridad pública o de cualquier señor terrenal. 35 También en este
punto es la carta un reflejo de la doctrina cristiana primitiva. 36 La cuestión de la relación del
cristiano con el Estado no se puede separar de este ideal cristiano general de la subordinación
voluntaria. Constantemente está en el primer plano la virtud cristiana de la obediencia y de la
humildad. Lo que se dice de la subordinación en la vida política se aplica igualmente en la familia
(3,1-7) y en el puesto de trabajo (2,18-25). Anteriormente se habían aducido ya dos razones de la
sumisión voluntaria: la salud eterna del alma y la gloria de Dios (2,11s). Ahora se añade que se
debe proceder de esta manera a causa del Señor. Esto quiere decir en primer lugar: por el ejemplo
del Señor, que no sólo se sometió a la voluntad del Padre, sino que además se humilló adaptándose
a las preguntas de Anás y de Caifás, a los caprichos de Herodes y de Pilato, al apremio y a las
peticiones del pueblo y a las mil y mil preguntas y singularidades del grupo de los discípulos que le
acompañó años enteros. Con estas palabras: «a causa del Señor», es posible que se quiera también
decir: para agradar al Señor, «por amor del Señor», por amor de ese Señor cuya pasión conocen los
cristianos (2,21b-24a), por cuyas sangrientas heridas fueron curados (2,24b), cuyo ser conocieron
con los ojos de la fe y al que comenzaron a amar gozosamente como a amigo (1,8).

De dos maneras se designa la relación de los cristianos con el Estado romano. Ya al comienzo de la
carta, en el encabezamiento (1,1) se expresó un aspecto doble. Los cristianos deben por una parte
considerarse como dispersos o diseminados por el mundo para llevar frutos espirituales en él y en
colaboración con él; por otra parte deberían también reconocerse como «peregrinos» o forasteros,
que aunque se hallan en este mundo, no tienen aquí su patria, que, por tanto, conservan su libertad
interior frente a todas las organizaciones e instituciones estatales. En el pasaje que nos ocupa se
habla de la relación positiva del cristiano con la autoridad civil, de la colaboración, con voluntad de
servicio, con todas las instituciones públicas legitimas y provechosas para el bien común. Aquí
tiene san Pedro ante los ojos un aparato administrativo del Estado, que se halla a la altura de su
quehacer. Sobre todo en las ciudades de provincia del imperio romano, en los primeros tiempos de
los emperadores, experimentaba todavía el ciudadano la sensación de una administración bien
ordenada y de una rigurosa disciplina. A esto se añadía la tradición del Antiguo Testamento, que
incluso en el Estado pagano veía un instrumento de Dios.

Sin el menor reparo reconoce san Pedro al rey, al césar o al emperador, así como a sus órganos, el
derecho de condenar a los criminales. En la carta a los Romanos se dice todavía más claramente
que la autoridad lleva a este objeto «la espada» de la justicia (Rom 13,4). Además del derecho de
castigar se reconoce al Estado el derecho de elogiar y distinguir a los que lo merecen. Tratándose
de distinciones de los ciudadanos especialmente beneméritos de la comunidad no hay que pensar
precisamente en condecoraciones, tan corrientes hoy día, sino más bien en el registro de sus
nombres en la lista honorífica de la ciudad, o en la erección de la estatua de un ciudadano en la
plaza del mercado.

Pedro escribe sobre estos derechos de un Estado pagano porque desea que también los cristianos
puedan desempeñar su papel en esa vida pública, incluso política. Dice que es la voluntad misma
de Dios (2,15) que los cristianos den prueba de sí, incluso públicamente, mediante obras de
beneficencia y dando muestras de su capacidad. En esto se deja sentir un gran optimismo, que en
todas partes cuenta con la presencia de hombres que piensen y juzguen rectamente. Es evidente que
en ninguna parte se alabará a los cristianos por sus prácticas religiosas, pero es de esperar que por

35
Cf. 2,13.1S; 3,1.5; 5,5.
36
Textos parecidos sobre la subordinación en otras reglas de vida del cristianismo primitivo: Rm 13.1-7; Ef 5,21s; 6,1.5.8;
Col 3,18.20.22.24; 1Tm 2,11; 6,1s; Tit 2,5.9; 3,1.
lo menos no haya que censurarlos tocante a su amor al trabajo, a su prontitud en prestar servicios y
a su cumplimiento del deber. Tampoco aquí se trata de tentativas de misionar en el puesto de
trabajo o entre la parentela por medio de bellas palabras (cf. 2,12; 3,1). Las obras son más eficaces
y elocuentes.

16 Vivid como libres, no usando la libertad como disfraz de la maldad, sino como esclavos de
Dios.

A la exhortación a la sumisión a la autoridad del Estado y a la colaboración siguen como


complemento unas palabras de gran elevación sobre la libertad de los cristianos frente a dicho
Estado. Estos ciudadanos y mercaderes, estos funcionarios y soldados, estos menestrales y amas de
casa, y hasta estos esclavos y esclavas deben en definitiva sentirse como libres con respecto a las
leyes y poderes del Estado. La libertad de los cristianos se funda en el hecho de pertenecer a un
Señor más grande, para el que fueron comprados como esclavos al precio de la sangre de Jesucristo
(1,18s). Sólo a él están subordinados sin restricción. Su autoridad está muy por encima de la del
Estado romano, omnipotente en apariencia. Si alguna vez las órdenes de alguna instancia pública se
oponen a las leyes de Dios escritas en los corazones de los hombres, automáticamente pierden su
fuerza de obligar para todos los que se reconocen esclavos de Dios. Con ello no desaparece quizá
sin más su carácter conminatorio e inquietante. Pero en la medida en que vaya creciendo en ellos el
santo temor de Dios (2,17) propio de su condición espiritual de esclavos, podrá también
desvanecerse el temor a los poderosos de la tierra. Cuanto más se hace uno esclavo de Dios, tanto
menos se siente coaccionado en la tierra. Servir a Dios es por tanto reinar espiritualmente.

17 Honrad a todos, amad a los hermanos, temed a Dios, honrad al rey.

La sección relativa al comportamiento de los cristianos en la vida pública se cierra con un principio
general: En todo caso respetad a todos, se trate de quien se trate. La marcada frase final «honrad al
rey», a la que apunta todo lo que precede, muestra que Pedro no ha perdido todavía de vista el tema
de la subordinación del cristiano a los que están investidos de autoridad política. Deben tributar a
los funcionarios del Estado los honores que les corresponden sometiéndose a la autoridad según el
ejemplo de Cristo.

Algo diferente es el respeto y la veneración que se ha de profesar al Padre eterno. Como hijos y
esclavos deben pensar que Dios puede castigar no sólo temporalmente, como los hombres, sino que
incluso puede precipitar en la condenación eterna (cf. Mt 10,28). Este alto grado del temor, el
temor de Dios, hallará su expresión en la obediencia absoluta. Aunque no se dice expresamente,
por la manera de enumerar las diferentes formas de temor aparecen claros los límites que no debe
transgredir este temor cristiano en el trato con los grandes de la tierra si no quiere convertirse en
servilismo y adulación. El espíritu de temor se manifiesta así como virtud fundamental del hombre
racional en el trato con Dios y con su entera creación. Y también el amor de los hermanos se
destaca como una forma de tal temor, que no vacila en tener a los otros por superiores (Flp 2,3).

2. SUMISIÓN DE LOS ESCLAVOS DOMÉSTICOS (2,18-25).

a) Exhortación (2,18).

8 Esclavos, someteos a vuestros amos con todo temor no sólo a los buenos y comprensivos, sino
también a los rigurosos.
Después de haber exhortado a todos los cristianos a someterse a la autoridad civil, comienzan ahora
las instrucciones a determinados grupos particulares. Tales catálogos de deberes que incumben a
determinadas profesiones y condiciones pueden designarse como reglas de vida. 37 En primer lugar
se dirige san Pedro al estado más bajo. Los esclavos y esclavas representan para Pedro en su forma
más pura el tipo de la concepción cristiana del hombre; en efecto, el cristiano es esclavo de Dios
(2,16), y en su humillación y sufrimiento se hace muy semejante a Cristo (2,21). 38 De aquí que sólo
a esta primera exhortación a los esclavos se añada el incomparable cuadro de los sufrimientos del
Señor (2,21 b-24), que suena como un retazo del relato evangélico de la pasión. El trato de
preferencia que se da a estos esclavos y esclavas, aparentemente sin derechos ni honra, se funda en
el tema capital de toda la carta, cuya pieza central comienza aquí: consolando y exhortando trata de
convencer de que mantenerse en sufrimientos equivale para el cristiano a mantenerse en gracia
(2,19a.20b; cf 5,12).

Los esclavos deben someterse a los amos con todo temor. Sólo aparentemente se significa con esto,
que el criado o esclavo debe apresurarse a obedecer a cualquier indicación del amo de casa porque
vive en constante temor del castigo. En efecto, en 2,20 se dice que estos mismos cristianos soportan
sin miedo golpes inmerecidos; en 3,6 se exhorta explícitamente a las mujeres a no tener temor; y en
3,14 vuelve a subrayarse que el cristiano no debe temer a los hombres. No se trata de temor de los
hombres sino de temor de Dios. Los esclavos no deben considerarse esclavos de amos terrenos,
sino de Dios. A él dirigen la mirada con santo respeto cuando obedecen las órdenes de señores de
la tierra.

b) Primera motivación: El sufrimiento es gracia (2,19-21a).

19 Puesto que es una gracia soportar penas, padeciendo injustamente, con la conciencia de que
Dios lo quiere. 20 Pues ¿qué mérito tenéis soportando golpes por haber pecado? Pero si los
soportáis por haber hecho el bien, esto es una gracia ante Dios.

Tras la orden seca comienza ahora un tono más suave de explicación: tal obediencia es agradable a
Dios, merece su aprobación; tal hombre halla gracia a los ojos de Dios. ¿Cómo concibe, pues,
Pedro la situación de los interpelados? Los amos de tales esclavos son a veces caprichosos o hasta
malévolos, incluso virulentos, insidiosos. Piensa en situaciones en las que a un cristiano,
precisamente por ser cristiano, se le molesta constantemente con pequeñas hostilidades
disimuladas. Más gravemente que los golpes le afligen a diario estos desaires inmerecidos. El pobre
ha trabajado y ha prestado servicios y en recompensa es objeto de befas y de irrisiones, quizá
porque alguna vez se le ha visto rezar. No tarda en ser considerado por los otros esclavos como uno
a quien se pueden jugar malas partidas, ya que no salen en su defensa ni el amo de casa ni su
capataz.

Algo así es la situación de esos de quienes se dice que comenzaron a brillar con belleza espiritual,
que sobre ellos se posa clemente y con especial complacencia el ojo de Dios. Todo lo absurdo de la
doctrina y de la vida cristianas parece tocarse con la mano...

21a Para esto fuisteis llamados.

San Pedro llega incluso hasta a afirmar que tal es la finalidad de la conversión al cristianismo, que
los destinatarios han sido llamados para esto. El sentido del pasaje no deja el menor lugar a duda:
37
Se hallan también en la literatura extrabíblica. Dentro del Nuevo Testamento hay, además de nuestro texto, todavía
otros cinco pasajes con parecidas reglas de vida: Rm 13,1-7; Ef 5.21-6.9; Col 3,18-4,1; 1Tm 2,1-3,13; 6,1s; Tt 2,1-3,3.
38
Cf. también Flp 2,5-11.
aceptar el sufrimiento del alma y del cuerpo es el estado a que apunta en definitiva el llamamiento
y la elección de Dios aquí en la tierra. Esto se comprende bien por otros pasajes de la carta. En
ellos se ha trazado el cuadro ideal de un sacerdocio santo, regio, que ofrece sacrificios por el
mundo (2,5.9). Y Pedro desea este honor para sus cristianos. Mientras antes (2,5) se dijo, a manera
de símil, que esta oblación sacerdotal consiste en entregar el propio yo como una piedra viva de
construcción al gran arquitecto divino, aquí se habla mucho más en concreto de este regio
ministerio sacerdotal: Consiste en soportar calladamente agravios inmerecidos y en tolerar con
paciencia golpes recibidos en el propio cuerpo. En el «para esto» de nuestro texto late la dignidad
de la oblación de sacerdotes regios. Y si miramos más lejos, en este «para esto» brilla ya la imagen
de aquel hombre que «en su propio cuerpo» lleva a la cruz los pecados ajenos (2,24).

Las palabras que siguen (2,21b) muestran que nos hallamos aquí ante una aserción de vigencia
universal sobre el fin supremo y el sentido más profundo de la condición de cristianos. Con esto no
se quiere decir que todos los cristianos estén llamados sin excepción y constantemente al
sufrimiento. Precisamente en 4,12 se quiere, para precavernos, se nos indica que no debe
extrañarnos si alguna vez nos veamos afligidos con pruebas. Pero, con todo, muestra la carta que la
participación voluntaria, alegre y jubilosa (1,6) «en los padecimientos de Cristo» (4,13), es lo más
grande a que un cristiano puede ser llamado por Dios. Esto es, en efecto, participación en la realeza
y en el sacerdocio de Cristo...

c) Segunda motivación: El ejemplo de Cristo (2,21b-24).

21b Porque también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas.

El último y más valioso triunfo que puede jugar san Pedro en su empeño por lograr una justa
representación de la naturaleza del cristianismo, es su descripción del Señor inspirada por un
corazón amante. Es que Cristo, con sus sufrimientos vicarios, nos mostró en forma viva el fondo
del problema.

La palabra griega que traducimos por ejemplo significa propiamente el modelo de escritura para
niños de escuela, conforme al cual aprenden a diseñar los difíciles trazos de cada letra. También en
terrenos difíciles, por ejemplo pantanosos, puede ser muy ventajoso disponer de exactos trazados
del rumbo que sigue el estrecho sendero. Quizá lo haya seguido ya anteriormente alguien, sobre
cuyas huellas se pueda caminar con seguridad. Pero si se trata de escalar una empinada roca,
entonces el guía que va en cabeza se volverá constantemente para indicar su camino. Mostrará
dónde ha puesto él mismo el pie derecho, dónde ha podido hallar un agarradero para la mano
izquierda. Además, no elegirá caminos que sean demasiado difíciles para los que le siguen. Sólo
tiene un deseo: que todos juntos lleguen con él a la cumbre. Por esto deben seguirle
cuidadosamente y atenerse confiados a su ejemplo.

Todo lo que a continuación (2,22-24) se dirá de la pasión de Jesús hemos de entenderlo como
ejemplo que debemos imitar. Ahora bien, si todo ha de ser ejemplo, también lo serán sus
sufrimientos vicarios por vosotros, es decir, por nosotros. También nosotros debemos, soportando
calladamente las dificultades, preceder animosos a otros hombres que se sienten desanimar, y
dejando huellas, quizá sangrientas, mostrarles el único camino posible.

22 Él «no cometió pecado ni en su boca se halló engaño alguno».

En estos versículos que comienzan ahora se mueve la mirada de una parte a otra: de los esclavos
que sufren, a Cristo, y de Cristo que sufre, de nuevo a los cristianos. La imagen del Señor que sufre
no sólo surge aquí como un ejemplo estimulante, sino que además brilla en su grandeza divina
exenta de todo pecado: A vosotros, esclavos, se os reprende por faltas presuntas que en realidad no
habéis cometido (2,19), pero Cristo estaba todavía mucho más libre que vosotros de cualquier
culpa. A vosotros se os golpea ahora (2,20) como si hubieseis hablado descomedidamente, pero en
boca de él no hubo nunca una sola palabra zahiriente, falsa o tendenciosa. Vosotros lucháis todavía
con vuestras faltas (2,11s), mientras que él pudo decir a sus discípulos, que estaban con él día y
noche: «¿Quién de vosotros me argüirá de pecado?» (Jn 8,46). Y a pesar de esta absoluta inocencia
le envió su Padre por el camino del sufrimiento tan incomprensible para vosotros, por el camino del
servidor de Dios, al que Isaías había descrito anticipadamente de forma tan impresionante. 39

23a Cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; cuando padecía, no amenazaba.

Tenemos ante los ojos una imagen de Cristo que sufre, tal como no la había trazado todavía ningún
escritor del Nuevo Testamento: un hombre que es insultado, que es reprendido como un criado que
se ha mezclado en cosas que no le importan, que se ve abrumado de críticas y reprimendas, y él se
calla. Salta a la vista la entrañable solicitud de Pedro por aquellos a quienes quiere exhortar. Y se
desborda todo el amor del amigo de Jesús, que con su temperamento violento, dispuesto a devolver
inmediatamente el golpe, deduce las tentaciones que experimentaría el Señor en aquellas horas de
dolor. Más aún: va todavía más lejos y pinta cuán natural habría sido al Maestro amenazar a sus
enemigos con un castigo de Dios. También para nosotros es de lo más natural esta tentación de
invocar la venganza de Dios por ofensas personales. Pedro nos grita: ¿Dónde queda vuestra
imitación de Cristo?

23b Sino que se entregaba al que juzga con justicia.

Pedro no se refiere a la condenación de Cristo ante Pilato, sino que quiere decir: Cristo se entregó,
entregó su «caso», la entera solicitud de salir por sus derechos ante la injusticia de que era víctima,
a su Padre celestial y con ello nos dio un ejemplo a nosotros, que tenemos muchas más razones
para dejar la venganza en manos de Dios (Rom 12,19). El versículo que sigue muestra que se trata
todavía de mucho más que eso. Cristo no sólo dejó su «caso» en manos del Juez eterno, sino que él
mismo se entregó a la cólera divina como víctima por los pecados. Dio un ejemplo todavía mucho
mayor cuando con humildad dejó caer sobre sí un castigo sangriento que propiamente correspondía
a otros.

Así viene a ser para nosotros «palabra» de Dios que da la pauta. También nosotros, sin preguntar si
lo hemos merecido, debemos estar dispuestos a soportar el sufrimiento, sabiendo que ha llegado el
tiempo «de que comience el juicio por la casa de Dios» (4,17), ese juicio en el que «el justo a duras
penas se salva» (4,18). La historia del género humano, con todos sus sufrimientos, que con
frecuencia tienen que ser soportados precisamente por los inocentes, resulta más comprensible si la
consideramos como grande y tremendo castigo por los pecados y la desobediencia de las criaturas
contra su Creador.

24a Él mismo llevó nuestros pecados en su propio cuerpo y los subió al madero;

Cristo no sólo llevó al Calvario la carga de nuestros pecados como un sacrificador lleva su víctima
al altar, sino que él mismo, en su encarnación, por medio de su cuerpo humano, como Dios hecho
hombre, se constituyó a sí mismo en esta víctima por el pecado, en el cordero que tomó sobre sí «el
pecado del mundo» (Jn 1,29). Se apropió de tal manera esta carga del pecado que llegó hasta a
hacerse por nosotros «maldición» (Gál 3,13).
39
La cita está en Is 53,9. Acerca de 1P 2,21-25 habría que leer, meditándolo, todo el capítulo 53 de Isaías.
Pedro lo ve todavía ante sí arrastrándose hacia el Calvario, donde se erguía ya, visible desde lejos,
el madero de la cruz. Se acuerda de cómo llevaba el palo transversal, de cómo le clavaron en éste
las manos y cómo, pendiente de él, fue izado como una vela sobre el palo vertical. Los pecados de
otros, también los de los esclavos a quienes ahora se dirige Pedro, los tomó sobre sí y los llevó a
este madero -que se convierte en altar- hasta las últimas horas de su más extremo desamparo.

Pedro no se siente ya capaz de seguir hablando de «vuestros pecados» en segunda persona, como
acababa de decir: Cristo «os» dejó un ejemplo. Habla de nuestros pecados, porque él mismo se
siente afectado con nosotros. Quiere verse envuelto con nosotros en este amor hecho hombre, en
este amor desinteresado...

24b ...para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia.

Aquí se carga el acento sobre el fin positivo del que es condición previa la muerte al pecado: para
que vivamos para la justicia. También en esto es Cristo nuestro modelo. Vivió para la justicia,
dispuesto como estaba a sufrir por los pecados de otros y restablecer así el orden perturbado. Su
amor le impelía a renovar la recta y justa relación entre el Creador y la criatura. Tampoco para
nosotros significa el vivir para la justicia otra cosa que vivir para el amor, porque el amor cristiano
tiene muy poco que ver con los sentimentalismos, teniendo más bien estrecha afinidad con la
voluntad de practicar la justicia. Dada la manera sobria de pensar de Pedro -que no obstante va
siempre hasta lo último- es significativo el hecho de que para él una vida por el prójimo, una vida
que no se retrae ni siquiera de llevar la cruz por los otros, no significa sino una vida para la justicia.
Se trata del justo cumplimiento del único gran mandamiento: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo
tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y al prójimo como a ti
mismo» (Lc 10,27).

24c «Por sus heridas habéis sido curados».

Estas heridas son las señales que la vara o el azote dejan en las espaldas desnudas. En el capítulo 53
del profeta Isaías, del que están tomadas también estas palabras (Is 53,5), al hablar de estas heridas
se usa una palabra hebrea que contiene la idea de «pintarrajear con líneas». Esto es lo que debemos
oír también aquí implícitamente. Pedro indica a los esclavos la espalda de Cristo, que es tan
semejante a la suya: inmediatamente después de los azotes se ven líneas hinchadas, de un rojo vivo,
quizá también manchas de un rojo oscuro formadas por hilos de sangre; y después se vuelven las
líneas cárdenas y verdes. Con tales heridas han sido ellos sanados como con amarga medicina.
Antes estaban enfermos, quizá como aquella ramera a la que dijo Jesús: «Tu fe te ha sanado, vete
en paz» (Lc 7,50). Y el hombre en quien ella creyó es precisamente el que más tarde se dejó azotar,
también por ella. Es posible que los destinatarios de la carta se acuerden de que también ellos
fueron sanados en su bautismo y en adelante estarán más bien dispuestos a soportar por amor, en
lugar de otros, los azotes injustos de un capataz.

d) Se concluye la exhortación (2,25).

25 Erais «como ovejas extraviadas», pero ahora os habéis vuelto al pastor y guardián de
vuestras almas.

La mirada se dirige a uno de aquellos terrenos pedregosos de Palestina en que pacen, muy
dispersas, las ovejas. El rebaño no está ya todo junto. Las ovejas se han puesto a buscar restos de
hierba en pendientes apartadas. El pastor solícito, que sabe que tales ovejas testarudas, que van
errantes de acá para allá, están expuestas a los mayores peligros de las bestias feroces, quiere
volver a recoger su rebaño. Pero para ello no es necesario correr tras cada oveja y hacerla volver a
palos. Basta con escarmentar ásperamente a alguna de las ovejas del rebaño desperdigado. En
seguida volverán también precipitadamente las otras.

Pedro ve a Cristo como a una de estas ovejas en medio del rebaño disperso que anda de una parte a
otra. Dios Padre, pastor eterno, recoge su rebaño disperso. Ahora bien, la oveja castigada con los
golpes que en realidad había merecido todo el rebaño desobediente, es el inocente «Cordero de
Dios». Mientras restallan sobre su espalda los golpes, vuelve precipitado al buen camino el rebaño
entero, avergonzado y consciente de su desobediencia. Por la dureza del castigo que tuvo que
soportar una oveja comprenden con cuanta insensatez las había extraviado su terquedad.

A esto añade san Pedro todavía una frase, en la que parece sentirse con más fuerza la autoridad del
apóstol: Estas ovejas descarriadas, estos hombres que anteriormente habían vivido sin verdadera
disciplina del alma han vuelto a su pastor y guardián. 40 Aquí se entiende en primer lugar a Dios
Padre. Él es, en efecto, el pastor que con la encarnación de su Hijo, sobre el que hizo pesar todo el
castigo, se cuidó del rebaño disperso. Pero tampoco está excluido el Hijo. Los cristianos le están,
en efecto, sometidos como al pastor principal (5,4). Sin embargo, este pastor y «guardián»
(episkopos) está representado visiblemente entre ellos por la persona de aquel a quien Cristo dio
este encargo: «Apacienta mis ovejas» (Jn 21,15-17). Pero Pedro conoce todavía otros
representantes del pastor principal: «guardianes», que no recibieron ya inmediatamente del Señor
su encargo de apacentar en el Espíritu Santo «el rebaño de Dios» (5,2). Ninguna de estas tres
perspectivas debe excluirse.

El que puede comprobar, con agradecimiento, que ha encontrado el «obispo» visible en la tierra,
pertenece también, por ello, al rebaño de Cristo (5,4) y está amparado por la tutela solícita (5,7),
aunque a veces también correctiva (4,12) del Padre.

3. DEBERES DE LAS ESPOSAS (3,1-6).

a) Sumisión (3,1-2).

1 Asimismo vosotras, mujeres, someteos a vuestros maridos, para que si algunos se muestran
rebeldes a la palabra, sin palabra alguna sean conquistados por la conducta de las mujeres,

El objetivo principal de la carta es consolar a cristianos probados por los sufrimientos y exhortarlos
infundiéndoles ánimos. Así se comprende por qué en este reglamento de vida se dirige ya en
segundo lugar la palabra a las mujeres. Cierto que aquí no se trata, como en el caso de los esclavos,
de una de las capas más pobres del pueblo. Lo que sigue muestra que Pedro piensa también en
mujeres acomodadas que saben vestirse con gusto y adornarse con joyas de oro (3,3). Sin embargo,
no están lejos de los esclavos: conforme al orden social de la antigüedad, también las mujeres están
sometidas a la autoridad absoluta del cabeza de familia. Esto les origina no pocas molestias,
preocupaciones y sufrimientos. Pero por ello están también particularmente próximas a Cristo.
Como los esclavos, también las esposas acudían a los sacerdotes de la comunidad para exponerles
sus aflicciones interiores, con preguntas que serían más o menos de este tenor: ¿Por qué soy tan
desgraciada en mi matrimonio? ¿Por qué tengo que soportar todo esto? ¿Cómo he de conducirme
con mi marido?

40
«Guardián» está expresado con la palabra griega episkopos que en los tiempos apostólicos se usa también como nombre
de Dios, pero que se empleaba ya también como título del que estaba investido de una determinada dignidad eclesiástica,
el obispo (Flp 1,1).
A esto responde el apóstol con las siguientes palabras de liberación: Todavía más que un apóstol,
que anuncia con la boca la buena nueva, la mujer cristiana puede influir con su ejemplo en su
marido. Las mujeres cristianas son absolutamente aptas, incluso en forma destacada, para la labor
misionera. Más aún: hasta hombres paganos que no oyen predicar pueden dejarse ganar por la vida
de una mujer. El cumplimiento callado del deber les hará percibir una palabra, que en el fondo es
una parte de esa Palabra eterna del Padre que se hizo carne y vive en estas mujeres cristianas...

2 ... observando vuestra conducta pura en el temor.

Una vez más se concibe la vida del cristiano como una marcha, como una peregrinación (cf.
comentario a 1,15). La conducta pura logrará convencer a tales hombres duros. La «conducta
pura», significa en nuestro pasaje, ante todo, moralmente irreprochable, íntegra y casta. En este
versículo nos parece oír a aquel apóstol dotado de experiencias prácticas, que en su vida conyugal
mostraría especial amor y veneración a su esposa. 41 Sabe muy bien que no hay nada que tanto
atraiga y ennoblezca a un hombre, aun al más ordinario, como una mujer que mira por su propia
integridad.

b) El verdadero ornato de la mujer (3,3-4).

3 Vuestro adorno no sea el exterior, de rizado de cabellos, de atavío de joyas de oro, ni suntuosos
vestidos, 4 sino que sea el interior del corazón, lo incorruptible de un espíritu suave y tranquilo.
Esto es lo precioso ante Dios.

San Pedro no dice que el adorno sea reprobable sin más. Por su actitud madura y serena se
distingue de otras amonestaciones más rigurosas de su época. Su objetivo no es prohibir a las
mujeres que se adornen. Lo que le importa es llamar la atención de mujeres que tienen sentido y
gusto de la verdadera belleza, y hacerles comprender que hay un ornato mucho más distinguido,
que les sienta todavía mucho mejor. Es este un ornato que posee un valor permanente,
independiente de la moda, que es precioso incluso a los ojos de Dios. Como cosas preciosas se
suelen designar joyas, perlas y preseas. Todos estos objetos de adorno son sólo como una sombra,
un barrunto del ornato eterno con el que el día del juicio brillará una mujer cristiana «en alabanza,
gloria y honor de Jesucristo» (1,7). Esta idea del ser humano, verdaderamente valiosa y magnífica,
y constantemente atrayente, que se propone a las mujeres, la anunció ya Jesucristo cuando,
refiriéndose a sí mismo, dijo: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis
descanso para vuestras almas» (Mt 11,29). Pedro no teme que se haga problemático el éxito
misionero de una esposa por el hecho de que el interés de una mujer se vea desplazado al «cuidado
de la belleza interior»...

c) Motivación: El modelo de grandes mujeres (3,5-6).

5 Así se ataviaban en otro tiempo incluso las santas mujeres que esperaban en Dios, obedientes
a sus maridos.

La humildad, la mansedumbre, la paciencia callada son un ornato precioso, con el que supieron
adornarse siempre grandes mujeres. La santidad posee una belleza que le es exclusiva, un encanto
con nada comparable. Con tal santidad brillan las mujeres antepasadas de Cristo, aquellas santas
mujeres del Antiguo Testamento: Rebeca, que se presta humildemente incluso a sacar agua para los
camellos del forastero (Gén 24,18-20), Rut, que con amor sincero permanece al lado de su suegra y
41
En la visita que hizo el Señor en casa de Simón Pedro se le rogó primero que curara a la suegra de éste, gravemente
enferma (Mc 1,30).
va a espigar modestamente en el campo (Rut 1,16s; 2,2-17), Ana, que en su aflicción se dirige
calladamente al Señor (lSam 1,10s). «Santa» no quiere decir aquí sencillamente «escogida» o
«consagrada a Dios», sino lo que entendemos realmente por «santa» y es distintivo del carácter
ejemplar de aquellas mujeres. Las primeras comunidades cristianas admiraban la fortaleza de su fe,
su invencible esperanza y humildad. De ello dan para todos los tiempos un testimonio luminoso,
pese a tales o cuales imperfecciones.

6 Así Sara obedeció a Abraham, llamándole señor. Vosotras os hacéis hijas suyas, practicando
el bien...

En el Antiguo Testamento realmente existe un pasaje en el que Sara habla de Abraham como de su
señor, pero apenas si se habla de obediencia: «Rióse, pues, Sara, dentro, diciendo: "¿Cuando estoy
ya consumida, voy a remocear, siendo ya también viejo mi señor?"» (Gén 18,12). Quizá piensa
Pedro también en otros textos del judaísmo tardío que no han llegado hasta nosotros. Desde los
descubrimientos del mar Muerto sabemos que existían tales descripciones detalladas de las
excelencias físicas y espirituales de la madre del pueblo elegido. Mujeres cristianas que ya antes de
su conversión, en su calidad de «temerosas de Dios», habían entrado en contacto con el judaísmo,
tenían el deseo muy comprensible de ser espiritualmente hijas de Sara. Pensaban seguramente en el
magnífico texto que dirigió el profeta para consolarlos a los desterrados en Babilonia: «Oídme
vosotros, los que seguís la justicia y buscáis a Yahveh: Considerad la roca de que habéis sido
tallados, la cantera de que habéis sido sacados. Mirad a Abraham, vuestro padre, y a Sara, que os
parió en dolores» (Is 51,1s). El que es hijo de Sara, es también hijo de Abraham. No palabras
vacías, y ni siquiera la circuncisión podía asegurar esta filiación. Un texto judío dice: «El que se
compadece de los hombres, es cierto que pertenece a la simiente de nuestro padre Abraham; pero el
que no se compadece de los hombres es cierto que no pertenece a la simiente de nuestro padre
Abraham.» Única y exclusivamente ese amor que brota de la fe viva y actúa en virtud de esta fe, es
capaz de introducir en la comunidad de esos hijos entre los que se cuentan un centurión de
Cafarnaún, un Lázaro o un Zaqueo.

6b ... y no teniendo miedo alguno.

Estas últimas palabras son las que dan el necesario complemento a la entera exhortación.
Anteriormente se ha insistido desde diferentes puntos de vista en la subordinación de las mujeres.
Sólo aquí, al final, se añade a la imagen de la mujer cristiana su fortaleza y firmeza. La mujer
puede eventualmente ser de diferente parecer que su marido. Cuando se exhorta a no tener miedo
alguno no se piensa necesariamente en el deseo de un marido pagano de hacer algo indebido, o en
sus órdenes conminatorias de abandonar la fe cristiana. Basta con pensar en las iras antojadizas, en
los arrebatos o en las enfurecidas bravatas del marido que, como es natural, hacen profunda
impresión en el alma de la mujer. San Pedro, pensando en tales escenas familiares, muestra
comprensión con las mujeres y las invita a pensar en su grandeza fundada en lo divino, en su poder
y en su dignidad libre. Su sumisión al marido no debe proceder de timidez y miedo o de
subordinación propia de esclavos. Han sido redimidas por la muerte de Cristo y son por tanto
verdaderamente libres. Por amor voluntario a Dios reconoce la mujer el orden natural de la
creación y se subordina al marido. Ahora bien, esta subordinación como «esclava del Señor» (Lc
1,38) significa en definitiva, elevación. Así, en conclusión, se muestra lo equilibrado de la imagen
que en esta sección se ha puesto ante los ojos de las mujeres cristianas. Sus rasgos característicos
son: humilde sumisión, amor a la paz, caridad e inmunidad de todo temor humano como fruto del
temor de Dios.

4. EXHORTACIÓN A LOS HOMBRES (3,7)


a) Exhortación (3,7a)

7a De la misma manera vosotros, maridos, compartid vuestra vida con la mujer, reconociendo
en ella un ser más débil.

Hasta aquí se ha exhortado a todos los cristianos a someterse al Estado (2,13), a los criados a sus
señores (2,18), y a las mujeres a sus maridos (3,1). Ahora, en la exhortación a los maridos se les
invita a reconocer el modo de ser de sus mujeres. Deben reconocer el valor que éstas tienen a los
ojos de Dios y, en consonancia con esto, honrarlas con la acción. Las esposas y las madres son para
san Pedro personas que en muchas cosas se asemejan al Señor en su pasión. Por razón de sus
dolores de cuerpo y de alma soportados calladamente, pone el Señor en ellas los ojos con especial
complacencia. Están en gracia ante él. Precisamente por su debilidad son grandes a los ojos de la
fe.42

Pedro sabe muy bien que los hombres propenden por lo regular a hacer la corte a mujeres lozanas,
jóvenes y llenas de vitalidad. Por esto los invita a abandonar los criterios paganos y a enjuiciar en
forma cristiana a la compañera de su vida. También de estos «amos de casa» espera algo de la
cristiana locura de la cruz. Es la misma locura que induce a los esclavos a sufrir inmerecidamente y
a las esposas a ceder calladamente cuando hay diversidad de pareceres. Pedro espera una actitud de
los maridos, que les mueva a mostrarse deferentes y caballerosos con las mujeres precisamente por
su debilidad y por la necesidad que tienen de apoyo.

b) Primera motivación: La dignidad de la mujer (3,7b).

7b Honradlas -pues también ellas son coherederas de la gracia de la vida-, ...

Aquí se pone ante los ojos de los maridos el punto de vista jurídico: Vuestras mujeres serán en la
eternidad coherederas de Cristo con igualdad de derechos (Rom 8,17). Ya en 1,4 se pintó con los
más espléndidos colores la futura herencia «incorruptible, pura e inmarchitable»: la plenitud de
vida de la persona corpórea y espiritual unida con Cristo en la comunidad de los santos. Allí no
habrá ya estas diferencias de sexo tan acusadas que tenemos en la tierra. Serán «como ángeles en el
cielo» (Mt 22,30). En aquel tiempo era una novedad inaudita esta asignación de una categoría
particular a la mujer. En pocas y sencillas palabras se ve aquí expresada la doctrina apostólica
sobre la relación entre los esposos definitivamente valedera.

c) Segunda motivación: Peligro de obstaculizar las oraciones (3,7c).

7c ... para que vuestras oraciones no encuentren impedimento.

Pedro se representa la oración como algo que debe recorrer su camino antes de llegar a Dios. En
este camino se verán como impedidas las oraciones de los maridos -no se habla expresamente de
oraciones en común-, si antes se incurre en inconsideraciones con las esposas. Nótese que no se
trata sólo de oraciones de petición, en que sería de lo más comprensible el empeño en ser
escuchados. Para Pedro es la oración, el trato del hombre con Dios, el quehacer más importante en
la vida espiritual de los cristianos. En 4,7 se dirá que la sensatez y la sobriedad son la mejor
preparación para la oración. Un cristiano que no es ya capaz de orar eficazmente, descuida su
quehacer principal. Así comprendemos por qué la alusión a los impedimentos de las oraciones
constituye el argumento final de la exhortación a los maridos. Todo el obrar exterior en la vida de

42
«... pues mi poder se manifiesta en la flaqueza» (2Co 12,9).
cada día está orientado a la oración. Detalles de la vida cotidiana muy poco tomados en
consideración como, por ejemplo, desatenciones o frialdades entre los miembros de la familia, no
tardan en convertirse en obstáculos que ponen en crisis lo más importante de todo.

5. COMPENDIO DE LAS NORMAS DE CONDUCTA (3,8-12).

8 En fin, sed todos unánimes, comprensivos, fraternales, misericordiosos y humildes.

Maravilloso compendio de todas las cualidades espirituales y éticas que ha de poseer un cristiano
como miembro que es de la Iglesia, como piedra de construcción (2,5) que se adapta a la estructura
y la sostiene. Todas estas virtudes están ordenadas a la comunidad, sin reducirse, sin embargo, a
puros motivos naturales, como sucede hoy con tanta frecuencia. Tener una actitud de servicio es
una cosa que sólo se comprende por razón de la fe en Cristo. 43 En efecto, en el mundo de entonces
-y en gran manera también en el nuestro- la humildad, tener un bajo concepto de sí mismo se
consideraba como debilidad. Todavía tenemos en los oídos la fórmula de la «moral de esclavos del
cristianismo» (Nietzsche). Parece que lo único que vale es lo fuerte, lo noble, lo vital. Aquí, en
cambio, se da una verdadera inversión de los valores si somos «unánimes, comprensivos,
fraternales, misericordiosos y humildes».

9 No devolváis mal por mal ni insulto por insulto; sino, al contrario, bendecid, porque para esto
habéis sido llamados, para ser herederos de la bendición.

Estas exhortaciones a la bondad y a soportar con buen ánimo los agravios suenan como una
aplicación del sermón de la montaña a la vida ordinaria: «Sed, pues, perfectos, como perfecto es
vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). Estos requerimientos de devolver bien por mal obligan a todo
cristiano.44 Jesús no predicó un ideal utópico. Según las circunstancias, cada uno de los oyentes o
lectores de la carta debe proceder en su ambiente no conforme a la letra, sino conforme al espíritu
del sermón de la montaña. En él no se recomienda que se ceda por miedo en cuestiones de
principios. Esto ha mostrado claramente repetidas veces en la carta (2,16; 3,6). Personas que sacan
fuerzas de su comunión con Cristo no tienen, a fin de cuentas, necesidad de hacer hincapié en su
«honra» personal o en su «buen nombre». Tienen más bien el valor de perdonar incluso a los que
les insultan o les critican indebidamente. El colmo de este perdón está en agraciar positivamente
con la bendición de Dios conforme al precepto del Señor: «Amad a vuestros enemigos, haced bien
a los que os odian; bendecid a los que os maldicen; orad por los que os calumnian» (Lc 6,27s).

El término griego traducido por bendecir significa primeramente «decir bien». Un cristiano que así
«bendice» ha descubierto en el otro algo bueno y gusta de hablar de ello. Además, le desea el bien,
incluso en casos en que no hay razones inmediatamente evidentes de esta benevolencia. La
verdadera razón está oculta. Es la palabra de bendición que fue de antemano pronunciada sobre este
mismo hombre que bendice y que le confirió esa plenitud de bendición (cf. 1,2b) de la que ahora
hace partícipes a otros. A todo hombre regenerado en el bautismo, Dios le llamó «bueno», como en
otro tiempo, antes de la caída, dijo de Adán que todo era «muy bueno» (Gén 1,31). Después de la
caída cambió la situación. El hombre no era ya sin más agradable a Dios. Sólo después de que el
Hijo de Dios se hizo hombre y padeció volvieron a cambiar las cosas. Antes se ha dicho que los
cristianos están llamados a padecer (2,21a), ahora se dice que están llamados a poseer la plenitud
de la bendición divina. El que sufre en unión con Cristo es agradable a Dios en manera especial
(4,14), es llamado «bueno» por Dios y posee su gracia y su bendición. Y de tal plenitud de
bendición puede también el cristiano mismo, en su contorno, impartir bendición como sacerdote. Si
43
Cf. Mt 18,3a; 20,28 («el Hijo del hombre vino para servir»); Jn 12,26.
44
Cf. también Rom 12,9-21; 1Ts 5,13b-22 («Procurad de que nadie devuelva mal por mal...»); Col 3,12-15.
al hacerlo utiliza con preferencia la señal de la cruz, entonces su bendición tiene un sentido
profundo.

10 Pues: «El que quiera amar la vida y ver días buenos, guarde su lengua del mal y sus labios de
palabras engañosas. 11 Apártese del mal y haga el bien; busque la paz y corra tras ella.»

Como antes la sección relativa al éxodo de Egipto (1,13-2,10) se cerró con citas de la Biblia,
también aquí concluyen con versículos del Antiguo Testamento las exhortaciones del reglamento
de vida. La palabra «pues» sirve de empalme de los versículos del Salmista con el versículo
precedente que hablaba de la abundancia de la bendición. Pedro desea de corazón esta bendición a
las comunidades cristianas y vuelve a repetir en qué consiste tal bendición: en las virtudes antes
descritas, orientadas a la comunidad (3,8). Al hablar de vida y de días buenos se refiere a la única y
misma vida, de profundo gozo ya en este mundo (1,6), pero que desembocará en un júbilo eterno
(4,13) que constituye la herencia (3,9) de los cristianos. Cuando se habla de guardar la lengua y los
labios del mal se entienden sin duda también los pensamientos recónditos y todavía no expresados
del corazón. Con frecuencia, tales palabras no expresadas acibaran la vida de los hombres todavía
más que los altercados manifiestos y ponen obstáculos a la bendición de Dios.

La imagen de «apartarse» suscita de nuevo la idea de un caminante que se halla en un camino de la


vida (1,13.15). Lo nuevo es la imagen del hombre que corre tras la paz. Esta expresión se usa
también cuando se habla de dar caza a animales o a enemigos que huyen. Así, todos los que tienen
paz deben poner empeño en procurar la unidad y la reconciliación. El que agota hasta la última
posibilidad de restablecer la paz incluso con el que está enojado, ese corre tras la paz.

Los cristianos que, deseosos de paz, deben correr tras ella, serán portadores de paz dondequiera que
se hallen y a la vez hallarán la vida divina y «días buenos» para sí y para sus semejantes. En las
bienaventuranzas del sermón de la montaña dice Jesús: «Bienaventurados los pacíficos, porque
serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). Quien corra tras el bien, se acercará cada vez más al Dios
absolutamente bueno y será coronado con su filiación...

12 Porque «los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos, atentos a sus súplicas. Pero el
rostro del Señor se enfrenta con los que hacen el mal.»

Por justos se entiende a los que viven «para la justicia» (2,24) a ejemplo de Cristo que sufre en
lugar de otros. Sobre ellos se posan con complacencia los ojos del Señor. A ellos se dirige su
mirada gozosa de aprobación, mientras que su rostro airado se vuelve contra los desobedientes
obstinados.

La Sagrada Escritura está llena de antropomorfismos al hablar de Dios. Esto no empequeñece la


grandeza de Dios, mientras que el hombre sabe de su incapacidad de comprender el ser de Dios de
manera apropiada a éste.45 Desde que el Hijo de Dios se hizo hombre tienen una nueva legitimación
las representaciones antropomórficas de Dios. Mediante la encarnación se hizo visible el poder, la
misericordia, la bondad y la paciencia de Dios... Cristo, por razón de su naturaleza divina, pero
también por ser perfectamente hombre, pudo decir a Felipe: «El que me ha visto a mí, ha visto al
Padre» (Jn 14,9). Podemos representarnos más fácilmente los ojos de Dios, al pensar en la mirada
de Cristo tantas veces descrita en el Nuevo Testamento. Cuando junto al Jordán fue Andrés con su
hermano Simón, por primera vez, al encuentro del Señor, Jesús fijó «en él su mirada» (Jn 1,42).
Esta primera mirada fue inolvidable para Pedro, como aquella otra cuando, tras la negación en el

45
Cf. 1Co 13,12: «Ahora vemos mediante un espejo, borrosamente».
atrio del sumo sacerdote, «volviéndose el Señor, dirigió una mirada a Pedro» (Lc 22, 61). Y al
joven rico «Jesús le miró y sintió afecto por él» (Mc 10,21).

Cuando un cristiano ha descubierto la complacencia de los «ojos de Dios» se inflama de nuevo su


deseo de vivir de forma agradable a Dios. Toda la carta podría concebirse también como una carta
sobre el gozo que se cifra en hallar gracia a los ojos de Dios. Gran consuelo entraña la convicción
de que los ojos de Dios se posan sobre una persona que le teme, como también la seguridad de que
Dios ve incluso todo lo bueno que hace tal persona aunque esté oculto a los ojos de los hombres.  

III. LOS CRISTIANOS EN LA PERSECUCIÓN (3,13-22).

En los versículos citados de los salmos se contraponía a los hombres buenos y a los que «hacen el
mal» (3,12b). San Pedro se interrumpe en medio del salmo y empalma la idea de hacer el mal con
la otra afín de hacer daño a alguien (3, 13a). Tiene casi por imposible que haya gentes que, por
malicia, creen dificultades a cristianos que cumplen con su deber. Todas las citaciones ante el juez
y todas las persecuciones vienen, más que de mala voluntad, de desconocimiento del verdadero ser
del cristianismo. Por ello se recomienda que, si es necesario, demos razón de nuestra fe cristiana
con valor e intrepidez conforme al ejemplo de Cristo y manteniéndonos fieles a las promesas del
bautismo.

1. PROCLAMAD VUESTRA ESPERANZA (3,13-17).

a) Objeción fundamental (3,13).

13 Y ¿quién os hará daño, si os dedicáis al bien?

Una piedad auténtica, que vive de la esperanza, entraña ardiente celo por hacer el bien, un celo por
practicar buenas obras, por realizar eso a que se acaba de exhortar (2,11-3,12). Como siervos
diligentes -somos, en efecto, «esclavos de Dios» (2,16)- debemos «buscar la paz y correr tras ella»
(3,11), debemos esforzarnos «intensamente» por mostrar amor a los otros (1,22; d. 4,8), practicar la
hospitalidad «sin murmuración» (4,9). Tal celo se convertirá en celos, en envidia mortal, si alguien
que se esfuerza por caminar por el camino de Dios, olvida que todo obrar que parece ser propio
sólo es posible gracias a los dones otorgados por Dios (cf. 4,11), si se olvida de que sólo trabaja
con «talentos» que le han sido prestados por Dios (cf. Mt 25,15).

b) Estad dispuestos a mostraros valerosos (3,14-15).

14 Y si tuvierais que padecer por la justicia, bienaventurados vosotros.

El sufrimiento no es sólo un mal -a veces inevitable-, sino una magnífica oportunidad de vivir
cristianamente. Aquí percibimos implícita- mente como una vibración de gozo, aunque sin olvidar
que el sufrimiento no deja nunca de ser sufrimiento. Este gozo viene a parar en una sorprendente
bienaventuranza. Sólo una vez vuelve a salir ya a plaza en esta carta la palabra «bienaventurados»:
«Bienaventurados vosotros si sois ultrajados por el nombre de Cristo» (4,14). El mismo
«bienaventurados» se repite nueve veces en el sermón de la montaña. Allí se concluye con la
bienaventuranza de los que son perseguidos por la justicia. También aquí se deja sentir el júbilo de
aquellos textos: «Bienaventurados los perseguidos por atenerse a lo que es justo, porque de ellos es
el reino de los cielos... Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa es grande en los cielos»
(Mt 5,10.12a). Para Pedro es la paz inalterable el fruto más obvio de una vida de justicia (3,13). Sin
embargo, todavía menciona un segundo fruto más valioso, a saber, el padecer persecución. Aquí
irrumpe espléndidamente el espíritu de martirio de la carta, alimentado por una ve viva...

14b «No les tengáis ningún miedo, ni os estremezcáis. 15a Antes bien», en vuestro corazón,
«tened por santo al Señor», a Cristo, ...

Pedro expresa sus pensamientos con palabras que le brotan de su familiaridad con el profeta Isaías.
Sin embargo, en tres detalles aparentemente pequeños se desvía de su modelo. Estos proyectan luz
sobre el modo y manera cómo el cristianismo primitivo leía la Sagrada Escritura meditándola, o sea
sobre la lectura de la Escritura en la Iglesia primitiva. Pedro se basaba en un texto en el que el
profeta exhorta a no preocuparse por el asalto de las huestes enemigas, sobre todo del rey de Asur:
«No le tengáis miedo ni os estremezcáis. A Yahveh Sebaot habéis de temer, a él habéis de tener
miedo» (Is 8,12). En primer lugar san Pedro convierte el singular «le» (el rey de Asur) en plural
«les». Con esto se traslada la cita de la Escritura del pasado al presente. Por razón de los versículos
siguientes podemos entender que san Pedro se refiere a las instancias oficiales, a los jueces, o
también a los sayones que aplicaban el tormento, que tan importante papel desempeñaban en la
justicia romana.

En segundo lugar, el «Señor» es aquí Cristo. Todo lo que en el Antiguo Testamento se afirma de
Yahveh, Señor de los ejércitos, se entiende como dicho del Dios uno y trino y de Cristo.
Finalmente: en el texto del profeta se dice: «A él habéis de santificar, de él habéis de temer.»
Mientras que allí aparece Dios como el tres veces santo (6,3) en una lejanía inaccesible que impone
respeto, aquí se aproxima a la humanidad. «Puso su morada entre nosotros» (Jn 1,14). Así este
Señor debe ser santificado y hasta adorado en forma completamente personal, en el propio corazón.
En él hay que hallar la fuerza de comparecer sin temor, incluso ante los emperadores, como
mártires, como testigos de la verdad.

15b ...siempre dispuestos a responder a cualquiera que os pida razón de vuestra esperanza.

En los interrogatorios no ha de ocultarse la fe con temor. Del cristianismo no sólo se puede pedir
razón, sino que también se puede dar. Se puede mostrar que es cosa razonable vivir cristianamente.
Esto no quiere decir que después de tal explicación también el otro haya de creer. Para esto sería
necesaria además la gracia, la «visita» de Dios (2,12). Hay que dar razón, sobre todo, de la
esperanza, porque ésta da sentido a la vida entera, a la presente y a la futura.

¿No es la esperanza en una vida eterna lo que las más de las veces se sustrae a toda motivación
natural? Los apóstoles eran de otro parecer. Estaban convencidos de que quienquiera que no se deje
llevar de prejuicios tiene que reconocer los argumentos que se pueden aducir en favor de la
resurrección corporal de Cristo de entre los muertos. Ahora bien, si Cristo resucitó, ¿por qué ha de
ser irracional el que sus seguidores vivan también en la esperanza de la resurrección? «Si nuestra
esperanza en Cristo sólo es para esta vida, somos los más desgraciados de todos los hombres» (I
Cor 15,19).

c) Pero sin abandonar una actitud benévola (3,16).

16 Pero (hacedlo) con mansedumbre y respeto, teniendo buena conciencia. Así, los que difaman
vuestra buena conducta en Cristo, quedarán confundidos por lo que hablan mal de vosotros.

También la comparecencia ante el juez es un quehacer misionero. Nunca, en tal circunstancia, se


debe perder el respeto debido a los representantes del Estado (2,17). Más aún, hay que creer en el
buen fondo de tales personas y mostrarles benevolencia. En efecto, también Cristo procedió así
cuando dialogó con Poncio Pilato y, a pesar de su injusticia y sus respetos humanos, respondió con
mansedumbre a sus preguntas y reparos.46 Todo el versículo hace pensar en los acontecimientos del
pretorio de Jerusalén: fuera grita el pueblo que Jesús es un alborotador del pueblo y enemigo del
emperador. Sin embargo, el sosiego y la soberana paciencia con que el acusado está ante los jueces
es un argumento contra todas las mentiras de los acusadores. Los cristianos deben comparecer ante
sus acusadores y jueces, en Cristo, es decir, como Cristo y en unión con él. Deben mirar a la vida y
muerte de Cristo. Más aún, están incorporados al acontecimiento de Cristo. En ellos está Cristo
nuevamente ante el juez.

d) Recapitulación: La voluntad de Dios (3,17).

17 Pues mejor es padecer haciendo el bien, si así lo quiere la voluntad de Dios, que padecer
haciendo el mal.

El que de veras pone empeño en vivir cristianamente quiere también hacerse semejante a Cristo en
dar como él una respuesta afirmativa a la voluntad del Padre. Con gran tacto da Pedro a entender
cuánta comprensión tiene de las dificultades y aflicciones que una persecución acarrea a las
comunidades cristianas. Se le ve hasta forcejear por hallar una forma apropiada para indicar, con la
mayor suavidad posible, esta posibilidad de pruebas enviadas por Dios, con la que hay que contar.
Sabe muy bien que este deseo de Dios de que sigamos el camino doloroso de Cristo a la cruz, no es
siempre fácil de cumplir. Y sin embargo, precisamente en el hecho de ser esta la voluntad y deseo
del Padre se ha de hallar la más profunda consolación de los cristianos afligidos por las pruebas.
Sufrir persecución por la justicia conforme a la voluntad de Dios es algo distinto de comparecer en
juicio por algún delito. Pedro sabe que con frecuencia la prueba más grave consiste en verse uno
equiparado con los criminales en la opinión pública y en ser estigmatizado como enemigo del
pueblo. Y con todo, hay que aprovechar también esta situación para predicar a Cristo (3,15b). Pero
el consuelo y la fuerza lo hallarán los cristianos en esta convicción: Nada sucede sin la voluntad del
Padre.

2. RAZONES: EL EJEMPLO DE CRISTO Y LAS PROMESAS DEL BAUTISMO (3,18-22).

a) Ejemplo de Cristo, víctima por el pecado (3,18).

18 Porque también Cristo murió una vez para siempre por los pecados, justo por injustos, para
llevaros a Dios.

Una vez más (como en 2,21-25) se pinta la imagen del Crucificado con los colores del profeta
Isaías. La muerte del Señor en la cruz fue un sacrificio por el pecado: «Es que quiso quebrantarle
Yahveh con padecimientos. Ofreciendo su vida en sacrificio por el pecado, tendrá descendencia y
vivirá largos días» (Is 53,10).

Como Cristo, también sus discípulos, que quizá en un futuro próximo tengan que comparecer como
acusados ante el juez y oír su sentencia de condenación, deben estar dispuesto a poner su vida en la
balanza de la justicia divina como víctimas por el pecado, por las injusticias de los otros... Así,
también ellos llevarán hombres a Dios o- con las palabras de Isaías- «tendrán descendencia».

18b Entregado a la muerte según la carne, fue vivificado según el espíritu.

46
Cf. Jn 18,34 37; 19,11.
Una vez más se muestra un aspecto de la pasión de Cristo, que tiene que decir algo a los cristianos
que deben contar con la posibilidad de ser condenados a muerte: precisamente en la muerte
comenzó la mayor actividad de Cristo. El cuerpo temblaba, se debilitó y se extinguió.

Sin embargo, en el reino de Dios, este ajusticiado en la tierra comenzó a actuar y a «atraer a todos
hacia sí» (Jn 12,32). También los cristianos que en Asia Menor se preocupan pensando quién
asumirá sus tareas si por su actitud sin compromiso llegan a ser eliminados, han de saber que
entonces actuarán todavía más, que con la muerte comienza para ellos una vida en el espíritu. La
Iglesia primitiva sabía por experiencia de ese poder que dimana de los hombres que mueren en
Cristo. Personas que murieron de esta manera convirtieron con frecuencia a otros que
anteriormente eran completamente inaccesibles.

b) El ejemplo de Cristo predica en el martirio (3,19-20).

19 Y por él fue a predicar a los espíritus que estaban en la cárcel.

La actividad llena de vida de Jesús, que comenzó con su muerte y puede así ser modelo para los
mártires, se explica por el anuncio de su muerte victoriosa a los espíritus que estaban en la cárcel.
Según la convicción de los primeros cristianos, Cristo, en las horas que transcurrieron desde su
muerte hasta su resurrección, ejerció su actividad en el reino de los muertos. 47 Lo que sucedió en
aquel intervalo de tiempo lo describe san Pedro con imágenes tomadas de las representaciones del
judaísmo tardío. La «cárcel» es un lugar que se ha de entender algo así como en el interior de la
tierra, donde los espíritus caídos están encadenados: un lugar de castigo y de horror. El libro de
Henoc habla también de un encargo que recibió el mismo Henoc: «Henoc, escritor de la justicia,
ve, predica a los guardianes (caídos) del cielo...» Cristo descendió a este lugar para dar noticia de sí
y de su muerte, sin que de este pasaje resulte claro si para la salvación o para la condenación de sus
moradores. Con esta imagen parece expresarse una doble verdad: la acción salvífica del Señor fue
un hecho que abarcaba todos los ámbitos del mundo, que realizaba el juicio y la gracia de Dios. Y
luego: Cristo es el testigo fiel, el mártir que tras su acción salvífica dio noticia de ella a todos los
seres, incluso a los que tenían sentimientos hostiles a Dios. De la misma manera será anunciado por
nosotros en todo tiempo y en todo lugar.

20a Éstos en otro tiempo fueron desobedientes, cuando la paciencia de Dios daba largas,
mientras en los días de Noé, ...

Todavía se desarrolla más esta idea de la predicación. Pedro pasa de los espíritus en general a
determinados hombres desobedientes. Con esto se evocan dos épocas de la historia de la salvación,
en las cuales aguarda cada vez la paciencia de Dios ante el juicio: el tiempo que precede al diluvio
y los últimos tiempos, los tiempos cristianos. A estos dos períodos corresponden dos grupos de
«desobedientes», a los que se predica. A la sazón del diluvio había gentes que comían, bebían y se
entregaban a la lascivia, movidas por la maldad del mundo de los espíritus caídos. En los tiempos
de los apóstoles son los representantes del Estado, paganos y contrarios a Dios, los que obedecen a
las potencias satánicas como a verdaderas fuerzas motrices. Los cristianos tiemblan ante la idea de
tener que comparecer ante tales jueces paganos (3,14bs). Ahora bien, la mirada a la historia pasada
proyecta nueva luz sobre su situación. Pero el mundo racional está como entonces ante un juicio
inminente (4,7.17). Todavía tienen muchos la posibilidad de conversión, pero a los temerosos de
Dios les incumbe el deber de la predicación. En otro tiempo hizo esto Noé, «predicador de la
justicia» (2P 2,5), luego Cristo, como verdadero Noé, y también como verdadero Henoc (3,19).

47
Cf. Mt 12,40; Hch 2,24-27; Rm 10,7; Ef 4,8s.
También los cristianos tienen la tarea de pregonar la justicia de Dios con su fidelidad hasta la
muerte. Aparentemente mira Dios con indiferencia su vida en justicia y en temor de Dios. En
realidad, sin embargo, quiere, conforme a su designio inescrutable, dar todavía a más gentes la
posibilidad de decidirse expresamente por él o contra él, y hasta casi forzarlos a tomar tal decisión
(cf. 4,5).

20b ...se preparaba el arca, en la que pocos, o sea ocho personas, se salvaron a través del agua.

Todavía más claramente salta a la vista la semejanza de la figura con la realidad en que viven las
comunidades cristianas. Entonces todo estaba bajo la amenaza de quedar aniquilado por las olas de
la cólera divina. Pero también entonces se preparó un medio de salvación, un arca, una caja de
madera. Las palabras indican discretamente que se trata de algo más que de referir un
acontecimiento pasado. Así preparar significa un obrar conforme a un plan inteligente e ingenioso,
y quiere decir algo más que fabricar. El mero carpintear se ha convertido en una preparación
espiritual.

Además, llama la atención que se cuente el número de los salvados, pues es evidente que el número
ocho está lleno de significado. Como consumación de la semana de siete días, vino a ser este
número el símbolo de una duración perpetua; en el cristianismo es el día octavo el día en que se
recuerda la resurrección del Señor. El día octavo se practicaba la circuncisión, que era el estadio
preparatorio del bautismo cristiano; las capillas bautismales del cristianismo primitivo se
construían de forma octogonal. Las palabras «a través del agua» hacen todavía más clara la alusión
al bautismo. Noé se salvó a lo sumo del agua o sobre el agua. Sólo en consideración del bautismo
se puede decir con razón que las almas se salvan a través del agua o por medio del agua. El agua es
el medio salvador, por el cual se conduce a los cristianos al madero y se les señala el madero. De
esta manera volvemos al «arca». Esta es aquí símbolo no sólo de la Iglesia, sino también del
madero salvador de la cruz (cf. 2,24). Como Noé en el diluvio obedeciendo a Dios, se confió a
aquel leño y se salvó, así también nuestra vida se asocia con el leño salvador de la cruz mediante el
agua y la buena voluntad de obedecer...

c) Significado del bautismo (3,21).

21 Con ella se simboliza el bautismo que ahora os salva, el cual no consiste en quitar una
impureza corporal, sino en un compromiso con Dios a una buena conciencia; y todo, por la
resurrección de Jesucristo.

Lo que hasta aquí sólo se podía deducir de insinuaciones, lo formula Pedro ahora claramente. Lo
que le interesa no son precisamente los acontecimientos de los tiempos de Noé, sino el hecho del
bautismo. Lo que da la pauta no es la semejanza exterior que hay en el empleo del agua, sino la
interior: en ambos casos se sometieron los hombres incondicionalmente a la obediencia a Dios. Se
dice que el bautismo es, ante todo, un compromiso, un pacto concluido en presencia de Dios. En la
carta a los Romanos se dice que el hombre adquiere una nueva relación de dependencia: Vosotros,
«después de haber sido esclavos del pecado, os habéis sometido de corazón a la forma de doctrina a
la que fuisteis entregados» (Rm 6,17).

Entre las obligaciones que asumen los cristianos en el bautismo se destaca la que es ahora más
oportuna: su promesa de reconocer en todo la santa voluntad de Dios, de entregarse a ella y,
consiguientemente, de someterse también a jueces de la tierra (cf. 3,16).

d) El ejemplo de Cristo triunfante (3,22).


22 Él está a la diestra de Dios, después de subir al cielo, subordinados a él ángeles, potestades y
virtudes.

En un principio se había mostrado a Cristo como aquel que se sometió a los jueces de la tierra, que
fue voluntariamente a la muerte y que utilizó su muerte para pregonar la obra salvadora de Dios.
Ahora surge su imagen como la del rey que impera, cuyo «escabel» lo forman enemigos sometidos
(Sal 110[109],1). Ahora le están totalmente subordinados. Los subordinados se designan más en
concreto con tres nombres. Pasajes análogos del Nuevo Testamento 48 muestran que los tres
nombres han de entenderse en sentido hostil a Dios. La palabra «potestades» designa además, ante
todo, a los representantes del poder político. En efecto, en la Sagrada Escritura se funden con
frecuencia en una magnitud única poderes demoníacos invisibles y poderes políticos visibles.
Ahora bien, los grandes de la tierra, sostenidos por el poder de Satán, son ante quienes ahora
tiemblan los cristianos. Su consuelo consiste en que Cristo, desde su pascua, triunfa sobre estos
poderes. Así estos versículos, que muestran al Señor como un modelo tan estimulante, acaban en el
tono fundamental que se había dado ya desde un principio: «No les tengáis ningún miedo ni os
estremezcáis» (3,14).

IV CONSTANCIA EN LAS TENTACIONES (4,1-6)

Todavía estamos en la segunda de las tres partes principales de la carta que comenzaba en 2,11 con
la interpretación «carísimos». Allí se habían resumido en dos versículos (2,11s) los temas de esta
parte: la abstención de los deseos carnales y la buena conducta entre los paganos. Una vez
desarrollado el primer tema desde diferentes puntos de vista, vuelve Pedro de nuevo al primero, el
de la sobriedad en el combate.

1. EXHORTACIÓN (4,1-2).

1a Habiendo, pues, padecido Cristo en carne, armaos también vosotros de la misma actitud...

En 2,11 se había hablado de los «deseos carnales que combaten contra el alma». La vida en la tierra
es tiempo de lucha. Para el desenlace de esta lucha tienen las armas importancia decisiva. En la
carta a los Efesios enumera el apóstol toda la «armadura de Dios» (Ef 6,11.14ss). La verdad es el
cinturón, la justicia es la coraza, los pies están calzados «prontos para el Evangelio de la paz», la fe
es el escudo, la salvación sirve de casco, y la palabra de Dios, de «espada del Espíritu». Habla
también más en general de las armas ofensivas y defensivas «de la justicia» (2Cor 6,7) y exhorta a
revestirse de «las armas de la luz» (Rom 13,12).

Pedro es de nuevo mucho más sobrio y sencillo: las comunidades han de armarse de la misma
actitud de Cristo. Esta actitud consistió en tomar carne para «aprender la obediencia (Heb 5,8)
sufriendo en la carne. La mejor arma para conquistar la salvación y la vida es imitar a Cristo en su
prontitud para el sufrimiento y para llevar la cruz conforme a la voluntad de Dios...

1b ...-porque el que padeció en la carne ha quedado desligado del pecado-, 2 para vivir el resto
de vuestra vida mortal, no según las pasiones humanas, sino según la voluntad de Dios.

San Pedro se refiere a ese padecimiento en la carne que -enviado por Dios- se prueba libremente y
se acepta voluntariamente. Tal actitud no sólo salva el alma, sino que la fortalece. Un hombre que

48
Cf. Rom 8,38; 1Co 15,24; Ef 6,12; Col 2,15.
ha llegado hasta el misterio de la cruz, se ha desligado ya anteriormente del pecado. Su intento de
«armarse» con los sentimientos de Cristo entraña un ascenso interior.

La imitación amorosa del Señor hecho carne consiste en concreto en realizar la voluntad de Dios en
la vida. Es la misma voluntad cuyo cumplimiento constituía el «alimento» de Jesús (Jn 4,34). De
esta misma y única voluntad brotará en la aflicción una gran paz interior que contrasta con los
muchos deseos, ansiedades y cuidados terrenos, con las «pasiones humanas». El misterio singular
de la asimilación de los sentimientos de Cristo se cifra precisamente en que un «yugo», al parecer
pesado (Mt 11,29), confiere al alma paz, refrigerio y fortaleza.

2. MIRADA RETROSPECTIVA (4,3).

3 Ya basta con el tiempo empleado en hacer la voluntad de los gentiles, viviendo en desenfrenos,
pasiones, libertinajes, orgías, bebidas y abominables idolatrías.

La palabra «basta» tiene cierto dejo amargo. Si atendemos al versículo precedente y al siguiente,
tenemos la sensación de que en las comunidades cristianas no desaparecieron tales vicios con el
bautismo. Sin embargo, no se amonesta directamente. El apóstol habla de los vicios como de cosas
del pasado. Además acepta como excusa que se hubieran dejado influir por el ambiente: más que
pecar por propia voluntad, habían cedido irreflexivamente a la voluntad de los gentiles. Aquel obrar
sin voluntad como los otros era precisamente lo contrario de su actual respuesta dada a la voluntad
de Dios con voluntaria y libre decisión..

Gentes que se entregan a un vicio abrigan siempre el deseo de mover a otros a proceder como ellos,
de censurar a los que tienen por aguafiestas. Esto se verificaba todavía más en tiempos en que la
vida pública y el mérito se regían, en gran manera, por estos vicios autorizados oficialmente.
Basten como ejemplos la espléndida construcción recubierta de mármol de un burdel descubierto
en las excavaciones de Éfeso, las casas de lenocinio de la acrópolis de Corinto o el teatro en la
Roma imperial. Pedro traza un triste cuadro de la prehistoria de los bautizados. Pero son esas
mismas personas, a las que, consideradas como el verdadero Israel (1,13-2,10), ha interpelado
como «linaje escogido», como «sacerdocio regio» (2,9). ¡Cuánto valor y cuánta fe se requiere para
mantener los ojos fijos en el fin sin dejarse ofuscar!

3. EXTRAÑEZA E INSULTOS DE LOS OTROS (4,4).

4 Por eso se asombran de que no concurráis a ese desbordamiento de liviandad y os insultan.

Se trata aquí de ese asombro que muestra el mundo cuando irrumpe algo de la realidad divina en el
ambiente que les es habitual. Parecía tan natural todo eso que ahora de repente es calificado de
malo por algunos... Cierto que estos no hablan de tales cosas, pero ya no las practican como los
otros. Esto se siente como un reproche. Le quita a uno el sosiego. ¿Por qué, pues, no proceden
como ellos?

En un principio se recurre a buenas palabras. Pero cuando éstas no dan resultado, se convierte la
actitud en odio e insulto de los que «forman corro aparte». Por fuentes no cristianas sabemos la
gran sensación que ya en el siglo l producían los cristianos con su nuevo estilo de vida. Su manera
sobria de ser devotos (cf. 4,7b) los distingue esencialmente de todas las demás religiones. Muchas
cosas actuaban como un cuerpo extraño en la sociedad y, no obstante, se sentía en lo más hondo
que en aquel modo de comportarse había algo justo, razonable y digno del hombre.
4. MIRADA AL JUICIO FINAL (4,5-6).

5 Ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a vivos y muertos.

También las gentes que no han oído nada, o apenas nada, de Cristo tendrán a Cristo por juez. Todos
los que se reían de los que querían vivir rectamente se oponían a Cristo, pues Cristo sufre
dondequiera que hay justos que sufren. Pedro está convencido de que aquellos que se burlaban
sabían en su interior lo que es justo y lo que no lo es. Cristo es la norma de validez universal para la
humanidad y, por tanto, también su único juez. En el Evangelio de san Juan dice Jesús: «El Padre
no juzga a nadie; sino que todo el poder de juzgar la ha entregado al Hijo» (Jn 5,22). De su juicio
no quedarán exentos ni los vivos ni los muertos anteriormente. Pedro fue precisamente quien
anunció a Cristo como tal juez en presencia del centurión Cornelio. Al hacerlo se remitió a una
orden del Señor: «Y nos ordenó predicar al pueblo y atestiguar que por Dios ha sido instituido juez
de vivos y muertos» (Act 10,42).49

6 Porque se ha anunciado el Evangelio aun a los muertos, precisamente para que, condenados
en carne según hombres, vivan en espíritu según Dios.

¿Cómo es, pues, posible que se anunciara el Evangelio a los muertos de siglos o milenios pasados?
En el lenguaje no bíblico se empleaba la palabra evangelium cuando los mensajeros corrían por
todo el imperio para anunciar la subida al trono de un nuevo soberano o el resultado de una batalla
decisiva. Tal noticia causaría gozo y satisfacción a los amigos del nuevo soberano y vendría a ser
angustia y castigo para sus enemigos. Algo análogo sucede en la predicación del Evangelio
cristiano, que es noticia de una victoria espiritual y de una subida al trono para siempre. Aunque
propiamente es una buena nueva, sin embargo, anuncia un castigo para los enemigos de Dios. 50

De esta realidad habla Pedro. Gracias a Cristo y a su muerte por amor a todos los hombres, lo que
es bueno y lo que es malo viene a ser discernible con toda claridad para los que todavía viven y
para los que hace ya tiempo que cesaron de vivir. La cruz es la piedra de toque en el juicio de
«vivos y muertos». Para unos significa esta cruz pena eterna, para otros vida eterna en la
contemplación de Dios: «Los muertos oirán la voz del Hijo de Dios... y los que hicieron el bien
saldrán (de los sepulcros) para resurrección de vida; los que hicieron el mal para resurrección de
condena» (Jn 5,25.29).

V. LA VIDA EN LAS COMUNIDADES (4,7-11).

Los versículos 4,8-11 compendian las ideas precedentes y proponen ante todo el asunto más
importante: la exhortación al amor de los cristianos entre sí. Antes, el versículo 4,7 forma la
transición a esta sección final.

1. PROXIMIDAD DE LA PARUSÍA (4,7).

7a El final de todo está cerca.

Por lo regular, cuando se habla del fin del mundo, fácilmente se deja percibir un acento de
desaliento y resignación. Para san Pedro significa el fin un gran acontecimiento, que se espera con
un estremecimiento de alegría y de temor. Se avanza al encuentro de este acontecimiento, porque

49
Cf. 2Tm 4,1 y eI artículo correspondiente en el símbolo de los apóstoles.
50
Acerca de este doble aspecto del mensaje de Cristo, cf. Lc 2,34, y el comentario a 1P 3,19.
es «la finalidad de la fe» (1,9). Hasta aquí se habían orientado ya las exhortaciones hacia esta meta
final. La carta entera respiraba una actitud fundamental que ahora por primera vez se formula
explícitamente: el fin cristiano es tiempo final, los cristianos se hallan en la «hora última» (lJn
2,18). Lo que se decía de los «elegidos» en 1,1 indicaba ya esta dirección. Pedro puede decir a las
comunidades sin sentimentalismos ni retóricas que ahora ha alboreado ya en realidad esa época de
la historia de la humanidad que anteriormente había sido esperada con tanta ansia por muchos.

Pero con esto está también inminente el gran juicio. Este conocimiento significa seriedad (4,17) y
gozo a la vez (1,6; 4,13), puesto que el juzgar no consiste sólo negativamente en condenar, sino
también positivamente en restablecer el debido orden querido por Dios. Como a un soberano que
ha de hacer su entrada en una ciudad para hacer justicia, así aguarda el cristiano al Señor en los
años de su vida en la tierra. Este cortejo regio se acerca cada vez más. Con Santiago querría
decirnos también san Pedro: «Tened paciencia vosotros también, fortaleced vuestro corazón,
porque está cerca la parusía del Señor» (St 5,8).

7b Sed, pues, sensatos y sobrios para la oración.

Todo lo que importa es establecer desde ahora contacto con el otro mundo, que cada vez está más
cerca. La oración es cada vez más importante. Pero no quiere decirse que los cristianos hayan de
orar para poder vivir con sensatez y continencia hasta el juicio, sino que deben ser sensatos y
sobrios para poder orar bien. Toda buena oración, y no en último lugar la oración litúrgica en
común, exige preparación. Aquí se mencionan dos clases de preparación a las que, conforme al
sentido, se puede añadir una tercera.

En primer lugar se trata de ese sosiego interior que permite al hombre formar ideas claras. Se trata
de la integridad de la mente y del alma. Además de esta integridad o buena salud tiene importancia
para la oración el fortalecimiento del alma mediante la abstinencia. Antes se había hablado ya de
este fortalecimiento proporcionado por la sobriedad (1,13). Más adelante volverá a recomendarse
para la situación de combate: «Sed sobrios, velad» (5,8). Con esto llegamos al tercer presupuesto
de la buena oración: la vigilancia espiritual. Sólo a los sobrios les es posible mantenerse con el
alma despierta y en vela. Por esta razón tienen tan íntima conexión en la doctrina del apóstol la
vigilancia y la sobriedad. Pablo advierte: «No durmamos, pues, como los demás, sino
mantengámonos en vigilancia y sobriedad» (lTes 5,6). Sensatez, sobriedad y vigilancia trazan el
cuadro del orante cristiano. Son las cualidades que con tanta viveza puso Jesús ante los ojos del
pueblo con las imágenes de las diez vírgenes (Mt 25,113), y de los hombres que, ceñidos y con
lámparas encendidas en las manos, aguardan a su señor. (Lc 12,35-38).

2. AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS (4,8-9).

8 Ante todo teneos un amor intenso unos a otros, porque el amor cubre multitud de pecados.

¿Cómo debe entenderse esto de que la caridad, el amor cubre multitud de pecados? ¿Exhorta Pedro
al amor mutuo porque desea que en las comunidades cristianas se encubran las faltas de los
hermanos y de las hermanas, se olviden y no se vuelva a hablar más de ellas? ¿O es tan importante
el amor porque cuando los cristianos se aman mutuamente interviene Dios mismo? Entonces ¿qué
pecados encubre? ¿Los del amado o los del que ama?

Pedro dice: El que piensa en los otros y les hace bien, con ello procura por su propia alma de la
mejor manera. El juicio final está inminente, ya sea en la muerte o al final de la historia de la
humanidad. Debemos pensar en nuestra vida pasada (4,3). ¿Podremos sostener el juicio de Dios?
San Pedro invita a lo único que también en él fue capaz de encubrir y hasta envolver en rayos de
luz su flaqueza pasada: el amor.51

9 Practicad la hospitalidad unos con otros sin murmuración.

Sin duda alguna había ya en la primitiva Iglesia cristianos que se quejaban de la carga que les
imponían hermanos en la fe que pasaban de camino. Tal murmuración no parece haber sido
siempre completamente infundada. Ya hacia fines del siglo primero había sido necesario dar
directrices no sólo sobre el modo como se debía practicar la hospitalidad, sino también sobre la
manera de solicitarla. A un predicador de la fe se debe «ser recibido como si fuera el Señor». Ahora
bien, el huésped «debe permanecer sólo un día, o dos en caso de necesidad. Pero si se queda tres, es
un falso profeta».52 Muchos textos del Antiguo y del Nuevo Testamento hablan de esa forma de
amor del prójimo que trata como a un amigo al forastero que está de paso. En el juicio final
preguntará Cristo si se dio albergue a sus hermanos más pequeños (Mt 25,31-40). Pero en ningún
otro pasaje se exhorta a la hospitalidad «sin murmuración». Lo que le interesa a Pedro son
precisamente los sentimientos del que da hospitalidad. A los que acogen al hermano que está de
paso los considera con los ojos de la fe. Con la murmuración se anularía una obra de caridad;
porque «Dios ama al que da con alegría» (2Cor 9,7).

3. SERVÍOS MUTUAMENTE PARA GLORIA DE DIOS (4,10-11).

10 Que cada uno ponga al servicio de los demás el don que recibió, como buenos
administradores de la multiforme gracia de Dios.

En la carta a los Romanos se exhorta en manera análoga a poner al servicio de la comunidad los
diferentes dones recibidos. Pero san Pablo se sirve para ello de la imagen del cuerpo, cuyos
miembros deben obrar en común (Rom 12,3-8); Pedro sigue ateniéndose a su imagen de la casa (cf.
2,5). En la Iglesia, que es la «casa de Dios» (4,17), tienen muchos administradores sus propias
funciones. Con fidelidad y sensatez (Lc 12,42) deben administrar y distribuir los bienes de su
señor. Lo que se les ha confiado es múltiple y variado. El uno puede quizá dedicarse con vigor al
trabajo del campo, el otro, enseñar y regir una comunidad. La variadísima abundancia de la
propiedad divina es tan grande que nadie ha quedado con las manos vacías. «Cada uno» tiene algo
que administrar. A cada criado ha confiado el señor de la casa su quehacer, todos los «talentos»
deben aprovecharse. Nadie carece de valor; hasta la más pequeña ocupación, natural o sobrenatural,
es don de Dios.

11a El que predica, hágalo como quien profiere palabras de Dios; el que ejerce un ministerio,
como quien tiene poder otorgado por Dios;

Entre la múltiple variedad de los dones de Dios, se fija san Pedro en los dos más significativos para
la administración de las comunidades: el servicio de la palabra, y el servicio de las mesas (cf. Act
6,2). Tanto en la acción de los seglares como en los quehaceres de los sacerdotes se trata de dones
que han sido confiados por Dios. Por esto, los que los administran no deben contentarse con pensar
calladamente que se trata de una propiedad de Dios, sino que también los agraciados por ellos
deben poder reconocer que se les reparte algo del tesoro de los dones de Dios. Del modo y manera
humilde cómo uno se pone al servicio de la comunidad con sus energías intelectuales y espirituales,
y también con las corporales y materiales, debería poderse deducir que comprende su deber de
ayudar a los otros con estos dones. Pero sobre todo los que han recibido el encargo del servicio de
51
Compárese la triple pregunta sobre el amor en Jn 21,15-17 con la triple negación en Mc 14,66-72.
52
Doctrina de los doce apóstoles 11,4-5.
la palabra deberían dar la sensación, no ya de dar algo propio, sino de transmitir lo que han recibido
gratuitamente de Dios. Sus palabras deberían ir animadas del mismo espíritu con que dijo Jesús:
«Mi doctrina no es mía, sino del que me envió... El que habla por su cuenta, busca su propia gloria»
(Jn 7,16.18).

11b ... y así, en todas las cosas será Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenece la gloria y
el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Mediante esa desinteresada y humilde distribución de la riqueza de Dios ha de ser Dios glorificado.
Estas palabras de conclusión no se refieren sólo al ministerio de la palabra y al servicio, no sólo a
las otras obras de caridad mutua intraeclesial, de que se hablaba en 4,8, sino que se aplican a todo
el obrar bien a que se ha exhortado en la parte principal de la carta. 53 Pedro vuelve aquí a la idea
que expresó al comienzo de esta parte: «Llevad entre los gentiles una conducta ejemplar. Así...
glorificarán a Dios en el día de la visita» (2,12). Dios ha de ser glorificado por el hecho de que las
gentes vean en los cristianos un modo de vivir honrado y servicial precisamente en la vida
cotidiana y en su trato mutuo. Por ello deben conocer que hay todavía otro mundo y otros valores
invisibles. Por el mero hecho de reconocer esto incrementarán la gloria de Dios.

La carta entera está penetrada de la idea de la gloria eterna de Dios. 54 Tal concepción del mundo
orientada a la gloria de Dios sigue la tradición del Antiguo Testamento. En una oración de la
sinagoga se dice: «Alabado sea Dios que nos creó para su glorificación.»

53
Cf. 2,15.20; 3,6.17.
54
Cf. 1,7; 4,13s; 5,1.4.10.
Parte tercera

META FINAL DE LA VOCACIÓN CRISTIANA 4,12-5,11

Por segunda vez (cf. 2,11) vuelve a comenzar san Pedro con la interpelación «Queridos hermanos».
La parte central (2,11-4,11) ha terminado. Ahora comienza la tercera y última parte. La palabra
«amén» no significa precisamente que originariamente terminaba aquí (4,11) la carta. Lo que sigue
desde 4,12 no es una añadidura posterior. En la primitiva literatura cristiana tropezamos con
frecuencia en medio del texto de las cartas con semejante alabanza de Dios reforzada con la palabra
«amén», que quiere decir: «En efecto, así es y así tiene que ser». 55

Pedro vuelve una vez más a la idea fundamental y la profundiza. Nos referimos principalmente a
los conceptos de purificación (compárese 4,12 con 1,7), del sufrir con Cristo (compárese 4,13 con
2,20s), de las buenas obras (compárese 4,14-18 con 2,12), de la subordinación (compárese 5,5 con
2,13-3,6) y de la gloria eterna (compárese 5,10 con 1,7).

1. SUFRID EN UNIÓN CON CRISTO (4,12-19).

a) Alegría en los padecimientos (4,12-14).

12 Queridos hermanos, no os extrañéis del incendio que se ha producido entre vosotros para
vuestra prueba, como si os hubiera sucedido algo extraño.

Al leerse esta carta en la celebración litúrgica, los «elegidos» deben pensar de otra manera que
antes sobre las pruebas que les han sobrevenido. Así comienza la parte final de la carta. Que la
pasión de Cristo acompañe a los cristianos en el camino de la vida es sencillamente lo normal.
Cierto que aquí se trata de un sufrimiento especialmente doloroso, de un incendio. Ya en 1,7 se
había hablado del fuego que purifica, al que Dios ha de someter todavía el oro de su fe. Este fuego
purificador no está constituido únicamente por persecuciones e injusticias exteriores. 56 Puede
también deberse a tentaciones interiores. 57 Es muy de notar que en el Apocalipsis se designa con la
misma palabra «incendio» la ruina de la Babilonia enemiga de Dios al final de los tiempos (Ap
18,9.18). Así en toda esta sección de la carta se percibe no sólo el motivo de la purificación por el
fuego, sino también el del fuego final y con él el del juicio final. Dado que Dios mismo es un
«fuego consumidor» (Is 33,14), tanto más afectará este fuego a cada uno y a la humanidad entera,
cuanto más se acerquen a Dios. Sólo lo que sea genuino y verdadero podrá subsistir en medio del
fuego de Dios.

55
Por ejemplo, la carta de san Clemente romano a los Corintios (hacia el año 95), que tiene tanta afinidad con la primera
carta de san Pedro, se interrumpe, a lo que parece, diez veces con tales doxologías. Cf. también las doxologías con
«amén» en Rom 1,25; 9,5; 11,36: 15,33; Ga 1,5; Ef 3,21; 1Tm 1,17.
56
Cf. 2,18-20; 3,14.17.
57
Cf. 2,11; 4,2.
13 Más bien, a medida que tomáis parte en los padecimientos de Cristo, alegraos, para que
también en la revelación de su gloria saltéis de gozo.

Pedro invita al gozo por la gracia de poder tener parte en los padecimientos de Cristo. Exhorta así:
Alegraos precisamente de participar en la pasión. Si os gozáis participando en los padecimientos de
Cristo, os iréis preparando para gozar eternamente con Cristo. Esto sólo es posible si tal asociación
en los padecimientos es en el fondo una asociación en el amor, si brota de un gran amor
completamente personal a nuestro Señor Jesucristo. En el tránsito de esta vida a la eterna no se
modifica nada esencial. Únicamente se intensificará hasta el extremo la comunión en el amor.

Aquí topamos con un rasgo fundamental, oculto, de la carta entera: la unión con Cristo en amor de
amistad y el ardiente deseo de hacerse semejantes a él por amor es lo que inflama a Pedro y la meta
a que él desearía conducir a todos los «peregrinos elegidos».

14 Bienaventurados vosotros si sois ultrajados por el nombre de Cristo, porque algo de la gloria
y el Espíritu de Dios descansan sobre vosotros.

Esto sugiere dos imágenes: la imagen más fácilmente comprensible trae a la memoria el bautismo
de Cristo en el Jordán. Mediante el descenso del Espíritu Santo se hacen los cristianos humillados
semejantes al Mesías humillado en el bautismo. Pero no se dice sólo que «el Espíritu de Dios»
desciende sobre los que son ultrajados por el nombre de Cristo, sino además que reposa sobre ellos
algo de la gloria. Con frecuencia dicen los libros del Antiguo Testamento que la gloria de Dios, su
majestad, descendió sobre la asamblea de Israel «llenando la casa del Señor». 58 El verdadero
templo y la casa espiritual de Dios (4,17) son los cristianos perseguidos. Sobre ellos desciende
preferentemente la gloria del Señor.

Gran sensibilidad muestra el hecho de mencionarse aquí entre todos los padecimientos el de ser
ultrajados por el nombre de Cristo. Es que éste es especialmente doloroso. Este versículo tomado
de la vida ordinaria está en espíritu muy cerca de las palabras del sermón de la montaña, tan
extrañas al mundo y tan impregnadas de ideal: «Bienaventurados seréis cuando, por causa mía, os
insulten» (Mt 5,11).

b) Sufrid por la justicia (4,15-16).

15 Que ninguno de vosotros tenga que sufrir por criminal, o por ladrón, o por malhechor, o por
entrometido. 16 Pero si es por cristiano, no se avergüence, sino dé gloria a Dios por este
nombre.

Sólo tres veces aparece la palabra cristiano en el Nuevo Testamento. Por primera vez hacia el año
40 d.C., se comienza a llamar así a los miembros de la comunidad en Antioquía (Act 11,26). En el
verano del año 60 d.C., es ya el nombre de cristiano una designación corriente y obvia para el rey
Agripa II, en Cesarea (Act 26,28). En nuestra carta se cita este nombre por tercera vez. A los
seguidores de Cristo se los llama cristianos, como a los adeptos de Herodes se los designa como
herodianos. Según la posición con respecto al jefe del partido respectivo es esta designación un
título honorífico o un insulto. Los relatos de los escritores romanos Tácito y Plinio 59 dan a entender
la situación jurídica que tiene presente san Pedro: a los cristianos en los tribunales no se les echa en
cara, como capítulo de acusación, sino su condici6n de cristianos. En este nombre y por este
58
2Cro 7,1; del fuego, o de la nube, que anunciaba la presencia de la «gloria» de Yahveh habla, por ejemplo, Ex 40,35;
1R 8,11; Is 4,5, Ez 43,5; Ap 15,8.
59
TÁCITO, Ann. 15,44; PLINIO, Ep. 96 (97).
nombre, unidos vitalmente con el Cristo, deben «dar gloria a Dios». Lo que verdaderamente
importa en primer lugar es contribuir a la glorificación de Dios mediante una vida ejemplar. Pero
ahora se trata de glorificarle mediante la sumisión a la «prueba» (4,12). Será un honor sufrir
ultrajes por el nombre de Jesús, ya que él también fue ultrajado.

c) Sufrid convencidos de que comienza el juicio final (4,17-19).

17a Porque ya es tiempo de que comience el juicio por la casa de Dios.

El primer «porque» (4,14) había introducido la idea de que la gloria de Dios y el Espíritu reposa
con preferencia sobre los que sufren. Como segunda razón de su bienaventuranza se dice: Además,
es ya el tiempo del juicio. En este segundo argumento, como en el primero, tiene Pedro ante los
ojos la Iglesia como «casa de Dios», como templo de Dios. Los profetas habían hablado ya del
comienzo del juicio por el templo. Ezequiel describe circunstanciadamente el comienzo del juicio
divino: Dios llama a los poderes que «han de ejecutar la sentencia en la ciudad». Primeramente el
«varón» sacerdotal, «que estaba vestido de lino», ha de ir por en medio de la ciudad santa, por en
medio de Jerusalén, y «señalar con una cruz la frente de los que suspiran y se lamentan por todos
los horrores que se han producido en la ciudad». Sólo ellos serán perdonados. Luego se transmite la
orden: «Pasad en pos de él por la ciudad y herid... Comenzad por mi santuario.

Comenzaron, pues, por los ancianos que estaban delante del templo (en el atrio de los sacerdotes).
Y les dijo: Profanad también la casa (el templo propiamente dicho), henchid de muertos los atrios.
Salid luego y comenzad a matar por la ciudad» (Ez 9,1-7). 60 Es la imagen de un destacamento de
soldados que con la espada desenvainada salen del templo y se lanzan por la ciudad y luego entre
los pueblos. En esta imagen late la convicción de la necesidad de una última purificación, ante todo
también del pueblo de Dios.

Se podría utilizar otra imagen: los hombres delante del tribunal son como enfermos que aguardan la
intervención necesaria, pero dolorosa del médico. A los enfermos que le están más allegados se
dedicará el médico con más empeño, pese a los inevitables dolores. Santos, como santa Catalina de
Génova, que consideraban como una gracia sufrir ya en la tierra y anticipar los tormentos
purificadores del más allá, vivieron esta verdad de la Escritura.

17b Y si empieza por nosotros, ¿cuál será el final de los que se rebelan contra el Evangelio de
Dios? 18 Y «si el justo a duras penas se salva, ¿dónde podrá presentarse el impío y el pecador?».

La exhortación a los buenos se acentúa con el recuerdo de la suerte de los pecadores empedernidos.
Las dos interrogaciones dan más fuerza a las recomendaciones (4,12-17a). Sólo a duras penas se
salva el justo. Aquí se deja sentir toda la inseguridad en que se halla el cristiano durante su tiempo
de lucha en la tierra. El mismo san Pablo escribía a los filipenses que todavía no había alcanzado la
meta y que todavía tenía que correr tras el premio de la victoria (Flp 3,12-14). Lo serio de la
situación está expresado en la sentencia del Señor, según la cual sólo se salvará el justo que se
mantenga firme hasta el final» (Mt 24,13).

Esta fatiga, este «a duras penas», deja presentir también algo de las fatigas educativas que debe
prodigar el Padre celestial para llevar a sus hijos a la perfección. Pero la mayor fatiga para
salvarnos hubo de experimentarla el Salvador y Redentor. «Fatigado» se sentó una vez Jesús junto
al pozo de Jacob (Jn 4,6). Para salvarnos tomó sobre sí la pobreza, el trabajo penoso, el caminar de
una parte a otra sin albergue y, finalmente, la muerte en cruz.
60
Cf. Jr 25,29
19 Así pues, también los que sufren según la voluntad de Dios, pongan sus almas en manos del
Creador fiel, practicando el bien.

Dios es creador, el cual, soberanamente y manteniéndose invariablemente fiel a sí mismo, produce


y conserva el mundo. Con esto se responde con la mayor sencillez a todas las preocupaciones e
interrogantes sobre el sufrimiento, que constantemente se hacen presentes en la carta: Dios es el
Creador. No procede sin razón. Vosotros sois criaturas y tenéis que someteros.

Cuando fallen todas las consideraciones, el pensamiento en el Creador y en la propia condición de


criaturas dará fuerza y constancia en la aflicción. Pero la constancia y la perseverancia no es algo
pasivo: debemos esforzarnos por practicar el bien. Una y otra vez resuena esta recomendación. 61
Con frecuencia, mediante el contraste con los que «obran el mal», con los malhechores, 62 se había
mostrado todavía más claramente de qué se trataba: de la prontitud para prestar servicio y del amor
desinteresado, que se hacen patentes en buenas obras en el ámbito de la familia, en la comunidad y
sobre todo en la vida pública. Practicar el bien es el deber que no varía nunca, pese al sufrimiento y
hasta al «incendio». Los cristianos deben poner «sus almas» en manos de Dios, para que las
purifique, y a la vez perseverar en la práctica del bien.

No es quehacer fácil entregarse constantemente a Dios en la fe. Ahora bien, Cristo fue el primero
en seguir este camino (2,23) haciéndose cordero de Dios destinado al sacrificio. También la vida
del cristiano, con la entrega incondicional y constantemente reiterada, del propio yo al Creador,
vendrá a ser víctima en el «fuego» de Dios.

2. EXHORTACIÓN A LOS PASTORES DE LA GREY DE DIOS (5,1-5)

a) Exhortaciones a los ancianos (5,1-4).

1 Así pues, a los ancianos que están entre vosotros, exhorto yo, anciano como ellos, con ellos
testigo de los padecimientos de Cristo y con ellos participante de la gloria que se ha de revelar:...

La carta va dirigida a las comunidades en cuanto tales, a todos sus miembros. Esto se muestra aquí
por el hecho de que con el aditamento «entre vosotros» se destaca la categoría de los dirigentes.
Pedro se dirige a los ancianos y él mismo se designa, en unión fraternal, como uno de los ancianos,
como ellos. «Anciano» es un cargo y designa un sacerdocio especial distinto del sacerdocio común,
del «sacerdocio santo» (2,5), que forman todos los cristianos.

La exhortación a los ancianos se introduce con las palabras así pues. Hemos acabado de oír hablar
del cumplimiento del deber en la vida cotidiana -pese a los sufrimientos-, y antes se habló todavía
de la conexión entre sufrimiento y gloria (4,13). Empalmando con ello dice el apóstol: También los
ancianos -y ellos muy especialmente- tendrán necesidad de practicar el bien en el cumplimiento
diario del deber, y con la esperanza en la gloria eterna deberán asociar la convicción de la
necesidad de la cruz.

2a Apacentad el rebaño de Dios que está entre vosotros...

La primera palabra es significativa tocante al espíritu de esta sección: Apacentad. Pedro mismo
recibió del Señor este encargo: «Apacienta mis ovejas» (Jn 21,16). En el Antiguo Testamento se

61
Cf. 2,12.14s.20; 3,6.11.13.16.17.
62
Cf. 2,14; 3,12,17.
hallan ideas semejantes: «Apacentar» implica soberanía de rey y guía comprensiva. 63 El que
apaciente tiene que cuidarse del pasto y del agua. Proporcionará a su rebaño alimento espiritual,
como Jesús, que se compadecía de las multitudes y las instruía, pues se hallaban «como ovejas sin
pastor» (Mc 6,34). Pero con especial solicitud se cuidará de los pequeños y de los débiles y buscará
a los extraviados. Más aún, a ejemplo de Cristo ha de estar dispuesto a dar su vida por sus ovejas.
El pastor es el jefe del rebaño, del que depende su prosperidad. Un pastor sin rebaño se pierde. Por
ello es tanto más significativo el requerimiento de «apacentar» que se hace a los ancianos. Pedro
parece ser consciente de su posición privilegiada. ¿En este «apacentad» no se encierra ya algo de la
futura estructura jerárquica de la Iglesia?

2b ...vigilando, no obligados por la fuerza, sino de buen grado, según Dios;...

El encargo general de apacentar el rebaño de Dios se desarrolla en tres exhortaciones particulares.


Cada vez se contrapone la imagen del buen pastor a la del malo. La primera instrucción presupone
la institución oficial de los ancianos. Con toda seguridad no se les impuso su cargo a la fuerza. Pero
a lo largo de los años de servicio se daba la posibilidad de sentir este cargo como una carga. Con
las palabras de buen grado se indica un cumplimiento gozoso del deber, su desempeño voluntario y
espontáneo. Tal opción voluntaria es «según Dios», conforme a Dios, cuando hay sumisión a su
voluntad, aceptación de su voluntad, unión con ella. El Hijo de Dios dio voluntariamente «su vida
por las ovejas» (Jn 10,11).

2c ,..y no por sórdida ganancia, sino con generosidad;...

«No por sórdida ganancia» podría quizá expresarse mejor, aunque menos literalmente, por «no para
aprovecharse». Ya en aquel tiempo parece haber sido un abuso del clero el sacar provecho a costa
de la comunidad. La exhortación presupone que los ancianos -a los que quizá pudiéramos
compararlos con nuestros párrocos- recibían un sueldo o donaciones voluntarias de los fieles,
conforme a la norma del Señor: «El obrero merece su sustento» (Mt 10,10). Pedro no rechaza la
remuneración de los ancianos por la comunidad. Lo que reprueba es la avidez de lucro, la codicia
de las clérigos. Cuando los miembros de la comunidad solicitan servicios de anuncio de la palabra
o administración de sacramentos, deben prestarse con generosidad, sin dejar de oír ni una palabra
de compensación o de honorarios.

3 ...no como poseedores de un lote, sino siendo modelos para el rebaño.

Pedro presenta aquí un tercer aspecto de la misión del pastor: «Apacentad». Los ancianos no deben
dominar como dictadores sobre su lote. Esta palabra designa en el Antiguo Testamento la parcela
de tierra, la propiedad que tocó en suerte como patrimonio a las tribus de Israel. Pero también Israel
se entendía como «el pueblo y la heredad» de Dios. Así el apóstol pone en guardia a los ancianos
contra el dominio despótico sobre las comunidades, ya que éstas no son patrimonio de los ancianos,
sino propiedad y heredad de Dios.

Un segundo significado se percibe todavía en esta palabra, a saber, el de «grado jerárquico». Se


quiere dar a entender el puesto en la jerarquía de la comunidad, clérigos y laicos, que a cada uno se
confirió real o sólo figurativamente mediante la asignación de un puesto. En este sentido, se trata
de una advertencia contra la modificación o colación arbitraria de los cargos en las comunidades.
Al rebaño de Dios no se le debe inquietar sin necesidad.

63
Cf. Is 44,28; Zac 11,4-7; Ez 3-4,13; Jn 10,4.
Los ancianos deben dar a la comunidad ejemplo de fiel cumplimiento del deber. Deben, ir por
delante como Cristo (2,21) y dejar al rebaño su ejemplo, sus «huellas» (2,21) como la mejor
exhortación. Para guiar a los súbditos con el ejemplo se requiere el cumplimiento de los deberes
cotidianos con toda humildad y teniendo ante los ojos la admonición de Jesús: «El que quiera ser
entre vosotros primero, sea esclavo de todos» (Mc 10,44).

4a y cuando se manifieste el mayoral de los pastores...

El título de mayoral designa una profesión. El mayoral recibe sus encargos de un señor rico que
posee grandes rebaños. En el ejercicio de su función le ayudan otros pastores que están bajo su
vigilancia. Cuando Pedro designa a Cristo como mayoral o pastor supremo, esto quiere decir que
Cristo es pastor juntamente con los ancianos, pero como su cabeza. A ellos, que son sus pastores
auxiliares o sus lugartenientes, les dará encargos y les otorgará su recompensa conforme a su
solicitud por el rebaño.

Tienen que apacentar el rebaño de Dios, que es a su vez el rebaño de Cristo. 64 A su retorno
examinará Cristo si ha crecido su rebaño, qué rendimiento ha dado, cuántas reses se han perdido.
En la imagen del pastor supremo, al que el Padre dio las ovejas (Jn 10,29), pero que dio a otros el
encargo de apacentarlas con él y como sus representantes (Jn 21,16), asoma el misterio de la
sucesión apostólica. Lo que a nosotros más nos asombra en el orden salvífico de Dios no parece ser
siquiera el hecho de que el oficio pastoral pasara de los apóstoles a las manos de otros, sino el que
el Padre confiara a Cristo el cuidado del rebaño de Dios y el que Cristo lo confiara a hombres
débiles.

4b ...conseguiréis la gloriosa corona de amaranto.

El apóstol no se detiene en la imagen escueta de un mayoral que paga el sueldo a sus pastores
auxiliares, sino que pasa a la imagen regia de la coronación. Aquí confluyen todas las
representaciones de alegría, de triunfo y de realeza. Pedro propone a los pastores que se hayan
hallado fieles una corona de inmarcesible amaranto. 65 Esta corona de flores de un rojo oscuro es
símbolo de la gloria imperecedera de Dios, de la que ellos mismos serán partícipes. Gloria eterna
será su recompensa y el premio de su victoria. Así, la exhortación a los pastores y ancianos termina
en esta carta pastoral con una mirada dirigida al triunfo eterno. Todos los defectos del clero de que
se hablaba en 5,2s. parecen olvidados, e irrumpe la elevación de ánimo, fundada en el poder de la
redención de Cristo.

b) Exhortación a los jóvenes (5,5).

5a Igualmente vosotros, jóvenes, someteos a los ancianos.

Como en el caso de los ancianos, tampoco en el de los jóvenes se trata en primer lugar de edad,
sino de categoría en el orden eclesial, de un título. Estos jóvenes deben seguramente entenderse
como auxiliares y cooperadores de los prepósitos de las comunidades y pueden considerarse como
un grado preparatorio de los clérigos inferiores. En los Hechos de los apóstoles aparece por primera
vez tal servicio auxiliar en la administración de las comunidades, desempeñado por jóvenes:
«jóvenes» son los que llevan a enterrar a Ananías (Act 5,6).

64
Cf. Jn 10,27-30; 7.Mt 25,31-46; Hb 13,20
65
El amaranto es una conocida planta de jardín: una mata baja, con flores oscuras, que cuelgan muy largo. En España es
conocida la variedad llamada «moco de pavo».
La subordinación de los jóvenes a los ancianos, tan difícil en todos los tiempos, la ve Pedro con los
ojos de la fe. Así no es una humillación, sino una posibilidad de poner en práctica el primer y
supremo mandato, el del amor de Dios.

c) Exhortación a todos.

5b Revestíos todos de humildad en servicio mutuo, porque «Dios resiste a los soberbios y da su
gracia a los humildes».

La última razón por la cual san Pedro exhorta tan a menudo y con tanto empeño a la sumisión, no
es para que la vida de la comunidad se deslice sin fricciones. Es decisiva la idea de que el humilde
es agradable a Dios y semejante a Cristo. Está en gracia con Dios. En servicios mutuos y también
precisamente en trabajos humillantes avanza el discípulo en la imitación de Cristo, que vino a dar
satisfacción por la soberbia del hombre mediante un servicio de obediencia. Todos, clérigos y
laicos, deben ceñirse la humildad como un cinturón.

Pedro pensaba quizás en la última noche de Jesús en el cenáculo: «...se levanta de la cena, se quita
el manto y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echó agua en el lebrillo y se pone a lavar los pies
a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido» (Jn 13,4s). Tal es el ejemplo que
hay que imitar, tales son las «huellas» (2,21) que han de seguir todos los cristianos.

3. EXHORTACIÓN A PERSEVERAR (5,6-11).

a) Exhortación a la confianza en Dios (5,6-7).

6 Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que os exalte a su tiempo.

El apóstol piensa en otra manera de humillación. Ésta recibe su nota especial de la imagen de la
poderosa mano de Dios. Ya ha habido persecuciones y otras están inminentes. Pedro aconseja:
Dejaos humillar y doblegar por hombres que no son sino instrumentos de Dios, pues así entráis en
la esfera de dominio de Dios. La omnipotencia de Dios que juzga, pero que también cuida del
hombre en su «poderosa mano». La mano que es activa y eficiente es símbolo del eficaz despliegue
de poder por Dios. En el Antiguo Testamento, sobre todo en relación con el éxodo de Egipto, se
habla constantemente de la «mano del Señor», que es más fuerte que la «mano de los egipcios».
«Aquel día libró Yahveh a Israel de las manos de los egipcios, cuyos cadáveres vio Israel en las
playas del mar. Israel vio la mano potente que mostró Yahveh para con Egipto, y el pueblo temió a
Yahveh» (Ex 14,30s). Bajo esta mano poderosa deben dejarse humillar los cristianos por los golpes
de la fortuna. Esta mano de Dios tendrá poder para levantarlos de nuevo.

En el espíritu y con palabras de nuestra carta informa el año 177 la comunidad de Lyón a las de
Frigia sobre el triunfo de los mártires, que algunos de entre ellos habían reportado con la poderosa
asistencia de Dios: «Tales aflicciones hubieron de soportar las Iglesias cristianas bajo el
mencionado emperador... Se habían humillado bajo la poderosa mano de Dios, por la que ahora han
sido tan exaltados».66

7 «Echad sobre él» todas «vuestras preocupaciones», porque él cuida de vosotros.

66
Transmitido por EUSEBIO, Hist. Eccl. v, 2.
Como quien pone un peso sobre una bestia de carga deben los cristianos descargar en el Padre
celestial sus preocupaciones. El Salmista, puesto en aprieto por sus enemigos, cobró ánimos con
estas palabras: «Echa sobre Yahveh tu cuidado, porque él te sostendrá» (Sal 55 [54], 23). 67 En
medio de todos los sufrimientos de las persecuciones no olvidará Dios a sus comunidades. Más
aún, nadie se cuidará de ellas tanto como él. Cierto que no se le pueden dar prescripciones sobre
cómo lo ha de hacer. Animados por la fe debemos confiarnos a Dios.

Anteriormente se ha dicho que debemos perseverar en la práctica del bien y dejar a Dios el cuidado
de nuestro yo (4,19). Descargar nuestras propias preocupaciones en Dios no excluye que nosotros
nos preocupemos por otras personas, ya que tratamos de hacerles bien. Así entendieron las
primeras comunidades las nada fáciles palabras del Señor: «No os afanéis... Buscad primero el
reino y su justicia» (cf. Mt 6,25-34). Debemos ser para con el Padre celestial como un niño
pequeño, que, despreocupado del propio futuro, sólo piensa en cómo podrá dar gusto a su padre
obedeciéndole (cf. 1,14).

b) Exhortación a la vigilancia (5,8-9).

8 Sed sobrios, velad. Vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién
devorar.

El versículo comienza con un doble y abrupto grito de alarma, lanzado en un apuro extremo. Los
fundamentos de la fe se hallan en peligro... ¿Se hacen todos bien cargo de la situación?

Tratemos de representarnos el cuadro. Una vez que el rebaño ha sido recogido en el redil para pasar
la noche, poco pueden de suyo con él las bestias feroces. El redil está protegido con un cerco de
piedras y con un seto formado por una maraña de espinas. Sin embargo, en medio de la noche
parece de repente retumbar la tierra: A muy poca distancia ruge un león. Un terror pánico invade a
todo el rebaño. «Las ovejas corren como locas hacia el seto de espinas, las cabras gritan con fuerza,
bueyes, vacas y terneros se apiñan en montones confusos lanzando fuertes mugidos de miedo, el
camello trata de romper todas las cadenas para poder escapar, y los perros animosos, que no temen
luchar con leopardos y hienas, dan fuertes ladridos lastimeros y corren desesperados a refugiarse
cerca de su amo».68 El león ruge en presencia de un cercado de ganado «con la intención de hacer
que el ganado allí encerrado se escape movido ciegamente por el miedo».

En un cuadro semejante ve san Pedro los acontecimientos que se aproximan en Asia Menor. Los
enemigos de la Iglesia de Cristo, tras los cuales se oculta el poder del demonio, intentarán intimidar
con amenazas a los creyentes. El apóstol les grita y les conjura: ¡Sed sobrios! ¡Daos bien cuenta de
la situación! El león ruge para infundiros un temor pernicioso. Sólo quiere atemorizaros, para que
confusos y desconcertados abandonéis el rebaño y el redil, único que puede ofreceros protección, y
huyáis. Entonces, cuando hayáis abandonado a Cristo, a su pastor y a su rebaño, seréis presa de la
muerte.

9a Resistidle firmes en la fe.

67
La liturgia utiliza acertadamente este texto como gradual el tercer domingo después de pascua. La epístola está tomada
de nuestro texto 1P 5,6-11, el evangelio, de Lc 15,1-10: el buen pastor busca la oveja perdida y la vuelve al redil sobre los
hombros.
68
BEHM, Tierleben, según la segunda edición original, publicada con la colaboración de A. MEYER, t.v. Raubtiere,
Hamburgo 1927, p. 27
Las ovejas de Cristo, en vista del león rugiente, deben mantenerse firmes sin vacilar. Mediante su
fe deben participar de la firmeza de Dios. Su unión con Dios les dará fuerza para mantenerse con
calma en su puesto incluso cuando parezcan desencadenarse los poderes del infierno, cuando los
enemigos traten de hacerlas vacilar con amenazas y tormentos.

Sólo puede haber verdadera firmeza allí donde subsiste algo invariable e inamovible. Esto no
sucede en las cosas de la tierra. La verdad, la belleza, la justicia y el amor de Dios, en cambio, no
cambiarán nunca, permanecerán eternamente los mismos: para Dios, lo bueno permanecerá
eternamente bueno, y lo malo será eternamente malo. A esta tranquilidad de la eternidad, a la
eternidad de Dios miran los «forasteros y peregrinos» (2,11) ya desde ahora. Con valiente
esperanza han echado allí su ancla espiritualmente, mientras la tempestad sigue enfurecida y
amenaza con desbaratar su nave. Su fe les da fuerza para perseverar y mantenerse firmes aunque
caiga sobre ellos una noche oscura y no se descubra ya la menor luz terrena que les sirva de punto
de mira.69

9b y sabed que a la comunidad de hermanos vuestros dispersa por el mundo perfeccionan estos
mismos padecimientos.

A la exhortación sigue todavía este breve aditamento. En primer lugar ha de estimular consolando:
No estáis solos, a las otras comunidades del mundo entero les sucede lo mismo. También en ellas
se comienza ya por los años 63/64 a amenazar con tormentos y muerte si alguien se mantiene firme
en su adhesión al cristianismo. Aparte este pensamiento consolador se deja oir, como en voz baja,
que también los remitentes de esta carta en Roma, en esta «Babilonia» (5,13), tienen por lo menos
tanta razón como ellos para desanimarse. Los cristianos no deben tomar demasiado en serio sus
propias preocupaciones, sino verlas en el gran marco de la Iglesia universal. La mirada se extiende
de las comunidades particulares a la entera Iglesia de Cristo.

Aquí no es la Iglesia el «rebaño de Dios», como tampoco la «casa de Dios» ni el «cuerpo de


Cristo», sino la comunidad de hermanos. Desde un principio habían adoptado la usanza
veterotestamentaria de llamarse unos a otros «hermanos» y «hermanas». 70 Se consideraba como un
rasgo esencial de la Iglesia el hecho de constituir una comunidad de hermanos, que podían llamar
«Padre» al mismo Señor (1,17); porque por su palabra viva se ha comunicado a todos ellos una
vida nueva (1,3.23). Pero como Dios ama a sus hijos, precisamente por ello hace que sean
educados, corregidos y purificados en común. Este proceso doloroso tiene que consumarse ahora
en ellos: la vida cristiana se desarrolla en el tiempo final. Ya ha llegado el momento en que el juicio
ha de comenzar por la casa de Dios (4,17). Los hermanos, separados en el espacio, pero unidos en
espíritu, sufren en común como «sacerdocio regio».

c) Mirada final a la eterna gloria (5,10-11).

10 El Dios de toda gracia, el que os llamó a su eterna gloria en Cristo, después que hayáis
padecido un poco, os restablecerá, confirmará, robustecerá y hará inconmovibles. 11 A él el
poder por los siglos de los siglos. Amén.

Una vez más se vuelve al gran asunto de la constancia y el buen ánimo. La meta es la «eterna
gloria», en la que irrevocablemente, triunfalmente volverán a ponerse en pie los resucitados. Siguen
cuatro verbos que pintan esta maravillosa obra corpórea y espiritual de Dios, la resurrección de la
69
Cf. también sobre tal constancia Lc 21,17-19; Sant 4,7.
70
Cf. por ejemplo, Act 2,29; 3,17.22, ICor 9,5. Notemos, en cambio que Cristo habla de sus «hermanos» y «hermanas»
refiriéndose a los que le siguen (por ejemplo, Mc 3,33-35), pero nunca interpela a nadie como «hermano».
carne. Se habla de una cuádruple acción que Dios mismo -esto se subraya expresamente-
emprenderá con los creyentes. Se dice en primer lugar que Dios Padre restablecerá a sus hijos. La
misma palabra griega se usa para hablar de la reparación de las redes estropeadas (Mt 4,21). Con
los cuerpos destrozados por las fieras en la arena del circo emprenderá Dios una labor no menos
dificultosa. Reunirá los huesos, análogamente a lo que vio Ezequiel en su visión del gran campo de
esqueletos.71 Además, los confirmará de modo que no puedan ya vacilar y flaquear. Lo que ahora es
todavía el quehacer de Pedro, a saber, el de «confirmar» a los hermanos en la fe (Lc 22,32), lo
asumirá entonces el Padre: en lugar de la fe les otorgará la visión. También los robustecerá. Les
conferirá fuerza y vigor juvenil, como a luchadores fatigados y sedientos los refrigerará en las
«fuentes de aguas de vida» (Ap 7,17; 21,1). Y finalmente «hará inconmovible» esta «casa
espiritual» formada de «piedras vivas» (2,5), esta «nueva Jerusalén» (Ap 21,2.10),
fundamentándola en su amor divino. Entonces se podrá decir en verdad de estos «forasteros y
peregrinos»: «Arraigados y cimentados en el amor, seáis capaces de captar, con todo el pueblo,
cuál es la anchura y largura, la altura y profundidad» de Dios (Ef 3,17s).

CONCLUSIÓN (5,12-14)

1. RECAPITULACIÓN DE LA CARTA (5,12).

12a Por Silvano, vuestro hermano fiel según creo, os escribo brevemente...

De esta observación final no se desprende claramente qué clase de intervención tuvo Silvano en
esta carta. Se le podría designar como colaborador en la redacción de la carta o también como
portador de la misma. Seguramente sería ambas cosas. 72 Silvano no sólo es recomendado a las
comunidades como hermano fiel, que como tal hará llegar fielmente la carta a su destino. También
se proyecta luz sobre su carácter y además deben saber los hermanos en Asia Menor que pueden
fiarse de las explicaciones orales que añada Silvano a este breve escrito. 73

Sorprende el inciso según creo. Este aditamento sólo tiene sentido, caso que pueda aprovechar al
portador. Sin embargo, esta observación sólo adquiere tal valor para un hombre como Silvano si los
destinatarios saben quién se oculta tras esta opinión privada: una personalidad, que no obstante su
modestia como de miembro que forma parte de un colegio (5,1), es consciente de su posición
dirigente, y que sabe además que una opinión formulada por él, aunque sólo sea de paso, tiene su
peso en las comunidades. Todo esto se supone si pensamos en Pedro «apóstol de Jesucristo» (1,1).

12b ...para animaros y para testificar que ésta es la verdadera gracia de Dios, en la que os
mantenéis firmes.

Con pocas palabras da Pedro una idea del contenido de toda la carta. Había escrito para «animar» y
para «testificar». En primer lugar se menciona el término animar, palabra que en el texto griego
original significa propiamente «llamar a voces». Pedro quería decir a las comunidades que tuviesen
ánimos, quería dirigirles palabras de consuelo. Cada línea de la carta está animada por el deseo de
infundir ánimos a los fieles, como un buen pastor grita a las ovejas, las atrae, les dirige buenas
palabras y anima a las que fatigadas quieren quedarse atrás, recordándoles la meta que todavía
deben alcanzar aquel mismo día. La segunda palabra, testificar, tiene propiamente el significado de
completar un testimonio. Pedro apoya con su autoridad la predicación de los heraldos de la fe, de
71
Cf. Ez 37,1-10.
72
Sobre Silvano, véase Introducción.
73
Cf. sobre tal comentario oral Hch 15,27: el calificativo de «fiel» se da en Ef 6,21 al portador Tíquico, en ICor 4,17, a
Timoteo.
quienes se había hablado en 1,12: «los que os evangelizan». Confirma su ortodoxia y la rectitud de
su enseñanza, en la que ocupaban un puesto central las palabras sobre la cruz y la esperanza de la
resurrección. Parece que ya entonces se daba importancia a la confirmación de una doctrina por
aquel apóstol que residía en Roma y al que el Señor había confiado la dirección suprema.

Finalmente, se habla por última vez de la verdadera gracia. Todo lo que a lo largo de la carta se ha
dicho sobre la gracia se trae ahora a la memoria de los lectores. Sobre todo hay que pensar en
aquellos pasajes en los que se habló del sufrimiento como de una gracia, es decir, una muestra de
favor por parte de Dios, y a la vez de un estado (estar en gracia con Dios). 74 En esta gracia deben
mantenerse los cristianos, deben tener el valor de penetrar en esta benevolencia de Dios, con
frecuencia tan dolorosa en los principios, mantenerse firmemente en ella y perseverar constantes en
la misma en medio de cualesquiera golpes de la fortuna. Para el tiempo incierto de la persecución
envía el apóstol sus palabras normativas: Precisamente en el sufrimiento habéis de ser verdaderos
«cristianos» (4,16), agradables a Dios. Sedlo, pues, con alegría (4,13).

2. SALUDOS (5,13-14a).

13 Os saluda la Iglesia que está en Babilonia, elegida como vosotros, y mi hijo, Marcos. 14a
Saludaos unos a otros con ósculo de amor.

La palabra «Babilonia»75 nos hace volver con el pensamiento al saludo introductorio (1,1).
Destinatarios y remitentes viven todavía igualmente en el exilio, es decir, en un país muy lejano y
desterrados de la patria. La comunidad de Roma, exactamente como comunidad, como unidad
espiritual y sobrenatural, envía saludos a las comunidades del Asia Menor. San Pedro añade a esto
todavía una última recomendación que brota de un corazón lleno de amorosa solicitud: Las
comunidades deben permanecer también unidas entre sí con verdadero amor. En muchos pasajes
del Nuevo Testamento se habla del «ósculo santo», con el que deben saludarse mutuamente los
cristianos.76 Sin embargo, sólo Pedro habla del ósculo de amor. Para él se trata de algo más que del
ósculo de paz en la celebración de la liturgia. Estas palabras dejan percibir su solicitud pastoral y la
responsabilidad que siente por la concordia y por la unidad de toda la grey, que se ha de lograr no
sólo por su dirección, sino también gracias al amor mutuo. La grey está ya extendida «por todo»
(kath'holon) el mundo conocido. En verdad ha venido a ser ya «católica». Sin embargo, no será
suficiente que los cristianos en particular, en los más diferentes lugares, perseveren hasta la muerte
en la verdadera doctrina. Lo que ha de hacer que resplandezca el verdadero ser de la Iglesia es la
unidad de las comunidades y de los grupos de comunidades entre sí, atestiguada en el amor mutuo.
Porque, en efecto, ha de ser una, «para que el mundo crea» (cf. Jn 17,21) que esta comunidad no es
obra humana, sino un trasunto, aunque débil, del amor entre las personas divinas.

3. DESPEDIDA (5,14b).

14b Paz a todos vosotros los que estáis en Cristo.

En este saludo final leemos la más bella calificación de la Iglesia. Es la comunidad de los hombres
que están en Cristo, la comunidad de todos los que sufren y triunfan en unión con Cristo. En estas
74
2,19s; cf. 3,14-16.
75
El nombre simbólico de Babilonia procede del Antiguo Testamento. Babilonia en el Eufrates era enemigo hereditario de
Israel y se consideraba entre los judíos como arquetipo de impiedad y corrupción pagana. Entre los judíos y cristianos de
los tiempos de san Pedro se ha convertido, ya mucho después de su destrucción, en encarnación del poder político que
domina el mundo, y así se aplicó este nombre a Roma, que era entonces la metrópoli de la potencia mundial pagana.
76
Cf. Rom 16,16; 1Cor 16,20; 2Cor 13,13; 1Tes 5,26. El ósculo era en la antigüedad la forma normal del saludo; cf. Lc
7,45.
palabras finales de saludo (escritas seguramente como firma por la mano del apóstol) se piensa en
dos grupos de destinatarios; la mirada se dilata mientras todavía está escribiendo Pedro. Quiere
desear la paz a un círculo más extenso que las comunidades a que se había dirigido hasta ahora. No
dice solamente: Paz a todos vosotros en Cristo, sino: a todos vosotros los que estáis en Cristo. Con
un corazón abierto de par en par abraza también a las otras muchas comunidades de las que no
tiene noticias concretas, pero que sabe que tienen que sostener la misma lucha, puesto que siguen a
Cristo. ¿Es que presiente que su carta no tardará en extenderse en copias por todo el imperio
romano?

Después de que en la parte final, desde 4,12, se había vuelto a recordar un tema tras otro, después
de que la palabra «paz» ha evocado de nuevo la introducción (1,2), escribe Pedro como última
palabra dejada expresamente para el fin, y que domina la carta entera: Cristo. El deseo de serle
semejante, la mirada a su modelo, a sus huellas, el pensamiento de sus sufrimientos terrenos y de su
muerte, de su victoria sobre los poderes, de su resurrección y de su estar sentado a la derecha del
Padre, son las fuerzas que en esta carta, versículo tras versículo, habían inducido a un desarrollo
más amplio, que le habían dado su plenitud de vida, su vigor entusiástico y ese tono que con
frecuencia afectaba personalmente a los lectores. Esta palabra, escrita aquí por una mano torpe de
pescador, es quizá la más bella expresión de esa misteriosa unidad de amor que existe entre Cristo,
su vicario y la grey, desde que un día, en la ribera oriental del lago fueron cambiadas aquellas
palabras: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»-«Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» «Apacienta mis
ovejas» (Jn 21,16).

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