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Día de la Memoria y Literatura Argentina

El relato narra el viaje de una familia desde La Rioja a Sanagasta, donde las hermanas Florencia y Lali deberán pasar una temporada mientras su padre realiza la campaña electoral para concejal. Lali, de 15 años, suele salir de fiesta los fines de semana y tiene varios novios, lo que preocupa a su padre durante la campaña. Florencia recuerda haber tenido que defender a su hermana en varias ocasiones de insultos por parte de otras chicas. El relato sugiere cierta tensión familiar.
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Día de la Memoria y Literatura Argentina

El relato narra el viaje de una familia desde La Rioja a Sanagasta, donde las hermanas Florencia y Lali deberán pasar una temporada mientras su padre realiza la campaña electoral para concejal. Lali, de 15 años, suele salir de fiesta los fines de semana y tiene varios novios, lo que preocupa a su padre durante la campaña. Florencia recuerda haber tenido que defender a su hermana en varias ocasiones de insultos por parte de otras chicas. El relato sugiere cierta tensión familiar.
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Efemérides 24 de marzo 

Día de Nacional de la Memoria por la Verdad y la 


Justicia 

El día 24 de Marzo se conmemora en nuestro país el Día Nacional de la Memoria


por la Verdad y la Justicia. Esta fecha fue establecida en el año 2002 por Ley de la
Nación N° 25.633.

Es el día en el que se conmemora a las víctimas producidas por la última dictadura militar
que gobernó el país, autoproclamada como “Proceso de Reorganización Nacional”.

El Día Nacional de la Memoria por la Verdad y Justicia es una fecha en la que se


conmemora y busca mantener vivos en la reflexión y memoria social los tristes
acontecimientos producidos en la última dictadura militar. No con el objetivo de
depositar una visión estática sobre aquella etapa tan oscura, no con el objetivo de
perpetuar un ánimo social irreparable, no con la intención de vivir con la mirada puesta
en el pasado… ​Pero sí con el objetivo de tener presente los errores cometidos y las
consecuencias terribles que de ellos pueden desprenderse, sí con el objetivo de una
consciente muestra de respeto por las familias víctimas de la desaparición de un
hijo, una hija, una nieta o un nieto, sí con el objetivo de buscar justicia y dar luz a
los acontecimientos que tuvieron lugar en aquella triste etapa de la historia
argentina.
Clase 3 Fecha:.............................
Contenido:​ Siguiendo a una autora

Tema:​ “Mariana Enríquez y la Dictadura en su obra literaria”

Cuento: “La hostería”

Un poco sobre la autora...

-¿Para ti el terror ineludiblemente está asociado a la dictadura?


“Para mí es ineludible, porque yo crecí en la dictadura, el horror de la dictadura me formó emocional y
literariamente. Hasta los ocho años pasé toda mi primera infancia en dictadura. Y luego había muchos
textos sobre lo que pasó, el Nunca más, el informe sobre derechos humanos; empezaron aparecer muchos
textos periodísticos de la dictadura, parecía muy irreal. Yo había notado el encierro, mi familia no era
militante, pero mi madre tenía amigos que sí, entonces se vivía en un ambiente muy tenso. Y en el
lenguaje hay algunos regalos: aparecidos-desaparecidos. Al hacer desaparecer cuerpos la dictadura
creó fantasmas. Y además había cierto horror sangriento, no era un horror hacia afuera, se hacía todo
adentro. El verdadero horror era el secuestro y la tortura, y eso era dentro de la casa, en el espacio
seguro.”
(Fragmento de entrevista a Mariana Enríquez)

Mariana Enriquez voz de la Nueva Narrativa Argentina por Victoria Mora

La Nueva Narrativa Argentina (NNA) es el modo en que se nombra a aquellos escritores


que publicaron luego de la dictadura a partir de los 90 y que habían sido jóvenes, incluso
niños cuando el terrorismo de Estado inundaba nuestras calles. Algunos todavía no
habían nacido. No se reduce a una mera fecha de publicación, sino que se trata de una
literatura que reúne ciertos rasgos que permiten analizarla bajo una misma nominación.
Es una forma de refutar la idea de que no se había hecho nada nuevo en la literatura
argentina desde los 70, falacia que se sostuvo en ciertos sectores mediáticos y
académicos hasta entrados los años dos mil.

Se trata de un amplio grupo de escritores y escritoras que asumieron que nuestra


democracia se había constituido como herencia de una derrota: la de la utopía socialista.
A partir de su literatura dan cuenta de cómo nuestra sociedad está plagada de fantasmas,
heridas, injusticias y horrores innombrables.

(...)

Aparecen en estas obras ciertas manchas temáticas. Este concepto, desarrollado por
David Viñas, define rasgos que podemos encontrar repetidos en un corpus de textos. Por
ejemplo, en la NNA ​podemos encontrar como manchas temáticas la guerra de
Malvinas, el duelo, la derrota, la descomposición, el cuerpo sin tumba. Junto a las
manchas temáticas encontramos cierta entonación que distingue estos textos: el uso
del humor negro, la ironía, la provocación, el sarcasmo, la realidad que se vuelve
tan elástica que se agujerea y roza lo delirante, la incorrección política. Hay una
reelaboración respecto a la literatura anterior comprometida con los tiempos políticos
para, al modo vanguardista, operar una ruptura que permita poner en cuestión y
enfrentarse a las generaciones anteriores.

La literatura es el vehículo que permite semiotizar el mundo, intentar volver inteligible el


horror, aunque jamás pueda ser plenamente simbolizable ni comprensible. (...)

Sobre cadáveres insepultos y sobre injusticias repetidas asumieron desde sus plumas la
tarea de narrar a nuestra sociedad. La torre, de la que habla Drucaroff, está construida con
esas bases: sobre los cuerpos de los 30.000, que nunca se terminan de morir porque aún
quedan cuerpos sin encontrar, y sobre los hombros de los sobrevivientes. Sin embargo,
hubo que seguir viviendo y, sobre todo, escribiendo. Dice Drucaroff: “Las nuevas
generaciones son naufragas de un barco que no condujeron, víctimas de timoneles que no
pudieron elegir ni dirigir. Prisioneros de una torre que presiden (…) pero que los
sostiene, es la única tierra firme en la que pueden pararse.”

La NNA asumió el relato de la vida cotidiana que siguió su marcha, aunque no fue sin
huellas: aparecen los personajes sufrientes librados a la intemperie de un mundo hostil.
Se tematiza, entonces, nuestro presente y nuestro pasado político de un modo inédito,
diferente al realismo social. Los jóvenes escritores de los noventa son lúcidamente
conscientes de la parálisis y la descomposición que habitaba en nuestra sociedad.
Sin dudas, la obra de Mariana Enriquez se inscribe en este grupo: desde un realismo que
por momentos se vuelve surrealista volviéndose lo que Drucaroff llama realidad
agujereada, se narra el horror en sus diferentes formas: el horror de lo familiar, del abuso,
del excesivo consumo de drogas, de la marginalidad, de la locura, de los femicidios, de
una sociedad que mira y no quiere ver. Con su estilo gótico y de terror social Enriquez
retoma nuestra historia reciente, la de la dictadura, pero también la de los años 90 y
primera década del 2000, para convertirnos en lectores testigos que ya no podremos
escapar a los efectos de lo que se revela en sus historias.

Los horrores de la dictadura aparecerán en cuentos como “Cuando hablábamos con


los muertos” y “La hostería” y en su novela más reciente ​Nuestra parte de noche.​
Pero también hay manchas temáticas propias de la NNA que aparecerán dando
cuenta de este período histórico de una manera más sutil, por ejemplo, en las dos
hermanas de “El aljibe” donde la duplicidad se encarna en los deseos mortíferos
hacia el otro(...)

La entonación de la poética de Enriquez también formará parte de lo que se encuentra en


la NNA: el humor negro, las escenas tan dolorosas como bizarras que vuelven la realidad
cruda inverosímil o el reflejo del desgarramiento social y la intemperie que sufren sus
personajes, son algunos de los rasgos que veremos aparecer a lo largo de las lecturas del
taller.

Actividad 1

a) Luego de haber leído el artículo anterior, escrito por Victoria Mora, te habrás dado
cuenta que no hay muchos datos sobre la vida personal y de formación académica
de la autora, por lo tanto te propongo que investigues un poco más sobre Mariana
Enríquez y que escribas una breve biografía de ella.
b) ¿Cuál es la temática que abunda en la obra de Enríquez y cómo aparece ese
momento de la historia tan traumático que provocó la última Dictadura militar?
c) Según Victoria Mora ¿Cómo funciona la Literatura posterior a la década del
noventa?
LA HOSTERÍA
El humo del cigarrillo le daba náuseas, siempre le pasaba lo mismo cuando su
madre fumaba en el auto. Pero no se atrevía a pedirle que lo apagara porque ella
estaba de muy mal humor. Resoplaba y el humo le salía por la nariz y se le metía en
los ojos. En el asiento de atrás escuchaba música su hermana Lali con los auriculares
incrustados en los oídos. Nadie hablaba. Florencia miró por la ventanilla las
mansiones de Los Sauces y esperó con ganas el túnel y el dique y los cerros
colorados. Nunca se cansaba del paisaje, a pesar de que lo veía varias veces por año,
cada vez que iban a la casa de Sanagasta.
Este viaje era distinto. No era por gusto. Su papá casi las había obligado a irse de
La Rioja. La noche anterior Florencia había escuchado la pelea y a la mañana la
decisión estaba tomada: hasta las elecciones, mientras su papá estuviera en campaña
para concejal por la capital, ellas se iban a Sanagasta. El problema era Lali. Salía
todos los fines de semana y se emborrachaba y tenía muchos novios. Lali tenía quince
años, el pelo largo por debajo de la cintura, lacio y oscuro. Era hermosa, aunque tenía
que usar menos maquillaje, abandonar las uñas largas y coloradas y aprender a
caminar con tacos. Florencia la veía con sus botas nuevas y le daba risa cómo
caminaba tan chueca y lenta, con tanto cuidado; le parecía ridícula la sombra azul que
usaba en los párpados y los aros de perlas tan horribles. Pero entendía que a los
hombres les gustara y que su papá no la quisiera dando vueltas por La Rioja durante
la campaña. Florencia había tenido que defender a su hermana varias veces después
de clases, a las piñas. Tu hermana la puta, la trola, la petera, la chupapijas, ya le
hicieron el culo o qué. Siempre eran chicas las que insultaban a Lali. Una vez había
vuelto a casa con un labio partido después de una pelea en la plaza y, mientras se
lavaba en el baño y pensaba la mentira que iba a decirles a sus padres —que le habían
dado un pelotazo en la cara en el entrenamiento de vóley—, se sintió una estúpida. Su
hermana nunca le agradecía que la defendiera. Nunca le hablaba, en realidad. No le
importaba lo que dijeran de ella, no le importaba que Florencia se peleara por ella, no
le importaba Florencia. Se la pasaba en su habitación probándose ropa y escuchando
música estúpida, pavadas románticas, vas a verme llegar, vas a oír mi canción, vas a
entrar sin pedirme la llave, la distancia y el tiempo no saben la falta que le haces a
mi corazón, todo el día la misma canción, daban ganas de matarla. A Florencia le caía
mal su hermana, pero no podía evitar enojarse cuando la trataban de puta. No le
gustaba que trataran a nadie de puta: se hubiera peleado por cualquiera.
A ella nunca iban a tratarla de puta, eso lo tenía clarísimo. Abrió la ventanilla para
ver mejor el dique y la Pollera de la Gitana, esa parte del cerro que parecía la marca
de una catarata de sangre ya seca. El aire apenas húmedo le llenó la boca. A ella iban
a decirle tortillera, mostra, enferma, quién sabe qué cosas.
Mamá, poné música, ¿querés?, que se me gastaron las pilas, dijo Lali.
No jodas, hija, que se me parte la cabeza y tengo que manejar.

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Qué aburrida que sos.
Callate, Lali, porque te reviento.
Cómo estaba la cosa, pensó Florencia. A su mamá no le gustaba Sanagasta. Como
muchos riojanos, se iba al pueblo en el verano, cuando el calor de la capital alcanzaba
los cincuenta grados y a la siesta no se podía dormir y daban ganas de morirse.
Siempre hablaba de Uspallata o del mar, estaba harta de ese pueblo sin restaurantes,
con gente cerrada y antipática y el mercado de artesanías que nunca variaba la oferta,
¡ni siquiera cambiaban las cosas de lugar! Estaba harta de la procesión de la Virgen
Niña, de las grutas por todas partes, de que en el pueblo hubiera tres iglesias y ningún
bar para tomarse un café. Si alguien le decía que se podía tomar un café en la
Hostería, se sulfuraba también. Estaba harta de la Hostería. De la amabilidad de
Elena, la dueña, que a ella le resultaba una mujer falsa y creída. Harta de que la única
diversión fuera cenar pollo al horno en la Hostería, jugar a la ruleta y a las maquinitas
en el casino de la Hostería, conocer a algún turista europeo en la Hostería. Por suerte,
solía decir, ellos tenían pileta de natación en su casa; si no habría tenido que usar la
de la Hostería y ahí ella se volvía loca. Ni una parrilla había en el pueblo, rezongaba.
Ni una parrilla.
Llegaron a Sanagasta al mismo tiempo que la primera combi de la tarde, cerca de
las seis y media. El sol, ya bajo, les cambiaba el color a los cerros y el verde de los
árboles del valle era de musgo aterciopelado. Lali lloraba. Ella detestaba Sanagasta y
estaba tan enojada, tan convencida de que, cuando terminara la secundaria, se
escaparía a Córdoba, donde vivía uno de sus novios… Florencia había escuchado el
plan de huida cuando se lo contaba por teléfono a una amiga.
La casa estaba bastante fresca y su mamá, siempre friolenta, encendió la estufa.
Florencia salió al parque: la casa de fin de semana de su familia era bastante pequeña
porque su papá había preferido un terreno muy grande para tener pileta, árboles,
mucho espacio para que los perros corrieran, una glorieta y hasta flores, le
encantaban las flores, mucho más que a su mamá, que prefería los cactus. Florencia
se sentó en el sillón-hamaca y empezó a identificar los colores: naranja y fucsia de las
flores, turquesa de la pileta, verde tuna, rosado de la casa. Le mandó un mensaje a su
mejor amiga, Rocío, que vivía en Sanagasta: «Ya llegué, pasame a buscar.» Tenían
mucho de que hablar: Rocío le había adelantado por mail que había problemas en su
casa también. Es decir, que había problemas con su papá, porque la familia de Rocío
era mínima: su mamá estaba muerta, y no tenía hermanos. Rocío mensajeó que se
encontraran en el quiosco, que ya estaba abierto, y Florencia salió corriendo sin
avisar, con algo de plata en el bolsillo para tomar una Coca. De todo lo que le gustaba
de Sanagasta, una de sus cosas favoritas era poder irse sin avisar y que sus padres no
se enojaran ni se asustaran.
Había olor a quemado en el aire, probablemente una fogata de hojas caídas. Era el
momento más lindo del día. Rocío la esperaba sentada en una de las sillas de plástico
del quiosco, que servía sándwiches y empanadas a la noche, con shorts de jean

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desflecados, una remera blanca, el pelo suelto y la mochila abajo de la mesa.
Florencia la besó, se sentó y no pudo evitar mirarle las piernas, el vello dorado que
con la luz del atardecer parecía brillantina derramada. Pidieron una Coca de dos litros
y Florencia quiso saber todo.
Hacía años que el padre de Rocío trabajaba en la Hostería como guía turístico:
llevaba a los huéspedes al parque arqueológico, al dique, a la cueva de la Salamanca.
Era el empleado favorito de los jefes: usaba la 4×4 de la dueña cuando se le rompía la
camioneta, comía gratis en el restaurante cuando quería, usaba el pool y el metegol
sin pagar y en el pueblo decían que era amante de Elena. Rocío lo negaba, su papá no
iba a meterse con la dueña de la Hostería, esa estirada, decía. Florencia había hecho
todos los recorridos turísticos con Rocío y su papá. Él era un guía increíble,
cuidadoso y simpático: era tan entretenido que uno no se cansaba aunque estuviera
trepando cerros bajo un sol tremendo.
No te puedo creer que la Elena lo echó a tu papá, ¿qué pasó?
Rocío se limpió la Coca-Cola que le había quedado sobre el labio, un bigote
marrón.
Las cosas andaban medio mal, le contó, porque Elena tenía problemas de plata y
estaba histérica, pero se fue todo a la mierda cuando su papá les contó a unos turistas
de Buenos Aires que la Hostería había sido una escuela de policía hacía treinta años,
antes de ser hotel.
Pero tu papá siempre cuenta eso en los paseos cuando cuenta la historia del
pueblo, dijo Rocío.
Y sí, pero Elena no sabía. A esos turistas el dato les reinteresó, quisieron saber
más y le preguntaron a Elena directamente. Ella se enteró ahí de que mi papá contaba
lo de la escuela de policía, se pelearon y lo echó.
¿Por qué se enojó tanto?
No quiere que los turistas piensen mal, dice mi papá, porque fue escuela de
policía en la dictadura, ¿te acordás de que lo estudiamos en el colegio?
¿Qué, mataron gente ahí?
Mi papá dice que no, que Elena se persigue, que ahí fue escuela de policía nomás.
Rocío dijo que era una excusa de Elena lo de la escuela de policía en la dictadura,
que no le importaba nada esa historia, si había comprado la Hostería hacía diez años.
Que estaba de culo con su papá y lo quería echar, se agarró de eso. Andaba mal de
plata, tenía que echar gente. Elena le había quitado a su papá la llave de la Hostería,
le había pedido unos pesos para arreglar algunas cosas de la camioneta que él no
había roto, que estaban deterioradas por el uso, nada más, y le había prohibido que
hiciera los tours por su cuenta con amenaza de juicio. Y todo sin pagarle el último
mes de trabajo.
Pero él los puede hacer igual los paseos, qué tiene que ver.
No los va a hacer más, no quiere tener problemas. Aparte, dice que está harto de
los sanagasteños, se quiere ir de acá.

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Rocío se terminó su vaso de Coca y llamó al perro del quiosco, que se acercó
enseguida y pareció decepcionado cuando recibió caricias en vez de comida.
Yo no me quiero ir, me gusta acá, quiero hacer la secundaria en La Rioja, con vos
y las chicas.
Florencia se agachó a acariciar las orejas del perro, que se le había acercado para
probar suerte, así ella podía esconder un poco la cara. No quería que Rocío la viera a
punto de llorar, si se iba de Sanagasta se escapaba con ella, no le importaba nada.
Pero entonces escuchó la mejor noticia posible, la mejor noticia que había escuchado
en su vida.
Le dije, le pedí que nos quedáramos y mi papá me dijo que de Sanagasta nos
íbamos, pero nomás para La Rioja, él ya habló para un trabajo ahí con la secretaría de
turismo, ¿no es buenísimo?
Florencia apretó los labios y después dijo que era genial. Se terminó su vaso de
Coca-Cola para tragarse la emoción. Vamos para la plaza de las rosas, dijo Rocío, que
se abrieron los pimpollos, no sabés lo lindas que están las flores.
El perro las acompañó y también un resto de CocaCola en la botella. Ya era casi
de noche. Todas las calles del centro de Sanagasta estaban asfaltadas e iluminadas. A
través de las ventanas de algunas casas se podía ver a la gente reunida, muchas
mujeres, rezando el rosario. A Florencia le daban un poco de miedo esas reuniones,
sobre todo cuando había velas encendidas y el resplandor titilante iluminaba las caras
y los ojos cerrados. Parecía un funeral. En su familia nadie rezaba. En eso eran muy
raros.
Rocío se sentó en uno de los bancos y dijo por fin: Flor, ahora te puedo contar,
allá en el quiosco no daba, a ver si nos escuchaban. Me tenés que ayudar con una
cosa.
Con qué.
No, primero decime que me vas a ayudar, prometeme.
Bueno.
Ahora te puedo mostrar, entonces.
Rocío abrió la mochila que había cargado todo el camino hasta la plaza y le
mostró el contenido, que bajo la luz del farol hizo saltar a Florencia: le pareció que
esa carne era un animal muerto, un pedazo de cuerpo humano, algo macabro. Pero
no: eran chorizos. Para aliviarse y para que Rocío no se riera de su momento de
pánico, dijo qué querés, ¿que te ayude a hacer un asado?
No, boluda, es para hacerla cagar a la Elena.
Entonces Rocío explicó su plan y en sus ojos se notaba que odiaba a Elena. Sabía,
se le notaba, que era novia de su papá. Sabía que habían discutido por el tema de la
escuela de policía, pero que el problema verdadero era otro. Sin embargo, no lo
admitía. Solamente era obvio por cómo hablaba de ella, porque le temblaba la voz de
alegría cuando la imaginaba humillada. Era obvio que quería castigar a Elena y
defender a su mamá. Florencia hizo fuerza con la mente, le habían dicho una vez que,

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si deseaba algo de verdad, podía lograr que sucediera y ella quería que Rocío confiara
en ella, que se confesara. Si lo hacía, serían de verdad inseparables. Pero Rocío no lo
hizo y a Florencia sólo le quedó aceptar reunirse con ella, después de cenar, en la
parte de atrás de la Hostería, con una linterna.

Se podía entrar por la pileta, esa parte siempre estaba abierta. En Sanagasta nadie
cerraba las puertas con llave, además. La Hostería estaba fuera de temporada, así que
todo el edificio grande que rodeaba como una herradura el parque de la pileta
permanecía cerrado. Solamente se usaba el edificio de adelante, que daba a la calle; la
separación entre ambos era el casino, ubicado en el medio, también cerrado en esa
época del año, salvo que alguien lo alquilara para un evento especial. La forma de la
Hostería era extraña y, en efecto, se parecía muchísimo a un cuartel.
Florencia y Rocío entraron descalzas para no hacer ruido. Tenían llaves porque el
papá de Rocío se había quedado con un juego de la puerta de atrás y una copia de la
llave maestra de las habitaciones. Seguramente pensaba devolverlas y, en el furor de
la pelea, se había olvidado, pensaba Rocío. En cuanto ella las vio, tuvo la idea: entrar
en la Hostería por la noche, cuando la encargada dormía en una habitación del
edificio de adelante, bien lejos. Entrar en varias habitaciones, hacer agujeros en los
colchones —que eran de gomaespuma: para tajearlos ni siquiera se necesitaba un
buen cuchillo—, meter un chorizo adentro de cada uno y volver a hacer las camas. En
un par de meses, el olor a carne en descomposición iba a resultar insoportable y, con
suerte, iban a tardar mucho en encontrar el origen de la peste. A Florencia la
sorprendió la maldad del plan y Rocío le dijo que había visto el método en una
película.
No bien abrieron la puerta, apareció el Negro, uno de los perros de la Hostería, el
más guardián. Pero el Negro conocía a Rocío y le lamió la mano. Para tranquilizarlo
todavía más, ella le dio uno de los chorizos y el Negro se fue a comerlo cerca de un
cactus. Entraron sin problemas. El pasillo estaba muy oscuro y cuando Florencia
encendió la linterna, sintió un miedo bestial: estaba segura de que iba a iluminar una
cara blanca que correría hacia ellas o que el haz de luz dejaría ver los pies de un
hombre escondiéndose en un rincón. Pero no había nada. Nada más que las puertas de
las habitaciones, algunas sillas, el cartel que indicaba los baños, la salita de internet,
con la computadora apagada y algunas fotos enmarcadas de las Chayas de años
anteriores; la Hostería siempre se llenaba en la Chaya y se organizaban festivales
chayeros en el parque.
Rocío le hizo señas para que se apurara. Estaba muy linda en la oscuridad, pensó
Florencia, con el pelo atado en una cola de caballo y un pulóver oscuro porque de
noche en Sanagasta siempre hacía frío. En el silencio del edificio vacío podía
escuchar su respiración agitada. Estoy renerviosa, le susurró Rocío al oído, y se llevó
la mano de Florencia que no cargaba la linterna al pecho. Sentí cómo me late el

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corazón. Florencia dejó que Rocío apretara su mano contra esa tibieza y tuvo una
sensación extraña, ganas de hacer pis, un hormigueo debajo del ombligo. Rocío le
soltó la mano y se metió en una de las habitaciones, pero la sensación quedó ahí y
Florencia tuvo que agarrar la linterna con las dos manos porque la luz temblaba.
Tajear el colchón con el cuchillo de cocina que traían resultó fácil, tal como Rocío
había vaticinado. Tampoco costó introducir el chorizo por el agujero. De costado, la
abertura del cuchillo se notaba, pero cuando entre las dos pusieron las sábanas otra
vez, el truco resultaba perfecto. Nadie podría darse cuenta de que el colchón ocultaba
carne; por lo menos, no enseguida. Hicieron lo mismo en dos habitaciones más y
Florencia, que empezaba a tener miedo, dijo: por qué no nos vamos, ya está. No, me
quedan seis chorizos, vamos, dijo Rocío, y Florencia tuvo que seguirla.
Se metieron en una habitación que daba a la calle, tenían que tener mucho
cuidado para que no se viese desde afuera la luz de la linterna porque la persiana que
daba al exterior no estaba bien cerrada, hasta entraba un poco de la iluminación de los
faroles. A esa hora no andaba nadie por Sanagasta, pero nunca se sabía. ¿Y si alguien
se pensaba que había ladrones en la Hostería y les disparaban? Todo podía ser.
Lograron hacer el tajo, meter el chorizo y armar la cama sin problemas.
Ay, estoy cansada, dijo Rocío, tirémonos un rato.
Sos loca vos.
No pasa nada, dale, descansemos.
Pero cuando iban a acostarse sobre la cama matrimonial recién hecha, desde
afuera llegó un ruido que las obligó a agacharse, asustadas. Fue repentino e
imposible: el ruido del motor de un auto o de una camioneta, a un volumen tan alto
que no podía ser real, tenía que ser una grabación. Y después otro motor más y
entonces alguien empezó a golpear con algo metálico las persianas y las dos se
abrazaron en la oscuridad gritando porque a los motores y los golpes en las ventanas
se les agregaron corridas de muchos pies alrededor de la Hostería y gritos de
hombres; y los hombres que corrían ahora golpeaban todas las ventanas y las
persianas e iluminaban con los faros del camión o camioneta o auto la habitación
donde ellas estaban, por entre las rendijas de la persiana podían ver los faros, el coche
estaba subido al jardín y los pies seguían corriendo y las manos golpeando y algo
metálico también golpeaba y se escuchaban gritos de hombre, muchos gritos de
hombre; alguno decía: «Vamos, vamos», se escuchó un vidrio roto y se escucharon
más gritos. Florencia sintió cómo se hacía pis, no pudo contenerse, no pudo y
tampoco podía seguir gritando porque el miedo no la dejaba respirar.
Los faros del auto se apagaron y la puerta de la habitación se abrió de par en par.
Las chicas intentaron levantarse, pero temblaban demasiado. Florencia creyó que
se iba a desmayar. Escondió la cara en el hombro de Rocío y la abrazó hasta
lastimarla. Habían entrado dos personas. Una encendió la luz y las chicas
reconocieron apenas a Elena, la dueña de la Hostería, y a la empleada que cuidaba el
lugar a la noche. Qué hacen acá, dijo Elena cuando las reconoció, y la empleada bajó

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la pistola que tenía en la mano. Enojada, las levantó por los hombros, pero se dio
cuenta de que las chicas estaban demasiado asustadas: las había escuchado gritar
como si las estuvieran matando. Sus propios gritos las habían delatado. Las chicas no
le tenían miedo a ella, algo más había pasado, pero Elena no se explicaba qué y,
cuando intentó interrogarlas, ellas lloraban o le preguntaban si eso había sido la
alarma de la Hostería, qué había sido ese ruido y los tipos que golpeaban. Qué
alarma, dijo Elena varias veces, de qué tipos hablan, pero las chicas no parecían
entender. Una de las dos, la hija del abogado candidato a concejal de La Rioja, se
había hecho pis encima. La hija de Mario tenía una mochila llena de chorizos. Qué
era todo eso, por Dios. Por qué habían gritado así y durante tanto tiempo. Telma, la
empleada, decía que las había escuchado llorando y aullando unos cinco minutos.
Fue la hija de Mario la que habló primero y con más tranquilidad: dijo que habían
escuchado autos, que habían visto faroles, habló otra vez de corridas y golpes en las
ventanas. Elena se enojó. La pendeja le mentía, se inventaba esa historia de fantasmas
para arruinarle la Hostería como había querido arruinársela Mario; la traicionaba
como Mario, seguramente por orden de él. No quiso escuchar más. Llamó por
teléfono a la mujer del abogado y a Mario, les contó que había encontrado a las
chicas en la Hostería, y les pidió que vinieran a buscarlas. Esta vez no llamo a la
policía, les dijo, pero, si vuelve a pasar, van a la comisaría.
Rocío y Florencia se separaron de su abrazo a los tirones cuando vinieron a
buscarlas. Mañana te llamo, se dijeron, fue todo cierto, nos puso una alarma, no, no
era una alarma, se decían cosas al oído y no escuchaban el enojo de sus padres, que
exigían explicaciones, explicaciones que no iban a recibir esa noche. La mamá de
Florencia le cambió los pantalones meados a su hija en silencio, con cara de
preocupada. Mañana me contás todo, dijo, y le costaba seguir fingiendo enojo: se la
notaba un poco asustada. Ah, y no la ves más a tu amiga, eh. Hasta que tu padre diga
que volvemos a La Rioja, te quedás en casa todo el tiempo. Castigada y sin protestar.
Pendejas de mierda a mí quién me mandó esta desgracia se puede saber.
Florencia se subió la frazada hasta casi taparse la cara y decidió que nunca más
iba a apagar el velador. No le preocupaba la amenaza de no ver a Rocío: tenía el
celular con mucho crédito y sabía que, al final, su mamá iba a aflojar. Ahora le
preocupaba mucho más dormir. Tenía miedo de los hombres que corrían, del auto, de
los faros. ¿Quiénes eran, adónde se habían ido? ¿Y si venían a buscarla otra vez, otro
día? ¿Y si la seguían hasta La Rioja? La puerta de su habitación estaba entreabierta y
empezó a transpirar cuando vio que alguien se movía en el pasillo, pero era solamente
su hermana.
Qué pasó.
Nada, dejame.
Te measte. Algo pasó.
Dejame.
Lali frunció la boca y después le sonrió.

www.lectulandia.com - Página 27
Ya vas a contar, no te va a quedar otra, una semana encerrada conmigo en esta
casa de mierda. Olvidate de tu amiguita.
Andate a cagar.
Andá a cagar vos. Y te conviene contarme o si no…
Si no qué.
Si no, le cuento a mamá que sos tortita. Todo el mundo se da cuenta menos ella.
Te agarraron a los chupones con tu amiga, ¿no?
Lali se rió, señaló a Florencia con un dedo y cerró la puerta.

Actividad 2

Resolver el siguiente cuestionario:

1) ¿Quién narra la historia?¿En qué persona gramatical está narrado el cuento?


2) ¿Dónde (en qué lugar) ocurren los acontecimientos?
3) Los personajes emprenden un viaje ¿están conformes y felices de hacerlo?¿Por qué?
4) Lali y Florencia son hermanas y muy distintas ¿Cómo describirías a cada una?
5) ¿Cuál era el objetivo del padre? ¿Por qué?
6) ¿Cómo se describe al pueblo de Sanagasta?
7) ¿Con quién se contactó Florencia al llegar a Sanagasta?
8) El padre de Rocío se quedó sin trabajo en la hostería porque.......................................
9) Rocío necesta ayuda de Florencia ¿Por qué y para qué?
10) ¿Qué es la Chaya? ¿Qué representa?
11) ¿Cuándo Rocío contó a Florencia lo que quería hacer, esta se negó a ayudarla?
¿Cómo reaccionó?
12) ¿Por qué comenzaron a tener miedo? ¿Podes nombrar algunos de los sucesos extraños?
13) De acuerdo a tu interpretación ¿qué fue lo que sintieron las chicas? ¿cómo se explicaría
este suceso extraño y qué tiene que ver con la hisroria que contaba el padre de Rocío
a los turistas?

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