Tema 27.
Sacramento del Orden
TEMA 27. SACRAMENTO DEL ORDEN
1. EL SACERDOCIO DE CRISTO
La mediación de Jesucristo, mediación sacerdotal. Jesús nunca es
llamado «sacerdote» en los evangelios. Sin embargo, el sacerdocio de Cristo
es un tema central en la Carta a los hebreos, donde Cristo es presentado
como el gran Sacerdote de la Nueva Alianza. Más aún, es sobre todo en su
cualidad de sacerdote, como Jesús aparece sentado a la diestra del Padre.
El Mesías, sacerdote y rey. El salmo 110 describe al Mesías como rey-
sacerdote. Junto a dicho salmo, se encuentra la afirmación
veterotestamentaria de que el Mesías salvaría a su pueblo mediante sus
sufrimientos. El hecho de que la muerte de Cristo haya sido entendida por Él
mismo como sacrificio implica la afirmación de que es sacerdote. Si la
muerte de Cristo fue un sacrificio que superó los sacrificios antiguos, y si
estaba profetizado que el Mesías sería sacerdote y rey, su sacerdocio tiene
que superar el sacerdocio levítico en forma análoga al modo en que su
sacrificio supera a los antiguos sacrificios.
Características del sacerdocio de Cristo.
o Es esencial al sacerdote el pertenecer a la familia humana y el haber
sido elegido y constituido por Dios para ofrecer ofrendas y sacrificios por
los pecados. Y todo ello se da en Cristo.
o La mediación de Cristo se encuentra a un nivel distinto del de la de los
profetas, de la mediación de los ángeles y de la mediación de Moisés.
o Esta mediación sacerdotal incluye el hecho de que Jesús posee nuestra
misma naturaleza y ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos y la
muerte.
o Las referencias a Melquisedec ponen de relieve que el sacerdocio no le
viene a Jesucristo por herencia carnal y manifiestan que con el nuevo
sacerdocio de Cristo ha sido abolido el sacerdocio aaronítico:
Melquisedec significa rey de justicia, y rey de Salén significa rey de
paz, evocando así el reino del Mesías: reino de justicia y de paz.
Melquisedec, «sin padre, sin madre, sin genealogía, sin principio ni
fin de su vida se asemeja en eso al Hijo de Dios, que es sacerdote
para siempre» (Heb 7, 3).
Melquisedec bendijo a Abrahán y recibió de él los diezmos,
mostrándose en esto la superioridad de Melquisedec sobre Abrahán
y, en consecuencia, la superioridad de Cristo.
Sacerdote y víctima. El sacrificio de la muerte de Cristo tiene un valor
superior a todos no sólo por el sacerdote que lo ofrece, sino por la víctima
ofrecida y también por la perfección con que se unen en un mismo sujeto el
sacerdote que ofrece y la víctima ofrecida. Esta perfecta identidad entre el
sacerdote y la víctima lleva a plenitud la unidad entre el sacrificio interior y
el sacrificio exterior, es decir, realiza perfectamente la adoración a Dios en
espíritu y verdad (cfr. Jn 4, 23).
Unicidad y eternidad del sacerdocio de Cristo. El sacrificio de Cristo es
único, y también el sacerdocio de Cristo es único. Todo otro sacerdocio no
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es más que participación en ese único sacerdocio de Jesucristo, a través de
la asimilación a Cristo, de la identificación con Cristo, del revestimiento de
Cristo por medio de los sacramentos. Esto tiene lugar en el sacerdocio de
los fieles, que se recibe en el sacramento del Bautismo, y en el sacerdocio
ministerial, que se recibe mediante el sacramento del Orden. Ni uno ni otro
suceden ni se suman al sacerdocio de Cristo, sino que son participación en
él. Por otro lado, «Jesús es sacerdote para siempre» (Heb 5, 6). Se trata de
un sacerdocio que tuvo su inicio en la Encarnación y que no tendrá fin,
porque, además, sus efectos alcanzan a toda la historia y durarán para
siempre.
El fundamento del sacerdocio de Cristo. La mediación sacerdotal se da
en Jesucristo por su humanidad en cuanto unida hipostáticamente al Verbo,
ya que, por una parte, el sacrificar y orar son actos del hombre y no de
Dios, y, por otra, el valor infinito de esta mediación le viene a la Humanidad
de Cristo de su unión en unidad de persona con el Verbo.
El sacerdocio celeste de Cristo. Aunque el sacrificio de Cristo tuvo lugar
una sola vez, eso no quiere decir que Cristo no siga ejerciendo eternamente
su sacerdocio. Su permanente intercesión en favor nuestro está relacionada
con el sacrificio ofrecido en la Cruz. La totalidad del misterio y de la obra de
Cristo es sacerdotal, porque Él es esencialmente sacerdote. Y, en el cielo,
sentado a la diestra del Padre, continúa ejerciendo este sacerdocio y
continuará ejerciéndolo eternamente.
2. EL SACERDOCIO DE LOS FIELES
El bautismo y la confirmación otorgan a los fieles el sacerdocio común.
En el bautismo, Cristo, por la unción del Espíritu Santo, incorpora a los hombres
al Misterio Pascual (su pasión y resurrección victoriosa), haciéndoles partícipes
de su sacerdocio y del ejercicio de ese sacerdocio (vocación y misión). Todo ello
se refuerza con la confirmación en orden al testimonio cristiano. El sacerdocio
ministerial está al servicio del sacerdocio común, entre ellos hay diferencia de
esencia y no de grado.
El concilio decidió designar el sacerdocio de todos los cristianos como
sacerdocio común, rechazando otros términos: no se trata de un sacerdocio
metafórico o figurado, ni meramente espiritual ni meramente interno, e incluso
no sacramental (en comparación con el ministerial); también son confusos los
términos «sacerdocio laical» (pues es común a todos los fieles, no sólo a los
laicos), o «sacerdocio incompleto o incoativo» (pues la diferencia con el
sacerdocio ministerial es de esencia y no de grado). Puede denominarse
sacerdocio bautismal (si bien la confirmación lo refuerza, como hemos dicho).
El sacerdocio común de los fieles capacita para el culto espiritual, es
decir, la ofrenda de sacrificios espirituales (cfr. 1 Pe 2, 5) desde el «altar del
corazón». En otros términos, para realizar obras buenas y virtuosas.
Esto incluye la ofrenda del propio cuerpo y de las realidades materiales y
temporales (trabajo, relaciones familiares, culturales y sociales, etc.) en
unión con la voluntad de Dios y a través de la Eucaristía, por la acción del
Espíritu Santo.
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Esta configuración sacerdotal con Cristo no desaparecerá en el cielo, porque
pertenece al núcleo de lo cristiano (cfr. Lumen gentium 10 y Presbyterorum
ordinis 2).
El sacerdocio común de los fieles está vinculado al carácter del bautismo,
que pide el despliegue de la vida de la gracia, su confirmación y su
crecimiento sobre todo con la Eucaristía. Constituye el fundamento de la
antropología cristiana (cfr. Lumen gentium 9-13). Otorgado por el bautismo,
el sacerdocio común es fundamento de la condición de discípulo de Cristo,
tal como la estudia la teología espiritual. Es, por tanto, un aspecto nuclear
de la llamada universal a la santidad y al apostolado.
3. EL MINISTERIO ORDENADO: DOCTRINA DEL VATICANO II
Los distintos documentos que abordan el tema del sacramento del orden en
el Concilio Vaticano II son la constitución dogmática Lumen gentium, el decreto
sobre la función pastoral de los obispos Christus Dominus y el decreto sobre el
ministerio y la vida de los presbíteros Presbyterorum ordinis. Hemos de resaltar
que este concilio toma como punto de partida la sacramentalidad del
episcopado a la hora de reflexionar sobre el sacramento del orden. Veamos sus
aspectos:
La misión, fundamento del sacramento del orden. Al fundamentar el
sacramento del orden, el Concilio recurre al envío por el que Jesucristo hace
a los Apóstoles partícipes de su propia misión. Se considera que los obispos,
por la ordenación episcopal, se incorporan a la sucesión apostólica y reciben
la plenitud del sacramento del orden. Por la ordenación, bien sea la
episcopal o la presbiteral, el ordenado queda incorporado a la misión de
Cristo y es revestido con el poder del Espíritu Santo. Así, Lumen gentium
reconoce la misión constitutiva otorgada por Cristo a los Apóstoles, junto
con la necesidad de que tal misión perdure hasta el final de los tiempos,
como el fundamento del sacramento del orden y, por lo tanto, de la
sucesión apostólica.
Sacramentalidad del episcopado. Las más claras exposiciones sobre la
sacramentalidad del episcopado las ofrece el Concilio en Lumen gentium. Y
como proposición capital hay que recoger aquella que dice, en el número
21: «Enseña el Santo Sínodo que con la consagración episcopal se confiere
la plenitud del sacramento del orden». Para medir el alcance magisterial de
la proposición conciliar sobre la sacramentalidad del episcopado se ha de
tener en cuenta que el planteamiento del Concilio sobre ella se basa en la
tradición litúrgica. Estamos ante una proposición de magisterio ordinario.
El presbítero, partícipe de la misión apostólica. Las formulaciones del
Concilio Vaticano II y de otras obras posteriores acerca de la
sacramentalidad del presbiterado se pueden resumir como sigue:
o Presbyterorum ordinis. En el número 1, enseña que los presbíteros
son promovidos para servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey,
participando de su ministerio. El número 2 añade que los presbíteros
participan, a su modo, de la misión concedida por Cristo a los Apóstoles.
El número 12 declara que, en virtud del sacramento del orden, los
presbíteros se configuran con Cristo Cabeza y se ordenan a la
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edificación de la Iglesia como cooperadores del orden episcopal. La
consecuencia de esto es doble: hay que afirmar del presbítero su
sacramental unión con Cristo Cabeza que le otorga la capitalidad para
poder actuar en la Iglesia; pero, además, se ha de comprender que se
trata de una capitalidad eclesiológicamente vicaria, ya que el presbítero
la tiene recibida como cooperador del obispo. Desde aquí es lícito
concluir que la capitalidad eclesial recae sobre el obispo.
o Lumen gentium. A la hora de fundamentar la naturaleza sacramental
del presbiterado, parte de la misión de Cristo participada por los
Apóstoles y transmitida en la Iglesia por el ministerio de los obispos.
Además, concluye que los presbíteros están unidos a los obispos en el
honor del sacerdocio y, en virtud del sacramento del orden, quedan
consagrados como verdaderos sacerdotes de la Nueva Alianza, a imagen
de Cristo, sumo sacerdote, para anunciar el Evangelio a los fieles, para
dirigirlos y para celebrar el culto.
o Pastores dabo vobis. Juan Pablo II, en afinidad con la doctrina
conciliar, a la hora de establecer la razón de ser de los presbíteros en la
Iglesia, recurre al mandato misional de Cristo y a la obediencia que la
Iglesia ha de prestarle desde la fe.
o Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros . Este
documento ofrece una perfecta síntesis de la dimensión misional del
sacramento del orden según el magisterio de la Iglesia.
4. DIMENSIÓN CRISTOLÓGICA Y PNEUMATOLÓGICA DEL
MINISTERIO ORDENADO
Dimensión cristológica
Cualquier explicación de la relación de los ministerios con la misión y el
ministerio de Cristo deberá dejar a salvo la absoluta unicidad y trascendencia
del ministerio mediador de Cristo. Su vida y su muerte y resurrección es un
acontecimiento único e irrepetible al que nadie puede añadir nada, porque se
basta solo para realizar plenamente la obra que le confiará el Padre. El
sacerdocio de Cristo no admite complementos ni suplencias ni sucesores.
No obstante, desde los orígenes y por voluntad del mismo Jesús, existen en
la Iglesia ministerios a los que se atribuyen prerrogativas que derivan de la
misión, del servicio y de la condición personal del mismo Jesucristo. La relación
de estos ministerios con la misión y el ministerio de Cristo se interpreta a veces
mediante la categoría de «participación»: «Cristo hizo partícipes de su
consagración y de su misión, por medio de los apóstoles, a los sucesores de
estos, los obispos» (Presbyterorum ordinis 2).
La tradición ha preferido recurrir a la terminología icónico-simbólica.
Los ministros de la Iglesia son signos, símbolos, imágenes de Cristo sacerdote,
rey y profeta. Esta concepción icónica era muy familiar en la época patrística,
pero hay que decir que, en germen, está contenida en la idea de
«representación de Cristo» presente ya en el Nuevo Testamento.
En sus escritos, los santos Padres emplean un léxico variado para expresar
esta concepción: símbolo, imagen, figura, imitación, semejanza, representación.
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La concepción icónica viene a significar lo mismo que la doctrina tradicional
sobre la especial configuración con Cristo sacerdote que obra la ordenación:
«Quedan sellados con un carácter o marca particular y así se configuran con
Cristo sacerdote» (PO 2).
La lógica de esta concepción lleva a afirmar que los ministros, en la
comunidad, «ocupan el lugar de Cristo, personifican a Cristo, hacen las veces
de Cristo, son sus vicarios, obran in Persona Christi». De ahí a proclamar la
presencia de Cristo en la persona y actividad de sus ministros solo hay un paso,
que la tradición dio resueltamente. No se trata de una presencia moral o
jurídica, sino de una presencia sacramental y, por tanto, real. A través de las
palabras y las acciones de su ministro, el que en realidad actúa el nivel del
misterio es Cristo. Las acciones litúrgico-sacramentales son realmente acciones
de Cristo: tienen a Cristo como su agente principal a nivel de misterio. La
tradición no tiene inconveniente en afirmar que Cristo habita en su ministro,
haciendo de este casi un sacramento de Cristo. Desde la era patrística, el
aforismo «sacerdos, alter Christus» ha conocido una gran difusión en algunas
épocas.
Dimensión pneumatológica
La dimensión pneumatológica del ministerio fue un aspecto desatendido
por la teología clásica occidental durante siglos. En cambio, para la teología
contemporánea, gracias sobre todo a un mejor conocimiento de la tradición de
los primeros siglos, constituye un capítulo importante de la doctrina sobre los
ministerios. El Vaticano II le ha dedicado también la atención que se merece.
Ya el simbolismo de los principales ritos de ordenación endereza
nuestros pasos a indagar la presencia y la actividad del Espíritu. La imposición
de las manos nos remite siempre a la acción del Espíritu. Las mismas fórmulas
eucológicas establecen muchas veces una relación explícita entre imposición de
manos y venida del Espíritu. Las unciones materiales entraron tardíamente en el
ritual de las ordenaciones como una expresión plástica de la acción que de
antiguo se atribuía al Espíritu Santo en la consagración de los ministros. La
imposición del libro de los evangelios sobre la cabeza del candidato al
episcopado se interpretó también desde sus orígenes en relación con
Pentecostés.
Sobre la actividad del Espíritu en el ámbito de las ordenaciones,
encontramos en la tradición las siguientes afirmaciones:
Según 1 Cor 12, 11 y 28, existen en la Iglesia diversidad de servicios gracias
al Espíritu Santo. Él es el principio estructurante de la Iglesia.
El Espíritu Santo es quien elige a los candidatos para el ministerio; quien los
ordena, es decir, quien les otorga la gracia y el poder que necesitan para
desempeñarlo; quien los pone al frente de la grey.
El don o carisma que se confiere en la ordenación y que capacita al
ordenado para el ejercicio del ministerio es el mismo Espíritu Santo.
La efusión del Espíritu Santo en la ordenación es la fuente de la misión y del
triple oficio de enseñar, santificar y regir ( Lumen gentium 21) y de la
potestad requerida para cumplir la misión.
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La venida del Espíritu Santo sobre los nuevos elegidos es, al mismo tiempo,
fuente de gracia y principio de una transformación profunda.
El Espíritu Santo es comunicado en la ordenación a los nuevos ministros con
vistas a las funciones que les exigirá el servicio que les ha sido confiado. El
carisma que reciben en la ordenación les asegurará la asistencia del Espíritu
y será la base de su parresía (seguridad) en el ejercicio de sus funciones
ministeriales.