ARQUIDIÓCESIS DE BARQUISIMETO
PASTORAL LITÚRGICA
BARQUISIMETO-EDO. LARA
RITUAL DE BENDICIÓN DE
LA CORONA DE ADVIENTO
EN FAMILIA.
ADVIENTO EN TIEMPO DE PANDEMIA
Subsidio litúrgico preparado, para ayudar a las familias en
la Celebración del Adviento, en medio de la pandemia del Covid-19
N°1. Tiempo Litúrgico de Adviento 1
1. La «Corona de Adv iento» o «Corona de las luces de
Adv iento» es un signo que expresa la alegría del tiempo de
preparación a la Navidad. Por medio de la bendición de la corona
se subraya su significado religioso.
2. La luz indica el camino, aleja el miedo y favorece la comunión.
La luz es un símbolo de Jesucristo, luz del mundo. El encender,
semana tras semana, los cuatro cirios de la corona muestra la
ascensión gradual hacia la plenitud de la luz de Navidad. El
color verde de la corona significa la vida y la esperanza.
3. La corona de Adviento es, pues, un símbolo de la esperanza
de que la luz y la vida triunfarán sobre las tinieblas y la muerte.
Porque el Hijo de Dios se ha hecho hombre por nosotros, y con su
muerte nos ha dado la verdadera vida.
Una costumbre significativa y de gran ayuda para vivir
este tiempo es la corona o guirnalda de Adviento, que constituye
como el primer anuncio de la Navidad.
Origen.- La corona de adviento encuentra sus raíces en
las costumbres pre-cristianas de los germanos (Alemania).
Durante el frío y la oscuridad de diciembre, colectaban coronas de
ramas verdes y encendían fuegos como señal de esperanza en la
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venida de la primavera. Pero la corona de adviento no representa
una concesión al paganismo sino, al contrario, es un ejemplo de la
cristianización de la cultura. Lo viejo ahora toma un nuevo y
pleno contenido en Cristo. El vino para hacer todas las cosas
nuevas.
Ev olución.- Los cristianos supieron apreciar la
enseñanza de Jesús: Juan 8,12: «Yo soy la luz del mundo; el que
me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la
vida.». La luz que prendemos en la oscuridad del invierno nos
recuerda a Cristo que vence la oscuridad. Nosotros, unidos a
Jesús, también somos luz: Mateo 5,14 «Vosotros sois la luz del
mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un
monte.»
En el siglo XVI católicos y protestantes alemanes
utilizaban este símbolo para celebrar el adviento: Aquellas
costumbres primitivas contenían una semilla de verdad que ahora
podía expresar la verdad suprema: Jesús es la luz que ha venido,
que está con nosotros y que vendrá con gloria. Las velas anticipan
la venida de la luz en la Navidad: Jesucristo.
La corona de adviento se hace con follaje verde sobre el
que se insertan cuatro velas. Tres velas son violeta, una es rosa.
El primer domingo de adviento encendemos la primera vela y cada
domingo de adviento encendemos una vela más hasta llegar a la
Navidad. La vela rosa corresponde al tercer domingo y representa
el gozo. Mientras se encienden las velas se hace una oración,
utilizando algún pasaje de la Biblia y se entonan cantos. Esto lo
hacemos en las misas de adviento y también es recomendable
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hacerlo en casa, por ejemplo antes o después de la cena. Si no hay
velas de esos colores aún se puede hacer la corona ya que lo más
importante es el significado: la luz que aumenta con la
proximidad del nacimiento de Jesús quien es la Luz del Mundo.
La corona se puede llevar a la iglesia para ser bendecida por el
sacerdote.
Simbología de la corona de Adv iento
La forma circular: El círculo no tiene principio ni fin. Es
señal del amor de Dios que es eterno, sin principio y sin fin, y
también de nuestro amor a Dios y al prójimo que nunca debe de
terminar.
Las ramas verdes: Verde es el color de esperanza y vida.
Dios quiere que esperemos su gracia, el perdón de los pecados y la
gloria eterna al final de nuestras vidas. El anhelo más importante
en nuestras vidas debe ser llegar a una unión más estrecha con
Dios, nuestro Padre.
Las cuatro velas: Nos hacen pensar en la obscuridad
provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios.
Después de la primera caída del hombre, Dios fue dando poco a
poco una esperanza de salvación que iluminó todo el universo
como las velas la corona. Así como las tinieblas se disipan con
cada vela que encendemos, los siglos se fueron iluminando con la
cada vez más cercana llegada de Cristo a nuestro mundo. Son
cuatro velas las que se ponen en la corona y se prenden de una en
una, durante los cuatro domingos de adviento al hacer la oración
en familia.
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4. El Padre o la Madre, al comenzar la celebración, dice:
Nuestro auxilio es el nombre del Señor.
Todos responden:
Que hizo el cielo y la tierra.
Al comenzar el nuevo año litúrgico vamos a bendecir esta
corona con que inauguramos también el tiempo de Adviento. Sus
luces nos recuerdan que Jesucristo es la luz del mundo. Su color
verde significa la vida y la esperanza. El encender, semana tras
semana, los cuatro cirios de la corona deben significar nuestra
gradual preparación para recibir la luz de la Navidad.
5. Uno de los presentes, lee un texto de la sagrada Escritura:
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 5, 13-16
En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes son
la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la
volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y
pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se
puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y
no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino
que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que
están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la
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luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y
glorifiquen al Padre que está en el cielo.
Palabra del Señor
6. Reflexión: (El Padre o la Madre, pueden leer el siguiente comentario)
Nos dice Jesús: “Ustedes son la luz del mundo”. Como
haciéndole eco, nos dice san Pablo: “Ustedes ahora son luz en el Señor.
Vivan como hijos de la luz“(Ef. 5, 8).
Dios mismo es luz. Exclama el Salmista: “¡Señor, Dios mío,
qué grande eres! Estás vestido de esplendor y majestad y te envuelves
con un manto de luz” (Sal 104 (103), 1-2). A Dios se aplica
radicalmente el simbolismo de la luz. Declara san Juan en su Primera
Carta: “Dios es luz, y en él no hay tinieblas” (1 Jn 1, 5). Y en el
prólogo de su evangelio dice que Cristo es “la luz verdadera que, al
venir a este mundo ilumina a todo hombre” (Jn 1, 9). El anciano
Simeón en la presentación del Niño Jesús en el Templo de Jerusalén
cuarenta días después de su nacimiento, afirma que él vino como “luz
para iluminar a los gentiles” (Lc 2, 32).
Jesús en persona dio este testimonio de sí mismo: “Yo soy la luz
del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá
la luz de la vida” (Jn 8, 12). Y a sus discípulos no vaciló en decirles:
“Ustedes son la luz del mundo”. Y añadió: “Así debe brillar ante
los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos
vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en el cielo”.
Iluminados por Cristo, nos convertimos, pues, en iluminadores
de los demás. Todos necesitamos que alguien nos ilumine, nos aconseje
oportunamente, responda a nuestras dudas. La luz que debe brillar
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en nuestras vidas es la luz del testimonio, de la palabra acertada, de
la entrega generosa.
Jesús completa la metáfora de la luz con dos comparaciones. Una
ciudad debe ser visible, en la cima de una montaña, para orientar a
los viajeros transeúntes. “Y no se enciende una lámpara para meterla
debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que
ilumine a todos los que están en la casa”.
Los cristianos somos invitados formalmente a ser luz para los
demás. Se trata de que seamos luz con nuestra vida, para los que nos
rodean y nos ven. Se trata de que seamos testigos de esperanza y del
verdadero sentido de la vida, en medio de una sociedad secularizada
en la que se está perdiendo el sentido de Dios. Que seamos luz para
tantas personas desorientadas, que viven en crisis, en la oscuridad o
en la penumbra existencial.
Siguiendo a Cristo, somos hijos de la luz. Nos dice san Pablo:
“despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de
las armas de la luz. Como en pleno día, procedamos con decoro…
Revístanse del Señor Jesucristo” (Rom 13, 12-14).
El Ev angelio nos hace responsables de irradiar a Cristo-luz.
Somos luz para el mundo, no para ocultarla en nuestro interior,
volviéndola invisible.
Semejante luz no es entonces para el propio uso solamente, para
la autocomplacencia, sino para alumbrar el camino de los otros, para
la sociedad, para el mundo. A fin de iluminar las cosas y los hechos
humanos, puntualizando su medida, su sentido, su valor.
Una homilía patrística hace esta reflexión: la Iglesia -nosotros-
no somos propiamente la luz, porque solo Cristo es la luz. Pero la
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Iglesia debe ser el candelabro que sostiene en alto a Cristo-luz. Toda
nuestra vida ha de hacer brillar la luz de Cristo, ayudando a los
demás para que no se pierdan en la noche. El pasaje evangélico deja
al símbolo “luz” todo su horizonte de sentido abarcador: toda la
verdad, todo el bien, todo el amor, la vida resucitada. Todo ello,
personificado en Cristo, y transferido a sus seguidores, que han de
proyectarlo al mundo.
Aparte de la comparación de la luz, que podría entenderse
simplemente en sentido poético, ¿qué significa que un creyente debe ser
luz del mundo, luz para los demás? Las lecturas de hoy orientan el
lenguaje hacia la vida concreta, hacia el efecto que produce en los demás
nuestro estilo de vida.
En labios de Isaías, “así habla el Señor: ‘Si compartes tu pan
con el hambriento y albergas a los pobres sin techo, si cubres al que ves
desnudo… entonces despuntará tu luz como la aurora… Si eliminas
de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si
ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz
se alzará en las tinieblas”.
Los ejemplos de la lectura profética son obras de misericordia, y
estas no pierden nunca actualidad. Solo podría variar su
denominación, su enumeración. Pero siempre hay que tender al amor
fraterno, a la misericordia. San Pedro, por ejemplo, nos recomienda
precisamente practicar el amor fraterno y ser misericordiosos. En su
primera carta expresa textualmente: “En fin, vivan todos unidos,
compartan las preocupaciones de los demás, ámense como hermanos,
sean misericordiosos y humildes. No devuelvan mal por mal, ni injuria
por injuria: al contrario, retribuyan con bendiciones”. También
exhorta a guardar la propia lengua del mal y los propios labios de
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palabras mentirosas… a buscar la paz y seguir tras ella (cf 1 Ped 3,
8-11).
Dice a su vez san Juan: “Si caminamos en la luz, como él mismo
(Dios) está en la luz, estamos en comunión unos con otros y la sangre
de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado” (1 Jn 1, 7).
Jesús nos dice también: “Ustedes son la sal de la tierra. Pero si
la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para
nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres”.
El cristiano, a la vez que luz, tiene que ser, pues, sal de la tierra.
Alguna reflexión ahora sobre este símbolo.
La sal condimenta y da sabor a las comidas. Según un dicho
popular, una comida sin sal es como un día sin sol. La sal también
preserva de la corrupción. Lo que ahora hace la heladera o refrigerados
para conservar los alimentos, lo ha hecho desde siempre la sal.
Desde siempre se ha visto en la sal una dimensión simbólica
respecto a la vida, a la sabiduría, al gusto, a la purificación. En el
Antiguo Testamento se prescribía que toda oblación a Dios fuera
sazonada con sal. También ha sido siempre la sal símbolo de la
hospitalidad y acogida: ofrecer el pan y la sal era acoger amablemente
en casa al forastero. Otras veces se interpreta en la Biblia la sal como
ese sabor o gracia que debe existir en nuestra convivencia fraterna:
“Que haya sal en ustedes mismos -dijo Jesús- y vivan en paz unos con
otros” (Mc 9, 50). Como comentando, nos dice san Pablo: “que la
conversación de ustedes sea siempre amena, sazonada con sal, sabiendo
responder a cada cual como conviene” (Col 4, 6).
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Por lo expuesto, podemos decir que Cristo nos quiere de veras
luz del mundo y sal de la tierra. Que el mismo nos ayude a serlo y
a serlo cada vez más.
7. Sigue la plegaria común:
Nosotros que somos la arcilla mientras Dios, nuestro
Padre, es el alfarero a él, que modela en nosotros la nueva
humanidad suplicamos con confianza
1. Para que la Iglesia, celebrando el adviento de Jesús se
manifieste como el lugar de encuentro entre Dios y los hombres,
roguemos al Señor
2. Por el Papa Francisco para que sea un instrumento de Dios
para contribuir a la paz entre las naciones y las religiones,
roguemos al Señor.
3. Para que la próxima venida del Señor en el misterio de la
celebración de la Navidad, renueve los corazones y haga brotar
alegría en nuestro mundo, roguemos al Señor
4. Para que nunca dejemos de tener presentes a los necesitados y
que con nuestra oración reciban el consuelo del Espíritu Santo,
roguemos al Señor.
5. Para que nuestra familia sea fuerte y evangelizadora, roguemos
al Señor
Se pueden añadir otras peticiones libres
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Dios nuestro Padre, que rasgaste los cielos cuando tu Hijo
Jesús vino hasta nosotros, despierta el poder de tu amor y ven a
salvarnos Por Jesucristo nuestro Señor.
Terminemos nuestras peticiones rezando la oración de los
hijos de Dios: Padre Nuestro.
8. Luego el Padre o la Madre, con las manos juntas, dice la oración de
bendición:
Oremos.
La tierra, Señor, se alegra en estos días, y tu Iglesia desborda de
gozo ante tu Hijo, el Señor, que se avecina como luz esplendorosa,
para iluminar a los que yacemos en las tinieblas de la ignorancia,
del dolor y del pecado. Lleno de esperanza en su venida, tu pueblo
ha preparado esta corona con ramos del bosque y la ha adornado
con luces. Ahora, pues, que vamos a empezar el tiempo de
preparación para la venida de tu Hijo, te pedimos, Señor, que,
mientras se acrecienta cada día el esplendor de esta corona, con
nuevas luces, a nosotros nos ilumines con el esplendor de aquel
que, por ser la luz del mundo, iluminará todas las oscuridades.
Él que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Y se enciende el cirio que corresponda según la semana de
Adviento.
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9. El padre o la madre concluye el rito, diciendo:
Cristo, el Señor, que se ha hecho luz del mundo y está
presente en medio de nosotros nos bendiga y nos guarde en su
amor.
Todos responden.
Amén.
En el nombre del padre, del hijo y del Espíritu Santo.
Amén
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