MIQUEAS – LA IMPORTANCIA DE LA OBEDIENCIA
TEXTO BÁSICO
“¡Ya se te ha declarado lo que es bueno! Ya se te ha dicho lo que de ti espera el Señor:
Practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios”. (Mq. 6:8, NVI)
INTRODUCCIÓN
El pueblo a quién Miqueas profetizó era profundamente religioso. Asistía a los cultos en un
magnífico templo. Entre las actividades se incluía la observancia de los días santos
divinamente señalados, cuyo propósito era recordarles de la permanente fidelidad de Dios
y del deber de servirlo. Pero, los contemporáneos de Miqueas no eran espirituales. Ellos
no se importaban con la forma como se comportaban fuera del templo. Tenían confianza
solo en participar en las ceremonias. Esta apariencia religiosa y, al mismo tiempo,
impiedosa, preocupaba Miqueas. Fue en contra de esta actitud, que él clamó. Esta acción
habla conmovedoramente de nuestros días. Es acerca de esto que nos habla la lección de
hoy.
MIQUEAS - EL PROFETA
El nombre “Miqueas” significa “¿Quién es como Yahvé?”. Su nombre suena como una
pregunta retórica. ¿Por qué un pueblo que ya sabía quién era el Señor, tendría que
conocerlo? El contexto del libro nos dará una respuesta. De hecho, Israel y Judá caminaron
por vías tan torcidas que era difícil confirmar en sus acciones algún conocimiento de Dios.
Miqueas vivió en la segunda mitad del siglo VIII a.C. Fue uno de los profetas del siglo en
que Isaías fue el más destacado. Los mensajes de los dos hombres de Dios están en
armonía. Algunos estudiosos sugieren que Miqueas fue un discípulo de Isaías, y es
interesante notar la similitud entre Miqueas 4:1-5 e Isaías 2:1-4. Pero los dos profetas son
muy diferentes. Isaías era miembro de la aristocracia. Miqueas era un hombre del pueblo.
Isaías era refinado, conocía al fondo las costumbres de la capital y frecuentaba los círculos
de la corte. Miqueas era hombre rudo y del campo, un profeta de los humildes.
Miqueas nació en Moreset-gat (1:1,14), una ciudad situada a unos 40 kilómetros al
suroeste de Jerusalén, en la extremidad de la llanura marítima entre las montañas de Judá
y Filistea junto del mar. Aunque la región fuera fértil y bien provista de agua, lugar de
plantaciones, huertos de olivos y pastos, los agricultores, entre los que Miqueas fuera
creado, casi siempre se encontraban en dificultades económicas. Agobiados por las
deudas, ellos eran obligados a hipotecar sus propiedades a los ricos de Samaria y
Jerusalén, que les desapropiaban sus tierras. Así que se convertían en arrendatarios de las
haciendas, oprimidos por señores codiciosos e insensibles. Esta explotación de los pobres
fue, a los ojos de Miqueas, uno de los crímenes más hediondos de su época, y él
valientemente denunció estos exploradores.
Así como Elías salió del anonimato de una pequeña localidad, para revelar la culpa de un
pueblo que se había alejado del pacto hecho con Dios, lo mismo ocurre con Miqueas. Su
misión es muy clara: “Mas yo estoy lleno de poder del Espíritu de Jehová, y de juicio y de
fuerza, para denunciar a Jacob su rebelión, y a Israel su pecado” (3:8). En el libro de
Jeremías encontramos la repercusión de sus profecías mucho antes de la cautividad de
Babilonia (± 100 años). Algunos de los ancianos del pueblo recordaron no sólo uno de los
períodos de sus profecías, en la época del rey Ezequías, como del contenido de una de
ellas (Jr. 26:16-19). Esto nos muestra el alcance de la voz profética de Miqueas, asegurada
por la tradición y su consiguiente transmisión.
Los mensajes de Miqueas contienen muchas quejas contra el pueblo y su consecuente
juicio, pero también mensajes de esperanza. Así Miqueas se une a las muchas voces
proféticas que a mucho tiempo el Señor ya estaba levantando (Jr. 26: 5). Los estudiosos
dicen que hay tres mensajes principales entregados por Miqueas. Todos comienzan con la
palabra introductoria “Oíd” (1:2; 3:1; 6:1). En general, los temas tratados por Miqueas son:
denuncia contra la injusticia, denuncia contra la confianza en los rituales de sacrificio, y
anuncio de un “rey-mesías” que vendrá de Belén y la futura liberación de las manos de
Asiria.
EL CONTEXTO POLÍTICO DE MIQUEAS
Miqueas profetizó al mismo tiempo que el profeta Isaías. Su ministerio profético cubrió los
reinados de Jotam (750-735 a.C.), Acaz (735-715 a.C.) y Ezequías (715-686 a.C.). Él fue
testigo de la caída del Reino del Norte (Israel). La crisis en el compromiso con Dios era tan
grande que las voces proféticas no fueron suficientes para despertar el liderazgo y el
pueblo. El último rey del norte fue Oseas (2Re. 17). Él intentó por un tiempo garantizar la
supervivencia del Estado de Israel, rindiendo tributos a Salmanasar, lo que hacía todos los
años (2Re. 17:4). Sin embargo, él decidió arriesgar todo solicitando la ayuda de Egipto
contra Asiria y dejando de pagar el tributo. Esa fue la sentencia de muerte de la nación
israelita. Oseas tanto amargó la derrota por los asirios como el abandono por parte del
Egipto, que no vino a socorrerlo.
Peor aún fue ver un cautiverio venir sobre el pueblo de Dios nuevamente. Y, por desgracia,
era lo que estaba por venir al Reino del Sur (Judá), que simplemente estaba siguiendo los
mismos pasos del pueblo de Israel. El punto más acentuado de la desobediencia del
pueblo de Dios fue durante el reinado de Acaz. En el período de este rey, Judá se convirtió
en una ciudad satélite a servicio de Asiria (así como a Israel). Esto sucedió porque Acaz
pidió socorro al rey de Asiria en contra una alianza política hecha entre Israel (bajo el
mando de Peka - 2Re. 16:5-9) y Siria (bajo el mando de Rezín).
Con intenciones de mostrar gratitud a tan generoso acto de salvación de parte de Tiglat-
pileser, Acaz implementó en Judá un sincretismo religioso que afectó directamente la
religión judaica. Sus innovaciones fueron tan audaces que incluso una copia del altar de la
religión asirio, que vio en Damasco, fue edificada en Judá. ¡Eso no fue todo! Acaz sacó el
altar del Señor del lugar y lo puso al lado (2Re 16:10-14). Puede hasta parecer un acto sin
importancia, pero transmitió un mensaje terrible: ¡el Señor no es el primero aquí! El
paganismo asirio condujo Judá inevitablemente a desconsiderar el pacto que había hecho
con el Señor.
EL CONTEXTO SOCIAL DE MIQUEAS
La estructura social de la vida del pueblo de Dios ya no era la misma que en el tiempo de
los Jueces, cuando vivía en un sistema tribal. Una característica clave de este período es
que las tribus eran verdaderos grupos autónomos que estaban conectados entre sí por
una línea de sangre oriunda de la cabeza de la familia. Es decir, toda la organización social
del desierto se resumía en un árbol genealógico.
Este cambio creó marcas profundas en la vida y en el estilo de vida del pueblo. La
agricultura y la ganadería, que antes sólo servían para alimentar a sus familias, ahora
tendrían que proveer las necesidades de un rey (incluyendo palacio, súbditos, sirvientes,
etc.) y de la nación. El Estado se sobresalió a la familia. El pequeño agricultor tendría que
sostener esta estructura con el pago de impuestos. No mucho tiempo después, la sociedad
israelí post-tribal se vio en serios problemas financieros, debido a las flagrantes injusticias.
El pequeño agricultor, cuya situación económica era precaria, se encontraba a menudo en
las garras de los usureros y, a la menor calamidad – una sequía, la pérdida de una cosecha
(Am. 4:6-9) –, se quedaba sujeto a ejecuciones hipotecarias y a desalojos, cuando no
sujeto al trabajo esclavo. El sistema, que ya era grave por sí mismo, se convertía cada vez
más cruel a causa de la codicia de los ricos, que se aprovechaban del estado de miseria de
los pobres para aumentar sus posesiones, a menudo recurriendo a las prácticas ilícitas,
como falsificación de peso y medidas, y a diversos subterfugios legales para lograr sus
propósitos (Am. 2:6ss; 5:11; 8:4-6).
En medio de todo esto aún pesaba el hecho de que los necesitados no tenían a nadie a
quien recurrir, porque los jefes del pueblo que debían ejercer la justicia no la hacían. No es
de extrañar que el Señor habla con sarcasmo por medio del profeta: “Oíd ahora, príncipes
de Jacob, y jefes de la casa de Israel: ¿No concierne a vosotros saber lo que es justo?”
(3:1). La nueva estructura sólo favorecía la abundancia de algunos y la escasez de la
mayoría. Al comportarse de esta manera, los líderes demostraron cómo los antiguos lazos
tribales que antes fortalecían, daban estabilidad y equilibrio al grupo, se habían roto. Es
contra este contexto aterrador que brilla uno de los textos más conocidos del profeta
Miqueas: “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti:
solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (6:8). Socialmente
la vida del pueblo se estaba desintegrando, porque no había un compromiso con los
mandamientos ni con Dios.
EL CONTEXTO RELIGIOSO DE MIQUEAS
Uno de los temas centrales de Miqueas es el combate al más puro formalismo religioso. El
verdadero fiel debe vivir como tal. La degradación de la vida social del pueblo siguió la
degradación de la vida religiosa. La ironía es que la degradación de la vida religiosa no se
caracterizó por la ausencia del ejercicio de la religión. Muy por el contrario. Antes de ser
destruido por Nabucodonosor, el templo siempre estuvo en pleno funcionamiento, con el
sistema de sacrificios en pleno apogeo. Si el pueblo tenía sus símbolos de la fe, que el
Señor mismo instituyó, entonces ¿de qué reclamaba el profeta Miqueas (y también Oseas,
Amós, Isaías y Jeremías)? Miqueas se quejaba de una religión diluida y que sólo tenía
apariencias. Él denunció, por ejemplo, la confianza absurda que los sacerdotes, profetas y
el pueblo depositaba en los ritos y sacrificios (6:6-7).
Antes fuera sólo eso. La interacción con otros pueblos trajo mucho más que la interacción
social, también trajo la interacción religiosa. La sociedad israelí ha traído elementos de
adoración a Baal para el culto al Señor. Las narrativas bíblicas nos dicen que el culto a Baal
nunca fue completamente borrado. El resultado fue una mezcla entre el monoteísmo y el
paganismo. En la cabeza de los líderes religiosos, no importa qué, era suficiente mantener
los rituales de culto (Am 4:4,5).
De hecho, el Señor había ordenado y regulado el funcionamiento del sistema de sacrificios
y ofrendas. Durante años hicieron eso. La cuestión, sin embargo, es que en tiempos de
insensibilidad espiritual el pueblo de Dios pierde el sentido crítico. Los compatriotas de
Miqueas se habían olvidado las palabras de Samuel: “¿Se complace Jehová tanto en los
holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el
obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros”
(1Sm. 15:22). Ellos perdieron de vista la línea que separa lo cierto de lo errado. Como dijo
el profeta Isaías: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la
luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!”
(Is. 5:20).
Cualquier teología que facilite el pecado no es una teología bíblica. Si los gobernantes, los
profetas y los sacerdotes hubiesen leído y meditado en Levítico 26 y Deuteronomio 28-30,
tendrían descubierto que el Dios del pacto es un Dios santo que no tolera el pecado.
También habrían visto que las bendiciones dependían de la obediencia a las condiciones
del pacto y que Dios castiga a su pueblo cuando desobedece. 7 Sin embargo, el estilo de
vida del pueblo era marcado por la idolatría y fornicación (1:7), codicia (2:1-2), profecías
bajo pretexto de algún beneficio (3:5), perversión de la ley y la justicia (3:9-11), brujería
(5:12), acumulación de riquezas ilícitas (6:10), pesos y medidas alteradas para favorecer el
ambicioso (6:11), propagación de mentiras (6:12), colusión con los malos ejemplos (6:16),
ruptura del mandamiento relacionado a la familia (7:6). Aunque, en la evaluación de Dios y
su profeta, la vida religiosa estaba en profunda decadencia, la atmosfera era de optimismo
para el pueblo.
En la época de Miqueas, la religión del Estado tenía su santuario abastecido con lo mejor
de la tierra y del ganado. La vida seguía su curso y, al parecer, al menos en la opinión de la
nación, en dirección del cumplimiento de las promesas del Señor. El pueblo sólo no
conseguía ver que, en tiempos de infidelidad, Dios tiene todo el derecho a suspender
completa o parcialmente el cumplimiento de promesas que hablan de un futuro glorioso
para la nación israelí. Miqueas no estaba solo en el enfrentamiento de esta falsa
expectativa. Amós también dijo: “¡Ay de los que desean el día de Jehová! ¿Para qué
queréis este día de Jehová? Será de tinieblas, y no de luz” (5:18). Si el corazón del pueblo
ya no era más íntegro para con el Señor, entonces ¿por qué continuar con los ritos
sagrados? (6:6-7).
PROFECÍAS DE ESPERANZA Y RESTAURACIÓN
Bajo el amplio contexto que fue expuesto hasta aquí, no habría como el Señor no traer
juicio sobre la nación. Para que su sentido de justicia no fuera invalidado, el Señor debería
disciplinar a su pueblo. Esta disciplina, que vino en forma de cautiverio, no era un signo de
falta de amor. Antes, el Señor sólo estaba haciendo eso porque los amaba mucho. Como
prueba de eso, Miqueas trajo, en medio de las profecías de juicio, profecías de esperanza
para los judíos.
En primer lugar, Dios promete exaltar y establecer Jerusalén nuevamente (3:12-4:1).
También se comprometió a hacer de Jerusalén un centro universal de reuniones, donde
iba a dirigirse a todas las naciones (4:2-13). Desde el “monte del Señor” serían difundidas
las enseñanzas doctrinales y éticas para todos los pueblos. Por último, entre las profecías
de esperanza, he aquí la más importante: un nuevo rey, el Mesías de Belén Efrata. Sin
embargo, su ciudad natal no se clasificaba como la más importante (5:2). Esto revela una
reversión de las expectativas. Tal vez no era de esperarse que un gran líder descendiera de
una ciudadela del interior. Pero a pesar de esto, Belén era memorable, porque de allí vino
el rey David. Otra cosa importante mencionada en la profecía de Miqueas sobre el futuro
rey dice respecto a sus orígenes, que “son desde el principio, desde los días de la
eternidad” (5:2).
Bajo su mando están reservados tiempo de paz. Su reinado traerá una era sin precedentes
sobre el pueblo de Dios. Este rey también traerá un carácter pastoral en su misión
gubernamental. Él “apacentará con poder de Jehová” (5:4). Sin lugar a dudas, el Israel
disperso regresará (2:12,13). El poderío militar del pueblo será como “cuernos de hierro” y
“clavos de bronce” (4:13). Bajo los albores de este nuevo gobierno, un liderazgo suficiente
y capaz será levantado para derrotar a los enemigos (5:5,6). El remanente de Jacob será
multiplicado en gran medida (5:7,8).
CONCLUSIÓN
La presencia de la Ley y los signos del pacto como una constitución nacional no significó
que eso hacía de Israel un pueblo automáticamente más santo y obediente. Para que esto
sucediera, era necesario practicar la Ley y mantener una relación más profunda con Dios.
Es asustador saber que una nación creada por Dios para servir a sus propósitos, no
cumplió con su vocación. El alejamiento de Dios genera una desviación del llamado. Esto
sigue siendo una realidad. Es cierto que se les dio las profecías de Miqueas para un
contexto específico. Sin embargo, mucha cosa aún tiene similitud con nuestra época con
respecto a lo que él denunció.
Por supuesto que no todo está perdido. Por más que se perpetúe el mal y muestre su lado
más oscuro, debemos hacer la siguiente confesión de fe: “Mas yo a Jehová miraré,
esperaré al Dios de mi salvación; el Dios mío me oirá” (7:7).
Cuando Miqueas escribió esta confesión de fe, parecía no haber ninguna esperanza para el
futuro. Sin embargo, para el profeta había esperanza, porque él conocía a Dios y confiaba
en Él por completo. No importa cuán oscuro sea el día, el sigue brillando a la luz de las
promesas de Dios. No importa cuán confusas y asustadoras sean las circunstancias, el
carácter de Dios es lo mismo. Él no cambia. Tenemos todas las razones para confiar en Él.