CONVERSACIÓN CON JOHN STOTT
La Biblia: El libro que no tiene competencia
¿Qué es la Biblia para usted hoy?
Ésta es una buena pregunta, porque combina el solicitar una definición: «¿Qué es
la Biblia?», con una referencia a su impacto personal: «para usted hoy». Estoy
convencido de que la Escritura es tanto «inspirada por Dios» (que se origina en él)
como útil (valiosa para nosotros), según lo aclara 2 Timoteo 3.16. Esta es la razón
por la que siempre debemos mantener unidas tanto la autoridad como la
interpretación de la Biblia. Muy poco es el valor que tiene una Biblia autoritativa
que no podemos entender. Lo mismo ocurre con una Biblia inteligible que carece
de autoridad. Necesitamos, entonces, una Biblia que sea tanto inteligible como
autoritativa. Así que mi preocupación personal es permitir que Dios me confronte
y que yo escuche su Palabra con humildad. Hay un lugar para «vigilar» la escritura,
para estudiarla y esclarecerla, pero es aún más importante «ponerse debajo» de la
Escritura, y recibir con mansedumbre lo que ella —o más bien él— tiene que
decirnos. El texto debe ser a la vez sujeto y objeto. De modo que diariamente
busco humillarme delante de la Escritura, clamando a Dios para que me hable a
través de ella y para que me dé la gracia para entender, creer y obedecer.
¿Cuál es el proceso hermenéutico que usted utiliza ahora?
Comienza con el reconocimiento fundamental de que se abre un ancho y profundo
abismo entre el mundo bíblico, en el que Dios hablaba, y el mundo moderno ,en el
que nosotros escuchamos. Este mar representa dos mil años de cultura cambiante.
Por lo tanto, la hermenéutica es un ejercicio que construye puentes que permiten
al mundo antiguo alcanzar y dirigirse al mundo contemporáneo. Para que esto sea
posible, tenemos que estudiar ambos extremos del abismo— es decir, ambos
mundos. Así, cuanto más lleguemos a comprender las realidades de ambos
mundos, tanto más se acercarán el uno al otro, y cada vez será más fácil, haciendo
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un cambio a la metáfora, «que la chispita salte de un polo a otro». Una de las
principales razones para esto es que nuestra humanidad continúa siendo
esencialmente la misma, aun cuando nuestras culturas puedan variar.
Para ser más claro, encontré de mucha utilidad hacerme dos preguntas para cada
texto bíblico, y hacerlas en el orden correcto. Primero, «¿qué significaba?»;
segundo, «¿qué dice?». La primera pregunta podría replantearse como «¿qué
significa?», porque el significado de un texto no cambia con los años o a través de
los siglos— sigue teniendo el significado que originalmente tuvo. Pues el
significado de un texto ha sido determinado y establecido por el autor y no por los
lectores. («Un texto quiere decir lo que su autor quiso decir», escribió E. D. Hirsh).
Es aquí donde estamos en desacuerdo con Bultmann y otros existencialistas
cristianos. Ellos afirman que «un texto quiere decir lo que significa para mí, y lo
que significa para ti puede ser algo totalmente distinto». De hecho, los
departamentos de Literatura de las universidades de hoy declaran que un texto
puede tener «un número infinito de interpretaciones». Nosotros no estamos de
acuerdo con esto. Puede que tenga un número infinito de aplicaciones, pero no un
número infinito de interpretaciones. Por el contrario, solamente tiene un solo
significado, como lo estableció su autor. Este hecho necesita de la integridad de la
«exégesis gramático-histórica». Es decir, tenemos que trasladar nuestro
pensamiento a la historia, a la geografía, a la cultura y al idioma del autor, para
comprenderlo desde el interior de su propio contexto. Sólo entonces estamos
listos para hacer la segunda pregunta (¿qué dice?) y, así, trasladarnos del
significado original al mensaje contemporáneo.
Si nos preguntamos lo que significa, o lo que significaba, sin avanzar hacia lo que
dice, cometemos el error de convertirnos en unos anticuarios que no relacionan el
mensaje con la realidad presente. Si, por otro lado, nos preguntamos lo que dice
hoy, sin primero aceptar la disciplina de descubrir lo que significa y lo que
significaba, caemos en el existencialismo, que no relaciona el mensaje con la
realidad pasada. Sólo la reflexión profunda y prolongada llevará a ambos contextos
hacia una interacción creativa entre el pasado y el presente, entre lo original y lo
contemporáneo, entre Dios y nosotros.
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¿Cuáles son sus luchas y sufrimientos mayores durante el proceso
hermenéutico?
Todo estudio incluye lucha, si hemos de mantener nuestra integridad. Yo lo llamo
el «dolor en la mente». Involucra el desafío de, o enterrar un problema al que nos
enfrentamos y que no podemos resolver de inmediato, o de una salida para el
mismo. También es doloroso leer libros con los que no estamos de acuerdo y que,
por lo tanto, no deseamos leer. Más, si vamos a enfrascarnos en el debate por la
verdad, no podemos oponernos a otra opinión sin primero tener la cortesía de
escuchar con atención los argumentos de su exponente hasta que los
comprendamos de verdad, para no caricaturizarlos. De manera más particular,
existe dolor siempre que nos encontramos en la obligación de renunciar a la
interpretación tradicional evangélica que habíamos adoptado anteriormente, pero
que ya no la encontramos bíblica y, por lo tanto, sostenible. La marca de un
evangélico auténtico no es seguir repitiendo viejos lemas y viejas tradiciones sin un
reexamen crítico, sino más bien estar dispuesto a someter todas las tradiciones al
escrutinio bíblico crítico. Por supuesto, los evangélicos siempre hemos insistido en
la supremacía de la Escritura sobre la tradición; ¡pero algunas veces hemos hecho
excepciones en esta disciplina de reexaminar las tradiciones de los ancianos
evangélicos!
¿Cuál es la parte que disfruta más en el proceso hermenéutico?
En parte, es el descubrimiento de la luz fresca sobre una verdad antigua, cuando el
Espíritu Santo ilumina nuestras mentes para captarla. Entonces, al igual que con
los discípulos de Emaús, cuando Cristo abre las Escrituras para nosotros, nuestro
corazón arde dentro de nosotros (Lucas 24.32). Nada hace que nuestro corazón
arda más que el ver la verdad de una manera nueva. Pero creo que también es la
creciente convicción de la relevancia de un libro antiguo en el mundo moderno.
Recuerdo que estuve intentando exponer en Londres, semana a semana, y durante
varios meses, el libro de Gálatas. Esta exposición posteriormente se convirtió en el
primer volumen de la serie La Biblia habla hoy. Durante esa época me la pasé
diciéndome a mí mismo: aquí estamos, una congregación de personas educadas y
sofisticadas, la mayoría de ellos estudiantes y profesionales, encontrando semana
a semana que vale la pena reunirse para el estudio cuidadoso y sistemático de una
cartita del primer siglo, escrita por un judío pequeño y poco atractivo, dirigida a
pequeñas comunidades cristianas ubicadas en los Montes de Tauro (actualmente
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en Turquía), y encontrando que su contenido tiene relevancia directa con los
londineneses del siglo XX. ¡Realmente extraordinario! Ningún otro documento
antiguo puede competir con esto.
¿Qué mensaje tiene usted para la nueva generación?
Hoy en día está de moda rechazar la Ilustración, pero no es sabio hacer una
condena indiscriminada. Nuestra crítica cristiana de la Ilustración se relaciona
particularmente con su proclamación de la autonomía de la mente humana y de
prescindir de la revelación. El antiintelectualismo, tan común hoy en día, es algo
negativo y estéril. No dudo en declararlo como algo pecaminoso, y en añadir que
éste y el Espíritu Santo son mutuamente incompatibles. La razón por la que me
atrevo a decir esto, es que el Espíritu con el que deseamos, o que afirmamos, ser
llenos es el «Espíritu de la Verdad». Éste era el título favorito que Jesús se daba a sí
mismo. Así que, dondequiera que él esté a cargo, la verdad es lo que importa. Por
lo tanto, necesitamos arrepentirnos de toda flojera intelectual, pues deshonra a
nuestro Creador, inhibe nuestro crecimiento espiritual y debilita nuestro
testimonio cristiano.
El postmodernismo es un desafío mayor y contemporáneo para la Iglesia. Es un
asalto deliberado a la cultura y a la ciencia de la Ilustración, y declara que toda la
verdad es culturalmente creada y puramente subjetiva, de tal manera que
cualquiera tiene su propia verdad. Tenemos que rechazar esto también. Nuestras
convicciones acerca de la revelación divina conllevan a la confianza aún mayor en
que hay algo que es verdad, y que estamos llamados a confesarla, a defenderla y a
comunicarla. No es que seamos sólo «mente» y no «corazón». Algunas veces digo
que el Instituto de Cristianismo Contemporáneo no está en el negocio de la cría de
renacuajos, que son pequeñas criaturas con grandes cabezas y casi nada más
además de eso. ¡Y conozco a algunos renacuajos cristianos! Sus cabezas están
repletas de buena teología, pero eso es todo. ¡No! Queremos ser cristianos
verdaderamente integrados, con nuestra mente, nuestras emociones, nuestra
conciencia, nuestra sexualidad bajo el señorío soberano de Jesucristo. En especial,
necesitamos aprender tanto a pensar con claridad como a sentir con profundidad.
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Notas:
(1) Una explicación más detallada de la «transposición cultural» la encontramos en
su libro El cristiano contemporáneo (Nueva Creación, Buenos Aires, 1995, pp.
188,189): «…el procedimiento consiste en identificar la revelación esencial en el
texto (lo que Dios dice de él), separarla de la forma cultural en la que eligió
expresarla, y, luego, volver a expresarla en apropiados términos culturales
modernos. «Transposición» es un término adecuado para esta práctica. En el
contexto musical, trasponer una pieza musical es adaptarla a otra clave, distinta de
aquella en la que fue originalmente escrita. Trasponer un texto bíblico es insertarlo
en una cultura diferente de aquella en la que fue dado originalmente. En la
trasposición musical la melodía y la armonización se mantienen sin cambio; sólo la
clave es diferente. En la trasposición bíblica, la doctrina de la revelación se
mantiene; sólo se cambia la expresión cultural».
Para entrevista completa consultar en:
https://www.publicacionesandamio.com/la-biblia-el-libro-que-no-tiene-competencia/