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Nietzsche: Crítica y Filosofía Vital

Friedrich Nietzsche fue un filósofo alemán del siglo XIX que realizó una crítica de la cultura, religión y filosofía occidental mediante el análisis de las actitudes morales positivas y negativas hacia la vida. Su trabajo influyó profundamente en generaciones posteriores de teólogos, antropólogos, filósofos, sociólogos y otros pensadores.
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Nietzsche: Crítica y Filosofía Vital

Friedrich Nietzsche fue un filósofo alemán del siglo XIX que realizó una crítica de la cultura, religión y filosofía occidental mediante el análisis de las actitudes morales positivas y negativas hacia la vida. Su trabajo influyó profundamente en generaciones posteriores de teólogos, antropólogos, filósofos, sociólogos y otros pensadores.
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FRIEDRICH NIETZSCHE

Fue un filósofo, poeta, músico y filólogo alemán, considerado uno de los pensadores contemporáneos más


influyentes del siglo XIX.
Realizó una crítica exhaustiva de la cultura, la religión y la filosofía occidental, mediante la genealogía de los
conceptos que las integran, basada en el análisis de las actitudes morales (positivas y negativas) hacia la
vida.1 Este trabajo afectó profundamente a generaciones posteriores
de teólogos, antropólogos, filósofos, sociólogos, psicólogos, politólogos, poetas, novelistas y dramaturgos

Tres pensadores equivalen a una araña. Una secta filosófica se forma así: el primero saca de su persona el jugo
y la semilla, el segundo hace los hilos y confecciona una tela artificial y el tercero se oculta en ella a la espera
de las víctimas que se aventuran para vivir a expensas de la filosofía.
En todo cuanto un hombre deja entrever de sí mismo, estamos autorizados a preguntar:
¿Qué quiere ocultar de su persona? ¿Qué pretende sustraer a nuestras miradas? ¿Qué prejuicio espera despertar
en nosotros? Y aún más: ¿hasta dónde llega el refinamiento de esta ocultación? ¿Qué errores comete al
disfrazarse así?
En el trato con personas que guardan con pudor sus sentimientos, hay que saber disimular: son capaces de odiar
de pronto a quien sorprende en ellas un sentimiento delicado, entusiasta o sublime, como si hubiesen visto sus
intimidades.
El hombre se ha ido convirtiendo poco a poco en un extravagante animal que, más que ningún otro animal,
piensa que ha de satisfacer una necesidad vital: es preciso que de cuando en cuando el hombre crea saber por
qué existe, ¡su especie no podría prosperar sin una confianza periódica en la vida!, ¡sin creer que existe una
razón en el seno de la vida!
Por lo general el obrero no ve en la persona del empresario sino un ser perruno, astuto, opresor, que especula
con toda miseria, cuyo nombre, fisonomía, moralidad y reputación le son indiferentes.
Lo que hay bajo la epidermis humana es algo horrible, algo que ningún amante puede concebir; una ofensa a
Dios y al amor.
Basta amar, odiar, ansiar, o simplemente sentir, para que enseguida nos sobrevengan el espíritu y la fuerza del
sueño y subamos por los más peligrosos caminos con los ojos abiertos, insensibles a todo riesgo, por encima de
los tejados y de las torres de la fantasía, sin el menor vértigo, ¡sonámbulos como somos del día, nacidos para
escalar!
La vida nos grita a cada uno de nosotros: “¡Sé hombre y no me sigas. No seas más que tú mismo!”
Todo el que se interna por nuevos caminos y conduce por ellos a muchos hombres descubre con asombro qué
torpes y miserables se encuentran estos en la expresión de su agradecimiento.
El hombre ha sido educado por sus errores: en primer lugar sólo se ha visto imperfecto; en segundo lugar se ha
atribuido cualidades imaginarias; en tercer lugar ha sentido que ocupaba en la jerarquía de los seres un rango
falso entre el animal y la naturaleza; en cuarto lugar ha inventado continuamente nuevas escalas de valores que,
por algún tiempo, consideraba eternas y absolutas, de forma que tal impulso o estado humano se encontraban,
cuando les llegaba el turno, ennoblecidos por toda estimación.
Un hombre tiene que resistirse a toda su época, dejarla en el umbral y pedirle explicaciones.
Esa actitud debe modificar algo, y no importa que el hombre lo desee o no, lo importante es ser capaz de
hacerlo.
Si alguien renuncia totalmente a algo por largo tiempo, cuando lo encuentra pensará que casi lo ha descubierto.
Sin embargo, el más afortunado es quien descubre realmente.

La ciencia tiene su fundamento en una creencia y no existe ciencia sin supuestos.


En la ciencia es muy común abandonar en el instante previo a hallar la solución, convencido de que fue un
esfuerzo vano. Es como cuando alguien pretende desenmarañar una madeja y se para cuando está a punto de
conseguirlo porque es el momento en que le ve más nudos.
La ciencia requiere más nobleza que la poesía, porque debe estar menos seducida por la gloria e ir más
profundamente de lo que le parece digno a la masa.
En toda circunstancia, la naturaleza científica parecerá menos dotada porque brilla menos y es menos apreciada
de lo que vale.
Despiertos podemos ignorar cosas, ser incapaces de sentir otras, pero al dormirnos, el sueño nos lo pondrá
absolutamente en claro sin errores posibles.
No soñemos, a menos que lo hagamos con cosas interesantes. No estemos despiertos, si no es de forma
interesante.
La persona que vive absorta no tiene ocasión de sentirse perpleja.
Si nos planteamos una meta importante seremos superiores a la justicia, a nuestros actos y a nuestros juicios.
Los sacrificios que suframos al hacer bien o mal no cambian nada el valor último de nuestros actos; aunque
pongamos en juego nuestra vida como el mártir en pro de su Iglesia, siempre es un sacrificio que hacemos en
aras de nuestra sed de poder o para conservar al menos el sentimiento que tenemos de él.

CIVILIZACIÓN – JUSTICIA E INJUSTICIA


El químico corre el riesgo de quemarse o envenenarse en el curso de un experimento.
A nuestra civilización puede pasarle lo mismo, por eso es importante tener listas medicinas para las heridas y
antídotos para venenos.
Estudiar las leyes penales de un pueblo como expresión de su carácter, supone incurrir en un grave error: las
leyes no revelan la naturaleza de un pueblo sino lo que le resulta extraño, singular, monstruoso, en cuanto
externo a él.
La justicia, por lo general es el manto de la debilidad, por eso los hombres buenos y débiles apelan al disimulo y
adoptan actitudes injustas para dar imagen de fuerza.
La injusticia que cometemos con alguien pesa más que la que cometen con nosotros, porque siempre sufre el
que obra.
Muchos tienen la astucia burda de modificar las injusticias sufridas y reservarse para justificar las que hicieron
sufrir el derecho de defensa propia. Todo va en dirección de aliviar su carga.
Los espíritus más fuertes y malvados son los que hasta ahora han contribuido en mayor medida al progreso de la
humanidad: no dejaron de inflamar una y otra vez las pasiones adormecidas, ni cesaron de despertar el espíritu
de comparación y de contradicción, el gusto por la novedad, por las tentativas audaces, por lo nunca
experimentado; ellos fueron quienes forzaron a los hombres a contraponer una opinión a otra, un modelo a otro.

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