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¿Cómo tomamos cada una de nuestras decisiones? ¿Qué es la conciencia?
¿Y las emociones? ¿De dónde viene la inteligencia? El cerebro humano es la
estructura más compleja del universo, tanto, que se propone el desafío de
entenderse a sí mismo. Todo lo que hacemos depende de esta máquina casi
perfecta, que contiene más neuronas que las estrellas que existen en
nuestra galaxia. Hasta hace solo algunas décadas estas incógnitas eran
abordadas únicamente por filósofos, artistas, líderes religiosos y científicos
que trabajaban de manera aislada.
Sin embargo, en los últimos años las neurociencias emergieron como una
nueva herramienta para intentar entender estos y otros enigmas. Por
tratarse de una disciplina tan importante, ligada a preguntas e interrogantes
vitales, es fundamental que su trabajo y sus logros no queden atrapados en
laboratorios, sino que sean conocidos y puestos en común por todos y cada
uno de nosotros.
No solo el estudio neurocientífico resulta tan apasionante como innovador,
sino que, más allá de sus alcances, ha logrado progresos y descubrimientos
que permitieron enriquecer la calidad de vida de millones de personas. En
pocas palabras: conocer nuestra mente para vivir mejor.
      Facundo Manes & Mateo Niro
           Usar el cerebro
Conocer nuestra mente para vivir mejor
                                     Prólogo
« Hace más de 13 000 millones de años, toda la materia y la energía del universo
estaba concentrada en un punto infinitesimal» … « El cosmos se creó a partir de
una gran explosión» … « El Sol no es más que una estrella sin importancia entre
miles de millones de estrellas que forman una galaxia, la Vía Láctea, entre miles
de millones de otras galaxias» … En mi trabajo como periodista de temas
científicos, suelo repetir fórmulas llamativas como estas, oídas y vueltas a leer
tantas veces que y a se convirtieron en clisés… Y sin embargo, todavía me es
imposible entender qué quieren decir en realidad, no importa cuánto me esfuerce
en desentrañarlas. Ahora intento con esta: « El cerebro es el objeto más
complejo del universo» . Qué idea tan estremecedora y fascinante. De nuevo
trato de atraparla, pero se esfuma como una imagen evanescente dejándome un
vago vacío en el estómago. Vértigo. La sensación de asomarse a un abismo sin
fin. Pero… un momento: ¿dónde están estas ideas? ¿Dónde, los pensamientos y
emociones que nos definen? ¿Cómo se teje y se desteje la inasible trama de la
realidad en los senderos que atraviesan la jungla de la mente?
    Hace más de una década, las neurociencias estaban comenzando a crecer en
el país. Los investigadores que se dedicaban al tema eran pocos y estaban
disgregados.
    Facundo Manes era un joven neurólogo e investigador que había vuelto al país
después de trabajar en los Estados Unidos y de formarse en la Universidad de
Cambridge. Muy pronto se percibía que había en él algo especial. No eran su
simpatía ni su inusual calidez, sino la energía y la pasión que todavía hoy lo
movilizan.
    Estaba dominado por una idea: estudiar el cerebro en el ambiente más
parecido a la vida real que fuera posible. Y hacerlo en 360 grados, desde todos
los ángulos del conocimiento. No a la manera del anatomista, sino con la visión
del ecólogo. Para remontar ese sueño, no vaciló en crear dos institutos (el de
Neurología Cognitiva —INECO— y el de Neurociencias de la Fundación
Favaloro), en atraer a su lado a otros especialistas expertos y a los jóvenes más
talentosos.
    Lo que ocurrió desde entonces fue comparable a lo que pasa cuando uno
elige el movimiento acertado en el tablero de ajedrez. Todo cambia. El médico
que dilucidaba diariamente cuadros clínicos difíciles de resolver con sus
pacientes y el científico que abordaba problemas novedosos sobre la memoria de
los mozos o extraños comportamientos causados por singulares formas de
demencia no solo se convirtió en un referente en el plano global, sino que nucleó
a investigadores de la Argentina y de otros países, organizó simposios
internacionales con algunas de las figuras más destacadas del mundo, empezó a
dirigir equipos que publican trabajos de investigación en las revistas cardinales de
la especialidad. Y hasta se transformó en una figura conocida para el gran
público cuando explicó delante de las cámaras lo que hoy él y muchos otros
están descubriendo sobre este órgano tan vasto y sorprendente en un programa
de horario central de la televisión.
    Este libro destila esa aventura vertiginosa desde un puesto de avanzada. Como
debe haberles ocurrido a los descubridores del Nuevo Mundo a fines del siglo
XV, nos invita a deslumbrarnos ante ese territorio de maravillas que solo ahora
está comenzando a cartografiarse con may or detalle. ¿Qué es eso que llamamos
inteligencia, dónde se almacenan los recuerdos, cómo se articula el sonido de una
palabra con la idea que representa, cómo surge la conciencia, pensamos
diferente las mujeres y los hombres, a qué llamamos « amor» , cómo tomamos
decisiones, qué nos pasa con el dinero?
    Las respuestas a estas preguntas y muchas otras son todavía provisorias o
tentativas. Pero qué estimulante es acompañar a este explorador de la mente en
su travesía a los confines de lo que significa ser humano. Créanme si les digo que
se trata de una oportunidad que sería imperdonable pasar por alto.
                                                                    NORA BÄR
                                              Buenos Aires, 26 de may o de 2013.
                              Palabras preliminares
Este libro comenzó a pensarse a partir de un diálogo. En realidad, muchas cosas
empiezan así, con el empujón de un diálogo que nos mueve hacia un nuevo
desafío. Pero en este caso, no se trató de un diálogo particular, sino más bien del
diálogo abarcador, múltiple, heterogéneo. Este libro, entonces, partió, no de una
voz solitaria e iluminada, sino de un diálogo en infinidad de charlas con colegas,
con alumnos, en reuniones sociales, en entrevistas, en viajes. Cada tema de los
que se desarrollan en este libro pudo surgir de una conversación de gente curiosa,
interesada por comprender los enigmas del pensamiento, de la conducta, de las
decisiones, de la memoria o de cómo hacer para vivir mejor. Es que nada de esto
resulta ajeno a cualquier persona. La especificidad de las neurociencias —el
campo en el que me desenvuelvo— está en que aborda estos temas con método
riguroso; pero otra cualidad, tan importante como la primera, es que se
desenvuelve a partir de la interacción entre tradiciones y campos disímiles de la
ciencia: neurólogos, psicólogos, biólogos, físicos, lingüísticas, antropólogos, etc.,
dialogan para profundizar en el estudio del órgano más complejo del universo, el
cerebro humano. No se podría desarrollar una disciplina tan ambiciosa de otra
forma. Pero, aunque esto fuese posible, y o no podría, o no querría, porque sé que
no estaría dando lo mejor de mí. Todo lo que fui haciendo a lo largo de mi
carrera lo hice con otros. Y este libro también.
    Muchas veces me preguntaron si lo dicho en alguna conferencia o lo escrito
en una columna de opinión en un diario podía encontrarse en algún libro. Yo solía
responder que seguramente sí, que me había nutrido de lo que decían grandes
maestros que habían escritos excelentes libros. Sabía que, en todos los casos, la
pregunta estaba orientada hacia otro asunto: si podía hallarse algo mío con esa
gracia que ostenta el libro, la de conservarse, la de ser releído, la de poder
colocarlo a resguardo en una biblioteca. Debía explicarle que en realidad el libro
por el cual me preguntaba estaba en un proceso como el de las frutas que se
gestan y maduran con el tiempo, que no hay nada ni nadie que pueda acelerar y
hacer que se llegue antes. Y llegó.
    Este libro se propone pensar el cerebro con el objetivo de que podamos vivir
mejor. ¿Qué significa esto? Que cuanto uno más comprende sobre sí mismo, más
va a saber atenderse y cuidarse, es decir, vivir plenamente. Con este motivo, las
páginas próximas considerarán muchos de los hallazgos científicos sobre el
cerebro humano de los últimos años de manera dinámica y ordenada a la vez. A
pesar de que resulta difícil trazar una línea divisoria entre un tema y otro cuando
tratamos estas cuestiones (una de las consignas más recurrentes de estas páginas
será que el cerebro trabaja en red), organizamos el libro a partir de cuatro
grandes núcleos temáticos: el primero tiene que ver, justamente, con temas
introductorios de las neurociencias (cómo funciona el cerebro, mitos y verdades,
qué es la conciencia, entre tantos otros); el segundo, sobre la memoria (los tipos
de memoria, un elogio del olvido, los recuerdos indeseados, el impacto de la
enfermedad de Alzheimer); el tercero trata temas sobre la toma de decisiones y
la emoción (la biología de la felicidad y la belleza, la llamada « miopía del
futuro» , el trastorno de la ansiedad, el libre albedrío); y en el cuarto y último
esbozamos una serie de premisas que promueven una mente en forma (la
alimentación, el sueño, el ejercicio físico, los desafíos intelectuales). Estos
capítulos están compuestos por un conjunto de textos relativamente breves, con el
objetivo de que puedan leerse en un acotado tiempo que se tenga, o de corrido,
durante esos ratos más pronunciados en los que decidimos dedicarnos a la lectura
como práctica principal. Varios de estos capitulillos han sido adaptados de notas
que publicamos oportunamente en los diarios Clarín y La Nación y la revista
semanal Noticias, entre otros medios. Como se verá, consideramos que una
manera didáctica y atractiva de compartir estos grandes (y muchas veces
complejos) temas es a partir de ejemplos, ilustraciones y analogías con textos
literarios, fragmentos cinematográficos y casos de la vida real. Esto permite que,
muchas veces, se pueda partir de lo que se conoce y se sabe para arribar de
manera eficaz a lo que resulta desconocido y misterioso. Los capítulos cuentan,
además, con el desarrollo de una experiencia de laboratorio que permite dar
cuenta de un relato acerca de cierto proceso de construcción del conocimiento
neurocientífico; también, la exposición de un tema organizado como las célebres
enciclopedias de preguntas y respuestas de nuestra infancia, para rendirle tributo
a esos libros que de casa en casa se vendían en ciudades y pueblos, y nos
abrieron las puertas, a varias generaciones, hacia la divulgación científica.
También optamos por que algunos fragmentos literarios de autores universales se
interpusieran como cuñas y desacomodaran muchas de las formulaciones
científicas.
     Este libro, como he expresado, es la consecuencia de un largo recorrido. Más
allá de que fueron (y son) incontables los que colaboraron con este camino,
quiero agradecer especialmente:
     A todos los que ay udaron a crear INECO, un lugar en la Argentina donde
diferentes disciplinas estudian el cerebro, pero no solo respecto de enfermedades
neurológicas y psiquiátricas, sino también en cuanto a los procesos cerebrales.
Hasta el año 2005 no existía un lugar con estas características en nuestro país.
INECO logró formar un equipo multidisciplinario de científicos básicos y
profesionales con experiencia clínica que intenta responder preguntas históricas
sobre cómo diferentes elementos del cerebro interaccionan y dan origen a la
conducta de los seres humanos.
     A la Fundación INECO y a sus benefactores que permiten sostener, desde
nuestro país, un polo de investigación de referencia internacional sobre el
funcionamiento cerebral y la prevención, detección y tratamiento de diversos
trastornos neurológicos y psiquiátricos de alto impacto en la sociedad. Ellos,
además, continúan apoy ando la formación científica de profesionales de la salud
al mismo tiempo que contribuy en a la educación en neurociencias de la
comunidad.
    A la Fundación Favaloro, por permitirme cumplir el sueño de René, de
estudiar la relación corazón-cerebro. Los profesionales que integramos el
proy ecto del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro pasamos a
formar parte del sueño hecho realidad de uno de los argentinos más importantes
del siglo XX. Este proy ecto generó la oportunidad de ofrecer tratamientos de
excelencia a un gran número de pacientes de distinta condición social que no
tenían medios para acceder a la neurología, la psiquiatría y la neurocirugía de
primer nivel.
    A todo el equipo profesional de INECO y del Instituto de Neurociencias de la
Fundación Favaloro, especialmente a mis colegas Ezequiel Gleichgerrcht, María
Roca, Fernando Torrente, Teresa Torralva, Marcelo Cetcovich, Sol Vilaro, Rafael
Kichic, Agustín Ibáñez, Tristán Bekinschtein, Mariana Vicente, Clara Pinasco,
Alicia Lischinsky, Pablo López y Lucas Sedeño por su constante ay uda, crítica y
sus valiosos aportes, comentarios y sugerencias al texto de este libro. También a
Nora Bär, quien generosamente lo prologó y contribuy e sostenida y firmemente
para la divulgación científica —y sobre todo de las neurociencias cognitivas— en
la Argentina. Del mismo modo, quiero agradecer a Silvia Fesquet y a Ana
D’Onofrio, quienes me estimularon a escribir columnas de neurociencias
periódicamente en las páginas centrales de diarios de circulación nacional.
    Y, por supuesto, quiero agradecerles y dedicarles este libro a aquellos que me
acompañan en todo: a Dora, mi madre, a quien le debo la educación firme y
tesonera; a mi hermano Gastón, compañero de tantos caminos —incluso el de
haber fundado INECO juntos—, por su increíble apoy o, paciencia y afecto, y
por creer siempre en mí; a Marcelo Savransky, por su amistad y apoy o
constante; y a Josefina, mi mujer: ella me dio y me da todo —amor, espacio,
tiempo, paciencia y comprensión— y me acompaña desde que me tomó de la
mano y nunca la soltó.
    Por último, quiero dedicar este libro tan querido a mis hijos, Manuela y
Pedro, porque sin ellos no sería la persona que soy hoy. Y también a la memoria
de mi padre, el Dr. Pedro Manes, un médico y un caballero, por su sabiduría y
generosidad.
    Quiero completar estas palabras preliminares y, para eso, volver a las del
principio. Dije que este libro había comenzado con un diálogo. Pero debo decir,
mejor, que este libro es un diálogo. Durante muchos meses (años, quizás)
hicimos germinar este libro a partir de un ida y vuelta metódico, permanente y
enriquecedor con mi amigo Mateo Niro, a quien conocí por mi hermano Gastón.
Mateo es especialista en Letras y gran escritor a quien admiro profundamente
por sus características humanas e intelectuales. Estoy convencido de que el
futuro de las neurociencias radica en trabajar conjuntamente con otras
disciplinas sociales, culturales y artísticas y este libro no debía traicionar esta
idea. Trabajar con un intelectual de la talla de Mateo en esta obra permitió
generar interpretaciones ambivalentes y argumentos de discusión acerca de
verdades con la ironía y la ambigüedad que la ciencia pocas veces se permite.
Fue un enorme privilegio compartir con él este viaje para intentar explicar lo que
sabemos acerca de cómo funciona el órgano que nos hace humanos.
                                                             FACUNDO MANES
Es demasiado provechoso escribir un libro y, en tiempo real, ir aprendiendo de
eso que se escribe. Esta proeza se la debo a Facundo, que con generosidad me
invitó a que moldeara este libro junto con él. Ojalá que hay a podido devolver en
alguna medida eso por lo que apostó; y, así, haber colaborado para que este libro
sucediera de una manera cabal. Por recato, son breves pero fundamentales estas
palabras de admiración y agradecimiento hacia él. A Elvira Arnoux y a Diego
Bentivegna, por la dedicación y el afecto para formarme y acompañarme en la
academia, en los trabajos y en los días, también deseo expresarles mi inmensa
gratitud. Y por último, como sé que este libro es mucho para mí, quiero dedicarlo
a Raquel y Domenico —mis amados padres—, mis hermanos —entre los cuales
también incluy o a Gastón—, a Daniela, quien quiso la vida conmigo, y a todos
nuestros hijos.
                                                                   MATEO NIRO
                                     Capítulo 1
             Las neurociencias: claves para entender nuestro cerebro
    El cerebro humano es la estructura más compleja en el universo. Tanto, que
se propone el desafío de entenderse a sí mismo. El cerebro dicta toda nuestra
actividad mental —desde procesos inconscientes, como respirar, hasta los
pensamientos filosóficos más elaborados— y contiene más neuronas que las
estrellas existentes en la galaxia. Por miles de años, la civilización se ha
preguntado sobre el origen del pensamiento, la conciencia, la interacción social,
la creatividad, la percepción, el libre albedrío y la emoción. Hasta hace algunas
décadas, estas preguntas eran abordadas únicamente por filósofos, artistas,
líderes religiosos y científicos que trabajaban aisladamente; en los últimos años,
las neurociencias emergieron como una nueva herramienta para intentar
entender estos enigmas.
    Las neurociencias estudian la organización y el funcionamiento del sistema
nervioso y cómo los diferentes elementos del cerebro interactúan y dan origen a
la conducta de los seres humanos. En estas décadas hemos aprendido más sobre
el funcionamiento del cerebro que en toda la historia de la humanidad. Este
abordaje científico es multidisciplinario (incluy e a neurólogos, psicólogos,
psiquiatras, filósofos, lingüistas, biólogos, ingenieros, físicos y matemáticos, entre
otras especialidades) y abarca muchos niveles de estudio, desde lo puramente
molecular, pasando por el nivel químico y celular (a nivel de las neuronas
individuales), el de las redes neuronales, hasta nuestras conductas y su relación
con el entorno.
    Es así que las neurociencias estudian los fundamentos de nuestra
individualidad: las emociones, la conciencia, la toma de decisiones y nuestras
acciones sociopsicológicas. Todos estos estudios exceden el interés de los propios
neurocientíficos, y a que también captan la atención de diversas disciplinas, de los
medios de comunicación y de la sociedad en general. Como todo lo hacemos con
el cerebro, es lógico que el impacto de las neurociencias se proy ecte en múltiples
áreas de relevancia social y en dominios tan disímiles. Por ejemplo, la
neuroeducación tiene como objetivo el desarrollo de nuevos métodos de
enseñanza y aprendizaje, al combinar la pedagogía y los hallazgos en la
neurobiología y las ciencias cognitivas. Se trata así de la suma de esfuerzos entre
científicos y educadores, haciendo hincapié en la importancia de las
modificaciones que se producen en el cerebro a edad temprana para el
desarrollo de capacidades de aprendizaje y conducta que luego nos caracterizan
como adultos.
    Al tratarse de un área fundamental para el conocimiento humano, resulta
comprensible y necesario que los procesos de las neurociencias no queden
solamente en los laboratorios, sino que sean absorbidos y debatidos por la
sociedad en general. Si nos hicieran un trasplante de riñón o de pulmón,
seguiríamos siendo nosotros mismos. Pero si nos cambiaran el cerebro, nos
convertiríamos en personas distintas.
     A pesar de la complejidad, la investigación en neurociencias ha arribado a
conocimientos claves sobre el funcionamiento del cerebro. Un ejemplo de estos
avances ha sido el descubrimiento de las neuronas espejo, que se cree que son
importantes en la imitación, o el hallazgo sobre la cualidad de las neuronas, que
pueden regenerarse y establecer nuevas conexiones en algunas partes de nuestro
cerebro. Distintos estudios han permitido reconocer que la capacidad de percibir
las intenciones, los deseos y las creencias de otros es una habilidad que aparece
alrededor de los cuatro años; también, que el cerebro es un órgano plástico que
alcanza su madurez entre la segunda y tercera década de la vida.
     Las neurociencias, a su vez, han realizado aportes considerables para el
reconocimiento de las intenciones de los demás y de los distintos componentes de
la empatía, de las áreas críticas del lenguaje, de los mecanismos cerebrales de la
emoción y de los circuitos neurales involucrados en ver e interpretar el mundo
que nos rodea. Asimismo, han obtenido avances significativos en el conocimiento
del correlato neural de decisiones morales y de las moléculas que consolidan o
borran los recuerdos, en la detección temprana de enfermedades psiquiátricas y
neurológicas, y en el intento de crear implantes neurales, que, en personas con
lesiones cerebrales e incomunicadas por años, permitirían leer sus pensamientos
para mover un brazo robótico.
     Resulta entendible que, a partir de hallazgos como estos que han visto la luz en
las últimas décadas, las neurociencias hay an despertado cierta expectativa de
que finalmente entenderemos desde grandes temas, como la conciencia humana
o las bases moleculares de muchos trastornos mentales, hasta temas cotidianos,
como por qué la gente prefiere una gaseosa a otra. Sin embargo, debe llevarse a
cabo un intenso debate sobre los hallazgos en el estudio del cerebro, sus
limitaciones y las posibles implicancias y aplicaciones de la investigación.
     En primera instancia, es importante que se reflexione respecto de qué
preguntas se han de abordar. Es decir, debemos discutir sobre cuáles son las
preguntas relevantes y por qué lo son. Por ejemplo, algunos estudios se han
enfocado en perfeccionar métodos de neuroimágenes a fin de detectar si una
persona está mintiendo. Más allá del debate sobre la metodología de estos
estudios, quizá, como primer paso, debamos preguntarnos: ¿qué es mentir? En
distintos países se intenta utilizar la tecnología en neuroimágenes para determinar
la culpabilidad o no de un acusado y, sin embargo, hay aún grandes disquisiciones
académico-científicas sobre qué significa ser responsable de las acciones
propias.
     Cuando uno sobrevuela de noche una ciudad, puede observar con claridad las
luces que se dibujan en ella. Esa visión nos permite percibir la magnitud de la
metrópolis, aunque obviamente resulta imposible auscultar las conversaciones,
los deseos, las tristezas y las alegrías que suceden siquiera en una de sus esquinas,
sus casas o sus bares. Cabe entonces preguntarse si, cuando observamos un
patrón de activación cerebral específico estamos viendo, por ejemplo, las bases
neurales de la mentira o si, por lo contrario, estamos presenciando el modo en
que el cerebro se activa cuando mentimos. Contrariamente a lo que puede
interpretarse, las imágenes cerebrales no nos dicen si una persona está mintiendo
o no: más bien, muestran ciertos estados de ánimo, como la ansiedad o el miedo
que vienen asociados con la mentira. Esta sutil distinción puede traducirse en
destinos muy diferentes. Además, estas definiciones se basan en las estadísticas
derivadas de los datos obtenidos mediante grupos de personas de tamaño
variable, que fueron evaluados en su may oría en un entorno de laboratorio. Dado
el marco artificial, los márgenes de error y otras limitaciones inherentes,
pareciera que la detección de determinados estados mentales no es tan fácil
como se afirma a menudo. De allí que su uso en ámbitos tales como el sistema
legal requiera de una reflexión conjunta y consensuada.
    Como describió hace un tiempo un editorial de una revista científica, existe
una creencia persistente de que se está alimentando una neuro-inspirada industria
del marketing centrada en analizar las percepciones de los consumidores y los
gustos y, a partir de eso, una posibilidad de predecir su comportamiento.
Empresas de neuromarketing, por ejemplo, prometen la producción de datos
científicos irrevocables revelando no lo que dicen las personas sobre los
productos, sino lo que realmente piensan.
    Otro debate interesante es aquel que se propone acerca del uso de drogas que
aumentan la capacidad cognitiva en personas sanas. La neuroética consiste en la
reflexión sistemática y crítica sobre cuestiones fundamentales que plantean los
avances científicos del estudio del cerebro. Se ocupa no solo de la discusión
práctica sobre cómo hacer investigaciones en esta área de manera ética sino que
se interroga también sobre las implicancias filosóficas, sociales y legales del
conocimiento del cerebro.
    El estudio neurocientífico resulta apasionante, innovador y, más allá de sus
alcances, ha logrado progresos que han sido claves para comprender mejor
diversos mecanismos mentales críticos en el funcionamiento cerebral. Además,
los descubrimientos en este campo han permitido una mejor calidad de vida para
millones de personas con condiciones psicológicas, neurológicas y psiquiátricas.
    El desafío científico es inmenso, y a que se plantea muchas de las preguntas
que desde siempre la civilización se ha formulado, como el origen del
pensamiento, qué es la conciencia o si tenemos libre albedrío. Aunque
aprendimos mucho de procesos cerebrales específicos, todavía no hay una teoría
del cerebro que explique su funcionamiento general e incluso, quizá, no la
tengamos nunca —un reconocido neurocientífico decía que abordar la pregunta
sobre cómo funciona nuestro cerebro es como intentar saltar tirándose de los
cordones—. Sin embargo, el actual marco intelectual y metodológico es muy
promisorio. Es fundamental que exista un diálogo entre las neurociencias y los
diferentes dominios de la sociedad.
    Resulta necesario y estimulante que distintas disciplinas y escuelas discutan
cómo se plantea científica, intelectual y metodológicamente uno de los desafíos
más fascinantes de nuestra época: pensar nuestro cerebro. Este libro tiene como
objetivo realizar un aporte para esto.
    En este primer capítulo abordaremos los interrogantes básicos de esta
disciplina como las diferencias primordiales que existen entre nuestro cerebro y
el de las otras especies animales, por qué hablamos o qué es la conciencia;
también, a qué se llama « empatía» , si es igual el cerebro de una mujer que el
de un hombre, el problema de la percepción y el de la atención y para qué
rezamos; pondremos en cuestión varios de los mitos existentes sobre el cerebro
humano, nos interrogaremos sobre el genio individual y colectivo y expondremos
sobre ciertos avances en la relación mente/cuerpo. Pero como este es un capítulo
metaneurocientífico, también relataremos una breve historia de esta disciplina,
analizaremos sus métodos y sus alcances.
El método de las neurociencias o la ciencia como metáfora
¿Cuáles son los caminos que deben recorrerse para lograr transformar una
realidad dada en otra mejor? Vale para esto cualquier ejemplo, como la cura de
un resfrío, que deje de pasar la humedad dentro de una casa, que dos pueblos
separados por un río puedan integrarse a través de un puente, o que pueda
generarse una red con todas las computadoras del mundo y eso permita un flujo
de información sin precedentes. Sin dudas, la necesidad y el deseo son los
principales impulsores para que algo cambie y que ello redunde en una vida
mejor de uno y de su entorno. Pero existe una cuestión más compleja y, quizá,
más enriquecedora para analizar esa transformación que va del impulso inicial a
la solución: el modo para conseguirla.
    A menudo se realza a la ciencia por el logro de resultados sorprendentes
(nuevos medicamentos, viajes espaciales, computadoras sofisticadas, etc.), pero
son sus métodos los que conforman una cualidad verdaderamente distintiva. El
método científico es una manera de preguntar y responder a partir de algunos
pasos necesarios: formular la cuestión; revisar lo investigado previamente;
elaborar una nueva hipótesis; probar esa hipótesis; analizar los datos y llegar a
una conclusión; y, por último, comunicar los resultados.
    La ciencia permite que las personas y las sociedades puedan vivir mejor. A
veces olvidamos cómo las innovaciones científicas han transformado nuestras
vidas. En general, vivimos más que nuestros predecesores, tenemos acceso a una
gran variedad de alimentos y otros bienes, podemos viajar con facilidad y
rapidez por todo el mundo, disponemos de una gran diversidad de aparatos
electrónicos diseñados para el trabajo y para el placer. Los seres humanos, a
nivel personal, familiar y social, tendemos a crear estados para que los vaivenes
del contexto no nos sacudan a punto de secarnos en las sequías e inundarnos en
las tormentas. Pero modificar de cuajo los fenómenos naturales o sociales
globales se vuelve una empresa sumamente dificultosa (por no decir imposible,
solo propagada por consignas voluntaristas, mágicas o de proselitismo cínico). La
sabiduría, más bien, está en saber qué se hace con esa realidad: poder cubrirse
del temporal, modificar el curso de los ríos, atemperar los malos resultados. Y la
clave, en todos los casos, es saber mirar más allá, como el ajedrecista que piensa
en la actual jugada pero en función de las futuras. En la neurología, como y a
abundaremos en el tercer capítulo de este libro, conocemos una patología de
pacientes frontales que tienen miopía del futuro: solo piensan en lo inmediato y se
les hace imposible pensar el largo plazo. Esta condición permitiría graficar cierto
movimiento contrario al de la práctica científica, que se exige imaginar,
proy ectar y trabajar sobre el largo plazo, carácter necesario para el desarrollo
personal y social sostenido.
    Una de las críticas apresuradas que se le hace a la labor científica es su
carácter tecnocrático, reduccionista, gélido o deshumanizado. Estos adjetivos le
endilgan el desvalor de la propuesta sosa, desapasionada, negadora de la épica
del corazón. Muy opuesto a estas consideraciones, todo desafío científico busca la
evidencia cargado con una inmensa impronta de pasión. Es decir, todas virtudes
muy humanas, sumadas al usufructo de la inteligencia que permite entender y
poner en marcha aquellos mecanismos necesarios para lograr la transformación.
    Asimismo, hoy la ciencia se desenvuelve a partir de trabajos mancomunados
e interdisciplinarios. El desarrollo científico es un trabajo de equipo y no de
arrebatos personales y personalistas, con colectivos conformados por disímiles
ideas y saberes que se confrontan para llegar a una conclusión aceptada y
aceptable. Una tradición aclamada en la historia y la sociología de la ciencia
pone de relieve el papel del genio individual en los descubrimientos científicos.
Esta tradición se centra en guiar a las contribuciones de los autores solitarios,
como Newton y Einstein —justamente sobre él nos detendremos en este capítulo
—, y puede ser vista en términos generales como una tendencia a equiparar las
grandes ideas con nombres particulares, como el principio de incertidumbre de
Heisenberg, la geometría euclidiana, el equilibrio de Nash y la ética kantiana.
Varios estudios, sin embargo, han explorado un aparente cambio en la ciencia de
este modelo de base individual de los avances científicos a un modelo de trabajo
en equipo. Un estudio publicado en la prestigiosa revista Science que relevó casi
20 millones de artículos científicos y 2,1 millones de patentes en las últimas cinco
décadas demostró que los equipos predominan sobre los autores solitarios en la
producción de conocimiento con alto impacto. Esto se aplica para las ciencias
naturales y la ingeniería, las ciencias sociales, artes y humanidades, lo que
sugiere que el proceso de creación de conocimiento ha cambiado (de un 17,5%
en 1955 a un 51,5% en 2000). Estos datos significan que se ha producido un
cambio sustancial que liga la tarea de investigación a la labor colectiva. Del
mismo modo, la extensión de los equipos ha ido creciendo hasta llegar a casi el
doble en 45 años (de 1,9 a 3,5 autores por artículo).
    Otra de las claves del desarrollo científico es que ningún trabajo se realiza
haciendo tabula rasa con las tareas previas; más bien se parte de estas,
potenciando sus aciertos y corrigiendo sus errores, lo que permite arribar a las
nuevas conclusiones de forma más satisfactoria. « El conocimiento previo,
correcto y verdadero» , expresó el premio Nobel argentino Bernardo Houssay en
1942, « es la base indispensable de toda acción humana acertada y benéfica. La
ignorancia y el error son nuestros peores enemigos, porque nos llevan a la
miseria, el sufrimiento y la enfermedad, mientras que los descubrimientos
científicos han hecho y harán que la vida sea cada vez más larga, más sana y
más agradable, liberando al hombre de la esclavitud y del trabajo pesado, de las
epidemias pestilenciales y mejorando enormemente a la salud y el bienestar» .
    Otro elemento central para el desenvolvimiento de cualquier investigación
científica tiene que ver con el valor de la idoneidad. La competencia es aquello
que determina quiénes llevan adelante cada acción; es decir, aquellos que lo
merecen, por talento y por esfuerzo, son los indicados para que el resto de la
sociedad coloque en sus manos la tarea. Asimismo, la valoración de la capacidad
genera un contagio, una promoción a la capacidad de los otros, al estudio, al
esfuerzo, al reconocimiento. Esto no significa, ni mucho menos, que exista una
vara homogénea para medir la capacidad de las personas. Es más, los criterios
de inteligencia que se determinan por coeficientes estrictos y a están, por suerte,
dejándose de lado. Ser inteligente es tener flexibilidad para mirar un problema y
ver ahí una posibilidad nueva, una salida antes no pensada para enfrentarlo. Es
importante remarcar que la ciencia no cuenta hoy con herramientas para medir
la inteligencia en toda su extensión y complejidad. ¿Cómo asignar un coeficiente
al humor, a la ironía y, aún más, a la diversificada y plástica capacidad del ser
humano para responder de manera creativa a los desafíos que la sociedad y la
naturaleza le plantean? Hoy existe la noción, como ampliaremos más adelante en
el capítulo, de que la inteligencia incluy e habilidades en el campo de lo
emocional, de las motivaciones, de la capacidad para relacionarnos con otras
personas en situaciones complejas y diversas. El consenso es que estas
habilidades, que antes no se consideraban parte de la inteligencia, potenciarían el
desarrollo intelectual al cooperar en la tarea diaria de enfrentar situaciones
complejas y encontrar soluciones novedosas. Lo central es que cada cual explote
sus capacidades, sean las que sean, al máximo. « Lo más triste que hay en la vida
es el talento derrochado» , repetía como máxima una película de iniciación que
dirigió Robert de Niro hace unos años. La chambonada es justamente lo contrario
de lo que estamos tratando: el derroche de talentos y el desprecio de las
oportunidades.
    La ciencia no se recuesta donde va la ola. Si esta hubiese sido de los que solo
navegan adonde lleva la corriente, y enarbolado la bandera de lo que prescribe el
corto destino de la moda o los laureles de la comodidad, todavía el mundo
deambularía sin curar con penicilina, ni recorrer largos caminos con
automóviles, ni hacer la luz con energía eléctrica.
    El pensamiento científico es un rasgo que nos hace más humanos. Y aunque
no es el único método ni logra transformarse en todo los casos en una práctica
definitiva, sirve de modelo para el desenvolvimiento personal y social en campos
que están más allá del estrictamente científico. La ciencia puede establecerse así
como una extraordinaria y contundente metáfora, capaz de formular las
preguntas y elaborar las respuestas sobre grandes desafíos como el bienestar de
nuestras pequeñas comunidades o la construcción permanente de una sociedad
integrada, igualitaria y desarrollada.
La arquitectura del pensamiento
En estas primeras páginas del libro, creemos oportuno hacer un breve repaso de
lo que podríamos llamar « la arquitectura del sistema nervioso» . Todo esto que
describiremos de manera ordenada y sucinta es lo que nos permite el
funcionamiento vital más básico desde respirar y que nuestro corazón lata, tomar
un vaso de agua o caminar hasta nuestro trabajo, hasta realizar reflexiones de las
más sofisticadas. Ya que resulta tan importante esta exposición para poder, luego,
avanzar con reflexiones sobre sus habilidades y sus usos, es conveniente ir paso a
paso.
   El sistema nervioso
   El sistema nervioso se divide en dos:
            un sistema central
            y un sistema periférico.
    El sistema nervioso central (SNC) comprende el cerebro y la medula espinal.
El sistema nervioso periférico (SNP) incluy e todos los nervios fuera del cerebro
y la médula espinal y comprende los nervios craneanos/espinales y los ganglios
periféricos. Estos últimos son fundamentales porque proy ectan los impulsos
nerviosos a los órganos y músculos (eferente), por ejemplo nos permiten mover
una pierna. Estos nervios también realizan el recorrido inverso y llevan
información sensorial al cerebro (aferente), por ejemplo cuando nos quemamos
la mano. Asimismo, dentro del sistema nervioso podemos distinguir el somático,
que conduce mensajes sensoriales al cerebro y mensajes motores a los
músculos, y el autonómico, que regula funciones corporales como la frecuencia
cardíaca y la respiración.
   Sistema nervioso central
    El sistema nervioso central está constituido por el encéfalo y la médula
espinal. Están protegidos por tres membranas (duramadre, piamadre y
aracnoides), denominadas genéricamente « meninges» . Además, el encéfalo y
la médula espinal están cubiertos por envolturas óseas, que son el cráneo y la
columna vertebral respectivamente.
    Las cavidades de estos órganos están llenas de un líquido incoloro y
transparente que recibe el nombre de « líquido cefalorraquídeo» . Sus funciones
son muy variadas: sirve como medio de intercambio de determinadas sustancias,
como sistema de eliminación de productos residuales, para mantener el equilibrio
iónico adecuado y como sistema amortiguador mecánico.
    Las células que forman el sistema nervioso central se disponen de tal manera
que dan lugar a dos formaciones muy características:
           la sustancia gris, constituida por los cuerpos neuronales;
           y la sustancia blanca, formada principalmente por las prolongaciones
           nerviosas (dendritas y axones), cuy a función es conducir la
           información.
   El cerebro
   El cerebro está compuesto por dos hemisferios y el cuerpo calloso que los
une. Aunque no lo parezca, el cerebro humano tiene una superficie aproximada
de 2 m 2, pero cabe en el cráneo debido a que está plegado de una forma muy
peculiar. Por su función preponderante, es el único órgano completamente
protegido por una bóveda ósea llamada « cavidad craneal» .
   Sustancia blanca y sustancia gris
   La sustancia blanca es una parte del sistema nervioso central compuesta de
fibras nerviosas mielinizadas (recubiertas de mielina, sustancia que permite
transmitir más rápidamente el impulso nervioso). Las fibras nerviosas contienen
sobre todo axones (un axón es la parte de la neurona encargada de la transmisión
de información a otra célula nerviosa). La llamada « sustancia gris» , en cambio,
está compuesta por las dendritas y cuerpos neuronales.
    En el cerebro, la sustancia blanca está distribuida en el interior, mientras que
la corteza y los núcleos neuronales del interior se componen de sustancia gris.
Esta distribución cambia en la médula espinal, en donde la sustancia blanca se
halla en la periferia y la gris, en el centro.
   Los hemisferios cerebrales
    La corteza cerebral es una capa delgada de sustancia gris que cubre la
superficie de cada hemisferio cerebral.
    Dicha corteza, como hemos dicho, es de una extensión superior a la que
cabría desplegada dentro del cráneo.
    Para lograrlo, la superficie cortical se pliega y, al plegarse, forma los
denominados « surcos» o « cisuras» que no son más que la expresión visible de
dichos pliegues. Las áreas que se encuentran visibles entre los pliegues es lo que
llamamos « giros» o « circunvoluciones» . Existen tres cisuras principales que
dan lugar a la división más utilizada en neuroanatomía que es la de los lóbulos
cerebrales. Así, la cisura de Silvio (o cisura lateral), la cisura de Rolando (o surco
central) y la cisura parieto-occipital dan lugar a los denominados:
            lóbulos frontales,
            lóbulos parietales,
            lóbulos temporales y occipitales.
    El cerebro no es macizo, sino que tiene en su interior una serie de espacios
intercomunicados entre sí llamados « ventrículos» . Los ventrículos son dos
espacios bien definidos y llenos de líquido cefalorraquídeo que se encuentran en
cada uno de los dos hemisferios. El líquido cefalorraquídeo que circula en el
interior de estos ventrículos y además rodea al sistema nervioso central sirve
para proteger la parte interna del cerebro de cambios bruscos de presión y para
transportar sustancias químicas.
   El cerebelo
    El cerebelo es una gran estructura localizada en la fosa craneana posterior,
por debajo del lóbulo occipital del cerebro del que está separado por la llamada
« tienda del cerebelo» y por detrás del tronco del encéfalo o tallo (protuberancia
y bulbo) que constituy e la estructura que une el cerebro con la médula espinal.
    El cerebelo constituy e una parte clave en el sistema de control motor, y a que
coordina la contracción uniforme y secuencial de los músculos voluntarios y
establece con suma precisión sus acciones, haciendo que mientras unos se
contraen, los músculos antagonistas se relajen para permitir la concreción de un
movimiento con un objetivo determinado. Para poder realizar tan importante
función se encuentra conectado con otras partes del cerebro. Además de su
función motora, el cerebelo interviene en procesos cognitivos.
El cerebro —es más amplio que el cielo—
colócalos juntos —
contendrá uno al otro
holgadamente —y tú— también
el cerebro es más hondo que el mar —
reteñios —azul contra azul —
absorberá el uno al otro —
como la esponja —al balde —
el cerebro es el mismo peso de Dios —
pésalos libra por libra —
se diferenciarán —si se pueden diferenciar —
como la silaba del sonido —
                                                                         « 632»
                                                          EMILY DICKINSON
                                                     (Massachusetts, 1830-1886)
Una brevísima historia de las Neurociencias Cognitivas
Una de las funciones primordiales del abordaje histórico es que permite
comprender que aquellos conceptos que hoy resultan evidentes y forman parte
del sentido común se construy eron a través del tiempo a partir de elaboraciones
y reelaboraciones, preguntas incómodas, críticas y nuevas formulaciones. Por
ejemplo, aunque parezca sorprendente, no siempre se consideró al cerebro como
el órgano biológico que dirige y controla el comportamiento humano.
Actualmente nos resulta una verdad incontrovertible entender que es el cerebro
el que tutela y fiscaliza nuestro cuerpo.
    Al tratar de recorrer una historia de las neurociencias, nos damos cuenta de
que en el pasado diversos órganos han sido identificados como el centro de los
pensamientos o sentimientos. Por ejemplo, los egipcios creían que el corazón y el
diafragma eran los órganos responsables del pensamiento. En la antigua Grecia,
encontramos (los primeros) debates sobre la importancia del cerebro en relación
a la vida mental de un individuo. El primer neurólogo (o neuropsicólogo) del que
se tenga noticias es Alcmaeon Croton, un alumno griego de Pitágoras en el siglo
V antes de Cristo. Es que sobre las bases de sus investigaciones clínicas o
patológicas se propuso que el cerebro era el órgano responsable del pensamiento
y de las sensaciones humanas. Un siglo después, Platón tuvo una postura similar
y propuso al cerebro como « asiento del alma» . Lo fundamentó de una manera
particular: al estar la cabeza más cercana a los cielos que cualquier otra parte del
cuerpo, resultaba la zona más probable para contener al « divino órgano» . En el
lado opuesto del debate se hallaban Empédocles y Aristóteles (contemporáneos
de Alcmaeon Croton y de Platón respectivamente), que defendían al corazón
como continente del alma. Cien años luego de Alcmaeon y Empédocles, los
escritos de Hipócrates constituy eron otro importantísimo punto de inflexión.
Hipócrates, quien vivió también en la antigua Grecia y desarrolló sus principales
aportes a la ciencia en el siglo IV antes de Cristo, creía que el cerebro era el
responsable del intelecto, los sentidos, el conocimiento, las emociones y de las
enfermedades mentales.
    Los primeros estudios anatómicos del cerebro fueron realizados por Nemesio
durante ese mismo siglo, y y a postulaba la hipótesis ventricular. En la época
romana, el gran médico Galeno adhirió a esto y fue a través de él que estos
puntos de vista dominaron la cultura occidental. Mucho tiempo después, a
comienzos del siglo XIX, un médico italiano, Luigi Rolando, proporcionó
fundamentales detalles anatómicos del cerebro y dio nombre a algunas
estructuras.
    La evidencia empírica resulta crucial para el desarrollo de la ciencia
moderna. El estudio de casos, sobre todo previo al desarrollo de las tecnologías
actuales que permiten el estudio del cerebro in vivo, lograron los may ores
avances en los estudios neurocientíficos. Es por eso que se considera al neurólogo
francés Paul Broca como uno de los pilares de las neurociencias. En 1865 exhibió
una primera evidencia empírica sustancial de la ubicación espacial en el cerebro
humano ligada a determinadas funciones. Él reportó el caso de un paciente,
Leborgne, que era incapaz de hablar más allá de unas pocas palabras. Poco
después, Leborgne murió y Broca tuvo la oportunidad de examinar su cerebro.
Así descubrió que su lesión estaba en el lóbulo frontal izquierdo y esto le permitió
interpretar que esta parte del cerebro es crítica para el lenguaje. El impacto de
este descubrimiento fue enorme, y a que Broca demostró, por un lado, que un
aspecto específico del lenguaje estaba afectado por una lesión cerebral
específica, y, por el otro, cierta asimetría cerebral, y a que similares lesiones en
el lado derecho del cerebro no producían la pérdida de lenguaje en otros
pacientes. Por su parte, en Inglaterra, el neurólogo John Hughlings Jackson
publicó en 1869 el concepto de jerarquía como proceso evolutivo. Esto se refiere
al cerebro como órgano con muchos niveles de control organizados en distintos
escalafones según su importancia. Por otra parte, en paralelo con lo y a
mencionado, durante las décadas de 1880 y 1890, el trabajo de Sigmund Freud
evolucionó del método anátomo-clínico (después de los estudios histológicos
experimentales) a la neurología teórica (histeria y modelos de afasia) y a la
psicología, proceso que dio origen al nacimiento del psicoanálisis.
    Asimismo, poco después del hallazgo de Broca, los fisiólogos Gustav Fritsch y
Eduard Hitzig revelaron una especialización de función en la corteza cerebral. Al
estudiar el cerebro expuesto de un perro, descubrieron que la estimulación de una
región específica de la corteza daba como resultado un movimiento de las
extremidades contralaterales. Así habrían descubierto que no solo las funciones
superiores como el lenguaje estaban representadas en la corteza cerebral, sino
también conductas menos complejas como los movimientos simples. El área de
la corteza dedicada a los movimientos fue llamada « corteza motora» . Este
descubrimiento llevó a los neuroanatomistas a intentar analizar más en detalle las
características de la corteza cerebral y su organización celular. Como las
diferentes regiones realizaban diferentes funciones, se deducía que debían verse
de manera diferente a nivel celular.
    Después de esto, la gran revolución en el entendimiento del sistema nervioso
ocurrió en Italia y España. Camilo Golgi, un científico italiano, desarrolló la
técnica llamada « tinción argéntica» , en la que impregnaba a las células
nerviosas con plata y permitía una completa visualización de las neuronas
individuales. Al utilizar el método de Golgi, Santiago Ramón y Cajal, un médico
español, encontró, contrariamente a la visión de Golgi, que las neuronas eran
entidades separadas. El principal resultado de las investigaciones de Cajal fue la
identificación de la individualidad de la célula nerviosa, la neurona, teoría que
expuso en su obra fundamental Textura del sistema nervioso del hombre y de los
vertebrados, publicado entre 1899 y 1904. Por décadas, otros neurólogos
realizaron nuevos aportes a las neurociencias cognitivas. Por ejemplo, Constantin
von Manakow presentó el concepto de « diasquisis» , la idea de que cierto daño en
una parte del cerebro podía crear problemas en otra parte.
    Sin embargo, quien es considerado el padre de la neuropsicología actual es el
psicólogo y médico ruso Alexander Romanovich Luria, quien perfeccionó
diversas técnicas para estudiar el comportamiento de personas con lesiones del
sistema nervioso, y completó una batería de pruebas psicológicas diseñadas para
establecer las afecciones en los procesos psicológicos: atención, memoria,
lenguaje, funciones ejecutivas, entre otros.
    Aunque, como fue dicho, se ha aprendido mucho desde el estudio de casos
individuales, un gran aporte a las neurociencias cognitivas ha sido el desarrollo de
los estudios de grupo que se iniciaron a fines de la década de 1940. Los estudios
grupales permitieron la formación de grupos control para facilitar la revelación
de datos sobre los deterioros asociados a una lesión particular. El uso de la
estadística permitió definir cuantitativamente los deterioros y, en consecuencia,
posibilitó sensibilizar las pruebas para detectar la presencia de un daño. Mientras
los médicos estudiaban el funcionamiento del cerebro, los psicólogos comenzaron
a investigar cómo medir la conducta para estudiar la mente humana.
    En 1970, George A. Miller, profesor emérito de la Universidad de Princeton
en Estados Unidos, y unos eminentes colegas acuñaron el término
« neurociencias cognitivas» . La década del noventa fue declarada en el
Congreso Nacional de ese país como la « Década del cerebro» . Esto se debió,
por supuesto, a los grandes y sorprendentes avances en la tecnología para
estudiar las neurociencias y en el entendimiento de las funciones cerebrales.
Pero esto y a es parte de nuestra historia.
Las herramientas para la investigación
Las fronteras de los descubrimientos científicos son definidas por las
herramientas disponibles para la observación así como por las innovaciones
conceptuales. La emergencia de las neurociencias en las últimas décadas ha sido
alimentada por avances en la genética y en nuevos métodos científicos, algunos
de los cuales utilizan herramientas de alta tecnología que no estaban disponibles
para los científicos de generaciones anteriores. Por ejemplo, actualmente las
lesiones cerebrales pueden ser localizadas con gran precisión a partir de métodos
modernos de neuroimágenes.
    La tomografía por emisión de positrones (PET) y la resonancia magnética
funcional (RMNf) permiten observar la actividad cerebral in vivo. Computadoras
de alta velocidad ay udan a los investigadores a construir modelos elaborados
para simular composiciones de conexiones y procesos. Una tecnología cada vez
más sofisticada permite observar elementos neurales que antes no se podían ver.
    Sin embargo, el poder de estas herramientas está acotado al tipo de problema
que uno elige investigar. La teoría dominante en cualquier momento histórico ha
sido, es y será aquella definida por los paradigmas de investigación y la forma
que adoptan las preguntas a explorar. Ante preguntas mal formuladas, incluso la
herramienta más compleja y supuestamente eficaz, puede no proporcionar una
respuesta correcta.
    La fuerza real de las neurociencias está dada, como referiremos en repetidas
ocasiones, por su naturaleza interdisciplinaria que le permite integrar paradigmas
diversos y por la convergencia de diferentes métodos de investigación.
   En cuanto hubo salido de la habitación, Lord Henry cerró sus párpados y se
puso a reflexionar. Realmente, poca gente le había interesado tanto como Dorian
Gray; y, con todo, la frenética adoración del muchacho por otra persona no
provocaba en él una sensación de molestia, ni el más leve arrebato de celos. Antes
bien, le satisfacía. Esto hacía de él un objeto de estudio más interesante. Siempre
se había sentido atraído por los métodos de las ciencias naturales, aunque los fines
de estas ciencias, por otra parte, le habían parecido triviales e intrascendentes. Y
así había comenzado por hacer su propia vivisección para acabar haciendo la de
los demás. La vida humana era lo único que le parecía digno de ser investigado.
En comparación con ella, todo lo demás carecía de valor. Era cierto que al
examinar la vida en su extraño crisol de dolor y de goces, no podía uno ponerse la
mascarilla de cristal del químico, ni evitar que los vapores sulfurosos turbaran el
cerebro y enturbiasen la imaginación con monstruosas fantasías y sueños
deformes. Había venenos tan sutiles, que sus propiedades no se podían conocer a
menos que uno los experimentara en su propio cuerpo. Había enfermedades tan
extrañas que había que padecerlas si se quería comprender su naturaleza. Y, sin
embargo, ¡qué grandioso premio el que se recibía! ¡Qué maravilloso se
presentaba el mundo entero ante nuestros ojos! Observar la lógica extraña y
rigurosa de las pasiones y la vida emocional de una inteligencia llena de matices;
advertir dónde se encuentran y dónde se separan, en qué punto corren al unísono
y en cuál marchan desacordes… ¡qué placer se halla en todo eso! No hay precio
demasiado alto si se trata de pagar una sensación.
                                                     De El retrato de Dorian Gray
                                                                  OSCAR WILDE
                                                       (Dublín, 1854-París, 1900)
Preguntas y respuestas sobre algunos mitos y ciertas verdades acerca del
cerebro
¿Qué tanto y qué tan poco se sabe del cerebro?
   Definitivamente la gran cantidad de investigaciones que se han llevado a cabo
en el campo de las neurociencias en las últimas décadas han generado
muchísimas respuestas a temas centrales para la comprensión del
funcionamiento del cerebro. Pero fueron justamente a partir de dichas respuestas
que han surgido —y surgen día a día— una cantidad inconmensurable de
preguntas esenciales que aún quedan por responder. Aunque sabemos mucho de
procesos específicos, como dijimos unas páginas atrás, todavía no hay una teoría
general del cerebro que explique su funcionamiento general ni sabemos cómo las
neuronas y sus conexiones dan lugar a ese proceso íntimo, personal, subjetivo
que es propio de cada uno de nosotros al experimentar o vivir una situación dada.
¿Es cierto que las computadoras podrían imitar el cerebro humano?
    El cerebro tiene una capacidad plástica para remodelar sus circuitos que aún
la tecnología no ha logrado igualar. Muchos modelos de inteligencia artificial
computarizados están en desarrollo para intentar imitar la forma en que la
información se adquiere, pero la complejidad del cerebro —y su plasticidad—
excede la comparación con una computadora. Será muy difícil crear una
simulación parecida a la del cerebro humano por su capacidad única de
adaptarse a un contexto en cambio permanente. Por ejemplo, con los últimos
avances de la tecnología y luego de años de trabajo se puede desarrollar un robot
autónomo que patee una pelota. Pero si el objetivo es que ese robot haga otro
movimiento preciso se necesitará otra gran inversión de tiempo y recursos para
lograr ese nuevo acto motor. Uno ni siquiera puede imaginar cuánto tiempo se
necesitaría para que un robot imitara los movimientos, la inventiva y la
capacidad de adaptación del segundo gol de Maradona a los ingleses en el
Mundial de Fútbol de 1986.
¿Es real la frase que afirma que «solo usamos un 10% del cerebro»?
   Es falso. De ser así, al remover el 90% del cerebro no deberíamos observar
cambios. Lo que sí es cierto es que la plasticidad de las conexiones nerviosas
seguramente tiene un gran potencial que aún no sabemos —o no podemos—
aprovechar.
¿Cuánta energía consume el cerebro por día? ¿Es equivalente al consumo de
calorías del ejercicio físico? ¿Por qué la actividad mental utiliza menos energía
para su funcionamiento?
    Parece haber un acuerdo en la literatura científica hasta hoy que indica que
el cerebro es responsable de aproximadamente el 20% de las calorías que gasta
nuestro cuerpo en un día. Por lo tanto, si una persona consume 2500 calorías,
unas 500 serán utilizadas para suplir los procesos del tejido nervioso. Esto es
claramente distinto al gasto que traería realizar actividad física 24 horas sin cesar.
Claro está: el tejido muscular y el tejido nervioso tienen distintos requerimientos
energéticos para realizar sus funciones.
¿Es cierto que las neuronas no se renuevan cuando somos adultos?
    Cada día es más convincente la evidencia de que existen ciertas regiones del
cerebro en las que el desarrollo neuronal ocurre en la vida adulta. Este fue uno de
los temas más controversiales en el campo de las neurociencias y, como tal, aún
merece mucha dedicación para aprovechar el potencial beneficio de la posible
regeneración neuronal.
¿Somos cada vez más inteligentes?
    Hay un fenómeno muy interesante denominado el « Efecto Fly nn» que
muestra que cada generación obtiene puntajes más altos en pruebas de
inteligencia que su generación anterior. Muchas hipótesis se han planteado para
intentar explicar este fenómeno. La hipótesis multifactorial pareciera ser la más
acertada sobre esto, en la que se postula que cambios como las mejoras en la
nutrición y la may or complejidad ambiental podrían explicar este aumento.
¿El dolor nace en el cerebro? ¿Puede controlarse?
    El dolor como concepto siempre ha producido una interesante discusión por la
gran cantidad de disciplinas que lo han abordado, tales como la filosofía, la
biología y la psicología. Lo cierto es que podemos hablar de una sensación de
dolor que es el resultado de receptores especializados en nuestro cuerpo que
envían la información al cerebro a través de la médula espinal, para que este lo
procese y reaccione de manera apropiada. De la misma manera, podemos
reconocer ciertas áreas del cerebro que procesan el dolor, o que están
involucradas en la percepción del dolor. Por ejemplo, existen ciertas patologías
en las que hay un umbral mucho más elevado para experimentar el dolor (la
llamada « hipoalgesia» ). Es cierto, entonces, que el dolor puede disminuirse, del
mismo modo que una persona puede sentir dolor ante la ausencia de estímulos
dolorosos.
¿Es posible aprender mediante mensajes subliminales?
    La psicología cognitiva aún está intentando descomponer las propiedades del
procesamiento subliminal. Una de las razones por las que hoy no es convincente
la idea de incorporar información de manera subliminal es que la velocidad con
que se presentan los estímulos (en general, por debajo de los 40 milisegundos) no
permitiría procesarlos de manera completa, sino como partes disgregadas que
impedirían un almacenamiento correcto de la información.
Se dice que el sistema nervioso lleva a cabo tareas que nos pasan inadvertidas,
¿cuáles son?
    El sistema nervioso está constantemente regulando el medio interno en
función de los cambios que ocurran en el medio externo. Todos estos procesos,
que incluy en procesos básicos como poder estar de pie sin caerse, involucran
interacciones del sistema nervioso que no son evidentes (conscientes) para los
individuos, pero que son indispensables para poder funcionar de manera normal.
¿El cerebro se gasta?
   Existen ciertas patologías en las cuales, sea por carga genética o por cambios
espontáneos, el cerebro comienza a degenerarse por muerte progresiva de
neuronas. Al depender de la región del cerebro en la cual predomina dicha
degeneración, el individuo puede presentar diferentes alteraciones en la
conducta, en la parte motora o sensorial y en la forma en que procesa la
información proveniente del mundo que lo rodea (procesos cognitivos).
¿Las neuronas mueren fatalmente o hay manera de fortalecerlas?
    Las neuronas pueden morir por procesos degenerativos o por toxicidad. Hoy
sabemos que hay formas de fortalecer las conexiones que se establecen entre las
neuronas. En estudios básicos hechos en roedores, por ejemplo, se comparó el
cerebro de aquellos que fueron criados en ambientes simples con el cerebro de
aquellos que fueron criados en ambientes enriquecidos con una gran cantidad de
estímulos. El resultado de dicho estudio reveló que había una may or cantidad y
complejidad de conexiones entre neuronas en estos últimos. A partir de modelos
tan básicos, hemos aprendido que la estimulación (tanto social como intelectual)
genera redes más complejas que pueden retrasar y contrarrestar los efectos de
la degeneración neuronal.
La evolución de nuestro cerebro
Existen ciertos rasgos de nuestra anatomía y de nuestra fisiología que son propios
de nuestra especie. De esos rasgos diferenciados, dos de los más llamativos son
nuestro gran cerebro y ciertos comportamientos que a partir de él se originan.
    Nuestra conducta resulta sorprendentemente distintiva al compararnos con las
demás especies que habitan actualmente nuestro planeta. A grandes rasgos,
parece evidente que poseemos una capacidad de razonar mucho más
desarrollada, que ha permitido que surgieran un gran número de avances
tecnológicos que empezaron hace muchos miles de años con la fabricación de
herramientas. También es notable que seamos la única especie del planeta que
tiene arte, incluy endo aquí una amplia gama de manifestaciones como la poesía,
el dibujo y la escultura, entre otras. Más aún, somos la única especie con
sentimientos religiosos. La especie humana es la única que cultiva, cocina, mira a
las estrellas, manda máquinas a esas estrellas, elabora estudios astronómicos y
viaja en persona a la luna, predice acontecimientos con meses e incluso años o
siglos de antelación y es, a su vez, la única capaz de contaminar la Tierra, el
lugar donde habita, hasta extremos increíbles. La especie humana es también la
única capaz de hablar, de escribir, de leer, de plantearse preguntas e intentar
respuestas sobre esas preguntas.
    Cuando le presentamos a la biología estos interrogantes acerca de nosotros
mismos, acerca de cuál es la razón de nuestro singular comportamiento, la
respuesta parece ser que somos humanos porque ha habido un aumento del
volumen de nuestro cerebro, con el consiguiente aumento en el número de
neuronas y de sus conexiones. Así, entre los especímenes del Australopitecus
africanus, posibles predecesores inmediatos de nuestro género, se han encontrado
ejemplares de hasta 515 cm 3 de volumen de su cerebro. Los primeros miembros
de nuestro género, el Homo, tenían una media de volumen cerebral de 700 cm 3.
Un millón y medio de años atrás los cerebros del Homo erectus pesaban casi
1000 grs. El tamaño del cerebro continuó creciendo sin un correspondiente
incremento en el tamaño corporal hasta la aparición de los primeros Homo
sapiens, quizás unos 400 000 años atrás. Los cerebros de estos últimos habrían
sido tan grandes como los nuestros: 1330 grs. en promedio.
    Este aumento de tamaño tuvo consecuencias sensibles sobre el nacimiento y
la infancia humana. El cuerpo de la madre comenzó a resultar incapaz de
sostener ese nivel de crecimiento fetal. Como resultado de esto, las crías
humanas nacen neurológicamente inmaduras y deben completar su desarrollo
después de nacer. Los cuidados parentales aumentados para compensar la
indefensión de las crías pueden haber sido muy importantes para la evolución del
comportamiento social humano.
    Sin embargo, y esto es fundamental, el incremento del tamaño del cerebro no
es suficiente para explicar las habilidades mentales de nuestra especie. El tamaño
no puede ser tan importante como su reorganización sistemática respecto de otros
organismos, la elaboración o reducción de estructuras, o cambios en la
proporción de conexiones existentes. Un ejemplo de reorganización es el
lenguaje humano. Nuestro lenguaje no podría haber sido el resultado de la
adición de nuevas estructuras y a que, como veremos al final de este capítulo,
está controlado no por una única área cerebral, sino por una red de regiones
corticales interdependientes, cada una de las cuales colabora en una función
particular. La evolución ha reclutado estructuras que cumplen otras funciones en
primates —no humanos—, y las ha modificado para adaptarse a requisitos
funcionales diferentes y mucho más exigentes como el lenguaje.
    No existe una respuesta definitiva acerca de por qué se produjeron estos
cambios anatómicos y funcionales. Sin embargo, la clave para aproximarse a
esta problemática es pensarlo en función de la supervivencia y la selección
natural. Para nuestros ancestros, del mismo modo que para los animales, poder
tener un control de sus sistemas de percepción (es decir, contar con una buena
visión o audición para percibir la presencia de un predador) y de su sistema
motor (para huir o luchar ante una posible amenaza) implicaba contar con los
recursos necesarios para sobrevivir en determinado medio ambiente. La
alimentación, la reproducción y evitar amenazas son los objetivos fundamentales
de cualquier ser vivo y, para ello, es fundamental contar con habilidades que
permitan asimilar la información del medio ambiente y actuar en consecuencia.
Así, por ejemplo, ante los cambios climáticos que hicieron que menguaran las
junglas y abundaran las praderas, adoptar la posición bípeda trajo como ventaja
el poder advertir la presencia de predadores con may or facilidad, evitar la
excesiva exposición al sol y aprovechar al máximo la energía al no tener que
utilizar las cuatro extremidades para caminar. Ante un ambiente en constante
cambio, cada vez más complejo y con un número de amenazas creciente, se
volvió esencial para sobrevivir contar con un conjunto de conductas que
permitieran cumplir con los objetivos de alimentación y reproducción. De este
modo, el aumento del tamaño del cerebro y su reorganización funcional podrían
haber hecho posible la cooperación social de los seres humanos para la búsqueda
de plantas y la caza, así como su capacidad para fabricar herramientas y armas
de may or complejidad.
     Pero ¿cómo es que del valor evolutivo que tuvo para nuestros ancestros contar
con destrezas físicas para cazar, llegamos a una actualidad en la cual podemos
leer las noticias por Internet, mientras mandamos un mensaje de texto y
escuchamos música? Nuestro cerebro no ha cambiado en cientos de años y, sin
embargo, somos capaces de resolver problemas actuales que no existían ni
siquiera hace un siglo. ¿Cómo es posible que la selección natural sea la
responsable de las habilidades que tenemos hoy en día? Y la respuesta es que la
selección natural puede generar nuevas habilidades que no tengan relación con
aquellas destrezas desarrolladas y seleccionadas originalmente por la evolución.
En otras palabras, muchas de nuestras actuales capacidades son un efecto
secundario accidental del proceso evolutivo. Un buen ejemplo de esta clase de
fenómenos lo constituy e una computadora personal con diversos software, por
ejemplo, en una institución bancada que solo cumple funciones ligadas a cálculos
financieros. Sin embargo, esa misma computadora, si se la trasladase a un hogar
o a una escuela, podría ser usada también para procesar información, para
comunicarse, aprender, jugar, etc. Como ampliaremos en un apartado
específico, estas nuevas habilidades que desarrollamos día a día, nos muestran
otra característica fundamental de nuestros cerebros: su plasticidad. El cerebro,
como resultado de la experiencia, posee la habilidad de modificarse a sí mismo y
consolidar así una nueva memoria o aprendizaje.
     Más allá de que nunca se pueda saber con certeza la serie de eventos que
llevaron al estado actual de nuestro cerebro, el hecho de que organismos que
conviven con nosotros tengan sistemas nerviosos de los más simples a los más
complejos, es una fuerte evidencia de que el cerebro evolucionó a través de
nuestros ancestros perdidos desde estados más simples a otros más complejos. Y,
de alguna manera, como parte de este proceso evolutivo, se produjo el más
importante y misterioso de todos los fenómenos naturales: la conciencia humana.
   Excelentísimos señores académicos:
   Me hacen el honor de presentar a la Academia un informe sobre mi anterior
vida de mono. Lamento no poder complacerlos; hace ya cinco años que he
abandonado la vida simiesca. Este corto tiempo cronológico es muy largo cuando
se lo ha atravesado galopando —a veces junto a gente importante— entre
aplausos, consejos y música de orquesta; pero en realidad solo, pues toda esta
farsa quedaba —para guardar las apariencias— del otro lado de la barrera.
    Si me hubiera aferrado obstinadamente a mis orígenes, a mis evocaciones de
juventud, me hubiera sido imposible cumplir lo que he cumplido. La norma
suprema que me impuse insistió justamente en negarme a mí mismo toda
terquedad. Yo, mono libre, acepté ese yugo; pero de esta manera los recuerdos se
fueron borrando cada vez más. Si bien, de haberlo permitido los hombres, yo
hubiera podido retornar libremente, al principio, por la puerta total que el cielo
forma sobre la tierra, esta se fie angostando cada vez más, a medida que mi
evolución se activaba como a fustazos: más recluido, y mejor me sentía en el
mundo de los hombres: la tempestad, que viniendo de mi pasado soplaba tras de
mí, ha ido amainando: hoy es tan solo una corriente de aire que refrigera mis
talones. Y el lejano orificio a través del cual esta me llega, y por el cual llegué yo
un día, se ha reducido tanto que —de tener fuerza y voluntad suficientes para
volver corriendo hasta él— tendría que despellejarme vivo si quisiera atravesarlo.
Hablando con sinceridad —por más que me guste hablar de estas cosas en sentido
metafórico—, hablando con sinceridad les digo: la simiedad de ustedes, estimados
señores, en tanto que tuvieran algo similar en vuestro pasado, no podría estar más
alejada de ustedes mismos que lo que la mía está de mí. Sin embargo, le cosquillea
los talones a todo aquel que pisa sobre la tierra, tanto al pequeño chimpancé como
al gran Aquiles.
                                                    De Informe para una Academia
                                                                 FRANZ KAFKA
                                                      (Praga, 1883-Kierling, 1924)
Primeras aproximaciones al lóbulo frontal
Nuestros genes se corresponden en un gran porcentaje con el de los primates y,
sin embargo, los seres humanos tenemos un nivel de organización social
incomparablemente más complejo.
    Algo y a nos hemos preguntado sobre el desarrollo evolutivo de nuestro
cerebro, pero conviene ahondar aún más en eso. Charles Darwin, en su libro
famoso sobre la evolución de las especies, aborda este problema al comparar la
complejidad de las emociones, la capacidad mental, la inteligencia y los instintos
del hombre y otros animales. Darwin trataba de demostrar que los caracteres del
ser humano provenían, en gran medida, de sus ancestros y que estos cambios se
dieron de manera gradual a lo largo de su historia evolutiva.
     La evolución del cerebro se ha estudiado por mucho tiempo en función
únicamente de los cambios del tamaño del cráneo en los homínidos, es decir, de
la línea evolutiva que dio lugar al ser humano. Sin embargo, como se ha dicho,
los hallazgos sobre el tamaño del cráneo no son contundentes: un may or tamaño
cerebral no implica necesariamente capacidades más desarrolladas. Lo más
relevante para la transformación del funcionamiento del cerebro estaría, más
bien, en la complejidad dada por las conexiones que se establecen entre las
distintas partes que constituy en el sistema nervioso.
     El aumento en el tamaño cerebral que se observó en nuestra especie se
produjo a expensas del desarrollo de la corteza cerebral. En el hombre moderno,
la corteza cerebral y sus conexiones ocupan el 80% del volumen cerebral. Y ello
no es casual: la corteza aloja las funciones más complejas de nuestro cerebro.
Pero una porción de esa corteza evidenció un crecimiento abrupto en los seres
humanos: la porción más anterior del lóbulo frontal o corteza prefrontal. Se trata
de la región de nuestro cerebro que, como desarrollaremos en otras partes de
este libro, nos hace humanos, pues regula funciones distintivas de nuestra especie:
nuestra capacidad para desarrollar un plan y ejecutarlo, para tener un
pensamiento abstracto, para llevar a cabo razonamientos lógicos, inductivos y
deductivos, para tomar decisiones, para inferir los sentimientos y pensamientos
de los otros, para inhibir impulsos y para tantas otras funciones que nos vuelven
hábiles para vivir en sociedad.
     Investigadores de la Universidad de Missouri, en Estados Unidos, estudiaron el
motivo de este aumento desmesurado de la corteza prefrontal, en comparación
con el de otras especies, y sugieren que existe un factor clave para que esto se
hay a producido: un proceso de presión demográfica. Los investigadores afirman
que, a medida que aumentaba el número de personas en la sociedad y sus
interacciones, may or era el tamaño de nuestro cerebro.
     Otros investigadores postulan que el desarrollo de la capacidad de manipular
a los demás (o el engaño táctico) fue importante para la evolución de nuestro
cerebro.
     Especies que viven aisladas, tales como los erizos, tienen cerebros pequeños;
especies que viven en grupos pequeños, como algunos monos, tienen cerebros de
may or tamaño; pero los seres humanos, que vivimos en comunidades amplias
con organizaciones políticas y sociodemográficas complejas, tenemos un
cerebro de gran tamaño en relación a nuestro peso corporal. Esto probablemente
se deba a que la socialización demanda una cantidad de funciones cognitivas que
requieren, a su vez, de grandes redes cerebrales. Además, los humanos tenemos
la capacidad de metacognición, es decir, la capacidad para monitorear y
controlar nuestra propia mente y conducta. Esta última función nos ha permitido
dar un paso gigantesco en términos evolutivos: hemos logrado volvernos la
especie que se propone estudiarse a sí misma (este libro —ojalá que sea así— es
un botón de muestra de todo ese camino recorrido).
De hemisferios y hemisferios
Diferentes partes del cerebro se activan en conjunto al formar redes neuronales
que intervienen en una función determinada (por ejemplo, la atención). Dichas
redes neuronales se distribuy en en el cerebro de manera tal que una mitad del
mismo se especializa en determinadas funciones y la otra mitad en otras
diferentes. Se conoce, entonces, que el hemisferio izquierdo del cerebro se
especializa en el lenguaje y en el pensamiento lógico, mientras que el hemisferio
derecho es experto en la percepción visual, en el procesamiento espacial, en el
arte, la creatividad y en el procesamiento holístico de la información.
    Queda claro, entonces, que las funciones no están distribuidas uniformemente
en el cerebro y que existe una especialización hemisférica, que cada mitad del
cerebro es experta en algunas funciones y tiene su propio y delimitado rol en la
cognición. Asimismo, estos dos hemisferios están en constante comunicación a
través del haz de fibras nerviosas más extenso del cerebro humano: el cuerpo
calloso que es el encargado de transmitir continuamente la información de un
hemisferio al otro. En consecuencia, no poseemos de ninguna manera dos
cerebros, uno izquierdo y otro derecho, sino que tenemos un solo cerebro dividido
en dos hemisferios en constante interacción. Dicho en otras palabras más
precisas: tenemos un cerebro que se caracteriza por la especialización
hemisférica complementaria.
    Hasta aquí podemos afirmar que nuestro cerebro no es una estructura
monolítica, sino que está compuesta por distintas redes neuronales encargadas de
llevar a cabo diversas funciones de manera independiente. Sin embargo, aunque
nuestro cerebro funcione en base a distintos circuitos neuronales, los seres
humanos no sentimos como si tuviéramos un millón de pequeños robots
realizando cada uno su propia actividad de manera independiente sino que, por el
contrario, nos sabemos como uno solo con pareceres y acciones
complementarias. ¿Cómo puede ser, entonces, que tengamos una mente
unificada si nuestro cerebro es especializado? ¿Qué nos da esa sensación de
unidad? ¿Qué convierte a esos millones de robots en una gran fábrica que
funciona de manera unificada y armónica?
    A partir del estudio de pacientes con hemisferios quirúrgicamente separados
con el objetivo de controlar y evitar crisis epilépticas severas, el neurocientífico
estadounidense Michael Gazzaniga encontró una respuesta para esta pregunta. Su
estudio consistió en mostrarle a dicho paciente una palabra que llegaba a
procesarse en cada hemisferio. Cuando se le presentó una palabra en el campo
visual correspondiente al hemisferio izquierdo, fácilmente pudo repetirla. Sin
embargo, cuando se presentó la palabra « camina» al hemisferio derecho, el
paciente se levantó y comenzó a caminar. Enseguida se le preguntó qué había
visto y no pudo contestarlo. Cuando se le interrogó por qué estaba caminando,
respondió: « Quería buscar una Coca-Cola» . Esto muestra cómo el hemisferio
izquierdo (donde se encuentra el lenguaje) inventó rápidamente una razón para
explicar un evento externo.
    Como consecuencia de varios experimentos como el que se acaba de
describir, algunos investigadores sugieren que existe un área del cerebro que se
encarga de monitorear todas las conductas de las distintas redes neuronales y de
interpretar cada acción individual para lograr armar una idea unificada de sí
mismo. Dicha área se encontraría en el hemisferio izquierdo y fue llamada,
justamente, « el intérprete» . Se desconoce aún en qué parte del hemisferio
izquierdo se encuentra, pero lo que sí se sabe es lo que hace: el intérprete crea
historias y creencias para explicar eventos internos y externos y darle a la
persona un sentido de unidad. A lo largo de cada día de nuestras vidas, el
hemisferio izquierdo toma la información que tiene (percepciones, memorias,
acciones y la relación entre ellas) e inventa un relato coherente para nuestra
conciencia, armando así una narrativa personal. Es decir que nuestra narrativa
personal está basada tanto en memorias verdaderas como en aquellas memorias
falsas, que son el resultado de la interpretación del hemisferio izquierdo sobre los
datos que le llegan. De esta manera, poseemos una experiencia consciente de ser
uno, de percibirnos y sentirnos como un yo, como esas consignas de escritura que
nos permitieron aprobar lengua en la escuela: una composición con coherencia y
cohesión.
Algo más sobre hemisferios
Aquellos famosos detectives de la literatura policial clásica solían presumir de su
habilidad para desarrollar las pesquisas a partir de la eficaz combinación de
observaciones generales y de un análisis minucioso de las potenciales pruebas del
caso. Auguste Dupin y Sherlock Holmes, por ejemplo, podían ver cada árbol y, a
su vez, el bosque, sin que uno tapara al otro.
    ¿Y esto qué tiene que ver con los hemisferios del cerebro? Como hemos
esbozado y repetido, un aspecto crucial de la organización del cerebro está dado
por el hecho de que nuestro cerebro tiene dos hemisferios, uno izquierdo y uno
derecho. Y con dicha identificación queda de manifiesto un interrogante que
motivaría cientos de estudios en el campo de las neurociencias: ¿tiene cada
hemisferio una función diferente? Sí, como y a hemos visto también. ¿Existen
otras diferencias probadas? Décadas de investigación en pacientes con lesiones
cerebrales, en sujetos sanos estudiados con resonancia magnética funcional y
electroencefalografía e incluso en modelos de animales experimentales, han
permitido obtener algunas respuestas para explicar otras diferencias (y
similitudes) entre ambos hemisferios.
    Otros de los estudios esclarecedores que sobre este tema realizó Michael
Gazzaniga contribuy eron a demostrar que el hemisferio izquierdo posee may or
capacidad de procesar la información en forma secuencial, mientras que el
hemisferio derecho aborda la información de manera más holística y en
paralelo. Esta diferencia resultó crucial para entender por qué es que algunas
funciones se asocian más fuertemente a un hemisferio que otro.
    Tomemos por ejemplo el lenguaje o el razonamiento matemático: debemos
ir reconociendo cada componente de una oración, o de una ecuación, y
analizarlas en forma serial para que cobren sentido; por eso el hemisferio
izquierdo está fuertemente involucrado en estas funciones. Por otro lado, cuando
pensamos en la forma en que percibimos el mundo que nos rodea, debemos
hacer apreciaciones más globales, encontrar similitudes y diferencias, procesar
información a gran escala, y allí el hemisferio derecho toma el rol protagónico.
    Como fue dicho, nuestro cerebro funciona como una verdadera red donde las
distintas estructuras se interconectan ampliamente para permitirnos realizar todas
nuestras acciones y albergar todos nuestros pensamientos. Que cada hemisferio
se hay a especializado en procesar la información de manera diferente es un
beneficio que nos ha dado la evolución para poder estar a la altura del mundo
complejo en que vivimos, que muchas veces demanda un procesamiento más
lineal y secuencial, a cargo del hemisferio izquierdo, y otras un procesamiento
más holístico y global, a cargo del hemisferio derecho.
    Pero la gran may oría de los estímulos demandan de ambos tipos de proceso,
aunque en distintos grados, activando así nuestros dos hemisferios de manera
conjunta. ¿Cómo, si no, Holmes hubiera podido descifrar el enigma de los
Baskerville o Dupin hallado la carta robada?
Zurdos y diestros
Aproximadamente el 10% de las personas son zurdas. Aunque existen varias
hipótesis que intentan explicar esta proporción dispar, en realidad aún hoy no se
sabe con certeza por qué una persona es zurda o diestra. La lateralidad manual,
es decir, la preferencia para el uso de una mano sobre la otra, se debería en gran
parte a la genética y parcialmente al medio ambiente. Esto se evidencia en que,
por ejemplo, en familias en las que ambos padres son zurdos, las posibilidades de
tener un hijo con igual lateralidad se ven incrementadas.
    Nuestro cerebro es asimétrico. Esta morfología cerebral también es
consecuencia de procesos evolutivos que se dieron, entre otras razones, a partir
de la especialización del lenguaje y las destrezas motoras finas. El hemisferio
derecho se encarga de controlar los movimientos del lado izquierdo del cuerpo y
el hemisferio izquierdo los del lado derecho. Así, cada hemisferio controla el
cuerpo en forma cruzada. En lo que respecta al lenguaje, el hemisferio izquierdo
es el responsable en personas diestras; prueba de ello es que las lesiones de dicho
hemisferio están relacionadas con la pérdida del habla (afasia). Este hemisferio
también es dominante para la escritura y la lectura en los diestros. En los zurdos,
estas funciones estarían más repartidas entre ambos lados.
    Como se ve, la lateralidad no es una cosa simple. Diferentes investigaciones
han mostrado que la lateralización está asociada a factores genéticos,
hormonales, de desarrollo e, incluso, culturales. Hay una tendencia a etiquetar a
los zurdos como personas con may or talento que los diestros en algunas
actividades (como, por ejemplo, las artes y los deportes). Comúnmente, para
ratificar esto, se señalan ejemplos de muchas personas talentosas en la historia
que eran zurdas. Pero hay que ser cautos y no querer llegar a conclusiones
simplificadoras. La sugerencia de que los zurdos son especiales (léase, más
creativos, habilidosos o, simplemente, diferentes) tiene una parte de datos
factuales y otra de mito. Claro que la lateralidad cerebral es compleja y el
comportamiento humano no puede explicarse solamente por estas cualidades. Si
no, debería existir un 10% de la población en el mundo que fuesen Leonardo,
Mozart, Einstein o Messi y está visto que, para ser cualquiera de ellos, se necesita
algo más que preferir un lado sobre el otro.
    Estaban tras de una puerta unos hombres, muchos en cantidad, quejándose de
que no hiciesen caso dellos aun para atormentarlos, y estábales diciendo un diablo
que eran todos tan diablos como ellos, que atormentasen a otros.
    —¿Quién son? —le pregunté.
    Y dijo el diablo:
    —Hablando con perdón, los zurdos, gente que no puede hacer cosa a
derechas, quejándose de que no están con los otros condenados; y acá dudamos si
son hombres o otra cosa, que en el mundo ellos no sirven sino de enfados y de mal
agüero, pues si uno va en negocios y topa zurdos se vuelve como si topara un
cuervo o oyera una lechuza. Y habéis de saber que cuando Scévola se quemó el
brazo derecho porque erró a Porsena, que fue no por quemarle y quedar manco,
sino queriendo hacer en sí un gran castigo, dijo: «¿Así que erré el golpe? Pues en
pena he de quedar zurdo». Y cuando la justicia manda cortar a uno la mano
derecha por una resistencia, es la pena hacerle zurdo, no el golpe; y no queráis
más que queriendo el otro echar una maldición muy grande, fea y afrentosa, dijo:
       Lanzada de moro izquierdo
       te atraviese el corazón
   y en el día del Juicio todos los condenados, en señal de serlo, estarán a la
mano izquierda. Al fin, es gente hecha al revés y que se duda si son gente.
                                                            De Sueño del infierno
                                                   FRANCISCO DE QUEVEDO
                                                (Madrid, 1580-Ciudad Real, 1645)
El arte de la atención
A propósito del célebre detective inglés, así le regañaba a su amigo y asistente, el
Dr. Watson: « Su problema es que usted mira pero no observa» . Sherlock Holmes
se refería así al hecho de que no siempre prestamos atención a lo que es obvio,
aunque eso esté frente a nuestros ojos.
     Lo que sucede como más probable en tales situaciones es que, en realidad, no
lo observamos porque estamos interesados en otra cosa. Esto es el resultado de
que nuestros recursos atencionales estén dirigidos hacia algo específico en un
momento dado. Tanto es así, que solo percibimos conscientemente aquello que
está en nuestro foco de atención.
     La complejidad de estos procesos y la forma en que nuestro cerebro es capaz
de focalizarse en porciones específicas del mundo que nos rodea han atraído por
décadas la curiosidad de los neurocientíficos, principalmente porque la atención
es necesaria para la gran may oría de nuestras funciones. Justamente porque la
atención está embebida permanentemente en nuestras acciones y funciones
cerebrales es que no podemos entender la atención como un único proceso.
     Hoy reconocemos que existen distintos tipos de atención que dependen de una
compleja red cerebral que incluy e regiones de los lóbulos frontales y parietales,
entre otras. Por ejemplo, si estamos conversando con alguien en una fiesta con
mucho ruido de fondo debemos poner en marcha una atención selectiva, a fin de
poder filtrar los sonidos irrelevantes y atender solamente a aquello que nos
interesa. En otros casos, debemos concentrarnos en una misma tarea por un
período de tiempo prolongado, activando así los circuitos de la atención sostenida.
Otras veces necesitamos poder focalizarnos en más de un estímulo a la vez, y es
allí que la atención dividida nos permite alterar el foco entre distintos estímulos.
Tan rápido es este cambio, que muchas veces pasa inadvertido y nos da la
sensación de que estuviéramos haciendo más de una cosa a la vez. Sin embargo,
la may oría de los estudios demuestran que esta capacidad, conocida
habitualmente como multitasking, es en realidad una simulación: la forma con la
que nuestro cerebro alterna el foco de atención entre un estímulo y otro es tan
veloz que pareciera estar atendiendo literalmente a más de un estímulo a la vez.
A propósito de esto, gran parte de la investigación en neurociencias de los
próximos años seguramente estará dedicada a entender la forma en la cual la
creciente cantidad de estímulos que recibimos impacta sobre nuestro cerebro.
    Los problemas de atención pueden afectar otras funciones cognitivas. Por
ejemplo, algunas personas sienten que su memoria está fallando y, sin embargo,
puede ser que la dificultad esté dada por problemas en la atención que luego se
traducen a una may or dificultad en memorizar datos o eventos: ¿cómo podemos
recordar aquello a lo que no le hemos prestado atención?
    Cuando reflexionamos sobre la atención, se torna evidente que en nuestro día
a día damos por sentado su trascendental rol y a que es lo que nos permite abrir la
puerta para acceder al mundo que nos rodea. Un ejemplo paradigmático de esto
es el caso de la heminegliencia, una condición que se da como resultado de una
lesión en el cerebro generalmente en el lóbulo parietal derecho, y que lleva a que
el paciente ignore la mitad izquierda del campo visual. Pero años de investigación
con estos pacientes han demostrado que ignoran mucho más que la mitad del
espacio: dejan de prestar atención a todo tipo de estímulo que se encuentre en la
mitad ignorada (por ejemplo, los hombres se afeitan la mitad de la cara); más
aún, al recordar un lugar que les es familiar, solo logran describir —e incluso
representar— la mitad conservada de la imagen mental que generan de dicho
recuerdo.
    Es claro, entonces, que la atención es clave para cada una de nuestras
acciones cotidianas y es una aliada inigualable de nuestras funciones mentales
superiores. Es justamente por eso y por venir de quien viene que cuando Watson
miraba sin observar, Holmes le llamaba la atención.
El fenómeno de la percepción
El cerebro destina aproximadamente el 25% de su actividad y más de treinta
áreas distintas para la percepción visual. El cerebro visual no retrata la realidad
como una máquina de fotos sino que le otorga un significado a las imágenes
(tanto en forma consciente como no consciente). El ojo captura información
incompleta del mundo externo a partir de una imagen que no es 100% fidedigna:
retiene lo más importante y descarta los detalles más triviales. El cerebro es, en
realidad, el órgano que le da sentido a esta información.
    El proceso de percepción, no solo para la visión sino para todos los sentidos, se
lleva a cabo de manera organizada y jerárquica: cada sistema pasa por distintas
estaciones en el cerebro de donde se extraen diversos patrones de información
imprescindibles para poder percibir el mundo que nos rodea y, a medida que esta
pasa de una estación a la siguiente, se complejiza.
    Todo comienza en el nivel de los receptores sensoriales. La retina se
encuentra en la parte posterior del ojo y contiene células especializadas
denominadas « fotorreceptores» que perciben variaciones en la luz y convierten
la energía óptica en energía eléctrica. La información converge finalmente en el
nervio óptico, que es el encargado de enviarla, a través de varias áreas
cerebrales, hacia la llamada « corteza visual primaria» , en el lóbulo occipital. En
esta parte del cerebro se complejiza más la información: el procesamiento
secuencial por distintas porciones de la corteza visual extraerá datos sobre el
movimiento, sobre tonos del color, el brillo, sobre la existencia de ángulos bruscos
o redondeados, etc. Por ejemplo, algunas células responden a líneas en
direcciones determinadas: las que responden a las líneas verticales no se activan
frente a líneas en otras direcciones. Existen circuitos que nos dan información del
dónde (permiten así ubicar objetos en el espacio) y otros sobre el qué (aportan
datos sobre la forma y características de los objetos para poder identificarlos).
    La percepción de rostros, como veremos en el próximo apartado, es un caso
particular, y a que existen estructuras cerebrales específicas dedicadas a este
proceso más allá de las áreas destinadas a la percepción visual en general. Toda
esta especialización permite que obtengamos detalles muy complejos del
contexto.
    La corteza visual también puede activarse en ausencia de visión. Si uno cierra
los ojos y piensa en una imagen, esta responde en forma similar a cuando uno
efectivamente la está percibiendo. Asimismo, diversos estudios han demostrado
que la corteza visual se activa cuando los ciegos leen con el sistema braille.
Durante una alucinación (percepción de un estímulo que en realidad no existe),
las áreas cerebrales funcionan como si hubiera un estímulo, y esto es lo que hace
que parezcan tan reales y vividas. Las ilusiones ópticas, es decir, la distorsión de
nuestra percepción, muchas veces resultan de inferencias que hace nuestro
cerebro para rellenar espacios de información que no logró extraer del mundo
exterior.
    Existen períodos críticos, principalmente hasta los 3 o 4 años, en los que se
produce la may or organización de las redes neuronales visuales. Antiguamente
se creía que si uno no tenía estimulación visual antes de este período crítico, y a
no podía recuperarse la capacidad visual. Hoy sabemos que la plasticidad
cerebral permite compensar algunos déficits iniciales.
    La actividad cerebral que crea una percepción del mundo visual al traducir
patrones de luz y colores en objetos y eventos es, quizá, uno de los actos creativos
más sofisticados. Por eso, más que del cristal, todo parece depender del cerebro
que interpreta lo que se mira.
¿Q uién sos?
Cuando se está en el hall del aeropuerto y quien espera reconoce al que llega, lo
ve caminar con sus valijas, lo saluda, se abrazan y se emocionan por el
reencuentro; o cuando dos personas se cruzan azarosamente por la calle después
de mucho tiempo y se paran unos instantes para hablar de lo transcurrido; o
cuando una maestra llama la atención de un determinado alumno que está
distraído sin hacer las tareas que le fueron encomendadas, lo que se ha producido
es un fenómeno muy complejo y fascinante dentro del cerebro de todos estos
protagonistas. Los rasgos faciales constituy en, a simple vista, lo más distintivo de
una persona y quizás por eso conforman el objeto visual más difícil de reconocer.
    Nuestro cerebro cuenta con una red cerebral especializada en el
reconocimiento facial que permite detectar un rostro determinado en menos de
100 milisegundos (¡menos que un parpadeo!). Esta red, centrada en el área
fusiforme del lóbulo temporal, se activa ante la presencia de un rostro y estaría
implicada en la codificación estructural de la información facial (resulta curioso
que esta activación se da también a partir de una amplia variedad de estímulos
faciales tales como caras de dibujos animados o de gatos). Bebés de 1 a 3 días y a
poseen una habilidad muy eficaz para reconocer una cara y discriminarla de
otra. Incluso estos bebés pueden determinar entre dos caras si se les recorta la
parte del pelo y solo se les muestra la parte interna (aunque, otro dato curioso, les
es imposible discriminar caras cuando están invertidas como sí podemos hacer
los adultos). Resulta probable, entonces, que dispongamos de un circuito o sistema
neuronal de reconocimiento de caras parcialmente preestablecido al nacer que
espera de la experiencia y del entorno para ser refinado. Esto da cuenta de que,
aunque el cerebro trabaja en red, tiene regiones dedicadas a reconocer caras,
cuerpos y lugares. Todavía no sabemos por qué contamos con regiones
especializadas para algunas funciones cerebrales y no para otras. Por ejemplo,
una vez que aprendemos a leer, existe un área específica que responde
selectivamente a letras y palabras. Solo leemos desde hace unos pocos miles de
años, por lo que no se piensa que esta área sea producto de la evolución natural.
Algunos investigadores sugieren que, basados en nuestra experiencia, los
humanos modulamos estas regiones que se involucran luego en otros procesos,
por ejemplo la ortografía del lenguaje escrito. Asimismo, pareciera que estas
regiones son extremadamente plásticas y pueden desarrollarse en la vida adulta
(es el caso de las personas que recién aprenden a leer en edades avanzadas y
pueden llevar adelante esta práctica exitosamente). Un investigador estudió a
través de neuroimágenes a chinos analfabetos y no encontró activación de dichas
áreas. Estas personas fueron alfabetizadas —algunos tenían 40 años— y, luego
del aprendizaje, las neuroimágenes mostraron que estas regiones se desarrollaron
de manera similar a las de las personas que aprendieron a leer de niños.
    A menudo solo somos conscientes de la complejidad de nuestras habilidades
cuando algo va mal. Chuck Close es un pintor y fotógrafo estadounidense que
alcanzó la fama a través de sus retratos de gran escala. Su trabajo es aún más
notable al tener en cuenta que sufre prosopagnosia. Se denomina
« prosopagnosia» a un déficit en la habilidad para reconocer caras no atribuible a
deterioro en el funcionamiento intelectual. Las personas con este síndrome suelen
reconocer a los demás por la voz u otros rasgos. Chuck Clóse es probablemente el
único artista en la historia del arte occidental que pinta retratos sin ser capaz de
reconocer rostros individuales. ¿Cómo lo hace? Pinta los retratos a partir de
fotografías originales, transfiriendo las fotos cuadro a cuadro, como si se tratara
de píxeles, y le va agregando detalles de tal forma que la pieza final resulta
extraordinariamente real. Quizás también esto resulte una curiosidad, pero no si
aún goza de buena salud esa frase que se le atribuy e a Albert Einstein: « Hay una
fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la
voluntad» .
El inconsciente y las neurociencias
Sigmund Freud, en su trabajo de 1895 « Proy ecto de una psicología para
neurólogos» , planteaba esquemas neuronales en cierta manera parecidos a los
que los aportes de las nuevas tecnologías permitieron probar. Otras teorías de
Freud, en relación a algunos aspectos de la memoria, también han hallado cierto
fundamento fisiológico a partir de los estudios neurocientíficos. Del mismo modo
—de hecho, una de sus formulaciones más extendidas— ocurrió con la idea del
inconsciente. Las neurociencias han evidenciado complejas redes neuronales que
están en constante disputa para influir en nuestra forma de actuar. Estos circuitos
cerebrales están dedicados a responder de manera más automática a los
estímulos que provienen del medio ambiente y, por eso, resultan beneficiosos
para nuestra vida: nos permiten vivir en un mundo en que no tenemos que
sopesar cada dato que obtiene nuestro cerebro y dejar así que las reservas
cognitivas sean destinadas a otras funciones.
    El dominio del inconsciente se describe de manera más general en el ámbito
de la neurociencia cognitiva como todo proceso que no da lugar a la toma de
conciencia y es estudiado en cientos de laboratorios en el mundo que utilizan
técnicas de investigación susceptibles de análisis estadístico. Los experimentos
que muestran algunas de las capacidades de la mente inconsciente proceden de
un enmascaramiento de los estímulos: los sujetos miran pero no ven. Por
ejemplo, en un experimento clásico, se pide a las personas que miren un televisor
y presten atención al número de veces que los jugadores de uniforme color
blanco de un equipo de basquetbol se pasan la pelota entre sí mientras desafían a
un equipo de negro. Los participantes del experimento, por lo general, aciertan en
el número de pases, pero se sorprenden cuando se les pregunta si vieron a un
gorila que atravesó lentamente la pantalla de un lado a otro durante el juego. Es
que nuestro cerebro focaliza la atención en el estímulo que le resulta más
relevante en ese momento para completar la tarea, y deja en un segundo plano
el resto de la información que evalúa como menos importante. Sin embargo, esa
información alcanza nuestro cerebro y es procesada, aun cuando no nos damos
cuenta. Actualmente, con técnicas de neuroimágenes, se puede observar
actividad cerebral con características particulares de fenómenos inconscientes
como el del gorila. Otros experimentos de laboratorio utilizan distintos
paradigmas de enmascaramiento de estímulos: estos se presentan en una pantalla
a una velocidad tan rápida (aproximadamente 33 milisegundos) que no alcanza a
ser procesada conscientemente por el cerebro humano y, sin embargo, afecta
nuestras elecciones. Por ejemplo, enmascarar una palabra positiva (« amor» )
hace que uno sea más rápido y más acertado al distinguir imágenes positivas (la
de una madre con su hijo) de negativas (la de un tanque de guerra), como si ese
simple destello de un tipo de palabra, procesada inconscientemente, nos dejara
preparados para estar más alertas. Del mismo modo, cierto destello de un color
específico puede influir nuestras elecciones ligadas a ese color.
    El efecto de estos estímulos se extingue en el tiempo. Esto demuestra que el
procesamiento inconsciente de información es, en realidad, una forma de apoy ar
aquello que elaboramos de manera consciente. Informaciones que, de tener que
procesarlas de manera conjunta, sería engorroso y perjudicial para nuestra vida
diaria.
    Muchos artistas de las vanguardias históricas del siglo XX tomaron como
tema, forma o modo de construcción de su obra esta idea del inconsciente. Uno
de ellos, quizás de los más sobresalientes, fue Salvador Dalí. En todos los casos, y
por caminos sorprendentemente disímiles, se trata de poner a prueba lo que se
precisa.
Examen de conciencia
La reflexión sobre la conciencia causó fascinación a filósofos y teólogos por
siglos, y también a estudiosos del derecho o el arte. En las últimas décadas,
también fue un campo de estudio fundamental para las neurociencias.
    Estas investigaciones han podido distinguir los procesos del estar despierto
(wakefulness) y del estar alerta o consciente (awareness). Un caso que generó
muchísimo impacto social en Estados Unidos y que fue muy esclarecedor para
esto fue el de Terri Schiavo: cuando uno veía la imagen de ella, una paciente en
estado vegetativo, se mostraba despierta (sus ciclos vitales eran normales) pero
no consciente (conectada con el entorno).
    Los estudios de resonancia magnética funcional y electroencefalografía
determinaron que estos dos procesos dependen de sistemas cerebrales distintos: el
estar despierto se procesa por sistemas más primitivos (el reticular y sus
proy ecciones al tálamo) y el contenido (la conciencia) es alimentado por redes
evolutivamente más nuevas distribuidas en la corteza cerebral.
    Pero el estudio sobre la conciencia no solo contempla la distinción de estos
dos grupos de procesos. Por ejemplo, no es lo mismo tener conciencia que tener
una capacidad para poder inferir y comprender el estado de conciencia
(metaconciencia). Esto último depende de una red aún más compleja de circuitos
neuronales.
    También existe una gran dedicación de las neurociencias para comprender la
diferencia entre lo consciente y lo no consciente. Se puede decir, en principio,
que la may oría de los procesos cerebrales no son conscientes. Asimismo,
información completamente ignorada puede influir sobre el procesamiento de la
información atendida. Imaginemos que estamos conversando en una vereda,
concentrados en nuestra charla, cuando vemos pasar algo a una gran velocidad
(una moto, un auto, un camión quizás). Esa brevísima entrada de información a
nuestro cerebro no es consciente y, sin embargo, cuando medimos en el
laboratorio qué sucede, se observa una muy breve actividad cerebral (apenas
unos milisegundos) con características particulares de este fenómeno, que, si se
prolongase durante unos cuantos milisegundos más, podría convertirse en una
representación mental: sabemos que vimos algo, pero no sabemos qué es lo que
vimos. Se genera así un fenómeno preconsciente. Por el contrario, si logramos
prestarle atención a ese objeto, aun si pasara a la misma velocidad, el estímulo
lograría distribuirse en la compleja y difusa red de nuestra corteza cerebral, y
entonces tendríamos conciencia sobre ese objeto que vimos.
    Queda claro que lo consciente empieza donde termina lo no consciente.
Nuevos estudios ay udarán a dilucidar cuál es este límite y cómo debemos
interpretar sus implicancias clínicas, éticas y legales. Sin embargo, como dijimos
en páginas anteriores, las ciencias no podrán explicar totalmente la experiencia
consciente, ni medir la conciencia intrínsecamente privada, invisible, esa
experiencia subjetiva e íntima que hace al ser humano un fascinante mar de
incógnitas que se navega a bordo de algunas respuestas.
¿Q ué es la neuroplasticidad?
Miles de veces hemos escuchado que determinado hecho ocurrido a una persona
le había cambiado la vida. El objetivo de este apartado es tratar de explicar desde
las neurociencias que lo que le ha cambiado al vivir ese hecho es nada menos
que su cerebro.
    A lo largo de nuestra vida, nuestro cerebro se transforma de manera
constante. La experiencia y el ambiente modifican los circuitos neuronales y
regulan la expresión de nuestros genes. Nuestro cerebro es fundamentalmente un
órgano adaptativo. Se denomina « neuroplasticidad» a la capacidad del sistema
nervioso para modificarse o adaptarse a los cambios. Este mecanismo permite a
las neuronas reorganizarse al formar nuevas conexiones y ajustar sus actividades
en respuesta a nuevas situaciones o a cambios en el entorno.
    La neuroplasticidad cuestiona, de esta manera, un dogma que existía
previamente por el cual se creía que el sistema nervioso era una estructura rígida
e inmodificable. Esta creencia postulaba que se nacía con una cantidad
predeterminada de neuronas y estas se conectaban entre sí de una manera para
siempre. Este concepto existió durante mucho tiempo hasta que diversos
experimentos mostraron que el sistema nervioso tiene la capacidad de
modificarse y cambiar incluso en la edad adulta. Tanto es así que hoy se ha
demostrado que existe producción de nuevas neuronas en algunas regiones del
cerebro adulto de distintas especies.
    Fernando Nottebohm, investigador argentino que trabaja en Nueva York,
probó que el repertorio de cantos de los canarios, que varían según la época del
año, responde a los cambios que se van produciendo estacionalmente en distintas
poblaciones celulares de su sistema nervioso. Y que esto sucedía porque se
generaban nuevas poblaciones de neuronas. Investigaciones de otro científico
argentino, Alejandro Schinder del Instituto Leloir, aportaron otro concepto
importante: estas nuevas neuronas tienen además la capacidad de integrarse
exitosamente a circuitos y a existentes y ser funcionales. Es decir, imitan el
comportamiento de las neuronas vecinas y logran así cumplir su misma función.
    La neuroplasticidad existe a diferentes niveles: a nivel molecular, a nivel
celular y a nivel de las conexiones de las células del sistema nervioso entre sí
(circuitos). Uno de los desarrollos fundamentales de la plasticidad se da a nivel de
la conexión entre las neuronas (la denominada « sinapsis» ). La plasticidad
sináptica es la capacidad que las neuronas tienen para alterar su capacidad de
comunicación entre ellas. Cada vez que nos enfrentamos a una nueva pieza de
información que se debe almacenar en nuestra memoria, se generan nuevas
sinapsis, se fortalecen otras, algunas se debilitan y otras se podan. Este proceso
representa un mecanismo evolutivo fundamental de aprendizaje, presente en
organismos básicos como la aplysia (un molusco) y complejos como nosotros los
humanos.
    También evidenciamos plasticidad cerebral en el nivel de los grandes
circuitos: si un hemisferio cerebral se lesiona, el hemisferio intacto puede —a
veces— llevar a cabo algunas de las funciones de su par afectado. Esto sucedería
porque se desenmascaran conexiones de circuitos neuronales preexistentes pero
que eran poco funcionales hasta ese momento. El cerebro es capaz así de
compensar parcialmente el daño al reorganizar y formar nuevas conexiones
entre neuronas intactas.
    Es evidente que la neuroplasticidad constituy ó uno de los principales
mecanismos a través de los cuales las especies fueron evolucionando a lo largo
del tiempo, y se adaptaron así a cambios del ambiente más allá de aquello que
estaba predeterminado genéticamente.
Damas y caballeros
   De todos modos, cuando un tema se presta mucho a controversia —y
   cualquier cuestión relativa a los sexos es de este tipo— uno no puede
   esperar decir la verdad. Solo puede explicar cómo llegó a profesar tal o
   cual opinión.
                                                           Un cuarto propio,
                                                              Virginia Woolf
    Existen diferencias en la anatomía cerebral de hombres y mujeres que
sugieren que el sexo influy e en la manera en que funciona el cerebro. Esta
diversidad podría ser causada en gran parte por la actividad de las hormonas
sexuales que bañan el cerebro del feto e influy en en la organización y
conexiones neuronales durante el desarrollo. Entre las semanas 18 y 26 del
embarazo, el cerebro comienza a transformarse de manera permanente e
irreversible. Este período de cambios cerebrales debido a la actividad hormonal
es tan crítico, que las experiencias postnatales no logran cambiar,
estructuralmente, un cerebro masculino a uno femenino, ni viceversa. La
correlación entre la anatomía de ciertas regiones cerebrales en el adulto y la
acción hormonal en el útero sugiere que, al menos, algunas diferencias entre el
hombre y la mujer en ciertas funciones cognitivas y en la manera que cada
género procesa la emoción no resultan de influencias culturales o de los cambios
hormonales de la pubertad, sino que estarían presentes desde el nacimiento.
    Las diferencias sexuales anatómicas en el cerebro probablemente surgieron
como resultado de presiones selectivas durante la evolución. En tiempos remotos,
los hombres cazaban y las mujeres juntaban los alimentos cerca de la casa y
cuidaban a los niños. Las áreas del cerebro pueden haber sido moduladas para
permitir a cada sexo llevar a cabo su trabajo. En el caso del juguete, tanto
humanos varones como primates machos prefieren los que pueden ser arrojados
y los que promuevan el juego de lucha. Estas cualidades podrían relacionarse
con los comportamientos ancestrales útiles para la caza y para asegurarse de una
compañera. También es plausible la hipótesis de que las mujeres seleccionan
juguetes que les permiten afinar las habilidades que necesitan para criar a sus
hijos. Se observó en bebés de un día que las niñas pasaban más tiempo mirando
una foto de un rostro, mientras que los niños pasaban más tiempo mirando un
objeto mecánico. Esto fue evidente en la primera jornada de la vida y sugiere
que salimos del útero con diferentes preferencias.
    Las discusiones sobre el privilegio de un enfoque más biologicista o de un
enfoque más culturalista se zanjan cuando se comprende que el dato empírico
existe pero que este es resultado, también, de las prácticas individuales o sociales
que lo precedieron.
Sobre las palabras
Con palabras, las personas declaran amarse, se cuentan historias de viajes,
informan noticias y, cuando son niños, son capaces de inventar que son
astronautas o princesas. El lenguaje de las palabras constituy e uno de los rasgos
humanos más distintivos.
    Aunque la may oría de las especies animales, desde los insectos hasta los
primates, tienen alguna forma de comunicación, la característica del lenguaje
humano difiere cualitativa y cuantitativamente de estas. Por ejemplo, permite
comunicar ideas que van más allá del aquí y del ahora, por medio de infinitos
mensajes elaborados a través de un número finito de elementos (los signos
lingüísticos y las reglas de combinación).
    El lenguaje humano funciona a partir de complejísimas redes cerebrales, e
involucra dos centros clave: el área de Broca, asociada a la producción de
lenguaje, y el área de Wernicke, asociada a la comprensión del lenguaje. Una
pregunta central es si estos delicados procesos neurales se fueron refinando a
partir de circuitos cerebrales y a desarrollados en nuestros antecesores, o si la
aparición de estas estructuras fue más próxima a nosotros en el tiempo.
    Los antropólogos evolutivos han abordado estas preguntas al estudiar cráneos
de especies precursoras de los seres humanos. Así encontraron que los Homo
habilis, considerados por algunos expertos como el primer grupo homínido en
tener procesos cognitivos más desarrollados, mostraban una dimensión más
amplia de ciertas áreas cerebrales que los de la especie que los precedió, los
Australopithecus. La complejidad cerebral, como y a hemos dicho, quizás estuvo
estimulada por la necesidad de cooperación social y comunicación compleja.
Otros aspectos importantes en la evolución del lenguaje han sido el paso al
bipedalismo, que reforzó la capacidad para la comunicación gestual, y el
desarrollo de la memoria episódica, que permite recordar y comunicar eventos.
    Un abordaje fundamental para estos temas ha sido el estudio de pacientes que
sufren un trastorno del desarrollo específico del lenguaje, con coeficiente
intelectual normal y un marcado compromiso en la expresión y en la
comprensión lingüística. Estos pacientes tienen mutaciones en el gen FOXP2, hoy
asociado al desarrollo del lenguaje. Llamativamente, este gen no es específico de
los humanos, pero se han detectado sutiles diferencias entre las secuencias de
dicho gen en humanos y chimpancés, las cuales explicarían por qué nosotros
logramos desarrollar un sistema de comunicación más complejo.
    La emergencia del lenguaje de las palabras como modo de comunicación
primaria, al reemplazar una dependencia previa en gestos manuales y sonidos
rudimentarios, influy ó decisivamente en la dominancia de nuestra especie sobre
otras en el planeta. Esto da cuenta, una vez más, de que la capacidad de hablar y
escuchar es un privilegio y un don de nuestra especie humana y que, a diferencia
de la consigna que signó épocas oscuras de nuestra historia, la palabra es salud.
    Compré el mono en el remate de un circo que había quebrado.
    La primera vez que se me ocurrió tentar la experiencia a cuyo relato están
dedicadas estas líneas, fue una tarde, leyendo no sé dónde, que los naturales de
Java atribuían la falta de lenguaje articulado en los monos a la abstención, no a la
incapacidad. «No hablan, decían, para que no los hagan trabajar».
                                                                        De Yzur
                                                         LEOPOLDO LUGONES
                                              (Córdoba, 1874-Buenos Aires, 1938)
La adquisición del lenguaje
¿Qué es lo que, a fin de cuentas, nos hace aprender a hablar a los seres humanos?
Aunque, como fue dicho, desde hace años diversos estudios pudieron precisar
que existen áreas cerebrales específicas en el hemisferio izquierdo de los diestros
que participan en la comprensión y producción del lenguaje, todavía quedan
muchísimas preguntas sobre la organización, biología y arquitectura de esta
compleja y distintiva función mental. Es por eso que las neurociencias, en
combinación con otras disciplinas (como la lingüística y la psicolingüística), están
abordando de manera promisoria este tema.
    El lenguaje tiene un período crítico de aprendizaje. Los bebés y niños son
muy aptos para la adquisición de un nuevo idioma hasta los siete años; luego
existe una sistemática declinación en esta habilidad. Esto no significa que, a partir
de esa edad, no se pueda adquirir un idioma nuevo sino que cuesta mucho más (y
después de la pubertad, más aún). Un buen ejemplo de esta cualidad excepcional
es que bebés de cualquier parte del mundo pueden discriminar entre diferentes
sonidos de cualquier idioma (no importa de qué países sean los bebés y qué
idioma se evalúe). Esta sofisticada habilidad se pierde ¡antes del primer año de
vida!
    En Francia, algunos investigadores, a partir de la utilización de
neuroimágenes, mostraron que niños de tres meses, cuando escuchan su lengua
materna (y no sonidos sin sentido), activan áreas similares a las relacionadas con
el lenguaje en el cerebro adulto. Estos datos sugerirían que la corteza cerebral del
bebé se encuentra estructurada en varias regiones funcionales similares a las de
los adultos, incluso mucho antes de que ellos puedan hablar. Estos resultados
aportarían cierta evidencia biológica a la hipótesis de Noam Chomsky, quien
sostiene que existen capacidades innatas del ser humano para el lenguaje. Es
preciso decir que algunos investigadores cuestionan estas hipótesis y, por eso, se
registran discrepancias en la ciencia sobre si existe (o no) una arquitectura u
organización cerebral innata que hace posible el lenguaje humano. Las técnicas
modernas de investigación en neurociencias quizás algún día ay uden a resolver
este clásico debate acerca de la interacción entre la biología y la cultura en este
campo.
     Por su parte, el desarrollo del lenguaje de los niños bilingües muestra un
patrón algo diferente al de los monolingües. Los bilingües tempranos tienen más
probabilidades de procesar el lenguaje de forma bilateral, a diferencia de los
monolingües que suelen tener dominancia hemisférica. Es por eso que la
adquisición simultánea de dos (o más) lenguas no debe ser pensada en términos
de una lengua principal y otra secundaria que puede interferirla, sino en relación
a dos componentes que completan un sistema lingüístico complejo. Un estudio
realizado en Toronto reportó que hablar más de un idioma, comparado con
quienes son monolingües, puede implicar un retraso en el comienzo de síntomas
de deterioro cognitivo. Otras investigaciones han demostrado que cuanto más
temprano se adquiere una segunda lengua, may or superposición existe entre los
circuitos cerebrales que procesan esta y la primera.
     Aunque cueste más que cuando se es niño, el desafío de aprender un nuevo
idioma en la adultez es muy beneficioso, y a que, como desarrollaremos en el
último capítulo, contribuy e a proteger nuestro cerebro. El bilingüismo provee una
forma de reserva cognitiva que contrarrestaría el efecto perjudicial del paso del
tiempo en nuestras redes neurales.
     Cuando se trata de justificar lo dicho, entonces, deberíamos retocar esa frase
que alega « esta boca es mía» . Al referirnos al lenguaje, está visto que el
cerebro también sabe hacer lo propio.
    En el circo había aprendido a ladrar como los perros, sus compañeros de
tarea; y cuando me veía desesperar ante las vanas tentativas para arrancarle la
palabra, ladraba fuertemente como dándome todo lo que sabía. Pronunciaba
aisladamente las vocales y consonantes, pero no podía asociarlas. Cuando más,
acertaba con una repetición de pes y emes.
    Por despacio que fuera, se había operado un gran cambio en su carácter. Tenía
menos movilidad en las facciones, la mirada más profunda, y adoptaba posturas
meditativas.
    Había adquirido, por ejemplo, la costumbre de contemplar las estrellas. Su
sensibilidad se desarrollaba igualmente; íbasele notando una gran facilidad de
lágrimas. Las lecciones continuaban con inquebrantable tesón, aunque sin mayor
éxito. Aquello había llegado a convertirse en una obsesión dolorosa, y poco a poco
sentíame inclinado a emplear la fuerza. Mi carácter iba agriándose con el fracaso,
hasta asumir una sorda animosidad contra Yzur. Este se intelectualizaba más, en el
fondo de su mutismo rebelde, y empezaba a convencerme de que nunca lo sacaría
de allí, cuando supe de golpe que no hablaba porque no quería. El cocinero,
horrorizado, vino a decirme una noche que había sorprendido al mono «hablando
verdaderas palabras». Estaba, según su narración, acurrucado junto a una higuera
de la huerta; pero el terror le impedía recordar lo esencial de esto, es decir, las
palabras.
                                                                    De Yzur
                                                         LEOPOLDO LUGONES
Combinación de sonidos
Nos habrá pasado algún día, seguramente, escuchar en la radio una vieja canción
de nuestra infancia y que eso nos retrotraiga a los albores de nuestra vida como
una película que empieza a pasar de nuevo por la mente. O pasear por algún
lugar remoto del extranjero y que sea cierta música la que despierte la
melancolía por el lugar de donde somos.
     ¿Qué cualidad tiene entonces la música que parece actuar, en muchos casos,
como llave que moviliza mecanismos como la memoria, la emoción, la
inteligencia humana? Aunque los neurocientíficos recién están empezando a
descubrir cómo nuestros cerebros procesan la música, existe evidencia de
activación compleja y generalizada en muchas áreas del cerebro cuando uno
toca, escucha o se imagina mentalmente música.
     El cerebro es modificado por la música y la exposición a esta podría
aumentar el funcionamiento emocional y cognitivo. Un estudio publicado en la
prestigiosa revista Nature Neuroscience demostró, por primera vez, que escuchar
música libera la misma sustancia química en el cerebro que la comida, el sexo e,
incluso, las drogas: la dopamina. Esta molécula está muy fuertemente vinculada
a los circuitos de recompensa en nuestro sistema nervioso. Para evaluar el
mecanismo biológico detrás de una experiencia musical agradable, el equipo
utilizó neuroimágenes funcionales y midió cambios en la temperatura corporal,
la conductividad de la piel, la frecuencia cardíaca y la respiración, que los
participantes sentían en respuesta a sus canciones favoritas. Los investigadores
encontraron que la dopamina se libera en dos áreas del cerebro: en primer lugar,
en anticipación a un pico musical, en el núcleo caudado, clave en el aprendizaje
y la memoria; a continuación, durante la experiencia máxima, en el núcleo
accumbens, sitio clave de las vías de recompensa y el placer. Nuestra
experiencia con la música también puede variar los patrones de actividad en
nuestro cerebro.
    Otra cuestión relevante es pensar los mecanismos que se activan para la
ejecución musical. En músicos expertos, existe una may or densidad de
conexiones entre distintas estructuras del cerebro, a fin de afianzar la
coordinación, por ejemplo, de las secuencias motoras necesarias para tocar un
instrumento. Esta capacidad del cerebro de ir reorganizándose para alimentar la
alta demanda de actividad musical es crucial también porque permite pensar en
la utilización de la música para la rehabilitación. De hecho, investigadores de la
Universidad de Harvard han entrenado con ciertos tonos musicales a pacientes
que habían sufrido un accidente cerebrovascular, que, a su vez, había afectado su
capacidad para comunicarse de manera oral. Observaron que, tras un intenso
entrenamiento, se habían remodelado las áreas sanas para compensar la falta de
funcionamiento de las áreas afectadas por el accidente.
    Estas reflexiones nos permiten reconsiderar la simple y reiterada definición
sobre la música porque nos damos cuenta de que es un arte que combina mucho
más que los sonidos.
Mente y cuerpo sanos
El famoso mens sana in corpore sano es utilizado para la promoción de la
práctica física e intelectual equilibrada de las personas. Con o sin proverbio,
pasamos nuestra vida usando mente y cuerpo de forma constante y coordinada
(inclusive, durante el reposo).
    Los estudios neurocientíficos han permitido conocer más sobre cómo se
desarrolla esa íntima relación. La complejidad de movimientos que hemos
desarrollado los seres humanos es reflejo de una densa red de neuronas que, en
nuestro cerebro, se encarga de planificar y ejecutar un gran abanico de
acciones, organizando la activación secuenciada y prolija de cada uno de
nuestros músculos.
    Esta capacidad es adquirida progresivamente a lo largo de la vida: los bebés
deben primero lograr perfeccionar los movimientos más básicos, tales como
caminar, hablar y alcanzar objetos; en cambio, a medida que crecemos,
logramos diseñar y ejecutar planes motores mucho más delicados, como la
capacidad para escribir y tocar instrumentos. En este proceso, la práctica y la
experiencia resultan esenciales. También lo es la observación de quienes nos
rodean, pues se han descubierto neuronas motoras que se activan frente al
movimiento de los demás. Estas son las llamadas « neuronas espejo» , cuy a
función sería la de activar programas motores en nuestro cerebro en base al
movimiento de los otros. De hecho, estudios con neuroimágenes funcionales
demostraron que existe una superposición en la activación cerebral del que
realiza un movimiento y del que lo observa. La repetición de secuencias
específicas también es importante en el acto motor, puesto que permite a nuestro
sistema nervioso ir ajustando los movimientos.
     Los deportistas nos aportan evidencia de esto. En un estudio reciente, se pidió
a jugadores profesionales de básquet que vieran fotos de otros jugadores en el
momento en que lanzaban la pelota al aro. Y se comprobó que su capacidad para
predecir si la pelota entraría o no era mucho más alta que la de otros
participantes que no eran jugadores.
     Claro que la capacidad para moverse no es única del ser humano: la may oría
de las especies animales requieren de un sistema nervioso que les permita
realizar movimientos. Un ejemplo paradigmático es el de las ascidias, unos
animales marinos evolutivamente muy antiguos que pasan gran parte de su vida
desplazándose hasta encontrar una roca sobre la cual asentarse; al lograr el
objetivo, digieren su propio sistema nervioso porque y a no les resulta necesario.
     La importancia de una red neuronal intacta para alimentar nuestros
movimientos se pone de manifiesto también en distintas patologías. En la
enfermedad de Parkinson, por ejemplo, la rigidez, la lentitud de los movimientos
y los temblores reflejan la afectación de estructuras que se encuentran en la
profundidad de nuestro cerebro: los ganglios basales, un conjunto de núcleos de
neuronas que cumplen un rol fundamental en el movimiento y su armonía. En la
esclerosis lateral amiotrófica se degeneran las neuronas motoras, lo que conlleva
a una parálisis progresiva.
     Por ello, uno de los grandes desafíos de las neurociencias clínicas en las
próximas décadas es intensificar el desarrollo de programas de tratamiento y
rehabilitación que permitan, desde un abordaje interdisciplinario e integrando las
nuevas tecnologías, aprovechar la plasticidad de nuestro cerebro a fin de
contrarrestar los déficits motores que se asocian a enfermedades
neurodegenerativas, vasculares y traumáticas. Así, para que el desarrollo
científico siga persiguiendo el fin de que mente y cuerpo sean cada vez más
sanos.
   Las Tres Ley es de la Robótica
   1) Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por su inacción, dejar
que un ser humano sufra daño.
    2) Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto
cuando estas órdenes se oponen a la Primera Ley.
    3) Un robot debe proteger su propia existencia hasta donde esa protección no
entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.
   Manual de Robótica, 56. ª edición, año 2058
                                                                   De Yo, robot
                                                               ISAAC ASIMOV
                                            (Petróvichi, 1920-Nueva York, 1992)
Hombres y engranajes
Cuando Jan Scheuermann logró comer una barra de chocolate, los investigadores
de la Universidad de Pittsburg festejaron la proeza. Pero ¿por qué tanta alegría?
Porque el brazo que sostenía el chocolate era robótico y una mujer paralizada
desde hacía años desde el cuello hasta los pies lo estaba controlando con sus
pensamientos. Este caso representó un sorprendente avance en los desarrollos de
la interfaz cerebro-máquina. Esta nueva tecnología permite que personas con
distintos grados de inmovilidad puedan accionar mecanismos robóticos
únicamente con la fuerza de sus pensamientos.
     Los primeros estudios con estas prótesis neurales se realizaron en monos. Al
colocar electrodos en la corteza cerebral motora de estos animales, los
neurocientíficos lograron que realizaran un gran número de tareas al utilizar solo
sus señales cerebrales. Para la may oría de las personas, alcanzar un objeto y
agarrarlo no requiere esfuerzo. Sin embargo, esos simples movimientos son
guiados por un complejo patrón de actividad cerebral. Redes de neuronas
trabajan coordinadamente para planificar, ejecutar y revisar nuestros más
mínimos movimientos. Cuando tomamos un vaso, apretamos la tecla « enviar»
en nuestra casilla de correo electrónico o realizamos cualquier otra actividad
motora, nuestras neuronas se comunican entre sí y producen determinados
patrones de actividad eléctrica correspondientes a cada tarea.
     A Jan Scheuermann se le colocaron electrodos en contacto directo con las
áreas del cerebro que normalmente controlan los movimientos de su brazo y
mano derecha. Estos electrodos registraron la actividad eléctrica que se produjo
específicamente en las áreas relacionadas con el movimiento de su brazo. Luego,
esta información fue transportada hacia una computadora especialmente
preparada para aplicar una serie de algoritmos específicos que tradujeran la
actividad eléctrica generada en comandos o instrucciones capaces de controlar el
brazo artificial. De este modo, Jan pensó en mover la mano mecánica y esta
siguió sus órdenes.
     Otras tecnologías menos invasivas pueden registrar la actividad eléctrica al
colocar una serie de electrodos sobre el cuero cabelludo. A pesar de que hasta
ahora no permiten lograr avances tan impresionantes como el de Jan, su
implementación es mucho más sencilla. Este tipo de dispositivos posibilitan que
personas con discapacidades motoras, pero con un cerebro preservado, puedan
utilizar sus pensamientos para realizar movimientos simples en sillas de ruedas,
hacer uso de dispositivos hogareños (como prender luces o levantar cortinas) o
usar una computadora.
     El impacto de la interfaz cerebro-máquina excede la medicina.
     Actualmente existe una serie de dispositivos que invitan a las personas a
utilizar sus pensamientos para mover objetos o interactuar con computadoras.
Uno de los más complejos es un dispositivo portátil y sin cables que utiliza varios
electrodos, apoy ados en el cuero cabelludo, para registrar y amplificar las ondas
eléctricas cerebrales. El sistema de detección de este equipo permite analizar una
treintena de expresiones, emociones y acciones diferentes.
     El alcance que está adquiriendo esta tecnología junto con los avances en
casos como el de Jan Scheuermann representa una luz de esperanza para miles
de personas que han quedado atrapadas en su cuerpo debido a lesiones
neurológicas. Resta todavía mucho camino por recorrer y faltan muchos más
estudios científicos que validen esta tecnología, pero cada vez estamos más cerca
de que la ciencia ficción se convierta en historia con final feliz.
Alto rendimiento
La fascinación que provoca ver a los atletas de alto rendimiento desarrollar sus
habilidades está emparentada, por lo general, a la extraordinaria destreza física
que exhiben. Pero estos deportistas tienen también algunas particularidades
respecto del funcionamiento de sus cerebros.
    En los Juegos Olímpicos, por ejemplo, todo el mundo es talentoso y entrena
duro. Entre los atletas de elite, las diferencias físicas son muy pequeñas. Lo que
influiría para separar a los medallistas de oro de los medallistas de plata sería —
en gran parte— la motivación, la atención, el mantenerse focalizado y el control
mental, entre otros aspectos cognitivos. Al estudiar los factores fundamentales
que influy en en el rendimiento de los atletas, uno de los aspectos clave tiene que
ver con la práctica. Repetir decenas de veces una rutina o una secuencia permite
que el cerebro produzca una representación mental de los movimientos y que
esta facilite la corrección de errores, que se anticipe a los próximos pasos de una
secuencia y que promueva el aprendizaje de nuevos pasos.
    El cerebro, como dijimos en el apartado anterior, también logra aprender a
partir de la observación de terceros, una práctica elemental en el desarrollo de
nuevas habilidades en atletas. Todo esto depende de una compleja red en nuestro
cerebro que incluy e áreas de la corteza temporal, frontal y parietal y que
genera, de esta manera, un entramado de acción y observación. También, esta
red de estructuras es la que contribuy e a que los movimientos de los deportistas
se vuelvan más automáticos. La falsa idea de que los músculos tienen memoria
en realidad revela el importantísimo rol que nuestro cerebro cumple a la hora de
ejecutar movimientos sin tener que pensar cada paso dentro de una secuencia.
Estudios recientes han demostrado que esta fluidez del movimiento, que en
algunos puntos es parecida a la fluidez que caracteriza la creatividad artística,
depende de que la corteza prefrontal disminuy a su actividad y logre aplacar, así,
una de sus funciones principales: el control ejecutivo de las funciones mentales
superiores.
    En este sentido, el propio cerebro promueve la inhibición de su
automonitoreo, seguramente, porque el control excesivo de los pensamientos y la
evaluación constante de cada detalle consumen recursos cerebrales. Estos
recursos pueden así destinarse a alcanzar objetivos que requieran una may or
actividad de las áreas motoras y sensoriales, que son las que permiten dirigir
nuestros movimientos. Se suma a todo esto una capacidad fundamental para la
práctica deportiva de alto rendimiento: el nivel de atención. En estos atletas, la
capacidad para mantenerse alerta, que constituy e uno de los aspectos cruciales
de la atención, pareciera estar aumentada.
    Cuando pensamos cómo se logra esto, en realidad, como en el caso analizado
de los músicos, estamos siendo testigos de la plasticidad que tiene el cerebro:
cuando entrenamos repetidas veces, las neuronas logran crear nuevas conexiones
para adaptarnos mejor a las demandas de las tareas en las cuales nos
involucramos. La práctica constante que caracteriza a los atletas de competición
tiene efectos más allá del cerebro, pues estudios en endocrinología han
demostrado que ellos tienen un control distinto de hormonas ligadas al estrés y
producen cambios en órganos tales como el corazón, el riñón y el tejido graso.
Pero estas hormonas también impactan sobre el cerebro y afectan el modo en
que los atletas lidian con el estrés asociado a la competición deportiva.
    Por eso, en las grandes competencias atléticas, lo que se pone en juego no es
solo la destreza física que resulta evidente a los ojos, sino también las mentes que
la hicieron posible.
¿Por qué rezamos?
Miles de personas se congregan cada día aquí y en el mundo para orar, pedir o
agradecer en derredor de un templo, una figura o una idea de ser que nos
trascienda. Es allí también donde muchas veces se deposita la esperanza de un
trabajo que lleve a la mesa el pan de cada día, la sanación de un ser querido o el
deseo de la vida eterna ante el desamparo de un triste fallecimiento.
    Datos antropológicos ponen énfasis en la universalidad de la búsqueda de un
ser superior entre diversos grupos de culturas primitivas y avanzadas durante
muchos miles de años. Para algunos, esta universalidad podría interpretarse
como sugerencia de que algunas estructuras básicas en el cerebro necesitan de
Dios. Otros argumentan que la religiosidad es un artefacto de la evolución.
    Aunque se trate de un tipo de pensamiento extendido y milenario, las
neurociencias durante mucho tiempo han sido renuentes a la investigación
científica sobre la espiritualidad. El estudio de las bases neurales de la religión
recién está empezando a ser un tópico aceptado de investigación dentro de las
neurociencias cognitivas. Es así como la Universidad de Oxford ha creado un
centro multidisciplinario que estudia las bases neurobiológicas de las creencias
(religiosas u otras) y cómo estas afectan nuestros estados de conciencia y
sentimientos.
    Diferentes grupos de científicos han utilizado las neuroimágenes funcionales
para observar los cambios que ocurren en el cerebro cuando una persona tiene
una experiencia religiosa. Por ejemplo, en un estudio se examinó la actividad
cerebral cuando las personas rezaban. Aunque estos ensay os pueden pecar de
reduccionistas y producir una comprensible controversia, permiten generar un
riquísimo debate sobre si el cerebro humano está programado para tener fe o si
es una habilidad mental que el cerebro humano desarrolló a través de la cultura.
    La pregunta a la que pueden remitirse los estudios neurocientíficos no se
corresponde con cuestiones ligadas a cada una de las creencias religiosas, sino a
temas más básicos: ¿por qué los seres humanos experimentamos la religión?,
¿qué procesos neurales se activan en el tránsito de esa experiencia? Por ejemplo,
durante la meditación, los lóbulos parietales, que procesan nuestro sentido de
orientación y conocimiento de uno mismo, disminuy en casi por completo su
actividad. También baja la actividad de la amígdala, una región involucrada en el
proceso del miedo. A medida que la tecnología de neuroimágenes avance y los
tests cognitivos sean cada vez más avanzados, podremos discriminar, del mismo
modo, cómo las sensibilidades creativas y religiosas interactúan.
    Existe evidencia de que las personas crey entes viven más y mejor. Algunos
investigadores sugieren que en esto podría haber una ventaja evolutiva, y a que no
se trata necesariamente de creer en tal o cual sentido, sino en poseer un cerebro
con capacidad para tener fe. Pero aunque los científicos avancen en esta área,
posiblemente nunca resuelvan el gran dilema: si nuestras conexiones en el
cerebro crean a Dios o si Dios crea nuestras conexiones cerebrales.
   Dios no acudió inmediatamente. Por el contrario, me pareció una eternidad la
espera, y un sentimiento de postergación indecible me hacía sufrir más que todos
los suplicios anteriores. El dolor pasado era un recuerdo grato en cierta manera,
ya que me daba ocasión de comprobar mi existencia y de percibir los contornos
de mi cuerpo. Allí, en cambio, me podía comparar a una nube, a un islote sensible,
de márgenes constituidas por estados cada vez más inconscientes, de manera que
no lograba saber hasta dónde existía ni en qué punto me comunicaba con la nada.
    Mi sola capacidad era el pensamiento, siempre más desbordado y potente. En
la soledad tuve tiempo de andar y desandar numerosos caminos; reconstruí pieza
por pieza edificios imaginarios; me extravié en mi propio laberinto, y solo hallé la
salida cuando la voz de Dios vino a buscarme. Millones de ideas se pusieron
enjuga, y sentí que mi cabeza era la cuenca de un océano que de pronto se
vaciaba.
                                                                De El converso
                                                         JUAN JOSÉ ARREÓLA
                                   (Zapotlán el Grande, 1918-Guadalajara, 2001)
El genio de Einstein
La historia de las sociedades se puede recorrer a través de sus grandes
personajes, hombres y mujeres que se destacaron por cualidades excepcionales.
Funcionan, de esta manera, como singularidades que subray an y potencian
ciertos caracteres generales de su entorno.
     Albert Einstein ha sido sin duda una de las más grandes mentes de nuestros
tiempos y su brillantez ha fascinado a toda la sociedad. También, por razones
obvias, a la comunidad neurocientífica. Es que inevitablemente surge la pregunta
sobre cómo un cerebro pudo haber tenido la creatividad suficiente para concebir
la teoría de la relatividad y tantos otros aportes científicos sorprendentes.
     Cuando Einstein murió, en 1955, su cerebro fue donado con el propósito de
poder servir a la investigación. Para eso, se le sacaron fotos y se lo diseccionó en
240 bloques que fueron preparados para su preservación en resina. Estos bloques
se convirtieron luego en más de 2000 piezas para ser analizadas bajo el
microscopio por casi dos decenas de investigadores en todo el mundo.
Llamativamente, por ese entonces, la multiplicidad de muestras para analizar y
la variedad de laboratorios que emprendieron esa tarea no se tradujo en una gran
proliferación de aportes a la ciencia: se publicaron tan solo seis estudios con
hallazgos interesantes. En general, lo que se observaba de excepcional en el
cerebro de Einstein era la gran densidad de neuronas y la may or proporción de
células gliales (que son células que rodean a las neuronas para darles un sostén
histofisiológico) en ciertas áreas del cerebro; y, también, una anatomía llamativa
de los lóbulos parietales, encargados de procesos sensoriales y atencionales.
    Pero más recientemente, un laboratorio logró acceder a catorce fotografías
inéditas del cerebro de Einstein que tenían marcadas —como si fuera un mapa—
qué partes correspondían a cada una de las piezas microscópicas que se habían
generado. Esta vez, el cerebro de Einstein fue comparado con el de otros 85
cerebros humanos. Estos hallazgos fueron más llamativos. Si bien el peso era
comparable al de cualquier cerebro promedio, su morfología era
significativamente distinta: tenía may or abundancia de surcos y
circunvoluciones, por ejemplo, en regiones de la percepción sensorial, del control
de la cara y de la región evolutivamente más nueva del cerebro, la corteza
prefrontal, que nos permite planificar y ejecutar complejos algoritmos entre
otras funciones. Los investigadores encontraron que en toda la corteza existían
organizaciones anatómicas atípicas. Probablemente estas tuvieran un uso de la
corteza motora muy distinto al habitual, pues a partir de las fotos se logró deducir
que tenía una gran asociación entre lo motor y lo conceptual.
    Si estos cambios fueron causa o consecuencia de su brillantez no lo sabremos
a ciencia cierta, pero es muy probable que se hay a tratado de una combinación
de ambas cosas: haber nacido con un cerebro que lo predispone a un
procesamiento intelectual extraordinario y haber vivido experiencias que
motivaron a ese cerebro privilegiado.
    La biografía de un hombre que ha desempeñado un gran papel en una época
funciona como el resumen de su historia contemporánea, expresaba Domingo
Faustino Sarmiento al justificar la función didáctica de este género literario (por
ejemplo, el de su Facundo). Del mismo modo, los estudios sobre el cerebro de
Einstein nos permiten comprender cuestiones que van más allá del genial
científico. De esta manera, el cerebro de Einstein sigue iluminando.
La inteligencia colectiva
Muchas veces se generan discusiones alrededor del interrogante de si la suma de
grandes inteligencias individuales lleva necesariamente a un resultado colectivo
satisfactorio. En esferas tan distantes como la práctica deportiva, la labor artística
o el desarrollo comercial, surge la pregunta: ¿cómo puede ser que este equipo de
estrellas no hay a rendido tan bien como se esperaba? ¿Y cómo este, más austero,
logró, por el contrario, maravillar con su rendimiento?
    Aunque desde siempre se ha intentado medir la inteligencia humana, pocas
áreas de la ciencia han sido más controversiales. Como hemos mencionado, las
definiciones de inteligencia propuestas son diversas y van desde la flexibilidad
conductual o cognitiva para generar situaciones novedosas y la capacidad de
resolver problemas hasta la de una eficaz adaptación con el medio. Algunos
investigadores enfatizan la capacidad para el pensamiento abstracto; otros, la
habilidad para adquirir vocabulario nuevo o conocimientos originales; otros, la
capacidad de adaptarse a situaciones inesperadas. De todas maneras, el
coeficiente intelectual podría considerarse una medida arbitraria de inteligencia,
con un set de pruebas predeterminadas.
    Las pruebas —o tests— que se han propuesto a lo largo de la historia para
medir el constructo llamado « inteligencia» son imperfectas. La may oría de
ellas han hecho énfasis en las destrezas de razonamiento lógico y abstracto
dejando afuera factores fundamentales como el bagaje cultural, las habilidades
sociales y la experiencia adquirida. Con el argumento de que estos tests predicen
el éxito en diversos contextos (especialmente en culturas occidentales), los
resultados se usaron y usan para admisiones a centros de estudio o a empresas.
Por lo tanto no es sorprendente que estos tests hay an sido cuestionados y se
hay an convertido en foco de un fuerte debate con implicaciones políticas y
sociales. Aunque una prueba evalúe la capacidad de resolver un problema
matemático o la comprensión de una lectura, no podemos considerarlos tests que
abarquen toda la inteligencia.
    A lo largo de la historia se postularon varias teorías y definiciones sobre
inteligencia. Entre ellas, en 1904, el psicólogo inglés Charles Spearman propuso la
existencia del factor G o inteligencia general. Sostenía que esa condición permite
tener éxito en un amplio rango de tareas cognitivas. Pero, en 1916, su colega
Godfrey Thomson propuso que lo que parecía ser una aptitud única era, en
realidad, una colección de múltiples y diversas habilidades necesarias para
completar la may oría de las tareas intelectuales.
    El psicólogo estadounidense Howard Gardner (1983) denominó a todos los
talentos de una persona como « inteligencias» . Actualmente se entiende a la
inteligencia en relación con otras habilidades dentro de una esfera emocional,
motivacional e interpersonal; también se cree que la cooperación entre estos
aspectos permiten un may or desarrollo del potencial intelectual.
    La gente varía en cosas como inteligencia emocional, habilidades
particulares, experiencia, que son diferentes de la inteligencia general, pero
también importantes. Además, el humor, la sensibilidad, la ironía y la creatividad
son rasgos de inteligencia que quedan fuera tanto de los tests clásicos como de
ciertos patrones que ostentan instituciones demasiado rígidas. Por eso, las
definiciones —y las pruebas— sobre la inteligencia siempre quedan chicas a la
hora de relacionarlas con las acciones y decisiones de la vida real. Si entendemos
la inteligencia como el conjunto de recursos con los que cuenta un individuo para
adaptarse al medio, una persona puede ser tremendamente inteligente sin la
necesidad de contar con un bagaje demasiado grande de conocimientos
adquiridos a través de la educación formal o el entrenamiento. Esta última
afirmación se relaciona particularmente con el término de « inteligencia fluida» ,
que se define como la capacidad de resolver problemas nuevos descubriendo las
relaciones que existen entre las cosas e independientemente del conocimiento
adquirido a lo largo de la vida.
    Cuando se trata de inteligencia, la totalidad puede ser may or que la suma de
sus partes. Un estudio del prestigioso Massachusetts Institute of Technology (MIT)
exploró la existencia de una inteligencia colectiva entre grupos de personas que
colaboran bien entre sí, y demostró que la inteligencia del conjunto se extiende
más allá de la lograda a través de la suma de las capacidades cognitivas de los
miembros de los grupos de forma individual. Estos investigadores mostraron que
hay una eficacia general que predice el rendimiento de un grupo en muchas
situaciones diferentes. Grupos con un excelente rendimiento en una tarea
presentaban también un excelente rendimiento en tareas diferentes. En otras
palabras, grupos que fueron exitosos en un desafío serán exitosos en resolver
otros desafíos distintos.
    Claro que la inteligencia colectiva como idea y como práctica ha existido
desde siempre. Familias, tribus, ejércitos y empresas se conformaron para
actuar colectivamente de manera inteligente (lo cierto es que no siempre fue
logrado). También, la propia escritura y su institucionalización en universidades y
bibliotecas (desde la famosa de Alejandría hasta las populares de la actualidad)
tuvieron la intención de fijar y hacer circular el conocimiento que la sociedad
había producido previamente para el aprovechamiento colectivo.
    Pero en la última década una nueva dinámica de ejercicio de inteligencia
colectiva se ha consolidado: millones de personas conectadas por Internet
desarrollan e intercambian información a través de una red multidireccional,
interactiva y universal. Las muestras más notables están dadas por los motores de
búsqueda como Google, que organizan y ponen a disposición creaciones de las
formas y los orígenes más disímiles para el uso general.
    Otra manera de ilustrar este proceso que conforma la inteligencia colectiva
está en la evolución de la idea de enciclopedia, desde la monumental obra
llevada adelante por Diderot y otros escritores en plena ilustración del siglo
XVIII hasta la contemporánea Wikipedia, donde miles de personas en todo el
mundo contribuy en a la elaboración de ese complejo sistema de referencia.
    Todo lo aquí expuesto no resulta azaroso: los estudios de laboratorio del
médico norteamericano John Cacioppo, uno de los líderes y pioneros del campo
de las neurociencias sociales, han demostrado que el aislamiento social produce
efectos negativos no solo para nuestro ánimo y nuestra conducta, sino también
para nuestra salud cognitiva y física en general. Las interacciones sociales que
devienen de los procesos que contribuy en a la inteligencia colectiva de un grupo
albergan un efecto positivo sobre nuestro bienestar, en múltiples aspectos.
    Pero sin dudas una de las may ores representaciones de las construcciones
colectivas modernas son los Estados nacionales y sus correspondientes alianzas
regionales. Las sociedades organizadas que buscan satisfacer las necesidades
básicas de sus ciudadanos y desarrollarse a partir de la historia heredada y, sobre
todo, de lo que forjan desde su presente constituy en el rasgo más cabal de
inteligencia colectiva que pueden mostrar los seres humanos como especie.
    Se trata de que cada uno —el afinador, el intérprete, el compositor, el
asistente y el director— ponga lo mejor de sí para hacer sonar cada vez mejor la
orquesta.
Aprender del cerebro
El curso dinámico del desarrollo del cerebro resulta uno de los aspectos más
fascinantes de la condición humana y a que conjuga la genética y la interacción
con el entorno. El cerebro de un recién nacido representa solo un cuarto del
tamaño del de un adulto y, en todo el transcurso de su infancia, experimentará un
crecimiento intensivo y masivo de neuronas. Pero ese fenómeno eminentemente
biológico estará condicionado por la experiencia, y a que será esta la que guíe qué
conexiones neuronales se preservarán y qué conexiones se van a eliminar.
    Las primeras áreas cerebrales en madurar son las más básicas, relacionadas
con la información visual o con el control motor de los movimientos. Más tarde
se desarrollan otras, como el lenguaje y la orientación espacial. Las últimas
áreas, que maduran recién entre la segunda y la tercera década de la vida, son
las que están ubicadas en la zona frontal. Estos datos nos permiten comprender
que en el cerebro del niño e, inclusive, en el del adolescente, como ampliaremos
en el tercer capítulo, las áreas involucradas en la inhibición del impulso, en la
toma de decisiones, en la planificación y en la flexibilidad cognitiva o intelectual,
aún están en proceso de maduración.
    Todas estas evidencias que surgen de las investigaciones neurocientíficas
sobre cómo el cerebro se desarrolla y aprende tienen el potencial de generar un
gran impacto en la práctica educativa. La comprensión de los fenómenos de la
biología del cerebro en desarrollo permite abordar problemáticas claves para el
aprendizaje, tales como la memoria, la atención, la alfabetización, la
comprensión de textos, el cálculo, el sueño, la noción de inteligencia, la
interacción social, cómo es el impacto emocional e, incluso, qué rol juega la
motivación. También existen datos comprobables de cómo el cerebro procesa la
información nueva a lo largo de la vida, sobre el rol de la imitación, del necesario
tiempo de descanso cerebral para el asentamiento del conocimiento, de la
relevancia de la corrección de errores, de la ay uda de la tarea dirigida y de la
importancia del rol activo y fundamental del docente. Diversos hallazgos
neurocientíficos han demostrado que la interacción con otros humanos resulta
central para el aprendizaje de los niños y los adolescentes.
    Es en el cruce de diferentes disciplinas donde se logran los may ores
conocimientos y las más eficaces prácticas.
    Resulta importante recordar que las neuronas se desarrollan a partir de un
patrón genético dinámico moldeado por las exigencias y los estímulos del
entorno. Imaginemos, por ejemplo, a un violinista. Mueve los dedos de la mano
izquierda de manera intensa y precisa para ejecutar eficazmente su instrumento.
El área del cerebro encargada del control motor elabora, para esto, may or
cantidad de conexiones neuronales. Esas conexiones permiten que el violinista
mejore la destreza con el violín, y esos estímulos, a su vez, generan nuevas
conexiones. Esto quiere decir que estamos frente a un sistema que se
retroalimenta y produce, en este caso, un círculo virtuoso. Y, como contrapartida,
frente a la carencia de estímulos, lo que se produce es un círculo vicioso. Si un
chico no recibe suficiente estimulación intelectual, las vías o circuitos neuronales
que tienen que eliminarse, no se eliminan, y las vías o circuitos neuronales que
tienen que quedar, no quedan.
    La relación entre las neurociencias y la educación puede dar lugar a una
transformación de las estrategias educacionales que permitirán diseñar nuevas
políticas educativas y programas para la optimización de los aprendizajes. Así
muchas preguntas sobre la política educacional pueden ser nuevamente
abordadas: ¿Cuál es la mejor edad para iniciar la educación formal? ¿Existe una
edad crítica más allá de la cual resulta más complejo alcanzar el alfabetismo?
¿Por qué algunos niños aprenden más fácilmente que otros? Las neurociencias
pueden contribuir a la búsqueda de estas respuestas y los educadores no deben
temer sus aportes, y a que muchos de estos seguramente amplían e, incluso,
respaldan sus saberes y prácticas cotidianas de la enseñanza. Asimismo, los
neurocientíficos deben trabajar de manera mancomunada con los docentes, y a
que son ellos quienes mejor conocen la realidad del aula.
    Pero cualquier estimulación y programa educativo, incluso los más
innovadores y sofisticados, requieren de una condición aún más primaria para el
eficaz desenvolvimiento de los cerebros que se forman. Ambiciosas propuestas
educativas personales, áulicas o comunitarias fallan no por cuestiones cualitativas
de esas experiencias, sino por la mala alimentación del educando. La carencia
nutricional produce un impacto tremendamente negativo en el desarrollo
neuronal de los niños y los adolescentes. La desnutrición y la malnutrición están
asociadas a alteraciones en la actividad de neurotransmisores, las sustancias
químicas que median la comunicación entre una neurona y otra. El efecto nocivo
se vuelve may úsculo cuando la insuficiencia se da principalmente por una
ingesta paupérrima de distintos nutrientes como proteínas, zinc, ácidos grasos
esenciales y hierro. Resulta extremo el ejemplo, pero vale la pena como
demostración cabal de lo que decimos: en estudios médicos de niños que
murieron por desnutrición, se hallaron un número considerablemente disminuido
de neuronas.
    La reconocida neurocientífica de la Universidad de Pensilvania Martha Farah
estudió el impacto de estas carencias en el cerebro en desarrollo. Sus estudios
pudieron arribar a conclusiones sobre los efectos negativos que produce una
pobre nutrición, la exposición a toxinas del medio ambiente o cuidados prenatales
inadecuados. Pero uno de los elementos más relevantes de sus estudios tuvo que
ver con el grado de reversibilidad de estas condiciones. Como hemos suscripto, el
cerebro es plástico y tiene la capacidad de cambio, por lo que se debe
comprender que la necesidad de los adecuados estímulos, alimentación y
contención afectiva es urgente y, aunque el tiempo hay a pasado, siempre será
favorable la intervención.
     Una investigación esclarecedora sobre esta capacidad de cambio del cerebro
la llevaron adelante algunos científicos de la Universidad de Londres a partir del
año 1989, cuando estudiaron el caso de chicos huérfanos que habían estado en los
orfanatos de la Rumania de Ceaucescu. Hacia fines de la década de 1980, se
calcula que entre 65 000 y 100 000 niños vivían en orfanatos. Los niños pasaban
hasta veinte horas por días sin atención. A partir de la caída del dictador, vastas
campañas fueron impulsadas para que familias de todo el mundo adoptaran a
estos niños. Al momento de ser adoptados, los niños mostraban severos déficits de
aprendizaje y exhibían alteraciones marcadas de su conducta. Cuando las
familias adoptantes supieron brindarle una dieta adecuada, un hogar confortable
en lo afectivo y una educación acorde, muchos niños mostraron una gran
mejoría. Estos resultados permitieron comprobar que siempre, en may or o
menor grado, el estímulo positivo favorece a la condición. El cerebro es un
órgano lo suficientemente hábil y flexible para adaptarse a un destino más
conveniente, es decir, más feliz.
     La familia, las instituciones, la pequeña comunidad y la sociedad organizada
en Estados son los responsables del desarrollo de niños y adolescentes. ¿Qué
sentido tienen estas pequeñas comunidades o una sociedad que se organiza en
inmensas estructuras burocráticas sino es que ese destino de realización plena y
felicidad sea posible? ¿Qué otra inversión pública para nuestros Estados puede ser
más prioritaria que alimentar, curar y educar a un cerebro que está en
desarrollo? Esos niños y adolescentes deben ser los verdaderos privilegiados
porque así lo requiere el orden de la naturaleza y la cultura, y porque serán los
que se volverán grandes y trazarán con sus manos los nuevos destinos propios, los
de sus comunidades, los nuestros, al fin y al cabo.
La ciencia no puede sola con los enigmas del cerebro
Los avances en la investigación del cerebro —tales como el descubrimiento de la
base molecular de muchos trastornos psiquiátricos, las drogas psicotrópicas,
descubrimientos sobre Alzheimer y Parkinson, la neurobiología de las decisiones
morales o las moléculas que consolidan o borran los recuerdos— nos parecen
notables también por sus repercusiones sociales y culturales. El rápido avance de
las tecnologías ofrece una visión sin precedentes sobre el funcionamiento del
cerebro, y transforma nuestra comprensión de conceptos tales como la
conciencia y el libre albedrío.
    Pero, una vez más en la historia, la gran cuestión que se presenta frente a
tamaños avances es si esto llevará a que por fin se sepa todo, se descifren todos
los enigmas, se acaben todos los misterios.
    Esto es algo de lo que podría presumir la ciencia por abonar la solución a los
perjuicios del desconocimiento, pero también puede entenderse como el camino
hacia un potencial futuro desabrido, a un mundo vulgar que, como dirían los
« hombres sensibles de Flores» de Alejandro Dolina, conviene desestimar por
solo contar con cosas de las que uno está seguro.
    Las narrativas artísticas ofrecen paradigmas alternativos de la vida humana
sobre la base de una pluralidad y exhiben preocupaciones o esperanzas ligadas a
los avances científicos. Tan rica y compleja es la estructura del cerebro humano
que cuestiona con el arte lo que entendió con la ciencia.
    En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches
leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y
del mucho leer se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio.
Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos
como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y
disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad
toda aquella máquina de aquellas sonadas soñadas invenciones que leía, que para
él no había otra historia más cierta en el mundo.
                                                    De Don Quijote de la Mancha
                                                     MIGUEL DE CERVANTES
                                         (Alcalá de Henares, 1547-Madrid, 1616)
                                    Capítulo 2
                    Memoria: saber recordar y saber olvidar
    Al hablar de « memoria» , nos referimos al proceso de codificación,
almacenamiento y recuperación de la información. Existen varios sistemas de
memoria que se distinguen por el material involucrado, por el marco temporal
sobre el cual opera y por las estructuras neurales que los soportan. Una
clasificación general diferencia la memoria relacionada con actos conscientes
(memoria explícita o declarativa) de aquellas tales como reflejos condicionados
o habilidades motoras que no dependen de un pensamiento consciente (memoria
implícita o procedural). La memoria explícita se divide, a su vez, en dos sistemas:
1) el almacenamiento y recuerdo de experiencias personales ocurridas en un
tiempo y lugar particular (por ejemplo, recordar el día en que nació nuestro hijo
o que egresamos de la escuela secundaria), denominada « memoria episódica» ;
y 2) el almacenamiento permanente de conocimientos representativos de hechos
y conceptos, así como palabras y sus significados (por ejemplo que París es la
capital de Francia o a qué nos referimos cuando decimos la palabra « vaca» ),
denominada « memoria semántica» . Por su parte, la memoria de trabajo —
antes llamada « de corto plazo» — se refiere al sistema de la memoria
responsable del recuerdo inmediato de cantidades limitadas de datos verbales o
espaciales que están disponibles para la manipulación mental inmediata.
    Recordar en sí mismo no es una sola habilidad sino un proceso conformado
por diversas habilidades o capacidades. La capacidad de recordar algo, como
dijimos, involucra tres estadios diferentes: codificación, almacenamiento y
recuperación.
    Algunas personas encuentran de gran ay uda pensar esto como el acto de
incorporar, procesar y encontrar un libro en una voluminosa biblioteca:
            Codificar: significa incorporar la información y registrarla. En
            nuestra analogía, el bibliotecario le pone la signatura o código a un
            nuevo libro y lo ingresa en el catálogo en el lugar que le corresponde.
            Almacenar: se trata de guardar la información en la memoria hasta
            que se la necesite. Para la eficacia de esto último, se la mantiene en
            un lugar que sea fácil de encontrar. En la analogía, el libro es
            colocado en los estantes de la sección correspondiente.
            Recuperar: incluy e recobrar el recuerdo cuando resulta necesario.
            En comparación con la biblioteca, si una persona quiere un libro tiene
            que averiguar en el catálogo, buscar dónde está, encontrarlo en el
            estante y tomarlo para sí.
   Una salvedad importante en la comparación que presentamos es que, en la
memoria, a diferencia de la biblioteca, el tiempo que pasa entre la incorporación
de la información y su requerimiento juega un papel preponderante.
    Usando este enfoque, entonces, podemos dividir a la memoria en:
            Memoria de trabajo (segundos a minutos)
            Memoria a largo plazo (días a años)
            Memoria prospectiva
    La memoria de trabajo o inmediata es la memoria utilizada para la
información que ha sido presentada hace unos segundos. Por ejemplo, usamos
este aspecto de la memoria cuando miramos un número de teléfono y lo
mantenemos en la mente solo el tiempo indispensable para poder marcarlo.
También es indispensable para hacer un cálculo mental o para comprender un
enunciado complejo.
    La memoria a largo plazo compone un sistema diferente, donde la
información es almacenada hasta que se la necesite oportunamente. Esta
memoria está conformada por diversas partes, e incluy e la memoria diferida, la
memoria reciente y la memoria remota. Veamos:
            La memoria diferida: es la memoria para los eventos que pasaron o
            la información que ha sido presentada hace unos minutos. Estaríamos
            usando esta memoria si, en el ejemplo anterior, hubiésemos hecho el
            esfuerzo de retener el número de teléfono y recordado media hora
            después.
            La memoria reciente: es la memoria para los eventos que pasaron o
            la información que ha sido presentada hace unos días: por ejemplo,
            lo que hicimos este último fin de semana.
            La memoria remota: es la memoria para los eventos que pasaron o
            la información que ha sido presentada hace unos años; por ejemplo,
            las cosas que sucedieron cuando íbamos a la escuela.
    Por último, la memoria prospectiva es la memoria para las cosas que
estamos planeando hacer en el futuro (por ejemplo, recordar el llamado que
debemos hacer a una amiga, ir a una entrevista en el hospital el mes que viene o
mandarle un mensaje de cumpleaños a un amigo en el momento indicado). Esta
capacidad de prever escenarios futuros específicos podría estar estrechamente
relacionada con la capacidad de recordar episodios concretos de nuestro pasado
(es decir, la memoria episódica). De hecho, las personas que no pueden recordar
detalles específicos de su pasado, parecen tener afectada su capacidad de
vislumbrar mentalmente experiencias personales futuras.
                                       *
    Esta breve introducción nos permite presentar una aproximación explicativa
sobre el fascinante tema de la memoria humana, que profundizaremos a lo largo
de este segundo capítulo del libro. La memoria selectiva y la memoria
emocional, el olvido sano y el olvido patológico, cómo influy e el sueño en la
memoria, el problema del estrés y de la amnesia, son algunos de los enigmas que
iremos descifrando en estas páginas. Ya más entrado el capítulo, abordaremos
entre otros temas específicos ligados a la memoria: los recuerdos traumáticos, la
resiliencia y el impacto de las nuevas tecnologías; y, también, la enfermedad del
Alzheimer, una epidemia del siglo XXI.
Memorias en red
Cuando un niño va a la escuela o escucha la explicación de sus padres sobre tal
cosa, o cuando un adulto viaja por primera vez a una ciudad desconocida o lee
una revista de divulgación, lo que sucede en la mente de todas esas personas es
que obtienen información nueva. Pero para que exista un proceso eficaz de
aprendizaje, lo que se requiere es que la memoria cumpla su rol clave, es decir,
la posibilidad de persistencia de ese conocimiento para que la información sea
conservada y recuperada más tarde cuando se la necesite.
     Y es justamente en esa capacidad de aprender que existe la posibilidad de
supervivencia del ser humano. La historia misma de cada uno de nosotros puede
leerse en clave del conocimiento adquirido para adaptarse a situaciones nuevas
por el hecho de haber conocido (y procesado) situaciones viejas. Eso es aprender
y solo es posible por obra de la memoria. Como hemos dicho, la información se
codifica en nuestro cerebro, se almacena y luego se recupera en el momento de
la acción. Esa memoria en singular a la que nos referimos no es tal, y a que las
investigaciones científicas han demostrado que la memoria no representa un
sistema unitario. El cerebro funciona como una red, al conectar distintas áreas.
Existen varios sistemas según la información que se quiera adquirir, retener y
evocar. Estudios de pacientes neurológicos y de neuroimágenes funcionales
sugieren que la memoria es una colección de habilidades mentales que usan
diferentes sistemas neuroanatómicos cerebrales. Como hemos esbozado en el
capítulo anterior, una persona puede tener registro consciente de la memoria (yo
sé que recuerdo un hecho y puedo evocarlo por mi propia voluntad, por ejemplo,
que me encontré con un compañero de la primaria por la calle), o puede existir de
manera implícita, funcionando de forma no consciente en la vida de un individuo
(por ejemplo, cuando ando en bicicleta sin estar recordando cómo aprendí a
hacerlo).
     Otra de las maneras de comprender algunas memorias que y a presentamos
en la introducción de este capítulo es tomar casos en los que estas presentan
alguna dificultad:
            Memoria episódica: Juan tiene amnesia por una lesión en el
            hipocampo, una región del cerebro con forma de caballo de mar,
            clave para la consolidación de la memoria. Juan conserva
            perfectamente memorias de la infancia, pero no recuerda qué ha
            desay unado ese día o si fue al cine el día anterior. Estamos ante una
            falla de la memoria episódica, que recuerda experiencias personales
            que están vinculadas de manera precisa al momento en que
            ocurrieron.
            Memoria semántica: María tiene una enfermedad degenerativa que
            produce una atrofia selectiva de la corteza temporal lateral izquierda.
            Aunque no sabe qué es un auto podría manejarlo sin may ores
            problemas y a que su memoria procedural —como referimos, la
            evocación de un acto motor aprendido— sigue intacta. Aquí falla la
            memoria semántica que es el conocimiento de los hechos, conceptos,
            objetos, palabras y sus significados.
     Tanto la memoria episódica como la semántica están disponibles al acceso
consciente (declarativa), en cambio comer —o manejar un auto— depende del
sistema de memoria implícita.
            Memoria de trabajo: Marcelo tiene una depresión importante por lo
            que tiene problemas para concentrarse, pérdida del hilo de la
            conversación y dificultad en la realización de diferentes tareas al
            mismo tiempo. Esta es una falla de la memoria de trabajo. Es la
            capacidad de operar con información múltiple que será descartada
            luego de su utilización.
            Memoria emocional: Pedro tiene miedo cada vez que sube a un
            ascensor. Cuando lo hace se activa su amígdala, una parte del
            cerebro pegada al hipocampo con forma de almendra. Pedro tuvo en
            el pasado una experiencia desagradable en un ascensor y ahora su
            amígdala se activa ante una situación semejante. Este proceso está
            regido por la memoria emocional. Estamos ante un mecanismo de
            supervivencia destinado a evitar volver a pasar por situaciones
            riesgosas.
     Si pensamos en nuestra vida cotidiana, veremos que todo lo que hacemos está
intermediado de una manera u otra por la memoria, o, mejor dicho, por las
distintas memorias que tienen una manera particular y diferente de catalizar la
experiencia.
La memoria semántica
Cuando la peste del insomnio asoló Macondo, el mítico paraje de Cien años de
soledad, todos fueron perdiendo poco a poco la memoria. Pero ¿cuáles fueron
aquellos recuerdos que fueron olvidando? Como dijimos, la memoria no es algo
unitario sino que existen sistemas de memorias específicos, distintos y
relativamente independientes entre sí. Estos sistemas pueden identificarse no
solamente con base en sus diferencias funcionales, sino también desde sus
circuitos y conexiones cerebrales. Nos interesa en este apartado ahondar sobre
uno de estos sistemas, el que conforma la memoria semántica.
    El ser humano se encuentra inmerso en un universo de palabras, conceptos,
ideas y símbolos. Por ello, nuestro cerebro debe poder organizar la información,
para lograr acceder a ella de manera ordenada, efectiva y casi automática a
partir de los diversos estímulos. Para ello, el cerebro almacena el conocimiento
conceptual en los circuitos de la « memoria semántica» , a la cual recurre
permanentemente para recuperar el significado de las palabras, los objetos y el
conocimiento del mundo en general. La memoria semántica contiene
información según sus propiedades perceptuales, funcionales, abstractas y
asociativas, entre otras. Por ejemplo, que un perro es un mamífero, tiene cuatro
patas, ladra, es peludo y doméstico. De esta forma, siguiendo el ejemplo, somos
capaces de distinguir un perro de un gato. Esta memoria también nos permite
comprender que un labrador y un pequinés pertenecen ambos a la categoría
« perros» , aunque sean tan distintos de forma y tamaño.
    En una condición neurológica denominada « demencia semántica» , este tipo
de memoria se afecta de manera específica, aun cuando otras memorias u otras
habilidades cognitivas se mantengan preservadas. Allí es cuando se vuelve tan
evidente el rol crucial que cumple este sistema de categorías en nuestro cerebro:
en esta enfermedad, la información almacenada se va perdiendo gradualmente.
En sus estadios iniciales, el paciente podrá distinguir una silla de una manzana
pero tendrá grandes dificultades para entender que una manzana es distinta a un
durazno, pues ambos están dentro de la categoría « frutas» y las subcategorías
que permitirían distinguirlas se han vuelto inaccesibles. En otros casos más
avanzados, los pacientes pueden hacer cálculos matemáticos pero no saben qué
es un número. Esta condición afecta conocimientos tanto verbales como no
verbales. Una muestra de esto es que si a un paciente con afectación semántica
se le muestran tres dibujos (arena, computadora y palmera) y se le pide que
señale los dos dibujos que están relacionados entre sí (arena y palmera), este no
lo podrá hacer aunque esta tarea no requiera de lenguaje.
    Este complejo sistema había comprendido Aureliano Buendía, uno de los
personajes principales de la célebre novela de García Márquez, cuando intentó
paliar de alguna manera la peste que llevaba al inexorable olvido semántico. Lo
que hizo, entonces, fue marcar con un hisopo entintado cada cosa con su nombre:
mesa, silla, reloj, etc.; luego fue más explícito, y sobre el cuero de la vaca colgó
el letrero que decía: « Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para
que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y
hacer café con leche» . Así pretendió apuntalar la memoria semántica, uno de
los sistemas de la memoria humana, y capturar al menos por un tiempo estos
significados que se le habían vuelto escurridizos.
Sobre la memoria emocional
Si el ser humano no tropieza más veces con la misma piedra es porque tiene
memoria del pie, de la piedra, del tropiezo y, sobre todo, del dolor que le produjo.
    La emoción es un proceso por el cual sentimos que algo importante para
nuestro bienestar está ocurriendo, a partir de lo que se desata un conjunto de
cambios fisiológicos y del comportamiento. La memoria emocional es la
capacidad de adquirir, almacenar y recuperar información relacionada con la
emoción. El psicólogo suizo Édouard Claparéde describe un caso que ay uda a
comprender el significado de la memoria emocional. Claparéde veía a una
mujer que había perdido la capacidad de formar nuevas memorias personales.
Una lesión cerebral le impedía recordar cualquier evento ocurrido después de la
lesión. Todas las personas que la mujer había conocido después eran olvidadas a
los instantes, y cada día Claparéde debía presentarse a su paciente sin que esta
tuviese ningún registro de haberlo visto con anterioridad. Su memoria episódica,
la relacionada con los conocimientos de hechos vividos, estaba destrozada. Un día
Claparéde pensó en implementar una nueva estrategia. Escondió un alfiler en su
mano derecha y, cuando saludó a su paciente, esta recibió un pinchazo. En la
siguiente sesión, la paciente seguía sin recordar quién era Claparéde pero había
un notable cambio: la paciente se negaba a estrechar la mano del psicólogo. Si
bien ella no recordaba el evento sucedido, otro tipo de memoria estaba actuando:
una memoria que le permitía asociar esa persona, no con un evento, sino con una
situación emocional.
    El conocimiento explícito de las situaciones depende del hipocampo mientras
que la memoria emotiva dependería de la amígdala. La paciente tenía dañado su
hipocampo pero sus amígdalas seguían activas, recolectando información
emocional. La emoción, tema que abordaremos en detalle en el próximo
capítulo, es un mecanismo adaptativo que tiene como objetivo la supervivencia
del individuo. El recuerdo, y a sea consciente o inconsciente, de situaciones
emocionalmente significativas tiene como finalidad el protegernos frente a
situaciones amenazantes. Si metimos un dedo en un enchufe y tras ello recibimos
un shock eléctrico, recordar con miedo esta situación nos protegerá de cometer
otra vez el mismo error.
    Este simple mecanismo, el de asociar un estímulo con una emoción
particular, nos permite que, frente a la presencia de ese estímulo o a cualquier
indicador del mismo, nuestro cuerpo reaccione con dicha emoción avisándonos,
de alguna manera, del peligro probable. Lo mismo ocurre con estímulos
placenteros y emociones positivas.
    Diferentes investigaciones demuestran que las mismas respuestas
emocionales se producen cuando uno experimenta directamente el estímulo
desagradable del daño, y cuando uno se enfrenta a un estímulo desagradable
observado en otros como dañino o sobre cuy o posible daño nos han informado.
    Esto hace de la memoria emocional un mecanismo eficiente: recordamos
mejor aquellas cosas que tienen un contenido emocional.
    Los ojos bien abiertos y el recuerdo de lo que nos hizo bien y lo que nos hizo
mal nos ay udan a evitar los tropiezos al saber esquivar a tiempo las piedras del
camino. Y a disfrutar del viaje, que de eso se trata andar.
Detalles de la memoria autobiográfica
Llamamos « memoria autobiográfica» a la colección de los recuerdos de
nuestra historia. La memoria autobiográfica nos permite codificar, almacenar y
recuperar sobre eventos experimentados de forma personal, con la particularidad
de que, cuando opera, tenemos la sensación de estar reviviendo el momento. Ese
componente personal le da una particularidad esencial a la memoria
autobiográfica: está definida por lo episódico, es decir, podemos asignarle un
tiempo y un espacio a cada una de nuestras memorias. Por ejemplo: muy
probablemente nos acordemos de la primera vez que conocimos el mar. Cuando
recordamos este tipo de eventos, no solo recordamos dónde fue y con quién
estábamos, también los sentimientos y las sensaciones tales como la del agua en
los pies, el ruido del mar y, de alguna manera, así las revivimos. Esto tiene
sentido porque las estructuras cerebrales que están involucradas en la memoria
autobiográfica también alimentan circuitos neurales ligados con las emociones.
    Los hechos autobiográficos con fuerte carga emocional se recuerdan más
detalladamente que los hechos rutinarios con baja implicancia emocional.
    ¿Acaso no conservamos el recuerdo de qué estábamos haciendo el 11 de
septiembre de 2001 por la mañana? Y el día siguiente, ¿también lo recordamos?
    Pero la emoción tiene un rol, además, cada vez que evocamos este tipo de
recuerdo. La forma en que recordamos un evento en particular no es muchas
veces una recopilación exacta de cómo sucedió originalmente, sino el modo en
que lo relatamos la última vez. Y si esa última vez estábamos más contentos,
seguramente hay amos cargado con esos condimentos positivos el recuerdo. Por
el contrario, si nuestro ánimo era más bien negativo, seguramente el recuerdo
tenga un tinte más pesimista. La memoria, cuando se evoca, se hace inestable,
frágil y permeable a nuestras emociones del presente.
    Recordar es en gran parte un acto creativo —y de imaginación—, y a que las
memorias se reconstruy en cuando las evocamos. La memoria autobiográfica
puede también verse afectada en diversas condiciones neurológicas y
psiquiátricas. Esto puede ser frustrante para el paciente y muy consternante para
sus familiares, que poco a poco sienten cómo esos rasgos identitarios de su ser
querido se van deteriorando.
    La memoria autobiográfica es la que nos permite, entonces, recordar no solo
los eventos, sino también revivir aquellos sentimientos asociados a esos eventos.
Si borrásemos nuestros recuerdos autobiográficos, perderíamos gran parte de lo
que somos. Al fin de cuentas, más importante que el lugar en el cual nos
hallamos es el camino que recorrimos para llegar.
    Así, el lado de Méséglise y el lado de Guermantes, para mí, están unidos a
muchos menudos acontecimientos de esa vida, que es la más rica en peripecias y
en episodios de todas las que paralelamente vivimos, de la vida intelectual. Claro
es que va progresando en nosotros insensiblemente, y el descubrimiento de las
verdades que nos la cambian de significación y de aspecto y nos abren rutas
nuevas, se prepara en nuestro interior muy lentamente, pero de modo
inconsciente; así que, para nosotros, datan del día, del minuto en que se nos
hicieron visibles. Y las flores, que entonces estaban jugando en la hierba; el agua
que corría al sol, el paisaje entero que rodeó su aparición, siguen acompañándolas
en el recuerdo con su rostro inconsciente o distraído; y ese rincón de campo, ese
trozo de jardín, no podían imaginarse cuando los estaba contemplando un niño
soñador, un transeúnte humilde. Como un memorialista confundido con la multitud
que admira a un rey, que gracias a él estaban llamados a sobrevivir hasta en lo
más efímero de sus particularidades; y, sin embargo, a ese perfume de espino que
merodea a lo largo de un seto donde pronto vendrá a sucederle el escaramujo, a
ese ruido de pasos sin eco en la arena de un paseo, a la burbuja formada en una
planta acuática por el agua del río y que estalla enseguida, mi exaltación las ha
llevado a través de muchos años sucesivos, se los ha hecho flanquear a salvo,
mientras que por alrededor los caminos se han ido borrando, han muerto las
gentes que los pisaban. Muchas veces, ese trozo de paisaje que así llega hasta mí,
se destaca tan aislado de todo lo que flota vagamente en mi pensamiento, como
una florida Délos, sin que me sea posible decir de qué país, de qué época quizá de
qué sueño, sencillamente me viene. Pero el poder pensar en el lado de
Guermantes y en el de Méséglise, se lo debo a esos yacimientos profundos de mi
suelo mental, a esos firmes terrenos en que todavía me apoyo. Como creía en las
cosas y en las personas cuando andaba por aquellos caminos, las cosas y las
personas que ellos me dieron a conocer son los únicos que tomo aún en serio y
que me dan alegría. Ya sea porque en mí se ha cegado la fe creadora, o sea
porque la realidad no se forme más que en la memoria, por ello es que las flores
que hoy me enseñan por vez primera no me parecen flores de verdad.
                       De En busca del tiempo perdido - Por el camino de Swann
                                                           MARCEL PROUST
                                                             (París, 1871-1922)
La memoria selectiva
La may oría de las personas tienen una memoria muy selectiva, y tienden a
recordar los datos o eventos relevantes a su interés, sea del trabajo o de sus
pasatiempos. Los abogados y jueces recuerdan las ley es en detalle, los heladeros
saben dónde está cada uno de los gustos aunque hay a más de cincuenta y los
médicos se saben una increíble cantidad de enfermedades aunque la may oría de
las veces los pacientes solo tengan gripe.
    Hace varios años, Eleanor A. Maguire, una prestigiosa neurocientífica
británica, investigó la memoria de los taxistas de Londres. Observó que los
taxistas contaban con una extraordinaria capacidad de memorizar mapas y
navegar en las innumerables callejuelas de Londres con gran facilidad. Tomando
como base esta investigación, comprobó que tenían más desarrollado el
hipocampo. A partir de estos estudios, en Buenos Aires, un grupo de científicos
investigamos cómo los clásicos mozos porteños recordaban tantos pedidos sin
anotar y, algo más intrigante aún, cómo hacían para servirle el pedido correcto a
la persona indicada. En ningún otro lugar del mundo un mozo hace eso. Esta
investigación nos permitió concluir, en un artículo que se publicó en el año 2008
en la revista científica Behavioural Neurology, que la respuesta a cómo hacen los
mozos para recordar y entregar eficazmente la comida y la bebida solicitada es
generar un mapa mental de personas en ubicaciones específicas y asociarlas a
los pedidos.
    Esta experiencia, que ampliaremos en el próximo apartado, permite también
responder uno de los interrogantes sobre el entrenamiento voluntario de la
memoria y sus consecuencias. La mejor manera de conservar una gran cantidad
de información a través del tiempo es reponerla periódicamente. La revisión del
material induce al cerebro a consolidar la información, fortaleciendo así la red
neuronal en el cerebro que la contiene (sobre estas estrategias de cómo mantener
la mente en forma, ampliaremos en el último capítulo del libro).
El efecto Tortoni
Hace unos años, cuando estábamos con unos amigos en el Café Tortoni de
Buenos Aires, nos preguntamos cómo era que los mozos recordaban tantos
pedidos sin anotar y cómo hacían para servirle el pedido correcto a la persona
indicada. Partiendo de la base que los mozos son expertos memoriosos, un equipo
conformado por investigadores del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO) y
del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro diseñó un experimento
que nos permitiría entender cuál es la estrategia de los mozos argentinos para
recordar tantas bebidas y comidas asociadas con las personas adecuadas. El
lugar más apropiado para realizar la experiencia fue el contexto natural en el que
se desempeñaban los mozos al utilizar su memoria de forma habitual: la cafetería
o el bar.
    Durante varias semanas, un grupo de ocho personas visitamos clásicos bares
porteños (Tortoni, London City, Británico, La Ideal, El Molino y otros). Nos
sentamos, realizamos nuestros pedidos y, cuando el mozo no nos veía, nos
cambiábamos de lugar. Una vez que el mozo volvía con lo solicitado medíamos si
cometían errores al servirnos a cada uno de nosotros. El experimento radicó en
determinar si la estrategia del mozo era servir solo a través del recuerdo de las
caras o ligar el sitio en el que estaba sentada cada persona con el correspondiente
pedido. Si era lo primero, entonces los mozos no tendrían problemas al servir el
pedido correcto a cada persona sin tener en cuenta el lugar de origen del pedido.
Si, por el contrario, la estrategia de los mozos buscaba asociar el lugar en el que
estaban sentados con el pedido, entonces los mozos servirían los pedidos en la
ubicación correcta, pero a la persona equivocada.
    Los resultados fueron casi siempre una mezcla de ambas situaciones: algunos
mozos volvían y dejaban los pedidos en el lugar de la mesa correcto (pero no a la
persona correcta) y otros mozos se los entregaban a las personas correctas, a
pesar de que estas estuvieran en otro lugar de la mesa.
    Estos hallazgos sugieren que el secreto de la memoria de los mozos residía en
recordar la asociación de la cara con el lugar. Si una de las variables se modifica,
los mozos fallan.
    Luego de varios años de entrenamiento diario, los mozos aprenden a
incorporar estos esquemas de memoria y llenarlos con los datos de cada mesa
cada vez que nuevos clientes hacen su pedido. Al cambiarse de lugar, el esquema
se rompe y esta memoria espacial de los mozos porteños y a no funciona. En
honor al clásico café de Buenos Aires donde se despertó nuestra curiosidad y
adonde realizamos parte importante del experimento, denominamos esta
investigación sobre la memoria selectiva: « efecto Tortoni» .
    Otra de las reflexiones interesantes de esta experiencia no tiene que ver
directamente con el resultado sino con el método. En general no podemos testear
cómo funciona el cerebro en el mundo real, en general hacemos pruebas en el
consultorio o el laboratorio, pero esta vez hicimos un diseño que permitió estudiar
la memoria de estos expertos en la situación concreta, el bar. Casi siempre los
psicólogos de campo (casi antropólogos) solo observan e intentan inferir cómo
funciona la mente analizando esas observaciones. Nosotros fuimos un paso más
adelante y testeamos las hipótesis controlando la situación y comparando dos
escenas, una donde nos comportamos como buenos clientes, clásicos, y pedimos
nuestras bebidas y comidas y el mozo trajo y repartió lo correcto a cada uno; y
la otra donde pedimos y nos cambiamos de lugar y el mozo volvió e hizo lo
mejor que pudo. Este paper resultó original por eso, porque modifica la forma de
hacer psicología y ciencias cognitivas de dos maneras: una es que salimos del
laboratorio para testear gente en su hábitat natural y la otra es que aun así
controlamos las cosas que queríamos cambiar para probar la hipótesis central.
El poder del olvido
El olvido es quizás el aspecto más prominente de la memoria. Podemos contar
toda nuestra infancia y adolescencia (aun siendo estas etapas en las cuales
vivimos aspectos críticos de nuestras vidas) en no más de unas horas. Aunque
durante ese tiempo hay amos aprendido a hablar, a caminar, a experimentar el
calor de nuestros padres, el amor, la tristeza y la amistad, lo olvidamos casi todo.
En el célebre cuento de Borges « Funes el memorioso» , lo que se pone en
cuestión no es tanto lo que el pobre Ireneo era capaz de recordar, sino, más bien,
lo que era incapaz de olvidar. O mejor, su imposibilidad de transformar los vastos
recuerdos en pensamiento (« Pensar» , dice el narrador, « es olvidar diferencias,
es generalizar, abstraer» ). Ireneo Funes no podía pasar por alto lo irrelevante, ni
establecer asociaciones, ni construir ideas generales de las cosas. Para los seres
humanos, poder olvidar es tan importante como poder recordar. Si nuestro
sistema nervioso no hubiese desarrollado mecanismos para evitar formar ciertas
memorias irrelevantes y para intentar olvidar algunas otras, sería difícil no
sucumbir en un estilo de vida como el de Funes.
    Algunos olvidos son intencionales, establecidos por sistemas inhibitorios en el
cerebro para suprimir memorias. En un estudio de la Universidad de Stanford, se
observó a través de neuroimágenes que cuando se pedía a los participantes que
activamente suprimieran ciertas memorias, había una gran activación de la
corteza prefrontal (la parte más anterior de nuestro cerebro) y una menor
activación del hipocampo. Estos mecanismos inhibitorios comparten estructuras
con los procesos involucrados en la inhibición de los movimientos: por ejemplo, si
vemos que una maceta está por caerse del marco de la ventana, tendemos a
intentar atraparla, pero podemos inhibir ese movimiento si nos damos cuenta de
que la planta es un cactus y nos podemos pinchar. « Otros olvidos son producidos
por nuestro cerebro por cuenta propia sin que le pidamos nada; el cerebro se
encarga de tornar inaccesible la evocación de ciertas memorias» , dice el
investigador argentino Iván Izquierdo, autor de El arte de olvidar.
    Esto no ocurre, como hemos referido, con memorias asociadas a emociones
intensas. Múltiples experimentos han demostrado que las memorias asociadas a
una carga emocional intensa logran una mejor consolidación, puesto que dichas
emociones disparan cascadas químicas y fisiológicas en nuestro organismo que
favorecen la formación de nuevas memorias. Esto último ha permitido el
desarrollo de originales líneas de investigación destinadas al tratamiento de
pacientes con estrés postraumático.
    En el cuento de Borges, Ireneo Funes le confiesa al narrador: « Mi memoria,
señor, es como un vaciadero de basuras» . En el sabio provecho del recuerdo de
ese pasado en el presente —eso que Funes el memorioso no pudo lograr— se
encuentra una de las claves de lo que los seres humanos haremos del futuro.
¿Q ué están haciendo las nuevas tecnologías con nuestro cerebro?
La tensión entre la exaltación y el pesimismo en nuestras sociedades es un
fenómeno que se realza frente a las grandes transformaciones de la cultura.
Apocalípticos e integrados, como los llamaría Umberto Eco, pugnan por
interpretar cualquier novedad de acuerdo con sus expectativas.
    La invención de Internet generó una de las grandes revoluciones de la historia
de la civilización, y a que modificó de cuajo las prácticas de sociabilidad,
comunicación y acceso a la información. La sociedad digital se extiende de
manera vertiginosa y transforma aspectos fundamentales del ser humano.
    Una de las grandes transformaciones de esta nueva realidad se da a partir de
la idea de un presente permanente y de una totalidad abarcable con solo
presionar un botón para la navegación por la web (pero podríamos ampliar a la
telefonía celular, el e-mail, el chat, el uso de redes sociales, etc.).
    Como hemos dicho, existen diferentes tipos de memoria que involucran
diferentes áreas cerebrales, siendo el lóbulo frontal el principal motor de
búsqueda de nuestro cerebro. Asimismo, esta área del cerebro se asocia con la
memoria de trabajo, es decir, con esta capacidad de mantener la información en
la mente disponible para su manipulación. El lóbulo frontal es también
fundamental para la capacidad de realizar diversas tareas simultáneamente
manteniendo en la mente una meta principal y de orden superior. Además, esta
área del cerebro está relacionada con nuestra atención, es decir, con la
capacidad de focalizar en cierta información a expensas de otra, de cambiar de
una a otra o de atender (alternadamente) a dos fuentes de información al mismo
tiempo.
    Vale preguntarnos entonces qué cambios precisará nuestro cerebro en
constante adaptación a partir de que nos enfrentamos a esta nueva manera de
procesar la información. Esta situación que promueve el acceso de la
información de manera absolutamente distinta a como resultaba hace cincuenta
años también moviliza a reflexionar hasta qué punto nuestro cerebro puede
sostener esa estimulación operativa y esas tareas múltiples. No es casualidad que
sea entonces el lóbulo frontal el área que ha ganado más espacio en nuestra
evolución.
    Es importante tener en cuenta que cierta sobreexigencia puede derivar, sobre
todo cuando el cerebro está en desarrollo, en un trastorno compulsivo. La persona
que transita largas sesiones conectada en detrimento de otras actividades, con
necesidad imperiosa de conectarse y gran malestar si no puede, con dificultades
para autolimitarse y con efectos nocivos en su estado de ánimo (usualmente
depresión y ansiedad), tiene los síntomas más frecuentes de este trastorno
adictivo.
    Esto no significa que los usos normales de estas tecnologías lleven a esta
condición, sino que, por lo general, quienes la padecen son personas que
presentan una neurobiología particular que los hace más vulnerables a caer en
estas conductas compulsivas.
    Borges (otra vez Borges) describió en uno de sus relatos a la de Babel como
una biblioteca total e interminable, con una naturaleza informe y caótica, pero
que a través de ella el universo estaba justificado, que con ella el universo había
usurpado bruscamente las dimensiones ilimitadas de la esperanza. Muchos
ley eron esto como una alegoría anticipatoria de Internet. Parece ser que
también, cuando se trata de nuevas tecnologías y neurociencias, se debe invocar
al maestro.
El efecto Google
Desde hace un tiempo los titulares del mundo se hicieron eco de supuestos
efectos amnésicos de Internet, como si Google fuera una maldición en el
hipocampo. Como una extraña paradoja, supimos de esto a través de esa misma
tecnología acusada de ser promotora de la holgazanería de nuestro cerebro.
Podemos referirnos, como ejemplo, a una nota publicada por la columna
periódica que escribe Mario Vargas Llosa para el diario La Nación de Buenos
Aires. La columna es del sábado 6 de agosto de 2011 y se titula: « Más
información, menos conocimiento» . Como se ve, la hipótesis es muy clara y
contundente desde el título, y con buen tino hace prever el tema que tratará y su
desarrollo argumentativo. En el último párrafo de la columna, el premio Nobel
peruano dice: « Yo carezco de los conocimientos neurológicos y de informática
para juzgar hasta qué punto son confiables las pruebas y experimentos que
describe en su libro» [se refiere a Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con
nuestras mentes?, de Nicholas Carr]. Atendiendo a estas salvedades explicitadas
por Vargas Llosa, creemos conveniente poder aportar información sobre ciertas
investigaciones que se están realizando desde la neurobiología y, de esta manera,
complementar las apreciaciones realizadas.
     Lo que sugieren los estudios apocalípticos sobre Internet citados en el artículo
es que los procesos de la memoria humana se están adaptando a la llegada de
nuevas formas de tecnología y comunicación. Y que esta adaptación es
perniciosa para el cerebro porque lo libera de un entrenamiento necesario para
su buena salud: « Cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos
seremos» , dice Vargas Llosa sintetizando estas posturas. Debemos recordar que,
para nuestra evolución, este proceso adaptativo no es novedoso y a que, por
ejemplo, hemos aprendido desde tiempos remotos que cuando no sabemos algo
podemos preguntarle a otra persona que sí lo sabe o, muchos siglos más acá,
consultar documentos escritos o bibliotecas para transformar la duda en una
certeza. En este caso que refiere Vargas Llosa estamos aprendiendo qué es lo que
la computadora sabe y cuándo debemos acceder a su conocimiento para
asistirnos en nuestro propio recuerdo.
     En otras circunstancias y a se dio de igual modo la preocupación por las
novedades tecnológicas ligadas a la información y el impacto en nuestra mente.
Sin embargo, el ser humano aún goza de buena salud. Estos procesos críticos nos
permiten, más bien, dar cuenta de un aspecto fundamental de nuestra
conformación biológica: la naturaleza limitada de la propia memoria. Como todo
bien limitado, actuamos en consecuencia protegiéndolo y utilizándolo con un
sentido de la oportunidad. Si aprendemos que la capacidad para acceder a un
dato está tan solo a una búsqueda en Google de distancia, decidimos entonces no
destinar nuestros recursos cognitivos a recordar la información, sino a cómo
acceder a la misma.
     A diferencia de lo que plantea Vargas Llosa en su artículo (que la inteligencia
artificial « soborna y sensualiza a nuestros órganos pensantes, los que se van
volviendo, de manera paulatina, dependientes de aquellas herramientas, y, por
fin, sus esclavos» , por ejemplo), buscar instintivamente la información en
Google es un impulso sano. Todos hemos utilizado Google para bucear en
recuerdos vagos o corregir algún dato inexacto. Sobre este último punto, muchas
veces también se desestima la autoridad de los datos extraídos de Internet y a que
no es el lugar más confiable para precisiones y exactitudes. ¿Y quién puede decir
que sí lo es nuestra memoria? Cuando uno experimenta algo, el recuerdo es
inestable durante algunas horas, hasta que se fija por la síntesis de proteínas que
estabilizan las conexiones sinápticas entre neuronas. La próxima vez que el
estímulo recorra esas vías cerebrales, la estabilización de las conexiones
permitirá que la memoria se active. Cuando uno tiene un recuerdo almacenado
en su cerebro y se expone a un estímulo que se relaciona con aquel evento, va a
reactivar el recuerdo y a volverlo inestable nuevamente por un período corto de
tiempo, para volver a guardarlo luego y fijarlo nuevamente en un proceso
llamado « reconsolidación de la memoria» . La evidencia científica indica que
cada vez que recuperamos una memoria de un hecho, esta se hace inestable
permitiendo la incorporación de nueva información. Cuando almacenamos
nuevamente esta memoria como una nueva memoria, contiene información
adicional al evento original. En otras palabras, muchas veces aquello que nosotros
recordamos no es el acontecimiento exactamente cual fue en realidad, sino la
forma en que fue recordado la última vez que lo trajimos a memoria.
    El uso de la web como un banco de la memoria es virtuoso. Nos ahorramos
espacio en el disco duro para lo que importa y, en todo caso, al entender a
Internet como una red, nos trae a cuenta una información variada, un conjunto
de voces frente a las cuales el usuario es soberano. Si un hecho almacenado en
forma externa fuese el mismo que un hecho almacenado en nuestra mente,
entonces la pérdida de la memoria interna no importaría mucho. Pero el
almacenamiento externo y la memoria biológica no son la misma cosa. Cuando
formamos, o consolidamos, una memoria personal, también formamos
asociaciones entre esa memoria y otros recuerdos que son únicos para nosotros y
también indispensables para el desarrollo del conocimiento profundo, es decir, el
conocimiento conceptual. Las asociaciones, por otra parte, continúan cambiando
con el tiempo, a medida que aprendemos más y experimentamos más. La
esencia de la memoria personal no son los hechos discretos o experiencias que
guardamos en nuestra mente, sino la cohesión que une a todos los hechos y
experiencias.
    No existe ninguna evidencia científica de que las nuevas tecnologías estén
atrofiando nuestra corteza cerebral. Lo que sí podemos aseverar es que fue esa
misma tecnología la que nos permitió estudiar el cerebro in vivo a través de, por
ejemplo, la resonancia magnética funcional, y, con ella, conocer más del
cerebro en las últimas décadas que en toda la historia de la humanidad. Estas
investigaciones nos hicieron posible, además, precisar y tratar ciertas
enfermedades neurológicas inabordables hasta hace poco tiempo.
    En el clásico Fedro de Platón se cuenta el diálogo que mantuvieron el rey
Tamo y Theuth sobre la invención de la escritura. Theuth está exultante por esta
novedad que, dice, servirá para aliviar la memoria y ay udar a las dificultades de
aprender. El Rey lo refuta diciendo que la escritura « solo producirá el olvido,
pues les hará descuidar la memoria; y filiándose en ese extraño auxilio, dejarán
a los caracteres materiales el cuidado de reproducir sus recuerdos cuando en el
espíritu se hay an borrado» . Tampoco la escritura, dice el Rey, será un buen
instrumento de las personas para el conocimiento, « pues cuando hay an
aprendido muchas cosas sin maestro, se creerán bastante sabios, no siendo en su
may oría sino unos ignorantes presuntuosos» . Aquellos argumentos que hace
miles de años justificaban el malestar sobre la escritura, hoy se reiteran con una
similitud sorprendente para Internet habiendo virado hacia el lado del bien eso
otrora maldito.
    Como no lo hicieron la escritura artesanal ni la imprenta, Internet no corroerá
los mecanismos eficaces de pensamiento y a que las virtudes de la interacción
social siguen siendo centrales para comprender. En un experimento realizado por
Patricia Kuhl y colaboradores en Estados Unidos, tres grupos de niños que se
criaron escuchando exclusivamente inglés fueron entrenados: un grupo
interactuaba con un hablante del idioma chino en vivo; un segundo grupo veía
películas del mismo hablante; y el tercer grupo solo lo escuchaba a través de
auriculares. El tiempo de exposición y el contenido fueron idénticos en los tres
grupos. Después del entrenamiento, el grupo de niños expuesto a la persona china
en vivo supo distinguir entre dos sonidos con un rendimiento similar al de un niño
nativo chino. Los niños que habían estado expuestos al idioma chino a través del
video o de sonidos grabados no aprendieron a distinguir sonidos, y su rendimiento
fue similar al de niños que no habían recibido entrenamiento alguno. Esto indica
que la clave del conocimiento, la memoria y el desarrollo de la especie sigue
siendo no lo que el individuo hace consigo mismo ni con la tecnología sino el
puente que construy e con sus semejantes.
    Mario Vargas Llosa dice que después de leer de un tirón Superficiales de
Nicholas Carr quedó fascinado, asustado y entristecido. Una respuesta desde la
neurobiología quizás pueda morigerar esa apesadumbrada sensación. Otra, desde
la intuición. En general, las personas siguen conversando sobre sus cosas además
de escribir y leer atentamente, y también usan cotidianamente Internet. De
hecho no sería extraño ver en un mismo bar de una ciudad como Buenos Aires a
dos viejos amigos que conversan efusivamente de la vida, mientras en otra mesa
un profesional termina un proy ecto en su computadora personal y, en otra, una
persona de cualquier edad está encantada ley endo un libro del propio Vargas
Llosa.
Los recuerdos indeseados
Todos pasamos, en menor o may or medida, por instancias dolorosas en nuestras
vidas. Eso, irremediablemente, genera recuerdos difíciles que se almacenan en
nuestra mente. La may oría de nosotros somos capaces de convivir con estas
memorias, pero algunas personas que experimentaron traumas súbitos o que han
sufrido situaciones de maltrato emocional sostenido durante momentos
tempranos de sus vidas pueden llegar a sufrir en forma prolongada como
consecuencia de esas vivencias. Dolencias como el trastorno de estrés
postraumático, en el primer caso, o la depresión, en el segundo caso, tienen que
ver con esas experiencias y, por lo tanto, con el modo en que nuestra memoria
alberga los recuerdos emocionales.
     Como hemos visto, el trabajo de los neurocientíficos permite comprender
cómo se forman las memorias en diferentes etapas y esas investigaciones son
relevantes para entender las afecciones emocionales y su tratamiento. Sabemos
que la conformación inicial de un recuerdo depende del proceso de consolidación
de la memoria. Esto es, cada vez que se forma un recuerdo, el cerebro empieza
a convertir una memoria temporal en una memoria a largo plazo con el fin de
utilizar esa memoria en algún momento en el futuro. Es conveniente reiterar
estos procesos.
     La evidencia científica indica que cada vez que recuperamos una memoria
de un hecho, esta se hace inestable permitiendo la incorporación de nueva
información. Cuando almacenamos nuevamente esta memoria como una nueva
memoria, contiene información adicional al evento original. Esas nuevas
instancias permiten abrir ventanas para cambiar la manera en que un recuerdo
traumático está conformado y las reacciones emocionales que lo acompañan.
Por ejemplo, cuando un paciente que sufre un trastorno de estrés postraumático
evoca, con ay uda de un terapeuta y en un contexto seguro, los recuerdos de la
situación vivida, para poder atenuar progresivamente las reacciones emocionales
intensas que acompañan el recuerdo, está trabajando sobre la reconsolidación de
esa memoria. O cuando un paciente con una depresión puede modificar en la
psicoterapia el modo en que interpreta ciertos eventos de su vida, al cambiar los
significados atribuidos, está agregando información adicional o diferente a la que
estaba y a almacenada y que realimentaba el sufrimiento una y otra vez.
     Evocar nuestros recuerdos perturbadores y revisarlos de un modo sistemático
es uno de los tantos modos en que nuestro cerebro puede cambiarse a sí mismo.
Las capacidades excepcionales del cerebro y la memoria humana nos permiten
trasladar cierto sufrimiento vivido desde un perturbador y continuo presente a un
pasado simple que, en lugar de doler, nos sirva para ser más sabios en el futuro.
    Yace Cósimo Schmitz muerto, y quince días después el Tribunal hace la
declaración rehabilitante siguiente:
    «Un conjunto de fatalidades sutilísimas que ha obnubilado la mente de este
tribunal lo ha incurso en un fatal error sumamente lacerante. El infeliz Cósimo
Schmitz era un espíritu inquietísimo y afanoso de probar toda novedad mecánica,
química, terapéutica, psicológica que se da en el mundo; y así fue que un día se
hizo tratar, hace quince años, por el aventurero y un tiempo celebrado sabio
Jonatan Demetrius, que, no obstante su cinismo, efectivamente había hecho un
gran descubrimiento en histología y fisiología cerebral y lograba realmente, por
una operación de su creación, cambiar el pasado de las personas que estuviesen
desconformes con el propio.
    »A su consultorio cayó el ávido de novedades Cósimo Schmitz, infeliz; protestó
de su pasado vacío y rogó a Demetrius que le diera un pasado de filibustero de lo
más audaz y siniestro, pues durante cuarenta años se había levantado todos los
días a la misma hora en la misma casa, hecho todos los días lo mismo y
acostándose todas las noches a igual hora, por lo que estaba enfermo de
monotonía total del pasado.
    »Desde allí salió operado con la conciencia añadida, intercalada a sus
vaguedades de recuerdo, de haber sido el asesino de toda su familia, lo que lo
divirtió mucho durante algunos años pero después se le tornó atormentador.
Cumple al tribunal en este punto manifestar que la familia de Cósimo Schmitz
existe, sana, íntegra, pero que huyó colectivamente atemorizada por ciertas señas
de vesania en Schmitz, ocurriendo esto en una lejana llanura de Alaska; de allí
provino a este tribunal la información de un asesinato múltiple que no existió
jamás.
    »Confiesa, pues, el tribunal, que si Cósimo Schmitz fue un total equivocado en
sus aventuras quirúrgicas, más lo ha sido el tribunal en la investigación y sentencia
del terrible e inexistente delito que él confesaba».
    Pobre Cósimo Schmitz, pobre el Tribunal de Alta Caledonia.
                                                 De Cirugía psíquica de extirpación
                                                    MACEDONIO FERNÁNDEZ
                                                        (Buenos Aires, 1874-1952)
Sobre los déficits de memoria
Cualquier caracterización de los problemas de memoria debe hacerse con
precaución y a que se deben tener en cuenta no solo los criterios de contenido
(qué se está olvidando) sino también criterios evolutivos (el comienzo y curso),
anatómicos y etiológicos (cuáles son sus causas).
    Al llegar un paciente a la consulta de un médico, a este último le resulta
fundamental identificar también el contexto cognitivo, es decir, qué otras áreas
están afectadas: cuando los olvidos son la queja primaria, se debe reconocer si la
memoria es el único aspecto de la cognición que está afectado o si los problemas
de memoria son solo los más salientes o fáciles de identificar de un espectro más
amplio de problemas. Es común en la práctica clínica que pacientes se quejen de
tener dificultades de memoria pero en realidad los déficits son más generales o
involucran otros dominios cognitivos (por ejemplo, anomia, trastornos del estado
de ánimo o, como hemos visto, alteraciones de la atención).
    Los criterios evolutivos de la enfermedad son también importantes para la
etiología de la amnesia. Es útil detectar si hay variación a lo largo del día o una
sensación de fluctuación de la severidad del déficit. Además, pacientes con
disfunción ejecutiva pueden tener un rendimiento inconsistente en pruebas de
memoria. Es posible caracterizar los síndromes amnésicos como de comienzo
rápido o gradual y usar esta dicotomía en el diagnóstico diferencial. Sin embargo,
determinar el comienzo de la evolución de la enfermedad puede ser difícil,
especialmente en ausencia de alguien que nos provea un relato confiable.
Sobre la amnesia
La amnesia es un síndrome caracterizado por dificultades para el aprendizaje de
nuevo material y para la evocación de eventos pasados a pesar de existir una
habilidad intelectual global preservada. El síntoma característico de la amnesia es
el olvido, el cual puede afectar la capacidad de realizar nuevos aprendizajes
(amnesia anterógrada) o la capacidad de evocar el material aprendido previo a
la injuria cerebral (amnesia retrógrada).
     La amnesia anterógrada ha sido descripta como una condición producida tras
el daño de los hipocampos. La función de esta área cerebral en la capacidad de
realizar nuevos aprendizajes queda expuesta a partir de la descripción del caso de
un paciente. HM era un joven con una epilepsia temporal desde los 9 años, la
cual no mejoraba a partir del tratamiento farmacológico. Para mejorar sus crisis
epilépticas, el paciente fue sometido a una operación para la resección bilateral
de sus hipocampos. Tras esta operación, HM perdió la capacidad de formar
nuevas memorias personales más allá de que el resto de sus funciones cognitivas
estaban conservadas. Así, todas las personas que HM había conocido después de
dicha lesión eran olvidadas al instante y cada día sus terapeutas debían
presentarse a su paciente sin que este tuviese ningún registro de haberlo visto con
anterioridad. Posteriormente, y con el estudio de otros casos similares al de HM,
la relación entre la capacidad de realizar nuevos aprendizajes y esta estructura
cerebral llamada « hipocampo» quedó establecida.
     Lamentablemente, el hipocampo puede ser afectado por diversas razones.
Dado que las células hipocámpicas son muy frágiles y sensibles a la falta de
oxígeno, todas las lesiones relacionadas con deficiencia de oxígeno arterial
pueden presentar síndromes amnésicos tipo hipocámpicos: paros cardíacos,
problemas respiratorios, intoxicación por dióxido de carbono, etc. Además, como
ampliaremos, el hipocampo es la estructura por excelencia asociada a la
enfermedad de Alzheimer.
     Otro síndrome que presenta características similares a la amnesia
hipocámpica es la amnesia global transitoria, la cual suele ocurrir en pacientes
entre los 60 y 70 años. El paciente desarrolla repentinamente una amnesia
anterógrada brusca siendo incapaz de retener cualquier información nueva por
más de unos escasos segundos. Esta amnesia anterógrada es acompañada por
una amnesia retrógrada variable respecto de los hechos ocurridos durante las
últimas semanas, meses e incluso años. Los pacientes se presentan desorientados
y repiten continuamente las mismas preguntas aunque no tienen problemas de
atención, de conciencia ni de lenguaje. Después de unas pocas horas, la habilidad
para almacenar nuevos datos se recupera y la amnesia retrógrada disminuy e
hasta que solo persiste una laguna amnésica que abarca el tiempo en que duró el
episodio. El pronóstico general es excelente y la causa de este trastorno se
desconoce aunque ha sido asociada a la migraña.
    Los traumatismos de cráneo también pueden generar un estado similar a la
amnesia global transitoria pero en general la amnesia retrógrada es muy limitada
y otras capacidades intelectuales suelen también afectarse.
    Con respecto a la amnesia retrógrada —la incapacidad de recordar sucesos
previos a la injuria cerebral—, es mucho menos lo que puede decirse dado que
es muy rara (aunque ha sido descripta tras daño en la corteza temporal
anterolateral o de los lóbulos frontales). Algunos estudios clínicos han mostrado
que ciertos traumatismos de cráneo pueden producir amnesia retrógrada
profunda de los eventos que se vivieron unas horas o días antes del trauma.
El olvido sano y el olvido patológico
En los consultorios neurológicos es muy común escuchar a pacientes adultos que
preguntan si un episodio de olvido que les ocurrió en los últimos días es normal o,
más bien, se trata de uno de los primeros síntomas de una enfermedad mental
que tarde o temprano perjudicará drástica y fatalmente la memoria.
    El proceso de envejecimiento normal se caracteriza por cierto grado de
declive natural de algunas funciones cognitivas tales como la memoria, las
habilidades visuoespaciales y la velocidad de procesamiento de la información.
Pero no toda afectación de la memoria indica el preludio de una demencia. La
may oría de los cambios normales que ocurren en la memoria como
consecuencia del envejecimiento no interfieren con nuestras actividades diarias
ni con nuestra calidad de vida. La pérdida de memoria sí debe volverse
preocupante cuando, de manifestarse en episodios aislados, se transforma en una
traba para nuestras tareas cotidianas, nuestra vida familiar o nuestra actividad
laboral (y a ampliaremos esto en próximas páginas).
    Un factor esencial que debemos tener en cuenta para determinar si una
pérdida de memoria es normal o no es la frecuencia con la cual ocurren los
olvidos. Puede ser normal olvidarse alguna vez de un turno médico que
solicitamos semanas atrás, pero no olvidarse varios días de buscar a nuestro hijo
a la escuela. Es importante tener en cuenta también que los problemas de
memoria suelen ir acompañados de dificultades para orientarse en el tiempo o en
el espacio. Seguramente, a todos nos ha pasado alguna vez no saber si es
miércoles o jueves, o si es 12 o 13 de noviembre, lo cual no es inquietante. Lo
que se consideraría preocupante es olvidar el mes o el año en que estamos.
Asimismo, resulta normal equivocar el camino cuando estamos y endo por
primera vez a visitar un lugar desconocido, sin embargo sería inquietante
desorientarse en el barrio en el cual hemos vivido desde la infancia.
    En aquellas personas que no presentan un proceso de desmemoria patológico,
los olvidos suelen abarcar detalles irrelevantes o de poca importancia y no la
totalidad de los eventos que se quieren recordar. Esto significa, por ejemplo, que
tales personas no pueden recordar el nombre de un actor o de un suceso
específico dentro de la trama de la película que fueron a ver en un pasado
próximo pero sí pueden recordar que fueron al cine y con quién. También es
normal que, a medida que avanza la edad, las personas may ores necesiten más
tiempo para recordar ciertos eventos o sucesos pero, si se les diera el tiempo
necesario y no se les presionara por una respuesta, seguramente podrían
recordar los mismos. Sin embargo, cuando la pérdida de memoria excede lo
esperable, la información se ha perdido y no aparece por más que le demos a la
persona más tiempo para recordar.
    Asimismo, cuando los problemas de memoria no son serios, los pacientes
suelen ser conscientes de los mismos: suelen quejarse de sus trastornos de
memoria pero sus familiares o acompañantes no los consideran importantes. Por
el contrario, cuando el paciente no reconoce o niega sus dificultades de memoria,
mientras que la familia las nota y las considera significativas, estamos frente a
una probable señal de que los trastornos de memoria son más serios.
    ¿Cuál podríamos establecer como la medida justa que trazaría la frontera
entre lo que debe considerarse normal y no normal en el olvido? Como en
muchos órdenes de la vida, cada uno resulta ser la medida de sí mismo. Esto
quiere decir que la evidencia más importante de control o alarma a tener en
cuenta para medir el grado de normalidad del olvido resulta de la regularidad o
de una clara disminución de la memoria presente comparada a cómo era unos
meses o años atrás.
Sobre la vejez, el olvido y la sabiduría
¿Qué hay de cierto en el dicho popular que dice « el diablo sabe más por viejo
que por diablo» ? El « envejecimiento cerebral normal» o « saludable» es una
expresión que se utiliza para describir los cambios naturales que ocurren en
ausencia de enfermedad, y que no se realizan súbitamente a partir de un
momento dado (por ejemplo, cuando nos jubilamos), sino como resultado del
continuo desarrollo que experimentamos los seres humanos a través del tiempo
que pasa.
     Los cambios principales se dan como una disminución leve en algunas
esferas de la cognición a partir, incluso, de la segunda década de vida,
especialmente en áreas como la memoria y la velocidad de procesamiento. Pero
esto que podría significar una condición con valor negativo, viene acompañado
por la cualidad positiva de la experiencia y el conocimiento general, que se
incrementa con la edad y compensa muchas de las pérdidas en otras áreas
cognitivas. Por ejemplo, las personas may ores pueden tardar más en resolver un
crucigrama que una persona joven, pero es probable que su tasa de respuestas
correctas sea may or. En síntesis, la habilidad mental que mejora con los años es
la sabiduría.
     Hoy sabemos que si no hay una enfermedad específica que destruy a
neuronas, la may or parte de ellas permanecen saludables hasta la muerte.
Distintas actividades alcanzan su natural pico máximo a diferentes edades. Las
gimnastas femeninas, por caso, parecen arribar a su may or rendimiento en la
pubertad. Pero no debe resultar sorprendente que muchos de los grandes hitos
que marcaron la historia cultural y política de la sociedad hay an sido generados
por líderes, intelectuales y artistas en sus etapas más tardías: José Saramago
publicó El Evangelio según Jesucristo cuando tenía cerca de 70 años de edad,
Mao Tse Tung impulsó la Revolución China cuando y a había superado los 70 años
y Pablo Casals compuso e interpretó su « Himno de la paz» cuando tenía 94
años, entre tantísimos otros casos.
     Para intentar dilucidar por qué nuestra mente se lentifica con el paso del
tiempo, investigadores de la Universidad de Harvard utilizaron neuroimágenes
para observar el cerebro de adultos sanos de entre 18 y 93 años. Encontraron
que, a medida que pasaban los años, había una pérdida de las conexiones entre
distintas estructuras cerebrales. Para muchos autores, esto constituy e parte del
proceso conocido como « olvido» . Pero el olvido, como indicamos en un
apartado anterior, no siempre es pernicioso sino, muchas veces, por el contrario,
puede resultar benéfico. Asimismo, estudios recientes han demostrado que
incluso a los 70 años hay aún generación de nuevas neuronas, lo cual permitiría
producir nuevas conexiones que posibilitan nuevos aprendizajes.
     Es por ello, quizás, que se ha observado una asociación entre un alto nivel de
educación, ocupación y actividades placenteras (viajar, salir con amigos, etc.) y
una disminución de la incidencia del riesgo para desarrollar demencia. El
envejecimiento normal del cerebro, entonces, podría ser simplemente un
proceso de optimización por el cual nos aseguramos que se conserven las
reservas cognitivas necesarias para un buen funcionamiento. Es así que una
reformulación posible del dicho popular referido al comienzo podría ser que el
sabio, sea dios o diablo, lo es por viejo.
                                         *
    —Fue cuando el cometa estuvo a punto de barrer la tierra con su cola de
fuego.
    De allí solía arrancar. Él decía yuja-ratá, con lo que la intraducible expresión
fuego-del-cielo designaba al cometa y aludía a las fuerzas cosmogónicas que lo
habían desencadenado, a la idea de la destrucción del mundo, según el Génesis de
los guaraníes.
    Me acuerdo del monstruoso Halley, del espanto de mis cinco años,
conmovidos de raíz por la amenazadora presencia de esa víbora-perro que se iba
a tragar al mundo. Me acuerdo de eso, pero el relato de Macario me lo hacía
remontar a un remoto pasado.
    A él no le interesaba el cometa sino en relación con la historia del sobrino
leproso. La contaba cambiándola un poco cada vez. Superponía los hechos,
trocaba nombres, fechas, lugares, como quizás lo esté haciendo yo ahora sin
darme cuenta, pues mi incertidumbre es mayor que la de aquel viejo chocho, que
por lo menos era puro.
                                                             De Hijo de hombre
                                                        AUGUSTO ROA BASTOS
                                                          (Asunción, 1917-2005)
El tiempo que pasa
Dijimos que la velocidad de procesamiento, la capacidad de manipular
información y los nuevos aprendizajes son algunas de las habilidades que sufren
una declinación con el paso del tiempo. Más lentamente lo hacen los
conocimientos generales, el vocabulario y el conocimiento semántico. Pero
existen otras funciones cognitivas tales como el procesamiento emocional, la
capacidad para ponerse en el lugar del otro y la capacidad de atribuir estados
mentales a otros individuos (o « Teoría de la mente» , que detallaremos en el
próximo capítulo), que se mantienen intactas con el correr del tiempo.
    Con respecto a la memoria, es importante destacar que no todos los tipos de
memoria se afectan de la misma manera a medida que avanza la edad. La
memoria que implica la adquisición y almacenamiento de nueva información,
aquella memoria más reciente, puede afectarse a medida que envejecemos.
Mucho menos frecuente es, en cambio, que se afecte la memoria remota, es
decir, la capacidad de recordar cosas que vivimos hace mucho tiempo. De esta
manera es típico escuchar a una persona de edad avanzada decir que mientras
que le es difícil recordar qué comió la noche anterior, puede recordar a la
perfección sus vacaciones de cuando era niño.
    De igual forma la memoria procedural, aquella memoria que, como dijimos,
precisamos para la realización de actos motores aprendidos y automatizados
suele ser resistente al deterioro. Tampoco suelen perderse, en el envejecimiento
normal, aquellas memorias relacionadas con los conocimientos generales como
puede ser recordar cuál es la capital de Inglaterra o saber que un león es un
felino (memoria semántica).
    Que algunos tipos de memoria se afecten más que otras se debe a varias
razones, entre otras a la labilidad de las estructuras neurales que la soportan. Así,
el hipocampo (recordemos que es fundamental para los aprendizajes nuevos)
suele ser sensible al paso del tiempo y es por esta razón que dicha memoria suele
afectarse cuando envejecemos.
    La vejez no necesariamente está acompañada de deterioro cognitivo e
intelectual. Si bien es cierto que existe un gran número de personas may ores que
presenta deterioro en sus funciones intelectuales, también es cierto que gran
cantidad de personas may ores, no. Es por eso que comienzan a investigarse
aquellos factores que protegen y retardan el deterioro cognitivo y aquellos que lo
predisponen. Como y a anticipamos, este punto específico sobre algunas
estrategias para la conservación de un cerebro en forma lo abordaremos en el
último capítulo del libro.
Preguntas y respuestas sobre la enfermedad de Alzheimer
¿Qué es la enfermedad de Alzheimer?
   El Alzheimer es una enfermedad progresiva e irreversible que ataca al
cerebro y lentamente afecta la memoria, la identidad y la conducta con un
impacto en el funcionamiento social y ocupacional. La enfermedad de
Alzheimer no es parte del envejecimiento normal. Se estima que
aproximadamente afecta a más de 450 000 personas en la Argentina y produce
gran estrés en la familia.
¿Cuáles son los síntomas más comunes? ¿Cuánto es su duración?
   Se caracteriza, en su forma típica, por una pérdida progresiva de la memoria
y de otras capacidades mentales, a medida que las células nerviosas (neuronas)
mueren y diferentes zonas del cerebro se atrofian. La duración de la enfermedad
suele variar mucho de un paciente a otro, y tiene consecuencias médicas y
sociales debido al elevado costo económico y, fundamentalmente, humano.
¿Cuáles son los tratamientos?
   Aún no existe cura para la enfermedad. Sin embargo, la combinación de
fármacos adecuados, terapia ocupacional y estimulación cognitiva puede
retrasar la progresión de los síntomas. Otro elemento muy importante para tener
en cuenta es el manejo del estrés de los cuidadores y familiares. El estrés en el
cuidador es considerable, y a que puede causar depresión, ansiedad, pérdida de la
independencia personal y problemas económicos. Existe un amplio optimismo de
que nuevos avances importantes en el tratamiento del Alzheimer estén en un
horizonte cercano. Muchos tratamientos posibles para la enfermedad de
Alzheimer se están investigando en los laboratorios y probando en ensay os
clínicos.
¿Cuáles son los genes que, hasta ahora, estarían implicados en el desarrollo del
Alzheimer?
    En relación a los factores genéticos asociados con la enfermedad de
Alzheimer, es importante tener claros tres conceptos importantes:
         1. no hay un único gen para la enfermedad de Alzheimer;
         2. los factores genéticos son responsables de la enfermedad solo en un
            muy pequeño número de familias (entre el 1% y el 5% de los casos)
            que presentan la enfermedad en etapas jóvenes de la vida (antes de
            los 65 años);
         3. en la may oría de los casos la enfermedad tiene algún componente
            genético, pero los factores hereditarios no explican por qué algunos
            desarrollan la enfermedad mientras otros no.
    La may oría de las personas con enfermedad de Alzheimer no posee un
riesgo genético identificable.
¿Hay relación con los males cardiovasculares?
   Lo que es malo para el corazón, también lo es para el cerebro. Hay una
considerable evidencia epidemiológica que relaciona los factores de riesgo
vascular con la enfermedad de Alzheimer. En realidad, muchos de los factores
de riesgo para las enfermedades cardiovasculares elevan el riesgo de padecer
Alzheimer, así como otras demencias.
¿Hay relación con la dieta, con el hacer (o no) ejercicio, con la diabetes, con la
obesidad?
     La idea de desarrollar estrategias de prevención para la enfermedad de
Alzheimer es resultado directo de lo que los investigadores han aprendido en los
últimos años sobre los factores de riesgo, epidemiología e interacciones genéticas
y ambientales. Al momento, no estamos seguros de las causas que conducen a la
demencia. Esto significa que es difícil estar seguros de qué se puede hacer para
prevenirla. Sin embargo, hay evidencias que parecen indicar que una dieta y un
estilo de vida sanos pueden protegernos. En particular, no fumar, hacer ejercicio
regularmente, evitar comidas grasas y mantenerse mentalmente activo en la
vejez, puede ay udar a prevenirnos de desarrollar una demencia vascular o la
enfermedad de Alzheimer. Todo esto porque cada vez es más abrumadora la
evidencia epidemiológica de que los factores de riesgo vascular (diabetes,
hipertensión arterial, dislipemias, dietas ricas en grasas, tabaquismo, etc.) y otros
como la intoxicación crónica leve por metales como el cobre, favorecen también
el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer en las personas genéticamente
predispuestas.
    Muchos de esos factores son controlables mediante la dieta, el mantenimiento
de un peso corporal adecuado y algunos medicamentos, lo que incrementa su
importancia epidemiológica. Lo mismo puede decirse de la llamada « reserva
cognitiva» . Los sujetos con may or capacidad cognitiva natural y adquirida
(cociente intelectual, cultura, estudios académicos, participación en actividades
intelectuales y de esparcimiento como juegos de mesa, desafíos lógicos, etc.)
presentan la enfermedad más tarde que los sujetos con menor reserva cognitiva,
a igual cantidad de lesiones histopatológicas cerebrales típicas de la enfermedad
de Alzheimer presentes en sus cerebros. Dos personas pueden tener la misma
cantidad de estas lesiones, pero una de ellas puede mostrarse mucho más
demenciada que la otra. La idea que hay detrás de la reserva cognitiva es que el
cerebro intenta compensar activamente a la histopatología. Las personas pueden,
por ejemplo, compensarse mejor mediante la utilización de redes cerebrales
alternativas, o más eficientes, pudiendo funcionar con más normalidad pese a su
histopatología.
Además del Alzheimer, ¿hay otras demencias neurodegenerativas?
   La enfermedad de Alzheimer es la más común de las demencias
neurodegenerativas pero existen varios tipos de demencia. Algunos de los más
comunes tipos de demencia, además del Alzheimer, son:
            demencia vascular,
            demencia por cuerpos de Lewy
            y demencia fronto-temporal.
¿Puede ser que en algún momento se confunda Alzheimer con el envejecimiento
normal del cerebro?
    Envejecimiento no es sinónimo de Alzheimer. Muchos piensan que con la
edad uno inevitablemente desarrolla deterioro de sus facultades intelectuales. Si
esto fuera así todas las personas que llegan a los 100 años tendrían Alzheimer. Sin
embargo, diversos estudios con personas de 100 años demuestran que muchos de
ellos no tienen una enfermedad degenerativa. Por otra parte existe evidencia de
personas con estudios post mortem de su cerebro, en los que se encontraron
placas y ovillos, los marcadores biológicos del Alzheimer, que no habían
desarrollado las manifestaciones clínicas de la enfermedad. Estos son casos de
una mente intacta dentro de un cerebro con Alzheimer. Existen datos de que
individuos con may or educación, más activos mentalmente, con may ores
actividades sociales y actividades recreativas tienen menos riesgo de padecer
Alzheimer (ampliaremos este tema con alguna experiencia reveladora en el
último capítulo). Datos como estos dieron lugar al concepto de « reserva
cognitiva» , al que y a nos hemos referido, que es la capacidad del cerebro para
tolerar mejor los efectos de la patología asociada a la demencia. Hay un gran
interés científico y también una cantidad cada vez may or de literatura
especializada, sobre cómo factores del estilo de vida como la actividad física, la
educación y las relaciones con otras personas pueden ay udar a construir una
reserva cognitiva que será útil en los últimos años de la vida.
¿Cuáles son los síntomas que deberían alertar para consultar al especialista?
    Todo cambio que indique un deterioro de memoria, intelectual o de la
conducta que afecte el desempeño habitual de la persona. Se han desarrollado
una lista de señales de alarma que incluy en los síntomas más comunes de la
enfermedad de Alzheimer (algunos también se aplican a otras demencias). Si
una persona tiene algunos de estos síntomas, debería consultar a un médico para
realizarse una evaluación más exhaustiva:
            Pérdida de memoria que afecta la capacidad de trabajar. Es normal
            olvidarse ocasionalmente de una cita, una fecha de entrega, el
            nombre de un colega, pero olvidos frecuentes o confusiones
            inexplicables en casa o en el trabajo pueden señalar que algo está
            funcionando mal.
            Dificultad al realizar tareas familiares. Las personas ocupadas
            pueden distraerse de tanto en tanto. Por ejemplo, se puede dejar algo
            en el horno demasiado tiempo u olvidarse de servir lo que había
            preparado. En cambio, la persona con enfermedad de Alzheimer
            puede preparar una comida y no solo olvidarse de servirla sino
            también de que la ha preparado.
            Problemas con el lenguaje. Todos tenemos —a veces— problemas
            para encontrar la palabra correcta, pero la persona con Alzheimer se
            olvida de palabras simples o sustituy e las palabras de forma
            inapropiada, haciendo que sus oraciones sean difíciles de entender.
            Desorientación de tiempo y espacio. Es normal olvidarse
            momentáneamente del día de la semana o de lo que necesitaba
            comprar en el supermercado. Pero la persona con enfermedad de
            Alzheimer puede perderse en su propia cuadra, sin saber dónde está,
            cómo llegó a ese lugar o cómo volver a casa.
           Juicio pobre o disminuido. Elegir no llevar un suéter o campera un
           día frío es un error frecuente. Una persona con Alzheimer, sin
           embargo, puede vestirse inapropiadamente de una forma más
           notable, y endo a hacer las compras en bata o poniéndose muchas
           blusas o un pulóver en un día evidentemente caluroso.
           Problemas con el pensamiento abstracto. Hacer un balance
           financiero puede ser un gran desafío para muchas personas, pero
           para una persona con Alzheimer reconocer los números o hacer un
           simple cálculo puede ser imposible.
           Guardar cosas en lugares equivocados. A todos nos pasa cada tanto
           que dejamos unas llaves o la billetera en el lugar incorrecto. Sin
           embargo, una persona con Alzheimer puede poner cosas en lugares
           inadecuados —como la plancha en el freezer o un reloj en la
           azucarera— sin poder acordarse de cómo llegaron las cosas a ese
           lugar.
           Cambios en el humor y en la conducta. Todos experimentamos una
           amplia gama de emociones —es parte del ser humano y y a
           abundaremos en esto en el próximo capítulo—. La persona con
           enfermedad de Alzheimer tiende a tener cambios muy rápidos de
           humor, sin razón aparente.
           Cambios en la personalidad. La personalidad de los seres humanos
           puede cambiar en algunos aspectos cuando son may ores. Pero en
           una persona con Alzheimer esto sucede dramáticamente, de repente
           o en un período de tiempo. Alguien que es habitualmente afable o
           amistoso, se convierte en alguien enojado, desconfiado o temeroso.
           Pérdida de iniciativa. Es normal cansarse de las tareas del hogar, del
           trabajo o las obligaciones sociales, pero la may oría de las personas
           retienen o eventualmente recuperan su interés. La persona con
           Alzheimer, en cambio, puede mantenerse desinteresada en muchas o
           todas sus actividades diarias.
¿Influye una baja situación socioeconómica de la persona en el mayor desarrollo
de deterioro cognitivo?
    Sí, en tanto esos factores socioeconómicos repercutan en un bajo nivel
educativo y una mala alimentación, y a que, como hemos dicho, estos
representan un riesgo may or de padecer demencia.
En definitiva, ¿cuánto de genético y cuánto de ambiental tiene el curso de la
enfermedad?
    La etiopatogenia, es decir, el origen de la patología de la enfermedad de
Alzheimer, es múltiple. Como hemos dicho, es hereditaria entre el 1% y el 5% de
los casos (enfermedad de Alzheimer genética), con una edad de presentación
generalmente anterior a los 65 años. En el resto de los casos (enfermedad de
Alzheimer compleja o esporádica) la etiología es multifactorial con diversos
factores de riesgo, que incluy en la predisposición genética (evidenciada porque
aumenta la frecuencia si se tiene un pariente en primer grado con la
enfermedad, y más aún si son varios), la edad (es más frecuente desde los 65
años, a partir de los cuales el riesgo se duplica cada cinco años) y factores de
riesgo exógenos —ambientales—, que parecen favorecer su desarrollo, como
ocurre con los traumatismos craneoencefálicos graves. En el Alzheimer
esporádico, ni los factores genéticos ni los ambientales por separado provocan la
enfermedad. Los factores genéticos y ambientales asociados entre sí son
necesarios, pero no suficientes, y a que, además hay otras causas que hoy no
conocemos.
¿Qué estudios de imágenes específicos existen actualmente para detectar la
enfermedad? ¿Solo puede reconocerse cuando ya hay síntomas avanzados?
    No existe aún ni un solo test diagnóstico de laboratorio para determinar o
confirmar la enfermedad de Alzheimer. Los métodos clínicos actuales combinan
la evaluación neurológica, pruebas neuropsicológicas y las imágenes, con las
referencias del cuidador y el juicio del examinador. Realizado por un médico
entrenado, este método tiene un altísimo grado de precisión en diagnosticar la
enfermedad de Alzheimer. En general, el reconocimiento de las diferentes
demencias depende de la integración que realiza el profesional de los datos de la
historia clínica con el examen neurológico y físico general, con la evaluación del
estado mental y con el resultado de exámenes complementarios seleccionados.
Resulta fundamental para realizar el diagnóstico que el médico pueda
concentrarse detalladamente en la información que brinda el paciente y los
familiares. El examen físico general puede poner de manifiesto evidencia de
enfermedades que comprometan las funciones intelectuales, mientras que un
examen neurológico exhaustivo provee la información necesaria para
determinar el tipo de compromiso del sistema nervioso central. La evaluación del
estado mental o evaluación neuropsicológica es de valor para determinar el tipo
de compromiso intelectual, cuantificar el grado de deterioro y posibilitar el
control de la evolución del paciente, así como la evaluación de la posible eficacia
de determinados tratamientos durante el seguimiento. Hay estudios de laboratorio
que son indispensables en los pacientes con demencia para descartar la presencia
de una enfermedad clínica que afecte la memoria (por ejemplo, hipotiroidismo).
La tomografía computada y la resonancia magnética tienen también un papel
fundamental en el diagnóstico de la demencia. Ambos procedimientos permiten
diagnosticar lesiones (por ejemplo, tumores o infecciones) que pueden afectar
los procesos cognitivos como la memoria o el lenguaje mientras que en las
enfermedades degenerativas, como la enfermedad de Alzheimer, se observa
atrofia cerebral. Estudios que combinen técnicas modernas de neuroimágenes,
genética y pruebas específicas de memoria u otra función cognitiva quizás en un
futuro puedan predecir que personas asintomáticas tengan más probabilidades de
desarrollar la enfermedad de Alzheimer. Sin embargo, en la actualidad, es
imposible identificar en forma presintomática a personas con riesgo de
desarrollar la enfermedad de Alzheimer, exceptuando unos pocos casos atípicos
hereditarios.
    A pesar de los avances sobre el estudio de la enfermedad, el diagnóstico
definitivo de la misma sigue siendo a través del hallazgo de características
específicas en la autopsia o biopsia de los pacientes. Es importante insistir con que
no existe en la actualidad ningún test de laboratorio ni un biomarcador que
determine un diagnóstico definitivo. La may oría de los exámenes
complementarios que han surgido recientemente se usan en clínicas de memoria
con interés en investigación o en protocolos farmacológicos. El objetivo de los
próximos años será intentar identificar personas que no tengan síntomas de la
enfermedad de Alzheimer pero que presenten un alto riesgo de padecer la
enfermedad. La combinación de técnicas más refinadas en neuropsicología,
genética, imágenes y biomarcadores en líquido cefalorraquídeo podría permitir
cumplir este ambicioso objetivo que será clave para desarrollar un tratamiento
que modifique el curso de la enfermedad.
¿Existe posibilidad de prevenir o, al menos, morigerar la enfermedad?
    Para combatir el Alzheimer, la reducción del riesgo es fundamental. En el
ámbito científico, el interés por contestar esta pregunta surge cuando se empieza
a notar que la vejez no necesariamente está acompañada de deterioro cognitivo e
intelectual y que, como y a dijimos, es cierto que existe un gran número de
personas may ores que presentan deterioro en sus funciones intelectuales,
también es cierto que gran cantidad de ellas no.
    De esta manera, comienzan a investigarse aquellos factores que reducen el
deterioro y aquellos que lo predisponen. Aunque los factores genéticos son una
base importante de los recursos cognitivos, se han estudiado numerosos factores
modificables y estrategias que pueden reducir el riesgo para el deterioro
cognitivo. Sobre esto, conviene reiterar algunas claves y ampliar otras: la
estimulación intelectual, una dieta saludable, la actividad física y tener una vida
social activa fueron identificados como factores potenciales de protección en la
mediana edad que pueden ay udar a mantener la reserva cognitiva en la vida
adulta. Controles de presión arterial, colesterol y lipoproteínas, glucosa en sangre,
ácido fólico, vitamina B12 y el peso también son vitales, además de no fumar.
Por otro lado, beber demasiado alcohol o no beber alcohol en absoluto son
factores de riesgo. Aunque muchos de estos factores, como la edad y la
predisposición genética, están fuera de control, existen numerosas estrategias que
pueden ay udar a reducir el riesgo de deterioro cognitivo. Las investigaciones
futuras deben conducir a un mejor conocimiento sobre los factores de riesgo y
apuntar a estrategias más específicas para promover el mantenimiento de las
capacidades cognitivas. Los neurocientíficos en la Argentina y en Latinoamérica
y a estamos librando esta batalla.
    A medida que la memoria se esfuma me doy cuenta de que recurre a una
cortesía cada vez más exquisita, como si la delicadeza de los modales supliera la
falta de razón. Es curioso pensar que frases tan bien articuladas —porque no ha
olvidado la estructura de la lengua: hasta se diría que la tiene más presente que
nunca ahora que anochece en su mente— no perdurarán en ninguna memoria.
Esta mañana cuando llegué dormía profundamente, después de la frenética
alteración de ayer. Abrió los ojos, la saludé, y dijo «Qué suerte despertar y ver
caras amigas». No creo que nos haya reconocido; individualmente, quiero decir.
Hace dos días, antes de la crisis, le pregunté cómo se sentía y me dijo «Bien
porque te veo». A la enfermera hoy le dijo «Estás muy linda, te veo muy bien de
cara», a pesar de que era la primera vez que la veía y que la enfermera no
hablaba español. Traduje y la enfermera la amó en el acto. También la amó en el
acto, recuerdo, una mesera negra dominicana que nos atendió un día en un café,
cuando todavía andaba por la ciudad sin perderse.
                                                             De Desarticulaciones
                                                              SYLVIA MOLLOY
                                                             (Buenos Aires, 1938)
El impacto social de la enfermedad de Alzheimer
La expectativa de vida ha ido aumentando de forma impactante desde 1950. En
el último siglo, creció más que en dos milenios. La Organización Mundial de la
Salud (OMS) calcula que en la actualidad hay aproximadamente 600 millones de
personas que superan los 60 años. Dicho número se duplicará para el 2025 y
triplicará para el 2050. Este cambio en la expectativa de vida se debe a diferentes
razones entre las que se incluy en el envejecimiento de poblaciones de grandes
nacimientos y la may or supervivencia de los ancianos por mejoras tecnológicas,
científicas y en las condiciones de salud. Así, emergen con contundencia las
enfermedades degenerativas y el consiguiente miedo a padecerlas.
     Estos cambios traen consigo una creciente preocupación por lograr un
funcionamiento óptimo —físico y mental— en las etapas más avanzadas de la
vida y por determinar cuáles son los factores que nos protegen frente a dichas
enfermedades degenerativas.
    La enfermedad de Alzheimer es un trastorno degenerativo cerebral crónico
que impacta en la vida diaria de los pacientes y sus familias. Una vez por año se
lleva a cabo « The Alzheimer s Association International Conference» , el may or
congreso mundial que reúne a investigadores y clínicos de todo el planeta, con el
objetivo de poner en común las investigaciones actuales y discutir sobre las
causas, el diagnóstico, el tratamiento y la prevención de esa enfermedad. En el
del año 2011 hubo un número récord de asistentes —más de 5000 científicos de
todo el mundo—. Medios de múltiples naciones reflejaron en sus páginas los
avances científicos reportados en la reunión de París. El presidente de entonces,
Nicolás Sarkozy, dio un detallado discurso explicando el Plan Nacional de
Alzheimer de Francia. Creado en el año 2008, el plan francés tiene tres pilares:
        1. La mejora de la calidad de vida de las personas afectadas y de sus
           familias.
        2. La movilización de la sociedad francesa en la lucha contra el
           Alzheimer.
        3. El apoy o del avance en la investigación de esta enfermedad.
        4. Científicos de Estados Unidos dieron la noticia de que el 4 de enero
           de ese mismo 2011 el Proy ecto Nacional Alzheimer había sido
           aprobado por unanimidad por ambas cámaras del Congreso
           norteamericano y firmado como ley por el presidente Barack
           Obama. Esta ley creó un plan estratégico nacional para hacer frente
           a la crisis producto de la rápida escalada de la enfermedad de
           Alzheimer. Estas iniciativas y otras como las de Inglaterra, Australia
           o Corea pueden servir como modelos para la creación de planes
           similares en otras naciones alrededor del mundo.
    ¿Por qué tanto interés en la enfermedad de Alzheimer? El principal factor de
riesgo para esta enfermedad es, como sabemos, la edad, y el mundo está
envejeciendo. Debido a este motivo, la prevalencia de la enfermedad de
Alzheimer está creciendo a un ritmo alarmante en todo el mundo. Esta situación
crea un enorme problema fundamentalmente para los pacientes y familiares
pero también para la salud pública y la economía de las naciones. El enorme
costo del cuidado de estos pacientes y el efecto en sus familiares (depresión,
estrés, ausencia laboral) sin dudas precipitarán una crisis de salud pública de
proporciones sin precedentes. Se estima que actualmente existen 33,9 millones de
personas con Alzheimer en el mundo, y este número se triplicará en cuarenta
años. En el año 2050 más del 75% de estos pacientes estarán en países en vías de
desarrollo. El número de personas de edad avanzada en el mundo en desarrollo
está creciendo a un ritmo más rápido que otras regiones del mundo. El may or
aumento se va a producir en India, China y América Latina. Se ha calculado que
las intervenciones capaces de producir un retraso modesto en la presentación de
la enfermedad, por ejemplo un año, reduciría la prevalencia de la demencia en
un 7% en diez años y un 9% en treinta años. Retrasar cinco años la aparición de
los síntomas podría reducir la prevalencia en un 40% en diez años y un 50% en
treinta años.
    Existe consenso respecto de que la enfermedad se debe detener en sus etapas
iniciales, mucho antes de que aparezcan los síntomas. Como hemos dicho, los
cambios en el cerebro se producen décadas antes de que se haga evidente la
enfermedad. Por lo tanto, cuanto antes se detecte, mejor será el pronóstico. Una
may or comprensión del envejecimiento normal del cerebro es necesario antes
de que podamos comprender plenamente las causas del envejecimiento
patológico y el deterioro cognitivo.
    Proteger las neuronas intactas es un objetivo más importante que reparar las
neuronas y a dañadas.
    Nuestras capacidades como sociedad deben estar dispuestas en atemperar las
secuelas de la enfermedad en aquellas personas que y a la sufren y mitigar el
crecimiento exponencial de la epidemia.
    Ese futuro depende de la inteligencia y la voluntad de este presente.
    Está dormida, te puedes ir. No sé si duerme, se queda así, a veces. No, no, está
dormida de veras, no ves que se le aflojó la boca que siempre tiene apretada, te
digo que te puedes ir. Dejá que por lo menos le dé un beso. La vas a despertar, no
vale la pena, yo le digo que estuviste, total se olvida enseguida. Pero no es lo
mismo, protesto. No, no es lo mismo.
                                                             De Desarticulaciones
                                                              SYLVIA MOLLOY
    Con esta cita cerramos el segundo capítulo que, como hemos apuntado desde
las palabras preliminares y en cada uno de los apartados, debería llamarse
« Memorias (así, en plural): saber recordar y saber olvidar» . El próximo capítulo
trata sobre las emociones y la toma de decisiones.
                                   Capítulo 3
                         El cerebro social y emocional
    Se dice comúnmente que llorar de tristeza o de alegría, que tener esperanza o
piedad, que nos irrite una injusticia y que luchemos obstinadamente para
vencerla, nos hace más humanos. En realidad, una expresión más precisa
debería evitar el aumentativo y decir que las emociones son las que nos hacen,
sin más, seres humanos. Y no solo las emociones positivas, sino también aquellas
que nos convierten ocasionalmente en personas impiadosas o pesimistas.
    La emoción es un proceso influenciado por nuestro pasado evolutivo y
personal que desata un conjunto de cambios fisiológicos y comportamentales
claves para nuestra supervivencia. Tanto, que interviene en procesos cognitivos
trascendentes como la memoria, tal cual lo hemos visto en el capítulo anterior, y
la toma de decisiones, como lo desarrollaremos en este capítulo. La emoción,
entonces, involucra al comportamiento en sí, y también cambios corporales
internos (viscerales y sistema nervioso autónomo), el tono de la voz (prosodia) y
los gestos (que incluy en la expresión facial).
    Fue Charles Darwin, en 1872, en su trabajo llamado La expresión de las
emociones en humanos y animales, quien postuló que existen emociones
« básicas» (como la tristeza, la alegría, la ira, la sorpresa, el asco y el miedo)
que están presentes en humanos y animales y que tienen una expresión común
en las diferentes especies. Estas ideas de Darwin fueron relegadas durante
mucho tiempo y tomaron relevancia las teorías que daban una may or
importancia a lo cultural. Mucho más acá en el tiempo, el psicólogo
norteamericano Paul Ekman retomó las ideas del gran pensador inglés y mostró
que estas emociones básicas existen en diferentes culturas, inclusive en aquellas
que no han recibido influencias culturales de Occidente. Así, estas emociones
básicas se asocian con expresiones faciales distintivas y son innatas y comunes
en las diferentes culturas del mundo (por ejemplo, el miedo se expresará con la
misma expresión facial en Buenos Aires o en Nueva Guinea, más allá de que lo
que provoque dicha emoción pueda ser diferente en ambas sociedades; en la
misma línea de pensamiento, una persona ciega de nacimiento expresará el asco
o la ira con una expresión facial distintiva y común al resto de los humanos más
allá de que nunca hay a podido ver la expresión facial en los demás). A partir de
estas reflexiones, Ekman postuló que cada emoción básica debería estar asociada
a un circuito cerebral particular y la neurociencia afectiva ha dedicado grandes
esfuerzos a determinar qué estructuras de nuestro cerebro se asocian a cada
emoción básica en particular.
    Dos emociones básicas que han recibido una considerable atención por parte
de la ciencia son el miedo y el asco. La tecnología de imágenes cerebrales y el
trabajo con pacientes que han sufrido lesiones han mostrado que una estructura
cerebral, la amígdala, juega un rol significativo en el miedo y, como analizamos
en el capítulo 2, en la memoria de eventos emocionales. También existe
evidencia de que una región cerebral conocida como la « ínsula» suby ace al
reconocimiento de señales humanas de asco. En un trabajo publicado en la
revista especializada Nature Neuroscience hace unos años, estudiamos con Andy
Calder de la Universidad de Cambridge en Inglaterra a un paciente, NK, que
tenía una lesión en la región insular y, aunque podía reconocer expresiones
faciales de miedo, ira, alegría, sorpresa y tristeza, mostraba una alta
imposibilidad selectiva para el reconocimiento del asco.
    Sobre las bases de estos y otros hallazgos se cree que el cerebro humano
contiene sistemas neurales parcialmente separados pero interconectados que
codifican emociones específicas. Además del miedo y del asco, hay evidencia
de que otras emociones como la ira tendrían un circuito neural distintivo. La idea
de que estos sistemas están interconectados y se comunican unos con otros es
esencial, porque muchas de las situaciones emotivas con las que tropezamos en la
vida diaria contienen una combinación de emociones. También existen las
emociones complejas (culpa, orgullo y vergüenza, entre otras) que están
relacionadas con estándares sociales, que recién emergen entre los 18 y 24
meses de vida y que su expresión varía al de la cultura y el contexto.
    Las pasiones, como llamaban a las emociones los antiguos griegos, son las
que nos relacionan con nuestra evolución como especie y, a la vez, nos hacen
únicos en el reino animal.
    Sobre las emociones humanas trata este capítulo. Y para esto abordaremos
cuestiones esenciales como la relación entre el corazón, literalmente hablando, y
el cerebro. También sobre el amor, sobre la felicidad y sobre la creatividad,
sobre los impulsos y las regulaciones de esos impulsos, sobre el miedo, sobre
algunas patologías ligadas a la emoción y sobre el llamado « efecto placebo» .
Propondremos una serie de preguntas y respuestas sobre el fascinante y
complejo tema de la toma de decisiones. Asimismo, revelaremos una
experiencia en donde se analiza la relación entre la decisión racional y la
decisión pasional.
El sentido del amor
El amor es uno de los tópicos más elaborados por las obras artísticas. Grandes
películas, novelas y poemarios están atravesados por grandes amores. De la
misma manera, el amor es un elemento fundamental en la tradición mítica y en
la historia social. Y, por supuesto, también constituy e un interesante desafío para
la neurobiología. Sobre la base de la investigación en la neurociencia social,
podemos intentar definir el amor como un estado mental subjetivo que consiste
en una combinación de emociones, de motivación (clave en el logro de metas y
objetivos) y funciones cognitivas complejas. Hoy sabemos que el amor es, más
que un sentimiento surgido de nuestro corazón, un proceso mental sofisticado.
Suena romántico decir que « se ama con el corazón» , pero no es cierto. Como se
sabe y hemos reiterado en este libro, el cerebro dicta toda nuestra actividad
mental. Y como diremos a lo largo de este capítulo, el corazón es, más que el
origen de nuestras emociones, la víctima.
    Al tratar temas como este, es importante tener presente que la ciencia
reformula conceptos establecidos con nuevos conceptos que pueden estar
relacionados con los anteriores pero que no son lo mismo. Esto quiere decir que,
cuando hablamos de amor en las neurociencias, no estamos queriendo revelar un
sentido hasta hoy oculto de lo que sentían Romeo y Julieta. Lo que estamos
haciendo es abordar un tema de la neurobiología que llamamos « amor» y, en
todo caso, ponerlo en relación con otras tradiciones. Antes de la química
moderna, se pensaba que los elementos básicos eran tierra, agua, fuego y aire.
La tabla periódica moderna define los elementos de manera diferente y ahora
sabemos que, de esta manera, es más adecuada. Lo mismo pasa con conceptos
como « memoria» , « atención» , « inteligencia» y, justamente, « amor» . En el
uso cotidiano, estos términos tienen múltiples significaciones, por lo que es difícil
que la ciencia los pueda medir con la rigurosidad necesaria. Lo que la ciencia
puede hacer, basada en datos y teoría, es reemplazar estos conceptos con otros
precisamente definidos y que solo así pueden ser medidos.
    El amor, desde el punto de vista neurocientífico, es una experiencia que
involucra masivamente los sistemas cerebrales de recompensa. Este sentimiento
está íntimamente relacionado con la perpetuación de la especie y, por lo tanto,
tiene una función biológica de crucial importancia. Recién en los últimos años
algunos grupos de investigación han intentado estudiar los correlatos neurales del
amor en humanos. Si bien la nueva tecnología permite obtener imágenes muy
esclarecedoras de lo que pasa en nuestro cerebro cuando nos enamoramos,
debemos ser cautos en la interpretación de muchos de los resultados y a que solo
nos proveen información de la relación entre un área cerebral y el estado de
enamoramiento.
    El amor modifica nuestro cerebro. Diversos estudios han demostrado que,
cuando las personas están profundamente enamoradas, tienen fuertes
manifestaciones somatosensoriales: sienten el amor en sus cuerpos y en sus
mentes, están más motivadas, tienen mejor capacidad para enfocar su atención
y reportan ser más felices. Estudios de neuroimágenes funcionales han
evidenciado que el amor activa sistemas de recompensa del cerebro (las mismas
áreas que se activan cuando las personas sienten otras emociones positivas,
cuando están motivadas o cuando pueden anticipar una experiencia de
gratificación) y se desactivan los circuitos cerebrales responsables de las
emociones negativas y de la evaluación social.
    En otras palabras: la corteza frontal, vital para el juicio, se apaga cuando nos
enamoramos y así logra que se suspenda toda crítica o duda. ¿Por qué el cerebro
se comporta así? Quizá por altos fines biológicos y así promover la reproducción:
si el juicio se suspende, hasta la pareja más improbable puede unirse y
reproducirse. Las neuroimágenes han demostrado también que un área del
cerebro importante en la regulación del miedo y regiones implicadas en
emociones negativas también se apagan. Esto podría explicar por qué nos
sentimos muy felices con el mundo —y sin miedo de lo que podría salir mal
cuando estamos enamorados. También se observó que el amor está relacionado
con algunas activaciones específicas en las áreas del cerebro que median
funciones cognitivas complejas, como la cognición social, la imagen corporal y
asociaciones mentales que se basan en experiencias pasadas.
    Existen diferentes mensajeros químicos y hormonas del cerebro que tienen
que ver con el enamoramiento de las personas. Los estudios de neuroimágenes
muestran que las áreas activadas, cuando los sujetos ven fotos de sus seres
amados, pertenecen al sistema de recompensa cerebral que contiene una alta
densidad de receptores para la oxitocina y vasopresina y sugiere un gran control
neurohormonal de esta experiencia (lo mismo se da para varios animales
sociales cuando se enamoran). Asimismo, la dopamina se encuentra en niveles
altos en los enamorados. La dopamina es clave para nuestras experiencias de
placer y dolor y está relacionada al deseo, la adicción y la euforia. El aumento
de este mensajero químico puede provocar sentimientos tan agudos de
recompensa que permite que el amor provoque uno de los momentos de may or
bienestar. Un efecto secundario de aumento de los niveles de dopamina es una
reducción en otro mensajero químico, la serotonina, que es clave en nuestro
estado de ánimo y el apetito. Los niveles de serotonina pueden caer de forma
similar a los observados en personas con trastorno obsesivo compulsivo,
explicando por qué el amor puede hacernos sentir ansiosos. También el estado de
enamoramiento libera adrenalina. Este mensajero químico está involucrado en el
aceleramiento de nuestro corazón, el sudor en las palmas de la mano y la boca
seca cuando vemos a la persona que nos enamora.
    Aunque el amor maternal y el amor romántico son claramente diferentes,
ambos activan áreas similares del cerebro involucradas en la emoción, la
recompensa, la motivación y la cognición. Sin embargo, se observó que una
pequeña región en el centro del cerebro, en el Tegmento, llamada PHG, es
importante y es más activa para el amor maternal, en comparación con el amor
romántico. Esto, en realidad, tiene sentido porque esta zona está específicamente
involucrada en la supresión del dolor endógeno que las personas experimentan
cuando tienen experiencias profundas y dolorosas, como el parto. Además, esta
área es importante en el sistema de gratificación.
    Los estudios en psicología social han demostrado que el proceso de
enamoramiento tiene que ver con motivaciones: nuestras experiencias pasadas
están almacenadas en alguna parte de nuestro cerebro y, de alguna manera,
guían nuestro comportamiento y toma de decisiones. Estudios recientes en
neurociencias han descubierto que ciertas áreas cerebrales cognitivas, que
cumplen el rol de almacenar este tipo de asociaciones mentales, basándose en
nuestro pasado y nuestras experiencias positivas y negativas, se activan
rápidamente en el amor. También se han observado en estudios
electrofisiológicos que estas áreas del cerebro se activan en un abrir y cerrar de
ojos (exactamente, en un quinto de segundo), al ver un estímulo relacionado con
la persona amada. Esto significa que la forma por la cual almacenamos nuestras
experiencias pasadas en relación a las áreas cognitivas de nuestro cerebro puede
tener una influencia en áreas del cerebro involucradas en las emociones básicas
y el procesamiento visual.
    Los estudios del cerebro y el amor conforman un campo de la neurociencia
social aún incipiente y hay muchas áreas nuevas para abordar. Una de ellas es el
estudio del amor como un proceso continuo, en lugar de entenderlo como una
fase estacionaria. E investigar las modulaciones de las diferencias a lo largo de
este continuo, entre y dentro de los individuos, a través de toda la vida.
Igualmente, estos estudios configuran un desafío fascinante para descifrar la
implicación del cerebro en la experiencia amorosa y, sobre todo, para definir de
qué hablamos cuando hablamos de amor.
    Vagué durante algunos días por los lugares donde habían sucedido estos
acontecimientos. A veces deseaba encontrarte, otras estaba decidido a abandonar
para siempre este mundo y sus miserias. Por fin me dirigí a estas montañas, por
cuyas cavidades he deambulado, consumido por una devoradora pasión que solo
tú puedes satisfacer. No podemos separarnos hasta que no accedas a mi petición.
Estoy solo, soy desdichado; nadie quiere compartir mi vida, solo alguien tan
deforme y horrible como yo podría concederme su amor. Mi compañera deberá
ser igual que yo, y tener mis mismos defectos. Tú deberás crear este ser.
                                         De Frankenstein o el moderno Prometeo
                                                              MARY SHELLEY
                                                           (Londres, 1797-1851)
¿Se puede medir la felicidad?
Toda decisión que, por ejemplo, tomamos como padres para con nuestros hijos,
constituy e un medio para lograr aquello que podría sintetizarse en el deseo de que
sean felices. Esta palabra, « felicidad» , forma parte del repertorio cotidiano y
representa un elemento central para el sentido de existencia de los sujetos, las
familias, las comunidades, que no ha sido aún abordado cabalmente por ciertas
disciplinas científicas. Es que existen críticos que argumentan que la felicidad es
un concepto amplio y vago y, por lo tanto, dudan de que alguien pueda medir la
felicidad científicamente. A pesar de esto, en los últimos años se han multiplicado
los estudios que intentan abordar este tema tan complejo.
    El foco de la investigación se centró en dos estados relacionados: el placer y
el deseo. Los sistemas de recompensa cerebrales son claves para ambos. En
estudios de neuroimágenes funcionales se observó que la corteza orbitofrontal,
una región de nuestro cerebro desarrollada más recientemente desde el punto de
vista evolutivo, se relaciona con reportes subjetivos de placer. Asimismo se ha
demostrado que emociones opuestas (por ejemplo, tristeza y felicidad) no son
concebidas en el cerebro como antagónicas, y muchos autores sostienen que esa
es la base fisiológica que explica los sentimientos encontrados. De hecho, en un
estudio que analizó los resultados de 106 trabajos sobre activación cerebral frente
a emociones, no pudo encontrarse una región específica para la « felicidad» y
otra para la « tristeza» . En cambio, como hemos dicho, sí pareciera existir una
red compleja que regula nuestras emociones.
    El desafío de saber de qué se trata la felicidad y a existía en disciplinas
humanísticas como la filosofía desde tiempos de Aristóteles. Y también se
manifestó en nuestro pasado inmediato y emerge cada vez más en el presente
como cuestión ligada a las ciencias sociales.
    El concepto de la felicidad ha penetrado en el campo de la política a partir de
que el rey de Bután, Jigme Singy e Wangchuck, en 1972 desarrolló el concepto de
Felicidad Nacional Bruta (FNB) como respuesta a las críticas recibidas sobre la
constante pobreza económica de ese país, cuy a cultura estaba basada
principalmente en cuestiones espirituales. La FNB define la calidad de vida en
términos más holísticos y psicológicos que el conocido Producto Bruto Interno
(PBI). En todo caso, el incremento del PBI representaría solo un peldaño para
lograr el crecimiento del FNB.
    En 2008 el presidente francés Nicolás Sarkozy encargó un estudio, liderado
por dos premios Nobel de Economía, Joseph Stiglitz y Amarty a Sen, para
analizar alternativas de medidas más amplias de satisfacción que el PBI nacional.
Por su parte, también David Cameron anunció oportunamente que el gobierno
británico empezaría a recoger datos sobre el bienestar de la población.
    Los avances científicos son el resultado de cierta capacidad e inquietud que
define al ser humano como tal: la búsqueda permanente del conocimiento. Pero
estos, como cada acción que se realiza en la vida cotidiana, o lo que hacen las
sociedades con sus planes y sus elecciones, deben conducir a la promoción del
bienestar general, es decir, crear las condiciones para la felicidad. Doble desafío
para la ciencia, entonces, es el deber de abonar ese camino y entender, a la vez,
cuál es el mapa de ese estado al que peregrinamos.
Biología de la belleza
Además de los famosísimos relatos de la Bella Durmiente y Cenicienta, Charles
Perrault escribió la historia del príncipe Riquete, que tenía el don de la
inteligencia pero la desgracia de ser considerado feo por los demás. ¿Qué
condiciones objetivas tendría para ser visto así?
    Las personas dentro de una cultura determinan aquello que representará lo
bello y lo feo. De hecho, estas determinaciones pueden no ser correspondidas por
otras épocas u otras culturas. Uno de los elementos tenidos en cuenta para el
valor de belleza es la familiaridad de la cara, de modo tal que personas de un
mismo grupo suelen ser consideradas más atractivas que personas con rasgos
muy similares pero de otros grupos. Este tipo de variables también demuestra
que los juicios de atracción son influenciados por valores subjetivos. Pero existen
cualidades de lo que se considera atractivo que son, según estudios
antropológicos, comunes entre las distintas culturas del universo. Algunas de estas
características más bien universales están asociadas a la simetría, es decir, a la
forma en que los atributos físicos se distribuy en a través de la línea media
vertical.
    Solo se tarda una fracción de segundo para que podamos decidir si nos
encontramos con alguien atractivo. Cuando se solicita a voluntarios que puntúen
cuán atractivo les resulta un rostro en el laboratorio, grandes desviaciones
parecieran alterar la percepción sobre la belleza.
    Existirían al menos dos posibles mecanismos evolutivos, aunque no
excluy entes entre sí, sobre por qué ciertas caras son consideradas más bellas que
otras. La primera posibilidad es que las características atractivas representen los
atributos fenotípicos que son deseables en nuestras parejas, tales como una buena
salud genética y altos niveles de inmunocompetencia (es decir, una buena
capacidad para montar respuestas inmunes adecuadas a los patógenos con los
que nos topamos durante nuestra vida). La segunda posibilidad es que la atracción
por las caras hay a surgido como una función agregada del proceso que extrae
información facial necesaria y general, aun si dicha evaluación no es intencional
o útil.
    Riquete, el feo príncipe del cuento de Perrault, se enamoró de una princesa
hermosa a la que le ofrendó su inteligencia. Y ella, por esa sabiduría y por el
amor suficiente para que eso sucediera, lo hizo el hombre más bello del mundo.
¿Qué ley universal lo va a poder negar?
El valor de la creatividad
Jorge Luis Borges reflexionó sobre el valor de la creatividad poética en una
conferencia de 1983 en el Collége de France. Podría resultarnos sorprendente
que las ideas centrales que guiaron estas consideraciones del último Borges
estuvieran ligadas a la memoria, a la emoción y, sobre todo, al futuro. Claro que
Borges no fue el único en indagar sobre este tema. La fascinación por la
creatividad fue una constante de siglos. Como sabemos, los antiguos griegos
creían que la inspiración provenía de las musas. Durante la Edad Media, los
filósofos distinguieron la creatividad artística de otros tipos de ingenio. Se pensaba
que la creatividad era una habilidad única que solo tenían ciertas personas
elegidas. En la actualidad, entendemos que el talento creativo no solo no está
reservado para unos pocos, sino que existe en todos los aspectos de la vida y es
parte fundamental de todas las profesiones, desde la actuación a la carpintería o a
la ingeniería. También sabemos que, como cada aspecto de la experiencia
humana, la creatividad se origina en el cerebro. Es por eso que las neurociencias
están intentando estudiar las bases biológicas de este fenómeno.
    Para abordar científicamente la creatividad resulta conveniente
descomponerla, no para minimizarla o reducirla, sino para entenderla más
claramente. Se puede analizar el proceso creativo a partir de cuatro mecanismos
principales:
            preparación,
            incubación,
            iluminación
            y verificación.
     Aunque no existe aún una definición de creatividad, en términos generales se
considera creativo a todo aquello que presente una visión novedosa u original
sobre un problema dado. Muchas veces ese problema puede ser la forma en que
representamos al mundo o la construcción de uno nuevo. Así es como se asocia
la labor artística con la creatividad. Entendemos al arte como un rasgo
distintivamente humano, y que quizás pueda dar cuenta de una parte significativa
de la evolución del cerebro.
     ¿Cómo nacen las ideas creativas? Algo muchas veces desilusionante es
escuchar en una entrevista a un artista genial intentar explicar de dónde salieron
sus ideas para crear su obra (muy probablemente no lo saben). Lo que es seguro
es que ninguno de los grandes creadores tuvo una idea genial sin haberle
destinado muchísimo tiempo previo a pensamientos profundos y obsesivos sobre
un tema determinado. De hecho hay más relación entre obsesión y creatividad
que entre coeficiencia intelectual y creatividad. Según el escultor estadounidense
Richard Serra, uno no quiere terminar convertido en un esclavo de sus propios
trabajos o pensamientos previos, y el modo de evitarlo es mantenerse
constantemente activo y hacer preguntas sobre lo que estamos haciendo y sobre
lo que no entendemos. A menudo, cuando las piezas comienzan a unirse, vemos
cosas que no habíamos imaginado y que pueden llevarnos por una dirección
diferente. En otras palabras, en términos de creatividad, la inspiración es para
aficionados.
    Muchos creativos reportan que ellos tienen ideas nuevas cuando no están
pensando en nada (cuando el cerebro esta desconectado —off-line— procesa
información intensamente). Solo porque uno no esté concentrado en algo (o
crey endo que no está concentrado) no quiere decir que el cerebro no está
trabajando con la información adquirida previamente. Podemos decir que
justamente estos serían los mejores momentos para crear, y a que es cuando se
está relajado, hay tiempo de inactividad y existe lo que se llama « sueños
diurnos» (day dreaming). Una ilustrativa historia sobre esto es la del químico
alemán Friedrich Kekulé, cuando llevaba mucho tiempo intentando encontrar la
huidiza estructura de la molécula de benceno. Según cuenta en sus memorias,
una tarde, mientras volvía a su casa, se quedó dormido. Allí comenzó a soñar con
átomos que danzaban y chocaban entre ellos. Varios átomos se unieron y
formaron una serpiente que hacía eses. De repente, la serpiente se mordió la cola
y Kekulé despertó. A nadie se le había ocurrido hasta ese momento que la
molécula pudiera tratarse de un compuesto cíclico. Esto se explica porque el
sueño (en el cual, entre otras funciones, se repasan los eventos del día) también
es un estado que facilita la creatividad. Durante el sueño hay actividades
cerebrales que son similares a las que, según se comprobó, existen en períodos de
creatividad. Y apenas nos despertamos también es un momento propenso. Es
famosa la anécdota de Paul McCartney que cuenta que soñó una noche de 1964
la melodía de « Yesterday » . Por la mañana, la cantó bajito y así la escribió. Al
tomarnos vacaciones, muchas veces aparecen las mejores ideas: el cerebro
necesita un respiro o pausa (down time) para la novedad.
    Existen básicamente dos maneras de resolver problemas: una manera lógica
(pensamiento lento y repetitivo) y una manera intuitiva. La actividad cerebral
que se ve antes de que las personas resuelvan el problema con intuición es la
activación de las áreas de imaginación y de asociación (estas áreas cerebrales
hablan entre ellas). Lo que pasaría cuando estamos concentrados en encontrar
una idea o una solución novedosa a algo es que no estamos permitiendo que
trabajen en forma intensa las áreas que hacen nuevas asociaciones en el cerebro.
Cuando se realiza el acto creativo, el cerebro estaría en un estado oscilatorio. Se
usa el término « oscilación» o « actividad oscilatoria» para referirse a las
fluctuaciones rítmicas de un grupo neuronal o de una región de la corteza
cerebral y también al patrón de descarga rítmico de una neurona o un grupo
neuronal. La actividad oscilatoria posibilita la sincronización entre grupos
neuronales de la misma área cortical o de áreas distantes entre sí que intervienen
en una acción motora, tarea cognitiva o perceptiva.
    El equipo de investigadores de la Universidad de McGill, en Montreal,
escaneó el cerebro del músico inglés Sting a través del resonador magnético
funcional para observar qué partes de su cerebro estaban activas cuando
improvisaba mentalmente una melodía que jamás había compuesto. Lo
llamativo de los resultados fue la gran activación global de su cerebro. El proceso
de creatividad claramente depende de una red muy compleja de nuestro
cerebro.
    Todo esto explica, a partir de un abordaje biológico, que para ser creativo hay
que estar preparado, ser un poco obsesivo, un poco loco (aunque no mucho),
entender el problema de manera simple (muchas veces queremos hacerlo
inteligentemente y, en realidad, todo es más sencillo), ser valiente, estar dispuesto
a equivocarse (como supieron Galileo o Steve Jobs, muchas veces es bueno estar
equivocado para luego estar en lo correcto) y, como dijimos, estar relajado.
    Claro que existe una carga genética que predispone al talento creativo. Sin
embargo, es el factor sociocultural el que juega un rol crucial, pues el acceso a
experiencias de distinta naturaleza remodela las conexiones cerebrales
necesarias para generar las soluciones innovadoras que resultan de este
pensamiento divergente. El contexto y los factores sociales pueden estimular (o
no) la explosión de creatividad.
    Las sociedades de las que nacen los talentos creativos tienen una may úscula
responsabilidad sobre ese alumbramiento. Tal es así que ellos se vuelven
representantes de su sociedad y muchas veces esa ciudad o ese país es
reconocido a partir de este gran hombre o mujer. También la sociedad es
beneficiada económicamente por esos talentos. A gran escala, la llamada
« economía creativa» o « industria creativa» es un factor de inmenso desarrollo.
Este concepto abarca esencialmente la industria cultural (arte, entretenimiento,
diseño, arquitectura, publicidad, gastronomía) y la economía del conocimiento
(educación, investigación y desarrollo, alta tecnología, informática,
telecomunicaciones, robótica, nanotecnología, industria aeroespacial). La
creatividad humana es uno de los may ores recursos para las economías y a que
la principal riqueza de un país es su capital humano, un bien renovable cuy o
viento de cola es la motivación.
    Es que, como decíamos al comienzo de este apartado, la creatividad no está
circunscripta a una práctica específica sino que es vital para todas las
realizaciones humanas. ¿Cómo explicar, si no, el talento de una madre y un padre
para administrar sus recursos módicos y lograr que a sus hijos no les falte nada?
¿Con qué capacidad el maestro alcanza eficazmente sus objetivos de educar a
cada uno de los alumnos que componen su clase? ¿Cómo un proy ecto solidario,
una empresa incipiente o un Estado averiado logra salir a flote? « Es la
creatividad, amigo» , podríamos responder, parafraseando al expresidente de
Estados Unidos.
    En la conferencia de 1983, Borges dijo también que la creatividad está ligada
a la adversidad: « la felicidad es un fin en sí mismo y no exige nada mientras que
el infortunio debe ser transformado en otra cosa» . Al seguir este razonamiento,
podemos pensar que la potencialidad más grande que tenemos como comunidad
es, justamente, eso: el reconocimiento de la carencia y de los recursos para
transformarla en virtud; la memoria para aprender y la pasión para movilizarnos;
y, por supuesto, la búsqueda obstinada de la solución. La creatividad resultará,
entonces, nuestro recurso más valioso para construir ese futuro deseado.
Interpelación sobre la normalidad
El arte transforma en novedoso lo cotidiano, en original lo repetitivo y ordinario.
La obra de arte permite interpretar con nuevas claves lo conocido y construir, de
esta manera, nuevos sentidos colectivos. Y es el genio artístico quien tiene la
capacidad de generar aquello extraordinario que la sociedad percibe y admira
como maravilloso.
    Como hemos visto en el apartado anterior, las neurociencias ofrecen una
reflexión sobre el arte y la creatividad que posibilita, a su vez, indagar sobre la
gestación y el desarrollo de las ideas no convencionales. Observar la incidencia
de enfermedades en los procesos creativos nos posibilita modificar nuestros
pareceres sobre las enfermedades, pero también sobre los procesos creativos en
general.
    Aunque no es necesario sufrir de demencia, esquizofrenia o bipolaridad para
ser un genio creativo, mucho de lo que sabemos sobre creatividad y cerebro lo
conocemos por personas que han sufrido enfermedades neurológicas, y que han
desarrollado talentos artísticos luego de la injuria cerebral. Kandinsky descubrió
su condición neurológica denominada « sinestesia» durante un concierto de
Wagner, en el que percibió que veía los colores de la música. La sinestesia es una
condición neurológica en la cual un sentido (por ejemplo, la audición) es
percibido simultáneamente con alguno de los otros sentidos. Kandinsky pintó el
movimiento, porque tenía la capacidad de ver algo así como el desplazamiento
de lo quieto.
    Desde muy pequeña Sofía tenía respuestas anormales. Luego de extensos
estudios se diagnosticó un cuadro de autismo. Pero, más allá de todas sus
dificultades, tenía una habilidad muy especial para el dibujo. Sofía percibía la
realidad de manera diferente, pero su percepción era lúcida y mostraba cosas
que los normales no veían. Un porcentaje grande de los autistas parece tener un
don especial para la elaboración estética.
    La epilepsia muchas veces produce auras visuales muy vividas que pueden
influenciar la tarea artística. Este es el caso del pintor Franco Magnani, quien
desde las primeras manifestaciones de su cuadro epiléptico comenzó a pintar de
manera obsesiva su pueblo natal, Pontito, el cual recordaba con una vivacidad
anormal, a pesar de haberse ido de allí a los 12 años.
    Diversos estudios sugieren una asociación entre la enfermedad bipolar y la
creatividad en figuras eminentes. Personas con afectación progresiva del lóbulo
frontal pueden desarrollar talento creativo luego del comienzo de la enfermedad,
más allá de no haber tenido una historia personal de producción artística previa.
Una hipótesis es que los sistemas de inhibición se liberan luego del daño frontal.
Algunos proponen que la innovación surge cuando áreas del cerebro que no están
generalmente conectadas logran comunicarse y coactivarse.
    El interés en una tarea artística lleva a un alto estado de motivación que
produce una atención sostenida, necesaria para mejorar la performance y el
entrenamiento de la atención que lleva a una mejora en otros dominios
cognitivos. La creatividad, como hemos dicho, puede ser entrenada pero también
hay una carga genética que la predispone.
    En el estudio de la producción artística de personas con enfermedades
mentales hay mucho para aprender sobre el cerebro, sobre las enfermedades en
sí mismas y, por qué no, sobre la historia del arte y la cultura. Pero también, y de
manera más inquietante, está la posibilidad de interpelarnos sobre la idea de lo
normal, de lo establecido, de los prejuicios negativos que muchas veces surgen
sobre aquello que se manifiesta como diferente en la sociedad. De esa
diferencia, muchas veces, ha surgido la maravilla.
El cerebro social
Para los seres humanos la supervivencia depende, en gran medida, de un
funcionamiento social efectivo. Las habilidades sociales facilitan nuestro sustento
y protección. Si queremos entender a los seres humanos, la comprensión de las
capacidades relacionadas con la sociabilidad cobra un rol fundamental.
    El estudio sobre la cognición social tiene sus raíces en la psicología social,
disciplina que procura entender y explicar cómo los pensamientos, las
sensaciones y el comportamiento del individuo se ven influenciados por la
presencia, y a sea real o imaginaria, de otras personas. Estudia al individuo dentro
de un contexto social y cultural, y se centra en cómo la gente percibe, atiende,
recuerda y piensa sobre otros, lo cual involucra un procesamiento emocional y
motivacional.
    Como anticipamos en el primer capítulo, existen teorías que sostienen que el
tamaño del cerebro se relaciona may ormente con el alcance del contacto social
en cada especie. A partir de esto, muchos se han preguntado si la complejidad de
nuestro cerebro no se debe justamente a la complejidad social de nuestra
especie. Otros investigadores postulan que el desarrollo de la capacidad de
manipular a los demás (o el engaño táctico) fue crucial para la evolución de
nuestro cerebro.
    La cognición social incluy e diversos procesos cognitivos, tales como la
« teoría de la mente» (que describiremos en el próximo apartado), la empatía, el
reconocimiento de expresiones faciales, el procesamiento de emociones, el
juicio moral y la toma de decisiones.
    Dado que la conducta social tiene demandas únicas, se tiende a pensar que
posee sistemas cerebrales especializados. La conducta social requiere de una
identificación muy rápida de los estímulos y signos sociales (tales como el
reconocimiento de las personas y su disposición hacia nosotros), una importante
y necesaria integridad de la memoria (para recordar quién es amigo y quién no
lo es en base a nuestra experiencia), una rápida anticipación de la conducta de los
otros, y la generación de múltiples evaluaciones comparativas. Por otro lado, los
desafíos cognitivos requeridos para la interacción social parecen ser diferentes de
aquellos requeridos para los objetos (no humanos).
    Una interacción apropiada con otro ser humano necesita de un
reconocimiento inicial de que quien está enfrente es otra persona, distinta de uno
mismo y con un estado psicológico interno diferente. A partir de allí, debemos
intuir las motivaciones internas, los sentimientos y las creencias que suby acen a
su conducta considerando, además, que los estados mentales de cada individuo se
enmarcan en características más estables de la personalidad. Finalmente, uno
debe tener en cuenta cómo es que nuestra conducta influy e sobre la de la otra
persona, tanto para actuar de una manera socialmente apropiada como para
intentar persuadir o influenciar el estado mental del otro. La cognición social se
relaciona con el resto de las capacidades cognitivas con el objetivo último de
guiar nuestra vida en sociedad, con estrategias a veces involuntarias y
automáticas y muchas veces debajo de los niveles de nuestra conciencia.
Más sobre la interacción social
Como hemos dicho, la complejidad de nuestro cerebro es consecuencia, al
menos en parte, de la complejidad social que ha alcanzado nuestra especie a lo
largo de su evolución. El ser humano es básicamente una criatura social. Es por
eso que crea organizaciones que van más allá del propio individuo, desde la
familia hasta las comunidades nacionales o globales. A partir de estas premisas,
podemos arribar a la evidente conclusión de que el grado de vitalidad de la
especie humana depende de la interacción social, es decir, del carácter de los
vínculos que uno establece con los otros.
    Un principio que permite la relación entre las personas es la capacidad de
darse cuenta de que los otros tienen deseos y creencias diferentes de las nuestras
y que su comportamiento puede ser explicado en función de ellos. Esto se conoce
como « teoría de la mente» y las evidencias indican que a los 4 años los niños y a
han desarrollado esta habilidad de evaluar estados mentales de otros. Aunque
algunos procesos cognitivos son conscientes e influencian en forma deliberada
nuestro funcionamiento, hay mecanismos automáticos que influy en en nuestra
interacción social. Por ejemplo, existen pruebas científicas recientes que
sugieren que las decisiones morales están más relacionadas con la emoción que
con el razonamiento explícito. Uno, luego de actuar, analiza y explica
racionalmente la decisión moral que ha tomado afectado por la impresión
genética y por la emoción. Otro aspecto importante en la investigación del
cerebro social son las neuronas espejo, que son células que reaccionan tanto al
observar una acción como cuando la realizamos nosotros mismos permitiendo el
aprendizaje a partir de la imitación de la acción observada. Además,
capacidades de la cognición social como la empatía con otros individuos han sido
esenciales evolutivamente.
    Como seguiremos analizando a lo largo de este capítulo, cierto
comportamiento social como el altruismo, la decisión económica o las ideas
políticas tienen una base genética. Sin embargo, los genes no explican en su
totalidad el comportamiento social ni las diferencias individuales. El estudio de los
factores no genéticos importantes en la determinación de la conducta está
prosperando. Un ejemplo sorprendente de cómo estos factores no genéticos
influy en en la conducta social se observó en las abejas obreras. Cuando estas
alimentan a las larvas con jalea real, la expresión de los genes implicados en el
crecimiento y el metabolismo es modificado, y esto lleva al desarrollo de nuevas
abejas reinas.
Cerebros empáticos
Hemos dicho que la interacción entre seres humanos resulta crucial para la
supervivencia: diversos estudios han demostrado que las personas que viven
aisladas tienen menos expectativa de vida, se enferman más, tienen una peor
performance en pruebas cognitivas y reportan niveles descendidos de felicidad.
Esta interacción supone una relación que no se justifica solo en la proximidad
sino además en el vínculo que se establece con el otro.
    El término « empatía» se aplica en el campo de las neurociencias a un
amplio espectro de fenómenos, desde sentimientos de preocupación por los
demás, hasta la capacidad de expresar emociones que coincidan con las
experimentadas por otra persona e, incluso, como vimos en el apartado anterior,
la capacidad de inferir qué es lo que está pensando o sintiendo.
    ¿Qué es, entonces, la empatía y para qué sirve? ¿Se puede medir de manera
exacta la capacidad empática de cada ser humano? Hasta hoy, ninguno de los
intentos para cuantificar la empatía a través de medidas reportadas por la misma
persona o valoraciones hechas por pares ha podido captar por completo el amplio
rango de procesos afectivos, cognitivos y conductuales que involucra. Esta
complejidad puede derivar de que la misma está procesada por una red
ampliamente distribuida en nuestro cerebro, que interactúa naturalmente de
manera extensa con diferentes regiones neuronales y sistemas cerebrales.
    Cierta evidencia convergente de estudios en comportamiento animal, estudios
de imágenes en individuos sanos y estudios de lesión en pacientes neurológicos
sugiere que la empatía depende de una gran variedad de estructuras cerebrales
evolutivamente más nuevas, y también incluy e estructuras primitivas del cerebro
que regulan los estados corporales, emociones y la reactividad afectiva. Esto
demuestra el rol crucial que juega la empatía no solo en los seres humanos, sino
en toda especie animal en la que individuos interactúen entre sí.
    Asimismo, la empatía no solo involucra procesos afectivos/emocionales sino
también procesos reflexivos en los que es necesario tomar perspectiva (por
ejemplo, entender por qué el otro está sufriendo).
    Es por ello que la empatía tiene efectos directos sobre otros procesos
cognitivos. Por ejemplo, estudios de nuestro laboratorio han demostrado que la
empatía cumple un rol crucial en el juzgamiento moral. Los pacientes con
algunas condiciones neurológicas o psiquiátricas en las que fallan aspectos de la
empatía muestran patrones de juzgamiento moral no asimilables con el patrón
general. Del mismo modo la empatía resulta crucial para la motivación y en los
aspectos más sociales de la toma de decisiones.
    En estos tiempos, las investigaciones intentan estudiar no solo cómo generar
medidas que puedan capturar de manera más fiable los niveles de empatía de
una persona, sino también el modo en que puede ser estimulada y entrenada.
    Este concepto de empatía también resulta clave para abordar cuestiones
sociales. Después de todo, si alcanzamos a desarrollar de manera creciente
nuestra experiencia empática para con nuestra comunidad, es probable que
lleguemos a comprender lo que piensa el otro y convivir así más pacíficamente.
    La gracia de la armonía es lograrla no solo cuando tenemos ideas comunes,
que resulta siempre más confortable y menos estimulante, sino también
posiciones divergentes. La cualidad empática está en conseguir hacer de la
diferencia una virtud.
                                         *
    —Las disposiciones y la ejecución eran perfectas; pero no eran aplicables ni al
caso ni al hombre. Una serie de recursos muy ingeniosos son para G. una especie
de lecho de Procusto, que deforma todos sus planes. Continuamente se equivoca
por exceso de profundidad o de superficialidad, y muchos escolares razonan mejor
que él. Me acuerdo de uno de ocho o nueve años, cuyo éxito en el juego de pares
e impares provocaba unánime asombro. Este juego es muy simple; se juega con
bolitas. Un jugador tiene en la mano unas cuantas bolitas y pregunta a otro si el
número es par o impar. Si este adivina, gana una bolita; si no, pierde una. El niño
del que hablo ganaba todas las bolitas de la escuela. Tenía, por supuesto, un
procedimiento: se fundaba en la observación de la mayor o menor astucia de los
contrarios. Por ejemplo, el contrario es un imbécil. Levanta la mano y pregunta:
«¿Son pares o impares?». El niño dice «impares» y pierde, pero gana la segunda
vez, porque reflexiona: en la primera jugada el tonto puso un número par y su
pobre astucia apenas le alcanza para poner impares en la segunda; apostaré a que
son impares. Apuesta y gana. Con un adversario algo menos tonto, hubiera
razonado así: este, para la segunda jugada, se propondrá una mera variación de
pares a impares, pero en seguida pensará que esta variación es demasiado
evidente y, finalmente, se resolverá a repetir un número impar; apostaré a impar.
Apuesta y gana. Ahora, ¿en qué consistía el procedimiento de este niño a quien
llamaban afortunado los compañeros?
    —Consistía —dije— en la identificación de su inteligencia con la del contrario.
    —Así es —dijo Dupin— y cuando le pregunté cómo lograba esa identificación,
me respondió: cuando quiero saber lo inteligente, lo estúpido, lo bueno, lo malo
que es alguien, o en qué está pensando, trato de que la expresión de mi cara se
parezca a la suya y luego observo los pensamientos y sentimientos que surgen en
mí. Esta contestación del niño contiene toda la sabiduría que se atribuyen La
Rochefoucauld, La Bruyére, Maquiavelo, Campanella.
    —Y esa identificación —dije— depende, si no me engaño, de la precisión con
que se adivina la inteligencia de otro.
    —En efecto —dijo Dupin—, G. y sus hombres fracasan porque nunca toman en
cuenta el tipo de inteligencia del adversario; se atienen a su propia inteligencia, a
su propia astucia; cuando buscan un objeto escondido, se guían fatalmente por los
medios que ellos habrían empleado para esconderlo. En general no se equivocan;
su astucia es la del vulgo. Pero cuando la astucia del delincuente difiere de la de
ellos, este, por supuesto, los derroca.
                                                                De La carta robada
                                                            EDGAR ALLAN POE
                                                    (Boston, 1809-Baltimore, 1849)
Ciencias morales
La moralidad es uno de los productos de las presiones evolutivas que han dado
forma a la mente humana. La principal función del cerebro humano es producir
respuestas adaptativas a las demandas físicas y sociales que nos impone el
entorno. La generación de estas respuestas podría haber contribuido a la
emergencia de la conducta moral humana. Aun sin saberlo, realizamos juicios
morales en forma diaria, como ay udar a un anciano a cruzar una avenida,
aunque esto nos haga llegar tarde a una importante reunión. Situaciones como
estas representan un dilema moral acerca de si debemos actuar de acuerdo a los
intereses de los demás o a los nuestros.
    Las áreas frontales son claves para la conducta moral así como la cognición
social, la función cognitiva que procura entender y explicar cómo los
pensamientos, las sensaciones y el comportamiento del individuo se ven influidos
por la presencia real o imaginaria de otros. La conducta moral refiere a aspectos
éticos, legales, creencias y normas e involucra varios procesos psicológicos
como la emoción y la empatía.
    En efecto, los psicópatas —con o sin lesión cerebral— muestran déficits en
sus propias emociones y en la capacidad de entender las emociones de los otros.
Existe una fuerte convicción popular de que los juicios humanos son producto de
un razonamiento moral deliberado, sin embargo, como daremos cuenta en
próximos apartados, son escasas las evidencias desde las neurociencias de que
esto sea realmente así. Al contrario, como y a hemos adelantado, existe evidencia
suficiente de que las emociones sociales juegan un rol clave en el procesamiento
moral.
    Quizás el razonamiento moral se deba entender como un intento para explicar
las causas y efectos de nuestras intuiciones morales. La corteza frontal es idónea
para administrar la cognición social y moral, porque ay uda a controlar las
reacciones inmediatas a un estímulo (como un rostro o gesto) y es fundamental
para la previsión de las consecuencias de un comportamiento actual en el largo
plazo.
    La identificación de los componentes neurales y de su relación con los
aspectos psicológicos suby acentes a la moralidad humana nos está brindando un
conocimiento esencial para entender las fortalezas y debilidades de nuestra
naturaleza.
Cerebro en construcción
El curso dinámico de la maduración del cerebro es uno de los aspectos más
fascinantes de la condición humana. Más allá de que los cambios cerebrales y la
adaptación sean inherentes a la vida, las fases tempranas de maduración, durante
el desarrollo fetal y la infancia, son quizás las más dramáticas e importantes. El
cerebro de un recién nacido representa solo una cuarta parte del tamaño del
cerebro adulto, y continúa su crecimiento y especialización de acuerdo a un
programa genético con modificaciones dadas por las influencias ambientales y
del entorno. Mucho del potencial y las vulnerabilidades del cerebro puede
depender de las primeras dos décadas de la vida. Las primeras áreas en madurar
son aquellas involucradas en funciones más básicas, tales como el procesamiento
de los sentidos y movimientos. Le siguen las áreas implicadas en la orientación
espacial y el lenguaje. Por su parte, los lóbulos frontales, fundamentales para la
planificación, la toma de decisiones, la memoria de trabajo y el control del
impulso, son las últimas áreas cerebrales en madurar y no se desarrollan
totalmente hasta la tercera década de la vida. La maduración del cíngulo
anterior, un área que controla nuestra habilidad para mantener la atención,
ocurre también en la adolescencia. De hecho, un joven puede observar una
gradual mejoría en mantener su mente focalizada en temas por períodos más
largos y en formas más complejas de pensamiento.
    Esta condición biológica debe ser tenida en cuenta por las acciones de
políticas públicas destinadas a esa franja etaria de la población. Y no solo el
Estado, sino también la comunidad en su conjunto (padres, docentes,
comunicadores, etc.).
    Actualmente, los adolescentes se enfrentan con una creciente demanda de
tareas múltiples. Investigadores, psicólogos y sociólogos comienzan a mostrar
preocupación por los efectos a largo plazo de demandas inadecuadas para un
cerebro en desarrollo. Algunos expertos advierten que nuestra sociedad puede
estar estimulando el desenvolvimiento de respuestas rápidas en los jóvenes, a
expensas de habilidades valiosas como la planificación, reflexionar y predecir las
consecuencias de las acciones.
    Comprender en detalle la maduración cerebral podría tener implicancias
fundamentales para intervenciones en enfermedades del neurodesarrollo, como
también generaría una oportunidad para iluminar las fortalezas y potencialidades
del adolescente. Cuando el proceso de maduración se realiza en forma adecuada,
las recompensas son considerables. Un desarrollo acorde vuelve posible una
may or capacidad para el pensamiento abstracto, para imaginar, planificar y
consolidar la identidad. A su vez, abre el camino para ser una mujer o un hombre
pleno en la sociedad.
Más sobre el misterio del cerebro adolescente
Fue extraño lo que sucedió con Holden Caulfied: a partir de 1951, y de manera
casi simultánea a la publicación de El cazador oculto, novela del misterioso autor
norteamericano J. D. Salinger, logró transformarse en uno de los personajes más
importantes de la cultura del siglo XX. Se trataba, sin más, de un adolescente de
16 años que procedía con desdén a cada paso que daba, mientras vivía
desacomodado en lugares que, a la larga o a la corta, debería abandonar.
    La adolescencia resulta, por cierto, una de las etapas de la vida en la que se
transita por superficies inestables. Claro que no solo el arte se ocupó de estas
cuestiones, sino también ha sido materia de estudio de la ciencia, y de las
neurociencias en particular. Esto permitió dar cuenta, por ejemplo, de las
cruciales modificaciones por las que atraviesa el cerebro humano en su pasaje
por la adolescencia.
    ¿Existen diferencias entre un cerebro adolescente y un cerebro adulto?
¿Existen competencias distintivas en la conducta y en la cognición? ¿Cómo
impactan los cambios cerebrales que ocurren en la adolescencia en la toma de
decisiones? Las respuestas a estas preguntas se investigan desde hace muchos
años en laboratorios de todo el mundo. De estos provienen los resultados que
apoy an una idea central: el proceso de maduración de varios circuitos neurales
durante la adolescencia está aún incompleto.
    Desde una perspectiva biológica, los cambios que se inician en la pubertad,
entre los 8 y 12 años —en promedio—, están destinados a la maduración de los
órganos reproductivos. La adolescencia, por su parte, está destinada al desarrollo
emocional y mental en pos de la vida adulta. Durante el mismo, será crítico el set
de cambios que se realicen en los lóbulos frontales, la porción más anterior del
cerebro y evolutivamente más nueva. Recordemos que es esta la región de
nuestro cerebro con funciones tan complejas como la capacidad para tomar
decisiones, para inhibir respuestas inapropiadas, para planificar y ejecutar un
plan de acción, para ponerse en el lugar del otro y para poder discernir qué
pautas establece cada sociedad sobre lo que está bien y lo que está mal, entre
otras. El lóbulo frontal está sujeto a cambios que afectan las funciones que este
regula. En la adolescencia aumenta la conectividad entre diferentes regiones
cerebrales y cambia el balance de las conexiones entre las áreas frontales
cognitivas y las áreas emocionales.
    A medida que crecemos, los estímulos se vuelven más complejos y requieren
del refinamiento de las redes y las señales en nuestro cerebro, para que procesen
la información de manera más rápida y así poder integrarla mejor. Esto permite
la llamada « mielinización» , un proceso de recubrimiento de las neuronas que
aumenta en esta etapa de la vida y que permite que las señales viajen más
rápido, más lejos y que puedan interconectarse entre sí. Es así que al
adolescente, en preparación hacia la adultez, se le presentan nuevos desafíos
cognitivos: se complejiza el material que enfrenta a nivel escolar, debe empezar
a tomar sus propias decisiones y tiene nuevas demandas, especialmente las
atencionales. Para ello, y a en sus fases más tempranas, como adelantamos en el
apartado anterior, madura una porción del cerebro importante en la atención
motivacional: el llamado « giro cingulado anterior» . Esta región también
monitorea los procesos conflictivos, al orientar la toma de decisiones. También
maduran, e incluso crecen en tamaño, algunas estructuras, tales como el
hipocampo, que se desarrolla hasta los 18 años, y la amígdala. Es decir que no
solo existen redes más mielinizadas, sino también redes más grandes y
complejas con may ores interacciones.
    Diversos estudios han demostrado que el crecimiento y maduración de
muchas de estas redes culmina recién en los últimos años de la segunda década
de vida. También se ha demostrado que en esa edad se produce un aumento en la
densidad de una estructura determinante para conectar ambos hemisferios
cerebrales: el cuerpo calloso. De este modo, el cerebro muestra una
interconectividad mucho más prolífica, lo que le permite integrar de manera
fiable los estímulos del exterior.
    Estos datos nos confirman que durante la adolescencia existe un extensivo
proceso de reorganización cerebral que pareciera culminar en el momento en el
que las modificaciones de las conexiones comienzan a estar más marcadas por
las experiencias de lo vivido y no tanto por un proceso de transformación
biológica programada en nuestros genes.
    El cazador oculto está considerada como una de las novelas imprescindibles
del siglo XX. Una obra tan importante, que llevó al autor a recluirse para siempre
como consecuencia de su impacto social y su circulación editorial persistente.
Claro que se trata de un estilo literario que los lectores y los medios
especializados han sabido elogiar. Pero también, de una capacidad extraordinaria
por saber hurgar en los enigmas del cerebro adolescente.
El cerebro, regulador de los impulsos
Muchos recordarán el momento en que William Foster, el personaje que encarna
Michael Douglas en la película Un día de furia, desata su rabia contra el mundo
luego de una seguidilla de malas experiencias. La pregunta que podemos
hacernos a partir de ese episodio no tiene tanto que ver con lo que habrá sucedido
en su cerebro para que eso pasara, sino, más bien, con qué le impidió hasta ese
momento que eso mismo le sucediera antes.
    La regulación de las emociones tiene un papel fundamental para la
convivencia de la especie humana (y, en un sentido más exagerado, para su
supervivencia). Los seres humanos tenemos la capacidad de transformar la
experiencia emocional al cambiar el significado que le otorgamos a la situación
que da lugar a la respuesta emocional.
    En un estudio sobre la regulación cognitiva, Kevin Ochsner, de la Universidad
de Columbia, les presentó a algunas personas fotos con contenidos
emocionalmente intensos. Ante cada presentación, las personas debían o bien
atender la foto, o bien reevaluar la foto. En la condición de atender, los
participantes debían mantenerse conscientes de su reacción emocional sin tratar
de alterarla. En la condición de reevaluar, los participantes debían interpretar la
foto de manera de no continuar sintiendo las emociones negativas despertadas
por la misma, o sea, debían generar una interpretación alternativa o una historia
para cada fotografía que explicara los eventos negativos de un modo
aparentemente menos negativo. El autor de la experiencia pudo observar que
efectivamente las personas eran capaces de modificar el sentimiento negativo de
las fotos presentadas y que esa capacidad se asociaba a la activación de ciertas
regiones cerebrales específicas. Se observó así la activación de diferentes
estructuras que conforman el cerebro emocional en un proceso modulatorio
concertado.
    Las estructuras prefrontales (relacionadas, como ampliaremos en « Miopía
del futuro» , con el mantenimiento de una estrategia, con la inhibición conductual,
la conciencia de las emociones, la realización de inferencias sobre las emociones
propias y de las otras personas) regulan las estructuras más automáticas del
cerebro emocional (como la amígdala) y la corteza angulada cumpliría el papel
de resolver las tensiones entre los diferentes actores cerebrales de la experiencia
emocional, al actuar como mediadores o negociadores de conflictos.
    En estados perturbados, como el del personaje de Michael Douglas, los
mecanismos cerebrales que mantienen regulado el estado emocional se vuelven
en contra del sistema en su conjunto y, en lugar de actuar como un filtro de
nuestra experiencia, proceden como un testigo cruel y despiadado de las
inclemencias externas y de nuestras limitaciones para enfrentarlas.
    De esta manera, la ciencia permite plantear que el grado de desarrollo y
habilidad de la mente humana se demuestra también en la capacidad de
transformar la reacción violenta e intemperante en una actitud paciente y
templada. El buen andar en la carrera reposa en diversas cualidades del jinete.
Una de ellas, quizás la fundamental, es la de saber llevar siempre bien calzados
los estribos.
La violencia impulsiva y la violencia premeditada
La agresión humana y la violencia tienen un alto costo para nuestra sociedad y su
may or prevalencia ha incentivado la búsqueda de predictores y causas de esta
conducta.
    La violencia —a menudo causada por la frustración— puede ser individual o
colectiva. Si bien los fundamentos de la agresión humana son multifactoriales —
políticos, socioeconómicos, culturales, médicos, ambientales y psicológicos— es
claro que algunas formas de agresión, como la agresión impulsiva, tienen una
neurobiología suby acente que recién se está empezando a comprender. La
ciencia busca los factores biológicos que predisponen a esta conducta.
    Por lo visto, la propensión a la agresividad impulsiva parece estar asociada
con una falta de autocontrol sobre ciertas respuestas emocionales negativas y una
incapacidad para comprender las consecuencias negativas de este
comportamiento. Los circuitos neurales implicados en la regulación de la
agresión están relacionados con las áreas cerebrales involucradas en el control
del miedo y el control afectivo. El afecto negativo (que describe una mezcla de
emociones y estados de ánimo como la ira, la angustia y la agitación) puede
provocar o agravar un comportamiento agresivo.
    La violencia premeditada, por otra parte, representa un comportamiento
planificado que no se asocia típicamente con la frustración ni es una respuesta a
la amenaza inmediata. En cambio, la agresividad impulsiva es espontánea, no
planificada, representa una respuesta a un estrés percibido y es asociada con
emociones negativas como la ira o el miedo. La agresividad impulsiva se
convierte en patológica cuando las respuestas agresivas son exageradas en
relación con la provocación. Cuando una amenaza es inminente, esta agresión no
premeditada puede ser considerada defensiva y por lo tanto parte del repertorio
normal de la conducta humana.
    Se cree que la neurobiología de estos dos tipos de agresión sería diferente, es
decir, la agresión de una persona que comete un acto violento pasional
posiblemente tenga bases biológicas diferentes de la agresión planificada y
premeditada. Ciertos defectos en la distribución normal de la serotonina,
mensajero químico del cerebro, se han vinculado a la agresión y la violencia. La
serotonina ejercería un control inhibitorio sobre la agresión impulsiva. Alguna
disminución de los niveles de un químico que refleja la actividad de la serotonina
en el cerebro se ha encontrado en los pacientes violentos e impulsivos. Las
anomalías genéticas pueden contribuir a la función de la serotonina, así como a
las diferencias individuales en el comportamiento agresivo. Existen
anormalidades en la actividad de la serotonina en la corteza frontal en personas
con agresividad impulsiva, aunque es probable que otros mensajeros químicos,
como los neuromoduladores y las hormonas, también estén involucrados. La
corteza frontal normalmente desempeña un papel crucial restringiendo brotes
impulsivos. Un déficit en este circuito aumentaría la vulnerabilidad de una
persona a la agresión impulsiva.
    Este tipo de estudio neurobiológico, obviamente, no determina por sí mismo si
una persona será o no agresiva. Como hemos referido en diversas ocasiones, el
entorno ambiental también influy e de manera crucial en las conductas de los
seres humanos.
Emoción y razón puestas en juego en las decisiones
Muchas teorías asumen que las decisiones derivan de una evaluación de
alternativas de los posibles resultados con un análisis costo-beneficio. La
evidencia científica indica que decidimos, básicamente, con las emociones.
Investigaciones recientes demuestran que la toma de decisiones es un proceso
que depende de áreas cerebrales involucradas en el control de las emociones.
Tomamos decisiones permanentemente y la velocidad de los eventos que nos
suceden hace que no hay a tiempo para racionalizar los pros y contras de cada
decisión. Estas dependen de qué región cerebral emerge victoriosa de una batalla
entre los centros emocionales y racionales.
    La noción de que somos seres conscientes, con el poder de realizar nuestras
propias elecciones en la vida, ha sido cuestionada por las neurociencias. Como
veremos más adelante en el capítulo, Benjamín Libet, de la Universidad de
California, demostró que algunas áreas del cerebro se activan antes de que un
individuo esté consciente de una decisión particular como mover una pierna.
    Un análisis de la pregunta sobre si poseemos libre albedrío requiere tomar en
cuenta el proceso de toma de decisiones y esta es influenciada por procesos
implícitos que muchas veces no alcanzan la conciencia.
    Existe un tipo de paciente con disfunción emocional, que, como también
veremos, presenta miopía del futuro en su toma de decisiones, al privilegiar la
recompensa inmediata, aunque esto repercuta negativamente a largo plazo. Un
adicto grave puede comprender que el consumo intenso de droga posiblemente le
traiga problemas sociales, laborales, económicos y familiares a largo plazo, pero,
sin embargo, no puede resistir la tentación de la recompensa inmediata que le
proporciona el consumo de la sustancia. Esto no se explica por dificultad en la
racionalidad o comprensión sino por una disfunción emocional que impacta
desventajosamente en las decisiones a largo plazo.
    La ciencia está comenzando a iluminar el camino que nos permitirá entender
por qué elegimos cuando elegimos. Y aquí, la palabra « entender» es clave en la
historia social, que no es otra cosa que la historia de la toma colectiva de
decisiones.
    Aquello fue un tira y afloja agotador, y no fue hasta la última cerveza de
aquella tarde cuando Ferlosio contó la historia del fusilamiento de su padre, la
historia que me ha tenido en vilo durante los dos últimos años. No recuerdo quién
ni cómo sacó a colación el nombre de Rafael Sánchez Mazas (quizá fue uno de los
amigos de Ferlosio, quizás el propio Ferlosio). Recuerdo que Ferlosio contó:
    —Lo fusilaron muy cerca de aquí, en el santuario del Collell. —Me miró—.
¿Ha estado usted allí alguna vez? Yo tampoco, pero sé que está junto a Banyoles.
Fue al final de la guerra. El 18 de julio le había sorprendido en Madrid, y tuvo que
refugiarse en la embajada de Chile, donde pasó más de un año. Hacia finales del
treinta y siete escapó de la embajada y salió de Madrid camuflado en un camión,
quizá con el propósito de llegar hasta Francia. Sin embargo, lo detuvieron en
Barcelona, y cuando las tropas de Franco llegaban a la ciudad se lo llevaron al
Collell, muy cerca de la frontera. Allí lo fusilaron. Fue un fusilamiento en masa,
probablemente caótico, porque la guerra ya estaba perdida y los republicanos
huían en desbandada por los Pirineos, así que no creo que supieran que estaban
fusilando a uno de los fundadores de Falange, amigo personal de José Antonio
Primo de Rivera por más señas. Mi padre conservaba en casa la zamarra y el
pantalón con que lo fusilaron, me los enseñó muchas veces, a lo mejor todavía
andan por ahí; el pantalón estaba agujereado, porque las balas solo lo rozaron y él
aprovechó la confusión del momento para correr a esconderse en el bosque.
Desde allí, refugiado en un agujero, oía los ladridos de los perros y los disparos y
las voces de los milicianos, que lo buscaban sabiendo que no podían perder mucho
tiempo buscándolo, porque los franquistas les pisaban los talones. En algún
momento mi padre oyó un ruido de ramas a su espalda, se dio la vuelta y vio a un
miliciano que le miraba. Entonces se oyó un grito: «¿Está por ahí?».
    Mi padre contaba que el miliciano se quedó mirándole unos segundos y que
luego, sin dejar de mirarle, gritó: «¡Por aquí no hay nadie!», dio media vuelta y se
fue.
                                                          De Soldados de Salamina
                                                                JAVIER CERCAS
                                                                  (Cáceres, 1962)
Neurobiología de la toma de decisiones
Las neurociencias sugieren que el razonamiento guiado por la emoción facilita el
proceso de toma de decisiones. Según nuestras investigaciones y las de otros
colegas, el área orbitofrontal —área íntimamente relacionada con las estructuras
emocionales— resulta crítica para el proceso de toma de decisiones. Cuando
intentamos analizar en detalle las áreas cerebrales involucradas, encontramos
que otras áreas como la corteza prefrontal dorsolateral y dorsomedial son
críticas, además de la antedicha, en el proceso de toma de decisiones. Estas
últimas son áreas más cognitivas que emocionales y están también involucradas
en tareas como el procesamiento de la memoria operativa, la planificación y la
atención. Es decir, una y otras interactúan en el proceso normal de toma de
decisiones.
    La toma de decisiones es un mecanismo cognitivo complejo y un déficit en
esta función puede manifestarse de distintas maneras. El estado de ánimo influy e
muchísimo en esta capacidad. Generalmente los pacientes neuropsiquiátricos
desarrollan patrones deficientes en la toma de decisiones coherentes con las
manifestaciones clínicas y neuropsicológicas de la enfermedad. Por ejemplo, en
situaciones típicas de juego, los depresivos demoran más tiempo en tomar
decisiones y, además, tienden a apostar menos que los grupos de control en
situaciones favorables; los obsesivos prefieren la recompensa inmediata y no
desarrollan una buena estrategia; los impulsivos apuestan enseguida (no esperan
para analizar todas las posibilidades detalladamente); los extrovertidos, maníacos
o desinhibidos se sienten más positivos, actúan decisivamente hacia potenciales
recompensas y apuestan mucho sin recolectar previamente toda la información
necesaria. En diversas ocasiones es difícil saber si esto se debe a una genuina
actitud de búsqueda de riesgo o consecuencia de la impulsividad que padecen.
Muchos de estos temas los iremos ampliando en las próximas páginas.
Miopía del futuro
El 15 de enero de 2009, unos pocos minutos después de despegar del Aeropuerto
de Nueva York, el piloto del vuelo 1549 se dio cuenta de que un problema en sus
motores no le permitiría llegar exitosamente a destino y tampoco volver al
aeropuerto. Tomó, entonces, una de las decisiones más trascendentales de su
vida: amerizar en las frías aguas del Río Hudson y lograr, de esa manera, que
todos los pasajeros y la tripulación salvaran sus vidas. Si el piloto de ese avión
hubiese sido una computadora, muy posiblemente todos estarían muertos. Las
155 personas se salvaron porque Chesley Sullenberger II, el héroe del Hudson,
tenía un cerebro humano y, particularmente, porque su lóbulo frontal estaba
intacto.
    Los seres humanos, basados en nuestra experiencia, intuición, aprendizaje y
emoción, integramos la información en un contexto que cambia
permanentemente de manera inmediata y automática. La corteza frontal
desempeña un papel clave en la toma de decisiones y en integrar el contexto,
aunque, por supuesto, otras áreas cerebrales también están involucradas. Si
alguna parte del cerebro tiene que ver may ormente con nuestra identidad, con lo
que nos distingue de las demás criaturas vivientes y, al mismo tiempo, nos hace a
cada uno de nosotros diferentes, esa área es el lóbulo frontal. Si otras partes
específicas del cerebro se dañan, por ejemplo, puede haber debilidad motora en
un miembro, dificultarse la percepción o perderse aspectos del lenguaje o ciertas
memorias, mientras que la esencia del individuo permanecería intacta. Cuando
se dañan los lóbulos frontales, lo que cambia es la personalidad.
    El lóbulo frontal ocupa toda la región anterior del cráneo. Esta región
cerebral, que termina de madurar entre la segunda y tercera década de la vida,
resulta crítica para la recuperación de información almacenada en otras regiones
del cerebro y la facilitación, de esta manera, de diferentes funciones
intelectuales. Así es como manejamos al mismo tiempo muchos recuerdos y los
combinamos de infinitas formas diferentes. ¿Qué es, a fin de cuentas, la
imaginación, sino la capacidad de articular imágenes viejas para componer
secuencias nuevas? ¿Y qué es la planificación sino la capacidad de crear
virtualmente, es decir, en nuestro cerebro, un futuro posible que nunca ha existido
en el pasado? ¿Cómo se logra una solución imaginativa para un problema
inesperado sino es a través de la capacidad de adaptarse a la imprevista situación
a partir de un orden novedoso de los elementos conocidos? Todo ello fue puesto
en funcionamiento por el piloto del avión cuando fue hacia al río no sin antes
dejar pasmados a los controladores de torre al informar sobre su decisión: « Nos
vamos al Hudson» , les dijo.
    El lóbulo frontal juega un rol central en el establecimiento de objetivos y en
la creación de planes de acción necesarios para obtener esas metas. Estos
procesos que coordinan capacidades cognitivas, emociones y la regulación de
respuestas conductuales frente a diferentes demandas ambientales se denominan
« funciones ejecutivas» . Estas habilidades pueden dividirse en dos: por un lado,
las llamadas « metacognitivas» , que incluy en la resolución de problemas, el
pensamiento abstracto, la memoria de trabajo, la planificación, estrategia e
implementación de acciones; por otro, las emocionales o motivacionales,
responsables de coordinar la cognición y la emoción, es decir, de encontrar
estrategias socialmente aceptables para los impulsos. ¿Qué significa esto último?
Se refiere a cuestiones, como las que vimos unas páginas atrás, en las cuales
están implicados, por ejemplo, la inhibición de los instintos básicos (muchas
veces nos hemos visto tentados de reaccionar violentamente y no lo hemos
hecho, o tomar algo que deseamos y no nos pertenece, o actuar sin
condicionamientos frente al deseo).
    Exactamente eso es aquello que falla en muchos pacientes con afectación del
lóbulo frontal. Hemos aprendido mucho acerca del funcionamiento normal de
esta región cerebral a través del estudio de pacientes con afectación en esa zona.
    Un caso que abrió muchísimas puertas a estas investigaciones fue el de un
joven estadounidense capataz de una compañía de ferrocarril que sufrió un
accidente en 1848. Phineas Gage, que así se llamaba, era un empleado fiable,
eficiente, capaz, equilibrado y muy trabajador, hasta que un día una barra de
hierro atravesó su lóbulo frontal. Milagrosamente sobrevivió pero, tras su
recuperación, la personalidad de Gage cambió radical y permanentemente. Se
convirtió en alguien impulsivo, desinhibido, irreverente, que elegía siempre
opciones riesgosas e irresponsables. Sus decisiones y a no eran ventajosas para él
ni para su familia: decidía desfavorablemente al desestimar las consecuencias
negativas de sus acciones. Como Phineas Gage, los pacientes con lesión frontal
saben qué está bien y qué está mal, pero de todas maneras deciden
desventajosamente. Estos pacientes tienen una miopía del futuro en su toma de
decisiones, privilegian la recompensa inmediata, aunque esto tenga repercusiones
negativas a mediano o largo plazo.
    Resulta curioso que el tamaño del lóbulo frontal de los primates y de los
humanos no sea demasiado distinto. Sí, como hemos visto, sus habilidades
frontales. Los estudios neurocientíficos postulan que esto podría deberse a una
interconexión más rica en los humanos. Asimismo, el análisis arqueológico no ha
descubierto una gran evidencia de las funciones ejecutivas metacognitivas en el
hombre prehistórico. Estas representan una adquisición reciente en la evolución.
El lenguaje, principalmente, y otros instrumentos culturales (las matemáticas, el
dibujo y la tecnología) han contribuido al desarrollo de habilidades
metacognitivas.
    Todas estas cualidades le provey eron al ser humano de los recursos
suficientes para resolver muchos problemas ligados a su vida cotidiana, a su
desarrollo y a su expectativa de vida. También, para enfrentar los problemas
sociales más importantes. El hambre, las guerras y las muertes evitables
deberían ser historia pasada si las funciones ejecutivas metacognitivas —
racionales— hubiesen sido utilizadas efectivamente en la solución de estos
problemas. Pero, como sabemos, ni el hambre, ni las guerras, ni las muertes
evitables han, lamentablemente, desaparecido de la faz de la tierra. Una
respuesta posible de estas situaciones es que las cuestiones sociales, por lo
general, tienen también un contenido emocional.
    Muchas teorías científicas postulan que las decisiones derivan de una
evaluación de distintas alternativas de los posibles resultados con un análisis
racional, controlado y consciente. Sin embargo, como hemos referido y
referiremos en el resto del capítulo, gran parte de nuestras decisiones están
guiadas por nuestros estados afectivos —regulados, en parte por el lóbulo frontal
— y por procesos implícitos que muchas veces no alcanzan la conciencia.
Evolutivamente el cerebro ha desarrollado un proceso de toma de decisiones
humanas en el que no solo están involucradas áreas ligadas a lo lógico y
computacional sino también a lo emocional. Cuando otras personas están
involucradas, no es fácil permanecer neutral desde el punto de vista emocional,
y a que implican poder, sumisión, beneficios personales, etc. El énfasis en el
control del comportamiento, el anticiparse a las consecuencias de la conducta y
otras habilidades semejantes han contribuido a la falsa idea de que nos regimos
solo por la racionalidad. La historia humana (pensemos en grandes y trágicos
sucesos del siglo XX en el mundo, por ejemplo) claramente contradice esta idea.
    Podemos anudar estos conceptos que hemos expuesto apelando a un recurso
poético que permite inferir el todo por la parte: diríamos, entonces, que el lóbulo
frontal actúa como sinécdoque de nosotros mismos. Somos los que, con ímpetu
social, podemos salvar las vidas tomando decisiones acertadas y los que nos
volvemos improcedentes con ciertas injusticias de largo alcance: la desnutrición
y la subnutrición, la indigencia, el analfabetismo.
    Digamos, entonces, que la miopía del futuro no es solo una manera de definir
un fenómeno neurológico.
    Algunas sociedades también parecen padecerla. Muchas veces, como
sociedad, elegimos lo que nos brinda una satisfacción inmediata e hipotecamos
en el mismo gesto nuestro destino común y el de las próximas generaciones. Una
acción fundamental a través de la cual evitamos esta miopía social es la
educación. En ella sabemos observar desde lo inmediato y proy ectarnos hacia el
porvenir. La educación integra, da oportunidades, genera sociedades armónicas
con igualdad. Quizás, entonces, la medida del buen funcionamiento del lóbulo
frontal de nuestra sociedad esté justamente ahí: en tomar las decisiones colectivas
que se adapten a las situaciones dadas y que vay an mucho más allá de un
puñadito de tiempo, que sepan ver con nitidez el futuro.
El juego del ultimátum
La neuroeconomía es una nueva área que estudia las bases neurales de los
procesos cognitivos y emocionales involucrados en la toma de decisiones
económicas. En el llamado « Juego del ultimátum» , dos jugadores dividen una
cantidad de dinero. Un jugador hace una oferta de cómo se podría repartir el
dinero entre los dos. El otro jugador puede aceptar o rechazar la oferta. Si la
acepta, el dinero es dividido como se propuso, pero, si es rechazada, ningún
jugador recibe nada. Por ejemplo: el sujeto A recibe 10 pesos y tiene que
ofrecer al sujeto B una suma entre 0 y 10 pesos. La teoría económica (como por
ejemplo, la del matemático John Nash, ganador del premio Nobel de economía
y representado en la película Una mente brillante) sostiene que el jugador A
consigue más dinero quedándose con nueve y dando 1 al jugador B. Además
sugiere que si al jugador B se le ofrece 1 peso debe aceptarlo y a que es mejor
tener 1 peso que nada.
    Pero esto no es lo que solemos hacer los seres humanos en la realidad. En
estudios neuropsicológicos se observó que la may oría de las personas en la
posición A ofrece casi siempre la mitad (alrededor de 4-5 pesos). También se
observó que la may oría de las personas en la posición B rechaza una oferta
menor de 3 pesos porque se sienten insultados, y a que la consideran injusta. Pero
lo que resulta interesante es que esto no pasa cuando juegan con una
computadora: aceptan cualquier cantidad que esta les ofrezca y a que no se
sienten despreciados por la máquina.
    Frente a estos resultados, se estudió qué pasa en el cerebro cuando se realiza
el « Juego del ultimátum» a través de la resonancia magnética funcional. La
pregunta que se quiso responder fue: ¿por qué la elección de los jugadores
contradice la teoría económica?
    Es importante recordar dos datos previos de las neurociencias cognitivas:
            la ínsula anterior está asociada con emociones negativas;
            la región prefrontal dorsolateral está asociada a tareas más cognitivas
            que emocionales.
    Este estudio permitió observar la activación cerebral mientras los sujetos
respondían a propuestas justas (por ejemplo, 5 pesos sobre 5 pesos) o injustas
(por ejemplo, pesos sobre 1 peso). Mientras que las áreas cognitivas se activaban
en ambos tipos de ofertas, la ínsula anterior (disgusto) se activaba
significativamente ante el rechazo de las propuestas injustas, lo que sugería un rol
importante de la emoción en la toma de decisiones. Esta área parecería competir
con áreas más intelectuales del cerebro, la zona del impulso racional del cerebro
que incitaría a aceptar 1 peso antes que nada. Cuanto más actividad en la ínsula,
más posibilidades de que el sujeto rechace el dinero. La interpretación de estos
resultados fue que la cantidad de emoción/disgusto ante una oferta injusta
determinaría si la persona rechaza o no esta oferta.
Límites y riesgos del llamado «neuromarketing»
El « neuromarketing» puede ser definido como cierta aplicación de metodología
utilizada en la investigación neurocientífica para analizar, comprender y predecir
el comportamiento humano en relación al mercado y al consumo de productos y
bienes de uso. Las empresas que ofrecen esta clase de servicios incluy en el uso
de técnicas como la resonancia magnética funcional o los estudios de
electroencefalografía para evaluar si las personas responden favorablemente o
no ante el nombre de una marca, un producto determinado o, incluso, algunas de
sus características. Actualmente existen varias empresas que ofrecen sus
servicios de neuromarketing por Internet.
     La may oría de estas empresas prometen brindarles a sus clientes la verdad
acerca de lo que los consumidores piensan y sienten acerca de un producto.
También afirman que sus métodos permiten revelar la actividad mental
inconsciente de las personas ante un producto o al momento de tomar una
decisión. Para abordar críticamente esta situación, debemos analizar esta oferta a
partir de dos elementos antedichos. Es cierto que los últimos años han sido testigos
del avance de metodologías cada vez más precisas y efectivas para medir la
actividad de la corteza cerebral, tanto espacial como temporalmente (es decir,
qué áreas se involucran en determinadas tareas y en qué momento). Sin
embargo, este avance no implica que se puedan conocer los pensamientos de una
persona con solo mirar las áreas que se activan de su cerebro en un estudio de
resonancia.
     La pregunta que podríamos hacernos es cuánto hay de científico en todo esto.
Muy poco, en realidad. El prestigio de la ciencia se lo utiliza, más bien, como
marketing del neuromarketing. Las investigaciones científicas son proy ectos
complejos, de varios años, cuy as conclusiones están basadas en la utilización de
múltiples pruebas y que tienen en cuenta las limitaciones de los instrumentos que
utilizan. Asimismo, las conclusiones se corroboran sistemáticamente a partir de
una serie de estudios en torno a la misma línea, y no de un único hallazgo
independiente.
     Estos estudios con imágenes pueden mostrar cuáles son las áreas que se
activan cuando las personas se encuentran frente a determinados estímulos. Es
así que, por ejemplo, una empresa de neuromarketing en San Diego, Estados
Unidos (MindSign Neuromarketing) mostró la activación de un área cerebral, la
corteza insular, ante el sonido de su teléfono celular. En función de estudios
previos que relacionan a la corteza insular con la capacidad de sentir amor y
compasión, los realizadores de este estudio concluy eron en que las personas
aman a sus teléfonos. Este estudio evidencia los problemas que surgen cuando no
se tienen en cuenta las limitaciones de una tecnología. Nuestro cerebro no
funciona en forma parcializada, no hay una correspondencia entre una tarea, un
objeto o un sentimiento y un área cerebral circunscripta y específica. Por el
contrario, tal como hemos sostenido, nuestro cerebro opera en redes que integran
la información de distintas áreas y que actúan de manera simultánea para poder
dar lugar al repertorio de complejísimas conductas que nos caracterizan como
especie humana. Así, aunque un área pueda ser la principal involucrada ante
determinada tarea, integra a su vez otras regiones y sería ingenuo creer que la
actividad cerebral ante las demandas de la vida diaria está confinada a solo una
porción específica de nuestro cerebro. En consecuencia, un área cerebral puede
estar involucrada en múltiples procesos cognitivos.
     La investigación científica, para ser tal, debe ser sometida a una exhaustiva
evaluación por un grupo de revisores antes de ser publicada. De este modo, se
controla que los resultados no hay an sido manipulados a favor de lo que los
autores querían demostrar a priori. Además, si un hallazgo solo es demostrado
por un estudio pierde terreno en su consideración en comparación con hallazgos
que son replicados por múltiples estudios de diferentes grupos y países. ¿Esto
también sucede con el neuromarketing? En gran medida, no. La gran may oría de
estas empresas publican sus resultados en medios masivos y no en revistas
científicas, evitando así ser sometidas a ningún control. Más aún, no especifican
en sus páginas los detalles de los métodos que utilizan para realizar la adquisición
y procesamiento de los datos. No es trivial esto. Vivimos en una época en la cual
la información es nuestro principal recurso y cuy as plataformas de difusión
permiten su democratización. Sin embargo, la posibilidad de tener acceso a la
información nos obliga a ser rigurosos cuando damos a conocer un resultado o
divulgamos un hallazgo.
    Si no somos cuidadosos en la forma en que se presenta un resultado, si no se
explican cuáles son sus limitaciones y cómo tienen que ser interpretadas sus
conclusiones, se fomenta un conocimiento superficial que va en contra de los
objetivos de cualquier investigación y que puede convertirse en una herramienta
de manipulación y engaño. El surgimiento de empresas que ofrecen servicios de
neuromarketing plantea, por ende, serias cuestiones éticas que se deben tener en
cuenta:
            regulación: como las investigaciones en marketing no se consideran
            parte de la investigación científica, sus protocolos no son evaluados
            por ninguna institución ni organismo; además, no revelan los detalles
            de la metodología implementada y no son sometidas a rigurosos
            análisis por revisores científicos;
            confidencialidad de los datos: en su may oría, ninguna de las páginas
            de las empresas de neuromarketing menciona las políticas de
            privacidad o confidencialidad: no se da a conocer quiénes van a tener
            acceso a la información de los estudios y tampoco adoptan una
            postura ante el caso de encontrar en forma accidental evidencias de
            patologías (por ejemplo, si uno participara como voluntario de este
            tipo de estudios y se evidenciara como hallazgo incidental un tumor
            cerebral en la resonancia magnética: ¿cómo debería procederse?).
    Es deber de todos los investigadores, sean de la rama que sean, elaborar sus
estudios de manera metódica y divulgar al público los conocimientos y
descubrimientos de forma clara y transparente, y a que es la única manera de
que el conocimiento se convierta en una herramienta útil para toda la sociedad.
Más allá de que todavía resta por debatir la alianza entre el mercado y la
investigación científica, lo que indefectiblemente surge es la necesidad de que las
empresas que ofrezcan estos servicios cumplan con los más rigurosos criterios de
investigación y sean responsables en el tratamiento y difusión de sus resultados.
    Como dijimos en las primeras páginas de este libro, sería imprescindible
realizar un debate serio sobre los hallazgos en el estudio del cerebro, sus
limitaciones y las posibles implicancias y aplicaciones de la investigación en
áreas disímiles. De esta manera la sociedad tendría mecanismos de evaluación
cada vez más elaborados para seleccionar, aprobar o desaprobar a instituciones,
empresas o personas que quieran explicar, en nombre de las neurociencias pero
con una evidencia científica pobre o nula, los secretos del consumo, la publicidad
o, lo que es aún más delicado y misterioso, la intimidad del pensamiento de cada
persona.
Preguntas y respuestas sobre las decisiones humanas
    Hablemos del segundo fatal, ese en el que decidimos A cuando era B, ese que
puede traer aparejadas consecuencias mínimas (escribir mal la cifra en un
cheque) o gravísimas (como los errores humanos en las tragedias automovilísticas,
aéreas, etc.). ¿Por qué se producen? ¿Qué hace que elijamos A y no B —muchas
veces teniendo los conocimientos para comprender que B era la opción correcta
—? En definitiva, ¿por qué nos equivocamos?
    Las decisiones de la vida cotidiana nos parecen fáciles y sencillas,
especialmente si las comparamos con decisiones abstractas como calcular
números primos o decidir cuál es el resultado de una ecuación diferencial.
    Sin embargo, las decisiones de la vida cotidiana, algunas simples (como elegir
algunos productos del supermercado) y otras complejas (como decidir compartir
la vida con una pareja), implican un alto grado de incertidumbre y requieren de
un aprendizaje de hábitos sociales muy sofisticados. Los humanos, por un lado,
hacemos uso del sentido común, entendido este como un conjunto de
aprendizajes sociales que nos indican cómo comportarnos en determinadas
situaciones. Por otro lado, al tomar decisiones a menudo nos guiamos por claves
emocionales que nos orientan, muchas veces de forma totalmente inconsciente.
Si no usáramos la información emocional (que nos habla de la relevancia de una
decisión) y el sentido común (que nos ay uda a tomar decisiones de acuerdo al
contexto), la cantidad de información que nuestro cerebro debería evaluar
resultaría excesivamente trabajosa y lenta, inadecuada para nuestros contextos
rápidos y cambiantes. Por ello, el cerebro utiliza atajos en la toma de decisiones,
a fin de poder elegir adaptativamente la información saliente y relevante del
conjunto de datos masivos que se nos presenta en una situación. Muchas veces los
errores se cometen cuando estos atajos emocionales o de sentido común resultan
inadecuados.
¿Cómo opera el cerebro en esas situaciones? ¿Es verdad que la activación de
áreas cerebrales inadecuadas induce a errores?
    Más que áreas cerebrales inadecuadas, lo que sucede es que, en algunos
errores, ciertas estrategias de decisión no resultan adecuadas. Justamente, estos
procesos cognitivos y afectivos implican la activación de diferentes áreas
cerebrales, pero no es la activación cerebral per se, sino el proceso cognitivo que
la desencadena el que induce a error. Por supuesto, en múltiples patologías
neuropsiquiátricas, en las cuales existen déficits cerebrales asociados a la toma
de decisiones (por ejemplo, en las lesiones frontales, en la demencia, en el
autismo o en la esquizofrenia) pueden observarse activaciones atípicas o
inadecuadas de algunas áreas cerebrales en la toma de decisiones.
¿Y es verdad que cuando se aprende a inhibir estas activaciones perturbadoras se
logra razonar con cierta lógica?
    En diversos ámbitos, tanto académicos como cotidianos, existe un mito muy
extendido: que las emociones y el sentido común son opuestos al razonamiento
lógico. Este mito está basado en el supuesto de que las mejores decisiones se
toman en base a una lógica abstracta. Autores como Amos Tversky y Daniel
Kahneman han mostrado las limitaciones y sesgos de la racionalidad humana,
bastante alejada de un proceso de decisión abstracta puramente lógica. Sin
embargo, como hemos dicho, las emociones y el sentido común, la may oría de
las veces, nos orientan en un mundo altamente cambiante, impredecible, que no
se comporta como un sistema lógico en el que se pueda predecir la mejor
decisión en base a una estadística probabilística. Múltiples estudios han
evidenciado que la nuestra es una racionalidad ecológica, contextual, guiada por
atajos emocionales y que esta estrategia es la más adecuada para tomar
decisiones. Nuestra mente no es un sistema lógico-formal abstracto. Por el
contrario depende de la acción situada, corporizada y afectiva. Permítasenos un
ejemplo: a una ama de casa le resultaría muy difícil resolver en abstracto un
cálculo bay esiano de optimización de valores múltiples. Sin embargo, en la
práctica cotidiana, cuando esta misma señora va a un supermercado y hace las
compras del mes, su conducta puede presentar altos estándares de optimización
de la relación calidad-precio tan efectivos como los que habría resuelto en un
proceso computacional bay esiano, pero desarrollado en un contexto situado. Por
ende, no se trata de desactivar las perturbaciones de las emociones, del contexto
o del sentido común para evitar los errores, sino de tomar conciencia de cómo
estos atajos están operando automáticamente, y saber identificar en qué
situaciones no debe tomárselos en cuenta.
¿Es verdad lo que demuestran algunos estudios científicos acerca de que el
cerebro previene los errores? ¿Cómo ocurre esto?
    Ello es verdadero en cierto sentido. Por ejemplo, muchas investigaciones han
evidenciado que en tareas simples de decisión se activan áreas anteriores del
cerebro (denominadas « corteza cingulada anterior» ) en conjunto con ciertos
neurotransmisores (dopamina) que funcionan como un proceso de aprendizaje
contextual en base a errores cometidos. Dicho aprendizaje es utilizado en
situaciones similares para prevenir errores. Este monitoreo de los errores no es
reflexivo y está presente antes de que seamos conscientes de la decisión que
tomaremos instantes después. De esta forma nuestro cerebro aprende de los
errores viejos y tiende a anticipar posibles situaciones en las que se pueden evitar
nuevos traspiés.
¿Hay algún momento en el que se es más proclive a cometer errores? ¿Es cierto
que cuando uno hace tareas aburridas el cerebro se pone en una especie de modo
stand by y ahí pueden ocurrir los errores?
    Si nos restringimos a los errores en tareas de decisiones que requieran
atención y concentración en el tiempo, las fallas en la atención, la concentración
o una motivación disminuida son fuente frecuente de tropezones. La falta de una
actividad con sentido (física o mental) pareciera predisponer negativamente al
cerebro. Aunque no está totalmente demostrado, algunas investigaciones sugieren
que el mantenerse mentalmente activo puede compensar y reducir múltiples
déficits cognitivos que conllevan a cometer errores.
¿Se pueden evitar los errores? ¿O trabajar para reducirlos? ¿Cómo? ¿Existen
técnicas para esto?
    Ciertamente se puede trabajar para reducir los errores. Ello depende en qué
tipos de errores se esté pensando: por ejemplo, en tareas altamente complejas
como manejar un avión, la práctica simulada como la que se da a través de
entrenamiento con sistemas virtuales parece reducir considerablemente la
ejecución de errores. En contexto de decisiones de alto riesgo, el manejo de la
tensión emocional, así como el trabajo en equipo ay udan a prevenir errores.
¿Cómo reacciona el cerebro ante situaciones límites?
    Quizás una de las propiedades más fascinantes del sistema nervioso es la
forma en que densas y complejas conexiones se forman para dar una respuesta.
En situaciones límites, hay una hiperactivación de algunas de estas redes, que
generan respuestas exageradas que involucran químicos en el cerebro y la
liberación de hormonas, de modo que hay a una coordinación entre lo que
pensamos y cómo actuamos.
¿La actividad del cerebro se acelera en momentos de peligro? ¿Cómo actúa el
cerebro ante el miedo?
   Como dijimos antes, el sistema nervioso forma densas y complejas
conexiones para dar una respuesta. En situaciones de peligro, hay ciertas áreas
que se activan para generar respuestas específicas. Pero este tema lo
desarrollaremos con may or profundidad en páginas siguientes.
¿Cómo actúa el cerebro cuando existen probabilidades imprecisas?
    En las últimas décadas, los economistas, por ejemplo, han afirmado que las
personas son adversas a la ambigüedad. En base a esta idea, se ha construido un
modelo teórico de decisión que sugiere que cuando la probabilidad no es precisa,
las personas se inclinan a considerar el peor resultado posible de cada acción que
puedan tomar.
¿Es este un modelo matemático inteligente o corresponde a un proceso real en el
cerebro?
    Durante los últimos años se ha estudiado en detalle cómo las personas toman
decisiones con niveles bajos de probabilidad (riesgosos). Sin embargo, mucho no
se conoce acerca de las bases neurales de la toma de decisiones cuando las
probabilidades son inciertas debido a falta de información (ambigüedad). El
principal resultado de estos estudios al que se pudo arribar es que áreas diferentes
del cerebro humano se activan cuando sujetos sin patologías neurológicas toman
decisiones ambiguas y cuando toman decisiones riesgosas. Además, estos
estudios demostraron que pacientes con lesiones cerebrales en esas áreas
tomaban decisiones ambiguas y riesgosas en forma diferente que los sujetos sin
lesiones. Por ejemplo, en los pacientes con lesiones en la corteza orbitofrontal no
se evidenció la preferencia normal de decisiones arriesgadas por encima de las
ambiguas. En síntesis, este estudio sugiere que habría un circuito cerebral
específico que responde a la toma de una decisión ambigua o con incertidumbre
diferente al que se activa cuando se toma una decisión riesgosa. Dilucidar los
procesos neurales de la toma de decisiones humanas ay udará a entender las
importantes diferencias entre riesgo y ambigüedad.
¿Cómo influye la edad en la capacidad de tomar decisiones?
    Conocer si la capacidad de tomar decisiones de los ancianos sin patologías se
encuentra intacta es muy importante para las políticas sociales y económicas: los
ahorros se acumulan a través de la vida y una gran proporción de estos está en
manos de las personas may ores; además los ancianos tienden a ir a votar más
que los jóvenes por lo que pueden tener una gran influencia política. Sin
embargo, la may oría de los estudios de toma de decisiones se han realizado en
personas jóvenes. Esto se debe en gran medida a la idea —sin demasiado
fundamento— de que la habilidad de tomar decisiones declina con la edad.
Aunque algunos ancianos son vulnerables a enfermedades degenerativas como la
enfermedad de Alzheimer, muchos permanecen productivos e intelectualmente
activos. En un estudio bien diseñado se comparó la toma de decisiones en un
grupo de 50 personas sin enfermedad neurológica con un promedio de edad de
82 años versus un grupo de 51 estudiantes de 20 años de promedio, y se observó
un patrón similar en la toma de decisiones entre los dos grupos. Esto refuta la
creencia general —y algunos estudios previos— acerca de que esta habilidad se
pierde con la edad. Un dato interesante de este estudio es que los jóvenes tendían
a ser más confiados en las repuestas, en cambio los ancianos evidenciaban
conocer con may or precisión sus saberes y limitaciones.
¿Cómo influye el sexo en la capacidad de tomar decisiones?
    Es interesante el hecho de que los mecanismos neurales de la misma toma de
decisiones parecerían ser diferentes en las mujeres y en los hombres. Se ha
comprobado a través de la prueba conocida como « Juego de azar de Iowa»
(Iowa Gambling task), que simula la toma de decisiones en la vida real, que
cuando las mujeres toman decisiones en la prueba de los cuatro mazos se activa
en may or medida el área prefrontal dorsolateral izquierda, un área cognitiva —o
más racional del cerebro no tan involucrada en las emociones—. En los varones,
cuando toman decisiones en la misma prueba, se activa más el área orbitofrontal
derecha, un área cerebral con masivas conexiones con los centros emocionales
del cerebro como la amígdala.
¿A qué edad los chicos empiezan a tomar decisiones guiados por ese patrón de
conducta (emoción-razón) que luego va a operar en ellos de adultos?
    La toma de decisiones durante el crecimiento es un aspecto importante de la
adaptación al funcionamiento social. Existen algunas investigaciones que indican
que los niños en edad preescolar son capaces de tomar decisiones que les
producirán beneficios en el futuro. Por ejemplo, el psicólogo Walter Mischel
estudió la habilidad para demorar recompensas inmediatas durante la edad
preescolar. A los niños se les mostraba un caramelo y se les comentaba que
podrían tener ese caramelo ahora o esperar y más tarde recibir dos caramelos.
Este estudio indicó que la habilidad para esperar por una recompensa may or
comienza a emerger durante la etapa preescolar. También se observó que esta
habilidad en niños de cuatro años se correlacionaba a éxito y habilidad social en
la adolescencia.
     Íbamos a salir de su apartamento cuando Miralles se detuvo.
     —Dígame una cosa. —Habló con la mano en el picaporte: la puerta estaba
entreabierta—. ¿Para qué quería encontrar al soldado que salvó a Sánchez
Mazas?
     Sin dudarlo contesté:
     —Para preguntarle qué pensó aquella mañana, en el bosque, después del
fusilamiento, cuando le reconoció y le miró a los ojos. Para preguntarle qué vio en
sus ojos. Por qué le salvó, por qué no le delató, por qué no le mató.
     —¿Por qué iba a matarlo?
     —Porque en la guerra la gente se mata —dije—. Porque por culpa de Sánchez
Mazas y por la de cuatro o cinco tipos como él había pasado lo que había pasado y
ahora ese soldado emprendía un exilio sin regreso. Porque si alguien mereció que
lo fusilaran ese fue Sánchez Mazas.
     Miralles reconoció sus palabras, asintió con un amago de sonrisa y, acabando
de abrir la puerta, me dio un golpecito con el bastón en el envés de las piernas;
dijo:
    —Andando, no vaya a ser que pierda el tren.
    Bajamos en ascensor a la planta baja; desde recepción pedimos un taxi.
    —Despídame de la hermana Françoise —dije mientras caminábamos hacia la
salida.
    —¿Es que no piensa volver?
    —No si usted no quiere.
    —¿Quién ha dicho que no quiero?
    —Entonces le prometo que volveré.
    Fuera la luz estaba oxidada: era el atardecer. Aguardamos el taxi a la puerta
del jardín, frente a un semáforo que cambiaba de luz para nadie, porque en el
cruce de la Route des Daixy la Rué Combotte el tráfico era escaso y las aceras
estaban desiertas. A mi derecha había un edificio de apartamentos, no muy alto,
con grandes cristaleras y balcones desde los que podía verse el jardín de la
Résidence des Nimphéas. Pensé que era un buen lugar para vivir. Pensé que
cualquier lugar era un buen lugar para vivir. Pensé en el soldado de Líster. Me oí
decir:
    —¿Qué cree usted que pensó?
    —¿El soldado? —Me volví hacia él. Con todo su cuerpo apoyado en el bastón.
    Miralles observaba la luz del semáforo, que estaba en rojo. Cuando cambió del
rojo al verde, Miralles me fijó con una mirada neutra. Dijo:
    —Nada.
    —¿Nada?
    —Nada.
                                                          De Soldados de Salamina
                                                                 JAVIER CERCAS
Neurobiólogos y cientistas políticos
El cerebro y la política están íntimamente ligados, porque con el cerebro
procesamos la información para la vida en sociedad y generamos las respuestas
plásticas para actuar en relación a los otros. ¿Y qué es la política sino el esfuerzo
para vivir en sociedad, adaptarnos y generar respuestas creativas a problemas
colectivos? El campo de interacción entre los neurobiólogos y los cientistas
políticos se encuentra todavía en un estado incipiente porque las disciplinas no han
colaborado de manera consistente en el pasado. Esto ha comenzado a cambiar y
un conocimiento relevante, útil y desafiante en términos intelectuales surgirá de
este diálogo.
    Un punto de encuentro parece ser el estudio de la toma de decisiones. En la
ciencia política y en la política práctica, poder predecir los patrones de conducta
de líderes y ciudadanos que conforman electorados es clave. Un error frecuente
en el análisis político es suponer que los demás utilizan los mismos procesos de
pensamiento que uno. La capacidad de darse cuenta de que otras personas
piensan y desean diferente a nosotros, la cognición social, es una habilidad social
presente en may or o menor grado en todos nosotros. El desafío conjunto de la
neurobiología y la ciencia política es aportar información valiosa y preguntas que
sirvan como insumo y combustible a nuestra capacidad de ponernos en el lugar
del otro para entenderlo.
    Un ejemplo de esto lo otorga un estudio que permitió, con técnicas
neurofisiológicas, medir la actividad cerebral de partidarios conservadores y
partidarios progresistas en Estados Unidos. Los conservadores fueron más
estructurados y persistentes en sus juicios y toma de decisiones mientras que los
liberales mostraban más tolerancia a la ambigüedad y más apertura a nuevas
experiencias. Estos resultados son consistentes con la visión de que la orientación
política, en parte, refleja diferencias individuales en el funcionamiento del
control cognitivo o, dicho de otro modo, de la visión del mundo, incluidas las ideas
políticas; la que surge de una interacción compleja y rica entre la experiencia
cultural y las condiciones estructurales de nuestro cerebro.
    Un obstáculo para esto es la diferencia de herramientas que existen entre los
campos de conocimiento. Mientras la ciencia política utiliza muestras de
numerosos individuos para realizar mediciones que prueben las teorías, en la
neurobiología se usan muestras chicas y de alta complejidad tecnológica, como
las neuroimágenes. Un aporte posible es la utilización de esta tecnología para
explorar lo no dicho, la información de votantes que en encuestas se declaran
indecisos, pero que se reservan las respuestas emocionales hacia personas o
ideas. Tal vez, el rol de estos estudios y de estas tecnologías sea mostrar indicios a
ser validados con investigaciones posteriores estadísticamente sólidas para la
ciencia política. Con toda seguridad, la neurobiología y la ciencia política
colaborarán en el futuro en una interacción rica donde algunas veces los expertos
en ciencia política planteen una incógnita y los neurobiólogos acerquen una
hipótesis plausible y /o viceversa.
    El gran desafío, una vez más, es que quienes transitamos cualquiera de estos
campos tengamos la cognición social suficiente para mirar de manera amplia
experiencias, conocimientos y sistemas de ideas diferentes para generar
interacciones ricas, innovadoras y creativas con el fin de contribuir a la creación
de conocimiento útil a la hora de hacer mejor la vida en sociedad.
Decisiones políticas
En tiempo de elecciones políticas, las encuestas que solemos escuchar en la radio
o leer en el diario dibujan un potencial panorama sobre quiénes serán nuestros
gobernantes (y sobre quiénes no lo serán). También los candidatos y asesores de
campaña recogen esa información para acomodar discursos a los intereses de las
may orías. Pero ¿cómo surgen esos intereses?, ¿qué es lo que hace que una
persona elija a un candidato por sobre otro?, ¿qué pueden aportar las
neurociencias a este aspecto crucial de los procesos sociales?
    Una de las investigaciones recientes publicada en la prestigiosa revista
Science y realizada por Alexander Todorov de la Universidad de Princeton,
mostró que inferir a algún candidato como competente a partir de la apariencia
facial puede predecir el resultado de las elecciones. Los participantes del estudio
fueron expuestos rápidamente a caras de candidatos a senador o a gobernador
que no conocían. Veían un par de fotos por vez y, basados en sus intuiciones,
tenían que decir cuál de las caras les parecía de una persona más competente.
Los investigadores encontraron que los juicios faciales predijeron los ganadores
en un 70%. Estos hallazgos sugieren que el voto, muchas veces asumido como
producto de una deliberación racional, es, más bien, influenciado por un juicio
rápido e inconsciente. Asimismo, Agustín Ibáñez, jefe del laboratorio de
psicología experimental de INECO, demostró en un trabajo publicado en
Frontiers in Human Neuroscience, que el cerebro detecta automáticamente (en
menos de 170 milisegundos) si un rostro integra o no el propio grupo de
pertenencia y le asigna una valoración positiva o negativa mucho antes de que el
sujeto responda.
    Durante la campaña presidencial de Estados Unidos en el año 2004, se
investigó a un grupo de simpatizantes demócratas y otro de republicanos. Ambos
grupos fueron evaluados en un resonador funcional mientras veían discursos de
George W. Bush y John Kerry. En estos discursos, ambos candidatos se
contradecían con sus propios dichos previos. Como era de esperar, los
republicanos fueron tan críticos de Kerry como los demócratas de Bush, y
ambos grupos fueron benévolos con su propio candidato. Los resultados revelaron
que las áreas racionales del cerebro se mantuvieron sin demasiada actividad,
mientras que las áreas realmente activas fueron las relacionadas con el
procesamiento emocional.
    Drew Westen, de la Universidad de Emory, sostiene que hay tres elementos
muy influy entes en el voto de los ciudadanos: los sentimientos hacia los
candidatos, hacia el partido y hacia las ideas que estos representan. Westen
afirma que los demócratas gobernaron Estados Unidos menos que los
republicanos en las últimas cinco décadas porque creen que la gente vota
fundamentalmente de manera racional. Esto quiere decir, según Westen, que no
tomaron en cuenta cómo la emoción es central para la toma de decisiones.
    Si bien estas teorías específicas necesitan más investigaciones, sí hay
evidencia suficiente, como vimos en este capítulo, de que las emociones guían
nuestras decisiones en muchas circunstancias. Las encuestas sobre la aprobación
(o desaprobación) a determinado político, entonces, representan una radiografía
de los síntomas, las consecuencias de un proceso personal y social en donde las
emociones constituy en un elemento que va más allá de un sencillo ritual de
campaña.
     El 18 de abril de 1948 Calogero tuvo aquel sueño; al día siguiente, los
resultados de las elecciones demostraron la verdad del sueño; Calogero no lo
dudaba, estaba tan seguro que ni siquiera fue a la sección para oír los
comunicados radiofónicos; los camaradas que la mañana del 18 oyeron sus
previsiones últimas, primero dijeron que era un pájaro de mal agüero, luego
convinieron en que era cuestión de razonamiento. Calogero no reveló a nadie que
aquella previsión se la había soplado Stalin en sueños.
     Al mirar la fotografía de Stalin, veía cada vez más en aquella cabeza una
radiografía de pensamientos, como un mapa que se iluminara sin parar en distintos
sitios, ora Italia, ora India, ora América, cada pensamiento de Stalin era un hecho
en el mundo.
                                                          De La muerte de Stalin
                                                       LEONARDO SCIASCIA
                                              (Racalmuto, 1931 - Palermo, 1989)
Decisiones colectivas
Cuando leemos libros de historia, muchas veces nos resulta intrigante pensar
cómo determinada sociedad pudo haber tomado una decisión que seguramente,
si hubiese sido abordada de manera individual, habría resultado diferente. Los
seres humanos somos una especie que desarrolló una capacidad extraordinaria
para vivir en grandes grupos comunitarios. Esta vida en sociedad ha tenido
ventajas evolutivas, y a que permitió que nuestro cerebro lograra un desarrollo
extensivo de las áreas dedicadas a las funciones sociales. Pero también tuvo
implicancias en nuestra conducta, y la toma de decisiones muchas veces no
puede ser realizada —ni analizada— de manera particular, sino colectivamente.
    Los seres humanos no somos los únicos que tomamos decisiones colectivas.
Algunas especies de abejas alcanzan consenso pegándoles cabezazos a aquellos
miembros de la colmena con opiniones opuestas a las de la may oría. En otras
especies, la toma grupal de decisiones, tales como la dirección hacia la cual han
de migrar o cómo distribuir sus recursos, son el resultado de complejos procesos.
Animales que suelen vivir en grupo —por ejemplo, pájaros, peces e insectos—
frecuentemente exhiben conductas complejas y coordinadas. Debido a que
pueden ser fácilmente observados y manipulados, ofrecen oportunidades para
vincular el comportamiento individual con el funcionamiento y la eficiencia de
las dinámicas a nivel grupal.
    Investigadores de la Universidad de Princeton han generado modelos
computacionales que posibilitan emular poblaciones de animales con distintos
grados de información. Por ejemplo, permiten a cada animal virtual elegir una
de dos ubicaciones para relocalizarse y van manipulando con complejísimos
algoritmos matemáticos un set de variables que incluy e el número de animales,
la solidez de sus convicciones, la preferencia de cada animal por otro de su
comunidad, etc. A partir de estas simulaciones digitales, los investigadores
encontraron que, como era de esperarse, cuando la may oría de los animales
tenían una fuerte preferencia por mudarse a una locación, el grupo
efectivamente se relocalizaba en su lugar predilecto. Pero también encontraron
que, cuando la fuerza de la minoría superaba cierto umbral, que era el resultado
de múltiples procesos, esta podía determinar el comportamiento grupal. Ello
demostró que una minoría con opiniones fuertes puede prevalecer sobre una
may oría con convicciones más débiles. Descubrieron además que, cuanto
may or era la cantidad de individuos desinformados en la comunidad, más
tendencia había a que el resultado fuera el de la may oría. Los mismos
investigadores estudiaron a las llamadas « carpas doradas» , unos peces muy
sociables que desarrollan su vida en cardumen. Observaron que, cuando
introducían en el cardumen peces que no tenían información sobre el ambiente
—pues habían sido criados por separado—, había una tendencia a disminuir el
influjo de una minoría con opiniones fuertes. Estos académicos de la Universidad
de Princeton sugieren que, en algunas especies, las decisiones colectivas tienen
características intrínsecas que exceden las demandas individuales. Según ellos,
las propiedades colectivas podrían surgir de la estructura y dinámica de las
interacciones sociales entre los individuos.
    Tomar una decisión a nivel colectivo haría que emergieran fenómenos
propios de la interacción entre seres de la misma especie. Esta decisión podría
verse influenciada por múltiples variables tales como el grado de información o
la preferencia de un individuo por otro. De esta manera podemos comprender el
trágico final del cuento sobre el flautista de Hamelin, o la gloriosa resistencia de
Ulises y su tripulación al encantador canto de sirenas.
¿Existe el libre albedrío?
Los seres humanos tomamos decisiones permanentemente: por ejemplo, leer
este libro, optar por un menú para el almuerzo, elegir nuestra carrera
universitaria o cambiar de trabajo. Las neurociencias se plantean hoy una
pregunta fundamental que por décadas fue abordada por filósofos y teólogos:
cada cosa que hemos decidido en nuestra vida, ¿realmente fue una decisión
nuestra? ¿O simplemente sentimos como nuestra una decisión que y a estaba
determinada? En otras palabras, ¿tuvimos la libertad de tomar esa decisión? ¿El
ser humano tiene libre albedrío? Estas preguntas dominan hoy uno de los campos
más fascinantes de las neurociencias modernas: el de la neurofilosofía. Algunos
de los primeros experimentos sobre esto fueron llevados a cabo por el
neurocientífico estadounidense Benjamin Libet.
    En la década del 80, Libet pidió a voluntarios, mientras medía la actividad
eléctrica de sus cerebros, que eligieran al azar un momento para sacudir sus
muñecas.
    Y que, cuando sintieran que tenían el deseo de sacudir la muñeca, observaran
las agujas de un reloj y reportaran ese momento exacto. El hallazgo fue
sorprendente: la actividad eléctrica del cerebro necesaria para llevar a cabo el
acto motor precedía al momento en que los participantes sentían el deseo de
realizarlo. Es decir, primero ocurría la actividad preparatoria del cerebro y
recién después, incluso medio segundo más tarde, aparecía la sensación
consciente de tener la libertad de decidir llevar a cabo esa acción. Experimentos
similares en los últimos años realizados a través de neuroimágenes demostraron
que nuestro cerebro, por ejemplo, había tomado la decisión de qué botón apretar
entre varios, hasta siete segundos antes de que los participantes sintieran que
habían decidido cuál.
    Llamamos « libre albedrío» a la habilidad que tenemos de elegir,
conscientemente, una alternativa de entre varias. Una manera de reflexionar
sobre esto podría ser la siguiente: si pudiéramos rebobinar nuestra vida hasta un
momento exacto en el cual tomamos una decisión y todas las circunstancias que
llevaron a ella fueran las mismas, ¿volveríamos a tomar la misma decisión?
¿Podríamos tomar otra? Quienes argumentan que el libre albedrío no existe
suelen referirse al hecho de que los seres humanos, en tanto criaturas biológicas,
somos una colección de moléculas que deben obedecer las ley es de la física. Y
nuestro cerebro no es la excepción.
    Uno de los may ores problemas de esta postura está asociado a las
consecuencias legales de esto. Si los seres humanos no tenemos libre albedrío y
nuestra conducta resulta de la interacción de moléculas, ¿puede un criminal ser
juzgado por sus actos delictivos? ¿Por qué condenar a alguien que no tuvo
voluntad sobre sus acciones? Así, nos resulta casi imposible abandonar la idea de
que tenemos libre albedrío.
    Uno de los más evidentes aspectos que lo validarían lo otorga el hecho de que
algunas decisiones son mucho más difíciles de tomar que otras. Si nuestras
decisiones vinieran predeterminadas por la interacción de moléculas que
conforman nuestro cerebro, ¿no debería ser igual de fácil o difícil decidir qué
vamos a comer o qué carrera elegir? Una de las críticas más recurrentes a la
experiencia antedicha de Libet es aquella que discute que la activación cerebral
deba corresponderse exactamente a la decisión de una persona. Por otro lado,
aun la física contemporánea discute cierto determinismo de la materia, dado que
dos situaciones idénticas podrían producir dos tray ectorias diferentes.
    Desde hace siglos, el debate sobre la libertad de acción del ser humano
resulta estimulante y sigue siendo otro gran enigma sobre su cerebro. Ese que
parece no estar dispuesto a revelarse de manera aislada por imágenes de su
tejido nervioso, porque se conforma a partir de una comunidad de mentes, el
mundo humano forjado por millones de cerebros a través de siglos y siglos.
    En la ciudad hay un rey secreto. Nadie —excepto los guardianes— sabe quién
es. Ni él mismo lo sabe.
    Puede ser un barrendero, un abogado criminalista, el jefe de estación del
ferrocarril. Sus decisiones mínimas son consideradas decisiones de estado. Sus
palabras casuales se convierten en sentencias. Sin saberlo, ordena castigos y
ejecuciones.
    Imaginemos: enciende un fósforo y ordena un incendio. Acaricia a un gato y
es liberado un prisionero. Tira una piedra y derrumban una torre. Pero son
ejemplos que imaginamos sin certeza alguna. Quizás no hay ninguna relación
entre sus actos casuales y sus consecuencias: enciende un fósforo y derrumban
una torre.
    Cada siete años la conspiración triunfa y el rey es asesinado. Entonces se elige
al azar otro rey cualquiera: un médico, un equilibrista, un nombre raro en la guía
telefónica, alguien que pasa, el que escribe esto, el que lee esta página.
                                                                   De Rey secreto
                                                              PABLO DE SANTIS
                                                              (Buenos Aires, 1963)
La biología del miedo
El miedo es uno de esos estados emocionales que hace que el mundo se detenga,
que todo el resto del entorno entre en un compás de espera hasta que ese peligro
sea resuelto de alguna manera.
    Vivimos en un estado emocional. Cuesta imaginar cómo sería nuestra vida sin
alegrías, tristezas, enojos o miedos. Las emociones constituy en una parte crítica
de nuestra experiencia que adhieren color a nuestros estados mentales e influy en
en nuestras conductas. También son claves para nuestra memoria, para tomar
decisiones, para ay udarnos a evitar el dolor y a buscar el placer. En todo aquello
que nos resulta importante están involucradas las emociones.
     Hoy sabemos que las estructuras cerebrales fundamentales para el
procesamiento emocional son arquitectónica y funcionalmente muy parecidas
en todos los mamíferos y hay quienes sostienen que estructuras similares se
pueden encontrar también en reptiles, pájaros y peces. En otras palabras, la
detección eficiente de estímulos relacionados con la supervivencia (como la
presencia de alimentos, de potenciales parejas o de predadores) es algo que se
fue desarrollando durante millones de años y que no se modificó demasiado. La
diferencia entre los seres humanos y otras especies radica en el procesamiento
de esas emociones (en especial en términos de sentimientos). Esto se debería al
desarrollo de otras capacidades mentales complejas y su interacción con el
sistema más primitivo de procesamiento de estímulos de relevancia biológica
involucrados en la supervivencia de la especie.
     De las emociones básicas propuestas por Darwin (tristeza, alegría, ira,
sorpresa, asco y miedo), sin dudas la que se ha estudiado con may or detalle a lo
largo de las últimas décadas ha sido esta última. El miedo es un estado emocional
negativo generado por el peligro o la agresión próxima. Como referimos,
cualquier otro estado emocional puede ser pospuesto; el miedo, no. Uno tiene que
responder al miedo de manera inmediata; por lo tanto siempre se halla
privilegiado en relación a otras emociones. La amígdala, un pequeño núcleo de
neuronas situado en los lóbulos temporales de nuestro cerebro, desempeña un
papel crucial en la detección y expresión de ciertas emociones, pero
particularmente en el miedo. Individuos con lesiones en esta parte del cerebro
tienen dificultad en reconocer expresiones de miedo en otras personas y
presentan un déficit en su memoria emocional, es decir, carencia de memoria
para eventos pasados personales que tuvieran una connotación emocional,
especialmente negativa.
     ¿Cómo podríamos caracterizar la secuencia de eventos que nos suceden
cuando sentimos miedo? Imaginemos el caso extraordinario de que un tigre
hambriento entra en nuestra casa. ¿Qué es lo primero que nos sucede? Sin dudas,
los cambios en nuestro cuerpo como el aumento de la frecuencia cardíaca y la
sensación de terror y pánico. Estos últimos dos procesos son diferenciables: el
primero podemos medirlo de manera objetiva; el segundo, a través de un
autorreporte que nos brinda la misma persona que lo experimenta, es decir, del
procesamiento de la emoción. Ante un estímulo amenazante, se activa la
amígdala, que actúa como una central de alarma en nuestro cerebro y se inicia
una respuesta que involucra a nuestro organismo para la huida o la defensa.
     Los humanos, además, contamos con un sistema más elaborado para
protegernos: la ansiedad. El miedo (detectar y responder al peligro) es común
entre las especies. Sin embargo, la ansiedad (técnicamente se llama así a un
estado emocional negativo en el que la amenaza no está presente, pero es
anticipada) depende de habilidades cognitivas que solamente han sido
desarrolladas en el humano. Esta característica está dada por la cualidad única
que tenemos los seres humanos de poder revisar el pasado y proy ectar el futuro.
Es así que podemos vislumbrar varios escenarios posibles en el futuro y recrear,
a la vez, eventos del pasado que podrían haber ocurrido pero que no existieron
realmente. Esta capacidad de proy ección sobre el pasado y el futuro le ha
otorgado a los seres humanos un instrumento crucial para su supervivencia:
resolver antes de que sea tarde, prepararse antes de que el peligro se haga
presente.
     Pero ¿qué pasa cuando experimentamos ansiedad frente a eventos que no son
peligrosos en sí mismos? La ansiedad genera que, ante riesgos imaginarios, el
sistema de alarma igual se dispare. Un ejemplo clásico es el siguiente:
supongamos que estamos caminando por la calle y, súbitamente, aparece un
ladrón que nos amenaza y nos roba la billetera. En esa vivencia sin duda
experimentamos cambios corporales concretos como respiración agitada,
palpitaciones, sudoración, entre otros síntomas. Esa reacción es el miedo. Un
tiempo después, nos hallamos caminando por el mismo lugar y, aunque nadie nos
amenace ni nos robe, nos preocupa encontrarnos con un ladrón. La experiencia
de transitar por ese mismo camino nos llena de preocupación.
     Ese sistema de alarma puede no funcionar correctamente cuando no anticipa
un peligro inminente, como en el caso antedicho de lesiones en el lóbulo
temporal. Pero también cuando empieza a detectar peligros donde no los hay y a
evaluar los riesgos en exceso. Esto último es lo que ocurre en los trastornos de
ansiedad, los desórdenes psicopatológicos más comunes en las sociedades
modernas. El factor común de esta patología es la evaluación exagerada de los
peligros del ambiente, el miedo que paraliza. Una ilustración literaria de esto es la
que narra el protagonista de « El corazón delator» de Edgar Allan Poe: « ¡Es
cierto!» , así comienza el cuento, « Siempre he sido nervioso, muy nervioso,
terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La
enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y
mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el
cielo. Muchas cosas oí en el infierno» .
     El miedo también afecta nuestra vida en sociedad, como sostiene el
neurocientífico de la Universidad de Nueva York, Joseph Ledoux, quien postula:
« El miedo puede, definitivamente, modular las situaciones sociales. Maridos,
esposas, padres y profesores usan el miedo igual que los políticos para conseguir
objetivos sociales. Este no es un juicio de valor. Es justamente lo que hacemos.
Sería mejor si usásemos formas menos aversivas de motivación pero
precisamente porque el miedo funciona tan bien, es por defecto lo que más
usamos» . Sería mejor, sin dudas, que ciertas emociones básicas positivas nos
guiaran en las construcciones interpersonales y sociales de gran escala. Hay
muchos ejemplos de esto en la historia y seguramente los habrá en el futuro. El
miedo no moviliza, más bien todo lo contrario, encuentra su provecho en el toque
de queda. Es a través del terror extremo como se construy en los sistemas
autoritarios: la amenaza permanente a quienes no adscriben al mismo, el temor a
la pérdida de la integridad. Esa estrategia primitiva de coerción dista mucho de lo
que las sociedades modernas y democráticas mantienen como ideal. La
comunidad solidaria que deben constituir las naciones tiene que ver también con
saber curarnos los espantos los unos a los otros, y que, en todo caso, el que
persevere sea aquel que supo cantar García Lorca: el miedo a perder la
maravilla.
La genética en los trastornos mentales
Si los genes fuesen un determinante biológico con el que se escribe nuestro
futuro, se haría improbable cualquier reto al destino. En la investigación de las
bases biológicas de los trastornos mentales, por ejemplo, una pregunta
fundamental es conocer cuánto influy en dichos factores genéticos. Aunque existe
evidencia de que la depresión, el trastorno bipolar, el trastorno por déficit de
atención con hiperactividad (TDAH) y la esquizofrenia tienen tendencia a
distribuirse en forma familiar, el preciso rol de los genes en estas condiciones y
en otras enfermedades psiquiátricas es todavía un tema de gran discusión
científica.
    Los genes son las unidades funcionales del ADN y determinan la estructura
de los productos celulares, principalmente proteínas. Algunas veces los genes se
alteran y generan mutaciones. Un ejemplo de esto es el daltonismo o ceguera de
los colores. En esta enfermedad, ligada al cromosoma X, es defectuoso el gen
que codifica las proteínas pigmentadas responsables de la visión de los colores.
En las enfermedades mentales, sin embargo, los genes conferirían susceptibilidad
o predisposición pero no serían la causa directa de la enfermedad. La
epidemiología habla, entonces, de factores de riesgo cuy a presencia aumenta la
posibilidad de que una persona padezca una enfermedad. Esto indica que ha
perdido fuerza una idea que prevaleció por mucho tiempo de que habría un gen
único anormal que podría causar una enfermedad mental.
    El factor genético no es suficiente para explicar el desarrollo de las
enfermedades psiquiátricas más comunes tales como depresión, los trastornos de
ansiedad, el trastorno bipolar, el TDAH y la esquizofrenia. Aproximadamente el
1% de la población mundial estaría determinada genéticamente a tener en algún
momento de su vida cierto rasgo típico de esquizofrenia, pero esto no implica
necesariamente que desarrollará inevitablemente la forma completa de la
enfermedad. La esquizofrenia es una enfermedad que tiene múltiples causas y se
produciría como un cruce del componente genético, es decir, la predisposición a
padecerla, y un componente ambiental, que remite a las relaciones del sujeto
con su entorno. Por ejemplo, el nacimiento urbano aumenta el riesgo de esta
enfermedad en forma lineal: una persona que nació en una gran ciudad tiene
2,37 más chances de desarrollar la enfermedad que una persona que nació en el
campo. Esta compleja situación se comprende en un modelo que integra los
factores genéticos con los factores ambientales, denominado modelo « Genes X
Ambiente» . El gen confiere predisposición, pero para que la enfermedad se
desarrolle debe interactuar con algún factor o estresor ambiental. El efecto del
gen no sería producir directamente la enfermedad, sino algún déficit intermedio
que favorece el desarrollo de la misma. Por otro lado, no se trataría de un solo
gen, sino de una serie de genes que interactuarían para conferir susceptibilidad a
padecer la enfermedad (la importancia de encontrar estos genes podría ay udar
al desarrollo de estrategias terapéuticas).
    Todo esto nos revela que existen personas con riesgo genético para desarrollar
una enfermedad psiquiátrica pero que, a la vez, poseen mecanismos
compensatorios ante factores ambientales que logran evitarla.
Detección temprana
El impacto de las enfermedades mentales en la sociedad mundial es enorme. En
la actualidad, una de cada cuatro personas en el mundo sufre un problema de
salud mental por año. La depresión es la principal causa de discapacidad entre
personas de entre 35 y 50 años y, en los próximos diez años, será la segunda
causa general de discapacidad al superar a los accidentes de tránsito, los
accidentes cerebrovasculares y la enfermedad pulmonar obstructiva crónica.
Como patología extrema, la depresión es la principal causa de los suicidios que se
producen en el mundo (uno cada cuarenta segundos).
     La cuestión básica para arribar a tratamientos posibles para un presente y un
futuro más satisfactorio de los pacientes, sus familias y la sociedad es entender
cuáles son las particularidades de este tipo de enfermedades. En contraste con
muchas otras condiciones médicas crónicas, los trastornos mentales comienzan
en una etapa temprana de la vida, usualmente antes de los 30 años (en muchos
casos, incluso, durante la adolescencia). Padecimientos como la depresión, el
trastorno bipolar, la esquizofrenia y el autismo son la manifestación clínica de
sutiles alteraciones en el normal desarrollo del sistema nervioso. Prestigiosos
estudios han detectado que el 13% de los chicos entre 8 y 15 años tienen alguna
forma de trastorno mental y menos de la mitad recibe tratamiento.
     Redefinir estas enfermedades como alteraciones en el neurodesarrollo
significa que el proceso que las determina ha ocurrido mucho antes de que se
manifestaran los primeros síntomas, lo que nos da una oportunidad sin
precedentes de prevenir las enfermedades mentales como también aprovechar
estos conocimientos para un mejor diagnóstico y tratamiento. Ya no se trata de
esperar en forma pasiva que los pacientes lleguen a la consulta: proy ectos de
investigación a gran escala han demostrado que es posible identificar en forma
precoz a las personas en riesgo de enfermar y, de esta manera, modificar la
tray ectoria de la enfermedad.
    Como en el resto de la medicina, la detección temprana se ha convertido en
el objetivo primario del trabajo en salud mental. Pese a los grandes avances de
las neurociencias, los diagnósticos en psiquiatría se siguen llevando a cabo a partir
de conversaciones con el paciente y su familia sobre sus síntomas y su historia.
En la medida en que los trastornos mentales son alteraciones cerebrales,
podemos esperar que algunos indicadores biológicos o cognitivos sutiles (pero,
aun así, medibles) podrían ser detectados antes de la aparición de todos los
síntomas de la enfermedad. Esto permitiría cumplir con la premisa de que cuanto
más precoz es el reconocimiento de la enfermedad, mejor es el pronóstico. La
intervención temprana resulta, como en muchos órdenes de la vida, una clave
para lograr evitar, en muchos casos, y mitigar, en otros, las enfermedades
mentales. Se trata de anticiparse al futuro.
El desorden de la ansiedad
Nos habrá pasado escuchar que desde la calle comienza a sonar la alarma de un
auto. Nos asomamos y vemos que el auto fue violentado y la alarma logró el
efecto disuasivo deseado; o nos damos cuenta de que el auto está sin ningún
problema y que la alarma sonó por sonar. En este último caso, quizás tengamos la
desgracia de que ese sonido aturdidor vuelva intermitentemente frente a cada
mínimo estímulo o que no pare hasta que su dueño la desactive.
    Esta situación cotidiana nos permite realizar una analogía con los sistemas de
alarma que también tenemos los seres animados. Repasemos algunos conceptos
antedichos. Como otros animales, los humanos poseemos un sistema rápido y
automático de respuesta ante el peligro: la reacción de miedo. Cuando
observamos en nuestro entorno un estímulo amenazante, se activa en nuestro
cerebro una central de alarma: la amígdala. A partir de ella se dispara una
respuesta que compromete a nuestro organismo en su conjunto para la huida o la
defensa. Este mecanismo primario, pero útil, gobierna muchas de nuestras
reacciones frente al peligro.
    Sin embargo, los seres humanos disponemos de un equipo más sofisticado
para defendernos: la ansiedad. El desarrollo del cerebro humano, y en particular
de sus áreas prefrontales, expandió, entre otras, las capacidades de nuestra
especie para revisar el pasado y escrutar el futuro.
    Nuestro cerebro puede imaginar escenarios posibles en el futuro. Puede
también imaginar cosas que podrían haber sucedido en el pasado, aunque no
sucedieron. Puede simular mentalmente situaciones en detalle, sin necesidad de
llevarlas a cabo. Puede evaluar probabilidades y riesgos. En resumen, puede
crear realidades virtuales, con may or facilidad que cualquier computadora.
    Esta capacidad ha brindado a los seres humanos un arma para su defensa:
anticipar y resolver antes de que y a sea tarde, prepararse antes de que el peligro
esté presente. Esa es la misión de la ansiedad. Para entender la ansiedad,
podemos compararla con un radar, es decir, un dispositivo que rastrea nuestro
ambiente y nos avisa que una amenaza se aproxima. Con el tiempo suficiente,
podemos tomar nuestros recaudos para defendernos o escapar. Pero es mucho
más que un radar: es también un cuaderno de bitácora, donde registramos las
experiencias peligrosas vividas, y un mapa que nos guía hacia territorios seguros.
    Pero ¿qué puede pasar si este sistema funciona mal? ¿Qué ocurriría si esta
alarma empieza a detectar peligros donde no los hay y evaluar los riesgos en
exceso? ¿Qué consecuencias tendría el tomar demasiados recaudos por las
dudas? ¿Y anticipar todo lo que puede salir mal sin poder parar? Esto es lo que
ocurre en los trastornos de ansiedad, los desórdenes psicopatológicos más
comunes en nuestras sociedades.
    Cuando experimentamos un ataque de pánico, nuestro radar nos indica que
algo catastrófico está ocurriendo y nuestro cerebro reacciona con vehemencia.
En la ansiedad generalizada, no podemos parar de imaginar cosas malas que
pueden suceder y las preocupaciones nos desbordan. En el trastorno obsesivo
compulsivo (TOC), como y a analizaremos, lo que sentimos es que un picaporte
puede albergar un virus mortal o que nuestros actos o pensamientos pueden tener
consecuencias terribles para los demás. En el estrés postraumático los efectos de
hechos traumáticos vividos irrumpen en nuestra mente una y otra vez y nos
hacen sentir que pueden repetirse en cualquier momento. En las fobias, objetos o
animales aparentemente inofensivos se vuelven intimidantes. En la fobia social,
los otros seres humanos se vuelven amenazadores.
    El factor común de estas condiciones es la evaluación exagerada y
paralizante de los peligros del ambiente. Otro rasgo común de estos desórdenes es
la adopción de medidas de seguridad excesivas, como evitar ciertos lugares o
situaciones, o revisar y repetir muchas veces actos o pensamientos.
    Lejos de lograr reducir la ansiedad, estos recaudos desmedidos aumentan la
vulnerabilidad de la persona, y nos trasforman en víctimas de nosotros mismos.
Como lo narró una y otra vez la popular historia de « Pedro y el lobo» , que luego
de tantas falsas alarmas, cuando el peligro real arremete, ni los otros ni nosotros
las creemos ciertas y ni siquiera nos asomamos para ver qué pasa.
Ataques de pánico y miedo a tener miedo
En los últimos años se han multiplicado, en las conversaciones cotidianas y
también en los medios de comunicación, las referencias al ataque de pánico. ¿De
qué se trata? Antes que nada conviene aclarar que, científicamente, no todo es
ataque de pánico y tampoco nada lo es; y que, por sus manifestaciones físicas y
psicológicas, el ataque de pánico es sinónimo de miedo extremo. Este consiste en
la aparición abrupta de cuatro o más síntomas físicos intensos acompañados de
mucho temor (por ejemplo, palpitaciones o taquicardia, dolor u opresión en el
pecho, sudoración, temblores o sacudidas, sensación de ahogo, inestabilidad,
mareos o sensación de desmay o, etc.). Cuando se presenta en forma inesperada
y repetidas veces, muchos desarrollan el miedo a tener miedo. En ese preciso
momento se configura el trastorno de pánico.
    Por la intensidad de sus manifestaciones físicas, las personas que sufren por
primera vez esta condición suelen acudir primero a las guardias clínicas, los
cardiólogos o a los consultorios médicos. En una encuesta online realizada por la
Clínica de Ansiedad y Estrés de INECO, los participantes que informaron haber
sido diagnosticados con un trastorno de pánico consultaron en promedio a 3,4
médicos antes de recibir el diagnóstico correcto.
    Para diagnosticar este trastorno es necesario que las crisis se repitan y que
aparezcan de la nada. Frecuentemente luego de varias crisis el paciente
comienza a desarrollar lo que se llama « agorafobia» , que es el miedo a no
poder escaparse o salir de un lugar si le ocurriera una crisis de pánico. Las
situaciones que se temen con may or frecuencia son: hacer ejercicio físico,
alejarse de la casa solos, los medios de transporte (especialmente aquellos de los
cuales es más difícil salir, como los aviones o el subte), las muchedumbres, los
recitales o el cine, hacer colas largas y los lugares pequeños.
    El trastorno de pánico generalmente comienza en la temprana adultez aunque
puede haber casos de inicio en la adolescencia en pacientes más vulnerables a la
ansiedad. En casos extremos el miedo está acompañado de fenómenos de
extrañeza con el propio cuerpo o despersonalización.
    Como las crisis de pánico tienden a repetirse, esto genera un estado de alerta
ante la aparición de futuras manifestaciones. Este estado de hipervigilancia se
conoce con el nombre de « ansiedad anticipatoria» . Librado a su evolución, el
trastorno tiene una tendencia a la cronicidad con períodos de crisis más o menos
severas que socavan el bienestar y la autoestima, limitan sus movimientos y, a
veces, confinan a los pacientes a sus casas.
    Las investigaciones neurocientíficas demuestran que existe un importante
factor hereditario que suele combinarse con una sumatoria de diversas
situaciones estresantes a lo largo de la vida que terminan detonando su aparición.
Hay personas que solo experimentan una crisis de pánico aislada sin may ores
consecuencias. Las guías y consensos de expertos internacionales para el
tratamiento del trastorno de pánico indican que tanto la farmacoterapia como la
psicoterapia cognitiva conductual son las dos herramientas básicas más eficaces.
Las recomendaciones actuales también incluy en la psicoeducación, o sea la
información y educación del paciente acerca de la naturaleza del trastorno y la
evolución de esta enfermedad.
    Entender aquellas cosas complejas que se dicen acá o allá y remiten a ciertas
personas que sufren, nos hace más sabios en el conocimiento preciso de la
enfermedad, pero sobre todo nos hace más comprensivos con quienes padecen el
pánico extremo, el miedo a tener miedo, el desasosiego.
El estrés postraumático
El trastorno del estrés postraumático es una condición patológica que provoca
síntomas incapacitantes que se correlacionan con alteraciones y disfunciones a
nivel neurobiológico. Aquellos que han sufrido un trauma en su vida pueden
desarrollar este trastorno incluso años después de ocurrido el mismo. Los traumas
no son situaciones cotidianas que provocan estrés sino que son experiencias en las
que estuvo en peligro la integridad física o la vida de una persona y que fueron
experimentadas con intensa emoción (como haber vivido una guerra, haber
sobrevivido a accidentes o catástrofes, haber sido víctima de abuso físico o sexual
u otras situaciones de violencia extrema).
    Las personas con trastorno de estrés postraumático sufren reminiscencias en
las que reviven la situación traumática como si estuviera sucediendo en el
presente.
    Pueden, además, soñar con el trauma de manera reiterada y tener síntomas
emocionales como el desapego y la indiferencia, la tristeza e irritabilidad, la
evitación y, en ocasiones, fallas en su memoria y otros trastornos cognitivos.
También suelen presentar síntomas físicos característicos. Su curso es crónico y
su tratamiento es complejo y debe ser realizado por especialistas, y a que
requiere de intervenciones farmacológicas y de psicoterapia cognitivo-
conductual.
    La prevalencia de este trastorno en la comunidad general es elevada con una
tasa aproximada del 8%, aunque en situaciones especiales de catástrofe o guerra
asciende a cifras de hasta el 25%. De hecho, este último síndrome puede
encontrarse descrito con nombre propio del tipo: « corazón de soldado» , « fatiga
del combate» , « shock de combatiente» , « astenia neurocirculatoria» o
« neurosis de guerra» .
    El trastorno de estrés postraumático cursa con alteraciones orgánicas bien
definidas que incluy en cambios en la fisiología del sueño, reducción del volumen
de áreas cerebrales como el hipocampo y disfunción del sistema
neuroendocrino. Estas afecciones explican la variedad de síntomas, la severidad
y cronicidad del cuadro como el deterioro significativo en el funcionamiento
general de aquellos que lo padecen.
El trastorno obsesivo compulsivo
Otra película ilustrativa sobre estos temas es Mejor imposible. Si tuvimos
oportunidad de verla, seguramente nos habrán llamado la atención ciertas
características en la conducta de Melvin Udall, el personaje que interpreta Jack
Nicholson: al caminar por la calle se esfuerza por no pisar las juntas de las
baldosas, al llegar a su casa enciende y apaga las luces tres veces, cada vez que
se lava las manos lo hace con un jabón nuevo o antes de comer realiza un raro
protocolo con los cubiertos. Melvin parece no poder vivir si no cumple con esos
múltiples y extraños rituales.
    El trastorno obsesivo compulsivo (TOC) es una perturbación mental frecuente
con un alto grado invalidante que puede ocurrir tanto en niños y adolescentes
como en adultos. Las obsesiones son ideas, impulsos o imágenes no deseadas e
involuntarias que aparecen una y otra vez en la mente y causan ansiedad, miedo,
angustia o malestar significativos. Las mismas parecen venir de la nada y la
persona tiende a sentirlas como inapropiadas, por lo que intenta sin éxito
ignorarlas o suprimirlas. Las compulsiones, por su parte, son conductas repetitivas
o pensamientos que se llevan a cabo voluntariamente, con la intención de
prevenir el peligro que anuncian las obsesiones o calmar la angustia o malestar
que estas provocan. Una vez que la persona tuvo una obsesión, el malestar
aumenta y con él la sensación de tener que hacer algo (realizar alguna
compulsión) para impedir que su temor se haga realidad.
    Las compulsiones más comunes son las de lavado y chequeo, repetir algunas
frases, acumular cosas inservibles, ritualizar mentalmente —como, por ejemplo,
decirse a sí mismo siempre la misma frase— o acomodar objetos de una
manera determinada. El alivio luego de realizar la compulsión es temporario e
incompleto, y quien sufre de TOC empieza a dejar muchas cosas de lado por el
tiempo que le consumen estos rituales.
    En ocasiones la compulsión no guarda una relación lógica con la obsesión,
pero su realización alivia la ansiedad que genera esta última. Por ejemplo, el
temor a lastimar a alguien por el solo hecho de haberlo pensado, puede ser
seguido de la necesidad de contar (compulsión) o de realizar conductas
repetitivas como saltar o tocar objetos. Asimismo, las personas con TOC pueden
tener pensamientos de tipo mágico (« si toco tres veces un objeto hago que no
sucedan las cosas malas que temo» ).
    El TOC tiende a persistir en el tiempo con períodos de exacerbaciones y
remisiones parciales que se agravan ante situaciones de estrés. Librado a su
evolución es un trastorno crónico cuy o grado de severidad puede ser variable y
que no solo afecta a la persona sino también a su entorno. Lo más frecuente es
que el TOC se presente asociado a desórdenes de ansiedad, del estado de ánimo
(depresión y enfermedad bipolar) y del control de impulsos, como también a
otros trastornos del espectro obsesivo compulsivo (EOC) que incluy en, por
ejemplo, la hipocondría.
    Resulta necesario subray ar que no siempre estos rituales deslindados
configuran un trastorno que merezca un tratamiento clínico. Para diagnosticar un
TOC, las obsesiones y compulsiones deben causar severo malestar, ocupar más
de una hora por día, interferir la rutina usual del individuo o su funcionamiento
personal o social. Y, aun cuando estas condiciones son severas, hay espacio para
el optimismo. Las investigaciones han avanzado mucho durante los últimos años
al haberse advertido que este trastorno posee una base neurobiológica que puede
explicar los síntomas. Esto resulta clave para lograr un desarrollo de estrategias
terapéuticas cada vez más eficaces para su tratamiento. Saber qué pasa es un
elemento esencial para que lo mejor sea posible.
   No era difícil imaginar un mayor abandono; pero Raskolnikov, dado su estado
de espíritu, se sentía feliz en aquel lugar. Se había aislado de todo el mundo y vivía
como una tortuga en su caparazón. La simple presencia de la sirvienta de la casa,
que de vez en cuando echaba a su habitación una ojeada, lo ponía fuera de sí. Así
suele ocurrir a quienes son dominados por ideas fijas.
                                                             De Crimen y castigo
                                                          FEDOR DOSTOIEVSKI
                                              (Moscú, 1821-San Petersburgo, 1881)
Tristeza y depresión
Uno de los poemas más impactantes de Miguel Hernández es aquel que habla de
la pena como un perro que no deja ni se calla, « siempre a su dueño fiel, pero
importuno» . Según las neurociencias, la tristeza es una emoción básica del ser
humano y ocurre, fundamentalmente, en situaciones de pérdida.
    Sin embargo, nuestro cerebro puede darnos una señal de tristeza en ausencia
de un evento que lo justifique. Esta tristeza sin causa ha sido abordada desde la
antigüedad. La melancolía, por ejemplo, era definida por la medicina hipocrática
como « bilis negra proveniente del bazo que penetra en todos los órganos
incluy endo el cerebro, produciendo síntomas depresivos» y estaba vagamente
relacionada con lo que llamamos « depresión» . Este concepto apareció recién a
mediados del siglo XIX cuando algunos diccionarios médicos ingleses la
definieron como « el abatimiento anímico de las personas que padecen alguna
enfermedad» . Actualmente se reconocen como síntomas típicos de la depresión
(no es necesario que estén presentes todos) el estado de ánimo decaído, tristeza o
sensación de vacío la may or parte del tiempo y en forma persistente, pérdida de
interés en las actividades habituales y en la capacidad de experimentar placer,
insomnio o, por el contrario, muchos deseos de dormir, agitación o el
enlentecimiento motor, la fatiga y la pérdida de energía, falta o exceso de
apetito, disminución del interés social y sexual, sentimientos inadecuados de
culpa, inutilidad o preocupaciones económicas excesivas, pensamientos sobre la
muerte, fallas de memoria y dificultades para pensar y concentrarse.
    La diferencia entre la depresión y la tristeza normal ante una situación vital
está dada por la intensidad, duración y el nivel de interferencia que producen en
nuestro funcionamiento habitual. Aquí vale la pena recordar lo que mencionamos
anteriormente, datos de la Organización Mundial de la Salud demuestran que en
la década de 1990 la depresión era la cuarta causa de discapacidad; en 2004,
subió al tercer lugar y se calcula que para 2030 será la principal causa de
discapacidad en el mundo.
    Es frecuente ver que en una familia, varios integrantes padecen o han
padecido depresión. Sin embargo, no se ha descubierto aún el gen de la depresión
y es difícil que se lo encuentre. La genética nos muestra que los genes confieren
solo predisposición para determinadas enfermedades. Para que estas se
manifiesten, son necesarias ciertas influencias del ambiente. La may oría de las
enfermedades mentales se corresponderían con este tipo de interacción. Un
ejemplo de esto lo refleja el trabajo del investigador británico Avshalom Caspi
que demostró la relación entre la exposición a estrés infantil y el desarrollo
posterior de la depresión.
    La depresión es una enfermedad que afecta el normal funcionamiento del
cerebro de quien la padece y también de quienes lo rodean. En las últimas
décadas, el tratamiento de los trastornos del ánimo ha sufrido enormes cambios.
Hoy se cuenta con muchas herramientas para tratar la depresión. El trabajo
interdisciplinario se transformó en el verdadero estado del arte en el tratamiento
de la depresión. Y, aunque la may oría de las personas con depresión puede
mejorar, se calcula que solo del 15% al 30% de los pacientes con depresión
reciben tratamiento.
    En la última estrofa del poema de Miguel Hernández, uno de sus versos dice:
« no podrá con la pena mi persona» . La ciencia trabaja para mejorar la calidad
de vida. En el caso de la enfermedad de depresión, parafraseando el poema,
para que puedan las personas con la pena. Resulta central para condiciones como
esta reconocer la enfermedad cuando ocurre y buscar ay uda.
¿Q ué es el trastorno bipolar?
¿Qué tuvieron en común Vincent van Gogh, Virginia Woolf, Ludwig van
Beethoven y Winston Churchill? Que todos han padecido una condición
denominada « trastorno bipolar» . Los trastornos bipolares (también llamados
« maníaco-depresivos» ) son un conjunto de condiciones psiquiátricas a partir del
cual se afectan los sistemas cerebrales que regulan el normal fluir de los estados
del ánimo.
     Nuestros cerebros han evolucionado de manera tal que son capaces de
seleccionar entre un amplio abanico de respuestas anímicas frente a los desafíos
que nos presenta la vida: por ejemplo, en algunos momentos necesitamos
aumentar nuestra actividad laboral, tener más contacto social e incluso volvernos
más audaces en la forma en que tomamos nuestras decisiones; en otras
ocasiones, por el contrario, debemos responder a nuestro entorno disminuy endo
nuestra actividad y tomando decisiones más conservadoras. En las personas que
sufren trastorno bipolar, estos mecanismos están afectados de manera tal que
presentan estados anímicos que son patológicos por su amplitud y /o duración o se
realizan en un contexto inadecuado afectando su capacidad de adaptación y
generando conductas inconvenientes.
     Básicamente las personas afectadas por trastornos bipolares presentan tres
tipos de crisis anímicas: 1) episodios maníacos (un sentimiento de bienestar,
estimulación y grandiosidad exagerado, el paciente se siente muy activo y con
mucha energía) y /o hipomaníacos (estado de ánimo elevado, expansivo o
irritable —sin la intensidad que tendría en una fase maníaca— pero diferente al
estado de ánimo habitual del paciente); 2) episodios depresivos; y 3) episodios
mixtos.
     Estas crisis se pueden dar en sucesión y separadas por años, meses, semanas,
días e, incluso, horas. La evolución de los trastornos bipolares es muy diferente
en cada persona y depende, en buena medida, del tratamiento recibido. En el
trastorno bipolar, los períodos de depresión normalmente duran más que los
episodios maníacos. La depresión puede durar un año o más, mientras que los
episodios de manía rara vez duran más de unos pocos meses.
     Si bien aún no se conocen con exactitud los mecanismos neurobiológicos
íntimos de esta condición, sí se sabe que los mismos están determinados en buena
medida por una predisposición genética. Se calcula que más del 70% del origen
de la enfermedad está establecido por cuestiones hereditarias ligadas a los genes
que se combinan con elementos ambientales. Resulta muy importante, entonces,
saber que los trastornos bipolares no dependen del estilo de crianza, ni de traumas
psicológicos de la infancia, ni mucho menos de cuestiones vinculadas a la
voluntad de las personas que los padecen. Por otra parte, aunque una persona
tenga familiares directos afectados por la enfermedad, no quiere decir que
inexorablemente la va a padecer.
    Estos trastornos del ánimo afectan a millones de personas en todo el mundo
sin distinguir fronteras culturales, económicas o sociales. Los trastornos bipolares
son enfermedades que tienen la potencialidad de generar una importante merma
en las capacidades para la interacción y el desarrollo laboral de las personas. Por
esta razón recientemente esta condición ha sido considerada por la organización
Mundial de la Salud como la sexta causa de discapacidad en el mundo. Tomar
conciencia de la problemática es, como en otros órdenes, clave para lograr un
tratamiento adecuado a nivel personal, familiar y social a gran escala. Sobre todo
al tener en cuenta que un porcentaje creciente de personas que sufren de este
trastorno, al ser correctamente tratadas, pueden llevar (y llevan) una vida plena.
Tomar conciencia sobre el autismo
La Asamblea General de las Naciones Unidas determinó que el 2 de abril se
declarara como el Día Internacional de la Toma de Conciencia sobre el Autismo.
    A partir de esto, durante todo el mes de abril se intenta atraer la atención de
todos hacia este trastorno del desarrollo, alertar sobre su creciente prevalencia e
informar sobre los avances de esta condición. Este apartado tiene también ese
sentido.
    El autismo es un trastorno del desarrollo que impacta esencialmente en tres
áreas: la comunicación, la socialización y la conducta. Los trastornos del espectro
autista están referidos a diferentes cuadros clínicos ligados a dificultades
sociocomunicacionales y conductas repetitivas y se diferencian entre sí por la
severidad de los síntomas, el coeficiente intelectual y la adquisición del lenguaje.
    Uno de los primeros síntomas que puede alertar a los padres —en general, los
primeros en notar las conductas inusuales en sus niños— es la manera en que el
hijo responde a ellos. Cuando a un niño no le gusta que lo abracen o no mira a los
ojos cuando lo miran a él, o cuando no responde a su nombre o a las expresiones
de cariño, a las caricias o a las sonrisas, debería ser un motivo de alarma. El niño
con trastorno del espectro autista puede tener dificultades para aprender a hablar
o puede tener un lenguaje muy limitado. También, para jugar de forma
interactiva con otros niños y suelen establecer un juego solitario. Pueden tener
una baja sensibilidad al dolor o la temperatura pero son especialmente sensibles a
ciertos sonidos, a ciertas texturas, a ciertos olores o a otros estímulos sensoriales.
Tienen rigidez ante los cambios en la rutina e intereses restringidos.
    Algunos padres describen que su niño se fue desarrollando normalmente y
luego comenzó a perder habilidades adquiridas. El trastorno del espectro autista
se puede detectar desde los 18 meses de edad o incluso antes y los pediatras
tienen un gran rol en la detección temprana.
    Aproximadamente, 1 de cada 150 niños tiene un trastorno del espectro autista.
    La causa es todavía desconocida y actualmente no existe cura ni prevención,
aunque existe mucho por hacer por los niños y sus familiares.
    Los programas de tratamiento integrales y planificados de forma
individualizada —que destaquen las fortalezas, ay uden a contrarrestar las
debilidades de cada niño y que involucren a padres, profesionales de la salud,
escuelas y maestros— ay udan a reducir considerablemente muchas de las
dificultades experimentadas por la persona con autismo y, además, logran
mejorar la calidad de vida de la familia.
    Con el apoy o adecuado, el niño con este trastorno del desarrollo puede
aprender a comunicarse mediante sistemas verbales o visuales y también puede
recibir asistencia para el desarrollo de muchas de las habilidades sociales
necesarias para la vida diaria.
    Las personas que participan en el apoy o a la persona con autismo necesitan
comprender cómo utilizar estrategias adecuadas para ay udar a superar muchas
de las dificultades de estos niños en situaciones cotidianas.
    Sin un diagnóstico, alguien con un trastorno del espectro autista no puede
recibir la intervención especializada y la educación que se necesita para
desarrollar o aprovechar al máximo sus habilidades.
    Como en las otras condiciones descriptas, cuanto antes se haga el diagnóstico,
may ores serán las posibilidades de que el niño y su familia reciban ay uda y
apoy o adecuados. Existen asociaciones de padres que cumplen una función muy
importante en la contención de los familiares, en la divulgación de información y
en la defensa de los derechos de las personas que padecen esta condición.
    En la medida en que comprendamos más lo que es autismo se podrá lograr
una may or integración social, con may or tolerancia y sin prejuicios.
    Las comunidades tienen, por cierto, ese fin de corresponderse unos a otros
para que todos podamos potenciar las habilidades y superar las dificultades.
Efectos de la vida urbana sobre la salud mental
En lo que respecta a las investigaciones sobre los efectos de la vida en grandes
ciudades sobre la salud mental, recientes estudios internacionales muestran que,
si bien se trata de un fenómeno difícil de abordar, la población asentada en
medios urbanos tiene may or riesgo de padecer afecciones psicológicas y
psiquiátricas. Un reciente metanálisis (o sea, un estudio que analiza resultados de
otros estudios) confirma esa tendencia: las personas que viven en medios urbanos
tienen may or riesgo de padecer depresión, trastornos de ansiedad e, incluso,
afecciones may ores como la esquizofrenia. Si bien las diferencias no son
abismales, en términos de salud pública, aun pequeños números cuentan. Ahora
bien, más allá del hecho estadístico, son muchos los factores de índole ambiental
y biológica que interactúan para explicar por qué la vida urbana se asocia con
más patología mental. Podemos mencionar los siguientes:
        1. Las condiciones de vida estresantes: el ritmo, la intensidad y las
           condiciones de trabajo, la competitividad excesiva, el exceso de
           estimulación y ruido, los déficits en el descanso y el sueño, etc.
        2. La interacción entre el estrés ambiental y la vulnerabilidad biológica.
           O sea, en personas que tienen ciertas predisposiciones genéticas (por
           ejemplo, a la depresión o la inestabilidad del ánimo, como el
           trastorno bipolar), el estrés podría actuar como un fuerte factor de
           desestabilización.
        3. El exceso de sedentarismo y la mala alimentación, que afectan el
           sistema cardiovascular y, en consecuencia, el sistema nervioso, por
           la fuerte conexión que existe entre corazón y cerebro.
        4. El aglutinamiento y el hacinamiento urbano en condiciones
           socioeconómicas deprimidas son un factor multiplicador para la
           expresión de dificultades en la salud mental (incluy endo factores de
           riesgo como ser las experiencias de violencia, abuso y maltrato, la
           exposición temprana a sustancias tóxicas, la desnutrición infantil,
           etc.).
        5. El efecto estresante y a veces traumático de las migraciones a las
           grandes ciudades.
        6. Hipotéticamente también se especula que podría incidir la exposición
           temprana a agentes patógenos sutiles (por ejemplo, infecciones
           virales) que no evidencian inicialmente grandes efectos visibles, pero
           que afectan el neurodesarrollo y que luego hacen una explosión de
           dificultades en etapas más tardías.
        7. Por último, un efecto de agregación de personas con afecciones
           mentales en las ciudades. Esto significa que, progresivamente, las
           personas con estos trastornos se concentrarían en las ciudades de
           manera gradual: inicialmente en busca de ay uda, tratamiento o
           supervivencia, luego al afincarse y finalmente al reproducirse allí.
           Con lo cual, la expresión de estas dificultades, genéticamente, se
           concentraría en estos ambientes.
El síndrome de Capgras: cuando la percepción y la emoción se desconectan
¿Es verosímil que un hombre mire a su madre y piense: « se parece a mi madre,
pero en realidad ella es una impostora» ? ¿Cómo puede una persona reconocer el
rostro de su madre y, sin embargo, sentir que no es ella? La circunstancia más
común de pacientes que han desarrollado un síndrome con estas características
es la de haber estado en coma luego de un traumatismo de cráneo. Al despertar,
el paciente ve a un ser querido, lo reconoce como tal, pero duda y concluy e en
que no es el verdadero.
    Este raro fenómeno podría explicarse como consecuencia de una
desconexión entre el sistema de reconocimiento visual y la memoria afectiva en
el cerebro humano. A través del estudio de los daños en el cerebro de los
pacientes y de otras pruebas clínicas, se ha arribado a una hipótesis que apunta a
que es la falla en las conexiones neuronales de una estructura particular en la
profundidad del cerebro, la amígdala, una de las causantes del síndrome. Como
hemos dicho, la amígdala forma parte de un circuito neuronal que regula ciertas
emociones. Cuando la amígdala se activa, provoca cambios fisiológicos, como
por ejemplo la sudoración o el temblor en las manos. Cuando se observa algo
(una persona, un animal, un paisaje, un cuadro, etc.), el mensaje es trasmitido a
los centros visuales de la corteza cerebral, pero mirar, como dimos cuenta en el
primer capítulo, es un proceso más complejo que no se completa allí sino que
abarca y comprende múltiples niveles. Después de reconocer eso que se
observó, es necesario responder a ese objeto emocionalmente. Esto resulta
evidente cuando se admira un bello cuadro o una fotografía conmovedora.
    Pero también cuando uno mira el rostro de su madre o de su hijo tienden a
ser evocados la calidez y el matiz emocional correcto. Cuando miramos un
rostro, el mensaje llega a las áreas visuales cerebrales, donde es identificado, y
luego a la amígdala. Es en este sistema donde se genera la respuesta emocional
correcta ante aquello que estemos mirando.
    Lo que le sucedería al paciente que padece el síndrome de Capgras (así es el
nombre de esta condición clínica que deriva de un homenaje al psiquiatra
francés que la descubrió) es que el mensaje efectivamente llegaría a los lóbulos
temporales, por ello reconoce a su madre como su madre y evoca los recuerdos
apropiados, pero no arribaría a la amígdala porque las fibras, que van de una a
otra estructura, están lesionadas como consecuencia del traumatismo. De este
modo, no hay emoción, no hay sensación de calidez ni matiz correcto, con lo
cual el paciente se pregunta: « si esta es realmente mi madre, ¿por qué no estoy
experimentando ninguna emoción? Entonces seguramente ella debe ser una
impostora, una extraña que pretende hacerse pasar por mi madre» .
    Afortunadamente para estos pacientes, la ilusión de Capgras tiende a
superarse con el paso del tiempo. Pero, en cualquier caso, la pervivencia del
estudio y la reflexión sobre este síndrome es porque nos permite vislumbrar de
un modo ejemplificador cuán profundamente conectada se encuentra nuestra
visión racional del mundo con nuestras respuestas emocionales básicas.
La obesidad o el trastorno en las decisiones
« El lunes empiezo» es una frase que se escucha recurrentemente cuando
alguien está por comer algo que le da placer pero sabe que puede perjudicar su
balanceada dieta. Esto, que la may oría de las veces está tomado en tono
pasajero, representa una posición vital que nos permite reflexionar sobre dos
cuestiones fundamentales: una general, que no es más (ni menos) que privilegiar
la satisfacción inmediata por sobre aquello que trae consecuencias favorables en
el largo plazo (la miopía del futuro); y otro, sobre el tema específico de la
problemática de la obesidad en las personas que la sufren y en nuestra sociedad.
    La obesidad se ha vuelto, sin lugar a dudas, un problema de salud pública
cuy a magnitud es similar a la de otras grandes epidemias de nuestra historia. Es
por eso que las neurociencias han abordado esta problemática y la estudian desde
distintos planos: la identificación de genes que pueden influir en la motivación
para comer y en el comportamiento alimentario; a nivel molecular, se dedica a
entender qué señales están alteradas en el cerebro de personas obesas que
estimulan may or sensación de hambre, menor sensación de saciedad y menor
control de impulsos; a nivel de los tejidos, sobre la relación entre los nervios de
los órganos de la digestión y el resto del sistema nervioso; a nivel neurobiológico,
sobre cómo difieren las estructuras cerebrales en las personas obesas, y a sean
dichas diferencias causa o consecuencia de la obesidad; y a nivel conductual, se
busca comprender los aspectos comportamentales que favorecen conductas de
ingestas excesivas.
    Existen varias hipótesis que han cobrado fuerza en los últimos años y que
contribuy en a explicar ciertos aspectos de la obesidad. Una de ellas tiene que ver
con lo que esbozábamos en un comienzo, es decir, con el control de aquellos
impulsos que nos llevan a buscar el placer inmediato e ignorar las consecuencias
futuras negativas de los actos. En este sentido, la obesidad respondería a una
cierta falla en la capacidad de evaluar este beneficio a largo plazo al evitar
ingestas copiosas aunque nos den un placer instantáneo.
    En esto, múltiples estudios han demostrado que está involucrado el centro de
recompensa del cerebro, aquel que se ve activado con todos aquellos actos que
nos dan placer. En todos nosotros la comida moviliza las áreas de recompensa,
pero el resto de las estructuras —y particularmente, como explicamos, la corteza
prefrontal— nos ay udan a evaluar los beneficios y perjuicios a largo plazo de esa
satisfacción inicial. En el cerebro de las personas que sufren obesidad, la
activación de las áreas del placer enmascararían gran parte de los procesos más
racionales, impidiendo tomar en cuenta el impacto negativo que vendrá con una
ingesta de comida en exceso.
    Aunque resulte evidente, debemos recordar a cada paso (a cada página) que
es nuestro cerebro el que dicta todas y cada una de nuestras acciones. Esto nos
permitirá entender que lo que muchas veces es percibido por la sociedad —e
incluso por algunos profesionales de la salud— como una falta de voluntad del
paciente obeso por cambiar, se trata en realidad de un cerebro cuy as conexiones
no están siendo modificadas de manera sustanciosa como para generar un
cambio de conducta que impacte en el día a día.
    A propósito de esto, la virtud social está en la comprensión y el
acompañamiento de quienes sufren esta enfermedad que agrede la autoestima,
la salud y la calidad de vida. También en volver a poner en valor el sentido de las
decisiones del presente y a que de estas depende el futuro verdadero, no ese lunes
mítico que solo sirve para justificar las malas decisiones.
El consumo excesivo de alcohol
« Esta noche, amiga mía, el alcohol nos ha embriagado» , canta el famoso tango
de Enrique Cadícamo. Desde las neurociencias hoy podemos explicar qué era lo
que la ingesta de alcohol les había hecho, en verdad, para que los llamaran « los
mareados» .
    Diversos estudios han demostrado que el consumo excesivo de alcohol puede
llevar a fallas en el funcionamiento cognitivo y cambios estructurales en el
cerebro, algunos permanentes y otros reversibles. Más allá de esto, hay poco
consenso sobre las características distintivas de estas fallas. Esta falta de consenso
se debe a la dificultad de estimar cuánto es un consumo moderado de alcohol y
cuánto no. Otra de las dificultades reside en la incapacidad de los bebedores de
identificar y reportar correctamente cuánto alcohol consumen. Un estudio
realizado por un grupo de científicos de Yale pedía a sus participantes que
indicaran cuánto creían que habían consumido a lo largo de un lapso determinado
de tiempo. Al comenzar el experimento, todos los participantes indicaban que no
habían consumido, cosa que era cierto. A medida que empezaban a beber, y
cuanto más consumían, reportaban que habían tomado menos alcohol de lo que
había sido en verdad.
    Como y a señalamos, las neuronas utilizan neurotransmisores, mensajeros
químicos que transmiten información para comunicarse una con otra. El alcohol
actúa sobre algunos neurotransmisores como el GABA que, en términos simples,
se ocupa de inhibir la acción de ciertas neuronas. El alcohol se combina con los
receptores de GABA haciendo que actúe más poderosamente. Entonces, a
medida que uno ingiere alcohol, el compuesto GABA lentifica la actividad
neuronal y el cerebro no funciona tan eficazmente como debería. Además, actúa
sobre el glutamato, que es el neurotransmisor excitatorio más importante del
cerebro humano y tiene un papel crítico en la memoria y cognición. El alcohol
suprime el efecto del glutamato, lo que produce un detrimento de la velocidad de
la comunicación entre neuronas. Asimismo, el alcohol incrementa la secreción
de dopamina en el cerebro, clave en los centros de recompensa cerebrales.
Autopsias realizadas a pacientes con alcoholismo demostraron que hasta el 78%
de estas personas presentan algún grado de patología cerebral.
    Como hemos visto, entonces, tanto la intoxicación directa como el consumo
crónico de alcohol tienen efectos directos sobre nuestras funciones cognitivas. Se
han identificado diversos procesos cognitivos que son susceptibles a sus efectos
como la velocidad de procesamiento de la información, la atención dividida, la
resolución de problemas, las funciones ejecutivas, la memoria de trabajo, el
control inhibitorio, la flexibilidad cognitiva y el funcionamiento psicomotor. Entre
estas, sobresale una profunda afectación de las funciones ejecutivas, las cuales,
como mencionamos anteriormente, están involucradas en la regulación,
planificación y control de diversos procesos cognitivos. Esta disfunción ejecutiva
puede observarse en la conducta de una persona alcoholizada: fallas en la
flexibilidad cognitiva, en estrategias simples de resolución de problemas, un
control inhibitorio deficitario (esto quiere decir may or impulsividad), fallas en la
teoría de la mente (que, como vimos, se trata de la capacidad de inferir estados
mentales de otras personas), en la planificación y en el procesamiento del humor.
Otra consecuencia muy severa del consumo crónico de alcohol es el llamado
Síndrome de Wernicke-Korsakoff, caracterizado por una profunda amnesia
anterógrada (esto, recordemos, es la incapacidad de generar nuevos recuerdos)
y dificultades en el recuerdo de eventos pasados.
    Conocer sobre estas consecuencias insanas de la ingesta excesiva de alcohol
quizás inhiba de cierta poesía bohemia a la vida, pero sin dudas le otorga algo
más de chances de poder contar el cuento.
El cerebro adicto
Se sabe que Fedor Dostoievski escribió una de sus novelas más reconocidas, El
jugador, acosado por las deudas, el apasionamiento amoroso y el desatino. Se
suele ver el reflejo de esa pesadumbre en Alexei Ivánovich, el protagonista de la
novela, un hombre seducido por la bella Polina, pero también por el juego. Tanto
que en los últimos párrafos se confiesa diciendo: « Si pudiera dominarme durante
una hora, sería capaz de cambiar mi destino» . Esta frase permite definir de
manera categórica de qué hablamos cuando hablamos de adicción, una forma
particularmente peligrosa de búsqueda de placer.
    La adicción fue considerada durante mucho tiempo como una debilidad
moral o una falta de fuerza de voluntad. Por el contrario, actualmente es
reconocida como una enfermedad crónica con cambios cerebrales específicos.
Así como la enfermedad cardíaca afecta el corazón y la hepatitis, al hígado, la
adicción afecta el cerebro, lo secuestra. De hecho, la palabra « adicción» deriva
del latín (addictus) y significa en una primera acepción « dedicado o entregado
a» y más tarde significará « esclavizado por» , y se manifiesta en el anhelo por
el objeto del que se es adicto, la pérdida de control sobre su uso y la necesidad
imperiosa de continuar así a pesar de las consecuencias adversas que eso
conlleva. Durante muchos años se crey ó que solo el alcohol y las drogas podían
causar adicción. Investigaciones recientes han demostrado que ciertas
actividades como el juego, las compras, el sexo, la comida e, incluso, la
tecnología, también pueden cooptar el cerebro y son registradas por este en
forma similar a las drogas y el alcohol. El consenso científico actual sugiere que
estos placeres pueden representar múltiples expresiones de un proceso cerebral
común suby acente.
    Uno de los descubrimientos más notables de las neurociencias ha sido la
determinación de los circuitos de recompensa. Se trata de mecanismos de placer
que involucran diferentes regiones cerebrales que se encuentran comunicados
mediante neurotransmisores. La dopamina, como fue dicho, es un mensajero
químico involucrado en la motivación, el placer, la memoria y el movimiento,
entre otras funciones. En el cerebro, el placer se produce a través de la liberación
de la dopamina en el núcleo accumbens. Justamente la acción de una droga
adictiva funciona a partir de la influencia en ese sistema.
    Como sabemos, algunos adictos llegan a focalizarse en conseguir y disfrutar
de la droga excluy endo todos los demás aspectos de sus vidas: descuidan a su
familia, su trabajo y su propia salud. A sabiendas de que se están destruy endo a sí
mismos, siguen con el consumo de la droga y, a medida que continúan con su
uso, se hacen tolerantes. Así, las dosis que inicialmente utilizaron para estimularse
y a no son eficaces y necesitan usar dosis cada vez más altas. En la década de
1950, dos psicólogos canadienses, James Olds y Peter Milner, hicieron unos
experimentos muy famosos en los cuales implantaron electrodos en el cerebro
basal de los roedores y descubrieron que las drogas adictivas pueden liberar de
dos a diez veces —y de forma más rápida— la cantidad de dopamina que las
recompensas naturales.
    Antes se pensaba que la experiencia del placer era suficiente para inducir a la
gente a seguir buscando una sustancia adictiva. Pero nuevas investigaciones
sugieren que la situación es más compleja. La dopamina no solo contribuy e a la
experiencia del placer, sino que también desempeña un papel en el aprendizaje y
la memoria —dos elementos claves en la transición de consumir algo a
convertirse en adicto—. La investigadora Nora Volkow, en Estados Unidos, utilizó
la técnica de neuroimágenes denominada « tomografía por emisión de
positrones» para etiquetar los receptores de dopamina en el cerebro humano y
descubrió que efectivamente el funcionamiento normal del sistema
dopaminérgico cerebral parece estar afectado en el abuso crónico de drogas. Sin
embargo, este estudio planteó preguntas fundamentales a partir de esa
conclusión: ¿son estos cambios en los receptores dopaminérgicos de los
consumidores de drogas las consecuencias del abuso en el consumo?, ¿o es el
abuso de drogas una consecuencia de una predisposición biológica, lo que quiere
decir que estos cambios en los receptores dopaminérgicos están antes del
consumo de drogas?
    Otro enigma recurrente es el que plantea el comportamiento, a menudo
impulsivo, de algunos consumidores de drogas. Nuevamente se evidencia la
pregunta sobre cuál es la causa y cuál es el efecto. La vulnerabilidad genética
contribuy e al riesgo de desarrollar una adicción. Los estudios de gemelos y
adopción muestran que alrededor del 40% al 60% de la susceptibilidad a la
adicción es hereditaria. Pero el comportamiento juega un papel clave,
especialmente cuando se trata de reforzar un hábito. Cada uno de nosotros tiene
que tomar decisiones acerca de si realizamos algo que queremos hacer o no (por
ejemplo, desear comer un chocolate pero no hacerlo para evitar consecuencias
negativas en el mediano plazo). A veces esto no se puede controlar, pero son más
las veces que uno puede. En las personas que son adictas, como vimos en la
reflexión del personaje de El jugador, este control es muy difícil. En los
comportamientos compulsivos fallan los frenos del cerebro, aquellos que
deberían ejercer el control cognitivo.
    La persona que es adicta no quiere serlo. Su adicción y a le costó su trabajo,
su pareja, su bienestar. Sin embargo, no puede resistir la tentación. Como dijimos
al principio de este apartado, se trata de una enfermedad para la que actualmente
no existe cura. Se la debe tratar como otras enfermedades crónicas (hipertensión,
asma, cáncer) y, como tal, mantener el tratamiento y a que, de otro modo, el
paciente recae. La adicción se aprende y se almacena como memoria en el
cerebro por lo que la recuperación es un proceso lento. Incluso después de que
una persona renuncia, por ejemplo, al consumo de drogas, durante semanas,
meses e, incluso, años, la exposición al sitio de la droga, caminar por una calle
donde la conseguía o tropezar con personas que siguen consumiendo les provoca
un tremendo impulso de querer consumir nuevamente. Existe una serie de
tratamientos que lograron eficacia, por lo general al combinar estrategias de
autoay uda, de psicoterapia y de rehabilitación. Para algunos tipos de adicciones,
ciertos medicamentos también pueden ay udar.
    En una carta de may o de 1867, el propio Dostoievski —no y a su personaje—
le cuenta a su esposa, mortificado, que todo el dinero con el que contaba lo había
perdido en el casino. Así le describe el escritor ruso su derrotero: « Al principio
perdí muy poco, pero cuando comencé a perder, sentía deseos de desquitar lo
perdido y cuando perdí aún más, y a fue forzoso seguir jugando para recuperar
aunque solo fuera el dinero necesario para mi partida, pero también eso lo
perdí» . Y le promete para el futuro: « De hoy en adelante voy a trabajar, voy a
trabajar y voy a demostrar de qué soy capaz» . El mismo desaliento y el mismo
propósito de enmienda de todos cuando lo que no puede uno es dominarse y, de
este modo, cambiar el destino. Así y todo, pudo cumplir con eso de escribir y
demostrar todo de lo que era capaz.
La resiliencia
                    Días felices aquellos que vieron la recuperación de Oliver.
                                Todo estaba tan calmado y pulcro y ordenado,
                                        todo el mundo era tan bueno y amable,
                                   que, después del bullicio y agitación en que
                              siempre había vivido, aquello le parecía el cielo.
                                            Oliver Twist, CHARLES DICKENS
    La resiliencia es la capacidad de una persona para adaptarse con éxito al
estrés, trauma o adversidad. La ciencia comienza a entender los factores
psicosociales y las bases neurobiológicas asociadas con la resiliencia humana.
Aunque el estrés en la infancia aumenta el riesgo de trastorno mental de los
adultos, hay pruebas de que cierta exposición al estrés en la infancia disminuy e
la presencia de una psicopatología posterior.
    Experiencias estresantes, pero no abrumadoras, promoverían el desarrollo de
la regulación de la capacidad de resiliencia. Cierta exposición a niveles tolerables
de estrés en la infancia produciría cambios cerebrales que influirían sobre la
respuesta inicial a eventos traumáticos posteriores.
    El funcionamiento adaptativo de los circuitos cerebrales del miedo,
recompensa, regulación emocional y comportamiento social resulta basal de la
capacidad humana para enfrentar temores, experimentar emociones positivas,
buscar maneras optimistas de replantear acontecimientos estresantes y
beneficiarse del apoy o de amistades.
    Algunos traumas infantiles se asocian con cambios hormonales y de
neurotransmisores que aumentarían la vulnerabilidad a trastornos psiquiátricos en
la edad adulta. Estudios realizados en animales demostraron que la separación
materna prolongada en la vida temprana tiene efectos adversos duraderos sobre
la respuesta al estrés. Pero también los estudios demostraron que un entorno
enriquecido durante el desarrollo hace a los animales menos vulnerables al estrés
más tarde en la vida y revierten conductas inducidas por la separación materna
prolongada. Una estrecha relación con adultos responsables, competencia y
ay uda social y capacidad de autorregulación serían protectores durante el
desarrollo.
    Reinterpretar el significado de los estímulos negativos, con la consecuente
reducción en las respuestas emocionales, se denomina « reevaluación» (cambiar
la manera en que sentimos al cambiar la manera en que pensamos). Los
individuos resilientes son mejores en esta reevaluación y la utilizan más.
    La cooperación mutua activa circuitos de recompensa del cerebro. Un
sentido de propósito y un marco interno de creencias acerca de lo correcto e
incorrecto son características de las personas resilientes. Las creencias religiosas
y las prácticas espirituales también podrían facilitar la recuperación y la
búsqueda de sentido después de un trauma.
    Sin duda, el optimismo y las emociones positivas contribuy en a respuestas
cognitivas saludables. Ese sesgo optimista evidencia el esfuerzo humano por
mantener una visión controlable de su entorno, que falla en la depresión.
    Ciertas formas de psicoterapia pueden mejorar atributos psicológicos
asociados con la resiliencia y las intervenciones tempranas en el desarrollo
tienden a maximizar la resistencia al estrés. Una may or comprensión de los
circuitos neurales que suby acen a la resiliencia podría eventualmente brindar
nuevas modalidades de intervención.
El efecto placebo
Una de las acepciones con la cual define el diccionario de la Real Academia
Española a la palabra « fe» es la de « confianza, buen concepto que se tiene de
alguien o de algo» . Como ejemplo da, casualmente, « tener fe en el médico» .
    Cuando se habla en medicina del « efecto placebo» resulta central este
asunto: la confianza que tiene el paciente en el profesional, sumada a la
expectativa de él para curarse. Técnicamente se considera « placebo» a toda
aquella sustancia o procedimiento que no tiene una actividad específica para la
condición que se está tratando y que no altera ninguna función del organismo. Y
el efecto placebo es la serie de cambios fisiológicos que se asocian al placebo.
    En el año 1890, un editorial de una revista médica describió el caso de un
médico que había iny ectado agua a su paciente, en lugar de morfina: este se
recobró perfectamente, pero luego, al descubrir el engaño, llevó el caso a juicio
y lo ganó. De alguna manera (aunque fuera en su propio beneficio) se había
burlado de su buena fe. El editorial se lamentó del caso, porque los médicos han
sabido, desde los inicios de la medicina, que la confianza y el buen trato con los
pacientes pueden ser muy efectivos. « ¿No debería el placebo volver a tener la
oportunidad de ejercer su maravilloso efecto psicológico?» , se preguntó el
Medical Press en ese momento.
    El placebo, por cierto, ha tenido más oportunidades y por eso aún está entre
nosotros.
    Durante la historia, el efecto placebo ha sido bien documentado en el campo
del dolor y algunas historias son llamativas. Henry Beecher, un anestesista
americano, escribió sobre la operación de un soldado que sufrió heridas terribles
en la Segunda Guerra Mundial. Él le suministró agua salada debido a que la
morfina se había agotado y, para sorpresa de todos, el paciente estuvo bien.
    Desde la neurología, resulta interesante y pertinente estudiar los efectos de los
placebos a nivel cerebral, a fin de comprender qué bases neurales suby acen a
estos fenómenos. Es cierto que en muchos pacientes, el placebo ofrece
indicadores de una mejoría notable, en algunos casos específicos, incluso
comparable a la administración de fármacos.
    La resonancia magnética funcional ha demostrado que, frente a la
administración de un tratamiento placebo, se activan áreas de la analgesia, es
decir, aquellas ligadas a disminuir el dolor. Áreas como el cingulado anterior, las
cortezas prefrontal e insulares, el núcleo accumbens y la amígdala son todos
componentes de una gran matriz neural que procesa el dolor. Pareciera ser que
este tipo de intervenciones reclutan complejos sistemas cerebrales que usan
sustancias químicas cruciales en el placer y la recompensa y en la modulación
del dolor. Nuevos estudios en el campo de las neurociencias del placebo, incluso,
han demostrado que disminuy e la actividad de neuronas involucradas en el dolor
de la médula espinal, lo cual sugeriría que el efecto placebo se extiende más allá
del cerebro.
    Uno de los Cuentos de Canterbury, célebre obra de Geoffrey Chaucer de la
Inglaterra del siglo XIV, narra la historia de un noble caballero de gran
prosperidad que había permanecido soltero durante sesenta años y que un día
decide contraer matrimonio. Entonces les pide consejo a sus dos hermanos, uno
llamado Justino y el otro, Placebo. Justino le dice que debe tener prudencia;
Placebo, en cambio, le manifiesta un sinfín de adulaciones, elogios, zalamerías.
Lo de su hermano Placebo fue ni más ni menos que aquello que quería escuchar
Enero, que así se llamaba el noble caballero: meras muecas, gestos vacíos cuy a
eficacia se basara únicamente en la posibilidad de creer en ellos y lo ay udaran a
sentirse bien.
    Un efecto con nombre propio, como pasa con los cuentos con final feliz.
Emociones y corazón
Las relaciones entre las emociones y el aparato cardiovascular han sido objeto
de interés desde tiempos remotos y se inicia con la descripción del
temperamento sanguíneo en la medicina hipocrática. Durante siglos el corazón
fue pensado como el sitio donde nuestras emociones se generaban. Sin lugar a
dudas, esto estuvo originado en la observación cotidiana de que todo aquello que
no nos resulta indiferente, produce cambios objetivos en la función cardíaca.
William James, precursor de la psicología científica del siglo XIX, afirmaba que
las emociones son el correlato neurovegetativo de las representaciones mentales.
Sin embargo, los avances de la ciencia han mostrado que el corazón es más la
víctima que el origen de las emociones.
    En los últimos años, diversos estudios han dado cuenta de que los trastornos
afectivos están sobrerrepresentados en las personas con enfermedades
cardiovasculares e implican que aumente la posibilidad de que su evolución no
sea tan favorable. Esta relación es sumamente compleja e incluy e factores
conductuales asociados con la depresión, los efectos del estrés y la activación del
eje hipotálamo-hipófiso-suprarrenal en el árbol vascular. Otros autores plantean
la hipótesis de la « depresión vascular» como base final común. En este
verdadero rompecabezas sobre las bases fisiopatológicas de la relación entre
depresión y enfermedad cardiovascular, es importante mencionar, por un lado,
la activación autonómica propia de los estados depresivo-ansiosos y, por el otro,
la consecuente activación del eje antedicho.
    Las relaciones entre los trastornos del sistema nervioso central y el aparato
cardiovascular son íntimas y complejas y el acceso a un diagnóstico psiquiátrico
precoz en personas con enfermedades cardiovasculares son, a la luz de los
avances científicos, una necesidad, por las siguientes razones:
            Por lo menos un 30% de los pacientes con enfermedad cardíaca
            están padeciendo o van a padecer sintomatología psiquiátrica,
            particularmente depresión y ansiedad.
            Existe evidencia suficiente que indica que el tratamiento precoz y
            adecuado de tales condiciones puede mejorar significativamente la
            morbimortalidad por causas vasculares.
            La depresión y la ansiedad, además de aumentar el riesgo vascular,
            disminuy en la adhesión terapéutica a la medicación y a los
            programas de rehabilitación, además de aumentar conductas de
            riesgo como sedentarismo y abuso de tabaco y alcohol.
    Tanto Dorothy como el Espantapájaros habían escuchado con gran interés el
relato del Leñador de Hojalata, y ahora comprendían por qué estaba tan deseoso
de obtener un nuevo corazón.
    —Sin embargo —dijo el Espantapájaros—, yo pediré un cerebro en vez de un
corazón, pues un tonto sin sesos no sabría qué hacer con su corazón si lo tuviera.
    —Yo prefiero el corazón —replicó el Leñador—, porque el cerebro no lo hace
a uno feliz, y la felicidad es lo mejor que hay en el mundo.
    Dorothy guardó silencio; ignoraba cuál de sus dos amigos tenía la razón, y se
dijo que si solo podía regresar al lado de su tía Em, poco importaría que el
Leñador de Hojalata no tuviera cerebro y el Espantapájaros careciera de corazón,
o que cada uno obtuviera lo que deseaba.
    Lo que más la preocupaba era que ya quedaba muy poco pan, y una comida
más para ella y para su perro Toto lo agotaría por completo. Claro que el Leñador
y el Espantapájaros no necesitaban alimento, pero ella no estaba hecha de
hojalata ni de paja, y no podía vivir sin comer.
                                                  De El maravilloso mago de Oz
                                                       LYMAN FRANK BAUM
                                           (Nueva York, 1856-Los Ángeles, 1919)
Cerebro-corazón y el impacto de la personalidad
Sir John Hunter, un célebre cirujano escocés, quien padecía de enfermedad
coronaria, afirmó: « Mi vida está en las manos de cualquier patán que decida
alterarme» .
    Tenía razón. Falleció luego de una fuerte discusión en un ateneo clínico.
    La Cleveland Clinic organizó en 2010 una reunión de expertos para discutir
sobre los avances en la relación cerebro-corazón. Una de las discusiones
centrales fue sobre cómo la personalidad y la conducta impactan en la
enfermedad coronaria. Existe evidencia de que emociones tales como la ira y la
hostilidad están asociadas a un peor pronóstico en pacientes con enfermedad
coronaria preexistente, especialmente en hombres. Las personas irascibles tienen
un 19% más de riesgo de desarrollar enfermedad coronaria y, si y a la tienen, un
24% más de posibilidades de mal pronóstico. Más aún, en sujetos irascibles con
enfermedad coronaria, una crisis de ira duplica el riesgo de tener un evento
coronario agudo entre las dos y tres horas posteriores.
    Otros tipos de conductas que propenden a compromisos cardíacos son la
ansiedad y la depresión. La ansiedad se asocia con un 48% más de riesgo de
muerte cardíaca en personas inicialmente sanas. Asimismo, se ha demostrado
que la depresión produce un efecto de dosis-dependencia: cuanto más deprimida
está una persona en el momento de tener un infarto o angina de pecho, más
chance tiene de repetir el episodio.
    En un sentido previsible, la combinación de estos rasgos negativos puede
poner a las personas en situación de riesgo grave. Patrones similares se han
reportado con tres factores de riesgo tradicionales de enfermedad del corazón —
presión arterial alta, niveles elevados de colesterol y exceso de peso— en el que
cada factor de riesgo aumenta de forma independiente el riesgo de enfermad
coronaria.
    En términos de sus consecuencias indeseables sobre la salud cardiovascular,
desde hace varias décadas se habla de la personalidad tipo A, caracterizada por
impaciencia, irritabilidad, prisa constante, estilo dominante y autoritario, actitud
hostil, dura, competitiva, gran devoción al trabajo e hiperactividad. Siempre se
pensó que esta personalidad era la menos positiva para la enfermedad cardíaca;
sin embargo, se observó que estas personas, una vez declarada la enfermedad,
son más activas para adherir a las recomendaciones médicas que las van a
proteger. Estudios recientes describen la personalidad tipo D como la de las
personas ansiosas e irritables, con una marcada tendencia a focalizarse en los
problemas más que en la solución de los problemas, y que, a su vez, reprimen sus
sentimientos y tienen una conducta social evitativa. Múltiples estudios demuestran
que son más vulnerables a las enfermedades cardiovasculares en general, incluso
hipertensión arterial, enfermedad coronaria y accidente cerebro-vascular
(ACV).
    Este modelo nos pone de lleno en el rol que el estrés desempeña en las
enfermedades vasculares. Todos estamos sometidos a tensiones; lo que nos
diferencia es la forma de afrontarlas.
    No resulta azarosa, entonces, la metáfora romántica que dice que una
persona, cuando hace las cosas con pasión, « entrega su corazón» . Tener la
capacidad de afrontarlas con calma es una manera de poder entregarlo para
otras mil batallas.
El cerebro altruista
Uno de los cuentos para niños más bellos y famosos de Oscar Wilde es « El
Príncipe Feliz» . En la parte más alta de la ciudad, sobre una pequeña columna, la
estatua, ay udada por la golondrina que retrasó su emigración al África, se siente
gustosa de donar las joy as que la adornan para los necesitados por el solo hecho
de que estén alegres aquellos que no lo están. Todo esto, a costa del propio
empobrecimiento que, de hecho, la lleva a su fundición.
    Los seres humanos tenemos intereses inmediatos como comer, beber agua,
tener relaciones sociales, etc., pero también tenemos valores mediatos (justicia,
colaboración, etc.). La ciencia intenta explicar por qué existe la cooperación
entre los seres humanos, aun cuando esa cooperación no dé una recompensa
directa o inmediata. El altruismo se refiere a aquellas conductas que promueven
el bienestar de los demás sin una retribución o un beneficio personal.
    Esa conducta altruista podemos observarla en muchísimas especies. Las
abejas muestran conductas altruistas para con miembros de su propia especie,
pues una de ellas se aventura al exterior del panal en búsqueda de comida y
luego viaja nuevamente a su panal para comunicarle al resto dónde está la fuente
de alimentos. En este viaje ida y vuelta, esa abeja pone en riesgo su vida, por la
presencia de predadores, para beneficiar a sus compañeras. En las aves y los
mamíferos, se pueden ver formas más complejas de altruismo. Por ejemplo,
acciones recíprocas de altruismo entre miembros de la especie no relacionados.
Cuando un pájaro vocaliza una advertencia al resto de los pájaros en su área se
expone a ser detectado más precozmente por su predador, pero sabe que su
llamado de alerta tendrá un beneficio para el resto de los miembros de su
especie.
     Las interacciones sociales en los seres humanos hacen que las conductas
altruistas sean aún más complejas. Investigadores de la Universidad de Duke
encontraron asociación entre el altruismo y áreas cerebrales involucradas en la
capacidad de percibir como valiosas las acciones de los otros, la cognición social.
Jorge Molí y Jordán Grafman, en los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) de
Estados Unidos, diseñaron un estudio para evaluar el proceso de altruismo, es
decir, cómo es que tomamos decisiones que benefician a otros. La experiencia
consistía en medir a través de neuroimágenes la activación cerebral de una
persona al decidir donar cierta cantidad de dinero a organizaciones humanitarias,
por ejemplo UNICEF, y, al mismo tiempo, al decidir castigar activamente a otras
organizaciones con las cuales no estaba de acuerdo. A cada persona le dieron un
monto de dinero y le pidieron que tomara decisiones. Primero veían el nombre
de la organización y luego debían decidir si donarían (o no) parte del dinero
recibido. En otras instancias, también podían castigar a la organización. Castigarla
también costaba dinero: podían entonces invertir dinero para evitar que la
organización recibiera fondos. Los científicos observaron, respecto de la
activación cerebral, que cuando la gente donaba dinero se activaban áreas en el
sistema de recompensa, de modo muy similar a cuando se recibe dinero, lo que
daba cuenta de que ay udar a una causa resulta placentero. También observaron
que cuando la gente gasta dinero para evitar ay udar a una organización, se
activan las mismas áreas del cerebro asociadas generalmente al proceso del
enojo y al disgusto.
     Del mismo modo, el altruismo del Príncipe Feliz y su golondrina tuvo también
su recompensa y, según consigna el narrador del cuento de Oscar Wilde, Dios le
dijo a uno de sus ángeles que en su jardín del Paraíso el pequeño pájaro cantaría
eternamente y que en su ciudad de oro el Príncipe Feliz repetiría por siempre sus
alabanzas.
Solidarios por naturaleza
Un poema de César Vallejo se refiere a un combatiente muerto al final de la
batalla y a un hombre que se le acerca para rogarle que no muera. « Pero el
cadáver ¡ay !» , dice el poeta peruano, « siguió muriendo» . Luego se le acercan
dos hombres y le piden que no los deje, que tenga valor, que vuelva a la vida.
Pero nada logran. El poema dice después que acudieron veinte, cien, mil,
quinientos mil, millones, con un ruego común: « ¡Quédate, hermano!» . Y nada
tampoco. « Entonces, todos los hombres de la tierra» , así termina el poema, « le
rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado, incorporóse lentamente, abrazó
al primer hombre: echóse a andar…» .
    Atravesamos nuestras vidas interactuando con otros miembros de la
comunidad. Muchas veces requerimos su ay uda. Otras tantas, somos nosotros
quienes se la facilitamos. Vallejo trata poéticamente aquello que sabemos y
muchas veces experimentamos en la vida: ay udamos a nuestros semejantes y
son ellos quienes nos ay udan a andar. La ciencia está indagando en esta
característica muy humana de los lazos solidarios que establecemos unos con
otros. Algo que nos distingue de animales primates no humanos es justamente
nuestra compleja cooperación, incluso desde la infancia.
    Se cree que las conductas cooperativas jugaron evolutivamente un papel
importante en el desarrollo de la cohesión de grupos sociales, lo que permitió que
grupos con un número may or de individuos no relacionados genéticamente se
establecieran y rigieran por normas comunes. La cooperación como fenómeno
conductual no es, desde y a, algo exclusivamente humano. Cientos de ejemplos
en la naturaleza evidencian que el sistema nervioso de una gran parte del reino
animal es propenso a la cooperación. De hecho, somos testigos de esta
cooperación al apreciar las organizaciones sociales que se dan en derredor: el
panal de abejas y los hormigueros, entre tantos otros.
    Uno de los ejemplos más paradigmáticos en la conducta cooperativa en
animales es el del cucarachero cejón, una especie de ave que habita en los
bosques de Ecuador, zonas del Perú y la región preandina, con una
particularidad: cantan a dúo con sus parejas. El macho y la hembra corean
sílabas alternadas y lo hacen de manera tan rápida que, al cantar juntos, se
percibe como si fuera una única canción. Estudios de la Universidad « Johns
Hopkins» en Estados Unidos han demostrado que el cerebro de estos pájaros
responde de manera más vigorosa a la canción cantada como un dúo que a las
partes individuales que canta cada pájaro por su lado. Es más, se ha visto que el
cerebro de los pájaros, en realidad, procesa toda la canción, aun si el macho y la
hembra vocalizan sus partes respectivas.
    El 16 de agosto de 1996 una gorila rescató a un niño de tres años de edad, que
cay ó en el sector de los primates en un zoológico de Chicago. El niño cay ó desde
varios metros al piso del lugar que albergaba siete gorilas. La gorila, que cargaba
con su propio hijo en la espalda, tomó al niño inconsciente en sus brazos y lo llevó
a una puerta donde los encargados del zoológico y los paramédicos pudieron
asistirlo.
    Todo esto evidencia el hecho de que las bases biológicas que sustentan las
conductas cooperativas son filogenéticamente muy antiguas y han sido un valor
agregado en la supervivencia de las especies.
    Si podemos cooperar es porque tenemos un cerebro que nos lo permite hacer.
Pero ¿qué hace, efectivamente, que cooperemos? Diversas investigaciones
sugieren que la sociabilidad moderna no sería solo el producto de una psicología
innata, sino que también reflejaría las normas e instituciones que han surgido a lo
largo de la historia humana.
    Uno de los focos en la investigación neurocientífica sobre cooperación entre
humanos ha estado puesto en el concepto de la reputación. Se cree que, al
cooperar con otros, estamos inviniendo en crear una reputación que puede
traernos beneficios en el largo plazo. Más de una docena de experimentos han
demostrado que, cuando ocurre en público o bajo la mirada de un tercero,
cooperamos más activamente que en nuestra propia intimidad. En su laboratorio
en la Universidad de Newcastle, el científico Gilbert Roberts también demostró
que las personas que cooperan en un grupo son percibidas por el resto de los
miembros como más atractivas. Esto apoy a la idea de que existen beneficios de
nuestras conductas cooperativas. Naturalmente, cuando cooperamos en un grupo
no necesariamente estamos considerando los pros y contras de nuestra acción.
Eso se debe, en parte, a que nuestro cerebro activa regiones emocionales que
guían nuestras decisiones de manera intuitiva y automática.
    Asimismo, como hemos tratado en el apartado anterior, una serie de
experimentos ha demostrado que los actos de cooperación humana activan áreas
del cerebro asociadas a la recompensa y el placer: cuando la misma tarea de
cooperación se lleva a cabo con una computadora o un objeto inanimado, y no
con otro ser humano, estas áreas dejan de activarse.
    La multiplicidad de factores que influy en en nuestra conducta cooperativa no
está limitada a aspectos biológicos y genéticamente predeterminados. Se ha
observado en estudios transculturales, en los cuales se consideran comunidades
con distintos tamaños poblacionales, que factores diversos tales como las
creencias religiosas o el grado de integración socioeconómica impactan en la
forma en que cooperamos. Por ejemplo, miembros de poblaciones de menor
tamaño están mucho más predispuestos a juzgar negativamente a alguien que
realiza una oferta injusta que miembros de comunidades más grandes. Esto
demuestra que la cooperación en seres humanos es una verdadera suma de
genética, biología, ambiente y cultura.
    Hemos tratado así algunos de los procesos biológicos que nos predisponen
para la cooperación. Y la pregunta que se desprende de esto es: entonces, ¿por
qué, a veces, no cooperamos? Quizá podamos ligar esta necesidad de respuesta a
estudios neurocientíficos que se han desarrollado sobre otras cuestiones centrales.
Una investigación y a referida en páginas anteriores realizada por Agustín Ibáñez
mostró que el cerebro detecta en 170 milisegundos si un rostro integra o no el
propio grupo de pertenencia y lo valora positiva o negativamente mucho antes de
que seamos conscientes de ello. Esta investigación muestra que los procesos
asociados a la discriminación y al prejuicio son automáticos y muchas veces
pueden primar sobre otros mecanismos mentales.
    Podríamos plantear otros estudios que intenten esgrimir una respuesta sobre
por qué, a veces, no cooperamos. Pero quizás resulte más relevante reflexionar
sobre sus consecuencias. La falta de cooperación impacta negativamente sobre
el individuo a quien hubiese ido destinada la acción solidaria, sobre quien no fue
solidario y también sobre todo el sistema social. La comunidad, para ser tal, se
construy e a partir de la idea de cooperación. Por ende, cuando existen acciones
que reniegan de las conductas solidarias, el sistema se resquebraja. Se rompe esa
dinámica del hoy por ti, mañana por mí.
     A propósito de este refrán, podemos ilustrar esta práctica social de la
cooperación a partir de la organización compleja que actualmente conforman las
comunidades organizadas políticamente en Estados. En nuestras sociedades, son
los adultos los que sostenemos (y así debe ser) la educación de los menores a
través de las escuelas y el bienestar de los may ores a través de las jubilaciones y
las pensiones. Pero es en este sentido y en este marco que la ideología de la
cooperación establece alianzas fundamentales con otras habilidades humanas
como la creatividad y la capacidad de organización. Solo de esta manera se
puede lograr un eficaz sistema de cooperación de gran alcance.
     El carácter de solidaridad es inmanente a los seres humanos y, como dice el
poema de Vallejo, echa a andar a las personas y a las comunidades. La falta de
esta lleva a hacernos reflexionar sobre el por qué se procede de esta manera si
somos seres propensos al bien común.
     En las grandes sociedades como las que nos toca vivir, la cooperación puede
ser directa (hacia nuestro semejante próximo) o mediada, a través de las
instituciones. Sobre todo para esta última, también a la cooperación hay que
ay udarla.
                                    Capítulo 4
                               La mente en forma
    Hace unos años se conocieron los resultados derivados de la investigación
conocida como el « estudio de las monjas» . Este trabajo analizó la relación entre
las funciones intelectuales y emocionales que se tienen a lo largo de los años y el
estado del cerebro post mortem en una comunidad de monjas que vivieron y
trabajaron en el mismo lugar durante mucho tiempo. Uno de los más
trascendentes resultados fue el que sugirió que algunas monjas que en vida
mostraron leves alteraciones cognitivas o una función cognitiva intacta,
presentaban evidencias en su cerebro compatibles con las que se observan en
pacientes con enfermedad de Alzheimer. ¿Cómo podía ser esto? Al investigar
escritos autobiográficos se observó que la menor habilidad lingüística en edades
tempranas (evaluada por la densidad de las ideas) predecía significativamente el
riesgo para el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer en la vejez.
Aproximadamente el 80% de las monjas, cuy a escritura se midió como de baja
habilidad lingüística, desarrolló la enfermedad de Alzheimer en la vejez. Por su
parte, del grupo de monjas cuy a habilidad lingüística fue alta, solo el 10% sufrió
más tarde la enfermedad.
    Otro elemento considerable que este estudio sugirió es que un estado
emocional positivo podía contribuir a que vivamos más. Según estos
investigadores, las monjas que en sus escritos de juventud habían expresado
may or número de emociones negativas tuvieron menos años de vida y una
frecuencia may or de enfermedad de Alzheimer.
    Fue así como cobró interés la hipótesis de que una may or « reserva
cognitiva» podía hacer más resistente al cerebro para enfrentarse al daño
neuronal. Este concepto de « reserva cognitiva» explicaría, básicamente, por qué
algunas personas con un envejecimiento cerebral anormal pueden estar intactas
intelectualmente mientras que otras sí experimentan síntomas clínicos. La
« reserva cognitiva» sería entonces un constructo hipotético para explicar cómo,
ante cambios neurodegenerativos que son similares en extensión y naturaleza, los
individuos varían considerablemente en la severidad del deterioro cognitivo.
Neurocientíficos de la Universidad sueca de Umea desarrollaron un concepto
complementario a este que denominaron « mantenimiento cerebral» .
    Según estos científicos, este sería uno de los factores más importantes para
lograr un envejecimiento cognitivo exitoso y destacan el hecho de que los
cerebros de algunos adultos may ores parecen envejecer más lentamente al
mostrar poca o ninguna patología cerebral.
    Las personas con un trabajo intelectual exigente pueden disfrutar de una
ventaja en términos cognitivos, pero los beneficios rápidamente disminuirían si la
persona se jubila intelectualmente. Un compromiso permanente con la exigencia
intelectual sería uno de los caminos más eficaces para el mantenimiento
cerebral.
     La estimulación intelectual, una dieta saludable, reducir el estrés, practicar
actividad física, controlar los factores de riesgo vascular y tener una vida social
activa han sido identificados como factores potenciales de protección en la
mediana edad que pueden ay udar a mantener la reserva cognitiva en la vida
adulta. Asimismo, aquellas personas que en la vejez continúan estimulados social,
física y mentalmente muestran una may or fiabilidad en el rendimiento cognitivo
a partir de un cerebro que parece aún más joven que lo que dictan sus años.
Aunque muchos factores de riesgo, como la predisposición genética, están fuera
de control, existe evidencia, desde diversos estudios, de que contaríamos con
varias estrategias que pueden ay udar a reducir el riesgo de deterioro cognitivo.
Por todo esto, mantener el cerebro en forma es una buena medida de enfrentar
al tiempo que, como se sabe, no para.
    En este cuarto y último capítulo del libro propondremos una serie de
reflexiones que persiguen una motivación muy humana: el deseo de mantener la
mente en forma. Para esto, discurriremos sobre algunos temas específicos —el
ejercicio físico, la alimentación, los desafíos intelectuales, la meditación y el
sueño, entre otros— que permitan entender cómo y por qué esas prácticas
ay udan a la promoción de un cerebro cada vez más vital.
Elogio del ejercicio físico
En la película Invictus, que retrata una porción de la historia reciente de
Sudáfrica, se lo ve al presidente de entonces Nelson Mandela bien de madrugada
emprendiendo una caminata imprescindible, a pesar de las reconsideraciones
que solicitaban los custodios por lo peligrosa que podía ser la travesía.
Seguramente, no es el Mandela de Invictus el único que, frente a grandes
desafíos intelectuales —reconstruir y reconciliar una nación partida en dos
parece una tarea que requiere valor y mucha inteligencia—, opta por conservar
un consuetudinario ejercicio físico.
   ¿Qué valor tiene esto? ¿Cómo repercute el ejercicio físico en nuestra salud
cerebral? Toda persona que hay a hecho alguna vez actividad física conoce esa
sensación tan característica que experimentamos después de un entrenamiento.
Gran parte de esa sensación se debe a que nuestro cuerpo produce endorfinas, un
conjunto de opioides naturalmente sintetizados por el organismo que tienen un
importante efecto para calmar los dolores y modular nuestro ánimo. De hecho,
las personas que realizan actividad física de manera consistente tienen niveles
más bajos de depresión, ansiedad e ira.
     El camino biológico por el cual sucede esto es aún materia de debate, pero
estudios de distintos laboratorios han demostrado que existen múltiples vías
neurobiológicas involucradas en el efecto de la actividad sobre nuestro cerebro,
sus químicos y, en consecuencia, nuestra conducta. Estas vías incluy en la
activación de cascadas moleculares de enzimas que favorecen la depuración de
depósitos tóxicos en nuestro cerebro, y otras que estimulan la formación de
factores de crecimiento que ay udan a la formación de neuronas y a la conexión
entre estas.
     Además, el ejercicio facilita caminos que conectan el sistema nervioso con
otros aparatos, tales como el cardiovascular y el digestivo, y genera una orquesta
biológica que funciona a favor de nuestra salud en general. Tanto es así, que
distintos grupos de investigación han demostrado los beneficios del entrenamiento
en la reducción del riesgo de desarrollar los síntomas de distintas enfermedades
que afectan el cerebro. Por ejemplo, científicos de Suecia señalaron que las
personas en edad media que entrenan al menos dos veces por semana tienen el
60% menos de probabilidad de desarrollar trastornos cognitivos en comparación
con personas sedentarias (según estos estudios, este entrenamiento debe ser de,
por lo menos, 25 a 30 minutos y moderada a altamente aeróbico para producir
un verdadero efecto). Del mismo modo, los programas de entrenamiento físico
en pacientes con ansiedad y depresión han probado una mejor respuesta al
tratamiento.
     No es necesario tener una condición patológica para que nuestro cerebro se
beneficie con el ejercicio: en un estudio que reunió a 120 adultos may ores
sedentarios pero saludables y sin problemas de memoria se asignó a la mitad un
programa de actividad física de tres veces por semana; después de un año, se
encontró que el volumen de sus hipocampos —como hemos y a referido en el
libro, se trata de una estructura fundamental para la consolidación de la memoria
— no solo no había disminuido como suele suceder en los adultos may ores, sino
que además había aumentado de tamaño. Asimismo, los efectos se pueden ver
de inmediato cuando se hacen pruebas específicas. Por ejemplo, en un estudio en
Irlanda, un grupo de hombres sedentarios completaron una prueba de memoria.
La mitad, luego, se sentó en una bicicleta fija sin pedalear por 30 minutos. La
otra mitad se entrenó de manera intensa hasta agotarse. Este último grupo
demostró una gran mejoría respecto del anterior cuando volvieron a hacer la
prueba de memoria. Al analizar su sangre, los investigadores notaron que en el
grupo que había realizado ejercicio existían niveles elevados de una proteína que
promueve la salud de las neuronas.
     Esta reflexión viene a horadar un poco más ese cliché de cerebro/cuerpo
como universos escindidos (que dan como resultado, por ejemplo, la figura del
intelectual sedentario o del atleta irreflexivo) y decir que para mantener
saludable la mente se necesita, entre otras prácticas, del ejercicio físico.
    Así lo entendió el Mandela de Invictus y tantos otros que deben afrontar la
realidad de manera inteligente y creativa. Parafraseando el glorioso verso del
poeta portugués Fernando Pessoa, caminar también es preciso.
Más sobre el ejercicio físico y la salud mental
Como hemos dicho, existen nuevos datos que dan cuenta de que los individuos
con cierto entrenamiento físico se desempeñan mejor en las pruebas de función
cognitiva cuando se los compara con los que tenían peor forma física. El
beneficio cognitivo parece ser más grande para los procesos de orden superior
(funciones ejecutivas) como la planificación, la multitarea, la inhibición de
información irrelevante y la memoria de trabajo (corto plazo), todas habilidades
que se reducen en el proceso de envejecimiento. Estos resultados brindan un
apoy o considerable a la idea de que la actividad física puede actuar como un
mecanismo de protección contra los efectos degenerativos del proceso de
envejecimiento cerebral.
    ¿Cómo es que el ejercicio produce cambios positivos en el cerebro? La
circulación por todo el cuerpo se mejora durante el ejercicio cuando el corazón
empieza a bombear más sangre. El aumento del flujo sanguíneo produce muchos
efectos positivos en los sistemas físicos del cuerpo. Los beneficios observados en
el cerebro pueden ser demasiado amplios y probablemente comparables en
naturaleza a los que se observan en el cuerpo. Investigaciones en animales han
revelado algunos de los mecanismos neurales que afectan a la actividad física
son varios. Ellos incluy en:
            Factores de crecimiento. Dos factores de crecimiento importantes
            dentro del cerebro de los animales aumentan de forma significativa
            con el ejercicio: BDNF (factor neurotrófico derivado del cerebro) y
            IGF1 (factor de crecimiento similar a la insulina). Estos son
            importantes moléculas de señalización que ofrecen un efecto
            protector en las células cerebrales.
            Flujo sanguíneo. El flujo de sangre al cerebro aumenta cuando el
            ejercicio se ha iniciado, similar al aumento del flujo al resto del
            cuerpo. Al igual que los tejidos del cuerpo, las neuronas utilizan la
            glucosa como combustible y para un funcionamiento óptimo. El
            aumento del flujo de sangre al cerebro —y con él, más oxígeno y
            nutrientes— en consecuencia mejora el potencial de las neuronas. El
            ejercicio regular también se destaca por llevar a la angiogénesis (un
            aumento en la densidad y el tamaño de los capilares que rodean a las
            neuronas), mejorando así el flujo de sangre, incluso en reposo.
            Neurogénesis. Nuevas neuronas se generan en el cerebro de los
            animales que se ejercitan con regularidad. Estas nuevas neuronas se
            desarrollan sobre todo en el hipocampo.
            Plasticidad sináptica. Un proceso llamado potenciación a largo plazo
            (LTP) —un mecanismo a nivel celular para el aprendizaje y la
            memoria— es un aumento en la fuerza de la comunicación entre dos
            neuronas a través de la sinapsis. En estudios realizados con animales,
            la acción de correr ha demostrado que mejora el proceso de
            potenciación a largo plazo en el hipocampo.
            Los neurotransmisores. Como y a hemos referido a lo largo del libro,
            los neurotransmisores son sustancias químicas importantes en la
            comunicación entre las neuronas en las sinapsis. Por ejemplo, el
            déficit de neurotransmisores como la acetilcolina (ACh), la
            serotonina y la dopamina se han implicado en los procesos de la
            enfermedad de Alzheimer, la depresión y la enfermedad de
            Parkinson. Los niveles de estos tres neurotransmisores aumentan en
            cerebros de animales cuando ejercitan.
   Estos mecanismos pueden ser interdependientes unos de otros, al actuar en
combinación para proporcionar una may or protección y un mejor
funcionamiento de nuestro cerebro.
Nunca es demasiado tarde
Retomar la actividad física regular a una edad avanzada puede parecer una tarea
intimidante. La buena noticia es, sin embargo, que las actividades que pueden
producir los beneficios descriptos anteriormente, no necesitan ser muy
extenuantes. Los programas de ejercicios utilizados en los estudios mencionados
fueron, en su may or parte, simplemente programas de caminatas varias veces a
la semana durante 30 a 60 minutos. Por otra parte, hay muchas cosas sencillas
que se pueden hacer si se desea aumentar la actividad física. Para los adultos
may ores y aquellos que no han ejercido estas prácticas durante mucho tiempo,
deben comenzar añadiendo lentamente un poco más de actividad física a su estilo
de vida. Por ejemplo, hacer las tareas de la casa, como pasar la aspiradora,
cortar el pasto o realizar jardinería. Cuando se esté listo para participar en una
actividad más regular, empezar por pedirle a su pareja o a un familiar para ir a
dar un paseo caminando, sacar al perro o ir a pie cuando se va de visita a la casa
de un amigo. Sería ideal tratar de hacer esto tres o cuatro veces a la semana para
lograr el máximo beneficio. La actividad física con alguien cuy a compañía se
valora o caminar con un destino en mente hace que esto sea más agradable (y
más posible). Se puede aumentar gradualmente la distancia recorrida o la
velocidad, pero siempre asegurándose de mantenerse dentro de la llamada
« zona de confort» . Al sostener la actividad como una parte regular del estilo de
vida y realizándolo a conciencia, uno está construy endo una base sólida para la
salud cerebral permanente.
    Estábamos en que Leto y el Matemático, una mañana, la del veintitrés de
octubre de mil novecientos sesenta y uno habíamos dicho, un poco después de las
diez, se habían encontrado en la calle principal, habían empezado a caminar
juntos en dirección al Sur y el Matemático, a quien a su vez se lo había contado
Botón en el puente superior de la balsa a Paraná, el sábado anterior, se había
puesto a contarle a Leto la fiesta de cumpleaños de Jorge Washington Moriega, a
finales de agosto, en la quinta de Basso en Colastiné, y en que, después de
recorrer unas cuadras juntos, cruzaron la calle con paso idéntico y regular y, los
dos al mismo tiempo, plegaron la pierna izquierda elevándola por encima del
cordón, con la intención, inconsciente más que calculada, de apoyar la planta del
pie en la próxima vereda, ¿no? Pues bien: apoyan nomás la planta. Y el
Matemático piensa: «Si el tiempo fuese como esta calle, sería fácil volver atrás o
recorrerlo en todos los sentidos, detenerse donde uno quisiera, como esta calle
recta que tiene un principio y un fin, y en el que las cosas darían la impresión de
estar alineadas, de ser rugosas y limpias como casas de fin de semana bien parejas
en un barrio residencial». Pero dice:
    —¡Shht! II terso conchertino dilestro armónico.
                                                                        De Glosa
                                                               JUAN JOSÉ SAER
                                                      (Santa Fe, 1937-París, 2005)
Sobre el estrés y las funciones intelectuales
Las prioridades que uno se impone para su vida tienen como rasgo característico,
muchas veces, el alto valor que le otorgamos a nuestro rendimiento. En nuestro
trabajo, en nuestra vida familiar, en nuestros estudios, queremos, como una
máquina que se esfuerza por trepar a la cima, rendir al máximo. Pero la
exigencia desmedida no es resultado de una inteligente estrategia y a que, como
el motor de un automóvil, puede dañar todo el sistema, aun para cuando en el
futuro solo se le pida regular.
    Estrés es el conjunto de reacciones fisiológicas que prepara al organismo
para la acción. El estrés tiene, en principio, una función que permitiría la
adaptación del individuo a los cambios del medio. Cuando las demandas del
medio son excesivas, intensas y /o prolongadas, y superan la capacidad de
resistencia y de adaptación del organismo, se produce el distress o el estrés
patológico.
    El distress es el resultado de la relación entre el individuo y el entorno,
evaluado por aquel como amenaza que desborda sus recursos y pone en peligro
su bienestar. Nos estresamos cuando sentimos que no podemos afrontar lo que el
medio nos solicita.
    Los niveles moderados de estrés pueden ser estimulantes para el cerebro
mientras que los niveles prolongados y altos de estrés pueden tener efectos
negativos en la memoria y otras funciones cognitivas. El estrés, tanto el físico
como el psicológico, dispara la liberación de cortisol, que es una hormona
producida en las glándulas suprarrenales, localizadas arriba de ambos riñones.
Los receptores en el cerebro que son activados por el cortisol se denominan
« receptores de glucocorticoides» y se encuentran predominantemente en dos
áreas del cerebro, el hipocampo y la corteza prefrontal, ambas fundamentales
para las funciones intelectuales.
    Diversas investigaciones han demostrado que la memoria episódica (la
memoria del cuándo y dónde) se afecta con altos niveles de cortisol. Un
investigador alemán, Clemens Kirschbaum, demostró que una dosis de cortisol
afecta la memoria episódica verbal. En ese experimento, un grupo de sujetos
aprendió una serie de palabras. Luego, a la mitad de las personas se les
administró una dosis de cortisol y a la otra mitad una dosis de placebo. Los
sujetos que recibieron el cortisol memorizaron menos palabras que los otros.
    En la depresión may or, un trastorno clínico asociado con altos niveles de
cortisol, es frecuente observar problemas de memoria. Es interesante destacar
que los niveles de cortisol aumentan gradualmente durante la noche a medida
que dormimos. Los menores niveles se evidencian al comienzo de nuestro sueño
y los may ores niveles de cortisol se observan antes de despertar. En línea con
estos hallazgos, se encuentra el hecho de que los sueños ricos en material
episódico (hechos que vivimos) se concentran al comienzo del sueño y la
consolidación de la memoria episódica parecería ocurrir también en esa misma
instancia del proceso.
    Las consecuencias del estrés prolongado a nivel cognitivo incluy en afectación
de la memoria y de las funciones ejecutivas disminuy endo aún más las
capacidades del individuo para enfrentar las demandas del medio y creando un
círculo vicioso que provoca aún más estrés.
    La medida óptima de nuestro rendimiento no se logra a partir de una
operación matemática que sume horas de esfuerzo sino más bien de una
estrategia en donde se contemple también el descanso, el ocio y el
esparcimiento.
    MANUEL: —Sí, yo; que desde hace veinte años le llevo los chismes al jefe.
Mucho tiempo hacía que me amargaba este secreto. Pero trabajábamos en el
subsuelo. Y en el subsuelo las cosas no se sienten.
    TODOS: —¡Oh!…
    EMPLEADO 1 °: —¿Qué tiene que ver el subsuelo?
    MANUEL: —No sé. La vida no se siente. Uno es como una lombriz solitaria en
un intestino de cemento. Pasan los días y no se sabe cuándo es de día, cuándo es
de noche. Misterio. (Con desesperación). Pero un día nos traen a este décimo
piso. Y el cielo, las nubes, las chimeneas de los transatlánticos se nos entran en los
ojos. Pero entonces, ¿existía el cielo? Pero entonces, ¿existían los buques? ¿Y las
nubes existían? ¿Y uno, por qué no viajó? Por miedo. Por cobardía. Mírenme.
Viejo. Achacoso. ¿Para qué sirven mis cuarenta años de contabilidad y de
chismerío?
    MULATO (enfático): —Ved cuán noble es su corazón. Ved cuán responsables
son sus palabras. Ved cuán inocentes son sus intenciones. Ruborizaos, amanuenses.
Llorad lágrimas de tinta. Todos vosotros os pudriréis como asquerosas ratas entre
estos malditos libros. Un día os encontraréis con el sacerdote que vendrá a
suministraros la extremaunción. Y mientras os unten con aceite la planta de los
pies, os diréis: «¿Qué he hecho de mi vida? Consagrarla a la teneduría de libros».
Bestias.
    MANUEL: —Quiero vivir los pocos años que me quedan de vida en una isla
desierta. Tener mi cabaña a la sombra de una palmera. No pensar en horarios.
    EMPLEADO 1 °: —Iremos juntos, don Manuel.
    MARIA: —Yo iría, pero para cumplir este deseo tendría que cobrar los meses
de sueldo que me acuerda la ley 11.729.
                                                                De La isla desierta
                                                                 ROBERTO ARLT
                                                         (Buenos Aires, 1900-1942)
Claves de la alimentación
Como vimos, el estrés se produce cuando las exigencias de la vida superan
nuestra capacidad o recursos para afrontarlos. Si este se torna excesivo
superando la tolerancia del organismo, puede generar un desgaste en la salud,
enfermedades físicas y deterioro cognitivo. El ritmo de vida acelerado, la falta
de tiempo para cocinar y la enorme oferta alimenticia, hace difícil llevar a cabo
hábitos saludables. Esto conduce a que muchas personas coman en exceso, a
deshora o que pasen muchas horas sin comer. Una dieta deficiente pone al
cuerpo en un estado de estrés físico y debilita el sistema inmunológico dejando a
la persona más susceptible a infecciones.
    Esta forma de estrés físico también disminuy e la capacidad para hacerle
frente al estrés emocional. Asimismo, los estados de ánimo y las emociones
parecen jugar un rol importante en el consumo de alimentos en personas sanas.
Dado que en determinados momentos la alimentación es una forma de
regulación emocional, los desbalances afectivos jugarían un importante rol en la
conducta alimentaria.
    Para afrontar el estrés, además de buscar terapia médica y psicológica
cuando el cuadro lo requiera, debemos hacer modificaciones en el estilo de vida
incluy endo hábitos en la alimentación. Resulta importante entonces conocer
aquellos alimentos que influy en en el correcto funcionamiento del cerebro para
incluirlos en la dieta.
    ¿Cuáles son esos nutrientes y en qué alimentos se encuentran?
           Los cereales y legumbres contienen vitaminas del complejo B, que
           participan en importantes reacciones del sistema nervioso.
           Las frutas y hortalizas protegen al cerebro, por su alto contenido de
           varios antioxidantes tales como la vitamina C, A (carotenos),
           flavonoides y polifenoles.
           Las carnes aportan proteínas de alto valor biológico. Las rojas
           contienen hierro, un mineral que ay uda a transportar el oxígeno al
           cerebro, y el pescado, ácidos grasos omega 3, un nutriente esencial y
           necesario para un adecuado desarrollo y funcionamiento del sistema
           nervioso. Estas carnes, además, contienen fósforo, un mineral de
           vital importancia en las membranas celulares.
           Los aceites y frutos secos contienen vitamina E, un potente
           antioxidante que protege a las neuronas de los radicales libres. Son
           fuente de ácidos grasos esenciales (omega 3, 6 y 9) sustancias
           involucradas en el correcto funcionamiento nervioso y a que ay udan
           a mejorar la comunicación entre neuronas.
    El cerebro se encuentra afectado por lo que comemos. Experimentos
realizados en roedores alimentados con el equivalente de hamburguesas y papas
fritas —comidas altas en grasa—, mostraron menor rendimiento en la memoria
y agilidad mental comparados con otros que fueron alimentados con una dieta
baja en grasa. Se sabe que la dieta mediterránea, que incluy e un alto consumo de
frutas, vegetales, granos, además de aceite de oliva, bajo consumo de carne y un
vaso de vino tinto con la comida reduce el riesgo de enfermedad cardiovascular,
hipertensión y diabetes. En los últimos años, tres estudios independientes
realizados en Nueva York, Chicago y Francia mostraron que este tipo de comida
también tiene un impacto positivo en el cerebro.
    La planificación de una dieta balanceada debería ser un hábito desde la edad
temprana. Pero más vale empezar, incluso antes del lunes.
Estimulación cognitiva
Si bien hay consenso en que nuestro cerebro cambia con el paso del tiempo, los
resultados de los estudios son contradictorios respecto a cuándo exactamente se
dan los cambios a nivel anatómico. En general, las personas notan cambios
cognitivos entre los 50 y los 60 años. Sin embargo, es importante aclarar que no
todas nuestras funciones cognitivas sufren de la misma forma el paso del tiempo.
La atención, la memoria procedural y la memoria retrógrada, en un
envejecimiento normal, no suelen verse afectadas. Sí se incrementan los tiempos
que demoramos en realizar determinadas tareas (velocidad de procesamiento) y
la memoria anterógrada también puede verse afectada. Debido a lo antedicho, a
partir de los 50 años, es importante controlar periódicamente las habilidades
mentales (tales como la memoria, la atención, la planificación, entre otras)
realizando una evaluación sistemática de las mismas.
    En la clínica, una de las quejas principales son las dificultades de memoria.
Los problemas de memoria y las dificultades cognitivas en general comienzan a
ser serios y se alejan del envejecimiento normal cuando afectan la vida
cotidiana de quien los sufre y esto varía de persona a persona y no suele darse a
una edad específica determinada.
    Las actividades que se incluy en dentro de una rutina continúan siendo
importantes para nuestro cerebro. Sin embargo, lo fundamental y definitorio para
optimizar los resultados es buscar también actividades novedosas y desafiantes
para cada persona. A veces uno se siente cómodo con ciertas rutinas y le quita al
cerebro el desafío que implica hacer frente a los nuevos aprendizajes. Es
importante mantener la mente activa, lo cual se logra conservando una amplia
gama de intereses, pasatiempos y hobbies y buscar actividades que resulten
estimulantes para nuestro cerebro. De esta manera, mantener un alto grado de
desafío cognitivo, aceptar los cambios que se nos presentan y estar abiertos a
nuevos aprendizajes nos ay udará a ampliar el rango de nuestras experiencias,
logrando una may or estimulación del cerebro y reduciendo consecuentemente el
grado de las dificultades y el nivel de deterioro cognitivo.
    Variadas investigaciones han demostrado que la ejercitación y estimulación
cognitiva puede retrasar la aparición de los trastornos cognitivos y de las
funciones intelectuales. Un estudio de Karlene Ball, de la Universidad de
Alabama en Birmingham, sugiere que con solo diez sesiones de entrenamiento
cognitivo pueden observarse mejorías equivalentes al deterioro típico presentado
de un período de siete a catorce años. El estudio de Ball incluy ó 2832 personas
entre 65 y 94 años. De estos, 711 recibieron entrenamiento en memoria
episódica, 705 en resolución de problemas, 712 en velocidad de procesamiento y
704 no recibieron entrenamiento alguno. Cada uno de los grupos recibía una
ejercitación consistente en diez sesiones de aproximadamente una hora, realizada
en un período de cinco a seis semanas. Once meses después del entrenamiento
inicial, al 60% de los participantes de cada grupo se les ofreció, al azar, tres
sesiones más. Las evaluaciones se realizaron inmediatamente luego de terminar
los entrenamientos, al año y a los dos años de realización.
    Los ejercicios son útiles tanto para personas jóvenes y sanas como para
personas adultas que quieran trabajar en prevención del deterioro cognitivo. Lo
importante es destacar que muchas veces las personas jóvenes están
mentalmente más activas (por sus estudios, trabajos, capacitaciones, etc.) y las
personas may ores a veces tienden a exigirle menos a su cerebro cuando sus
actividades intelectuales disminuy en y, sobre todo, cuando dejan de trabajar. Los
ejercicios deben tener en cuenta el nivel de complejidad e implicar un desafío
para la persona que los realiza. De esta manera, deben ser diseñados y pensados
por profesionales especializados que tengan en cuenta los diferentes perfiles
individuales. Inclusive aquellas personas que tienen una vida mentalmente
estimulante podrían beneficiarse del ejercicio de dichas áreas cerebrales que
generalmente no utilizan en su vida diaria.
Elogio del juego de ajedrez
     De esto se deduce que el juego de ajedrez, en cuanto a los efectos sobre
                 el carácter mental, no está lo suficientemente comprendido.
                                   Los crímenes de la rué Morgue, E. A. POE
    Al momento, no estamos seguros de las causas que conducen a la
enfermedad de Alzheimer. Se trata, como hemos referido en el segundo capítulo,
de una de las demencias más extendidas y una nueva epidemia que va de la
mano con el envejecimiento de la población. Esto implica una may or dificultad
sobre qué se puede hacer para prevenirla. Sin embargo —y a propósito de la
estimulación cognitiva—, un gran número de investigaciones sostienen que la
ejercitación mental que promueve el juego de ajedrez, puede ay udar a reducir
el decaimiento de las funciones intelectuales en personas sanas.
    El Alzheimer ataca en su primera fase algunas funciones que dependen de la
corteza cerebral, como la memoria y la concentración. Ambas se desarrollan
mucho con la práctica del ajedrez. En la juventud, el cerebro se enfrenta con
constantes situaciones de cambio y desafío. Con el paso del tiempo, tendemos a
restringir nuestras actividades a aquellas situaciones que conocemos y con las
cuales nos sentimos tranquilos. De esta manera el cerebro se encuentra menos
estimulado, lo que limita su óptimo funcionamiento. El ajedrez fomenta
situaciones novedosas que representen un desafío y aprendizaje para la persona.
Aunque no es el único, el estímulo cognitivo que representa el ajedrez es un
factor eficaz de prevención del deterioro cognitivo.
    Como hemos dicho, el cerebro puede entrenarse, y ello nos protege del
deterioro cognitivo. Se piensa que la estimulación cerebral a través de una
actividad intelectual continua podría crear nuevas conexiones entre las neuronas
y disminuir la muerte neuronal. El juego del ajedrez es una práctica milenaria y
un interesante entrenamiento de habilidades como la planificación, la memoria,
la toma de decisiones, la adaptación al contexto y la concentración.
Elogio de la meditación
Los seres humanos conocemos cada vez más de la naturaleza y de la cultura en
virtud del afán por saber e investigar sobre todos los temas a través de múltiples
recursos. Y esa construcción del conocimiento se logra de modo más eficiente
cuando aún los enigmas más desafiantes se abordan con métodos creativos,
probados (o, al menos, probables) e interdisciplinarios.
    Es por eso que uno de los aspectos más fascinantes de las neurociencias
modernas es su afán por construir puentes con otras disciplinas y campos del
conocimiento. Esto resulta imprescindible porque para entender el complejísimo
sistema nervioso debemos necesariamente inmiscuirnos en cada una de las
conductas y abordarlas desde una mirada amplia y libre de prejuicios.
    Ejemplo de estos vastos desafíos es el gran foco que han puesto muchos
laboratorios del mundo, a lo largo de las últimas décadas, en el estudio de
conductas ligadas a la espiritualidad y la meditación, ámbitos que típicamente
fueron considerados antagónicos de la ciencia. Sin embargo, cada vez más
científicos dedican sus esfuerzos a comprender cómo es que nuestro cerebro
permite comprometernos con conductas ligadas a conceptos tan abstractos.
    A fines de la década de 1970, fue fundada en el Centro Médico de la
Universidad de Massachusetts la Clínica de Relajación, luego devenida en la
Clínica de Reducción de Estrés basada en mindfulness. Esta práctica es
considerada una forma de meditación para algunos y una práctica
complementaria a las terapias tradicionales para otros.
    En la actualidad, el llamado « mindfulness» (« atención plena» o « presencia
mental» , según algunas traducciones) y otras técnicas se utilizan como ay uda en
el manejo interdisciplinario de distintas condiciones clínicas, médicas y
psicológicas, incluy endo el dolor crónico, la ansiedad y el estrés.
    Ciertos estudios reconocen que durante una práctica de meditación, se
evidencia un predominio del tono parasimpático, es decir, de las estructuras de
nuestro sistema nervioso autónomo que generan los cambios fisiológicos
asociados con la relajación, tales como la disminución de la frecuencia cardíaca
y la respiratoria. Para estos investigadores, la meditación puede producir
cambios también en nuestro sistema nervioso central. Se ha visto, por ejemplo,
que las áreas de la corteza prefrontal, asociadas con emociones y funciones
sociales, son intensamente estimuladas con la meditación, mientras que las áreas
del cerebro típicamente asociadas con el procesamiento de las emociones
negativas, tales como la amígdala, disminuy en su actividad.
    Pero quizás los hallazgos más sorprendentes realizados en voluntarios que
reportaban altos niveles de espiritualidad son aquellos que muestran cambios
incluso más allá del sistema nervioso. Por ejemplo, se ha visto un aumento en los
niveles circulantes de anticuerpos, sugiriendo que algunas prácticas de
meditación sirven, incluso, para mejorar la función inmune.
    Lo interesante, también, es que este tipo de resultados se observan con un
buen período de sueño continuo, demostrando que estados en los que hay
cambios fisiológicos y normales de nuestra conciencia contribuy en a la
regulación de la función inmune, así como también de la endocrina.
    Estas investigaciones, lejos de demostrar el efecto irrevocable de un ejercicio
en particular, nos permiten bucear en la compleja interacción entre el cerebro y
ciertas prácticas sociales que, aunque no aparenten, también dependen de él.
El rol del sueño en la memoria
En un pasaje y a citado de la novela de Gabriel García Márquez, Cien años de
soledad, se cuenta que Macondo se vio asolada por la peste del insomnio. En
principio, dice el narrador, nadie se había alarmado; al contrario, se alegraron de
no dormir, porque entonces había tanto que hacer en Macondo que el tiempo
apenas alcanzaba. Después de todo, habrán pensado, ¿para qué sirve el sueño?
    Aunque todavía quedan muchísimos interrogantes sobre el sueño, la ciencia
en las últimas décadas ha descubierto que desempeña diversos y fundamentales
roles. Se sabe que el sueño, por ejemplo, está asociado con funciones inmunes,
endocrinas y de memoria. Hasta donde se tiene conocimiento, todos los animales
duermen, aunque no todos atraviesan una fase particular del sueño durante el
cual la actividad cerebral es similar a la de la vigilia: el sueño MOR (sigla que
significa Movimientos Oculares Rápidos, REM en inglés). Esta fase del sueño
sería crucial para las posibles funciones reparadoras del acto de dormir. Sobre
algunos mamíferos, como los cetáceos, los delfines y las ballenas, hay algunas
revelaciones interesantes: una de ellas es que se cree que duermen usando un
hemisferio por vez y a que, si ellos se quedaran dormidos completamente, se
hundirían y se ahogarían.
    El trastorno más frecuente del sueño es el insomnio. En segundo lugar
aparece la apnea obstructiva del sueño, que es un trastorno respiratorio en el que,
al dormir, se pierde el tono muscular de la garganta y de la lengua, lo que resulta
en la oclusión de la vía aérea. Esto bloquea la respiración y, como movimiento
reflejo, la persona se despierta para poder tomar aire. Otro trastorno menos
común es la narcolepsia, que es la tendencia a dormirse en cualquier lugar sin
tener la capacidad de controlarlo, debido a mutaciones en el sistema de orexina,
un neuropéptido que está involucrado en la regulación del sueño. También existen
otros trastornos del sueño relacionados con el movimiento, como el síndrome de
la pierna inquieta, que es el movimiento periódico de los miembros, y también
las parsomnias, tales como caminar y hablar dormido.
    El sueño cumple funciones centrales para el desarrollo saludable del ser
humano y, por ende, el trastorno del sueño no solo redunda en cuestiones ligadas
al cansancio físico sino también en un perjuicio sobre todo nuestro organismo.
    Lo que podríamos preguntarnos, también, es qué función cumplen los sueños
dentro de este. La evidencia acumulada durante las últimas décadas sugiere que
soñar es una parte fundamental del proceso de memoria y de emoción. El doctor
Bob Stickgold, experto internacional de la Universidad de Harvard, demostró que,
entre las personas que realizan una determinada tarea, aquellos que más
progresan son quienes reportan haber estado soñando sobre esa misma tarea al
momento de despertarse. Pareciera que soñar es un marcador de aquellos
desarrollos cerebrales que suceden durante el sueño y que puede incrementar,
consolidar e integrar nuevos aprendizajes en las memorias. Esto es parte de un
proceso durante el cual el cerebro toma información recientemente aprendida y
trata de buscarle significado en términos de posibles utilidades futuras. De hecho,
existen procesos de memoria que dependerían del sueño para tener lugar. El
sueño aumenta la memoria y estabiliza la experiencia y los recuerdos
primordiales haciéndolos resistentes a las interferencias e integrándolos a nuestro
conocimiento general.
    Será por todo eso que la peste del insomnio y a no trajo alegría a Macondo
sino un gran estupor al darse cuenta de que la falta de sueño les perturbaba
necesariamente la memoria. Por fin, la novela cuenta que un tal Melquíades
llegó un buen día por el camino de la ciénaga con la campanita de los durmientes
y de su maletín con frascos sacó el remedio que logró hacer volver el sueño y el
recuerdo a Macondo, o la verdadera alegría, que a esta altura de los
acontecimientos y a significaba lo mismo.
Dormir para estar despiertos
El ciclo de sueño-vigilia es uno de los ciclos que se autorregulan
espontáneamente y es un equilibrio que tenemos desde el comienzo de la vida.
Nuestro organismo está preparado para captar señales naturales que le indican
cuándo debe dormir y cuándo estar despierto. Sin embargo, en la actualidad, y a
desde los primeros momentos de vida, este proceso autorregulado se ve forzado a
acomodarse a las demandas culturales que complican este equilibrio. Dicho de
otro modo, el organismo continuamente debe adaptarse a las demandas
culturales de nuestro entorno social-familiar. Es algo muy frecuente en nuestros
días que los padres despierten a sus hijos a la hora de ir a trabajar para llevarlos a
la casa de los abuelos o a los jardines maternales. ¿Cuántas veces también los
niños se duermen tarde porque hay una cena que no puede postergarse? Todos
estos acontecimientos sutiles comienzan a desregular el ciclo que naturalmente
está equilibrado. Estamos despiertos cuando se supone que tendríamos que estar
durmiendo y estamos durmiendo cuando nuestro cuerpo recibe señales de tener
que estar despierto.
    Como todos sabemos, estas circunstancias se van haciendo más frecuentes y
más complejas a medida que vamos creciendo: estudiamos durante toda la
noche, salimos con amigos o parejas hasta la madrugada, etc. Estas cuestiones
evidentemente impactan en nuestro ciclo natural. El sueño es un proceso que
naturalmente tiende al equilibrio, pero estas demandas culturales contribuy en a
perderlo. Nuestro organismo se confunde y pierde las señales naturales que le
indican cuándo debe estar despierto y cuándo no.
    El ciclo de sueño-vigilia es un proceso que es fácil de alterar, pero difícil de
volver a equilibrar. Necesitamos una serie de hábitos concretos que nos permitan
recuperar el equilibrio. El principal hábito es ser constante a la hora en la que nos
dormimos y en la que nos despertamos. Muchas veces nos queda la sensación de
tener que dormir más y que, si fuera por nosotros, nos quedaríamos un rato largo
en la cama. Este es un indicio de que el ciclo está alterado. La sensación de sueño
y cansancio es producto de las irregularidades en nuestro hábito de dormir.
Pareciera que nuestro cuerpo nos pide seguir durmiendo. Esto no sucedería
naturalmente.
    Es cierto que, por las exigencias del medio, resulta muy difícil mantener una
rutina por tiempo prolongado. ¿Quién no se queda viendo una película o algún
espectáculo deportivo por las noches? ¿Cuántas veces debemos quedarnos
trabajando hasta altas horas de la madrugada? Sumado a lo anterior, con tanta
actividad diaria durante la semana, vemos como algo impostergable salir los
fines de semana hasta tarde o aprovechamos el domingo para dormir la siesta.
Todas estas cuestiones tienen un impacto directo en el equilibrio del ciclo de
sueño-vigilia, que no se recupera de un día para el otro. De todas formas, además
de la importancia central de la constancia en los horarios, hay otras cuestiones
que tienen relación directa con el buen dormir y que también nos ay udan a poder
despertarnos mejor. A continuación citamos algunos de los más importantes.
            Establecer un conjunto de hábitos que indiquen la proximidad de la
            hora de dormir.
            Arreglar el dormitorio de modo que favorezca el sueño. Establecer
            una temperatura agradable y niveles mínimos de luz y ruido.
            No utilizar la cama para actividades como el estudio o la comida.
            No beber alcohol por lo menos dos horas antes de ir a acostarse.
            No consumir cafeína al menos seis horas antes de ir a la cama.
            Conocer las comidas, bebidas y medicamentos que contienen
            cafeína. Los efectos de la cafeína pueden estar presentes hasta veinte
            horas después de su ingestión.
            No fumar durante varias horas antes de irse a la cama, pues la
            nicotina es un estimulante.
            Evitar el ejercicio físico excesivo varias horas antes de irse a la
            cama, pues provoca una activación fisiológica.
            No comer al levantarse por la noche.
            Evitar el consumo excesivo de líquidos cerca de la hora de acostarse.
            No utilizar un colchón excesivamente duro.
            Evitar la tecnología, sobre todo si se relaciona con cuestiones
            laborales, al menos dos horas antes de acostarse.
Vida social activa
Para mantener una mente joven también se recomienda llevar una vida
socialmente activa. Siempre ay uda participar de intercambios con personas más
jóvenes que uno. Existe evidencia, a partir de estudios observacionales, que estar
conectado socialmente protege contra el deterioro cognitivo. Investigaciones
llevadas adelante en Chicago, Estados Unidos, a partir del estudio de 6000
personas may ores de 60 años, permitieron observar que existe una correlación
entre una may or interacción en una red social con menor déficit cognitivo.
Recomendaciones para mantener el cerebro en forma
Esta es la transcripción de un punteo muy sintético y simple de consejos para el
cuidado de nuestra mente realizado por la Clínica de Memoria del Instituto de
Neurología Cognitiva (INECO).
1. Cuide su mente. Desafíe a su cerebro todos los días con cosas nuevas:
            Haga palabras cruzadas, rompecabezas o juegos de mesa.
            Aprenda un nuevo idioma, un instrumento musical o asista a un curso
            de alguna especialidad que le agrade.
            Experimente nuevas actividades como ir al teatro, un concierto,
            museos o galerías de arte.
2. Cuide su dieta. Disfrute una comida saludable, eligiendo:
            Alimentos variados.
            Vegetales, frutas, legumbres (arvejas, lentejas, etc.), pan de salvado,
            cereales.
            Carnes magras, pollo, pescado y productos lácteos con bajo
            contenido graso.
            Aceite de oliva, girasol, soja o cártamo.
3. Cuide su cuerpo. Haga actividad física diariamente de alguna manera que le
resulte agradable:
            Camine o ande en bicicleta para ir al trabajo o en forma recreativa.
            Vay a a bailar, trotar o haga natación.
            Asista a un gimnasio, haga y oga o pilates.
            Haga jardinería.
            Haga deportes en forma recreativa o competitiva.
4. Cuide su salud. Conozca su presión arterial, su nivel de colesterol y glucosa en
sangre, y su peso.
    Todos estos elementos pueden incrementar su riesgo de desarrollar demencia
si se encuentran muy elevados. Pídale a su médico chequearlos. Conocer estos
indicadores también ay uda para manejar los problemas si es que los tiene. Y
también ay uda para manejar estos problemas si es que los tiene.
5. Cuide su vida social. Participe en actividades sociales, permanezca
socialmente conectado:
            Reúnase con familiares y amigos.
            Únase a un club o centro recreativo.
            Participe en eventos de la comunidad o haga trabajo voluntario.
6. Cuide sus hábitos. Evite malos hábitos:
            No fume.
            Si bebe alcohol, hágalo con moderación.
7. Cuide su cabeza. Proteja su cabeza de lesiones severas:
            Sea cuidadoso como peatón.
            Siempre use cinturón de seguridad.
            Use casco cuando anda en bicicleta, en moto, en patines o haga
            deportes que así lo requieran.
Ejemplos de ejercicios para mantener la mente en forma
            Mirar una película y explicar la trama con sumo detalle a alguien
            que no la hay a visto.
            Hacer las cuentas mentalmente en el supermercado y luego
            compararlas con el resultado que ofrezca el cajero.
            Lavarse los dientes con la mano no dominante.
            Cuando se entra en un cuarto lleno de gente, tratar de estimar
            rápidamente cuánta gente hay a la derecha de uno y cuánta hay a la
            izquierda.
            Cuando se cene en un restaurante o casa de un amigo, tratar de
            identificar los ingredientes utilizados en el plato que se está comiendo.
            Concentrarse en los sabores sutiles. Luego verificar las percepciones
            con el mozo o el amigo.
     Es importante recordar que aquellas cosas que y a son parte de una rutina no
estimulan ni desafían el cerebro. Sí lo son exponerse a situaciones de cambio y
desafío como lo hacíamos cuando éramos más jóvenes. Estos factores que
hemos propuesto seguramente podrán asimilarse en el contenido o la práctica
con los que favorecen la salud del corazón. En definitiva, ¿se puede pensar lo uno
sin lo otro?
    Este libro se escribió persiguiendo justamente un desafío: el de develar
algunos de los fascinantes enigmas del cerebro y que los mismos sean conocidos,
comentados, puestos en cuestión. En suma, para que, a través de estos, surjan
nuevas preguntas, nuevos enigmas y nuevos desafíos.