Santa Teresa Del Niño Jesus
Santa Teresa Del Niño Jesus
Teresa Martin nació en Alençon, Francia, el 2 de enero de 1873. Dos días más tarde fue
bautizada en la Iglesia de Nôtre-Dame, recibiendo los nombres de María Francisca Teresa.
Sus padres fueron Luis Martin y Celia Guérin, ambos beatos en la actualidad. Tras la
muerte de su madre, el 28 de agosto de 1877, Teresa se trasladó con toda la familia a
Lisieux.
Su deseo era abrazar la vida contemplativa, al igual que sus hermanas Paulina y María, en
el Carmelo de Lisieux, pero su temprana edad se lo impedía. Durante un viaje a Italia,
después de haber visitado la Santa Casa de Loreto y los lugares de la Ciudad Eterna, el 20
de noviembre de 1887, en la audiencia concedida por el Papa León XIII a los peregrinos de
la diócesis de Lisieux, pidió al Papa con filial audacia autorización para poder entrar en el
Carmelo con 15 años.
Su doctrina y su ejemplo de santidad han sido recibidos con gran entusiasmo por todas las
categorías de fieles de este siglo, y también más allá de la Iglesia Católica y del
Cristianismo.
Con ocasión del Centenario de su muerte, el Papa Juan Pablo II la declaró Doctora de la
Iglesia por la solidez de su sabiduría espiritual, inspirada en el Evangelio, por la
originalidad de sus intuiciones teológicas, en las cuales resplandece su eminente doctrina, y
por la acogida en todo el mundo de su mensaje espiritual, difundido a través de la
traducción de sus obras en una cincuentena de lenguas diversas. La ceremonia del
nombramiento tuvo lugar el 19 de octubre de 1.997, precisamente en el domingo en el que
se celebra la
"Dios no ha de forzar nuestra voluntad; toma lo que le damos; mas no se da a sí del todo
hasta que nos damos del todo". (Santa Teresa de Jesús)
Breve
Nace Teresa en Ávila el 28 de marzo de 1515. A los dieciocho años, entra en el Carmelo. A
los cuarenta y cinco años, para responder a las gracias extraordinarias del Señor, emprende
una nueva vida cuya divisa será: «O sufrir o morir». Es entonces cuando funda el convento
de San José de Ávila, primero de los quince Carmelos que establecerá en España. Con san
Juan de la Cruz, introdujo la gran reforma carmelitana. Sus escritos son un modelo seguro
en los caminos de la plegaria y de la perfección. Murió en Alba de Tormes, al anochecer
del 4 de octubre de 1582. Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia el 27 de septiembre de
1970.
Se cree que la palabra "Teresa" viene de la palabra griega "teriso" que se traduce por
"cultivar"; cultivadora. O de la palabra "terao" que significa "cazar", "la cazadora". Como
bien dice el Padre Sálesman en su biografía, ambos títulos le quedan bien a Santa Teresa,
por ser ella "Cultivadora" de las virtudes y "cazadora" de almas para llevarlas al cielo.
Santa Teresa es, sin duda, una de las mujeres más grandes y admirables de la historia. Es
una de las tres doctoras de la Iglesia. Las otras dos son Santa Catalina de Siena y Santa
Teresita del Niño Jesús.
Sus padres eran Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila y Ahumada. La santa habla de
ellos con gran cariño. Alonso Sánchez tuvo tres hijos de su primer matrimonio, y Beatriz de
Ahumada le dio otros nueve. Al referirse a sus hermanos y medios hermanos, Santa Teresa
escribe: "por la gracia de Dios, todos se asemejan en la virtud a mis padres, excepto yo".
Teresa nació en la ciudad castellana de Ávila, el 28 de marzo de 1515. A los siete años,
tenía ya gran predilección por la lectura de las vidas de santos. Su hermano Rodrigo era
casi de su misma edad de suerte que acostumbraban jugar juntos. Los dos niños, eran muy
impresionados por el pensamiento de la eternidad, admiraban las victorias de los santos al
conquistar la gloria eterna y repetían incansablemente: "Gozarán de Dios para siempre, para
siempre, para siempre . . ."
Busca el martirio
Teresa y su hermano consideraban que los mártires habían comprado la gloria a un precio
muy bajo y resolvieron partir al país de los moros con la esperanza de morir por la fe. Así
pues, partieron de su casa a escondidas, rogando a Dios que les permitiese dar la vida por
Cristo; pero en Adaja se toparon con uno de sus tíos, quien los devolvió a los brazos de su
afligida madre. Cuando ésta los reprendió, Rodrigo echó la culpa a su hermana.
En vista del fracaso de sus proyectos, Teresa y Rodrigo decidieron vivir como ermitaños en
su propia casa y empezaron a construir una celda en el jardín, aunque nunca llegaron a
terminarla. Teresa amaba desde entonces la soledad. En su habitación tenía un cuadro que
representaba al Salvador que hablaba con la Samaritana y solía repetir frente a esa imagen:
"Señor, dame de beber para que no vuelva a tener sed".
La madre de Teresa murió cuando ésta tenía catorce años. "En cuanto empecé a caer en la
cuenta de la pérdida que había sufrido, comencé a entristecerme sobremanera; entonces me
dirigí a una imagen de Nuestra Señora y le rogué con muchas lágrimas que me tomase por
hija suya".
Por aquella época, Teresa y Rodrigo empezaron a leer novelas de caballerías y aun trataron
de escribir una. La santa confiesa en su "Autobiografía": "Esos libros no dejaron de enfriar
mis buenos deseos y me hicieron caer insensiblemente en otras faltas. Las novelas de
caballerías me gustaban tanto, que no estaba yo contenta cuando no tenía una entre las
manos. Poco a poco empecé a interesarme por la moda, a tomar gusto en vestirme bien, a
preocuparme mucho del cuidado de mis manos, a usar perfumes y a emplear todas las
vanidades que el mundo aconsejaba a las personas de mi condición". El cambio que
paulatinamente se operaba en Teresa, no dejó de preocupar a su padre, quien la envió, a los
quince años de edad a educarse en el convento de las agustinas de Avila, en el que solían
estudiar las jóvenes de su clase.
Enfermedad y conversión
Un año y medio más tarde, Teresa cayó enferma, y su padre la llevó a casa. La joven
empezó a reflexionar seriamente sobre la vida religiosa que le atraía y le repugnaba a la
vez. La obra que le permitió llegar a una decisión fue la colección de "Cartas" de San
Jerónimo, cuyo fervoroso realismo encontró eco en el alma de Teresa. La joven dijo a su
padre que quería hacerse religiosa, pero éste le respondió que tendría que esperar a que él
muriese para ingresar en el convento. La santa, temiendo flaquear en su propósito, fue a
ocultas a visitar a su amiga íntima, Juana Suárez, que era religiosa en el convento carmelita
de la Encarnación, en Avila, con la intención de no volver, si Juana le dejaba quedarse, a
pesar de la pena que le causaba contrariar la voluntad de su padre. "Recuerdo . . . que, al
abandonar mi casa, pensaba que la tortura de la agonía y de la muerte no podía ser peor a la
que experimentaba yo en aquel momento . . . El amor de Dios no era suficiente para ahogar
en mí el amor que profesaba a mi padre y a mis amigos".
Teresa consiguió soportar aquella tribulación, gracias a que su tío Pedro, que era muy
piadoso, le había regalado un librito del P. Francisco de Osuna, titulado: "El tercer alfabeto
espiritual". Teresa siguió las instrucciones de la obrita y empezó a practicar la oración
mental, aunque no hizo en ella muchos progresos por falta de un director espiritual
experimentado. Finalmente, al cabo de tres años, Teresa recobró la salud.
Su prudencia, amabilidad y caridad, a las que añadía un gran encanto personal, le ganaron
la estima de todos los que la rodeaban. Según la reprobable costumbre de los conventos
españoles de la época, las religiosas podían recibir a cuantos visitantes querían, y Teresa
pasaba gran parte de su tiempo charlando en el recibidor del convento. Eso la llevó a
descuidar la oración mental y el demonio contribuyó, al inculcarle la íntima convicción,
bajo capa de humildad, de que su vida disipada la hacía indigna de conversar familiarmente
con Dios. Además, la santa se decía para tranquilizarse, que no había ningún peligro de
pecado en hacer lo mismo que tantas otras religiosas mejores que ella y justificaba su
descuido de la oración mental, diciéndose que sus enfermedades le impedían meditar. Sin
embargo, añade la santa, "el pretexto de mi debilidad corporal no era suficiente para
justificar el abandono de un bien tan grande, en el que el amor y la costumbre son más
importantes que las fuerzas. En medio de las peores enfermedades puede hacerse la mejor
oración, y es un error pensar que sólo se puede orar en la soledad".
Poco después de la muerte de su padre, el confesor de Teresa le hizo ver el peligro en que
se hallaba su alma y le aconsejó que volviese a la práctica de la oración. La santa no la
abandonó jamás desde entonces. Sin embargo, no se decidía aún a entregarse totalmente a
Dios ni a renunciar del todo a las horas que pasaba en el recibidor y al intercambio de
regalillos. Es curioso notar que, en todos esos años de indecisión en el servicio de Dios,
Santa Teresa no se cansaba jamás de oír sermones "por malos que fuesen"; pero el tiempo
que empleaba en la oración "se le iba en desear que los minutos pasasen pronto y que la
campana anunciase el fin de la meditación, en vez de reflexionar en las cosas santas".
La penitencia y la cruz
Convencida cada vez más de su indignidad, Teresa invocaba con frecuencia a los grandes
santos penitentes, San Agustín y Santa María Magdalena, con quienes están asociados dos
hechos que fueron decisivos en la vida de la santa. El primero, fue la lectura de las
"Confesiones" de San Agustín. El segundo fue un llamamiento a la penitencia que la santa
experimentó ante una imagen de la Pasión del Señor: "Sentí que Santa María Magdalena
acudía en mi ayuda . . . y desde entonces he progresado mucho en la vida espiritual".
Visiones y comunicaciones
Una vez que Teresa se retiró de las conversaciones del recibidor y de otras ocasiones de
disipación y de faltas (los santos son capaces de ver sus faltas), Dios empezó a favorecerla
frecuentemente con la oración de quietud y de unión. La oración de unión ocupó un largo
periodo de su vida, con el gozo y el amor que le son característicos, y Dios empezó a
visitarla con visiones y comunicaciones interiores. Ello la inquietó, porque había oído
hablar con frecuencia de ciertas mujeres a las que el demonio había engañado
miserablemente con visiones imaginarias. Aunque estaba persuadida de que sus visiones
procedían de Dios, su perplejidad la llevó a consultar el asunto con varias personas;
desgraciadamente no todas esas personas guardaron el secreto al que estaban obligadas, y la
noticia de las visiones de Teresa empezó a divulgarse para gran confusión suya.
Una de las personas a las que consultó Teresa fue Francisco de Salcedo, un hombre casado
que era un modelo de virtud. Este la presentó al Padre Daza, doctor tenido por muy
virtuoso, quien dictaminó que Teresa era víctima de los engaños del demonio, ya que era
imposible que Dios concediese favores tan extraordinarios a una religiosa tan imperfecta
como ella pretendía ser. Teresa quedó alarmada e insatisfecha. Francisco de Salcedo, a
quien la propia santa afirma que debía su salvación, la animó en sus momentos de
desaliento y le aconsejó que acudiese a uno de los padres de la recién fundada Compañía de
Jesús. La santa hizo una confesión general con un jesuita, a quien expuso su manera de orar
y los favores que había recibido. El jesuita le aseguró que se trataba de gracia de Dios, pero
la exhortó a no descuidar el verdadero fundamento de la vida interior. Aunque el confesor
de Teresa estaba convencido de que sus visiones procedían de Dios, le ordenó que tratase
de resistir durante dos meses a esas gracias. La resistencia de la santa fue en vano.
Otro jesuita, el P. Baltasar Alvarez, le aconsejó que pidiese a Dios ayuda para hacer
siempre lo que fuese más agradable a sus ojos y que, con ese fin, recitase diariamente el
"Veni Creator Spiritus". Así lo hizo Teresa. Un día, precisamente cuando repetía el himno,
fue arrebatada en éxtasis y oyó en el interior de su alma estas palabras: "No quiero que
converses con los hombres sino con los ángeles".
…Ella dirá después: "El Espíritu Santo como fuerte huracán hace adelantar más en una
hora la navecilla de nuestra alma hacia la santidad, que lo que nosotros habíamos
conseguido en meses y años remando con nuestras solas fuerzas".
La santa, que tuvo en su vida posterior repetidas experiencias de palabras divinas afirma
que son más claras y distintas que las humanas; dice también que las primeras son
operativas, ya que producen en el alma una tendencia a la virtud y la dejan llena de gozo y
de paz, convencida de la verdad de lo que ha escuchado.
Persecuciones
En la época en que el P. Alvarez fue su director, Teresa sufrió graves persecuciones, que
duraron tres años; además, durante dos años, atravesó por un periodo de intensa desolación
espiritual, aliviado por momentos de luz y consuelo extraordinarios. La santa quería que los
favores que Dios le concedía, permaneciesen secretos, pero las personas que la rodeaban
estaban perfectamente al tanto y, en más de una ocasión, la acusaron de hipocresía y
presunción.
El P. Alvarez era un hombre bueno y timorato, que no tuvo el valor suficiente para salir en
defensa de su dirigida, aunque siguió confesándola. Lamentablemente, los mediocres
siempre son la mayoría. Estos se molestan ante la auténtica santidad porque no saben como
lidiar con las intervenciones sobrenaturales por claras que sean. Prefieren descartarlas o
ignorarlas, asumiendo que son producto de la exageración o el desequilibrio. Para justificar
su posición apelan a las verdaderas exageraciones y desequilibrios y agrupan lo auténtico
con lo falso. En otras palabras, carecen de discernimiento espiritual.
En 1557, San Pedro de Alcántara pasó por Avila y, naturalmente, fue a visitar a la famosa
carmelita. El santo declaró que le parecía evidente que el Espíritu de Dios guiaba a Teresa,
pero predijo que las persecuciones y sufrimientos seguirían lloviendo sobre ella. Las
pruebas que Dios le enviaba purificaron el alma de la santa, y los favores extraordinarios le
enseñaron a ser humilde y fuerte, la despegaron de las cosas del mundo y la encendieron en
el deseo de poseer a Dios.
Extasis
En algunos de sus éxtasis, de los que nos dejó la santa una descripción detallada, se elevaba
hasta un metro. Después de una de aquellas visiones escribió la bella poesía que dice: "Tan
alta vida espero que muero porque no muero".A este propósito, comenta Teresa: Dios "no
parece contentarse con arrebatar el alma a Sí, sino que levanta también este cuerpo mortal,
manchado con el barro asqueroso de nuestros pecados". En esos éxtasis se manifestaban la
grandeza y bondad de Dios, el exceso de su amor y la dulzura de su servicio en forma
sensible, y el alma de Teresa lo comprendía con claridad, aunque era incapaz de expresarlo.
El deseo del cielo que dejaban las visiones en su alma era inefable. "Desde entonces, dejé
de tener miedo a la muerte, cosa que antes me atormentaba mucho". Las experiencias
místicas de la santa llegaron a las alturas de los esponsales espirituales, el matrimonio
místico y la transverberación.
Santa Teresa nos dejó el siguiente relato sobre el fenómeno de la transverberación: "Vi a mi
lado a un ángel que se hallaba a mi izquierda, en forma humana. Confieso que no estoy
acostumbrada a ver tales cosas, excepto en muy raras ocasiones. Aunque con frecuencia me
acontece ver a los ángeles, se trata de visiones intelectuales, como las que he referido más
arriba . . . El ángel era de corta estatura y muy hermoso; su rostro estaba encendido como si
fuese uno de los ángeles más altos que son todo fuego. Debía ser uno de los que llamamos
querubines . . . Llevaba en la mano una larga espada de oro, cuya punta parecía un ascua
encendida. Me parecía que por momentos hundía la espada en mi corazón y me traspasaba
las entrañas y, cuando sacaba la espada, me parecía que las entrañas se me escapaban con
ella y me sentía arder en el más grande amor de Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía
gemir, pero al mismo tiempo, la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan
extraordinaria, que no hubiese yo querido verme libre de ella.
El anhelo de Teresa de morir pronto para unirse con Dios, estaba templado por el deseo que
la inflamaba de sufrir por su amor. A este propósito escribió: "La única razón que
encuentro para vivir, es sufrir y eso es lo único que pido para mí". Según reveló la autopsia
en el cadáver de la santa, había en su corazón la cicatriz de una herida larga y profunda.
El año siguiente (1560), para corresponder a esa gracia, la santa hizo el voto de hacer
siempre lo que le pareciese más perfecto y agradable a Dios. Un voto de esa naturaleza está
tan por encima de las fuerzas naturales, que sólo el esforzarse por cumplirlo puede
justificarlo. Santa Teresa cumplió perfectamente su voto.
Escritora Mística
El relato que la santa nos dejó en su "Autobiografía" sobre sus visiones y experiencias
espirituales da muestra de una extraordinaria sencillez de estilo y de una preocupación
constante por no exagerar los hechos. La Iglesia califica de "celestial" la doctrina de Santa
Teresa, en la oración del día de su fiesta. Las obras de la mística Doctora" ponen al
descubierto los rincones más recónditos del alma humana. La santa explica con una
claridad casi increíble las experiencias más inefables. Y debe hacerse notar que Teresa era
una mujer relativamente inculta, que escribió sus experiencias en la común lengua
castellana de los habitantes de Avila, que ella había aprendido "en el regazo de su madre";
una mujer que escribió sin valerse de otros libros, sin haber estudiado previamente las obras
místicas y sin tener ganas de escribir, porque ello le impedía dedicarse a hilar; una mujer,
en fin, que sometió sin reservas sus escritos al juicio de su confesor y sobre todo, al juicio
de la Iglesia. La santa empezó a escribir su autobiografía por mandato de su confesor" "La
obediencia se prueba de diferentes maneras".
Por otra parte, el mejor comentario de las obras de la santa es la paciencia con que
sobrellevó las enfermedades, las acusaciones y los desengaños; la confianza absoluta con
que acudía en todas las tormentas y dificultades al Redentor crucificado y el invencible
valor que demostró en todas las penas y persecuciones. Los escritos de Santa Teresa
subrayan sobre todo el espíritu de oración, la manera de practicarlo y los frutos que
produce. Como la santa escribió precisamente en la época en que estaba consagrada a la
difícil tarea de fundar conventos de carmelitas reformadas, sus obras, prescindiendo de su
naturaleza y contenido, dan testimonio de su vigor, industriosidad y capacidad de
recogimiento.
Santa Teresa escribió el "Camino de Perfección" para dirigir a sus religiosas, y el libro de
las "Fundaciones" para edificarlas y alentarlas. En cuanto al "Castillo Interior", puede
considerarse que lo escribió para instrucción de todos los cristianos, y en esa obra se
muestra la santa como verdadera doctora de la vida espiritual.
Fundadora
Las carmelitas, como la mayoría de las religiosas, habían decaído mucho del primer fervor,
a principios del siglo XVI. Ya hemos visto que los recibidores de los conventos de Avila
eran una especie de centro de reunión de las damas y caballeros de la ciudad. Por otra parte,
las religiosas podían salir de la clausura con el menor pretexto, de suerte que el convento
era el sitio ideal para quien deseaba una vida fácil y sin problemas. Las comunidades eran
sumamente numerosas, lo cual era a la vez causa y efecto de la relajación. Por ejemplo, en
el convento de Avila había 140 religiosas.
Santa Teresa comenta más tarde: "La experiencia me ha enseñado lo que es una casa llena
de mujeres. ¡Dios nos guarde de ese mal" Ya que tal estado de cosas se aceptaba como
normal, las religiosas no caían generalmente en la cuenta de que su modo de vida se
apartaba mucho del espíritu de sus fundadores. Así, cuando una sobrina de Santa Teresa,
que era también religiosa en el convento de la Encarnación de Avila, le sugirió la idea de
fundar una comunidad reducida, la santa la consideró como una especie de revelación del
cielo, no como una idea ordinaria. Teresa, que llevaba ya veinticinco años en el convento,
resolvió poner en práctica la idea y fundar un convento reformado. Doña Guiomar de Ulloa,
que era una viuda muy rica, le ofreció ayuda generosa para la empresa.
San Pedro de Alcántara, San Luis Beltrán y el obispo de Avila, aprobaron el proyecto, y el
P. Gregorio Fernández, provincial de las carmelitas, autorizó a Teresa a ponerlo en práctica.
Sin embargo, el revuelo que provocó la ejecución del proyecto hizo que el provincial
retirase el permiso y Santa Teresa fue objeto de las críticas de sus propias hermanas, de los
nobles, de los magistrados y de todo el pueblo. A pesar de eso, el P. Ibañez, dominico,
alentó a la santa a proseguir la empresa con la ayuda de Doña Guiomar. Doña Juana de
Ahumada, hermana de Santa Teresa, emprendió con su esposo la construcción de un
convento en Avila en 1561, pero haciendo creer a todos que se trataba de una casa en la que
pensaban habitar. En el curso de la construcción, una pared del futuro convento se
derrumbó y cubrió bajo los escombros al pequeño Gonzalo, hijo de Doña Juana, que se
hallaba ahí jugando. Santa Teresa tomó en brazos al niño, que no daba ya señales de vida, y
se puso en oración; algunos minutos más tarde, el niño estaba perfectamente sano, según
consta en el proceso de canonización. En lo sucesivo, Gonzalo solía repetir a su tía que
estaba obligada a pedir por su salvación, puesto que a sus oraciones debía el verse privado
del cielo.
Por entonces, llegó de Roma un breve que autorizaba la fundación del nuevo convento. San
Pedro de Alcántara, Don Francisco de Salcedo y el Dr. Daza, consiguieron ganar al obispo
a la causa, y la nueva casa se inauguró bajo sus auspicios el día de San Bartolomé de 1562.
Durante la misa que se celebró en la capilla con tal ocasión, tomaron el velo la sobrina de la
santa y otras tres novicias.
La inauguración causó gran revuelo en Avila. Esa misma tarde, la superiora del convento
de la Encarnación mandó llamar a Teresa y la santa acudió con cierto temor, "pensando que
iban a encarcelarme". Naturalmente tuvo que explicar su conducta a su superiora y al P.
Angel de Salazar, provincial de la orden. Aunque la santa reconoce que no faltaba razón a
sus superiores para estar disgustados, el P. Salazar le prometió que podría retornar al
convento de San José en cuanto se calmase la excitación del pueblo.
La fundación no era bien vista en Avila, porque las gentes desconfiaban de las novedades y
temían que un convento sin fondos suficientes se convirtiese en una carga demasiado
pesada para la ciudad. El alcalde y los magistrados hubiesen acabado por mandar demoler
el convento, si no los hubiese disuadido de ello el dominico Báñez. Por su parte, Santa
Teresa no perdió la paz en medio de las persecuciones y siguió encomendando a Dios el
asunto; el Señor se le apareció y la reconfortó.
La santa estableció la más estricta clausura y el silencio casi perpetuo. El convento carecía
de rentas y reinaba en él la mayor pobreza; Las religiosas vestían toscos hábitos, usaban
sandalias en vez de zapatos (por ello se les llamó "descalzas") y estaban obligadas a la
perpetua abstinencia de carne. Santa Teresa no admitió al principio más que a trece
religiosas, pero más tarde, en los conventos que no vivían sólo de limosnas sino que
poseían rentas, aceptó que hubiese veintiuna.
Teresa, la gran mística, no descuidaba las cosas prácticas sino que las atendía según era
necesario. Sabía utilizar las cosas materiales para el servicio de Dios. En una ocasión dijo:
"Teresa sin la gracia de Dios es una pobre mujer; con la gracia de Dios, una fuerza; con la
gracia de Dios y mucho dinero, una potencia".
Mas fundaciones
En 1567, el superior general de los carmelitas, Juan Bautista Rubio (Rossi), visitó el
convento de Avila y quedó encantado de la superiora y de su sabio gobierno; concedió a
Santa Teresa plenos poderes para fundar otros conventos del mismo tipo (a pesar de que el
de San José había sido fundado sin que él lo supiese) y aun la autorizó a fundar dos
conventos de frailes reformados ("carmelitas contemplativos"), en Castilla.
Santa Teresa pasó cinco años con sus trece religiosas en el convento de san José,
precediendo a sus hijas no sólo en la oración, sino también en los trabajos humildes, como
la limpieza de la casa y el hilado. Acerca de esa época escribió: "Creo que fueron los años
más tranquilos y apacibles de mi vida, pues disfruté entonces de la paz que tanto había
deseado mi alma . . . Su Divina Majestad nos enviaba lo necesario para vivir sin que
tuviésemos necesidad de pedirlo, y en las raras ocasiones en que nos veíamos en necesidad,
el gozo de nuestras almas era todavía mayor".
La santa no se contenta con generalidades, sino que desciende a ejemplos menudos, como
el de la religiosa que plantó horizontalmente un pepino por obediencia y la cañería que
llevó al convento el agua de un pozo que, según los plomeros, era demasiado bajo.
En agosto de 1567, Santa Teresa se trasladó a Medina del Campo, donde fundó el segundo
convento, a pesar de las múltiples dificultades que surgieron. A petición de la condesa de la
Cerda se fundo un convento en Malagón. Después siguieron los de Valladolid y Toledo.
Esta última fue una empresa especialmente difícil porque la santa sólo tenía cinco ducados
al comenzar; pero, según escribía, "Teresa y cinco ducados no son nada; pero Dios, Teresa
y cinco ducados bastan y sobran".
Una joven de Toledo, que gozaba de gran fama de virtud, pidió ser admitida en el convento
y dijo a la fundadora que traería consigo su Biblia. Teresa exclamó: "¿Vuestra Biblia?
¡Dios nos guarde! No entréis en nuestro convento, porque nosotras somos unas pobres
mujeres que sólo sabemos hilar y hacer lo que se nos dice". No es que la santa rechazare la
Biblia, sino que supo descubrir que esta se habría convertido en un pretexto para faltar en
humildad.
La santa había encontrado en Medina del Campo a dos frailes carmelitas que estaban
dispuestos a abrazar la reforma: uno era Antonio de Jesús de Heredia, superior del convento
de dicha ciudad y el otro, Juan de Yepes, más conocido con el nombre de San Juan de la
Cruz.
En 1570, la santa, con otra religiosa, tomó posesión en Salamanca de una casa que hasta
entonces había estado ocupada por ciertos estudiantes "que se preocupaban muy poco de la
limpieza". Era un edificio grande, complicado y ruinoso, de suerte que al caer la noche la
compañera de la santa empezó a ponerse muy nerviosa. Cuando se hallaban ya acostadas en
sendos montones de paja ("lo primero que llevaba yo a un nuevo monasterio era un poco de
paja para que nos sirviese de lecho"), Teresa preguntó a su compañera en qué pensaba. La
religiosa respondió: "Estaba yo pensando en qué haría su reverencia si muriese yo en este
momento y su reverencia quedase sola con un cadáver". La santa confiesa que la idea la
sobresaltó, porque, aunque no tenía miedo de los cadáveres, la vista de ellos le producía
siempre "un dolor en el corazón". Sin embargo, respondió simplemente: "Cuando eso
suceda, ya tendré tiempo de pensar lo que haré, por el momento lo mejor es dormir".
En julio de ese año, mientras se hallaba haciendo oración, tuvo una visión del martirio de
los beatos jesuitas Ignacio de Azevedo y sus compañeros, entre los que se contaba su
pariente Francisco Pérez Godoy. La visión fue tan clara, que Teresa tenía la impresión de
haber presenciado directamente la escena, e inmediatamente la describió detalladamente al
P. Alvarez, quien un mes más tarde, cuando las nuevas del martirio llegaron a España, pudo
comprobar la exactitud de la visión de la santa.
Por entonces, San Pío V nombró a varios visitadores apostólicos para que hiciesen una
investigación sobre la relajación de las diversas órdenes religiosas, con miras a la reforma.
El visitador de los carmelitas de Castilla fue un dominico muy conocido, el P. Pedro
Fernández. El efecto que le produjo el convento de La Encarnación de Avila fue muy malo,
e inmediatamente mandó llamar a Santa Teresa para nombrarla superiora del mismo. La
tarea era particularmente desagradable para la santa, tanto porque tenía que separarse de sus
hijas, como por la dificultad de dirigir una comunidad que, desde el principio, había visto
con recelo sus actividades de reformadora.
Al principio, las religiosas se negaron a obedecer a la nueva superiora, cuya sola presencia
producía ataques de histeria en algunas. La santa comenzó por explicarles que su misión no
consistía en instruirlas y guiarlas con el látigo en la mano, sino en servirlas y aprender de
ellas: "Madres y hermanas mías, el Señor me ha enviado aquí por la voz de la obediencia a
desempeñar un oficio en el que yo jamás había pensado y para el que me siento muy mal
preparada . . . Mi única intención es serviros . . . No temáis mi gobierno. Aunque he vivido
largo tiempo entre las carmelitas descalzas y he sido su superiora, sé también, por la
misericordia del Señor, cómo gobernar las carmelitas calzadas". De esta manera se ganó la
simpatía y el afecto de la comunidad y le fue menos difícil restablecer la disciplina entre las
carmelitas calzadas, de acuerdo con sus constituciones. Poco a poco prohibió
completamente las visitas demasiado frecuentes (lo cual molestó mucho a ciertos caballeros
de Avila), puso en orden las finanzas del convento e introdujo el verdadero espíritu del
claustro. En resumen, fue aquella una realización característicamente teresiana.
Sevilla
En Veas, a donde había ido a fundar un convento, la santa conoció al P. Jerónimo Gracián,
quien la convenció fácilmente para que extendiese su campo de acción hasta Sevilla. El P.
Gracián era un fraile de la reforma carmelita que acababa precisamente de predicar la
cuaresma en Sevilla.
Fuera de la fundación del convento de San José de Avila, ninguna otra fue más difícil que
la de Sevilla; entre otras dificultades, una novicia que había sido despedida, denunció a las
carmelitas descalzas ante la Inquisición como "iluminadas" y otras cosas peores.
Los carmelitas de Italia veían con malos ojos el progreso de la reforma en España, lo
mismo que los carmelitas no reformados de España, pues comprendían que un día u otro se
verían obligados a reformarse. El P. Rubio, superior general de la orden, quien hasta
entonces había favorecido a santa Teresa, se pasó al lado de sus enemigos y reunió en
Plasencia un capítulo general que aprobó una serie de decretos contra la reforma. El nuevo
nuncio apostólico, Felipe de Sega, destituyó al P. Gracián de su cargo de visitador de los
carmelitas descalzos y encarceló a San Juan de la Cruz en un monasterio; por otra parte,
ordenó a Santa Teresa que se retirase al convento que ella eligiera y que se abstuviese de
fundar otros nuevos.
La santa, al mismo tiempo que encomendaba el asunto a Dios, decidió valerse de los
amigos que tenía en el mundo y consiguió que el propio Felipe II interviniese en su favor.
En efecto, el monarca convocó al nuncio y le reprendió severamente por haberse opuesto a
la reforma del Carmelo.
En 1580 obtuvo de Roma una orden que eximía a los carmelitas descalzos de la jurisdicción
del provincial de los calzados. "Esa separación fue uno de los mayores gozos y
consolaciones de mi vida, pues en aquellos veinticinco años nuestra orden había sufrido
más persecuciones y pruebas de las que yo podría escribir en un libro. Ahora estábamos por
fin en paz, calzados y descalzos, y nada iba a distraernos del servicio de Dios".
Aguila y paloma
Indudablemente Santa Teresa era una mujer excepcionalmente dotada. Su bondad natural,
su ternura de corazón y su imaginación chispeante de gracia, equilibradas por una
extraordinaria madurez de juicio y una profunda intuición, le ganaban generalmente el
cariño y el respeto de todos. Razón tenía el poeta Crashaw al referirse a Santa Teresa bajo
los símbolos aparentemente opuestos de "el águila" y "la paloma". Cuando le parecía
necesario, la santa sabía hacer frente a las más altas autoridades civiles o eclesiásticas, y los
ataques del mundo no le hacían doblar la cabeza. Las palabras que dirigió al P. Salazar:
"Guardaos de oponeros al Espíritu Santo", no fueron el reto de una histérica sino la verdad.
Y no fue un abuso de autoridad lo que la movió a tratar con dureza implacable a una
superiora que se había incapacitado a fuerza de hacer penitencia. Pero el águila no mata a la
paloma, como puede verse por la carta que escribió a un sobrino suyo que llevaba una vida
alegre y disipada: "Bendito sea Dios porque os ha guiado en la elección de una mujer tan
buena y ha hecho que os caséis pronto, pues habíais empezado a disiparos desde tan joven,
que temíamos mucho por vos. Esto os mostrará el amor que os profeso". La santa tomó a su
cargo a la hija ilegítima y a la hermana del joven, la cual tenía entonces siete años: "Las
religiosas deberíamos tener siempre con nosotras a una niña de esa edad".
Ingenio y franqueza
Selección de novicias
Últimos años
En 1580, cuando se llevó a cabo la separación de las dos ramas del Carmelo, Santa Teresa
tenía ya sesenta y cinco años y su salud estaba muy debilitada. En los dos últimos años de
su vida fundó otros dos conventos, lo cual hacía un total de diecisiete. Las fundaciones de
la santa no eran simplemente un refugio de las almas contemplativas, sino también una
especie de reparación de los destrozos llevados a cabo en los monasterios por el
protestantismo, principalmente en Inglaterra y Alemania.
Dios tenía reservada para los últimos años de vida de su sierva, la prueba cruel de que
interviniera en el proceso legal del testamento de su hermano Lorenzo, cuya hija era
superiora en el convento de Valladolid. Como uno de los abogados tratase con rudeza a la
santa, ésta replicó: "Quiera Dios trataros con la cortesía con que vos me tratáis a mí". Sin
embargo, Teresa se quedó sin palabra cuando su sobrina, que hasta entonces había sido una
excelente religiosa, la puso a la puerta del convento de Valladolid, que ella misma había
fundado. Poco después, la santa escribía a la madre de María de San José: "Os suplico, a
vos y a vuestras religiosas, que no pidáis a Dios que me alargue la vida. Al contrario,
pedidle que me lleve pronto al eterno descanso, pues ya no puedo seros de ninguna
utilidad".
En la fundación del convento de Burgos, que fue la última, las dificultades no escasearon.
En julio de 1582, cuando el convento estaba ya en marcha, Santa Teresa tenía la intención
de retornar a Avila, pero se vio obligada a modificar sus planes para ir a Alba de Tormes a
visitar a la duquesa María Henríquez. La Beata Ana de San Bartolomé refiere que el viaje
no estuvo bien proyectado y que Santa Teresa se hallaba ya tan débil, que se desmayó en el
camino. Una noche sólo pudieron comer unos cuantos higos. Al llegar a Alba de Tormes, la
santa tuvo que acostarse inmediatamente. Tres días más tarde, dijo a la Beata Ana: "Por fin,
hija mía, ha llegado la hora de mi muerte". El P. Antonio de Heredia le dio los últimos
sacramentos y le preguntó donde quería que la sepultasen. Teresa replicó sencillamente:
"¿Tengo que decidirlo yo? ¿Me van a negar aquí un agujero para mi cuerpo?" Cuando el P.
de Heredia le llevó el viático, la santa consiguió erguirse en el lecho, y exclamó: "¡Oh,
Señor, por fin ha llegado la hora de vernos cara a cara!" Santa Teresa de Jesús,
visiblemente transportada por lo que el Señor le mostraba, murió en brazos de la Beata Ana
a las 9 de la noche del 4 de octubre de 1582.
Precisamente al día siguiente, entró en vigor la reforma gregoriana del calendario, que
suprimió diez días, de suerte que la fiesta de la santa fue fijada, más tarde, el 15 de octubre.
Santa Teresa fue sepultada en Alba de Tormes, donde reposan todavía sus reliquias.
Su canonización tuvo lugar en 1622. El 27 de septiembre de 1970 Pablo VI le reconoció el
título de Doctora de la Iglesia.
Santa Rita de Casia (Roccaporena, 1381 - Cascia, 1457), en italiano Rita da
Cascia, bautizada con el nombre de Margherita Lotti, fue una religiosa italiana y una de
las santas más populares de la Iglesia católica.1 Su nombre es probablemente una
abreviación de Margherita. Sus símbolos representativos son las rosas, los higos y las
amapolas.
BIOGRAFIA
Estigmatizada
De acuerdo a la tradición en 1428, una madrugada Rita recibió de manos de Cristo una
larga astilla de madera clavada en el hueso de la frente. Se trataba de un estigma divino: la
marca de la corona de espinas que Jesucristo había exhibido en la cruz. Le extrajeron la
astilla y la guardaron como reliquia sagrada. Cada madrugada el estigma se le volvía a abrir
por sí mismo, hasta que empezó a expeler un fuerte olor inmundo, que se mantuvo
milagrosamente el resto de su vida.
En 1453 Rita cayó en cama gravemente enferma. Desde ese momento, estando siempre
atendida por novicias, la herida de su frente gradualmente se cerró, pero Rita pasó los
últimos cuatro años de su vida con infecciones en la sangre.
Muerte[editar]
Rita murió en el convento agustiniano el 22 de mayo de 1457 a la edad de 76 años. La
gente se agrupó en el lugar para mostrar los últimos respetos a su cadáver, que emitía una
intensa fragancia dulce (como si hubiera sido embalsamado). Su cuerpo se conserva hasta
la actualidad (aunque muy deshidratado). Empezaron a correr rumores de que por
intercesión de la monja, sucedían curaciones milagrosas. Así la devoción hacia Rita se
extendió por toda Italia.
Canonización
Rita fue beatificada por el papa Urbano VIII en 1627, cuyo secretario privado Fausto
Cardinal Poli había nacido a 15 km de Roccaporena, que había sido el lugar de nacimiento
de Rita).
El 24 de mayo de 1900 fue canonizada por el papa León XIII.
La fiesta de Santa Rita es el 22 de mayo.
Santa Rita es patrona de:
Las enfermedades
Las heridas
Los problemas maritales
Las causas imposibles
Las pérdidas
El abuso
Las madres
Los matrimonios
La familia
La paz
De los casos difíciles y desesperados
Las causas perdidas
A raíz de su beatificación, a principios del siglo XX se construyó un gran santuario de
Santa Rita en Cascia, la Basílica de Santa Rita de Casia. Éste, y una casa en Rocaporena
construida en el sitio donde se cree que estaba su casa natal, son los dos lugares de
peregrinación más activos de Umbría.
En España se la llama la santa de los imposibles y abogada de sus causas.
También es conocida en España como Patrona de los funcionarios, aunque,
probablemente el origen de ello no sea religioso ni tenga que ver con su vida, sino con el
refrán popular "Santa Rita, Rita.... lo que se da, no se quita" en alusión a que las plazas
laborales de los mismos son vitalicias y, una vez conseguidas, resulta muy difícil perder ese
puesto de trabajo.
Uno de los santuarios mas antiguos a ella dedicados se encuentra en ciudad Chihuahua,
data de 1731, siendo posiblemente el Templo de Santa Rita el mas antiguo lugar de culto en
toda América construido en su honor. Anualmente se realizaba allí una verbena popular,
muy cerca del centro de la ciudad, en honor a esta santa. La fiesta fue secularizandose y
terminó por convertirse en una feria alejada del lugar que le dio origen 3. Restos de esta
fiesta son las "empanadas de Santa Rita 4". La santa no es la patrona de la ciudad pero
popularmente es considerada.
En la Argentina, es patrona de Puerto Tirol, en la Provincia del Chaco,5 y de la ciudad
de Esquina, en la provincia de Corrientes.6 Como así también es venerada en la Provincia
de Salta, en donde se conserva una de sus Reliquias (siendo la 4° en el País en exposición
publica) en la Parroquia Santa Rita de Casia de la capital salteña. 7