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Slavoj Zizek - Mis Chistes Mi Filosofia PDF

Este documento resume y critica un libro recopilatorio de chistes contados por el filósofo esloveno Slavoj Žižek. Señala que los chistes son en su mayoría bastante malos y no aprovechan el potencial filosófico de Žižek. Además, cuestiona las razones para compilar precisamente los chistes de Žižek, en lugar de otros aspectos más serios de su obra. Concluye que los chistes carecen de gracia y repiten estructuras y temas pasados de moda que sólo provocan

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Slavoj Zizek - Mis Chistes Mi Filosofia PDF

Este documento resume y critica un libro recopilatorio de chistes contados por el filósofo esloveno Slavoj Žižek. Señala que los chistes son en su mayoría bastante malos y no aprovechan el potencial filosófico de Žižek. Además, cuestiona las razones para compilar precisamente los chistes de Žižek, en lugar de otros aspectos más serios de su obra. Concluye que los chistes carecen de gracia y repiten estructuras y temas pasados de moda que sólo provocan

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La Agenda, Buenos Aires, 18 de mayo de 2015

Žižek no tiene gracia


Marcelo Pisarro

Un libro recopila los mejores chistes del filósofo esloveno Slavoj Žižek. Son
casi todos bastante malos.
Un idiota va a tener sexo por primera vez. La chica decide ayudarlo y le
explica exactamente lo que debe hacer.

―¿Ves el agujero que tengo entre las piernas? Bueno, meté la pija ahí
adentro. Hasta el fondo. Bien. Ahora sacala. Ahora metela de nuevo. Ahora sacala.
Metela. Sacala. Metela, sacala, metela, sacala, metela…

En un momento el idiota se cansa.

―¡Basta! ¡Decidite! ¿La querés adentro o afuera?

Los párrafos que siguen tratan acerca de un libro con un centenar de chistes
como éste, sólo que contados aún con menos gracia y enajenados por la traducción
marca Anagrama, la casa editora, ya toda una usina de construcción de
extrañamiento en base a capullos, folladas y pollas. El libro se titula en español Mis
chistes, mi filosofía (Anagrama, 2015) y está escrito por un filósofo esloveno de 66
años llamado Slavoj Žižek, un hombre que suele aparecer de manera recurrente en
las listas de pensadores globales más influyentes del siglo XXI. Así que acá va otro
chiste de una de las grandes mentes de nuestra época:

“En un chiste ruso maravillosamente estúpido (¡y apolítico!) de la época de la


Unión Soviética, encontramos a dos desconocidos sentados en el mismo vagón del
tren. Tras un prolongado silencio, de repente uno se dirige al otro: ‘¿Alguna vez se
ha follado a un perro?’. Sorprendido, el otro contesta: `No, ¿y usted?`. `Por supuesto
que no. Es algo asqueroso. Sólo pretendía entablar conversación’”.

Bien, todo así, en su mayoría. Si cambiamos el susto por la risa, a Žižek por
tu papá y al chiste por un chancho, la vieja pregunta de patio de recreo podría ser:
si Žižek te cuenta un chiste, ¿te reís?

Todavía no somos una especie con tan buenos modales como para
focalizarnos en el qué más que en el quién. Primero miramos quién dice qué y ese
quién predispone nuestras lecturas de cualquier qué. Ya no por cuestiones
historiográficas, por los marcos teóricos involucrados ni por los universos posibles
que generan determinadas posiciones intelectuales. Nada de eso. Hay personas que
nos caen mal, o que nos caen bien, y ni siquiera estamos obligados a explicar por
qué. Una misma afirmación, dicha por alguien que nos cae bien o que nos cae mal,
genera respuestas contrapuestas. La fórmula del teórico Harold Lasswell, casi setenta
años después de haber sido conjeturada y publicada, continúa reproduciéndose en
los apuntes fotocopiados de carreras universitarias como Ciencias de la Comunicación
y afines: “¿Quién dice qué, a quién, por qué canal y con qué efecto?”. Que el “quién”
capitanee el paradigma puede deberse a una mera formalidad gramatical, pero al
menos la arbitrariedad del encabezamiento debería subrayarse con marcador
fluorescente. Estamos condicionados por los quiénes.

Žižek pertenece a esa clase de “quién” problemático. Forma parte del reducido
grupo de personalidades académicas que consiguen saltar el vallado disciplinario y
hacerse un nombre por fuera de su campo de desempeño más acotado. Opinan en
los periódicos, aparecen en portadas de revistas, generan pequeños revuelos cada
vez que visitan las ferias del libro de países tercermundistas; sus escritos se traducen
a muchos idiomas, se filman documentales sobre sus vidas, ocupan espacios
incómodos en la industria cultural. De Žižek se ha dicho, por ejemplo, que es “el
filósofo más peligroso de Occidente” y “el Elvis de la teoría cultural”. Hay montones
de libros que desmenuzan sus análisis (desde The truth of Zizek de Paul Bowman
hasta un obligado Žižek para principiantes, buen índice de penetración cultural); hay
documentales, como Zizek!, estrenado en 2005 y dirigido por Astra Taylor; incluso
existe una revista académica de publicación periódica, International Journal of Žižek
Studies, que desde 2007 se dedica a escrutar las ideas del filósofo esloveno. A la vez,
por haber brincado el cerco letrado y moverse en un universo que le arranca el
contexto y el subtexto a cualquier afirmación académica, es el tipo de obra que puede
deslegitimarse sólo por la convicción de que su autor es un pelmazo.

Las críticas a Žižek tienen pues un rango tan amplio que abarca desde las
refutaciones a sus concepciones de ontología hasta las imputaciones públicas de que
no cumple con las reglas mínimas de higiene. En un juego de deslices metónimicos
bastante interesante, la crítica al autor y la crítica a la obra se superponen, se
entrelazan, resultan indisolubles. Lo mismo que ocurre con Michel Houellebecq,
Salman Rushdie y Zulma Lobato. Así que no parece tan desacertado que se lo llame,
por convicción o sólo por reiteración, “una celebridad de la filosofía”.

Ahora bien, una lectura desapasionada sugiere que Žižek no es el Elvis de la


teoría cultural ni encarna lo más peligroso de Occidente en ningún sentido de la
expresión. Para la mayoría de quienes conocen a Žižek, que son una minoría en el
mercado editorial e incluso en el mundo de “la cultura” en general, se trata sólo de
un tipo a quien se lee de refilón, que tiene algunos libros buenos y muchos malos,
que a veces arroja un comentario perspicaz sobre algún artefacto de la industria de
baratijas y de sueños, que pronto lo arruina todo con alguna estrafalaria
paparruchada psicoanalítica, que es noticia por sus romances sospechados o
auténticos más que por sus debates con Alain Badiou, que parece interpretar de
buena gana el papel de Niño Yo No Fui. A Žižek se lo cita más de lo que se lo lee y
se lo estudia menos de lo que se lo nombra. ¿Y qué? Tuvo amoríos con Lady Gaga,
lo acusaron de plagio y no hay pruebas de que se bañe demasiado, ¿por qué no
convertirlo en material de cotilleo?

Mis chistes, mi filosofía es uno de los más curiosos libros de Žižek. Si usted
nunca leyó a Žižek, no debería empezar por acá; si usted leyó las partes buenas de
Žižek (libros como El espinoso sujeto y El sublime objeto de la ideología, muchos de
sus artículos de la década de 1980), ni siquiera debería echar una mirada a este
pequeño tomo. Si usted detesta a Žižek porque le parece un pelmazo, este libro
confirmará todas sus sospechas pero también le hará perder la paciencia; si usted
cree que Žižek es una de las grandes mentes de nuestra época, bueno, haga lo que
mejor le parezca. También puede llevarse una sorpresa y cambiar su opinión
premeditada sobre este particular quién y su aún más particular qué. Uno de los
chistes, acaso, nos enseña eso: que la gente cambia.

“Dos amigos judíos pasan por delante de una iglesia católica en la que han
colgado un gran cartel dirigido a los no católicos: ‘¡Ven con nosotros, acepta el
catolicismo y al instante ganarás treinta mil dólares en efectivo!’. Mientras se alejan,
los dos amigos se enzarzan en un debate acerca de si esa oferta va en serio. Una
semana más tarde, los dos amigos se vuelven a encontrar delante de la misma
iglesia, y uno de ellos le confía al otro: ‘Todavía me pregunto si la oferta va en serio’.
El otro contesta de manera condescendiente: ‘¡Ah, los judíos sólo pensáis en el
dinero!’”.

Es un libro desprolijo en su misma concepción. No se sabe bien qué se está


leyendo, mucho menos para qué. No tiene un exordio que explique lo que el lector
deberá reconstruir a través de paratextos, metatextos y cualquier otra cosa que
exceda al texto: que se trata de una compilación de los mejores chascarrillos de
Žižek. Que están tomados de libros y artículos ya editados, que otros provienen de
manuscritos aún ―o por suerte― sin publicar. No por nada, en inglés, el título original
es Žižek’s jokes: Los chistes de Žižek.

Entonces es necesario preguntarse por qué alguien ―algún editor, el mismo


Žižek― compilaría los mejores chistes de un filósofo cuyos momentos más lúcidos
pasan por intervenciones como la disección de la noción kantiana de lo sublime y su
vinculación con la concepción marxiana de ideología, no por el stand up en clubes
nocturnos ni por escribir guiones para Saturday Night Live. Podría uno imaginarse,
por ejemplo, que se compilaran los mejores acercamientos de Žižek a la ideología o
a la concepción de lo real; tal vez, las mejores referencias a la vida política y social
bajo el régimen comunista, a la transición de Europa del Este al sistema capitalista,
algo así. ¿Pero los mejores chistes de Žižek? Vaya, no. Los textos de Žižek no son
graciosos. Tienen chicanas y provocaciones pueriles, pero nada de eso los hace
necesariamente chistosos.

Por supuesto, no quiere insinuarse que un filósofo sólo deba dedicarse a la


filosofía y que si quiere pintar un cuadro o componer una sonata haya que
reprenderlo: no señor, dedíquese a lo suyo. Si así fuese, ningún semiólogo italiano
habría escrito una novela sobre monjes del medioevo y ningún lingüista
estadounidense habría dejado de lado la gramática generativa para dedicarse a
criticar la política internacional de su país. No se trata de eso. El punto, para decirlo
sin muchas vueltas, es que los chistes de Žižek son malos.

Cada uno de los 107 chistes recopilados ocupa menos de una página; en
general, apenas un párrafo. Abundan los chistes de negros, de judíos, de comunistas,
de católicos, de sexo, de maridos que engañan a sus esposas y de esposas que
engañan a sus maridos; hay muchas palabrotas y muchas guarradas, ésas que ya no
incomodan ni dan gracia, que sólo provocan un poco de vergüenza ajena por rancias,
por pasadas de moda. Los comienzos suelen repetir una misma estructura: “En un
viejo chiste soviético”, “hay un chiste israelí”, “en un viejo chiste de la difunta
República Democrática Alemana”, “hay un viejo chiste judío”, “en un viejo chiste
esloveno”, “hay un viejo chiste acerca de un marido”, “en un viejo chiste yugoslavo”,
“hay un chiste agradablemente vulgar acerca de Cristo”. Algunos pocos apelan al
recurso de la pregunta: “¿Cómo podemos estar seguros de que Judas traicionó
realmente a Jesucristo? Pensemos lo que pensemos de los judíos, son gente que
conoce el valor de las cosas que venden, ¡y ningún judío vendería a un dios por unos
meros 30 talentos de plata!”. Acá es cuando hay que reírse. Sonreírse al menos.
Experimentar algún tipo de estímulo. Algo.

Y otra vez hay que volver al quién. Acaso se aceptaría sin molestias que estos
chistes malos vayan firmados por un comediante televisivo de escasa reputación o
por el pariente borracho que cuenta una y otra vez la misma guasada en las fiestas
de fin de año, pero al ser Žižek el autor, usted, como lector, tiene derecho a esperar
algo diferente. Por ejemplo, su propia versión de El chiste y su relación con lo
inconsciente, el libro de 1905 de Sigmund Freud que Žižek parece haber leído con
fruición; o acaso, ejercicios brillantes de filosofía de la vida cotidiana como El nuevo
desorden amoroso y La aventura a la vuelta de la esquina, los libros de 1977 y 1979
de los filósofos Alain Finkielkraut y Pascal Bruckner, que Žižek parece no haber leído.
Esos libros usan al humor como un medio para hacer filosofía, y a la filosofía para
proponer transformaciones en la forma en que las personas perciben y experimentan
la vida cotidiana. Žižek, en cambio, sólo cuenta chistes malos.
De nuevo, Žižek es un señor grande y puede hacer lo que se le antoje, pero
al no tener el libro prácticamente ningún marco de referencia (algo así como:
“Prólogo: Me propongo compilar los chistes de todos mis libros porque….”) el lector
puede desarrollar ciertas expectativas en base al título en español: que los chistes
permitirán una mejor comprensión de algún asunto que compete al ámbito de la
filosofía. En la contratapa se sugiere eso. También se insinúa que el libro demolerá
medio siglo de historia occidental gracias al humor. Entonces se lo abre y se lee: “Un
chiste sexual chino contemporáneo nos relata una conversación entre dos hermanos
gemelos cuando todavía son fetos en el vientre de su madre; uno le dice al otro: ‘Me
encanta que nuestro padre nos visite, pero ¿por qué es tan grosero al final de cada
visita y nos escupe?’. El otro le contesta: ‘Es cierto, nuestro tío es mucho más
amable: siempre viene con un hermoso sombrerito de goma en la cabeza para no
escupirnos encima’”.

¿Saborean el peligro? ¿Sienten cómo se desmoronan las bases de Occidente?


¿No es digno del Elvis de la teoría cultural?

Por supuesto que aparecen nombrados aquí y allá personajes que de seguro
no encontrarán en los monólogos de Jorge Corona, aunque éstos sean más
entretenidos, e incluso, menos chabacanos. Freud, Lacan, Badiou, Marx, Hitchcock,
los hermanos Marx, Monty Python. Cierto también que hay pasajes interesantes, en
especial cuando refieren a la vida bajo el régimen comunista: “Consideremos ese
viejo chiste acerca de la diferencia entre el socialismo burocrático al estilo soviético
y el socialismo autogestionado yugoslavo: en Rusia, los miembros de la nomenklatura
conducen ellos mismos sus carísimas limusinas, mientras que en Yugoslavia la gente
corriente va en limusina a través de sus representantes”. Y otro más: “En un viejo
chiste soviético, un oyente pregunta en Radio Erevan: `¿Es verdad que Rabinovitch
ha ganado un coche nuevo en la lotería estatal?’. Radio Erevan le contesta: ‘En
principio, sí, ha ganado un coche nuevo. Sólo que no es un coche, sino una bicicleta,
y tampoco es nueva, sino vieja, y no la ha ganado, sino que se la han robado’”.
También tiene su encanto cuando involucra a algún asunto específico de filosofía: “El
sujeto hegeliano emerge precisamente mediante una nueva aplicación reflexiva y
autorrelacionada de un operador lógico, igual que el consabido chiste del caníbal que
se comió al último caníbal de la tribu”. No es que el lector vaya a desternillarse de
risa, pero al menos le deja algo para pensar.

Los mejores momentos, empero, están ocupados por la página y media que
oficia de introducción (“a modo de introducción”, dice, aunque no sea una
introducción, sino parte de la compilación, un par de párrafos tomados del libro Less
than nothing, de 2012). Allí Žižek, en lugar de contar chistes, intenta decir alguna
cosa sobre ellos y de algún modo lo consigue. Hace notar, por ejemplo, que los
chistes “se cuentan”, que parecen no tener autores, que son colectivos,
idiosincráticos, que de repente aparecen de la nada. La pregunta “¿quién es el autor
de este chiste?” parece imposible.

Al final, a modo de epílogo, se adjunta un texto del escritor y artista escocés


Momus, que bien podría haber funcionado como introducción, pues atisba todo lo que
el lector, tras acabar el libro, habría querido leer en lugar de lo que leyó: “Parece que
la mente de Žižek posee una gran capacidad para reconocer formas situacionales
específicas. Cuando piensa en algo del mundo real, de repente se da cuenta de que
ese algo posee la misma estructura básica que alguna situación absurda
perteneciente a algún chiste, que a menudo proviene de alguna fuente enormemente
respetable: Derrida, Lacan o Freud. […] Vemos que a los grandes maestros de la
filosofía también les gusta jugar, y quizá comenzamos a reconocer la filosofía misma,
en su nivel más elevado y más ligero, como algo afín a la risa y la broma”.

Todo lo que Momus encuentra en la mente de Žižek es lo que un lector


desapasionado, que prefiere mantenerse al margen de la dicotomía “Es un genio de
nuestro tiempo/ Ni siquiera se baña”, no encontrará en Mis chistes, mi filosofía,
aunque tenga la mejor predisposición del mundo para hacerlo. En el paradigma de
Lasswell, tras el quién, el qué y el canal, sólo queda el efecto: fastidio, aburrimiento,
desinterés, un bostezo.

Si Žižek te cuenta un chiste, ¿te reís? En general, no, ni un poco. Pero es como
el chiste que le gustaba contar a Freud, y que a Žižek le gusta contar porque lo
contaba Freud, que compete a un recién casado cuyos amigos le preguntan por su
esposa, qué tal es, si es linda: “A mí personalmente no me lo parece, pero es cuestión
de gustos”. Lo mismo se aplica al libro de chistes del filósofo más peligroso de
occidente: quizás sólo sea una cuestión de gustos.

Marcelo Pisarro, “Žižek no tiene gracia”, La Agenda, Buenos Aires, 18 de mayo de 2015.
http://laagenda.buenosaires.gob.ar/post/119244081840/%C5%BEi%C5%BEek-no-tiene-
gracia

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