Persona, Estado, Poder
Estudios sobre Salud Mental Chile 1990-1995
Volumen II
Equipo de Denuncia, Investigación y Tratamiento
al Torturado y su Núcleo Familiar. DIT-T
Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo
CODEPU
Indice
Introducción
Introducción
I. La Sociedad Represiva
Salud mental y Derechos Humanos
Las huellas del miedo
Identidad, aspiraciones y recursos de la
mujer
Intervención desde los Derechos
Humanos
Horror y olvido. Violencia de
Estado,DD.HH. y Salud
II. La Tortura
La Tortura: causas, efectos y
tratamiento
Los profesionales de la salud y la tortura
Prisión política y tortura en la transición politica
Complicaciones neurológicas
La tortura, arma del poder: la respuesta terapeutica
Rehabilitación de personas torturadas
Traumatismo psíquico por violencia de Estado
III. La Impunidad
Dialectica del silenciamiento y el silencio
Trabajo con familiares de ejecutados políticos y dd
Terapia reparatoria en un contexto de impunidad
Acerca del traumatismo y el duelo en familiares
Crímenes de lesa humanidad
IV. Experiencias Terapeuticas
Cuando el fantasma es un totem
Terapia a torturados: reconstrirnos mutuamente
Y entonces me dediqué a mis hijos
La tortura, arma del poder:
la respuesta terapéutica como un instrumento de vida
Paz Rojas B., médico neuropsiquiatra
Conferencia Internacional de Salud, Etica y Derechos Humanos.
Organizado por CODESEDH y CINPROS.
Buenos Aires, diciembre de 1990.
En una carta reciente dirigida al presidente chileno P. Aylwin, casi un año
después de su elección, las agrupaciones de familiares de Detenidos
Desaparecidos y Ejecutados Políticos le expresan: «...es nuestra intención
señalar la profundidad del daño que aún se sigue causando a nuestros seres
queridos y a nosotros, sus familiares, y al pueblo chileno en general. Se nos
debe una respuesta».
Esta exigencia de respuesta en verdad interpela, a 10 años del inicio del siglo
XXI, a todos los gobernantes de los países del mundo y muy especialmente a
los gobiernos de las grandes potencias. Más allá del poder, sin embargo,
creemos que esta respuesta la tenemos que dar cada uno de los habitantes de
la tierra.
En la historia de la humanidad, la tortura como arma del poder tiene una data
muy antigua. Aristóteles la consideraba dentro de las cinco pruebas utilizables
en los procesos legales, y entre los romanos, a pesar de que Cicerón y Séneca
la condenaban, la tortura estaba incorporada a la legislación. Desde esa época
y durante siglos, la aplicación de tormentos fue utilizada cada vez que se
quería someter, doblegar, obtener confesión o delación de una persona. Era
una práctica aplicada por los detentores del poder.
Recién en 1789 con la Revolución Francesa, que trae como consecuencia la
declaración del Hombre y del Ciudadano, la tortura comienza a ser considerada
como una antítesis institucional del derecho de las personas; 27 años después,
mediante una bula papal la Iglesia la suprime. (1)
En los países europeos durante el siglo pasado, se creyó que la tortura estaba
definitivamente abolida; ello no duraría mucho tiempo: durante la primera y
segunda guerras mundiales, y en la guerra de Argelia y en la de Vietnam, se
utilizaron en forma brutal o sofisticada diferentes técnicas de tortura. De alguna
manera, la situación fue diferente en América Latina, especialmente en los
países del cono sur y sobre todo en Uruguay y Chile. Estas democracias tenían
más de 100 años y en sus constituciones y códigos la tortura estaba
erradicada. Ella se aplicaba circunstancialmente en reos comunes y no era un
instrumento de dominación.
Después de más de 25 años de aplicación de la Doctrina de Seguridad
Nacional y de una estrategia, la de Contrainsurgencia, sobre las cuales no nos
extenderemos, algunos países latinoamericanos vienen saliendo de dictaduras
militares que aplicaron el «Terrorismo de Estado» como un medio para
mantenerse en el poder e imponer un modelo económico de «capitalismo
salvaje», como lo denominó el Papa Juan Pablo II.
¿Cuál ha sido el saldo de la aplicación de este modelo de poder?: cientos de
miles de torturados, cerca de 100.000 detenidos desaparecidos en América
Latina, miles de asesinados, la diáspora más grande de latinoamericanos
diseminados por todo el mundo, una extrema pobreza, que en Chile alcanza
casi al 50% de la población según organismos económicos internacionales. La
drogadicción, el alcoholismo, la prostitución, se han enseñoreado de nuestros
pueblos. La estructura social y organizacional ha quedado destruida. La
impunidad recorre A. Latina.
A menudo a los profesionales de la salud mental se nos ha acusado de ser
más políticos que neuropsiquiatras; asumimos esa responsabilidad, afirmamos
que no pueden atenderse ni entenderse los daños provocados por la violencia
ejercida desde y para el poder, sin tener dos ejes muy claros: el contexto
social, político y cultural en el cual y por el cual se producen los trastornos, y el
concepto de Salud Mental.
A grandes rasgos hemos diseñado el primero, el segundo eje lo enunciamos
así: «entendemos la Salud Mental como un proceso global de constante
crecimiento del ser humano, con su dimensión individual y social que se da en
un contexto histórico con determinantes económicas, sociales, políticas y
culturales». (2)
Han tenido que transcurrir más de 16 años dando atención profesional y
humana a las «víctimas» de la dictadura para que, luego del asombro y la
impotencia inicial, volvamos a los orígenes. Debemos superar las fronteras de
lo netamente psicológico y afirmar que no habrá curación posible si no
entendemos que la dialéctica del organismo enfermo está en estrecha relación
con la dialéctica de su medio, y que la persona sólo podrá reconstituirse si el
medio en que se desarrolla es cada vez más sano, es decir, estimulante,
creador, motivador, suficiente para el desarrollo de las capacidades y
cualidades específicamente humanas, capacidades y cualidades que a su vez
tienen que influir sobre el medio para seguir desarrollándolo y desarrollándose
a sí mismas.
A través de estos años hemos confirmado algunas ideas que quisiéramos
enunciar aquí. A diferencia de la antigua psicología, que nace alrededor del
siglo XVI, de la especulación filosófica y de la teoría, el camino seguido por
nosotros ha sido inverso: una práctica permanente de atención nos ha ido
señalando los orígenes, los mecanismos y las formas de tratamiento de los
trastornos mentales.
Nuestra construcción teórica es aún débil y la posibilidad de crear una nueva
psiquiatría basada en la práctica social y cimentada en nuevos pilares
científicos está aún a nivel muy primario, si bien otros profesionales de la salud
mental, especialmente europeos, han dado ya importantes pasos. (3)
Los trastornos provocados tienen un origen político y social. Es el poder el que
crea las noxas, las perfecciona y las aplica, según su necesidad de someter y
manipular a la población.
Las agresiones cubren un amplio rango, desde los ajusticiamientos, torturas,
desaparecimientos, hasta la utilización de mensajes a través de diversos
códigos para cambiar los deseos y conductas de los ciudadanos. (4)
Los trastornos, que tienen una génesis social, afectan a la totalidad del
individuo, en su integridad biológica, psicológica, valórica e ideológica, a él y a
su familia y se expanden a su mundo relacional, «llenándose el ambiente de
síntomas» (5); el terror, el miedo, el desamparo, la indiferencia, el
individualismo, colman la exterioridad.
Lo anterior avala la hipótesis de que estamos ante «un conflicto del medio
humano, en donde debemos buscar la condición primera de la enfermedad
mental». (6)
Frente a esta constatación, nuestra respuesta fue crear, en plena dictadura, un
colectivo terapéutico multi disciplinario con un carácter histórico, evolutivo e
integral, ya que la aparición de trastornos y su tratamiento sobrepasaban
ampliamente el ámbito exclusivamente médico.
El enfoque además, fue desde sus inicios totalizador, pues era evidente que el
problema no residía exclusivamente en las víctimas, sino fundamentalmente en
los victimarios, tanto ideólogos como ejecutores de la política de aniquilamiento
de personas emanada desde el poder.
Necesitábamos un marco de referencia humanista, una doctrina para situarnos,
para poder hablar de enfermo o sano. Lentamente fuimos construyendo el
modelo de Derechos Humanos y Salud Mental. De la relación dialéctica entre
derechos humanos y armas del poder, dependía el nivel de salud mental.
Por otra parte, la doctrina de los derechos humanos tenía un origen concreto y
era resultado de una «conquista de los más sometidos y explotados, había
nacido tras graves conflictos sociales y políticos, para hacer respetar la
dignidad intrínseca de toda persona». (7)
Era necesario entonces, unir al tratamiento la denuncia, la investigación
permanente sobre los orígenes, mecanismos y consecuencias de los trastornos
y sobretodo trabajar en su prevención.
¿En qué etapa histórica de América Latina estamos?: la diseñamos
brevemente al inicio y le debemos una respuesta debida.
En este sentido hemos profundizado sobre el significado que la falta de Verdad
y la ausencia de Justicia tienen sobre la Salud Mental de las personas y de los
pueblos donde rige la impunidad.
Estamos conscientes que las relaciones entre los hombres se asientan y
permiten su desarrollo integral si este está basado no en las leyes del mercado,
sino en la creación de un pensamiento fundado en la realidad y la verdad.
Afirmamos que los trastornos serán irreversibles si seguimos construyendo la
vida sobre el engaño y, más aún, si frente a los crímenes en lugar de dar una
respuesta, reaccionamos con indiferencia.
Algo así está sucediendo respecto de las Agrupaciones de Familiares de
Presos Políticos, de Ejecutados y de Detenidos Desaparecidos, que en
América Latina están quedando solas y marginadas de la sociedad. Si
llegamos a esta situación podemos entonces decir que lo peor no es que la
tortura, los crímenes y los desaparecimientos programados desde el poder
existan, sino que nosotros no nos rebelemos con indignación ante su
existencia. Lo peor es que nos habituemos. Si esto sucede, será el momento
preciso en que la tortura habrá triunfado y el desaparecido lo estará para
siempre.
De modo que los profesionales de la salud mental debemos actuar en este
período con mayor fuerza que la que usamos durante la dictadura y con mayor
capacidad científica nacida desde la práctica social y apoyados en sólidos
pilares teóricos.
Así el período que se inicia constituye un desafío a la vida. En años anteriores
el adversario estaba frente a nosotros, ahora es subterráneo, poco visible si no
se le busca con una mirada inquisitiva.
Este período ha nacido del terror, la superexplotación y la trastocación de
valores. En la sociedad conviven el miedo, la desconfianza, el ocultamiento, el
dolor y la desesperanza con el individualismo y la indiferencia.
Debemos ahora trabajar preferentemente con las personas que fueron más
directamente afectadas; junto a ellas, pero con el conjunto de la sociedad,
desde ella y con ella, para levantar de nuevo los cimientos de la Salud Mental y
los Derechos Humanos.
Notas
1. Jadresic, A. Seminario Internacional «Tortura: aspectos médicos,
psicológicos y sociales. Prevención y Tratamiento». Comité de Defensa de los
Derechos del Pueblo, CODEPU. Págs. 379 - 383.
2. «Lineamientos básicos para el desarrollo de la Salud Mental y los Derechos
Humanos». Documento preliminar preparado por la Coordinadora de Equipos
de Salud Mental de los organismos de Derechos Humanos. CESAM - Chile.
3. Foucault, M. «Enfermedad Mental y Personalidad». Paidos. Estudios.
4. «Persona, Estado, Poder. Estudios sobre Salud Mental. Chile 1973-1989».
CODEPU, 1989.
5. Foucault, M. ib.
6. Berlinguer, G. «Psiquiatría y Poder». Granica Editor. Buenos Aires, 1972.
7. Documento Fundacional del Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo,
CODEPU. Santiago, Chile, 1980.
Algunas reflexiones sobre rehabilitación a personas torturadas
Paz Rojas B., médico neuropsiquiatra
Seminario «Condiciones de detención y protección
de las personas privadas de libertad en A. Latina»,
organizado por APT-Suiza y Cámara Alta Latinoamericana
de Juristas y Expertos en Ciencias Penitenciarias.
Foz de Iguazú, Brasil, 28 al 30 Sept. 1994.
I. Generalidades
Antes de referirnos al tema «rehabilitación», quisiéramos hacer algunos
alcances conceptuales que nos permitan tener una idea acerca de lo que
tenemos que rehabilitar para luego abocamos a cómo debemos hacerlo.
Si analizamos la sintomatología predominante del total de personas torturadas
atendidas por nosotros, tanto al interior de las prisiones como fuera de ellas,
podemos decir que, en los 2533 casos atendidos desde el año 1973 hasta la
fecha (de los cuales 615 fueron atendidos al interior de los penales) hemos
encontrado principalmente sintomatología homologable a trastornos ansiosos y
depresivos unidos o no a diversas alteraciones psicosomáticas. Sólo en
algunos casos hemos visto reacciones psicóticas y en un porcentaje cada vez
mayor estamos encontrando manifestaciones orgánicas.
¿Son estos síntomas de los torturados, los cuadros clínicos que ellos
presentan, las secuelas que deja la tortura, aquello que debemos rehabilitar?
Al agrupar estos síntomas clínicos hemos comprobado que en nada se
diferencian de otros síndromes desencadenados por otras causas. La
constelación sintomática es semejante.
Cabe concluir entonces que la tortura puede, entre otras cosas, desencadenar
síntomas y síndromes médico-psicológicos homologables a los universalmente
conocidos. ¿Y por qué no? Si es el mismo cuerpo, la misma mente la que
responde con lo que es, con lo que tiene, con los mecanismos adaptativos
disponibles y con sus trastornos de funcionamiento ante la agresión.
Debemos preguntarnos qué tipo de agresión, qué forma de violencia es la
tortura.
Si la estudiamos desde el punto de vista de su presencia en la historia, la
conclusión es que ha existido desde los orígenes de la humanidad, que hay
períodos donde fue frecuente e intensa, como durante la Inquisición, y que
también existen períodos donde casi llegó a desaparecer, como sucedió
durante el siglo XIX y primeras décadas del siglo XX.
Si observamos las diferentes disciplinas que se han ocupado de la tortura,
podemos decir que al principio fueron las ciencias jurídicas las que trataron de
delimitarla, enseguida la historia, luego la sociología y recién ahora, hace pocos
años, es el personal de la salud: médicos, psicólogos, psicoanalistas,
trabajadores sociales, quienes intentan penetrar en su conocimiento y tratar las
consecuencias que su aplicación provoca. Algunos textos de la psiquiatría
norteamericana, así como los manuales de clasificación internacional de las
enfermedades, la incluyen en la clasificación nosológica de estados de stress
post-traumáticos.
Pero aún no existen textos sobre cómo tratar a las personas que han sido
torturadas; se discute en forma incipiente cómo prevenirla y recién ahora se
insinúan algunas pautas de rehabilitación.
Los efectos de la tortura no se producen porque falte un principio jurídico o
porque exista un vacío en las ciencias médicas. Tampoco se puede considerar
que sus consecuencias constituyan una enfermedad. De modo que el intento
de traspasar el lenguaje, los códigos y los conceptos de la jurisprudencia o de
las ciencias neuro psiquiátricas a su especificidad, si bien puede ser útil, puesto
que su globalidad no tiene aún conceptos propios y definidos, constituye
indudablemente una reducción, una restricción a la enorme trascendencia que
en la vida humana tiene su presencia.
No podemos considerar que los síntomas o síndromes que presenta una
persona luego de haber sido torturada sean una anormalidad, ni menos una
enfermedad. Por lo demás, «lo anormal no es necesariamente patológico» y en
este caso lo que podría considerarse anormal y patológico es precisamente el
acto de tortura y no los síntomas que él provoca. A mayor abundamiento, tal
vez, sería anormal o al menos extraño, que un individuo que ha vivido este
acontecimiento no sufriera ningún trastorno o alteración.
En consecuencia, si miramos la normalidad como un proceso y la conducta
normal como el resultado de la interrelación entre lo psicológico-orgánico y lo
cultural-sociológico, en el caso de la tortura son estos últimos elementos
externos los que sobrepasan los umbrales para constituirse en un «evento
traumático», para producir una «situación extrema», quebrando así los
parámetros de la respuesta normal.
Pero tampoco la tortura puede mirarse como un hecho puntual, como un
acontecimiento traumático que sucedió y quedó suspendido en el tiempo. En
realidad, la tortura, el acto de tortura, con sus maniobras, sus personajes, sus
escenas, es un evento continuo que si bien se inicia en un espacio y en un
tiempo determinados, discurre luego en todas las dimensiones de la persona
que la sufre, así como también invadirá, tarde o temprano, pensamientos y
conductas de aquel que la ordenó y la ejecutó. Igualmente, con el tiempo, la
tortura aparecerá en las coordenadas históricas, sociales y políticas del poder
que la aplicó.
Por otra parte, la tortura no puede estudiarse desde una sola de sus vertientes,
aunque sí debe profundizarse en cada una de ellas: «las víctimas», los
responsables, las escenas, los diálogos, las técnicas, los comportamientos y
conductas de sus actores, las tecnologías del poder... porque la tortura es un
fenómeno total y su análisis interpela a todas las ciencias del hombre.
Estudiarla y comprenderla no sólo para darle un orden conceptualizador, sino
principalmente para superarla.
En esta época, y luego del genocidio de la Segunda Guerra Mundial, la tortura
fue definida como un Crimen de Lesa Humanidad y a partir del 10 de diciembre
de 1984, la Convención que la define ha sido ratificada por la mayoría de los
países del mundo.
Ahora bien, nos preguntamos: ¿qué es lo que los Estados firmaron, y a qué se
comprometieron cuando la ratificaron?
II. Especificidad de la tortura y de sus consecuencias
Trataremos de contestar estas preguntas desde nuestra perspectiva, antes de
referirnos a la rehabilitación. Para eso intentaremos delimitar qué es en
realidad lo que tenemos que tratar y prevenir. A este fin nos centraremos en la
definición universalmente aceptada por la Doctrina de los Derechos Humanos.
La primera frase de este concepto dice así: «se entenderá por tortura todo acto
por el cual se inflija intencionalmente a una persona....» ¿Qué quiere decir
esto? Sin duda, que la tortura es un acto humano, puesto que tiene intención,
es decir, es un acto racional en el cual hay una opción. Kant dice: «Los
individuos razonan y actúan y su unidad como persona consiste precisamente
en darle un curso intencional a sus actos».
Es más, la tortura es un acto humano integral, no sólo porque tiene intención,
porque es racional, porque es elegida, sino también porque «tiene causas,
motivaciones, aprendizajes, objetivos, fines, marcos de referencia ideológica,
modos específicos de realización, pericia, código simbólico, lugar social
definido, etc».
La definición enuncia luego: «...dolores o sufrimientos graves ya sean físicos o
mentales...» No nos referiremos a las técnicas, que son ahora suficientemente
conocidas y que sólo presentan algunas diferencias territoriales de orden
cultural en su selección, aplicación y significado.
¿Qué significa provocar intencionalmente dolores y sufrimientos mentales
graves? Sabemos que toda forma de tortura, cualquiera sea la técnica utilizada,
constituye un sufrimiento a nivel neuropsicológico. ¿Por qué?
Lo que le da la especificidad a este sufrimiento mental es que el torturado se
encuentra en una situación nunca antes vivida, cargada de violencia y agresión
por parte de otro ser humano. Esta situación no tiene experiencia previa, no se
asocia a ningún recuerdo, no tiene representación mental homologable.
El torturado se encuentra además inerme por entero a merced de las
amenazas, del dolor, del pánico. De este modo, el vínculo establecido entre él y
el torturador es de sometimiento total, de desigualdad humana. La violencia, el
vehículo que los une, proviene de una sola de las partes. De esta manera se
desintegra y se pervierte la coherencia de la relación inter subjetiva.
De modo que la dimensión desestructurante de la tortura en la persona no es
tan sólo por la destrucción de su identidad, sino que es también por la ruptura
del vínculo con otro ser humano. En efecto, es otro hombre el que en forma
lúcida y consciente le provoca la paralización, la desintegración, la pérdida de
la autoestima, la herida, «la demolición», el aniquilamiento, transformándolo en
un objeto, en algo infra humano, haciéndolo perder, según Paúl Ricoeur la
«singularidad insustituible de la persona».
La tortura quiebra todo el sistema de valores, de ideales, el curso de la vida, la
imagen de sí mismo y, como vimos, también destruye la ética del convivir
humano.
La definición de tortura sigue así: «... con el fin de obtener de ella o de un
tercero información o una confesión, de castigarla por un acto que haya
cometido o se sospeche que haya cometido, o de intimidar o coaccionar a esa
persona o a otras o por cualquier razón basada en cualquier tipo de
discriminación...»
En esta parte, la definición da todos los elementos por el cual el torturador
tortura, pero bien sabemos que más allá de ellos el objetivo es no sólo la
destrucción de la persona, sino también de su familia y la inmovilización por el
terror de toda la sociedad sometida al poder violador. Es el colectivo humano el
que se encuentra involucrado.
«...Cuando dichos dolores o sufrimientos sean infligidos por un funcionario
público u otra persona en el ejercicio defunciones públicas, a instigación suya o
con su consentimiento o aquiescencia...»
Este párrafo define quien es el otro, el responsable, diferenciando la tortura de
otras agresiones. No se trata aquí de acciones individuales, por violentas que
ellas sean, se trata de actos ordenados y cometidos desde el poder y
protegidos por la impunidad.
De manera que a las causas señaladas se agrega una agresión más: la que
proviene de las propias instituciones estatales creadas en el curso de la historia
de la humanidad por el hombre mismo para protegerse. Tales instituciones no
sólo lo han abandonado sino que lo persiguen para destruirlo.
En consecuencia, también las coordenadas de reparo institucional que orientan
a la persona en el espacio civil donde ella está habituada a vivir y convivir se
transforman en agresoras; se produce así una ruptura traumática entre el
individuo y el poder.
Este accionar desestructurador del Estado hace que la tortura se difunda en la
sociedad transformándose en una agresión colectiva. Con el tiempo, una
sociedad que convive con el horror se verá inexorablemente afectada.
III. Síntomas, síndromes, orientaciones terapéuticas
De lo anterior podemos deducir que los síntomas que presentan las personas
pueden ser innumerables, clasificables, sin duda, en variadas formas
sindromáticas. Estas, sin embargo, serán siempre únicas y específicas para
cada individuo, según sea el significado que cada uno de ellos le otorgue a la
agresión, según sea la forma en que cada uno resistió o no resistió la violencia,
según sea la relación que cada uno estableció con el torturador, según sean los
efectos desestructuradores que cada familia vivió, según sea el sentimiento de
abandono, persecución y desprotección que se establezca hacia el poder.
No son los síntomas ni los síndromes los que clasifican la tortura; lo que le da
su especificidad es su origen, la etiología y los múltiples psicodinamismos
patológicos que ella puede desencadenar.
De modo que para tratar y rehabilitar a estas personas no basta con identificar
los síntomas y configurar los síndromes, los cuales emergen no sólo de todas
las funciones psicológicas alienadas (conciencia, memoria, psicomotilidad,
afectos, percepción, pensamientos, etc.) sino de todo el acontecer humano, el
mundo relacional, social, valórico, político y moral.
No existe por tanto un tratamiento específico, y tal vez, la prevención es el
único tratamiento particular que hay que elaborar.
La restitución de la identidad, el restablecimiento de la confianza en el vínculo
humano, la resocialización y la posibilidad de la recreación de un proyecto vital
son, entre otros, objetivos a conseguir.
En consecuencia, el tratamiento médico-psicológico, el cual debe iniciarse a la
brevedad posible, aunque sea como un modalidad de acompañamiento, debe
efectuarse con las medidas necesarias que ayuden al torturado a resolver
trastornos en sí mismo, con su familia, con su grupo de pertenencia, así como
a resolver problemas de tipo social, jurídicos, laborales, etc.
De lo anterior se deduce que el abordaje de los problemas debe tener un
carácter multidisciplinario, porque si bien es necesario entrar cuando así se
requiere en las profundidades del silencio, de lo vivido y no revivido, en la
imposibilidad de elaborar, de comunicar, en la pérdida de los espacios, es
fundamental también que esta intervención se apoye o se refuerce con el
aporte de otras disciplinas relacionadas con la existencia de este trauma de
origen social y político.
IV. Prevención
Antes de referimos a la prevención de la tortura, y más específicamente a la
rehabilitación, quisiéramos recordar a grandes rasgos el concepto de
prevención desde la perspectiva médica: «ella es el conjunto de medidas
encaminadas a evitar en el individuo, la familia y la colectividad, la aparición,
desarrollo y propagación de las enfermedades, manteniendo y promoviendo la
salud y limitando las invalideces que aquellas puedan ocasionar».
De esta definición se desprende que hay tres niveles de prevención:
La prevención primaria será aquella que se oriente a combatir las
causas.
La prevención secundaria, se refiere a un diagnóstico precoz, en
este caso de los trastornos derivados de la tortura y la puesta en
marcha lo más rápidamente de medidas terapéuticas adecuadas.
La prevención terciaria se refiere al conjunto de medidas que hay
que tomar para reducir la frecuencia e intensidad de las secuelas
y la incapacidad. Se centra en la rehabilitación social y la
resocialización de los pacientes.
Examinaremos cada uno de estos niveles.
1. Prevención Primaria.
La palabra preveer significa ver, saber, conocer con anticipación lo que ha de
pasar. Por tanto, la prevención primaria de la tortura debe consistir
fundamentalmente en:
a) La instalación de un proceso educativo tanto de la Doctrina de los Derechos
Humanos que permita una toma de conciencia y una intemalización del
significado de la dignidad humana propia y del otro, así como la comprensión y
asunción de los derechos y deberes que cada persona tiene consigo mismo y
con los demás.
b) La puesta en marcha de un sistema regional e internacional de denuncia de
la existencia de la tortura, con todos sus recursos escritos, orales, gráficos,
auditivos que esta técnica posee. Esta denuncia no debe centrarse únicamente
en las víctimas, en sus testimonios, sino que ella debe desde el inicio integrar
el sistema torturador, mencionando a sus ideólogos y ejecutores. La denuncia
debe ser totalizadora. El listado de las víctimas debe ir acompañado del listado
de los victimarios. Conocer sus nombres, el rol cumplido, sus comportamientos,
debe ser un principio rector en la prevención de la tortura.
c) El inicio de un proceso de investigación sobre:
Causas y efectos de la tortura.
Violencia humana.
Poder y formas de dominación.
Diagnóstico y tratamiento de la tortura.
Diversas formas de intervención terapéutica.
Mecanismos psicopatológicos de los trastornos provocados por la
tortura.
Creación de un modelo médico-psiquiátrico que estudie el origen
y desarrollo de las alteraciones derivadas de los traumas
producidos directamente por agresión humana.
De modo que para realizar intervenciones adecuadas con las personas
torturadas es necesario efectuar simultáneamente una investigación en
profundidad, una denuncia informada y eficaz, y una educación internalizadora
especialmente en los planos valorices y éticos.
4. La exigencia jurídica y política de que los Estados introduzcan en su
Constitución las normas de la Convención sobre la Tortura y otros Tratos o
Penas crueles, inhumanos o degradantes, así como la Convención sobre la
Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de los Crímenes de Lesa
Humanidad, entre otros, que sirvan para prevenir la tortura.
5. La no aceptación y la condena de los Estados que acepten maniobras de
ocultamiento, de amnistía, de desconocimiento de la verdad .que impidan la
justicia plena. En suma, la no aceptación de cualquier principio o Ley de
Impunidad.
6. La prevención específica de la tortura incluirá la difusión y enseñanza de
métodos concretos que permitan resistir las diversas técnicas y maniobras que
en ellas se empleen. Estos conocimientos deben entregarse a personas con
alto riesgo de pasar por la experiencia de detención política. Experiencia
realizada y evaluada por nuestro Equipo, durante los años de la Dictadura.
2. Prevención Secundaria.
La prevención secundaria se inicia cuando la tortura ya se ha consumado:
a) Con el objeto de realizar un diagnóstico multi causal de los trastornos
provocados en la persona, en la familia, en la sociedad, debe trabajarse en lo
posible con equipos multidisciplinarios. Dichos equipos deben estar formados
por profesionales de la salud (médicos, psicólogos, psiquiatras, neurólogos,
enfermeras, asistentes sociales, etc.) unido al quehacer de juristas,
profesionales de la educación y de las ciencias sociales y políticas.
b) Diversos enfoques conceptuales y empíricos deben confluir en el análisis y
tratamiento de las alteraciones. Este enfoque debe ser integral, tener una visión
totalizadora del problema, asumiendo «que la interacción entre represor y
reprimido no es susceptible de ser desglosada en sus partes». Si esto no
sucede se corre el riesgo de no comprender las diferentes vertientes que
confluyen en el origen de los trastornos.
c) La sintomatología producto del trauma vivido, del desencadenamiento del
terror, de la paralización, del desamparo, consecuencia directa de esta
"patología" tan particular, debe unirse al conocimiento indirecto (a través del
paciente) de los objetivos buscados por el torturador.
d) El estudio debe ser globalizador, por un lado de la persona torturada, en sus
aspectos biográficos, sociales, culturales y políticos y, por otro, del
conocimiento del sistema represivo-torturador.
e) Las medidas terapéuticas específicas deben tener aquí un encuadre y una
visión diferente al de las terapias más habitualmente conocidas. Ellas pueden
realizarse en distintos lugares, incluso al interior de los penales. Lo importante
es un encuadre humano que haga de la experiencia terapéutica un quehacer
compartido.
f) La terapia, por tanto, no sólo debe interpelar al paciente sino también,
fundamentalmente, al terapeuta, quien debe estar «dispuesto a recorrer con el
torturado el itinerario del horror» así como conocer el sistema social torturante
en que ambos pueden vivir, si es que el tratamiento se realiza en el país donde
la experiencia traumática se ha producido.
g) El tratamiento debe ser bio-psico-social. El cuerpo, la mente, las relaciones
humanas que han caído bajo una acción desestructurante deben ser
reconstituidas en la persona, en su entorno vital, en su espacio y en su tiempo,
así como en su intercambio cultural, social y político.
h) La terapia no puede encerrarse «en una posición teórica, ni menos puede
tener una práctica rígida». Lo importante es poder restablecer un vínculo
humano que permita al torturado recuperar su sentimiento de identidad al
tiempo que recrea su dignidad.
i) El terapeuta guardando una «distancia justa», deberá poder desplazar al
torturador del espacio interior de la víctima, restableciendo así la confianza y la
seguridad en el otro.
3. Prevención Terciaria.
Es decir, rehabilitar de las invalideces y secuelas que la tortura ocasione.
Habilitar, del latín «habilitare», significa dar habilidad para algo y habilidad es la
capacidad para crear. La persona hábil es capaz e ingeniosa. ¿Cómo se puede
rehabilitar a un torturado?
a) Es necesario partir de la tesis de que la tortura quedará siempre en aquel
que la ha sufrido como un recuerdo profundamente traumático.
b) Para que este acontecer humano, esta herida, pueda elaborarse y
superarse, se debe estar consciente que las medidas médico-terapéuticas no
son las únicas y que muy a menudo ellas no son suficientes.
c) La rehabilitación del torturado debe ser integral. Los recursos médicos deben
unirse a recursos sociales, jurídicos, laborales.
d) Sólo la asunción por el Estado de la violación que provocó ayudará a la
persona torturada a salir del silencio, de la ambigüedad, de la confusión, de la
culpa, de la marginación. Ello le permitirá reiniciar su vida, lograr una nueva
coherencia tanto en su interioridad como con el medio que lo rodea: su cultura,
su historia con el convivir humano.
e) Un lugar especial en la rehabilitación de la tortura, tanto en su dimensión
individual como social, es el proceso de socializar el conocimiento de este
Crimen de Lesa Humanidad. Dar a conocer lugares, formas, nombres de
responsables e iniciar un proceso judicial independiente de todo control estatal
o militar.
f) Las personas que trabajan en el campo de la asistencia a víctimas de la
tortura deben tomar conciencia que con el tiempo la existencia de impunidad se
transforma en un mecanismo psicopatológico, tanto o más perturbador que el
recuerdo de la tortura.
g) Insistir en el conocimiento del otro, del responsable, tiene como objetivo final
modificar conductas y comportamientos que permitan reconstruir el convivir y
avanzar en la dimensión humana.
h) El trabajo de rehabilitación de la tortura debe abordar por tanto el acto
mismo de tortura y sus consecuencias traumáticas en su dimensión global de
víctimas y victimarios. Las causalidades sociales, políticas, psicológicas y
culturales deben ser asumidas colectivamente con la participación y
compromiso de toda la comunidad organizada.
i) La persistencia de la tortura en la época actual y su intensificación cotidiana
en diferentes regiones del mundo obliga a mirarla detenidamente, sacarla del
silencio y del ocultamiento, elevarla a la categoría de una patología de origen
humano endémico-perverso, del cual cada persona debe hacerse responsable
para una erradicación definitiva.
Bibliografía
• Amati, S. «Algunas reflexiones sobre la tortura para introducir una dimensión
psicoanalítica». Mimeo, Ginebra, 1975.
• Amnesty International. «La Tortura, instrumento de poder, flagelo a combatir».
Ed. Le Seuil, París, 1984.
• Barudy, J.; Serrano, J.; Martens, J. «Los problemas psicológicos provocados
por la tortura en los refugiados políticos latinoamericanos». COLAT.
• Bettelheim, B. «Le coeur conscient». Ed. R. Laffont, 1979.
• CODEPU - DITT, «Persona, Estado, Poder» Vol I. Santiago, noviembre 1989.
• CODEPU - DITT «Seminario Internacional. Tortura: aspectos médicos,
psicológicos y sociales. Prevención y tratamiento». Santiago, 1989.
• D.S.M. III «Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales». Ed.
Masson, 1983.
• Freud, S. «Neurosis, psicosis y perversión». PUF, París 1973.
• Jacques, A. «L 'Interdit». Ed. L'Harmattan, París 1994.
• Puget, J.; Kaes, R.; Vignar, M. «Violencia de Estado y Psicoanálisis». Ed.
Dunod, Coll Inconscient et Culture, París, 1989.
• Reszczynski, K.; Rojas, P; Barceló, P. «Torture et Resistance au Chili». Ed.
L' Haramattan. París, 1984.
• Serrano, M.E. «Consequences Médico-Psichologiques de la Torture». Mimeo,
junio de 1991.
• Vallejos, J., Ruiloba. «Introducción a la Psicopatología y la Psiquiatría».
Tercera Edición. Salvat Editores, 1991.
• Vignar, M. «Pedro y la Demolición». Mimeo.
Traumatismo psíquico producido por la violencia de Estado:
Análisis de 10 casos de tortura
Paz Rojas B., médico neuropsiquiatra
María Soledad Espinoza C., asistente social
IV Conferencia Europea sobre Stress Traumático,
organizada por la Sociedad Europea
para el Estudio del Stress Traumático.
París, mayo de 1995.
I. Introducción
Quisiéramos aportar algunas reflexiones e intentos conceptualizadores sobre lo
que se ha dado en llamar psicotraumatología.
Lo haremos desde la realidad, en forma objetiva, si esto es posible dentro del
tema que tratamos. Lo haremos como profesionales de la salud y como
mujeres latinoamericanas, en un país que experimentó en forma brutal, el día
11 de Septiembre de 1973, un golpe militar, luego 16 años y medio de poder
dictatorial y ahora, desde hace 6 años, una impunidad absoluta. En un país que
como Chile ha sido considerado un modelo para la economía de libre mercado
y deseoso de integrarse plenamente a la mundialización unidimensional que
vivimos en la actualidad.
Luego del armisticio que puso fin a la segunda guerra mundial, se instaló en el
mundo otra forma de guerra, la guerra fría, que como latinoamericanos vivimos
con especial intensidad. En ella, no cabe el calor y el fragor de las batallas
abiertas y visibles, sino al contrario, lo que la define es su ocultamiento, la
manipulación ideológica, el espionaje, la guerra psicológica, la preparación
silenciosa para contrarrestar al adversario, la infiltración de mensajes.
La Doctrina de la Seguridad Nacional y la Estrategia de Contrainsurgencia,
aplicadas en todo el mundo, tuvieron en nuestro continente una especial
repercusión. El personal de las fuerzas armadas fue adiestrado en las escuelas
norteamericanas con una idea central: la de «enemigo interno» y la decisión de
intervenir militarmente en caso de peligro de instalación de un gobierno
socialista.
En estas condiciones, los países latinoamericanos sufrieron sucesivos golpes
militares luego de los cuales se instalaron dictaduras que utilizaron la violencia
como arma sofisticada e implacable para destruir y someter a la población.
Así, el 11 de Septiembre de 1973, la violencia institucional que en Chile había
sido hasta entonces tema de historiadores, cientistas políticos, sociólogos,
irrumpió dramáticamente en el campo médico-psicológico, trastocando
nuestros esquemas del saber y quehacer profesional.
Desde entonces hemos logrado circunscribir y clasificar la violencia a que nos
enfrentábamos. Vivíamos una situación diferente a la de una guerra. No era
exactamente una situación bélica, pues «en las guerras los enemigos son
beligerantes es decir, guerreros belicosos, y tienen igual derecho a recurrir a la
fuerza».
En este caso la fuerza venía desde una sola dirección. Se había producido
una desigualdad humana y «el concepto de enemigo que en sí encierra una
relación bilateral» se había transformado en unidireccional, era el poder militar
el que lo definía. Las personas habían perdido primero su calidad de personas
y luego de ciudadanos.
El golpe militar y la dictadura que lo siguió, no sólo había implantado el terror a
través de la persecución, la tortura, los desaparecimientos, las ejecuciones
sumarias, los amedrentamientos, la guerra psicológica, sino que el nuevo orden
jurídico de carácter marcial había decretado un estado de guerra que no
existía.
Los espacios públicos y privados estaban ocupados por la presencia militar.
Las casas podían ser allanadas, los teléfonos estaban intervenidos y las
ciudades y pueblos ocupados. Esta situación en forma abierta o encubierta
duró todos los años de la dictadura.
Al tratar durante años las consecuencias de esta violencia avanzamos la
hipótesis que ella es la mayor y la más perversa de las agresiones humanas.
Especialmente en cuanto al significado que tienen sus consecuencias. Ella
tiene una múltiple dimensión desestructuradora: sobre la persona, la familia, la
sociedad y sobre la construcción institucional que el país ha logrado a lo largo
de su historia.
Esta violencia se apropia de todos los poderes del Estado transformándose en
una violencia institucionalizada. La definición de violencia como fuerza intensa,
impetuosa, encuentra aquí su máxima expresión.
La violencia que viene desde el poder tiene su lógica, de ningún modo ella es
desesperada, no tiene ni la aflicción ni el descontrol de la desesperanza; muy
por el contrario, aquí la razón estudia y planifica la agresión.
De modo que si bien hay muchas situaciones violentas que se constituyen en
hechos violentos, monstruosos y perversos, nos permitimos plantear que la
violencia de Estado es el más de la violencia, la cúspide de ella, pues la
produce un sistema, un poder que ocupa las funciones más elevadas del
hombre, la razón y la conciencia, para gestarla y aplicarla.
En ella, a la agresión que significa el conjunto de comportamientos que tratan
de infligir dolor, lesión o destrucción sobre el otro, se agrega aquí la
planificación de la violencia, la creación de aparatos técnicos y la formación de
hombres especializados en la destrucción.
Tenemos claro que lo que nosotros hemos estado haciendo durante todos
estos años es tratar las consecuencias de los así llamados Crímenes de Lesa
Humanidad. Fue el Estatuto de Nuremberg el que los define, de modo que este
concepto no existió hasta después de la segunda guerra mundial. Se
denominan así porque ellos niegan a la persona la idea misma de su
humanidad.
El día 9 de diciembre de 1948, las Naciones Unidas dictan la Convención sobre
«Crímenes de Guerra y Crímenes de Lesa Humanidad, incluido el
Genocidio». (1)
Estos crímenes deben diferenciarse de los crímenes de guerra puesto que,
además de lo ya dicho en cuanto a la desigualdad humana, en ellos «se trata
de lograr una traumatización de la identidad personal y una alteración profunda
de los vínculos con el otro y con la sociedad».
Las reflexiones que siguen nacen de una práctica concreta, tras 21 años de
atención médica neuropsiquiátrica, psicológica, jurídica y social a personas
afectadas, hombres y mujeres, por la violencia de la dictadura. Desde su
creación, el centro en el cual trabajamos tuvo, dadas las características de las
consecuencias derivadas de este tipo de violación, una visión multidisciplinaria
e integral.
Profundamente afectados ante los cuerpos y las mentes torturadas, nos
encontrábamos confusos respecto de la aplicación de los conceptos de salud y
enfermedad frente a esta etiología de origen humano, sin conocimientos ni
pautas diagnósticas, sin respuestas terapéuticas adecuadas, perplejos ante la
increíble sintomatología y sobre todo, ante las variadas formas en que unas y
otras personas habían reaccionado o se habían comportado frente a esta
agresión.
Resulta evidente que los sufrimientos que desencadena este tipo de violencia
no pueden considerarse como un hecho puntual que sucedió y quedó
suspendido en el tiempo. En realidad, la tortura y las agresiones de muerte o
desaparecimiento de un familiar constituyen eventos continuos que si bien se
inician en el microsistema de las salas de tortura o escenarios de muerte, en un
espacio y en un tiempo determinado, discurren para siempre en todas las
dimensiones de la persona y muy especialmente en su vida de relación con
nosotros y en su inserción social.
Desde octubre de 1973 hasta el 31 de diciembre de 1994, hemos atendido
2533
personas, todas ellas víctimas de la violencia de Estado.
• 956 corresponden a personas torturadas y de ellas 467 fueron atendidas al
interior de las cárceles, en forma clandestina o cuando miembros de nuestro
equipo convivieron con ellas mientras estaban prisioneros. Las restantes
personas nos consultaron después de haber sido liberadas.
• 424 son familiares de personas torturadas, que vivieron ellas mismas las
amenazas o las persecuciones, y que en múltiples ocasiones presenciaron la
tortura de su pariente. Acudieron a nosotros porque tenían al esposo, al hijo o a
la hija encarcelados y los trastornos derivados de esta situación se habían
transformado en un trauma doloroso y a menudo insoportable.
• 248 son familiares de ejecutados políticos, muertos la mayor parte de las
veces sin juicio, en forma sumaria. Sus cuerpos fueron ocultados o
encontrados con evidentes signos de tortura, mutilados, degollados, marcados.
• 189 son familiares de personas que fueron detenidas y que hasta la
actualidad se encuentran desaparecidas.
• 472 son chilenos retornados desde el exilio.
El relato de las personas que habían sido sometidas a la tortura estaba plagado
de silencios en los cuales se percibía la imposibilidad de encontrar las palabras
adecuadas que lograran significar el contenido de lo vivido.
Pasar «lo interno en el afuera» a través del discurso era prácticamente
imposible. El recuerdo doloroso aparecía en las finas expresiones de la
corporalidad y sobre todo en la mirada. Este tipo de discurso desestructurado
nos parece algo característico que será necesario estudiar en el futuro.
Una hipótesis se nos hizo relevante: lo que perduraba de esta experiencia
traumática era principalmente una ruptura personal a la cual se agregaba una
ruptura de la relación humana. La desintegración interpersonal que se produce
estaría en la base de los trastornos encontrados en las personas atendidas.
Para fundamentar esta hipótesis sobre las consecuencias de la violencia que
viene desde el Poder, desde la Exterioridad, haremos un análisis desde nuestra
experiencia de asistencia a víctimas de tortura.
II. Selección de historias clínicas:
De las 489 personas torturadas y atendidas durante el período que siguió a su
puesta en libertad, seleccionamos historias clínicas con las siguientes
características:
a. Haber sido torturados 10 o más años antes de la primera
consulta.
b. No haber consultado nunca antes.
c. Tener un mínimo de 10 sesiones.
d. Contar con una ficha clínica completa en la cual no sólo se había
registrado el proceso terapéutico sino que además se hubiera
elaborado un Estudio Social.
e. Por último, que se tratara de personas que hubiesen sido
encarcelados en una sola ocasión.
Diez personas constituyeron la muestra (5 hombres y 5 mujeres), ocho de ellas
fueron detenidas en el mes de septiembre de 1973. Una mujer lo fue en febrero
de 1974 y otra en los primeros meses de 1975. De modo que el tiempo de
latencia entre su liberación y la primera consulta iba entre 10 y 18 años.
III. Antecedentes personales
En los hombres las edades fluctuaban, al momento de la primera atención,
entre 38 y 66 años y, en el momento en que fueron torturados, entre 22 y 55
años.
En las mujeres las edades iban entre 31 y 59 años en el momento de la
primera consulta y en el momento de su detención la mayor tenía 48 años y la
menor, una estudiante, sólo 18 años.
Sólo dos mujeres eran solteras y hasta ahora continúan solteras. Los demás
eran casados y tenían cónyuges e hijos. Siete eran militantes de partidos de
izquierda pero ninguno de ellos tenía un cargo político de relevancia. Los
demás eran solamente partidarios del gobierno del presidente S. Allende.
Salvo un hombre, un obrero, que fue detenido en su lugar de trabajo el mismo
día 11 de septiembre, los demás lo fueron en sus casas, frente a sus familiares.
Las casas fueron allanadas y los familiares amenazados de diferentes
maneras.
En 6 casos fueron militares quienes participaron en la detención. Dos mujeres
que vivían en el puerto de Valparaíso fueron detenidas por uniformados de las
fuerzas navales. Una de ellas, enfermera universitaria, estuvo dos meses
detenida en un barco y otra, la estudiante más joven, permaneció ocho meses
en un recinto militar. Un médico joven, funcionario de la fuerza aérea, fue
detenido por sus propios compañeros. Por último una mujer, auxiliar de
enfermería, fue detenida en 1974 por la policía política del régimen.
En forma muy especial destacamos que ninguna de estas 10 personas tenía
hasta el momento de su detención antecedentes médicos o psiquiátricos.
Todas ellas se describieron como personas normales sin trastornos de
carácter, bien integradas y con buenas relaciones familiares y sociales. Sus
familiares y conocidos nos confirmaron estos antecedentes. Habría que señalar
que solamente una mujer, años antes del golpe de Estado, había presentado
una depresión leve de carácter reactivo.
Las técnicas de tortura a las cuales fueron sometidos son las mismas que
clasificamos hace 20 años atrás y que publicamos en Francia en el libro titulado
«Tortura y Resistencia en Chile». Todos ellos sufrieron técnicas de tortura tanto
físicas como psicológicas.
Las 5 mujeres sufrieron además vejación sexual y en dos de ellas esta
situación culminó con la violación.
La amenaza de muerte fue una constante para todos, para ellos o para sus
familias y especialmente sus hijos. Cinco hombres fueron forzados a
permanecer vueltos contra un muro con sus brazos en alto o de pie frente a un
barranco, durante horas en espera de ser fusilados. En dos casos el
fusilamiento fue real para los que se encontraban junto a ellos. Ambos se
consideran hasta ahora «sobrevivientes».
Todos fueron testigos de la tortura de otros prisioneros. Una mujer presenció la
violación de su amiga. En una mujer se utilizó hipnosis y droga.
El tiempo vivido en la situación de tortura oscila entre un mínimo de 17 días y
un máximo de un año. Después de este período, un hombre y una mujer fueron
condenados a exilio interior, 4 fueron expulsados de Chile, y los demás
quedaron liberados.
IV. Trastornos relevantes en la primera consulta
Durante el tiempo transcurrido entre su experiencia de tortura y la fecha de la
consulta, ninguno de ellos recuperó su estado de salud previa. Todos
presentaron con mayor o menor intensidad, con mayor o menor frecuencia o
duración, trastornos de tipo depresivo-ansiosos, a los cuales se agregaron
manifestaciones psicosomáticas (en ocho de ellos), entre las cuales destacan
colon irritable y lupus eritematoso (en dos casos).
La reactivación sintomática que motivó la consulta obedeció a diversas
circunstancias: ver a personas que les recordaran a los torturadores, aparición
de fosas clandestinas, publicación del informe de la Comisión de Verdad y
Reconciliación y conflictos familiares.
En las primeras sesiones surgió en forma dramática lo vivido durante la tortura.
El lugar fue descrito hasta en sus más mínimos detalles: los muros, la
luminosidad, los ruidos, los gritos, los olores, frío o calor insoportable. Sin
embargo, aunque para nosotros era evidente la intensidad del dolor físico que
ellos debieron experimentar, este no apareció en sus relatos. Lo recurrente y
perseverante en el recuerdo fue la presencia inmanente de los interrogadores y
torturadores.
La figura del torturador (sus ojos, sus miradas, sus manos, sus voces, sus
gritos) ocupa en la representación mental de estos ex-prisioneros un espacio
inconmensurable, nítido y profundo. Es lo que no se ha olvidado. No han
olvidado tampoco el deseo que tenían de destruir, «la necesidad que tenían de
penetrar en lo más íntimo de nosotros mismos».
Si el personaje del torturador en el curso de las sesiones llegó a ocupar el
espacio clínico de la relación terapéutica, los sentimientos, vivencias y
comportamientos experimentados hace más de 10 años atrás brotaron abrupta
o lentamente con toda su riqueza desgarradora.
En cuanto al comportamiento que tuvieron, el mayor de los hombres y la menor
de las mujeres (una estudiante de 18 años) relatan que enfrentaron esta
situación, que no se callaron, que se mantuvieron íntegros, incluso que fueron
contestatarios. La rabia fue el sentimiento que predominó, sobretodo en el
hombre.
Todos los demás relataron el miedo y el terror que en ese momento los invadió.
Miedo y terror que se acompañaron de los síntomas y signos específicos de
stress agudo, «concepto que demuestra la insuficiencia de la nosología médica
o psiquiátrica para dar cuenta de estos trastornos».
En la mayor de las mujeres, algunos de cuyos torturadores eran conocidos de
ella, sufrió un compromiso de conciencia luego de la primera sesión de tortura.
No sabía donde estaba, confundió a un prisionero político con su hijo, le
hablaba e intentaba acariciarlo. Ella misma relatará después que estuvo
trastornada, «como una loca» durante días.
En sólo dos casos existió una denegación del miedo experimentado, el cual fue
advertido con sorpresa y dolor después de varias sesiones.
Ninguno de los diez había relatado esta experiencia ni aún a los más próximos.
Varios familiares nos describieron la impresión que tuvieron cuando los vieron
por primera vez: «Estaba como vacío, plano, silencioso, como replegado en sí
mismo, como un animal asustado, parecía que estuviera perseguido», son las
expresiones que utilizaron para describirlos. Los cambios que ellos percibieron
se referían especialmente a su modo de ser.
V. Algunas reflexiones
El análisis detallado de los contenidos que estas 10 personas nos fueron
entregando nos permite concluir que en todos se produjo un quiebre, o tal vez
una pérdida de «la representación cognitiva» que tenían de sí mismos. El
sentimiento de no ser más como eran antes del acto de tortura lo expresaron
de distintas maneras: el «nunca mas volví a ser el mismo» es una constante en
todos ellos.
Existe una pérdida de la identidad que les ha impedido continuar el proceso de
individuación y de desarrollo como personas.
En la pérdida de la esencia misma que tenían como personas destacaron
preferentemente trastornos referidos al área de la afectividad y la memoria y,
muy especialmente, los cambios ocurridos en su personalidad, a lo cual se
sumó una disocialización progresiva.
La trasmisión del recuerdo de la escena misma de la tortura, así como el
período de encarcelamiento que le sigue, aunque este último con menor
nitidez, nos lleva a señalar que estas escenas se mantienen en el registro
mnésico en forma muy vivida. Los recuerdos visuales, auditivos, táctiles,
olfativos así como la evocación del torturador y su comportamiento están
grabados en forma indeleble.
En todos los casos los mecanismos de retención de la memoria parecen haber
predominado sobre el olvido. Los mecanismos de este último parecen no haber
funcionado. El desvanecimiento de la huella, con el paso del tiempo, tampoco
existe.
Al parecer, la hipótesis de Freud de «que algunas experiencias se olvidan
porque son de contenidos amenazadores y evocadores de ansiedad», no se da
en estos casos. Lo que sucede en ellos es que esta experiencia y los
sentimientos unidos a ella se ocultan, o más raramente, se deniegan.
Frente a esta especie de hipermnesis encapsulada luego de producido el
traumatismo, la memoria anterógrada al episodio se deteriora.
El análisis de las conductas y comportamientos que han tenido durante todos
estos años nos permite afirmar que fue a nivel de personalidad o de su «modo
de ser», donde se produjo el mayor cambio, predominando básicamente la
constitución progresiva de un núcleo de desconfianza. Todos se volvieron
inseguros, autorreferentes, intolerables a las críticas.
Frecuentemente se sentían atacados o juzgados por los demás, incapaces de
establecer relaciones interpersonales normales.
Los que sufrieron el exilio, especialmente el interior, tenían el sentimiento de
vivir en una gran cárcel.
Podemos concluir entonces que la agresión externa, específicamente los
Crímenes de Lesa Humanidad, «provocados por el terrorismo de Estado»,
producen un doble mecanismo en la génesis de la desconfianza: quiebre de la
autoestima y dificultad de interacción con el otro. Es la intersubjetividad la que
ha quedado alterada.
Bibliografía
• Adorno, Th. «Consignas: la educación después de Auschwitz». Amorrortu
Editores, Buenos Aires, 1993 .
• Amati, S. «Algunas reflexiones sobre la tortura para introducir una dimensión
psicoanalítica». Mimeo, Ginebra, 1975.
• Amnesty International. «La Tortura, instrumento de poder, flagelo a combatir».
Ed. Le Seuil, París, 1984.
• Barudy, J.; Serrano, J.; Martens, J. «Los problemas psicológicos provocados
por la tortura en los refugiados políticos latinoamericanos». COLAT.
• Becker, D. «Trauma , duelo de identidad: una reflexión conceptual». Trauma
psicosocial y adolescentes latinoamericanos. Formas de acción grupal. ILAS.
Ediciones Chile América. Cesoc, 1994.
• Bergueret, J. «La violence et la vie psychologique». Payot, 1994.
• Bettelheim, B. «Le coeur conscient» Ed. R. Laffont, 1979.
• Bettelheim, B.; Karlin, D. «Hacia una nueva comprensión de la locura». Ed.
Crítica, Grijalbo, Barcelona 1981.
• Bleuler, E. «Afectividad, sugestibilidad, paranoia». España, 1963.
• Bonhoeffer, Bleuler, Willi M, Búhier J. «Síndromes psíquicos agudos en las
enfermedades somáticas».
• CODEPU - DITT, "Persona, Estado, Poder" Vol I. Noviembre, 1989.
• CODEPU - DITT «Seminario Internacional. Tortura: aspectos médicos,
psicológicos y sociales. Prevención y tratamiento». Chile, 1989.
• Clastres, P. «Archéologie de la violence libre». «Petite Bibliothéque Payot».
París, 1977.
• Comblin, J. «Le pouvoir militaire en Amérique Latine». "L' Idéologie de la
Securité Nationale. France, 1977.
• D.S.M. III «Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales». Ed.
Masson, 1983.
• Freud, S. «Neurosis, psicosis y perversión». PUF, París, 1973.
• Jacques, A. «L 'Interdit ou la torture en proces». Les Editions du Cerf, París,
1994.
• Maffesoli, M. «Essais sur la violence». Librairie des Méridiens. París, 1954.
• Michaud, I. «La Violence». Presses Universitaires de France, 1986.
• Moch, A. «Les stress de l' environnement». P.U.V. Saint-Denis, Université de
París VIII, 1989.
• Montealegre, H. «Chile. Recuerdos de la Guerra» En colección «Verdad y
Justicia»,. Vol.2. CODEPU, Chile.
• Puget J.; Kaes R. ;Vignar M. «Violencia de Estado y Psicoanálisis». Ed.
Dunod, Coll Inconscient et Culture, 1989.
• Reszczynski, K.; Rojas, P.; Barceló, P. «Torture et Resistance au Chili». Ed.
L' Haramattan, París, 1984.
• Rojas, P. «Horror y Olvido». Mimeo. Chile, 1994.
• Serrano, M. E. «Memoire, Consequences Médico-Psichologiques de la
Torture». París, junio de 1991.
• Vallejos, J., Ruiloba. «Introducción a la Psicopatología y la Psiquiatría».
Tercera Edición. Salvat Editores, Barcelona, 1991.
• Vignar, M. «Pedro y la Demolición». Mimeo.
Nota:
1
Dialéctica del silenciamiento y el silencio
Héctor Faúndez B., médico-psiquiatra
Alfredo Estrada, médico terapeuta-familiar
Primer Congreso Internacional de Salud Psicosocial,
Cultura y Democracia en A. Latina,
«Redescubriendo el Paraguay en el Contexto Latinoamericano»,
Asunción, 2 al 6 noviembre 1992.
El hombre es un animal que habla
Dyalal-ud-Din Rumi, Poeta sufi, 1207-1273
Dialéctica del silenciamiento y el silencio
Análisis de las dificultades estructurales para el establecimiento de una
verdad social
I. Introducción
Verdad y justicia es un lema que en el Chile de estos años nadie se atreve a
contradecir abiertamente; hacerlo sería el equivalente a reconocer, en público,
que se está por la mentira y la injusticia. Y nadie nunca dice que lo está.
Tenemos pues la situación de un reclamo y propuesta que puesto en el nivel
(abstracto) del discurso público, nadie contradice.
El contexto en el que realizamos este análisis es el de un proceso de transición
pactado con el poder militar, en el cual un gobierno civil impulsa tareas
democráticas condicionado, más allá de su posible voluntad política, por un
orden jurídico institucional impuesto por el régimen dictatorial que conserva una
presencia importante en el aparato burocrático administrativo del Estado y de
innegable peso en el aparato orgánico judicial, además del que poseen las
fuerzas armadas por el enorme ámbito autoconcedido a la justicia militar.
El ascenso del gobierno civil creó grandes expectativas en la población dado el
consenso acerca de la prioridad que este le daría al menos a dos áreas
extremadamente sensibles: el pago de la deuda social, y la situación de
violación de Derechos Humanos con la exigencia de verdad y justicia
Aunque lo realizado en este último campo ha sido importante, estamos lejos de
la resolución de todos los casos de presos políticos y mucho más lejos del
esclarecimiento de los hechos y eventualmente de la devolución de sus restos
a los familiares de los miles de prisioneros políticos desaparecidos y fusilados.
La demanda de verdad y justicia sigue aún insatisfecha, siendo levantada con
fuerza por las organizaciones de familiares de las víctimas y las organizaciones
de Derechos Humanos. Por otra parte, esta demanda va siendo mediatizada y
subordinada a los intereses coyunturales de las organizaciones sociales y de
los partidos políticos progresistas.
La transición pactada entre la oposición política y el régimen militar tiene como
elemento central y conflictivo la cuestión de los Derechos Humanos. Esta
aparece escindida entre la valoración que se entrega a la necesidad de verdad,
reconciliación y reparación a las víctimas y las limitaciones aceptadas para la
aplicación de justicia y sanción a los responsables.
Varias son las preguntas que nos planteamos ante esta realidad.
• ¿El desinterés y el silencio creciente en nuestra sociedad en tomo a estas
situaciones están determinados sólo por el temor a la amenaza de una nueva
ruptura violenta de la institucionalidad?
• ¿Ha sido exitoso el modelo neoliberal al conformar en estos 19 años una
actitud individualista pragmática en el chileno medio, con abandono de un
vínculo de solidaridad social básico que es lo que permite compartir una
doctrina como la de los Derechos Humanos?
• ¿Logró la violencia represiva dictatorial internalizar respuestas y conductas
defensivas en los individuos y en el conjunto de la sociedad prolongando su
dinámica en un período histórico que creemos distinto?
• ¿Existe contradicción entre la necesidad de verdad y justicia de los familiares
y víctimas de la represión y la necesidad social de «verdad», entendida como
involucramiento y la disposición colectiva para lograrla?
• ¿Podremos explicar el silenciamiento y el silencio acerca de los crímenes
cometidos bajo dictadura sólo en razón del miedo provocado y manipulado por
el poder represivo?
• ¿Existirán otros elementos en la estructura social que incidan en los procesos
del silenciar?
• ¿Cómo funcionan los elementos menos evidentes en el silenciar y qué
relación tienen con la moral y la ética?
II. Verdad jurídica y verdad social
Hacemos una distinción entre una verdad jurídica, una verdad social y la
verdad de la historia (o para la historia).
La verdad a que se alude en la consigna es el reconocimiento de algunos
hechos en su dimensión jurídica y social. Esto es, un conocimiento de los
hechos, necesario para la aplicación y soberanía del Derecho, es decir, para el
castigo de los criminales y para la rehabilitación social y moral de las víctimas.
La verdad jurídica de los hechos deviene, en general, de un proceso laborioso
que debe ajustarse a las formalidades que las leyes prescriben de manera
minuciosa. La verdad jurídica es un conocimiento formalizado según una
metodología rigurosa; es un constructo que es válido como verdad sólo en
cuanto se ajuste a los procedimientos del Derecho. No es materia de este
artículo desentrañar los mecanismos de elaboración de este tipo de verdad.
Basta con señalar que en Chile, hoy está fuertemente constreñido por las leyes
ad-hoc que el poder dictatorial instituyó para acallar o impedir el
establecimiento de esa verdad.
La verdad jurídica, y la verdad social en un momento, se funda no sólo en las
interacciones de poder actuales entre los portadores de las diferentes
versiones, sino también en la experiencia histórica. La verdad de los textos de
historia se presenta a sí misma con el ropaje de la objetividad de las ciencias.
Es cierto que la verdad de la historia, la que queda en los libros, tiene también
un procesamiento riguroso: son las técnicas de la historiografía y los métodos
de la ciencia histórica. No obstante, señalamos sólo dos comentarios críticos
acerca del carácter «científico» y «objetivo» de esta verdad, que la relativizan
en extremo:
a) Para la mayoría de los epistemólogos e historiadores de la ciencia moderna,
la historia junto a otras disciplinas (como la psicología), estaría aún en la
categoría de protociencia. (1)
b) Una visión directa de los hechos relatados por los historiadores nos permite
ver, de primera mano, cómo la versión histórica, generalmente de los
historiadores oficiales, cambia según cambie el signo o designio de los grupos
o personajes en el poder; si no, preguntemos: ¿quiénes entre nosotros
conocen la verdad histórica de las invasiones norteamericanas a países del
llamado tercer mundo, o la verdad de la historia de la Unión Soviética?
Aún considerando todo el formal rigor del establecimiento de la verdad jurídica,
hay un elemento que le es común con los otros dos tipos de verdad que aquí
distinguimos. El proceso investigativo que permite desentrañar la realidad de
los hechos y establecer la verdad jurídica se basa en pruebas documentales y
físicas y en el testimonio de las personas involucradas. La información está en
las personas. Todo dicho tiene un declarante (un hablante) y es obvio que la
verdad social y la verdad histórica están también fundadas en la información
detentada por las personas. (2)
Son los propios protagonistas de los hechos y los testigos directos las «fuentes
de primera mano» de los datos que construyen la verdad que se busca
establecer.
Partimos del supuesto de que «las fuentes de primera mano» se comportan de
cierto modo y con ciertas regularidades cuando están puestas ante la
alternativa de entregar su conocimiento (hablar), o de silenciarlo (callar).
Intentaremos a continuación discutir cuáles serán esas regularidades y de qué
modo actúan las personas en la dialéctica del hablar y del callar.
Frente al complejo cúmulo de variables y ya que el elemento o «factor»
invariante en el juego interactivo son las personas en todos los niveles
distinguibles creemos que en general, al enfrentar el problema opera la
tentación de una explicación global de carácter ontológico; esto es, que sea
cual fuere la naturaleza o funcionamiento de los procesos del callar o del
develar, lo que en el fondo sería este asunto, es algo que se funda en el ser del
ser humano, en su esencia o en la esencia de su naturaleza.
III. Verdad, sistema y poder
La intención de globalizar la visión de los problemas que nos planteamos y
adentrarnos en la búsqueda de explicaciones que conecten ámbitos diversos
del quehacer humano, nos demanda un soporte teórico-conceptual de amplio
rango. Pensamos que este soporte no es suficiente en el ámbito exclusivo de
ninguna disciplina aislada, ni en una metafísica del hombre que presente a éste
como una entelequia desfasada o abstraída de su inserción social e histórica
concreta.
Nuestra visión es dialéctico-estructural y se fundamenta, en gran medida, en
los aportes de autores que se adscriben al desarrollo de la teoría general de
sistemas.
En relación a una noción concreta de hombre, seguimos a Kosik: «...el
problema del hombre, de su libertad y concreción radica siempre en la relación
entre el hombre y el sistema. El hombre existe siempre dentro del sistema y
como parte integrante de él suele ser reducido a determinados aspectos
(funciones) o apariencias (unilaterales y cosificadas) de su existencia.
Pero al mismo tiempo, es siempre más que el sistema y como hombre, no
puede ser reducido a él. La existencia del hombre concreto se extiende en el
espacio comprendido entre su irreductibilidad al sistema o la posibilidad de
superarlo, y su inserción de hecho o su funcionamiento práctico en un sistema
(de circunstancias y relaciones históricas)».
Nos parece evidente que cualquiera sea la distinción que se haga de tipos o
niveles de verdad, su establecimiento como conocimiento social depende
siempre del poder social. En su más amplio sentido, se trata de una verdad
revelada, como la que subtiende a una religión o una verdad pretendidamente
«objetiva» como la de las ciencias modernas. (3)
Si todo hecho humano o explicación sobre los hechos de cualquier realidad
está sujeta a interpretación, ¿de qué depende que se imponga más una versión
que otra acerca de una misma realidad?
Del poder, obviamente.
Esto es, de cómo se presenta y cómo se difunde una determinada versión de
los hechos, independientemente de la potencia explicativa que tenga su
coherencia interna. En otras palabras, la interpretación de una realidad se
impone de acuerdo a la actividad de persuasión que el poder ejerza.
Incluso para las ciencias, el epistemólogo P. Feyerabend llega a afirmar que la
persuasión y la retórica son tan importantes para el desarrollo de éstas como la
lógica y la argumentación («Contra el Método», Ed. Ariel, Barcelona, 1974).
También estimamos que depende del poder el modo como una versión sobre la
realidad se las arregla para acallar, ocultar o tergiversar parte o la totalidad de
la verdad propuesta en otra versión. Algunas de las habilidades judiciales de
los litigantes consisten precisamente en esto. Es cierto que para muchos
jueces la verdad jurídica debe ser la mera realidad de los hechos, pero esto no
es en absoluto el principio que rige a defensores y acusados. A este respecto,
sabemos que la verdad social es manipulada y que la verdad histórica
generalmente la escriben los vencedores. En estos casos la situación extrema
llega hasta el aniquilamiento de «las fuentes de primera mano». Si no,
pregúntemenos quiénes han escrito, y cómo, la historia de las esclavitudes y de
los etnocidios en nuestra América. ¿Cuál es la versión del aniquilamiento de los
Yaganes de nuestra Patagonia? ¿Cuál es la versión de su verdad de los
actuales indígenas de la Amazonia?
En una mirada un poco más amplia, Europa está llena de ejemplos
contemporáneos de esta forma de establecer las verdades históricas. Y por
esta vía se hace imposible la consolidación de los aprendizajes sociales que
los momentos de terror vividos podrían haber dejado.
A este respecto, nos parece pertinente la reflexión del ex-presidente y escritor
checoeslovaco V. Havel («Taz» 27.7.1990): «Angustia ante la historia es entre
nosotros (se refiere a los europeos) no sólo angustia frente al futuro, sino
también angustia frente al pasado. Yo diría que estas dos angustias se
condicionan mutuamente: quien teme aquello que puede llegar a ser teme
también normalmente mirar a la cara aquello que ya ha sido, y quien tiene
miedo de mirar a la cara su propio pasado, debe también necesariamente
temer aquello que vendrá. Con demasiada frecuencia circula (...) la creencia, y
altanera esperanza, de que la aceptación del miedo sería la salvación de
nuestras mentiras; como si aquella aceptación fuese en absoluto una salvación.
Pero la mentira jamás nos puede salvar de la mentira... los falseadores de la
historia no salvan a la libertad sino que la amenazan...»
IV. ¿Qué es una verdad social?
Planteamos la pregunta de cómo se procesa el establecimiento de una verdad
social (la verdad de la historia cotidiana), respecto de las violaciones de los
Derechos Humanos.
El establecimiento de cualquier verdad es un develamiento (o desocultamiento)
y producción de un conocimiento. Por lo tanto, esta pregunta se formula más
específicamente así: ¿cómo funciona la comunicación de hechos humanos
contemporáneos y contingentes y su valorización?
Esto es, cómo funciona el conocimiento de los hechos, y cómo funciona la
asignación de valores a los hechos, cómo se identifican y califican éticamente
los hechos.
Afirmamos que la formación de un juicio de hecho (momento descriptivo del
hecho) y la formación de un juicio de valor, están siempre indisolublemente
unidos. (4) Por esto decimos que son dos momentos de un mismo proceso. No
es que se distinga y describa «objetivamente» primero el hecho y luego
secuencialmente se le asigne valor. No es así: el acto de distinción del hecho
ya está condicionado o determinado por el valor que el observador le confiere.
No existen discursos observacionales puros desprovistos de valoración, ni
existen metodologías puras que pongan en paréntesis total la observación y su
notación de alguna carga o sesgo valorativo. Estos valores pueden asumir la
forma de teorías o postulados teóricos (Th. Kuhn. «La tensión esencial». F.C.E.
México, 1987).
V. ¿Quién conoce qué en esta interrogante?
La interrogante nos presenta una relación comunicacional.
Tenemos un sujeto singular-plural abstracto propuesto, la sociedad, por un
lado, y hechos humanos históricos, por otro. Intentaremos analizar esta
relación caracterizando en lo esencial cada uno de sus polos componentes y
analizando la relación misma entre ellos.
Recordamos para esto el postulado de Bateson (5) tomado de la pregunta doble
de Me Culloch: ¿qué es un número para que el hombre pueda conocerlo y qué
es un hombre para que pueda conocer un número? El mismo Bateson propone
cambiar la noción abstracta - convencional de número por un arquetipo
tradicional universal, a saber, crimen.
La verdad sobre cuyo establecimiento hablamos es el conocimiento acerca de
un tipo particular de acto humano denominado crimen y más específicamente,
en el discurso jurídico, crimen de Derechos Humanos.
El postulado de Bateson de la doble pregunta quedaría entonces así: ¿Qué es
un crimen de Derechos Humanos para que la sociedad pueda conocerlo, y qué
es una sociedad para que pueda conocer un crimen de Derechos Humanos?
Nótese que ambos términos de la relación, así doblemente planteada, son
abstracciones (sociedad y crimen de Derechos Humanos), por lo que en rigor la
pregunta está falsamente planteada: una abstracción no puede conocer a otra.
Las abstracciones no toman nota ni informan de nada. Más precisamente,
debemos preguntar entonces: ¿qué son los sujetos cognocentes de un
determinado grupo social para que puedan conocer un determinado tipo de
crimen sobre el cual sólo pueden informar otros sujetos de conocimiento del
mismo grupo social?; y, ¿qué es un crimen de Derechos Humanos para que
pueda ser conocido por los sujetos congnocentes de un determinado grupo
social?
Y luego, finalmente, ya que hablamos de «verdad social» ¿cómo y por qué este
conocimiento se difunde y es aceptado por el conjunto social como una
verdad?
Vemos así que la primera interrogante (¿qué es una verdad social?) se nos ha
transformado en varias interrogantes, la última de las cuales y más definitoria
sería ¿cómo se procesa el conocimiento de un determinado crimen en un
conjunto social para que éste se lo apropie homogéneamente como una
verdad? Veremos que en última instancia ni los discursos explicativos (es decir,
el de las ciencias por separado), ni el de las justificaciones (es decir, el de la
moral individual o de grupos) bastan. Y llegaremos inexorablemente al dominio
de la Ética, es decir, de los consensos de creencia articulados en un lenguaje
universal.
VI. Primer término de la relación: crimen de Derechos Humanos
En esta esfera de análisis los actos denominados crimen no necesitan una
definición jurídica; la noción funciona arquetípicamente o, dicho de otra
manera, está en el imaginario social, en las pautas culturales no escritas del
grupo social.
La cotidiana idea de crimen está en las normas de funcionamiento común de
las relaciones sociales, se procesa en las vías de la socialización (o
endoculturación) y se fija y atesora preferentemente de un modo explícito en
ciertas instituciones del grupo social: las leyes, la justicia las organizaciones
religiosas, educacionales, los órganos del poder político.
Primariamente podemos afirmar que crimen es aquel acto que definitivamente
un grupo social consigna como malo y lo rechaza y castiga (obviamente, no
todo acto malo es un crimen; pero todo crimen es un acto malo).
Crimen es todo acto humano expresamente inaceptado; explícitamente
prohibido, censurado y castigado por un determinado conjunto social. Puede
tener explicación y también justificaciones (como todo acto humano), pero no
es aceptable en ese grupo social. (6)
Cuando decimos que todo acto criminal puede tener explicación nos estamos
moviendo en el discurso científico; las ciencias tienen la pretensión de explicar
y sólo es científico aquel discurso que explica de determinado modo la realidad.
Pero, explicación no es justificación. Y justificación no es aceptación.
Creemos útil distinguir y señalar que todo acto humano, también los señalados
como criminales, poseen la dimensión de la justificación, puesto que sólo una
justificación hace que un determinado individuo pase de la posibilidad al acto.
La justificación es el momento inexorable que se le aparece al sujeto como esa
posibilidad posibilitante entre otras y, entonces, comete el acto. Otra dimensión
es que el grupo social acepte (como buena) esa justificación y aquí estamos
en el nivel ético y jurídico de los actos humanos: el dominio de la explícita
aceptación o prohibición de los actos.
Un crimen de Derechos Humanos no es cualquier crimen. Sus peculiaridades
esenciales son:
• Atenta contra la Dignidad Humana toda, contra toda Ética de la especie
humana (más allá de los consensos morales de las comunidades en particular)
puesto que atenta contra derechos inherentes, incondicionados y universales
de toda persona.
• Son cometidos por funcionarios o agentes de poder del Estado; es decir, los
crímenes se producen en una situación de abuso de un poder (el estatal) que
está justamente para velar y proteger al conjunto de la sociedad. Esta
característica confiere a los crímenes de Derechos Humanos una cualidad
especial de alevosía.
VII. Segundo término de la relación: la sociedad y los sujetos del conjunto
social
Creemos que lo que se llama sociedad o conjunto social se caracteriza
primordialmente por ser una sociedad de masas, mediatizada y mediatizadora
también de las interacciones humanas necesarias para la realización de este
tipo de verdad social, que procuraremos establecer.
Somos parte de sociedades mediatizadoras que cosifican y tienden a cosificar
todo y cualquier acto humano, haciendo de estos actos «realidades pseudo
concretas» «La pseudoconcreción es precisamente la existencia autónoma de
los productos humanos y la reducción del hombre al nivel de la práctica
utilitaria». (Kosik)
Sociedades en las que las pseudoconcreciones, revestidas de lenguaje
objetivo, científico o moral, alcanzan el carácter de mitos y fetiches, que
funcionan para la enorme mayoría de la gente como entidades omnipresentes y
aplastantes. Nociones como Destino Histórico, Seguridad Nacional, Desarrollo,
Bien Común, pueden ser entidades con muy diferente sentido y carácter según
sea la opción filosófica, ideológica o moral de los individuos; pero más
generalmente su aprehensión se mistifica bajo la orientación que le dan los
mitos y fetiches en que se han convertido en gran medida los llamados
«valores de la sociedad moderna»:
Progreso, Conocimiento Científico, Tecnología, Rendimiento, Mundo Libre,
Libertad Individual; lemas bajo los cuales las sociedades de masas y (más
correctamente, los seres humanos que las constituyen), viven aplastados,
obnubilados, corriendo por la sobrevivencia; manipulados y manipuladores, sin
poder desentrañar ni deshacerse de la maraña de artefactos, instalaciones y
maquinaciones de quienes detentan una mayor cuota del poder real, de
quienes han ido creando y reproduciendo este mundo mediatizador.
Contribuyen decisivamente a este mundo los «medios de comunicación de
masas» que en mayor o menor medida son un gigantesco artefacto de
manipulación manejado por el poder real. (7) Afirma Mattelart al respecto: «Lo
que ocultan estas expresiones de 'comunicación de masas' y 'cultura de masas'
es la función política que cumple ese modo particular de producción de
mercaderías. En este sentido y por esa ocultación se adhieren perfectamente al
proyecto deshistoriador que recubren. Esta cultura de masas como una
relación entre emisor y receptor, entre productor y consumidor, como cimiento
del consenso, es efectivamente la prolongación de un sistema concreto: el de
la democracia liberal». (8)
VIII. Poder, cosificación y manipulación
Por ser estos tres conceptos centrales en el operar de la producción de los
crímenes, tanto como en los procesos de desocultamiento y establecimiento de
una verdad social, queremos aclarar las connotaciones que le damos a los
términos de cosificación y manipulación.
Por manipulación no estamos consignando un fenómeno puramente negativo.
Pensamos más bien que esta noción designa un momento insoslayable de la
sustantiva ambigüedad en la que continuamente se mueve el ser humano,
producto del residuo irreductible de la indiferenciación primaria en la
personalidad adulta y que Bleger llama «núcleo ambiguo». (9) Compartimos el
análisis que Amati (1990) hace al respecto: «Esto nos hace ser
inconscientemente sensibles a los movimientos de la angustia existencial de
los unos y los otros en nuestro entorno directo y también en toda situación
social de cambio» y se trata de «una región psíquica inconsciente común a
todos donde se puede situar nuestra tendencia mimética que nos permite ser
masa y masificables, adaptables, manipulables y alienables. Todo esto somos
sin saberlo ni querer saberlo, porque nuestra personalidad más integrada
(adulta) no acepta como suyo propio el oportunismo fundamental y el
conformismo de base de esta región psíquica»; y más adelante, «ser
manipulado quiere decir, justamente, que se nos devuelve a nuestra
inseguridad, o bien que se nos ofrece una seguridad inquietante (como las
bombas nucleares), que se nos plantea un dilema, una falsa elección que no
podemos procesar, discriminar, o elaborar por nosotros mismos; una doble
ligadura o una paradoja insostenible que nos remite a la ambigüedad, una
condición regresiva en la cual aceptamos el mundo externo tal cual es. Es
decir, nos adaptamos siendo esta una posición normal y constante. Esta
regresión que es el vivir en la ambigüedad y aceptarla nos posibilita una
adaptación que si bien preserva la sobrevivencia, no resuelve el conflicto ético
que queda planteado, cual es, hacer como si aceptáramos el mundo
neutralmente o, lo que es aún peor, hacer como si ese mundo fuese un
ambiente familiar y bienhechor aunque no lo sea.
En suma, vivir aceptando en los hechos lo que el discurso más integral y
maduro sabe y declara como inaceptable.
Vemos que la idea de manipulación y, por ende, las de manipulable y
manipulador no tienen sólo un sentido negativo o de descalificación valórica.
IX. El problema de las trasposiciones valóricas
Siguiendo a Bleger hemos hecho una propuesta de explicación según una
teoría situada en el campo de la psicología y que conecta manipulación con
otras dos ideas que nos son comunes, a saber, ambigüedad y adaptación. Este
último concepto está cargado de determinismo biológico y se ha hecho
extensivo al campo de las interacciones sociales («adaptación social»), o como
una analogía, o como una generalización a partir de asociaciones laxas; o
como una simple metáfora. El riesgo de una trasposición metafórica que es en
sentido estricto lo que sucede con la gran mayoría de las analogías que no
cumplen los requisitos rigurosos de tal y con las llamadas generalizaciones es
que trasponen también el sentido valorice de una categoría o tipo lógico a
otro. (10)
El problema (o riesgo) para el tema que analizamos es que si la adaptación
(biológica - Darwiniana) es finalmente un determinismo radical, carece de
sentido la atribución de valor moral a los momentos del continuo proceso
adaptativo. Es como es; ajena o por encima de las adscripciones de bondad o
maldad. Y en tal caso, en el imaginario social, el signo valorice de lo que es
porque simplemente es, se hace idéntico a positivo o bueno. La adaptación es
éticamente buena. ¿Y es buena la adaptación social? ¿Dónde se pone el límite
entre «lo» biológico y «lo» social? ¿Existe una demarcación neta que permita
discernir en el plano conceptual que se trata de dos categorías o tipos lógicos
diferentes? ¿En qué reside la diferencia? ¿Por qué tenemos la sensación o, a
veces, la convicción de que no es lógicamente correcto ni éticamente aceptable
hacer trasposiciones valóricas de «lo» biológico a «lo» social aún cuando
nosotros mismos utilicemos a menudo metáforas bio-sociológicas?
En relación a nuestra exploración (¿qué es y cómo se procesa una verdad
social respecto de crímenes?), el error que queremos señalar es el de una
ingenua aplicación de la postura o teoría naturalista de los valores; teoría que
afirma estar basada en la ciencia, pero que nos parece estar basada en el
cientificismo, o sea, en la pretensión de que es posible (y epistemológicamente
correcto) dar base «objetiva» a los postulados de valor. Así, la tradicional
trilogía de lo Verdadero, lo Bueno y lo Bello, puede ser finalmente reducida a
«explicaciones» basadas en leyes científicas de los instintos, las pulsiones, la
vida gregaria (o de manada, o social) y otras afines. (11) ¿Dónde termina «lo»
biológico común a otras especies vivas sociales, desde las hormigas a los
ungulados, y comienza lo social humano propiamente tal?
En el lenguaje.
X. El lenguaje: dominio del ocultamiento o develamiento en cuanto
dominio social humano exclusivo
Es en el lenguaje en el cual podemos acordar en qué consiste y cómo se
caracteriza el propio límite y por supuesto cuáles son los significados y valores
del dominio social humano.
La afirmación metafísica de M. Heidegger lo dice muy plásticamente: «el
lenguaje es la casa del hombre".
Maturana y Várela lo explicitan desde la teoría sistémica: "la identidad de los
sistemas sociales humanos depende (por lo tanto), de la conservación de la
adaptación de los seres humanos no sólo como organismos, en un sentido
general, sino también como componentes de los dominios lingüísticos que
constituyen
...mientras que para el operar de un organismo lo central es el organismo y de
ello resulta la restricción de las propiedades de sus componentes (miembros) al
constituirlo, para el operar de un sistema social humano lo central es el dominio
lingüístico que generan sus componentes y la ampliación de las propiedades
de éstos, condición necesaria para la realización del lenguaje que es su
dominio de existencia». (12)
Importa resaltar la idea de «ampliación de las propiedades de los
componentes» (miembros) de la organización social humana, que encierra los
conceptos de creatividad y autonomía relativa de los seres humanos. A lo
mismo alude V. Bertalanffy al decir que lo expresamente humano no está en
siempre seguir las reglas, sino en quebrantarlas, refiriéndose tanto a las
«leyes» de las explicaciones del discurso científico, tanto como a las reglas de
los consensos conductuales en el dominio social, sea para mejorarlas o
simplemente trasgredirlas. Y lo mismo está afirmado en su sentido positivo en
la cita hecha más arriba de Kosik respecto del «hombre concreto» («la
existencia del hombre concreto se extiende entre su irreductibilidad al sistema
o la posibilidad de superarlo...»).
Entonces, la interrogante sobre qué es y cómo se procesa una verdad social
nos ha remitido a cómo funciona este dominio social exclusivo del ser humano
que es el lenguaje, y de cómo se explicaría en ese dominio el ocultamiento, el
silencio y el fingimiento.
En relación a nuestra interrogante, las dificultades inherentes al lenguaje
podríamos resumirlas así:
Hacemos como que sabemos lo que no sabemos y hacemos como que no
sabemos lo que sabemos (y que a veces sabemos que sabemos).
¿Cómo se puede explicar que el lenguaje implique estas paradojas?
Los conceptos de Von Foerster de «máquinas triviales» y «máquinas no
triviales» nos aclaran al respecto. Las llamadas máquinas no triviales son
sistemas totalmente determinados, pero que cambian su estado con la
experiencia (con los «inputs» de información) y operan siempre en el presente
como sistemas completos, por lo que nos resulta imposible (a los
observadores) predecir sus cambios de estado. Los seres humanos operamos
como máquinas no triviales de manera holística y en el presente; podemos
recordar el pasado pero no tenemos acceso directo a él. Por ello actuamos
siempre como una totalidad.
Debido a la dificultad que representa operar con algo impredecible, buscamos
trivializar lo complejo para poderlo predecir y explicar. Incluso trivializamos a
las personas, intentando obtener de ellas comportamientos predecibles y
seguros. Los seres humanos nos definimos como pasivos ante la percepción
de un mundo externo. Así, ocultamos con nuestra definición la forma en que
participamos en la configuración de nuestra experiencia sensorial (13), es decir,
en la forma en que coelaboramos los datos que llegan del ambiente social.
Desde otra perspectiva, en su analítica existencial del «ser-ahí» (Dasein),
Heidegger distingue en el lenguaje, el hablar genuino (Sprache) o verdadero,
que es el que nos informa correctamente de la verdad de los entes, del «se
dice» (Gerede, también traducido por «habladurías»). Heidegger es enfático en
señalar que éste «se dice» no es negativo, o por lo menos no es sólo negativo,
sino que nos posibilita el conocimiento y el entendimiento en la «cotidianeidad
de término medio». Si así no fuese, no sería posible ninguna interacción
cotidiana en el lenguaje, es decir, no habría posibilidad de constituir aquello
que es propiamente lo distintivo de «lo social» humano, el lenguaje y es en el
tejido de la comunicación cotidiana en el que se afianza (o se escurre) el
establecimiento de una verdad social. (14)
Sobre todo acerca de los hechos humanos (más que de otros elementos de la
realidad) predomina la recursividad en el lenguaje, es decir, el tipo de proceso
cuya característica es que sus resultados son objeto del mismo proceso que los
originó. Ahora bien, la recursividad produce a menudo paradojas y
comportamientos impredecibles, por lo que es común que vivamos
imperiosamente la necesidad de escapar de la impredictibilidad y la
reemplacemos por la causalidad lineal, la «objetividad» o la mera
trivialización. (15)
Ahora bien, nosotros observadores interesados y que tenemos una postura
frente a la cuestión de verdad y justicia, buscamos explicaciones a la pregunta
¿qué es una verdad social respecto de crímenes y cómo se procesa?
Nos parece evidente que los sujetos cognocentes potenciales de todo el
conjunto social (incluyéndonos también, aunque sea sólo en parte a nosotros
mismos), no pueden eludir el insoslayable operar de la trivialización de los
hechos llamados crímenes de Derechos Humanos y de sus consecuencias.
Pensar recursivamente el conjunto del problema nos puede llevar a paradojas
ininteligibles y aplastantes, a la «angustia frente a la historia» (Havel), al
«pánico epistemológico» (Bateson) y buscamos entonces explicaciones
causales que estén fuera de nosotros; procuramos un objeto de depósito (en la
terminología de Bleger), que puede tener muy distinto carácter y naturaleza y
cuya bondad es definida personalmente por cada individuo involucrado según
su legítima opción moral e ideológica.
Nos parece claro que la salida sana y progresiva, para cada uno y el conjunto,
es el funcionamiento de un consenso superior abstracto, cual es el Derecho,
tenga o no cada uno claridad acerca del carácter de su aceptación de ese
consenso superior e independiente de ese carácter (esto, por supuesto,
además de la congruencia en las conductas cotidianas de las relaciones
inmediatas).
Para algunos, la aceptación del Derecho se funda en la intelección y en una
experiencia participativa en la formulación del consenso ( es la participación
democrática); para otros, el apelo al Derecho del conjunto social es vivido
desde el acatamiento, cuando no del sometimiento. En muchas de las víctimas
directas, de los familiares y del entorno social solidario, existe una indefinición
respecto del carácter de esa aceptación y apelo.
Debemos precisar aquí, la grave dificultad que representa la coherencia del
fundar conductas basadas en una Ética Abstracta que pueda implicar, aunque
vagamente, un sometimiento.
Los momentos de la emoción y los afectos contienen y definen en acto y
simultáneamente los valores que practicamos; y viceversa, y siempre
simultáneamente. Es en el mundo cotidiano de las relaciones cara a cara en
donde más directa y profundamente se juegan las interacciones de moral y
sentido: es el espacio de la «aceptación mutua» (Maturana), en el cual las
declaraciones éticas realmente adquieren sentido. También lo tienen en el
espacio abstracto de la aceptación del Derecho, pero allí el sentido sólo es
directo para los inmediatamente involucrados; no lo es ni directa, ni
transparentemente para el conjunto social. Es decir, cuando llega a tener
sentido es siempre mediatizado.
La verdad jurídica develada en el Derecho, sólo adquiere sentido y se hace
conocimiento con justificación y aceptabilidad cuando la entidad abstracta del
poder judicial es aceptada en la figura de sus representantes vivos y en sus
actos.
La verdad jurídica funda y puede fundar parte o mucha parte de la verdad
social, sólo en cuanto aparezca a los receptores reales con carácter de
legitimidad obtenido en un consecuente actuar que ligue explicaciones,
justificaciones y aceptabilidad, superando el reiterativo abuso de trucos
técnicos procesales.
En Chile, bajo la dictadura, el poder judicial en su conjunto socavó muy
profundamente su legitimidad ante la sociedad. Apenas hay ahora indicios de
una recuperación parcial e inestable. Por ello, el apelo al Derecho opera más
bien como un acatamiento a un poder que no está en el dominio ético, sino que
es puramente un otro poder que no es la dictadura, y del que se espera que
sea capaz de imponer un valor superior de la justicia por encima del
condicionamiento legado por el régimen militar. Se somete, entonces, la gente
a este poder judicial sin mayor convicción de estar en un acto ético, sino en la
expectativa de que el propio acatamiento implicará el sometimiento, también,
de los victimarios.
Es un acatamiento, en una esperanza ambigua: débil terreno para que crezca
una verdad social firme, puesto que el sometimiento siempre es inestable ya
que es una tensión, no un acuerdo.
XI. Crimen contra la Humanidad y verdad social
El hecho de tratarse de crímenes que atentan contra la humanidad, agrega
algunos profundos escollos al establecimiento de una verdad social. La idea de
humanidad es entendida aquí no en su definición jurídica, sino como arquetipo,
que es como funciona en el común de la gente. Crimen contra la humanidad es
un sentimiento que oscura y profundamente conmociona la vivencia primaria de
identificación con la sociedad y con la especie humana.
Aquí el pensamiento nos lleva, en la recursividad, aunque no queramos verlo, a
la idea de que los crímenes y sus resultados son objeto del mismo fenómeno
que los originó, es decir, el funcionamiento de este nuestro conjunto social que
nosotros mismos constituimos y que vamos construyendo en nuestro peculiar
devenir de acoplamientos conductuales o, más todavía, a la idea de que es en
la naturaleza humana misma (la «raza humana») donde fatalmente reside la
maldad que origina nuestros infortunios.
El sentimiento, más que la idea, de un nosotros involucrado da origen a
actitudes morales de inculpación, explicación y perdón total: la idea de
reconciliación implica que si en mayor o menor medida todos somos culpables,
deberíamos asumir entonces la culpa que nos corresponde.
En esta actitud de perdón total también hay un escape de la recursividad
(epistemológico) y de la impotencia (de sentimientos) hacia alguna forma
arquetípica de lo sagrado, por ejemplo, un Pater que sí es omnipotente. Pero
evidentemente esta actitud, por loable que sea desde cierta perspectiva
religiosa, no genera verdad social, sino más bien la oculta, e incluso justifica el
ocultamiento.
Una mínima exploración de un coloquio social cualquiera acerca de las
violaciones de los Derechos Humanos, nos muestra que se repite la conocida
asignación de causa que «explica» los actos de los hechores, en razón
de estupidez, maldad o locura.
Durante los años de la dictadura en Chile se encontraba a menudo en las
conversaciones o en los medios de prensa expresiones de la tal teoría de la
locura como posible explicación de los actos criminales del dictador, de sus
agencias y de sus agentes y también de la sociedad en su conjunto. Lo que
más llama la atención es que en su deseo de explicar, los «comunicadores
sociales» también justificaban y sin darse cuenta hasta exculpaban,
coincidiendo en esto, aún a pesar de su opuesta intención, con los defensores
e ideólogos de la dictadura, para quienes el eufemismo de «excesos» implica
que los crímenes de la dictadura pudieron haber sido cometidos en razón de
estupidez o locura. Pero no de maldad; ni personal, ni de las instituciones (está
claro; otros son siempre los intrínsecamente perversos). De la maldad somos
responsables; de la tontería o la locura, no.
Siguiendo a Foucault (16) la alusión a la locura como explicación de hechos
sociales contiene en sí misma su cláusula de secreto, cual es que frente a la
locura, cualquiera sea su causa, verificada o no, los supuestos cuerdos tienen
miedo que al desentrañarla y entenderla se revelen «verdades elementales,
básicas»; y tal vez, y esto es lo temible, «verdades definitivas» acerca de
nosotros mismos, del ser humano, de la especie.
Las interrogantes sobre los crímenes que se quieren desocultar no pueden
poner entre paréntesis su simultánea (o previa) connotación de valor ni
tampoco escapar a la omnipresente pregunta causal del «¿por qué?» Entonces
la pregunta puede llegar a formularse silenciosamente (tal vez solamente en el
soliloquio) más o menos así: ¿seremos así de estúpidos, locos y perversos?
Pensamos que esta vaga y silenciada interrogante de cada uno está presente.
Y que es también por esto que acallamos preguntas que nos asaltan (para
cada uno en sí mismo y para los otros); hacemos como que no escuchamos;
cambiamos de tema o parloteamos, recurriendo entonces al ruido para
silenciar. (17)
XII. Ámbito privado y ámbito público en el establecimiento de una verdad
social
Hemos visto que la base de cualquier verdad jurídica, social o histórica es la
información que alguien entrega.
El conocimiento de los crímenes está en los protagonistas, en las víctimas y en
los victimarios. Pero, ni la disposición de las víctimas ni la rotunda credibilidad
de que disponen en el ámbito público basta para establecer la verdad social y
jurídica. En lo jurídico, por las artimañas inmorales con las que la dictadura
amarró al Estado y sus poderes; en lo social, por el conjunto de procesos del
sistema o dominio lingüístico que constituimos, que hemos bosquejado,
además de razones más coyunturales como temor o apatía.
Ahora bien, el núcleo duro de la verdad, lo esencialmente propio de tratarse de
crímenes de Derechos Humanos, difícilmente puede ser difundido y
compartido. Por una parte, por la propia natural tendencia humana a esquivar y
alejarse del dolor (lo hacemos hasta con los propios) y por otra parte, por la
naturaleza y característica de las experiencias del horror, a saber, por ejemplo,
de la tortura o de ser familiar directo de un desaparecido.
Siendo como es cada ser humano en su intimidad, irreductible a todo otro, la
vivencia total de victimación y dolor no podrá nunca ser totalmente compartida.
Menos aún cuando el conocimiento ( y la comunicación) es mediatizado. Por
esto resaltamos el espacio de las relaciones cara a cara como fundantes de
una cognición que amalgama afectos y valores al mismo tiempo, es decir,
como una práctica humana fundante de moral. Y por ende, piso sólido para la
participación en acuerdo en el consenso superior abstracto que es el Derecho.
Caso extremo del operar de este «principio de indecibilidad» (18) se constituye
en los familiares de detenidos-desaparecidos. Es la vivencia de lo indecible que
va construyendo los secretos compartidos; es el dolor inútil o sin sentido el que
se cierra sobre sí mismo convirtiéndose en cláusula de secreto. (19) Sólo en la
privacidad del acto terapéutico puede llegar a develarse. O en el coraje de las
víctimas al decirlo en el círculo de sus conversaciones cotidianas. También en
el acto del testimonio judicial, pero allí se formaliza, se burocratiza y se
mediatiza.
Sólo la sanción positiva y abierta de la justicia le da sentido social y lo saca al
ámbito público, en donde puede ser basamento de la única pedagogía social
sana para los Derechos Humanos: la de un Derecho sin Impunidad.
A este respecto bien vale la pena una reflexión acerca de los «medios de
comunicación», especialmente la televisión. En los años de la transición a la
democracia mucho han hecho de positivo la prensa radio y TV. en la difusión
masiva del develamiento de la verdad sólo que este lenguaje unidireccional no
es propiamente de comunicación sino de distribución de mensajes. El impulso
informativo toma cuerpo en un momento derivado de la recepción cual es el
coloquio cotidiano de la gente entre sí. La televisión en su mensaje con
imágenes, tiene (creemos) una capacidad movilizadora de afectos
incomparable, pero que a los fines de una «pedagogía social» puede adquirir
una doble faz: informa y conmociona interpelando tan directamente al
televidente que éste puede sentirse participando en un acto simbólico colectivo
(de desagravio a las víctimas por ejemplo) o haciendo como si hiciese una
catarsis con los testigos declarantes y las víctimas cuando en realidad está
sentado en un cuarto de su casa y pseudocomparte un dolor en su propia
soledad. La vivencia catártica puede ser sentida como tan real que desafecte al
sujeto y lo libere de la eventual mala conciencia de no ser solidario y
participativo.
Reiteramos pues nuestra convicción de que además del imperio de la justicia,
es en el ámbito de las relaciones cara a cara ( de trabajo de la comunidad), en
los espacios de convivencia social cotidiana donde se constituye el tejido real
que nutre una enseñanza para avanzar y no repetir los horrores.
XIII. Reflexión final
El cuadro que hemos tratado de bosquejar sobre los procesos y las dificultades
para el establecimiento de una verdad social y sus relaciones con la justicia y la
historia nos muestra una realidad bastante difícil de modificar.
Este cuadro no estaría completo sin volver la mirada al sistema de valores que
envuelve a todo el conjunto, y donde se encuentra la vía directa de superación
integral del problema.
Y aquí está el mayor déficit y el mayor equívoco para salir de la reiteración de
los males y sus entrampamientos.
Los sistemas sociales y los poderes que los mueven se han ido haciendo cada
día más colosales y complejos; los individuos se encuentran atrapados por las
fuerzas sociales impersonales, y por lo mismo frecuentemente inhumanas. Las
entidades abstractas no alcanzan a ser visualizadas como tales por la gente
común cuando ya nuevas entidades se superponen y se complejizan. Sólo los
poderosos manejan los hilos y abusan de sus fuerzas y se ocultan tras ellas.
Las exhortaciones morales dirigidas a los individuos resultan patentemente
ineficaces. Y los abusadores del poder recurren a fingimientos legales para que
sea el «Estado» o las «razones de Estado» la fuerzas que asesinan, torturan y
secuestran. Y a la hora de la aplicación de la justicia y del establecimiento de la
verdad son apenas los hechores directos también en su mayoría individuos
cosificados, los que deben responder a los atrasados códigos de
responsabilidad penal individual.
En el Chile de hoy ya no hay nadie que exija la justicia más ética de todas, que
es la de las responsabilidades morales y políticas de los autores conspicuos de
las atrocidades civiles y militares. Pero la gente simple sí lo sabe; y en este
saber siente la dicotomía de estar juzgando apenas lo materialmente visible, lo
no importante, no lo fundante de una moral superior.
Por todo esto nuestra convicción en la utopía que anuncian los Derechos
Humanos, en la necesidad urgente de pasar de las declaraciones al derecho
vinculante que obligue y haga responsable a los detentadores del poder estatal,
cualquiera sea su color, para evitar que los Estados y sus poseedores, el
moderno leviatan político, aniquilen al ser humano.
Notas:
1. Referimos al lector a la opinión de pensadores que divergen en muchos
otros asuntos, como K. Popper y P. Feyerabend.
2. Dejamos explícito (nuestro convencimiento) que los tres tipos o niveles de
verdad que aquí se distinguen, son distinciones formales. Para el caso de la
verdad jurídica, la formalización (y su procesamiento) coincide, por definición,
con la verdad jurídica misma. Los otros dos tipos de verdad no están regulados
en su producción total por normas explícitas del conjunto social.
Para el caso de la verdad histórica, las reglas explícitas son sólo de la
comunidad de los historiadores, los que como parte de instituciones sociales
están sujetos a su vez a las fuerzas y regulaciones que se derivan de las
interacciones del poder en el conjunto social.
Especialmente para el caso de la «verdad social», las regulaciones son
principalmente implícitas y con un número tan alto de variables intervinientes
que nos asalta la impresión de que puedan ser infinitas e imposibles de fijar y
articular para un análisis. De lo que no cabe duda, es que en el marco de las
distinciones de un modelo, los tres tipos de verdad se fundan la una a la otra,
que siempre trascienden los límites de las distinciones analíticas y se generan
o anulan la una a la otra.
3. Al respecto valga recordar sólo dos ejemplos de nuestro ámbito cultural: el
cristianismo y la física de la edad moderna. Cristo y sus primeros seguidores
fueron perseguidos durante siglos hasta asentar socialmente su verdad; Galileo
sufrió él mismo por años la férrea voluntad del poder imperante de no permitir
el cuestionamiento a su cosmovisión. Y hubo de transcurrir siglos para que los
frutos de esa verdad se universalizaran.
4. «En la asimilación práctico-espiritual del mundo (conocimiento), de la cual se
derivan originariamente todos los demás modos de asimilación (el teórico, al
artístico, etc.) la realidad es, pues, percibida como un todo indivisible de
entidad y significados, y está implícitamente comprendida en la unidad de
juicios de existencia (juicios de hecho) y de valor». Kosik, K., pág 42. op. cit.
5. Bateson, G. y Bateson, M.C. «El temor de los ángeles» Gedisa, Barcelona,
1989.
6. Respecto de la idea de justificación, «no es sólo que las acciones del
hombre tengan justificación, es que no pueden dejar de tenerla. Son acciones
intrínsecamente justificadas. La justificación podrá ser positiva o negativa; una
acción podrá ser loable o condenable, pero esto es una cuestión derivada. Lo
primario es esa dimensión dentro de la cual las acciones humanas tienen que
ser inexorablemente justificadas, su carácter de justificadas» (X. de Zubiri,
«Sobre el Hombre». Alianza edit. , Madrid, 1988).
7. Nos parece absolutamente pertinente en este punto citar la tajante crítica
que L. Von Bertalanffy hace de la «psicología manipuladora y de la ingeniería
conductista» al referirse al «hombre autómata» de nuestra época: «Se me da
un ardite en qué medida los profesores A, B ó C hayan modificado a Watson,
Hull y Freud o reemplazado sus tajantes asertos por circunloquios más
restringidos y alambicados. Pero sí me importa y mucho, que su espíritu siga
dominándolo todo en la sociedad y, lo que es más, que se juzgue necesario
para la supervivencia de la misma; esto es reducir al hombre al nivel inferior de
su naturaleza animal v manipularlo con miras a degradarlo a consumidor
autómata v estúpido, a un fantoche manejado por los hilillos de la fuerza
política, entonteciéndolo sistemáticamente con un perverso sistema de
enseñanza y más por medio de una complicada tecnología psicológica». Von
Bertalanffy, L. «Robots, hombres y mentes» Ed. Guadarrama, Madrid 1974,
pág. 32.
8. Mattelart, A y Mattelart, M. «Los medios de comunicación en tiempos de
crisis». Siglo Veintiuno Edil. México, 1984.
9. «Simbiosis y Ambigüedad». Paidós, Buenos Aires, 1972.
10. Recordemos al respecto lo que entendemos por metáfora. Según
Aristóteles (en «Poética»), «la metáfora consiste en dar a una cosa un nombre
que pertenece a otra cosa, produciéndose la transferencia (epiphora) del
género a la especie, o de la especie al género o de la especie a la especie, o
con base en la analogía»; de un modo mejorado y en el actual lenguaje
sistémico, según propone Gilbert Ryle la metáfora «expone los hechos como si
pertenecieran a un tipo o categoría lógica (o serie de tipos o categorías),
cuando en realidad pertenecen a otra». Es decir, las formulaciones metafóricas
que pretenden explicar una realidad nos dan dos ideas por una (ambas citas
tomadas de Turbayne, Cohu M., «El mito de la metáfora». F.C.E. México,
1982).
11. Las otras dos teorizaciones sobre los valores han sido tradicionalmente
muy atractivas y colocan un límite más notorio, aunque diferentes límites, entre
lo animal y ese algo más que particulariza lo social humano. Se trata de los
humanismos y las teorías ontológicas. Estas últimas, en cualquiera de sus
formas, se basan en el «descubrimiento» o proposición de una esencia
humana, que en última instancia es un concepto idealizado del hombre que
termina siendo una materialización de conceptos (Von Bertalanffy, quien pone
como ejemplo al platonismo), o un fetiche (K. Kosik, quien critica la idea del
homus economicus como espúrea ontologización de cierto marxismo vulgar v
de los detractores del marxismo). La teoría humanista tiene como riesgo
brindar una posibilidad de argumentación siempre a mano para la «realización
plena de todo ser humano», de la cual pueda hacer uso desde un tirano político
hasta cualquier pequeño psicópata criminal, en el caso que la sociedad no
consiga poner claros límites al poder disponible de estos realizadores de su
ideario y de sus potencialidades personales.
12. Maturana, H. y Várela, F. «El árbol del conocimiento». Ed. Universitaria,
Santiago, 1984. pág 132.
13. Rodríguez, D. y Arnold, M. «Sociedad y teoría de sistemas». Ed.
Universitaria. Santiago, 1991.
14. Las precisiones tomadas de V. Foerster y Heidegger hacen quizás más
clara la
sucinta afirmación de Maturana: «todo ser vivo conoce como vivir, mientras que
sólo un observador dotado de lenguaje puede dar explicaciones, en el lenguaje
acerca del mundo que genera al hablar de él».
15. Esta es una forma más explicativa de entender lo que antes señalábamos
como funcionamiento del «núcleo ambiguo», siguiendo a Bleger y Amati.
16. Foucault, M. "Wahnsinn und Geselischaft, Suhrkamp". Frankfurt am Main.
1977.
17. La gente, creemos, no es simplemente desinteresada. Además del pánico
epistemológico de aceptar que conoce que conoce y sus consecuencias, es el
propio ser humano el que en la producción libre y múltiple de símbolos y
valores se ha creado un arsenal de muletillas axiológicas que justamente por
populares funcionan en el cotidiano del tejido social: son las máximas o
proverbios. Para cada conciencia apremiada hay siempre la panacea de un
proverbio. Veamos algunos ejemplos:
«No hay mal que por bien no venga» (sin comentarios). «Quien nada hace,
nada teme» (el hacer puede ser hablar, preguntar, dar un testimonio, protestar).
«Al mal tiempo buena cara» (El incentivo al optimismo puede ser interpretado
como que el fingimiento es legítimo)
«Quien calla, otorga» (Luego, entonces, no se queje después; sea coherente y
siga callando).
«Más vale un pájaro en mano, que cien volando» (¡Viva el pragmatismo! No
pida toda la verdad: son cien pájaros volando; mejor aún no piense ninguna
realización de principios, son todos pájaros volando: las utopías). «En boca
cerrada no entran moscas» (sin comentarios), etc.
18. Laing, R., «La voz de la experiencia» Editorial Crítica, Barcelona, 1983.
19. Faúndez, H., Estrada, A., Balogi, S., y Hering, M. «Cuando el fantasma es
un Tótem». Santiago, 1992 (ver en este libro).
. «Recopilación de Instrumentos Internacionales», editado por Naciones
Unidas.
familiares de ejecutados políticos y detenidos desaparecidos
Patricia Barceló A., médico-psiquiatra
Myriam Cabezas B., psicóloga
Eric Moreau, psicólogo
IV Conferencia Internacional de Centros, I
Instituciones e Individuos que trabajan en asistencia a victimas de la violencia
organizada.
Organizada por la Sociedad Internacional para la salud y los derechos
humanos.
Manila, Filipinas, diciembre de 1994.
Acerca del trabajo con grupos de personas, familiares de ejecutados
políticos y detenidos desaparecidos
I. Introducción
Intentaremos dar cuenta de la primera experiencia de trabajo con grupos de
personas, familiares de ejecutados políticos y de detenidos desaparecidos, que
el Equipo de Salud Mental DITT ha efectuado entre 1990 y 1992 en la X Región
de Chile.
El trabajo se realiza con un grupo pequeño de familiares afectados por la
represión política en la X Región (alrededor de un 3%). Sin embargo, por la
riqueza de los contenidos que se lograron abordar y por el esfuerzo
permanente de reflexión metodológica y de elaboración de un soporte
terapéutico por parte del equipo, hemos considerado de interés compartir esta
experiencia de trabajo con otros.
La idea del trabajo con grupos de personas surge en la X Región de Chile por
razones de orden práctico, tendentes a optimizar los escasos recursos
médicos. Un proceso de investigación sobre Verdad y Justicia, iniciado en
1989, todavía bajo dictadura, nos permitió establecer los primeros vínculos con
los familiares y elaborar un libro que relata la magnitud y las características de
las violaciones de los derechos humanos ocurridas en la región. En el
transcurso de este proceso de investigación-acción y en los contactos ulteriores
con los familiares, pudimos acercamos a una primera aproximación diagnóstica
bio-psicosocial de las familias directamente afectadas.
El trabajo grupal se inicia en 1990, época en que los familiares viven un
momento particular ya que el país entraba en el período de transición
democrática.
Esto conlleva una puesta al día de la denuncia de los hechos represivos
ocurridos en la región, tendente a develar la verdad de lo allí acontecido: la
ejecución y/o desaparición forzada de más de 200 personas por obra de
agentes del Estado. El nuevo gobierno creaba la Comisión Nacional de Verdad
y Reconciliación para el esclarecimiento de los crímenes cometidos durante los
17 años de dictadura.
Los testimonios entregados a la Comisión por los familiares y/o testigos
directos de los crímenes cometidos; los testimonios sobre los hechos
represivos, sobre el perfil humano de las víctimas y sobre los responsables con
ocasión de la elaboración del libro «Chile. Recuerdos de la Guerra», provoca la
reactualización del recuerdo de hechos particularmente dolorosos, que reviste
para los familiares un carácter traumático, con la reaparición de las vivencias y
de los afectos ligados a ellas.
Es así como los sentimientos de rabia, de tristeza, de culpa, de impotencia,
invaden a los familiares en un contexto de marcada angustia.
Una vez publicado el informe oficial del Gobierno, los familiares experimentan
un cierto alivio, ya que se sienten menos estigmatizados socialmente. En
efecto, la sociedad chilena se enfrenta por primera vez con la verdad de la
violación sistemática del derecho a la vida, ocurrida bajo la dictadura.
Además, el Gobierno introduce la noción de reparación que toma cuerpo en
una ley que pone el énfasis en medidas de reparación material. Los familiares
reaccionan de manera intensa y contradictoria a estas medidas.
Frente al develamiento de la verdad surge naturalmente en los familiares el
deseo de justicia: que se sancione a los responsables de los crímenes
cometidos. En la medida que la justicia tarda, surgen a veces deseos de
venganza, teñidos de sentimientos de culpa, de sentimientos de impotencia,
que suelen colocar nuevamente a los familiares en una posición subjetiva de
indefensión, de marginación social.
II. Características de los grupos
La conformación de los grupos se hace a través de convocatorias abiertas en
reuniones de las Agrupaciones de Familiares de Ejecutados Políticos y
Detenidos Desaparecidos.
Invitamos a las personas a constituirse en un grupo de no más de 10 personas,
con el objeto de poder conocerse mejor, de intercambiar experiencias
personales, de apoyarse mutuamente, de aprender sobre la realidad social, de
resolver dudas, de vencer los temores, de salir del aislamiento.
Se constituyeron dos grupos bastante homogéneos respecto de la problemática
común: la violación del derecho a la vida y también en lo que dice relación con
aspectos socioculturales. Se trata de personas de origen campesino, de escaso
nivel de instrucción o analfabetos, de bajos ingresos o cesantes. Sin embargo,
había heterogeneidad respecto de las creencias religiosas y/o políticas,
respecto de las edades que fluctúan entre 19 y 81 años, de género, ya que los
grupos eran mixtos, aunque con predominio de mujeres.
El grupo de la ciudad de Valdivia se constituye con un número de 9 personas
funcionando en sesiones cada 15 días, con un total de 8 sesiones. Se trata
entonces de un grupo cerrado y con tiempo limitado.
El grupo de la ciudad de Osomo, en cambio, fue abierto y sin tiempo límite
preestablecido. Funcionó una vez al mes y asistieron en total 22 personas, las
que se distribuyeron, en ocasiones de mayor asistencia, en 2 grupos de no más
de 10 personas cada uno. Se hicieron 20 sesiones en total.
Estas características del grupo de la ciudad de Osomo derivaron en parte de
las características propias de la población (dispersión geográfica de los lugares
de residencia, lejanía de la ciudad) y también de la imposibilidad del equipo de
trabajar en un ritmo semanal o quincenal con varios grupos.
Cuadro 1.
Experiencias grupales con familiares de detenidos
desaparecidos y de ejecutados políticos: características de
los grupos.
Osorno Valdivia
Duración octubre 91-marzo julio a noviembre
1993 1991
Nº sesiones 20 8
Nº de integrantes 22 9
Nº promedio 7 8
participantes
Frecuencia de Mensual Quincenal
sesiones
Tipo de grupo Abierto, sin tiempo Cerrado, con tiempo
límite límite
Cuadro 2.
Experiencias grupales con familiares de detenidos
desaparecidos y de ejecutados políticos: distribución por
sexo, edad y parentesco
Osorno Valdivia
Sexo 17 mujeres 8 mujeres
5 hombres 1 hombre
Edad entre 15 y 20 años entre 35 y 81 años
Relación con el madre de DD 3 madre de EP 3
afectado esposa de DD 6 madre de DD 1
hijo de DD 3 padre de DD 1
hermano de DD 6 esposa de DD 2
sobrino de DD 2 hermano de DD 2
hermano de EP 1
III. Propósitos del trabajo
Nuestra intención era contribuir a que los familiares de detenidos
desaparecidos y de ejecutados políticos avanzaran en la elaboración de la
experiencia traumática en un contexto grupal que les sirviera de soporte
emocional y que facilitara su resocialización.
Nos propusimos, en primer lugar, propiciar la recuperación de la autoestima,
interviniendo en aspectos dependientes de la persona misma y de sus
relaciones cercanas, a través de :
Reforzamiento de roles (madre, esposa, hija, dueña de casa,
etc.).
Reforzamiento de vínculos interpersonales, sobre todo familiares.
Un segundo propósito era facilitar la socialización de vivencias y
sentimientos asociados a la experiencia represiva para contribuir
al acceso a nuevos procesos de reorganización emocional y
cognitiva por parte de los familiares, a nuevos procesos de
significación de lo vivido. Para el logro de este propósito tendimos
a:
Facilitar la expresión de las emociones: odio, rabia, miedo, pena,
dolor, etc.
Propiciar la expresión de sentimientos de vergüenza, de culpa, de
venganza, de incapacidad, de impotencia.
Abordar los efectos psicosociales de las medidas del gobierno:
Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación (CVR), publicación
del Informe de esta Comisión, Ley de Reparación sobre los
familiares concernidos, situación jurídica y leyes de amnistía.
Entregar más elementos de conocimiento sobre la situación
sociopolítica actual y pasada, abordando los significados del
golpe de Estado, de la represión política, de la impunidad, de las
medidas actuales de reparación, etc.
Como un tercer propósito aparecía la necesidad de estimular la recreación de
los lazos sociales y facilitar la integración de los familiares al medio
comunitario. Por un lado, reforzando los roles sociales y, por otro, proponiendo
la conformación de un grupo que jugara un rol de contenedor cálido de las
vivencias expresadas y de las intervenciones interpersonales. Este grupo es
propuesto, para los familiares que lo conforman, como un modelo de
interacción factible de reproducirse en otras situaciones, en otros contextos.
IV. Metodología
El grupo se desarrolla en un tiempo y espacio definidos con anticipación. Se
solicita a los participantes la puntualidad y la participación en todas las
sesiones, en la medida que la presencia de cada persona es necesaria y
fundamental para el desarrollo del grupo. Sin embargo, no excluimos personas
por inasistencia.
Adaptamos el horario a la posibilidad de acceso de las personas (horarios de
transporte interurbano, horarios de trabajo y/o responsabilidades en el hogar,
etc.).
El espacio físico fue suficientemente amplio, temperado, facilitando la
participación activa de las personas en un contexto agradable y cómodo. Se
trataba de salas de reunión del CODEPU o de otras instituciones.
La duración de las sesiones fue de 1 hora y media en promedio, llegando
algunas de ellas a durar 2 horas y media por el interés de los participantes en
informarse, intercambiar opiniones, expresar dudas y temores. Esto ocurrió, por
ejemplo, cuando se trató el tema de las medidas de reparación del gobierno.
En cada grupo participaban dos facilitadores. Uno de ellos era un profesional
psicólogo (terapeuta). Tuvo la responsabilidad de la conducción de la sesión,
en términos de orientar el desarrollo de la dinámica grupal, de solicitar la
participación, acoger las intervenciones, contener la carga emocional intensa,
facilitar el intercambio entre las personas, sintetizar los contenidos más
relevantes, sus posibles significados y devolverlos al grupo, rescatar
experiencias positivas, habilidades y destrezas individuales, concluir la sesión.
El segundo animador (coterapeuta), es un profesional asistente social,
antropólogo y/o educador, que tenía un mayor conocimiento de los familiares
por haber participado directamente en el proceso de investigación-acción que
precedió a la constitución de los grupos. Su rol fue secundar estrechamente al
terapeuta, reforzando sus intervenciones, facilitando el desarrollo de
actividades de dinámicas grupales previamente preparadas, acogiendo
intervenciones de las personas que no habían sido suficientemente
escuchadas o entregando contenidos informativos y/o educativos cuando
procedía.
Las sesiones de grupo fueron grabadas íntegramente y luego transcritas,
informándose de ello a los participantes, como un medio de trabajar los
contenidos vertidos, las expectativas formuladas y poder así preparar mejor las
próximas sesiones y evaluar el trabajo grupal.
Se usó en casi todas las sesiones, como elemento facilitador, una «dinámica»
que permitiera a las personas expresar verbalmente, haciendo una actividad
compartida. Estas dinámicas fueron rescatadas de las técnicas de educación
popular, siendo a veces adaptadas para los objetivos de cada sesión. Se
usaron también dinámicas que permitieran revelar procesos psicológicos más
reprimidos o anulados.
Se trabajó siempre en equipo, destacando cuatro momentos importantes:
1. Evaluación general de lo que fue el encuentro grupal anterior, con
participación activa de todos los miembros del equipo. Esta
evaluación compartida es restituida al grupo en la próxima sesión,
en sus aspectos más relevantes.
2. Delimitación del tema central que se trabajará en la próxima
sesión.
Esto lo hicimos teniendo presente, por un lado, las necesidades
que surgen desde los miembros del grupo: profundizar, aclarar,
expandir, problematizar los contenidos vertidos y, por otro lado,
nuestros objetivos como telón de fondo. También el tema central
puede ser un hecho de la realidad que concierne directamente a
los familiares, por ejemplo, la Ley de Reparación.
3. Preparación del material y elaboración de las «dinámicas» más
apropiadas (juego, cuento, etc.).
4. Recapitulación de lo que haremos. A menudo esto adquirió la
forma de una mini dramatización, que nos sirve para compartir
vivencias, explicitar dudas y también para descubrir y entender
mejor la naturaleza del trabajo, que a veces apareció reñido con
la ortodoxia aprendida en nuestra formación profesional.
Es así como el cronograma de los temas y contenidos abordados en cada
sesión es variable en función de cada grupo.
Sintetizaremos lo ocurrido con el grupo de Valdivia.
• Sesión Nº 1: Proponemos una dinámica de presentación individual y trabajar
en grupo «cómo hemos vivido todos estos años» (1973-1990).
Muy rápidamente, todos los participantes hacen el relato del hecho represivo
particular, vivenciando intensamente los afectos ligados a la situación
traumática.
• Sesión Nº 2: Proponemos una dinámica proyectiva relativa al familiar muerto,
con la idea de avanzar en la elaboración del duelo que aparecía congelado y/ o
inconcluso.
Las personas del grupo se inhiben, incapaces todavía de situarse en esa
relación imaginaria con su familiar.
• Sesión Nº 3: Proponemos una dinámica que nos permite conversar sobre la
Ley de Reparación: reconstitución de la palabra reparación, a partir de cada
letra, y que cada participante otorgue un significado a esta palabra desde su
propia realidad y desde acciones reparatorias por ellos realizadas.
Esta sesión permite acercarse a las medidas reparatorias del gobierno de una
manera menos contradictoria, menos culposa; de admitir esta Ley de
Reparación como un derecho. Sin embargo, los familiares manifiestan la
necesidad de castigar a los culpables del daño cometido, como la manera de
hacer realmente justicia. Ellos sienten que aceptando la reparación material se
hacen cómplices de la impunidad.
• Sesión Nº 4: Se propone una dinámica de conocimiento personal (dinámica
de mostrar algunos objetos personales que llevaban consigo).
Resulta muy interesante el intercambio entre las personas, todas participan. La
mayoría de las personas llevaban entre sus objetos personales algún recuerdo
de su familiar muerto. Se logra así intercambiar sobre esa persona, sobre otras
personas de la familia, sobre los roles de cada cual, sus intereses, sus
proyectos, etc. Se aborda tímidamente la problemática del duelo del familiar.
• Sesión Nº 5: Se propone abordar el tema de los Derechos Humanos,
ayudado por una dinámica de recortes en los cuales la persona debía
identificar un Derecho Humano.
Nos proponíamos acercamos a la identificación de los derechos humanos, más
allá del derecho a la vida, de poder nombrarlos y de hacerlos valer y respetar.
La participación fue desigual, pero al final se logró compartir respecto del tema
propuesto.
• Sesión Nº 6: Se propone trabajar en parejas, conversando sobre la historia
de vida y sobre la manera de ser de cada cual por algunos minutos, y luego, en
grupo, decir lo que cada uno piensa del otro.
Se produce un rico intercambio, con mucho sentido del humor y confianza. Se
abordan temas como el temor al ridículo, la vergüenza, la confianza en sí
mismo y en los otros, etc.
• Sesión Nº 7: Se propone una dinámica tendente a representar a su entorno:
grupo familiar, grupo de amigos.
Todos escogieron hablar de las personas con las cuales tienen vínculos
afectivos más importantes. La mayoría de los participantes representa vínculos
familiares más que de amistades.
Se aborda la problemática de la desconfianza, de la estigmatización social. Las
personas abordan nuevamente la problemática de la pérdida de su ser querido
en un proceso de duelo inconcluso, contrastándolo con otros duelos por muerte
natural en la familia.
• Sesión Nº 8: Proponemos una sesión de evaluación participativa, con ayuda
de una dinámica de tarjetas conteniendo una aseveración.
La participación de las personas fue muy buena. Sentimos que, tal vez, las
tarjetas estaban de más, ya que las personas verbalizaban sin problema,
intercambiando opiniones, reflexionando entre ellas y con nosotros.
Como parte de la metodología de evaluación del trabajo grupal, se usó el
análisis de contenido.
El objetivo del análisis del discurso consiste en poder evidenciar los temas más
relevantes que han sido objeto de preocupación para los familiares y poder
acercamos a la expresión del sufrimiento, ya sea como quejas, malestares o
síntomas, acercamos también a sus posibles causas y posibles formas de
abordaje terapéutico.
La unidad de lenguaje en que se basa este análisis es la idea, entendiendo que
nos importa el contenido de las representaciones más que la forma discursiva.
Los temas centrales que aparecen son:
1. No poder hablar. No poder expresarse, la imposibilidad de
formular frases expresando pensamientos, sentimientos, deseos,
etc.
2. El miedo. Miedo de ser ellos mismos amenazados o miedo de
sufrir el desamparo, la marginalidad social.
3. El cuerpo habla. En oposición al «yo no puedo hablar», esta
representación enuncia las diferentes quejas hipocondríacas, el
dolor somático, las enfermedades físicas y la larga serie de
síntomas psicosomáticos enunciados como múltiples pérdidas
corporales: pérdida de peso, de sabor, de apetito, de las ganas de
vivir, de placer sexual, alcanzando el paroxismo con la pérdida de
conciencia. Sobre este fondo de inhibición del lenguaje verbal y
afectivo, de sentimiento íntimo de miedo y de reacciones
corporales diversas, se desprende con una nitidez en general
aterradora, el recuerdo crudo, brutal, del evento represivo
desencadenando una violenta e intensa descarga afectiva.
4. La muerte.
a. Insistencia en la búsqueda de las pruebas de la muerte, en
conocer detalles relacionados con la ejecución o con la
desaparición forzada del familiar.
b. Negación de la muerte. Esta representación se opone a la
anterior y alterna con ella en cada familiar. No pueden
aceptar la realidad de la muerte expresando, por ejemplo,
la creencia que el detenido desaparecido podría en
cualquier momento sentarse a la mesa familiar.
c. Relación más íntima y subjetiva con el muerto: diálogo
imaginario, llevar consigo un objeto del familiar, imaginar lo
que pensaría el muerto de la situación actual.
d. Expresión de afectos, sentimientos y pasiones asociadas al
recuerdo del evento traumático: dolor moral, tristeza,
rabias, deseos de morir, deseos de matar a los
responsables.
5. La culpa. Numerosas son las expresiones de sentimientos de
culpa, sobre todo de las madres de detenidos desaparecidos y
ejecutados políticos que alternan, sin embargo, con sentimientos
de odio y venganza.
6. La reivindicación de justicia. La verdad y el castigo a los
responsables como condiciones necesarias para sentirse mejor,
para quedar en paz consigo mismo y con el familiar ejecutado o
detenido desaparecido.
V. Comentarios
Este trabajo formó parte de un objetivo más amplio, cual es la búsqueda de un
tratamiento integral para la persona, la familia, la comunidad.
En el logro de dicho objetivo, el trabajo grupal es un eslabón más donde el
acento estaría puesto en proponer un espacio facilitador para la verbalización,
el intercambio y la elaboración subjetiva de las experiencias traumáticas, un
espacio facilitador de los procesos de recuperación de la autoimagen y
autoestima, un espacio facilitador de la reconstrucción de la dimensión social
de las personas.
Pensamos que en la mayoría de estos aspectos, el grupo se constituyó como
un espacio terapéutico valioso para los familiares.
Pero, por la naturaleza misma de la traumatización extrema que vivieron estas
familias y que provocó una grave distorsión de los procesos psicológicos
involucrados en el trabajo habitual del duelo, creemos que resulta difícil para la
persona profundizar la elaboración de esta problemática, en una instancia
grupal.
La entrega de elementos educativos referidos a la realidad de la situación de la
violación de los derechos humanos, del curso de las medidas de reparación
promovidas por el Gobierno, de la situación jurídica y social, facilitó la
elaboración subjetiva y contribuyó a resignificar las vivencias traumáticas tanto
a nivel personal como grupal.
Por último, queremos señalar que consideramos el trabajo grupal como una
herramienta válida de intervención terapéutica en estos casos. Como no todos
los equipos que trabajan con esta problemática pueden contar con los recursos
necesarios, y en particular con la necesaria instancia de supervisión,
recomendamos abordar la problemática de Violación del Derecho a la Vida con
equipos multidisciplinarios, en que cada miembro haga aportes, desde su
campo teórico y desde su quehacer, a un trabajo común respetando al mismo
tiempo la especificidad de los roles.
Acompañamiento terapéutico en un contexto de impunidad
Katia Reszczynski P., médico-psiquiatra
Verónica Seeger B., psicóloga
IV Conferencia Internacional de Centros,
Instituciones e Individuos que trabajan en asistencia a victimas de la violencia
organizada.
Organizado por la Sociedad Internacional para la salud y los derechos
Humanos.
Manila, Filipinas, diciembre de 1994.
Acompañamiento terapéutico reparatorio, en un contexto de impunidad, a
familiares de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos
I. Introducción
En 1980, en plena dictadura militar en Chile, nació el Comité de Defensa de los
Derechos del Pueblo (CODEPU), que desde una visión humanista, enfocó la
violación de los derechos humanos de manera integral y multidisciplinaria.
Constituyó así equipos jurídicos, de salud mental y de educación, que
trabajaban colectivamente en la denuncia, asistencia, investigación y
promoción de los Derechos Humanos.
En 1987, cuando se vislumbraba el término de la dictadura y el advenimiento
de un gobierno cuya misión principal sería el tránsito a la democracia,
CODEPU planteó su preocupación respecto de que la impunidad persistiría.
Esta idea se sustentaba, en lo central, en que la nueva institucionalidad no
eliminaba totalmente el poder militar, mantenía el poder neoliberal de economía
de libre mercado y conservaba intacto el poder judicial, que había sido aliado
de la dictadura.
Por ello, CODEPU se propuso impulsar a nivel nacional, entre otros, un
programa de Verdad y Justicia, destinado a develar los mecanismos que el
fenómeno de la impunidad durante la dictadura había producido en las
personas, en las familias y en la sociedad toda.
En algunos lugares de Chile, y en relación a hechos especiales, se ha
investigado la magnitud de la violación del derecho a la vida y de la integridad
física y psicológica; el contexto histórico y sociopolítico en que se dio; sus
consecuencias individuales, familiares y sociales; el perfil psico-ideológico de
las víctimas, y la identificación de los responsables, con sus características,
organización y formas de operar.
II. Antecedentes de la Región y de las familias
En la VII Región de Chile, a la cual nos referiremos en este trabajo, la
investigación de Verdad y Justicia se inició en 1989 y culminó con una primera
publicación en 1991: «Labradores de la Esperanza».
En esa oportunidad constatamos el daño profundo secundario al trauma y a la
impunidad, así como el abandono en que se encontraban los familiares de las
víctimas ya que el Estado no asumió el proceso jurídico.
Decidimos entonces, como un imperativo moral, acompañar y ayudar en el
proceso de esclarecimiento de la verdad y obtención de justicia a los familiares
de los 107 casos de detenidos-desaparecidos y ejecutados políticos de la VII
Región.
Para ello, constituimos un equipo con un médico-psiquiatra, psicólogas,
abogadas, asistente social, educadores populares en derechos humanos y
responsable de documentación.
El objetivo principal era realizar un «acompañamiento terapéutico reparatorio»
de cada familia durante la intervención jurídica. Observamos y registramos los
cambios en las conductas, comportamientos, formas de vincularse, la
interrelación familiar y social, y sus sentimientos, reflexiones y estados
anímicos, teniendo como trasfondo el trauma y la impunidad.
De las 107 familias, hasta la fecha hemos trabajado con 58, dado que las
restantes no fueron localizadas o no aceptaron iniciar procesos ante los
tribunales de justicia.
La VII Región es eminentemente agrícola. Desde la colonización española la
propiedad se constituyó básicamente como latifundio. Durante la década de los
sesenta, la posesión de la tierra sufre importantes transformaciones derivadas
de la aplicación de la Reforma Agraria, la que fue abruptamente interrumpida
por el golpe militar de 1973. El modelo económico neoliberal reemplazó una
actividad agrícola abierta al mercado interno por otra predominantemente agro-
exportadora, lo que ha llevado a que la VII Región de Chile sea hoy la segunda
más pobre del país, pese a que es potencialmente rica.
Las familias con quienes trabajamos son parte del campesinado pobre de la
región, por lo que las consecuencias del trauma y la impunidad se insertan en
la situación histórica de extrema pobreza, marginalidad y dispersión geográfica
en que viven.
III. Objetivos y tareas del equipo
Como equipo, entonces decidimos:
1. Ir a sus casas, en el campo o pequeños poblados.
2. Compartir con toda la familia y acoger sus inquietudes y
aspiraciones.
3. Establecer lazos afectivos fortalecedores de confianza y
solidaridad.
4. Orientarlos sobre las vías posibles para resolver problemas de
vivienda, salud, educación, previsión social, etc.
5. Acompañarlos en todas las actividades ligadas a los procesos
jurídicos en curso y por iniciar.
6. Invitarlos a compartir jomadas multidisciplinarias de derechos
humanos con otros familiares.
7. Apoyarlos en la conformación de grupos locales de autogestión
productiva, en los cuales se da una contención afectiva recíproca.
8. Cuando se ha identificado el cuerpo de un familiar detenido-
desaparecido, acompañarlos en el reconocimiento y funeral, y
apoyarlos en su proceso de duelo.
Durante estas actividades, el equipo ha realizado las siguientes tareas:
1. Contención emocional del desborde que surge al abrir un duelo
crónico encapsulado.
2. Terapia individual y/o familiar, cuando se manifestaron trastornos
que la requerían.
3. Derivación médica a especialistas ante patologías somáticas no
tratadas.
4. Orientación social respecto a las diversas necesidades derivadas
de su precaria condición socio-económica.
5. Preparación jurídica individual y en grupos, para constituirse en
sujetos activos en el esclarecimiento de la verdad y en la
obtención de justicia.
6. Preparación psicológica para asistir a los Tribunales a presentar
querellas y enfrentar el careo con los responsables identificados.
7. Intentar que los familiares logren una comprensión más amplia
del daño provocado por la dictadura, logrando así que se sientan
parte, aunque la más brutalmente agredida, de una sociedad
dañada psicológica y moralmente.
8. Orientar hacia su reinserción en los espacios naturales de la
sociedad, a fin de romper con la marginalidad y estigmatización
de que son objeto.
IV. Observaciones y comentarios
Ahora bien, en esta ocasión solamente mostraremos el análisis fenomenológico
del acompañamiento terapéutico-reparatorio que nuestro equipo ha hecho a las
familias. Este trabajo constituye la base para el estudio de los mecanismos
intrapsíquicos a través de los cuales opera la impunidad, que será objeto de
una próxima publicación.
Hemos constatado que las familias presentan diferentes niveles de
estructuración en comparación a los existentes antes del golpe militar y del
suceso represivo que las afectó.
Esta reestructuración, mayoritariamente rígida, se ha dado en tomo a:
1. Rol que ocupaba el familiar detenido desaparecido o ejecutado político
en la estructura familiar.
En el caso de la muerte del padre, la esposa tuvo que hacerse cargo de la
mantención económica del hogar y dedicarse a la búsqueda de la verdad, no
pudiendo asumir su rol de madre normadora y contenedora.
Esto provocó que los hijos negaran inconscientemente sus carencias afectivas
generando mecanismos defensivos protectores, que asumieran tareas
supletorias en el hogar y también de apoyo y contención de la madre,
quedando así fuertemente parentalizados.
A esto se suma la lógica incomprensión de la situación que se vivía, el
aislamiento social y el permanente terror, especialmente de perder a la madre.
Cuando además la mujer fue hecha prisionera, los hijos vivieron la infancia
dispersos y carentes del afecto materno. A la orfandad se sumaron las
evidentes secuelas de tortura y encarcelamiento de su madre.
En los casos en que el detenido desaparecido o ejecutado político era muy
joven, para los padres la pérdida de un hijo ha sido dramáticamente irreparable,
repercutiendo significativamente en los hermanos sobrevivientes. Su
idealización coloca a estos entre dos alternativas: la imitación siempre
inalcanzable del hermano muerto o la lucha cotidiana contra el fantasma
idealizado, impidiendo así su propia individuación y el reconocimiento de sus
padres.
2. Ciclo vital y estructura familiar desarrollada hasta el momento
represivo y su evolución posterior.
La totalidad de las familias eran familias jóvenes, con hijos pequeños o
adolescentes. En algunos casos con abuelos integrados a ellas.
En su mayoría son familias campesinas clásicas, en que la estructura
jerárquica es rígida, los límites entre los subsistemas conyugal-parental y filial
son estrictos y claros.
Luego del hecho represivo la desestructuración fue intensa, dándose:
una nueva estructura aglutinada, con roles invertidos, límites
confusos y poca flexibilidad para incorporar los cambios de ciclo
evolutivo individual, acentuándose las posibilidades de crisis
globales,
o el fracaso de una nueva estructura eficaz, con un alto grado de
dispersión.
3. Ciclo vital individual y patología crónica.
Aquellos niños que perdieron a su padre o hermano y formaban parte de una
familia politizada, por lo general asumieron muy precozmente un compromiso
similar, antes de haber alcanzado un nivel de individuación que les permitiera
una opción libre del mandato familiar y social.
Por otra parte, hijos pequeños que se criaron junto a una madre que no
participaba políticamente y que no realizó su vida de pareja, por lo general
construyeron su vida dependiente de ella, limitando enormemente su
autonomía y desarrollo personal.
El alcoholismo, los trastornos hipocondríacos y psicosomáticos, entre otras,
son enfermedades frecuentes en que se imbrican todos los factores
relacionados con el trauma, las crisis y las formas de reestructuración familiar,
y el contexto social y económico patogénico.
4. El proceso de duelo.
Este proceso es patológico e inconcluso no sólo en los casos de desaparición
forzada sino también en los de ejecución política, en que a pesar de haber
encontrado y visto el cuerpo, las huellas de la tortura y la forma de la muerte
perduran en la imaginería macabra, por lo incomprensible del acto inhumano
de que fueron objeto.
La alteración del duelo es producto de:
la manipulación y tergiversación perversa de los hechos,
el ocultamiento de la verdad,
el aterrorizamiento permanente,
la falta de identificación y sanción de los responsables,
el aislamiento y rechazo social,
la no credibilidad de su propia verdad por el entorno.
Por otra parte, este duelo se cronifica al ser reactivado una y otra vez por
acontecimientos nacionales que dicen relación con la aparición de cementerios
clandestinos, exhumaciones de restos o por intentos de silenciamiento de la
verdad y de no aplicación de la justicia.
5. Participación en la búsqueda de verdad y justicia.
La búsqueda durante los primeros años se realizó solitariamente debido al
aislamiento geográfico y social, a la estigmatización en el vecindario, al acoso
represivo derivado de la presencia prepotente de los responsables que viven
en la misma localidad; además, los familiares debieron soportar las
humillaciones y tramitaciones de las instituciones estatales, policiales y
militares.
Todo ello generó desolación, cansancio, frustración, impotencia, miedo,
depresión, que finalmente llevaron a la desesperanza y a la interrupción de la
búsqueda, cargando culpa y vergüenza durante un largo período.
6. Reconocimiento y acompañamiento del entorno social más cercano.
En escasas ocasiones se dio este apoyo como expresión de solidaridad, a
pesar del terror y la guerra psicoideológica del régimen militar. Cuando se
produjo, tuvo efectos fortalecedores de la confianza en el ser humano que en la
mayoría de los familiares se había perdido.
7. Repercusiones del Informe de la Comisión Nacional de Verdad y
Reconciliación.
Especial relevancia han tenido, en el caso de Chile, las medidas de reparación
estatal, derivadas de las conclusiones hechas públicas por la Comisión
Nacional de Verdad y Reconciliación que investigó la violación del derecho a la
vida.
Esas medidas lograron, por una parte:
Redignificar al familiar del detenido desaparecido o ejecutado
político, al ser reconocido como víctima de la violencia
institucionalizada y sistemática del régimen militar.
La aceptación de la verdad que sostenían por años los familiares
y que era rechazada por la mayor parte de la sociedad.
La construcción de un Memorial que reparara moralmente en
parte el daño, y que será testimonio perenne de la violación de los
derechos humanos y una forma de tener presente la memoria
histórica para las generaciones actuales y futuras.
Una reparación material que, si bien es restringida y
discriminatoria, ayudó a paliar en parte la precaria situación socio-
económica familiar. Pero, por otra parte:
La verdad fue cercenada, al circunscribir los hechos sólo a una
verdad administrativa (ser víctima del terrorismo de Estado), pero
sin describir los hechos jurídicos ni identificar a los responsables,
a pesar de contar con esa información.
La aplicación de justicia se eludió porque se mantuvo la Ley de
Amnistía, se aplicó la prescripción a pesar de ser Crímenes de
Lesa Humanidad, y el Estado no se hizo parte de querellas por
secuestro y homicidio calificado, ni puso al alcance de los
familiares recursos profesionales que posibiliten a ellos
realizarlas.
Todo esto desencadenó complejas reacciones en los familiares: dolor,
impotencia y rabia, pero también culpa y vergüenza por sentirse ellos
certificando la impunidad al aceptar la reparación material. Sentimientos todos
que anulan la pequeña satisfacción lograda por el reconocimiento, por parte del
Estado, de que los detenidos-desaparecidos y ejecutados políticos fueron
víctimas de una política de exterminio aplicada por la dictadura militar chilena.
8. Repercusiones de las intervenciones jurídicas y legales.
Por último, como preveíamos y confirmaríamos en el camino, la intervención
jurídica inevitablemente provoca sentimientos ambivalentes y una
desestabilización psicológica individual y familiar, ya que:
a. hace revivenciar lo traumático, emergiendo sentimientos
fuertemente reprimidos, reactivando múltiples e inacabables
interpretaciones terroríficas de los hechos y reabriendo su duelo.
b. conflictúa los mecanismos intrafamiliares desarrollados y pone en
juego alianzas y vínculos, al haber desacuerdo sobre hacerse
parte o no de este doloroso proceso de esclarecimiento de la
verdad y obtención de justicia.
c. reactiva los mecanismos del miedo acumulado, y
d. expone a nuevas frustraciones, ante una esperanza con escasas
posibilidades de hacerse realidad.
A pesar de lo doloroso que para los familiares puede ser este proceso de
Verdad y Justicia, pensamos que es un paso necesario dentro de la
Reparación y que si se acompaña de un apoyo psicológico y social, contribuye
a hacerlo menos doloroso y más integral y humano.
V. Conclusiones
Hemos podido constatar que el acompañamiento terapéutico-reparatorio
durante la intervención jurídica a familiares de detenidos desaparecidos y
ejecutados políticos, hecho por un Equipo multidisciplinario como el descrito, a
pesar de lo irreversible de muchas secuelas, permitirá:
1) Al individuo:
a. al revivir el trauma y sus consecuencias dentro de un marco de
acercamiento a la verdad:
o apoderarse de los sentimientos legítimos de rabia, dolor,
odio e impotencia, y desprenderse de la culpa y la
vergüenza.
o deshacer la fantasmagoría macabra al conocer cómo
fueron los hechos,
o reconocer sus dificultades y conflictos como productos de
la exterioridad violenta y no como patología propia,
o desbloquear la afectividad y abrirse a nuevas formas de
relación humana,
o y permitirse disfrutar sin sentimientos de culpa.
b. al ser sujeto activo de obtención de justicia:
o ejercer sus derechos como ser social,
o poner término a la desesperanza sea cual sea el resultado
jurídico definitivo,
o reconocer el miedo y enfrentar con fuerza moral al
responsable,
o eliminar la culpa,
o y recobrar la confianza en sí mismo y los demás.
2) A la familia: intentar un cambio que, integrando el dolor y las
carencias, permita la individuación y el desarrollo personal, al
liberarse de aquellos modos perjudiciales de relación que
surgieron como formas defensivas y protectoras ante el trauma
vital.
3) En lo social: al evidenciar la verdad y la impunidad, establecer
nuevos tipos de relaciones sociales solidarias que no sólo reparen
el daño sino que permitan el desarrollo humano.
En resumen, este trabajo con familias víctimas de la violencia
institucionalizada nos ha mostrado que:
6. No sólo los familiares han sido duramente afectados sino
que toda la comunidad de la VII Región, al igual que toda
la sociedad chilena.
7. El daño psicológico y social provocado desde el poder del
Estado se asienta sobre el daño generado por la violencia
estructural histórica.
8. En la medida que el Estado no asume su responsabilidad
en la violación de los derechos humanos y su obligación de
prevenir, proteger y promover los mismos, los organismos
de derechos humanos se ven compelidos a asumir esta
tarea en desmedro de su rol de vigilancia, denuncia y
proposición de medidas jurídicas y educativas pertinentes.
Acerca del traumatismo y del duelo
en familiares de detenidos desaparecidos
c.
d. Patricia Barceló A., médico-psiquiatra
e. Presentado en la IV Conferencia Europea
sobre Stress Traumático, organizado por la Sociedad
Europea para el estudio del Stress Traumático,
París, mayo 1995.
f. I. Introducción
g. Numerosos autores han dado cuenta de las consecuencias
psicopatológicas provocadas por el desaparecimiento de
personas usado como técnica de represión política por las
dictaduras militares que se instalaron en América Latina durante
la década del 70.
h. Desde 1976 nos hemos interesado en el estudio de esta figura
represiva y de sus consecuencias sobre la salud mental de los
familiares que lo sufrieron. Hemos denominado este hecho
represivo una «traumatización extrema» para señalar que el
estado de shock traumático es el resultado de la acción
planificada por otros sujetos, y para destacar también la
intensidad del sufrimiento psicológico prolongado de los familiares
afectados.
i. Desde 1984 nuestro equipo de salud mental ha brindado
asistencia médica, psicológica y social a 189 personas familiares
de detenidos-desaparecidos. La mayoría de ellas vivieron la
experiencia traumática durante los dos primeros años de
dictadura militar.
j. Desde 1988 hemos iniciado una investigación relativa a los
hechos represivos ocurridos a fines de 1973 en localidades
campesinas de la décima y séptima regiones de Chile.
k. Desde el año 1990, en período de transición a la democracia,
aumentaron notablemente las consultas de familiares de
detenidos-desaparecidos, por diversos síntomas.
l. Nos vimos instados a continuar nuestra reflexión acerca del
cuestionamiento incesante de nuestros pacientes relativo a la
pérdida de sus hijos, de sus padres, de sus hermanos, y relativo
también a los intentos fallidos de iniciar o de concluir el proceso
de duelo.
m. Hemos estado sorprendidos por la intensidad de los afectos
ligados a la rememoración del hecho represivo lo que nos
confirma su naturaleza traumática.
n. Intentando entregar respuestas terapéuticas a grupos de
familiares directamente afectados por el desaparecimiento
forzado de personas en pueblos del Sur de Chile, hemos puesto
en práctica un modelo de intervención psico social de grupo con
la intención de proponer a estos familiares un encuadre que les
permita soportar y contener los procesos psicológicos de
elaboración de la experiencia traumática.
o. Hemos trabajado en contacto directo con los familiares que nos
han aportado su valioso testimonio reviviendo el hecho
traumático/ con su correlato de dolor y angustia.
p. Los familiares dieron también su testimonio a la Comisión de
Verdad y Reconciliación designada por el gobierno de P. Aylwin
en 1990.
q. Los familiares se encuentran con una «verdad oficial» a veces no
compartida por ellos, pero que sin embargo los acerca a la
posibilidad de alcanzar certidumbres respecto de la muerte de sus
parientes.
r. Los familiares son beneficiarios de las medidas de reparación
contenidas en la Ley de Reparación. Es sorprendente que a pesar
del deterioro de sus condiciones socioeconómicas, los familiares
reaccionen frente a estas medidas de manera contradictoria y que
en ningún caso estas hayan significado un alivio, una mejoría de
su estado psíquico.
s. Actualmente algunos familiares se encuentran participando
activamente con un equipo del Instituto Médico Legal en el
reconocimiento de restos encontrados en un patio del Cementerio
General de Santiago. Los familiares reciben informaciones
precisas que dicen relación con peritajes médico-legales, relativos
a determinar las circunstancias y las causas probables de muerte.
t. Al momento de decidir un acompañamiento psicoterapéutico es
necesario tomar en cuenta la realidad vivida con el significado
particular que ella tiene para cada sujeto.
u. Nosotros pensamos que, en general, es necesario que los
familiares accedan a la elaboración psíquica de la experiencia
traumática vivida para poder aliviar los síntomas de angustia, los
síntomas hipocondríacos y psicosomáticos, las alteraciones de la
conciencia, etc. Por así decirlo, será en un segundo tiempo o en
un telón de fondo que se podrá abordar la problemática del duelo.
v. En lo que respecta a la elaboración de la pérdida, se trata de un
tipo muy particular de duelo ya que la prueba de la realidad de la
muerte está ausente.
w. Los hechos «indirectos» que aproximan los familiares a la
realidad de la muerte no son suficientes y más aun suscitan a
menudo procesos psicológicos defensivos y/o regresivos que se
traducen en la aparición de verdaderos estados de shock post-
traumático o en la aparición de mecanismos de negación.
x. II. El traumatismo
y. Los familiares que han perdido un ser querido viven un estado de
conmoción psíquica. Cada persona reacciona, sin embargo, de
manera particular con un cortejo de síntomas.
z. Nos interesa en este trabajo poner el acento sobre dos tipos de
síntomas que nunca han estado ausentes del relato de la
experiencia represiva de los familiares de detenidos-
desaparecidos: la angustia y la desestructuración de la
conciencia.
aa. En lo que se refiere a la angustia, es de aparición inmediata y de
gran intensidad dando cuenta del sentimiento de impotencia, de
incapacidad para modificar la situación de violencia vivida. Por
otro lado, esta agresión súbita, inesperada para los familiares,
conlleva los signos de un peligro para ellos mismos y para los
desaparecidos (peligros de represalias, de torturas, de muerte).
Esto aumenta la intensidad de la angustia.
bb. Los familiares no conocen el destino del desaparecido pero
numerosos hechos directos o indirectos les hacen creer que se
encuentran en manos de los agentes del aparato represivo.
cc. Hemos encontrado, muy frecuentemente asociada a la angustia,
la desestructuración de la conciencia en diversos grados, desde
la perplejidad a la pérdida de conciencia como un intento de
detener o disminuir la percepción del daño y de aliviar así el
sufrimiento.
dd. • «Cuando los agentes sacaron a mi esposo de la casa
encañonado, yo estaba como paralizada, tenía ganas de gritar, de
seguirlos, pero mi cuerpo no respondía...».
ee. • «Cuando otro detenido liberado me dijo que mi marido se
encontraba en una casa de tortura, se me apretó la garganta, se
me acalambró el estómago. Me imaginé lo peor. No sabía qué
decir, qué hacer, no podía encontrar mis ideas. Quería preguntar,
saber más, pero me quedé atónita».
ff. • "¿Sabe?, estaba como loca, me golpeaba el pecho, me tiraba el
pelo, yo lloraba no sabiendo que hacer. No podía creer que me
estuvieran arrancando una parte de mí misma, ¡Mi pobre hijo...!»
gg. • «Cuando detuvieron a mi hermano mi mamá se desmayó.
Desde entonces
ella siempre ha seguido enferma».
hh. Estos síntomas dan cuenta de la intensidad del suceso
traumático, de la dificultad que tienen los familiares de
representarse al desaparecido, del sufrimiento consecutivo a la
pérdida, del temor a las represalias y del miedo a la marginalidad
social.
ii. S. Freud, en el capítulo IV de «Más allá del principio del placer»,
desarrolla el concepto de un sistema de paraexcitación como un
medio de mantener a distancia la sobreexcitación externa que
podría resultar traumática en la medida que no es asimilable por
el psiquismo, lo que conlleva la movilización de los mecanismos
de defensa.
jj. Las familias, luego del shock traumático, muy pronto buscaron
noticias en relación al destino del desaparecido y en relación a la
responsabilidad de terceros en el secuestro. Esta búsqueda de
verdad y justicia aparece no sólo como un imperativo de orden
moral, sino como una necesidad para intentar restablecer un
orden en la profunda distorsión de la realidad percibida.
kk. «Qué está ocurriendo?, ¿dónde están?, ¿están muertos o vivos?,
¿han sido torturados?, ¿por qué?»
ll. Los familiares intentan darse una representación del detenido-
desaparecido para responder a la necesidad imperiosa de llenar
el vacío en la inscripción de la memoria, de paliar el olvido y la
anómia que acompañan a la desaparición forzada de personas.
mm. Nosotros sabemos que las autoridades militares chilenas
no han dado jamás respuestas relativas al destino de los
desaparecidos. Muy por el contrario, ellos han establecido un
silencio de «muerte», bajo amenazas de muerte, que ubica a los
familiares y a toda la sociedad frente a un hecho «no ocurrido» y
no susceptible de condena.
nn. Por otro lado, el poder dictatorial ha dado explicaciones
mentirosas respecto de los desaparecidos («muertos en
enfrentamientos», «terroristas peligrosos», etc.) para disfrazar
estos crímenes.
oo. Los familiares, en su búsqueda de verdad, recurren a ex-
prisioneros en requerimiento de noticias. Se acercan a las
agrupaciones de familiares y así van recibiendo el relato que las
personas liberadas hacen de la experiencia traumática de la
tortura, con sus escenarios dantescos, impensables e
innombrables.
pp. Las familias se encuentran nuevamente amenazadas por un
influjo de excitaciones psíquicas y esto se manifiesta a menudo
por un aumento de la angustia, la aparición de pesadillas
repetitivas donde el detenido desaparecido aparece representado
como «un muerto-vivo», sufriendo las penas del infierno.
qq. Es muy difícil para los familiares deshacerse de estas imágenes
mortíferas de torturas infligidas sobre el desaparecido, más aún,
los familiares las viven como torturándolos a ellos también.
rr. A menudo estos familiares tienen el sentimiento de que sus actos
para denunciar los hechos, y que los trámites realizados tienen un
sentido particular para el desaparecido con el que ellos se
comunican en un diálogo imaginario. Muchos de ellos realizan en
la intimidad ritos más o menos compulsivos que cumplen con el
deseo de proteger, de cuidar a la persona del desaparecido para
mantenerlo vivo.
ss. En este marco traumatizante, prolongado en el tiempo, es muy
difícil para los familiares acceder a la realidad de la muerte de sus
seres queridos. Más aún, ellos se rebelan fuertemente contra la
idea de la muerte.
tt. Esta rebelión aparece más comprensible en la medida que nada
en la realidad los aproxima desde la muerte, solamente un
discurso mentiroso del poder militar, del cual ellos no quieren
sentirse cómplices. Es así como para estas familias que no han
podido acceder a un rito fúnebre, en la ausencia de un cuerpo
que presentifique la muerte, la elaboración del proceso normal de
duelo se encuentra trabado, distorsionado y se hace casi
imposible.
uu. Una joven de 35 años se opone categóricamente a hacer los
trámites administrativos y judiciales respecto de la «muerte
presunta» de su marido para finiquitar un asunto de herencia, que
hubiera podido aliviarla económicamente.
vv. No me pidan hacerme responsable de su muerte!, nadie sabe si
tal vez él está vivo en alguna parte».
ww. ¡Por qué me piden a mí declararlo muerto, que vayan a
preguntárselo a los militares!»
xx. Nosotros como terapeutas nos preguntábamos si debíamos
acompañar a estas personas, en nombre del sentido de la
realidad, a admitir la muerte de sus seres queridos, en
circunstancias que nada en su percepción de la realidad externa
logra probárselo.
yy. Nos parece que para soportar esta situación extrema prolongada
en el tiempo, los familiares van desarrollando un reordenamiento
psicológico necesario. Las autoridades militares han negado
sistemáticamente la existencia de detenidos desaparecidos y no
han vacilado en declarar «locas» a las familias que se enfrentan a
ellos en búsqueda de verdad.
zz. Intentaremos dar cuenta de un mecanismo de defensa
inconsciente, profundamente distorsionador del funcionamiento
psíquico, presente con frecuencia en mayor o menor grado en los
familiares de detenidos-desaparecidos. Se trata del mecanismo
de defensa descrito por Freud como negación de la realidad (déni
de realité).
aaa. La ausencia del desaparecido, traumática para los
familiares, es decir, imposible de ser percibida por el psiquismo,
puede transformarse en una realidad perceptible solamente en la
medida que esta ausencia es puesta en relación con una
presencia posible.
bbb. Hemos constatado que los familiares intentan ligar esta
ausencia traumática, insoportable, a una presencia posible que
les permita una percepción más tolerable de la realidad, para
ellos profunda y violentamente distorsionada por el hecho
traumático.
ccc. Es esta representación de la presencia posible del
detenido-desaparecido como una ausencia-presencia, como un
muerto-vivo, la que mantiene la realidad perceptiva en el
psiquismo a pesar de la ausencia en la realidad.
ddd. Este mecanismo de defensa no es el único que
observamos en nuestros pacientes y no siempre es exitoso en su
objetivo de negar la realidad y, por ende, resolver el conflicto
psíquico. Sin embargo, es necesario para nosotros como
terapeutas, tener muy presente su existencia como consecuencia
del traumatismo, de lo insoportable de la ausencia, para que los
familiares accedan a la elaboración del hecho traumático.
eee. Resulta muy difícil para estas personas acceder a la
elaboración psíquica del duelo, de la pérdida, sin haber tomado
conciencia de lo traumático y del necesario reordenamiento
psicológico que han sufrido.
fff. Nos parece que es en este tipo de abordaje que se pueden
elaborar estrategias psicoterapéuticas que permitan un cambio
duradero para los familiares, que les permita reanudar con un
sentido vital, mejorar su desarrollo personal, favorecer su
integración social, legitimar y resituar el sentido de su lucha por la
verdad y por la justicia.
ggg. III. El duelo
hhh. Hablábamos de las dificultades de los familiares para
acceder a la elaboración del duelo
iii. En primer lugar, la ausencia de la prueba de realidad que
presentifique la muerte. Luego, esta suerte de rechazo de la
familia de reconocer la ausencia del detenido-desaparecido,
ausencia que es en sí misma una percepción traumatizante.
jjj. El trabajo de duelo que consiste en retirar la libido del objeto
perdido no puede realizarse normalmente en estos casos. Si
nosotros forzamos del lado de la muerte, despertaremos la
angustia desestructurante frente a la imposibilidad de percibir la
ausencia. Por el contrario, si nosotros nos inclinamos por el lado
de la vida, nos arriesgamos a que los familiares permanezcan en
un estado de complacencia narcisística y de dependencia
terapéutica, sin poder avanzar en el sentido de una resolución de
los síntomas y de lograr un cambio para un desarrollo personal
más pleno.
kkk. Frente a personas deprimidas o melancólicas es posible
intentar traer a la conciencia el significado de lo que ellas han
perdido desde la desaparición de su marido/de su padre, de su
hijo, etc. Este proceso alivia a los pacientes al permitirles una
nueva representación de la persona ausente, a partir de
recuerdos de sus atributos pero también de sus defectos, y
también los alivia por la resignificación de la naturaleza de su
relación con el «objeto» ausente.
lll. Nosotros podemos también influir positivamente sobre el
sentimiento de autoestima, permitiendo a las familias salir de su
aislamiento y mejorar sus relaciones interpersonales.
mmm. Podemos también aliviar a estos familiares del sentimiento
de culpabilidad, de los síntomas, de autoacusaciones, de
autorreproches que a menudo son dirigidos inconscientemente a
la persona ausente.
nnn. «¿Por qué se le habrá ocurrido meterse en política sin
pensar en nosotros?..., estaría vivo y mi hijo no se habría
enfermado».
ooo. Como profesionales médicos, psicólogos, psicoterapeutas,
debemos acompañar a los familiares en el proceso difícil de
elaboración del duelo. Sin embargo, no debemos perder de vista
la fuerza por la cual continúa actuando la vivencia traumatizante y
debemos tomar en consideración las transformaciones de la
personalidad que se han operado en los familiares para poder
hacer frente a esta situación insoportable.
ppp. En una experiencia reciente con grupos de familiares de
detenidos-desaparecidos nos encontramos frente a la expresión
de los afectos ligados al suceso traumático, desde la primera
sesión, 18 años después, en consecuencia que nuestro propósito
en esa primera sesión era un trabajo centrado en la identidad del
grupo a través de una dinámica enfocada sobre la realidad
cotidiana actual.
qqq. Surgen de nuevo la angustia, los fenómenos conversivos,
los llantos, las alteraciones de la conciencia, la inhibición de la
palabra con la misma intensidad que antaño.
rrr. El acompañamiento psicoterapéutico de los familiares de
detenidos-desaparecidos es tarea difícil y pensamos que nuestros
colegas que lo han intentado en otros países estarán de acuerdo
con nosotros. No sólo por la naturaleza particular de lo traumático
y del daño ocasionado por el reordenamiento psicológico, sino
porque al daño psicológico se asocian otros, de orden biológico,
social, moral, ético, etc, que debemos también considerar.
sss. Nos parece que en la elaboración del traumatismo como
consecuencia de las violaciones de los derechos humanos, de las
violaciones a la integridad psíquica y/o física de las personas,
nosotros debiéramos trabajar en equipo con otros profesionales
de la ciencias sociales, de la educación, de la justicia, y de otras
disciplinas para intentar ampliar el campo de las posibles
respuestas.
ttt. Hemos acompañado a las víctimas de la represión política paso a
paso en el proceso de profundizar en el conocimiento de ellos
mismos, del significado de sus síntomas. Hemos logrado
apoyarlos en la restauración de su propia imagen muy deteriorada
por la vivencia traumatizante, vivencia que por lo demás los lleva
a revivenciar antiguas experiencias dolorosas, traumáticas,
verdaderas heridas narcisísticas que nunca se borraron.
uuu. ¿Podremos nosotros algún día traer a la conciencia del
cuerpo social sus propias heridas provocadas por la denegación
de la justicia, por la impunidad?
Crímenes de lesa humanidad e impunidad.
La mirada medica psiquiátrica
Paz Rojas B., médico-neuropsiquiatra
Presentado al Consejo Mundial de Iglesias.
Ginebra, Suiza, Octubre de 1995.
I. Introducción
Las reflexiones que siguen nacen de una práctica concreta de atención integral,
médica, psicológica y social, a personas afectadas por la violencia política de la
dictadura militar en Chile (1973 -1990) y por la persistencia de la impunidad
tras seis años de Transición a la Democracia (1990 -1995), período en el cual
aquella alcanza su máxima expresión. (1)
De acuerdo al Diccionario de la Real Academia Española, impunidad
significa falta de castigo y amnistía, uno de los mecanismos más
frecuentemente utilizado para establecer la impunidad, significa amnesia,
término médico aplicado a la pérdida de memoria, al olvido.
La asociación de estos significados y las consecuencias que ellos provocan,
hacen de la impunidad un fenómeno histórico complejo, que apunta a una de
las vertientes más dramáticas del quehacer humano. En él se conjugan en
forma ambivalente la voluntad de conocer y juzgar con la necesidad de ocultar
y olvidar conductas criminales realizadas por los hombres.
Las ideas fundadoras de la polis y del estado que delimitaron desde sus
orígenes las relaciones entre las personas tenían por objeto ordenar y castigar.
Si el orden no era respetado se sancionaba.
Con el transcurso del tiempo la impunidad ha sido abordada por diversas
disciplinas. La filosofía y las artes ya hablaban de los crímenes, de la
necesidad del castigo, de la responsabilidad, poniendo en evidencia su enorme
significación en el plano de la subjetividad. El orden jurídico abordó
tempranamente estos problemas, pero al no hacer prevalecer sus principios, ha
profundizado el conflicto.
La conducta humana de esquivar lo concreto y ocultar la realidad, alcanza su
máxima expresión en América Latina años después de terminada la segunda
guerra mundial. En el contexto de la guerra fría que le siguió, se vive un cuadro
particularmente grave de violaciones de los Derechos Humanos, que se
prolonga en el desconocimiento de los derechos económicos, sociales y
culturales hasta la conculcación total de los derechos civiles y políticos:
Situaciones de persecución, allanamientos, amenazas
Tortura en lugares secretos o a campo descubierto
Encarcelamiento y prisión prolongada
Exilios masivos, extrañamientos y relegaciones
Crímenes políticos, ejecuciones sumarias, falsos enfrentamientos
Y uno de los crímenes más dramáticos: el secuestro y
desaparición, que sólo desde la década del 70 afectó en A. Latina
a más de 120 mil personas.
Junto a lo anterior. Consejos de Guerra, Tribunales Militares, Tribunales
Ordinarios carentes de independencia e imparcialidad. Leyes de Amnistía para
los responsables o de Punto Final para un olvido imposible.
Tras este período de dictaduras militares, que aún persiste en algunos países
latinoamericanos, se instalaron «Democracias en Período de Transición»,
todas las cuales se han caracterizado por otorgar finalmente impunidad a los
responsables.
Es en este contexto, meses después del golpe de Estado, iniciamos el trabajo
de atención a personas, familias y pequeñas comunidades rurales afectadas
por la violencia dictatorial.
Tras largos años de confusión frente a los cuerpos y las mentes torturadas,
frente a una agresión ejecutada en forma lúcida y consciente, y ante la
insuficiencia del concepto de salud y enfermedad, sin pautas terapéuticas para
abordar los trastornos, llegamos finalmente a concluir que el universo de
personas que atendíamos había sido afectados por dos tipos de agresiones
humanas: los Crímenes de Lesa Humanidad (o contra la Humanidad) y la
Impunidad.
En el curso de los años hemos llegado a constatar que este universo de
personas no presenta en su configuración sintomática ni sindromática
diferencias fenomenológicas significativas con otras personas que sufren
trastornos médicopsicológicos por otras causas.
Señalábamos eso sí que en ambos grupos de personas, aquellas que han
presentado trastornos secundarios a una violación de sus derechos humanos y
aquellas cuyos trastornos obedecen a otras causas, los antecedentes
biográficos, la estructura de la personalidad, así como sus creencias y valores,
en suma, su historia vital, incide igualmente en la configuración de sus
trastornos como en su curso y en su pronóstico.
La diferencia radical entre un grupo y otro está en primer lugar en las causas,
aquello que origina o desencadena el trastorno, lo que en términos médicos se
denomina etiología. En segundo lugar, en los psicodinamismos anormales que
esta etiología desencadena y que son los causantes de dichos trastornos.
Nos encontramos aquí con un nuevo camino para entender la enfermedad y,
por tanto, para acercamos a su abordaje y posible tratamiento. Y más aún, nos
encontramos ante una exigencia científica que busca hacer comprensible la
hipótesis que a través de este trabajo intentaremos fundamentar: con el tiempo,
la presencia de la Impunidad se transforma en un mecanismo de perturbación
intrapsícjuica e intersubjetiva capaz de producir trastornos mentales iguales o
más graves que la tortura, lo que obliga a tener frente a ella el más alto nivel de
exigencia humana.
II. Primer intento de clarificación
A grandes rasgos podemos hablar de dos formas de impunidad: la impunidad
para los autores de violaciones de los derechos humanos, y la impunidad que
se produce y se ha producido como un continuo histórico en América Latina, es
decir, para las graves y permanentes violaciones de los derechos económicos,
sociales y culturales de las personas y de los pueblos.
Nuestra práctica está referida principalmente a la primera forma de impunidad.
Sin dejar de considerar la incidencia que en la conformación de la persona (en
sus relaciones intrafamiliares, en su cultura, en la conformación de su particular
y único modo de ser, en el curso de su vida), ha tenido lo social, económico y
cultural.
La impunidad es una nueva agresión que se suma a los crímenes contra la
humanidad. Uniéndose a las consecuencias traumáticas de dolores,
sufrimientos, pérdidas, duelos y desamparos vividos, ella agrede los grandes
valores humanos, destruye creencias y principios y altera las normas y las
reglas que en el curso de la humanidad han ido construyendo los hombres.
III. Estructura de la impunidad
Comprender la impunidad como una totalidad organizada con sus diferentes
partes constituyentes, así como conocer las relaciones que desde ellas se
derivan, nos ayudará a comprender más fácilmente los trastornos
psicológicos que sus diversos componentes provocan en las personas, en las
familias y en la sociedad.
La impunidad es una decisión humana, un accionar, un comportamiento, una
práctica negadora frente a una realidad concreta: una violencia. Una agresión
humana que además de no haber sido develada en toda su magnitud, se
intenta dejar sin sanción.
En la base, en el origen de la impunidad, existe un crimen, que es lo primero
que se desea ocultar. En este crimen hay una o varias víctimas, así como uno
o varios responsables. Este crimen se comete en un lugar determinado, en un
espacio geográfico preciso, en un tiempo dado, en un día y en una fecha
determinada. Evocaciones de espacio y tiempo que para las personas
afectadas son tan pronto una certeza como una creación de la imaginación.
El crimen se realiza en un contexto histórico, social y político nacional e
internacional. Si el crimen de lesa humanidad se realizó bajo la figura jurídica
de «Terrorismo de Estado» la impunidad queda garantizada por el propio
Estado en este período, y es pues connatural, coadyuvante, facilitadora del
crimen.
En este caso, los autores son los mismos que ordenaron o cometieron los
crímenes.
Diferente, y tal vez por ello vivido en forma más dramática por las personas
afectadas, es la impunidad que persiste en períodos de democracia o de
transición a ella.
En este caso, la decisión humana ya no radica en un poder tiránico sino en uno
democrático, en el cual todos los estamentos del Estado participan en distintos
niveles y con diferentes grados de compromiso: la otorgan y la permiten. Es la
institucionalidad la comprometida en su persistencia.
Igualmente agresivo se vive el comportamiento de una sociedad civil, apática,
indiferente, dispuesta aparentemente al olvido; así como esperanzador es un
comportamiento solidario de compromiso y acogida.
Integran también la estructura de la impunidad, aunque dispuestos tal vez a un
nivel más periférico, los comportamientos de las instituciones regionales o
universales de derechos humanos. Lo que ellas hagan o no hagan, lo que ellas
declaren o silencien, lo que ellas rechacen o acepten frente a la existencia de
diversos mecanismos de impunidad (leyes de amnistía, de punto final, de
caducidad, de tribunales militares), tiene igualmente significado en los deseos y
esperanzas o frustraciones y desamparo de las personas y familias afectadas.
IV. Estructura del crimen
Quien dice crimen dice dos cosas: quien fue el agredido, asesinado o
desaparecido y quien fue el agresor o victimario. En esta palabra crimen se
produce una conjunción humana indisoluble.
Con la impunidad uno de los actores del crimen, el responsable, es un
desconocido en esta unión humana. Y a mayor profundidad podemos decir que
este vínculo humano se produce a través de una pasión humana: la violencia.
Violencia que a diferencia de otras pasiones es sólo destructiva.
Al encontrar en los cuerpos y en las mentes de las personas las señas dejadas
por la violencia de estos crímenes recordamos lo que Freud había escrito en
1915 en su artículo «Consideraciones de la actualidad sobre la guerra y la
muerte»: dos cosas han despertado nuestro asombro decepcionante: la escasa
moralidad exterior del Estado y la brutalidad en la conducta de los individuos.
Indudablemente frente a estos crímenes la pregunta inicial, llena de asombro,
fue: ¿a qué tipo de violencia nos enfrentábamos, quiénes la habían utilizado y
qué significado tenía, tanto para las personas que la habían sufrido como para
aquel que la había aplicado?
El problema a que nos enfrentábamos era tener que asumir que la violencia
circunscrita en los animales a la defensa y a la predación alimentaria y sexual,
se había desencadenado en el hombre por objetivos muy concretos y, por
supuesto, sin relación con estas necesidades.
«El término violencia proviene del latín clásico violentia, que es un sustantivo
correspondiente al verbo violo, que tiene su origen en eÍ griego vía, que
corresponde simplemente a la noción de fuerza vital. Más tarde violentia en
latín y violence en francés connotan la vida, el instinto de vida, de sobrevida».
Sin embargo, en este caso había adquirido el significado inverso de aquél
ligado a la vida, pues al revestirse de agresión y ocultamiento de destrucción y
de muerte, la violencia se había transformado en la negación de la vida. Aquí la
violencia es usada para establecer el poder político, mantenerlo y hacerlo
funcionar, pero por sobre todo, para someter a la población mediante la
destrucción directa o, indirectamente, mediante el miedo y el terror.
A la agresión que califica el conjunto de comportamientos que tratan de infligir
dolor, lesión o destrucción sobre el otro, se suma la planificación de la
violencia, la creación de aparatos represivos para aplicarla, la utilización de
técnicas específicas y la formación de hombres especializados en realizar el
crimen.
Si a esta violencia se agrega la impunidad, los trastornos producidos en la
interioridad de la persona que sufre el crimen, en las relaciones humanas y en
los comportamientos colectivos, alcanzan una dimensión difícil de comprender
y evaluar.
Con la impunidad el crimen v sus características se ignoran, sólo conocemos a
las víctimas y, en el caso de las personas desaparecidas, el crimen es tan
pronto una probabilidad cierta como incierta. Con la impunidad, el crimen y la
forma en que se realizó están en el anonimato, en el silencio de lo
desconocido.
V. Clasificación de los crímenes
La «indignación y estupor frente al crimen realizado por los nazis durante la
segunda guerra mundial llevó a la ineludible necesidad de adoptar medidas que
comprometieron a toda la humanidad y que tuvieran un carácter internacional
para poder así prevenirlo».
No nos corresponde como médicos entrar en este largo camino del derecho
internacional. Sin embargo, debido a que la totalidad de personas, familias y
comunidades con las cuales hemos trabajado corresponde a un universo de
personas afectadas por los así denominados Crímenes contra la Humanidad o
de Lesa Humanidad, quisiéramos hacer algunas aproximaciones a este tema a
fin de entender mejor las consecuencias y la imposibilidad de desligar el crimen
de sus responsables.
Una de las primeras tareas de la Asamblea General de las Naciones Unidas en
1946 fue definir y tipificar estos crímenes para «prevenir su repetición y castigar
a los actores de los crímenes contra la humanidad». Dos tipos de crímenes
fueron definidos y clasificados: los Crímenes de Guerra y los Crímenes de Lesa
Humanidad.
Se inicia entonces un proceso de elaboración de instrumentos oficiales que
condenan ambas formas de crímenes. De ellos resultan dos importantes
Convenciones y un Principio. La primera Convención se denomina
«Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio», v la
segunda, referida a la necesidad irrenunciable de que siempre, sin importar el
tiempo, los actos humanos criminales sean investigados y sancionados, se
titula «Sobre la Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de los
Crímenes de Lesa Humanidad». Y el Principio referido es el de «Cooperación
Internacional en la Identificación, Detención, Extradicción y Castigo a los
culpables de Crímenes de Guerra o Crímenes de Lesa Humanidad».
Si bien todo crimen tiene una hermenéutica propia, quisiéramos señalar
algunos elementos de significación psicológica de los Crímenes de Lesa
Humanidad.
La violencia vivida por las personas que hemos atendido es la violencia que
proviene del poder, específicamente desde el Estado. De acuerdo a nuestra
práctica médica nos permitiremos plantear que ella es el más de la violencia, la
cúspide de ella, pues la produce un sistema que ocupa la razón, es decir, la
función más elevada del hombre, para destruir en él, precisamente, el más, la
esencia que lo constituye como un ser único, insustituible.
En el caso de una guerra declarada entre dos Estados, entre uno o más
países, las personas poseen su libertad para decidir, para transformarse en
combatientes, e incluso pueden hacer esto por un ideal, por una causa, por una
necesidad.
Su situación es, por tanto, de igualdad frente al enemigo, por lo menos en lo
que se refiere a la voluntad de poder y si bien sus fuerzas pueden estar en
situación de inferioridad, es una elección, su elección.
Muy diferente es la situación de las personas que han vivido bajo Terrorismo de
Estado, situación en la cual el conflicto individual, a diferencia de las guerras
abiertas y declaradas, es de absoluta y total desigualdad humana.
Lo que da la especificidad a este crimen es que las personas afectadas, según
nos han dicho, se encuentran en una situación inédita, no elegida, nunca antes
vivida, cargada de violencia, agresión y simultáneamente de ocultamiento. Esta
situación no tiene experiencia previa, no se asocia a ningún recuerdo, no tiene
representación mental homologable.
Se constituye aquí una triada, el responsable, la víctima y la relación
establecida entre ellos, el vínculo humano. El perseguido, el torturado, el hecho
desaparecer, en suma, la víctima, está inerme, indefenso, las más de las veces
amarrado, con sus ojos vendados, desnudo y desprovisto de toda su
humanidad. En cambio, el victimario dispone de todas sus capacidades, de
todo su poder destructivo en un tiempo infinito que no tiene límites para
producir sufrimientos físicos y mentales que lleven a la desintegración de su
par, de su semejante transfigurado en su enemigo.
La violencia y la agresión es el intercambio humano que los une. Es una
intersubjetividad perversa la que se crea entre ellos.
Intentaremos ahora disociar esta relación para vislumbrar lo que la impunidad
oculta a nivel del crimen y para tratar de comprender este complejo acto
humano.
VI. Los responsables
A causa de la impunidad hemos conocido la figura del responsable sólo a
través de los sobrevivientes. Ellos nos han comunicado vivencias profundas,
traumáticas, que las más de las veces no pudieron ser expresadas a través de
palabras.
Del total de personas atendidas por nosotros, una cifra cercana a mil personas,
hombres y mujeres, vivieron la tortura. Ellos estuvieron frente a frente, en las
manos del torturador. La figura del responsable del crimen aparece también en
la imaginación y en la fantasía de los familiares de ejecutados políticos y de
detenidosdesaparecidos. Aproximadamente doscientos familiares conforman
este grupo.
Pero a pesar del recuerdo inminente, de la representación constante y la
presencia innegable del responsable en la sociedad, la pregunta de cómo los
seres humanos nos arreglamos para no saber, alcanza su máxima expresión
en el otorgamiento de la impunidad.
Numerosos trabajos, tanto nacionales como internacionales, algunos realizados
con una metodología rigurosa y basados en vastas bibliografías, sobre
formación militar, estrategias, técnicas de interrogatorio y tortura, formación
para vencer al enemigo... han logrado sistematizar los mecanismos
sociológicos, ideológicos, y políticos que se utilizan para transformar a una
persona en torturador o asesino.
Se enseña y se aprende a torturar.
En su célebre respuesta a Einstein, quien le preguntaba el por qué de las
guerras, Freud respondió: «porque el hombre es lo que es», advirtiendo sin
embargo, años después, que sin duda su respuesta « había sido estéril e
insatisfactoria». Encontrar esta respuesta es ahora para la psicología, la ética,
las ciencias humanas en general, el gran desafío.
Como dijimos, entender los mecanismos psicopatológicos de la impunidad y
conocer las graves consecuencias que produce, constituyó a lo largo de la
experiencia clínica, el núcleo central en la prevención de los trastornos
provocados por los crímenes. Dentro de esta prevención llegar a la
identificación del responsable se constituyó, además de factor terapéutico, en
un gran desafío ético estabilizador de intensas emociones.
Es por esto que desde la perspectiva médica-psicológica-ética la conducta
actual de comportarse «como si nada hubiese sucedido», como si las torturas,
los recintos secretos, los desaparecimientos no hubiesen existido, es
inaceptable.
Trabajando, pero además viviendo en un país bajo dictadura, muy rápidamente
asumimos que el responsable se encontraba en diferentes niveles, tanto en la
ejecución del crimen, como en su ocultamiento.
El problema es que en relación a la impunidad durante los períodos de
transición, los responsables aumentan por acción o por omisión y es en la
propia institucionalidad donde se les encuentra.
El responsable, por tanto, es aquel que programa, que oculta, que niega; aquel
que detiene y secuestra, tortura o dispara. Cava fosas, traslada cuerpos y hace
desaparecer. Cientos de personas cumplen estos roles. Sin embargo, la figura
del victimario permanece en lo desconocido y no existe, por tanto, como
persona concreta.
Tal vez nos sirva para este análisis empezar narrando la experiencia chilena.
De los cientos de hombres y mujeres que, según el Director de la Policía
Política de Pinochet, Manuel Contreras, alcanzaron a más de 50.000
funcionarios, dos agentes de los servicios secretos, de rango inferior, del
ejército v la fuerza aérea, han relatado sus macabras experiencias. Ninguno lo
hizo en forma pública. Uno habló desde el país donde se exilió y el otro
privadamente a una periodista, para luego, acosado, abandonar el país
subrepticiamente. Un tercer responsable que habló casi diez años después del
inicio de la dictadura fue asesinado por desconocidos. Todos los demás han
guardado silencio, no han reconocido nada, no han aportado, a pesar de los
increíbles ofrecimientos de mantenerlos en el anonimato y de protegerlos, ni el
más mínimo antecedente.
El responsable, por tanto, es un personaje inexistente, un miembro ausente.
Sin embargo, de sus crímenes se encuentran señales en el cuerpo y en la
mente de las personas agredidas o en los cementerios clandestinos, «pero
estas son escenas sin autores, sin movimiento, sin actitudes, sin complemento,
en suma, una escena sin responsable».
Pero ellos, los responsables, son personas reales, tienen nombre y apellido y
establecen relaciones interpersonales con otros miembros de la sociedad, con
sus familias. La impunidad permite que ellos estén entre nosotros.
La impunidad deja sin descubrir, sin conocer la parte principal de la bipolaridad
del acto de violación del derecho a la vida: la figura del autor del crimen. Así
ella se transforma obligadamente en una representación simbólica infinita e
infernal.
En el responsable se concretiza el factor exógeno del nuevo «pathos», que
actúa sobre cualquier persona, en toda la sociedad; representa la esencia del
poder cuando este se ha transformado en dictatorial.
Como dijimos, nos hemos acercado a ellos sólo a través del relato que los
sobrevivientes nos han entregado. Cuando ellos tuvieron la posibilidad de
verlos, recuerdan nítidamente sus cuerpos, sus caras, sus gestos, sus miradas
penetrantes, cargadas de frialdad y de odio, sus insultos, sus labios gruesos,
húmedos, libidinosos. Sus constantes muecas de desprecio y asco han sido
evocadas una y otra vez por las personas atendidas por nosotros. Si los
torturados estaban vendados y no pudieron ver a sus torturadores, recuerdan
«sus manos duras y golpeantes, regordetas, calientes, depravadas». En el
recuerdo se repiten palabras vejatorias y de desprecio, frases indignas «que no
se olvidan, que no se borran, que vuelven una y otra vez, palabras de odio y
humillación». «
Una voz que se burla, una voz que grita, que chilla, que penetra profundamente
desgarrando los tímpanos y el alma». Una voz que cambia de dirección, de
sitio, de tono «una voz que se escucha para siempre». Palabras, frases
repetidas, perseverantes en la memoria, grabadas al infinito «me dijo, me gritó,
me amenazó». Junto a estas reminiscencias, los actos de dolor, de desgarro,
con golpes, electrodos, tubos, máquinas, cuchillos, aparatos, quedan como una
situación de trasfondo. La figura del responsable se constituye en una imagen y
un comportamiento latente de por vida.
De algunos responsables reiteradamente descritos, tempranamente logramos
elaborar su perfil bio-psico-ideológico.
Nos interesa ahora entregar algunos elementos de los responsables
contemporáneos existentes en los diversos países de América Latina.
Indudablemente este saber es el resultado de la necesidad nacida como una
exigencia del modelo médico de conocer la etiología de los trastornos, pero
fundamentalmente también por un imperativo ético y preventivo.
El responsable de los crímenes es alguien que utiliza libremente su
racionalidad, que actúa en forma lúcida y consciente, es más, que concibe su
crimen como una necesidad, como un deber, como un acto de bien.
¿Cómo llega a constituirse este tipo de sujeto en quien «la obediencia controla
completamente su conducta»? Se había instalado lo que Foucault llama una
«nueva tecnología del yo», que a diferencia de la antigua obediencia de los
monjes, que «sacrificaban el sí y el deseo propio del sujeto a Dios, en ellos el
sacrificio se ofrece al Poder».
Es bajo el paradigma de la guerra fría que nos hemos acercado a este tipo de
comprensión. Como dijimos, numerosos documentos sobre Seguridad Nacional
han descrito la creación de la idea y de la existencia constante y permanente
de un enemigo. Enemigo que está al interior de cada país y que por lo mismo
se constituye en «enemigo interno». Es este enemigo, rotulado como «el
comunista, el subversivo, el rojo, el terrorista...», calificativos usados por los
responsables mientras torturaban.
VII. Cómo se formaron los responsables
A los militares latinoamericanos no sólo se les dio la visión maniqueísta del
mundo sino que además se les acentuó la idea de que ellos constituían «un
mundo exclusivo y aparte del resto de la sociedad». Un proceso de
ideologización rígida se instaló en las mentes.
Se desarrollaron sentimientos de impunidad, de omnipotencia, de orden para
ellos mismos frente a otros de desprecio y repugnancia hacia el contrincante.
Al tiempo que se deshumanizaba al enemigo se les habituaba a la crueldad, a
la obediencia automática, anunciándoles alcanzar y mantener el poder con una
oferta absoluta de impunidad.
A lo largo de este proceso se logró la intemalización de un discurso simbólico:
«torturar, matar, hacer desaparecer, es defender algo justo». Ellos creían tener
una cierta misión salvadora, en que sus ideales son superiores a los de la
sociedad civil.
Este doble mensaje permitió transformar a la víctima en la verdadera culpable
de la tragedia.
Por otra parte, la lectura de los «Cuadernos sobre Guerra Psicológica»,
material especializado en la formación de los militares de América Latina en las
escuelas norteamericanas ( brasileros, argentinos, chilenos, guatemaltecos),
así como de documentos encontrados en los Archivos del Terror en Paraguay e
incluso en manuales de formación existentes en las bibliotecas de los militares
sudamericanos, permite concluir que la maniobra psicológica utilizada para
adoctrinar y formar conductas en los responsables es la manipulación
constante de los mecanismos del miedo.
Miedo al otro, terror al «enemigo interno», al que si no se le elimina, si no se le
mata, será él quien los matará. Si no se le desintegra, él tomará el poder. Es un
miedo profundo, internalizado, esta vez cubierto de uniformes y grados, pero es
tal vez el mismo miedo que tenía el hombre primitivo, cazador frente a la fiera.
Numerosos trabajos sugieren también que la agresión humana que se reviste
de la violencia es parte constituyente de nuestra naturaleza. Si esto es así, el
problema es saber cómo ello ha sido pulido y exacerbado en algunos sujetos
que no vacilan en utilizarla para luego negarla.
Al no existir impunidad se trataría de desarmar los mecanismos de este tipo tan
especial de constitución del sujeto para iniciar una reconstrucción ética de la
dignidad que nos constituye como personas.
VIII. Ruptura del vínculo humano
En un trabajo reciente sobre personas que fueron torturadas hace más de 10
años, hemos podido comprobar que uno de los trastornos que con más
intensidad permanece en el tiempo es la relación establecida entre ellos y los
agresores durante las sesiones de tortura. « Lo recurrente y perseverante en el
recuerdo fue la presencia inminente de los interrogadores y torturadores». «Es
lo que no han olvidado, no han olvidado tampoco el deseo que tenían de
destruirlos, la necesidad que tenían de penetrar en lo más íntimo de nosotros
mismos».
El estudio pormenorizado de los trastornos que tuvieron estas personas luego
de la experiencia de tortura nos permitió comprobar que en todos ellos se había
«constituido progresivamente un núcleo de desconfianza». Planteamos
entonces un doble mecanismo en la génesis de esta desconfianza. Por un lado,
la pérdida de la autoestima por la desintegración del sí mismo que la tortura le
había provocado y, por otra parte, la dificultad en la interacción con el otro, por
la pérdida de la confianza humana, que la interacción con el torturador le había
producido, avanzando la hipótesis de que era la intersubjetividad la que había
quedado profundamente alterada.
Y esto es así porque todo lo que el hombre hace, piensa y elabora desde su
nacimiento, está en relación con un proceso de intercambio con el otro, de tal
manera que la conducta es siempre un vínculo y se realiza en función de
pautas conductuales interrelacionadas a través de intercambios
interpersonales.
El quehacer de la mente y el cuerpo está siempre referido a la «experiencia»
con el otro, sean estos objetos animados (otra persona) u objetos inanimados.
De modo que toda nuestra conducta frente a objetos o personas presentes por
primera vez está en gran proporción influida o condicionada por el proceso de
experiencias o conocimientos que hemos tenido previamente con otras
personas u objetos. Es decir, todo lo que constituve el vínculo humano
propiamente tal. El término vínculo se reserva para toda la estructura formada
por el sujeto, es decir, el «yo mismo», el objeto o el otro, y la calidad de la
relación que se establece entre ambos.
En el curso de la vida, el otro, o lo representado por él, va siendo internalizado
v queda como una marca o impronta que puede llegar a ser inconsciente. Esto
es lo que se ha llamado en términos psicoanalíticos «el objeto virtual», es decir,
que no está presente, sino que ha sido internalizado y puede reaparecer en
contenidos y expresiones que van más allá de nuestra voluntad racional y
consciente.
Nos interesa destacar aquí que en el triángulo que hemos señalado como
contenidos a estudiar en el fenómeno de la impunidad (responsable, víctima y
vínculo entre ellos), la relación interpersonal y los mecanismos psicológicos
que estas relaciones desencadenan son doblemente patológicos.
En condiciones normales el vínculo humano es habitualmente formador,
entregador de afectos, conocimientos, prácticas. Es motivo de creación de
valores, de proyectos, de ideales, y con el tiempo, constructor de recuerdos
predominantemente positivos.
En cambio, en la relación creada con el torturador en el caso de los
sobrevivientes o con el hecho-imaginado en el caso de los familiares de
detenidos desaparecidos o ejecutados, el rol del vínculo es inverso, está
pervertido, es destructor, y se transforma con el tiempo en un recuerdo
siniestro que daña hacia futuro las relaciones con los otros; al mismo tiempo,
este recuerdo de vínculo mantenido con los torturadores es desintegrador de la
persona en sí misma, quien recuerda a veces muy vividamente y en forma
destructiva las escenas de tortura y su propia conducta frente a ellos.
En efecto, el vínculo establecido entre el torturador y el torturado queda para
siempre grabado en la víctima y los actos que el primero realizó, la
instrumentalización y castigo que ejecutó en lo corporal, sensorial y cognitivo
rompe abruptamente el proceso de registro psicológico realizado previamente
con otros seres humanos, el cual puede quedar alterado de por vida y
especialmente cuando existe impunidad.
IX. Consecuencias sobre la persona
¿Cuáles son los trastornos que a causa de la impunidad, presentan las
personas atendidas por nosotros? ¿Cuáles son los mecanismos
psicopatológicos desencadenados por la impunidad?
¿Qué rol desempeñó en la configuración de los cuadros clínicos, la existencia y
persistencia en el tiempo de la impunidad?
El trabajo realizado nos permite afirmar que toda vida se realiza como
codeterminación del mundo interior neuropsicológico con el mundo circundante.
Es un proceso dialéctico.
La existencia es concretada por cada persona mediante el desarrollo del
conocimiento, de la subjetividad, de la formación de valores, todo ello bajo
marcos referenciales claros. La toma de conciencia de la realidad conlleva a
ulteriores quehaceres y prácticas. Es en el comportamiento y realización de la
existencia donde se puede observar la síntesis histórica, cultural y social que
cada hombre representa. El aprendizaje de siglos es trasmitido a través de las
interrelaciones con otros seres humanos con los cuales el hombre intercambia
vivencias, sentimientos, conocimientos y prácticas. La vida es, por tanto, una
polémica con el mundo, con la realidad. La realidad, lo cotidiano y el mundo
relacional crea en cada individuo su sistema de valores, sus principios. Todo lo
cual es fundamento del saber, del mundo afectivo y del comportamiento.
Categorías primordiales de orientación axiológica son, entre otras, el bien y el
mal, lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto, lo sagrado y lo profano.
La verdad, la objetividad como base estructural de la realidad, de lo concreto,
es un elemento esencial en la construcción de todo el proceso del conocer y
del saber. La certeza que se tiene entre lo que es verdadero y lo que es
erróneo, forma parte esencial en la formación del juicio, de la razón, de los
pensamientos, de la afectividad. En base a la certidumbre sobre lo que es real
o no, nacen y se desarrollan todas las funciones corticales (mentales)
superiores del hombre: el lenguaje, las ideas, la razón, la conciencia, se
originan las sensaciones, se construye la afectividad, se desarrolla la
subjetividad.
La realidad, por tanto, nos permite conocer, analizar y seleccionar los índices
que nos orientan en el mundo llevándonos a experimentar, sentir y decidir el
quehacer.
Durante el proceso terapéutico, a través de lo que las personas nos han
comunicado, hemos comprendido que con la impunidad es la exterioridad la
que está profundamente alterada. El mundo circundante además de ser
amenazante se vuelve falso y extraño. Los parámetros de la realidad están
alterados, distorsionados por el ocultamiento y el engaño.
Con la impunidad el «material» que el conocimiento incorpora, analiza y
sintetiza es erróneo y, por lo tanto, incierto. La verdad no existe y sin ella no es
posible construir un mundo interior estable; al contrario, la duda, la
incertidumbre, la desconfianza, llegan a constituir el todo de la vida,
desencadenándose dinámicas perturbadoras derivadas del desequilibrio y la
perplejidad que la impunidad produce. El universo de la subjetividad se
desestructura y las relaciones humanas se pervierten y se impregnan de temor.
Bajo la impunidad, en el proceso del conocimiento predomina la confusión, la
historia sumergida, lo oculto, lo incierto. Atentados contra la vida quedan para
siempre en el misterio y son indescifrables. Se origina así el miedo, la angustia,
las culpas, apareciendo respuestas y conductas anormales. La incertidumbre
penetra en el psiquismo.
Tan importante como el conocimiento, al menos aproximado de la realidad, son
los sentimientos y la percepción de lo que es justo o injusto. A través de este
sentimiento se elaboran ideas y se programan conductas.
Así, el sentimiento y la confianza de que lo que se ha hecho ha sido justo o
injusto, por parte de la persona misma o por parte de los otros hacia uno
mismo, es el fundamento sobre el cual se construye principalmente la
afectividad y los valores.
Estrechamente ligada a estos sentimientos está la necesidad de
reconocimiento para el que no ha tenido falta, o de sanción y castigo para el
que ha fallado, para el que ha trasgredido las reglas.
Para que las reglas morales se construyan socialmente es necesario que ellas
se basen en la verdad y concuerden con un juicio justo, con la consiguiente
aplicación de sanciones en caso de que lo obrado no sea lo que social, cultural
y afectivamente se ha definido como correcto a través de los siglos.
Se forma así la vertiente axiológica que constituye un componente central en la
construcción de las ideas, de los razonamientos, pero sobre todo en la creación
de sentimientos, afectos y pasiones, todo lo cual se expresa a través de la
conducta que se tiene en la vida.
De modo que los parámetros de la justicia y del castigo son ejes centrales
sobre los cuales se han construido los comportamientos de las personas y se
han fundado las sociedades. Se crean y se desarrollan los Estados con reglas,
leyes y normas. La impunidad trasgrede todos estos parámetros y, por tanto,
produce un conflicto de notable trascendencia en los sentimientos de las
personas.
Más grave es la falta de verdad y justicia cuando lo desconocido y no juzgado
está ligado al problema de la vida y la muerte o, lo que es peor, a no saber más
de la vida, de lo que pudiera haber pasado, como sucede en los casos de los
familiares de personas detenidas y desaparecidas, con la carga afectiva de
extrañeza, de horror, de fantasías y recuerdos.
Cuando se ignora lo que ocurrió y sigue ocurriendo, cuando se desconocen los
hechos, la situación se vuelve extrema, límite.
Más dolorosa y peligrosa es esta situación cuando se sabe que los
responsables sí conocen la verdad pero la niegan, la ocultan.
Al sufrimiento prolongado, al duelo no resuelto, a la extrañeza, se agrega un
sentimiento de rabia frente a las reiteradas conductas de impunidad, lo que
induce la incredulidad y la náusea.
Así, los sufrimientos que estos crímenes provocan, agravados por la
impunidad, no pueden considerarse como un hecho puntual que sucedió y
quedó suspendido en el tiempo. En realidad la tortura y las agresiones de
muerte o desaparecimiento de un familiar, constituyen eventos continuos que si
bien se inician en el microsistema de las salas de tortura o escenarios de
muerte, en un espacio y en un tiempo determinado, discurren para siempre en
todos los ámbitos de la persona y, muy especialmente, en la vida de relación
con los otros y en su vinculación con la sociedad. Tiempo que vivencialmente
se percibe como infinito cuando la impunidad persiste.
Freud había sentenciado que «los peligros provenían de tres fuentes: de los
instintos, de la conciencia moral, de la realidad exterior». En estos casos es
precisamente la realidad exterior la que se ha transformado en peligro. Los
trastornos que estas personas sufren no se originan primariamente en el
cuerpo, en los órganos, sino que siendo provocados por agresiones extemas
alteran secundariamente a la persona misma.
Además, debido a la impunidad se altera también la conciencia moral. Pero en
este caso el trastorno deriva principalmente de la exterioridad, porque al
trastocar el poder desde la institucionalidad las normas y los valores interpelan
contradictoriamente los sentimientos y las conductas; por otra parte, son las
dudas e impulsos contradictorios que nacen desde los propios deseos de
venganza y sentimientos de culpa los que cuestionan la propia moralidad de la
persona.
Ya expresamos que los síntomas que presentan las personas pueden ser
innumerables, clasificables sin duda en variadas formas sindromáticas. Incluso
se puede intentar una clasificación nosológica, como lo han hecho las
clasificaciones internacionales de las enfermedades mentales (DSM3-R;
ICD10). Los síntomas, sin embargo, de acuerdo a nuestra experiencia, son
únicos y específicos para cada individuo, según sea el significado que cada
uno le otorgue a la agresión, según sea la forma en que cada uno resistió o no
resistió la violencia, según sea la relación que cada uno estableció con el
torturador, según sean los sentimientos que en cada uno despierta la negación,
la mentira, el ocultamiento, la injusticia, según sea el sentimiento de abandono,
persecución y desprotección que se establezca hacia el poder.
No son los síntomas ni los síndromes los que clasifican estos trastornos. Lo
que les da su especificidad es su origen, su etiología. Lo que desencadena los
psicodinamismos descritos en la producción de los trastornos es una conducta
que agrede y contradice todos los niveles del vivir y convivir humano.
X. Consecuencias sobre la familia
La muerte o la amenaza de muerte es un acontecimiento que puede perturbar
gravemente a una familia.
Una unidad familiar se encuentra en equilibrio funcional cuando atraviesa un
período tranquilo, en el cual cada uno de sus miembros funciona con un grado
de eficacia razonable. Frente a la pérdida física, funcional y emocional, de
alguno de sus miembros, la intensidad de la reacción emocional depende de la
importancia funcional de la persona que muere, del rol que ocupaba en la
estructura familiar (proveedor, contenedor, normativo, afectivo, etc.), del ciclo
vital de la familia, del proceso de duelo que logran desarrollar, de su
participación en la búsqueda de verdad y justicia, del reconocimiento de su
verdad por su entorno inmediato y por la sociedad.
La represión política y los crímenes cometidos son fenómenos que atacaron y
dañaron a grupos de personas más o menos organizados en lo político, sindical
y social. Pero en última instancia el daño es sobre personas concretas que
forman parte de una familia.
Los hechos represivos que afectaron a las familias rompieron deforma brusca y
dramática un equilibrio, funcional o no, pero logrado en el transcurso de años,
una dinámica particular entre sus miembros, una forma especial de relación
afectiva y comunicacional. La estructura jerárquica se alteró dándose una
reestructuración que tuvo como eje la adecuación a la pérdida de un familiar y
el enfrentamiento del hecho represivo.
Esta readecuación, al ser funcional a las circunstancias, cumplió como
mecanismo de defensa, con la tarea de protección, de sobrevida y de evitación
del quiebre individual y familiar frente a la parálisis y el terror.
Las familias han logrado estructuras de nuevo tipo con diferentes grados de
estabilidad, más allá de la presencia de relaciones más o menos patológicas en
su funcionamiento.
El tiempo que la familia necesita para establecer un nuevo equilibrio emocional
depende de su integración emocional anterior y de la intensidad del trastorno
traumático. Una familia bien integrada puede tener una reacción significativa en
el momento, pero luego adaptarse. Una menos integrada puede manifestar una
reacción menos evidente en el momento, pero responder en el tiempo con
síntomas de enfermedad física o emocional, o con conductas sociales atípicas
en su totalidad o en alguno de sus miembros.
Ante el crimen y la no comprensión del por qué, cómo y quién, hubo dos tipos
generales de respuestas por parte de la familia:
• El aislamiento y retraimiento individual y familiar que condujo en último
término a la «privatización» del daño: la familia experimenta la muerte como
perteneciente sólo al ámbito privado de ella, cual si fuera una muerte accidental
o natural, no pudiendo contextualizarla en lo sociopolítico. Por un lado, se
generan culpas por no haberlo cuidado suficientemente, no haberse
relacionado con él o ella más profundamente o de mejor forma, no haber
estado más con él, etc.
Por otro lado, al no poder verter la rabia, la impotencia, el terror, la pena que
produjo el hecho, y no poder compartirlos y validarlos con otros, estos
sentimientos se vuelven hacia la persona como autoagresividad y depresión, y
en las familias se expresan como tensiones internas indefinidas que producen
roces, choques y conflictos, los que al reproducirse en el espacio personal y
familiar generan serias disfunciones: crisis, rupturas y desintegración familiar.
• Una segunda forma de respuesta más organizada es la de agruparse en
organizaciones de derechos humanos y/o de familiares, lo que les ha permitido
otorgar un sentido al dolor, canalizar la rabia en una dirección más adecuada y
reivindicar a las víctimas. Esta forma de respuesta ha generado también
conflictos crónicos al interior de las familias por los diversos roles asumidos
entre sus miembros, produciéndose así una limitación en el repertorio de sus
conductas. Sea cual fuere el tipo de respuestas que han logrado implementar
los familiares, el hecho que no haya sido posible, salvo casos excepcionales,
conocer la verdad completa de lo ocurrido v que hov sea más lejana aún la
esperanza de juicio a los responsables de los delitos, los ha dejado víctimas
impotentes de la impunidad y, por tanto, con graves obstáculos para sanar del
daño y poder proyectarse en el futuro en forma autónoma como grupo familiar.
Frente al crimen y la impunidad podemos ver que existen a lo menos seis
dinámicas en los familiares: de negación y aislamiento; de identificación con la
muerte; de culpa; de desplazamiento de lo social y lo privado; dinámicas de
confusión y, por último, dinámicas de formación reactiva. Estas seis dinámicas
se superponen y son difíciles de observar por separado, pero son
comprensibles al verlas actuar dentro de las familias, en las cuales los
diferentes miembros asumen alguna o varias de estas formas de reacción
frente a la pérdida.
De este modo, los trastornos que hemos observado en las familias, como
consecuencia de los crímenes y de la impunidad se traducen, en
sus relaciones externas, en:
aislamiento social, como grupo y también de algunos de sus
miembros
marginalidad
desconfianza hacia el entorno, con graves dificultades para crear
nuevos vínculos sociales
no participación en la vida política
falta de proyección en el futuro.
En lo intrafamiliar, las consecuencias aparecen como:
inseguridad ante lo cotidiano y ante el futuro
dificultades intrafamiliares en el establecimiento de buenas
relaciones de comunicación
rigidización de las relaciones intrafamiliares (familias aglutinadas)
o casi absoluta falta o quiebre en las relaciones (familias
dispersas)
rigidización de los límites hacia afuera, extrafamilia, con dificultad
para permitir el ingreso de otros (amigos, parejas, conocidos,
familia política, etc.)
rigidización de sus jerarquías
sentimientos de minusvalía de varios de sus miembros
temor permanente de que a alguno de sus miembros le suceda
«algo» indefinido, con actitudes de aprehensión y sobreprotección
dificultades para sortear los cambios producto del paso a los
diferentes ciclos vitales, vistos como amenaza contra la integridad
familiar
contención, represión o negación de sentimientos vistos como
«negativos» (dolor, tristeza, rabia,etc.) o no aceptables desde lo
valorice
proyección en los nuevos miembros de inestabilidad vital,
desesperanza, desconfianza y temor.
La posibilidad de luchar contra la impunidad ha venido a ser una nueva
irrupción en la estructura adquirida por la familia, una resignificación del hecho
traumático, una vuelta, en muchos casos, a poner el hecho criminal y la pérdida
en el centro de la dinámica familiar. Con la impunidad este equilibrio se rompe
y nuevos ciclos de importantes trastornos se inician y se remidan frente a
conductas contradictorias, paradójicas y Regadoras que asume el Estado y la
institucionalidad, frente a este problema.
XI. Consecuencias sobre la sociedad
¿Qué efectos tiene sobre la sociedad la existencia de Crímenes contra la
Humanidad, ocultos en el tiempo por la impunidad?
Es en el comportamiento de la sociedad civil y del Estado donde las
consecuencias de estos crímenes y su negación se dan en forma directa,
abierta y generalizada, volviéndose por ello más desgarradora. Sin embargo,
no es posible objetivarla porque sus efectos son inconmensurables.
Para algunos, principalmente sociólogos, la sociedad es la fuente principal de
la moralidad y es en ella precisamente donde la impunidad produce el quiebre
ético. Pues sin verdad y sin justicia, la ética, «como parte de la filosofía, que
trata de la moral y de las obligaciones del hombre», se desintegra
paulatinamente, produciendo, como se observa, un proceso continuo de
ruptura del vivir y convivir con el otro. Este quiebre ético que se inicia con el
poder dictatorial persiste durante los períodos de transición con la perpetuación
de la impunidad.
Es en la sociedad además, donde las dos principales formas de impunidad se
conjugan indisolublemente. En la primera, ligada a la violencia estructural, la
violencia histórica intrínseca a la realidad latinoamericana, la impunidad se
concretiza a través de la injusticia social. En la segunda, en cambio, ligada a
los crímenes, es en la falta de verdad y de justicia donde ella se expresa.
Señalaremos algunos elementos de la injusticia social, pues gran parte de la
población atendida por nosotros pertenece a los sectores más carentes y
desposeídos. En estas personas se conjugaron dramáticamente, luego del
golpe militar, ambas formas de impunidad.
La verdad, en el caso de la violencia estructural producida por la injusticia
social, aunque pretenda ocultarse es visible y no se puede negar. Es la
extrema pobreza que inunda amplios territorios de este continente.
En la época actual las políticas neo-liberales aplicadas en Latinoamérica y
específicamente en Chile, «si bien han logrado ciertos triunfos, como por
ejemplo la reducción de la inflación y el manejo de indicadores macro-
económicos», han hecho que los pobres hayan aumentado y que la diferencia
entre los poseedores y los carentes, entre los ricos y los miserables, sea más
profunda.
Esta situación de falta de seguridad, de falta de posibilidades, de carencia y de
desamparo, ha provocado junto con un mal entendimiento del rol humanizador
que debiera tener el poder, graves alteraciones que se manifiestan en algunas
de las siguientes patologías sociales: migración rural a las ciudades, realizada
en forma crítica y desesperada; niños en la calle; asesinato de ellos;
degradación humana y prostitución; violencia callejera e intrafamiliar,
vandalismo; patologías médicas por carencia, alcoholismo y drogadicción. En
suma/ manifestaciones de deprivación humana: promiscuidad, analfabetismo,
aislamiento, incomunicabilidad, lenguaje castrado o mutismo. Martirio.
Al estudiar las consecuencias de la impunidad en familias de ejecutados
políticos y de detenidosdesaparecidos en dos regiones del sur de Chile, hemos
comprobado que estas dos formas de impunidad se han unido para
transformarse en la verdadera etiología de los graves trastornos que se
observan.
Por otra parte, la patología social, como ha sido descrita en varios países
latinoamericanos (Guatemala, Perú y Colombia entre otros), ha recrudecido
notablemente en el entorno chileno, agravando la convivencia cotidiana.
Toda la sociedad, de algún modo, se enteró de la existencia de la tortura, de
los desaparecimientos, y la guerra psicológica se encargó de aumentar el
Terror Colectivo, necesario para mantener el poder. Con ello, un miedo muy
profundo, las más de las veces experimentado inconscientemente, impregnó a
la sociedad. Algunos lo reconocieron. La mayoría lo negó. Sin embargo, frente
a esta realidad los pensamientos y las ideas crearon y recrearon imágenes de
tortura, de asesinatos, introduciéndose en la conciencia de la población como
una fantasía siniestra.
De este modo, el crimen producido por la violencia humana se esparció por la
sociedad, penetrando profundamente en la subjetividad, para grabarse
definitivamente en el inconsciente colectivo.
Frente a esta situación, el mecanismo de defensa será la negación, la
«obstrucción del saber», la ruptura con la realidad y la necesidad, por tanto, de
no percibir, de bloquear los sentimientos. «Los afectos se retiran de la
exterioridad», se produce la ruptura del vínculo con la sociedad, del intercambio
con el otro. Se exacerba el individualismo.
El encierro en sí mismo, la desconfianza, la fragmentación social, son algunas
de las consecuencias que hemos registrado en los trabajos realizados por
nosotros en pequeños poblados cordilleranos.
Es interesante señalar además, otra consecuencia muy significativa. Al no
responder el Estado por las violaciones, al no identificar a los responsables, al
no develar la verdad y al negar la justicia, añade a lo anterior la posibilidad de
usar y justificar la violencia.
¿Qué sentido tienen ahora los valores del bien y del mal en el proceso de vida
de la sociedad? Con la impunidad la estructura civil de la responsabilidad se
derrumba irremediablemente, produciéndose en la sociedad una convivencia
disociada: por saber y ocultar, por estar informado y callar, por querer olvidar y
recordar, por querer el bien y transar, por querer ser conciliador y rebelarse.
En consecuencia, las dos formas de impunidad descritas, con los respectivos
mecanismos que hemos señalado, se han transformado en un trauma continuo
sobre la sociedad.
Más grave ha llegado a ser esta situación durante los períodos de transición
que siguieron a las dictaduras: en la mayor parte de los países
latinoamericanos, por diversos mecanismos, se ha instalado la impunidad,
negando en el hacer y en el decir lo que se había ofrecido a la población.
Mostraremos brevemente el caso de Chile, como paradigma de esta trágica
paradoja: hablar de dignidad destruyéndola.
En el programa del primer gobierno de la transición se leía textualmente lo
siguiente: «El gobierno democrático se empeñará en el establecimiento de la
verdad en los casos de violaciones de derechos humanos que hayan ocurrido a
partir del once de septiembre de 1973. Asimismo, se procurará el juzgamiento,
de acuerdo a la ley penal vigente, de las violaciones de derechos humanos que
importan crímenes atroces contra la vida, la libertad y la integridad personal».
Este fue el contenido ético del discurso de la Concertación por la Democracia.
Se prometió «derogar aquellas normas procesales, dictadas bajo el actual
régimen, que ponen obstáculos a la investigación judicial o establecen
privilegios arbitrarios que favorecen a determinados funcionarios estatales
eventualmente implicados en violaciones de los derechos humanos».
Se dijo que «en ningún caso el Estado podrá renunciar al ejercicio de la acción
penal, sin perjuicio de la facultad de los particulares afectados de hacer valer
sus propios derechos».
Se cuestionó el Decreto Ley de Amnistía. «Por su naturaleza jurídica y
verdadero sentido y alcance, el DL sobre amnistía de 1978, no ha podido ni
podrá ser impedimento para el establecimiento de la verdad, la investigación de
los hechos y la determinación de las responsabilidades penales y
consecuentes sanciones en los casos de crímenes contra los derechos
humanos, como son las detenciones seguidas de desaparecimiento, delitos
contra la vida y lesiones físicas o psicológicas gravísimas. El gobierno
democrático promoverá la derogación o nulidad del Decreto Ley sobre
Amnistía».
Se acordó la necesidad de establecer la verdad sobre lo ocurrido. Elegido el
nuevo gobierno, se creó al ig'ual que en otros países sudamericanos, las así
llamadas Comisiones de Verdad, de Esclarecimiento, que en Chile se llamó de
«Verdad y Reconciliación».
Entre las recomendaciones de esta Comisión en lo referente a la verdad,
expresó textualmente lo que sigue: «El establecimiento de la verdad aparece a
la vez como una medida de prevención en sí misma y como el supuesto básico
de cualquier otra medida de prevención que en definitiva se adopte. La verdad,
para que cumpla su función preventiva, debe reunir ciertos requisitos mínimos,
a saber, ser imparcial, completa y objetiva, de manera de formar convicción en
la conciencia nacional acerca de cómo ocurrieron los hechos y de cómo se
afectó indebidamente la honra y la dignidad de las víctimas».
Y respecto a la Reconciliación se señaló que la Justicia era indispensable:
«desde el punto de vista estrictamente preventivo, esta Comisión estima que
un elemento indispensable para obtener la reconciliación nacional y evitar así la
repetición de los hechos acaecidos, sería el ejercicio completo, por parte del
Estado de sus facultades punitivas...», agregando más adelante: «estimamos
necesario penalizar el ocultamiento de este tipo de información...»
Indudablemente el Informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación significó
un avance en el conocimiento de la verdad. Ella se transformó en oficial.
Pero aún así esta verdad estaba incompleta, escindida. Al lado del listado de
las víctimas no existía el listado de los responsables. Un espacio vacío, una
hoja en blanco para la percepción social.
Además en el caso de Chile la tortura, principal arma de destrucción y
sometimiento de la dictadura, quedó fuera de mandato. Por otra parte,
trasgrediendo el principio básico del derecho internacional que dice que las
violaciones de los derechos humanos son actos que corresponden sólo a los
Estados, se incluyeron crímenes causados por la violencia política que se
originó como respuesta a la dictadura. Sólo algunos casos que la Comisión
consideró con convicción y con nuevos antecedentes fueron enviados en forma
privada a la justicia. De este trámite no se enteró ni la sociedad ni, en algunos
casos, la familia.
Publicado el Informe de la Comisión todas las ramas de las Fuerzas Armadas
lo desconocieron. Negaron los crímenes y en forma altanera proclamaron su
verdad. Nadie los refutó. Luego, en forma paulatina, se fue produciendo una
reducción de las exigencias, se va confundiendo a la población a través del
discurso y la confrontación ideológica. Se envían mensajes tales como que «se
hará justicia en la medida de lo posible».
Se inicia una trasfiguración del lenguaje y de los significados: los terroristas no
son los que cometieron las violaciones de los derechos humanos. Se llama
reconciliación a la impunidad, transición a la persistencia del poder dictatorial,
demócratas a los opresores, excesos a los crímenes, estado de derecho a la
arbitrariedad.
Se construye un discurso basado en falsos supuestos: a objeto de
salvaguardar la democracia se sacrifica el tema de los derechos humanos; en
función de encontrar la verdad se abandona la justicia; para conocer la verdad
se protege al responsable; para obtener la reconciliación se debe encontrar
sólo restos.
Son estas conductas y discursos de las democracias en transición las que
agregan, a la patología social existente, escepticismo, falta de sentido, anonúa
y sentimientos muy profundos de frustración y desesperanza.
Por esto consideramos que, tanto o más importante que encontrar los restos de
los desaparecidos y curar las secuelas de la tortura, es descubrir a los
responsables y hacer justicia.
Bibliografía
• Adorno, Th. «Consignas: la educación después de Auschwitz». Amorrortu
Editores. Buenos Aires, 1993.
• Amati, S. «Algunas reflexiones sobre la tortura para introducir una dimensión
psicoanalítica». Mimeo, Ginebra, 1975.
• Amnesty Intemational. «La Tortura, instrumento de poder, flagelo a combatir».
Ed. Le Seuil, París, 1984.
• Barudy, J.; Serrano, J.; Martens, J. «Los problemas psicológicos provocados
por la tortura en los refugiados políticos latinoamericanos». COLAT.
• Becker, D. «Trauma, duelo de identidad: una reflexión conceptual. Trauma
psicosocial y adolescentes latinoamericanos. Formas de Acción Crupal». ILAS.
Ediciones Chile América. Cesoc, 1994.
• Bergueret, J. «La violence et la vie». Psychologie Payot, París, 1994.
• Bettelheim, B. «Le coeur conscient». Ed. R. Laffont, 1979.
• Bettelheim, B.; Karlin, D. «Hacia una nueva comprensión de la locura». Ed.
Crítica, Grijalbo, Barcelona, 1981.
• Bleuler, E. «Afectividad, sugestibilidad, paranoia». España, 1963
• Bonhoeffer, Bleuler, Willi M., Búhier J. «Síndromes psíquicos agudos en las
enfermedades somáticas».
• CODEPU - DITT. «Persona, Estado, Poder». Vol I. Santiago, noviembre 1989.
• CODEPU - DITT. «Seminario Internacional. Tortura: aspectos médicos,
psicológicos y sociales. Prevención y tratamiento». Chile, 1989.
• Clastres, P. «Archéologie de la violence libre». «Petite Bibliothéque Payot».
París, 1977.
• Comblin, J. «Le pouvoir militaire en Amérique Latine». «L' Idéologie de la
Securité Nationale». Francia, 1977.
• D.S.M. III. «Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales». Ed.
Masson, 1983.
• Diez, G. «Guatemala, el país del miedo». Revista Crónica. 22 de septiembre
de 1995.
• Freud, S. «Neurosis, psicosis y perversión». PUF, París, 1973.
• Foucault, M. «El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada
médica». Siglo XXI. 1966.
• Garretón, R. «Amnistía y Reconciliación». Mimeo. Santiago, Chile, 1995.
• Jacques, A. «L' Interdit ou la torture en procos». Les Editions du Cerf, París,
1994.
• Le Shan, L. «La Psicología de la guerra. Un estudio de su mística y su
locura». Editorial Andrés Bello. 1995.
• Maffesoli, M. «Essais sur la violence», Librairie des Méridiens. París, 1954.
• Michaud, I. «La violence», Presses Universitaires de Franco. 1986.
• Moch, A. «Les stress de 1' environnement», PU.V. Saint -Denis, Université de
París, 1989.
• Montealegre, H. «Chile. Recuerdos de la guerra». En colección «Verdad
Justicia». Vol.2. CODEPU, Chile.
• Montealegre, H. «Los derechos humanos en su perspectiva internacional».
Santiago, Chile, 1987.
• Morin, E. «Pour sortir du XX Siecle». Fernand Natham.
• Puget J.; Kaes R.; Vignar, M. «Violencia de Estado y psicoanálisis». Ed.
Dunod, Coll Inconscient et Culture, 1989.
• Reszczynski K.; Rojas P; Barceló P. «Torture et Resistance au Chili». Ed.
í/Haramattan, París, 1984.
• Rojas, P. «Horror y Olvido». Mimeo. Santiago de Chile, 1994.
• Rojas, P. «Impunidad y Salud Mental». Tortura. Documento de Denuncia-
Volumen IX. CODEPU. Santiago de Chile, 1989.
• Rojas, P. «Introducción al tratamiento y rehabilitación de las víctimas. Prevenir
la tortura: un desafío realista». Actas del seminario sobre las condiciones de
detención y la protección de la personas privadas de libertad eri América
Latina. APT, Ginebra, Suiza, 1995.
• Rojas, P.; Espinoza, M.S. «Traumatismo psíquico producido por la violencia
de Estado». Mimeo. Santiago, Chile, mayo 1995. (ver en este libro).
• Serrano, M. E. «Consequences Médico-Psichologiques de la Torture» París,
junio 1991..
• Sveaass, N. «Justicia y Reconciliación. Los efectos psicológicos de la
impunidad. Dolor y sobrevivencia. Violaciones de derechos humanos y salud
mental». Lavik, Nygard, Sveaass, Fannemel. Scandinavian University Press,
1994.
• Ulriksen de Vinar, M. «L'eficacité symbolique de la torture. Solidarités et
responsabilités face a la torture». Actes du Colloque de Strasbourg. 2-3
septembre 1994.
• Vallejos, J., Ruiloba. «Introducción a la psicopatología y la psiquiatría».
Tercera Edición. Salvat Editores, Barcelona, 1991.
• Vignar, M. «Pedro y la Demolición». Mimeo.
Nota:
1. EI trabajo conjunto con juristas, educadores y trabajadores de derechos
humanos ayudó a enriquecer el contenido del presente texto. Estamos
conscientes que el discurso de este trabajo se mueve entre «lo científico» y lo
predominantemente subjetivo. Esto es así porque el acercamiento a este
problema nos involucra profundamente.
La bibliografía citada incluye sólo algunos de los textos que hemos utilizado
como apoyo de nuestra práctica. Algunas citas de ellos han sido puestas
entrecomillados.
Agradezco a Verónica Seeger por sus aportes para el capítulo «Consecuencias
sobre la familia» y. muy especialmente, a Víctor Espinoza, cuya lectura y
reflexiones ayudaron a hacer más comprensibles estos contenidos.
Cuando el fantasma es un tótem
Héctor Faúndez B., médico-psiquiatra
Alfredo Estrada L., médico terapeuta-familiar
Sara Balogi T., terapeuta familiar
Mónica Hering L., psicóloga
Terceras Jomadas Chilenas de Terapia Familiar,
Santiago de Chile, 6, 7 y 8 de Junio de 1991.
Cuando el fantasma es un tótem.
Perturbaciones en las interacciones afectivas de adultos jóvenes,
hijos de detenidos-desaparecidos
I. Introducción
El campo temático abordado en este trabajo fue delimitado por aquellas
condiciones sociales y políticas del país que significaron la aplicación de
violencia dirigida y, por tanto, la traumatización psíquica y física a grupos
específicos de personas. Informaremos sobre algunos hallazgos de una
experiencia clínica en psicoterapia familiar con adultos jóvenes, hijos de
detenidos-desaparecidos.
El abordaje psicoterapéutico del padecimiento psíquico de los familiares de
detenidos-desaparecidos, ha planteado problemas prácticos y teóricos
especialmente complejos. (1)
Lo que llamamos sucintamente problemas prácticos, son los derivados del
contexto social, inmerso en el cual se han realizado estas experiencias
psicoterapéuticas. Esta práctica ha estado también marcada por la interdicción,
el ocultamiento, el temor y las urgencias. Sólo durante los dos últimos años,
este contexto comienza a cambiar, y en algunos aspectos tan radicalmente que
ha modificado sustantivamente alguno de los fenómenos observables en las
familias asistidas; a saber, por ejemplo, el pesado lastre del ocultamiento y el
silencio social.
Los problemas prácticos señalados son las dificultades de aprendizaje y
ejercicio de una praxis que tiene como atributo consubstancial la involucración
y el horror éticos de los observadores y que comporta, por tanto, siempre algún
grado de obnubilación en el rigor intelectual.
Estamos conscientes además, de las graves limitaciones que tenemos cuando
intentamos representar por escrito aquello que por inédito entre nosotros y
profundamente indeterminado, asume en muchos de sus aspectos la cualidad
de lo indecible. (2)
Los que aquí llamamos problemas teóricos tienen, creemos, sus raíces en los
fenómenos más elementales de la vida humana. Toda vivencia tiene su
percepción primera en el hecho inmediato de existir, y su certidumbre
intelectual o espiritual última en el dejar de existir, es decir, en la muerte.
Como sabemos, las vivencias más concretas y elementales se articulan en el
discurso ontológico a la forma de tautologías válidas, en este caso:
Se es vivo cuando se está vivo.
Se es muerto cuando se está muerto.
Este estar muerto se verifica en la existencia de un cuerpo
muerto. ¿Cómo y en qué se determina aquella existencia humana
que no es (no está) ni viva ni muerta? Queda ontológica y
epistemológicamente indeterminada y, por ende, relacionalmente
indeterminante. ¿Cuál es el espacio, alcance y naturaleza de esa
indeterminación o esas indeterminaciones?
No lo sabemos cabalmente. Creemos que esa indeterminación y
sus consecuencias es lo que experimentan los familiares del
desaparecido.
Toda y cualquier incertidumbre de una vida termina con la muerte.
Todo lo que se pueda decir legítima y naturalmente de un Más
Allá es un debate que de todos modos pertenece a los vivos y
está en el campo de las creencias, convicciones o presunciones
de los vivos.
¿Con qué hecho termina la incertidumbre de una No Vida que es
al mismo tiempo una No Muerte?
Con la presentificación de la muerte en su concreción inmediata:
con un cadáver. ¿Qué pasa con los familiares en tanto no se
realiza ese momento de concreción que pone fin a la
indeterminación existencial? Visto desde una perspectiva muy
elemental de las relaciones parentales (todo pariente es un punto
o un nudo relacional específico con una denominación genérica y
un nombre propio), podemos plantear el problema así..
El pariente próximo de un muerto es el deudo, tal o cual;
El pariente próximo de una persona viva es la madre, el hijo, la
esposa de-- ¿Qué es y cómo se llama al familiar de un
desaparecido? ¿el huérfano de...? ¿la viuda de...?
¿Qué es entonces relacionalmente esa persona viva de aquella
otra persona que es ni viva ni muerta y que es sentida como un
«muerto vivo»?
Y, respecto de esa figura indeterminada, ¿cómo se relacionan y
siguen viviendo entre sí y en sus grupos los familiares?
De algunas observaciones de esos acontecimientos intenta dar cuenta este
trabajo. Presentamos a continuación las experiencias y procesos que nos
parecen característicos del padecimiento y del contexto social en estas
familias; sobre esta base intentamos definir las referencias conceptuales que
nos permiten el ordenamiento teórico de las observaciones.
II. La experiencia de las familias: algunas consideraciones conceptuales
Si bien el interés de este artículo se centra en las consecuencias de los
traumas en la segunda generación, debemos reseñar, a lo menos, las
situaciones y experiencias vividas desde los progenitores y caracterizarlas en
términos contextúales y de interacción, en los siguientes dominios: en el
contexto familiar (tanto nuclear como extenso); en el contexto social inmediato
de esas familias; y en el contexto del conjunto del sistema social. Este último
nivel no es considerado aquí como una entidad cultural homogénea generadora
y reguladora de patrones (normas y valores) culturales, sino como estructura y
organización del poder.
1. Característico y esencial del padecimiento de estas familias es haber sufrido
la aplicación de violencia humana sistemática, intencional y dirigida a manos de
un poder institucionalizado.(*)
Estos hechos marcan una diferencia crucial en estos padecimientos e implican
la distinción de las nociones de poder, guerra (guerra psicológica), violencia y
agresión. (3)
Expresado en términos más propios de la terapia familiar sistémica, diremos
que nos encontramos ante procesos de victimación extrema, producto de
abusos de poder por parte de una autoridad en una situación de jerarquía
rígida del sistema social.
Puestos aún en el nivel social y psico social de las distinciones conceptuales,
diremos que estas familias han vivido en una situación de "marginalidad" social
y de «encapsulamiento» psico social. (4)
2. Las familias con un miembro desaparecido han compartido una ideología
(cosmovisión y utopía) que en términos histórico - normativos configuran un
contexto subcultural relativamente cerrado y específico. En algunos linajes, esa
pertenencia se remonta a algunas generaciones.
Consideramos que este hecho tiene repercusiones evidentes en a lo menos los
siguientes momentos:
a. La endoculturización contiene una marcada pregnancia valórica
(o normativa) que actúa fuertemente en el desarrollo de la
identidad de los sujetos y en sus procesos de identificación. (5)
b. Las reglas de cohesión de ese contexto, exacerbadas después de
la traumatización, le confieren un enorme peso a los mandatos
delegados, que más adelante especificamos. (6)
c. Los valores del contexto señalado son en gran medida opuestos a
los del poder violentador.
Creemos que este hecho potencia el carácter disociador que per se tiene la
irrupción del daño y la consecuente entronización del poder victimador al
interior de la familia: dos mundos valorices antagónicos se «empozan» en el
incipiente proceso de individuación de los hijos.[**]
3. Después de la desaparición del padre, las familias deben configurar
(organizar y componer) un núcleo familiar mutilado, con miembro ausente.
Las tareas de apoyo para la sobrevivencia generalmente implican a la familia
extensa, o a algunos miembros de la familia extensa, a veces durante largos
períodos, lo que significa también reorganizaciones en aquella.
La naturaleza incierta de la ausencia (¿volverá el papá?) pone graves
dificultades a la familia en la reasignación de las tareas del miembro que falta.
Minuchin las llama «familias con un fantasma». (7)
4. Paralelamente, las familias deben vivir un «duelo» sin la certidumbre de la
muerte, ni la revitalizante comunión que los ritos de la muerte posibilitan. Es el
«duelo suspendido» descrito por los investigadores de los países de A. Latina
{duelo incompleto de Minuchin). Hemos observado que son las conductas y
sentimientos de la segunda fase del duelo según Bowlby (fase de anhelo y
búsqueda), las que se prolongan indefinidamente en los parientes próximos y,
de modo muy evidente, en algunos de los hijos de la prole (ver luego caso de
Amelia y Laura).
En los pacientes asistidos durante los dos últimos años es común observar
oscilaciones entre la segunda y tercera fase del duelo según Bowlby (período
de la posibilidad de la muerte). Los pacientes muestran comportamientos
pseudohipertímicos (activismo), acompañados de gran susceptibilidad o
sensibilidad paranoídea, reacciones frecuentes de gran hostilidad, seguidas o
mezcladas de retirada en el ensimismamiento, estados de profunda pena y
autoinculpamiento por las sucesivas «encerronas ambivalentes» y el destino
implacable de fracasos sin fin.
En la familia se ha ido imponiendo una atmósfera fantasmagórica. La vida
cotidiana de todos modos continua, pero el hogar del desaparecido es el lugar
de lo ominoso, de lo siniestro. La casa de un «muerto-vivo».
La diaria convivencia con lo ominoso, que está enquistado en lo cotidiano,
genera en los miembros de la familia una procesión interminable de nebulosas
sensaciones: la vergonzante sensación de estar aceptando lo inaceptable (8), de
estar posibilitando lo imposible (9), por el simple hecho de vivir lo cotidiano.
Cuando ni la vida ni la muerte son posibles, ni la alegría ni el sufrimiento
parecieran tener sentido. La familia entonces se va callando: todos saben que
saben; nadie habla.
En estos casos, creemos que la cláusula del secreto compartido es de raíz más
profunda que las cláusulas morales, es de orden ético. No es sólo el consenso
valorice de una comunidad el que está en entredicho; es el consenso sobre lo
que mínimamente significa la humanidad el que queda cuestionado. El silencio,
entonces, es algo más que una estrategia de cautelas que la familia opone al
poder amenazante. (10)
El silencio es también expresión directa del horror a tocar un dolor sin sentido,
un dolor inútil.[+] La expresión de la alegría está interdicta, el duelo está
suspendido; la expresión del dolor no tiene sentido. Creemos que en esta
instalación de las reglas del silencio prima por sobre todo la inmediata vivencia
de los familiares de estar viviendo lo indecible, lo no comunicable.
Pues, «de lo que no se puede hablar, no se puede hablar». (11)
5. Hasta hace poco tiempo las familias han tenido que vivir defendiéndose de
un poder que, por hegemónico, fue sentido por muchas de ellas como vocero
del conjunto social. Este poder no permitía reasignación de valor ni de
identidad, ni al desaparecido ni a la familia.
El largo período defensivo generó reacciones adaptativas en parte
inconscientes y estrategias lúcidas de sobrevivencia. La intrincada imbricación
de ambas las hace prácticamente indistinguibles en la conciencia de los hijos:
mecanismos de negación, de silenciamiento, de ocultar por la mentira y el
fingimiento a sabiendas, de fingir v mentir sin darse cuenta, de fingir que no se
está fingiendo, que no se está ocultando, etc. (12)
El necesario aumento de la cohesión para la autoprotección frente a un poder
amenazante ha llevado a estas familias a un «encapsulamiento» más o menos
rígido. Este encapsulamiento junto a la invasora instalación de las reglas del
silencio, la negación y el fingimiento, ha instaurado una sólida rigidez de la
organización familiar. Como decíamos en un trabajo anterior, «se va
construyendo una organización familiar disfuncional que tiende a la
homeostasis y a la rigidez. Estas a su vez, son necesarias para la
sobrevivencia y la cohesión familiar». (13)
¿A dónde conduce el sufrimiento de los familiares? A ninguna parte. Por esto
hablamos aquí de un «dolor sin sentido».
6. Las familias realizan las tareas del ciclo vital con tan graves lastres que para
sus miembros aquel se interrumpe o se toma gravemente disarmónico. Para
los hijos el ser en el mundo en relación al padre o madre que no está, es «ser
hija (o) de ...»; progresar a la propia adultez puede significar «alcanzar» y
sobrepasar al progenitor. Esto puede ser desidentificatorio para el propio hijo y
al mismo tiempo «abandono» desleal del progenitor. (14)
7. Las familias deben repartir las funciones de los mandatos delegados, ejercer
las tareas de la delegación y el control sobre su ejecución. Debemos hacer
notar que para estas familias el campo de realización (y control) del mandato
va más allá de la familia nuclear y extensa.
Incluye, y con mucho poder,- al contexto subcultural señalado y a las
organizaciones sociales de mutuo apoyó.
Los hijos se reparten el mandato delegado de manera fragmentaria y peculiar,
del mismo modo que viven el «duelo suspendido» de manera peculiar. Hemos
observado que es generalmente un (a) hijo (a) de la prole quien asume de
manera más rígida el ser «digna hija (o) de ...», tanto para con la familia como
para con el contexto subcultural de pertenencia.
Este hijo (a) es el que debe cumplir las expectativas de ser hijo del "héroe" o
del "mártir// (lo sienta el propio hijo así o no). Es común que otro hijo (a) cumpla
el mandato de modo especular, fracasando rotundamente en cualquier tarea de
la existencia y apareciendo como el anti-héroe.
Este modo de cumplir el mandato (que lo es del mandato del padre al haber
sido detenido y no estar), puede asumir las formas extremas de asociabilidad y
perturbación mental grave.
Siguiendo a Boszormenyi - Nagy, en cuanto a que todas las lealtades implican
la ambivalente intemalización de una figura idealizada, muchas de las
identificaciones llevan a la recurrencia de conductas autodestructivas. De aquí
que a los hijos les aparece su vida como una sucesión de fracasos sin fin y sin
salida.
Además, la cualidad de «vivo - muerto» del padre le imposibilita a estos hijos
librarse de sus rabias contra él, y al mismo tiempo les es imposible saldar las
deudas con él. El «gran libro de deudas y méritos» de la familia queda así
indefinidamente en desbalance para los hijos.
8. El aprendizaje mimético de hábitos y técnicas de ocultamiento, negación y
fingimientos; las graves distorsiones del desarrollo del ciclo vital (que incluye
perturbaciones de la percepción del sí-mismo) junto a la rigidez de un mandato
imposible, hace que estos hijos vivan atrapados en la poderosa necesidad de
mostrarse, o tratar de ser, tal como sienten que los otros lo desean o lo
demandan. Esta poderosa y multifacética necesidad es el fundamento de
continuas propuestas interaccionales oclusivas, cuestión que hemos observado
claramente en la vida de pareja de las hijas (adultas jóvenes) de los tres casos
que se presentan y todas con una estructura básica de asimetría rígida de la
diada.
9. En a lo menos una de las hijas de las familias asistidas, hemos observado
una clara subindividuación respecto de la madre (cada familia tiene tres hijos).
En dos de estos tres casos, ha habido un desempeño marcado de roles
maternales de las pacientes en relación a sus hermanos y a la propia madre
(parentificación de la hija).
De estas tres hijas, dos están casadas, y la tercera ha mantenido una larga
relación de «pololeo» de algo más de cinco años. Las tres fueron paciente
índice al momento de consultar.
Los dos matrimonios analizados se constituyeron hace algunos años, con
compañeros de militancia política, que sentían una admiración casi reverente
por el padre (desaparecido ya) de la novia. Estos dos esposos a su vez,
tuvieron padres que jugaban claramente el rol regresivo en la pareja de
progenitores (ambos alcohólicos, irresponsables, uno de ellos castigador
brutal).
Estos hombres se han casado muy a sabiendas con la «digna hija de...» (así lo
han explicado en la terapia), con lo cual han pasado a ser copartícipes en la
realización del mandato de la esposa.
En contrapartida, ellos encuentran en la vida de pareja la realización de sus
propios desafíos personales y las delegaciones de su propio origen: ser buenos
esposos, responsables y miembros ejemplares de sus grupos de pertenencia.
El mutuo «autoengaño» (Laing) de expectativas y confirmaciones se asienta en
la «misión imposible» que le queda adscrita al esposo y que éste asume desde
el inicio de la relación. Esta es la de erradicar o ayudar a concluir un sufrimiento
infinito de la mujer que ama, su esposa.
Para no escamotear el fundamento de este desafío-expectativa del marido, la
esposa refuerza ante él la mostración de ser «digna hija de ...», aunque tenga
que disociarse, fingir, mentir y ocultar. Con esto, pseudoconfirma los afanes del
marido. No puede ella sino hacer esto, puesto que está aherrojada al enorme
poder de la delegación (aunque siente que «querría» hacer otras cosas con su
vida); y, por otro lado, no puede defraudar las buenas intenciones del esposo,
puesto que lo ama.
El esposo, a su vez, la pseudoconfirma con alegatos de haberla querido
siempre a ella «como mujer» y no a la imagen idealizada de la «digna hija de
...»
El fantasma asume atributos de Tótem intocable, especialmente para el
esposo. La mujer, conocedora de las fallas y errores del padre, debe encubrir
en sí misma las rabias, culpas y vergüenzas que ese padre le provocó y
provoca. «Sabe» que ella es la poseedora de la llave para abrir los secretos v
progresar; pero le es imposible el acto de deslealtad al padre (es decir con el
mandato) y calla.
El padre fantasmático queda incluido en la colusión y esta permanece. Lo
ónticamente indeterminado es relacionalmente indeterminante. En ambos
matrimonios comentados la imagen del padre desaparecido se congela como
hombrepadre perfecto para el marido (el padre que ellos no tuvieron en sus
propios padres); para ellas, es, al mismo tiempo, el padre idealizado v el que de
todos modos fracasó, que les provoca rabias. Necesitan para sí mismas
humanizar ese padre, pero tienen que mantenerlo intocado e intocable, para el
marido y por la pareja. Esto significa, obviamente, también para sí mismas. Una
pugna creciente se desarrolla entonces en la esposa: o mantener la rigidez del
mandato o flexibilizarlo «humanizando» la ambivalente e idealizada imagen del
padre. Los eventos de la vida, creemos, conducen a la superación del impasse
en el último sentido señalado. Además, sólo ese proceso hace posible a la hija
del desaparecido reanudar su proceso de diferenciación e individuación. Ella, y
sólo ella, es la conocedora de los aspectos más humanos de esa presencia
fantasmática que ha devenido en Tótem. Este «conocimiento» de la esposa y
del hecho de ser la poseedora del «derecho» al develamiento del secreto es,
creemos, la fuente de la mayor cuota de poder que ella tiene en la diada, y
hace que los maridos sientan a sus esposas como «inalcanzables». Se
organiza, desde el establecimiento de la relación, una diada conyugal de
estructura asimétrica rígida en la cual la esposa siempre juega el rol de la
fuerte, la que de todos modos queda «arriba» y va siempre adelante.
III. Familia Gutiérrez
1. Derivación y motivo de consulta.
La psicoterapia fue solicitada directamente por Amelia, la segunda hija de la
familia, quien impulsó a los demás a aceptarla, después de una tentativa de
psicoterapia de la madre y de una terapia grupal que consideraron fracasada.
Amelia se autodesigna como centro de una muy conflictiva relación con la
madre y de una relación tensa y distante con su hermano mayor.
2. Descripción de la familia.
La familia se compone de Sofía, la madre, de 48 años de edad, portadora
crónica de síntomas psicosomáticos digestivos, profesora universitaria, cuyo
marido fue detenido en 1976 y aún permanece desaparecido; de Alberto, hijo
mayor de 24 años, egresado de la universidad; de Amelia, hija del medio de 22
años, estudiante universitaria y de José, hijo menor de 14 años, estudiante de
enseñanza media.
Sofía, la madre, mantiene una relación amorosa «puertas afuera» desde hace
bastante tiempo y no ve posibilidad de que se transforme en una convivencia.
Alberto, el hijo mayor, tiene una relación de pareja hace ya 7 años, que define
como muy buena, ambos quieren casarse, tienen el apoyo de las respectivas
familias, pero él no se siente aún en condiciones (materiales) dice, para
formalizar el matrimonio.
Amelia, la hija, mantiene también una relación de pareja durante casi 5 años
ya, conflictiva e insatisfactoria para ella, discretamente desaprobada por la
familia, y que se ha mantenido en el espacio de las cuestiones asignadas como
personales, íntimas de Amelia.
Los tres hijos han tenido buen rendimiento académico; los dos mayores han
podido optar libremente por sus carreras universitarias con el apoyo materno.
El tercer hijo no tiene dudas que alcanzará también una profesión universitaria.
La madre ha debido pasar muchas postergaciones y humillaciones desde que,
después de la desaparición de su esposo, fue exonerada de su cargo
universitario. Ha conseguido ejercer su profesión en niveles inferiores al
precedente, y con gran esfuerzo y desgaste ha solventado la mantención de su
hogar.
Hacia su entorno social la familia en su conjunto aparece cohesionada, «muy
unida, solidaria y cariñosa». Frente a la dramática situación de la desaparición
del padre, guardan en general una actitud de reserva y dignidad, especialmente
la madre. Los dos hijos varones han optado predominantemente por silenciar
su calidad de hijos de detenido-desaparecido y se han mantenido al margen de
las acciones sociales de denuncia y protesta. Estas acciones han sido
asumidas por la madre y especialmente por Amelia, quien tiene en este ámbito
un activismo oscilante, muy expresivo y con gran carga emocional, apasionada
tanto en los períodos de plena involucración, como en los de desfallecimiento y
cansancio. Aparece entonces durante estos momentos una marcada
susceptibilidad, arranques de ira, defensa indignada ante supuestas ofensas y
postergaciones, seguidas de retraimiento y estados de profunda pena y
autoinculpación.
3. Desarrollo de la terapia, algunas pautas de interacción familiar.
En las primeras sesiones todos están conscientes y de acuerdo en señalar que
entre la madre y los hijos mayores existe una gran dificultad en expresar y
recibir cariño; en tanto José, el menor, es percibido como el «bálsamo» o el
«osito de peluche» en el intercambio de cariños y ternuras.
Alberto, el mayor, adscribe esta dificultad o bloqueo de las expresiones
afectivas a una atmósfera propia de la casa: «lo sentí así desde chico, sin el
papá... el dolor...» Reconoce en sí mismo actitudes habituales de retraimiento y
aislamiento de la vida familiar; paralelamente, sobreinvolucración en sus
estudios y gran dedicación en su relación de pareja. Acusa abiertamente a las
dos mujeres de la casa y describe su forma de relacionarse como «dos dueñas
de casa peleándose por un trono».
Amelia a su vez reclama por las actitudes «marginales» a la familia de su
hermano Alberto, aliándose en este punto con la madre. En la relación con su
madre, reconoce estar casi siempre «con pica», percibiéndose a sí misma
atrapada en funciones de ser una madre protectora de su propia madre. Se
siente agobiada en la casa, llena de «exigencias» y de «cosas»: «siento que
estoy en su casa». Desea muy ambivalentemente irse «para estar en paz,
cómoda».
La madre, por su parte, reclama por la actitud «marginal» del hijo mayor que a
veces se toma agresivo en contra de ella, a continuación de las
demostraciones de «pica» de Amelia. Siente que la hija «guarda cosas» para
con ella; que ella, la mamá, «representa algo» para Amelia, que no consigue
definir. Luego la madre se corrige: «no... no sé, no es realmente conmigo ... y
esto es lo que me duele realmente».
Está convencida que Amelia «está fabricando cosas» en contra de ella para
irse, y de una manera que no es aceptable para la madre.
En este punto Alberto rompe el secreto y explícita rotundamente: «Amelia tiene
una rabia muy grande con el papá» y que «... quiere tirarla contra todo el
mundo, pero ahora es sólo a la familia...»
Sintéticamente, la interacción que se observó se puede resumir de la siguiente
forma:
a. La madre se mueve con la consigna: ayúdenme, escúchenme
(que no por sutil y digna deja de ser así entendida por lo hijos).
b. . Amelia, especialmente, actúa isomórfica a la inducción materna,
luego se percata de esto, se enoja, agrede a la madre y pelean.
c. Alberto observa desde su posición excéntrica, se pone de mal
genio, se aísla o se aleja.
d. José se apena y adopta luego su función de mediador de los
afectos positivos, condensando en sí y posibilitando para el
conjunto de la familia el flujo de cariños y cuidados.
La conducción de las sesiones se orientó a permitir la elaboración de las rabias
y culpas contenidas en el conjunto familiar. Esto posibilitó a Amelia explicitar
sus sentimientos («rabias contra el papá porque no supo cuidarla mejor ...») y
se fueron develando gradualmente las secuencias retro alimentadas de rabias,
culpas y vergüenzas, que más tarde se demuestran como el núcleo de las
conflictivas conductas y actitudes de Amelia.
Estratégicamente, se incentivaron «acting in» de intenso acercamiento afectivo
entre los hermanos, separando paralelamente a la madre (a la que luego se
ofrecen sesiones individuales) y alentando a seguir la diferenciación e
individuación de Amelia.[**]
El reconocimiento y confrontación con los conflictivos sentimientos de rabias y
vergüenzas de Amelia, esclareció y alivió rápidamente las tensiones existentes
entre los dos hermanos mayores.
El reconocimiento doloroso de sentir que el padre «fracasó» con ella, hace que
Amelia se vea continuamente empujada a hacer muchas cosas y a hacerlas
bien, le gusta verse a sí misma como una persona muy activa, y al mismo
tiempo poder ser vista como una joven dulce y simpática.
Manifiesta su disgusto por la gente fracasada (por esto odia la actitud «dejada»
de Alberto en la familia). La percepción que ella misma tiene de fracasar en
«muchas cosas» (hasta su vocación profesional está en crisis por esto) y de no
conseguir ser simpática ni querida le hacen sentirse en una «paradoja» (sic), y
tener vergonzantes sentimientos de envidia y celos respecto de sus hermanos
y de la novia de Alberto, a quien envidia su calma, y celos por ser quien recibe
los cariños, cuidados y protección de su hermano, que tanto ha anhelado para
sí misma.
Pasadas varias sesiones con el conjunto familiar, el ambiente hogareño se
tornó calmo y aceptable para todos. El grupo terapéutico decidió hacer
sesiones individuales para la madre y la hija.
4. Amelia.
Amelia había mostrado un gran ímpetu en la psicoterapia: ella buscó a los
terapeutas; por ella se cambió el método de supervisión tras el espejo por la
coterapia y finalmente ella solicitó entrevistas individuales cuando sus
familiares consideraban la situación como aliviada y buena.
Movida o no por la intención de callar para proteger a los suyos, es sólo en las
sesiones individuales que Amelia desmenuza lentamente los enigmas de su
malestar existencial: sabe que puede v quiere salir sin resentimientos de la
casa materna, pero no puede dejar las funciones protectoras hacia la madre,
quedándose resentida, al final consigo misma; sabe que se desafía
continuamente en sus estudios, buscándose situaciones claramente
demostrativas y conflictivas por ser la hija de detenido-desaparecido («la digna
hija de...»); lucha amargamente por apaciguar su activismo social en los grupos
solidarios (agrupaciones de víctimas y otros), pero no consigue escapar a las
tareas del mandato delegado. Y por último, duda de su capacidad de alcanzar
su plenitud como mujer: después de años de vaginismo invencible y luego de
dispareunia, apenas si ha alcanzado vencer sus resistencias para obtener
eventuales relaciones coitales anorgásmicas, no obstante considerarse a sí
misma definitivamente femenina y con una natural apetencia sexual.
Justamente en estas dificultades se definió centrar los esfuerzos de la terapia.
Como señalamos, Amelia mantenía por años una relación de pareja con un
joven algo mayor que ella, considerado por la familia como débil, necesitado de
mucho apoyo y fracasado.
En la relación de pareja anterior, para Amelia el primer pololo en serio que tuvo,
la pareja tenía características de personalidad opuestas del actual, y según ella
misma, aquel joven correspondía al ideal de hombre al que aún aspira.
En aquella relación primera, Amelia intentó vanamente iniciar su vida sexual:
recuerda hoy con un fulgor imborrable, cómo percibió la «mirada de papá» en
los ojos del amante que se inclinaba hacia ella. Cogida por un pánico indecible
intentó sobreponerse, pero finalmente se impuso su interdicción. A pesar de las
tentativas, Amelia permaneció virgen, con asco consigo misma, por haber
intentado un coito «incestuoso»; con pena por no haber conseguido
sobreponerse a su propio asco; con rabia contra el padre, por todo lo anterior y
con renovadas culpas por sentir estas rabias.
La elección de su segunda pareja fue claramente dictada por sus defensas
contrafóbicas («me había sentido una Electra», sic). Amelia fue descubriendo
que la larga relación con Osear, su actual pareja, era una huida de su
«Electra», una tentativa de apaciguar las rabias y vergüenzas que «el buscar
su ideal» le producía (puesto que claramente ese ideal participa de los atributos
del padre); aceptó que Oscar no era el objeto de su amor sino el depositario de
sus más arcaicas ambigüedades y, en el mejor de los casos, el objeto de su
protección y piedad. Aceptó al fin que Oscar ha sido también el partner
complaciente de su procura de plenitud, el único que podría haberle esperado
por años sus largos hesitaciones en aceptar relaciones coitales, para cada vez,
al final de ellas, terminar ambos llorando juntos el renovado fracaso orgásmico
de Amelia.
Como epílogo queremos señalar que hoy Amelia se desarrolla como una joven
dinámica, optimista y apasionada, libre de dudas respecto a su vocación
profesional. Luego de relaciones sexuales plenas, decidió terminar la relación
de pareja con Osear. Dice «llevar la imagen del padre dentro de sí (una
medalla), pero en paz». El hermano mayor se casó hace un par de meses, y la
madre consiguió después de 15 años volver a una cátedra universitaria. El hijo
menor afirma su decisión de seguir la misma carrera universitaria que su padre.
La familia continúa en psicoterapia con setting variable, tal como ha sido
conducida hasta ahora.
IV. Pareja de Laura y Mauricio
En esta pareja ella tiene 31 años v él 33, tienen un único hijo de un año y
medio. Mauricio es un joven profesional universitario, con pocos años de
experiencia laboral. Laura actualmente está realizando un post-grado (master)
en su profesión, aunque no termina con su tesis de grado.
La pareja contrajo matrimonio hace 7 años. Se conocieron en el ámbito político,
siendo ambos militantes. En el acercamiento de Mauricio a Laura influyó la
admiración de éste hacia el padre desaparecido de ella.
Durante los primeros cinco años de matrimonio tuvieron una convivencia
irregular, por razones de actividad política de Mauricio y por problemas de
vivienda. Aproximadamente hace dos años la pareja logra estabilizar su
situación de vivienda y de trabajo (de Mauricio), y nace su único hijo. En el
momento de la consulta viven allegados en la casa materna de Laura.
1. Motivo de consulta.
La pareja consultó hace aproximadamente seis meses; el motivo de consulta
fue que la relación de pareja estaba siendo cada vez más conflictiva, con riñas
frecuentes, gradual distanciamiento afectivo y con temor de ambos a una
ruptura. Desde el inicio. Laura asume el rol de paciente identificada,
definiéndose como «neurótica, irritable, con poca tolerancia».
Laura se quejaba que el esposo no se preocupa por ella, de sus sentimientos,
que no se acerca, ni está dispuesto a una conversación más profunda con ella.
Tiene la sensación que Mauricio incluso la rehuye en ocasiones. Además le
reprocha su actitud de «agresivo» y «gritón» con ella.
Mauricio igualmente siente y reconoce la existencia de una «comunicación
escasa» entre ambos, y se autoinculpa por su incapacidad, quizás «cobardía»
(sic) de no poder acercarse ni ayudar a Laura. Sin embargo, reivindica su
postura acusando a Laura de mentir innecesariamente en la vida cotidiana,
conducta incomprensible e inaceptable para él.
2. Familia de origen.
Laura proviene de una familia constituida por su madre y dos hermanas más,
ocupando ella el lugar del medio. Su padre fue detenido y desapareció cuando
Laura tenía 13 años. Continua desaparecido.
Recuerda al padre como un hombre muy responsable, cumplidor, alegre y
querendón; un padre cuidadoso con los hijos. Laura fue la "preferida", la
regalona de él. De su mamá tiene una imagen de madre funcional y distante;
ocupada de su quehacer profesional v la organización funcional de la casa.
Con el desaparecimiento del padre, la madre se ocupaba casi exclusivamente
de su trabajo remunerado y de la búsqueda del padre, mientras las hijas
asumían las tareas domésticas. Entre las hermanas, como con la madre, jamás
pudieron llorar juntas las penas por el desaparecimiento del padre: «hasta el
día de hoy no podemos hablar de esto..., sino ... queda la escoba» (sic Laura).
Laura expresa sentimientos ambivalentes hacia sus padres; inmenso cariño y
respeto por ambos progenitores, pero también mucha rabia con ambos.
Aunque anhela al padre y tiene internalizada una imagen idealizada de él,
percibe y siente en la misma imagen a un padre que como tal fracasó con ella.
Siente rabia por algo que percibe como una traición del padre hacia ella, a raíz
de una conversación que sostuvieron poco antes que el padre desapareciera.
En Laura perdura el dolor y la rabia de haber escuchado de él: «si te llegan a
tomar a ti, yo no hablaré» (se refería a que ambos fuesen torturados).
Laura también expresa gran rabia contra su madre; este sentimiento lo centra
en el hecho de sentirse cómplice de las mentiras que su madre contó,
especialmente en el colegio de Laura, para explicar la repentina ausencia del
padre. La madre informó, entonces, que su marido se había separado de ella;
Laura sintió que esta mentira era una traición a su papá, pero no pudo dejar de
participar de ella («contando el mismo cuento»).
Laura afirma saber que su rabia con la madre es un problema que tiene que ser
superado por ella a solas: «con la mamá no se puede hablar de esto, ella es
así--, y yo la quiero mucho».
Mauricio proviene de una familia de 3 hijos, siendo él el último y único varón.
Su madre ocupó claramente el rol progresivo en la familia. Era una mujer
fuerte, normativa, ocupada en la organización y funcionamiento familiar, así
como de actividades políticas. El padre asumía un rol claramente regresivo,
tanto en la diada conyugal, como en el cumplimiento de sus funciones
parentales. Pasaba largos períodos fuera del hogar, para regresar luego como
un fracasado, y en los últimos años, pasó largos períodos refugiado en el
alcohol. La madre reforzó frente a sus hijos la imagen de un padre débil y
periférico; sin embargo, Mauricio pudo acercarse afectivamente a él, antes de
su muerte. A pesar de esto, aún hoy día se reprocha a sí mismo «no
habérselas jugado» oportunamente para recomponer frente a la familia la
deteriorada imagen de su padre, y ayudarlo «de verdad».
Como dos figuras de referencia muy significativas para la construcción de los
valores propios, Mauricio contaba con un tío abuelo y un primo, ambos
queridos y admirados por él. Ellos terminaron igual que su padre, fracasados,
detestados y abandonados por la familia. El recuerdo de estas dos figuras aún
hoy llena a Mauricio de mucha pena y desesperación: «yo intenté ayudar,.... lo
hice, pero no fui capaz de defenderlos frente a los míos».
3. Interacciones relevantes.
Como señalamos, Mauricio y Laura se conocieron siendo ambos compañeros
de militancia. Una de las motivaciones de Mauricio para acercarse a Laura, fue
el hecho que ella era la hija de un detenido-desaparecido conocido y muy
admirado por él; se formó una idea de Laura con características que él imaginó
que la hija de este hombre debía tener: veía y todavía ve en Laura a la «digna
hija de ...» Laura se niega a aceptar esta verdad de Mauricio; ella no desea ser
sólo la «digna hija de...» para su marido. En el transcurso de las sesiones, sin
embargo. Laura aceptó que supo desde siempre o intuyó que este hecho había
sido un factor determinante para el acercamiento de Mauricio a ella. Afirma, no
obstante, haber esperado siempre que Mauricio la hubiese elegido
simplemente por ser ella una mujer.
Ahora Laura pide a Mauricio que la confirme en este su deseo: ser querida por
ser una mujer. Mauricio no la confirma, ni la desconfirma; la indetermina
respondiendo siempre: «no sé... no sé si te quiero... es una cosa tremenda,
debo reflexionar más...». La posibilidad de aceptar que han vivido en un mutuo
engaño permanece sobre ellos.
Al indagar más respecto de este mutuo engaño, a Mauricio le es aceptable la
hipótesis elaborada por los terapeutas: el padre de Laura, detenido-
desaparecido, no sólo le fue y le es atractivo por ser un «héroe» o un «mártir»,
sino que le sirve como figura y padre ideal. A través de esto, Mauricio logra
reivindicar sus tres figuras masculinas débiles y fracasadas, pero muy queridas
por él.
Laura misma expresa, segura de sí y de lo que dice, que para Mauricio, de las
tres figuras masculinas en la familia de él, la imagen ideal de padre es el propio
padre de ella.
Aunque Laura anhela de Mauricio que este la confirme en que la eligió y la
quiere por su calidad de mujer, todavía ella no es capaz de renunciar a su rol
de «digna hija de...». Siente celos, molestia y pudor de comparar y compartir a
este padre y persona ideal con nadie: «el tótem no debe ser manoseado».
Las conductas de reserva y una sutil ironía de Laura provocan en Mauricio un
verdadero estado de incapacidad; llega a un punto en que ya no le es posible
entender nada; no puede, ni se atreve a confirmar ni a desconfirmar nada que
tenga relación con la vida de pareja.
Ambos están dolidos, con mucho temor e inseguridad; viven su dolor a solas,
en silencio. No han descubierto aún como pueden acompañarse en el dolor y
las penas, que los une, y los separa al mismo tiempo.
Al percibir Mauricio su incapacidad de entregar certidumbre alguna, se siente
frustrado y minusválido en relación a Laura.
Reprocha a Laura sus malos hábitos de mentir, como su postura de «aguante»
con la madre. Ambas actitudes de Laura son incomprensibles para él. No
corresponden a las características de una «digna hija de ...». Provocan en
Mauricio un estado de gran irritación, en el que se descontrola, grita y agrede a
Laura. El mismo no sabe por qué motivo reacciona tan fuerte y violentamente
frente a las mentiras y actitudes de «aguante» de su mujer. Tampoco logra
entender los motivos de Laura, quien aún a sabiendas de como reacciona él,
prosigue sin cambiar sus actitudes, por lo menos en presencia de él.
Recién ahora Mauricio es capaz de darse cuenta que ambas conductas de
Laura hacen revivir en él experiencias de dolor y frustración; vivencias
repetidas principalmente con su madre desde su época de niñez. Recordando
su fracaso al intentar confrontar a su madre por una mentira (de ella), así como
su vano intento de ganar su cariño y cercanía: «yo intenté calentar una piedra».
Mauricio delega esta tarea suya frustrada en Laura: sé tú quien reivindica un
trato más digno y afectuoso con tu propia madre, y tú no puedes fracasar con
ella.
Laura no sabe de estas expectativas de Mauricio. Ella sigue aferrada a su
postura de no tocar ni «cuestionar» a la mamá, aunque reconoce que la mamá
le ha causado mucho daño: «hoy ya la entiendo mejor, aunque me diga cosas
ya no me puede dañar más».
Laura no puede darse cuenta que, mintiendo a Mauricio, está descargando sus
rabias contra su madre, aplicando (dando a Mauricio) de lo mismo, y aún más,
de lo que a ella misma le ha dolido tanto: mentir.
Descargándose con Mauricio le es posible ser una hija leal con su madre,
entendiéndola y queriéndola tal como es: pero sobre todo le permite brindar a
su madre un trato digno de una «digna esposa de...»
Visualizar con más claridad la delegación de las mutuas expectativas de la
pareja y el intento de cada uno de saldar sus deudas y culpas con sus
respectivas familias de origen en la relación de pareja, le permitió a Mauricio,
por primera vez, ser capaz de mirar y ver a Laura como mujer, su mujer, y pedir
de ella: "quiéreme".
V. Pareja de Manuela y Fernando
1. Derivación y motivo de consulta.
La pareja fue derivada a terapia familiar por el terapeuta de Manuela; esta
buscó ayuda por decaimiento y un notorio incremento de las disputas
conyugales.
2. Descripción de la pareja.
La pareja la compone Manuela, contadora de 26 años de edad y Femando,
técnico gráfico de 27 años.
Llevan dos años de matrimonio, tienen una hija de 6 meses de edad que nació
con un síndrome de Down. Viven en la casa de la familia de origen de Manuela.
Ambos trabajan, por lo que la niña queda al cuidado de la abuela o algún tío
materno gran parte del día.
Manuela señala que el nacimiento de la hija ha significado un gran cambio en
su vida, especialmente porque la niña requiere de cuidados especiales.
Reconoce que le angustia, pero no se atreve a delegar estos cuidados en
nadie. Debido a esta dedicación y al hecho que ambos cónyuges trabajan,
Manuela refiere que cada vez dispone de menos tiempo para la pareja; y que
ella no encuentra suficiente apoyo en su compañero para dedicarse a otras
actividades y descansar. Femando, por su lado, cree que la situación no es tan
crítica.
Esta es la primera vez que acuden a una psicoterapia. En el transcurso de las
sesiones se observa entre ellos, a pesar de las críticas, un ambiente de gran
respeto y cariño mutuo.
3. Historia de las familias de origen.
Fernando tiene como recuerdo más intenso de su hogar paterno constantes
riñas y gritos. Su padre de muy humilde origen, era alcohólico, la familia
siempre vivió graves carencias económicas, hasta que la madre comenzó a
trabajar.
Manuela es la mayor de tres hermanos. Su padre fue detenido en 1976,
cuando ella tenía 11 años y permanece desaparecido hasta hoy.
La madre se dedicó largo tiempo, casi exclusivamente, a buscar al marido.
Manuela y sus hermanos se hicieron cargo de las tareas domésticas, en tanto
veían a una silenciosa madre demacrarse y envejecer.
Nunca lloraron juntos, a veces cada uno lo hacía a solas. Por un tiempo los
hijos fueron entregados a la familia extensa; Manuela fue a vivir con una
abuela, pero ni se acostumbró allí, ni pudo aceptar el hecho de dejar sola a su
madre. La familia nuclear se reunió, pero ya nada volvió a ser como antes.
Cada uno parecía estar absorto en sus propias cosas sin compartir con los
demás: «la casa ya no era la misma, algo había cambiado, se veía sombrío...»
Manuela quiso que todo permaneciera como cuando estaba el padre y, de
hecho, la ropa de él quedó tal cual hasta sólo dos años atrás (1988).
4. Historia de pareja.
Manuela y Femando se conocieron hace aproximadamente 4 años atrás, en el
contexto de la organización política de la cual ambos eran miembros.
Fernando cuenta haberse sentido atraído desde que la conoció: «ella fue para
mí diferente desde el inicio, yo me había hecho una cantidad de valores y en
ella no tenía nada que cambiar».
Por su parte, Manuela relata: «él no me atrajo al principio, yo pololeaba con
otro que fue muerto en esta época. El (Fernando) se acercó a mí, yo estaba
muy mal. Se acercaba la fecha de la desaparición del papá. El me conquistó
con el primer beso. Fue hermoso».
Pololearon dos o tres meses, sin conocer el verdadero nombre de cada uno.
Decidieron que «eran el uno para el otro», se presentaron a sus respectivas
familias y se casaron.
Hasta el nacimiento de la hija, ambos coinciden en describir la vida de pareja
como «excelente». La niña nació con un síndrome de Down. Manuela relata la
extrañeza de sí misma al enterarse de ese diagnóstico, y la resume diciendo:
«no pude llorar». Con la crianza de la hija comienzan los conflictos de pareja.
5. Pautas interaccionales.
Desde el nacimiento de la hija, Manuela siente que dispone cada vez de menos
tiempo y espacio para ella misma, por cuanto no puede contar con la ayuda de
Femando para hacerse cargo de la niña. Manuela señala que Femando no
podría hacerse cargo de la hija porque él es «desordenado y descuidado».
El impasse no se resuelve: Manuela «pone cara larga» y permanece en
silencio, silencio que puede durar varios días. Manuela nos relata: «no puedo
decirle nada porque no me toma en serio». Femando se defiende intentando
explicar su propio comportamiento, pero finalmente aclara que no consigue
entender el por qué ella se enoja.
Manuela no consigue explicitar a su esposo sus propias rabias, estas quedan
sumergidas en el silencio: es la regla que se impuso en su familia de origen
desde la desaparición del padre. Fernando no mira ni oye los reclamos de
Manuela, simplemente no entiende qué le pasa a ella; se convence que los
cotidianos y progresivos enojos de Manuela son detalles sin ninguna
importancia.
La pareja no ha podido explicitar acuerdos de lo que es o no es importante en
la vida familiar. Los conflictos a los que aluden son los de la vida cotidiana,
siempre relativos a cuestiones domésticas (*)
Durante las sesiones se consiguió develar que la importancia que Manuela
atribuye al orden y cuidado en la vida doméstica quedaron para ella
determinados por las reglas que existían en su familia de origen.
Era su padre quien fue determinando esas reglas, quien en gran medida
también ejecutaba las tareas domésticas y se constituyó en ejemplo en este
ámbito para sus hijos. Esto llena a Manuela de orgullo.
Constantemente compara el desempeño de Fernando en el cumplimiento de
las funciones paternales y domésticas con la imagen que ella guarda de su
padre. Esta imagen es perfecta y además incompartible: debido a una suerte
de pudor, ella siente que esta imagen pudiera ser trivializada.
Manuela expresa en la terapia que ha sentido que la «rodea un muro» que le
impide decir y mostrar sus sentimientos a Fernando. Se queda esperando que
Fernando sea quien se dé cuenta que algo importante pasa con ella.
Fernando, por una parte, cuenta sólo con los carenciados modelos paternales
domésticos de su propio origen; por otra parte, lo invade la angustia por lo que
el sabe que existe en ella, un gran dolor. La mayor certeza que invade a
Fernando acerca de este dolor es que es inabarcable e infinito; el deseo de
acogerlo y compartirlo se torna entonces en impotencia. Intentando aliviar la
tensión conyugal (y llevado por los modelos de su origen), Fernando trivializa la
situación, lo que aumenta los resentimientos de Manuela.
Y toda esta dinámica va siendo incorporada a las reglas del silencio.
La situación se hace cada vez más incomprensible para Femando, lo que lo
hace sentirse cada vez más alejado de su mujer. En Manuela aumentan los
sentimientos de soledad y abandono («... el me abandona cuando más lo
necesito...»); ella se ensimisma progresivamente y se toma cada vez más
inalcanzable para su esposo que no sabe ya más como acogerla y ayudarla.
6. Situación al final de la terapia.
Fue resumida por los cónyuges de la siguiente forma:
Manuela: «La situación entre nosotros no sé si es igual o
diferente, porque igual peleamos. Pero ahora entiendo lo que es
pelear y conversar».
Femando: «No está ya en discusión seguir juntos o no. Ahora sé
que la vida tiene problemas y que no se pueden negar. El
problema es cómo enfrentarlos».
Están acordando horarios para la hija, tienen planes para su futuro para lo cual
están empeñándose, por ejemplo, en la compra de una casa propia.
Notas
1. Pereira, P. «Desde la injusticia y el dolor». En «Derechos Humanos : todo es
según el dolor con que se mira». ILAS. Santiago, 1989.
Martínez, V. «¿Es lindo ser grande?» En «Era de nieblas» Ed. Nueva
Sociedad, Caracas, 1990.
Bierdermann, N. «Una visión sistémica de la segunda generación de familias
de detenidos-desaparecidos». ILAS. Ponencia en el 11 Seminario de la Región
del Maule: «Derechos Humanos, Salud Mental, Atención Primaria: Desafío
Regional», 1991.
Lira, E. et al. «Psicoterapia de víctimas de represión política bajo dictadura : un
desafío terapéutico, teórico v político». En «Derechos Humanos : todo es según
el dolor con que se mira». ILAS, Santiago, 1989.
2. Laing, R. «La voz de la experiencia». Ed. Crítica, Grijalbo, Barcelona, 1993.
Maturana, H. «Biología de la cognición y epistemología». Ed. Universidad de la
Frontera, Temuco, 1990.
Vuskovic, S. Comentario a «Un viaje muy particular». En «Tortura : aspectos
médicos, psicológicos y sociales». CODEPU, Santiago, 1990.
(*) Por esto hablamos de «violencia» y no de «agresión» para distinguir el
elemento de acción deliberada por parte de los victimadores.
3. Respecto de la relación familia-entorno social tenemos que considerar que el
conjunto familiar dañado por la represión va quedando marcado al interior de la
sociedad por las barreras de la estigmatización, la marginalidad y el
encapsulamiento. Los dos primeros conceptos distinguen dos aspectos del
conjunto de acciones de exclusión social, económica y política implementada
por el poder. El encapsulamiento es la membrana protectora que la familia
coloca en la interfase social producto del miedo y del desamparo. Se podría
decir que la familia reprimida es puesta en situación de estigmatización y
marginalidad y es compelida a ponerse a sí misma en situación de
«encapsulamiento». Faúndez, H. «El lenguaje del miedo». En «Era de
Nieblas». Ed. Nueva Sociedad, Caracas, 1990 y en «Persona, Estado, Poder»
Vol. I. CODEPU, Santiago, 1989.
4. Faúndez, H. «Adolescencia en familias reprimidas». En «Tortura : aspectos
médicos, psicológicos y sociales». CODEPU, Santiago, 1990.
5. Barudy, J. «El dolor invisible de la tortura en las familias de exiliados en
Europa» CODEPU, Santiago, 1990.
6. Boszormenyi, I. «Lealtades invisibles». Ed. Amorrortu, Buenos. Aires, 1983 .
(**) Una reflexión adicional podría merecer el hecho que el poder que aniquila y
disocia ha querido presentarse a sí mismo en la figura de un pater autoritario y
fuerte, pero legítimo, que se sacrifica en aras del «bien común». El padre que
es desaparecido por ese poder, también se ha (o fue) sacrificado en aras de
ideales superiores.
7. Minuchin, S. «Técnicas de Terapia Familiar».
Fischman, H.CH. Ed. Paidos. Barcelona - Buenos Aires, 1984.
Bowlby, J. «La pérdida afectiva : tristeza y depresión». Ed. Paidos y Hormé,
1977.
Biedermann, N. Op. cit.
8. Amati, S. «Aportes psicoanalíticos al conocimiento de los efectos de la
violencia institucionalizada». En «Era de Nieblas». Ed. Nueva Sociedad,
Caracas, 1990.
9. Laing, R. Op. cit.
10. Zuk, G.Boszormenyi-Nagy, I. «Terapia Familiar y familias en conflicto». Ed.
Fondo de Cultura Económica, México, 1985.
11. Maturana, H. op. cit.
12. Laing, R. «El yo y los otros». Ed. Fondo de Cultura Económica, México,
1974.
13. Faúndez, Hering, Balogi. Op. cit.
[+] «El sufrimiento sólo puede tener sentido cuando no conduce a la muerte,
pero conduce a ella casi siempre». Malraux, A.«La condición humana».
14. Martínez, V. Op. cit.
[**] Con quien se han hecho también sesiones individuales durante varios
meses.
(*) La exploración en las sesiones no reveló ninguna dinámica culposa por la
enfermedad congénita de la hija.
Terapia a torturados: un reconstruirnos mutuamente
Luis Ibacache S., médico-psiquiatra
Luisa Castaldi, psicóloga
III Conferencia Internacional de Centros, Instituciones e Individuos
que trabajan en la asistencia a víctimas de la violencia organizada:
Salud, Represión Política y Derechos Humanos.
Santiago, noviembre 1991.
I. Introducción
Al enfrentar la terapia del torturado, los terapeutas encontraron una situación
que rebasaba cualquier marco teórico que se tuviese como referencia previa
(CODEPU, 1989).
La existencia de algunas comunicaciones sobre la experiencia en los campos
de concentración durante la Segunda Guerra Mundial o de experiencias más
recientes del uso sistemático de la tortura en contra de las luchas de liberación
de pueblos del Tercer Mundo, permitió establecer algunas bases teóricas
mínimas sobre las cuales ir construyendo un modelo propio de acercamiento al
fenómeno (Bettelheim. Fannon).
Como producto de este mismo trabajo clínico (de emergencia, intuitivo) se fue
profundizando el estudio sobre los aspectos más relevantes de los procesos
intrapsíquicos del torturado y de su relación con el mundo que determinan su
particular modo de responder (Barudy. Vidal).
En medio de este proceso se configuró lo que se ha denominado la «escuela
chilena» de tratamiento a víctimas de la represión que sirvió de modelo para el
establecimiento de centros en diversas partes del mundo (Rasmussen).
En todos los aspectos antes mencionados los profesionales que trabajan en
salud mental y derechos humanos han reflexionado, elaborado y comunicado
su experiencia. Sin embargo, resulta evidente que existe un área no explorada:
la vivencia de los propios terapeutas.
¿Es este hecho producto de la dinámica misma del trabajo, de la necesidad de
abordar otras temáticas más urgentes para la práctica cotidiana, o se trata de
un verdadero punto ciego, de un área de la realidad no percibida por nuestros
sentidos y de la cual no nos damos cuenta?
¿Podemos hacer esta analogía con el fenómeno del punto ciego del ojo donde,
a pesar que los rayos luminosos no son percibidos, no nos damos cuenta de
esta discontinuidad, es decir que no vemos que no vemos?
Si analizamos las comunicaciones acerca de las modalidades de trabajo de los
diversos grupos que hacen terapia a torturados encontramos dos rasgos que
nos parecen comunes: por una parte queda claro desde el primer momento
para el torturado que él y su terapeuta se encuentran del mismo lado de la
barricada en lo que algunos han llamado el encuadre militancia (Maldonado).
Por otra parte, resulta evidente la importancia otorgada a la acogida del
paciente en un ambiente donde los terapeutas son algo más que profesionales
y compañeros.
Del contacto y conocimiento paulatino entre terapeutas hemos ido
descubriendo que muchos de ellos comparten con sus asistidos una historia
personal de represión que en nada se les diferencia.
Por todo lo anterior es que nos surgen dos interrogantes entre las muchas
posibles:
¿Cómo, cuánto y en qué sentido influyen estos hechos en la terapia?
¿Qué rol cumple en la vida del terapeuta el trabajo con torturados?
II. Acerca de la metodología
El objetivo de este trabajo es describir una experiencia en todas las
dimensiones que ella tiene. Para ello escogimos como instrumento las historias
de vida de los terapeutas como la forma más adecuada para la recolección de
la información. Estas historias se obtuvieron de una entrevista
semiestructurada que se realizó a cada uno de ellos. Las entrevistas fueron
grabadas y luego transcritas. Se llevaron a cabo en los lugares de trabajo o en
sus casas. La duración varía entre una y dos horas y media.
Los terapeutas escogidos fueron aquellos que habían sufrido una experiencia
represiva que correspondiese a las clasificaciones operacionales que usa el
CODEPU para definir los beneficiarios de sus programas.
Se planificaron doce entrevistas de terapeutas de organismos de derechos
humanos. De ellas sólo se realizaron ocho, por diferentes razones. Cada sujeto
fue entrevistado una sola vez.
Los aspectos explorados en las entrevistas se refieren a la experiencia
personal de represión y su modalidad de elaboración, al significado de su
trabajo como terapeutas de equipos de derechos humanos y al rol terapéutico y
conformación del «setting» en la terapia con torturados.
III. Acerca de los resultados
Cuatro de los entrevistados tenían una vida militante de izquierda al momento
del golpe militar. Otros tres tenían una participación activa sin ser militantes y
uno tenía sólo simpatía por el proceso de la Unidad Popular. En la actualidad
ninguno es militante.
Todos los terapeutas han vivido al menos una experiencia de represión. De
ellos sólo uno se sometió a una terapia. Otros dos han estado en terapia pero
no han abordado en ella su experiencia represiva.
Ninguno de los entrevistados tenía experiencia como psicoterapeuta previo a
su situación represiva. De los ocho terapeutas sólo tres tuvieron experiencia
con otro tipo de pacientes en forma previa a su trabajo con torturados.
En un primer momento intentamos una aproximación pseudo-científica a las
informaciones recogidas, es decir, intentamos separar, clasificar y tabular. Sin
embargo, nos dimos cuenta que en realidad estábamos perdiendo el sentido de
la motivación inicial: el interés no era describir un fenómeno, sino reflexionar
nosotros y nuestro entrevistado acerca de la experiencia de ser víctima de
tortura y terapeuta de torturados.
IV. El quiebre de un proyecto: las lealtades no se rompen, sólo se
transforman
«Como muchas veces hemos escuchado a nuestros pacientes, aparte de
interrogarme y de mantenerme con un soldado apuntándome con la bayoneta
en la garganta, en realidad, como dicen nuestros pacientes, no me hicieron
nada, a mí no me pasó nada, mientras escuchaba que estaban matando a
todos mis camaradas...»
En estricto rigor, los terapeutas entrevistados tienen edades marcadamente
distintas. Sin embargo, tienen en común el pertenecer a lo que podríamos
denominar la generación del Gobierno Popular.
Las historias de todos ellos son atravesadas por los profundos cambios que
estaba experimentando toda la sociedad chilena y el mundo y por la urgencia
de ser protagonistas de ellos.
De distintas edades pero con el denominador común de una posición en favor
de los cambios; como dice uno de ellos: «nos amamantaron con leche de
izquierda...» El compromiso se fue plasmando en proyectos de vida que
incluyeron en forma natural la militancia. «...ahora de sólo mirar para atrás me
canso, no sé cómo nos alcanzaba el día y la noche para intentar hacer tantas
cosas. Nos sentíamos y nos decíamos revolucionarios».
El golpe militar, a pesar de ser esperado, los sorprende, al igual que a todos loa
chilenos, por su violencia y su crueldad. Los proyectos de vida, paso a paso
construidos, se quebraron.
La detención y la relegación fue la experiencia de algunos. En otros la vida
clandestina les permitió salvar la vida y, finalmente, llegar al exilio. Otros, con
menos suerte, sufrieron la prisión y la tortura o el desaparecimiento o asesinato
de sus familiares.
Es en esta situación de emergencia, en la que se rearman los proyectos vitales.
Crecen hijos y se rompen parejas. Se inician estudios y se recomienzan
trabajos. Es en este nuevo proyecto donde encuentra su lugar el trabajo en
derechos humanos. En todos ellos la opción por ser terapeutas de torturados
fue transformándose en una parte central de su vida.
«Soy una mujer de izquierda, con mucho compromiso, pero que dejé de militar
y cambié la iglesia de la política por la iglesia de la psicología... no sé si tiene
que ver con un sentimiento de culpabilidad, de haber salido indemne cuando
hay compañeros que la pasaron tan mal...»
Las lealtades tienen su esencia en una invisible fábrica de expectativas del
grupo y no en una ley manifiesta. Entendiendo así las lealtades como un
determinante motivacional, que tiene raíces dialécticas interaccionales, la
lealtad es a la vez característica de un grupo y, asimismo, una actitud personal.
Ella implica que para ser un miembro leal de un grupo, cada uno es llevado a
internalizar el espíritu de las expectativas de ese grupo y a utilizar un conjunto
de actividades específicas que permitan adecuarse a las prescripciones
internalizadas. No asumir este tipo de obligaciones conduce a sentimientos de
culpa (Nagy, citado por Becker).
Creemos que algunas observaciones generales acerca de las lealtades pueden
encontrar cabida en nuestro análisis (Becker):
En primer lugar, las lealtades forman parte de las interacciones
humanas en general; mientras mayor es la relevancia afectiva de
un vínculo, más fuertes son también las lealtades observables.
Las conductas que se producen en base a las lealtades no
necesariamente sirven al individuo; en algunos casos son
visiblemente autode3tructivas-
Por último, sabemos por la experiencia que las lealtades nunca se
rompen, sólo se transforman.
V. Terapia con torturados: el juego de las partes
PROTAGONISTAS : Terapeuta y
Paciente
PERSONAJES : Supervisores
SECUNDARIOS
EXTRAS : Asistentes sociales
Secretarias
Médicos generales
Enfermeras
Etc.
ACTO I: «Como nosotros no hay nadie»
El terapeuta y el paciente tienen un acuerdo mutuo: son indispensables el uno
para el otro.
El paciente necesita saber que puede tener confianza en el terapeuta, que
pertenece a «la gente del ambiente», que han compartido una experiencia, que
ellos dos pertenecen al «mismo universo, la única diferencia con el paciente es
que nosotros manejamos una técnica».
Para el terapeuta el torturado es el paciente que quiere y puede atender: la
mayoría de nuestros entrevistados se ha formado profesionalmente en la
terapia con torturados, y ese compromiso que ha tomado tiene un significado
especial en su vida.
«Siento importante reparar, siento importante participar, hasta que no estén
sanas todas las heridas, que creo que no va a ser durante mi vida, yo voy a
estar preocupada, ocupada».
«Yo estaba haciendo algo que estaba determinado, estaba emocionalmente
determinado por mi hermano, mi hermano había muerto en tortura y es una
especie de ofrenda, es una especie de depuración».
En este sentido cada uno tiene en la red de «significación» del otro una
importancia que determina la experiencia emotiva de la terapia, de la manera
de estar juntos en las sesiones.
La manifestación externa de esta relación es un «setting» terapéutico especial.
Por «setting» se entiende la concurrencia de determinadas condiciones
externas, necesarias para que el proceso terapéutico pueda realizarse. Tales
condiciones están representadas por un especial ordenamiento de la situación
ambiental y relacional: conformación de la sala, horario de las sesiones y pago,
relación terapeuta-paciente.
Considerando los elementos analizados antes y el paradigma enunciado,
podemos darnos cuenta de cuan especial es la situación de terapia de
torturados para ambos protagonistas.
Ellos no son uno para el otro un paciente y un terapeuta cualesquiera pero los
dos se han elegido, se han buscado sobre la base de características tan
importantes como que la problemática sea común a los dos, que puedan
compartirla.
«Tener la experiencia represiva y sentir esa identificación creo que es muy
bueno porque naturalmente hay un interés personal y un compromiso, una
ayuda y creo que es muy bueno para la persona que viene a pedir ayuda».
El contexto en el cual se mueven, la organización y los otros miembros de la
misma también tiene un significado peculiar; en estas condiciones ambientales
y relaciónales se desarrolla la terapia.
ACTO II: «El espejo mágico»
«Encuentro que es bueno haber estudiado todo eso, me da una base... pero no
tiene mucho que ver y menos en este trabajo en derechos humanos, al
contrario es muy bueno, por ejemplo yo lo siento involucrarse con lo que me
pasa, lo que no me pasa, sentirse identificados es bueno para ellos...»
«La experiencia general en este sentido es importante porque de esa forma
hay una relación empática que es la confianza, en este tipo de caso es
fundamental».
Todos nuestros entrevistados están de acuerdo en definir como fundamental la
sensación de confianza entre terapeuta y paciente para empezar el proceso
terapéutico en víctimas de la represión, pero una vez más estamos hablando
quizás de una confianza especial cuya fundamentación no está en una relación
que se va creando, sino de nuevo en ese pacto inicial colusivo: tú eres único
para mí.
En realidad la empatía, la capacidad de identificación, etc., en pocas palabras,
la capacidad terapéutica de «enganche» no deriva necesariamente de haber
vivido una experiencia similar, al revés, a veces puede ser contraproducente.
La empatía, o sea, la habilidad de entender la experiencia del otro y
compenetrarse en las emociones (Gallop y otros, 1990) se tiene que diferenciar
de la simpatía que es el sentir los mismos sentimientos que el otro y sentir
piedad por él. La simpatía no depende de la capacidad de entender el mundo
de la otra persona, sino de una sobrecarga emocional, o sea, del hecho que el
terapeuta sea sobrepasado por los eventos.
Entonces sí es cierto que es fácil «enganchar» en un «aproche» terapéutico
cuando las sensaciones y las emociones del paciente tienen que ver
directamente con el contexto emocional habitual del terapeuta; también es
cierto que es imposible la compenetración cuando se están elaborando
sentimientos que llevan al terapeuta a revivir experiencias que para él son
conflictivas o no adecuadamente resueltas.
Aquello que inicialmente parece una ventaja puede transformarse en una
desventaja: haber tenido una misma experiencia puede significar para el
terapeuta tener que revivir algo doloroso y también tocar aspectos
inconscientemente no elaborados.
«Es un tema que a veces me cuesta tocar, cuesta elaborarlo, prefiero sacarlo
un poco al lado».
«Es como una estrategia para no ponerme a pensar en todas las cosas que me
han pasado. La he utilizado durante mucho tiempo...»
Los terapeutas entrevistados están conscientes de no haber enfrentado y
elaborado justamente las vivencias represivas que son las que comparten con
el paciente: una sola persona cuenta haber profundizado en una terapia el
significado que tuvo en su vida la represión, las otras han rechazado lisa y
llanamente enfrentarse o han asistido a terapia evitando el tema.
«Me he hecho el leso, me he contado historias y me he evadido...»
«Lo he elaborado mal, yo me doy cuenta que me he puesto como una coraza,
es necesario alguna vez...»
Si en el momento del «enganche» el peligro es que la empatía se transforme
en simpatía, contaminando el proceso, es necesario preguntarse qué pasa con
la vivencia del terapeuta en el proceso terapéutico mismo, qué significado
asume el «transfer» del paciente, qué dinámica contratransferencial
desencadena.
En el curso de la terapia se da una reactivación de imágenes y
representaciones de las experiencias, o sea, de las vivencias emocionales
fantasmagóricas del sujeto y eso provoca en el terapeuta una receptividad de
los sentimientos transferidos de parte del paciente y lo obliga a entrar en
contacto con los procesos inconscientes que dentro de él se originan desde su
receptividad misma (Canestrari, 1984).
El paciente con sus tensiones no está en condiciones de tolerar aquellas partes
de sí mismo que no ha podido elaborar y transformar. Estas partes que no son
aceptadas en el pensar, soñar, recordar, pueden solamente ser evacuadas en
un objeto externo. El terapeuta puede ser ese objeto externo, contenedor y, en
el momento en que pone en acción su capacidad de recibir, contener y
modificar las proyecciones del paciente, puede elaborarlas y devolverlas como
partes que le pertenecen y que ahora él puede dejar de vivir como amenazante
pero necesarias de evacuar.
La proyecciones de los pacientes pueden, con su intensidad, reagudizar o
hacer emerger problemáticas no resueltas por el terapeuta mismo y, en este
caso, él no está en condiciones de aceptar y contener los elementos
conflictivos.
En el caso de la terapia con víctimas de la represión, el paciente le pide al
terapeuta que sea como un «espejo mágico», o sea, que él que ha vivido lo
mismo, que lo entiende, que tiene que entenderlo, porque es «único para el
paciente», devuelva sus emociones purificadas para que él pueda asumir su
traumatización como piensa que el terapeuta mismo hizo.
«Esa calidad de mujer todopoderosa porque la gente te ve como que a tí no te
pasa nada, como que tú eres alguien muy sólido, muy fuerte».
En realidad la mayoría de nuestros entrevistados, como ya hemos subrayado,
admite y asume no haber elaborado las vivencias relativas a la represión.
ACTO III: «El juego de las partes»
¿Pero dónde podían recurrir los terapeutas afectados si todos los que ofrecían
seguridad y confianza habían sufrido y sufrían la misma experiencia?
«El miedo no se podía elaborar en el grupo, porque eso fue en plena época de
dictadura, entonces no se podía...»
La terapia con torturados es algo nuevo, que no se puede comparar con
ninguna otra situación terapéutica.
«Creo que todos los terapeutas que trabajamos en esto hemos tenido que
inventar, que improvisar nuestros propios recursos, como seres humanos,
mucho más que la teoría».
La elaboración de las experiencias vividas tiene entonces que darse
necesariamente en el proceso terapéutico mismo: el hecho de trabajar en
equipo, de supervisarse mutuamente permitió a nuestros entrevistados
entenderse y entender, acercarse un poco más a la superación del trauma de
la represión.
«Para mi esas reuniones eran como muy necesarias por ser la instancia donde
uno contaba lo que había sucedido el día anterior».
«Nos percibimos hasta el olor del sudor que anda trayendo cada uno de
nosotros, si está angustiado o no, andamos como los perros».
El supervisor se coloca como el contenedor para el terapeuta, para aquellas
emociones que no puede y no sabe manejar, él puede mostrar al terapeuta el
origen de la reacción emocional que éste ha experimentado en la sesión con su
paciente (Cardinali, Guidi. 1988). En este sentido el terapeuta, a través de sus
pacientes, se va descubriendo, y en cada sesión, en cada terapia, puede él
también reconstruirse.
La relación colusiva entre paciente y terapeuta, el juego que los dos hacen en
volverse indispensable el uno para el otro permite a los dos enfrentarse y
recuperarse, en un cambio de roles en que el terapeuta es un poco paciente y
el paciente es un poco terapeuta.
«La elaboración de mi vivencia ha sido muy de a gotas... la terapia no está
terminada, pero empezada sí».
VI. Conclusiones: el alta del terapeuta
Para la mayoría de nuestros entrevistados ha sido bastante difícil realizar un
balance, en términos personales, de lo que ha sido la experiencia de terapeuta
en una organización de derechos humanos. Todos concuerdan en considerar
importante la posibilidad de reflexionar sobre la propia experiencia, a pesar de
la dificultad que para ellos implica el sólo hecho de hablar de sí mismos.
Difícil resulta entonces el esfuerzo de definir hasta qué punto llegó su
reconstrucción de la traumatización vivida y la elaboración terapéutica con el
paciente víctima de represión.
Consideramos que la dificultad de definir diferencias respecto a otras
situaciones terapéuticas, o, por otro lado, considerar esta diferencia abismal,
sea señal de una elaboración todavía no completada.
Nuestros entrevistados están de acuerdo en ello.
«...Cada vez había menos diferencia entre los dos trabajos ... yo antes estaba
muy marcada por la identificación, o sea, me identificaba muy fácilmente con la
persona víctima de la represión política, y eso muchas veces me significaba
tener una buena comprensión del paciente, pero no necesariamente poder
ayudarlo en separar una cosa de la otra...»
Pensamos que en la elección de nuestros entrevistados de ser terapeutas de
torturados han jugado un rol fundamental las lealtades hacia sus grupos de
pertenencia, y que asumir este trabajo les ha permitido reordenar sus proyectos
de vida sin las culpas que de otra manera resultan inevitables.
De las conversaciones con nuestros entrevistados podemos deducir que todos
estos fragmentos todavía no forman parte de una experiencia elaborada.
En conclusión pensamos que los terapeutas aún no se encuentran de alta, o
sea, que aún precisan de sus pacientes privilegiados y necesitan sentir que
«como ellos no hay otros».
No estamos en condiciones de afirmar que los pacientes compartan la misma
percepción de los terapeutas.
Retomando la analogía enunciada en un comienzo, quizás podríamos plantear
que no existe tal punto ciego en el cual no tengamos la capacidad de ver, sino
más bien un síntoma funcional de una imposibilidad psicológica de darse
cuenta de la vivencia.
Bibliografía
• Becker, D. «La familia frente al miedo». 1990.
• Weinstein, E .«Aspectos psicodinámicos y psicoterapéuticos». Primeras
Jomadas Chilenas de Terapia Familiar. Santiago, 1986.
• Faúndez, H. «Cuando el fantasma es un Tótem» (en este mismo libro).
• Estrada, A. «Perturbaciones en las interacciones afectivas de adultos».
• Balogi, S. y Hering, M. «Jóvenes, hijos de detenidos desaparecidos».
Terceras Jornadas Chilenas de Terapia Familiar. Santiago, 1991
• Salamovich, S. «Mujer: psicoterapia y cambio». En «El malestar silenciado, la
otra Salud Mental». ISIS Ediciones de las Mujeres ?14. Santiago.
• Londoño Lavi, M. «Transición y soledad». «El malestar silenciado, la otra
Salud Mental». ISIS Ediciones de las Mujeres ?14. Santiago.
Y entonces me dedique a mis hijos
Mónica Hering L., psicóloga
Sara Balogi T., terapeuta familiar
Primer Congreso Internacional de Salud Psicosocial,
Cultura y Democracia en América Latina.
«Redescubriendo el Paraguay en el Contexto Latinoamericano».
Asunción, Paraguay, noviembre de 1992.
Y entonces me dedique a mis hijos
Acerca del devenir existencial de un grupo de mujeres solas con hijos
I. Introducción
Este artículo expone algunas consideraciones acerca del devenir existencial de
mujeres solas con hijos. (1) El universo delimitado es de 26 familias mutiladas,
madres solas con hijos. Son mujeres separadas (11), viudas de ejecutados
políticos (7) y mujeres de detenidos-desaparecidos (8).
La labor psicoterapéutica en nuestro campo específico nos está planteando
siempre el desafío de distinguir entre lo que pudiera ser similar con cualquier
otro consultante y lo que es peculiar y distinto en las personas que han sufrido
persecución política. Lo que estas 26 mujeres tienen en común y que por si
mismo marca la diferencia, es:
1. Haber sufrido persecución política directa, intencional e
institucionalizada.
2. Compartir en mayor o menor grado una cosmovisión o ideología y
consecuentemente compartir una forma de vida, que de hecho
configura una suerte de subcultura, lo que nosotros hemos
designado como la subcultura o contexto de la militancia política
de la izquierda.
Las mujeres tienen edades que fluctúan entre los 40 y 50 años, todas con hijos
e hijas adolescentes o ya jóvenes adultos. Todas ellas ejercen una profesión u
oficio estable. (2)
Otro punto en común es el hecho que participaron en un momento histórico en
el que vivieron como real la posibilidad de alcanzar un nuevo orden social y
cultural, en el que todo el abanico de las posibilidades humanas se les aparecía
como proyecto realizable, tanto para las mujeres como para los hombres. El
aspecto de género es que sintieron que en el proyecto social y político estaba
incluido un orden más igualitario de relaciones entre mujeres y hombres. (3)
Este proyecto, sentido por ellas como un proyecto social y de género, quedó
trunco con el golpe militar de 1973. Este hecho, y la pérdida o la separación de
sus compañeros, las condujo a reasumir los roles tradicionalmente adscritos al
género femenino: afirmar y dar sentido a la propia existencia a través del «ser
en el mundo por y para los hijos».
II. Persecución política y dinámica familiar
En los años posteriores al golpe militar, a raíz de la persecución política, de la
constante amenaza a la integridad física y a la vida, el miedo dejó de ser un
fenómeno principalmente subjetivo, inicialmente privado, y se transformó en
una experiencia psicosocial, especialmente en el contexto cultural antes
mencionado.
El miedo, la inseguridad, la impotencia, se entronizaron al interior de las
familias, haciendo que las emociones que afectaban a sus miembros no
pudieran ser positivamente elaboradas. Tiende entonces a imponerse el
silencio como regla comunicacional básica. En la interacción familiar se
observa el repliegue, la autorrepresión y un distanciamiento afectivo aparente.
El sentimiento de desligamiento y soledad e incomprensión en el núcleo
familiar y en la pareja va aumentando, debilitando con esto los mecanismos
afectivos para la protección frente a las amenazas.
El sistema familiar se rigidiza, adopta modalidades estereotipadas de
organización e intercambio, la rigidez de roles se agudiza.
Estos hechos aunque no puedan considerarse como causales, sí son decisivos
en la ruptura de la parejas, en todos los 11 casos que derivaron en separación
conyugal.
Las 15 mujeres que sufrieron la pérdida de sus compañeros (por asesinato o
secuestro), han tenido que vivir un proceso de duelo que ha sido en unos casos
prolongado y muy conflictivo, y en otros, un duelo suspendido. La aceptación
de la pérdida ha sido muy difícil por lo abrupto, brutal e inhumano de las
circunstancias de la muerte o de la desaparición. (4) En el caso específico de las
mujeres de detenidos-desaparecidos, la secuencia de conflictos asume una
dimensión que en toda su magnitud es indescriptible e infinita, puesto que ni
ellas mismas, ni ningún ser humano está natural ni culturalmente preparado
para elaborar los padecimientos de tal situación.
Dos órdenes de necesidades imperiosas han hecho tan prolongados y
conflictivos los procesos de duelo de estas mujeres:
a) Por una parte, un ambiente hostil v amenazante; la falta del reconocimiento
social al dolor de los deudos y a la calidad de persona del muerto o
desaparecido; la mutilación o ausencia total de los ritos funerarios; la necesidad
imperiosa de la búsqueda del ser querido; la necesidad de salvaguardar la
integridad física de sí misma v de los hijos; la necesidad de asegurar la
subsistencia.
b) Por otra parte, la necesidad de proteger emocionalmente a sus hijos y
mantener la cohesión familiar hizo que estas mujeres tuvieran que vivir su
duelo y dolor «en cuotas», negándoselo en parte hasta ahora.
A pesar de los esfuerzos de ocultamiento por parte de la mujer en la interacción
madre- hijos (y del persistente «acuerdo» en los silencios), lo que la
comunicación verbal intenta negar, la comunicación analógica no puede
ocultar. Los hijos perciben y comparten el dolor y la soledad de la madre, y
como protección a sí mismos y a la propia madre lo callan, viviendo y
reafirmando el «como si no pasara nada».
Esta forma de interacción ha sido necesaria para la sobrevivencia del grupo
familiar, pero con el paso del tiempo ha llegado a constituir una estructura
rígida, que dificulta la realización de las tareas propias del desarrollo de la
familia.
Siguiendo con el análisis de estos 15 casos, las expectativas del desarrollo de
la familia y personales son también las expectativas que eran las del que «no
está», y forman parte de la esperanza e ideales planteados en la formación de
la vida de pareja de la mujer (con el que «no está»). Esto hace que el
cumplimiento de los mandatos delegados sea en estos casos más difícil de
flexibilizar, y tienden a llevar al conjunto familiar a homeostasis rígidas. Este
aspecto marca una diferencia sustantiva en el cumplimiento de las tareas de
crianza de los hijos y el desarrollo de la familia que estas mujeres tienen,
comparado con la ya difícil tarea que tiene ante sí toda madre sola con hijos.
Esta homeostasis se rompe generalmente con la llegada de los hijos a la
adolescencia, y la natural aproximación a la «separación» y «destete» de la
madre. La búsqueda de la propia identidad del hijo adolescente pone en
marcha la necesidad de conocer la «verdad» familiar, la tipificación y perfil de
los propios progenitores. Esto hace que algunos de los hijos, consciente o
inconscientemente, a través de síntomas (y conductas disfuncionales) impacten
esa homeostasis del sistema familiar. Es entonces que la madre admite y
termina de percibir que algo "anda mal" en la familia, y que busque ayuda.
La familia aparece en la terapia en una situación de creciente ansiedad por no
poder elaborar digitalmente las críticas mutuas. El o los hijos «sintomáticos»
señalan analógicamente en sus conductas disfuncionales sus críticas a la
madre y/o al entorno social; la madre indica críticamente al o a los hijo(s)
sintomáticos como los perturbadores del sistema familiar. En la terapia familiar
conjunta se posibilita que esta ansiedad sea identificada, se elaboren
explícitamente sus raíces y se devele su estructura en relación a otros
contextos de la historia familiar. Entonces los hijos logran asegurarse el
derecho a su autonomía sin culpas por dejar «sola y abandonada» a la madre.
Paralelamente, todos y cada uno pueden llevar adelante el proceso de la
separación sin vivirlo como una nueva pérdida irreparable.
Cuando el silencio sobre la dolorosa historia familiar se abre, es posible que
cada uno se acerque y toque los dolores de sí mismo y de los otros miembros
de la familia. Los hijos ven y sienten a la madre capaz de enfrentar y superar
sus dolores.
El momento vital de inminencia de «nido vacío», o de estarlo ya viviendo por la
salida de los hijos de casa, es vivido por este grupo de mujeres con
características muy parecidas a la de cualquier madre de hijos grandes, tenga
un esposo a su lado o no. La característica diferencial esencial no se encuentra
en las separadas, sino en las viudas de ejecutados políticos y las de detenidos-
desaparecidos.
Como hemos señalado anteriormente, en ellas y en sus hijos han quedado
depositados mandatos delegados desde el que ya no está que, por las
circunstancias dramáticas de su muerte o desaparición, tienen una fuerza, una
penetrancia y una rigidez difíciles de flexibilizar.
Como toda mujer en esta edad y en esta circunstancia vital, nuestras asistidas
hacen un balance existencial, del que a continuación presentamos algunos
aspectos destacables.
III. El proceso de crítica y búsqueda de confirmación al desempeño de la
maternidad
A diferencia de cualquier viuda, que puede procurar la confirmación a su
desempeño materno con los miembros de la familia extensa, y hasta con sus
propios hijos (cuando estos ya son mayores), para las mujeres de nuestro
estudio hablar del que no está, como ya lo hemos señalado, está gravemente
impedido: o no se habla de él, o se habla muy poco, o las referencias sobre él
son del tipo «personaje idealizado», comunicación en la cual todos hacen como
si el que no está no hubiese tenido defectos ni cometido errores.
Estas mujeres, además de asegurar el sustento para sus hijos, han tenido que
dedicar gran parte de su tiempo a la búsqueda del desaparecido v a la
reivindicación social y ética del muerto. Aún cuando todas estas mujeres saben
que esto fue y es necesario y legítimo, no pueden dejar de sentir una culpa
adicional por el «abandono» de sus hijos. En cualquiera de las tres situaciones
comunicacionales más arriba sucintamente descritas, se está volcando siempre
la realización de los mandatos delegados desde cada uno de los miembros del
núcleo familiar. Por ser mandatos de una figura idealizada, resultan siempre
ambiguos y, por ende, generadores de nuevos conflictos.
Por todos estos motivos, las dificultades en la obtención de confirmación del
desempeño materno son muy grandes en estas mujeres.
IV. Revisión crítica y reelaboración de la imagen del que «no está»
A partir del momento antes descrito de apertura de los conflictos con los
propios hijos (en el seno de la terapia, que es lo que nosotros hemos
observado), la estancada elaboración de la imagen del que no está recibe un
impulso; y especialmente en el ámbito de los resentimientos hacia el ausente;
por fin las rabias contra el que no está pueden ser reconocidas y elaboradas.
Hemos observado que esta elaboración de la rabia posibilita,
contemporáneamente, la elaboración de culpas, vergüenzas y nuevas rabias
por todo lo anterior, que han estado hasta ese momento reprimidas y
enquistadas en el espíritu de estas mujeres.
Este proceso, que podría llamarse de humanización de la imagen del que no
está, (5) le permite a la mujer una suerte de liberación, de reasignación de
valores a sí misma y, por ende, de una más plena retoma del despliegue de su
identidad.
V. La confrontación con la disyuntiva: quedarse sola o hacer una nueva
vida de pareja
Lo que se acostumbra llamar proyecto vital truncado, comienza a ser
relativizado, puesto que la mujer de todas maneras ha continuado viviendo,
trabajando y criando a sus hijos.
Pero para que sea realmente proyecto vital debe ser vivido por la propia mujer
como algo que impregne con sentido todos los aspectos de la vida.
Han pasado años en los cuales estas mujeres han desarrollado la vida sin
encontrarle más sentido que el ser para los hijos. Al mismo tiempo, no han
podido elaborar la pérdida, el duelo, de manera tal que lleguen a estar en paz
con el que no está. (6)
No obstante, ahora comienzan a emerger desde el fondo de sí misma, en este
proceso de balance y búsqueda, los momentos enriquecedores de la vida de
pareja, previos a la pérdida. La depuración de estas reminiscencias positivas
de los aspectos conflictivos contenidos en las rabias, culpas y vergüenzas,
brinda la posibilidad de reasignación de valor a la propia historia personal, a la
identidad de la mujer; y esto es, descubrir o reconstruir el sentido de la propia
existencia. Lo que inicialmente podría ser percibido y se ha dado en llamar
como un «vacío afectivo», no es tal.
Nos parece que esta sucesión de reelaboraciones intrapsíquicas en donde la
reminiscencia es portadora de reasignación de valor, la imagen interiorizada del
que no está deja de ser un puro tabú, un puro conflicto, un puro dolor, y esto
nos explicaría que la opción mayoritaria, serena y armoniosa en estas mujeres
de no establecer nuevas relaciones de pareja, no es expresión de impotencia,
no es expresión de dejarse llevar, o sentirse fatalmente arrojadas al mundo del
desamparo y la indefensión, no es simplemente el resultado de un «no me
queda otra». Nos parece más bien que esta opción (que predomina en este
grupo de mujeres) es también el ejercicio de una libertad; y si fuera expresión
de un compromiso con la imagen del que no está es un compromiso que le da
sentido a la vida y entonces consideramos que es sano, armonioso, y positivo.
En el caso de las 11 mujeres separadas, cabe destacar que en prácticamente
todas las separaciones, fueron ellas quienes tomaron la iniciativa y
determinaron el divorcio y que jugaron un rol predominantemente progresivo en
ese proceso de separación conyugal.
Notas:
1. Como base para la reflexión se ha tomado el trabajo del equipo en Terapia
Familiar Sistémica con parejas y familias desde 1986.
2. De las 26 mujeres de nuestra muestra, 24 tienen una profesión, con estudios
superiores o técnicos; dos mujeres consiguieron a lo largo de los años obtener
un oficio estable.
3. Nos referimos al final de la década de los 60 e inicio de los 70. Algunas de
ellas se encontraban en las etapas del galanteo o en los primeros años de vida
en pareja.
4. Muchas de ellas nos han dicho que llegaron a creer lo que les decía el
compañero: «...Y me convenció que era inmortal». Las circunstancias de la
muerte no pudieron ser aceptadas, por lo que nos decía una esposa de
asesinado político: «...Y lo mataron y lo dejaron botado como un perro».
5. Durante estos dos últimos años, el proceso de la humanización de los
muertos y desaparecidos ha sido también realizado desde el conjunto de la
sociedad.
6. Aunque estas mujeres en el ámbito racional entienden e incluso avalan las
actividades políticas y/o sociales que tuvo el compañero (razón por la cual él
ahora «no está»), en el ámbito emocional es percibido, casi siempre con dolor y
rabia. Sienten que el compañero como tal ha fracasado con ellas; como mujer y
como madre han sido abandonadas, otras sentían rabias por haber creído en la
«inmortalidad» de su compañero (como él les había afirmado).
Editado electrónicamente por el Equipo Nizkor- Derechos Human Rights
el 05abr02