PREDICACIÓN EN LA REFORMA
Cuando hablamos del periodo del Renacimiento podemos llegar a la conclusión de que este periodo
suscitó un “despertar”, producido principalmente por el estudio del griego y del latín. Será en este
momento donde, el método escolástico, comenzará a ser cuestionado. Las Escrituras tomarán una
posición de base en los sermones renacentistas; una posición que habían perdido en la Edad Media
y que se habían convertido en obras frías y apáticas. Dentro del movimiento humanista cabría
destacar a Desiderio Erasmo de Rotterdam, quien publicó “El Predicador del Evangelio”, una
excelente obra que contribuyó positivamente al arte de la predicación; “un libro extenso,
pobremente organizado, pero que cubre casi todos los aspectos de la predicación y de la
composición de pláticas”1 (aún hoy sigue considerándose un libro de consulta homilética).
La llegada de la Reforma supuso un avivamiento de la Palabra. Un avivamiento producido
principalmente por la renovación en el pensamiento y en la vida que trasmitió el protestantismo.
Esta importancia que se le dará a la Palabra, por parte de este movimiento reformador, creará una
diferencia muy notable entre los sermones renovadores y los del catolicismo romano; un
catolicismo romano que con el tiempo, y quizás por este empuje reformador, tuvieron también su
propio avivamiento.
Las primeras predicaciones de Martín Lutero (en Erfurt y Wittenberg) fueron obras compuestas en
latín, aunque pronto cambiaría sus sermones al alemán. Estas composiciones fueron unas obras las
cuales trataban temas sencillos y prácticos (de la experiencia humana en la vida) pero expresados de
una forma fresca y franca, una forma que comenzó a “enganchar” y a despertar las conciencias de
todos aquellos que las escuchaban (muy posiblemente que cuando estas narraciones se escuchasen
los propios oyentes se sentían completamente identificados con ellas). Lutero mantenía en sus
predicaciones una influencia alegórica, pero intentaba compensarlo con su sentido de la realidad.
Será el tiempo, y gracias a Lutero, el que vaya poniendo la Palabra de las iglesias protestantes en el
lugar que antes ocupaba la misa del catolicismo romano. Pero es muy importante subrayar que, para
el reformador, la finalidad de esta predicación era (y, desde mi punto de vista, debería de seguir
siendo en nuestros días) “la gloria de Dios en Jesucristo”. Tal como señala A. Garvie:
“cuando no es así, la predicación no sólo es inútil sino aun peligrosa, un engaño para las
almas”2.
La predicación narrativa del reformador consistía en “relatar de tal manera que la historia sea
recibida como participación de la salvación (sacramento)”3, en este sentido Lutero hará un gran
esfuerzo en vincular las historias de la Biblia con las historias de las personas de su época,
ofreciendo en sus desenlaces una puerta abierta a la salvación. La vida sin esta puerta abierta a la
esperanza se hace un lugar oscuro y triste, por lo que se intenta volver a hacer a Dios cercano a la
gente. Muy importante será el mencionar la “Theologia Crucis”, que tanto defendió Martín Lutero
(la cual, posteriormente, fue una de las bases de la Teología de la Liberación), y que en definitiva
supuso un acercamiento de nuevo de Dios. Una nueva comunicación entre el Señor y a las personas,
además de con su prójimo.
“La THEOLOGIA CRUCIS de Lutero orienta a los que proclaman el Evangelio hacia la
encarnación en la vida (que es la verdadera espiritualidad), de esta manera escuchan los
relatos de la gente que hablan de las huellas de Dios, encarnado y crucificado en los
pobres, despreciados y marginados de todos los lugares y tiempos”4.
Como dato curioso de la obra del reformador podríamos mencionar que en “Sobre los Predicadores
y la Predicación” Lutero nos revela cuáles tendrían que ser las virtudes de un predicador, a saber:
enseñar de una forma sistemática (forma de proceder que también compartía Calvino), tener un
buen discernimiento, ser una persona elocuente, disponer de buena voz, buena memoria, saber ver
cuándo tiene que terminar, estar convencido de su doctrina, aventurarse y comprometer cuerpo y
sangre, salud y honor, en la palabra y sufrir el hecho de ser objeto de burla y mofa de parte de
todos5.
En cuanto al sermón que se practicaba en el púlpito de la iglesia católica, podríamos destacar que
tendió a mantener un carácter dogmático. Esta cualidad fue un resultado de la polémica que existía
con las constantes controversias que iban apareciendo en aquellos tiempos. Lo cierto es que, este
debate, empujó a que en Trento se optase por una actividad homilética renovada. Una renovación
que vendría después de un tiempo inocuo y que comenzaría a condenar (como enemigos de la
Iglesia o herejes) a todo aquel que se atreviese a apoyar las ideas reformistas, contrarias a sus
propios intereses. Cabría destacar también la aparición de nuevas órdenes, tales como los teatinos,
capuchinos y jesuitas cuya obra estuvo enfocada a unos fines pastorales; más concretamente estos
últimos se orientaron en difundir el catolicismo por todos los rincones de la tierra, la predicación se
tornó misionera. Vicente León Navarro escribe que estos sermones misioneros, practicados por las
distintas órdenes, no llegaban a asentarse en los oyentes. Es así que el discurso que se escuchaba
tenía un primer resultado de convencimiento (de lo oído y de lo visto) pero después, estas personas,
eran incapaces de mantenerlo6.
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1
Vernon L. Stanfield. Historia de la Homilética. Diccionario de la Teología Práctica. Homilética. Subcomisión
Literatura Cristiana de la Iglesia Cristiana Reformada. 1984. p. 9.
2
A. Garvie. p. 191
3
Heise, E. ¿No ardía nuestro corazón...? (Huellas de Dios en la calle). Una introducción a la teología narrativa,
acompañada de narraciones ejemplares. p. 24.
4
Ibi. p.31
5
Alfonso R. Berzosa. Homilética Bíblica. Naturaleza y Análisis de la Predicación. Clie. Barcelona. 2015. p. 271
6
León N. Vicente. La predicación como fuente de comunicación. Sus posibilidades y límites. Revista de Historia
Moderna, Anales de la Universidad de Alicante. Nº 21. Iglesia y religiosidad. 2003. p. 19-24.