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Parábola del Buen Samaritano: Reflexión y Amor

El documento resume la parábola del Buen Samaritano de Jesús. Explica que el sacerdote y el levita representan a aquellos que viven en la indiferencia, mientras que el Samaritano representa a aquellos que siguen el mandato de amar a Dios y al prójimo. Concluye instando al lector a identificarse con el Samaritano y permitir que el Espíritu Santo renueve los dones recibidos en el bautismo para vivir como Jesús enseñó.

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Parábola del Buen Samaritano: Reflexión y Amor

El documento resume la parábola del Buen Samaritano de Jesús. Explica que el sacerdote y el levita representan a aquellos que viven en la indiferencia, mientras que el Samaritano representa a aquellos que siguen el mandato de amar a Dios y al prójimo. Concluye instando al lector a identificarse con el Samaritano y permitir que el Espíritu Santo renueve los dones recibidos en el bautismo para vivir como Jesús enseñó.

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El Buen Samaritano

Un maestro de la ley fue a hablar con Jesús y para ponerlo a prueba le preguntó: “Maestro, ¿ qué
tengo que hacer para heredar la vida eterna?” (Lc. 10: 25)

Desde el tiempo en que Jesús estuvo en la tierra hasta el día de hoy, el hombre en su ignorancia,
en su orgullo, en su debilidad ha querido poner a prueba al Señor, ya sea para conseguir de
manera inmediata algo que este deseando; para condicionar su fe y su conversión al Señor; o para
querer demostrar a los demás su errónea teoría que Dios no existe. Sea cual sea el motivo lo
verdaderamente cierto es que es el mismo hombre quien realmente se pone a prueba, pues qué
hombre tiene el conocimiento o los argumentos suficientes para refutar a Dios. Por el contrario, El
Señor en su infinita misericordia y en su infinito amor no trata al hombre como merece su
arrogancia, sino que lo mira con benevolencia pues nos conoce más que nosotros mismos, conoce
nuestra limitación, nuestra pequeñez, como cuando habló de Juan el Bautista al decir que ningún
hombre había sido tan grande como Juan, pero que aún el más pequeño en el reino de los Cielos
era más grande que él (Lc. 7: 28).

Por eso Jesús, con la parábola del buen samaritano, nos da una enseñanza y un ejemplo de lo que
es verdaderamente el amor, porque el Amor es, Cristo. En esta parábola y cuando habla de las
señales antes del fin, El Señor hace una anticipación de lo que estamos viviendo en este tiempo;
“Habrá tanta maldad, que la mayoría dejará de tener amor hacia los demás” (Mt. 24: 12).

Los asaltantes representan a todos aquellos que se apartaron de Dios y lo sacaron de su corazón,
de sus hogares, aquellos que viven sin ley y sin Dios. Aquellos que solo piensan en su propio
beneficio, sin pensar en los demás, aquellos para los que la vida ha perdido su valor y están
enceguecidos por la maldad.

El sacerdote y el levita están representando a aquel ser humano que se acostumbró a vivir en
medio de la indiferencia y el mal, a aquel hombre que creció cultivando un falso amor, ese amor
egoísta que el enemigo de las almas ha sembrado en el mundo y que declara; primero yo, segundo
yo y tercero yo, y que lo aleja totalmente de la caridad, de la compasión, de la humanidad, que en
teoría son inherentes al único ser racional que Dios creó.

El Samaritano es aquel ser que tiene a Dios en su corazón, aquel en el cual habita el Santo Espíritu
y lo mueve a la compasión, es aquel que pone en práctica el mandato del Señor: “Amarás al Señor
tu Dios con toda tu alma, con toda tu mente y con todo tu corazón y a tu prójimo como a ti
mismo” (Lc. 10: 27). Es aquel que sin dudar ve al otro como su hermano, pues se reconoce y
reconoce a los demás como hijos del mismo Dios y sin preguntarse quién es y sin juzgar su
condición, se dispone a brindar su ayuda con el único interés de buscar el bienestar de su prójimo,
con la certeza de que su verdadera recompensa viene de las manos del Señor, y con los ojos
puestos en El, siempre estará dispuesto a repetir el ejemplo de su salvador, quien pasó por el
mundo haciendo el bien, sanando, liberando, perdonando, alimentando el cuerpo y el alma de
todos los que llegaron a El y todo por amor.

Por eso hermano es el momento de reflexionar, de mirar con quien te identificas, o mejor con
quien te quisieras identificar. Es el momento de alzar tus ojos a Dios, de abrir definitivamente la
puerta de tu corazón y permitir que el Señor haga morada en ti, de postrarte ante Él y reconocerte
necesitado de su amor, reconocerte pecador y decir como el hijo pródigo. “He pecado contra Dios
y contra Ti” (Lc. 15:21), de invocar su infinita misericordia, de permitir que la promesa del
Consolador se haga realidad en tu vida. Pues solamente guiados por el Santo Espíritu de Dios, las
palabras de Jesús se harán vida en ti, pues es en su Santa palabra donde encontramos la vida y la
salvación, solo siguiendo sus enseñanzas, llegaremos a la verdadera conversión. Pide al espíritu
Santo que renueve en Ti los dones recibidos el día del bautismo. Si no lo tienes claro ese día
recibiste los siete dones; Sabiduría, Entendimiento, Discernimiento, Ciencia, Consejo, Fortaleza y
Santo Temor de Dios.

Estos dones son regalos de Dios, son los talentos que el Señor ha puesto en nuestras manos para
hacer frente a los engaños del enemigo, que busca nuestra condenación alejándonos de nuestro
Creador. Por eso acércate al sacramento de la reconciliación, para que Jesús libere tu corazón y
que su mano sanadora sane las heridas y cambié la oscuridad por luz, el frio en calor, la duda por
fe, la tristeza por alegría, la indiferencia por compasión. Para que a partir de este momento
perdonado por Jesús comiences a escribir en tu libro de la vida en una hoja en blanco una nueva
historia con Dios, pues recuerda que hay una fiesta en el cielo cada vez que se convierte un
pecador y estarás haciendo tu aporte para hacer de este mundo, un mundo mejor. El mundo que
soñamos, sin odios, sin injusticias, sin hambre, sin dolor, donde todos como hermanos caminamos
a la eternidad al reencuentro con nuestro Padre Dios.

Elaboró P. Mateo

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