PSICOLOGÍA PASTORAL
“Casi toda la suma de nuestra sabiduría, que de veras se deba tener por
verdadera y sólida sabiduría, consiste en dos puntos: a saber, en el conocimiento
que el hombre debe tener de Dios, y el conocimiento que debe tener de sí mismo”.
–Juan Calvino, – Institución de la Religión Cristiana
I. Introducción
Bien podemos decir que la personalidad del pastor o el dirigen- te de iglesia, como
ser humano es producto de una interacción entre su constitución genética, el
medio ambiente familiar y la influencia socio-cultural que otros seres humanos han
ejercido sobre él. Tratar de comprender lo que hoy somos a partir de lo que la
psicología nos ha enseñado en asocio con la teología, es una tarea sana y
recomendable para el ministro del evangelio de estos tiempos.
Es preciso comprender el cómo, el por qué y el para qué de mi compromiso
ministerial al tratar de servir a Dios en la iglesia y en el mundo. Examinar cuáles
son las fuerzas conscientes o inconscientes, culturales o sociales que me han
motivado o me motivan a ser un servidor de Dios o un pastor, es necesario llevarlo
a cabo para lograr una mejor y más saludable actitud frente al ministerio cristiano.
En mi entendimiento, la ética ministerial sale ganando si comenzamos por el
análisis de estos importantes hechos.
Nosotros diríamos que la llave la encontramos en la Escritura, y la obra de Dios
en nuestros corazones. Sin embargo, los descubrimientos psicológicos nos
ayudan a usar la Palabra de Dios con mayor tino. El testimonio de O. L Joseph
sobre los pastores es importante aquí: “A diferencia del psicólogo profesional,
estos hombres, que a su espíritu religioso, y a su instinto pastoral unieron una
mente científica, han diagnosticado motivos, analizado emociones, interpretado
deseos que dan percepciones más claras de la vida, libres de las
predisposiciones favorables de las teorías y en mayor conformidad con las
realidades de la vida”. (Op. cit. por José María Martínez en Ministros de
Jesucristo, Pastoral vol. 2 (Clie, 1985, p. 26).
II. Carácter y personalidad
A. Carácter
La palabra griega charakter significa “grabar”, y sugiere una estructura profunda
y fija. Viene a ser el conjunto de reacciones y hábitos de comportamiento que
se han adquirido durante la vida y que dan especificidad al modo de ser
individual. Junto con el temperamento y las aptitudes configuran la
personalidad de un individuo. Con esta noción se hace referencia a disposi-
ciones permanentes, profundas y difícilmente modificables aparte de la obra
del Espíritu Santo o nuevo nacimiento (Juan
3:3) y el proceso inherente conocido en teología como santificación. La génesis
y estructuración del carácter han sido objeto de diversas investigaciones y
propuestas teóricas. Muy conocidas son las de Klages, Lersch, Wellek,
Rothacker, Lewin y Freud. Todas ellas tienen en común la idea de que el
carácter no se manifiesta de forma total y definitiva en la infancia, sino que pasa
por distintas fases hasta alcanzar su completa expresión al final de la
adolescencia, y podríamos decir más allá de la adolescencia. En cierto modo, y
en tanto que aprendido, uno es responsable de su propio carácter; de ahí que el
concepto se vea muchas veces teñido de una valoración moral (se ha calificado
como bueno o malo) y haya sido objeto de reflexión en la educación
B. Personalidad
Proviene de la palabra latina persona, forma del verbo persona- re que significa
“sonar a través de”. Históricamente está vinculada con el teatro griego. Allí no
participaban las mujeres. Los hombres las reemplazaban utilizando máscaras.
Las máscaras cuidadosamente hechas representaban el carácter del personaje.
Estas máscaras quedaron asociadas al concepto de personalidad.
De otro lado, la personalidad es el término con el que se suele designar lo que
de único, de singular, tiene un individuo, las características que lo distinguen
de los demás. El pensamiento, la emoción y el comportamiento por sí solos no
constituyen la personalidad de un individuo; ésta se oculta precisa- mente tras
esos elementos. La personalidad también implica previsibilidad sobre cómo
actuará y cómo reaccionará una persona bajo diversas circunstancias.
Ahora bien, nosotros sabemos que por la experiencia del nuevo nacimiento
tanto el carácter como la personalidad pueden ser modificados en esta vida sin
llegar a la perfección o santidad absoluta. El Señor, por su Espíritu Santo,
efectúa la obra de santificación, y el individuo cristiano, responsable y
obediente colabora con la gracia de Dios haciendo lo que Dios manda y
omitiendo lo que Dios prohíbe. En otros términos es lo que el apóstol Pablo
denomina la mortificación del viejo hombre y la vivificación del nuevo hombre
(Ef. 4:17-32). El resulta- do de esto es la santidad del creyente de la cual
abundantemente nos habla las Escrituras. (Véase una concordancia bajo los
términos santidad, santificación, y hallaremos infinitas ideas al respecto) Todo
lo anterior da como resultado “el nuevo hombre creado según Dios en la justicia
y santidad de la verdad” (Ef.
4:24; Col. 3:10).
III. Personalidad humana del pastor
El hombre, al igual que todos los seres vivos, es una entelequia o ideal, es
decir, tiende a desarrollarse bajo determinadas leyes hacia una forma final (en
telos éjousin). Existen, sin embargo, algunas diferencias entre el ser humano y
los demás seres orgánicos. Una de esas diferencias es la complejidad de su
desarrollo, cuya normalidad se ve a menudo impedida por múltiples causas.
Otra es el hecho de la personalidad, la conciencia que el hombre tiene de su
identidad y continuidad, “la función psicológica por la que un individuo se
considera como un yo uno y permanente” (Lalande).
A. Integración y unicidad: dos ideas indispensables de la personalidad
1. Integración. Por integración queremos representar a todo individuo
creado por Dios. Está integrado por una naturaleza dual que llamamos materia y
espíritu. Pero diferenciando un tanto más lo anterior, decimos que el hombre
está comprendido por un cuerpo, una mente y un espíritu o alma. Como
pastores, al estudiar nuestra personalidad y carácter no nos limita- remos a un
segmento determinado de la conducta, sino al funcionamiento de la totalidad de
la persona. En otras palabras, debemos vernos como seres que siempre
funcionamos integralmente, no separadamente en las partes de nuestro ser
como humano. De ahí que es más bíblico hablar de la unidad del hombre y no
tanto de una de sus partes.
2. Unicidad. Es la condición de ser único. Todo ser humano es único. Esto
significa que no hay otro ser igual a usted o a mí que Dios haya creado. En este
caso estamos tratando con el individuo como ser. Nuestra unicidad presenta
unos atributos que nos hacen único y nos distinguen de otros semejantes.
Cuando nos referimos a la personalidad se hace esencial saber cómo la
persona, al expresar sus necesidades (físicas y espirituales) y sus relaciones
sociales, funciona como una unidad recognoscible con rasgos distintivos,
impulsos, actitudes y hábitos que le permiten o impiden alcanzar una adaptación
adecua- da a su medio ambiente y consigo mismo.
B. Factores dominantes de la personalidad
1. Herencia genética. Como señaló William James, las potencialidades innatas
de la conducta humana se combinan con oportunidades para su realización
adquiridas mediante la experiencia.
Los factores fisiológicos son importantes, pues constituyen una base indiscutible
de fenómenos psicológicos. Es hecho bien conocido que el funcionalismo
humoral o de las glándulas endocrinas, por su acción sobre el sistema nervioso,
influye en el psiquismo. De aquí que, desde Galeno, médico griego, se haya
establecido una clasificación de temperamentos según la constitución física del
individuo. (Sanguíneo, colérico, flemático y melancólico)
Todo pastor deberá tener en cuenta los elementos innatos de su propia
personalidad y la de los miembros de su congregación, no sólo para
comprenderse mejor en su comportamiento, sino para aceptar los límites que la
constitución temperamental le impone normalmente a una persona en sus
reacciones.
2. Influencia del hogar. De singular importancia son las experiencias de la
infancia, determinantes de muchas reacciones de la persona adulta. Las
vivencias de los primeros años del niño marcan, por lo general, su futuro
desarrollo psíquico y sus actitudes sociales. Si ha vivido en una atmósfera familiar
en la que se ha sentido amado, comprendido y deseado, tenderá a sentirse
seguro y amable fuera del hogar; si, por el contrario, se ha visto rechazado, se
desarrollarán en él sentimientos de inseguridad que le llevarán o al aislamiento o
a la hostilidad. La autoridad paterna, ejercida con cordura y amor, hará de él una
persona sumisa; la misma autoridad, ejercida con dureza despótica, lo convertirá
fácilmente en un rebelde. Si ha sido objeto de una excesiva protección, puede
quedar reducido en su capacidad de iniciativa, estará inclinado a darse toda clase
de gustos y a imponer sus criterios a otros de modo dominante. La presencia de
hermanos, puede fomentar su sociabilidad, pero puede también engendrar los
celos infantiles que más tarde reaparecen en forma de rivalidad y competencia en
la relación con la sociedad. En la vida de los pastores o líderes, las influencias
formativas de la personalidad durante la niñez, pueden notarse en la forma como
se relaciona o trata a los colegas dentro del ministerio o servicio que hacemos
para Dios.
Las vivencias infantiles pueden tener derivaciones ‘importantes incluso en
experiencias religiosas posteriores. Se da el caso de una mujer creyente que con
gran turbación, a menudo sentía un fuerte impulso de maldecir a Dios con las
palabras más crudas. Al preguntarle acerca de su niñez, narró los tristes dramas
vividos en su hogar a causa del alcoholismo de su padre. Al explicársele que su
problema en relación con Dios era una proyección del resentimiento contra su
padre terrenal, de inmediato su problema emocional y psicológico fue soluciona-
do.
La problemática de la personalidad se agrava debido a que los efectos de la
experiencia, al igual que otras fuerzas psíquicas, se alojan mayormente en el
inconsciente del individuo, sin que éste advierta su poderosa acción sobre ‘la
conducta. Este hecho nos obliga a considerar el siguiente punto.
3. Medio ambiente social y cultural. Sumemos ahora este otro factor dominante
que también estructura la personalidad en los individuos. La influencia del medio
ambiente cultural es innegable. Debemos entender que la herencia genética no
es decisiva. La influencia del medio ambiente y la cultura sobre el carácter y la
conducta humanos no es menor. Las investigaciones de la antropología cultural y
social han venido a demostrar que culturas diferentes producen diferentes efectos
en las personalidades que se desarrollan dentro de ellas. Por ejemplo, el medio
ambiente latino hace que nosotros seamos o nos comportemos o veamos la vida
de una determinada forma. Somos distintos a los europeos, a los
norteamericanos, a los asiáticos. Diferencia sustancial por ejemplo entre un latino
y un gringo al beber licor lo hacen por distinto motivo: el latino bebe para
“confesar”; en cambio el gringo bebe para “olvidar”, etc. (Ver Eugene Nida,
Understanding Latin Americans, pp. 9, 13).
C. Mecanismos de defensa para confrontar la realidad
Todo fiel pastor o servidor de Dios debe entender que los factores determinantes
de la personalidad, en mayor o menor grado continúan influyendo en nuestra
personalidad. La obra de santificación del Espíritu Santo puede consistir igual en
ayudarnos a reorientar nuestra vida en relación a dichos factores que hoy pueden
estar afectando nuestra vida positiva o negativamente a partir de la influencia del
pecado. Los psicólogos nos hablan de las diferentes clasificaciones y definiciones
de los mecanismos de defensa que nuestro ego emplea para hacer frente a la
realidad. Louis P. Thorpe clasifica los mecanismos de escape de esta forma:
olvidar la realidad, distorsionar la realidad, satisfacer la realidad, retirarse de la
realidad y atacar la realidad. (The Psycology of Mental Health, New York: Ronald
Press, 1960, véase págs, 130-142). La siguiente lista nos presenta algunos de los
mecanismos más usados por los seres humanos en su lucha y confrontación
pecaminosa contra la realidad:
1. Fantasía (hacer castillos en el aire): El proceso de satisfacer nuestros deseos
frustrados por medio de logros imaginarios. Se deja volar la imaginación
deseando toda clase de éxitos que no pertenecen a la realidad.
2. Compensación: Mecanismo por medio del cual tratamos de esconder nuestras
debilidades enfatizando nuestras cualidades o capacidades positivas. Podemos
ser muy sociables sólo como una compensación por nuestro sentimiento de
inferioridad en otro campo. Si exageramos nuestra sociabilidad con mucho ruido o
jactancia, el resultado es que podemos perder nuestro respeto ante otras
personas.
3. Identificación: Es una tendencia a incluirnos o identificarnos emocionalmente
con personas poderosas o de renombre o con grupos de prestigio. Esto pasa con
los partidos políticos, con los equipos de fútbol o con iglesias. Es una forma de
sentirnos satisfechos y mantener inflado el yo personal dentro de cada uno de
nosotros. Si lo practicamos en forma sana, no hay peligro en tal mecanismo. Los
adolescentes tienden a señalar a un héroe y adorarlo, imitan a ese héroe en su
forma de vestirse y comportarse. Pero en algunos la identificación puede llegar al
extremo de ser un escape al mundo de las fantasías. Si el vivir en el mundo real
es demasiado doloroso, la persona puede trasladarse psíquicamente al mundo no
real, y decir que es Dios, Napoleón u otra persona de fama.
Wayne Oates considera la identificación como centro del concepto de adoración y
de idolatría. En la adoración la persona se identifica con el Ser Supremo, y busca
la manera de imitar a Cristo en su modo de vivir y en su amor por la humanidad.
En este sentido es algo positivo. En la idolatría la persona se identifica con algo
que no tiene la cualidad de la divinidad. Cuando la persona escoge algo no divino
como el objeto de su identificación, pronto no tiene un ideal con el que modelar su
vida. Por eso, hay muchas prácticas inmorales que se involucran en la idolatría.
4. Proyección: El yo a veces proyecta sobre otras personas nuestras debilidades
y pecados, los cuales llegan a ser objeto de nuestra condenación. Esto pasa con
mucha frecuencia entre los predicadores. La persona que constantemente está
condenando un pecado particular necesita auto-examinarse para ver si no es
culpable de ese pecado. Al experimentar la reacción negativa de parte de las
personas que son objeto de nuestra condenación, podemos desarrollar complejos
de persecución y sentirnos co- mo víctimas de otros. La persona con tendencias
paranoicas está sufriendo las consecuencias de la proyección. Jesús habló de
esta tendencia cuando condenó a las personas porque ellos veían la paja en e1
ojo del prójimo sin poder ver la viga en sus propios ojos. El profeta tiende a atacar
los problemas del mundo que son los más serios problemas para él mismo. Una
evidencia de la proyección se puede ver cuando todo el mundo se escandaliza
por el comportamiento pecaminoso de uno que todos pensaban ser un santo.
Dentro de cada uno hay un temor que ellos también pueden caer en la misma
condenación.
5. Racionalización: Supongamos que el alumno tiene que presentar un examen.
No dedica el tiempo suficiente para pre- pararse bien para el examen, y saca una
nota baja. La nota hiere su yo, y busca la manera de explicar por qué no dio un
buen examen. Tal vez le echa la culpa al profesor por hacer un examen muy
duro. O al sistema, porque tuvo otros tres exámenes el mismo día, o alega que no
estaba bien de salud, o explica que los otros estudiantes hicieron mucho ruido,
cosa que no le permitió prepararse bien para e1 examen. En esta forma el
alumno racionaliza su mala nota y protege su yo de tener que admitir que él
mismo tuvo la culpa. La racionalización es uno de los mecanismos que más
utilizamos. Pascal dijo: “El corazón tiene razones que la razón no entiende”. La
Biblia está repleta de ilustraciones de los fariseos que utilizaban la racionalización
en cuanto a la observancia del sábado y los otros aspectos de la Ley. Se
justificaban echando la culpa a otros.
6. Represión. Algunos psicólogos insisten en que la represión es algo
inconsciente, y por eso no nos damos cuenta de su acción. Los resultados de la
represión se ven en el olvido de citas, nombres y experiencias que nos trajeron
dolor o ansiedad en el pasado. La persona puede olvidar su cita con el odontólo-
go. Reprime la hora de la cita porque sabe que puede traerle dolor. El nombre de
uno que humilla a otros en forma abierta es olvidado por la víctima de la
humillación. Así la represión sirve para proteger a la persona del doloroso
recuerdo. En ese sentido es algo positivo, porque la persona difícilmente podría
vivir con todos los recuerdos de las experiencias dolorosas del pasado.
Hay una represión que puede ser dañina. Si del Ello surgen impulsos que el
Super Yo y el Yo no aceptan, son reprimidos y devueltos al Ello. Allí ejercen una
fuerza y salen a veces en formas irracionales, tales como fobias, tics, y
compulsiones. La persona no se da cuenta de lo que está pasando, porque la
represión es inconsciente. Así tenemos que encararnos con los efec- tos de la
represión sin saber su origen. Una persona que tiene muchos impulsos
reprimidos es una persona sin la capacidad de ser espontánea. Invierte mucha
energía en los conflictos inter- nos, los cuales él ni reconoce ni puede controlar.
7. Formación reactiva: A veces hay personas que desarrollan síntomas físicos
para evitar el tener que encararse con actividades desagradables. El dolor de
cabeza que la persona ad- quiere inmediatamente antes de una actividad en que
no quiere participar, es algo muy común. Puede ser inmediatamente antes de un
examen, antes de una reunión a la que uno no quiere asistir, o en vísperas de
cualquier otra cosa desagradable para el participante. Algunos hasta desarrollan
una parálisis en vísperas de una actividad que produce mucha ansiedad. El
soldado en el campo de batalla, que desarrolla una parálisis es ilustración de este
fenómeno. Algunos opinan que la impotencia sexual es la formación de reacción
debido a algún trauma. El tratamiento de tales condiciones consiste en procurar
ayudar a la persona para comprender la dinámica de lo que está pasando dentro
de sí, y alterar la actitud o las raíces de esa dificultad.
8. Regresión: A veces, cuando nuestro Yo se siente amenazado, reaccionamos
regresando a una etapa anterior de nuestro desarrollo. El caso más claro de
regresión se nota cuando el niño que ya ha pasado de una etapa anterior en su
desarrollo regresa a esa etapa ene1 momento de nacer un hermano menor.
Viendo que la madre dedica mucha atención al recién nacido, e1 niño trata de
llamar la atención a sus propias necesidades por medio de la regresión. Llora
para que los padres lo alcen, o pide el biberón, o actúa en otras formas para
lograr la atención de los padres.
Esta misma tendencia se puede notar en los adultos, que de vez en cuando
manifiestan una dependencia exagerada, o se aíslan de los demás o hacen
pucheritos, o manifiestan mal genio cuan- do las cosas no resultan de su agrado.
En las personas de edad avanzada no es raro ver la regresión a la niñez en una
forma más pronunciada, de tal manera que los adultos tienen que de- dicar más
tiempo para cuidarlos.
9. Sublimación: En la química la sublimación es la acción de volatizar una
sustancia, reduciéndola del estado sólido al vapor. La aplicación en la
psicología puede tener su paralelo. El Ello o la libido produce energías instintivas
que buscan la satis- facción. A veces es imposible expresar en forma natural y di-
recta estos impulsos. Por medio de la inversión de nuestras atenciones y
energías hacia otras actividades viene la satisfacción. Por ejemplo, uno puede
apaciguar su hostilidad por medio de la participación en actividades deportivas
donde uno puede competir. La participación en las actividades científicas y artís-
ticas es una expresión legítima de las tendencias agresivas que resultan de la
energía libidinal. Freud dijo que muchas de las expresiones más altas del arte y
de la ciencia eran el resultado de la sublimación.
La meta natural e inmediata de cualquier impulso es buscar la satisfacción en
forma directa. Pero la sociedad ha domestica- do estos impulsos, utilizando sus
energías en formas beneficiosas para la sociedad. Así la sociedad
constantemente está desviando las energías destructivas del individuo en
satisfacer las necesidades de la comunidad. Una evidencia de la madurez de una
persona es su capacidad de postergar la búsqueda de una satisfacción inmediata
para lograr fines más positivos y benéficos posteriormente.
W. Oates critica e1 uso de la palabra sublimación para referirse a las
actividades en que participan los jóvenes para controlar o hasta reprimir sus
impulsos sexuales, porque cree que en la sublimación hay una expresión legítima
de un deseo básico y no la negación total de tal deseo. Mucho de lo que vemos
como positivo en la cultura, el arte, la religión, y la vocación, es el resultado del
uso positivo de las energías que en otra manera resultarían en casos de
hedonismo.
10. Expiación o restauración: Si hemos hecho algo que ahora nos parece malo,
tratamos de hacer restitución o expiación por medio de actividades contrarias. La
culpabilidad está en las raíces de tal comportamiento. Tratamos de corregir lo
malo que hemos hecho por medio de actos buenos. A veces cuando hemos
herido a otros por medio de palabras o de actos, participamos en actividades que
tratan de comunicar nuestro pesar y nuestro deseo de corregir lo malo. El pedir
perdón es un acto de expiación.
También hemos aprendido que por medio de una confesión de nuestras faltas
antes de que sean descubiertas, podemos pre- venir consecuencias negativas. A
veces el niño o el adulto hará actos benéficos hacia otros, y viene la pregunta:
¿“Qué ha hecho de malo y qué exige la expiación”? No es recomendable
reaccionar en esta forma, porque crea más culpabilidad en la persona. Es mejor
aceptar los actos de otros, expresando nuestra gratitud, para ver qué resultados
traen posteriormente.
Cabe mencionar que este mecanismo de defensa puede estar presente en la
motivación inconsciente de muchos que participan en las actividades de la
iglesia. El servicio a la humanidad puede brotar de motivación patológica tanto
como de la sana. El pastor o líder necesita analizar constantemente sus motivos
para estar seguro que está sirviendo con una motiva- ción sana.
11. Aislamiento emocional: Algunas personas hacen el esfuerzo de protegerse
del dolor por medio del aislamiento emocional. Desarrollan una actitud estoica
hacia la vida, y no muestran ni felicidad ni tristeza cuando se encaran con expe-
riencias emotivas. Algunos no se involucran a sí mismos en la vida y la
experiencia de otros porque no quieren ser heridos emocionalmente. Tienen
temor de amar porque podría terminar en un desengaño. Estas personas por
regla general no viven la vida en todas sus posibilidades. Niegan la necesidad de
la satisfacción emocional, del aprecio de los demás, y del contacto social con
otros. Pero esta necesidad está presente, y por eso la persona vive más
frustrada.
El ayudar a otros significa que de vez en cuando vamos a sufrir. Es mejor tratar
de ayudar, hacer el esfuerzo y aún fracasar, antes que no hacer nada por el
temor de fracasar. Es mejor encontrarnos emocionalmente involucrados hasta el
punto de no ser completamente efectivos, en vez de ir al otro extremo de aislar-
nos emocionalmente hasta tal punto que no queremos correr ningún riesgo.
A continuación, a fin de ampliar nuestro propósito empezaremos haciendo un
breve examen de las posturas de algunas escuelas de psicología tradicional que
enfocan el estudio de la personalidad, pero a su vez lo hacemos en conjunto
mediante el doble enfoque bíblico-teológico.
IV. Escuelas psicológicas acerca de la personalidad
A. Sigmund Freud (1856-1939)
Suponía Freud al principio que la mente está dividida en dos partes: consciente e
inconsciente, La primera contiene las ideas y sentimientos que se pueden
expresar libremente. La segunda, los pensamientos y sentimientos hechos
inconscientes por mecanismos de represión. Posteriormente, el gran
psicoanalista elaboró una teoría más compleja, según la cual la estructura de la
personalidad consta de tres partes: el ello, el yo y el superyó. El ello es el
depósito de los impulsos derivados de la constitución genética y tendente a la
preservación y la propagación de la vida. En esta región se alojan el impulso
sexual (tan preponderante en la Psicología de Freud) y el de agresividad impres-
cindibles para satisfacer las necesidades biológicas y la perpetuación- El ello
actúa bajo el principio del placer. No está regido por consideraciones lógicas o
morales. Simplemente busca satisfacer necesidades instintivas. “No puede tolerar
la tensión y exige una gratificación inmediata. Es exigente, impulsivo, irra- cional,
asocial, egoísta y amante del placer”.
El yo, en contraste con el ello, actúa en los niveles del consciente y el
preconsciente y regula los impulsos primarios del ello. El ser humano no puede
satisfacer sus necesidades biológicas sin tener en cuenta la realidad del mundo
exterior. Pronto aprende que no puede apoderarse de todo cuanto desea sin
desencadenar a veces sobre sí experiencias más penosas que el refrenamiento
de sus impulsos. Por eso se dice que el yo está gobernado por el principio de lis
realidad, ya que domina al ello a fin de que el hombre se acomode al mundo en
que vive. La base de su acción es el raciocinio.
El superyó constituye, por así decirlo, el elemento moral y judicial de la
personalidad. Trata de ajustar la actuación del ello a las normas morales y
costumbres de la sociedad, especialmente a las establecidas por los padres
mediante un sistema de premios y castigos. El superyó, según Hall y Lindzey,
“representa lo ideal más que lo real, y tiende hacia la perfección más que hacia el
placer”. Del equilibrio entre las tres partes de la personalidad (ello, yo y superyó)
depende el bienestar del individuo.
B. Carl Gustav Jung (1875-1961)
Fue este psicólogo suizo colaborador de Freud durante algún tiempo; pero
después se separó de él para fundar una nueva escuela. En su teoría de la
personalidad destaca la división del inconsciente en personal y colectivo. El
inconsciente personal contiene recuerdos así como impulsos y deseos propios de
cada individuo. El inconsciente colectivo es una disposición hereda- da de los
antepasados y constituye un depósito de “arquetipos” o “grandes imágenes
primordiales, representaciones humanas virtuales de las cosas tal como siempre
han sido, transmitidas de una generación a otra por la estructura del cerebro”.
Estos arquetipos de carácter universal, han inspirado los mitos, leyendas, fábulas
y proverbios que han existido en la literatura de todos los pueblos. “De este gran
depósito surgen las fantasías que se convierten en el gran arte de la humanidad,
las ideas creadoras que son embriones de filosofías, y las intuiciones que se
desarrollan en religiones. Son impulsos interiores que dan contenido a nuestra
vida”. Entre los arquetipos, según Jung, se encuentra la idea de Dios. Pero es
claro que aquí Jung yerra notablemente, porque la idea de Dios es algo inherente
a la naturaleza humana como idea innata. En otras palabras, la idea de Dios es
connatural a la imagen y semejanza que Dios instauró en el hombre. Este es el
soplo divino de vida según Génesis 2:7.
Como puede verse, este depósito incluye mucho más que los impulsos arcaicos
alojados en el ello de Freud. También es característica de Jung la división de los
seres humanos en extrovertidos e introvertidos. El extravertido se distingue por su
correspondencia a los estímulos externos y su carácter impulsivo, mientras que el
introvertido concentra su interés y atención en su propio interior y es reflexivo. Sin
embargo, Jung admite también la existencia de ambivertidos.
Cualquiera que sea el tipo a que un individuo pertenezca, lo ideal es que posea la
cuádruple función de la personalidad: sensación, pensamiento, sentimiento e
intuición.
C. Alfred Adler (1870-1937)
Fue un psicólogo y psiquiatra austriaco, nacido en Viena y edu- cado en su
universidad. Tras concluir sus estudios universitarios, se formó con Sigmund
Freud, el fundador del psicoanálisis, y se asoció a él. En 1911 Adler abandonó la
escuela psicoanalista ortodoxa para fundar una escuela neofreudiana de
psicoanálisis. Después de 1926, fue profesor invitado de la Universidad de
Columbia, trasladándose definitivamente a los Estados Unidos en 1935.
En su análisis del desarrollo individual, Adler subrayó el papel de los sentimientos
de inferioridad, más que el papel de las pulsiones sexuales, como la motivación
básica subyacente a la conducta humana. Para Adler, los sentimientos de
inferioridad consciente o inconsciente –que denominó ‘complejos de inferioridad’–
combinados con mecanismos compensatorios de defensa, eran las causas
básicas del mal carácter en el hombre.
En su sistema, el motivo dominante en el comportamiento humano es la pugna
por la perfección, que a menudo adquiere la forma de lucha por la superioridad en
compensación de un sentimiento de inferioridad. El afán de poder se convierte en
una fuerza dinámica de primer orden. Para Adler, sin embargo, el concepto de
poder equivale en muchos casos al de prestigio. Pero el mecanismo es en todos
los casos el mismo. El sentimiento de inferioridad origina un sentimiento de
inseguridad. La ansiedad que ambos producen sólo puede eliminarse mediante
una afirmación influyente de la propia personalidad. Para lograrlo, el hombre
recurre a los medios que más fácilmente están a su alcance. El niño rehúye la
compañía de compañeros más fuertes que él y busca la de otros más débiles a
los cuales puede dominar. En los adultos, los esfuerzos realizados para sobresalir
profesionalmente, establecer un negocio próspero, ocupar posiciones de honor,
amasar grandes fortunas, o la exhibición de títulos, joyas, posesiones, suelen
tener la misma motivación: el sentimiento de inferioridad, padre de las ansias de
poder o grandeza. Aun en el orden espiritual puede observarse el mismo
fenómeno. A este elemento básico debe unirse en la teoría adleriana la influencia
ejercida sobre los procesos psicológicos por la opinión que el hombre tiene de sí
mismo y del mundo y lo decisivo de su vinculación social a sus semejantes.
D. Otto Rank (1884-1939)
Su teoría de la motivación se centra en su concepto de voluntad. A cualquier tipo
de compulsión, ora externa (como pueden ser las órdenes de los padres) ora
interna (acción de los instintos), la voluntad opone una resistencia. Esa
resistencia no debe ser suprimida, sino encauzada hacia niveles más altos de
desarrollo. La expresión suprema de la voluntad —voluntad de inmortalidad la
denomina Rank— es la esencia de nuestra individualidad. Como fuerza
unificadora, equilibradora entre impulsos e inhibiciones, es el factor psicológico
decisivo en la conducta humana
Rank, que podría aparecer demasiado optimista en cuanto a las posibilidades de
la voluntad, abre una valiosa perspectiva, hondamente religiosa, cuando señala la
“vida en Cristo” como fuente de una “identidad real” y el amor como la afirmación
positiva de la voluntad en sumisión a algo mayor que la persona misma. Otros
psicólogos han ampliado el campo de las motivaciones en sus descripciones de la
personalidad.
E. Erich Fromm (1900-1980)
Fue un psicoanalista germano estadounidense, célebre por aplicar la teoría
psicoanalítica a problemas sociales y culturales. Nacido en Frankfurt del Main, se
educó en las universidades de Heidelberg y de Munich, y en el Instituto
Psicoanalítico de Berlín; Fromm emigró a los Estados Unidos en 1934, país cuya
nacionalidad adoptaría posteriormente.
Para Fromm, uno de los líderes y principales exponentes
del movimiento psicoanalítico de nuestro siglo, los tipos específicos de
personalidad tienen que ver con pautas socioeconómicas concretas. Esto
significaba romper con las teorías biologistas de la personalidad para considerar a
los seres humanos más bien como frutos de su cultura. De aquí que su
perspectiva terapéutica se orientara también en este sentido, proponiendo que se
intentasen armonizar los impulsos del individuo y los de la sociedad donde vive.
En su análisis de las necesidades humanas, da primacía a la que el hombre
siente de relacionarse con sus semejantes para salir de su soledad, de su
impotencia y de su ignorancia. Esta relación está presidida idealmente por el
amor.
F. Víctor Frankl (1905 - )
Es un psicoanalista austriaco que desarrolló el concepto de logoterapia o
‘análisis existencial’, según el cual la necesidad subyacente a la existencia
humana y a la salud mental es la de encontrar un significado a la vida. Enfatiza la
aspiración a des- cubrir el significado de la vida y la sitúa en primer lugar entre las
fuerzas motivadoras, dándole identidad propia al negar que sea una
“racionalización secundaria” de impulsos primarios. Frankl diagnosticó que “el
padecimiento de una vida sin propósito” es la enfermedad de nuestra época y que
el ser humano necesita encontrar significado a su propia vida para ser dueño de
su destino.
V. El hombre requiere más que psicología
El propósito en cuanto a los límites de esta obra nos impiden extendernos en un
análisis crítico de cada una de las teorías expuestas. Pero en breve síntesis
podemos señalar que la conducta humana está determinada por una complicada
combinación de fuerzas interiores (necesidades e impulsos) y fuerzas exteriores
(influencia de otras personas particularmente de los padres —, costumbres,
cultura, religión, etc.). Si las necesidades e impulsos son satisfechos
adecuadamente, la personalidad se desarrolla de modo equilibrado y armonioso.
Si no se satisfacen o se satisfacen mal, se produce la frustración, lo cual, a su
vez, da origen a la anormalidad psicológica. Esta anormalidad se manifiesta unas
veces en forma de agresividad antisocial: otras, en forma de evasión. Agresión o
huida, figth or fligth como lo expresan en inglés los psicólogos. De estos
desajustes provienen las neurosis y otros desórdenes psíquicos.
Debe recordarse, no obstante, que ninguna teoría, ni la
síntesis de todas las teorías, agota la complejidad de la personalidad y la
conducta humanas Menos la agotaría una aplicación simplista del principio
estímulo-respuesta del behaviorismo clásico de Burhus Skinner por ejemplo, pues
no se ajustaría a la realidad de la experiencia en el caso del hombre. Asimismo, el
postulado de Watson de que “la meta del estudio psicológico es la averiguación
de datos y leyes tales que, dado el estimulo, la psicología pueda predecir cuál
será la respuesta; o... dada la respuesta, pueda especificar el... estímulo” puede
conducir a un determinismo inaceptable. El hombre no es una rata de labora-
torio. Sobre él actúan simultáneamente innumerables estímulos, muchos de ellos
imperceptibles para el yo consciente. El hombre, en lo que concierne a su
comportamiento sigue siendo “ese gran misterio”.
VI. Psicología y Teología
Como dijimos antes, la relación entre Psicología y Teología no ha de ser
necesariamente de antagonismo, como algunos han supuesto. Los conflictos
surgidos entre ambas se deben gene realmente a prejuicios Hay posturas que no
son rigurosamente científicas y que deben ser abandonadas. La Teología ha
de estar dispuesta a corregir cuanto pueda haber en sus dogmas que contradiga,
sin suficiente base bíblica, los hechos evidentes revelados por la Psicología. Esta,
a su vez, ha de reconocer “las limitaciones inherentes a cualquier punto de vista
científico especializado y, por consiguiente, conceder la posibilidad de que
otros puntos de vista y otras explicaciones de los mismos fenómenos sean
posibles y legítimos”.
Algunos de los más afamados psicólogos han reconocido la importancia del factor
religioso en la salud de la personalidad. Jung declaró: “Durante los treinta últimos
años me han consultado personas de todos los países civilizados de la tierra.
Entre todos mis pacientes mayores de treinta y cinco años no ha habido ninguno
cuyo problema en último término no fuera el de hallar un sentido religioso a la
vida. Puedo decir que todos ellos enfermaron porque habían perdido lo que las
religiones vivas de todas las épocas han dado a sus seguidores y ninguno de los
que no recuperaron su perspectiva religiosa llegó a sanar realmente”.
VII. Superioridad de la Fe bíblica y cristiana
El contenido de las Sagradas Escrituras es un sistema de pensamiento revelado
que supera a cualquier psicología y filosofía en sí mismas. Las ciencias sociales,
entre las cuales están incluidas las anteriores, sólo deben ser vistas como siervas
o herramientas de la Teología Cristiana. No hemos de desecharlas per se,
cuando sus razonamientos o sistemas están de acuerdo con la Palabra de Dios,
son útiles instrumentos en pro del reino o causa de Dios en este mundo.
Por otro lado, sin presunción vana, podemos afirmar que la fe cristiana supera a
cualquier otra religión en cuanto al tema del hombre. La revelación bíblica
contiene la descripción más profunda que jamás se ha hecho de la naturaleza
humana y de sus problemas psicológicos. Coincide con mucho de lo expues- to
por las diferentes escuelas de Psicología; pero ahonda más en las raíces de los
conflictos de la personalidad y contribuye de modo más eficaz a la solución de los
problemas del hombre. Esto es así porque en el fondo, la filosofía y la psicología
que no tienen arraigo en las Escrituras, no consideran el tema del pecado del
hombre como el aspecto más desgarrador de la vida humana. Al no considerar la
relación moral-espiritual del hombre con Dios, muchas ciencias humanas pierden
de vista la esencia de su razonamiento, y van dando palos de ciego pretendiendo
formular un remedio que jamás servirá para ayudar a la condición miserable del
pecado como mal dominante en la vida de la humanidad.
La Biblia, y por ende el cristianismo, reconoce la fuerza tremenda de los impulsos
interiores y de las influencias externas que actúan sobre el individuo, todo ello es
la contextura dramática del pecado en su naturaleza intrínseca y en sus
manifestaciones.
VIII. Relación del mensaje cristiano con las escuelas psicológicas
estudiadas
A. Los conflictos entre el “ello” y el “superyó” freudianos
Hallan su expresión bíblica en la lucha entre la carne y el espíritu tu. El desajuste
psíquico del hombre se origina en el momento en que el hombre se rebeló contra
Dios e hizo de sí mismo el centro y la meta de su existencia. Este egocentrismo
preside las motivaciones de la conducta, entre las que prevalecen la sed de
placer y las ansias de prestigio, de superioridad y poder, con todas sus secuelas
de frustración y agresividad (ver Sant. 4:1-3).
Asimismo, la Teología Bíblica muestra el camino a seguir para alcanzar el
equilibrio psíquico con la plena madurez de la personalidad. Cuando el hombre
responde a los estímulos sobrenaturales del Espíritu y la Palabra de Dios, cuando
se une espiritualmente a Cristo mediante la fe, se producen unos efectos de
terapéutica psicológica incomparables.
Los impulsos sexuales de los cuales habla Freud, con su fuerza enorme, son
encauzados a través del matrimonio o por vía de la sublimación en el sentido
cristiano (Mt. 19:9-12; 1Cor. 7).
B. La preocupación social y cultural de Erich Fromm
Desde la perspectiva psicológica de Erich Fromm el cual vio que los problemas
del hombre poseen un desarreglo de su personalidad frente a lo social y lo
cultural, el evangelio de Cristo provee un trasfondo equivalente o superior, el cual,
por medio de la fe satisface la vida toda del hombre si obedece lo que Dios nos
manda. Luego las necesidades sociales y culturales son suplidas
satisfactoriamente. El creyente en Cristo es llamado a salir, en frase de Paul
Turnier, “de la soledad a la comunidad”. El principio del amor, al que tanta
importancia da Fromm, ad- quiere una fuerza dinámica (2 Cor. 5: 14) que vigoriza
la personalidad del creyente, a la par que enriquece espiritualmente a la
sociedad. El gran deseo de ser amado y aceptado tiene su cumplimiento más
perfecto en la experiencia de la gracia de Dios, quien nos perdona y nos adopta
como hijos suyos (Ef. 1:5-7). Debido a que las promesas de Cristo disipan la
ansiedad, el creyente confía en que las necesidades de primer orden, tales como
la comida, la bebida, el abrigo, etc., serán suplidas por Dios en la ordenación
paternal de su providencia (Mt. 6:25-34).
C. Alfred Adler y el “deseo de poder” en el hombre
El afán de plena realización humana se ve igualmente cumplido, pues el creyente
en Jesucristo va siendo transformado moralmente a la imagen de su Señor (2
Cor. 3: 18). Sólo así puede lograrse una plena “integración” de la totalidad de la
persona, meta de todo tratamiento psicológico. Esta integración, que tiene a
Cristo como centro, genera actitudes positivas y saluda- bles en relación con los
demás seres humanos y ante la vida con sus variadas experiencias. El afán de
poder producido por el complejo de inferioridad, es encausado hacia una meta
moral- espiritual más elevada por cuanto tiene a Cristo como el verdadero ideal
ético de la humanidad.
D. El anhelo de inmortalidad de Otto Rank
La sed o “voluntad de inmortalidad” a que se refiere Otto Rank, es calmada por la
seguridad de vida eterna que Cristo da a los suyos (Jn. 5:24; 11:25). Incluso las
tensiones o posibles sentimientos de frustración producidos por la imperfección
de la experiencia cristiana son mitigados por la esperanza. Sabe el cristiano que
no ha alcanzado aún la meta, pero ya está en el camino que conduce a ella. Vive
la tensión existente entre el “ya” y el “todavía no”, alentado por la perspectiva
radiante que le presenta la Palabra de Dios (Rom. 8:17-25; Fil. 3:20,21; Ap.
21:3-5).
E. El significado de la vida de Víctor Frankl
El anhelo de descubrir el significado de la vida se ve colmado al conocer el
propósito del Dios que nos llama a recobrar acrecentada nuestra dignidad original
(Rom. 8:29) y a ocuparnos en un servicio fructífero como pastores o siervos de
Dios (Jn. 15:1-16). En este servicio hay amplio lugar para desarrollar la capacidad
creadora –otra necesidad psicológica– que Dios mismo ha concedido a cada uno
juntamente con unos dones espirituales determinados.
Vistas estas escuelas psicológicas la pregunta que debemos formularnos es la
siguiente: ¿Qué escuela de Psicología puede ofrecer más que el Evangelio para
satisfacer las hondas necesidades humanas conseguir la plenitud de desarrollo
de la personalidad?
CUESTIONARIO
1. ¿Cuál es la relación existente entre la Psicología y la Teología?
2. Mencione y explique brevemente los factores básicos de terminantes de la
personalidad.
3. Exponga brevemente la teoría de Freud sobre la estructura de la
personalidad.
4. ¿Qué relación encuentra entre la teoría de Freud con el mensaje
cristiano?
5. ¿De qué manera el mensaje bíblico nos ayuda en cuanto a