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El Vengador Hugo - Wast PDF

El documento narra la búsqueda de Liana Fraser de un nuevo hogar luego de que su familia fuera desalojada. Ella visita un caserón y le interesa un apartamento en la azotea, aunque no sabe de dónde sacará el dinero para el depósito y el alquiler adelantado.

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El Vengador Hugo - Wast PDF

El documento narra la búsqueda de Liana Fraser de un nuevo hogar luego de que su familia fuera desalojada. Ella visita un caserón y le interesa un apartamento en la azotea, aunque no sabe de dónde sacará el dinero para el depósito y el alquiler adelantado.

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El Vengador

Hugo Wast

Captulo I
1. La Casa Nueva
Cuando la luz disminua en el zagun, donde trabajaba haca quince Basilio
Cascarini, el zapatero, sacaba a la vereda su mesita y su banqueta.
Mas no lo haca para seguir echando medias suelas y tacos. Abandonaba el
tirapis y el martillo, atiborraba de tabaco negro su cachimbo ahumado, y con
un betn que l mismo preparaba, y cuya frmula guardaba como un alquimista
guardara el secreto de la trasmutacin de los metales, se pona a lustrar los botines, recin remen dados. Los alineaba luego en el umbral y prevena a cuantos
entraban o salan del casern: Guarda, con mis botines!.
Era el encargado, y gozaba de gran autoridad, entre los inquilinos.
La calle desembocaba en la Avenida Alvear, pero tena poco movimiento,
y ningn transeunte protestaba contra el estorbo de la mesita y de las hileras de
botines que a veces desbordaban del umbral y se repartan a uno y otro lado de
la puerta.
Los parasos abreviaban el da con su sombra, pero don Basilio se estaba
all hasta entrada la noche, refregando sus cueros, y cambiando saludos con los
conocidos, sin dignarse contemplar el desfile de vehculos en la Avenida Alvear,
crudamente iluminada por elegantes farolas.
Slo cuando su mujer, doa Anunziata, le gritaba que estaba lista la polenta,
se levantaba.
Recoga los relucientes botines, colgbalos de las orejas, en unos clavos,
guardaba la mesa y la silla, aseguraba con una barra de hierro la fementida cancela el zagun, y desde la calle cerraba con dos vueltas de llavela gruesa puerta
del casern.
Buona notte! deca a los contertulios de la vereda, y se meta adentro.
Desde esa hora, hasta la maana siguiente, los inquilinos se vean obligados
a entrar o salir por un pasadizo, ocupado parcialmente por una escalera que conduca al departamento de arriba, como llamaban los esposos Cascarmi, a tres

piecitas edificadas en la azotea del conventillo.


En la primavera los focos de las calles se encienden mucho antes de la noche, y se apagan bien entrado el da. La administracin municipal no ha calculado todava el despilfarro que significa la rigidez de sus horarios, que no
armonizan con las estaciones.
Liana Fraser que vena a pi, cruzando la Avenida Alvear, atenta al movimiento de los carruajes, vi las luces, y apresur la marcha, para que su padre no
llegara a su casa antes que ella.
Haba pasado toda la tarde recorriendo aquellos barrios, en busca de un rincn, donde pudieran refugiarse, porque los desalojaban del departamento en que
vivan,
Volva cansada y triste, despus de visitar todas las casas de alquiler, que
anunciaba el diario. Por una razn o por otra, generalmente por el precio demasiado alto, o por que los propietarios exigan una fianza, no pudo cerrar trato en
ninguna parte.
Liana no era exigente. Estaba hecha a la estrechez, y ahora haca buena cara
a la miseria. Se retrasaron varios meses en el alquiler del departamento, porque
su padre perdi una ctedra, con lo que sus recursos se redujeron en ms de un
tercio.
Aunque el propietario no hubiese iniciado aquel juicio, que los desalojaba a
la fuerza, ella misma habra invitado a su padre a buscar un rincn menos costoso. Antes de cuarenta y ocho horas tendran que haberse mudado o sus muebles
iran a la calle.
La entristeca perder el refugio de su palomar, donde haba trabajado y
sufrido, donde haba enseado a leer a Soledad y donde haba abierto como una
flor la primera sonrisa del hijito de aquella infeliz.
No pensaba en su palomar, sin verse a s misma, con la imaginacin, cerrando precipitadamente sus postigos, para que el da no la despertara muy pronto, una vez que se acost muy tarde, con ansias de prolongar en el sueo una
inefable impresin que acababa de recibir.
Fu aquella noche en que Mario ley la descripcin de Mireya, y la bes en
la frente.
Cuestas azules de Fuente Vieja, colinas de Baus, llanuras de Crau, vosotras

no habis visto jams otra nia tan linda... Su mirada era un roco que disipaba
toda pesadumbre, ms pura y suave que la luz de las estrellas...
Recordaba perfectamente que tard mucho en dormirse y que nada so.
En aquel tiempo enhebraba despierta sus mejores sueos. Ahora la realidad
era cruel. Haca meses que nada saba de Mario. Su padre hablaba de l como
de un muerto, y sin embargo ella sospechaba que de cuando en cuando se vean.
Al cruzar la Avenida vi sobre las azoteas de la manzana del frente, una
ventana en cuyos cristales arda un rayo del sol poniente.
All le habra gustado vivir, ya que se la obligaba a dejar su palomar.
Desde esa ventana columbrbanse los jardines de la Avenida Alvear, que
actualmente florecan bajo aquel sol de primavera ms fiel y ms moroso cada
da. Y para mayor semejanza, desde all se divisaba el viejo y suntuoso edificio
denominado Lohengrin, que ella amaba porque todas las maanas desde el
palomar miraba las flechas de sus torres, y las copas de sus rboles, imaginndose que su propio destino estaba ligado a la suerte de los ignorados magnates,
dueos de aquella casa.
Quines eran? Quin poda decirle quines eran los dueos de Lohengrin?
y quin poda explicarle las sutiles razones que la hacan creer que algn da
pisara , sus alfombras, cruzara sus salones, se vera en sus espejos, bajo sus
radiantes araas?
Las fantasas que llenan la cabeza de una nia pobre!
Sigui por la calle, que tupidos parasos llenaban de sombra, y lleg hasta
la casa a tiempo que don Basilio Cascarini alzaba los ojos del zapato que estaba
embetunando y se dispona a encender la pipa.
Liana vi un cartelito clavado en la puerta, y se le aproxim.
Buenas tardes, seor.
Buenas, signorina... cosa volete?
Don Basilio, en todo tiempo trabajaba sin saco, ni chaleco. Cubra su torso
huesudo con una camiseta de lana amarillenta o gris abierta en el pecho, y a lo
ms en das muy fros, se pona otra encimada.

Pero tena el pudor de sus omoplatos puntiagudos, y al acercarse la muchacha, se prendi los botones y se achic el cuello con un alfiler de gancho. De ese
modo quedaba ms elegante.
Hay piezas para alquilar?
Piezas, piezas! Todos quieren piezas. Ma non hay.
Y qu es lo que ofrece el cartelito?
El apartamento de arriba. Ya ve, non una pieza; proprio un apartamento, con vista a la Avenida.
Es esa ventana que da sobre la azotea?
Si, signorina. Le gusta? Puede verla.
Se acomod en la banqueta, cogi un zapato, y empez a lustrarlo.
Betn Cascarini; lo mejor de lo mejor. Resistente al fro y al calor y a
la humedad... Ma non quiere ver el apartamento de arriba? Ecco la puerta! No
hay nessuno. Non tenga miedo...
Animada por la sonrisa del zapatero, que pareca buen hombre, y deseosa
de llegar hasta la ventana que la interes, penetr Liana en el pasillo oscuro, y
subi al piso alto.
El ltimo escaln formaba el umbral de una de las tres piecitas, construidas
en fila, con puertas que se abran sobre la azotea y ventanas que daban al patio
largo y estrecho.
El barrio era de construcciones bajas, en su gran mayora, y Liana dominaba
un gran espacio, hasta el ro por un lado, hasta la Plaza de Francia por el otro.
En opuesto rumbo cortaba el horizonte el muralln amarillo y almenado de
la Penitenciara.
Lohengrin se destacaba en el crepsculo, sobre los claros jardines de la
avenida, con la densa mancha de su arboleda. Y hacia el centro de la ciudad, sobre el fondo dorado del cielo, marcbase como un rasgo de lpiz azul, la elegante
y aguda torre ojival de los Agustinos.
Desde el parapeto de la azotea, como desde un balcn, Liana vi el patio,

lleno de chicuelos y de comadres, e infectado por el olor de los variados manjares, que stas guisaban al aire libre.
Algunas luces brillaban en las piezas, y se oa el metlico son de un mandoln, y una voz que cantaba.
Un ancho parral, que extenda sobre todo el patio su negra ramazn, empezaba a vestirse de hojas tiernas.
Antes de un mes, se dijo Liana ese patio habr desaparecido bajo el
parral, y la azotea ser ms pintoresca y alegre. Pero nunca podr invitar a mis
amigas a visitarme aqu. La escalera es indecente.
No la afectaba el pensamiento de que tendra que aislarse an ms. Su composicin de lugar estaba hecha, y senta nacer en sus entraas la vigorosa ilusin
de ayudar a su padre, con su trabajo personal, y de ganar ms que l.
No vea muy claramente en qu empleara su energa y sus habilidades, pero
imaginbase que una voluntad perseverante, como supona la de ella, vencera
todo obstculo y triunfara.
En qu consistira el triunfo? Cul era en ese momento el lmite de su
ambicin?
Tampoco lo perciba bien. Ganar lo suficiente para llenar el hueco dejado
en su presupuesto por la ctedra perdida, tener siempre en los primeros das del
mes, lo suficiente para el alquiler y algn sobrante que le permitiera ir pagando
las cuentas que dejara en los almacenes y en las panaderas del otro barrio, al
mudarse.
Cuando lo hubiera conseguido, pensara en reanudar sus relaciones sociales,
en tener un piano, para no olvidarse lo aprendido, y en recibir a sus amigas en
una salita de muebles ingleses.
Ech una ltima mirada al paisaje y baj a averiguar las condiciones. Experiment una gran alegra cuando Cascarini, que estaba cerrando la puerta del
zagun, le dijo sin mirarla:
Le gusta el apartamento de arriba? Vale noventa pesos. Ni uno ms ni
uno menos. Dos meses de depsito, y niente pi.
El precio estaba dentro de lo que Liana deseaba, pero de dnde sacara el
depsito para la fianza?

Ah! una altra cosa. Dos meses en depsito, y el pago adelantado. Ma ost
rica. Qu le hace eso!
Liana movi la cabeza y don Basilio se ri.
Acab de cerrar la puerta, se ajust los tiradores, que se le escapaban de
los hombros cados, y se pas las uas embetunadas, por la barba de ocho das,
haciendo ruido de cerdas.
Ya se estaba aburriendo Cascarmide la indecisin de Liana.
Se quedamos o no se quedamos con el apartamento de arriba?
No me deja pensar hasta maana?
Chicos de la calle hacan rueda ya a la muchacha y al zapatero y algunos
inquilinos del conventillo se iban acercando.
Haba oscurecido completamente.
Guarda nia; yo non rispondo que esta noche misma algn otro no cierre
trato. El apartamento proprio una tacita de plata non vero?
Djeme pensar hasta maana, suplic la joven.
Esos tres meses que hay que adelantar...
Psch! a qu se fica en esa zoncera ? Ost rica. E se non ost, so
marito, so novio...
Liana hizo un gesto negativo, y el viejo rectific:
So pap, sua mamma, tendrn tanta plata... Ma non mi dica, que yo conozco la gente... Se quedamos o no se quedamos?
Si le digo que s, debo pagar algo ahora?
Cascarmi la consider un minuto, achicando los ojos y rasgundose los
pelos de la cara.
j Bah! Si me dice que si, me basta su parola, me basta! Maana se hace
lo que falta eh?

Bueno, s dijo Liana, sintiendo que se le encoga el corazn, porque en


su vida haba hecho un contrato de semejante importancia.
Me basta! repiti don Basilio tendindole la mano pringosa de pez y
de betn.
La joven di la suya y cerraron el trato. Cuando ella se iba, afrontando con
fingida serenidad los comentarios a media voz de comadres y de pilluelos, el
zapatero le grit desde la otra puerta:
Y ya sabe, no se admiten chicos.
Liana se le aproxim.
En mi familia tenemos uno, el hijo de la cocinera.
Nada, nada! no se admiten chicos replic inexorablemente Cascarmi.
Y stos? pregunt Liana sealando los pilluelos que a borbotones
vomitaba la puerta del conventillo .
El viejo se volvi a rascar la barba, y respondi, extendiendo la mano sobre
la cabeza de los nios, con gesto de patriarca, que bendice a su prole:
Estos han nacido en la casa!
S, s! argy una comadire, interviniendo en defensa de Cascarmi.
Este es. mo; ha nacido en la casa; yo le respondo. Tiene cinco aos. Los
chicos arruinan las paredes y no duran vidrios con ellos. Por eso no los admiten
en ningn conventillo.
Mire ust dijo con acento espaol otro de los .inquilinos, qu sala en
mangas de camisa escarbndose los dientes los chicos son una peste. Ese que
ust
v all es mo. Tiene tres aos, y hace tres, mil diabluras por da. Y en cuanto
a comer, come igual que yo, igual que su madre, igual que ust.
Ah, los chicos! exclam la primera de las comadres, dirigindose a
todos los curiosos reunidos ab rededor de Cascarini y de la pobre Liana, que no
saba a quin atender, para no caer en desgracia ante aquella gente. Si sabr
yo lo que son los chicos. Tengo siete, nacidos todos en la casa. Eso no se puede

evitar ; no hay ms que aguantarlos.


Y un criollo viejo, que al tumulto sala del fondo del conventillo, con una
guitarra en la mano, crey oportuno el colocar un chiste, y dijo socarronamente:
No se le pueden poner puertas al campo.
El nuestro contest Liana tiene un ao... Sera como si hubiera
nacido en la casa.
Su voz y sus modales eran tan distinguidos y a la vez tan humildes, que don
Basilio, no tuvo nimos de replicar con tono definitivo. Oy la voz de su mujer
que por tercera vez le anunciaba la polenta, y sali del apuro dando a Liana la
direccin de la duea del conventillo, una vieja riqusima.
Ella manda; si ella quiere admitirla con el chico, yo non dico niente...
La muchacha se despidi, y se alej, afligida por haber tardado tanto y avergonzada por verse concentrando la atencin de toda la poblacin del conventillo.
Media docena de chicuelos la siguieron hasta la esquina, observndola.
Cuando se vi libre de ellos, apret el paso, ansiosa de llegar cuanto antes.
No se arrepenta de haberse echado en los hombros el pesado propsito de
ayudar a su padre; y sentase resuelta a perseverar. Esa maana le haba dicho:
Yo me encargar del alquiler de la casa, pap.
Comprendi Liana cunto le apenaba con eso, y temi que le opusiera alguna terminante negativa. Pero no fu as ; la mir con sorpresa ; la acarici
distradamente, como si tuviese el pensamiento en otras cosas, y acab por autorizarla a todo.
Yo soy un hombre al agua, Liana le dijo con un gesto dolorossimo. No
tengo derecho de marcarle rumbos a tu vida. Lo que hagas, estar bien hecho.
Pero no pienses en aquel puesto de dactilgrafa de que hace un ao dispona
Velarde. Ya no existe ese puesto.
Pienso en algo mejor contest Liana. Dar lecciones de piano, de
corte, de bordado... qu se yo! Tengo la cabeza llena de cosas que me han sido
intiles hasta ahora.
Su padre se limit a sonreir, con escepticismo.

Ahora regresaba a darle cuenta de su da, y a pe dirle que la ayudase a encontrar los fondos necesarios para el depsito de garanta, y el mes adelantado
de la nueva casa.
Le abri la puerta. Soledad, que apareci encogida y tiritando, envuelto el
busto en una paueleta colorada, tejida por Ana La.
Ests mejor?
S, nia.
Y Mario? .
As lo llamaba al hijito de Soledad, y ese fu para siempre su nombre, aunque con otro lo haban bautizado.
Mario duerme.
Y pap?
En su cuarto, leyendo.
Hall a su padre sentado, a los pies de la cama, con un diario sobre las rodillas.
Pero no lea. Haba apagado la luz y miraba por la ventana, que se abra
sobre las azoteas, permitiendo ver la calle, y a lo lejos un retazo de las arboledas
de Palermo.
Liana mir en la misma direccin, y adivin que su padre buscaba entre las
manchas de sombras, la que haca el extrao edificio de Lohengrin.
Tambin l pareca intrigado por el abandono de aquella mansin seorial,
construida en el barrio de los palacios.
Con un beso, Liana desvaneci la arruga que parta la frente de su padre y
endulz su gesto. Se le sent al lado, y empez a contarle sus andanzas.
Quiso luego encender la luz, pero l no la dej.
Hallaba infinitamente dulce hablar con su hija en la pieza alumbrada slo
por el resplandor difuso de la ciudad, y por el lejano fulgor de la Va Lctea.

As ella oa su voz, eternamente joven para sus odos, y no vea la decadencia de su rostro, labrado por el remordimiento inexorable.
Liana ponder largamente el hallazgo de aquel departamento, con su azotea,
como una terraza para que Mario aprendiese a caminar, sus papeles nuevos, y el
ancho parral extendido sobre el patio.
Se v toda la costa del ro, el rosedal, la Avenida Alvear, la plaza de Francia, los jardines de la Recoleta dijo Liana; y su padre se levant, y por la ventana seal una mancha que l distingua entre todas las manchas, y pregunt:
Se ven aquellos jardines?
Lohengrin? no s! respondi titubeando en declarar la verdad; y prosigui su relato.
El la escuchaba con embeleso, palmendole las manos, agradecido por la
parte que ella aceptaba en la cruz de su pobreza.
Pero si lo has hecho todo ya!
No, pap; falta lo ms grave. Maana podremos cambiarnos, pero hay
que depositar dos meses y pagar uno adelantado.
Psch! hizo Fraser con irona; qu es eso para m! un pelo de un
conejo!
Liana se alegr y Fraser no se anim a desengaarla.
Si es as, slo nos falta conseguir un permiso.
Cul?
No podemos echar a la calle a Soledad.
Evidentemente: quin piensa en eso? Aunque debo decirte, Liana, que
esa infeliz est hilando na mala madeja.
Se curar al aire y al sol de mi terraza. Pero alli no admiten chicos, y no
podemos abandonar a Mario.
Mario no es un chico dijo Fraser es apenas un proyecto de chico.

No lo admite el seor Cascarini.


Veremos a la duea.
Quieres encargarte, pap ? Es una vieja que vive en la calle Santa Fe, en
una casita de dos pisos.
Liana indic -el nmero, y Fraser explic:
-La conozco. Una casa de dos pisos, cerca de una esquina. La duea vive
en los altos, y en los bajos hay una colchonera, que expone sus catres y sus
bales, y sus pellas de lana hasta en la vereda. La escalera del primer piso llega
al umbral, donde se pasa la vida un cochero viejo, de librea, leyendo los diarios
o limpindose las orejas con un pauelo que moja en saliva. La vieja no sale
nunca, pero tiene el da entero a la puerta un cup del ao 90, con un caballo
inmenso; que se duerme bajo las moscas. Con lo que esa vieja gasta en mantener
ese cuadrpedo y ese armatoste, podra reparar los destrozos que pueden hacerle
los nios en las paredes de sus casas de alquiler.
La conoces, pap?
S. Vive sola, con una o dos sirvientas, y todo el quehacer de su vida es
sacar al balcn una jaula indecente para que su canario tome el sol. Si a esa vieja
le diera el capricho de ser enterrada entre perlas, te aseguro, Liana, que podra
costerselo.
Fraser hablaba con hiel, buscando instintivamente desquitarse en otro del
mal rato que su hija le haca pasar, anuncindole que al da siguiente debera
depositar un trimestre de alquiler.
Se levant, para no hablar ms de eso.
Es hora de comer.
Qu broma! exclam Liana alegremente ; sabes, pap, que me he
portado? me olvid de la cocina!
Habr cocinado Soledad.
Qu va a cocinar esa infeliz! Enferma y con su l.ijito.
Pues te has lucido, hija! Comeremos pan con le-he, como el loro de esa

vieja... sabes que tambin ene un loro ?... Y miraremos las estrellas.
Pap...!
Qu?
En la otra casa te prometo que tendr horas fijas para todo. Yo me encargo
del alquiler, yo ganar para eso, cuando termine el mes, te devolver lo que me
adelantars maana... Convenido, pap ?
S, hija; respondi l, avergonzado y resuelto a empezar vida nueva en
la nueva casa.

Captulo II
Complice!
Usted es rica! le haba dicho a Liana don Basilio Cascarmi, juzgando por la elegancia
de su vestido y la pulcritud de su persona. Pero una de esas dos cualidades no cuesta dinero, es
dignidad y es cultura; y la otra bien poco le costaba a Liana, que transformaba con el cambio de una
cinta y un golpe de plancha, un vestido viejo, en uno dernier cri.
El gorrito color rub de esa tarde, qu era, en definitiva, sino una armazn hallada en el fondo
del ropero, un retazo de seda, conservado de tiempos mejores, y un filetito de piel, cortado en los
adornos del vestido de ese invierno?
No sera muy prolija la factura; tal vez las puntadas de su aguja no fuesen todo lo firmes que
deban ser ; la pobre tena tantas cosas en qu pensar! Pero la gracia estaba en combinar los elementos de que dispona, inspirndose en el recuerdo de las cosas expuestas en casas de modas, o en
croquis tomados a lpiz en un pedacito de papel, al salir de una de ellas, despus de haber mirado
apresuradamente los tesoros que no se exhiben en las vidrieras, y que las modistas ape-nas consienten en mostrar, cuando malician que la presunta cliente slo va a ver.
Un nudo hecho por Liana tena ese chic impalpable, que todos advierten, que nadie puede
definir, y que es una afirmacin de buen gusto y de aristocracia, casi un ttulo nobiliario, y que sin
embargo, puede hallarse como instinto en una obrerita del pueblo.
Pero si ella causaba la impresin de una hija de familia rica, es decir, distinguida y culta,
haba que mirar dos veces a Fraser, para descubrir, en l, con sus bigotes cados, su fuerte cabello
rubio revuelto, sus puos de ocho das, su traje arrugado, como si durmiese vestido, un rasgo de su
clase social.
En vano su hija se ingeniaba para adecentar su indumentaria y su aspecto. Hoy no me beses,
pap, si no te has afeitado. Fraser se quedaba triste un rato, calculaba el trabajo que le costara
complacerla, se resolva a ello, pero no lo haca, concluyendo por renunciar a besarla.
Qu feo ests, pap!
La primera vez que ella se lo dijo, l sinti el dolor de un alfilerazo; despus se acostumbr.
Soy un hombre al agua! Con un esfuerzo de esta voluntad que se me va disolviendo, podr
flotar una hora ms. Pero estoy en alta mar. En definitiva acabar por hundirme. Para qu afanar-

me, pues?
Toda su filosofa conclua con esa amarga confesin de su pereza.
De cuando en cuando se difunda en sus arterias el generoso calor de un buen propsito, como
le ocurri a la maana siguiente.
Pap, le dijo Liana: hoy nos mudaremos; acurdate de que debes ir a ver a la duea
de casa.
A pedirle qu? pregunt Fraser, remoloneando.
A pedirle que nos admita con Mario. Yo tengo otras diligencias. Soledad se quedar en la
cama hasta las diez: ha pasado mala noche; pero tu caf queda sobre la mesa. Tambin las tostadas.
Hablaba yendo de un lado a otro, plumereando aqu, cerrando un cajn all, prendiendo un
alfiler, echndose una mirada en el espejo. Luego sali.
La situacin de la casa haba empeorado por culpa de Fraser, y l, no se lo discuta; a lo ms,
cuando los remordimientos lo acosaban, ahogbalos con planes para el futuro. No bien pudiera
cambiar de postura, no bien pagase tales y cuales deudas, y reuniese un capitalito, si la suerte le
era propicia en las carreras o en el naipe, cortara amarras con esa vida, se instalara en una casita
independiente, y volvera a abrir su consultorio.
No le quedaba un solo client; pero con asiduidad y paciencia rehacera su clientela, y se
regenerara en el trabajo.
Mientras tanto, haba perdido, por sus continuas ausencias, una de las ctedras, y la misma
suerte habra corrido la otra, si Velarde, el secretario del Colegio Normal, testigo de sus angustias,
no lo hubiera salvado con diversos arbitrios.
Esperaba Fraser que la mudanza de casa le resultara provechosa. Todo cambio en la decoracin y en el plan de su vida material, confirmbalo en sus propsi-tos, y le infunda un relmpago
de buena voluntad. Por eso en cuanto Liana se fu, s ech de la cama, y se visti, despus de
prolijas abluciones. Senta el corazn liviano. Ira a la vieja de la calle Santa Fe, que seguramente
sera madrugadora, y le pedira dos cosas: primero que les alquilara el departamento, a pesar de
que tenan un nio; despus, que no les exigiera aquel depsito de tres meses, que constitua para l
una suma considerable. De haber posedo ese dinero, hubiera pagado lo que adeudaba, para seguir
viviendo donde vivan.
Crea que la rica dama se dejara convencer.
Por cierto que de mucho tiempo atrs, no se vea un Fraser tan bien puesto, como el que esa

maana, a cosa de las nueve, subi la angosta escalera de la casa, a cuya puerta se atediaba un viejo
cochero de librea.
Suba y pregunte ; haba contestado al visitante, que inquiri si la seora podra recibirlo.
Los escalones de mrmol parecan gastados por el estropajo, y los bronces del pasamanos
brillaban como el oro.
Esto semeja locutorio de monjas, pens Fraser al ser introducido por una criada seca y
silenciosa, vestida de negro hasta el pescuezo, en una salita, de muebles enfundados y piso reluciente. Si hay avaricia aqu, a lo menos es limpia.
El sol daba de lleno en la pared, colndose en tajadas luminosas por la cerrada persiana. Afuera cantaba el canario, en su jaula puesta sobre el antepecho del balcn.
Dos letreros prevenan al visitante que no deba, fu mar ni escupir, por lo que Fraser, pesaroso de haber infringido ya el reglamento, busc manera de tirar el cigarro escondido por entre las
tablillas de la persiana.
Al volverse, hallse con una vieja muy monda, de ojos vivaces, vestida tal como la criada,
con una capelina en los hombros. Traa en la mano izquierda una lorita adormecida y posada en el
pulgar, y en la mano derecha un papel, con marcas de lpiz colorado.
Diablo! se dijo Fraser. Si ser un hada!
Pero al reconocer del primer vistazo, como buen entendedor, que aquel documento era un
programa de las carreras del domingo anterior, y que las anotaciones se referan a alguna redoblona
jugada por la vieja, y cuyos resultados estara calculando, se tranquiliz, prefiriendo alternar con
personas de este mundo que con hadas.
Usted fuma, seor mo? le pregunt ella, con voz muy dulce y una arruguita de repulsin en la nariz escandalizada.
La lorita abri un ojo y eriz las plumas, al sentir la voz de un hombre.
S, seora ; no haba visto el letrero ; pero ya arroj el cigarro.
Ca! ca! chill el animalucho, tirando un picotn hacia el lado de Fraser.
Diana, Diana! dijo su duea con mimo, besndole la coronilla, para adormecerla de
nuevo.
Se sent Fraser, absolutamente dominado por los ademanes sobrios, suaves, pero definitivos,

con que la dama le indic asiento, y se qued mudo.


Usted dir en qu puedo servirle, seor mo.
Dios me ayude! exclam el pobre hombre en sus entraas; y arranc briosamente con
la explicacin de su asunto.
La vieja le cort la palabra:
Un nio? ustedes tienen un nio? dijo arremangando la nariz como lo hiciera al preguntarle: usted fuma, seor mo?
Tenemos un chiquito, es de la cocinera, una infeliz sin amparo en el mundo. No somos muy
exigentes, y por eso ella dura con nosotros. Si la despidiramos, no le sera fcil hallar colocacin
con su hij ito. Adems, est enferma. Yo soy mdico, y puedo juzgar que si entrara en casa de mucho trabajo, estara perdida antes de seis meses.
Mientras Fraser hablaba, la vieja mirbalo intensamente.
Cmo es su nombre? le pregunt de repente, como si necesitara saberlo para atar algn
cabo en sus recuerdos o en su imaginacin; y cuando l se nombr, pareci que algo arda en la
memoria de ella, pues sus ojos chispearon.
Fraser, Fraser! usted es Roberto Fraser?
Inquietse ste al observar la impresin que su nombre produca en la dama; pero se tranquiliz viendo que ella volva a espulgar su lora.
Y no le ha dicho Cascarini que no alquilo mis casas a inquilinos con criaturas?
S, seora; y por eso he venido a molestarla; para rogarle que haga una excepcin con nosotros, una excepcin que sera una obra de misericordia...
Aquella intempestiva mencin a las obras de misericordia, produjo en la impresionable nariz
de la dama, parecido efecto al del olor del tabaco.
Llense nuevamente de arrugas, y adentro de ella son una risita despiadada y gangosa. Fraser
fastidiado se call en seco, resuelto a 110 decir una palabra ms, antes de que ella hablara.
Los nios dijo ella sentenciosamente son como los impuestos: cuestan mucho y no
producen nada. Todos son iguales : ensucian las paredes, pintando figuras indecentes y escribiendo
palabras malas...

Seora, el nuestro no sabe escribir ni pintar; como que todava no sabe caminar.
Pero aprender, seguramente aprender a caminar y a escribir y a pintar.
Si usted quiere, seora, no le ensearemos a escribir ni a pintar...
La dama mir a su interlocutor, compadecida de su irona, y Fraser tuvo la sensacin de que
todo era intil, y que deba levantarse y despedirse, cuando ella, abanicando el lomito de Diana, con
el programa de las carreras, le dijo dulcemente:
Con que usted es Fraser? Roberto Fraser? Bueno, pues, vamos a hacer una excepcin.
Voy a darle una tarjetita para que Cascarini lo deje entrar con ese nio...
Se levant gilmente, y fue a sentarse ante un escri-torito instalado en un rincn, pulcro y
meticuloso como su duea. Limpi la pluma en un trapillo, la moj en la tinta y se dispona a escribir, cuando Fraser, que an tena que pedir otra cosa, tal vez de ms impor-tanda, la ataj con un
diplomtico elogio a la hermosura de la casa en que viva la seora.
Psch! hizo sta con fingido desdn no vale nada. Mi casa parece una cueva entre los
palacios que la rodean.
Ser muy cmoda; expuso Fraser, empeado en hacer mritos para obtener que le dispensara del depsito de tres meses tal vez ser ms cmoda que muchos palacios. Est en la calle
de mayor movimiento comercial.
Eso s interrumpi ella, dejando la pluma, y volviendo a coger la lora, que empezaba a
espabilarse.
Cunto cree que vale mi casa?
Fraser mir al techo, y solt temblando una cifra imaginara: Doscientos mil pesos! y tuvo
la indecible satisfaccin de or que la propietaria responda muy halagada:
Precisamente! no vale ni un centavo ms. Pues la firma Holson, que haba comprado toda
esta manzana, para su gran palacio, no ha podido comprar la esquina que yo ocupo con mi casa; y
ha tenido que abandonar su proyecto.
S? No quiso pagar doscientos mil pesos? te nan la pretensin de que la seorales
regalase su propiedad ?
No, no! se equivoca, seor mo. Han hecho todo lo imaginable, para comprar mi casa. Me
ofrecieron el doble de su valor; me ofrecieron el triple; me ofrecieron hacerme una igual, en el sitio
que se me antojara; me ofrecieron un milln. Y yo no me les re... No tengo necesidad de dinero!

Y no volvieron ms. Puede imaginarse: todo el barrio est furioso conmigo, pero yo soy duea de
vender o de no vender... No le parece, seor mo?
S, seora: usted tiene en su favor todo el cdigo civil, y toda la polica de la capital.
Es lo que yo digo. Mi casa es una cueva, estoy conforme ; pero vale ms que muchos palacios.
Dej otra vez la lora, y tom la pluma, y Fraser, juzgndola bien dispuesta, se apresur a
expresar su segundo pedido.
Ella lo escuch tranquilamente, y se alej del escri-torito.
Entonces no hay necesidad de escribirle a Cascarmi, por que eso s que no se puede hacer.
Yo no exijo ms garanta que el depsito. Si usted no puede, siento mucho, pero Cascarini no lo
dejar entrar.
Seora, exclam Fraser sorprendido y furioso :
yo soy un profesional, un mdico; mi nombre vale mucho ms...
S, s! no lo dudo! Pero sta es una regla de buena administracin. Yo no doy lecciones a
nadie, ni pido consejos a nadie. Soy una pobre mujer, manejo mis intereses como Dios me ayuda, y
no tengo por qu quejarme; nunca pierdo un centavo de alquiler.
Si usted me conociera, se atrevi a insinuar Fraser, sin saber por qu lado salir de aquel
mal paso.
Si yo lo conozco! respondi ella suavemente.
Me conoce?
No dice que es Roberto Fraser?
Fraser sinti una oleada de sangre en el rostro, y durante un rato nada dijo. Sentimientos confusos le asaltaban, y no tuvo valor para preguntar si las cosas que ella saba de l, se referan a su
antigua existencia, que l envolva cuidadosamente de todos los ojos, para que su hija la ignorase
siempre, o se referan a su vida actual.
Para romper el silencio embarazoso en que haban quedado, manifest con desconcertada
irona:
En mi escritorio tengo mi diploma de mdico, en cuadro de un metro de alto... qu valdr

eso ?
El marco o el diploma ? pregunt ella con inocente sonrisa.
El diploma, seora.
Depende de su clientela, seor mo.
Fraser sintise incapaz de seguir debatindose con aquella vieja que era toda una institucin
quiritaria, como el Digesto, como las Pandectas, como el Cdigo Civil, y abandon la partida.
Bien, seora ; esta tarde le traer el dinero...
No necesita traerme nada. Dselo a Cascarini. Lo admito con el nio, por ser usted Roberto
Fraser.
El rumor de estas palabras lo persigui buen rato.
Mas una preocupacin destierra otra, y l tena que procurarse algunos cientos de pesos, antes
de la puesta del sol, si quera evitar a su Liana un gran bochorno.
Aunque haca tiempo que el bolsillo de sus amigos compensaba el dficit del suyo, no saba
dar sablazos, con ese aplomo del profesional, que pide, sin darle importancia al pedido y como
quien dispensa un favor.
Cundo me acostumbrar? se deca irritado. Estoy haciendo la vida de un bandido
corso, con los rubores de un seminarista. Mis amigos acabarn por perderle el miedo a mi fusil, y
no contribuirn ni para lo que gaste en plvora.
En sus grandes apuros lo asaltaba la tentacin de recurrir a Mario, cuya fortuna se haba acrecentado por la valorizacin de las tierras. Pero.lo contenan escrpulos inexplicables.
En vano pugnaba por demostrarse la ridiculez de esos reparos, que le cegaban una copiosa
fuente de recursos. Un sentimiento oscuro pero tenaz, lo contena. No era dignidad, pues estaba hec!o >a a toda suerte de indelicadezas. Era ms bien un sentimentalismo romntico, de que algunas
veces esperaba curarse, y del que otras sentase orgulloso como un mendigo dueo de una perla.
Constantemente sonaba en su memoria una dulce y triste voz: Qu sabe una mujer como
yo cundo es tiempo y cundo deja de ser? En estos caminos se va con los ojos cerrados... Aunque
piense que no merezco su proteccin, no me deje nunca...
Era la voz de aquella muchacha que un da lo conmovi con su gracia, como si su corazn
tuviera veinte aos, y que disfrazada de Cruz Roja, se perdi una noche, en los jardines de Olivos,

en el frenes del Carnaval, bajo las alas negras de Mario, disfrazado de Murcilago.
Desde entonces ella no haba vuelto a casa de sus padres, y Fraser no pis los umbrales de
Mario, por no autorizar con visitas de amigo, una aventura cuyo fin slo Dios conoca.
Aunque piense que no merezco su proteccin, no me deje nunca, le haba dicho ella, la tarde
en que la vi por ltima vez. Y l se estremeca, sintiendo an la angustia.de aquellos ojos abiertos
ya a la vida, que buscaban en los suyos la promesa de un amparo.
La abandon, pens Fraser, pero ni la he olvidado ni la he vendido.
No quera frecuentar a Mario, por no deberle favores, con lo que habra perdido la libertad de
defenderla, si ella alguna vez le llamaba.
Anduvo al azar muchas cuadras, barajando cuantos arbitrios conoca para procurarse dinero,
y fuera por que sus pensamientos se concentraban en Mario y en Matilde y en las cosas y personas
que los rodeaban, o fuera porque* en realidad no tena otra solucin, se resolvi a buscar- a Pulgarcito, el hermano de Matilde, empleado *en el Jockey Club, y a confiarle su gran apretura.
Elvmozo era audaz y desprendido. Si no tena dinero, sera capaz de sablear a otro, para hacerle un servicio. .
Con .un mensajero Fraser avis a Liana que no lo esperase hasta la tarde; se meti en un fondn
cualquiera, para hacer tiempo ms que para almorzar, y las dos se encamin al Jockey Club.
Durante muchos aos haba sido socio, hasta que perdi sus derechos, por no pagar las cuotas;
pero los empleados le conocan y le dejaban entrar, cuando de tarde en tard se le antojaba leer un
libro en la biblioteca, o beber un wisky legtimo en el bar.
El seor. Garay le respondi el portero - no viene antes de las tres. Si quiere aguardadlo,
doctor...
Fraser, contrariado e impaciente, no advirti el tono protector de las palabras con que le invitaban a quedarse ; y se fu derecho al bar, un saloncito oscuro, an al medio da, con altos zcalos
de roble ahumado, una mesa casi negra, con banquetas fijas a la pared, y algunos taburetes frente
al mostrador forrado de zinc.
El barmar lo reconoci, aunque haca mucho que no lo vea, y le salud como a un antiguo
parroquiano, y le pregunt sigilosamente si deba servirle alguna cosa, un Johnny Walker, por
ejemplo.
Fraser acept el wisky y se sent en un rincn. No estaba solo. Delante del mostrador, trepado
en uno de los elevados taburetes, haba un tipo extrao, que no apartaba los ojos enternecidos, de

un vaso que tena a un palmo de distancia.


Es el doctor Tllez, dijo el barman a Fraser, al servirle su Johnny Walker. Viene
a esta hora, y se queda hasta las cinco, sin decir palabra, como usted lo v. Bebe despacito y no
molesta a nadie.
Algn da, pens Fraser, yo tambin tendr la nariz colorada, y me pasar tres horas
sonrindome con el vaso. No ser aqu, porque esto resulta caro, pero s en un boliche de barrio,
silencioso y oscuro. Un borracho que alborota, es apenas un triste aficionado; pero un borracho
taciturno y mudo, como ste, es un maestro.
Ni una sola vez el doctor Tllez volvi la cara hacia el rincn donde estaba Fraser mirndolo.
No se adverta en qu momento llevaba el vaso a la boca, pero
el lquido se agotaba, y el barman volva a llenrselo.
Una hora despus, lleg Pulgarcito, y all mismo, en tanto que el barman descabezaba un
sueo y Tllez pelaba la pava con el vaso, el mozo y Fraser se explicarn.
Necesito para antes de las cinco de la tarde, tres cientos pesos. Ale los puedes prestar,
Pulgarcito?
A buen monte va por lea, viejo! El domingo tuve un metejn brbaro en las carreras.
Me encamote con mi casi tocayo Pulgarn, el crack del ao, pero Moloch lo revolc, y me dej
tecleando.
Ya me imagino que un muchacho como t no guarda inmvil sus capitales. No creo que tengas esa suma en el bolsillo, pero ingenindote un poco dars con quien la tenga... No se te ocurre?
Pulgarcito realmente era un tipo de ingenio, y comprendi que se le ofreca una oportunidad
para conocer por qu razn no frecuentaba Fraser la casa de Mario, desde que su hermana Matilde
viva en ella.
Sin duda Fraser saba que l, en cambio, a partir de la noche del baile de Olivos, acort
distancias con el generoso Murcilago y se refugi bajo su ala protectora, conciliando, con un
admirable sentido de la vida real, las necesidades de su bolsillo, su cario fraternal y el tradicional
seoro de los Garay y Tronco-so. Pamplinas todas esas!
Si l, Pulgarcito, no haba tomado tan a pecho aquella aventura, por qu Fraser, que no era
ni padre ni hermano, ni to, ni nada de la gentil Cruz Roja, cort relaciones con su antiguo pupilo?
Acaso era ms papista que el papa?

Lo que se me ocurre, doctor Fraser, manifest Pulgarcito, es que si usted le dijera


media palabra a Mario Burgueo...
Fraser no le dej concluir, y su gesto fu tan definitivo, que el joven se qued suspenso, y
molestado, por tal delicadeza, que envolva una censura a sus procederes.
Yo te soy a arreglar la casa, viejo! se dijo para s el dctil Pulgarcito. Tenes llena de
antiguallas la azotea. Voy a cambiarte los muebles...
Y agreg en alta voz, palmendole los muslos :
Ya di con la veta de oro! quiere esperarme aqui hasta las cuatro ?
Fraser, que empezaba a sentirse ganado por la desesperanza de encontrar aquel dinero, tendi
las dos manos al joven, con ganas de abrazarlo:
Cuando yo digo que Hugo Stimnes no sabe tantas finanzas como t...!
Pulgarcito sali al trote, y se meti en un auto.
A Belgrano! por la calle Cabildo!
Tena la seguridad de que Fraser, puesto delante de los pesos, los embolsara sin inquirir su
procedencia.
Como a los toros bravos, hay que ponerle una argolla en la nariz.
Antes de la hora, estaba de vuelta. Ya hormigueaba la concurrencia en el Jockey Club, y no
tardara el bar en llenarse de gente, con lo que el doctor Tllez empezara a ponerse intranquilo y
concluira por beber apresuradamente el ltimo sorbo, para mandarse a mudar, despus de echar un
garabato con lpiz en el carnet de vales.
Pulgarcito desparram en la mesa tres billetes de a cien.
Esto es lo que necesita?
Fraser tuvo la horrible tentacin de besarle las manos.
Qu madera para ministro de hacienda! exclam recogiendo el dinero. Te lo devolver en la otra semana, y te har un regalo, Pulgarcito... Pero qu secreto es el tuyo, para llenarte
de plata, a la vuelta de cada esquina?
Quiere que le diga la verdad? Es el sueldo del mes que viene, del viejo...

De qu viejo? interrog Fraser, sintiendo una vaga congoja; de tu padre?


S; me -han adelantado un mes...
Qu empleo tiene tu padre?
Inspector de cinematgrafos! exclam pomposamente Pulgarcito. .
Fraser, que se haba puesto de pie, sentse descorazonado. Saba que la tal inspeccin de cinematgrafos, no fu nunca ms que una artimaa de Mario, para congraciarse la voluntad de don
Pedro, cuando empez a festejarle la hija. Crea que la farsa haba concluido, mas por lo visto, el
infeliz segua concurriendo muy orondamente a los cinematgrafos del barrio, cuyo acceso Mario
mismo haba arreglado, y cobrando, por intermedio de su hijo, los trescientos pesos que le asignaba
el imaginario presupuesto.
Pulgarcito, alarmado ante el repentino silencio de Fraser dijo:
No saba? Hasta medalla tiene ya: de oro, con su nombre y el escudo de Buenos Aires. Le
basta ensearla para que lo dejen pasar.
Fraser callaba, indignado de haber cado en la trampa, pero sin nimo para meter la mano al
bolsillo y sacar aquellos tres infames papeles y tirrselos en la cara al ingenioso pillete, que segua
contndole cun satisfecho viva su padre con aquel empleo, que le permita instruirse en las costumbres de la gran repblica norteamericana, y le dejaba tiempo para leer los diarios.
Pero este canalla, pensaba Fraser, adivina que yo conozco la farsa, y me habla como
a un cmplice, o me cree inocente, como su pobre padre?
Su mano crispada arrugaba los billetes en el fondo de su bolsillo.
El bar estaba lleno de consumidores, que se arrima ban al mostrador. Fraser sali, congestionado, agachando la cabeza para no ser visto, irresoluto an acerca de lo que deba hacer.
Esa maana, saliendo de la casa de aquella vieja rica, record las palabras de Matilde : aunque le parezca que no merezco su proteccin, no me deje nunca; y se dijo que ni la haba olvidado
ni la haba vendido...
Poda decir lo mismo ahora, que tena en el bolsillo el precio de la traicin y del silencio? Si
guardaba aquel dinero, perda el derecho de ampararla, y de censurar al que la haba comprado, y a
los que la haban vendido, puesto que sera uno de stos.
Ay! pero a las cinco de la tarde un oficial de justi-cia arrojara sus muebles a la calle, y aquel

oprobio caera sobre el nombre de su Liana, que haba afrontado bravamente todos los sacrificios,
pero que era dbil ante el deshonor o la vergenza.
Que sea lo que Dios quiera! se dijo. Soy un miserable; pero no quiero llegar al fondo
de la iniquidad.
Y sac los tres billetes, para devolverlos.
Pero Pulgarcito haba desaparecido. Volvi al bar, recorri las galeras, subi al primer piso,
cruz el palacio del Jockey Club, pregunt a los porteros y a los ordenanzas, y nadie le di noticias
del mozo, tragado por la tierra.
Entonces mir la hora; faltaba un cuarto para las cinco, y sinti una punzante alegra de que
an fuera tiempo de llegar a su casa, con aquel dinero, que en fin de cuentas, antes de una semana
habra devuelto.
Qu diablos! j la vida es as! Ms risible que un mendigo soberbio, es un tahur escrupuloso.
Quin lo meta a l en semejantes ideologas! Se guard los trescientos pesos, y se march a su
casa.

Captulo III
Lo que cuesta ganarse la vida
Cuando Ana La le describi el panorama que se vea desde la ventana del nuevo departamento, Fraser le pregunt, sealndole la mancha que formaban las torres y la arboleda de Lohengrin
en el nocturno paisaje:
Se ven aquellos jardines?
Haba soado, o alguien le haba dicho que la suntuosa propiedad, abandonada por un dueo
misterioso que Buenos Aires nunca conoci, estaba en manos de un Conde Seguin, millonario
francs, que rodaba por el mundo con una artista, y posea caballos de carreras en Long champ y
en Palermo?
Ignoraba quin fuese aquel Seguin, porque los que conversaban de l, callbanse en presencia
de Fraser, y ste no tena nimos para averiguar lo que sospechaba. No conoca tampoco ni el rostro
ni el nombre de aquella mujer con quien ese hombre derrochaba su fortuna, y con quien concluy
por casarse; pero el corazn le gritaba un nombre y en su memoria se levantaba la imagen esplendente, que llen de luz y de tinieblas su juventud.
Se ven esos jardines? pregunt a Lian, y ella le contest vacilando: No s!
Por qu tembl la voz de ella al mentirle? por qu le minti?
Fraser se asom a la azotea de la nueva casa, que ocupaban desde la tarde anterior. Liana haba
salido. Soledad andaba en acomodos y Mario gateaba en la azotea.
La primera impresin que le produjo el panorama, fue exquisita.
All podran pasar gratamente los aos de penurias, hasta que los tiempos mejorasen, que sera
cuando l reabriese el consultorio. Gozaran de lo que su hija amaba ms que todo, el espacio, el
aire, la luz, la vista de los amplios jardines...
Pero al descubrir desde la ventana de su hija, al otro lado de la Avenida Alvear, el gtico castillo de Lohengrin, con sus cuatro frentes, su torrecita central, sus vidrieras ojivales, y sus paredes
cubiertas de hiedra, que se iba llenando de hojas con la nueva estacin, sin ti, ms que la mentira
de ella, el ignorar la causa por que le minti.

Era imposible que se hubiese escapado a sus ojos la situacin de Lohengrin. Ms de una vez
le haba inquietado el observar que ella tambin pareca intrigada por el misterioso castillo.
Saba el nombre y la vida que llevaba su dueo? saba el verdadero nombre de aquella mujer
que le acompaaba?
Fraser trat de contener su imaginacin. En realidad l mismo ignoraba quin fuese el dueo
de Lohen-grin, y no hubiera podido explicar cmo lleg a asociar el nombre de Seguin con la
abandonada propiedad.
Quiso creer que si Liana le ocult ese detalle, fu temiendo que l protestara por una vecindad
que le era antiptica. Mas no se anim a interrogarla, y experiment la tristeza de comprender que
su hija tena secretos.
Dios la hiciera misericordiosa!
Liana se levant ese da ms temprano que de costumbre, animada por la ilusin de inaugurar
una vida nueva.
Estaba harta de la pobreza vergonzante en que vena arrastrndose su juventud. Crea haber
descubierto que la verdadera dignidad no consiste en aparentar lo que no se es, sino en ser lo que
se aparenta. Si sus relaciones le impedan ajustar su vida a sus recursos, las ira cortando sin pena,
en la medida necesaria.
Bajara un peldao en la escala social, y aprendera a trabajar, no para s misma, sino para los
otros. Pero descenda, de veras, con eso?
Quin sera capaz de decirle que ella valdra menos el da que extendiera la mano para recibir
el precio de su trabajo?
Una duda la iquietaba.
Qu rumbo tomara? Saba muchas cosas y estaba resuelta a valerse de ellas. Aunque no
tena ningn ttulo oficial, la voluntad de ganarse la vida la distinguira entre todas, mejor que un
diploma.
Eso pensaba cuando lleg a un conservatorio de msica a buscar empleo.
Antes de que expresara el motivo de su visita, hall sonrisas en todas las caras. Pregunt por
le director, y como no estuviese, la introdujeron al despacho de la segunda autoridad de la casa, que
era una mujer, joven tal vez, pero agostada de semblante y con arrugas prematuras.
La acogi sonriente, pero no bien Ana La manifest su propsito, la sonrisa desapareci y las

arrugas se ahondaron.
Fu un gesto receloso ante la competidora que surga. Una pianista ms, que pretenda haber
aprendido el piano no para olvidarlo, sino para ganarse la vida con l! Creera esa inocente que
eran pocas en Buenos Aires las que se castigaban los flancos con tal idea? .
De qu conservatorio es la seorita? le pregunt con tono agresivo. No habr empleos en su conservatorio?
He estudiado en casa muchos aos; pero no tengo diploma.
Ah! no tiene diploma?
La joven se turb.
Pero hija! usted quiere ensear piano sin tener diploma? No digo que no sabr ms que
Paderewsky. Supongamos que s...
No, no! Yo s menos...! exlam Liana, aturdida por el sarcasmo.
Entonces sabe menos que Paderewsky? Ya me pareca! Pobrecita! no se imagina cuntas muchachas pasan al ao por este escritorio ofrecindome sus diez dedos! Todas con diploma!
Y algunas de ellas, muchas de ellas, me dicen para empezar, ensendome un estuche: Yo soy
medalla de oro del Conservatorio tal. Infelices! Ya se habrn comido la medalla. Y usted, que ni
siquiera tiene un mal certificado...
Yo enseara cualquier cosa: no tengo pretensiones... murmur Liana acongojada.
As dicen todas! Y lo peor es que a los seis meses de recibidas, hasta las medallas de oro,
pueden decir eso con verdad : no tienen pretensiones! Tampoco tienen piano y un ao despus han
perdido la agilidad y las ilusiones... Usted tendr piano en su casa, no?
No seora...
No tiene piano, ni tiene diploma. A ver, sintese, en este piano mo. Vamos a ver cmo toca,
y si es verdad que sabe menos que Paderewsky. Tal vez ser excesiva modestia.
Diciendo esto levant la tapa de un piano que all haba, para ensayar a los postulantes de
empleos, y con una insinuante sonrisa invit a Liana a-tocar.
Cualquier cosa, seorita. A su gusto. Mire, aqu tiene algo que habr tocado mil veces: la
Pattica, de Beethoven; el Adagio.

La muchacha obedeci maquinalmente. Al ir a ofrecerse no pens en que desde que vendieron


su piano, tres aos antes, no tocaba una tecla.
Mir la partitura ; las notas bullan como si hirvieran en el papel. Nunca, nunca lograra descifrar una frase.
La subdirectora sonrea con despiadada satisfaccin, y Liana percibi cunto significaba esa
sonrisa, en que se mezclaba, la compasin con el egoismo, y con la alegra de sondear la incapacidad del nuevo rival; y se ech a llorar apoyando la frente en el teclado.
Para ese da tuvo bastante. Sin estar acobardada, entrle el miedo a la vida.
Su padre, que la not preocupada, no logr arrancarle el secreto de su primera derrota.
Seguira ofrecindose, no como profesora de piano, puesto que haba medallas de oro, que
perecan de necesidad, sino como maestra de primeras letras, modista, obrera, lo que fuese.
Ya slo quera ganar lo suficiente para pagar el alquiler, conforme a lo convenido con su padre
; porque una vez que hubiera asentado el pie, en el mundo de las gentes que se ganan la vida, estaba
segura de avanzar.
Los das que pas gastando sus pobres zapatos en las calles porteas! Se levantaba temprano
y sala, animada por los ltimos ardores de su esperanza. Iba de tienda en tienda, de casa en casa,
muchas veces al azar, llamando a las puertas en que haba una chapa o un letrero que denunciaba
una institucin, donde podan trabajar las mujeres, y se ofreca modestamente, con el cansancio en
la voz, como un nio que repite una leccin. Haba aprendido a contar historias, para disimular su
nombre y las circunstancias de su familia. En vez de Liana se llamaba Beatriz, y al nombrarse as,
tena la sensacin profunda de que no menta. Recordaba aquella carta que un da sorprendi, y en
la cual la aludan llamndola de ese modo. Por qu su padre le haba cambiado el nombre?
Era tan aguda su necesidad, que durante algunas semanas dej de pensar en lo que constitua
su ansiosa preocupacin, descubrir el misterio de la vida de su madre, que estaba cierta, se llam
Beatriz.
El hecho de no haberse encontrado ms con la anciana que, los domingos, en la iglesia, le
daba algunas vagas noticias de aquella poca obscura, contribua tambin a colocar ese tema en el
segundo plano. Lo urgente era vivir, y ya empezaba a comprender que no basta la voluntad ni la
destreza para abrirse camino, y que tambin se requiere la suerte.
Bajo qu estrella haba nacido, que llegaba siempre tarde adonde la hubieran empleado?
Aunque eso les ocurre a todas, ella crea extraordinaria su poca ventura. Una maana fu a
casa de una seora milionaria y rumbosa, pero lleg en mal momento, cuando la dama estaba a pun-

to de salir, y tuvo que hablar de prisa, inventando y contradicindose para pedir una recomendacin.
La da pa la juzg demasiado bonita y demasiado bien puesta para creer en su necesidad, y le
dijo severamente : ..
Yo no soy una agencia de colocaciones. Y en cuanto a lo que yo personalmente pueda ayudarla, hay otras, ms necesitadas y mejor conocidas por m. A usted, con ese aplomo que tiene, no
le faltar quien la proteja.
Liana-sinti un fogonazo en las mejillas. Quiso defenderse con la verdad, con toda su verdad,
pero se hall enredada en su propia novela, y tuvo que acallar su indignacin y su amargura.
Cuando bajaba la suntuosa escalinata, de lo alto cay sobre ella esta sentencia:
Hay que desconfiar de estas muchachas bonitillas y coquetas, que andan rodando por las
calles, en busca de empleos. Sin moverme de mi casa, yo encontrara en qu ocuparme el da entero,
si fuera pobre.
La dama se qued muy satisfecha de no haberse dejado sorprender, y Liana huy, perseguida
por el sonido de su voz.
La tormenta que ese da amenazaba desde el alba, haba estallado con fuerza. La lluvia caa en
rayas oblicuas, azotando con melanclico rumor las hojas nuevas de los rboles.
Junto al cordn de cada vereda, corra un torrente amarillento, imposible de vadear. Liana se
detuvo acongojada. En la esquina,- un muchacho, con un andamio de albail, sustrado de alguna
obra cercana, haba formado un puente, y ofreca dar paso por diez centavos.
Liana entreg la moneda y pas, y el muchacho an la ayud con su tabla a alcanzar la otra
vereda, defendida por un torrente igual. La nia quera alejarse de aquel sitio, y buscaba un refugio
para librar del agua su traje y su gorrito color rub.
Vi una chapa de bronce, a la puerta de una casa modesta: Proteccin de Institutrices. Entr.
En un patiecito descubierto, cantaba la lluvia impetuosa, apagando todo otro rumor. Nadie acudi a
su llamado, y entonces resolvise a abrir la puerta de un despacho que daba al zagun. Una mesita,
algunas carpetas y papeles, dos o tres sillas y nada ms. Por una puerta apenas entornada vease la
habitacin contigua, un dormitorio con camas blancas a uno y otro lado, bajo limpias cortinas de
cretona clara.
La nia aguard un minuto y concluy por entrar. All todo estaba en orden, pero al parecer
abandonado por sus dueos.
Cuando se iba a volver, advirti en el extremo de la habitacin una cama ocupada y se acerc.

En efecto, all haba una mujer, que mir a Liana con indiferencia.
Disclpeme, seora dijo la joven. Llam, y nadie me sinti.
Quiere cerrarme esa puerta? respondi la enferma, sealando la del despacho. Hay
una corriente de aire y me hace toser.
Liana se apresur a cumplir el pedido, y se aproxim de nuevo, deseando quedarse all un rato,
hasta C[ue escampase.
A pesar de la lluvia, no haca fro. Sentase la primavera en el aire, en la luz, en todos los detalles del ambiente. Las mismas nubes, parecan ms clidas, pasajeras y fecundas. Pero la enferma
tiritaba, con la espalda encorvada, bajo un paoln de lana azul.
La han dejado sola? pregunt Liana, tocndole la mano. Tiene fiebre? Puedo
servirla yo en algo?
Vista de cerca, advertase la juventud de la enferma, que no deba ser mayor que Liana. Contest las preguntas de sta con un ademn disciplicente, y slo al rato habl.
La seorita Malena, que es la duea de casa, fu al mercadito de aqu a la vuelta. No llev
paraguas y la lluvia la ha sorprendido.
Me permite que la espere aqu?
Sintese. Usted tambin busca trabajo?
S...
Una sonrisa lamentable amarg las facciones de la enferma.
Mal tiempo, seorita, para hallar trabajo dijo.
Yo hace tres meses que perd mi ocupacin, porque me enferm de gripe. No he sanado y
probablemente no sanar nunca. Y lo que es peor, no encontrar en qu emplearme.
El hablar de s misma la animaba. Liana la envolvi con cuidado en el paoln.
Gracias!
Ahora viene el buen tiempo. Se mejorar, y con un poco de paciencia encontrar lo que
busca.

La otra le respondi irnicamente:


Usted le llama buen tiempo al verano? Yo no he cumplido veinte aos, pero me parece que
tengo ms experiencia que usted.
El invierno repuso Liana es triste, y para los pobres ms penoso.
Entonces usted no conoce la vida de las que trabajan! exclam la enferma, haciendo
ruborizar a Liana. El verano es nuestro enemigo.
Marc la palabra nuestro con un brusco ademn, en que pareca rechazar toda solidaridad
con Liana, cuyo aspecto era todava el de una muchacha de buena posicin.
Nuestro enemigo prosigui, es la estacin muerta. Los ricos se van al campo o a los
balnearios y nosotras, que vivimos de ellos, perdemos el trabajo. Esto se lo dirn las costureras,
y las modistas, y las empleadas de tiendas y las institutrices... Pero usted no saba sto? En qu
trabaja usted?
Al hablar se ergua en la cama y la fiebre animaba sus mejillas. Le vino un acceso de tos y
busc en una mesita de noche, que no era ms que un cajn forrado de papel verde, una taza. Liana
se la alcanz y la enferma bebi un trago, para calmar su tos, y repiti su pregunta :
En qu trabaja usted que no sabe estas cosas?
En nada, porque no hallo trabajo. Hace dos semanas que estoy buscndolo ; antes no necesitaba...
Ah! exclam la enferma, mirando a Liana no con envidia, sino con lstima y desdn,
como si la miseria y la experiencia constituyesen una superioridad.
Usted querr ser institutriz? Todas las muchachas que empiezan a trabajar, quieren ser institutrices. Yo soy institutriz! Hace aos vine sola de mi provincia, y no s cmo logr refugiarme
en esta casa, que es un asilo fundado por una antigua institutriz, que conoce nuestras penas. Ella
hered una casita, y como le sobraban piezas, puso diez, quince, hasta veinte camas, para albergue
de las muchachas que quieran acepta? por un mes esta hospitalidad, menos costosa y ms segura
que una pensin. Pero al cabo de un mes, aunque no se haya encontrado trabajo hay que irse, porque
son muchas las que aguardan turno y la duea de casa es pobre. Todas esas camas estn ocupadas, y
hay otras ms en otras piezas. Mal da les hace a las pobres para andar de Ceca en Meca buscando
empleo! Pero no hay remedio. Yo tengo que hacer lo mismo en cuanto me mejore un poco, porque
no me quedan ms que ocho das del mes...
Y si siguiera enferma?

Me ira lo mismo. Hay otras que aguardan.


No podra entrar a curarse del todo a un hospital?
Curarme del todo! exclam la enferma, y su voz era cortante y cruel. Lo que yo tengo
no se cura. Por eso no me admiten en los hospitales. No quieren tener enfermos que duren mucho,
y yo puedo vivir un ao, dos aos, quin sabe si no puedo vivir un poco ms. Todava no estoy
bastante enferma como para que me reciban en un hospital. Cuando me est por morir, entonces s.
Por ocho o diez das hallar una cama y un mdico atento; pero si duro ms empezarn a creer que
le robo la plata al hospital...
Liana consideraba con horror aquel rostro juvenil, en que perduraban algunas lneas infantiles,
agitado por una sombra desesperacin. La voz silbaba fatigosamente entre los labios colorados y
secos. Pareca venir de lejos y acongojaba como el rumor del viento en una planicie estril, donde
no hay hombres, no hay rebaos, no hay flores.
Usted es sola? se atrevi a preguntarle, por no concebir tal sequedad espiritual en quien
tuviera una familia. No tiene madre? No tiene algn hermanito?
La enferma pareci no oir la pregunta, porque se recost y cerr los ojos.
Est fatigada? Descanse! No me conteste.
No estoy fatigada. Palabra ms, palabra menos, no me ha de matar. Aqu, donde me ve,
todava no soy yo de las ms desgraciadas.
Siempre hay alguien que pueda envidiar nuestras penas contest Liana, pensando en que
realmente su propia miseria era casi opulenta al lado de la que tena ante sus ojos. Cul es la
suerte suya que otros envidiaran?
La enferma clav en Liana sus pupilas ardientes, y le explic su fortuna:
Hay otras que tienen una madre vieja a quin cuidar, un hermanito menor a quien educar, o
una herma-nita por quien velar. Esas no tienen el derecho de morirse, aunque se enfermen. Yo soy
sola sola!, y puedo morirme hoy, sin perjudicar a nadie, no es una suerte? Si no fuera as, yo no
podra mirarla a usted como la estoy mirando, cara a cara. Por salvar a mi madre o a mi hermanita,
me habra vendido hace mucho tiempo...
Todas las ideas que Liana se haba hecho del mundo se dispersaban en su cerebro, como un
puado de polvo arrebatado por el viento.
La enferma volvi a cerrar los ojos y pareci quedarse dormida.

Ana La no la habl ms, y como escampase la lluvia, sali del dormitorio, esper algunos
minutos el regreso de la seorita Malena, y al fin se fu sin verla. Qu poda conseguir? *
Diez o doce das despus hall ocasin de pasar por all, y entr a saber de la enferma, cuya
imagen no se alejaba de su mente.
La seorita Malena la recibi y le mostr la cama vaca
La pobrecita se fue.
A dnde se ira?
Yo no s. Cuando ellas mismas no me escriben, slo por casualidad obtengo alguna noticia.
Esta se fu antes de cumplir el mes. No quera estorbar. No estaba sana y yo la quise retener. Pero
se me escap. Dios sabe adonde habr ido a parar. Son como las golondrinas. Se van; las seguimos
un momento con los ojos y con el pensamiento. Despus se pierden y las olvidamos. Vuelven otras,
que ocupan su mismo lugar. Pero las que se fueron no vuelven nunca.
Un da ms y se cumpla el primer mes en la nueva casa. Liana todas las tardes regresaba
maltrecha, mas por no inquietar a su padre, finga haber obtenido un buen resultado en sus diligencias. Sola traer paquetes, y Fraser imaginbase que eran compras, en que inverta sus primeras
ganancias.
Mucho ms modesta era la realidad! Aquellos paquetes contenan trabajo a domicilio, que le
daban algunas modistas, pagndolo miserablemente.
Esa noche, despus de la cena, dijo a su padre:
Me vas a perdonar, pap, si este mes no cumplo lo convenido?
Sepamos qu es lo convenido, para saber si mereces perdn.
Yo me encargu del alquiler de la casa.
S? Ya no me acordaba, respondi Fraser mortificado en su vanidad.
Hoy Cascarini me ha avisado que maana vence el mes. Es un buen hombre Cascarini ; sin
cobrarme nada me ha compuesto los zapatos de salir...
Le habrs elogiado el betn? insinu Fraser.
Tambin a m me ha hecho gratis una compostura con tal de que probara su betn. Mis
botines han quedado relampagueantes, como el monte Sina.

Maana hay que pagarle el otro mes adelantado, quieres hacerlo, pap? Yo no he tenido
suerte, y todo mi capital son cuatro cupones del tranva.
Liana se ruborizaba al confesar su pobreza, pero Fraser, que no se atreva a alzar los ojos hasta
ella, no observ esa confusin, y se apresur a contestar, con el mayor aplomo :
Pero hijita, creas que yo te iba a permitir pagar eso? No faltara ms! Este mes y todos los
meses, hasta la consumacin de los siglos, corren por mi cuenta.
Bueno, pap contest la joven, cuya confianza en sus propias fuerzas haba menguado
mucho.
Y agreg luego como una disculpa:
Sabes que los tiempos estn muy malos?
Muy malos!
Durar mucho esta crisis?
Fraser se ech a reir.
Quien te oyera Liana, creera que has especulado en terrenos o en haciendas.
Es la respuesta que dan todos: la poca es muy mala; hay una crisis terrible...
No creas! Esa es una manera de cortar la conversacin a quien pide un empleo... Has
andado buscando empleo?
Liana titube, y antes de que hablase, su padre le dijo con acritud, como si le asaltara un remordimiento:
Lo que est en crisis es la conciencia, es el honor, es la caridad. Pero los bolsillos estn
llenos. Mira!
Sac su viejo portamonedas, y dej sobre la mesa doscientos pesos.
Te sorprende verme rico? Ya ves como no hay tal crisis para los que realmente saben abrirse camino Y yo he concluido por aprender!
Pronunci estas palabras con ira, y sali precipitadamente, como si temiera hablar de ms.

Captulo IV
Retama blanca
Las flores que llenaban la canasta de Noem, anunciaban otra primavera.
Una maana, desde su sitio, en el andn de la estacin, vi llegar a Matilde, y se alegr por que
era la primera vez, despus de mucho tiempo.
La joven, elegante y hermosa como nunca, pas
por su lado sin mirarla.
Noem tena un ramo de violetas, justamente de violetas, y se las hubiera dado, por ver su
sonrisa y sentir su voz, pero su instinto la contuvo.
Quizs no le gusta acordarse, reflexion, y se limit a seguirla con los ojos hasta que
tom el tren.
Matilde haba sentido el perfume de la canasta de Noem, y la esquiv,
penoso.

como un recuerdo

Hacia un ao que se dej tentar por sus violetas!


Parecale que el tiempo corra con una prisa fantstica, y que no obstante, en ese fugaz momento, habanse acumulado sobre ella las alegras y los dolores de una larga vida.
Desde aquel carnaval, en que la esperanza de rescatar su honor, la decidi a irse con Mario,
para con-quistarlo definitivamente, slo una vez haba vuelto a su casa.
Aquella noche, jug su ltima carta, y aunque las cosas no ocurrieron como ella calcul, todava esperaba. Una sonrisa de Mario, una muestra insignificante de cario, la hacan soar en que le
devolvera, casndose con ella, lo que ella sacrific por l.
Su espritu no haba madurado del todo, porque en realidad ignoraba los grandes dolores.
Viva entre gentes alocadas, los amigos de Mario, muchachos sin tino, que la besaban al despedirse; Bistolfi que soltaba solemnes simplezas, mientras su mujer coqueteaba ; algunos hombres
de negocios, algunas amigas de los amigos, algn carrerista que llevaba datos, y venda redoblonas,

y Demcrito Cabral, su admirador ms empalagoso, cuyas atenciones no parecan incomodar a


Mario.
De su familia slo vea a Pulgarcito, que entraba en su casa con el mayor desenfado, y hasta
se queda
ba a dormir en el sof del comedor.
Ni su hermana Laura, ni su madre ni don Pedro, segn le contaba Pulgarcito, saban exactamente el gnero de vida que llevaba Matilde.
Tres das despus de aquel carnaval, sta, que no haba vuelto a casa de Bistolfi, donde estaba
pasando una temporada, apareci en la de sus padres...
Entr azorada, en momentos en que don Pedro de Oaray se aprestaba a salir para inspeccionar
los cinematgrafos del barrio.
Pap, me voy a Ro Janeiro !
Cmo? exclam l besndola.
Oyronse pasos en la pieza contigua y Matilde baj la voz.
No est Laura?
Dos personas encarnaban para ella la conciencia, la implacable conciencia: Fraser y Laura, y
en ese momento no hubiese querido encontrarse con ninguno de los dos.
Lleg misia Presentacin, que se sorprendi tanto como don Pedro al oir el anuncio del viaje.
Laura est en su escuela.
Siento mucho, mam ; no voy a poder despedirme de ella, respondi Matilde, aliviada de
esa preocupacin. Me voy ahora mismo.
Pero de veras ? Se van Marianita y el conde Bistolfi y te llevan?
No mam. Hall un aviso en el diario... explic la muchacha ruborizndose, bajo la
cndida mirada de su padre, dispuesto a creerlo todo. Una seora que se va a Ro Janeiro por un
mes, buscaba una dama de compaa, y me he arreglado con ella...
i Qu precipitacin! exclam sofocada la madre. Y tan luego dama de compaa!
Qu dirn en Santa Fe, si llegan a saber que una Garay, por el padre, y Troncoso, por la madre, se

ha empleado de dama de compaa?


-Por qu, mujer? terci don Pedro, con la autoridad de su abundante erudicin. En
Estados Unidos y en Inglaterra, ser dama de compaa, es tener una profesin tan honorable como
ser profesora, o modista. Yo no he estado all, pero me consta que des-pus de la guerra muchas
viudas de combatientes se ganan la vida as.
Pero tan solita ! Irte a Rio Janeiro con una seora desconocida !
Don Pedro mir a su consorte con cierta conmiseracin, y prosigui :
Nosotros, pueblos de de raza latina, estamos muy atrasados en lo que se refiere al feminismo. Los anglosajones dan ms libertad que nosotros a sus mujeres Yo estoy seguro de que mis hijas
sabrn portarse correctamente en todas las situaciones de la vida, por la educacin amplia que han
recibido en mi casa. Aunque adoptasen profesiones ms peligrosas, por ejemplo, la profesin de
modelo, saldran inclumes de los talleres de los artistas. Precisamente acabo de ver un film
magnfico y muy moral, que tiene por argumento las aventuras de una modelo...
No me gusta ese viaje! exclamaba misia Presentacin; y don Pedro repeta:
Mis hijas saldrn inclumes de todos los peligros.
Matilde, turbada por las manifestaciones de su padre, entr a su pieza y recogi algunos objetos de su uso, en cuya busca iba; pero su madre la sigui.
Y ese viaje... le pregunt vacilando, lo has consultado con l?
Con quin, mam?
Con tu novio.
Matilde palideci, imaginndose que su madre se refera a Link, cuya martirizada figura surgi
ante sus ojos.
Es verdad, manifest don Pedro, encontrando
muy oportuna la observacin de su mujer; has consultado la opinin de Mario sobre ese
viaje?
Matilde, de plida que estaba, se puso del color de una amapola.
El noviazgo de ella con Mario, constitua la ms cara ilusin de los Garay y de los Troncoso,
y no era cuestin de que por ganar un sueldo de dama de compaa, fuera a perjudicar su radiante

porVenir.
No me voy ms que por un mes, respondi Matilde y l est de acuerdo.
Misia Presentacin gui el ojo a su marido y pregunt :
Y para cundo el casamiento, hija? Le has sa cado ya la fecha?
Para cuando vuelva.
Tan pronto! exclam la madre; no es posible ! i
Y don Pedro volvi a apuntarle con pausa y erudicin la superioridad de la raza anglosajona
sobre la latina :
Tambin en esto vamos atrs de otros pases. No hay nada ms pernicioso que los largos noviazgos: se pierde mucho tiempo, y la poblacin no aumenta. Mira lo que pasa en Estados Unidos:
en 188o, tenan 6o millones de habitantes; ahora tienen 100 millones. Pero es que all los noviazgos
duran poco. Yo no he estado en ese gran pas, pero el otro da he visto un film, en que una muchacha subi en un aeroplano, y al bajar, se fu derechito a la iglesia con el piloto, a casarse. Se
conocieron en el aire, se comprometieron y antes de la puesta del sol ya estaban casados.
Qu maravilla! exclam Matilde abrazando y besando a toda prisa a los dos viejos.
No puedo esperar un minuto. Antes de una hora sale el vapor. Ya les mandar mi direccin. Siento
no despedirme de Laura.
Misia Presentacin se qued aturdida, en el umbral de la calle, viendo desaparecer el auto en
que se iba su hija. An no sala de su sorpresa, y senta inmensas ganas de llorar.
No s por qu, no me quedo tranquila! exclam apretndose el corazn, mientras don
Pedro, sealando con la contera del bastn el sitio por donde haba desaparecido Matilde, daba
expansin a su orgullo satisfecho: .
Esa muchacha tiene un brillante porvenir. Es resuelta como una norteamericana. Y no hay
nada ms cierto que este profundo pensamiento de Rockfeller : querer es poder.
Slo Pulgarcito estaba en el secreto de lo que era en realidad aquel viaje.
Saba que Matilde no acompaara a ninguna dama, sino a Mario, y hasta se anim a despedirla en el puerto, en prueba de cario fraternal.
Era ms experto que ella y no tena mayor confianza en que ese viaje concluira con las vacilaciones de Mario, decidindolo a aceptar la amable coyunda nupcial.

Pero ya que lo acontecido era irremediable, por su parte fu discreto, no queriendo amargar
aquella singular luna de miel.
El sol cada maana levantbase sobre paisajes que ella haba soado.
Cuando su destino la llevaba a ser la mujer de Link, condenndola a una vida vulgar en un
pueblito provinciano, como Helvecia o como Santa Rosa, ella se desquitaba imaginando otra vida,
con un hombre rico y brillante, a quien amara con amor ardiente y novelesco, y con quien paseara
su amor por otros pases.
Por eso ahora sentase libertada de la vulgaridad y de la pobreza. No saba a punto fijo, qu lugar ocupaba Mario en la alta sociedad, pero vindolo distinguido en sus trajes y en sus costumbres,
y rico, suponase que todas las puertas se abriran ante ella, cuando la presentara.
Animbala una voluntad inquieta, y a cada instante le preguntaba :
Nos casaremos en Ro Janeiro o en Buenos Aires?
El la miraba con una sorpresa en que se mezclaba la compasin y el fastidio.
Su vanidad se complaca ciertamente en aquella virginidad de alma; pero eso lo obligaba a
seguir urdiendo historias y promesas, con tanto cuidado como cuando inici la conquista.
Por un momento, ante la desvergenza de Pulgarcito que continuaba sonsacndole dinero,
crey que l y ella y toda la familia estaban complotados para desollarlo; y se alegr, porque eso
facilitara la liquidacin de su aventura, el da que se le antojase.
Mas ella, con su ingenua pregunta: Nos casaremos en Ro? amenazaba su porvenir.
No era un sentimental. Por el contrario, se avergonzaba de sentir en ocasiones un principio
de enternecimiento, fatal para un hombre equilibrado, cuya nica aspiracin era vivir su vida.
Y reaccionaba bruscamente, lo cual lo haca aparecer ms egosta y descorazonado de lo que
era en realidad.
Al sondear la inocencia de aquella muchacha, rendida por su consumada estrategia, y al comprender que no exista un pice de simulacin en las expansiones de su amor, comenz a alarmarse.
Matilde concluy por advertir el fastidio con que l acoga su pregunta, y no habl ms del
casamiento; y eso, que ocurri das antes de llegar a Ro Janeiro, tur b su ilusin.
Cuando la noche pursima cay sobre el mar, ella asisti al despertar de las estrellas, sentada,

sola, sobre cubierta, con el espritu teido por una vaga melancola.
Miraba hacia el mar, donde haba dejado su patria, la casa de sus padres, su corazn inocente.
La Va lctea pareca un reguero de cenizas en que brillaban algunas brasas.
Cul era su estrella, la que influa en su destino, para adivinar su porvenir?
Mucho ms hondo y misterioso que el cielo es el corazn del hombre. Los ojos que ven millones de estrellas no logran descubrir un pensamiento que se oculta.
La voz de Mario la arranc a sus divagaciones:
Te has dormido? no te gusta el mar? Parece que no fuese la primera vez que viajas, porque
ninguna cosa te sorprende.
Ella le contest, esforzndose por sonrer:
No es la primera vez. En sueos he viajado mucho.
Y quin te acompaaba en ese viaje, que has soado ?
Usted mismo !
Todava ella no lo tuteaba, y l no insista en exigirlo.
Ella senta que conservaba algo de su dignidad, no entregndole toda su confianza.
Y cmo poda acompaarte yo, si aun no me conocas? Te acuerdas del primer encuentro?
Matilde pens un instante, y dijo con sencillez:
No me acuerdo! Me parece que lo he conocido siempre !
En los ojos de l chispeaba la irona, esa compasin de los vanos ; y ella no pudo menos de
advertir que ni sus palabras ni sus caricias tenan el ardor ni la espontaneidad del ms humilde gesto
de su pobre Link. Pero desech ese pensamiento, que poda enervar su voluntad de ganar a toda
costa aquella terrible jugada, en que empe todo lo que vale en una mujer.
La agitacin de los primeros tiempos sostuvo su optimismo. Quera conocer a Mario para
cautivarlo mejor, y con amor y sagacidad trat de robar los secretos de su corazn.
La afabilidad de l con los nios y las gentes humildes, a quienes se diriga con sonrisa superior, pero afectuosa; la tibieza de sus censuras, si alguna vez cen-suraba; la facilidad con que abra

su bolsa; su desdn por las cuestiones que dividen y encarnizan a los hombres; su indiferencia por
las cosas grandes y su inters por las pequeas, perecanle indicios de un corazn misericordioso.
Lleg a creer que no era un egosta, sino un sentimental tmido, capaz de ruborizarse, si le
sorprendan enternecido o entusiasmado.
Y en efecto, Mario se ruborizaba de todo sentimiento generoso y desbordante.
Un filsofo admirable por su estilo, tanto como por su malicia, le haba infiltrado el pudor del
bien.
La displicencia de Anatole France, que conoce maravillosamente los misterios de la epidermis
humana, pero ignora el corazn, sec las fuentes de su energa y de su generosidad.
Su alma era un mar, que tena la pesada serenidad del Mar Muerto. Slo cuando una intensa
pasin agitaba sus alas, asomaban las crestas de la vanidad y del egosmo, escollos que en los das
normales las aguas cubran.
Pero Matilde ignoraba todo eso, y confiaba en su belleza y en su amor, para ganar la partida.
A su vuelta de Ro Janeiro, Mario se instal con ella en su casa de Belgrano.
No cuente a nadie que hemos vuelto! le rog ella, sin atreverse a explicar que mientras
no se casaran no quera ser vista por nadie.
Lleg el invierno y l lament su soledad. Estuvo enfermo unos das, y en una maana radiante de sol, la invit a pasear con l por el Rosedal, que despus de la misa de las once, es el punto de
cita de la sociedad elegante.
Haba comprado un automvil, que ella manejaba muy bien, y sinti un deseo pueril y extrao,
de exhibirse con ella. Se habra irritado si alguien le hubiese dicho que le mova una despiadada
vanidad.
Matilde cedi, deslumbrada por la idea de que si el tena orgullo de ser su dueo, era por que
la amaba.
Mario no era verboso, y sin embargo esa maana pareca embriagado por el sol, por la belleza
del da, por la alegra de vivir, y mientras corra el auto por la hermosa avenida, cortada al medio
por una franja de jardines, le hablaba con desconocido entusiasmo.
La joven iba callada, el ceo plegado, la mano en el volante, como absorta en la maniobra,
pero sin perder una sola de sus palabras.

Qu dira tu mam, que dira tu pap, qu dira Laura si nos encontraran?


Matilde se extremeci : nunca pensaba en su hermana sin un movimiento de clera. Su slo
nombre agitaba sus remordimientos, y le pareca or las severas palabras que la otra nunca le dijo,
porque ella nunca estuvo dispuesta a escucharla.
Qu dira Fraser?
No sabe que hemos vuelto? est seguro de que no sabe?
Nunca me tuteas! se quej l; y ella ruborizndose, como si diera un paso decisivo en la
vida, le seal en los jardines del medio un grupo de bronce, un len dominante e imperioso, con
las garras clavadas en el cuerpo palpitante de una gacela: T eres como el len!
Mario sinti un relmpago de amor, vindola tan incomparablemente hermosa y tan rendida.
Ella comprendi lo que le pasaba y se atrevi a recordarle su promesa:
Has cado sobre m; me has vencido; me has arrebatado de mi casa; me abandonars ahora?
Al decir esto, los magnficos ojos se llenaron de lgrimas, y l, por desviar el tema, le dijo en
tono mimoso :
Te pesa lo que has hecho?
S.
Si te pusieran de nuevo al principio de todo, volveras a hacerlo?
No s!
Entonces no me quieres.
Desembocaban en la avenida del Rosedal ms angosta y repleta de carruajes. Matilde sabore
una punante sensacin de orgullo, al observar que todas las miradas se concentraban en ellos. Su
hermosura^ la destreza con que manejaba el auto elegantsimo, y a soberana indiferencia con que
cruzaba por entre los otros, suscitaban comentarios de toda suerte.
Quin es sa? alcanz a or, frente a un grupo de muchachas, que tomaban el sol, sentadas en el csped; y la pregunta despectiva le doli como una pualada.
El lago verde, refulgente y salpicado de cisnes, las escalinatas y las prgolas, desnudas del
follaje de las hiedras, que dorman aguardando la primavera ; las calles rojas, por entre los rosales

podados, la concurrencia vistosa, los nios que jugaban, los autos lujosos, guiados por graves choferes de librea,
o por elegantes muchachas escotadas, a pesar del fro, era un aiadro caracterstico de la ciudad
turbulenta y alegre, una fiesta para los ojos. *
Matilde se senta aislada en medio de la hostilidad o de la envidia; y algunas palabras le llegaban como piedras. Todos estaban libres de culpa, menos ella!
Mario haba repartido algunos saludos, pero no tantos como ella esperaba, suponindolo vinculado a la alta sociedad; y eso la decepcion.
No te saludan porque no te conocen o porque n0 quieren mirarte?
Su compaero tuvo vergenza de confesar que en realidad no era tan conocido como ella
imaginaba, y se encogi de hombros.
Qu me importan los saludos de nadie! respondi, dando a entender que la indiferencia
de sus amigos era causada por la presencia de ella.
Matilde se mordi los labios con dolor y con vergenza, y abandon la avenida del Rosedal.
Ya ves lo que pasa! le dijo, cuando pudo vencer la clera que la haca enmudecer.
Qu pasa? pregunt l con displicencia.
Que se han dado cuenta de que no soy ni tu mujer ni tu novia; que no te quieren conocer;
que yo peso sobre tu vida como una mancha...
No llores ! exclam l viendo su rostro baado en lgrimas, que no poda enjugar, por
tener ambas manos asidas al volante. Qu nos importa lo que ellos piensen?
A m me importa ! a m me importa ! exclam ella con vehemencia.
Eso nos ata ms.
No es verdad ! Hoy puede ser, pero maana sentirs de otro modo. Yo no quiero aislarte
de tu mundo; y slo veo una manera de salvarte.
El se qued callado, comprendiendo su pensamiento, y tuvo la esperanza de que ella no prosiguiera, mas se enga.
Mario le dijo la joven con voz dolorida, pero firme ; qu te impide cumplir tu pala-

bra ? Hoy me lias hecho pasear delante de la gente que te conoce, porque no te avergenzas de m...
No, no me avergenzo.
Y entonces ? qu te impide ?...
Pero crees, interrog l impetuosamente, que van a perdonarnos si nos casamos?
No bien dijo esas palabras, se arrepinti, vindola palidecer. horriblemente.
Qu te pasa?
Quieres decir que tu mundo est cerrado para ti por culpa ma? Quieres decir que si te
casas conmigo sers un desterrado para siempre?
No seas loquita! exclam l apretndole las manos.
Quiere decir insisti ella con desesperacin.
que slo abandonndome podrs salvarte del desprecio? Ya ves cmo yo he tenido siempre razn... !
Arrim el coche a la vereda, abandon el volante y se puso a llorar.
Las personas que pasaban observaban la escena, lo que inflamaba en clera a Mario.
Loca de remate! dijo fastidiadsimo, apartndola con gesto brutal.
Ella logr dominar su acceso de dolor, le cedi su sitio y no habl ms.
Desde ese da l volvi a su vida anterior, sin cuidarse de ella, que se aburra en la soledad de
su casa.
Alguna vez la llevaba a teatros o cinematgrafos de segundo orden, pero tales salidas causbanles a los dos ms fatiga que placer. Iban recelosos, temiendo Mario una indiscrecin de Matilde
y comprobando ella el hasto creciente de l.
Su casa, frecuentada por sus amigos, dej de ser el refugio en que ella ocultaba su amor y su
remordimiento, aguardando que l cumpliera su palabra.
Estaba en la plenitud de su belleza, pero los ojos de i parecan saciados. En cambio los amigos que concurran a su mesa no se recataban de admirarla. Democrito Cabrai ms que ninguno, se
haba constituido en su caballero, e iba ganando su confianza, gracias a las noticias que le llevaba

de la vida de Mario.
Traicionaba aparentemente a Mario, por complacer a Matilde, que se lo agradeca, sin sospechar una inteligencia entre uno y otro.
Mario empezaba a desear que ella un da le dijese: Quiero volverme a casa de mis padres;
djame ir.
Pero ella no hablaba.
Pulgarcito, asiduo visitante, referale cuanto ocurra en su casa, donde slo su madre pareca
conocer la verdadera situacin de la hija.
Mam le deca el mozo no te viene a visitar para que Mario no se ponga cabrero, y
no te plante. No quiere comprometer tu casamiento. Pap te cree en el Brasil todava, y est encantado de que pases el invierno en ese clima. El no ha estado all, pero sabe cmo es...
Y Laura?
Psch! Laura te ha heredado el novio y est muy contenta. Tendra un terrible disgusto si te
viera aparecer. Ese pobre gato de Link es capaz de no haberte olvidado.
Una sombra de nostalgia velaba los soberbios ojos de la joven.
Y ella cree tambin que yo estoy en el Brasil?
Milongas! Yo no s quin le cuenta las cosas, porque sa las sabe antes de que sucedan.
Un tiempo despus se reanudaron las visitas de Bistolfi y de Mariana, y Matilde tuvo quien la
acompaara a salir, y aunque gran parte de sus penas se las deba a la inconsciencia de aquella mujer, le devolvi su amistad. Iba reconstruyndose el crculo de sus relaciones. Slo faltaba Fraser,
de quien nadie se acordaba, como si se lo hubiera tragado la tierra.
El era, sin embargo, el nico a quien Matilde ansiaba encontrar, para confiarle una nueva esperanza que se haba encendido en su corazn y pedirle sus consejos.
Hacia mediados de la primavera tuvo la certidumbre de haberlo atado a Mario con un vnculo
indestructible. Guard su secreto y esper con ansiedad una visita de Fraser.
Instintivamente se volva a l, confiando en su spera lealtad, para que le alumbrara el camino.
De tarde en tarde, por Pulgarcito, reciba noticias de la vida de aquel hombre, y saba que l no
la olvidaba. Mas por qu haba huido de la casa de Mario? Por qu la abandonaba, cuando ms

urgente le hubiera sido su ayuda?


Lleg hasta pensar que Fraser no sera nunca su aliado, porque se imaginaba a Ana Lia enamorada de Mario .Se sinti ms sola; empez a tener celos y a desesperarse. Como a un nio perdido
en la noche, la amedrentaban las sombras, y estaba dispuesta a creer en cuanta palabra de amistad
o de afecto llegara a sus odos.
Demcrito Cabral espiaba ese momento, para ganar su corazn. Bien enterado del hasto de
Mario, saba que ste agradecera al amigo que quisiera sucederlo en su buena fortuna. Tales combinaciones no se tratan de palabra, pero se leen_en los ojos, y estn en la naturaleza de las cosas.
El destino de esas cadas, no suele ser variado, y la historia se repite en todas las cadas: primero
Mario, despus el amigo de Mario, despus el amigo del amigo, despus el annimo...
Matilde pasaba das enteros sin otra compaa que la de los sirvientes: aquel mucamo gallego,
casado con la cocinera,.y una muchacha de .provincias, que le enseaba a tejer y a cribar, sentada
mano a mano, en el dormitorio. Aunque Dositeo no saba leer, posea nociones exactas respecto,
a la dignidad de una duea de casa, y cada vez que vea a Matilde alternando con la Carmen,
meneaba la cabeza desdeosamente: Se co-noce que doa Matilde no es propiamente una seora...
De dnde habr salido ?
El balcn del dormitorio se abra sobre el jardn del fondo. Una retama creca al pi, y en la
nueva estacin iba llenndose de flores. Un da Carmen dijo a su seora:
Por qu tiene esa planta? No sabe que es contra los novios? Una nia que quiere casarse,
no debe tener retamas amarillas en su jardn, sino blancas.
Matilde record haber odo a su madre la misma cosa. No era accesible a las supersticiones, y
se mofaba de las brujeras de Saturnina, que con sus cuentos haba poblado su niez de impresiones
confusas; pero la esperanza del casamiento era ahora una viva ansiedad, y la receta de su mucama
la impresion.
Ests segura de lo que dices?
S, nia ; la retama blanca es casamentera ; la amarilla es contra los, novios.
La joven no se atrevi a contrariar un precepto afirmado tan sentenciosamente ; averigu qu
floristas tendran una retama casamentera, y al otro da fu a comprarla, tomando por primera vez
desde que abandon su casa, el tren en Belgrano.
Ese da vi a Noem, y tuvo el valor de pasar por su lado sin mirarla. Sentase desamparada de
todos los que la quisieron en el. tiempo anterior, y pens que Noem sera como todos y no querra
alternar con ella.

Cuando regres, despus de convenir el trasplante de la retamas, hall Dositeo en- la puerta
:
Acaba de irse un seor que pregunt por la seora.
Dijo su nombre?
Es aquel seor que antes vena a diario, el doctor Fraser. Acaba de irse.
Matilde se asom, deseosa de divisar la silueta del amigo que volva.
La calle, obscurecida por la arcada de tipas, estaba desierta. En las copas profundas, ms lejos,
ms cerca, all, aqu, sonaba la ondulante algaraba de los pjaros.
Se ha marchado ya, manifest el gallego, ponindose en jarras y es lstima, porque el
seor Mario habra tenido gusto en verlo.
Est Mario ? ..
No, seora; ni va a almorzar aqu. Lo ha mandado decir con don Demcrito, que all adentro
la aguarda.
La joven se sent a la mesa, con aquel peligroso compaero, y trat de sondearlo para obtener
detalles de la vida que Mario haca fuera de su casa. Demcrito fu dndoselos cautelosamente,
como si le costara vender los secretos del camarada, y se arriesg a proponer a Matilde una salida
juntos, para mostrarle en cierto cabaret los nuevos enredos de Mario.
La muchacha sinti enfrirsele las mejillas y las manos, con una violenta emocin.
No acept, pero qued clavado en su alma, como una tentacin, el propsito de averiguar la
verdad.

Captulo V
El hombre que espa
Roberto Fraser sigui por la calle de tipas, sin levantar la cabeza, sin conceder una mirada a las
nuevas y bonitas construcciones levantadas en aquel barrio durante los ltimos meses.
Pesadas preocupaciones lo agobiaban. Ya no era solamente la ansiedad vergonzante de saber
con qu pagara a la vieja del loro el aquiler vencido, o sus cuentas a los proveedores de la casa.
Esos problemas los haba resuelto de un golpe, arrojando por la borda los escrpulos que le impedan dirigirse a su antiguo pupilo, para pedirle ayuda.
Desde semanas atrs encontrbase con Mario en el club, y charlaban sin acordarse de que
existiera Matilde; y dos o tres veces haba ido el joven a visitar a Liana.
Si en todo esto exista algn motivo para hacer bajar la cabeza al desenfadado Fraser, la verdad
es que no entraba en su preocupacin de esa maana, cuando recorra sin verla, aquella magnfica
arboleda, tan elogiada por l, y cuando apenas se lamentaba de no haber encontrado a Matilde, a
quien fu a visitar despus de casi un ao de esquivarla.
Era una real tontera seguir huyendo de la pobre muchacha. Quera adems hacer un largo
paseo que le diera tiempo para reflexionar en las cosas obscuras y terribles que estaban ocurriendo
en su casa, a su lado, en el corazn de Liana.
Volvi a la estacin para tomar el tren; ira al cen tro, recogera unos papeles en un Banco, y
an llegara a tiempo de almorzar con su hija en su casa.
En el andn encontr a la chiquilla vendedora de flores, alegre, porque un rato antes Matilde
la haba indemnizado con una cariosa sonrisa, del desdn con que esa maana pasara por su lado,
fingiendo no verla.
La carita de Noem resplandeci al divisar a Fraser, el otro amigo perdido. Le sali al paso y
lo salud graciosamente.
Faltan diez minutos, seor, para que llegue su tren.
Fraser, que amaba a los nios, acogi con benevolencia el agasajo.
La chicuela entusiasmada, se empe en hacerle aceptar un mazo de violetas, y Fraser maqui-

nalmente las tom, y al sentir su perfume, parecile que se mareaba y que en su cerebro alucinado
se encendan los ms penosos recuerdos de su pasado.
Siempre le ocurra eso. Nada evocaba con tanta fuerzo las sensaciones de que deseaba huir,
como el olor de esas flores.
Sin embargo, no quiso desprenderse de ellas y las coloc a su lado en el asiento del tren, para
llevrselas a Ana La, que amaba las violetas con la misma pasin con que l las odiaba.
Herencia de su madre! pens Fraser.
Qu no habra dado l por depurar la sangre y el alma de su hija de todas las tendencias que la
aproximaban a aquella mujer? Vano deseo! Con horror constataba, da a da, cmo se iban reproduciendo en Liana los rasgos de Beatriz Bolando, rasgos espirituales y fsicos.
Poco antes, Mario, qu^ de nio conoci a su mujer, al ver a Liana, transformada durante su
ausencia, se qued exttico, y Fraser comprendi la razn de su sorpresa.
La encuentras parecida? le pregunt con dolor, en voz baja.
Idntica !
Al rato Fraser, por aliviar el peso de su angustia, agreg :
Sabes que vive?
S, y s que est en Buenos Aires...
E agach la cabeza y murmur:
Yo la he visto...
La ha visto? interrog espantado Mario, que no ignoraba que las manos de Fraser estaban teidas en sangre, por culpa de aquella mujer.
Sentase andar a Liana, en la cocina, afanada por agasajar al hermano que retornaba despus
de una ausencia cuyos motivos ella quiso ignorar siempre.
Mario al oir la afirmacin de Fraser la he visto !, lo mir con honda sorpresa, y Fraser
comprendi que el joven estaba bien enterado de la enfermiza pasin con que l haba amado a su
mujer, y posiblemente segua amndola, an despus del crimen.
Necesit explicarse, lo tom de la mano y lo aproxim a la ventana del cuarto de su hija, desde
donde se divisaban los jardines de la Recoleta, el bosque de Palermo, y frente a frente, a cien metros

de distancia, la torre ojival de Lohengrin.


Mira! le dijo, sealndole la suntuosa mansin, que todos conocan como abandonada
y alrededor de cuyos misteriosos dueos se tejan leyendas.
Haba llovido durante el da, pero a esa hora el cielo se despejaba.
Un resplandor violeta vibraba en el aire.
Detrs del manto espeso de nubes, encogido en el borde occidental, se hunda un sol rojo,
derramando sobre el mundo una luz funeraria.
Sentase el silbido del viento en los pinos de Lohengrin, y el duro perfil de su torre, sus
paredes musgosas, f su negra arboleda, su verja despintada, adquiran los violentos contrastes de
un aguafuerte.
El joven mir primero el paisaje, y despus la cara de Fraser, envejecido y aterrado, como un
reo que aguarda su hora.
All vive ella! le dijo, y Mario pudo percibir en la voz y en el temblor de la mano, las
encontradas corrientes de sentimientos que combatan aquel corazn.
La amaba an?
All es donde la ha visto? le pregunt.
Con esa pregunta quera decirle : Hombre dbil ! Le debes todos los dolores de tu vida y
an tienes alma de verla?
Fraser contest:
Todo se olvida, menos el amor a los muertos y el amor a los hijos.
Mario movi la cabeza negativamente, impresionado por el desaliento que revelaba la fisonoma de Fraser.
Pero no hablaron ms, y en las ocasiones en que despus volvieron a encontrarse, tampoco
abordaron el asunto, Mario por discrecin, tal vez por indiferencia hacia las penas de otro, y Fraser
por incapacidad de dominar el secreto, que haca veinte aos guardaba en su corazn. ,
Usted no la ha olvidado ! le haba dicho Mario, y aun dolorido de que otro violara su
pensamiento, experiment el extrao deleite de confesarse a s mismo, la vergonzosa verdad.

Cunto haba resistido sin embargo! No tuvo desde un principio la certidumbre de que ella
habitaba en Lohengrin, pero supo cundo regres, viuda ya de aquel conde Segun, con quien se
cas en Francia, habiendo obtenido all el divorcio contra Fraser. Volva inmensamente rica, y no
usaba el nombre de Segun, sino su propio nombre, Beatriz Bolando.
Una vez que Fraser pas por las inmediaciones de Lohengrin, parecile reconocerla en una
mujer que descenda de un automvil, y entraba como duea.
Huy, sacudido por confusas emociones, y otro da volvi, y en vano intent vencer la reserva
del portero, que le afirm que nadie viva all.
Pasaron meses, y como Lohengrin continuara deshabitado, l dej de pensar en aquel encuentro, conservando una instintiva aversin per la casa.
Cuando se mudaron y hall que vivira a cien metros de Lohengrin resolvi cambiarse a otro
barrio, pero antes quiso observar a Liana, cuya conducta empezaba a inquietarle.
Su posicin era absolutamente desventajosa, porque si aquella mujer se propona dar con el
paradero de su hija no tardara en lograrlo.
Cmo conservar eternamente a Ana La en la ignorancia de su historia?
Ocurrisele que si Mario la quera y se casaba con ella, podra salvarla, con un largo viaje, de
aquella mujer a la cual ella no poda juzgar porque era su madre, y con la cual no poda alternar, sin
que su nombre padeciera.
Pero Mario tena otro deber que cumplir, y no sera Fraser quin lo alejara de ese camino.
Una tarde, a la oracin lea l su diario, junto a la mesa, que Liana tenda. Oase en el patio la
voz de la seora Cascarini, que llamaba a su marido, los gritos de los nios, nacidos en la casa, a
los cuales se unan los del chiquito de Soledad, que jugaba con ellos; alguien cantaba una estrofa de
la Copa del olvido, tango de moda, acompaado en el mandoln; y toda clase de vahos culinarios,
traspasando el toldo del parral, aderezaban aquel conjunto de sensaciones conventilleras.
Liana entr a su pieza en busca de algo, y se sorprendi al observar abiertas de par en par y
profusamente iluminadas, las ventanas de Lohengrin. Di un grito ; acudi su padre.
Ya alguien vive all dijo a media voz.
Fraser procur dominar la emocin que a l tambin le produca el suceso.
Por eso gritaste ? tanto te sorprende ?

Es la primera vez que iluminan la casa.


Qu te importa? conoces a los dueos?
Fraser haba tomado de la mano a su hija, como para que no se le escapara.
Los dos se miraban tratando de robarse el uno al otro el secreto que posean.
Pero Liana era sutil como un rayo de luna, y en vano su padre habra tratado de enredarla.
Respondi :
No conozco a su duea, pero t s... t la conoces! ; i]
Esa respuesta fu para Fraser un golpe en la sien, que lo hizo tambalear.
Qu dices ? pudo exclamar, soltndole la mano, y dejndose caer en su silla.
La joven lo mir sagazmente y repiti :
T conoces a su duea.
Pero qu ests diciendo? te juro, Liana, que yo no s quin vive all !
La duea de Lohengrin repuso Liana, observando en el semblante de su padre el reflejo de sus palabras es la duea de esta casa...
Un profundo alivi se pint en la casa de Fraser; la muchacha agreg:Cascarini me ha dicho que la seora del loro, como t la llamas, vive en una cueva por
que quiere ; que Lohengrin es de ella ; que lo compr amueblado como en palacio, y que por
capricho lo tiene sin usar.
Se volvi a oscurecer la frente de Fraser, recordando
el gesto irnico de aquella mujer, cuando l le dijo su nombre. Qu saba de l? Mir a Ana
La con desconfianza.
Pero, por qu te impresiona ver la casa habitada?
La joven haba dominado ya sus nervios y se explic sencillamente.
Fraser no qued satisfecho.

Desde esa tarde, el sombro palacio cambi de aspecto. De noche irradiaba como una antorcha, y si el viento vena del ro, se oa la orquesta.
Fraser y Liana, cada cual por su lado, interrogaron a Cascarini, que pareca saber muchas
cosas, pero no se dej arrancar ninguna.
Forse dijo que la patrona habr venduto Lohengrin. Chi lo s!
Fraser observ que Liana se guardaba de sus ojos desconfiados, y se irrit consigo mismo, por
no saber disimular.
Qu saba Liana de la historia de su madre ?
Asediados por estas preocupaciones, fu aquel da a visitar a Matilde, y asediado por ellas
volvi al centro. Caminaba como un sonmbulo, con el mazo de violetas, que le regal Noem,
y que llevaba a su hija. Pero en el centro, el engranaje de las cosas habituales lo retuvo. No fu
a almorzar con su hija, ni tampoco a cenar. Se pas el da en el ambiente enervante de un- club,
jugando con suerte al principio, y con desgracia luego; se cans ms que si hubiese trabajado de sol
a sol, picando piedras, fatiga del cuerpo y del alma, y mediada la noche regres, sin abandonar sus
violetas aunque su perfume lo mareaba.
Toda la casa dorma, a esa hora.
Fraser subi a pasos quedos, y se detuvo estupefacto al abrir la puerta del cuarto de Liana. No
haba luz, y ella estaba absorta, mirando con. unos anteojos las ventanas iluminadas de Lohengrin.
Qu haces? le pregunt, depositando las flores sobre una silla.
La muchacha se inmut, como sorprendida en una mala accin. Si algo se perciba de su rostro, era al resplandor de aquellos salones, alumbrados como para un festn.
Se vean pasar figuras de hombres y de mujeres, siguiendo al ritmo de una danza.
Qu mirabas? insisti Frazer por qu te asustas como una culpable?
Pap ! exclam Liana temblando hay una seora que se parece a m ! la he visto
pasar ! mrala ! sa es!
De un golpe, que hizo aicos los vidrios, cerr Fraser la ventana y arranc a la joven de su
observatorio.
Pobre mujer! Te crea sin tacha, y tienes el ms miserable de los vicios, el de espiar las

casas ajenas.
Ana La no atin a responder. Confusamente sinti que en la clera de un padre entraba algo
ms que la pena de saberla curiosa, pero no se atrevi a decirlo.
No quiero que duermas aqu! vete a mi cuarto y acustate !
La empuj con torpeza y la dej ir sollozando.
Liana se acost vestida, en la cama de su padre, sin encender luz, atormentada por toda suerte
de imaginaciones.
Qu historia tan terrible era la de su padre, que se exaltaba tanto al solo pensamiento de que
ella vislumbrase la verdad?
Si era su voluntad que no leyese nunca ni una lnea de su pasado por qu no se lo peda ?
Ella le obedecera, sin discutirle.
Haba dos hombres a quienes no tena derecho de juzgar: Mario, que era como su hermano,
y l, su padre.
Pero haba tambin una mujer a la cual ella no podra juzgar : su madre!
Tena ya la certidumbre de que se le esconda su verdadera historia, y sospechaba que grandes
culpas pesaban sobre ella. No quera saber cules fuesen, pero s saber cul haba sido su destino.
Se durmi fatigada de sus das laboriosos y de sus pensamientos tristes, y no sinti cuando su
padre abri cautelosamente aquella misma ventana, que cerrara indignado.
Quin era la mujer que se pareca a su hija?
No necesit esforzarse para reconocer en la reina de la fiesta, reina por la elegancia y por la
indestructible hermosura, a la que haba desolado su juventud y ennegrecido veinte aos de su vida.
Era ella, que en el cnit de su esplendor, se pareca a su Liana, como el sol del medioda se
parece al que nace.
El pobre hombre, envejecido por toda suerte de miserias, sostena con mano temblorosa aquellos anteojos que lo aproximaban a ella.
Invento infernal !
Senta el perfume del ramo de violetas que ella tena

en la cintura, y absorba una por una las notas de la orquesta.


Qu inmunda piltrafa era su corazn ! Habra querido cerrar los ojos, o hundir la cabeza en la
tierra, o huir a los bosques, donde un viento sibilante y crudo, aniquilase aquellas notas conocidas,
y aquel perfume de violetas que le llegaba en la brisa. .
La miraba en el balcn, asomada sobre sus opulentos jardines, y le pareca sentir en la frente
sudorosa la dulzura del aire, que la voz de ella agitaba.
Por qu la haba perdido? quin era su dueo? quin era, ms que l, su dueo ?
Los cristales se enturbiaban, y con impaciencia los limpiaba, experimentando una angustia
verdadera al dejar de mirarla; y esa sensacin, mejor que toda su filosofa, le revelaba la implacable
verdad.
Aquel amor haba estado clavado en su corazn, como un hacha olvidada por los leadores en
el tronco de un rbol.
La ruda corteza cubra el hierro. Ningn ojo humano lo vea; ningn reflejo del sol le delataba.
Pero el hacha estaba all, y el rbol sangraba.
Impetus contrarios lo sacudan. Al verla tan lejos de l, como si viviera en una estrella, senta
una sorda rabia de infamarla, y de gritar sus culpas por encima de la dormida ciudad, y tambin de
confesar su miserable amor.
No la perdonaba, no ! Pero habra querido penetrar en su vida por el amor o por el odio. Ser
su dueo y poder vengarse ; o ser su esclavo y poder servirla...
El maldito perfume de sus violetas !
Vi que se apagaban las luces, pero aquellos anteojos sondeaban las tinieblas.
La escena haba cambiado. Deba de haberse abierto otra ventana, de otro saln, por que los
muebles eran otros.
Desvariaba? No solamente los muebles eran otros, sino que la luz era otra : pareca la luz del
sol. Evidentemente era de da, pues un rayo solar daba de lleno en un soberbio retrato al leo de la
duea de la casa.
Fraser se pas la mano por la frente, para disipar ese engao. Cmo poda estar all ese retrato, cuando l mismo, con sus propias manos lo destroz y lo quem, al da siguiente de su crimen?
Sin embargo estaba all, y sobre una columna, haba un jarrn con violetas. El odiado perfume!

Cada vez que lo senta, corra por sus venas una impresin trgica.
Empez a ver la escena como a travs de un velo, y limpi los cristales de los anteojos. Ntidamente observaba todos los detalles. Cosa inexplicable! El conoca aquella habitacin. El mismo
haba comprado cada uno de sus muebles, y si alguien se lo hubiere negado habra podido decirle
dnde y por qu precio.
Pero cmo estaban all esos muebles, ese piano, esa alfombra, esa araa de bronce y de
cristal, hasta esa miniatura de un nio, su Liana, que l conservaba an en su escritorio? Ella haba
reconstituido exactamente su antigua sala, pero cmo hall quien reprodujera con.tan-ta fidelidad
las cosas destruidas por l, en los das-de furor siguientes al crimen?
No tena tiempo de resolver las complejas cuestiones, que cada detalle suscitaba en su espritu,
porque los sucesos se precipitaban. La escena estuvo un instante vaca, ms de pronto surgi una figura
silenciosa, junto al retrato, y era la misma del retrato, ella, que llegaba con el aire de una persona
que aguarda y que teme, y que tiembla al slo ruido de una mosca que se golpea contra un cristal.
Fraser volvi a limpiar sus anteojos, porque no quera creer en la visin. En la luz del da
era de da, no poda dudarlo ella pareca tan joven como la vio haca veinte aos.
Porque l ya haba visto eso mismo, acechando por las junturas de una puerta que daba a
un pasillo. El haba visto ese temblor en las manos de ella, y esa palidez y ese fulgor en los ojos
apasionados, y esa frente radiante de amor, de un amor que la manchaba... Por qu las cosas se
reproducan tales cuales l las vi?
Pero no tena tiempo para pensar. Tena que ver lo que iba a ocurrir y que de antemano senta
que no variara un pice de lo que haba ocurrido.
En aquella sala, igual a su sala, se desenvolva una traicin. Aquella mujer que lo traicion a
l, volva a su viejo pecado. Pero a quin traicionaba ahora? El corazn de Fraser saltaba sorda y
dolorosamente; por nada en el mundo habra cerrado los ojos ni para pestaar. .
A quin traicionaba ella y quin er el hombre, que entr en ese instante con paso ligero,
como uno que va: a la muerte, creyendo que va al amor?
Fraser lo odi con toda su alma, y quiso ver sus facciones, ms no poda apartar los ojos del
rostro de ella, por no perder una sola de sus miradas y de sus sonrisas, cada una de las cuales era un pecado. Cualquiera que fuese aquel hombre, estaba seguro
de que all se traicionaba a alguien.

Senta el rumor de palabras que no comprenda. Senta el insoportable olor de las violetas, y
era tan agudo el inters que prestaba, que oa positivamente la respiracin contenida de otro hombre, del traicionado, que acechaba la escena desde una habitacin contigua.
Fraser tuvo miedo de un arrebato nervioso en el hombre que espiaba.
Si hubiera estado junto a l, le habra puesto la mano en el hombro para que no se levantase y
siguiera en cuclillas, mirando por una rendija de la puerta.
Porque no haba que espantar la casa.
El ya conoca cmo se procede. Hubiera querido ver la cara del que entraba, para saber a
quin se pareca ; pero una fuerza diablica le impeda apartar los ojos de ella. Veinte aos sin
verla !
Pero era verdad que haban pasado veinte aos ?
Todo en ella era igual a la otra vez!
Fraser la vi sonrer con esfuerzo y besar al que entraba, plida y temblando, como quien
comete el primer pecado.
Y fu la misma escena que l conoca.
Sinti ganas de gritar al que espiaba, que ya era tiempo, que poda matar impunemente, porque
la ley lo amparaba. La ley! cmo a l, que era mdico, se le ocurra pensar en la ley?
En sus largas cavilaciones, mientras las sospechas maduraban hasta la certidumbre, habansele
ocurrido todo gnero de arbitrios para vengarse, y un espritu perverso le interpret una por una
las fras, innobles palabras del Cdigo. Poda vengarse impunemente dei traidor, y la ley le dejara
gozarse en el martirio de ella.
Pero el hombre que espiaba conoca tambin la ley, y se levant en el mismo instante en que
l lo hubiera hecho, y abri la puerta, y entr en la sala.
Va a pisar esa flor de la alfombra, pens Fraser mirndolo avanzar, y el hombre la pisaba, va
a chocar con esa columna, donde estn las violetas, y chocaba...
La estpida sonrisa del amante ! Slo entonces le vi la cara. Ya conoca l esa sonrisa plida,
de terror infantil, que expresa el miedo y querra expresar otra cosa, y conoca el gesto tranquilo, de
aquel vengador, que saba la ley, y mataba sin prisa. Uno, dos, tres !
El humo azulado del revlver, qued balancendose en el rayo de sol que cruzaba la pieza ; y

el hombre sonriente se abati de rodillas, juntando las manos. Luego cay de bruces ; sin que Fraser
lo volviera a mirar.
Toda su atencin estaba puesta en los ojos de ella, llenos de estupor y de desprecio.
Qu has hecho? deca claramente aquella mirada. Mi culpa era bien leve al ldo de
la tuya. Con un poco de misericordia habras podido redimirme, y ahora me pierdes. Slo hay un
amor que no se olvida, el amor a los muertos !
Fu tan precisa y violenta la evocacin de aquella escena, que Fraser grit como un herido a
quien se h arranca la venda.
A su grito Liana se despert sobresaltada y lo hall tendido en tierra, hablando como un ebrio.
Ves, Liana? Tengo las manos llenas de sangre. Pero por qu lo mat, si ella no ha de
olvidarlo?
Liana hubiera querido atajar el torbellino de palabras incoherentes y desesperadas, en que su
padre exhalaba su secreto.
Parecale que no tena derecho a or las cosas que l contaba en su delirio, y lo abraz y lo alz
del suelo y le ba la frente con agua fra.
Serense Fraser con ello, pero an no recobr la nocin de la realidad.
All se ha cometido un crimen, dijo, sealando el castillo de Lohengrin. Yo lo acabo
de ver. Mira con los anteojos, por esa ventana...
Pap, replic dulcemente Ana La, las ventanas estn cerradas y todo est oscuro. Son
las tres de la maana. Ha soado ! ,
El mir : Lohengrin reposaba entre las sombras de su? pinos, cuyas copas espulgaba el viento
de la noche.
Se apret la frente, recogi del suelo los anteojos y comprendi que haba estado a punto de
librar su secreto.
Me duele la cbeza: el perfume de las violetas es fatal para m.
Liana sac las flores, y Fraser, inquieto y avergonzado, se ech en la cama y cerr los ojos.
Su hija estuvo contemplndolo hasta que lo juzg dormido y sali entonces de puntillas.

Pero l no dorma; trataba de reconstruir las frases que pronunci delante de Liana.
Se daba cuenta de lo ocurrido. Nada posee la fuerza evocadora de un perfume; y el de las
violetas, las fio-res odiadas, porque eran las que ella reciba de aquel hombre que l mat, le haban
producido una alucinacin. A Dios o al Diablo, a quien quiera que fuese, agradecale el haberle
mostrado la escena pavorosa, en momentos en que su voluntad de no perdonar se apa gaba al soplo
del viejo amor.
Ah ! poda verla de nuevo en su umbral, arrodillada, golpeando el suelo con la frente, pidindole perdn, sin que suscitara en l ms que el horror de su contacto y el desprecio.
Y si era dbil ante la explosin de los recuerdos, llamara a su hija, y se la sealara con el
dedo, y le pedira que la escupiera en la cara: Es tu madre, pero
manch tu nombre y te abandon...
No supo a que hora cay su espritu en la sima de un sueo oscuro y sin visiones, que le dur
hasta bien entrado el da.
Despertle el canto de los martillos en una herrera vecina, y el resplandor del sol,que llenaba
la pieza.
La nia Liana sali casi al alba, le advirti Soledad al llevarle caf. Con una mano, le
alargaba la taza y con la otra guiaba los vacilantes pasitos de Mario.
A dnde fu?
Me dijo que a la tienda, donde le dan costura. Anoche tuvo que trabajar hasta muy tarde.
Anoche? dijo Fraser pensativo qu hicimos anoche?
Soledad no contest por acudir a la puerta de calle.
i Llaman !
Fraser se sobresalt y empez a andar nerviosamente, procurando organizar los recuerdos de
esa noche.
Es una seora que pregunta por usted cuchiche Soledad, agitada por la emocin de una
cosa nueva.
Cmo es ? pregunt Fraser, apoyndose en una silla, como si el suelo se moviera.

No necesitaba que se la describieran, sin embargo.


Estaba seguro de quin era, y a qu vena. El ms sabio de los hombres es menos que un
escolar, si intenta explicar los fenmenos del mundo psquico. Aquella mujer no llegaba hasta su
puerta casualmente.
No! Eso podra pensarlo quien no supiera con qu fuerza, durante horas, la haba llamado su
alma. Y ahora estaba all ! qu iba a hacer, l, que acababa de jurarse, que la hara escupir por
su hija?
Mientras las resoluciones encontradas hervan en su corazn, Soledad le describa la apostura
de la dama, sin .que l la escuchase.
Pero antes de que la sirvienta bajase otra vez, ella apareci, y entr sin llamar.
No vesta como l la viera esa noche, en su fiesta. Su traje era sencillo y su aspecto triste.
Qu sugestin nueva, qu repentino dolor, qu desencanto transformaba su frivolidad en
cordura y su disipacin en penitencia?
La gracia de Dios, como el sereno en los campos, ablanda los corazones sin que se sienta caer.
Cunto se parece a la nia ! exclam Soledad apartndose.
Se miraron los dos, marido y mujer, sin hablarse, buscando ella el gesto con que le desarmara,
y l la palabra con que la traspasara, como con una lanza.
Me conoces, Roberto ? soy yo !
La clera de Fraser, descarg sobre Soledad, que permaneca esttica en el umbral, ansiosa de
presenciar lo que iba a ocurrir.
De un empelln la sac afuera, y la encerr en la cocina.
Si llega a saber Liana, que ha venido esta mujer...
te mato !
Fue tan elocuente su ademn, que la infeliz se re-ugi temblando en un rincn.
Descuide el seor ! lo que es por m la nia morir sin saber nada!
Beatriz Bolando aguardaba sentada en una silla, y Fraser viendo su aspecto de derrota y de

amargura, a pocas horas de una fiesta en que haba brillado como una emperatriz, tuvo al borde los
labios un sarcasmo.
Pero ella habl :
Adivino lo que has dicho a tu sirvienta: que no le cuente a Beatriz mi visita.
Mi hija no se llama Beatriz, contest hoscamente Fraser.
Le has cambiado nombre? interrog la madre con dolor tena que ser !
Ah ! lo confiesas ? Me alegro de que tus primeras palabras sean stas. Es fcil hablar con
gente que se conoce.
Yo me conozco, pero t, Roberto... te conoces?
Yo tambin te conozco. Desde esta ventana he asistido anoche a tu fiesta. .. Quines son
los que dicen que los remordimientos envejecen? Qu poco has envejecido, Beatriz! No haba en
tus salones quin te ganara. Reinabas sobre todas...
Aie has visto de veras ? Por verme alquilaste esta
casa ?
Al decir esto Beatriz Bolando, no pudo disimuar la impresin desolada que le produca tanta
pobreza.
Fraser, que estaba excitado, no perda la intencin de ninguno de sus gestos.
Mi casa no es como la tuya. Beatriz ; por eso te cierro la puerta. Si hubieras esperado a qiie
te abriesen no habras entrado. Tu audacia me da ocasin para decirte ...
No hables! yeme! suplic ella.
Qu capricho te ha nacido para que despus de llenar el mundo con el ruido de los nombres
que doptas se te ocurra subir una escalera, que ni tus sirvientas subiran?
Quiero ver a mi hija ! suplic ella.
Fraser solt una carcajada.
i Quiere ver a su hija ! La seora quiere ver a su hija! Desventurada... quin te ha dicho
que tienes una hija?

Si supieras, Roberto...
Lo que s de ti me basta. No te canses en inventar razones. Te he visto en tu fiesta... Qu
hermosa estabas! cmo sonreas!
No me has visto bien,, entonces. Djame que te cuente...
Mi hija vendr, y no quiero que te halle aqu. Cuando te vayas abrir la ventana y la puerta,
de par en par, y agitar el aire, para purificarlo de tu perfume. .. siempre te gustan las violetas ?
Cmo te acuerdas, Roberto ! Djame que te cuen-te! No te voy a pedir ms que una
grada, la de ver a mi hija.
Fraser volvi a reirse, y su risa era agria y triunfal. Ya saba yo que vendras!
Me esperabas? Yo no he hablado con nadie!
Yo estaba seguro de que aunque pasaras mil aos aturdindote con triunfos de bailarina, un
da te vera arrodillada en mi puerta.
Pvoberto le dijo ella contenindolo en su exaltacin te engaas si crees que vengo a
pedirte perdn. Es que no te perdonara !
Veo que no me conoces, y que te has olvidado de tu Evangelio. Si yo te pidiera perdn, no
seras t, que I no ests libre de culpa...
Ya no^son los tiempos del Evangelio. La mujer adltera no tena palacios, ni daba fiestas, y
los que la seguan llevaban piedras en las manos.
Habla todo lo que quieras ; y despus djame decirte una sola palabra.
Me ves envejecido; lo leo en tus ojos; y crees que he perdido la memoria. Pero anoche te he
visto en tu fiesta, y he podido contar tus amigos...
No! puesto que no viste a uno...
No me importan los nombres ; hace mucho tiempo que he dejado de leer las crnicas. Has
cambiado de traje, para venir aqu, pero te has olvidado de quitarte ese collar de perlas. Tu riqueza
es tu reprobacin. ..
yeme, Roberto: mi riqueza es para mi hija, por ella la guardo.

Fraser se le aproxim con los ojos llameantes.


Si mi hija tocase una sola flor de tus jardines, quedara manchada para siempre.
Quiero hablarte de ella !
Es una fortuna, para ti, que ella no est, porque te habra escupido en la cara y te habra
cerrado la puerta.
No ! exclam ella, levantndose mientes, Roberto !
Fraser contena su voz para que no llegase a otros odos, pero su furia se traduca en ademanes
ms violentos cada vez. Al or aquel no rotundo, se qued callado, como si en sus propias entraas
hubiera sentido el golpe de la verdad.
Liana te escupira ! repiti sin conviccin.
No, no ! volvi a exclamar ella. Escchame: hay un joven que la quiere, t lo conoces. Anoche estuvo en mi casa. Por primera vez he hablado largamente de ella, y de ti.
Quin es? interrog Fraser inquieto, y cuando Beatriz dijo Es Mario Burqueo !. se
qued triste, como un hombre traicionado dos veces.
Pero de repente protest:
No creo! Mario Burgueo no entra en tu casa! Y si entrase no ira a hablarte de Liana !
Beatriz Bolando alz vivamente el rostro, y se le encar :
Piensas mal, Roberto ! Yo no tengo amantes ! Tuve un marido, conforme a las leyes de
otro pas, y toda la culpa no es ma. Si alguien puede apedrearme no eres t.
Con estas orgullosas palabras sali, y Fraser io la retuvo.
Tom una toballa y empez a sacudir chictazos en el aire, para desvanecer el perfume que
de ella quedaba.
Teatral, teatral! se deca. Ha venido a mentirme. No es posible, y aunque fuese verdad,
consider que no tena derecho de amparar ese amor. Ya su antiguo sueo no deba cumplirse, porque entre Mario y su hija se levantaba la indefensa figura de Matilde.
Se pase largo rato, nervioso, acorralado por sus propios argumentos, hasta que se aburri de
discutir consigo mismo.

Todo es mentira! Esa mujer se ha redo de m. Vino en busca de Liana, se encontr conmigo y apel a ese cuento.
Por la ventana, a cien pasos, bajo el cielo ardiente, chispeaban las vidrieras de Lohengrin.
La duea de ese palacio murmur Fraser es mi mujer...
Cerr los ojos y se qued pensando en ella.

Captulo VI
Por el que ha de nacer
Los martes y los viernes, no bien misia Presentacin serva el caf con leche a don Pedro y
a Laura, corra a cambiarse la pollera, se encasquetaba una de esas gorras que mataban de risa a
Pulgarcito y gritaba a su chinita:
Virginia, trae la canasta! Vamos a la feria!
En la feria, mercado a plena calle, libre de impuestos, las dueas de casa industriosas adquiran
vituallas a precio menor que el de los mercados comunes. Pero misia Presentacin experiment que
todo resultaba algunos centavos ms caro, y sospech que la negra sisaba por cobrarse algo de los
sueldos que la familia de los Garay y Troncoso le deba desde tiempos inmemoriales.
No faltara ms ! Nadie tiene derecho de hacerse justicia por su propia mano, sentenci
don Pedro, cuando su consorte le expuso el caso, y le pregunt si convendra dejarle a la negra ese
desquite, o si deba ponerle la paleta en su lugar.
Tras de maduras reflexiones, en que don Pedro de Garay manifest sus anhelos de que se
dictaran en la Argentina ciertas leyes sobre el servicio domstico, que
seguramente existiran en otras naciones ms adelantadas Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, resolvieron enterrar el pasado y no darle a Saturnina ocasin de nuevas rateras.
Desde entonces Misia Presentacin se encarg de las compras, descubriendo con ll una
fuente de puros, y desinteresados placeres. Cuntos piropos le descerrajaban los verduleros y
los carniceros, para congraciarse su voluntad! El viejo corazn de la dama saltaba de gozo, rememorando los tiempos en que don Pedro se dedicaba un poco menos al estudio de las instituciones
extranjeras y un poco ms a ella.
No por eso perda el tino, y defenda los centavos con el mismo ardor con que habra defendido su virtud, en caso necesario.
Volva enternecida, con un manojo de rabanitos,
o algn meln, o cualquier fruslera por el estilo, como obsequio especial para su Pedro ; quien
a esa hora rebaaba golosamente los ltimos sueltos de su diario.

Ah est la negra rezongando desde que te fuiste,


sola decirle don Pedro, mientras la dama se despojaba de la gorra y de la pollera de salir,
y la chinita Virginia llevaba la canasta repleta a la cocina.
Un viernes misia Presentacin, antes de marcharse a la feria, modific su tocado, en forma que
no pas inadvertida a Laura.
Vas a ponerte zapatos Luis XV para ir a la feria, mam?
La madre se ruboriz y trat de explicar la novedad.
Los zapatos sin tacos, con que siempre voy, estn indecentes ; y como ahora se usan las
polleras tan cortas, y ya todos me conocen...
Ese es el mal de nuestro pas, observ don Pedro desde la otra pieza; en Inglaterra,
estoy seguro de que nadie se ocupara en mirarte ios zapatos. Cada uno cuida sus negocios, y deja
los ajenos.
.Laura, que deba salir temprano, dej all la conversacin, y se fu, intrigada por la visible
turbacin de su madre.
Como don Pedro madrugaba siempre, antes de esa hora tena ya concluidos sus diversos quehaceres domsticos: lavar la jaula de las palomitas francesas, barrer el gallinero, palparle el buche
empedernido a un gallo de ria que le haban regalado, y que nunca rea porque no se acababa de
curar. De modo que terminada la lectura, el hombre se planteaba siempre esta cuestin : Me ir al
fondo a tomar mate con Saturnina o me ir a la peluquera a conversar con el peluquero?
Hacia medio ao que en frente de su casa funcionaba un barbero locuaz, en cuya tienda se
reunan a platicar los vareadores de los studs del barrio.
Desde el primer instante descubri don Pedro la superior ilustracin de su vecino, que estaba
abonado a muchos diarios y revistas, aunque no lea ninguno, lo cual no le impeda saber y opinar
de cuanto ocurra en el mundo.
Era, pues, natural que renunciara al mate de Saturnina, por hacerle a l la tertulia, con lo cual
la negra se mora de celos.
Ese viernes, pens don Pedro que deba distribuir con ms equidad sus visitas. Busc unas
tijeras, recort el folletn de su diario, y guard el recorte.
El Judo Errante, se dijo al cerrar la gaveta donde encerraba sus tesoros literarios es
una de las obras maestras del espritu humano. Siento haber pasado tantos aos sin conocerlo. Se

aprende mucho leyndolo.


Entorn puertas y ventanas, para conservar frescos el dormitorio y el comedor, y se fu a la
cocina.
En verano acostumbraba andar en camiseta, una camiseta de punto, listada de azul, que se
adhera a la piel, y no disimulaba los tres pliegues que formaba el rebelde mondongo de don Pedro,
antes de zambullirse en el pantaln.
La negra, en cuclillas, junto al brasero, sacado al patio, soplaba el fuego a plenos carrillos.
Qu ests haciendo, Saturnina?
Vaya un gusto el de los que preguntan lo que ya saben ! respondi la negra enfurruada
y mimosa.
No ve que estoy prendiendo estas brasitas?
Alcanzme una silla; vengo a que me convids un mate.
Como nunca viene, ya volqu el agua, y estoy mateando de leche, dijo ella, sentndose
sobre los talones y alzando hasta l los ojos, con las pestaas blancas de ceniza. De leche no ha
de gustar, porque ya habr tomado el caf.
Cundo me has odo decir no a cosas de comer?
replic don Pedro, guiando el ojo. Alcanzme una silla.
Tena la negra dos sillas de cuero crudo, en que don Pedro no poda sentarse sin que su imaginacin lo transportara a los benditos paisajes de Santa Rosa.
Por lo visto el gallego ha cerrado la peluquera, y sus visitantes andan buscando donde
guarecerse.
Vas a perder los dientes, pero no las cosquillas. Yo crea que los celos se iban con los aos.
Cuando deje de celarlos, piense, don Pedrito, que he dejado de quererlos contest la
negra, limpindose los ojos y sacando de la cocina una de las sillas, cuyas maderas, con el humo,
se ponan color de caoba.
Una enredadera de suspiros sombreaban la vere-dita. Las abejas zumbaban en los clices morados. A dos pasos estaba el gallinero, donde entre media docena de gallinas, tranqueaba orgulloso
como un sultn, el gallo del buche empedernido.

Tengo que llevrselo a don Fabio, que sabe curar estas cosas, segn me ha dicho manifest don Pedro, sentndose en la silla ahumada, en posicin de observar los movimientos de las
aves.
Lengua no le falta al gallego refunfu Sa-turina, ponindose de nuevo a soplar el fuego.
Ya no te dan los pulmones!...
Y qu le voy hacer, si la chinita me ha quemado la pantalla?
Hoy te comprar una.
Cmo no se le olvide !
Una palomita que andaba suelta por el patio, empez a cantar, lejos de la jaula donde vivan
sus hermanas. Los arrullos de las prisioneras le respondieron.
Don Pedro la pill, y se puso a revisarle las pati-tas, para ver si se le haban enredado algunos
pelos en sus andanzas por las piezas.
i Nunca han de escarmentar! refunfu luego.
Ya se est degollando una pata.
Y comenz a tironear delicadamente, para librar al ave de esas ataduras tan crueles y tenaces
que llegaban hasta amputarles los dedos.
1Este es pelo de Presentacin agreg mirando en el aire el cuerpo del delito. La pobre
se me est volviendo tordilla. Y qu rubia era.. . te acords, Saturnina ?
La negra suspir sin responder.
La brisa que agitaba las campanillas azules de la enredadera, traa hasta ellos el olor de las
cocinas del barrio.
Don Pedro respir fuerte y dijo:
Las cocinas de Buenos Aires no tienen el mismo olor que las de Santa Rosa... te acords
cmo olan?
Quin se olvida de eso?

Yo no s qu ser prosigui l; si es la lea que se quema aqu, o son las comidas que
se hacen, pero el humo es distinto. El de all...
Oh, el de all! exclam Saturnina sentndose en la otra silla, mano a mano con su patrn. Las cocinas all son pobres, pero tienen olor de iglesia. El humo hace llorar, pero no hace
toser, y saca lustre a as caas del techo y a los adobes de las paredes. No es negro, sino azulado, y
las cosas que tie no se despintan ms. Yo tena un San Benito, que se me iba blanqueando con los
besos de toda la negrada del barrio, que acuda a la novena. Un da me achacaron que les
haba cambiado el santo, que ese no era San Benito, sino San Cualquiera. A la verdad, mi
negro se haba vuelto payo. Lo colgu sobre el fogn, cabeza abajo, y lo tuve seis meses al humo.
Santo ms lindo ! Yo creo que de agradecido, por el buen color, se puso ms milagroso. Me lo
robaron cuando me vine !Dnde andar mi santito?
La negra se enjug una lgrima escasa y melanclica, y don Pedro, que no debata con ella
temas religiosos, se hizo el desentendido, limitndose a los aspectos naturales de la cuestin.
No hay brasas como las de andubay ! dijo meneando la cabeza.
Y el olor que dan a los churrascos! gimi Saturnina. Aqu todo es distinto, hasta los
pjaros. No se ven ms que gorriones. Ni pirinchos, ni vente-veos, ni crestudos, ni horneritos, ni
martn-pescadores, ni palomitas de la Virgen.
Los muchachos los persiguen explic don Pedro. Debera dictarse una ley como hay
en Blgica, en favor de los chingolitos...
Hoy la nia Presentacin tarda ms que otras veces. Yo no s qu diversin halla en ir al
mercado que es oficio de negra...
Don Pedro no quiso esclarecer el punto, y torci el rumbo de la conversacin.
Don Fabio el peluquero, dice que los pjaros son los aliados del hombre en su lucha con
los microbios.
Qu sabe ese gallego ! tusar melenas y rapar barbas !
Haces mal Saturnina en desdear a un modesto
comerciante, que en sus ratos de ocio cultiva la inteligencia. En otros tiempos, el peluquero
era como todo el que viva del trabajo de sus manos, un ser ignorante. Ahora estamos en el siglo
de las luces, como le llama a esta poca Eugenio Sue, en su obra inmortal El Judio Errante... .
Jess me ampare! exclam Saturnina, que conoca la leyenda del que neg a Cristo un

sorbo de agua.
Verdaderamente no comprendo cmo la humanidad ha vivido tantos siglos en la oscuridad
de la supersticin, sin saber leer ni escribir.
Para la falta que hace! dijo la negra arrugando desdeosamente la trompa. Antes no
habra tantos letrados, pero tampoco haba tantos pillos...
Don Pedro la mir con lstima.
Pobre mujer! Has carecido de instruccin en tu niez ; y lo que no se aprende a amar en
esos aos, se desprecia despus. Yo quera que mis hijos tuvieran el amor al progreso y a las ciencias que tengo yo. Desgraciadamente, slo una ha salido afecta a la instruccin, la pobre Matilde...
La negra, que se haba hincado a encender su cigarro en el brasero, alz la cara con presteza,
al or aquel nombre que golpeaba dolorosamente en su corazn.
Qu ha sabido de ella, don Pedrito?
Se est labrando un brillante porvenir, respondi don Pedro, soltndose un botn de la
cintura del pantaln, para que cupieran otros mates de leche.
Y no pensar en volver esa seora que la tiene?
No s; hace la mar de tiempo que no me escribe.
Pero est seguro de que no ha vuelto ?
Cmo ? qu ?
Porque la otra noche en el almacn de la esquina, el patrn me pregunt por ella y me dijo
que alguien la haba visto en la estacin de Belgrano.
No puede ser.
Yo se lo cont a Laurita, y por la cara que puso, me pareci que saba algo ms.
Recelos tuyos, Saturnita respondi don Pedro levantndose.
Tambin l, a ratos, entraba en sospechas, desconfiando de aquel interminable paseo por Ro
de Janeiro, acompaando a una dama desconocida para leerle novelas a la hora de dormir.
Pulgarcito y su mujer, a quienes manifest ese pensamiento, le dieron mil explicaciones satis-

factorias; y l se call sin conformarse del todo. Tena ansias de ver a su hija, la nica heredera de
su amor a la instruccin. Ouin sabia si en tan larga ausencia no habra llegado hasta Europa, y le
guardaba la noticia para su regreso ? Las cosas que tendra para contarle !
Cuando l se levant, lleg la chinita Virginia, tra- yendo a dos brazos por delante, la pesada
canasta llena de choclos, tomates y zapallitos, sobre cuyo montn, envuelta en sangrientos papeles,
se posaba una cabecita de cordero.
Qu es eso? pregunt la negra, corriendo a auxiliarla. Vens sola? y la nia
Presentacin?
De all no ms se fu para el lado de la plaza.
No te dijo adonde iba? interrog don Pedro.
No, seor.
La negra y l se miraron. Luego cada cual march a sus quehaceres, Saturnina a su fogn y
don Pedro a la peluquera, donde ya algunos clientes, empleados de los studs, esperaban su turno.
Gente especial, en cuya geografa una de las cinco partes del mundo era el Hipdromo, constitua para el seor de Garay un auditorio aparentemente respetuoso, que slo se rea de l cuando
lo perda de vista, y que al verlo sola preguntarse con nostalgia: Qu se habr hecho aquella
rubiecita, que plant al novio y alz el vuelo ?
Matilde, esa maana, en cuanto se fu el jardinero que le hizo el cambio de las retamas, sali
al balcn, sombreado por las tipas.
Viva en un barrio familiar, y Mario, por un extrao pudor, tal vez por un oscuro clculo egosta, solamente la dejaba asomarse muy temprano, cuando apenas haba transentes, o muy tarde,
entrado ya el sol, cuando nadie poda reconocerla.
An as, Matilde sentase vinculada al movimiento de su calle.
Al frente de su casa estaban construyendo un ho-telito. A las siete llegaban los carreros y los
albailes. Conoca a aqullos por los gritos con que llamaban a sus caballos: Atrs, Turco! Vamos, Mara! y le pareca distinguir el ruido metlico de cada una de las cucharas que recortaban
los ladrillos en la obra: saba si era el oficial, que trabajaba en camiseta, si era el maestro viejo, de
blusa azul.
Tambin ellos la conocan, y la saludaban al verla
en el balcn. Cabecita de oro la llamaban, y sin duda haban adivinado su historia.

Ella, que comenz envidiando la sencilez de sus vidas, acab por comprender la malicia de sus
pensamientos, y no sali ms al balcn, aunque la entristeca el no ver a una joven elegante que a
esa hora volva de misa, y con quien cambiaba una simple mirada. Aquella mirada, que nunca dur
ms de un instante, era indulgente y amistosa. Nunca la salud.
Rara vez la sacaba Mario de paseo, y ella apenas se atreva a pedrselo, por no sentir que iba
perdiendo terreno en su corazn.
Cuando salan juntos, al anochecer, con paso furtivo, por las calles menos transitadas, para ir
a un bigrafo o para dar unas vueltas, encontraban parejas de enamorados.
Mario sonrea despectivamente y comentaba con acres sarcasmos tales encuentros, y Matilde
comprenda su miedo de que pensaran de l, como l pensaba de los otros.
El amor que un tiempo a ella le vend los ojos, ahora la haca perspicaz y discreta: mas como
en el fondo de su remordimiento, arda la esperanza, su existencia no era del todo triste.
Al transplantar las retamas, sinti una alegra pueril. Subi a su cuarto, y se asom al balcn.
Mario no estaba, y le haba anunciado que no volvera hasta la tarde. Una mujer que vena por
la acera del frente, le record a su madre. Querra verla !
pens enternecida ; y como si un hada hubiera escuchado su pensamiento, a medida que se
acercaba aquc-lla mujer, le pareca que iba a realizarse su deseo, y el corazn se le llenaba de una
santa alegra.
Pero cuando reconoci que verdaderamente era su madre, que iba de puerta en puerta mirando
los nmeros, buscando tal vez el de su casa, su madre enterada de su pobre novela de amor, se
arrepinti de su deseo, y se alejo del balcn, pidiendo a Dios que la hiciera pasar de largo, porque no
era tiempo de que la viesen los que la amaban y que tanta confianza tuvieron en ella.
Misia Presentacin se detuvo a la puerta de la casa de Mario y pregunt por Matilde. Dositeo
comprendi quin era, y di el mensaje a la mucama, guindole el ojo.
Matilde no atin a contestarle, y la criada introdujo a misia Presentacin.
Muchas veces la joven haba tratado de imaginar cul sera el primer gesto de su madre al
hallarla de nuevo: la increpara? la maldecira? la traspasara con una mirada desdeosa, como
con una flecha envenenada? Todo lo mereca!
Pero el primer gesto de su madre fu tenderle los brazos, y apretarla fuerte, fuerte contra el
pecho, y llorar y besarla sin hablar.

Y cuando pronunci una palabra, fu para pedirle perdn, por haberse atrevido a llegar hasta
su casa, vencida por el deseo de verla.
T, mam! exclam la muchacha, me pides perdn ? t ? Y yo qu te dir ?
yo, que... ?
Nada, hijita, no me digas nada, porque yo tampoco te digo nada. Quera verte; no poda
vivir ms sin verte, sabiendo que estabas en Buenos Aires.
Desde cundo sabas?
Hace tiempos ya ! Pulgarcito me di la noticia y me conjur, por todos los santos del cielo,
a no venir.
Y qu razn te daba para pedirte eso? pregunt Matilde, queriendo conocer el verdadero
pensamiento de aquella alhaja de su hermano.
Que el... Mario... se disgustara.
Ah! t sabias, entonces, todo lo que era mi vida ? I
S, s... Aunque no me lo hubieran contado, habra concluido por comprenderlo.
Quin te lo cont?
Tambin l, Pulgarcito... El pobre te quiere ^ mucho !
S, se conoce !
Y tiene miedo de que te perjudiquemos...
La cara de Matilde se encendi en indignacin, mas logr callarse.
Dice, prosigui la madre, que Mario necesita arreglar ciertos enredos, antes de fijar
el da...
Qu da ?
El de tu casamiento... no es as ?
Yo no s, es posible que otros sepan ms que yo. mam ; creo que ser as porque me lo ha
prometido mil veces... Yo no s...

Ay, hijita! nunca se sabe en estos tiempos, a dnde nos llevan los caminos que tomamos !
Ahora mismo no s si hago bien o mal en venir a tu casa;
y si hago bien mal. en no decirte las cosas que pens cuando supe la verdad...
Haces bien, mam ! Qu podras decirme que yo no me haya dicho ?
Por eso me callo! Mi hijita es buena, me digo; mi hijita ha sido educada por una madre
religiosa y por un padre honrado, y no puede haberse perdido para siempre. Si ha cado se levantr...
mi hija es buena...
No, mam; yo no soy buena. He tenido una ambicin...
Quin no las tiene? .
Quise dejar de ser lo que ramos...
Quin no quiere lo mismo? Yo, tu padre, Pulgarcito, tu hermana, todos queremos cambiar
de postura, alguna vez.
Y me enga...
Todos nos engaamos. Yo soy vieja y a veces me avergenzo de las cosas que me hacen
hacer, o de las que creo, sin que nadie se empee en convencerme. Si alguien tiene la culpa de tu
mal, soy yo...
Por qu, mam ?
Porque una madre debe adivinar los pensamientos de su hija, y yo no fui capaz. Yo no
merec ser tu madre...
La pobre lloraba, cubriendo de besos las manos de su hija, a quien enterneca la inesperada
misericordia.
No hables as, mam. T no podas conocer mis pensamientos, por que ni yo misma estaba
cierta de ellos. Nunca he visto claro en m. Si me acusaran de haber cado por ambicin, mam,
podras sostener que fu por amor, y no mentiras ; y si me perdonasen, por esto, podras acusarme
por lo otro ; y tampoco mentirlas. El mundo me encandilaba, como una lmpara encima de los ojos.
Nunca he sabido qu fuerza me perdi !
Y rompi a llorar, apoyando la frente en las rodillas de su madre, cuyos dedos maquinalmente
jugaban con la cascada de oro y de luz de sus cabellos.

Por eso deca yo- iba repitiendo misia Presentacin, por eso deca: mi hijita es buena,
y si ha cado se levantar, y si se ha ido volver...
S, mam, volver... pero cundo ser? Sabe pap mi vida?...
No, no sabe.
Sabe Laura?
Misia Presentacin movi la cabeza dubitativamente, y Matilde la interrog con inquietud:
Sabr Laura? quin se lo habr contado?...
Tal vez no sabe respondi la seora.
Si ahora volviese prosigui Matilde, bajando la cabeza, por no afrontar los ojos ansiosos
de su madre
no podra engaar ni a los ms inocentes. Al cabo de unos meses, todos sabran que mi
viaje al Brasil fu una farsa; y diran que vuelvo porque me echan de la casa en que viva, como se
echa a una sirvienta, que no puede ocultar ms su deshonra... Pronto yo tampoco podr ocultarla!..
Hijita ma!
As es mam... Pap se morira de pena, y Laura...
Sin saber por qu, siempre inculpaba a su hermana de una parte de sus penas. Sin embargo, a
veces, perciba la injusticia de ese rencor, y por eso no concluy su frase.
La madre mova la cabeza sin asentir.
Adems, prosigui Matilde, si antes no vea claro, ahora veo. No s por qu me vine;
pero si s por qu me quedo. Ya no podra vivir lejos de Mario; las cosas que ms nos atan, son las
que ms nos duelen; no es verdad, mam?
As es, hijita.
No he comprendido cunto lo quera mientras no comenc a perderlo.
A perderlo?
S ! Hasta con los ojos cerrados, veo ahora mejor que antes con los ojos abiertos. Nunca

me ha querido! Ya empieza a cansarse de m, como de una cadena...


Canalla!murmur misia Presentacin.
No, no es canalla!replic Matilde con amargura.Todos son iguales, cuando no han
sufrido. Son egostas, y fuera de s no ven nada; ni las cosas que estn a su lado. Si yo lo abandonase
crees que me echara de menos?
La madre se levant, indignada.
Sintate, mam; los hombres estn hechos de esa manera. Pero yo no puedo irme de aqu,
no slo por m, si no por el que ha de nacer.
Misia Presentacin se estremeci, como si le descargaran un golpe en la sien. Un inexplicable
pudor le impeda entrar en detalles.
Bueno, bueno !dijo cerrando los ojos.Cuando eso ocurra, l ya no tendr pretextos
para no cumplir su palabra; y se casar...
Mir a su hija, que se haba puesto plida, y apretaba los labios, como si no quisiera exhalar
una queja o entregar un secreto, La tom de la mano, y le suplic dulcemente :
Qu te pasa?... No me vas a contar lo que te pasa, hijita?
Ay, mam!exclam la joven, sin quitar la mirada del suelo.Mario no es malo: cuando
ve un pobre se compadece de l. Pero a su hijito no lo ve y quiere que muera... En su vida libre,
sera una traba, y quiere que muera. Nacido, sera una atadura entre l y yo, y no quiere tenerla, y
quiere que muera...
La madre no comprenda bien. Abra los ojos asustada y miraba los labios de su hija, como
quien desde el borde del abismo, ansia y teme ver toda su hondura.
Quiere que muera?repiti.
S. El da que le cont lo que pasaba, me contest: No puede ser! Estaba furioso conmigo, con l mismo, con lo que Dios dispone... Luego se calm. Si eso ocurrierame dijoyo no
podra casarme. La gente se reira de m. Es necesario que no ocurra... Ya ves, mam!
Se ech en los brazos de su madre, con el mpetu de un condenado que se refugia al pie de un
altar. Pero su madre permaneca aturdida, por aquella revelacin, que le describa un mundo distinto
del imaginado.
Cmo poda un padre conspirar contra la vida de su hijo?

Y dices que no es malo !exclam con rencor.


No, no es malo!protest la joven.Es egosta. Eso es todo.
Y qu vas a hacer, hij ita ?
Matilde no contest. Insisti la madre, y su pregunta se estrell contra la dolorosa reserva de
la joven.
Cmo podia confesarle que ella misma ignoraba lo que haba de hacer ? De una parte estaba
el inmenso inters de su vida, la amenaza de Alario, sus exigencias despiadadas, el ltimo, definitivo pretexto que le pona por delante: me casar, pero slo con esa condicin; no quiero que la
gente se ra de m. De la oir parte, el ainur naciente como una aurora, a aquella bendicin de Dios
que vena a ella, el amor a su hijo, el amor invencible. El slo contestar a su madre : no s, era ya
un crimen contra el que haba de nacer.
***
Esa misma tarde, Carlos Link cruzaba la rumorosa avenida de Cabildo en direccin a la calle
Migueletes.
Los focos e.ctricos, encendidos antes de la noche, y enfilados en una larga distancia, cean
la ciudad con una faja de oro plido.
Carlos Link, graduado ya de mdico, continuaba viviendo en Buenos Aires, inventando pretextos para no volverse a Helvecia, a donde su padre lo llamaba.
Estaba de novio con Laura, pero rara vez la visitaba, no habiendo podido olvidar que un da
misia Presentalo le cerr su puerta, explicndole desdeosamente que haban cambiado de posicin, y no necesitaban pensionistas.
Vea a Laura en lo de algunas amigas, al salir de la escuela, o furtivamente en la plaza. Sus
encuentros duraban pocos minutos, y siempre al separarse, la joven, que lo amaba profundamente,
se quedaba con la sensacin de no haber penetrado enteramente en su pensamiento, bien porque
ella fuese inexperta y poco sagaz, o porque l fuese pesado en el hablar y receloso, como todo el
que ha sufrido un gran engao.
Carlos Link iba hacia la calle Migueletes, esperando que la casualidad le deparase un encuentro con Laura, para darle una noticia. Sentase alicado y sin ganas de andar. Con gusto se habra
sentado en el umbral de aquella casa, donde tanto am a la otra, como un pobre que algo espera, y
hubiera dejado correr mil aos, sin moverse de all.

Haca calor. Un tapiz amarillo de flores de tipa cubra la anchsima vereda, por donde paseaban, como en una ciudad de provincia, grupos de muchachas en cabeza y con trajes claros.
Parecan orgullosas de sentirse contempladas, y aguzaban el odo, curiosas por conocer los
comentarios que suscitaban entre los ocupantes de las mesitas, dispuestas en la vereda para servir
refrescos.
Link busc sitio en una de ellas, y abstrado del mundo, se puso a desenredar los sentimientos
de su alma.
Una nueva que le dieron ese da, lo tena extraviado y ansioso.
Por qu lo conmova tanto el saber que Matilde estaba en Buenos Aires y viva en casa de
Mario, desde meses atrs?
Qu incurable ingenuidad era la suya, que se enterneca ante lo que deba indignarlo o dejarlo
indiferente ?
De pronto vi entrar en la confitera a la sirvienta de misia Presentacin. Bebi de un sorbo lo
que restaba en su vaso y le sali al encuentro.
Qu has venido a comprar tan lejos, Virgina?
le dijo dndole una moneda, para ganar su vo
luntad.
Unos helados, seor Link. Hoy es el santo de mi ta Saturnina, y nos
helados.

convidan

con

Est Laura en tu casa?


Ya hace mucho que volvi.
Quieres llamarla de mi parte? La esperar en la puerta. Pero no digas nada a nadie, porque
no puedo entrar ; estoy apurado.
Caminaban a la par, tratando Link de adaptar sus trancos a los pasitos menudos y rapidsimos
de la chi-cuela, incitaba por la ilusin de la golosina y por el temor de unos tirones de orejas de
misia Presentacin, si se demoraba en el mandado.
Llegaban ya a la calle donde viva don Pedro de Garay. En esos barrios las gentes coman
temprano, y despus de comer sacaban sillas al patio o a la vereda y tomaban el fresco, en batn las

mujeres y en langas de camisa los hombres.


A la puerta de las casas haba algn perro echado, de travs, sobre la acera. Las nias jugaban
a la mancha, en plena calle, y los muchachos se escurran hasta
las puertas de los cinematgrafos, a la pesca de una contrasea que les permitiera ver algn
episodio de los espantables dramones anunciados.
Percibase el perfume de los parasos en flor, mezclado al hedor del agua podrida en los zanjones, donde croaban los sapos.
Bocanadas de aire fresco llegaban de la parte del ro.
Carlos Link aguard en la calle, el resultado de su mensaje, y Laura sali al momento, de
bianco delantal, con el paso ligero de quien va a recibir una gran alegra.
Por qu no entra ? pregunt dulcemente a su novio, dndole la mano.
Link sacudi la cabeza. Nunca explicaba el motivo de su resentimiento con misia Presentacin, pero ella lo comprenda, aunque hubiese querido que l no conservara ningn recuerdo de las
cosas pasadas.
Con su amor humilde y ardiente, haba salvado aquella alma ingenua y apasionada, de la impetuosa corriente de odio que la arrastraba.
Link se dejaba guiar por esa mano fraternal, sin inquirir su destino, lleno de gratitud, y haba
escrito a su casa anunciando que estaba de novio, con la
hermana de Matilde, y que pronto se casaran.
Entonces no quiere entrar? Llegara a tiempo. Todava no nos hemos sentado a la mesa, y
debe de haber algo bueno, porque es el santo de la cocinera. Nadie se acordaba de eso, y ella estaba
ofendida, hasta que mam adivin el motivo de su malhumor. Hemos mandado a traer helados de
naranja... De veras, no entra?
No, Laura; tengo que hacer; otro da; ahora vengo con apuro.
Quin me lo corre? Dgame para defenderlo!
La voz de la muchacha era tan afectuosa, que Link al orla, senta serenarse su mar interior.
Qu buena es usted ! exclam con efusin besndole una mano que la joven apoyaba
en el alambre tejido, entre los renuevos del valladar de ligustros.

Yo no la merezco!
Dios le conserve la humildad, como la Municipalidad nos conserva la calle oscura!.. Cul
es su apuro? qu noticias me traa?
Al hacerle esta pregunta, el corazn de ella saltaba con alegra, porque esperaba siempre que
l le anunciara haber concluido sus preparativos para el casamiento.
Link vacil en hablar,
Es una noticia alegre?
No s si es alegre. Tal vez no. Hoy me han contado que su hermana est aqu...
Ah !
No saba?.. Que est aqu desde hace varios meses y vive con l...
Recogi ella la mano y empez a martirizar maquinalmente una punta del delantal.
No saba, Laura?
S, s saba ; hace tiempo que lo s...
Por qu no me lo cont ?
Qu poda interesarle a usted, Carlos, esa historia tan triste?
Es verdad. Bueno, ya lo s tambin yo. Creo que el mundo entero lo sabe.
Se callaron. Ella no tena inters en romper el silencio. Haca mucho que conoca y guardaba
el secreto de la suerte de su pobre hermana. Sin que hablasen de ella con su novio, senta confusamente que l no haba podido olvidarla.
Y usted nunca la ha visto ? pregunt Carlos.
No, nunca!
Pobrecita !
As es, pobrecita! exclam ella con ntimo dolor.

Al rato, sin cambiar ms palabras, l se fu y ella permaneci un momento sobre su umbral,


vindolo alejarse en la calle oscura, agobiado por un pensamiento que no le confiaba.
Luego entr a reanudar, como si nada hubiese ocurrido, su vida laboriosa y humilde.

Captulo VII
Quiero vivir mi vida
Beatriz Bolando no haba mentido, cuando dijo a Fraser que Mario Burgueo visitaba su casa.
El la conoci de nio, y conservaba su recuerdo, y cuando la volvi a hallar veinte aos despus, en una reunin de carreras, no resisti a la tentacin de aproximarse a la madre de
Liana.
En el fondo de las numerosas alegras de una vida absolutamente libre, descubri Mario una
escondid tristeza. No tard en penetrar su causa, porque la
primera palabra de aquella mujer, siempre se refera
en una u otra forma a la hija abandonada, a quien llamaba Beatriz, como en los tiempos en
que era suya.
Mario habia odo muchas veces, en boca de Fraser, aquel amargo aforismo : Slo es invencible el amor a los muertos y el amor a los hijos, y cuando lleg a adivinar que l no haba olvidado a
su mujer, comprendi que aquella sentencia era falsa en sus labios, y que la repeta para hacer creer
que en su corazn estaba muerta de raz la vieja y vergonzosa pasin.
Tuvo lstima y lleg a pensar que deba interceder para que l la perdonara y ella volviera a
su hogar.
Pero entre Beatiz Delando y Fraser haba un muerto, que ella am.
El amor a esa sombra, era invencible en ella, como el amor a su hija? Cada vez que Mario experimentaba el impulso generoso de mezclarse en aquel drama, en bien de sus actores, se formulaba
esa pregunta y se abstena. Ellos eran dueos de sus acciones, y no sera l quien entrase a distribuir
responsabilidades y a desenredar la madeja de los errores humanos.
Su tolerancia era un disfraz elegante de su indiferencia por los asuntos ajenos y de su horror
a todo esfuerzo.
Pero una inexplicable curiosidad lo incitaba a abordar ese tema con Fraser o con la Bolando,
sin darse cuenta de que sta, con su sagacidad de mujer que ha amado y ha mentido, estaba descubriendo el mvil de esa accin, que era el cario a Liana.

Mucho antes de advertir Mario en su propia alma el resplandor del amor naciente, empez a
desear que Fraser no frecuentara su casa, donde haba mucho que censurar.
Mas por una contradiccin frecuente en la vida, mientras se despertaban en Mario pudores
desconocidos. aquel moralista spero y cnico, se volva ms tolerante. como si al descender da a
da en su propio concepto, perdiera su fogosidad de predicador.
Fraser lo visitaba casi diariamente, asista a sus comidas, acompaaba a los ms truhanes de
sus contertulios. a Demcrito Cabral o a Pulgarcito, sin hallar nada qu decirles. Su terrible carcaj
no tena flechas ms que para el inofensivo Bistolfi, que las reciba en pleno pecho, tragando saliva.
Y, cosa extraa, hua de encontrarse con Matilde, como si la tmida e inconfesada devocin
que le profesara en un principio, se hubiese trocado en antipata.
Mario no habl de ello con la joven, mas repar que la entristeca la conducta de Fraser.
Ya le interesaban poco los sentimientos de ella, pero la observaba con atencin, temiendo que
adivinase que su corazn se orientaba hacia la hija de Fraser.
Una tarde avisronle Fraser y los Bisfolfi que iran a comer con l.
Volvi a su casa cuando an no haba llegado ninguno de ellos, y qued en el escritorio, hojeando una revista. En las habitaciones del piso alto sentanse los pasos de Matilde.
La seora le refiri Dositeo, con cara maliciosa, ha estado en el balcn toda la tarde.
Parceme que lloraba.
Mario Burgueo se mordi los labios y no contest. Al rato pregunt a su adicto criado:
Estuvo Demcrito?
S, seor, estuvo.
Milagro! murmur entre dientes el joven, que despreciaba a Cabral, aunque esperaba de
l un sealado servicio: la libertad. Ya para Mario, Matilde era una prisin.
Son la campanilla de la calle, y corri el gallego a abrir.
Entr agitadsima la mujer de Bistol.
Se conservaba muy hermosa y tena en sus maneras depravadas un dejo de ingenuidad, mezcla
de inocencia y de tontera, que la hacia interesante.

Entr impetuosamente, se arregl el peinado, mirndose en el cristal de una puerta, lo que hizo
sonrer a Mario.
Qu le ha pasado? la han despeinado en la calle, Marianita? El viento, sin duda...
Sov la mujer ms desgraciada del mundo! exclam ella sacando el cisne de una polverita. para repasar algunos desperfectos de su tocado. Mi marido es un celoso de lo que no hav...
Se nota que se me ha corrido el carmn de los labios?
No. Marianita, no se nota; est tranquila.
Ms vale as... Es muy celoso, y como tira tan bien las armas, me ha hecho pasar ratos muy
crueles.
Supongo que esa terrible espada no amenazar su vida.
Mi vida no; pero, qu vale mi vida al lado de la vida de l? exclam ella ardientemente, pasndose el lpiz rojo.
De la vida de ellos... corrigi Mario con suavidad.
Felizmente prosigui Marianita ya se va acostumbrando a perdonarme... Te perdono! me dice con el aire de un prncipe.
Ha visto? Y se queja de l!
Pero cmo no! Fjese, Mario: yo tengo una amiga tan suertuda... La primera vez que el
marido la pesc en una aventura, la perdon. Y a m el mo, no me ha perdonado hasta la cuarta vez.
i Es para morirse de envidia! dijo Mario sonriendo.
Cuando Mariana conclua de rehacer su tocado, sintise de nuevo la campanilla.
Es l ! exclam.
; Quin ? su tirano ? Huya entonces ! Arriba est Matilde.
Nunca sea celoso, Mario!.. recomend con un pdico mohn, y desapareci a tiempo
que entraba Bistolfi, haciendo molinetes.
Nada en su semblante revelaba al feroz y encelado marido que describa Mariana. Pareca muy
contento con su suerte, y de no ser por sus actitudes de mosquetero y la forma como empuaba el

bastn, a guisa de tizona, y las amenazantes guas, untadas de brillantina, de su bigote ralo, corno
una brocha vieja, habrase supuesto que llevaba en el corazn una fuente inagotable de perdones.
Buenas noches, hijo! Lleg Marinita?
Psch ! i hace ms de una hora !
Y cmo ests? Te noto ms animado. Seguramente te has redo. De quin te habrs redo?
La risa es la mejor medicina.
As es ; me he redo de las ocurrencias de su mujer.
Mi mujer es muy graciosa... Qu te deca?
Bistolfi se aproxim a Mario, que no se haba movido de su silln ni para darle la mano, indiferencia elegante, que el pobre conde se desviva por imitar.
Se sent a su lado, y observando que el rostro del joven volva a envolverse con el acostumbrado cendal de aburrimiento, le dijo con solicitud:
No ests tan alegre como me pareci! Qu te pasa?
Mario hizo una mueca irnica y triste, que lo dispensaba ce responder alguna tontera, al
uso de su visitante. Este no se di por vencido ; record que Mariana le haba referido el estado
de Matilde y la lucha que libraban el uno y el otro, y abord el asunto con la mayor indiscrecin.
Ah! exclam Mario con alegra, ella anda contando eso? qu infeliz!
Eso no debe preocuparte, hijo. Hay mil maneras de zafarse de estos compromisos. Spurloss ver-senkt, como deca el conde Luxburg...
Se ech a rer y encantado de su propio chiste volvi a la carga, incitando a Mario a desarrugar
la frente, si no tena otro motivo de preocupacin.
En ese momento lleg Fraser, y Bistolfi que le tema, cambi de tema, con tan poco tino que
el otro lo advirti y quiso apurarlo.
Contine, seor conde; le dijo con exagerada reverencia de qu hablaban ?
Me estaba contando un sueo que ha tenido, respondi Mario, deseoso de salvar al
conde; y ste encantado con esa genial salida, se apoder de la idea y la desenvolvi con amplitud.
Un sueo terrible ! Un toro me persegua en

una pradera, donde no haba cmo escapar. Yo disparaba ; su aliento me quemaba la nuca.
Brrr...! hizo Fraser.
De pronto sent que yo mismo me transformaba en toro.
Bravo !
Ale brotaron unos cuernos puntiagudos.
S ; donde tena ya las races...
Y un valor a toda prueba. Me volv y se los clav en la barriga... Experiment un dolor
horrible en la cabeza y me despert.
Pues hombre! exclam Fraser pasndole el dedo por ia frente, no le han quedado ni
sealesSe meti las manos en el bolsillo y empez a pasearse malhumorado.
No tienes un libro que explique los sueos? pregunto Bistoln a Mario, a tiempo que
Fraser se enfrentaba con un almanaque de pared, al cual le arranc una hoja, y en alta voz se hizo
el que ieia esta quintilla :

Suea con toros Gastn


Y n cerdos Navarcuende;
Ya lo dijo Caldern:
Todos suean lo que son,
Pero ninguno lo entiende.
Tir el papel hecho un bollo, y se fue al comedor, al sentir que Dositeo destapaba una botella ;
se hizo servir una copa de Jerez, y volvi ms alegre. En el hall apareci Pulgarcito.
Ah est mi socio! exclam para s Fraser con amargura y desprecio.
Pulgarcito entraba muy apurado ; llam aparte a Mario y cambi con l algunas palabras,
mientras Bistolfi buscaba en el suelo la hoja del almanaque. La conferencia apenas dur un minuto.
El dueo de casa, malhumorado, ech mano al bolsillo, y sin el menor disimulo sac billetes, que

Pulgarcito escamote mirando a todas partes. Al ver que Fraser presenciaba la escena, cambi con
l una guiada de inteligencia, y sali.
Fraser volvi al comedor y se escanci l mismo otro poco de Jerez:
Tengo nuseas dijo a Dositeo a manera de explicacin.
Algn alimento que le ha sentado mal respondi el gallego.
Tengo nuseas de m mismo...
Es tarde ya ! deca Mario entretanto. Avise a las seoras que bajen.
Vol el gallego escaleras arriba, y al rato lleg Mariana, y luego Matilde, cuando todos estaban
sentados en la mesa.
Fraser la mir, bajo la luz policroma de la araa, cada una de cuyas bujas tena una pantallita
de color, y no pudo menos de comparar la sensacin dolorosa que ella le causaba ahora, con la
inefable impresin de la primera vez que la vi en el tren, ms de un ao antes.
Haba perdido la gracia de sus movimientos infantiles, aquellos ademanes repentinos y armoniosos, que parecan denunciar en ella una voluntad palpitante, pero firme.
Vencida o cansada, advertase que para adaptarse al tono de sus visitantes, realizaba un esfuerzo.
Se haba apagado la ardorosa vanidad que la desorient, y arda en su alma una llama nueva,
cuyo resplandor no perciban todos los ojos.
Estaba seria y ansiosa: qu esperaba? qu tema?
He perdido el camino de su alma! pens Fraser La he traicionado Nunca me volver
ms su confianza! .
Si hubieran estado solos, se habra echado a sus pies, para contarle cmo haba transado con
los que la vendieron y con los que la compraron.
Al sentarse, ella pregunt:
No ha venido Cabral?
Dositeo le contest :

No, seora.
Fraser tuvo celos de esa amistad, y no habl durante la comida, resentido como un nio.
Cuando concluyeron, al levantarse, ella se le acerc.
Un da le dije una cosa que usted ha olvidado.
Qu me dijo? interrog l, confuso y dolorido.
Aunque piense que no merezco su proteccin, no me deje nunca.
Matilde pronunci esta frase con el mismo tono, suplicante y sincero con que la dijo aquella
tarde de carnaval, del ao anterior, en que habl por ltima vez con Fraser; y ste que no poda
olvidar la escena, se conmovi hasta el fondo de las entraas, como si fuese su misma Liana la que
le tenda la mano para que la amparase.
Pobrecita ! exclam, y se le humedecieron los ojos. Crea que usted no se acordaba
ms de su pedido.
Ya ve cmo me acuerdo ! Por qu nunca viene
a verme?
Porque no sabra qu decirle; porque no conozco su vida.
Mi vida ! Mi vida la conoce todo el mundo.
No conozco su corazn.
Es cierto; no lo conoce ahora; he cambiado mucho. Venga a verme. No puede adivinar toda
mi tristeza...
Se levant bruscamente y subi a su dormitorio.
Fraser esper a que volviera, y al fin, harto de las tonteras de Bistolfi, de las ingenuidades de
Marianita y de los bostezos de Alario, se mand a mudar.
Tengo nuseas de mi mismo! repeta, tranqueando por las aceras casi desiertas a esa
hora; y escupa con asco y senta la boca amargada por el arrepentimiento.
Al otro da Mario lo cit para el club.
Desde la primera palabra, comprendi Fraser que el propsito de la entrevista era hablar de lo

que la noche anterior estaba tratando con Bistolfi, cuando l lleg.


Quiero consultar al mdico le dijo Mario, no al amigo. .
Fraser respondi:
Es posible que el amigo pueda aconsejarte mejor.
Tentado estuvo el joven de plantar all la consulta, y no confiar su caso a aquel hombre que
se adelantaba a sus explicaciones ; pero se domin por no cerrarse l mismo la puerta de Liana, y
expuso la situacin que le preocupaba.
Fraser lo dej hablar, sin cruzarle una palabra. Senta que le llegaba la hora de hacer un gran
bien a la pobre criatura que esa noche haba recurrido a su lealtad, dicindole: Venga a verme; no
puede adivinar toda mi tristeza.
Mario prefera que le contestara sin que l se pusiera en el compromiso de formular una pregunta categrica. Pero Fraser, conocedor de su estrategia, se qued callado hasta que le dijo:
Cmo puedo salir de este mal paso?
Ya lo ves ! exclam Fraser. No es el mdico el que debe contestarte, sino el amigo.
Por qu?
Porque tu situacin no se resuelve cobardemente, con una receta que te han de preparar en
la botica, sino con una verdad que va a brotar de tu corazn.
Mario se ech atrs en el silln y se puso a fumar mirando el techo.
Qu tipo singular ! pens Vive como un salteador de caminos, bebiendo en todas las
tabernas y exprimindole la bolsa a cuantos pasan; y tiene ms sermones en el buche que un fraile
de Santo Domingo.
Fraser aguard para proseguir, a que l insistiera en su pregunta; y como no diera seales de
interesarse ya en su respuesta, le dijo con sorna:
Parece que no te gusta que te respondan los amigos, cuando interrogas a los mdicos.
Lo que no me gusta es esa palabra que ha trado de los pelos.
Qu palabra?

Cobardemente... Qu quiere decir resolver cobardemente con una* receta ?


qu se le ocurre

Por

que los valientes no van a la botica?


Se ech a rer nerviosamente, y agreg:
Si me va a contestar con homilas, prefiero dejar aqu la consulta.
Imprudente! Cmo has venido a confiarme tu secreto? Que soy un bribn? de acuerdo!
Pero mis infamias las guardo para m solo; no se las contagio a nadie en recetas ni en consejos. Yo
no dogmatizo mis pecados, y cuando son pecados de ceguera, me llamo ciego, y cuando son de
cobarda, me llamo cobarde.
Y con eso queda satisfecho! y sigue pecando!
exclam con una carcajada Mario. Y cuando alguien le tira de la lengua, salta San Juan
Crisstomo...
Pobre Mario ! contest Fraser con honda compasin.
Pasaron algunos das sin verse, hasta que l record el pedido de Matilde y fu a visitarla.
No la hall; slo estaba. Mario, que lo recibi con inesperada amabilidad.
Me alegro de que haya venido. Tena miedo de que estuviera resentido.
No ha de haber sido muy grande tu miedo, cuando no te has tomado la molestia de cerciorarte. Sabes dnde vivo y sabes que en mi casa todos te quieren.
Estas palabras evocaron en la mente de Mario, la imagen de Liana. Con tristeza en la voz,
como un vencido, suplic a Fraser:
Sintese; quiero hablarle. .
Al mdico o al amigo?
Usted ver. Yo quiero ser de cera en sus manos. Voy a entregarle mi destino...
Hum ! hizo Fraser meneando escpticamente la cabeza.
Oigame con paciencia. Voy a confesarle una cosa que no me he confesado ni a mi mismo.

Qu has hecho?
No, no es un crimen! Por primera vez me he dejado deslumbrar por una ilusin, una gran
ilusin. Si yo le dijera...
Se detuvo, y, con tono distinto, como si hablara para or o, dijo :
Qu ingenuidad ! Cmo puede un hombre grande, que conoce la vida, ponerse a charlar
con la indiscrecin de un nio?
Ibas a hacerme una confidencia respondi Fraser, y te has callado. Tu vanidad se
alarm. Hay gentes que se avergenzan ms de sus buenos que de sus malos sentimientos. Eso s
que es pueril. Habla sin miedo ! ,
Mario sonri resignadamente y se anim a proseguir :
No ha soado alguna vez que yo era su hijo?
S respondi Fraser, cerrando los ojos.
No ha pensado nunca por qu caminos poda ser eso?
S.
Disclpeme que sea yo el que pregunte, pero no se niegue a contestarme. Si yo le dijera:
Durante muchos aos, he vivido querindola a Liana, sin sospechar lo que haba en el fondo de
ese cario; ahora lo sospecho. . . es amor!... tengo derecho a seguirla queriendo?, qu me dira
usted?
Fraser se haba puesto intensamente plido, pero no titube en dar una respuesta, que derrumbara su propia vieja ilusin.
Pobre Mario !
Qu me dira?
Te dira que es tarde ya...
Est comprometida Liana? est enamorada? de quin?
No ! Es tarde, porque aqu, en tu misma casa, tienes otro deber que cumplir.
Mario agach la cabeza. Fraser empez a pasearse, para aquietar los latidos de su corazn,

que protestaba.
Tena derecho, l, por satisfacer los principios de una justicia abstracta, de sacrificar el porvenir de su hija?
Logr dominar la horrible tentacin de vender nuevamente a la indefensa Matilde, pero guard silencio un rato, pasendose siempre, hasta que el joven lo interpel.
He hecho mal en preguntarle ; deb adivinar su respuesta. Un hombre generoso tena qu
contestar as.
Quin te ha dicho que yo soy un hombre generoso ? .
Un hombre honrado.
Tampoco !
Pero usted no tiene derecho de responder, sin consultar a su hija.
No esperes que Liana conteste de otro modo. Lo
poco bueno que hay en m, ella lo suscita. Si yo traiciopara a esa pobre criatura que vive en tu
casa, ella, mi Liana, tendra derecho de desconocerme: no eres mi padre!
Mario empez a irritarse, como le ocurra siempre que sus deseos se estrellaban contra los
razonamientos de aquel hombre. Ciertamente Fraser no lo rechazaba por desdn; pero su soberbia
ofendida, no comprendi su abnegacin y su dolor, y slo consider la falta de autoridad moral del
que le hablaba de deberes.
Deberes, deberes ! exclam con desprecio incontenible. Pero quin es usted para
hablarme de eso?
Si no me hubieras preguntado, no te habra respondido.
Pero no siente lo mal que le cuadran esas actitudes?
Slo siento que siempre hay tres cosas al alcance nuestro: ser leales con nosotros mismos;
averiguar el remedio de nuestro mal ; y obedecer al mdico.
Yo no estoy enfermo. No he cumplido veinticinco aos y tengo derecho de vivir mi vida.
Y no te das cuenta de que no sabes lo que significa vivir tu vida? Tendras que ignorar el
mundo en que vives; tendras que despojarte de lo humano que hay en t; de ese pobre corazn que

acaba de revelrseme ; tendras que olvidarte de que hay hombres que sufren, nios que mueren,
una pobre mujer que te crey, te am y te di cuanto tena... cmo podras hacerlo?
No necesito olvidarme de nadie; slo quiero recobrar mi libertad.
i A buen tiempo! Quin te oblig a enajenarla?
Supongamos que estuve ciego.
Si la ceguera fu tuya, por qu han de ser otros los que sufran el resultado?
La vida, doctor Fraser, es implacable. En la lucha los dbiles estn condenados de antemano, no por los fuertes, no por m, sino por la naturaleza misma. Si he cometido un error, tengo mil
excusas, y ahora que es tiempo de reparalo, sin perjudicar a nadie...
Ahora ya no es tiempo ! Hay un sr humano, tres veces sagrado para t...
Matilde ?
No es Matilde. Es su hijo, que no ha nacido., pero que es sagrado, porque existe, porque es
indefenso y porque es tu hijo. Con qu derecho exiges para librarte de preocupaciones y ataduras,
que una madre sacrifique a su hijo?
No ha nacido todava, y no puede quererlo.
T no conoces el secreto sublime de los amores de una madre con su hijo no nacido. Eso
est ms all de lo humano, ms all de la carne, en la mente de Dios, que mueve el mundo con ese
resorte sutil, incomprensible y omnipotente. El amor de la madre! Lo nico invencible que hay en
la vida, lo nico que salva a la especie de las acechanzas del egosmo. Sin ese amor hace muchos
siglos que la humanidad hubiera perecido, sin que lloviera azufre como en Sodoma. Lo otro, que
los hombres llaman tambin amor, la atraccin de la belleza, es un sentimiento inconfesable y vergonzoso como un vicio oculto, cuando se aleja del instinto creador. Slo ste lo purifica, le da razn
de ser y le infunde su grAndeza.
i Bah ! Se ve que usted no ha hablado con ella, ni con mujer alguna en su caso. Lo que
tienen por e hijo no nacido, que llega perturbando su vida y deshonrndolas, no es amor, sino odio,
y sienten un deseo de aniquilarlo, para salvarse. Es el derecho a la propia defensa, y usted sabe
muy bien que las leyes humanas se han hecho cargo de esa situacin y atenan sus penas en tales
circunstancias.
Puede ser que la pasin que la ech en tus brazos y el miedo a perderte, y tus nuevas promesas, la cieguen otra vez y la hagan creer que odia lo que debe amar, y la decidan a obedecerte.
Pobrecita ! Si llegara a eso, no acabara de lamentarse nunca, aunque te casaras con ella, de haber

pecado contra la ley fundamental de su vida, aniquilando su obra... Qu le has prometido para que
haya podido confesarte que odia a su hijo indefenso? le has prometido cumplir tu palabra, no es
verdad?
Mario no se atrevi a negar.
i Infeliz de ella, si te cree! exclam Fraser, bajando el tono y espiando a su alrededor,
para que su voz no llegara a otros odos que los del joven. Qu mentira tan cobarde! Quieres
huir de tus responsabilidades; quieres romper los vnculos duraderos que te han creado tus actos.
Ests saciado; tu capricho por ella ha muerto, pero una cadena te ata a ella para toda la vida: tienes
un hijo; hay que matarlo, porque amenaza tu comodidad. Todo se puede me-dir y contar. Se pueden
contar las estrellas, se puede medir la Va Lctea ; y cuando ya en el universo no hay distancias
que puedan tomarse por unidad, todava el pensamiento humano sigue concibiendo otras medidas
mayores. Slo el amor de la madre escapa a todo clculo ; y eso que no se puede medir, te parece,
pobre Mario, una cosa ms pequea que tu comodidad.
No tengo temperamento de padre murmur Mario, como una disculpa.
No lo sabes! Algn da lo descubrirs y te lamentars cuando sea tarde; y volvers a
excusarte diciendo que estabas ciego. En tu existencia gris, de hombre que no tiene ms propsito
que vivir su vida, la sonrisa de un nio, sera el sol, y no la tendrs; y sentirs llegar la vejez sin
compensacin, sin rejuvenecimiento en tus hijos.
A su tiempo podr tenerlos, pero en un hogar constituido regularmente.
La abandonas, entonces ? Confisalo !
Y la abandonas, no porque hayas puesto en otra los ojos, como has querido hacerme creer, sino
porque ests harto de ella. La llamaste, y se vino a tu casa; es tuya, como si la hubieras comprado.
Hasta has pagado su precio a su padre, a su hermano, a otro ms, y ahora sientes que te resulta
cara... Por qu no la vendes por qu no la ofreces en el club? o en la feria? Tal vez Demcrito
Cabrai se quedara con ella, pero tendras que regalrsela...
Mario se levant violentamente, pero Fraser no lo dej hablar:
Un da la echars de menos. El miserable co-razn humano es as. Cuando la hayas perdido
definitivamente, la amars, y pensars en tu hijo asesinado... Querrs tenerlo y no lo tendrs. Y vivo
o muerto, ese nio ser el Vengador...
Sali sin saludar. Si Mario le hubiera tendido la mano, la habra rehuido con igual repulsin
que la de un hombr que a su vista acabase de degollar a un nio.

Captulo VIII
La confesin
Mario, profundamente fastidiado, se refugi en su despacho y busc un libro para enfrascarse
en l y desechar sus pensamientos.
Haca meses que rodaba sobre los muebles, en el escritorio, en el comedor, en el dormitorio.,
la novela de Tolstoy Ana Karenine, que iba leyendo al azar de su capricho, una pgina hoy, un
captulo quince das despus. La tom y reanud su lectura, sin poder alejar de su oreja el zumbido
irritante de la voz que le persegua,
Deba rendirse y renunciar a Liana? Deba, por el contrario, tratar de conquistarla a pesar
de la ideas de su padre?
Al advertir el obstculo, su vanidad se exasperaba, y el naciente amor se volva impetuoso.
No, no la perdera! Nunca haba sentido un propsito ms claro y ms ardiente. Adems contaba
con la ayuda de la madre, a la que un da u otro l mismo pondra en presencia de su hija.
Oy que llamaban y reconoci la voz de Matilde. Disgustado y temiendo una conversacin,
fingi absorberse en la novela.
Pero lleg a un prrafo que lo hizo estremecer, como si al pasar frente a un cristal hubiera visto
su propio esqueleto :
Wronsky (el protagonista de Ana Karenine) se haba hecho un cdigo de leyes para su uso
particular. Este cdigo le prescriba, por ejemplo, el pago de una deuda de juego a un estafador,
pero no declaraba indispensable pagar la cuenta del sastre ; prohiba la mentira, excepto hacia una
mujer; prohiba engaar a otro, salvo que se tratase de un marido; admita la ofensa, pero no el
perdn de las injurias. Todos podan sospechar sus relaciones con Ana, pero nadie deba hablar de
eso, y estaba pronto a hacer callar -a los indiscretos, y a obligarlos a respetar el honor de la mujer
que l deshonrara.
Tir el libro y encendi un cigarrillo, y se puso a mirar las moscas que volaban cerca de la
puerta; hasta que resolvi hablar enrgicamente con Matilde, para decidirla de una vez a hacer
aqullo.
Entr a su cuarto sonriente, y ella sorprendida y ganada por su actitud se le aproxim dcilmente.

Pero a las primeras palabras, se reconcentr, reuniendo sus pobres y gastadas fuerzas, para
discutir la vida de su hijo.
Sentase sola en el mundo, contra l, a quien apoyaban los prejuicios sociales, los intereses
creados y las seducciones de su persona. Si consultaba a su madre, a su padre, a Pulgarcito, a sus
amigos, estaba segura de que ms o menos el consejo de todos sera igual: ceder.
Fraser, en quien confiaba, la haba abandonado.
Sola para salvar a su hijo ! La noche anterior haba soado con l, que era grandecito, que
ensayaba sus primeros pasos y ella se entretena tejindole ro-pitas. Y su corazn temblaba de angustia. Estara condenado a morir?
Con los ojos llenos de lgrimas y las manos juntas, se acerc a Mario :
Perdnalo ! El no ha hecho nada en contra tuya. Slvalo ! Cuando nos casemos, ser tu
gran amor, como ahora lo es el mo.
Qu inexperiencia la tuya ! Hablas de tu gran
amor! Tu gran amor para el que ni siquiera has visto y que es tu enemigo! Una madre no
puede querer a un hijo que llega sin que nadie lo llame, perturbando su vida, y amenazndola con
la deshonra.
La deshonra?
S. Cmo esconderas tu vergenza, si tuvieras un hijo?
Yo no tendra vergenza ! A tu lado, y al lado de mi hijito, yo no tendra vergenza, dijo
Matilde, aproximndosele ms, y tomndolo de las manos como para desarmarlo.
Pero yo s !
Tendras vergenza? de quin? de l? de m?
De los dos!
Por qu de l?
Porque sera un testimonio perpetuo de tu cada.
Y de m, por qu?

Porque un hombre honrado no puede dar su nombre a una mujer que no lo es.
Matilde alz la cabeza y lo mir en los ojos.
Y cul es el hombre honrado? T?
Mario percibi la acidez del sarcasmo, pero respondi orgullosamente :
Si, yo.
Entonces yo no soy digna de t ?... Por qu no soy digna? Porque me engaaron? Pero
quin, me enga, si no t? Y eso que a m me haca bajar hasta el barro, te levantaba a ti, Mario?
El mundo est hecho as !
No me quieres ! esa es tu nica razn !
Mario replic dulcemente, conmovido por el dolor con que la muchacha haba pronunciado
esas palabras.
El mundo est hecho as! Te quiero como antes; pero yo no podra casarme con una mujer
que tuviese un hijo.
Aunque fuera tuyo?
Aunque fuera mo! Es necesario que podamos decir que llegaste al altar pura como una
flor.
Lo soy ! lo soy ! para t, Mario, lo soy !
Para m y para el mundo.
El mundo! exclam ella con odio.
S, el mundo, que se satisface con mentiras! repuso l.
Y que ni creer en nuestra mentira! repuso la joven Qu nos importa del mundo?
Se har el que cree, y eso me basta. Desgraciado del que se atreviera a manifestar la duda!
Matilde se sent vuelta hacia el respaldo de la silla, y se puso a llorar.

Ya sabes el camino... le insinu el tentador.


Entonces no tengo ms remedio que sacrificarlo?
interrog ella, sin alzar los ojos, sintiendo que empezaba a perder pi al borde del crimen.
Pero si todava no lo quieres ! por qu exageras el esfuerzo que vas a hacer?
Es verdad ! contest ella con desesperacin. Empiezo a odiarlo..
La mucama golpe discretamente con los nudillos en la puerta.
Se puede? Abajo est el seor Cabral.
Mario sac el reloj e hizo un gesto de fastidio.
Es la hora del t, dijo Matilde.
No puedo quedarme, repuso l, empezando a despojarse del pyjama, para vestirse.
Tengo que salir. Atindelo; convdalo con t.
La joven no replic. Aguard a que l concluyera, y a su vez comenz a arreglarse.
Cuando Mario baj, hall a Cabral hundido en uno d sus sillones, leyendo una de sus novelas
y fumando uno de sus cigarros. Cambiaron una ojeada inteligente, y Mario murmur al pasar.:
Vamos a ver, compaero, si su diplomacia vale ms que mi dialctica.
No se decide todava?
Tengo miedo de que no se decida nunca.
Djala por mi cuenta!
Vamos a ver...
Mario cogi el sombrero, y Cabral se levant de un salto.
Te vas?
S.
No tienes a mano cincuenta pesos?

Mario agach la cabeza, acostumbrado a aquellos mandobles, entreg el dinero y sali rpidamente, a tiempo que Matilde bajaba.
Muy alegre se va, observ ella, en el deseo de provocar las confidencias de Cabral respecto a la vida del joven.
Tiene por qu.
Ha jugado a las carreras y ha ganado?pregunt con retintn Matilde.
Mejor que eso!
Cunteme, no es mi aliado?
Si usted, Matildita, accediera a lo que le he propuesto, no necesitara que yo le contase nada:
usted misma lo vera todo... quiere ?
Qu cosa?
Ya lo sabe.
Salir con usted? ir a un cabaret con usted?
S, s ! qu tiene eso de malo ? Va a verlo bailar tangos y a conocer quin se lo est robando de a pedacitos, una que, por cierto, no es digna de atarle a usted los zapatos.
Matilde se qued pensativa, agitada por la tentacin. Una voz la incitaba, en el fondo de la
conciencia, a desconfiar de la intriga.
Vamos a tomar el t! dijo con resolucin.
No se anima?
Ahora no.
Qu flojita haba sido. Y eso que tiene unos ojos de reina que no puedo mirar sin sentirme
dominado. Da la impresin de fuerza, y es pura debilidad.
Matilde estuvo toda la tarde estremecida por el soplo sutilsimo y envenenado de aquella
asechanza.
Al llegar la noche se sinti cansada de su lucha, vencida por el temor del abandono, y por los
celos. La impetuosa tentacin se haba apoderado de ella y la arrastraba.

Cmo puede una madre amar al hijo que an no conoce, que ants de nacer es su enemigo, y
amenaza su vida con la soledad de la deshonra?
Pas tres das sin recibir a nadie, escondida, y temblando, como una liebre acorralada por los
perros.
Al tercero consinti en bajar, porque Cabrai le hizo anunciar que le traa importantes noticias.
Haca una hora que escuchaba sus enervantes confidencias, cuando entr Fraser.
Cabral se levant, bes en la mejilla a la joven y se despidi de los dos.
Privilegios de rey tiene ese mozo! exclam Fraser irritado, confirmndose en el propsito que lo llevaba, de hablar a Matilde con entera franqueza.
Por fin ha venido ! le contest Matilde ruborizada, desentendindose de la alusin.
Y esta vez cmo he llegado? interrog l, con amarga irona. Se acuerda? Haba
pasado un mes sin verla, hace de esto mucho tiempo, y cuando la hall de nuevo, y quise hablar,
usted misma me cort la palabra: demasiado tarde!
Matilde embelesada por el sentimiento rudo y cordial, que vibraba en la voz de aquel hombre,
baj los ojos y dijo:
No, ahora, todava no es tarde !
Gracias a Dios! Por qu baja la frente? Tiene vergenza de mi? Yo s todo lo que ocurre...
Quin le cont?
Suponga que lo he adivinado. Yo lo s todo, y no quiero seguir siendo el cmplice de los
que la acosan.
Cundo ha sido cmplice de nadie en contra ma ?
pregunt ella posando en l los esplndidos ojos, llenos de candor y de confianza.
Cuando he comido en la mesa del que la engaaba, y he dado la mano al que la besaba
como Judas, y he tolerado la amistad de los que la vendan, he sido su cmplice y he compartido
el precio... Perdneme !
Yo no s por qu he de perdonarlo. Toda su culpa ha sido tenerme olvidada. Pero ahora se

acuerda de m, que no lo merezco...


Alce la frente! exclam Fraser. Y no se humille ante los hombres, porque usted no
ha pecado contra ellos:
Usted no conoce lo que me ocurre; ni hasta dnde he llegado. No sabe que ya Mario tiene
mi promesa, y que slo aguardo la ocasin... hoy... tal vez maana ...
\ Nunca ! Usted no ha pensado lo que dice.
Todos piensan por m. Qu quiere que haga? Hasta mi madre ha mandado a decirme con
Pulgarcito, que se avergonzara de m.,. Quiero salvarme del oprobio con que todos me amenazan.
Tengo derecho de salvarme...
Fraser call un momento. Luego, con una voz que hera en las entraas a su oyente, le dijo:
Hay un hombre que, por debilidad, ha cado en una falta, bu vida quedara manchada si no
borrara las huellas. Puede hacerlo, matando al nico testigo que depondra contra l... Le parece
que debe matarlo ?
i No !
Ese testigo es un nio, que no protestara, porque es muy pequeo y lo sorprendera dormido. Debe matarlo ?
N6!
Es que ese nio es hijo de ese hombre. Un hijo debe sacrificarse por su padre. No tiene
derecho su padre de sorprenderlo dormido y de matarlo?
Oh, no! Sera infame, y ese padre no acabara nunca de arrepentirse.
No es un padre; es una mujer, una pobre muchacha ...
Ah! Usted lo dice por m?
Por usted lo digo! Yo comprendo su tentacin... su hijito no protestara... lo sorprendera
dormido.., ese crimen salvara su nombre del oprobio... cree de veras que tiene derecho de matarlo?
La joven se tap el rostro con las manos y solloz.
No cree que tengo derecho de salvarme de esta vergenza ?

Yo se lo he preguntado a usted replic Fraser


y no me ha respondido.
Ms bien querra morirme! exclam ella, sin mostrar la cara.
Tampoco eso! repuso Fraser. Hay que vivir ...
No tendra fuerzas! Despreciada, manchada, humillada !...
Pero quin la despreciara ? Matilde, alce la frente, y no tenga miedo. Muchas veces el
genio ha redimido a un hombre, en el concepto del mundo, de los peores extravos, de los pecados
ms turbios. Verlaine, Wilde, Hugo, Poe, Sand. Poique el genio es la gran deza. Pero la maternidad
es mucho ms : es la grandeza y es la santidad de la regeneracin. Una mujer que es madre lleva en
el alma una columna de fuego que la gua y la sostiene, y en la frente una corona que la ennoblece.
Ha podido equivocarse y caer; pero desde que es madre, no hay tinieblas en el mundo que puedan
esconder su luz. Y si por aparentar lo que no es, sacrificara a su hijo no podra sostener su mentira
delante del mundo, que tiene ms experiencia que ella y ms hipocresa. El oprobio no es ser madre,
sino apostatar de la maternidad.
Matilde escuchaba anhelante las palabras de aquel hombre que, no obstante las miserias de su
vida, apareca ante sus ojos envuelto en una aureola. Pero el sentido de la realidad, la abata no bien
quera libertarse del mal propsito:
Si yo no hiciera lo que l me pide, contest me abandonara... qu sera de m? Yo
lo quiero siempre !
Pobrecita! exclam Fraser golpendole suavemente la mano, que ella extenda sobre el
brazo del silln. No se siente abandonada ya ?
S... un poco... mucho.
Yo lo conozco a Mario; he sido como su padre, y lo he querido tiernamente. Hablndola a
usted, no soy desleal con l, porque quiere librarlo de remordimientos.
Y si me deja, podr olvidarlo?
Hija, llegar un da en que usted misma se preguntar otra cosa: cmo he podido amarlo?
Todo pozo se agota; todo fuego se apaga; todo amor se extingue. Slo el amor de las madres tiene
races eternas. No sacrifique a su hijo, por el hombre que con el tiempo se alejar de su corazn.
La verdad estaba ciertamente en el fondo de aquellas palabras pesimistas sobre el amor que la

ataba a Mario. Matilde lo senta as, pero segua dudando.


Nunca tendr fuerzas contra l ! ; Quisiera morirme ; as no pensara ms... !
Fraser replic:
Hay un lugar donde se toman fuerzas, como se bebe el agua en una fuente... Hace mucho
tiempo que no va a la iglesia?
La muchacha lo mir, extraadsima de tal pregunta. Crea conocer las ideas de Fraser, porque
ms o menos saba cules eran sus costumbres.
El comprendi su extraeza, y dijo tristemente:
Mis pensamientos van por otro camino que mis pies. Yo no he inventado el remedio que
voy a proponerle. Ay de m !, ni siquiera lo he buscado, sabiendo que lo hallara. Pero s que miles
de almas diariamente se fortifican al pie de un altar. Hace mucho que no va a la iglesia? Contsteme con sencillez. Ni me engae ni se engae.
Matilde palideci, luchando interiormente contra la verdad que quera abrirse paso. Tard un
rato en contestar, y sus palabras tuvieron un dejo de orgullo y de sarcasmo :
Y usted, doctor Fraser, hace mucho que no va?
El no se dej sorprender por aquella simulada impenitencia, que no poda existir sino a flor de
labio. Estaba cierto de que ella no haba olvidado totalmente su catecismo. El mismo empeo con
que rehua la cuestin, le demostraba su interior ansiedad.
Por tercera vez formul l su pregunta desconcertante, y ella volvi a esquivar la respuesta,
diciendo nerviosamente :
Sera raro que sus consejos no valieran sino para m.
Ha puesto el dedo en mi llaga, contest Fraser con humildad. Hasta ahora mis consejos no sirven ms que para otros. Una triple coraza de barro envuelve mi corazn; y el barro es
tan viejo, que parece bronce. El orgullo, la sensualidad, la indiferencia, lo han vuelto impenetrable
a los rayos de la gracia...
Hizo una pausa, y como olvidado de su interlocuto-ra, mirando al suelo y hablando consigo
mismo, prosigui :
Parece mentira ! Todava el martillo de Dios no lo ha golpeado bastante... Necesito alejarme de mi mismo y refugiarme en lugar tan seguro que ni mi propia alma me conozca. Quin

apartar la piedra que me cierra el templo? Mi hora no ha llegado: todava es de noche, y el camino
est borrado por la maleza...
Aquella esperanza, aquel anhelo de un gran dolor que partiera la vieja envoltura del corazn
endurecido,
impresionaron de tal modo a Matilde, que cuando l, por cuarta vez hizo su pregunta: Hace
mucho que no va a la iglesia?, ella la contest simplemente:
Casi un ao!
Va a obedecerme?
S.
Bueno: levntese maana al alba... .
Como en otro tiempo... murmur ella con nostalgias de los das de inocencia.
As, como en otro tiempo ! Vaya y comulgue. Usted sabe mejor que yo lo que hay que
hacer. Y Jesucristo le hablar en el corazn, como habl a la Samaritana, como habl a la adltera,
como habl a Magdalena. ..
Matilde se qued llorando cuando l se fu.
Una vislumbre de libertad llegaba hasta ella. Tena miedo de seguir ese rayo, por recelo de
perderse otra vez.
Si se rebelase contra Mario y l la abandonaba a dnde ira?
No quera pensar en la casa de sus padres, donde estaba Laura. Todos haban credo en ella,
en su carcter, en su inteligencia, en su capacidad para abrirse camino en la vida, menos Laura, que
siempre dud.
A Matilde alguna le enrostr como envidia ese sentimiento, y ahora prefera morirse antes de
volver a su casa vencida y deshonrada.
A dnde ms ira? Ya no era una persona libre, duea de su voluntad y de su conciencia. Era
una esclava, sellada por el amor. Adonde quiera que fuese, descubriran su sello, y la condenaran.
Como una piedra que rueda desde la cumbre, los momentos en que lograba detenerse eran
raros y fugaces. Apenas se aflojaba el punto de apoyo, rodaba otra vez, cuesta abajo, hacia el
abismo.

Toda esa noche luch contra el desaliento, y al alba,


segn su promesa, vestida sencillamente, fu a una iglesia del centro de la ciudad, donde nadie
la conocera.
La impulsaba una fuerza irresistible, y marchaba ansiosa de hallar algn obstculo que le
impidiera llegar, y la librase de la vergenza de entrar en la casa de Dios.
Mas nada aconteci. Grandes eran la soledad y el silencio en la iglesia, y tibio y obscuro el
ambiente, impregnado de un vago olor a flores.
La joven di unos cuantos pasos, y viendo acercarse
a un hermano lego, cuyos zapatos de orillo le permitan andar Como una sombra, tuvo miedo
y se refugi en un rincn, en el hueco de un confesionario.
El tintn de un manojo de llaves y el susurro de una voz la hicieron volver la cara.
El padre que confiesa aqu, est enfermo y no vendr. Quiere que le llame otro?
Matilde asinti con la cabeza. Tena ganas de huir, no de confesarse. Todo le resultaba pueril u
odioso. Podra decirle el padre algo que ella misma no se lo hubiera dicho ya?
Mientras el lego se alejaba, se levant, y sin animarse a salir, contenida por su promesa a
Fraser, quiso darse tiempo, pensar ms lo que iba a hacer, y se encamin hacia la otra nave, donde
haba un altar de la Virgen.
Se hinc ante la balaustrada y rez maquinalmente cualquier cosa, sintiendo que su corazn
era como un nio que tiene ansias de acercarse y no se atreve, por orgullo ms que por temor.
- Aquel altar de mrmol pareca baado en la claridad del manto celeste de la Virgen. Los ojos
lean sin esfuerzo, las letras grabadas en las pilastras.
Qu pueden decirme, se repeta la joven, que no me haya dicho yo? Si la Virgen me
hablase, como a Bernardita en Lourdes, qu podra decirme?
Y su pensamiento se rebelaba contra la fuerza que la mantena en las gradas de ese altar.
De pronto mir las letras y se estremeci, porque aun siendo palabras dichas por Isaas, miles
de aos hace, le parecieron nuevas, desprendidas de los labios de la Virgen para ella sola, para ella
sola que no quera oiras.

Pobrecita, ley en una parte, combatida por la tempestad, sin ningn consuelo. Mira
que yo pondr por orden tus piedras 3 te cimentar sobre zafiros:
Y en otra: No temas, porque no sers avergonzada ni sonrojada; pues no tendrs de qu
afrentarte, y por qu te olvidars de la confusin de tu mocedad.
Cuando el lego volvi, a anunciarle con su blanda voz y su tintn de llaves, en qu confesionario la aguardaban, Matilde fu resueltamente y empez a confesarse.
Hablaba con sencillez, gustando una indecible felicidad en arrancarse uno por uno del corazn, aquellos clavos ardientes de sus pecados.
No recuerdo ms, padre dijo al concluir, aliviada, casi alegre, sorprendida de la facilidad
y prontitud con que haba cumplido su palabra. Ahora no bien la absolvieran, en la primera misa
comulgara...
La voz del padre, severa y triste, la hizo temblar.
Pero usted piensa volver a esa casa?
Es mi casa, padre. All vivo. No tengo a dnde ir.
Ya casa de sus padres?
No puedo, no puedo !
Por qu no puede?
Mi padre me echara, mi hermana se avergonzara de m, hasta mi madre...Se contuvo cuando iba a acusar a su madre de no haberla defendido, por miedo de frustrar la esperanza del casamiento con el hombre rico.
No me recibiran, repiti. Si no volviera a donde ahora vivo, no tendra a dnde ir.
Como el sacerdote callara un momento, aguard la absolucin.
Un velo tupido le vendaba los ojos, mas no era solamente ignorancia de las reglas morales,
sino escasez de malicia.
La culpa no haba disipado todas las gracias de su antigua inocencia. Por eso qued anonadada
cuando oy la voz tristsima del sacerdote:
Si usted va a volver a esa casa, yo no puedo absolverla.

Cmo, padre? exclam la pobre criatura, llevndose las manos al pecho.


No puedo absolverla. Usted vuelve voluntariamente a la ocasin de pecar.
Voluntariamente? No comprendo! Si yo pudiera ir a otra parte...
El confesor tard en contestar. Comprenda la inmensa dificultad de lo que exiga a su penitente: romper con el hombre que amaba, renunciar a toda esperanza de regularizar su situacin y la de
su hijo, afrontar los comentarios de las gentes, y volver humillada al hogar que abandon. Pero lo
conceptuaba indispensable para poder absolverla, y conteniendo su emocin, y su amargura, dijo :
Usted debe poder ir a otra parte. A la casa de sus padres...
All menos que a ninguna replic ella con la voz alterada.
A casa de una amiga.
No tengo amigas. La que tuve, me ayud a perderme.
A un asilo... Hay asilos que... No llore, hija!
No, no, no ! exclam ella sollozando, horrorizada ante la perspectiva de enterrar su
juventud en un asilo.
Asi no puedo absolverla! No puedo!
Padre!, yo quera comulgar para tener fuerzas...
No puede comulgar! dijo el sacerdote con voz transida de dolor, pero enrgica.
Matilde que todo lo esperaba, menos tan inexorable sentencia, encendise en un relmpago
de rebelda.
He venido a la casa de Dios buscando el perdn, y no se me perdona.
Por que usted no quiere quitar la ocasin prxi-ma... i Qu no diera yo, pobre hija ma, por
infundirle la resolucin que le falta !
Yo no tengo quin me acoja! Soy una desamparada. Y ahora, que para Dios soy una perdida, verdaderamente mi mal es sin remedio...
L,o que usted no tiene, replic el sacerdote con viveza, es propsito firme, puesto

que...
Y mi dolor, y mi amargura, padre?
No toda amargura es arrepentimiento. Ni las lgrimas, ni el dolor ms intenso, ni la confesin de los pecados, constituyen el arrepentimiento. Todo eso puede ser obra del orgullo.
En m no hay orgullo!
En todos nosotros el orgullo es la primera raz de los extravos.
Ah!, no sabe cunto me costaba la humillacin de confesarme. Ha sido completamente
intil? No me acerca al perdn?
La voz de la joven era tan sincera y humilde, que el sacerdote sinti vacilar su criterio, y reflexion antes de responder.
En la sincera humillacin, hija, est, s, el propsito de la enmienda. Usted ha pecado con el
entendimiento y con la voluntad. No basta que castigue el entendimiento, confesando su culpa; es
necesario que cambie absolutamente su voluntad de volver a donde...
No puedo, no puedo ! contest con vehemencia y terquedad. Yo conozco mi voluntad, y s que no caera ms.
Nadie conoce su propia voluntad ! repuso el con-fesor. Y todos estamos obligados a
huir de las ocasiones que nos debilitan.
Matilde no contest. Un grito de protesta ?urgia en su alma desconsolada, que se tradujo en
esta desesperada imprecacin:
Mi pecado no tiene perdn ! Estoy perdida !
Quiso levantarse, pero el sacerdote se lo impidi.
Yo no puedo absolverla ahora, hasta que de un . modo u otro no constate que usted misma
ha hecho remota la ocasin prxima en que vive. Pero no se desaliente, que el desaliento es el ms
grave de todos los pecados. El desaliento es el orgullo, el pecado contra el Espritu Santo, el nico
que cierra los caminos de la contricin y de la misericordia./Es tan grande mi pecado que no puedo
merecer perdn, dijo Can; y lo que lo haca hablar no era el dolor que hubiera sido perdn, sino
la soberbia, que era impenitencia.
Pero Matilde no le oa o no le comprenda y segua repitiendo, dolorida, aplastada, su msero
grito:

Estoy perdida ! para el mundo y para Dios !


^El mundo respondi imperturbablemente el confesor tiene esas condenaciones irremisibles; la Iglesia, no. Toda ruina moral puede repararse. Usted no ha pecado ms que el Rev David ni que la Magdalena; y los dos son santos. La contricin borra toda culpa, y la gloria sustituye
a la vergenza.
Esa palabra interes a Matilde.
Yo no he pecado tanto como David ni como la Magdalena? pregunt, iluminada la
frente por la esperanza.
No hija; respondi con dulzura el sacerdote.
Ya v que 110 tiene por qu desalentarse. Aquel que ha dicho : No quebrar la caa cascada,
ni apagar la mecha que an humea, no la abandonar. La peor miseria est dentro de nosotros,
aunque lleguemos a creer que est en las cosas que nos rodean. Rece, que con la oracin nos purgamos del mal, y encontrar las fuerzas que necesita para hacer lo que le falta.
La bendijo con una gran cruz, que figur lentamente sobre ella, y la dej ir.
No podr comulgar ! pens Matilde oyendo la campanilla del sanctus. No cumplir
mi palabra!
Ese pensamiento la exasper, disipando como un ventarrn la paz que naca en su alma.
Se olvid de las palabras que an sonaban en sus odos rebeldes, y sali repitiendo su propia
sentencia : j Estoy perdida para el mundo y para Dios !

Captulo IX
La pregunta de Laura
La mujer de Bistolfi amaneci de mal humor y, como de costumbre, su inocente marido fu el
pararrayos de su clera. En vano quiso l averiguar las causas del fenmeno: Mariana se exasperaba
de slo ver al msero rondndola, con la cabeza ladeada y los ojos , tiernos.
Hoy necesito el automvil para todo el da, le notific. Tengo mil diligencias y visitas
que hacer. Voy a tener que almorzar en Harrods.
Yo te acompaar... insinu l tmidamente, y ella se ech a rer con tanta desenvoltura,
que el pobre conde se apresur a excusarse.
Vas a almorzar sola?
No; con una amiga...
-Y yo...?
Mariana se encogi de hombros, como dicindole: Y a m que me importa de tus almuerzos? Sin embargo, por malhumorada que la pusieran sus misteriosas aventuras, no le convena
tirar demasiado de la cuerda, de miedo que un da el dcil marido se le plantara con una terquedad
propia de los borregos, cuando
van envejecindose. Lo mir con ms cordialidad y le aconsej:
Por qu no vas a visitarlo a don Pedro Garay? Hace aos que no lo ves. Te invitarn a
almorzar, y comers platos criollos, que tanto te gustan.
Bistolfi asinti, conmovido por la fineza de su mujer.
A eso de las once, cuando ya Mariana habia salido, empu su roten, y dando elegantes floretazos a los rboles de las aceras, se encamin hacia la calle Migueletes.
Aunque apenas haba ido un par de veces, en tiempos en que a su mujer le di en proteger
al tunante de Pulgarcito, estaba seguro de reconocer la casa de los Garay, an yendo con los ojos
cerrados, por el perfume del jazmn de lluvia que sombreaba la veredita del jardn, y por el arrullo
de las palomas francesas.

Pero ni una ni otra cosa necesit para dar con ella. Antes de que arrullaran las palomas y se sintieran los olores del jazmn, oy la voz chillona de misia Presentacin que increpaba a su hija Laura.
Siempre le tuviste envidia! Y tanto hiciste que acabaste por quitarle el novio. Ands ahora
con ganas de quitarle el marido?
Aqu es la casa se dijo Bistolfi, empinndose por arriba de la valla de ligustros, y golpeando con la contera de su bastn en el marco de la puertecita de fierro galvanizado.
Llam varias veces, no oyendo de la discusin ms que los hirientes apostrofes de la madre,
pues si la hija responda lo haca en voz queda; hasta que misia Presentacin sinti sus golpes, y
grit a la negrita con su blandura habitual :
No has odo, china, que estn llamando? Te voy a destapar las orejas con el tirabuzn.
Sali Virginia despavorida, descorri el pasador, y entr Bistolfi sombrero en mano, haciendo
reverencias a misia Presentacin, que estaba en chancletas y de batn, soplando unas tripas de vacas
para hacer chorizos.
Jess, seor conde ! exclam, arrojando las achuras en un fuentn, y atinando a prenderse con un alfiler de gancho el desmesurado escote, quin haba de pensar que fuese usted!
Laura, atendlo al seor conde! Disclpeme, que yo voy a vestirme.
Huy hacia las piezas, mientras Laura sala, tristona y con lgrimas en los ojos, a recibir al
visitante.
As que cambiaron saludos, misia Presentacin se asom por la ventana del jardn y a voz en
cuello advirti a su hija.
Decile al seor conde que Pedro est al frente, en la peluquera, que Pulgarcito no se ha levantado; pero que antes de cinco minutos los dos estarn a sus rdenes. Chinita, llamlo a Pedro !
De ninguna manera, respondi Bistolfi. Yo mismo ir a la peluquera.
En la otra acera, indic Laura, acompaando al conde hasta la puerta, hay un banco
fijo: quizs est sentado all.
Al abrirse de nuevo la puertecita, divisaron en el mencionado banco a don Pedro, trafendo
reposadamente con unos vareadores del stud vecino.
Bistolfi, pisando huevos, para no ensuciarse los pulcros zapatos, cruz la calle de tierra, y se
agreg a la reunin.

Laura cerr la puerta y entr.


Lo invitaste a almorzar? le pregunt misia Presentacin, que era hospitalaria en alto
grado.
No mam, .por qu no me indicaste?
Necesitabas que te lo indicase? Si hubiera sido persona de tu gusto, te habras llevado todo
por delante para agasajarlo, sin que nadie te dijese nada. Pero es el conde Bistolfi, que ha protegido
a tu hermana, v eso te lo hace antiptico.
Misia Presentacin empez a vestirse, yendo de una pieza a otra, recogiendo el cors en un
lado, una peineta en otro, escurrindose hasta el fondo para dar instrucciones a la cocinera, orejeando a Virginia, para que guardase la sogada de tripas, tendida a secar de pared a pared, que bailaba a
impulsos del vientecito ms liviano.
Cuando desaparecieron esos testimonios de los vulgares quehaceres a que se entregaba la
dama, mand a la chinita con un mensaje a don Pedro, para que invitara a almorzar al seor conde,
que estaba ya a su lado, en el banco de madera, debatiendo temas trascendentales, con los vareadores y el peluquero.
Tranquila ya sobre este punto, y sin interrumpir su tocado, misia Presentacin sigui retando a
Laura. La enfurecan sus ideas a propsito de Matilde. Laura haba concluido por enterarse de que,
si bien don Pedro ignoraba la aventura de su hija, misia Presentacin le
mandaba mensajes con Pulgarcito, lo que significaba apanar su situacin.
Qu esperas, mam, para traerla a tu casa?
Traerla? Te has enloquecido?
Ese hombre esta candado de ella.
Que sabes de eso ! La trata bien y es generoso con ella.
El menos corrido conoce tales cambios de viento, mam. Vas a dejarla que siga viviendo
as? Slo pap est ciego ; pero todos vemos, todos sabemos y todos tenemos una parte de culpa
en su desgracia.
Desgracia ! desgracia ! Si ella consigue atraparlo, conozco muchas que se daran por muy
felices con caer en esa desgracia.

Si no lo ha conseguido antes no lo conseguir nunca. Sabes cul es su estado?


S.
Sabes lo que l le exige ?
Misia Presentacin enrojeci pdicamente, y pregunt :
Quin te ha contado?
Pulgarcito habla de esto a quin le quiere or.
Lengua larga! estmago resfriado! murmur la madre. Pues bien, ya que lo sabes
todo, comprenders que no hay ms remedio que aguardar.
Aguardar qu? aguardar lo que no ocurrir nunca? aguardar que l se quiera casar? Qu
ino cente eres, mam !
Misia Presentacin, bajando* la voz, con mezcla de vergenza y de malicia, murmur: Si
ella obedece, l no tendr ms remedio que cumplir ; esta vez su promesa es formal.
Obedecerle? exclam indignada Laura.T, mam, hablas de obedecerle, sabiendo
lo que l exige?
No grites! te van a oir! Qu quieres que haga?
Traerla ! salvarla !
Perderla querrs decir ! Acaso quieres que l la plante en medio de la calle.
Eso sera lo mejor, ya que ella no tiene fuerzas y t no se las das.
Ah, s? Aqu te esperaba! salt misia Presentacin, imaginndose que Laura deseaba
la inptura de aquella relacin para que Mario quedase libre. Te has cansado ya del novio que
le quitaste? piensas que puedes quitarle el otro, acordndote quizs que primero se te dirigi ?
No, mam; nunca Mario Burgueo se dirigi a m. Eso creyeron, porque a l le interesaba
hacerlo creer, para que no adivinaran su verdadera intencin.
Y en cuanto a Carlos yo lo acept cuando l me busc, porque ella lo haba olvidado.
Se le saltaron las lgrimas al decir esto, y su madre advertida del punto sensible, redobl sus
golpes, para desquitarse de la confusin en que la tena. Alzaba la voz, de tal modo que Saturnina y

la chinita y aun gentes extraas se enteraban de la terrible acusacin.


Siempre le tuviste envidia! Y ahora que la ves a punto de conseguir que el otro cumpla su
promesa, andas intrigando por alejarla de l...
Laura tuvo que disimular sus lgrimas y ponerse a tender la mesa, con el mantel de los domingos, sin res-ponder a su madre, que cada vez que pasaba cerca de ella, le asestaba una pulla.
Hasta Saturnina estir la jeta, cuando Laura le peda que preparase los cubiertos o le mandara
los platos.
La muchacha no pudo resistir, y le hizo frente.
Sin duda has odo lo que me deca mam, no es cierto ?
Puede ser, contest la negra vagamente. Hablaban bien alto. Pobre Matildita !
Tambin t crees, entonces, que yo le tengo envidia ?
Ni creo, ni dejo de creer. La verdad es que la po-brecita no tuvo suerte. Ya me pareca a m
que don Pedrito andaba equivocado, creyndola por el Brasil...
Los ojos pardos de la vieja posronse enconados en el rostro dulce y triste de la muchacha.
Todos somos culpables pens Laura, por no darle la mano, para ayudarla a levantarse,
como si nos avergonzramos de ella.
Se confirm en el propsito de ir esa misma tarde a la casa de su hermana, para decirle la
palabra leal y severa que su madre no le deca.
Atormentbala el pensar en que su padre, tan ilusionado con aquella hija que se estaba labrando un brillante porvenir en el extranjero, y a quien alguien un da u otro le abrira despiadadamente
los ojos.
Cuando la chinita cruz la calle para anunciarles, de parte de misia Presentacin, que ya la
mesa estaba pronta, hallbanse los concurrentes de la peluquera embebidos en una discusin acerca de la moral libre de prejuicios religiosos.
El peluquero desde el umbral, con la navaja llena de jabn en la mano, seal de que estaba
desollando un cliente, como lo atestiguaban a mayor abundamiento ligeras manchas de sangre en la
espuma, acababa de soltar una sentencia redonda y retumbante:
La mujer, en el siglo de las luces, tiene el derecho de prostituirse. La Revolucin Francesa

ha sido hecha para eso.


Los vareadores se miraron asombrados de la bizarra de aquellas ideas, y el conde Bistolfi se
crey en el deber de introducir un reparo en la tremenda teora del peluquero, y dijo cortesmente:
Con excepcin, naturalmente, de las seoras casadas y de las nias de familias decentes.
Don Pedro agradeci con un saludo la parte que le corresponda en la excepcin.
El peluquero, un espaol petizuco, de florecientes carrillos, narices chatas, ojos desteidos e
inquietos y dientes averiados, tena en tal grado la pasin por la filosofa, que llegando a trenzarse
en una discusin que requiriese todas sus facultades, soltaba la navaja y abandonaba al parroquiano
a medio afeitar, y se instalaba en el banco a hacer frente a los adversarios de sus ideas ultra liberales.
Si al parroquiano se le ocurra protestar, lo mandaba a paseo:
Yo estoy en mi casa, y al que no le guste que se vaya.
Y as aconteci que esa vez abandon su cliente la barbera, echando venablos, con la mitad
de la cara afeitada, mientras su verdugo pregonaba:
Yo no acepto excepciones; yo en Espaa fui ultra, y aqu soy ultra, y siempre ser ultra. Y
ese es e1 renombre que me han puesto, y no lo cambio por el ms pintado.
La negrita Virginia, que no entenda de mquinas trascendentales, meti baza en el debate:
Manda a decir misia Presentacin que ya est el caldo en la mesa.
Bistolfi molestado por el fracaso de su observacin, quiso desenvolver el tema.
La moral independiente...
Pero don Ultra lo baraj en el aire:
No me hable usted de moral! Eso es reaccionario; eso es clerical.
Salvo la moral cientfica apunt don Pedro con mucha cordura. Tenemos que ser del
siglo de las luces. La humanidad se perfecciona a medida que avanzan sus conocimientos. Lo que
antes se obtena con el temor al infierno y con la enseanza del catecismo, ahora se obtiene con la
ciencia. Desde que se han aumentado las escuelas, ha aumentado la moral. Antes, por ejemplo, las
muchachas no andaban solas en la calle, ni en los tranvas, y menos en el extranjero, y hasta las
monjas tenan sus cadas. Recuerde usted en Don Juan Tenorio las aventuras de doa Ins. Es un
drama histrico. Me parece tambin que los Amantes de Teruel...

i Ca ! i no, seor ! exclam - el barbero. A esos no me los mente, porque los amantes
de Teruel...
tonta lla y tonto l... y se meti en la tienda, festejando su propio salero.
Manda a decir misia Presentacin... repiti la negrita, casi a la oreja de don Pedro, que
no soltaba la hebra del discurso.
Yo soy un hombre de mi siglo. Con el progreso de las luces, la moral que era cosa de curas
se ha transformado en una ciencia pura y desinteresada. Hay que bacer el bien, sin pensar en el
cielo, y~huir del mal. sin temor al infierno ; esa es mi moral, y la de los grandes escritores. El
catecismo, con su cielo y su infierno. destruye la moral, como dice Eugenio Sue en el folletn de
hoy... No est siguiendo el folletn del diario, don Ultra?
El barbero desde adentro, respondi desdeosamente con una frase mestiza de francs y espaol, que le daba cierta autoridad: Pas de tiempo!
i El Judo Errante! qu gran libro, amigo! Si lo tuviera encuadernado sera mi libro de
cabecera. Se aprende mucho. En Inglaterra y en Estados Unidos el libro de cabecera es la Biblia.
Yo no he estado all, pero me han contado. Debe ser porque no conocen El Judo Errante. Ou
Biblia ni qu Evangelio ! A mi denme El Judio Errante, que contiene todos los conocimientos
modernos. Aunque en materia de electricidad est un poco atrasado...
Manda a decir misia Presentacin que va el caldo. ..
Ms atrasado en electricidad, observ Bistolfi
est el Evangelio.
Le dir contest don Pedro yo no he ledo el Evangelio... . .
Yo tampoco, contest Bistolfi.
Don Ultra seguramente lo habr ledo... No es as don Ultra? Ha ledo la Biblia?
Toda no; contest el Fgaro pos de tiempo ! No he ledo ms que la Confesin del
pequeo sa-boyano, que es sacada de all.
Y qu le parece? No es ms cientfico El Judo Errante?
Toda la vida ! qu tiene que ver ! En la Biblia pas de sustancia. Es un libro clerical, escrito
en tiempos del oscurantismo, mientras que El Judo Errante es obra del siglo de la Revolucin

Francesa.
Excelente paralelo dijo Bistolfi.
Manda a decir misia Presentacin, que ya el caldo se est enfriando, y llenando de moscas,
agreg la chinita por su cuenta.
Don Pedro di un salto.
Amigo ! el caldo se nos enfra !
Se levantaron el conde y l. Misia

Presentacin se

haba asomado a la puerta, y les gritaba:


Seor conde ! Pedro ! vengan a la mesa !
Se despidieron y cruzaron la calle, Bistolfi lleno de melindres para no empolvarse los zapatos,
y don Pedro sin importrsele de los terrones que aplastaba con sus
gruesos botines de elsticos.
Misia Presentacin, por agasajar al conde, lo ubic a su lado, junto a la sopera humeante y
sustanciosa, que ella administraba.
Pulgarcito no haba concluido de levantarse, pero no tardara en caer, al olor de las humitas en
chala, de todes. los viernes.
Empezaron a comer, haciendo el gasto de la conversacin la duea de casa y el visitante; don
Pedro coma, soplando las copiosas cucharadas, y callaba, tratando de fijar en la memoria el paralelo que don Ultra hiciera tan concisamente de la Biblia y de El Judo Errante : la Biblia pas de
sustancia...
Laura lo miraba con pena : Ser yo la que tenga que causarle el gran dolor de revelarle
la verdad?
Agotada su racin, don Pedro no pudo contener por ms tiempo las ideas que le zumbaban
bajo el crneo, dijo :
Yo soy hombre de mi siglo. Amante de la ciencia y de la humanidad. Qu ms podra
agregarme la Biblia, aunque la supiera de memoria?
As es, confirm Bistolfi, meneando la cabeza de arriba abajo y sonriendo a las damas.

Adems la Biblia tiene episodios muy escabrosos: acurdese de la casta Susana...


S, s; dijo don Pedro.
Y de la Corte de Faran! agreg Pulgarcito, que acababa de entrar bostezando.
Compaero Bistolfi, se le saluda! Le descarg un puetazo en la espalda. Cmo est la
inmarcesible condesa?
Bien, bien ; recordndolo mucho...
No tanto como yo a ella. Precisamente esta noche dan en el Mayo La Corte de Faran,
quiere que vayamos? pap, mam, Laurita, vamos? El seor conde tiene un palco. ..
El conde se resign a ser el invitante, pero don Pe-dro, que se acostaba con las gallinas, declin
el ofrecimiento, alzando las manos, como si acabara de decir Dominus vobiscum.
No, no! Esos episodios bblicos no son aptos para familias. Esto es lo que quisiera hacerles
entrar a mi mujer y a mis hijos, que son demasiado clericales.
Yo clerical, pap? protest Pulgarcito, cuando comparto casi todas tus ideas !
Don Pedro no quiso interrumpirse, porque en ese instante llegaban las humitas en chala, que
no le dejaran espacio para hablar.
La instruccin vale ms que el catecismo: porque la moral es una ciencia, y no se aprende
en la doctrina sino en las aulas...
Quin dice eso, pap? interrog con mucho inters Pulgarcito.
Yo lo digo. Tambin lo ha de decir Eugenio Sue en El Judo Errante, pero todava no he
llegado al captulo en que trata de la moral.
i Me gusta eso de que la moral sea una ciencia! exclam Pulgarcito frotndose las manos.
Como nadie est obligado a ser sabio... Ya andaba yo maliciando que la moral es una ciencia,
porque me revienta lo mismo que la geometra...
Mis hijos, observ don Pedro apesadumbrado,
no han sacado mi cabeza. Solamente Matilde es amante de la instruccin. All la tiene usted, seor conde, labrndose un brillante porvenir en el extranjero.
Cmo? dijo Bistolfi, sin reparar en las furiosas guiadas de Pulgarcito.

Debe andar ya por Estados Unidos, explic don


Pedro, desatndole la faja a una humita, y hundiendo el tenedor en su vientre clido.
Pero si yo anoche he comido con ella! dijo pausadamente el conde.
i Bruto, bruto! Triple sec! le sopl Pulgarcito. clave su pico en la humita!
;Qu est diciendo? interrog don Pedro, llevndose la mano a la frente.
Y antes de que Pulgarcito amordazara al inocente
conde, en medio del espanto de misia Presentacin y
de Laura, remach el clavo con lo mejor de la noti
cia:
Cmo no ! dos veces por semana comemos con ella, en casa de mi hijastro Mario Burgueo...
Don Pedro alcanz a ver las palomas de la torre, que revoloteaban en el cuadro azul, recortado
por la ventana, sinti un fro en la frente, terrible como si los sesos se le hubieran congelado, y cay
redondo, con el tenedor en la mano crispada y rgida, barbotando palabras ininteligibles.
Bistolfi comprendi su plancha, recogi el sombrero y el bastn y sali despavorido antes de
que Pulgarcito le propinase las merecidas patadas.
Pero ni Pulgarcito, ni misia Presentacin ni Laura se acordaron de l, atendiendo slo a levantar el pesado cuerpo de don Pedro, a instalarlo en su cama, a darle fricciones, y a correr a la botica
y al almacn de la esquina para llamar a Link por telfono.
Un ataque de apoplega diagnostic Link al observar el rostro congestionado, la desviacin de las ac-dones, la insensibilidad parcial, la respiracin ruidosa.
Le han dado alguna mala noticia?
No se animaron a explicarle, porque habran tenido que mencionar a la ausente, y herir a l,
que temblaba ante el slo nombre de la ausente.
Laura al or el diagnstico, pens que una gran alegra, disipando la horrible impresin de la
noticia de Bistolfi, tal vez salvara a su padre.

Link atento a su enfermo, no advirti la emocin de su novia, en cuyo corazn acababa de


nacer un gran propsito.
Quiere venir a mi pieza, Carlos?
El no presinti, seguramente, las intenciones de la muchacha, y eso a ella la entristeci.
A m no me comprende! se dijo desalentada.
Se arrepinti luego de ese rapto de celos, recordando que el pobre Link no comprendi nunca
a su hermana y por eso la perdi. Se compadeci de l, con indulgencia maternal, y lo atrajo, y lo
hizo sentar a su lado, y le habl con lealtad y con ternura.
Si Matilde volviera a su lado, usted la recibira?
Link que responda con su habitual sencillez, sin penetrar el pensamiento de ella, ante esa
pregunta vacil, asustado, como al borde de una verdad recin vislumbrada.
Se cala, no me contesta ! exclam ella con resentimiento.
No tema Link que fuera una celada, porque conoca ln extrema lealtad de la joven; pero tuvo
vergenza de entregarle su secreto, y compasin por ella, cuya sonrisa iba transformndose en una
mueca de infinita desilusin.
Contsteme !
Yo no tengo ms que una palabra respondi l; cuando la doy, no la recojo...
Su palabra es ma ! exclam ella alzando orgu-llosamente la cara y se la devuelvo
!...
Igual que la otra! murmur l aturdido, intentando huir de aquellos ojos dulcsimos, que
sondeaban su alma.
Ahora, prosigui Laura sin turbarse, puede responderme con libertad. Tendra corazn para rechazarla, si ella volviera en su busca ?...
El sacudi la cabeza, negndose a contestar.
Un relmpago de ilusin ilumin la frente de Laura :
No la quiere ya ! -r- pens, y estuvo a punto de ceder a la tentacin de no insistir, y abandonar las cosas, sin inquirir cul fuere la misteriosa voluntad de Dios.

Pero le di valor el ver de nuevo a su padre, cado como un rbol hechado en la raz, y la idea
de que poda salvarlo.
Se aproxim de nuevo a Link y le dijo:
Carlos, voy a la botica, para apurar las recetas... Piense en lo que le he dicho... Piense que
yo merezco saber esa verdad que me esconde...
Acaso la s yo? respondi l vacilando.
Laura lo mir intensamente y sali, dejndolo humillado y estremecido por las visiones que
suscitaban sus palabras.

Captulo X
Un hombre de honor
Pasado el estupor de esa pregunta inesperada y desconcertante, Carlos Link se sinti punzado
por una sorda clera. Su temperamento reconcentrado no se expanda nunca en frases, ni en gestos;
y sus dolores eran pudorosos como sus alegras.
Sali sin esperar la vuelta de Laura. Nada en su aspecto denunciaba su interna agitacin ; su
imaginacin era un mar, cuyas olas se batan sin ruido contra su imperiosa voluntad.
Qu le acababan de proponer? estaba en su juicio la pobre criatura, que, con una sonrisa en
los labios y un resplandor triste en los ojos, le habl de Matilde?
Qu insensatez pensar que pudiera humillarse hasta perdonarla !
No la haba olvidado. Cmo poda olvidarla, si en ella se encarnaba la ilusin de su juventud
contenida y profunda?
Ni la olvidaba ni quera olvidara, porque la afrenta fil una leccin para su inexperiencia y
su ingenuidad.
Todava temblaba al or su nombre; y a veces...
ay ! a veces le pareca que se estaba engaando a s
mismo, y que festejaba a Laura para libertarse de aquel amor.
EI mismo entusiasmo con que hablaba en cartas a sus padres, de su noviazgo, le infunda
sospechas, porque no estaba en su carcter.
Para robustecer su voluntad, pensaba en la vida sin honor de Matilde, y se complaca en cargarla de culpas, y como lo que ms lo irritaba era el pensamiento de que viva feliz, imaginbasela
bajo la figura de una mujer sin dignidad y sin remordimientos.
Oh ! si alguna vez naca en ella el arrepentimiento, y volva a la casa de sus padres, y se
encontraba con l, y le peda perdn, pondra todo su arte para perdonarla, hacindole sentir que la
despreciaba.

Slo esa misericordia tendra para ella.


Caminaba apresurado y distrado, irritado consigo mismo, porque no supo contestar a Laura,
y la dej tai vez con la impresin de su debilidad.
Las mujeres ms leales, son capaces de las ms refinadas malicias.
Link lo saba como nadie, y con esa exageracin de la desconfianza, a que se dejan llevar las
gentes sencillas y escarmentadas, estaba dispuesto a recelar de toda accin que no comprenda.
Parecale, sin embargo, una injusticia dudar de la sinceridad de aquella muchacha, que con
tanta dulzura y humildad haba curado su corazn.
Si le haba dicho: Perdnela, recbala, era porque senta que debia perdonarla y recibirla.
Pero cmo poda sentir eso, cuando diariamente recoga de sus labios las ms conmovedoras
confesiones de amor? En dnde estaba la mentira?
Lleg a su consultorio, guarnecido de muebles nuevos y sencillos, y se encerr en su cuarto,
deseando que nadie le perturbase.
La casualidad quiso contrariarlo, y al poco rato su sirviente le anunci la llegada de un enfermo, y luego de otro y otro, que le absorbieron la tarde.
En distinta ocasin se hubiera alegrado, porque a su padre que le escriba incitndolo a volver
de una vez a Helvecia, donde hallara clientela, respondale desfigurando la realidad, que en Buenos
Aires ya iba consiguiendo lo mismo.
Lo cierto era que una fuerza misteriosa lo retena en la gran ciudad.
No se atreva a analizar los motivos indistintos y vagos de una conducta contradictoria con el
plan de toda su vida, porque tena miedo de encontrarse como en una encrucijada, con la humillante
verdad: Pobre hombre! confisate que no la has olvidado!
Mientras l luchaba con su pensamiento y sus dudas, una dbil mujer, sin vacilar, realizaba una
jornada infinitamente ms penosa.
Laura que no haba visto a Matilde en todo ese tieni po, presenta una dura acogida, y la mano
le temblaba, al apretar el botn de la campanilla elctrica.
Sali Dositeo, que la mir sonriendo con una mezch de desdn y de obsequiosidad, cuando
le dijo su nombre.

La presencia de aquel criado, insolente y servil, re-cord a la joven que esa no era la casa de
su hermana, sino la casa del hombre que viva con ella, y tartamude al preguntar si poda verla a
solas.
Dositeo hizo una guiada imperceptible, y la hizo pasar.
Laura no poda imaginarse a qu bajezas haba descendido la voluntad de su hermana, en la
terrible lucha que estaba librando.
Sentase perdida, y se arrepenta de haber buscado el apoyo de Fraser y de haber seguido su
consejo de ir a la iglesia. Nadie remediara su mal. Era estpido e intil rebelarse contra el destino.
Cuando uno cae tiende instintivamente las manos, buscando algo a qu asirse.
Vana ilusin ! En ciertas cadas en su cada ! lo mejor era cerrar los ojos y hundirse
oscuramente en el abismo.
Cuando le anunciaron a Laura se imagin que Fraser haba vencido su altivez, decidindola a
socorrer a la hermana que afrentaba el nombre de la familia; y este pensamiento, en esa hora en que
toda compasin la humillaba, llenla de furor.
Baj impetuosamente, abri la puerta de la sala, y se detuvo, en actitud de quien cierra la
entrada.
Laura que corra a abrazarla, se qued inmvil, ante aquella imagen del orgullo y del resentimiento.
Qu casualidad ! le dijo Matilde, al cabo de un rato de silencio, en que Laura no acert
con la primera palabra de un saludo estaba pensando en ti !
En m? he hecho bien en venir?
La terquedad con que la joven segua interceptando
la puerta, y el fulgor de sus ojos, oscurecidos por el fosco ceo, contuvieron a Laura.
Pensaba en Fraser, y se me ocurri que ira a verte, que te contara lo que yo le he contado
y te empujara hasta el umbral de mi casa...
Solt una carcajada malvola, adelant dos pasos y se sent en un silln.
Vamos a ver: a qu has venido? qu te ha contado Fraser?
Nada; yo no he hablado con l; nadie me ha dicho que viniera.

Qu ocurrencia! Todos han pasado un ao sin acordarse de m, y a todos al mismo tiempo,


les ha vuelto la memoria; Fraser, mam, ahora t...
Yo no he hablado con nadie; repiti Laura, in timidada por tanta desenvoltura.
Habrs venido como l, a darme consejos...
He venido porque pap est murindose...
Matilde, que tena por su padre un gran cario, acrecentado en la ausencia, se levant de golpe.
No mientes?
Nunca he mentido, y t lo sabes. Ha tenido un sncope en la mesa...
Ah! No ha muerto? de veras, no ha muerto? Ha dicho que quiere verme? has venido
a buscarme?
No, no, no!
Qu quieres decir? Si no has venido a buscarme por qu ests aqu?
Llegaba el instante de la explicacin, y Laura titubeaba. Haba dado bien su primer golpe,
desarmando acuella vanidad exasperada, pero no era eso lo ms importante.
Me dejas sentar? pregunt dulcemente, y la otra le indic una silla a su lado.
Sintate.. ,: Si fuese verdad que pap se est muriendo, no estaras tan tranquila.
T no sabes cmo estoy!
Matilde observ en silencio el rostro plido, los ojos tristes, los labios dolorosos de su hermana y comprendi que la acusaba injustamente.
Habla de una vez ! Qu ha sucedido... ?
Pap recibi en la mesa un mala noticia y cay redondo...
Qu mala noticia? interrog la joven, sospechando lo que era.
dime la verdad !
A eso he venido: respondi Laura severamente, le contaron tu historia.

Matilde se volvi a levantar, como afrentada por un latigazo, y de nuevo su orgullo le dict
la respuesta :
Ah! Has venido a echarme la culpa de la muerte de pap ? Si l ya lo saba todo !
No; l no saba nad; no ha muerto; t puedes salvarlo...
Yo?
S... .
Y dices que no has venido a buscarme ! y dices que yo puedo salvano! quin te comprende? repuso Matilde rindose nerviosamente.
Oyeme con paciencia: pap no saba tu historia. Bistolfi dijo una palabra y l se di cuenta.
Si ahora aparecieras a su lado, con ese traje, con esas alhajas, con esa alegra.. .
Alegre yo? ests loca!
No ests alegre? Ya me imaginaba! Si ahora aparecieras con esa risa y esa desenvoltura,
comprendera que tu cada es irremediable. Pero si fueses de otro modo...
Matilde la interrumpi, lanzando una carcajada estridente. .
Cada irremediable ! cada irremediable ! Y dejara de ser irremediable esa cada, porque cambiara de traje, y me quitase los aros, y fuese llorando, con cara de monja? Y pap creera
otra cosa, que la verdad, y sanara como por encanto? Qu desatino! Yo ir a verio tal como estoy,
y l sentir cunto lo quiero.
As no lo sanars : si con la alegra de verte le llevaras el consuelo de asegurarle que el porvenir de la hija que l ha querido ms, no ser como l lo presiente ahora, entonces s, lo llenaras
de ilusin.
La hija que l ha querido ms! murmur Matilde.
Le volveras la salud, con slo mostrarle que cambia tu vida.
Matilde levant bruscamente la cabeza, y dijo:
Qu tienes t que decir de mi vida?
Laura se haba dejado caer hasta el suelo, a sus pies, y le retena las manos para desarmar su
soberbia.

El hielo se fundi en el corazn de la extraviada, y como la otra dijese: Todos en casa te


esperamos!, ella se ech a llorar.
i No, no ! Estoy atada para siempre. Si supieras !...
Laura record la discusin con su madre esa maana, y temi aventurarse demasiado, afirmando que todos la esperaban en su casa. Los que se haban dejado contaminar por la codicia no
esperaban que volviera con las manos vacas y sin honor.
Mam ya me lo ha contado, dijo y no tuvo nimo de seguir.
Ya ves si estoy atada! No puedo dejar de ser lo que soy, ni para ir a cuidar a mi padre.
Fu tan desesperado el acento con que lanz esta queja, que Laura empez a besarle las manos
llorando.
Yo te dir lo que has de hacer.
Si volviese, hasta mi hermano me echara en cara mi vergenza-, mi destino est fijado; he
querido resistir, y he visto que es intil. Estoy cansada!
Yo te dir lo que has de hacer! repiti Laura con efusin.
Has llegado cuando ya no tengo fuerzas.
Yo te dir tambin dnde vas a hallarlas.
Matilde sonri lastimosamente.
Si supieras que he querido confesarme y no me absuelven !
Laura pens un momento, y dijo sin mirarla, para no aumentar su confusin:
Has hablado con el padre Ramn?
Vive todava ? Hace mil aos que nada s de l ! Est siempre a la vuelta de casa?
S, l te conoce desde chica, ..
Pero l, tambin, dudar de mi propsito, cuando le diga que por salvar mi nombre, que no
es slo mo, sino de mi padre, y de mi madre, y tuyo y de tu novio, y porque me cumplan la palabra
que me dieron, tengo que volver a esta casa. Porque slo volviendo, tendr alguna esperanza de que

mi hijo no sea un abandonado...


Escchame ! Habla con el padre Ramn, que podr creer en tu propsito, porque te conoce, y te absolver ...
El padre Ramn respondi Matilde desesperadamente no podr torcer la voluntad de
Mario. Slo as puedo salvar a mi hijo. No quiero pensar en esto! Ay, Laura, que ilusin tena de
verlo grande!
Slvalo ! exclam Laura conmovida. Viviras mil aos y no acabaras de llorarlo.
Slvalo !
No, no, no! Me han sealado un camino, y no puedo apartarme. Qu hombre de honor se
casara conmigo si mis culpas tuvieran que aparecer a la vista de todos?
Y el que te mandara sacrificar a tu hijo, sera un hombre de honor?
Matilde tard en responder, porque esa cuestin hiri sus ojos con vivsima luz.
No, seguramente no! dijo al rato.
Y entonces qu derecho tiene un hombre as de sealarte un camino?
Matilde no contest.
Volvera a engaarte!
La otra sigui callada, y Laura, creyendo que su silencio era docilidad, se atrevi a hacer la
dolorosa propuesta en que sacrificaba su propio corazn.
Yo conozco un hombre de honor que se casara contigo.
Tal como estoy? pregunt Matilde con despiadada irona.
S ; un hombre que cree que el honor est en el fondo de las cosas, no en las apariencias.
Matilde, cuyos labios temblaban ligeramente, la mir y su gesto fu brusco y receloso.
Quin es ese hombre de honor?
Carlos Link.
Ya te has aburrido de l?

Laura, herida por el sarcasmo, logr contenerse y declar con dulzura:


El te quiere siempre !
Me quiere siempre? Quin lo hubiera dicho! Se resign como un cordero, no se veng,
y ahora se siente con nimos para desafiar el mundo casndose con una abandonada, y dndole
nombre a su hijo?
Nunca supiste cmo te quiso! respondi Laura, y su palabra fu una queja contra ella y
tambin contra l. Ni l mismo sabe cmo te ha querido ! Yo s ! Yo s !
En esta afirmacin vibraba el orgullo de su corazn, por haber penetrado los secretos del
hombre, a cuyo amor renunciaba.
Y a ti, su novia, no te ha querido?
En m ha querido tu recuerdo.
Los ojos tristes se escondan para no revelar la contradictoria ansiedad de aquella alma, que
deseaba persuadir y no persuadir,,.
No se ha vengado!
No, no se ha vengado ! Ahog su dolor, para no envolverte en el escndalo. Ya vers, la
vida misma, lo vengar mejor que su propia mano...
Si me ha querido as, no podr perdonarme.
Te dir donde vive, para que vayas a verlo.
Me echar ! Si tiene la menor dignidad, me despreciar.
Le confesars la verdad; tu hijo ser tu defensa. El honor para l no se funda en la mentira.
Y te quiere... ! De veras, no comprendiste nunca cunto te quera ?
No tengo fuerzas!
El padre Ramn ver tu dolor y tu propsito y te absolver.
Pasaba el tiempo, y era de temer que el dueo de casa volviera y se encontrase con Laura.
Se despidi sta, y sinti en el largo abrazo, los latidos del corazn donde haba sembrado su

esperanza, y sali conteniendo el llanto, como un nio que acaba de entregar sus juguetes, que son
toda su dicha.
No habra sido imprudente al prometer un perdn que no estaba en su mano ? Dios dira !
Esa noche fu de nuevo Link a examinar al enfermo; pero, hallndolo mejor, no quiso detenerse. Laura se qued intranquila.
Al da siguiente, por la maana, lo vi llegar de nuevo, plido como si no hubiera descansado
un minuto. Don Pedro haba pasado penosamente la noche, pero se durmi al alba y Link no quiso
despertarlo y volvi a salir.
Laura lo sigui llena de angustia, y le habl en la puerta.
Carlos! No tiene nada que decirme?
Si, tendra mucho que decirle; pero le hablara de usted... contest l sin volverse.
Est resentido porque le habl de Matilde?
No me hable ms de ella! hbleme de usted!
Aunque haba renunciado a l sinti Laura una intensa alegra; pero no quiso gustar su dulzura.
Slo usted puede salvarla ! No era verdad que la quera tanto ? Si usted 110 la salva,
se perder para siempre !
El huy perseguido por el rumor de estas palabras.
En su casa le anunciaron que una muchacha haba ido en su busca, y por la descripcin que le
hicieron, comprendi que era ella.
Sali de nuevo y vag sin rumbo hasta cansarse, y slo volvi a su casa cuando entraba la
noche.
En la salita de espera aguardaba una mujer, cuya figura se borraba en la sombra.
Pero l la reconoci. Se le acerc y al tomar su mano temblorosa y helada, todo su encono se
desmorono como una torre de arena.
El padre Ramn... balbuce ella, Laura, tambin, me han dicho que venga...
El inconscientemente, quiso calentar aquella pobre mano .y se puso a besarla.

Entonces no es mentira lo que me han dicho? exclam la muchacha, sin levantar los
ojos, he tenido tanto miedo para venir!
Esa misma noche Matilde volvi a la casa de su padre.
Cuando don Pedro sinti pasos que no reconoca, y abri los ojos y la vi. le tendi los brazos
llorando.
Hijita ma! Crea no volverte a ver ms!

Captulo XI
El encuentro
Lleg el otoo.
Fraser no haba podido juntar el puado de pesos que necesitaba para mudarse de barrio y
alejar a su hija de la asechanza de su madre. Sin abandonar su propsito, vigilaba cuanto poda las
relaciones de Liana y trataba de adivinar los planes de Beatriz Bolando.
Una siesta, desde su azotea reconoci una muchacha que se detena ante la puerta de Lohengrin. Era una costurerita, que alguna maana haba ido en busca de su hija, por asuntos de su oficio.
Intrigado, se qued largo rato espiando la odiada mansin, y oyendo en el cuarto vecino el
laborioso rumor de la mquina de Liana.
No fu intil su espionaje; una hora despus se detena ante la misma portada el automvil
harto conocido de Mario, y descenda el joven, que entr, sin titubear, como amigo ntimo de la
casa.
Liana se aproxim a su padre:
No vas a salir, pap? Quieres que te haga caf?
Fraser contest con impaciencia:
Djame!
No quera perder ningn incidente de lo que ocurra en aquella casa.
Mario mismo le cont una vez que haba estado en una fiesta en Lohengrin, y Fraser, comprendiendo que el joven quera sondear su pensamiento, no quiso hablar de tal asunto.
Ya no se daban fiestas all; mas, por lo visto, Mario segua frecuentando la casa. Fraser sospech que Liana era el principal objeto de sus conversaciones. Tuvo miedo de perderla, y sin embargo, por no afrontar sus preguntas, no se anim a llamarla para inquirir lo que ella saba acerca
de aquella casa. .
Beatriz Boiardo tena la costumbre de encerrarse en el cuarto de pinturas, como llamaban al de

la torre, cuyos ventanales se abran hacia todos los rumbos.


Desde all se encontraba ligada, en cierta manera, a la vida de Liana; la vea salir, con su paquete debajo del brazo y su porte distinguido, que aun cuando vistiera al igual de una muchacha del
pueblo, la haca inconfundible.
Beatriz, que era una artista despareja, laboriosa e inspirada unos das, y otros aburrida e impotente, pasbase horas espiando la casa de Fraser, negndose a todos, menos a aquella modistilla ya
Mario, porque los dos podan llevarle nuevas de su hija.
La muchacha llambase Delfina Blanco, y haba conocido a Liana en circunstancias cuyo
relato oy Beatriz con angustia y dolor.
Fu al comenzar el verano, la terrible estacin muer-ta para las obreras de la moda, cuando el
trabajo disminuye y pierden sus jornales.
Liana que buscaba dnde ganar siquiera para el alquiler, ley un aviso en que una gran tienda
solicitaba empleadas.
Acudi llena de ilusin. Al entrar, unas mujeres estacionadas en la puerta, la insultaron, por lo
cual se alegr ms de que en la tienda la aceptaran. Mas al penetrar en una gran sala, donde estaban
en hilera las mquinas, inmviles, enfundadas, siniestras en su quietud, comprendi que una huelga
paralizaba los talleres.
Por qu ha sido? se atrevi a preguntar.
El jefe, que la acompaaba, encantado de empezar a sustituir el personal huelguista, le explic
:
Viene el verano, y los pedidos disminuyen. La casa no necesita tantas obreras y por no
despedir a la mitad, ha resuelto darles slo medio da de trabajo, y medio jornal. Pero ellas no lo
consienten y se han declarado en huelga.
Liana se qued callada y pensativa.
Dicen, prosigui el jefe que el sueldo entero no les alcanza, y que reducrselo a la
mitad es condenarlas a morir. No-entienden que la casa no puede sostener obreras que no necesita.
No entienden...
No entienden! repiti Liana, con dolor; pero es que no pueden entender! Ni siquiera
entenderan que yo tambin tengo derecho de trabajar y de vivir. La miseria es una prisin. Para m
hallar este empleo es como hallar la llave de mi prisin. Y sin embargo...

Va a venir desde hoy? interrog el jefe, inquieto por la vehemencia que puso en esas
palabras.
No .seor. No quiero estar contra ellas, que son mis hermanas. Son injustas; me han insultado al pasar. Si les explicara, no me comprenderan; pero no he de hacerles dao.
Y se despidi desilusionada.
Que suceda lo que Dios quiera !
Una muchacha en la calle, se le aproxim y la injuri. Liana apret el paso ; la otra la sigui,
azuzada por las voces de sus compaeras.
La hija de Fraser se par, y plida y digna, le dijo mirndola cara a cara:
Por qu me insulta? Yo iba a buscar trabajo, sin saber nada de la huelga. En cuanto he
sabido, me he negado a aceptar el que me daban. Por qu, pues, me insulta ?
La muchacha se inmut y se contuvo.
Dice la verdad ?
Liana, que la miraba con atencin, record de pronto haberla visto en el patio de aquel srdido
conventillo de Luis Gabaldn, el to de su sirvienta Soledad, un da que fu a pedir un socorro para
la infeliz.
Yo la conozco a usted djole dulcemente.No es Delfina Blanco? No vive en la -casa
de Luis Gabaldn? Venga conmigo, voy a contarle por qu la recuerdo.
La muchacha, subyugada, la sigui y se alejaron del grupo airado de huelguistas.
Hace tiempo fui a esa casa, para hablar con el dueo. Conoca sus ideas socialistas...
i S, s ! dijo la muchacha con una mueca.
Cre que lo hallara dispuesto a ayudar a una persona de su sangre, que le sirvi muchos
aos sin ningn sueldo, y que estaba en la miseria.
La atendi? pregunt con irona Delfina Blanco; y Liana, por toda respuesta, sonri
desalentada.
Ese da me vi?

Al pasar por el patio en busca de Gabaldn, vi algo que no olvidar nunca, un pobre hombre, sin fuerzas para levantarse de la cama, cosa un traje de encargo, arrimado a la puerta, para
tener un poco ms de luz. . .
Era mi padre, murmur la Blanco, estaba enfermo, tuberculoso..., la enfermedad de
los pobres... sabe?, pero no poda dejar de trabajar un minuto... Trabajaba con rabia, tosiendo
arriba de las ropas que cosa, para vengarse de los que las compraran. Los discursos que mi padre
ha odo desde su cama !
Discursos? interrog Liana.
Si ; en ese conventillo hay una pieza, donde se rene un comit socialista. Hablan contra
las gentes de mala entraa, que estrujan a los pobres. Y no creo que haya propietarios ms codiciosos que ese Gabaldn, que es el presidente del comit y el que habla ms fuerte. Mi padre lo
escuchaba...
Yo no he vuelto... dijo Liana, sin atreverse a hacer una pregunta.
La muchacha comprendi, y dijo:
Ya se muri! Debajo del delantal gris del taller, llevo el traje negro.
Seguan caminando apresuradamente. Las facciones hostiles de la joven huelguista, se haban
transformado, y aparecan como eran, dulces y tristes.
Liana prosigui:
Ese da vi a una muchacha, que entr cantando, con un ramo de flores, y se las di al enfermo.
Era yo ? pregunt ingenuamente Delfina Blanco.
S, usted.
Le pareci mal que cantase?
No, no! Al contrario. La envidi, porque me imagin que era la hija de aquel pobre sastre,
y admir su voluntad de fingir alegras, para consolarlo... Y averig su nombre.
No, no finga... ! Yo soy as, cambio continuamente. Ya ve; hace un momento la insultaba;
ahora quisiera ser su amiga. Usted no tiene trabajo y yo tampoco. Juntas lo buscaramos. Vivo en
la misma casa, en la misma pieza donde muri mi padre; y los sbados a la tarde, cuando no salgo,
oigo los mismos discursos que l oa. De todos los que hablan, slo hay uno que me convence,

porque, sin duda, cree lo que dice. Es Fermn Velarde.


Lo conozco; dijo Liana es amigo de mi padre.
Desde ese da la muchacha del pueblo, Delfina Blanco, y la pobre y aristocrtica Ana La Fraser, se hicieron amigas y juntas solicitaron trabajo, hasta que una casa de modas emple a la Blanco,
y consinti en enviar costuras a Liana, que trabajara a domicilio.
Por ese tiempo Beatriz Bolando buscaba a su hija. Quera hallarla en otro lugar que en la casa
de su padre; pero antes necesitaba conocer qu saba ella de su historia y cmo la acogera.
Para aproximrsele se mand a hacer trajes en aquella casa, y pidi que se los enviaran a
Lohengrin, con la compaera de Liana.
Hoy tengo que probar un traje a una seora que vive cerca de tu casa, y que se te parece
como si fuese tu madre!
Ana La oy estas palabras con viva ansiedad, y cerr los ojos. Todo giraba a su alrededor. Se
iba a traicionar... Pero tuvo fuerzas para callarse. Mucha oscuridad haba an en su corazn, pero
ya presenta historia de aquella mujer, y la amaba instintivamente, y aunque no conoca cul era el
crimen que cometi contra su padre, estaba resuelta a alcanzarle el perdn.
Beatriz Bolando interrog y gan la voluntad de la empleada, que en dos o tres sesiones de
prueba, le refiri cuanto saba, y le prometi guardar secreto acerca de lo conversado.
Y as lo hizo. Liana miraba a su compaera con ardiente curiosidad, sin interrogarla, intrigada
por su reserva, y cada da ms inquieta por la actitud de su padre, a quien la sola vista de la torre de
Lohengrin, encenda en un reconcentrado furor.
A menudo lo sorprenda en la ventana del cuarto que fu suyo, y que era de l ahora, acechando lo que pasaba all.
Una vez no pudo callarse ms y habl a Delfina Blanco.
Yo quisiera ver a esa seora que vive en Lohengrin.
Tambin ella quiere verte, contest la muchacha sorprendida.
Y se quedaron calladas, como si ambas a un tiempo hubiesen violado un pacto. Delfina dijo
luego:
Maana sbado, en casa hay una reunin de ese comit.

Pronunci con odio las palabras ese comit, porque tena los odos llenos del rumor de aquellos discursos humanitarios, y el corazn amargado con el recuerdo de su padre, que haba muerto
esquilmado por uno de los que hablaban all de amor y de justicia.
Vearde va a dar una conferencia. Nunca lo has odo? Vale la pena, por que l dice lo que
siente.
Liana se haba ruborizado, recordando una conversacin de ella con aquel amigo en quien
pensaba mucho y que ahora frecuentaba su casa.
Una Vez ella le revel su propsito: Yo no me casar hasta que haya encontrado a mi madre.
No . muri ? le pregunt l, pasmado por la extraa revelacin ; y ella respondi : Estoy
segura de que vive. El era tmido, y le cost un heroico esfuerzo decir una sencilla palabra, para
obtener de ella una promesa: Si su madre vive, y yo se la devuelvo con qu me pagara?
Liana seria y conmovida, a pesar de que l sonrea, para atenuar el efecto de su pregunta, contest
tendindole la mano, como para firmar un convenio: Yo me casara con el hombre que me
devolviera a mi madre...
Ignoraba qu pasos haba dado Velarde en tal sentido; y al escuchar la invitacin de su amiga,
asoci la imagen de l, y la de la seora de Lohengrin.
Mir fijamente a Delfina, para que no le escondiera la verdad.
Esa seora va a ir. .. No es cierto?
Si.
Yo tambin ir, contest Liana.
Por eso al da siguiente, Fraser desde su ventana, vi a Delfina llegar a la casa de su mujer.
Lohengrin haba vuelto a ser la mansin clausurada y misteriosa, como en los tiempos de
abandono. Ya no se daban fiestas en ella, y de noche sus paredes ennegrecidas por el moho, se
borraban entre la oscura arboleda.
Beatriz Bolando cambia de vida, decn las gentes.
El jarinero Japons rastrillaba las piedritas de los caminos, apenas contest elsaludo de la
muchacha, que permaneca indecisa un momento. Quin la llevara ante la seora?
Sentase el hlito del otoo. Una arista de hielo cortaba el ambiente dorado y tibio de la tarde;
y tal silencio envolva los jardines, que cuando el jardinero detena su rastrillo, se oa saltar a los
gorriones sobre las hojas secas del suelo.

Beatriz Bolando, oprimida por la poesa melanclica de su palacio, se refugiaba en la torre.


Para aliviar su aburrimiento, pasaba horas pintando, y aunque no era una gran artista, senta y expresaba el alma del color.
Vi a Delfina, se asom y le hizo una sea. Una criada mostr a la joven la escalera por donde
se suba, pero no la acompa.
La servidumbre que antes pululaba en Lohengrin, y se precipitaba al encuentro de los visitantes, ahora escaseaba, como si su duea quisiera rodearse de silencio y de quietud.
Beatriz Bolando acogi a la muchacha con indisimu-lada ilusin, y cuando supo que esa misma tarde se le ofrecera la ocasin de mostrarse a Ana La, se puso mortalmente plida.
Con qu le voy a pagar, Delfina, el favor que hace? murmur tomando las manos
de la joven
Usted no sabe por qu quiero verla ! Cuando sepa...
S ; respondi Delfina si s...
Sabe quin soy yo, para ella?
S, seora.
Sabe que soy su madre?
S, seora. Ya mucha gente en Buenos Aires, lo sabe...
Y ella, Liana?
No s, contest la muchacha, que verdaderamente ignoraba hasta qu punto se haba
aclarado en el alma de su amiga aquella sombra historia.
Llamaron a la puerta, y Beatriz Bolando se volvi a sentar ante el caballete.
Todo cambiaba en ella, sus trajes, su fisonoma, su acento. Su voz no era ya pueril y afrancesada, lo que sutes prestaba cierto encanto artificioso a su conversacin: era ardiente y contenida.
Adelante! dijo, adivinando quin era.
Entr Mario.

En los labios de Beatriz no vibraba ya ese imperceptible desdn con que las malas mujeres
acogen a los hombres, por que han conocido su miseria. Muy ciego habra estado el joven si no
hubiera advertido la transformacin que experimentaba su persona y su existencia; pero l tambin
cambiaba.
Delfina Blanco salud y se fue. Beatriz dej la paleta y sin soltar el pincel, tendi a Mario la
mano izquierda, en un ademn elegante y familiar.
No te esperaba!
He venido a traerle una buena noticia.
Un recplandor ilumin aquella frente, y Mario se apresur a explicarse:
i No, no! perdneme; la noticia es buena para m, no para usted.
Qu pasa? pregunt Beatriz dejando el pincel, y volvindose enteramente hacia Mario,
que arrimaba al ol caballete un silloncito.
Que soy libre, libre, libre !
Ella, interesada slo por las cosas relacionadas con Liana, recibi framente la nueva.
Recogi el pincel, y dijo :
Se casaron ya ?
Si, ayer ; y anoche mismo l se la llev a su Helvecia . Libre, pues, de pesadillas y de
remordimientos ! Felicteme, Beatriz.
Ella le ech una ojeada escrutadora.
Enteramente libre de remordimientos?
Como un recin nacido ! Yo siempre he asegurado a mis amigas que soy mascota para
ellas. Hasta ahora ninguna ha dejado de encontrar al final del camino, una coronita de azahares, ms
o menos inmaculados. Qu remordimientos puedo tener?
Beatriz se puso a pintar: Mario observaba su perfil ntido, sus cejas juntas, su boca enrgica y
muda. ( Cmo va cambiando esta mujer! y crey necesario abandonar su tono chancero.
No cree que esto me acerca un poco a Liana?

No s, no s, respondi Beatriz, dando sobre la tela nerviosos toques de pincel.


Hasta ahora no la he hablado, porque ella conoca la historia con la pobre Matilde. Pero
como ya es agua pasada....
Beatriz se volvi hacia l rpidamente.
Vas a hablarla ahora?
Har lo que usted me aconseje. Tengo fe en su poltica.
Yo no la conozco! exclam Beatriz, abandonando el pincel, desmayadamente. Yo no
puedo aconsejarte. A veces querra que llegara a ser tuya, porque siendo as no sera mi enemiga...
A veces pienso que la haras desgraciada. . .
Por qu piensa eso? le reconvino l, mortificado qu hay en m que la inquiete?
Frialdad y egosmo! contest Beatriz; y los dos quedaron callados; hasta que ella pos
en l los ojos ardientes, como para endulzar el agravio.
No te resientas, porque ser egosta y fro, es ser elegante.
l se desentendi de aquello, y dijo:
Qu mujer extraa es usted! Siendo capaz de todas las hazaas, no ha logrado cambiar
una palabra con su hija.
Tentaba su audacia, confiando en su ayuda, si volva al hogar de Fraser.
Comenzaba a recelar de su porvenir. El casamiento de Matilde con Link, una liberacin para
l, no le caus la alegra esperada. A veces le entraba el desencanto de la soledad, y se imaginaba
que el amor de Liana renovara las fuentes de su vida.
No la he hablado todava, porque no conozco su corazn! pens con dolor Beatriz, pero
no lo dijo. Alejse del caballete y fu a sentarse en un divn.
Quin es Velarde? pregunt de repente.
Mario percibi alguna intencin oculta, y respondi con acento liviano :
Me parece que usted sabe mejor que yo quin es Velarde!
Nunca lo has odo nombrar?

S ; pero no le conozco ms que el apellido.


Es un amigo de Fraser?
As creo.
Y es amigo de Liana?
Mario no disimul ya su inquietud, y suplic :
i Usted sabe ms que yo sobre estas cosas ! Cunteme lo que sepa!
Un hondo inters se dibuj en las expresivas faccio-nes de Beatriz. Yo lo crea incapaz de
enamorarse pens: Verdaderamente Liana lo ha cautivado.
He odo decir que Velarde visita a Liana.
Pobre muchacho ! di jle, aligerando con una sonrisa la impresin que deba causarle
su revelacin:
Bah! exclam l, tratando de fingir aplomo. Yo tambin he odo decir eso. Pero es un
gato, sin apellido, sin relaciones sociales, que vive de un sueldito, y que para colmo es socialista.
Ouin le ha hablado de Velarde?
No recuerdo, contest ella.
Sus ojos buscaron, por encima del casero, la ventana del cuarto de su hija. Sus cristales enviaban el reflejo del sol hacia la oscura torre de Lohengrin.
Beatriz percibi ese rayo tibio, que vena hasta ella,
V le pareci de buen augurio, como si fuera el pensamiento misericordioso de su hija.
Mir la hora en su reloj-pulsera.
Tengo que salir.
Mario se levant y murmur con resentimiento :
Todo cambia en su vida! hasta las horas de salir!
Lo que mi corazn ha cambiado.

Ve. Antes no tena conmigo esos tapujos.


Lo dices porque no te digo quin me ha hablado de Velarde?
No me interesa ese tipo! respondi bruscamente encogindose de hombros, y sali.
Beatriz se haba echado a reir de su actitud.
Ahora que su camino se cruzaba con el de ella, no se le opondran obstculos imprevistos?
Qu saba, qu pensaba, que senta Liana de su madre? Cmo
obraba sobre su corazn el inextinguible rencor de Fraser ?
Beatriz mir de nuevo la hora, calcinada, como un amante, por la impaciencia de la cita.
Sus inquietudes hubieran crecido infinitamente, si hubiese podido ver lo que ocurra detrs de
aquella ventana baada de sol.
Fraser, que haba visto salir a Delfina, de pronto oy su voz en la escalera de su propia casa.
Hablaba con Liana. El se acerc, mas no pudo percibir lo que decan. Slo observ, cuando la
muchacha se fu. que su hija quedaba desazonada, como si la agitara un oculto propsito.
Volvi a su sitio y tom un libro y fingi sumergirse en la lectura. Tan pequea era su casa, que
desde su silla, vigilaba las andanzas de Liana, aunque no la viese.
La sinti ir y venir en su dormitorio y abrir su ropero. Va a salir se dijo.
No poda dudar de que Beatriz Bolando ansiaba encontrarse con ella. Cascarmi, que era un
excelente viga, le advirti una vez que uno de los japoneses de Lohengrin, rondaba la casa.
Estaba seguro de que el primer encuentro no se haba realizado an, pero eso no poda tardar.
Aunque l huyerade la ciudad y se enterrara en el campo, ella, omnipotente por su riqueza, descubrira su refugio.
Qu habra hecho l, si una noche, al volver a su casa, los ojos radiantes de Liana le hubiesen
revelado el encuentro? He visto a mi madre! Por qu
me dijiste que haba muerto? Por qu me engaaste?
En un sola mirada, sin hablar, ella le arrojara esta imprecacin, y l no tendra ms remedio
que manchar sus odos con su historia miserable, y decirle despus : Elige entre ella y tu padre.

Pap, no vas a salir?


Por la inquietud de Liana, que lo hablaba, ponindose el sombrero, sospech que el temido
encuentro iba a realizarse.
No! no voy a salir!
Yo s dijo ella emocionadsima.
No, tampoco t.
Pap.. !
Liana ! no quiero que salgas !
, Pap, tengo que ir a casa de esa chica; vino a
buscarme; tiene trabajo para m.
Dnde vive?
En la fonda del to de Soledad...
Empezaba a temblarle la voz. Para hacer ms explicable su turbacin, revel una parte de la
verdad.
Pap, no te enojes; quera or un discurso de Velarde. Va a hablar all, en el comit socialista... Quiero saber cmo habla a esas gentes llenas de odio, un hombre como l, que tiene corazn...
.
Fraser la interrumpi violentamente.
Qu te importan esas cosas ! ests mintiendo ! no quiero que salgas!
Liana se quit el sombrero, arroj sus guantes, en un mpetu de clera, y se refugi en su
cuarto.
Por primera vez pens que su padre era injusto con ella.
Al cabo de algunos minutos, Fraser fu en su busca, vi cerrada su puerta y la dej.
Acababa de detenerse frente a Lohengrin el automvil de Beatriz Bolando.

No hay duda, se dijo, iban a encontrarse, en aquella casa. Pues bien, ella se encontrar
conmigo.
Se imagin la escena, y experiment un gozo vehemente, al imaginar que no se traicionara, y
que podra acercrsele sin temblar ni de amor ni de miedo, y matarla, si convena en ello su justicia.
En la calle, Cascarini lo llam, para mostrarle la fugitiva sombra del japons, que acechaba
el lugar.
Fraser se ech a rer.
Yo le quitar las ganas de espiarnos! Tendr que torcerle el pescuezo, como a un pollo !
Y tom el camino de la fonda de Luis Gabaldn, contigua a la cual estaba el saln dnde se
reunan los socialistas, y donde hablara Fermn Velarde.
Mientras l, saudo y violento, caminaba al lugar de la cita, Beatriz aguardaba el minuto en
que deba salir. A cada instante miraba el reloj : el motor del auto roncaba a su puerta. Se apeara
del coche antes de llegar. Vestida sencillamente, pasara quizs por una curiosa, que se detiene ante
un club, para escuchar un discurso. Delfina la hara entrar al conventillo y la conducira a su cuarto,
donde hallara a su hija...
Mil aos de pecados se hubieran disuelto como una gota de lodo, en el mar del nuevo amor
que llenaba sii alma. Sondeaba el pozo de su culpa, y lo encontraba ms lleno de obstinacin y de
soberbia que de alegras. Pero el xtasis que le infunda el pensamiento de ver a su hija, la humillaba
y la purificaba.
Se echara a sus pies y aguardara su sentencia. Por mucho que su padre influyera sobre ella, su
corazn la juzgara con ms misericordia que los jueces del mundo. Al pensar en su marido record
las palabras que ste le dijo, cuando se atrevi a subir la estrecha escalera de su casa, para implorarle: La mujer adltera no tena collares de perlas y los que la seguan llevaban piedras en la mano.
Ella tambin haba renegado ya de sus collares y estaba dispuesta a ser apedreada, si su hija
la condenaba. Pero no sera l, ciertamente, el que primero podra herirla.
No todo el fardo de la culpa deba cargarse sobre ella. Su ceguera, su ambicin, su frivolidad,
nublaron su conciencia; pero antes el egosmo y la despreocupacin de Fraser, haban labrado el
terreno donde prosperaron los vicios triviales de todas las mujeres.
El, que la amaba, no fu capaz de sacrificarle uno solo de sus gustos, ni de sus hbitos; y la
dej librada a su aturdimiento, porque no tuvo paciencia para ensearla.

Contrastando con el espritu claro, como una lente, de Fraser, arda la fantasa de ella, poblada
de visiones incoherentes y romnticas.
Los aos y el dolor no parecan haberlo cambiado, porque cuando ella, agobiada por el arrepentimiento lleg hasta su umbral, l se levant como un justiciero y la expuls.
Ay!, para hacer obra de justicia se necesitaba ser justo, y l no lo era.
Lleg la hora y sali. En el sitio en que se ape, obreros que acudan a la conferencia, le indicaron la puerta de Luis Gabaldn.
Como un centinela estaba all Fraser, en el zagun haca tan largo rato, que empezaba a recelar de su propia sagacidad.
El sol se entraba; las calles se ennegrecan y se borraban los perfiles de las cosas.
Una vez Delfina Blanco se asom, y espi las gentes que llegaban de uno y otro lado. Fraser,
para no ser visto, se meti en el saln de la fonda.
Ella tambin la aguarda se dijo.
Sentados ante una mesita, con vasos y una botella, ios obreros de blusa azul conversaban en
voz baja, indiferentes a los discursos que otros obreros escuchaban con avidez en el saln contiguo.
Una lamparilla elctrica alumbraba el local, dejando oscuros los rincones. El mozo que serva,
desde la puerta del patio, presenciaba la asamblea de los socialistas.
Les hablaba un hombre bajo, de mejillas carnosas y plidas, de risa amarilla, de ojos enconados. Vibraba en l la pasin de toda la clase, y por eso tena un ascendiente inmenso.
La voz nasal no atenuaba los sarcasmos que iba des-parramando como granos de cizaa, a lo
largo de su discurso.
Fraser prest su atencin, cautivado un momento I por aquella oratoria clara y mordaz, que
mutilaba las verdades y envenenaba las heridas, como un cuchillo herrumbrado.
Luego se encogi de hombros y volvi a su sitio.
Nadie an.
Sonaron aplausos en la sala y se inici otro discurso.
Fraser reconoci la voz clida y persuasiva de Velarde. Era sin duda un sincero apstol y un

gran orador. Humeaban las ideas bajo el martillazo de sus imgenes ardientes.
Fraser no lo atenda.
Todas sus potencias pendan del encuentro que iba tener.
No obstante alcanz a or algo, que se le qued en la memoria, aunque en ese momento no penetr su sentido, ni se di cuenta del coraje con que fu arrojado desde aquella tribuna, que acababa
de dejar el hombre de risa amarilla y de mejillas plidas.
No los mueve el amor sino la envidia. No aman la justicia, sino la popularidad. Capaces de
insultar a un rey, son incapaces de decir al pueblo una verdad...
En ese instante lleg Beatriz a la puerta del zagun. Cuando iba a entrar, Fraser la cogi del
brazo y la detuvo.

Captulo XII
El Holocausto
En el rincn de la fonda seguan enfrascados en su conversacin los dos obreros. De xuando
en cuando llamaban y el mozo llevbales otra botella de cerveza, y volva a su lugar, a escuchar los
ruidos de la asamblea.
Nadie advirti la entrada de Fraser, que seal imperiosamente una banqueta a su mujer.
Sintate... A qu has venido?
Beatriz obedeci, pero ni una palabra sali de su boca. Estaba, aturdida o quera reflexionar.
El se ech a reir malvolamente; le apret la mano contra la tabla de la mesa, como si quisiera
aniquilarla, y palideci a su contacto.
Has venido en busca de mi hija y me encuentras a m!
No lo siento, dijo ella, tambin a t quiero hablarte. Ya no hay nada comn entre los dos. Una conversacin nuestra sera intil y fatigosa, como
si rodaras piedras arriba de un monte. A tu edad y a la ma cuesta tanto el mentir...
Lo que tengo, que decirte, manifest Beatriz, con mansedumbre, no es una mentira.
El se qued mirndola, sorprendido de tenerla a un palmo de distancia y de no sentir los impulsos que esperaba. Haba perdido su furia en la espera; y estaban all frente a frente, como dos
camaradas, que han bebido juntos y que hilvanan palabras ingeniosas.
Si alguno de sus amigos del club, de los que conocan su historia, pispara la escena, qu
comentarios no desparramara? Pero acaso tena l amigos? Eos que se encontraban con l, le
sonrean, ms porque teman su franqueza que porque gustaran de su conversacin.
Pensarn que me ha seducido con la herencia de sus amantes.
Esta idea lo inquiet, pero logr dominarse. Tena inters en descubrir los planes de aquella
mujer, y hasta qu punto haba llegado en sus relaciones con Liana.
Si buscabas a mi hija, has perdido el tiempo : no la dej venir porque supe con quin se

encontrara. Si me buscabas a m, aqu me tienes.


El desprecio, el asco voluntariamente exagerado con que l dijo esas palabras, produjeron en
Beatriz una singular impresin. Al decir mi hija, fu tan ex-cluyente el gesto con que l apoyo
el pronombre mi, que ella, la madre, se sinti miserable entre todas las mujeres y perdi toda esperanza.
Dios mo ! qu podr decir que no sea en mi contra !
Dios no te oye: vives muy lejos de El para invocarlo.
Beatriz se atrevi a alzar los ojos.
Eso no es verdad dijo. Porque mientras ms hundidos estamos en la desgracia, ms
cerca andamos de Dios.
De nuevo se ri Fraser, con su risa implacable.
Hundidos en la desgracia y en el arrepentimiento! has debido decir. Pero t cmo has de
arrepent rte de una vida triunfante, que estimula a todas las pecadoras de Buenos Aires?
Ya mi casa est cerrada, como si nadie viviera en ella, y t lo sabes..
El hasto no es el arrepentimiento, repuso l con crueldad.
T no ves las almas!replic ella dolorosamente.
Fraser hizo un gesto de fastidio.
Explcate !
Yo no s explicarme respondi ella con emocin. Todo lo que yo diga ser otra cosa
de lo que es. Ser ms, er menos, pero no ser lo mismo. Nunca por mis palabras podrs saber lo
que siento. Si me perdonaras y volvieras a quererme, sin duda lo comprenderas...
Se tap la cara y Fraser aturdido, vi que algunas lgrimas brillaban entre sus dedos, limpios
ahora de toda joya.
Era ya de noche. Amengubanse los rumores de la calle y el aire delgado y fresco desparramaba a mayores distancias la voz ardiente de Velarde, que segua clamando en una sala, desierta
a medias.
Culpables de orgullo los pobres al igual que los ricos! La sola diferencia est en que los ricos

son soberbios al tratar con uno solo de vosotros, pero son cobardes y humildes, cuando tratan con
toda la clase obrera. Vosotros, a la inversa, sois obsequiosos y serviles, cuando os dirigs a ellos, de
hombre a hombre. Con una propina os seducen. Pero sois orgullosos para toda su casta, y dejarais
perecer de hambre a sus nios y a sus mujeres. Ms que pan, el pueblo necesita verdades : y nadie
se las da, ni ellos, porque os adulan, ni nosotros porque os engaamos. Y la adulacin al pueblo es
ms vil que la adulacin al rey, porque es ms necia...
Cada prrafo caa en un silencio hostil de la asamblea, cuyas filas se iban clareando.
Los dos obreros que beban dentro de la fonda, callaron un momento para or; pero la novedad
de aquellos apostrofes los desconcert.
No habla de nosotros dijo uno.
Ni para nosotros respondi el camarada; bebieron un trago y prosiguieron su conversacin.
Un pensamiento trivial y molesto como una mosca, zumbaba en el espritu de Fraser. Si Velarde me viera departiendo con mi mujer, qu dira?
Beatriz baj sus manos pero no se atrevi a alzar sus ojos. Y dijo:
En la vida no se pasa ms que una vez por el mismo lugar. Lo que yo siento ahora, nunca lo
he sentido; y lo que antes senta no lo sentir ms.
Ese hombre que habla all contest Fraser, es mi amigo, y sabe tu historia. Si yo te
escuchara y te creyera, l pensara que me has seducido con tu riqueza...
No pienses en lo que otros pensarn, porque ne sabemos ni lo que pensaramos nosotros
mismos. Ni mis ojos ni los tuyos, alcanzan a ver lo que ocurrira... Piensa en... tu hija..:
Vacil al decir esa palabra, y Fraser que habra protestado si hubiera dicho mi hija, se encoleriz tambin de que la designara de ese modo, como renegando de ella. Todo, lo blanco y lo
negro, el pro y el contra, le serva en ese instante, de pretexto para rechazar a la que imploraba su
perdn.
Si t has perdido el juicio, yo no dijo impe
tuosamente. Todo nos separa...
Todo no! le interrumpi ella. Hay algo que todava nos une. Me hablas de t. Por
qu me hablas de t, si te soy extraa? Cundo aprendiste a tratarme as? Fu cuando comprendiste
que me queras...

El se rebel contra la sugestin de esa palabra, y replic desdeosamente :


No te odio, te desprecio.
Pero no es desprecio lo que se siente en tu voz,
Roberto, es orgullo
Llmale como quieras !
Es orgullo y es miedo...
De qu podra tener miedo? pregunt Fraser, creyendo que ella iba a exponerle su plan.
Pero la pobre mujer, con la suavidad con que se desvenda una vieja herida, le contest:
No me has olvidado, y tienes miedo de confesrtelo !
Fraser sentase demasiado fuerte en sus convicciones
y en su dialctica, para que no fuera leal y franco en sus respuestas. Mas aquella afirmacin
lo hiri tan repentinamente, que estuvo a punto de negarla. Tartamude un instante, y acab por
rendirse.
Era mi secreto y es mi vergenza! No te perdono por eso. Ms que tu traicin me dola
tu olvido.
Cuntas veces pens que algn da volveras por mi hija, y me alegr! Pero si te recibiera as,
y te perdonara, sera como si te comprase, y Liana fuera tu precio.
Ella respondi meneando la cabeza:
Ese amor ingenioso que discute, no es amor.
Ah! exclam Fraser sarcsticamente. T eres maestra en materia de amor! Explcame...
En- tonces esta rabia que siento aqu, no es amor?
. No, no ! Dos veces he venido en tu busca...
Mentira ! Una sola fuiste. Ahora soy yo el que ha venido por t, pero no para humillarme...
Ya lo s!

Si no para mostrarte que no creo en tu arrepentimiento, porque es interesado. Buscas a mi


hija...
Qu extraa impresin te causar lo que voy a decirte.
Vas a mentirme?
No hablar, si no has de creerme.
No te creer, pero habla.
No solamente la buscaba a ella; saba que hallndola me acercaba a t...
No la hallars respondi l nerviosamente.
Y si hallases, te escupira en la cara...
La conferencia haba terminado y empezaban a salir los concurrentes.
Algunas voces destempladas revelaban la alteracin que haba producido en los espritus el
extrao discurso de Velarde.
Fraser se par, cortando en seco la respuesta de Beatriz.
Tiempo perdido el tuyo! Ya estoy viejo.
Los dos envejecemos! Si me dejaras a tu lado caminaras menos solo...
La fonda se iba llenando de obreros. Velarde apareci enjugndose la frente. Iba slo; no adverta las miradas con que era acogido, porque su pensamiento estaba lejos de s mismo.
Pensaba en Liana, cuando vi a Fraser en un rincn y se dirigi a l, con alegre sorpresa.
Mrchate! dijo Fraser a su mujer. Ese hombre conoce tu historia...
Beatriz se apart desesperada; en el zagun del conventillo estaba Delfina Blanco al acecho y
la sigui para saber por qu no haban acudido a la cita ni ella ni su hija.
Usted por aqu, doctor Fraser? exclam Velarde tendiendo la mano a su amigo.
Lo he odo respondi el interpelado, pero no vine a eso. Ha visto la mujer que me
acompaaba?

No.
Si se asoma an la ver cruzar la calle. No la vi !
No se asome ! ahora no !, Otra vez se la ne-,
alar con el dedo, como se muestra a la mala gente. Esa es mi mujer...
La madre de Liana!
Usted lo ha dicho! Quiero hablarle de ella, para que sepa hasta qu extremos alcanza su
hipocresa. Adivine a qu ha venido: a pedirme perdn! Pero tengo yo, ahora ms que antes, cara
de imbcil? Quiero estar a tu lado; quiero vivir con mi hija; perdname! La comedia aprendida.
Teatral hasta la mdula de los huesos, pero gran artista. Se hubiera credo que sacaba del corazn
las cosas que deca. A veces yo tena que morderme la lengua. Para hacer justicia me deca
hay que ser justo; lo eres t? Yo me callaba. Cundo ms humillados estamos por los pecados
y por el dolor, ms cerca tenemos a Dios... Qu haba de contestarle? Todo as. Pareca cierta su
confusin, sincero su arrepentimiento...
Velarde escuchaba en silencio el relato nervioso que entre muecas sarcsticas le haca Fraser.
Pero por qu no haba de ser cierto? dijo mirndolo con tal intensidad, que Fraser se
turb.
Sin esperar su respuesta Velarde lo tom del brazo y lo llev a la calle, y empez a caminar
rpidamente por la acera oscura.
Adonde vamos? adonde me lleva?
Tena que hablarle, y usted me ofrece la ocasin.
Se acordaba de aquella promesa de Liana: Yo me casara con el hombre que me devolviese
a mi madre.
Caminaron horas enteras, por las calles ms solitarias, discutiendo cada una de las palabras,
cada uno de los gestos de Beatriz en la entrevista, cuyo relato hizo Fraser cien veces, con exaltacin.
Pero ste no cej.
Desalentado Velarde lo acompa hasta su puerta.

Mire all! le dijo Fraser, mostrndole la torre de Lohengrin, cuyos cristales plateaba la
luna. Ella es la duea de todo eso. Si mi hija tocara una sola de las flores de ese jardn, quedara
manchada.
El mismo orgullo en ricos y en pobres! respondi Velarde Cada da me convenzo
ms de que slo el cristianismo es capaz de infundir al hombre la humildad, y que solamente esa
humildad puede salvar al mundo.
Fraser se ri.
Usted cree que los cristianos son humildes? S !
Desengese; yo soy cristiano y estoy lleno de soberbia.
Entonces usted no es cristiano...
El da siguiente era domingo. Amaneci nublado y ventoso. Detrs del cendal de nieblas,
ascenda el sol como un globo de alabastro.
El viento encorvaba las ramas de los rboles y sacuda en sus quicios puertas y ventanas.
Fraser no sali, ni para acompaar a misa a Liana, como sola.
Tena la desazn de haber cometido una injusticia, y se encerraba en su mal humor como en
un torren.
Estaba resuelto a alejarse del barrio, y an de la ciudad, y no se saciaba de mirar por ltima
vez la mansin, de cuya vecindad huira.
Bajo el cielo sucio y tormentoso, entre su arboleda sibilante, Lohengrin clausurado, como
una prisin abandonada, tena un cariz siniestro.
Liana se haba refugiado en su cuarto, resentida con su padre por la escena de la vspera.
Fraser asediado por una inexplicable inquietud, contemplaba el pedazo de calle que poda
verse desde su ventana, pegando la frente en los vidrios. A ratos se paseaba, para entrar en calor, y
luego volva a su sitio.
As pas la tarde. Al anochecer, vi de pronto surgir una humareda en la torre de Lohengrin.
Mirando con intensa curiosidad, advirti una llama errante, que corra detrs de las vidrieras,
que desapareca para reaparecer en el piso bajo, como si alguien se entretuviera en pasear una

antorcha.
Luego las llamas se mostraron simultneamente en todos los pisos, enrojeciendo los cristales
de los raros postigos abiertos.
No es una fiesta, sin embargo, se dijo Fraser.
Slo comprendi lo que era, cuando a favor del viento, una negra columna de humo ardiente
se desprendi de Lohengrin, cruz la Avenida, y envolvi en chispas su propia casa.
Un incendio!
Sintironse pitadas de auxilio, y luego un creciente rumor de marejada, llen la calle.
Las gentes acudan de todos los rumbos de la ciudad a ver el espectculo impresionante, de
aquel palacio que arda como una tea, y se derrumbaba en medio de la arboleda crepitante, retorcida
por la mano potente del fuego.
lraser iba a salir, cuando oy pasos tumultuosos en su escalera, y una mujer a quien no reconoci al principio, se precipit en su cuarto.
Liana! exclam Fraser corriendo a ella .
No soy Liana! Mira mi palacio, mira mis jardines y mi riqueza !...
Beatriz !
No queras creerme, porque era rica! Ahora soy pobre y me creers. Lo he quemado todo !
T misma?
Liana lleg en ese momento, y se detuvo en el umbral de la puerta.
Su madre la mir, pero la habitacin estaba llena de sombras. Corri a la ventana, y la abri,
y el calor y los reflejos del incendio la llenaron.
Fraser, mudo y hosco, se apart de ella. La contemplaba a ella y a su hija, resistindose a la
compasin.
Toda mi riqueza, mis collares de perlas, mis alhajas, mis automviles, mi palacio, estn
ardiendo!
Liana comprendi quin era esa mujer, y se ech a temblar delante de su padre.

Hasta mis flores se queman, Liana ! exclam Beatriz, recordando las crueles palabras
de su marido.
Ni ste, ni su hija respondieron.
Ya no tengo ms que el rincn que me den en esta casa... Liana, hija ma!
No la toques, Liana ! grit Fraser escpela en la cara ! Explsala, pero no la toques,
porque te mancharas .
Liana vi aquellos brazos abiertos, y no resisti a su llamado, y se refugi en ellos.
Es mi madre!
Liana... !
Pero si es ella ! Pap, es mi madre... Si te ha ofendido perdonala...
En las paredes danzaban los reflejos del incendio, baando en oro aquel cuadro inverosmil
para Fraser, de su mujer y de su hija, unidas en el primero, estre-chsisimo abrazo.
Su encono se disolvi en una ola de ternura, y dej de ser el acusador implacable, y dijo con
dulzura y dolor :
Yo har lo que hagas t, Liana.
(Abrzala, entonces!
Y Fraser la abraz, escondiendo la cara y exhalando su viejo secreto:
e Pobre de m que no dej de quererte nunca!

Captulo XIII
Saturnina en Helvecia
El tercer invierno, despus de la vuelta de Carlos Link a Helvecia fu en extremo lluvioso. Los
habitantes de la regin pasaron tres meses de incertidumbre. Si vivan en el pueblo, o podan llegar
a l, maana y tarde, iban al correo, donde se conocan, por el telgrafo, los niveles del Paran, en
su curso superior.
Carros de cuatro ruedas, guiados por un colono, que se bajaba en el almacn a tomar una copa;
jardineras de dos ruedas, conducidas a menudo por muchachas, que permanecan en sus asientos
bajo la constante llovizna; tilburys con a capota levantada; caballos que presentaban el anca al
viento, para no sentir los flechazos del agua en las orejas, y de los que el dueo se desmontaba
dejando cubierto el apero con una carona o con una bolsa; curiosos que se acercaban a pie desde
el boliche de la esquina, llenaban la calle, que una nia vestida de baile, habra podido cruzar sin
mancharse los zapatos blancos, tan compacto y limpio era el hmedo arenal.
Algunos se acercaban a la ventanilla y pedan su correspondencia, y los empleados, conocedores de todo el vecindario, le entregaban, sin preguntarle el nombre, lo que hubiera, que no sola
ser mucho.
Helvecia estaba bloqueada por el mal tiempo.
Slo dos veces por semana llegaba un vaporcito de Santa Fe, y no haba que pensar en que
antes del verano, se reanudara el servicio de mensajera, que la comunicaba por va terrestre, con
los otros pueblos de la costa, Cayast, Santa Rosa, San Jos del Rincn.
Frente al pizarrn, donde se anotaban las noticias relativas al ro, haba siempre un corro
discutiendo las probabilidades del buen tiempo, y lamentndose de la espesa techumbre de nubes,
que envolva el mundo.
En Corrientes, el ro baja, desde anteayer; observaba uno.
El primer da baj dos centmetros; ayer, tres; y hoy.. . qu sabe de hoy, .seor Ramrez?
El interpelado era el jefe de correo, un mozo rengo y gil, de buen humor, personaje considerado en el pueblo.
Si baja en Corrientes, opinaba otro, antes de seis das empezar a bajar aqu.

*No se hagan ilusiones, contestaba el jefe, alargando por la ventanilla un papel y un


pedazo de tiza. Tome; haga el servicio de escribir esos nmeros en la pizarra.
El grupo de curiosos se aproximaba al tablero, mientras alguien anotaba las cifras.
Dice que en It-Ibat ha subido diez centmetros ; y que en Posadas ha subido siete. Tenemos agua para rato...
Amalaya fuese caa ! murmur un paisano saliendo de la oficina, y rumbeando tristemente para el almacn. Eso quita el reuma y los resfros.
Como que uno lleva el fogn adentro...
Don Carlos Link mandaba en busca de noticias a Zacaras,, el menor de sus muchachos. Tena
ste catorci: aos, y prestaba los servicios de un pen. Cuando llova fuerte, para no mojarse iba
en tilbury, y sola entonces acompaarlo su hermana Isabel, mayor que l, un ao, la predilecta de
Carlos, unica persona en la casa que recibi alguna de sus confidencias de novio.
Era una muchacha fuerte y avezada a los trabajos de la casa y del campo, dulce de modales,
pero nada melindrosa, de ojos negros y cabello color de lino.
Un da, dos paquetes llevados del correo suscitaron la curiosidad de don Carlos, que abandon
la herrera y fu al comedor a abrirlos.
Doa Celina, la madre, y Elsa, la hija mayor, cosan
junto a la ventana
juno a la ventana del jardinero desolado por el in
vierno y por las lluvias. Al entrar don Carlos, se callaron. .
Esto debe ser algo para el doctor dijo l, cortando los piolines y rompiendo el papel
de embalaje, con una navaja construida por l, desde el cabo de hueso, hasta los muelles y la hoja.
Vaya con el buen amigo! exclam de pronto regocijadamente. Me mandan de regalo
un barmetro y un pluvimetro. Es un correligionario por quien trabaj en las elecciones...
Para qu sirven? interrog Elsa, acercndose.
Para observar el tiempo y medir la lluvia.

La lluvia que ha cado o la que est por caer?


La que ha cado, respondi con algn desencanto don Carlos.
-Y qu ganamos con saber lo que ya no tiene remedio ?
Don Carlos no contest. Veneraba a la ciencia, como su mujer lo veneraba a l. Doa Celina
con su costura sobre la falda, contemplaba tmidamente el obsequio, cuya inutilidad chocaba el
espritu prctico de Elsa.
Si nos ahogamos, agreg sta volviendo a sentarse qu ms da saber en cuntos
metros de agua ha sido?
Don Carlos ley las instrucciones, busc unos clavos y sali a colgar sus aparatos, con la secreta ilusin de llegar poco a poco a anunciar el tiempo, como Martn Gil, cuyo nombre estaba en
boca de todos los paisanos, en cuanto miraban una nube.
Entre los que no conocen la regin donde el Paran, ancho de leguas en algunos sitios, ejerce
un dominio desptico, no hay la menor idea de lo que all significa el saber que en Posadas, la capital del territorio de Misiones, el ro sube un palmo.
Infaliblemente, ese palmo, ocho o diez das despus, habr recorrido los mil kilmetros de
distancia, y estar sobre Santa Fe.
Las islas bajas, que el Paran forma entre sus brazos innumerables, limpias y verdes como
dehesas, donde los estancieros de la costa invernan sus haciendas, se inundan siempre que en los
bosques, infinitamente lejanos del Brasil, se desata una temporada de lluvias, que !e-vanta al gran
rio un metro y medio sobre el nivel ordinario .
Pero esas inundaciones no son ni repentinas ni impetuosas. Durante meses el ro va ganando
su altura pulgada por pulgada, y cubriendo primero las islas desnudas, luego los albardones de la
costa, despus las chacras, labradas en los puntos ms altos, no detenindose ni ante las isletas o
montes de algarrobos, en cuyas copas, las grandes crecientes suelen dejar encallados esqueletos de
vacas que arrastr la correntada.
Tiempos hubo en que a la puerta de la casa de don Carlos Link se amarraba una canoa, indispensable para comunicarse con el pueblo, navegando por arriba de los alambrados ; como ocurri
en la propia ciudad de Santa Fe, donde se pudo navegar por ciertas calles, tan cmodamente como
por los canales de Venecia.
Los hacendados, dueos de centenares o millares de vacas en las islas, viven conjeturando si
el ro seguir creciendo y convendr prevenirse trasladando las haciendas a tierras altas, arrendadas
a precio de oro, o si empezar a bajar, y podrn librarse de tales gastos.

Los que aciertan cualquiera de las dos soluciones, pueden darse por satisfechos, como si hubieran tenido un buen ao, porque no perdieron sus haciendas, o porque no las movieron intilmente.
No bien don Carlos hubo colgado el barmetro en la galera, y fijado el pluvimetro en un
poste del alambrado, volvi al comedor, satisfecho, imaginndose que el tiempo, en lo sucesivo,
tendra algunos misterios menos para l que para los dems.
De nuevo se callaron las dos mujeres, doa Celina, por respeto, hacia el hombre adusto, que
reinaba en su vida; Elsa, porque no crea oportuno comunicarle el tema de su conversacin.
Hasta que. la madre en voz baja, le dijo:
Hay que contarle a l... No te animas?
Elsa se encogi de hombros, pleg su costura y dijo :
Ya casi no se ve, y no son las cuatro de la tarde.
Don Carlos que se haba calado los anteojos para leer nuevamente las instrucciones del pluvimetro, la mir por arriba de los cristales.
Es claro; se ponen junto a la ventana del sur. Siempre ese lado es ms sombro.
Elsa guard sus trapos en el cajn de la mquina de coser, y sabiendo que era buen modo para
interesar a su padre, el consultarlo sobre cosas mecnicas, le dijo antes de cubrirla con una gruesa
funda de brin:
* Pap, este resorte est torcido. Quiere arreglrmelo ?
Don Carlos se acerc a la mquina, y la empuj hasta la puerta, y aun la sac a la galera, y
all se puso a examinarla.
Zacaras llevaba del cabestro su caballo, que acababa de comer una racin de maz y afrecho,
bajo el coposo timb de la entrada.
Ms que un patio, era aquello una plaza, sombreada por magnficos naranjos, y encuadrada por
la herrera y los galpones donde se guardaban los vehculos con los arreos, y las mquinas agrcolas,
y bolsas de granos.
La parte contigua al taller, estaba atestada de carros y cochecitos de colonos y tiles de labranza, que los chacareros llevaban en compostura.

Sentase cantar el yunque, bajo el vigoroso martillo de Guillermo, que en los das de lluvia
apenas sala de la fragua.
La cocina de adobes, techada de zinc, como toda la casa, quedaba cerca de las habitaciones y
junto al pozo.
An en tiempos de sequa, haba all un charco cenagoso, formado por los desperdicios de la
bomba, y chapaleado por los patos.
Detrs de la cocina, a la sombra del naranjal, abejas de las mejores castas, elaboraban sus panales en veinte o treinta cajones, puestos en hilera; y algunos pasos ms all, estaba la porqueriza,
cuyas emanaciones infestaban la casa, cuando el viento soplaba de esa parte.
Zacaras se aproxim, sin soltar el caballo, y dijo a su padre:
Ya me iba olvidando de un mensaje del comisario para ust.
Qu te ha dicho ?
Que mande a Santa Rosa a buscar a esa negra...
Qu negra, hijo?
Elsa cambi una mirada con doa Celina:
De eso quera hablarle, pap. Es la negra Saturnina, la sirvienta de doa Presentacin Garay.
Ha venido de Buenos Aires, y parece dispuesta a entrar al servicio de Carlos.
Como una explicacin de esta conjetura, agreg en voz baja:
Dicen que ella la cri a Matilde...
Mala crianza le di, contest secamente don Carlos, absorbindose en el trabajo de
enderezar el resorte.
Haban pasado tres aos desde que su hijo se cas y se instal en una de las mejores casitas del
pueblo; y aun no olvidaba lo que se habl a raz de aquella aventura.
Todos los de la casa, menos l, fueron conquistados poco a poco por la dulzura y la humildad
de Matilde, y por la gracia del nio inocente que llevaba el nombre de Carlos Link, aun cuando no
era suyo.
Y qu quieren que haga ? pregunt al rato, sin quitar los ojos del resorte.

Doa Celina con la mirada anim a Eisa, y sta formul su proyecto.


Carlos necesita una mujer de confianza. Por qu no la manda a buscar a Saturnina?
Por qu no se viene ella ?
Usted sabe, pap, que la mensajera ha suspendido el servicio. Ahora que no hay nada que
hacer en el campo, Guillermo podra ir en la lancha, y traerla.
Don Carlos mir el patio donde se acumulaban coches y arados y mquinas de toda especie,
aguardando a que l tuviera tiempo.
Hay trabajo atrasado para dos meses, sin salir de la herrera. Y en ese viaje, perdera una
semana...
No tanto, pap, dijo Zacaras. Crecido como est el ro, no es necesario seguir sus
vueltas. Puede acortarse ei camino por los ramblones de la orilla.
Don Carlos mir a su hijo, y le agrad el aplomo con que hablaba.
Te animaras a ir?
S, pap.
Sabes manejar el motor de la lancha?
S, pap. No voy todos los domingos a la villa Kernandarias, en Entre Ros? Quin sino
yo lo arma y lo desarma?
Iras slo?
S. Podra acompaarme Isabel.
Doa Celina se asust; pero a don Carlos gustbale que sus hijos no trepidaran ante ninguna
dificultad, y dijo:
Bueno.
El muchacho di un grito de alegra, y corri a soltar el caballo.
Isabel sala de la cocina enjugndose las manos.

Qu tal ests para un viaje a Santa Rosa, en la lancha? le cuchiche al pasar.


Bien, contest la muchacha que era resuelta y valiente.
Pregntale a pap, lo que acaba de decir.
Isabel entr de nuevo en la cocina, donde haba estado derritiendo unas pellas de grasa para
hacer chicharrn, que con las tortas fritas constituan la merienda clsica en los das de lluvia.
Con una espumadera, por cuyos agujeros se escurra la grasa derretida, sac de la olla los
chicharrones, peda-citos de carne y de ubre dorados y chirriantes, y los amonton en una fuente de
lata enlozada, los espolvore con sal, y grit a plenos pulmones para que todos en la casa la oyeran
y se alegraran :
Ya est el chicharrn! Y tambin las tortas! Quin viene a yudarme?
Cogi la fuente a dos manos y la llev al comedor. Su cara pecosa y fresca, como un durazno,
sus ojos ra-diantes, su pelo rubio, revuelto y mojado, la robustez y la gracia de su cuerpo, la hacian
simptica, por rstica y despejada.
Aqu est el chicharrn, dijo asentando con fuerza la vasija, sobre el hule floreado de la
mesa.
Y las tortas ? pregunt Elsa.
En la cocina.
Qu ocurrencia dejarlas ! Se las van a comer los perros
Qu las van a comer si estn como brasas, de calientes !
Elsa alarmadsima, por el peligro que corran las tortas, dej todo y cruz en tres zancadas el
pedazo de patio] descubierto que separaba el comedor de la cocina
Elsa frisaba en los treinta aos. Un buen arreglo de sus trajes y peinados, la habran mostrado
bonita; pero no perda su tiempo en esas minucias. Era alta y enjuta. La pollera hmeda se le pegaba
a las canillas, pues para no embarrar las alpargatas se haba descalzdo. Al grito de Isabel, salieron
del galpn los dos peones, que don Carlos tena conchavados y se dirigieron a la cocina:, y Guillermo solt el martillo y fu al comedor.
En un pasador de la ventana colgaba un espejito y una cola de vaca, en cuyas cerdas se prenda
un peine.

Guillermo lo tom y empez a atusarse los cabellos mojados.


Era, sin disputa, un buen mozo, pero haba algo de terco en su fisonoma y de consentido en
sus modales.
Se sent a la mesa y se puso a hablar con su padre de la baja en el precio de las haciendas,
cuestin que vena a aadirse a la preocupacin de la creciente.
Cualquier ternero del plantel de lecheras, podamos venderlo antes a veinte pesos. Ahora no
hay quin pague dos. Ni el cuero!
As es, respondi don Carlos. Menos mal que nosotros podemos esperar a que repunten los precios, porque tenemos campos y nada debemos. Pero los que se ven obligados a vender,
para aliviar sus potreros, o porque se les vence la prenda agraria, estn arruinados. Me han dicho
que por ah anda don Juan Fullo, ofreciendo dos mil vacas por veinte mil pesos, y no halla quien
se las compre.
Eso es para pagar la eleccin dijo Guillermo.
Si el pobre no consigue plata, no ser senador.
lTna gallina se aventur a penetrar, poniendo cautelosamente sus patitas embarradas sobre las
rojas baldosas, que Elsa cuidaba como a la nia de sus ojos. Mir de lado, y avanz para atrapar
unas migas, cadas de la mesa. Pero la muchacha, enfurecida al notar sus huellas en el piso, la
expuls a escobazos.
Trompeta! Agradecle a Dios que 110 haya enfermos, porque servirs para el caldo del
primero que caiga!
Una clueca entr detrs de ella, seguida de ocho o diez gallinetitas, nacidas en su nidal. Pero
esa poda entrar sin manchar el piso. Medrosa de la lluvia, se lo pasaba en la galera, y a las horas
de comer, buscaba con sus hijos los desperdicios de la mesa.
Cloc, cloc !
Elsa desmigaj un pan en el suelo y se entretuvo en ver cmo desapareca en un santiamn.
Zacaras, entre, tanto, cuchicheaba con Isabel.
Pap dijo sta de pronto, es cierto que me da permiso para ir en la lancha a Santa
Rosa?
Don Carlos asinti y cuando terminada la merienda reanudaban todos sus quehaceres, instruy

a los dos muchachos acerca de lo que haban de hacer.


Preparen ahora mismo la lancha, para que puedan partir maana antes de que salga el sol. A
eso de las diez, cortando las vueltas podrn llegar a Cayast y a la noche a Santa Rosa.
Isabel y Zacaras volaron al embarcadero, a media cuadra de las casas, en un meandro del San
Javier, nombre con que se conoca el brazo del inmenso Paran, que baaba la costa de Helvecia.
Don Carlos tena all una lancha, cuyo casco compr en remate y cuyo motor a nafta l mismo
coloc.
Era pequea pero navegaba muy bien, y una media toldilla que le adaptaron, defenda a los
tripulantes de la lluvia y del sol, y les permita hacer largos paseos, por aquel laberinto de canales,
de corriente dormida y de mrgenes verdes.
Antes del alba del da siguiente, se levantaron los dos hermanos, desvelados por la ilusin de
la aventura. Don Carlos ya estaba en pie.
Tengan cuidado con los camalotes, no se les enrede la hlice y tengan que volver a remo
les advirti, entregando a Zacaras aquel pesado fusil construido por sus propias manos.
Y doa Celina, con acento apagado y medroso, agreg :
Cuando corten campo, no se arrimen a los matorrales ni a los espinillos, porque hay vboras.
Isabel habra querido, antes de partir, ir hasta la casa de Carlos, para decirle adis. Pero el
mdico viva en Helvecia, en una quinta algo distante de la costa. Prefera, adems, sorprenderlo
con la llegada de aquella negra, de quien Matilde hablaba siempre.
El implacable temporal haba escampado, y un suave pampero arriaba las nubes hacia el norte.
Zacaras puso en marcha el motor, despertando con sus explosiones, los ecos de la costa invisible -entre la niebla del amanecer, y haciendo graznar a los vigilantes chajs y espantando una media
docena de tuyangos, que haban dormido en una pata, al borde de una lagunita, en el monte cercano.
Las aves enormes, cuyas alas miden abiertas, dos y tres metros, se alzaron majestuosamente, en un
vuelo espiral, trazando circuios sobre la lancha, y pronto se perdieron en el cielo gris.
Cuando en el Oriente se encendieron las nubecitas anunciadoras del da, ya la lancha navegaba
en el cauce profundo del San Javier, dirigida por Zacaras.
Para esquivar las traidoras races de los camalotes, que descendan lentamente por el medio
del ro, y que eran a veces verdaderas islas flotantes, se acercaba a la barranca, cuyo filo estaba
casi a ras del agua. Esto diverta a Isabel, que de pie en la proa, con un bichero, apaleaba las ramas

negras de los espinillos, donde se enroscaban las venenosas yarars, que la inundacin obligaba a
refugiarse en los rboles.
En alta voz la nia contaba las que iba despanzurrando con sus certeros garrotazos.
Una ! dos ! tres!
Cuando lleg a veinte, tena la frente baada en sudor.
Abandon el bichero, y en un calentador a kerosene, hizo caf para el timonel que se lo peda.
La negra Saturnina, la sirvienta del pobre don Pedro de Garay, muerto poco despus del casamiento de su hija, haba llegado a Santa Rosa, en la mensajera del Rincn, que daba all por
terminado su recorrido.
Desde que Matilde parti con su marido para Santa Fe, Saturnina, que no se hallaba en
Buenos Aires, acosada por la nostalgia de las cosas humildes que am en su juventud, volvi los
ojos a sus pagos. Y cuando muri don Pedro y Pulgarcito fu espaciando las visitas a su casa, hasta
perderse por meses enteros, Saturnina comprendi que estaba de ms, y que misia Presentacin y
Laura viviran ms econmicamente sin ella, limitndose a los servicios de la chinita, que ya saba
hacer un puchero.
Pero nunca se atrevi a decirlo, parecindole una ingratitud el abandonar en la pobreza a los
que haba servido tantos aos.
Andando el tiempo, fu la misma seora quien le propuso volverla a su tierra, para que entrase
al servicio de su hija Matilde.
La negra hubiera preferido quedarse en Santa Rosa, pero acept, pensando que ya las comadres de su pueblo natal, sus conocidos, sus relaciones, la habran olvidado o habran muerto.
Triste verdad que comprob algunos das despus, al llegar en una tibia maana de ese invierno.
Haca semanas enteras que no sala el sol ; pero un vaho caliente vena del norte, con las nubes
de los bosques brasileros, donde llueve durante seis meses y no hace fro.
La mensajera del Rincn, una pesada volanta que tiraban cuatro muas, haba empleado todo
un da en el trayecto, por lo fangosa que estaba la carretera.
Cuando cruzaban por tierras alambradas, en que a uno y otro lado del camino haba chacras
en barbecho,

o pardos rastrojos, seales de un maizal, las muas trotaban a gusto, por las partes menos chapaleadas, donde el suelo resista bajo sus cascos menudos.
Pero cuando entraron en el monte, siniestro y silencioso, en que le vida se haba suspendido,
y en que la vegetacin dorma, a la sombra dedos adustos algarrobos, la volanta deba marchar sin
apartarse de la huella, para no dar con algn tocn de rbol cortado a flor de tierra.
Aquel nico camino traqueado por todos los viajeros y por las haciendas, que sus dueos
arriaban hacia los campos altos, era en extremo penoso. Las ruedas se hundan en el humus, y frecuentemente, para desatascar el pesado vehculo, requerase poner una cuarta, y se llamaba a gritos
a un muchacho, que preceda a la mensajera, montado en un vigoroso caballito criollo.
De cada matorral que las muas rozaban con las patas, alzbanse enjambres de voraces mosquitos, que hacan jurar brbaramente al espaol, conductor y due-o de la volanta, y quejarse a la
pobre Saturnina, nico pasajero de ese da.
No llevaba la cuenta de los aos corridos sin que sus ojos vieran esos paisajes; pero su viejo
corazn los reconoca.
El camino segua en lnea recta, y era imposible saber a qu altura se hallaban, sin una larga
baqua.
Ella, sin embargo, se iba diciendo: Este es el campo de los Zapallos. No hay mejor canutillo que el de sus baados, para engordar hacienda... Aqu estamos a una legua de la posta que hay
en el Arroyo de Leyes... Vamos a pasar frente al rancho de o Bachi, el nutriero...
Esta idea le record el ltimo encargo de la nia Presentacin. Estaban de moda en Buenos
Aires, para ese invierno, las pieles de nutria, y la dama al abrazarla, despidindose, le haba dicho
: Te he puesto en la canasta un tarrito de plvora y otro de municin. Llevselos a ese nutriero,
que vos decs que conocs, para que me mande unos cueritos de nutria. Quiero hacer un saco para
Laura y un cuello para m. Y si me manda plumas de garza mora, decile que le mandar ms plvora
y yerba y azcar...
Aquel Gallego maldeca de Dios y de sus santos, cuando las muas se empantanaban o lo
picaban los mosquitos, no infunda ganas de hablar a Saturnina, que en cierto modo sentase responsable, por ser la nica pasajera, de las desventuras del viaje. Mas cuando pasaron por el lugar donde
ella crey que, al pie de los ceibos, hallara el rancho de o Bachi, y no vi ms que una tapera, cuyos horcones se podran des-de haca cien aos atrs, no pudo resistir a la necesidad de informarse.
Dgame don : no viva aqu o Bachi el nutriera ?
Ande ust con mil de a caballo! gru el conductor descargando una lluvia de azotes
sobre las mu-las nerviosas y empacadas. Vea qu pregunta la que hace esta mujer! Por estos

pagos nadie conoce a ese to...


Saturnina, avergonzada se call. Si ms adelante se encontraba con algn criollo, menos duro
de lengua, le hara la pregunta.
Y as lo hizo, cuando llegaron a la posta del Arroyo de Leyes, y se detuvieron a cambiar las
muas.
Exista all un almacencito, donde se guarecan de la lluvia dos viajeros, que hacan el camino
a caballo. Desde la volanta Saturnina habalos visto, emponchados, bajo la llovizna que a ratos
arreciaba.
Perdnenme los seores, si les hago una mala pregunta... pero el que es mandado no es
culpado...
Pregunte, seora contest uno de ellos, que era joven y de buenos modales, mientras el
otro, sentado sobrer una barrica de yerba, con el ala del sombrero agachada sobre la frente, tomaba
un mate, sin dignarse mirar a la negra.
No viva aqu cerca o Bachi el nutriero? Traigo un mensaje para l.
El joven se ech a reir, y el otro contest sin mostrar la cara :
Tendr que mandarle el mensaje con el Majuluto, porque ya se no vive ms en la tierra.
El joven agreg:
No ha visto, seora, al lado del camino, una cuadra antes de la posta, una cruz de palo,
clavada en el tronco de un andubay?
S, la vide, seor.
Bueno, pues, ah lo mat un rayo a o Bachi el nutriero, una tarde que sali borracho del
almacn, donde haba negociado sus nutrias y durmi la mona bajo ese rbol.
Anima bendita ! exclam la negra juntando las manos.
Pero esto sucedi hace quince aos. Es raro que no lo sepa.
Saturnina no contest : estaba rezando un padrenuestro por aquel infeliz.
t De pronto se extremeci, oyendo una palabra pronunciada por el hombre a quien el sombrero
ocultaba el rostro.

Hablaban sin reparar en ella, de un seor que vendra para la primavera, porque tena que
gestionar de las autoridades la entrega de un guachito, hijo suyo.
Das pasados recib una carta de l.
Cmo dijo que se llamaba? interrog el i oven.
Mario Burgueo. Si se nos ayuda en esta eleccin, la sacaremos fcil, porque es muy rico.
Hay que ganarle entonces la voluntad.
La negra qued aturdida ; y su sorpresa creci, cuando por el almacenero, supo que el seor
ensombrerado era el jefe poltico del departamento Garay viva en Helvecia.
Desde ese momento, ella, que deseaba quedarse has-ta el da de su muerte, en Santa Rosa,
no tuvo otro pensamiento que llegar cuanto antes a la casa de Link, donde viva su pobre Matilde,
ignorante sin duda de las nuevas angustias que aquel hombre fatal le preparaba.
Pas varios das en su pueblo natal, impaciente y acongojada.
Ya no conoca a nadie ni quera conocer. Las calles, las plazas, las huertas, haban cambiado
de fisonoma ; y las gentes, que al caer la tarde, cuando el tiempo se despejaba, salan a la puerta
a conversar con los vecinos, de las mismas cosas que sus padres conversaron, el ro, los campos,
las haciendas, las enfermedades, los noviazgos, no la conocan a ella, que slo preguntaba por los
muertos, y que pasaba las horas en un rincn del zagun de la casa, donde la albergaron, mirando
la calle arenosa, la isla anegada y el viejo omb sobre la barranca del ro, donde jugara de nia.
Cundo vendran de Helvecia a buscarla?
Prometi a San Francisco un paquete de velas, si eso ocurra antes de la semana; y el mismo
da de la promesa milagro patente ! le anunciaron que muy entrada la noche, haba llegado
la lancha de don Carlos, y deba disponerse a partir en la maana siguiente.
Rebusc en su atado unas cuatro velas de estearina, de las buenas, que slo haba en Buenos
Aires, y vol a la vieja iglesia, donde la bautizaron, y donde estaba el sepulcro de los amos de sus
padres, que fueron esclavos.
La iglesia era de una sola nave, muy pobre, con techo de tejas y piso de baldosas tan desgastadas que el
pie senta las piedrecitas y los nudos o tolondrones ms quemados.

El ambiente ola a moho y los cuadros del via crucis se podran con la humedad de las
paredes.
No hall a nadie a quien entregar sus velas, y s^li por una puerta lateral que daba al camposanto, transformado en huerta.
Bajo el alero de la sacrista, en un silln de cuero, arrimado a la pared, un padre viejo lea en
un libro de cuyos cantos haba desaparecido el dorado, y lo alzaba a la altura de los ojos, porque la
lu escaseaba.
Saturnina se arrodill a sus pies y le di su paquete de velas, que el fraile guard en la manga.
Rece padre, para que no se cumplan los malos propsitos de los que quieren quitarle su
hijito a una madre.
Bueno, bueno.
Rece tambin por m, que no s lo qu debo hacer.
Bueno, bueno...
La bendijo, le di la mano a besar, y volvi a su lectura, mientras la negra sala a la calle,
siguiendo una veredita de viejos ladrillos verdosos, que pasaba por medio de la huerta, bajo los
naranjos cargados de fruta dorada.
Partieron de maana.
Saturnina, a bordo, preparaba el desayuno, y peda noticias de Matilde a Isabel.
Era cierto que no la queran?
No, no! Todos la queremos protestaba la nia, que en verdad amaba tiernamente a la
mujer de su hermano predilecto.
Ya deca yo ! exclamaba Saturnina con los ojos llenos de lgrimas. La pobre se hace
querer de cuantos la miran.
La lancha navegaba dejando a estribor el monte ceniciento y hostil, de rboles achaparrados,
lleno de vboras y desierto porque la hacienda haba huido.
A veces, para cortar camino, cruzaban un tacuruzal inundado. Los pequeos montculos de
tierra, hechos por las hormigas, se desmoronaban ai golpe Jei bichero de Isabel.

All slo creca la paja brava y el duro y salobre espartillo.


Hacia medio da pasaron cerca de una isleta de algarrobos, donde haba un rancho abandonado
por sus dueos. Slo quedaban algunas gallinas, y en lo alto del techo un gato que maullaba tristemente, presintiendo la inundacin.
Cuando el ro baje dijo Zacaras, todos estos campos quedarn sembrados de pescados muertos.
Seal las puntas de unos pastos que sobresalan del agua, a la orilla del rambln que iban cruzando, y dijo, con ese instinto de los isleos que les hace adivinar por el movimiento de los yuyos,
qu clase de pez los ha rozado al pasar.
All hay un surub dormido ! La lancha va a cortar cerquita. Isabel, prestme la fija..
Detuvo el motor para que no hiciera ruido, cogi el harpn, que usan los pescadores de las
islas para lancear peces, y corri a proa entregando el timn a la muchacha.
Dnde quieren que lo fije? en el cogote o en el lomo? pregunt en voz bajsima, agachndose sobre el agua.
En el momento oportuno, cuando la proa estuvo a tres metros de distancia, vibr la caa tacuara, y fu a clavarse en el cuerpo de un surub, que dispar llevndose el hierro en la herida y el
mango atado por una cuerda.
No va a ir muy lejos... All se qued! Buen pulso el del chico, dijo Saturnina, que segua
curiosamente la fuga del animal.
Minutos despus, Zacaras recobraba su chuza e izaba el pescado a bordo, en donde la negra
se encarg de destriparlo, repitiendo su elogio.
Buen pulso el del chico !
Y todava no lo ha visto cazar patos al vuelo, con el fusil de pap ! respondi la muchacha complacida.
Navegando contra la corriente, avanzaban ms lentamente. La noche se les ech encima, mucho antes de llegar.
Era una novedad para los nios sentirse solos, como perdidos en las tinieblas, entre aquel cielo
blanquecino y aquel mar de gata, cuyas aguas silenciosas se abran sin ruido como una madeja de
seda, ante la embarcacin.

El mundo pareca pequeo y el cielo infinito, y los rumores del monte que no se vea, reunindolos todos, desde el graznido de los pjaros insomnes hasta el croar de los sapos y de las vboras,
no eran ms que una nota ahogada por la mortal quietud de la noche.
Saturnina, envuelta en un viejo poncho de lana, re-zaba a ratos, y a ratos dorma. Cuando el
alba le mostr las primeras casas de Helvecia, sac la mano y la moj en el ro, y se restreg los
ojos para ahuyentar el sueo y ver mejor.
Una hora despus llegaron ante la puerta cerrada de la casita del doctor Link.
Matilde misma, que a ese tiempo andaba en su quehacer, sali a abrirles, y Saturnina llorando
se puso a besarle las manos, como un perro que encuentra a su dueo.
Hijita ma, hijita ma! fu cuanto pudo decir. Serenada, por fin, quiso ver al nio, declarando que por l vena, para cuidarlo porque era el tesoro de su madre.
Matilde sinti una inmensa gratitud hacia aquella fidelidad de vieja sirvienta, cuyo amor iba
pasando de padres a hijos, como un bien de familia, y alcanzaba a los nietos; y corri a buscar a
su hijito, que andaba en el patio, persiguiendo a las gallinas, y lo ech en los brazos de la negra.
Mi Carlitos ha cumplido dos aos, habla por los codos y parece mayor que los chicos de
su edad.
Saturnina quiso entonces que Matilde le contara cmo viva y si era feliz. Los dos muchachos
de don Carlos se haban ido.
El doctor, que tena enfermos en toda la colonia, a causa de la gripe reinante, haba salido
temprano y tardara mucho en volver.
La muchachita que cuidaba al nio, miraba sorprendida a aquella negra que besaba a su seora. A una seal de su ama, las dej solas.
Los ojos simples de Saturnina, slo vean la faz de las cosas.
Nunca has estado mejor, le dijo.
Matilde sonri, con una sonrisa reflexiva y dulce. Conservaba su belleza, que pareca ms
natural, en el ambiente campesino; pero haba perdido aquella gracia nerviosa, que la destacaba,
como una irradiacin de su alma inquieta.
Dios me ha dado lo que no merezco; respondi. Solamente le pido que me lo conserve.

Saturnina la mir vivamente, acordndose de las palabras odas en la posta del Arroyo de
Leyes, pero no se anim a confiarle sus aprensiones.
Para la primavera faltaban dos meses, y de aqu a entonces muchas cosas podran haberse
opuesto a los designios de los hombres.
Se quit el manto, busc ella misma una escoba y se puso a barrer el piso de tabla del comedor.
Los muebles eran de mal gusto, y a ella le parecieron riqusimos. Algunos cuadros adornaban
las paredes, el disploma de Link, la infaltable liebre cabeza abajo y la frutera desbordante de frutas,
el retrato del dueo de casa ampliado, dibujos de Matilde, cuando estaba en la Escuela Nacional.
Saturnina ech de menos un cuadro, y pregunt a Matilde, que en ese momento desenfundaba
la mquina de coser.
No veo tu diploma... qu lo hiciste?
La joven record las prevenciones de la negra contra las mujeres que estudiaban, y contest
sonriendo, por complacerla, aunque en el fondo aquel recuerdo la entristeca :
Lo quem, y me olvid de todo lo que aprend. Hiciste bien; dijo la negra y aadi en
tono sibilino y rezongn:
En la secuela les ensean de ms, pero no les ensean suficiente.
Y prosigui su barrido, mientras zumbaba la rueda de la mquina.

Captulo XIV
El Vengador
Ya Mario Burgueo no tena nada que esperar, y sin embargo, cada da se levantaba con el afn
de algo nuevo, que iba a ocurrir.
Pero qu poda ser?
A raz del casamiento de Liana con Velarde, qu se realiz poco despus de la vuelta de Beatrz
al hogar
I abandonado, Mario parti para Europa.
Crease inaccesible a una gran pasin, y, por tanto, invulnerable a los grandes dolores. En pocos meses olvid su resentimiento, pero sigui viajando en tierras lejanas, devanando, sin sentirlo,
el hilo de su vida.
Hasta que el hasto lo volvi a su patria. Reanud su relacin con Fraser, que se regeneraba en
el trabajo; y crey que poda tratar, sin envidia, a Velarde.
Crey tambin, con la experiencia de su egosmo, que no se acordara ms de Matilde; y
cuando comprendi su engao, al sentir despertarse su curiosidad por saber cul fu su suerte, no
habl con Fraser, porque delante de l simulaba la mayor despreocupacin, pero busc quin le
informara, y supo la muerte de don Pedro, y el nacimiento de aquel nio a quien Link di nombreFraser, que conoca el corazn de Mario mejor que Mario mismo, lo puso en el camino de las
confidencias, y no bien el joven le confes que realmente haba andado buscando noticias, l le
contest: Ya me imaginaba !
Mario replic vivamente, herido por la conmiseracin a que trascenda esa respuesta:
Me alegro ! As no tendr necesidad de explicarle lo que he resuelto hacer. Seguramente
se lo imaginar tambin.
Hombre si ! Me imagino que habrs resuelto no acordarte ms de esa aventura.
El joven mir con recelo a Fraser, y opt por dejarlo en la duda acerca de lo que de tiempo
atrs vena tramando.

Aos antes, en los comienzos de su vida libre y vana, se crey con nimo para recorrer los
crculo^ de todos los placeres.
Vanidad risible, que ahora lo sorprenda como una mentira que l mismo se hubiera dicho.
Qu limitados eran sus bros para el bien y para el mal!
Sin ser malo, era capaz de consentir en todas las maldades. Sin ser bueno, habra gozado en
hacer fe-bees a todos los hombres, si eso no hubiera de costarle alguna fatiga.
Sentase cansado y triste; pero su cansancio era el hasto, que llegaba antes de tiempo, y su tristeza no era todava la dulce y profunda tristeza que convierte bs corazones, y depura el pensamiento
de las cosas limitadas y lo arroja al infinito.
A otros, de su edad, les durara muchos aos la embriaguez de la juventud; y l, que no haba
andado ms ligero, comenzaba a dolerse de su soledad, y a echar de menos el agua de las fuentes
cegadas por su propia mano.
Recordaba que Fraser le dijo poco antes de su ruptura con Matilde, al cerrar una violenta discusin: Un da la echars de menos, porque as es el corazn humano. Volvers a amarla, y querrs
tener el hijo que abandonaste...
Y se iba cumpliendo el anuncio. Lo irritaba el que aquella mujer y aquel nio, que podan
llevar su nombre, llevasen el de otro; y que l hubiera perdido el derecho de llamarse su dueo.
Para no envidiar a Link, procuraba despreciarlo, considerando que recogi las sobras de su
mesa.
Y pensaba tambin que ella, Matilde, no lo habra olvidado, y estaba en su mano tentarla
de nuevo.
Quiso conocer las leyes sobre las relaciones de padres e hijos, y hubo quien le asegur que
poda rescatar el nio, si lograba probar su paternidad. Parecile factible la prueba y su imaginacin
de hombre ocioso empez a elaborar planes.
Hizo indagaciones, escribi cartas, se relacion con las autoridades del pueblo y como desde
un principio le ponderaron la dificultad con que tropezara, se enardeci su deseo y ya no vivi ms
que para cumplirlo.
Fraser, a quien consult, trat de disuadirlo, mostrndole que no hallara jueces que fallaran en
su favor, arrancando un hijo a su madre; y entonces Mario le confi todo su pensamiento.

No ser ella la que me rechace ! La naturaleza tiene leyes sutiles y misteriosas, que se
revelan de pronto. Esa mujer no ha podido olvidarme!
Necia presuncin de todos los hombres! dijo Fraser.
No, no ! Usted que es mdico, debe saber que si la madre se refleja en el hijo, el hijo
infunde su propio temperamento en el organismo de la madre. Ese nio no ha vivido en ella como
un parsito, nutrindose de su sangre, sino que ha trasfundido en ella lo que hered de mi, y le ha
impreso indeleblemente el sello de mi posesin.
Pobre filosofa la que slo tiene en cuenta los nervios y la sangre! El alma de esa mujer
debe repudiarte.
Ella no puede contradecir su propio temperamento. Ese vnculo que ha creado mi hijo, viviendo en ella, ni ella ni nadie podr romperlo. Cmo sacara de cada gota de su sangre, lo que en
ella ha dejado, su nico hijo, que es mo?
Por primera vez en su vida, Mario deseaba ardientemente una cosa, y bien lo revelaba el mpetu de sus palabras.
Fraser, compadecido de su ceguera, replicle con lstima :
No ves que ests deponiendo en tu contra? Si te estaba ligada, por una atadura, ms fuerte
que toda voluntad por qu la abandonaste? y cmo sacas de eso razones para traicionar al que
salv a tu hijo y acogi a la madre?
Lleg la primavera, y Mario que la aguardaba con impaciencia y que no haba partido antes,
porque deba buscar pretextos para quedarse en Helvecia, hasta dar fin a su plan, apareci un da en
el pueblo, en compaa del jefe poltico, que conoca su propsito, pero ignoraba la cruel ansiedad
con que iba a comenzar la prueba.
Mario mismo consideraba estupefacto el increble fenmeno, de aquel sentimiento que naca
obscuramente en sus entraas.
Al principio lo movi la curiosidad de saber a quin se pareca el nio, y de experimentar las
sensaciones nuevas que su vista le producira.
Lo habra amado, si lo hubiera tenido en su casa? Cmo era el amor a los hijos, el amor
invencible de que hablaba Fraser?
La curiosidad pronto no fue ms que un pretexto, para no confesarse que algo ms fuerte lo
vinculaba a aquel ser desconocido.

Pero qu era eso, si no era el amor, ese amor incomprensible y omnipotente, que ata las generaciones entre s, y salva a la humanidad, como la gravitacin ata a los astros, y libra del caos al
universo? qu era, si no era amor?
Nunca un hombre fu envidiado por otro, como lo fu Link por Mario.
En dnde vive? pregunt al llegar, y le mostraron su casa, y vi su puerta cerrada y
sus celosas verdes, y por arriba de la pared, las copas redondas de los rboles de su huerta, a cuya
sombra jugaba su hijo.
Pero no vi ms, y tuvo lstima de s mismo, y disimul su amargura, al or ponderaciones de
la belleza de aquella mujer, heredada por el nio.
A veces le entraban ganas de pregonar:
Yo fui su dueo, y vengo por ella!
Qu vaco de sustancia era el concepto de los hombres de mundo sobre el honor ! y cun
tarde lo comprenda! El hombre que l crea deshonrado, vala ms que l, que poda desaparecer
del mundo, sin que nadie lo echara de menos, tan intil era su vida.
Cada vez que alguien nombraba a Link, una sensacin glacial se le infiltraba en mdula.
El pueblo estaba orgulloso de su mdico, que, pu-diendo conquistar una posicin en Buenos
Aires, se le haba consagrado. Lo queran porque era abnegado y bondadoso, y muchos contaban
sus curaciones, como se cuenta un milagro.
El jefe poltico, que acompaaba constantemente a Mario, no dej de llamarle la atencin
sobre la fama de Link, para hacerle sentir las dificultades de la empresa en que por servirle se haba
metido, y valorizar su cooperacin.
A los dos das de aquel martirio, Mario haba perdido la arrogante confianza con que lleg, y
lo exasperaba su impotencia, para asumir de nuevo el papel de tentador. Esto lo predispona a todo
crimen que pudiera servir su plan.
Con esa enfermiza tenacidad con que los temperamentos dbiles, suelen encapricharse en un
propsito, se resolvi a jugarlo todo, su vida, y su fortuna a aquella carta.
No hay que meterse con el doctor, le dijo ei jefe poltico, paisano maero y cauto:
Estos mozos buenos, saben salir reventadores. Y lo que es l, desde el tilbury y sin pararse, mata
con el revlver las lechuzas en los alambrados del camino. Qu le parece?
Mario apenas escuchaba esas advertencias. En su alma, se levantaba la tumultuosa pasin, con

la violencia de una rompiente, ahogando toda otra voz.


Hay que agarrarla a ella solita, prosegua el jefe, y convencerla de que vale ms que
se vaya con su chico a Buenos Aires; y hacerle ver que no le faltar un apoyo.
Mario hizo un gesto displicente: hallaba infantil la ocurrencia de aquel paisano sin mundo;
pero, de pronto, le prest atencin, porque segua hablando, con ese tono sin relieve de los campesinos taimados, y esa sonrisa maliciosa, indescifrable, con que acompaan las sugestiones ms
estupendas.
Si ella es razonable, deca, y no quiere perder su hijo, no tendr ms remedio que
aceptar el trato.
Ella sabe, respondi Mario, que no lo perder; ningn juez me lo entregar, si ella
no da motivo.
Psch ! hizo el jefe, que haba pensado bastante sobre ese asunto.
Iban los dos, a caballo, por el camino de la costa, hacia los montes de Mocoret, distante algunas leguas. A la izquierda tenan el ro, reverberante bajo el sol; a la derecha una inmensa chacra de
lino, que se extenda como upa trmula alfombra de flores celestes.
Este lino es de don Carlos Link, dijo el jefe, deseando dar un rodeo en la conversacin,
antes de exponer su pensamiento brutal. Ese hombre es rico, y nadie labra como l. Todas las
otras chacras, estn
infestadas de nabo.
Y sealaba con el rebenque una tierra en .que las flores celestes del lino, desaparecan a trechos bajo las flores amarillas de aquella cizaa, que en la trilla perjudicara al grano en la mitad de
su valor.
La primavera tocaba a su fin, y se anunciaba un esplndido verano. Haca dos meses que el
ro haba bajado. An en los montes, quedaban las huellas de la creciente, camalotes marchitos
enredados en los troncos, guiapos de lamas fibrosas, que los animales no podan comer, prendidas
en los churquis, esqueletos de peces blanqueando en los pajonales; pero en la colonia la fecundidad
de la tierra se haba redoblado, y en las islas, que emergan sobre las aguas pardas, pastaban las
haciendas, zumbaban las avispas de los nuevos camuates, y los pescadores volvan a atar su canoa
al pie de una cina-cina y a construir su rancho de barro y paja en el ceibal florecido.
Mario oy con fastidio la ponderacin de la riqueza de don Carlos Link, y no se dign mirar
la chacra.

Anduvieron un rato en silencio, al tranco de las cabalgaduras: el jefe iba liando un cigarrillo;
cuando acab la prolija operacin, pidi fuego al mozo, y dijo tranquilamente :
Ust no tiene confianza en los jueces de esta tierra. Son buenos mozos. Sirven para un
fregado como para un barrido. Lo que quieren es andar bien con el gobierno. Don Carlos Link es
opositor; tiene la mania de dar siempre contra la autoridad, y su hijo ha de ser igual.
Se call un rato; devolvi a Mario el cigarrillo en que acababa de prender el suyo; y cerciorado
de que tiraba bien, apret espuelas al caballo.
Quiere que galopemos? All estn las casas de don Carlos.
Los dos jinetes se lanzaron a la carrera, levantando una nube de polvo,- en que desapareci
el cupecio, un perrillo de raza indefinible, que segua siempre al jefe, y que ste quera mucho
porque era bueno para peludear y perseguir alimaas.
Qu deca de los jueces? interrog el joven, interesado grandemente por las palabras
tortuosas de su compaero, que iban revelndole paulatinamente un plan tenebroso.
Deca que no les ha de resultar muy cuesta arriba pegarle en la cabeza a un hombre que anda
siempre mal con el gobierno. Porque esa es una forma fcil de quedar ellos bien. La cuestin est
en ofrecerles un buen pretexto, para que fallen al gusto de uno.
Y qu pretexto podra ser? pregunt Burgueo, sofrenando su caballo, para no perder
un pice de la respuesta.
Pretexto quieren las cosas contest socarronamente el paisano, ponindosele a la par.
Si probramos que ella no es de tan buena conducta, como quiere la ley que sea, para permitirle
criar su hijo...
Pero ella es buena... usted me lo ha dicho...
, As dicen ; vaya uno a saber ! Pero si conviniera otra cosa, no nos faltaran testigos que
declarasen, pongo por caso, que ella anda bien con su cuado Guillermo, y eso, me parece que ya
no es ser tan buena. ..
Con el corazn acongojado, Mario pregunt:
Pero eso habr quin le crea?
Se marc ms, entre los poblados bigotes del jefe, una mueca diablica, que desde el comienzo
de la conversacin, prestaba honda malicia a la frase ms inocente .

l es un mozo bien parecido, que enloquece a las muchachas. Si ust le dijera a ella, que eso
va a propalarse, si no consiente en darle el chico, y que de todas maneras no faltar un juez que lo
crea, y se funde en eso para quitrselo...
Mario sinti que en su pecho entraba la hoja sutil y traidora de los celos, y murmur para s,
amargamente :
Cuando la tuve no la quise. Y ahora que no la tengo me hace sufrir el pensamiento de que
otros la quieran.
Iban los dos para Cayast, la vieja poblacin fundada a orillas del ro, por los espaoles de la
conquista .
El jefe poltico quera exhibirse con aquel porteo, cuya amistad lo envaneca, y cuya bolsa
poda estrujar so pretexto de campaas electorales.
El artero paisano no quera aparecer mezclado directamente en la propaganda electoral, pero
tena en cada pueblo su caudillo, encargado de ganar votos para los candidatos gubernistas, que
antes de dos meses tendran que medir su popularidad con la de los candidatos opositores.
A una cuadra de distancia, en l misma manzana, la mejor edificada del pueblo, haba dos
almacenes.
Sin hojear el almanaque poda adivinarse que se estaba en vsperas de eleccin, con slo mirar
la concurrencia que a toda hora los llenaba, robando brazos a chacras y estancias.
Y poda saberse con entera exactitud cuntos paisanos estaban bebiendo y jugando, con slo
contar los caballos que aguardaban en la calle, maneados o atados por el cabestro en la acera de la
sombra, a las argollas fijadas en el cordn de la vereda de ladrillos, simplemente con la rienda en
el suelo, cuando eran muy mansos.
El jefe no necesitaba ms que ver el apero de uno, para inducir quin pagaba el gasto de la
reunin, o en otros trminos, a qu bando perteneca el grupo.
Ah est don Pancho Silva, haciendo cantar el ltimo canario! dijo esa vez, una cuadra
antes de llegar. Pasemos de largo, amigo Burgueo, porque se no es de los nuestros.
-jQn Pancho Silva era el caudillo opositor de Ca-yast, opositor porque s, y cualquiera
que fuese el gobierno, de tal modo que si por acaso triunfaba su partido, era seguro que dos aos
despus, en las prximas elecciones, hara votar en su contra a todo el criollaje que le responda.
Don Pancho Silva, que se haba gastado una regular herencia, en mantener su prestigio de
caudillo, se imaginaba que el da que l no fuera opositor, sera le mismo que si hubiera renegado de

un partido. Viva en las afueras del pueblo, en una casa que.se iba desmoronando cuarto por cuarto,
porque l no tena dinero para restaurarla. Ejerca de curandero, y rara vez cobraba, y en sus ratos de
ocio que no eran los menos, se iba a la isla a fijar sbalos o se pona a ensearle a silbar a un mirlo.
Con tiempo, antes de cada eleccin, venda unas vaquitas o un cuadrado de tierra, de lo poco
que le restaba, se provea de fondos, y se situaba en el almacn .
Uno est viejo y est pobre, pero el prestigio no se pierde tan fcil. Ya van a ver cmo
caen los muchachos !
No bien se corra la noticia de que don Pancho Silva acababa de apearse en el almacn, para
hacer poltica, empezaban a llegar de todos los rumbos del pueblo, los correligionarios, es
decir, todos los criollos que tenan algn resentimiento con las autoridades.
El caudillo, sentado junto al mostrador, los acoga con una sonrisa paternal, y tena ms gusto
en ver a un nuevo adepto que a un viejo amigo:
Entonces vos te has dado vuelta ya ? porque hace dos aos eras del gobierno!
As fu, seor; pero ah anduvo propalando el comisario que yo carneaba ajeno, y eso no
hae decir de m.
As me gusta! entr no ms!
Sacaba un billete amarillo de cien pesos, el ltimo canario, segn afirmaba, y lo arrojaba ostentosamente sobre el zinc del mostrador.
Vamos, muchachos! copen la banca!
Eso quera decir que todos los presentes podan beber lo que gustasen, o abrir una lata de
sardinas o comer un jeme de salchichn, hasta que el almacenero, un criollo rubio y gordo, que
estaba detrs del mostrador en camiseta, escanciando copas y haciendo rayas con lpiz en un papel
de astraza, declaraba que el canario ya no tena plumas.
Bueno, muchachos; ser hasta la prxima. Todava quedan algunos pajaritos en la jaula.
Mario, a quien el jefe poltico le relataba las hazaas del caudillo, haca reales esfuerzos por
escucharlo. Tena el pensamiento nublado y el corazn dolorido por la traicin que preparaba.
Si yo la amenazo con un pleito, en que testigos falsos van a deshonrarla, qu resolver? En
su mano estar librarse, y conservar a su hijo...
El jefe segua hablando. El gobierno, segn l, no tena miedo a caudillos de esa laya. Con-

taba con el apoyo de otros ms aviados, como don Juan Fullo, que cada da carneaba dos o tres
vacas para el pobre-ro en Santa Rosa, y en Cayast y en Helvecia y en el Saladero. Y gastaba sin
contar, treinta o cuarenta mil pesos en cada eleccin, lo que fuese necesario, parano dejarse ganar.
As como el otro era caudillo opositor, ste era gubernista. Cualquiera que fuese el gobierne poda
contar con su prestigio y con su bolsa. Y era rico...
Es decir, explicaba sonriendo intencionadamente el jefe, era rico cuando, por la guerra de Europa, las vacas valan ciento cincuenta pesos. Ahora que
valen diez pesos, el hombre anda apuradn, aqu me caigo y aqu me levanto. Adems la creciente le ha llevado como dos mil vacas, recin tradas de Entre Ros.
Llegaron los dos al otro almacn, donde estaban los del gobierno, y cuyo nmero tambin
se poda contar, por la caballada que aguantaba el sol, en la calle polvorienta.
Aqu est don Juan, dijo a Mario el jefe, mostrndole a un hombre alto, de buen aspecto,
en cuyos modales se adverta, a pesar de ciertas prendas gauchescas, al hombre que baja a poblado
con frecuencia.
Haba pedido unas tijeras de tusar, y estaba recortndole la clina y los corvejones a un potro
alazn, que andaba redomoneando, aperado con lujo, pero sin fren, con bocado solamente.
Apuesto lo que quiera a que el redomn que monta don Juan es cra de la estancia La
Noria, de don Nstor Iriondo.
Para qu voy a arriesgar nada, si me va a ganar !
contest Fullo, irguindose y tendiendo la mano a los recin llegados, con una visible
satisfaccin por el elogio que acababan de hacer a su caballo. Tengo una tropilla de alazanes
igualitos, en Mocoret. Cuando topo con ellos en el campo, y suelto uno y ensillo otro, y vuelvo a
las casas, lia de tener buen ojo el que advierta el cambio.
Penetraron juntos en el almacn, que era una pieza muy amplia, con estantera y un largo mostrador a un lado. En las otras paredes, pendientes de clavos, haba toda suerte de utensilios, desde
un cabo de hacha hasta
un taladro a cric de carpintero, y todas las piezas de un apero, pobre o lujoso, desde el sobrepuesto de piel de carpincho hasta el lazo salteo; y en el piso, ocupando los rincones, tarros de
galletitas, bolsas de sal y de azcar, cajones de fideos, barricas de hierba, rollos de alambre, lo cual
serva de asiento a los concurrentes, que encarnizados en el juego, y ms o menos punteados por
las copas que beban a cuenta de don Juan, no se dignaron advertir la presencia del jefe poltico.
Debajo de cada silla, o de cada mesa, y en cada hueco, haba un perro que dormitaba o se ras-

caba las pulgas, aguardando que a su amo se le acabara la sed y volviera a su casa. Otros en la calle
se quedaban cuidando el caballo. Los haba de todo pelaje y aspecto, pero el ms infeliz era todava
capaz de rastrear un peludo en la luna. Porque los paisanos no tienen perros maulas.
Por la puerta de la ochava se vea el ro, adormecido en la tarde calurosa. Iba menguando la
luz, y la isla tendida como una cinta verde, a ras del agua, se empezaba a esfumar.
Una barquita pintada de rojo, a golpe de botador, remontaba la mansa corriente. La vela plcida penda a lo largo del mstil. Algunas gaviotas la seguan, trazando crculos a su alrededor.
Cuando se alejaban, su vuelo produca la impresin de que un viento las envolva, quebrada en tres
partes la lnea tenue de sus alas.
Mario, junto al mostrador, apur en silencio un vaso de cerveza, y se engolf en los recuerdos
que suscitaba en su espritu desencantado, aquel detalle del paisaje.
Dnde haba visto l esos mismos vuelos inseguros y desorientados?
Por un camino o por otro su pensamiento llegaba siempre a la pobre mujer que lo am.
T eres as ! le explicaba ella una vez, en un paseo que hicieron por la costa de San
Isidro por qu no me cuentas hasta dnde vuela tu corazn, cuando se aleja de m?
Y l, vencida su displicencia habitual, por la dulzura de esa queja, le contest:
Solamente vuelan los corazones puros. El tuyo, libre de egosmos, s; pero el mo no.
No se explicaba qu fuerza lo oblig a ser sincero, sin dureza, una vez al menos, confesando
humildemente que el egosmo le quitaba entusiasmos.
Ahora senta que la tenaz herrumbre se iba disgregando, en el fuego de una pasin desconocida.
Pero ahora, que su corazn volaba hacia dnde ira que no se estrellara con los obstculos
que l mismo le opuso?
Volvieron de noche ya a Helvecia, y entraron, al galope el jefe y don Tuan Fullo, que deseaba
lucir los bros de su redomn. Los dos iban achispados, y hablaban en alta voz. Segualos Mario a
corta distancia, agitado y temeroso de que divulgara aqul una noticia que acababa de darle.
Maana el doctor tendr enfermos que curar >

bien lejos de aqu. No volver a su casa hasta la noche. Apronte su auto si quiere robarse la
prenda.
Esa noche un soldado de la jefatura, fu a anunciar a Link de parte del jefe, que en unos ranchos, camino de Cayast, dos enfermos graves lo necesitaban; que fuese a atenderlos, y los gastos
correran por cuenta del gobierno.
Temprano como de costumbre se levant Link, y l mismo at el breack de tres caballos, que
usaba cuando deba ir lejos, y dijo a Matilde:
Difcilmente volver antes de la noche. Por qu no te vas a pasar el da en casa de mi
padre?
La bes, acarici tiernamente al nio, y parti para su viaje, acompaado de un peoncito.
En la cochera tenan a ms del breack un tilbury, con que el mdico haca sus visitas en el
pueblo, y que Matilde saba conducir.
Aunque sta adverta cierta reserva en los modales de don Carlos, no se negaba nunca a visitarlo. Todo lo sufra como una expiacin, para hacerse perdonar y para que amasen a su hijo, que
era un extrao en aquella familia.
Ese da una indefinible lasitud, le quitaba las ganas de salir. Nada prevea, ni siquiera recordaba, en ese momento, el nombre del que la enga, y que ya haba dormido dos noches en el pueblo.
Tal vez influa en su desaliento la actitud de Saturnina, que de pronto se quedaba mirndola,
como si tuviera algo que decirle, y despus nada le deca.
El da anterior la sorprendi conversando en voz baja con Guillermo Link.
Qu se dijeron, y por qu negaron importancia a esas frases cambiadas a escondidas? No lo
supo.
Y esa maana, en cuanto parti su marido, desapareci la negra. .
En Buenos Aires sus escapadas terminaban en la iglesia; pero all, como en muchos pueblos
importantes de Santa F, sucede algo inaudito en provincias ms pobres, que no existe un cura, y
que los cristianos viven y mueren sin sacramentos y sin culto.
Matilde no se imaginaba a Saturnina, callejeando sin objeto, y la inquiet su ausencia. Pero
cansada de esperarla, at ella misma el tilbury dej a la niera cuidando la casa, y sali sin ms
compaa que la de su hijito, apretado contra ella en el estrecho asiento.

En lnea recta la casa de don Carlos Link distaba diez cuadrados, lo que haca una legua, siguiendo el camino de la costa, baado a trechos por el sol, y a trechos sombros como una avenida,
bajo las ramas de los corpulentos ombes.
Las gentes que Matilde hallaba a su paso, la saludaban con respecto, porque era la seora del
doctor, pero ella saba bien que la consideraban una extraa en el.pueblo. Esa vez habra deseado
preguntar a algunos si no haban visto pasar a su negra, pero no se atrevi.
La negra, entretanto, iba a todo lo que le daban las piernas, a travs de las chacras de man,
para acortar el camino, pasando por entre los hilos de los cercos, aunque se desgarrase el manto en
ios alambres de pa, ansiosa de llegar a casa de don Carlos Link, para dar parte a Guillermo de lo
que supo esa maana en la carnicera.
En la tarde pasada, el mozo, que no era muy expansivo con ella, la haba visitado en su cocina
para preguntarle si conoca a Mario Burgueo; y como la negra contestara afirmativamente, l le
dijo:
Anteayer he visto a un forastero paseando con el jefe poltico. Se me pone que es l... A
qu puede haber venido?
Al hablarle as, Guillermo estaba inquieto, miraba por la puerta, pronto a cambiar de conversacin si alguien se aproximaba.
El conoca las historias que circulaban acerca de Matilde, y en un principio, cuando su hermano lleg con ella y con el nio, rehuy su relacin. Mas poco a poco fu cayndole en gracia por
su bondad y por la dicha apacible de que llen la casa de su marido. Se sinti ms fuerte que ellos
dos, y pens que l tambin la habra amado hasta morir, y que la habra perdonado a ella, cuando
implor el perdn, pero no al otro. A ste, a Mario Burgueo lo habra muerto.
La negra adivin que a Guillermo Link poda confiar el pesado secreto que le roa el corazn:
.
Debe ser l mismo! exclam. Hace tres meses o que vendra...
Y refiri rpidamente, espiando tambin la puerta, lo que el jefe poltico cont al mozo que lo
acompaaba en la posta del Arroyo de Leyes.
S, puede ser l, que viene por su hijo; murmur sordamente Guillermo; y la negra junt
deses-peradamente las manos; mas no pudo formular su splica porque apareci Matilde en busca
del nio.
Esa maana, estando en la carnicera, vi pasar en un automvil al forastero, y lo reconoci,
y algunas insinuaciones maliciosas le revelaron que no era un secreto, para todos, en Helvecia, los

motivos del viaje de Mario Burgueo.


Corri a dejar la canasta con la carne y el pan, y tom el camino de la casa de don Carlos, para
avisar a Guillermo que Matilde quedaba sola, a merced de aquel hombre a quien las autoridades
ayudaban.
Cuando lleg, le dijeron que el mozo estaba quinchando un rancho en una chacra, a donde
Zacaras la condujo.
Al aproximarse su negra figura desconocida, las lechuzas posadas en los postes del alambrado,
lanzaban su vigilante chillido y alzaban el vuelo, y quedaban un rato inmviles en el aire, como si
estuvieran suspendidas de un alambre.
A orillas de la chacra estaban construyendo un rancho de quinchos, manojos de paja de la
isla atados con tientos, que se unan unos a otros para formar las paredes. Ya en un corralito de
palo a pique, cerca de un pozo cavado al efecto, una manada de yeguas pisaba el barro, azuzadas
despiadadamente por Isabel montada en pelo, como hombre, sobre el caballo de Guillermo.
Los animales daban vueltas y vueltas, hundidos hasta el encuentro en el lodazal, que cada vez
se haca ms pesado, con las cargas de estircol que un pen le echaba, para dar ms consistencia
al barro.
No bien Guillermo oy lo que la negra le dijo al odo, corri a buscar su caballo, lo limpi
ligeramente con el lomo del cuchillo, lo ensill y parti sin .decir nada, ante los ojos atnitos de
sus hermanos, que miraban a Saturnina, y lo miraban a l, cuya silueta se achicaba rpidamente en
el camino del pueblo...
Matilde al sentirse tan sola, bajo la arcada de los grandes ombes, que seguan durante cuadras
y cuadras, tuvo miedo, y apret contra si a su hijito, y di un latigazo al caballo, remoln como
caballo de mdico, habituados a detenerse a cada paso.
Ella conoca bien el camino, y muchas veces lo haba andado sola, como entonces, mas nunca
experiment semejante recelo.
Las cigarras cantaban al verano que se aproximaba, .madurando las cosechas. Era una orquesta montona, pero ardiente. Un vaho de podredumbre vena del monte, donde fermentaban los
restos de la inundacin.
Cuando callaban las cigarras, slo se oa el sordo rumor de los cascos del caballo, sobre el
suelo arenoso.
De repente sinti a sus espaldas el ruido de un automvil, que se acercaba; y eso acrecent
su terror. Castig frenticamente al caballo, y sent en sus faldas a Carlitos. Le pesaba no haberse

quedado en su casa. Pero qu poda temer? en qu se fundaba su miedo?


Instantneamente su imaginacin coordin los hechos raros y al parecer insignificantes que
venan sucediendo a su alrededor, y tuvo la intuicin de lo que iba a ocurrir.
No se atrevi a volver la cara al sentir los rugidos del auto, a pocos metros de str tilbury.
El camino se bifurcaba en ese punto; siguiendo por la costa, se iba a Cayast; an se vean
las huellas del coche de Link, que haba pasado una hora antes. Apartndose hacia la derecha, se
llegaba a las casas de don Carlos.
El caballo acostumbrado a seguir esta direccin fu a doblar, pero el automvil se le cruz
por delante.
- Dos hombres iban en l, y los dos saltaron a un tiempo. Uno de ellos lo cogi por la rienda,
y el otro se aproxim al estribo del cochecito.
Matilde lo reconoci, y cuando l le dirigi un saludo, sonriendo, como si nada hubiera pasado, ella le mostr con la punta del ltigo las huellas frescas del coche de Carlos Link, y le dijo con
inmenso desdn:
Usted sabe que mi marido est lejos, por eso me sale al paso. Qu cobarde es!
Mario no esperaba aquella acogida, y se estremeci de dolor, como si ella con el ltigo que
temblaba en su hermosa mano, le hubiera marcado el rostro.
Matilde ! por qu me insultas, si ignoras a qu vengo ?
Ella perdi el miedo, sintindolo dominado.
A qu viene?
Con un poco de buena voluntad, no te costara mucho adivinarlo.
No me hable as. Usted no tiene derecho de hablarme as.
l se ri, con su risa fatua de hombre de mundo, recobrando su aplomo habitual; pero su risa se
hel -en sus labios, al or el llanto del nio, en el regazo de su madre, y a sta que le deca : No
tenga miedo, mi hijito! Por este camino va a llegar pap.
Yo quera conocerlo, murmur l humildemente. Ya eso he venido... Haz que me
mire ! es mi hijo !

Quin dice que es su hijo? exclam ella sarcsticamente recogiendo las riendas y empuando el ltigo. Djeme pasar!
El hombre que le atajaba el paso no se movi.
Ests en mi poder Matilde respondi l con una sonrisa dolorosa, estirando la mano para
acariciar al nio, que se encogi lleno de miedo. Si yo quisiera llevarte en el auto, a ti y a mi hijo...
Ella lo interrumpi con ira:
No es su hijo! Usted puede matarnos, pero no puede decir que es su hijo.
Es verdad! dijo l mordindose los labios, con ira impotente. Yo, que puedo matarte,
y matarlo, no tengo derecho de decir que es mi hijo...
Y aadi con imponderable amargura:
Matilde, djame besarlo... Ya veo que la vida es un ro que no remonta su curso. Djame
besarlo!
Volvi a estirar la mano, pero el nio se encogi ms an, horrorizado de la caricia.
La mano de Mario Burgueo se crisp de impaciencia .
Ah ! exclam El que tiene la fuerza tiene el derecho! Yo tengo la fuerza y vengo
por mi hijo, y vengo por t, Matilde.
Pobre hombre! contest la joven con desdn,
resuelta a morir; y se alej todo lo que pudo en el asiento, de modo que la mano de l apenas
toc el ruedo de su vestido. .
Su clera se apag tan repentinamente como se encendiera.
Ya ni siquiera me temes!... Qu podra hacer jo para que l me mirase?
Nada, nada! respondi ella.
Ya ves Matilde! He hecho un largo viaje, pensando locuras, pensando que tena el derecho
de recobrar a mi hijo, y que me volvera con l.
No es su hijo! repiti ella implacablemente, y l prosigui con amarga voz:

Un da me anunciaron que l te vengara. Yo no me imaginaba cmo poda vengarse de


m, el que an no haba nacido. Qu ciego fui! Es mi hijo, y t, su madre, me lo niegas, y l no lo
sabr nunca, porque nadie se lo dir; y si yo un da volviera a hablarlo, l no me creera... Se puede
imaginar mayor miseria que la ma?
Djeme pasar! exigi ella, sin mirarlo.
El homtyre que retena las riendas, interrog:
La dejo?
Mario comprendi que la perda, y de nuevo se enardeci su pasin, y exclam asentando
violentamente su mano sobre la mano del nio:
No, no! Tengo el derecho y tengo la fuerza! Sobre el camino, surgi la silueta de Guillermo Link. Matilde lo conoci a la distancia, y dijo mostrndolo: Aquel que viene all es mi
cuado... Le aconsejo que se vaya.
El gesto despectivo y la voz serena, hirieron a Mario en su vanidad.
An poda ganar la partida, porque era cuestin de un instante apoderarse de Matilde y del
nio y huir en el automvil. Pero vi la inutilidad de la violencia para dominar los corazones, y se
humill.
l, que crea haber deshonrado a Carlos Link, porque lo enga y lo hizo sufrir, comprendi la
grandeza de aquel dolor sin culpa y la virilidad de aquel amor que reparaba el dao de su egosmo.
Se imagin a su hijo creciendo lejos de l, conociendo y amando a otro padre, y sinti que la
vida, contra la que pec en su ley fundamental, se vengaba cruelmente .
, Djame besarle la manito! suplic. No volver a verlo ms.
Acerc a sus labios la mano del nio, que temblaba de espanto, y la bes con desesperacin.
Dile a tu marido, Matilde, que si me odiaba, puede olvidarme ya, porque est vengado...
Se alej vencido, subi al automvil con su acompaante, y parti para siempre.
Guillermo llegaba a toda carrera en ese instante.
Quines son sos?
Djelos! respondi Matilde, contenindolo.

Ya no 1 vern!
Las fuerzas la abandonaban. Solt las riendas, y se puso a besar frenticamente a su hijito,
como si lo hubiera salvado de un inmenso peligro.. .
Esa noche, Carlos Link al volver de sus visitas, ha-li a su mujer en su despacho, con Carlitos
que no se desprenda de sus faldas.
Cmo has tardado! le dijo Matilde tendindole los brazos.
l no se le acerc, y desde la puerta le respondi con sequedad.
Mario Burgueo est en Helvecia !
Ya lo saba, contest ella sencillamente.
Lo sabas? por qu no me lo dijiste?
Matilde entonces le refiri lo ocurrido, conmovida an por la terrible emocin.
A medida que avanzaba el relato el ceo de l se despejaba, y su amor creca como el mar.
Y cuando ella repiti la frase de Mario dile a tu marido que puede olvidarme ya, porque est
vengado, se compadeci de l, con esa seguridad de los fuertes, que engendra la misericordia.
Tom al nio, que le ech los bracitos al cuello, y lo bes ardientemente, y dijo a su mujer:
l te ha salvado y ya nadie me lo disputar.
Buenos Aires, Abril de 1922.

Contenido
Retama blanca
El hombre que espa
Por el que ha de nacer
Quiero vivir mi vida
La confesin
La pregunta de Laura
Un hombre de honor
El encuentro
El Holocausto
Saturnina en Helvecia
El Vengador

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