Adela Neón y el gato cuántico: Arcanah Bacana

​Índice

Índice

Bienvenida a Adela Neón y el jardín de los espejos cuánticos

Capítulo 1

Una rosa negra en el rosedal

Capítulo 2

El gato que hablaba en subjuntivo

Capítulo 3

Madres, Fiat y lavanda rancia

Capítulo 4

Laberintos sin minotauros

Capítulo 5

La teoría del desastre maternal

Capítulo 6

Física cuántica para adolescentes (y madres que fueron pibas)

Capítulo 7

El día que el Fiat lloró

Capítulo 8

Bigotes y principios de incertidumbre

Capítulo 9

Confesiones en tono de mi bemol

Capítulo 10

Efemérides de un corazón domado

Capítulo 11

Lavanda vs Neón: batalla de aromas

Capítulo 12

Trenzas de luz y ronroneos

Capítulo 13

La paradoja del gato sin sonrisa

Capítulo 14

Función de teatro con platea vacía

Capítulo 15

Carta a una adolescente cuántica

Capítulo 16

Agujeros de gusano en el lavarropas

Capítulo 17

El último ronroneo en fa mayor

Capítulo 18

Eclipse de gato

Capítulo 19

Madre en fuga, hija en busca

Capítulo 20

Posdata de un gato multiversal

Capítulo 21

Luisa y las trenzas del tiempo

Capítulo 22

Legado en tonos de verde

Capítulo 23

Rosas, espejos y otros desperfectos cuánticos

Capítulo 24

La domesticación circular

Capítulo 25

Créditos con ronroneos (y un adiós en tono de fa mayor)

Epílogo (real) (no cuántico)

Encontrame

​Bienvenida a Adela Neón y el jardín de los espejos cuánticos

Querida rebelde con auriculares y corazón de neón:

¿Alguna vez sentís que tu vida necesita subtítulos? ¿Que tus batallas contra lo correcto y lo esperable merecen banda sonora de rock ácido y efectos especiales? Este libro es un espejo roto —cuidado con los bordes filosos— donde vas a ver reflejada a una piba que podría ser tu hermana cósmica: Adela Neón, catorce años, trenzas verde radioactivo y un talento innato para incendiar reglas con la mirada.

En el Jardín Botánico de Buenos Aires, donde los rosales susurran secretos en clave cuántica y los gatos son más que mascotas, Adela descubrirá que:

●  Las madres no nacen siendo madres, sino mujeres que cargan mochilas llenas de sueños aplastados.

●  La rebeldía no es un error de fábrica, sino un mapa escrito en tinta invisible.

●  Y que los lazos más fuertes son aquellos que nos conectan de forma elástica, para así permitirnos volar.

Pero esto no es solo su historia. Es un mensaje cifrado en códigos de lavanda y carbón para vos, que:

●  Guardás rabia rancia en el cajón de los calcetines.

●  Te preguntás si tus grietas son fracasos o rutas alternativas.

●  Soñás con un mundo donde ser rara sea el único requisito para ser libre.

Adela Neón sos vos, pero con otro nombre. Vos sos Adela, pero con otro disfraz.

Este libro es un puente entre lo que sos y lo que no te atrevés a ser; un recordatorio de que hasta los agujeros negros (y las madres que a veces parecen uno) pueden convertirse en faros.

P.D. importante: Este libro pertenece a la colección Bifurkhadas (sí, con h). ¿Por qué? Porque las protagonistas no son bifurcaciones del camino, sino hadas que inventan nuevos senderos. Y porque, como bien sabés, al mundo no se lo cambia siguiendo instrucciones... sino plantando rosas negras donde otros ven cemento.

Preparate. Te vas a reír, vas a llorar y, sobre todo... vas a encontrar en estas páginas el manual de supervivencia que nadie te dio para ser una humana brillantemente imperfecta.

Las hadas rebeldes estamos listas. ¿Y vos?

Las Bifurkhadas (alias: Las que eligieron incendiar el manual y escribir uno nuevo).

​Capítulo 1

​Una rosa negra en el rosedal

El Jardín Botánico olía a rebelión. O al menos eso pensaba Adela, recostada sobre el pasto que picaba como alfileres contra su espalda. Las trenzas verde neón le caían sobre los hombros cual cables eléctricos desbocados en busca de un cortocircuito. A su lado, un libro robado de la biblioteca de su madre —Teatro del absurdo para principiantes— yacía abierto en una página sobre esperanzas perdidas. Justo lo que necesitaba: más filosofía barata, masculló, arrancandole un pétalo a una rosa negra que crecía entre los rosales.

¿Y si en vez de torturar flores, leés algo que no sea para impresionar a tu terapeuta?, ladró esa característica voz con la que solía pelearse durante horas.

No leería nada para impresionar a ese... ser... Las amebas no han desarrollado su capacidad de sorpresa.

Igual podrías dejar de torturar flores, insistió esa consciencia que no se callaba ni cuando Sebastián estaba cerca.

¿Por qué? ¿Vos decís que sienten algo?

¿Algo, princesa? Si yo te arrancara ahora una de esas trenzas, ¿a vos no te dolería?

Extrañada por el princesa, nunca antes expresado por su yo bélico, Adela frunció un poco el ceño, lo que hizo que su expresión delineada en Carbón inefable 001, que reposaba como un par de almendras punk en medio de sus trenzas verde flúo, se viera aún más... más... es difícil encontrar la palabra... más... ¡ya está! hiperbólica que un minuto atrás.

Gracias por ponerme al nivel de una rosa, le contestó a su voz con su característica ironía de catorce pirulos.

Negra...

¿Tienen algo de malo las rosas negras, le preguntó, desafiándola a que solita se pisara el palito o se viera obligada admitir su furcio.

Nada de malo..., aclaró.

¡Ah! Me parecía...

Son hermosas, profundas y misteriosas... como Escorpio, tu signo.

Orgullosa por su autohalago, prosiguió en respuesta: El más de los más.

El más vengativo de los doce, fue su prístina respuesta.

Flaca, ¿me estás descansando?, le soltó ya sin un microgramo de paciencia (bueno, a los catorce no es una cualidad que abunde, ¿o vos qué decís?). ¿Estás de mi parte o en mi contra, como mamá?

Muchas gracias por lo de ‘flaca’, porque mis kilitos de más son mi sello distintivo... (Ta, era el colmo... ¡encima la estaba tratando de... ¿gorda?!). Tomó aire para responderle, algo que iba a hacer en voz alta —insensatez total—, pero la voz siguió como si nada: "Ahora, no puedo dejar de