[go: up one dir, main page]

Academia.eduAcademia.edu

LA OLLA

LA OLLA TITO MACCIO PLAUTO VERSIÓN: Mg. Gonzalo Jiménez Mahecha UNIVERSIDAD DE NARIÑO SAN JUAN DE PASTO 2013 LA OLLA ¡La olla!, ¿por qué abandonar el uso y reemplazar con esta expresión trivial y baja el antiguo título más sabio y más conocido? Más conocido, sí; pero ¿se entiende?, y, ante todo, la aspiración de un traductor es el ser. ¿Qué es este nombre l’Aululaire, latino en su tema, francés en su terminación, y que no pertenece propiamente a ninguna lengua, y en sí no tiene ningún sentido? ¿Aun es muy seguro que, en la época de Augusto, todos, incluso en Roma, entendieran el significado del término Aulularia, sin que un Varron, un Verrio Flaco, explicasen cómo este utensilio de cocina llamado olla se había llamado aula entre los antiguos, cuando no querían la duplicación de la consonante; y cómo aulularia venía del diminutivo de aula, porque a los antiguos romanos les agradaban mucho los diminutivos1 1 Véanse los títulos Cistellaria, Mostellaria, Poenulus. Recuérdese el apodo Corculum dado al sabio Escipión Nasica, etc.; lo que apenas se hubiera esperado de la rudeza de sus costumbres? La olla, este es el verdadero título en francés de la obra de Plauto. Me gusta mucho, no por el afecto que el bueno de Crísalo llevaba en su corazón por las cosas de este tipo, aunque me llegan fuerte su sentido común y sus palabras; me gusta este título por un motivo de razón y de equidad. La olla, con Euclión, ocupa con mayor constancia la escena; ella, con él, tiene el papel más importante; es el personaje moral del drama. Si el anciano empuja como un loco a su sierva hacia la calle, se debe a que quiere visitar, sin testigos, antes de salir, a su olla llena de oro. Si se aflige por que abandona por un momento su casa, incluso para ir hasta el magistrado de la curia a buscar su parte de un generoso donativo del gobernante, su olla lo apena. Si la afabilidad del honesto Megadoro, y la voluntad de este rico hacia un pobre hombre como él, lo perturban y alarman, tiembla por su olla. Si por el ruido de los trabajadores en la casa del vecino, con brusquedad rompe la plática y corre a su casa muy espantado, aún es su olla la que va a salvar de los ladrones. ¿Por qué saca a palazos a los cocineros que su futuro yerno ha enviado hasta su casa en su ausencia para preparar el banquete de la boda, una fiesta que nada debe costarle? ¡Y su olla!, ¿cómo mantenerla oculta con tales pillos? Esta olla es como el Aquiles de la Ilíada; en su reposo domina toda la acción, siempre presente e invisible. Pero, finalmente, aquí aparece. Euclión la tiene en sus brazos; le busca un refugio más seguro. El bosque sagrado de Silvano está muy cerca: allí la oculta. Pero negros presagios, el graznido del cuervo y el encuentro con un esclavo bribón, le arrebatan su seguridad. A pesar de las dificultades y los peligros del viaje, es preciso que busque otro custodio. La olla reaparece de nuevo apretada contra el pecho de Euclión, y la Buena Fe la recibe en su templo, sin ella misma poder vanagloriarse de que le inspirase al avaro una plena confianza. El esclavo pillo lo acechaba y el escondrijo se descubre. Oigan los gritos de Euclión, vean esa máscara que muestra una cólera que llega hasta el dolor, un dolor que llega hasta la demencia. Les pide su olla a los dioses y a los hombres, por la que haría que colgasen a amigos y enemigos, y a él mismo después de ellos; esta olla, más querida a su corazón que su hija, de la que, en ese mismo momento, aprende, para colmo de la desesperación, el deshonor. Así, la olla, o su imagen, se le une, como su genio maléfico, como su furia, en castigo por la dureza con los suyos, por su locura cruel hacia sí mismo. Ella lo agita, lo tortura implacablemente con ansias mortales, hasta cuando al fin ya no hubiera para él nueva desdicha, dolor nuevo posible; y este terrible suplicio no deja de ser el espectáculo, a veces el más gracioso, casi siempre el más cómico. ¡Cuán bien inspirado hubiera estado Plauto, si no hubiera querido añadir esa moraleja, un milagro increíble, la metamorfosis del avaro en un buen padre, afectuoso y liberal2 2 Véase el Argumento acróstico, en el último verso.! Lo que se tolera en un cuento para niños para la edificación de los lectores, no se admite, en el teatro, para los hombres. No obstante, fue una idea audaz y poderosa, una obra artística hábil, la que incluye, en la sencilla pintura de un carácter, el interés de una gran comedia, y sustentar la acción libre de monotonía y languidez, sin los accesorios de una trama amorosa o los ardides de un esclavo. Servidora, cocineros, vecinos, todos los personajes de la obra se agrupan en torno a Euclión, sin eclipsarlo un momento, y sólo tienden a proyectar su vicio saliente y a la luz, la vieja Estáfila con sus quejas, Megadoro con su generosidad, los cocineros con sus historias, el amante con sus confesiones mal interpretadas, todos con las tribulaciones que le causan. Por tanto, evitemos remitir esta obra a los caballetes de los titiriteros, como lo insinuara algún crítico, sin que, no obstante, nuestra admiración llegara a preferirla a la imitación original y fecunda de Molière. Entre el entusiasmo erudito y sistemático de Schlegel y el desdén superficial de La Harpe, es posible formular un juicio más equitativo, si se tienen en cuenta las diversas condiciones de la comedia latina y del teatro francés, ya por el papel de las mujeres, ya por las circunspecciones de tiempo y lugar, ya por la declamación, que aumenta o disminuye, según fuese más o menos el canto, la extensión de los poemas y la complicación de las historias. La composición y el tema nos inducirían a creer que esta producción correspondería a la madurez del autor, incluso cuando conjeturas bastante positivas no nos dieran casi la certeza sobre ello. El año 559 de Roma3 3 Tito Livio, lib. XXXIV, c. I-8, Valerio Máximo, lib. IX, cap. I, § 3., apenas había pasado la Segunda Guerra Púnica, cuando un gran debate sacudía a la ciudad. La ley de Oppio les había prohibido, veinte años antes, a las damas romanas, las joyas, los trajes bordados y los coches. Dos tribunos propusieron que la derogaran, otros dos querían que se mantuviera. Entonces, Catón era cónsul; piénsese de qué lado se puso. Las mujeres asediaban las casas de los magistrados, llenaban el Foro y sus alrededores, tratando de ganar amparos y sufragios; e incluso numerosas solicitantes acudían a Roma, de todos los lugares cercanos: era casi una sublevación. Caton no llegó sino con gran dificultad, murmurando y rezongando, a la tribuna; tuvo que atravesar un ejército de mujeres que lo aturdían con sus quejas, quizá también con sus imprecaciones, cuando creían que no las reconocían entre la multitud y el ruido. A la elocuencia del cónsul la derrotó la ley. ¿No se había aún calentado con estas disputas o con un recuerdo reciente, cuando las reflexiones del sabio Megadoro sobre el lujo de las mujeres, sobre el uso de coches y el abuso de galas, llegaban a concordar tan bien con las arengas vehementes de Catón? Plauto era el poeta de los plebeyos, como Catón era su orador. Han indicado, en más de una ocasión, uno y el otro esta lucha de la vieja pobreza latina contra las nuevas riquezas y los nuevos placeres traídos por la victoria desde Grecia. Esta obra no debió haberse representado más de diez o doce años antes de la muerte de Plauto, que no llegaba a la vejez. No nombra al autor del que tomó la obra. Se cita entre las obras de Menandro, El Tesoro, así como entre las de Filemón y Anaxandrides. Menandro también había escrito la Hydria (El cántaro), y allí se trataba de un tesoro. ¿Sus temas eran similares a los de Plauto? Dioxipo y, después de él, Filípides, dos poetas atenienses, habían compuesto obras tituladas El avaro. Se ha conservado un verso de una Aulularia de Nevio. Pero, ¿qué tendrían que reclamar aquí?, nada se sabe. Tal vez el silencio de Plauto proviene de la conciencia de su pleno derecho sobre su comedia. La había hecho muy romana, muy de sí mismo, al transponerla a la escena de Roma. Era una conquista, y no un hurto. PERSONAJES4 4 Nombres de los personajes: — Euclión, eékleiw, el honorable, como Demeneto, el hombre digno de las alabanzas del pueblo (véase tom. I, p. 373). — Estáfila, staful, racimo de uvas. Esta vieja, al igual que todas las viejas de la comedia antigua está lejos de odiar el vino (véase p. 60, versos 10, 11, y la primera escena de la Cistellaria, y la segunda del Curculio). — Eunomia, la regularidad, la sabiduría misma; este nombre no es una contra-verdad, como tampoco el del generoso Megadoro. — Estróbilo viene de strofv, girar, ya se designase la actividad, ya se aludiese a un defecto de talla o de piernas. — Congrión y Ántrax han tomado sus nombres, uno de un pescado delicado, el otro de un carbón ardiente. — Pitódico, especie de intendente, que tiene ladrones que vigilar, bien se lo llama el inquisidor de justicia, puny‹nesyai, dike (véase la página 63). — Licónides ha mostrado hacia la dulce Fedria un poco de la violencia del lobo, lækow. EL DIOS LAR, Prólogo. EUCLIÓN, viejo avaro. ESTÁFILA, vieja esclava de Euclión. EUNOMIA, hermana de Megadoro, madre de Licónides. MEGADORO, anciano rico y liberal. ESTRÓBILO, esclavo de Megadoro.  ÁNTRAX, CONGRIÓN, cocineros. PITÓDICO, esclavo de Megadoro. ESTRÓBILO, esclavo de Licónides. LICÓNIDES, hijo de Eunomia, amante de Fedria. FEDRIA, hija de Euclión. FLAUTISTAS La acción transcurre en Atenas. Se ve, a un lado del teatro, el templo de la Buena Fe. ARGUMENTO El viejo avaro Euclión, que apenas se fía de sí mismo, encontró en su casa, bajo tierra, una olla llena de oro. La oculta de nuevo en lo más profundo, y la guarda con mortales inquietudes; por ello pierde la cabeza. Licónides ha deshonrado a la hija de este anciano. Mientras tanto, el viejo Megadoro, al que su hermana le ha aconsejado que se casara, pide en matrimonio a la hija del avaro. Al viejo búho le resulta difícil entregarla. Su olla le causa muchas inquietudes; la saca de su casa y la cambia de escondrijo varias veces. Lo sorprende el esclavo del mismo Licónides, que había deshonrado a la muchacha. El amante logra de su tío Megadoro que renunciase en su favor a la mano de su amada. En seguida, Euclión, al que le habían robado su olla, la recupera contra toda esperanza; lleno de alegría, casa a su hija con Licónides. ARGUMENTO ACRÓSTICO ATRIBUIDO A PRISCIANO EL GRAMÁTICO Euclión ha encontrado una olla llena de oro. Él la cuida, y se inquieta y se atormenta. Licónides deshonra a la hija del anciano. Megadoro la pide en matrimonio sin dote y, para comprometer a Euclión para que consintiera, le proporciona una fiesta con los cocineros. Euclión tiembla por su oro y va a ocultarlo fuera de su casa. El esclavo del amante lo acechaba; se lleva la olla. El joven la entrega, y Euclión le da como recompensa su tesoro5 5 ab eo auro donatur. Este Argumento, si no la obra de Prisciano, lo ha compuesto por lo menos algún gramático del Bajo Imperio, cuando se tenían muchas colecciones de manuscritos de las obras de Plauto. A partir de uno de estos ejemplares no mutilados, el autor elaboró este Argumento analítico, que no permite dudar de que Plauto ha violado esta regla dictada por la razón, mucho antes de que Horacio la formulara en estos, sus versos: ... Servetur ad imum Qualis ab incoepto processerit, et sibi constet. «Y es que, al final, como vimos primero.» Filio. Esta forma de hablar, donatur ... filio, caracteriza bien los hábitos de la ley romana. La hija soltera estaba bajo la potestad de su padre, in manu; todo lo que le nacía era la propiedad del padre, tal como los frutos que produce una parcela pertenecen al amo. Por tanto, Euclión era el amo del recién nacido. y a su hija con el recién nacido. LA OLLA PRÓLOGO – EL DIOS LAR EL DIOS LAR8 8 El dios Lar. La aparición de Mercurio, al comienzo de Anfitrión, nada tenía que nos sorprendiera. Lo maravilloso estaba en consonancia con el tipo del drama. Sabíamos que nos habían llevado a un mundo sobrenatural. Pero aquí los actores van a ser simples mortales, pillos, tontos o viciosos en su mayoría; apenas uno o dos honestos y razonables; en fin, el orden común de las cosas. Y aquí está el genio doméstico, el dios de la casa, se nos muestra, vive y habla. Antes de que nos dijera quién era, lo habíamos reconocido por su figura y por su vestuario, una corona de flores y de lana en la cabeza, la piel de un perro sobre los hombros, tal vez un perro junto a él: pues es el dios guardián de la casa. Esta visión tiene también algo impresionante. El culto a los Lares se confunde, por un antiguo origen, con el de los Espectros, o fantasmas y aparecidos. Antes de que una sabia ley ordenara separar la morada de los muertos y la de los vivos, a los miembros de la familia se los enterraba en la casa. Esta es una costumbre que todavía subsiste ahora entre los egipcios. Las almas de los antepasados ​​vivían en sus antiguos hogares, protegían a sus familias; estos eran los dioses Lares. Así los dioses domésticos se asociaban, en las creencias religiosas de los romanos, con el culto a los antepasados. Por lo demás, dioses buenos y desinteresados, se contentaban, como el Genio, con flores, algunos granos de incienso, un poco de vino o de leche. (Véanse Mémoires de l'académie des Inscriptions, tom. I, p. 26). ¿Pero no es demasiado el atrevimiento de Plauto, que utilizara las máquinas de la tragedia para la comedia? Désele esta licencia; de lo contrario, va a tomarla por sí mismo, por el derecho del talento, que sabe cómo combinar y dar forma a todas las cosas para sus propósitos. ¡Van a ver muchas más! A veces el Derroche con su hija la Pobreza (Trinummus), a veces la estrella Arcturo (Rudens), a veces el dios Auxilio (Cistellaria). Pero todas estas divinidades van a ser tan dicientes, tan alegres, o tan sabias, que van a olvidar sus preceptos sobre la pureza de los géneros y las verosimilitudes del espectáculo. Ellas van a ponerlos de buen humor, o les van a hacer presentir con interés la moralidad, el drama. Después de haberlas oído, se enfadarían mucho si no se atrevieran a poner un pie en una escena cómica. Aquí, la conveniencia bastaría para justificar la elección del personaje. Se debe hacer que conociésemos el gran misterio de la acción, pues a los romanos no les agrada o no saben adivinar. Tienen que conocer el hecho de antemano, que se les provea un plan. Si el mismo Euclión no viene a revelarnos su secreto, está bien que fuese el dios Lar, porque es su único depositario. Que mi aspecto no les sorprenda; dos palabras van a hacer que me conozcan: soy el dios Lar de esta familia, allí, en la casa de donde me han visto salir. Hace muchos años moro allí; era el dios familiar del padre y del abuelo del que la ocupa hoy. El abuelo me confió un tesoro que nadie conoce, y lo ocultó en medio de la casa, y me rogó, me suplicó6 6 Venerans. La palabra venerari significaba propiamente el sentimiento del respeto religioso, y luego, por extensión, la expresión de este respeto, los votos y la plegaria. Se la ve que la utilizan como sinónimo de precari, precibus petere. Horacio, Sat., II, 6. Si veneror stultus nihil horum.  que lo conservara. A su muerte, vean su avaricia, no le quiso decir el secreto a su hijo, y prefirió mejor dejarlo pobre, que revelarle su tesoro9 9 Thesauram. A menudo se trata sobre un tesoro en la comedia antigua (véanse Trinummus, El eunuco, de Terencio, prol. verso 10, y el prefacio de esta obra, en la página 5). En realidad, los tesoros eran de un uso muy común, y debían serlo. De hecho, para todo el que no era un comerciante de profesión, no había otra colocación de plata sino el préstamo a usura o las compras de propiedades. No se sabía lo que era una empresa social de comercio; la industria estaba en manos de los esclavos, y nunca se hubiera podido, sin deshonra, ser mercader o fabricante. ¿Qué hacer con una cantidad que se quería mantener segura a disposición?, no había ningún medio para convertirla en papeles, ni rentas del Estado, ni banca nacional o particular. Añádase el temor a las guerras internas o a guerras de invasión, el saqueo a cada paso, en territorios divididos en una multitud de ciudades que siempre tenían el enemigo ante sus puertas, o sediciones en sus murallas. Para robarles su oro a los hombres, se lo confiaba a la tierra. Pero, ya fuese en el exilio o durante un viaje, ya fuese por la espada del enemigo o la daga de los pillos, una muerte súbita se llevaba al dueño, que se llevaba con él su secreto. A este tipo de accidentes nuestros museos modernos le deben las tres cuartas partes de sus medallas. ¡Oh, providencia de anticuarios!, y, sin embargo, sólo han espigado tras los validos de Hércules. Ya que muchas de las riquezas que se debían retornar a la ciencia, las ha interceptado este dios celoso de nuestros placeres. ¡Cuántas personas han hecho fortuna al desenterrar un tesoro, por la gracia de Hércules! Por eso no dejaban de consagrarle la décima parte a Hércules el descubridor, como luego, en el mundo cristiano, la Iglesia retiene el diezmo de todos los bienes de la tierra, que se debía a su bendición. La parte de Hércules había llegado a ser expresión proverbial, así como entre los deseos que en general constituye la codicia de los hombres, los moralistas contaban con el de descubrir un tesoro oculto. (Horacio, Sat., II, 6, 8-13; Persio, Sat., 2, 10). Al fin, se estableció una jurisprudencia, una legislación en el Imperio romano, en esta materia, como en otros casos de la vida civil. Los emperadores suplantaron al dios. Al menos su privilegio se dejó a la buena voluntad del descubridor. Pero ellos mismos regularon su derecho en la distribución, y no les satisfizo la parte de Hércules: Constantino pasó por generoso al no tomar sino la mitad (Cod. Teod., X, Tit. 18). Algunos de sus predecesores tomaron todo (Jac. Gothog., Ad h. l.). Los dioses de la tierra eran más caros que los del cielo. Pero, finalmente, el emperador León el joven, más equitativo, renunció por completo a la expoliación legal (C. Justin., X, Tít. 15).; ¡qué padre! Su legado consistía en un rinconcito de tierra, de donde no se podía sacar, a fuerza de trabajo, sino una existencia miserable. Cuando este hombre murió, yo, encargado del legado, quería ver si el hijo me haría más honor que su padre. Fue aún peor, mi culto cada vez lo descuidaron más. Nuestro hombre tuvo su merecido; lo dejé morir sin que avanzara más. Un hijo lo sucedió: este es el actual propietario de la casa; carácter por completo similar a su abuelo y a su padre. Tiene una hija única. Ella, por el contrario, me ofrece cada día, ya un poco de vino, ya un poco de incienso, o algún otro tributo7 7 Aliqui. Es lo mismo que aliquo, aliqua re. Hemos visto, y vamos a ver aún a menudo que, síncopa del ablativo antiguo quoi, se utiliza como indeclinable, a veces por quo o qua, a veces por quibus, v. 458. ; me lleva coronas. Por eso, por su causa, hice que su padre, Euclión, encontrara el tesoro, para que, si quería casarla, llegara a ser más fácil. A ella la ha violado un joven de muy buena familia; él la conoce, pero ella no, y el padre ignora esta desdicha. Hoy el anciano, su vecino, aquí (señala la casa de Megadoro), la va a pedir en matrimonio: voy a inspirarle esta idea para darle al amante la ocasión de que se case con ella. Ahora bien, el viejo que la va a buscar es precisamente el tío del joven que la ha deshonrado, en las vigilias de Ceres1 10 Cereris vigiliis. Se reconoce aquí el rastro del original griego. Los legisladores romanos, personas austeras y suspicaces habían reservado lo misterioso de la religión, como lo de la política, para los estadistas; los actos de la multitud debían verse y supervisarse con ​​todo detalle. Nada de culto secreto, nada de festines nocturnos entre las mujeres: era la máxima del gobierno de Roma (Cic., de Legib., II, 9). Los festejos latinos los celebraban en parte durante la noche, pero los senadores y bajo sus ojos (Lucan., Fars., V, 402; VII, 394). El culto de Ceres, que los romanos adoptaron, no lo había sido sin alguna modificación. Pero los griegos no eran ni tan temerosos ni tan severos; y, entre sus festejos nocturnos, los de Eleusis, las Tesmoforias, atraían el mayor número de devotos y de curiosos de todos los territorios de Grecia y del mundo. Sólo la quinta noche, se vieron coronados por el Porte de antorchas, o procesión de antorchas. Durante esta larga solemnidad, mientras que los iniciados se preparaban con el ayuno y todo tipo de purificaciones, Ceres sabe o no sabe todo lo que ocurría en esa reunión confusa, donde se mezclaban tantos jóvenes animados por cualquier otro sentimiento distinto a la piedad. La oscuridad de la noche favorecía las violencias, los raptos; y los estrechos límites del territorio de cada ciudad debían excitar la audacia por la facilidad de escapar de las persecuciones. Unas pocas leguas recorridas y el culpable estaba en un territorio extranjero; había puesto varias naciones entre él y la escena del crimen; y aún no se había inventado el derecho de extradición. Si las andanzas de este tipo no hubieran sido frecuentes, no se habrían convertido en un recurso de la comedia. La verosimilitud del teatro tiene su fundamento en los hábitos de la vida en común (Cistell., I, 3, 10; Epídico, IV, I, 13).0. Pero oigo al viejo Euclión, allí, en la casa, renegando como acostumbra. Le pide a su vieja servidora que salga, porque teme que descubra su secreto. Él quiere, creo, ver su oro, y asegurarse de que no se lo han robado. ACTO I Escena 1 - EUCLIÓN, ESTÁFILA EUCLIÓN Vamos, sal; así, sal. ¿Vas a salir, espía, con tus miradas curiosas? ESTÁFILA ¿Por qué me golpeas, pobre desdichada como soy? EUCLIÓN No quiero hacer que mientas. Es necesario que una miserable de tu especie tenga lo que se merece, una suerte miserable. ESTÁFILA ¿Por qué me sacas de la casa? EUCLIÓN En verdad, tengo cuentas que darte, depósito de varazos1 11 Stimulorum seges. Plauto es admirable por la fecundidad imaginativa al encontrar calificativos cómicos para los esclavos. Uno, como aquí, se asimila a un campo en el que crecen en abundancia palos guarnecidos de hierro; otro va a ser una estatua de latigazos (verberea statua); otro, el averno de las fustas (ulmorum acheruns).1. Aléjate de la puerta. Vamos, por allí (le señala hacia el lado opuesto de la casa). Vean cómo se va. ¿Sabes bien lo que te espera? Si tomo luego un palo, o un látigo, voy a hacer que alargues ese paso de tortuga. ESTÁFILA, aparte. Sería mejor que los dioses hubieran hecho que me colgasen, ya que me dieron un amo tal como tú. EUCLIÓN Esta facha habla en voz baja. En verdad, voy a sacarte los ojos para impedirte que me espíes de continuo, ¡malvada! Aléjate. Más. Más. Más. ¡Eh!, quédate allí. Si te apartas de ese lugar el grueso de un dedo o el largo de mi uña, si miras hacia atrás, antes de que te lo permita, voy a hacer que te crucifiquen para enseñarte a vivir. (Aparte.) Nunca he visto una bestia más peligrosa que esta vieja. Mucho me temo que me juegue una mala pasada cuando menos me lo espere. ¿Si ella oliera mi oro, y descubriera el escondite?, es que ella tiene ojos hasta en la nuca, la bribona. Ahora, voy a ver si mi oro está como lo puse. ¡Ah, cuántas inquietudes y penas me causa! (Sale.) ESTÁFILA, sola. ¡Por Castor!, no puedo descubrir qué destino1 12 Malae rei. ¡A cuántos peligros no se exponían en casa los antiguos! Ya era un destino que lanzaba una mala mano o una mala mirada, mala manus, malus oculus, y se perdía la razón; o bien el encuentro con Ceres o con Baco podían enloquecer a un hombre. Ahora, ya no son los destinos y las fascinaciones los que perturban el espíritu; es otra cosa. Se requiere mucho que nunca locura faltase en la tierra.2 se ha lanzado sobre mi amo, o qué vértigo lo ha tomado. Luego, ¿qué tiene que me saca diez veces al día de la casa? No se sabe, en verdad, qué fiebre lo consume. Toda la noche está al acecho; todo el día se queda en casa sin moverse, como un zapatero sin piernas. Pero yo, ¿qué va a ser de mí?, ¿cómo ocultar la deshonra de mi joven ama? Ella se acerca al día. No tengo otro camino que tomar, sino hacer con mi cuerpo una gran i1 13 Literam longam. Esta larga letra es una gran i. La i se duplicaba en altura en las palabras donde la ortografía exigía que se duplicara: DIS, AUSPICI; o cuando era larga por la pronunciación, es decir, cuando valía el doble de una breve, CIVIS, OCCISUS. La vieja se imagina que su cadáver, colgado y alargado, con los brazos caídos contra los costados, va a formar una figura similar. Si la broma no es fina, por lo menos es justa. Parece mejor ubicada en las palabras de una esclava, que en el epigrama del poeta Ausonio.3, y ponerme una soga al cuello. Escena 2 – EUCLIÓN, ESTÁFILA EUCLIÓN, aparte. Salgo ahora, con el espíritu más libre. Me aseguré allí dentro de que todo está en su lugar. (A Estáfila.) Ahora entra, y cuida la casa. ESTÁFILA, irónicamente. Sí, cuidar la casa; ¿es de temer que se lleven las paredes?, porque, en nuestra casa, no hay otra cosa que los ladrones pudieran tomar: la casa está tan llena de nada y de telarañas1 14 Araneis. Catulo (épigr. XIII) decía casi lo mismo: Nam tui Catulli Plenus sacculus est aranearum.4. EUCLIÓN Es increíble, ¿no es cierto?, que Júpiter no me hubiera dado, para complacerte, los bienes del rey Filipo o los del rey Darío1 15 Philippam... Darium. Los reyes de Persia fueron siempre renombrados por su opulencia; y sus nombres, como el del rey de Lidia, pasaron al proverbio para expresar una inmensa fortuna. Filipo, el padre de Alejandro, que había comenzado por ser un rey muy pobre, terminó por merecer el mismo honor, si es este uno. «Tras saber que existían en sus territorios minas explotadas desde los tiempos más antiguos, y hacía mucho tiempo abandonadas, hizo que trabajaran en las abiertas cerca del Monte Pangea. El éxito colmó sus expectativas, y este príncipe, que antes no tenía de oro sino muy poca cantidad, que ponía en la noche bajo su almohada, obtuvo en todos estos años de minería subterránea más de mil talentos.» (Voyage du jeune Anacarsis, cap. IX, al final.) Esto hizo que la mayor parte de la moneda de oro en circulación se acuñara con la efigie del rey Filipo. Por tanto, los Filipos, aurum philippeum, los veían con gran tan favor, como lo fueron en los pueblos modernos los ducados de España. Se sabe que los tesoros de Perseo, que llevó a Roma Paulo Emilio lograron que por completo cesaran los tributos que pagaban los ciudadanos (Cic., de Offic., II, 22).5, ¡vieja hechicera! Yo, quiero que se cuiden las telarañas. ¡Bueno!, sí, soy pobre. Me resigno; lo que los dioses me dan, lo tomo con paciencia. Entra, y cierra la puerta. No voy a tardar en volver. No dejes que nadie entre; cuídala. Apaga el fuego, pues temo que lo pidan; ya no va a haber pretexto para que vengan a buscarlo. Si sigue encendido, voy a ahogarte de inmediato. Di a los que piden agua, que huyó. Los vecinos siempre piden prestado algo, como eso; un cuchillo, un hacha, una mano de mortero, un mortero. Vas a decir que los ladrones se llevaron todo. Por último, quiero que en mi ausencia nadie entre; te lo advierto. Aunque fuera la Fortuna la que viniera, que espere en la puerta. ESTÁFILA ¡Por Pólux!, a ella no le inquieta entrar en nuestra casa. Nunca la han visto que se acerque. EUCLIÓN Cállate, y entra. ESTÁFILA Me callo, y entro. EUCLIÓN Cierra la puerta con dos cerrojos, ¿oyes?, voy a quedarme aquí un momento. (Estáfila entra en la casa.) Lamento tener que salir. Pero, ¡ay!, es preciso. Sé lo que hago1 16 Quid agam. Merecen una particular atención estos términos del lenguaje familiar, que aparecen a cada momento en el diálogo. Si se los toma al pie de la letra, significarían algo muy diferente de lo que se quiere decir. Van a ver que los personajes de las comedias comienzan la conversación con esta fórmula: Quid agis? ¿Toman esta pregunta como una inquisición imperiosa o una curiosidad indiscreta? Van a errar. Esto simplemente equivale a nuestras expresiones: ¿Cómo está? ¿Cómo va los asuntos? ¿Cómo le va? Esta locución tiene sus variantes: Quid agitur? Quid fit? Por tanto, se entiende cómo Euclión recela de estas palabras. En la lengua alemana existe una forma de apostar a algo muy análogo: Was machen Sie? A veces, por la ambigüedad del sentido etimológico y la significación del uso y de convención, esta frase daría lugar a juegos de palabras. Quid agis? - Quod miser, etc. (Epidic., V, I, 8). Cicerón dice que el tribuno Druso, cuya ambición perturbaba al territorio, saludó un día a un pregonero llamado Granio con la fórmula habitual: Quid agis, Grani? El otro le respondió con tanto espíritu como audacia: Imo vero tu, Druse, quid agis? (Pro Plancio, 14.)6. El jefe de la Curia anunció una distribución de plata. Si no voy a recibir mi parte, pronto todos van a sospechar que tengo oro en mi casa; porque no resulta creíble que un pobre hombre desdeñe un didracma, y no se dé el trabajo de ir a recibirlo. Y ya, a pesar de mi cuidado en ocultar este secreto, se diría que todos lo saben. Me saludan con más cordialidad que antes; se dirigen hacia mí, conversan conmigo, me dan la mano; cada uno me pregunta por novedades, ¿cómo van los asuntos?... Vamos hasta allá, y luego voy a volver lo más pronto posible a la casa. (Sale.) ACTO II Escena 1 – EUNOMIA, MEGADORO EUNOMIA Cree, hermano mío, que te hablo por amistad contigo y en tu beneficio, como una buena hermana. Sé bien que a nosotras, las mujeres, nos reprochan que somos enojosas1 17 Odiosas. Los romanos no se medían en sus expresiones; apenas sabían, al menos en los tiempos antiguos, estos matices de la lengua que se estudian para entenderse en las naciones cultas. Una misma palabra, en ellos, confundía el enfado con el odio. «Me enfada, es odioso», era lo mismo, por lo menos en los términos. «Ecce odium meum,» dice un personaje de Plauto. ¿No señala a un enemigo? No, este sólo es un inoportuno.7. Se dice que somos habladoras y tienen razón1 18 Merito omneis habemur. Las mujeres no deben querer a Plauto, ya que mucho las maltrató. Todos estos lugares comunes sobre los malos ratos en su charla, su estado de ánimo caprichoso, los dolores que causan a los maridos, se reproducen en cientos de formas en sus comedias. De resto, eran ideas renovadas de los griegos. Se encuentra en este diálogo en Aristófanes: «Los hombres dicen que estamos activas para el mal, y dicen la verdad.» (Lisist., V. 11). Y más adelante: «¿Qué pensamiento sabio podría entrar en la imaginación de una mujer?» ¡Perpetuidad singular de malvadas tradiciones, extraña obstinación de la malicia satírica! Ahora bien, ¡que nos preserve el cielo de creer que nada de cierto hay en el fondo de todo esto! No le perdono a Plauto estas impertinencias. ¡Incluso si las hubiera hecho en nombre de algún esclavo pillo! Pero son las personas más razonables de sus obras las que hablan así, un Anfitrión, un Periplectomenes en El soldado fanfarrón, un Megarónides, un Calicles en Trinummus, en fin todo un Megadoro, y la misma Eunomia, que acaba de acusar a todo su sexo con ella. La maldad del poeta lo lleva a su desgracia; pues aquí olvida de las reglas de la verosimilitud, y en ocasiones, también, las de la corrección, cuando les da a los críticos de las mujeres unas burlas poco dignas de su edad y de su carácter. Pero el pueblo romano, que oía estas palabras, se reía sin preocuparse por las conveniencias. Parece que sus magistrados no acostumbraban a ser muy delicados en este asunto. Este es un discurso del censor Metelo al pueblo romano: «Si pudiéramos mantenernos sin esposas, romanos, evitaríamos este enfado. Pero puesto que la naturaleza ha querido que también fuese imposible ser feliz con las mujeres, y existir sin ellas, es preciso sacrificar la felicidad de nuestra vida a la conservación del territorio.» (Aulo Gelio, N. A., I, 6.) ¿Qué se puede concluir de todos estos ataques? No son sino vanas maledicencias de personas rebeldes contra un poder que no pueden debilitar, y del que toman represalias a través de canciones. Los romanos, muy duros hacia las mujeres en sus leyes, eran muy buenos en sus casas y en la práctica de la vida. Se cita un ingenuo hablar de Temístocles: «Este niño», decía, señalando a su hijo recién nacido, gobierna a los atenienses; ahora bien, yo mando a los atenienses; mi esposa me ordena, y ordena a su madre.» Había mucho de Temístocles entre los burgueses de Roma, en la relación de subordinación doméstica.8; inclusive aseguran que nunca se ha encontrado, en algún momento, una sola mujer muda. Sea lo que sea, veo, hermano, que no tenemos pariente más cercano, sino tú a mí, yo a ti, y, por tanto, debemos ayudarnos uno al otro con nuestros consejos y nuestras buenas ideas. Sería una reserva, una timidez mal entendidas, que nos abstuviéramos de hablar así entre nosotros. De modo que, hice que salieras para que, sin testigo, hablemos de lo que le interesa a tu fortuna. MEGADORO ¡Excelente mujer!, toca eso. EUNOMIA, mira a su alrededor. ¿A quién le hablas; dónde está esa gran mujer? MEGADORO Eres tú misma. EUNOMIA ¿Verdad? MEGADORO Si dices lo contrario, no voy a desmentirte. EUNOMIA Un hombre tal como tú debe decir la verdad. No hay una mujer excelente: todas no difieren sino en las clases de maldad. MEGADORO Creo lo mismo; y, en verdad, hermana, no quiero contrariarte en esto. ¿Qué quieres de mí? EUNOMIA Pon cuidado1 19 Da mi operam. Locución vulgar que puede adaptarse a diferentes usos. Ponerle cuidado a alguien que quiere hablar es escuchar con atención, como en este caso, y luego, verso 156, y en el prólogo de Los cautivos, verso 6, y en otros mil lugares. También va a ser acompañar a alguien en una carrera o un paseo, al igual que hacían Davos y Antífona junto a Fedria cuando iba a ver a su dama (Terenc., Formio, 1, 2, 37). En una palabra, consiste en hacer lo que alguien desea. Pero el significado más común es escuchar, y Plauto, a veces, convierte la expresión en broma, según su costumbre: Aurium operam tibi dico.9, te ruego. MEGADORO A tu servicio, dispón de mí, ordena. EUNOMIA He querido darte un consejo muy útil. MEGADORO En eso te reconozco, hermana. EUNOMIA Este es mi deseo. MEGADORO ¿De qué se trata? EUNOMIA Quiero que te cases. MEGADORO ¡Ay, ay, estoy perdido! EUNOMIA Luego, ¿qué tienes? MEGADORO Son piedras tus palabras; le parten la cabeza2 20 Cerebrum excutiunt. Se decía proverbialmente «este discurso me parte la cabeza», cuando se oía algo enfadoso (véase Las dos Baquis, ca. 216).0 a tu pobre hermano. EUNOMIA Vamos, sigue los consejos de tu hermana. MEGADORO Vamos a ver. EUNOMIA Es una sabia decisión. MEGADORO Sí, que me cuelguen en lugar de casarme. Sin embargo, voy a consentir en eso con una condición: marido mañana, pasado mañana viudo. Con esa condición, preséntame a la mujer que te guste; prepara la boda. EUNOMIA Va a traerte una muy rica dote. Es una mujer ya madura, de mediana edad. Si me lo permites, hermano, voy a pedirla para ti. MEGADORO ¿Me dejas que te haga una pregunta? EUNOMIA Todo lo que quieras. MEGADORO Cuando un hombre es viejo, y se casa con una mujer de mediana edad, si por casualidad estos dos viejos dan la vida a un hijo, ¿de antemano no es seguro que lleve el nombre de Póstumo? Pero quiero evitarte el cuidado que tomas. Gracias a la bondad de los dioses y a la prudencia de nuestros antepasados, tengo bastantes bienes. No me gustan sus mujeres de alto nivel2 21 Factiones. Esta palabra, en el antiguo idioma de Plauto, significa la opulencia, el poder de un particular (Cistellar., 271; Trinum., 393, 408, 432, 438), e incluso factiosus tiene el sentido análogo de opulento, poderoso (véase más adelante, 185). Factio y factiosus, dice el gramático Festo, eran términos honorables, al principio; por lo que se han conservado factiones histrionum, factiones quadrigariorum (véase también Nomus Marcellus, c. IV, Nº 191). Luego, la significación cambió mucho. ¿Cómo fue el cambio? En un principio, los ricos eran los patronos de las familias pobres, tanto para aprovechar su ayuda como para protegerlas. Los clientes daban una cuota para pagar el rescate del patrón, si lo tomaban en la guerra, o para aumentar la dote de su hija; lo apoyaban con todas sus fuerzas en sus candidaturas. De algún modo, la clientela era una tribu, bajo el dominio del patrón. Pero cuando las ideas de gobierno llegaron a ser más nítidas y más regulares, y cuando se entendió que los particulares no debían ser poderosos en el gobierno, sino el gobierno debía ser el único poder, los partidarios de los que se rodeaba, clientes, criaturas, de cuyo apoyo se había abusado demasiado a menudo para disputarse los honores en el foro, ya no se consideraron como instrumentos de la ambición en contra de la autoridad de las leyes: entonces, las palabras llegaron a designar lo que facción y faccioso expresan en nuestra lengua.1, con sus dotes magníficas, y su orgullo, y sus chillerías, y sus aires altivos, y sus carros de marfil, y sus túnicas de púrpura; eso es una ruina, una esclavitud para el marido. EUNOMIA Entonces, dime ¿cuál es la mujer con la que quieres casarte? MEGADORO Con gusto. ¿Conoces al viejo Euclión, ese pobre hombre, nuestro vecino? EUNOMIA Sí; un buen hombre, en verdad. MEGADORO Quiero que me dé a su hija. Nada de palabras superfluas, hermana; sé lo que me vas a decir: que ella es pobre. Me gusta su pobreza. EUNOMIA ¡Los dioses vuelven próspera esta idea! MEGADORO Así lo espero. EUNOMIA ¿Puedo retirarme? MEGADORO Que estés bien. EUNOMIA Y tú, hermano. (Sale.) MEGADORO Veamos si Euclion está en su casa. Había salido; justo ahí llega. Escena 2 – EUCLIÓN, MEGADORO EUCLIÓN Preveía, cuando salí, que haría una carrera inútil, y me costaba ausentarme. Ninguno de los hombres de la curia2 22 Curialium. Esta palabra no significaba, en la época de Plauto, sino los particulares que integraban la curia, como tribulos, los miembros de la misma tribu. Pero dado que la conquista multiplicó las colonias y los municipios en el mundo romano, y que las ciudades obtuvieron el derecho de ciudadanía romana, cada municipio tuvo su senado, curia, y todos los ciudadanos que participaban con sus sufragios en las elecciones y en los asuntos municipales, por su fortuna, se nombraban curiales, a diferencia de los plebeyos, plebs urbana; desdichados patricios de provincia, sobrecargados de impuestos para el beneficio de la metrópoli, que los había adoptado, como una madrastra codiciosa y despiadada. La legislación del Bajo Imperio referente a los pobres curiales hace estremecer (véase Cód. Theod., Liv. XII).2 ha venido, no más que el jefe2 23 Magister. Rómulo, o los antiguos legisladores representados por este personaje, habían distribuido al pueblo de la ciudad en treinta partes, que se llamó curia, y cada una tenía su templo, también llamado curia, sus dioses y sus héroes protectores, sus festejos, su culto. Eran como las parroquias modernas. En particular en Roma, las divisiones civiles se establecieron sobre la base de la administración religiosa y militar. Había un jefe de la curia que presidía los actos religiosos (sacris); tenía el título de magister curiae, o curio. También hacía que se notificaran los días de mercado, y regulaba los asuntos comunes de la curia. Había acumulado las funciones análogas a las de alcalde y sacerdote.3, que debería distribuir la plata. Nos apresuramos a entrar, ya que, mientras estoy ahí, mi alma está en la casa2 24 Animus domi 'st. Uno de nuestros célebres contemporáneos (Charles Nodier) dijo con gracia: «Se anuncia esta iniciativa en términos muy halagadores en París y en las provincias, o mi corazón vive por lo menos tanto como en París.» Cicerón atenuó un pensamiento similar por la prolijidad al hablar de Balbo, al que siempre le agradaba su tierra natal, aunque había llegado a ser ciudadano de Roma: Laetandum hujus L. Cornelii benivolentiam erga suos remanere Gadibus, gratiam et facultatem commendandi in hac civitate versari. (Pro Balbo ,18.)4. MEGADORO Salud y suerte, Euclión; el cielo te mantenga siempre alegre. EUCLIÓN Y tú lo mismo, Megadoro. MEGADORO ¿Qué hay de ti? ¿Las cosas van como quieres? EUCLIÓN, aparte. Los ricos no vienen a hablar con cara amable a los pobres sin alguna buena razón. Sabe que tengo oro; por eso me saluda con tanta gentileza. MEGADORO Respóndeme: ¿estás bien? EUCLIÓN ¡Ah!, no muy bien por la plata. MEGADORO ¡Por Pólux!, si tienes un alma razonable, tienes lo que se necesita para ser feliz. EUCLIÓN, aparte. Sí, la vieja le hizo saber de mi tesoro. La cosa es segura; está claro. ¡Ah!, voy a cortarte la lengua y a arrancarte los ojos. MEGADORO ¿Por qué hablas ahí a solas? EUCLIÓN Me quejo de mi miseria. Tengo una hija ya grande, pero sin dote, por eso, no casable. ¿Quién es el que quisiera casarse con ella? MEGADORO No digas eso, Euclión. No es necesario que se desespere, van a ayudarlo. Quiero serte útil; ¿necesitas algo?, no tienes sino que hablar. EUCLIÓN, aparte. Sus ofrecimientos no son sino un cebo. Él codicia mi oro, quiere devorarlo. En una mano tiene una piedra, mientras en la otra me muestra un pan. No me fío de un rico pródigo en palabras lisonjeras a un pobre. Dondequiera que pone su mano bondadosa, lleva algún daño. Sabemos de estos pólipos, que ya no se pueden arrancar, una vez que han tomado alguna parte. MEGADORO Óyeme un momento, Euclión; quiero decirte dos palabras acerca de un asunto que te interesa tanto como a mí. EUCLIÓN ¡Pobre Euclión!, han pillado tu oro2 25 Harpagatum. Préstamo afortunado tomado de los griegos, expresión enérgica, que los latinos más modernos debieron conservar. No se retuvieron sino las palabras harpaga, harpago, para nombrar una especie de mano de hierro, con la que se enganchaba a los barcos enemigos, para llevarlos al abordaje. La palabra de Plauto no se perdió para Molière, y el honor de haber nombrado a la inmortal familia de los Harpagones se divide entre él y el poeta latino.5. Se quiere unir contigo, a ciencia cierta. Pero vamos a ver lo más pronto. MEGADORO ¿A dónde vas? EUCLIÓN, que se va. Regreso en un momento. Tengo un asunto en casa. (Sale.) MEGADORO Cuando le pida a su hija en matrimonio, sin duda va a creer que me burlo de él. No hay ningún mortal más pobre y que viva en la mayor pobreza2 26 Ex paupertate. Las interpretaciones varían para estas palabras: algunos eruditos oyen «por efecto de la pobreza.» Yo preferí el otro sentido, ya que no parece que contuviese, como éste, una especie de excusa del vicio que el autor quiere señalar, y porque le da a la expresión más elegancia cómica. Además, en otra obra Plauto dice, de sodalitate en lugar de e sodalibus. (Mostell., V, 2, 4.)6. EUCLIÓN, aparte. Los dioses me protegen, ella se ha salvado. Salvado es lo que no se ha perdido2 27 Salvom'st, si quid, etc. (v. 164). Este desdichado, siempre inquieto, siempre ingenioso para atormentarse, teme que hubiera dicho mucho con estas palabras: «ella se ha salvado.» De inmediato se añade: «Algo se salva cuando no se pierde. No es necesario que le dé mucho alcance a mis palabras, mi tesoro se salva hasta ahora; pero no siempre se salva, su seguridad no se me asegura.»7. Tuve un buen susto, antes de ver allí adentro; estaba más muerto que vivo. (A Megadoro.) Ya regresé, Megadoro; soy tuyo. MEGADORO Muy agradecido. Ahora, tenga la amabilidad de responder a mis preguntas. EUCLIÓN Sí, siempre y cuando no me preguntes cosas que no quiera decirte. MEGADORO ¿Qué piensas de mi cuna? EUCLIÓN Buena. MEGADORO ¿Y de mi reputación2 28 Fide. Se sobreentiende quali. La fortuna regulaba el rango de los ciudadanos, de acuerdo con la institución de Servio Tulio; el pobre nada era en el territorio; los ricos, pocos, eran la mayoría de las centurias, y daban u obtenían los honores. Por tanto, va a parecer natural que los personajes de Plauto muestren tanta estima por aquellos que se preocupan de cuidar y aumentar sus bienes (res); que hacen de este cuidado el primer deber del hombre virtuoso, del que busca el respeto. El monólogo del joven Lisíteles en Trinummus es muy curioso acerca de esta particularidad de las costumbres romanas. Según estas ideas se debe traducir la palabra fides aquí. El parecer que se tiene respecto a la solvencia de un ciudadano, su crédito, es una parte de su fortuna, la garantiza, y al mismo tiempo es la base de su situación de hombre respetado y respetable. Por eso estas dos palabras res, bienes, y fides, crédito, honor, se hallan tan unidas en el mismo Plauto (Epidic., 192; Mostellar., 144; Trinum., 220). Admira que después de esto, con el paso del tiempo, estos hábitos hubieran llevado a la avaricia romana.8? EUCLIÓN Buena. MEGADORO ¿Y sobre mi conducta? EUCLIÓN Prudente y sin reproche. MEGADORO ¿Sabes mi edad? EUCLIÓN Es alt, como tu fortuna. MEGADORO Y yo, Euclión, siempre te he tenido por un ciudadano honesto, y aún te tengo como tal. EUCLIÓN, aparte. Se ha enterado de mi oro. (En voz alta.) ¿Qué quieres de mí? MEGADORO Ya que que los dos nos conocemos2 29 Quae res recte vortat. Esta frase es una de las muchas fórmulas del lenguaje usual, que sustentaban las costumbres serias y religiosas del pueblo romano. Temían las palabras de mal augurio, y buscaban aquellas de feliz augurio, al principio de todas las cosas. Por esto las personas, en sus transacciones, los magistrados y los oradores, en los actos públicos, hacían que sus palabras las precedieran alguna precaución de piedad o de superstición, como se lo quiera llamar (Cicerón, de Divin., I, 45; Varr., de Ling lat, V, 9). Luego, el joven Licónides no va a faltar a ello (v. 738), como tampoco Hegión en Los cautivos (v. 290) y Filtón en Trinummus (v. 441). 9, quiero (¡dígnense los dioses ser benignos con esta idea, contigo, con tu hija y conmigo!) llegar a ser tu yerno; ¿lo consientes? EUCLIÓN ¡Ah! Megadoro, eso es indigno de tu carácter, burlarte de un hombre pobre, que nunca te ha ofendido, ni a los tuyos. Nunca, ni con mis palabras ni con mis acciones, he merecido que hicieses esto conmigo. MEGADORO ¡Por Pólux!, no me burlo de ti, no tengo esa intención: eso no me parecería en absoluto conveniente. EUCLIÓN Entonces, ¿por qué me pides a mi hija en matrimonio? MEGADORO Para hacer tu felicidad y la de tu familia, y para deberles la mía. EUCLIÓN Creo, Megadoro, que eres rico y poderoso, que soy pobre y muy pobre. Si llegara a ser tu suegro, habremos uncido el buey enjaezado y asno: voy a seré el borriquillo, incapaz de soportar la misma carga que tú, y voy a caer exhausto en el barro, y el buey va a hacer como si yo no existiera. Va a tratarme con altura, y mis semejantes se van a burlar de mí. Más del establo hasta donde retirarme, si sobreviene una separación; los asnos me van a destrozar con sus bellos dientes, y los bueyes me van a cornear. Entonces, es muy peligroso para mí dejar a los asnos para irme con los bueyes. MEGADORO Cuando hay alianza de personas honestas, sólo se puede ganar. Acepta, créeme, lo que te propongo, y dame a tu hija3 30 Desponde. Entre los romanos, pueblo prudente, observador estricto de la tradición y de la regla, todo se reducía a fórmulas. En los primeros días, los patricios se habían apoderado de las grandes magistraturas mediante el privilegio de los auspicios. En fin, cuando se demostró, estableció en derecho que un plebeyo podía tomar los auspicios sin profanación, y, por lo tanto, ya no ser excluido del consulado y de la pretura, los ciudadanos principales imaginaron someter a una infinidad de formalidaes y de fórmulas todas los actos y los términos de los contratos civiles, lo que ponía a los ignorantes a depender de los hombres instruidos, el pueblo menudo a merced de los grandes. La aristocracia recuperaba, por las relaciones de patronazgo y de clientela, lo que había perdido en prerrogativas políticas. Cualquier ciudadano respetable era el jurista de sus clientes. Romae dulce diu fuit et solenne, reclusa  Mane domo vigilare, clienti promere jura. (Horac., Epist. II, I, 103.) En Roma más salvaje, se pican hace mucho tiempo      De abrir, de madrugada, las puertas a sus clientes.» (Daru.) Cicerón se burlaba, con gran espíritu, del abuso de las fórmulas, como se nos han burlado del estilo de la práctica. En su tiempo, habían perdido su misteriosa autoridad (pro Murena, 11, 12, 13). Plauto se ajustaba al genio de sus contemporáneos, cuando reproducía, en cada ocasión, las fórmulas del derecho civil: aquí, la de los compromisos (sponsalia); en Las dos Baquis (v. 832, 834), la de un rescate a pagar; en Los cautivos (v. 111, 113), la de una venta.0. EUCLIÓN Pero no tengo una dote que darle. MEGADORO Se va a prescindir de eso. Ya que ella es prudente, está bastante bien dotada. EUCLIÓN Si te lo digo, es para que no te imagines que encontré tesoros. MEGADORO Lo sé; no es necesario que me lo digas. ¿Consientes? EUCLIÓN Sea. (Él oye golpes de piqueta.). Pero, ¡oh, Júpiter!, ¿no me matan? MEGADORO ¿Qué tienes? EUCLIÓN ¿No oyes un ruido de hierro? (Se va.) MEGADORO Sí, hago que trabajen en mi jardín. ¡Bueno!, ¿qué ocurrió?, se fue sin darme una respuesta afirmativa. No me quiere, porque lo busco. Así son los hombres. Si el rico trata de hacerse amigo de un pobre, el pobre tiene miedo de acercarse, y su modestia hace que pierda una buena ocasión. Luego lo lamenta, cuando ya pasó; pero es demasiado tarde. (Euclión regresa.) EUCLIÓN, aparte. Si no hago que te arranquen la lengua de raíz, vieja arrastrada, te autorizo par​​a que me hagas castrar3 31 Castrandum. Esta idea no es romana, al menos en esta época. No fue sino hasta finales del siglo VI, mucho después de la muerte de Plauto, cuando las mujeres comenzaron a usar este lujo descarado, que vino de Asia a Grecia, y que pasó de Grecia a Roma. Menandro, traducido por Terencio, certifica que era de buen tono para los griegos, en las grandes casas, tener eunucos entre sus esclavos (Eunuch., I, 2, 81). Los eunucos debieron ser introducidos en masa, en Roma, con toda la parafernalia de la molicie asiática, después de la conquista del reino de Antíoco el Grande por L. Escipión, hermano del africano (Tito Livio, XXXIX, 6). Se convirtieron en una parte esencial del servicio de las damas romanas, servicio cuyo abreviado inventario da el fabulista Fedro en algunos versos (IV, 5, 22). En seguida figuraron en el palacio imperial, entre los uno de los favoritos del príncipe; gobernaron el imperio; algunos encabezaron los ejércitos.1 sin demora. MEGADORO Me doy cuenta, Euclión, que, a pesar de mi edad, me tomas por un hombre con el que pueden divertirse3 32 Quem... ludos facias. Esta expresión merece que se la destacase: hacer de alguien un juego, un espectáculo.2. Estás equivocado. EUCLIÓN De ningún modo, Mégadore. Y cuando lo quisiera, ¡me iría bien! MEGADORO En fin, ¿me concedes a tu hija? EUCLIÓN ¿Con las condiciones y con la dote que dije? MEGADORO Sí. ¿Me la das? EUCLIÓN Te la doy. MEGADORO ¡Que los dioses nos den la palma! EUCLIÓN ¡Así lo quieran! Pero recuerda nuestras condiciones: mi hija no trae dote. MEGADORO Se ha dicho. EUCLIÓN Sé las artimañas que acostumbran hacer, a otros. Los acuerdos hechos son nulos, y lo que no se había acordado se acuerda, según lo quieren. MEGADORO No va a haber dificultades entre nosotros. Pero, ¿qué impide3 33 Num quae causa 'st. Esta locución va a hallarse muy a menudo en Plauto, con la respuesta. Cuando a alguien se le proponía un tratado, un arreglo, también le decían: Numquae causa, o mejor Numquid causae est, quin id fiat, «¿hay alguna causa que impide hacer tal cosa?» Si la aceptaba, respondía: Imo optuma, o simplemente optuma, o optumum 'st. «No, de hecho, hay una muy buena razón para hacerlo.» En caso de denegación, decía: Nulla, es decir, no hay ninguna razón para hacerlo (véanse Los cautivos, verso 247; Trinumus, penúltimo verso; Terenc., Andr., V, 2, 46).3 que se haga la boda hoy mismo? EUCLIÓN ¡Nada, en verdad! MEGADORO Voy a ordenar los preparativos. ¿Nada tienes que decirme? EUCLIÓN Sólo apresúrate. MEGADORO Serás obedecido. Que estés bien. (A su esclavo.) ¡Oye!, Estróbilo, sígueme pronto al mercado. (Sale.) EUCLIÓN, solo. Se ha ido. ¡Dioses inmortales!, ¡vean el poder del oro! ¡Oh!, creo que sí, oyó decir que yo tenía un tesoro; lo codicia: esa es la razón de su obstinación en busca de mi alianza. Escena 3 - EUCLIÓN, ESTÁFILA EUCLIÓN ¿Dónde estás, habladora, que vas a decirles a todos los vecinos que tengo que darle dote a mi hija? ¡Eh!, Estáfila; ¿vas a venir?, ¿no me oyes? (Estáfila viene.) Apresúrate a limpiar lo poco que tengo de vasos sagrados3 34 Vascula. Este es muy avaro, siempre temblando por que lo arruinan, o que lo creyeran muy rico. Otros hacen que preparasen y limpiasen los utensilios para los sacrificios, vasa pura adornari (Amph., verso 785). Pero Euclión emplea un diminutivo; sus preparativos deben ser parcos y pobres, como él mismo.4. Prometí a mi hija, y ella va a casarse hoy. ESTÁFILA ¡Los dioses bendigan tu idea! Pero, en verdad, no se puede, no tenemos tiempo para regresarse. EUCLIÓN Nada de razones: vete; y que, cuando regrese del Foro, todo esté dispuesto. Cierra bien la puerta. Voy a estar aquí dentro de poco. (Sale). ESTÁFILA, sola. ¿Qué hacer?, un momento más, y estamos perdidas, mi joven ama y yo. Su término se acerca; su deshonra va a descubrirse. Este desdichado secreto ya no se puede ocultar más. Entremos para que las órdenes del amo se ejecuten cuando regrese. ¡Por Castor!, temo que hoy tengo que beber una copa3 35 Mistum. Entre los antiguos, casi no se podía beber vino puro; era demasiado humoso y demasiado oscuro. Con antelación, la mezcla la hacían los esclavos, según las proporciones que establecía el rey del festín o el amo de la casa (magister, arbiter bibendi, pater cenae). Los escanciadores sacaban de las cráteras, donde estaba preparada la mezcla. De allí miscere, para decir aprestar, verter una bebida. Así que no es necesario escribir aquí malum maerore mistum, lo que resultaría irrelevante. La vieja quiere decir que va a tener que tragarse un dolor terrible; el destino le ha preparado el brebaje, mistum moerorem. Esta metáfora es muy natural en el lenguaje de la vieja, cuyo solo nombre nos hace sospechar los hábitos de embriaguez, y cuyo lenguaje va a confirmar este parecer (v. 305). Todas las viejas de la comedia latina son grandes bebedoras (véanse Curcul., verso 96 y ss.; Cistell., verso 20). ¿Y la vieja de la fábula de Fedro no es digna de rivalizar con ellas (III, 1)?5 muy amarga. (Sale.) Escena 4 – ESTRÓBILO, CONGRIÓN, ÁNTRAX ESTRÓBILO Mi amo acaba de comprar unas provisiones, y de buscar unos cocineros3 36 Conduxit cocos. Véase la diferencia de las costumbres en la vida entre los personajes de Plauto y de Terencio, es decir, antes y después de la Segunda Guerra Púnica. En Plauto, los propios ciudadanos van al mercado (Bacch.; Captiv.; Mercator). No tienen hábiles cocineros entre los esclavos de su casa. Una sierva hace la limpieza (Mercat.). Si van a invitar a una comida, van hasta el Foro a contratar a un cocinero (nec coquos vero habebant in servitiis, eosque ex macello conducebant, Plinio, XVIII, 28). Se trata de los viejos tiempos. Pero no hay de estos cocineros contratados en Terencio. Se los podría lamentar, porque son muy agradables, al menos en el teatro de Plauto. Creo que, a los que los empleaban, les daban más tormento que deseos de reírse. Eran unos centimanos para el hurto; Argos, con todos sus ojos, no hubiera podido estar seguro contra ellos. Aún más, si hubieran sabido todos los secretos del arte, ¡culinario! Cuando los Metelos, los Fulvios, los Sulpicios habían gustado los platos entrañables de Sicilia, de Grecia y del Asia, despidieron a las personas humildes por cocineros ambulantes, que ya no tuvieron que morir de hambre. Así, los romanos supieron apreciar a un buen cocinero, mientras que entre sus antepasados, personas rudas e ignorantes, este oficio se les había dejado a los más viles esclavos (Tito Livio, XXXIX, 6). Un buen cocinero se pagó hasta por veinte mil sestercios (16.000 fr.). Los romanos no eran aficionados menos finos, menos sensibles al verdadero mérito, como aquel marinero que, después de una comida, hizo que viniera su cocinero y le dijo: «Ven, eso, pillo, deja que te abrace; no quiero morir sino por tu mano.» El arte de la cocina alcanzó en Roma, un rango acorde a su perfeccionamiento, y acabó por ordenar a los dueños del mundo, imperatoribus quoque imperaverunt (Hist. nat., XXIV, I). Horace incluso llegó a decir que la juventud romana gustaba más de la cocina que de los placeres del amor, nec Veneris tantum quantum studiosa culinae.6 y unas flautistas3 37 Tibicinas. Las o los flautistas estaban en todas las fiestas. Ninguna solemnidad familiar carecía de sacrificio, ningún sacrificio carecía de flautista o citarista (véase Epidic., verso 194). Recuerdo haber leído en Plutarco que, un día, Escipión Emiliano, al ver llegar en una reunión a un hombre que quería hacerle daño, dijo burlonamente: «¿Vamos a hacer un sacrificio?» Este hombre había sido flautista. Si se ha de creer el testimonio de Plauto (v. 514), a los músicos les gustaba beber mucho. Ovidio les hizo una reputación similar a los hombres de la misma profesión (Fast., VI, 672-684). 7 en la plaza, y me ha encargado de que dividiera en dos todas sus compras. CONGRIÓN Te lo digo, no vas a partirme por la mitad; ¿me oyes? Si quieres enviarme a algún lado entero, estoy a tu servicio. ÁNTRAX ¡Vean, qué miedoso es este pichón de plaza! Si lo quisiéramos de ti, ¿no te dejarías partir?, ¿no es cierto? CONGRIÓN No es eso, Ántrax; no dije lo que me haces decir. ESTRÓBILO Pero pensemos en la boda de mi amo. Es para hoy. CONGRIÓN ¿Cuál es la muchacha con la que se casa? ESTRÓBILO La del vecino Euclión. Me ordena que le dé al suegro la mitad de las provisiones, con un cocinero y una flautista. CONGRIÓN Así, la mitad ahí (muestra la casa de Euclión), y la otra mitad en su casa. ESTRÓBILO Como dices. CONGRIÓN ¿El anciano no podía pagar los gastos de un festín, para la boda de su hija? ESTRÓBILO ¡Bah! CONGRIÓN ¿Qué se lo impide? ESTRÓBILO ¿Lo que se lo impide?, ¿preguntas? Antes se sacaría aceite de una pared. CONGRIÓN ¿Sí, en verdad? ¿Cierto? ESTRÓBILO Juzga por ti mismo. Él grita por ayuda, invoca a los dioses y a los hombres, y dice que su bien se ha perdido, que es un hombre arruinado, si ve que el humo sale del techo de su casa en ruinas. Cuando va a acostarse, se ata una bolsa a la boca. CONGRIÓN ¿Por qué? ESTRÓBILO Para no perder su aliento mientras duerme. CONGRIÓN ¿Y si se pusiera también una en la boca de atrás, para que conservara su aliento durante el sueño? ESTRÓBILO Debes creerme, como es justo que te creo. CONGRIÓN ¡Ah!, en verdad, te creo. ESTRÓBILO Sin embargo, algo más3 38 At scin'.... quomodo? Locución elíptica, rara vez completada en el lenguaje corriente, pero que a veces se completa, como en el verso octavo de esta obra. Expresa ya el anuncio de una cosa sorprendente, como aquí; ya, y muy a menudo, la amenaza, como en el verso citado luego, y en Amphitryon, v. 200.8. Cuando se baña, llora el agua que derrama. CONGRIÓN ¿Crees que, si le pidiéramos un talento para comprar nuestra libertad, nos lo daría? ESTRÓBILO Si le pidieras el hambre, no te la prestaría. El otro día, el barbero le había cortado las uñas; reunió los recortes, y todos los recogió. CONGRIÓN En verdad, ese es uno de los más avaros. ¡Cómo!, ¿es tan mezquino y tan avaro? ESTRÓBILO Un milano se llevó un pedazo de carne: nuestro Hombre corre muy afligido hasta donde el pretor; llena todo con sus gritos, con sus lamentos, y que se lance contra el milano una orden de comparecencia. Tendría mil rasgos similares que contar, si tuviéramos tiempo. Pero, ¿cuál de ustedes es el más veloz? Díganlo. CONGRIÓN Yo, como el más hábil de todos. ESTRÓBILO Hablo de un cocinero, y no de un ladrón. CONGRIÓN Eso es lo que he oído. ESTRÓBILO, a Ántrax. ¿Y tú? Habla. ÁNTRAX, con aspecto de hombre resuelto. Ves quién soy. CONGRIÓN Este es un cocinero de día de mercado3 39 Cocus nundinalis. Este pasaje ha ocupado mucho a los comentaristas, que, según su costumbre, no están de acuerdo entre sí. Algunos quieren que Congrión muestre su desprecio por Ántrax, al decir que no es bueno sino para hacer comidas dignas de un funeral: estas comidas por lo general se ofrecían el noveno día. Pero, aparte de que no es seguro que Plauto hubiera puesto sin distinción nundinalis en lugar de novemdialis, término dedicado a este fin, ¿Ántrax hubiera podido considerar como una injuria que se lo llamara cocinero de comidas de funeral? A los amigos y los parientes se los invitaba a estas fiestas tan suntuosas como lo permitía la fortuna de la familia; y en estas reuniones, mientras se honraba al muerto, a los vivos los ocupaba la buena vida. Para los ricos y los grandes era una gran ocasión para mostrar su magnificencia. Había algunos que hacían sacrificios públicos (visceratio), y distribuían entre el pueblo la carne de las víctimas. Este uso de los banquetes funerarios se encuentra todavía en muchos países, y allí no se ahorra ni la buena comida, ni el vino, cuando se tiene uno. En un pequeño cantón de nuestra Bretaña, se acostumbra reunirse ante la mesa después de los funerales; se cantan antífonas, se gritan como estribillo, y se bebe en cada descanso, y los descansos son frecuentes, y se embriaga en memoria del muerto. En definitiva, Ántrax no hacía la comida fúnebre. Pero bien podría trabajar para los moradores de la campiña, que llegaban todos los días de mercado, o cada nueve días a Roma para su asuntos civiles o para los mercados. Los días de mercado eran días feriados, para el trabajo en los campos, pero no para las ocupaciones de la ciudad y para los juicios. Había, en esos días, en Roma, gran afluencia de moradores de los suburbios: así, era cuando asediaban el tribunal del pretor y el atrio de los jurisconsultos los solicitantes y los abogados litigantes, mientras que pululaban en el Foro las personas que compraban y vendían. Con los asuntos terminados, los que no regresaban a sus casas a toda prisa, iban a pasar un buen rato en la mesa de sus amigos. Entonces, Ántrax es uno de esos cocineros que no encuentran trabajo sino una vez cada nueve días, y para servir a la gente rústica; desdichado tragón, como dijo el maestro Rabelais.9; no tiene empleo sino una vez en nueve días. ÁNTRAX Está bien que me desprecies, amigo, cuyo nombre se escribe con seis letras. ¡Ladrón! CONGRIÓN Ladrón tú mismo, triple bribón. ESTRÓBILO Silencio. Veamos; el más gordo de los dos corderos... CONGRIÓN ¡Sí! ESTRÓBILO Tómalo, Congrión, y vete a a esa casa (la de Euclión). Ustedes (a una parte de las personas que llevan las provisiones), síganlo. Ustedes, vengan a nuestra casa. ÁNTRAX ¡Ah!, el reparto no es justo. Les das el cordero más gordo. ESTRÓBILO ¡Bueno!, vas a tener la más gorda de las dos flautistas. Frigia, vas a ir con él (le muestra a Congrión); y tú, Eleusia, ven a la casa. CONGRIÓN ¡Pérfido Estróbilo!, me relegas a la casa de ese viejo avaro. Cuando necesite algo, tendré que desgañitarme antes de que me lo den. ESTRÓBILO Es tontería y en verdad una pérdida complacer a un ingrato. CONGRIÓN ¿Cómo? ESTRÓBILO ¿Y lo preguntas? En primer lugar, allí, no vas a oír ningún ruido. Y si quieres algún utensilio, llévalo contigo, para que no te canses en pedirlo. En la casa, muchas personas, mucho estrépito, un gran mobiliario, oro, tapices, platería. Si llega a faltar algo (y sé que eres incapaz de tocar lo que no está a tu alcance, va a decirse: Los cocineros lo tomaron. Que los agarren; los aten y azoten, y los encierren en el sótano. — Pero ahí, nada parecido tienes que temer, porque no hay nada que robar. Vamos, sígueme. CONGRIÓN Voy. Escena 5 – ESTRÓBILO, ESTÁFILA, CONGRIÓN ESTRÓBILO ¡Eh! Estáfila, ven y ábrenos la puerta. ESTÁFILA ¿Quién me llama? ESTRÓBILO Es Estróbilo. ESTÁFILA ¿Qué quieres? ESTRÓBILO Aquí están los cocineros, una flautista y provisiones para la boda. Megadoro se los envía a Euclión. ESTÁFILA ¿Son las bodas de Ceres las que va a hacer, Estróbilo? ESTRÓBILO ¿Por qué? ESTÁFILA No veo el vino4 40 Temeti nihil. Se había prescrito abstenerse del vino durante la fiesta de Ceres, y el ayuno hasta la noche, para conmemorar el dolor de la diosa, que no había tomado ni descanso ni alimento, mientras que buscaba a su hija raptada. Esta fiesta la celebraban principalmente las mujeres, y se sabe que el uso del vino se les prohibió, bajo pena de muerte, por las leyes de Rómulo. ¿Se podría creer que hubiera un hombre lo bastante cruel o bastante loco como para aplicarle esta ley a su mujer, y que se encontrara un historiador tan necio como para que alabara esta atrocidad de salvaje entre los rasgos de severidad antigua (Valer. Max., VI, 3, 9)?0. ESTRÓBILO Lo van a traer, cuando el amo4 41 Ipsus. Todavía se encuentra esta forma del pronombre ipse en Terencio (Hecyr., III, 5, 5), cuya dicción tiene una apariencia mucho más moderna que la de Plauto, y también en Lucrecio (VI, 402). La palabra ipse, que designa ya sea al dueño de la casa, ya a los jefes, en comparación con los seguidores o los soldados, se ve con mucha frecuencia (Casina, IV, 2, 11; Virg., Georg, IV, 82). Este es el õ aétñw  de los griegos, ipse dixit.1 regrese. ESTÁFILA No tenemos leña. CONGRIÓN Pero tienen carpinterías. ESTÁFILA Sí, en verdad. CONGRIÓN Entonces, ¿tienen madera?, no es necesario pedirla prestada. ESTÁFILA Sí, en verdad, pillo, al que Vulcano, tu patrón, no puede purificar el alma, ¿crees que para esta cena o para el pago de tus cuidados va a quemarse la casa? CONGRIÓN De ningún modo. ESTRÓBILO, a Estáfila. Haz que entren. ESTÁFILA Síganme. (Entran a la casa de Euclión.) Escena 6 – PITÓDICO PITÓDICO, solo, sale de la casa de Megadoro. Trabajen, mientras voy a ver a los cocineros. En verdad, tengo mucho que hacer para contenerlos. No habría para eso sino un medio: sería que cocinaran en el subterráneo4 42 In puteo. La casa de cada ciudadano tenía una parte penal, un arsenal patibulario: vigilantes, verdugos, prisión, instrumentos de tortura y suplicio, nada faltaba allí. A la prisión la llamaban puteus, porque se hallaba en un sótano, donde se ataba a los culpables a un palo (véanse el Poenulus, v. 955; las Bacchis, v. 776). Este es el régimen de la servidumbre doméstica. Sería difícil decir si ultraja más a la humanidad, en la persona del esclavo, o la pervierte en la del amo. ¿Qué llega a ser la moral pública y privada con estos hábitos de poder abusivo y cruel? Nunca hubo una verdadera civilización, sino después de la abolición de la esclavitud. En este momento también cesó el estado de guerra en el interior de las viviendas, entre el amo rodeado de cautivos, a los que temía, y la multitud de esclavos que odiaban a su amo. Desean ver un curioso monumento de las miserias de esta tiranía doméstica, lean el discurso de C. Casio en los Anales de Tácito (XIV, 43, 44).2; entonces, subiríamos la cena en cestas. Pero, ¿si se comieran allí lo que aprestan?, haríamos ayuno en lo alto y la fiesta en las moradas sombrías. Disfruto con el balbuceo, como si no tuviera qué hacer, y tenemos en nuestra casa el ejército de los Rapácidas. (Sale.) Escena 7 – EUCLIÓN, CONGRIÓN EUCLIÓN, solo. Quise hacer un esfuerzo y alegrarme en la boda de mi hija. Voy al mercado; pido. ¿Cuánto el pescado?, muy caro. ¿El cordero?, muy caro. ¿La carne?, muy cara. La ternera, el pescado y el marisco fresco, el fiambre, todo es muy caro. Imposible acercarse; tanto más cuanto no tenía plata. La ira me invade, y me voy, al no tener cómo comprar. Así los han atrapado bien, a todos esos pillos. Y, entonces, en el camino, pienso: cuando se es pródigo los días de fiesta, falta lo necesario los demás días; eso ocurre cuando no se guarda. Así la prudencia le habló a mi espíritu y a mi estómago; hice que la sensualidad oyera a la razón, y vamos a celebrar la boda lo más austera posible. Compré este poco de incienso y estas coronas de flores; vamos a ofrecerlas al dios Lar, en nuestra casa, para que el matrimonio sea afortunado. Pero, ¿qué veo?, ¡mi puerta está abierta! ¡Qué alboroto en la casa! ¡Desdichado!, ¿me están robando? CONGRIÓN, desde dentro de la casa. Voy a preguntar ahora, en la casa vecina, por una olla más grande. Esta es muy pequeña para lo que quiero hacer. EUCLIÓN ¡Ay!, me matan. Me quitan mi oro, buscan la olla. Estoy perdido, si no corro a toda prisa. Apolo, te conjuro, ven en mi ayuda. Atraviesa con tus dardos a estos ladrones de tesoros: ya me has defendido en semejante peligro. Pero tardo mucho. Corramos, antes de que me hayan degollado. (Entra en su casa.) Escena 8 – ÁNTRAX ÁNTRAX, que sale de la casa de Megadoro. Dromón, limpia los pescados; tú, Maquerión, deshuesa lo más pronto4 44 Quantum potes. Locución muy utilizada como sinónimo de quam celerrime, el más veloz (Terencio, Andr., V, 2, 20; Adelph., III, 2, 72). A veces se utiliza quantum potest en una forma absoluta (Asinaria, v. 585; Terencio, Adelph., IV, 7, 25).4 el congrio y la morena4 43 Congrum, muraenam. Entonces, se empezaba a saber el precio de un pescado delicado entre los romanos. ¡Pero cuán lejos se estaba del grado de perfección al que se llegó después en la ciencia de la gastronomía! ¿Los romanos en la época de Plauto, y hasta los contemporáneos de ese Galonio, apodado Gurges, que hizo que lo multaran por haber comido un enorme esturión (Lucil., Sát., II), hubieran sospechado que sus descendientes distinguirían el pez marinos capturados en el mar, del que atraído se pescaba, en agua dulce, después de haber remontado el Tíber (Horacio, Sat., II, 2, 31)? ¿Hubieran creído que, un día, unos viveros pasarían por los comedores, para darles a los comensales el placer de ver que pescaban ante ellos a la morena, y verla que moría en grandes vasijas transparentes, y observar así los diversos tonos que tomaba su piel, de acuerdo con el avance de la agonía (Sénec., Quaest. nat., III, 17)? Se ha dicho que los romanos engordaban sus morenas con la carne de sus esclavos, para los que habían imaginado este tipo de suplicio. Mucho se han precipitado a concluir de un hecho singular la existencia de un uso común. Esta barbarie de Asinio Polión sublevó al mismo Octavio. Es cierto que, entonces, Octavio llevaba el nombre de Augusto.3: voy a pedirle prestado a Congrión, aquí al lado, un molde para hornear el pan4 45 Artoptam. El pan cocido al horno en un molde o vasija de barro (artopticius) era más delicado que el pan simplemente cocido en el horno (furnaceus). Plinio dice que antiguamente, antes de la conquista de Macedonia, no había panaderos en Roma y que todos hacían el pan en su casa; este era el oficio de las mujeres. Pero, entre los ricos, este cuidado se les daba a los cocineros contratados, porque todavía no tenían cocineros de su propiedad (Hist. nat., XVIII, 27, 28). Plauto confirma plenamente esta historia. No veo por qué los estudiosos, de la época de Plinio, disputaban entre ellos para decidir si este verso era o no era de Plauto, y cómo les parecía que presentaba un anacronismo. Se podían tener moldes para el pan sin que hubiera panaderos (véase el pasaje de Plinio).5. Tú, si no eres un tonto4 46 Si sapis. Esta forma de hablar, muy utilizada en la conversación de los romanos, si se juzga por el diálogo de Plauto, es nuestra locución en francés: «Le aconsejo»; a menudo expresa algo más que un simple parecer; le da fuerza a la orden e incluso a la amenaza (Mercat., 575; Mostell., 510).6, vas a desplumarme este pollo y dejarlo más limpio que un danzante depilado4 47 Volsus ludius. El nombre ludius, lo mismo que ludio (Tito Livio, VII, 2) se refiere a un danzante en Plauto: a los actores se los llama histriones. Estos danzantes figuraban, ya en los intervalos de las obras dramáticas, ya en las mismas obras en los entreactos. Sobre todo, trataban de parecer jóvenes y hermosos, y dar una apariencia femenina. Uno de sus cuidados especiales era hacerse depilar: su piel debía ser suave, blanca y muy uniforme. Había instrumentos para tal efecto, volsellae; Plauto ha hablado sobre ello (Curcul., 485). Esta gran aplicación para adaptarse a una figura afeminada, al final los persuadía de que eran mujeres, y había mucha disposición en las costumbres antiguas para tomarlos como tal. Danzante y lindo habían llegado a ser términos sinónimos (véanse verso 372, y el final de El Persa).7. Pero, ¿qué es ese clamor, que se oye en la casa del vecino? Sin duda los cocineros han de haber hecho un lío por nada. Huyamos a la casa. Me temo que también nos veamos en escena semejante. (Entra.) ACTO III Escena 1 – CONGRIÓN CONGRIÓN, que sale de la casa de Euclión. Queridos ciudadanos, moradores de esta ciudad y de los alrededores, todos los que están, domiciliados o viajeros, ¡lugar! ¡Déjenme que huya! Déjenme todos los pasos libres. No, nunca, no vine a cocinar en la casa de rabiosos como este4 48 Bacchas. Las Bacantes, furiosas, frenéticas, golpeaban, destrozaban (véase Amph., 451). Esta era la inspiración divina, o la embriaguez de la orgía, o la audacia de la charlatanería. Euclion se ha comportado como bacante rabiosa con Congrión (véase Bacchis, p. 214). Tal vez este verso despertaba el recuerdo de un acontecimiento que puso Roma en crisis durante algún tiempo. Si mi suposición fuera cierta, esta comedia no sería muy posterior al año 566 de Roma. Se había formado una sociedad secreta, a favor de los misterios de Baco: allí se atraía sobre todo a las mujeres y a los jóvenes. Se rumoraba que allí se vinculaban mediante ceremonias e imprecaciones terribles, y que se daban, en oscuras reuniones, a horrible libertinaje. Los cónsules reunieron al Senado, se dispusieron guardias en las zonas principales, y Roma tuvo, durante unos días, el aspecto de una ciudad bajo ocupación militar. Se castigó con dureza a los jefes, y la asociación se disolvió y proscribió por un decreto del Senado, cuyo texto nos ha llegado. A este acontecimiento se lo llamó la conjuración de las Bacanales. Aquí, el poeta, con comicidad podía tocar mucho unos asuntos serios, como en varios pasajes de esta obra y algunas otras, al señalar con el ridículo lo que la sanción de la ley había condenado, y hasta lo que no alcanzaba.8. Mis ayudantes y yo, todos estamos molidos a palazos. Mi cuerpo no es sino dolor. Estoy muerto. ¡Anciano malvado, que así hace de mí su gimnasio! Nunca se dieron palos más libremente4 49 Ligna proeberi. El cocinero no está tan asustado, sino juega con las palabras que aludían a algunas de las prestaciones en especie, que los aliados o súbditos de Roma estaban obligados a proporcionar a los mensajeros o a los magistrados romanos cuando estaban de viaje (Horacio, Sat. I, 5, 45. Villula tectum Praebuit, et parochi, quia debent, ligna salemque). El Sosia de Rotrou también hace una broma sobre el palo que les dieron con tanta libertad a su amo y a él mismo en diferentes formas: Si el palo nos faltaba, los dioses se hubieran hecho cargo; Con ello nos cargaron, y más de lo necesario.9. También nos echó de la casa, cuanto nos cargó bien a todos. ¡Ah, cielos, estoy perdido! ¡Desdichado! Abre, ahí está, nos persigue. Sé lo que tengo que hacer; él mismo me lo ha enseñado. Escena 2 – EUCLIÓN, CONGRIÓN EUCLIÓN Ven aquí. ¿A dónde huyes? ¡Detente, detente! CONGRIÓN ¿Por qué tienes que gritar, villano? EUCLIÓN Voy a denunciarte ante los triunviros5 50 Ad treisviros. Los triunviros eran magistrados de vigilancia y de justicia. Cuando se trataba de restablecer el orden, intervenían como agentes de la fuerza pública, con los ediles, cuyo ministerio se acercaba más a las funciones del alcalde municipal (Tito Livio, XXV, I). Juzgaban los delitos de las personas de baja condición, que no tenían derecho a pedirle jueces al pretor. Los esclavos, las cortesanas dependían de su cargo (Amphit., v. 3; Asinaria, v. 116.); tenían la supervisión y la administración de las cárceles (Aulo Gelio, III, 3; Tito Livio, XXXII, 26). Se los llamaba triumviri capitales.0. CONGRIÓN ¿Por qué? EUCLIÓN Porque estás armado con un cuchillo5 51 Cultrum habes. Este furioso Euclión hace un abuso cómico de la ley de las Doce Tablas, que ordenaba matar al ladrón nocturno, en todo caso, y al ladrón armado, durante el día, si se telo defenderit. El cuchillo del cocinero es un arma a los ojos del avaro. No se podría encontrar, a veces, entre los modernos, una índole similar de interpretación.1. CONGRIÓN Es el arma de un cocinero. EUCLIÓN ¿Por qué me amenazaste con eso? CONGRIÓN Me equivoqué; por no haberte reventado. EUCLIÓN No hay mayor villano que tú en la tierra, nadie al que yo debería hacer mayor mal de corazón y con más alegría. CONGRIÓN ¡Por Pólux!, no es necesario que lo digas; tus acciones lo prueban. Tengo mi pobre cuerpo más roto por tus golpes, que un lindo histrión. ¿Pero con qué derecho nos golpeas, villano mendicante?, ¿qué tienes? EUCLIÓN Pregúntame. Al parecer, no te he dado lo suficiente. Deja un poco. (Finge golpearlo.) CONGRIÓN ¡Por Hércules!, eso va a ser desdicha para ti, o esta cabeza habrá perdido el sentido5 52 Si hoc caput sentit. Esta forma de lenguaje se halla un poco cambiada en el Pseudolus (v. 712), «si caput hoc vivet.» Es muy análogo a éste, si vivo, que ocurre con frecuencia en el diálogo de Plauto (Bacch., v 720, 989; Casin., v. 28) y en el de Terencio (Andr., V, 2, 24). Se unía por lo común a las promesas o a las amenazas. Esta es una de esas locuciones condicionales que, en lugar de limitar o mitigar la afirmación, le incluyen un poco más de energía.2. EUCLIÓN No sé sobre el porvenir; sobre el presente, no lo he perdido. Pero, ¿qué tenías que hacer en mi casa, durante meses de ausencia, sin mi orden? Quiero saberlo. CONGRIÓN Entonces, deja de hablar. Vinimos por la boda, a cocinar. EUCLIÓN ¡Eh, por la muerte!, ¿a ti qué si comemos cocinado o crudo en mi casa? ¿Eres mi preceptor? CONGRIÓN ¿Quieres que hagamos la cena aquí? ¿Sí o no?, dilo. EUCLIÓN ¿Me dirías si mi casa va a estar segura?, dilo. CONGRIÓN Con que, con eso, yo estuviera seguro de que nada se pierda de lo que traje, estaría contento. ¿Acaso quiero robarte algo? EUCLIÓN, irónico. Sí, se los conoce. Nada quieres robar. CONGRIÓN ¿Qué razón tienes para que nos impidas que hagamos aquí la cena? ¿Qué hemos hecho, qué hemos dicho para que te enfades? EUCLIÓN ¡Y lo preguntas, villano, cuando entran en todos los rincones más secretos de mi casa! Si hubieras estado ocupado con tu trabajo junto al fuego, no te hubiera roto la cabeza. Hiciste lo que te mereces. Quedas advertido que, si te acercas a esta puerta sin mi permiso, vas a llegar a ser, por mi mano, el más desdichado de los mortales. ¿Me has oído bien? ¿A dónde vas? Vuelve. (Entra en su casa.) CONGRIÓN, solo. Por mi protectora5 53 Ita me amet. Esta es una de las fórmulas de juramento más utilizadas entre los latinos: Ita me amet Júpiter, etc., Ita me di deaeque ament, ut, etc. (Bacch., v. 78; Mil. Glor., v. 400). A menudo, en lugar del subjuntivo, se ponía el futuro, como lo que también se practicaba en los votos (véase El persa, verso 16). Incluso se encuentran el subjuntivo y el futuro a la vez, en el juramento que contiene una doble afirmación (Curcul., v. 400-401). De resto, esta combinación de diferentes modos, tenía sus modelos (Pind., Olimp., VI, estrofa a b‹somen... ákvmai. El juramento podía variar en los detalles de la expresión. Catulo dijo (de Coma Beren., v. 1, 8) Non, ita me divi, vera gemunt, juerint, por juverint. «Las lágrimas de las doncellas que me llevaron hasta el ara del himeneo, no son sinceras, lo juro por los dioses.» (Los dioses vengan en mi ayuda, pues es cierto que no lloran sinceramente.) Propercio jura por su felicidad: Atque, ita sim felix, primo contendis Homero (ed. Brouck., I, 7, 3). Asimismo, los personajes de Plauto juran por los objetos que quieren o son sagrados, el guerrero por su espada y su escudo (Curcul., v. 597), el parásito por la diosa Satisfacción (Captiv., v. 400), el cocinero por el patrono de los ladrones. Rabelais imitó esta forma (Gargantúa, lib. I, cap. 28): «Protesto, lo juro por ti, si me eres favorable, si alguna vez, etc.» También tenemos, en el lenguaje moderno, declaraciones análogas: «Que muera, que el cielo me castigue, que la tierra me trague, si, etc….» Pero hay esta gran diferencia, que, al suponer lo contrario de lo que debe ser, hacemos el juramento mediante una imprecación contra nosotros mismos. Los antiguos se hubieran cuidado mucho de estas palabras de mal augurio; mejor preferían pedir la protección de los dioses, con la asunción de lo afirmativo: «Que los dioses me ayuden, ya que es cierto que, etc.»3, Laverna5 54 Laverna. La diosa Laverna compartía con Mercurio el honor de proteger a los ladrones. Tenía un ara junto a una puerta de Roma, que de allí tomó el nombre de Puerta Lavernal; y un bosque sagrado, en la vía Salaria, a cuya sombra los ladrones se citaban para distribuirse su botín. Los cocineros ambulantes, que tenían dos tipos de oficio, uno admitido, el otro que no admitían, pero por el que tenían una reconocida reputación, eran dignos de invocar a la diosa. La invocaban no tan abiertamente como el cocinero de la comedia, sino en voz baja, como el galán del que habla Horacio (Ep., I, 16): «¡Oh, hermosa Laverna!,» dijo, «apenas moviendo los labios por temor a que lo oyeran.» Pero la diosa no recibía sólo el homenaje de los pillos; las personas honestas le rogaban que las protegiera, como las personas valientes y sanas les sacrificaban al Temor y a la Fiebre. Los ediles hicieron un día un cruento epigrama contra los carniceros fraudulentos, y más espiritual de lo que suelen ser por lo común los epigramas de la autoridad. Con el dinero de las multas que les habían impuesto, le construyeron un templete a la diosa Laverna, con una hermosa inscripción en la portada, para que nadie ignorara quién había dado los denarios, y en qué ocasión.4, si no me das mis utensilios, voy a hacer escándalo en tu puerta5 55 Pipulo. Vieja palabra que recuerda un antiguo uso surgido en épocas de ignorancia y rudeza, cuando se hacía justicia por sí mismo, y a espaldas de la intervención de la autoridad pública. Si se había sido ultrajado, si se había sufrido algún daño grave, se iba, solo, o acompañado por testigos, a tocar a la puerta del ofensor; se trataba de deshonrarlo con esta afrenta. La palabra convicium reemplazó a la de pipulum. Existe esta costumbre entre los turcos: hace unos años, un comerciante turco, establecido en París, tuvo una quiebra de su socio. Se acercó a la ventana de su casa, y proclamó el nombre y la bellaquería del socio en bancarrota. Los guirigayes tienen algo que se parece a este uso, en relación con el grado de cultura.5. ¿Qué hacer ahora? ¡Oh, dioses!, ¡vine aquí con malos auspicios! Me pagan un didracma; voy a gastar más con el médico5 56 Numo. Este término numus, que por lo general no significa sino una pieza de moneda, debió dejar a los lectores modernos de Plauto sin entender el sentido; tal vez algunos de sus mismos oyentes se engañaban. Con esta palabra, se ha oído, a veces un sestercio, a veces un denario, una dracma, un didracma, un áureo. Plauto va a resolver la dificultad. En el Truculentus, un personaje dice: «He tomado de una mina cinco numi; esta es la parte de Hércules.» Por tanto, Cinco numi equivalen a una décima parte de una mina o de cien dracmas, o uno solo a un didracma. El cocinero del Pseudolus desprecia a sus colegas, que se alquilan por una dracma; a él sólo se lo puede tener por un numus. Este numus sólo puede ser un didracma. Es un valor de 1 fr. 50 céntimos en nuestra moneda. Eso le va a costar a Congrión el médico. Ahora las visitas al médico son más caras. Entoncesno se sabía el arte de la curación: tal vez se curaba sin arte. Hoy...6. Escena 3 – EUCLIÓN, CONGRIÓN EUCLIÓN, sostiene su olla. En adelante, donde quiera que vaya, esto ya no va a dejarme; siempre lo voy a llevar conmigo. Ya no quiero exponerlo a tan grandes peligros. (A Congrión y a los otros.) Ahora entren todos, si quieren, los cocineros, las flautistas. Lleva, si bien te parece, una tropa de esclavos5 57 Venalium. Cuando los hombres eran una mercancía que se vendía en un lugar público, el término venalis era sinónimo de esclavo (véase Horacio, Sat., II, I, 447). Se ha podido abolir la esclavitud, pero no la venalidad.7. Hagan, revuelvan, cocinen, tanto como quieran. CONGRIÓN Es el momento, ¡ahora que tengo la cabeza llena de agujeros por los palazos! EUCLIÓN Vamos, entra. Te pagan para trabajar, y no para hablar. CONGRIÓN Tú, anciano, vas a pagarme por haberme golpeado. Me trajeron para que cocinara, y no para que me golpearan. EUCLIÓN Lleva tu queja a los jueces, y deja de fastidiarme. Vamos, que preparen la cena; ¡o vas a hacer que te cuelguen! CONGRIÓN Ve ahí tú mismo. (Los cocineros salen.) Escena 4 – EUCLIÓN EUCLIÓN, solo. Se ha ido. ¡Dioses inmortales, ¡qué temeridad tiene un pobre, de entrar en relación de amistad o de interés con una rico! Vean cómo Megadoro emplea todos los medios para sorprenderme, ¡qué desdichado soy! So pretexto de enviarme amablemente a unos cocineros, me envía a unos ladrones para que me roben este querido tesoro5 58 Peculiaris. Gran bondad de los legisladores romanos: las personas que no se pertenecían, podían tener algo, peculio, regalos. Pero como la condición del propietario determina la condición de la propiedad, de ello se seguía que la posesión del peculio era algo muy precario, cuyo poseedor no podía disponer de él sin el consentimiento de aquel en cuyo poder se hallaba, y, como decían los latinos, en cuya mano él mismo estaba. Así, el hijo de la familia y el esclavo tenían su peculio (véanse, la Asinaria, v. 523, y Los cautivos, Prol., v. 20). Ahora bien, para el derecho de propiedad sobre las personas, el padre y el amo se asimilaban para efectos de la ley.8. Y el gallo de la vieja, su digna secuaz, ¿no ha estado a punto de perderme? Se ha puesto a escarbar en torno al lugar donde estaba oculta, y aquí, y allá. De pronto, la cólera me arrebata; tomo un palo y ajusticio al ladrón cogido en flagrante delito. ¡Por Pólux!, creo que los cocineros lo habían sobornado para que me traicionara. Pero les quité el arma de la. En pocas palabras, la guerra terminó con la muerte del galo5 59 Gallo. Se ve que Plauto intenta a toda costa hacer una broma con la ambigüedad del nombre Gallus, que hace que fuese aún más destacado por la explicación que se desprende de la última palabra de la frase. A los romanos les debía gustar mucho reir con el espectáculo de estos galos, a los que les habían tenido y les tenían siempre tanto miedo. No hacía mucho tiempo se había visto en Roma un espectáculo más vergonzoso para los romanos que para los galos, el de un hombre y una mujer de este pueblo, enterrados vivos por un pueblo asustado y supersticioso (Tito Livio, XX, 34; XXII, 57).9 emplumado. — Aquí está Megadoro, mi yerno, que regresa del Foro. Ya no puedo dejar ahora de detenerme, cuando lo encuentro, y hablar con él. Escena 5 – MEGADORO, EUCLIÓN MEGADORO, sin ver a Euclión. Les dije a varios amigos sobre mis planes de boda. Todos hablan bien sobre la hija de Euclión; me dan mucho la razón: Es, dicen, una idea muy prudente. De hecho, si todos los ricos hicieran como yo, y tomaran sin dote a las hijas de los ciudadanos pobres, habría en el territorio más acuerdo6 60 Civitas concordior. ¿Estas palabras tan sabias del cómico no advertían a los romanos sobre el mal que se cocía en el seno de la república, que debía estallar pronto y hacer surgir, de las sediciones de la multitud de necesitados, la tiranía de Sila, luego la de los triunviros y finalmente la de Tiberio? Los romanos, que no querían creerle a Plauto, oyeron en el siglo siguiente los discursos de los Gracos que sacudieron a Roma hasta sus cimientos: «Las bestias salvajes, en Italia, tienen al menos un albergue, una cueva, y los hombres que luchan por su gloria y por su poder vagan con sus mujeres y sus hijos, sin hogares, sin techo para sentar su cabeza. Los generales les mienten a los soldados, cuando los instan a luchar por sus hogares y sus aras. Noy hay uno solo de esos desdichados que pueda mostrar una casa propia, una tumba que perteneciese a su familia.»0, despertaríamos menos odio, y las mujeres se limitarían más por miedo al castigo, y entraríamos en menos gasto. De esto resultaría un gran bien para la mayor parte del pueblo. No habría sino un pequeño número de opositores: serían los avaros, cuya insaciable codicia desafía a todos los poderes, y no sabe ni de ley ni de medida. Ya los oigo: ¿Con quién van a casarse las muchachas con dote, si se establece un uso semejante a favor de las pobres? Que se casen con quien deseen, ya que no traen ninguna dote con ellas. Si ello fuera así, ellas se esforzarían por sustituir la dote por cualidades; valdrían más. Se vería que los mulos, que son más caros que los caballos, caen a menor precio de lo que cuestan los jamelgos galos. EUCLIÓN, aparte. ¡Por todos los dioses!, es un placer oírlo. Eso es lo que se llama hablar. ¡Cómo entiende de bien la economía! MEGADORO Una mujer no vendría a decirle: Mi dote es más del doble que tus bienes; debes darme púrpuras y joyas, mujeres, mulos, cocheros, lacayos para que me sigan; sirvientes para los encargos, carros para mis carreras. EUCLIÓN, aparte. ¡Qué bien conoce las costumbres de nuestras nobles matronas! Si me creyeran, lo nombraríamos prefecto de las costumbres6 61 Praefectum. Había en Atenas un ginecónomo; en Roma, el tribunal de familia y los censores.1 de las mujeres. MEGADORO Ahora no existe una casa de la ciudad donde no hubiera más carros6 62 Plus plaustrorum. Estos términos son curiosos de observar, como rasgos característicos de una época en la historia de las costumbres romanas. Vemos ahí un momento de transición; Grecia entra a Roma; la antigua rusticidad se plasma todavía con fuerza en la nueva elegancia. Ahora, el lujo surgía entre los romanos, como Milton representa, en el marco de la creación, al león y el tigre, a medias surgidos del barro, y que tratan de sacar el resto de su cuerpo para aparecer por entero en la luz. Empezaban a tener necesidades de magnificencia y de molicie, y al mismo tiempo sentían la rudeza de los viejos tiempos. Aquí Megadoro se queja de la multitud de carros que se encuentra en las casas de la ciudad, y que se hurta al servicio de los campos (plus plaustrorum quam en aedibus ruri). No estaban muy lejos de ahí los carros brillantes y las literas doradas de los Escauro y los Salustio. Así son los inicios en todas las cosas. A las damas de la corte de Carlos VI, que hicieron las trajeran en barricas fijadas sobre ruedas, las vieron sin duda más que a las mujeres de nuestros banqueros ricos, que pasean por los bulevares sus suntuosas tripulaciones. Plauto ha hablado, es cierto, de carros adornados con marfil, eburata vehicula (v. 127), pero ahí se reconoce la labor de trabajadores griegos. ¿Ya se había visto mucho en Roma?2, como los hay en las casas de los campos. Pero este paso es todavía muy modesto, en comparación con otros gastos. Tienen el batanero6 63 Fullo. Los antiguos llevaban poca ropa: sus ropas eran casi todas de tejidos de lana. El oficio de los bataneros respondía al de nuestros tintoreros, calandradores. Eran los blanqueadores de los antiguos. (Véase tom. I, p. 391, y Dion Casio, XLVI, 4, 7, ed. de Reymar.)3, el bordador, el joyero, el lanero, todo tipo de mercaderes, el que hace ribetes con lentejuelas, el que hace túnicas interiores, los tintoreros de color fuego, púrpura, amarillo de cera, los sastres de vestidos con mangas, los perfumeros de zapatos, los revendedores, los roperos, los zapateros de todo tipo para los zapatos de caminar, para los zapatos de mesa, para los zapatos de flor de malva6 64 Phrygio, etc. Estos doce o trece versos, con una docena de otros en Epídico ( 206-216 ), son lo más detallado que se halla sobre los atavíos de la mujer en la antigüedad: bordados con aguja y con aplicación (phrygio, caupo patagiarius), joyería (aurifex), prendas de lana (lanarius), ropa (linteones), tintes de todos los colores, rojo fuego, púrpura, amarillo claro, azafrán naranja (caupones flammearii, violarii, carinarii, crocotarii), túnicas de fondo o camisolas, vestidos con mangas (iudusiarii, manulearii), redes o pañoletas para sujetar en la garganta (strophiarii), ceñidores para apretar la cintura (semizonarii), calzado de todo tipo, para la alcoba, para caminar, para la mesa (sedentarii, diabathrarii, solearii), zapatos perfumados y de tonos malva (murobathrarii, molochinarii), bordados de diferentes tejidos (textores limbolarii). Se requería limpiar, reparar todo esto; se tenía a los fullones y los sarcinatores. Aristófanes también representa el ejército de Lisístrata, todos engalanados, todos florecidos con mantos aurora y vestidos largos, y zapatos bonitos (Lysist., v 43 y ss.); pero todo ello nada era aún comparado con la búsqueda y esta coquetería descarada que Séneca describe (Cons. ad Helviam, II, 16; de Benef., VII, 9).4. Se debe dar a los tintoreros, se debe dar a los zurcidores, a los hacedores de cuellos, a los costureros. Cree que está libre de ello; otros los suceden6 65 Cedunt. Nueve versos después se halla aún cedit con el mismo sentido. Plauto utiliza a menudo este verbo simple para los compuestos incedere, accedere, como ire, en vez de venire, abire.5. Nueva legión de solicitantes asedian su puerta; son los tejedores, los bordadores de vestidos, los tablereros. Los paga. Por una vez están libres. Llegan los tintoreros de azafrán, o alguna otra ralea malvada, que no deja de pedir. EUCLIÓN, aparte. Iría a abrazarlo, si no temiera interrumpir esta excelente censura de las mujeres. Es mejor oírlo. MEGADORO Cuando se ha satisfecho a todos estos proveedores de baratijas, llega el plazo de la contribución para la guerra. Se debe pagar. Se va donde su banquero, se cuenta con él. El soldado languidece en su espera, con la esperanza de tocar su plata6 66 Miles... aes petit. El año 349 de Roma, el Senado creó el sueldo para los ciudadanos enrolados en las legiones; los plebeyos acostumbraban guerrear a su costa, y se arruinaban para conquistar tierras que engrosaban la fortuna de los senadores y patricios ricos, a los que se les vendían a bajo precio, en nombre del Estado. Los pobres habían llegado a este punto de la miseria, que ya no tenían con qué armarse para ir a derramar la sangre que les quedaba. Se acordó darles un sueldo, y el tributo con el que se lo debía pagar se distribuyó de acuerdo a las fortunas. Los plebeyos pensaron, en un primer momento, que este acto político era de generosidad; sintieron el impulso de besar los pasos de los senadores. Así se originaron los tributos, que duraron hasta la conquista de Macedonia por Paulo Emilio. Después, hubo una caja militar, aerarium militare, bajo los emperadores; pero la instituyó Augusto, para las recompensas de los veteranos. Los soldados no iban a pedir su sueldo de puerta en puerta, como haría que se pensase la frase elíptica de Plauto, si se la toma literalmente. Quiere decir que vienen a pedir la plata para los soldados. Se expresa con mayor énfasis en Epídico: At tributus quom inperatur, negant pendi potesse (v. 219).6. Pero, a fin de cuentas, se encuentra con que le debe a su banquero. Se dice al soldado que regrese otro día, con promesas. Y no hablo aún de todos los disgustos, todo los gastos alocados que acompañan a las grandes dotes. Una mujer que nada trae, es sumisa a su marido; pero una esposa con una rica dote es un flagelo, una ruina. ¡Eh!, aquí está el suegro en su puerta. ¿Qué hay?, Euclión. Escena 6 – EUCLIÓN, MEGADORO EUCLIÓN Me deleitaba oyendo tu moral. MEGADORO ¡Sí, en verdad!, ¿me oías? EUCLIÓN No perdí ni una palabra. MEGADORO Pero creo que harías bien en estar un poco mejor vestido para la boda de tu hija. EUCLIÓN Cada uno se viste según su fortuna, y figura según sus medios. Los que tienen con qué deben sostener su rango. Pero para mí, Megadoro, y para todos los pobres como yo, ya no hay el desahogo que se cree. MEGADORO No te digas tan pobre; y quieran los dioses aumentar cada vez más lo que tienes. EUCLIÓN, aparte. ¡Lo que tienes!, eso no me gusta. Él sabe lo que yo, como yo mismo. La vieja me traicionó. MEGADORO, a Euclión, que se ha vuelto. Entonces, ¿por qué apartarte de nuestro Senado6 67 E senatu sevocas. Se encuentran los usos y las costumbres de un pueblo en las metáforas más usuales del lenguaje familiar. La religión, la política, la guerra y la agricultura proporcionan casi todos los términos del discurso que aparece en estos antiguos romanos. Aquí, hay una alusión al Senado, como en el verso 619 (Véanse también Mil. glorios., v. 588, 590; Mostellar., v. 683, 1038). Ya hemos visto, y lo vamos a ver todavía, que los esclavos asimilan a cada momento sus destrezas en las operaciones militares (Asinar., Casin., Epid., Pers.).7? EUCLIÓN Iba a reconvenirte. Lo mereces. MEGADORO ¿Y, por qué? EUCLIÓN ¿Preguntas por qué, cuando llenas de ladrones todos los rincones de mi pobre casa?, ¿cuando traes a mi casa un ejército de cocineros, estirpe de Gerión, cada uno con tres pares de manos? Argos, que era todo ojos, y al que Juno le confió la guardia de Io, Argos mismo no bastaría para vigilarlos. Y como refuerzo, una flautista, capaz ella sola de agotar la fuente corintia de Pirene, si allí corriera vino. Para la comida... MEGADORO Hay con qué alimentar a una legión. Primero envié un cordero. EUCLIÓN ¡En verdad!, no conozco mayor vigilante6 68 Curionem. El curión era el jefe de una curia. Megadoro tiene mucha razón cuando no entiende la broma. Él muestra un buen espíritu, así como aquellos que se reían de la explicación del juego de palabras mostraban su mal gusto.8 que ese cordero. MEGADORO Dime lo que entiendes por un cordero vigilante. EUCLIÓN No tiene sino la piel y los huesos; tanto lo adelgazaron las vigilias. Se pueden ver sus entrañas al sol sin degollarlo. Su cuerpo es transparente, como un farolillo de Cartago. MEGADORO Pagué para que lo mataran. EUCLIÓN Más bien debieras pagar su entierro, porque creo que ya está muerto. MEGADORO Vamos a beber juntos hoy, espero. EUCLIÓN No, no, no quiero beber. MEGADORO Voy a hacer que lleven de mi casa un barril de vino añejo. EUCLIÓN No, de ningún modo; porque estoy resuelto a no beber sino agua. MEGADORO ¡Oh!, vamos a humedecerte como se debe, pero con buen vino, a pesar de tu decisión de beber agua. EUCLIÓN, aparte. Adivino su idea. Lo hace así para hacer que me embriagase. Y luego, mi oro cambiaría de casa. Voy a poner orden ahí. Voy a esconderlo en algún lugar lejos de mi casa. Nuestro hombre va a perder su esfuerzo y sale pronto. MEGADORO Si no soy bueno para nada, voy a ir al baño, a pulirme para preparar el sacrificio. (Sale.) EUCLIÓN, solo. ¡Eh, mi pobre olla, por Pólux, cuántos enemigos conjurados contra ti y contra este oro, cuya depositaria eres! Lo mejor, para mí, es llevarla al templo de la Buena Fe, y esconderlo bien ahí. ¡Oh, Buena Fe!, los dos nos conocemos; no se va a perder tu nombre conmigo, si te encomiendo este depósito. Piensa, ¡oh, Buena Fe!, que tengo confianza, que me entrego a ti. (Entra en el recinto del templo.) ACTO IV Escena 1 – ESTRÓBILO ESTRÓBILO, solo.6 69 Strobilus (p. 88). Este Estróbilo no es el mismo que hace poco hablaba con los cocineros. Ya que, entonces, no hubiera parecido tan extraño a los amores de su joven amo Licónides; ahora no hablaría de las bodas de Megadoro como de una novedad que acaba de saber (v. 555). Pero, ¿resulta creíble que Plauto hubiera puesto en una obra dos esclavos diferentes con el mismo nombre? Se puede creer que el nombre de este segundo esclavo, al escribirse abreviado, STR., los copistas lo hubieran convertido, por error, en Estróbilo; era quizá Estrabón o Estratón o Estratílax. Por fortuna, el nombre nada tiene que ver en el asunto.9 Mi comportamiento es el de un esclavo astuto. Nada de pereza, nada de falta de voluntad para obedecer a su amo: el esclavo que quiere que se estuviera contento con su servicio, debe ser diligente para con su amo, negligente para sí mismo. Quiere dormir, que el sueño no le hiciese olvidar lo que es. Cuando se sirve, como yo, a una joven pretendiente, si se quiere demasiado dominado por la pasión, se lo debe retener e impedirle que se pierda, en lugar de empujarlo por la pendiente a la que se inclina. Lo mismo que se pone a los niños que aprenden a nadar, una cesta de mimbre para que les ayude en este ejercicio y facilitarles el movimiento de los brazos, así el esclavo de un joven pretendiente debe ser la cesta que lo sostiene y le impide que se ahogue. Que sepa descubrir los deseos de su amo, entender con una mirada la expresión de su figura, ejecutar una orden más veloz que la carrera de carros. Cualquiera que practique estas máximas, no va a sufrir la condena de las correas y no va a pulir el punto con sus piernas el hierro de las ataduras. Mi amo quiere a la hija del pobre Euclión. Acaba de saber que la casa con Megadoro, y me envía aquí a ver para que le diga lo que sucede. Voy a sentarme sobre esta ara, no van a creer que estoy aquí, y voy a poder ver de todos los lados lo que harán. Escena 2 – EUCLIÓN, ESTRÓBILO EUCLIÓN, que sale del templo. ¡Ah! ¡Eso, guárdate de revelar a alguien el depósito que hice de mi oro en tu templo, oh Buena Fe! No temo que lo encuentren; está muy bien escondido. ¡Por Pólux!, se llevaría una gran presa el que encontrara esa olla llena de oro. ¡Ah, te conjuro, no lo permitas, oh Buena Fe! Ahora voy a bañarme para el sacrificio. No debo hacer que me esperen. Cuando mi yerno envíe a buscar a mi hija, deberá estar presta para partir. ¡Cuídala bien, oh Buena Fe!, te lo recomiendo encarecidamente, que pueda volver a llevarte olla de vuelta sin dificultad. Confío mi oro a tu cuidado; la puse en tu bosque sagrado, en tu templo. (Sale.) Escena 3 – ESTRÓBILO ESTRÓBILO, solo. ¡Dioses inmortales!, ¿qué oigo?, él acaba de esconder una olla llena de oro en este templo. ¡Oh, Buena Fe!, no seas fiel, te lo ruego, antes a él que a mi. Este hombre es, creo, lo peor de la amada de mi amo. Entremos en el templo, busquemos en todos lados, tratemos de encontrar su oro, mientras que está ocupado en otro lugar. ¡Oh, Buena Fe!, si lo encuentro, te voy a dar un cántaro de vino de un congio entero: sí, no voy a dejar de hacerlo; pero luego voy a beber la ofrenda. (Entra en el templo.) Escena 4 – EUCLIÓN EUCLIÓN, que regresa. No por casualidad el cuervo7 70 Corvos. Observación que cumple en su totalidad con lo que decían los augures: el cuervo a la derecha era un buen presagio, como la corneja a la izquierda (Cicer., de Divin., I, 39).0 graznó a mi izquierda, y luego voló a ras de tierra graznando. Mi corazón de inmediato se puso a danzar y saltó en mi pecho. ¿Por qué tardar?, corramos. Escena 5 – EUCLIÓN, ESTRÓBILO EUCLIÓN Fuera de aquí, animal rastrero, que acabas de salir de debajo de la tierra. No se te veía hace poco; te muestras, y te aplastan. ¡Por Pólux! Voy a arreglarte bien, so pillo. ESTRÓBILO ¿Qué espíritu te atormenta?, ¿qué tenemos que aclarar juntos, anciano? ¿Por qué me empujas para tirarme a tierra?, ¿por qué me tiras así?, ¿por qué me golpeas? EUCLIÓN ¡Depósito de latigazos!, ¿lo preguntas? Ladrón; ¿qué digo?, tres veces ladrón. ESTRÓBILO ¿Qué te he cogido? EUCLIÓN Dámela, y pronto. ESTRÓBILO ¿Qué quieres que te dé? EUCLIÓN, con ironía. ¿No lo sabes? ESTRÓBILO Nada tomé que te pertenezca. EUCLIÓN Pero lo que ahora es tuyo por el robo, devuélvelo. ¿Y bien? ESTRÓBILO ¿Y bien? EUCLIÓN Tu robo no vas a lograrlo. ESTRÓBILO Entonces, ¿qué tienes? EUCLIÓN Devuélvemelo. ESTRÓBILO ¡Ah!, en verdad, anciano, estás acostumbrado a lo que se te devuelve. EUCLIÓN Devuélveme eso, te digo. No es broma. Yo, no bromeo. ESTRÓBILO ¿Qué pides que te devuelva? Di la cosa por su nombre. Juro que nada he cogido, nada he tocado. EUCLIÓN Muestra tus manos. ESTRÓBILO, que muestra una mano. Aquí está. EUCLIÓN Ahora, las dos. ESTRÓBILO Aquí están. EUCLIÓN Ya veo. Ahora, la tercera7 71 Tertiam. Aquí Plauto es cómico; Molière es agradable: «Ven, que te vea. Muéstrame tus manos. — Aquí están. — Las otras. — ¿Las otras? — Sí. — Aquí están.» Chappuzeau es realmente divertido (El villano rico): «Eso, muestrame tu mano. — Mira. — La otra. — Mira; mira hasta mañana. — La otra. — Vaya a buscarla; ¿acaso tengo una docena?1. ESTRÓBILO Este anciano está loco. Los fantasmas y los vapores del averno le turban la cabeza. ¿No vas a decirme que no me insultas7 72 Facin' injuriam. Un artículo de la ley de las Doce Tablas decía: «Si alguien injuria a otro, que pague una multa de 25 ases.» Injuria era algo muy vago, y en 372, Notas, se somete a muchas gradaciones, desde el simple ultraje de palabra, hasta las vías de hecho. Parece que los golpes entraban en lo que se llamaba injuria, siempre que no llegaran a herir. Se sabe sobre la rara malicia de un extravagante, que, en un momento cuando los valores monetarios habían cambiado mucho, después de los decenviros, se divertía corriendo por las calles y dándoles bofetadas a los transeúntes, y luego hacía que les contara un esclavo, que lo seguía con una bolsa llena de cobre, los 25 ases que establecía la ley de las Doce Tablas. Pero si se privaba a alguien de un miembro, la ley quería que el culpable sufriera la ley del talión, una especie de reparación que nada reparaba. Cuando había sólo una fractura ósea, el paciente recibía una fuerte indemnización en plata. Las injurias de palabra también daban lugar a diligencias; pero a veces se justificaban con un juramento, ante aquel que se declaraba, que sostenía que en realidad no se había ultrajado, o no se había querido ultrajar. Así, Júpiter le jura a su supuesta esposa (Amph., v. 770). En los Adelfos de Terencio, un hombre al que insultan prevé que los delincuentes van a tratar de pagar de esta forma (II, 1, 8). Aquí, el cocinero usurpa cómicamente los derechos del hombre libre, y toma nota de la injuria, en los términos de la ley, como si se pudiera injuriar a un tipo tal como él, sin existencia civil.2? EUCLIÓN Sí, mucho, pues ya deberías ser fustigado. Y, en verdad, va a llegarte, si no lo admites. ESTRÓBILO ¿Qué debo admitir? EUCLIÓN ¿Qué me has robado? ESTRÓBILO ¡Que el cielo me fulmine, si cogí algo tuyo! EUCLIÓN, con suficiencia. No he querido tomarte. ¡Vamos!, sacude tu manto. ESTRÓBILO Como quieras. EUCLIÓN ¿No lo tienes bajo tu túnica? ESTRÓBILO Toca en todas partes. EUCLIÓN ¡Ah!, villano; qué bueno se hace, para que no sospeche. Sabemos de sus sutilezas. Ahora bien, eso, muéstrame otra vez tu mano derecha. ESTRÓBILO Mira. EUCLIÓN Y la izquierda. ESTRÓBILO Aquí están las dos. EUCLIÓN No quiero buscar más. Dámela. ESTRÓBILO ¿Pero, qué? EUCLIÓN Todos estos son rodeos son inútiles. En verdad, la tienes. ESTRÓBILO ¿La tengo?, ¡yo! ¿Qué tengo? EUCLIÓN No voy a decirlo. Quieres hacer que lo diga. Sea lo que sea, dame lo mío. ESTRÓBILO Dices disparates. ¿No me hurgaste a tu gusto, sin encontrar nada en mí que sea tuyo? EUCLIÓN Espera, espera. ¿Qué otro estaba aquí contigo? ¡Estoy perdido!, ¡grandes dioses!, hay alguien ahí dentro que hace de las suyas. (Aparte.) Si suelto a este, él va a irse. Después de todo, le he buscado; no tiene nada. Vete, si quieres. ¡Y que Júpiter y todos los dioses te exterminen! ESTRÓBILO ¡Qué gratitud! EUCLIÓN Voy a entrar y voy a estrangular a tu secuaz. Huye de mi presencia. ¿Vas a irte? ESTRÓBILO Parto. EUCLIÓN Que ya no vuelva a verte, no lo olvides. (Entra en el templo.) Escena 6 – EUCLIÓN, ESTRÓBILO EUCLIÓN Pensaba que podía confiar con toda seguridad en la Buena Fe. Ha faltado poco para que me hicieran una buena. Si el cuervo no hubiera venido en mi ayuda7 73 Sublevit os. Niños traviesos, e incluso personas que ya no estaban en edad demasiado viejos para hacer travesuras, se divertían untando con negro o con otros el rostro de las personas que querían exponer al ridículo. Se cuidaban de que ellas no se dieran cuenta, o bien las sorprendían mientras dormían. Desde allá ha llegado la expresión sublinere os, para decir pillar, burlarse de alguien. 3, ¡desdichado!, estaba perdido. Quisiera volver a verlo, a ese cuervo, mi salvador, para desearle toda clase de bienes, ya que darle de comer, no; pues da lo mismo perder que dar. Ahora se trata de elegir para ocultar esto, un buen lugar desierto. Allí, fuera de las paredes, el bosque de Silvano, por donde nadie pasa, y todo lleno de un espeso sauzal. Voy a elegir allí un lugar. Sí, me agrada más confiar en Silvano que en la Buena Fe. (Sale.) ESTRÓBILO, solo. ¡De maravilla!, ¡de maravilla!, los dioses me protegen y quieren mi felicidad. Corro hacia allá. Me subo a un árbol, y observo dónde el anciano esconde su oro. Mi amo me había dicho que lo esperara aquí. Pero la decisión se ha tomado; voy a hacer fortuna con riesgo de mi lomo. (Sale.) Escena 7 – LICÓNIDES, EUNOMIA, FEDRIA LICÓNIDES Te dije todo, madre mía; sabes tan bien como yo lo que se refiere a la hija de Euclión. Ahora, te ruego, habla por nosotros a mi tío. Te lo he rogado, te lo suplico, madre. EUNOMIA Sabes que tus deseos son los míos... Espero que mi hermano no me va a rechazar. También, el pedido es justo, si es cierto, como dices, que has violentado a esa joven en un momento de embriaguez. LICÓNIDES ¿Quisiera yo imponértelo7 74 Te advorsum mentiar. Buen joven, ¡para el que sería un caso de conciencia faltar, por una mentira, al respeto que le debe a su madre! Van a encontrarse sus parecidos en Terencio; como ese atolondrado de Tesifón, que, en sus principales arrebatos, no olvida la piedad filial. «Que mi padre pueda correr mucho tiempo, y me deje aquí solo, con tal que, sin embargo, su salud no se vea comprometida» (Adelph., IV, I, 1). Pero los malvados del teatro de Plauto no son tan sensibles (Véase Mostellaria, v. 233).4, a ti, madre? FEDRIA, entre bastidores. ¡Ah!, me muero, nodriza. ¡A mí!, ¡qué dolor en las entrañas! Juno Lucina, ayúdame. LICÓNIDES ¡Vaya!, madre, los hechos van a convencerte más. Oyes sus gritos; el niño va a nacer. EUNOMIA Hijo, entra conmigo a la casa de mi hermano. Tengo que alcanzar de él lo que me pides. (Sale.) LICÓNIDES Ve, te sigo, madre. Luego, ¿dónde está Estróbilo?, tenía la orden de esperarme aquí. Eso me sorprende. Pero, si lo pienso, se ha ocupado de mí, haría mal en enfadarme. Entremos a los comicios, donde se decide mi destino. Escena 8 – ESTRÓBILO ESTRÓBILO, solo. Todos los grifos7 75 Picos. Nonio Marcelo (voc. Picos), al citar este verso de Plauto, dice que «los antiguos juzgaban que los pici eran los mismos grèfewdes griegos.» Todos saben la fábula de los Grifos, una especie de animales sobrenaturales, que, según Herodoto, cuidaban, en los extremos septentrionales de Europa, montañas de oro, y estaban sin cesar en guerra con los Arimaspos, estirpe de hombres que no tenían sino un ojo (IV, 13; Plin., Hist. nat., VII, 2, X, 70). Heeren explica esta fábula a partir de las minas de oro que se hallan en Siberia (Ideen, etc., tom. 1, p. 112 y ss.).5, poseedores de montañas de oro, no me igualan en riquezas. Y para los reyes del común, no lo digo: ¡pobres mendigos! Soy el rey Filipo. ¡Oh, día feliz! Me había ido de aquí para dejar atrás a nuestro hombre, y tuve todo el tiempo para apostarme en un árbol. Así, encaramado, veía el lugar donde enterraba su oro. Él se va, y bajo de mi árbol, desentierro la olla toda llena de oro, me retiro, y veo que el anciano entra en su casa sin que me vea, pues tuve cuidado de estar fuera de su camino. ¡Oh, oh!, aquí está él mismo. Corramos para poner esto a salvo en la casa. (Sale.) Escena 9 – EUCLIÓN EUCLIÓN, solo. ¡Estoy perdido, me degollaron, me mataron! ¿Para dónde corro?, ¿o no corro? ¡Detente, detente! ¿Quién, cuál? No sé; ya no veo, camino en las tinieblas. ¿Hacia dónde voy, dónde estoy? ¿Quién soy? No sé; ya no tengo mi cabeza. ¡Ah!, les ruego, los conjuro, ayúdenme. Muéstrenme al que me la ha arrebatado... los ocultos bajo de sus vestimentas blanqueadas7 76 Qui vestitu et creta. La forma vestitu et creta se llama en términos de retórica endíadis para cretato, albato vestitu, como en Virgilio patera et auro, en lugar de patera aurea. Las togas muy blancas eran el vestuario de personas ricas, los ciudadanos que llenaban la primera mitad de las centurias, y por lo tanto mantenían una posición en el Estado. Era lo que en la época de Luis XIV se llamaba las personas honestas, y lo que en la misma Roma se llamó boni homines, bondad que consistía en la fortuna y no en el carácter. De ningún modo se trata, como algunos intérpretes han pensado, de los candidatos, que nada tenían que hacer aquí. Euclión, por una audacia cómica que se le disculpa riendo al poeta cómico, se refiere a los espectadores, a los que sus clientes o sus esclavos habían hecho que les dieran sitio en las gradas más cerca del proscenio. El pueblo, con túnicas marrones, que se sentaba en las partes altas y alejadas de la cavea, no debía encontrar mala la broma.6, y sentados como personas honestas... Habla, tú, quiero creértelo; tu rostro habla de un hombre de bien... ¿Qué, por qué ríen? Todos se conocen. En verdad, hay aquí más de un ladrón... ¡Bueno!, digo; ¿ninguno de ellos la tomó?.... Me das el golpe de gracia. Entonces, dime, ¿quién la tiene? ¡Lo ignoras! ¡Ah, desdichado, desdichado! Me lo han hecho; ¡ya no hay recurso, me han despojado de todo! ¡Día triste, día funesto, que me trae la miseria y el hambre! No hay mortal en la tierra que hubiera sufrido tal desastre. ¿Y qué voy a hacer con la vida, ahora que he perdido un tan bello tesoro, que guardaba con tanto cuidado? Por él me quitaba lo necesario, me negaba toda satisfacción, todo placer. ¡Y es la alegría de otro que me arruina y que me mata! No, ya no voy a vivir. Escena 10 – LICÓNIDES, que sale de la casa de Megadoro; EUCLIÓN LICÓNIDES ¿Quién gime y se lamenta ante nuestra casa? Es, creo, el mismo Euclión. ¡Estoy perdido!, lo sabe todo. Oyó el parto de su hija. ¡Qué aprieto!, ¿qué hago?, ¿me voy o me quedo?, ¿le hablo o huyo? En verdad, no sé qué hacer. EUCLIÓN ¿A quién oyes hablar aquí? LICÓNIDES A un desdichado. EUCLIÓN ¡Ah! Lo soy; estoy atribulado y desesperado, después de un infortunio tan irremediable. ¡Oh, dolor! LICÓNIDES Cálmate. EUCLIÓN ¡Eh!, ¿puedo?, dime. LICÓNIDES Soy culpable y causo tu pena, lo admito. EUCLIÓN ¿Qué oigo? LICÓNIDES La verdad. EUCLIÓN Joven, ¿qué mal te he hecho para que obres así conmigo, y me pierdas con mis hijos? LICÓNIDES Un dios me sedujo, y me arrastró hacia ella. EUCLIÓN ¿Cómo? LICÓNIDES Tengo grandes errores: mi error es grave, lo sé; y vengo a pedir tu indulgencia y mi clemencia. EUCLIÓN ¿Por qué te has atrevido a tocar lo que no te pertenecía? LICÓNIDES ¿Qué quieres?, el daño está hecho. El pasado no está en nuestro poder. Sin duda, los dioses lo han querido, ya que sin su voluntad eso no habría sucedido. EUCLIÓN Pero los dioses también quieren, creo, que te haga morir conmigo en la cadena7 77 In nervo enicem. Este joven es de noble cuna, y Euclión querría que pereciera en su casa, en prisión, con la cadena como un esclavo, o como un deudor insolvente otorgado por el pretor al acreedor.7. LICÓNIDES ¿Qué dices? EUCLIÓN ¿No era mía? ¿Con qué derecho la tocaste sin mi permiso? LICÓNIDES En ello acusas a la embriaguez y al amor7 78 Vini vitio. Singular excusa de enamorado, que que muestra mucho la brutalidad de las costumbres antiguas. Vamos a ver aún en otras partes a otro culpable que se disculpa lo mismo por un ataque parecido (Truculent., al final).8. EUCLIÓN ¡Villano descarado!, ¿te atreves a hablar así? Si se admite el derecho de tales excusas, ahora va a ir a arrancarles a las mujeres sus joyas a plena luz del día; y, luego, si lo pillan, va a decir, para disculparse, que estaba ebrio y enamorado. El vino y el amor ya no tienen recompensa, si autorizan a que se hiciera todo con impunidad. LICÓNIDES No, te ruego que seas clemente con mi extravío. EUCLIÓN No me valen esas disculpas que se prodigan cuando se hizo el mal. Sabías que no era tuya; no debías tocarla. LICÓNIDES Ya que hice ese daño, quiero repararlo; debe ser mía. EUCLIÓN ¿Tuya?, ¿mi sangre?, ¿a pesar mío? LICÓNIDES No; quiero alcanzar su consentimiento, pero no puedes negármelo. Tú mismo, Euclión, vas a verte obligado a estar de acuerdo. EUCLIÓN Si no me la devuelves... LICÓNIDES ¿Qué? EUCLIÓN El bien que me has robado... Voy, ¡por Hércules!, a arrastrarte ante el pretor y demandarte. LICÓNIDES ¿Yo?, ¿tomé lo tuyo? ¿Cómo?, ¿de qué hablas? EUCLIÓN, irónico. Sí, ¡que Júpiter te ayude, si es cierto que lo ignoras! LICÓNIDES A menos que me digas lo que reclamas. EUCLIÓN Mi olla llena de oro, eso es lo que te reclamo; lo que me robaste, como tú mismo lo admites. LICÓNIDES ¡Por Pólux!, no dije nada, ni he hecho algo similar. EUCLIÓN ¿Lo niegas? LICÓNIDES Sin duda, en verdad lo niego; y no sé lo que es ese oro y esa olla. EUCLIÓN La que te llevaste del bosque sagrado de Silvano; devuélvela. Vamos, dámela. Distribuimos los dos, por mitad. Aunque me hubieras robado, no voy a acosarte. Vamos, devuélvemela. LICÓNIDES ¿Perdiste la cabeza, pues me llamas ladrón? Se trata de otra cosa lo que veo, Euclión, y que creía que sabías. Este es un asunto importante, y quisiera hablarte con tranquilidad, si tienes tiempo de oírme. EUCLIÓN Dime; ¿en verdad, no cogiste mi oro? LICÓNIDES En verdad. EUCLIÓN ¿Y no sabes quién lo ha tomado? LICÓNIDES No, le doy mi palabra. EUCLIÓN Y si lo sabes, ¿vas a hacer que lo sepa? LICÓNIDES Sí. EUCLIÓN Y cualquiera que sea el ladrón, ¿no vas a compartir con él, y no vas a encubrirlo? LICÓNIDES Te lo prometo. EUCLIÓN ¿Y si no cumples con esta promesa? LICÓNIDES Entonces, me entrego a todas las venganzas de Júpiter. EUCLIÓN Basta. Ahora, dime todo lo que quieras. LICÓNIDES Si no sabes ni mi nombre, ni mi familia, sabe que Megadoro es mi tío, que Antímaco fue mi padre, que mi madre es Eunomia, y que me llamo Licónides. EUCLIÓN Conozco a tu familia. Ahora, ¿de qué se trata?, dilo. LICÓNIDES Tienes una hija. EUCLIÓN Sí; está en la casa. LICÓNIDES La tienes, creo, prometida en matrimonio a mi tío. EUCLIÓN Te han dicho bien. LICÓNIDES Me pidió que te dijera que renuncia a ella. EUCLIÓN ¡Renuncia a ella, cuando se han hecho los preparativos, cuando la boda está dispuesta! ¡Que todos los dioses y todas las diosas lo exterminen!, él que es la causa de que yo perdiera un tesoro tan grande. ¡Oh, dolor; oh, miseria! LICÓNIDES Confórtate, y ten un mejor lenguaje7 79 Benedice. En el momento de una estipulación, estas imprecaciones del anciano eran intempestivas, como palabras de mal augurio: Cuando se oía a un hombre que decía algo enfadoso, que se podía temer, se apresuraban a interrumpirlo, exclamando: Benedice (Asin., v. 724).9. Ahora, para la mayor felicidad de ti y de tu hija... entonces, di: ¡Así lo quieran los dioses! EUCLIÓN ¡Así lo quieran los dioses! LICÓNIDES ¡Así lo quieran para mí también! Ahora, oye. Euclión, no hay hombre bastante malvado como para que no arrepienta del mal que ha hecho, y para que no quiera repararlo. Te lo ruego, si, en mi extravío, ultrajé a tu hija y a ti a la vez, quieras disculpar me perdone y dármela como mujer, como ordena la ley. Lo admito, le hice violencia, en las vísperas de Ceres, arrastrado por el vino y el fervor de la edad. EUCLIÓN ¡Ay, ay!, ¿qué oigo? LICÓNIDES ¿Por qué esos gemidos, cuando tienes la la alegría de ser abuelo en las mismas bodas de tu hija?, ya que acaba de alumbrar a su tiempo; mejor haz cuentas. Mi tío renuncia a ella a mi favor. Entra, vas a ver si digo la verdad. EUCLIÓN ¡Estoy perdido, aniquilado! Todas las desdichas caen sobre mí, una tras otra. Entremos y veamos si dice la verdad. (Sale.) LICÓNIDES Yo, al momento te sigo. — Por último, voy a tocar puerto; estamos salvados. Pero Estróbilo, no sé dónde puede estar. Voy a esperarlo un poco; y, luego, voy a ir a reunirme con Euclión. Pero quiero darle el tiempo para que hable con la vieja, nodriza y aya de su hija. Ella sabe lo que ha ocurrido. ACTO V Escena 1 – ESTRÓBILO, LICÓNIDES ESTRÓBILO Dioses inmortales, ¡qué exceso de sus bondades y de mi alegría! Tengo en la olla cuatro libras de oro pesado. ¿Hay en Atenas un mortal más rico que yo?, ¿más favorecido de los dioses? LICÓNIDES No me engaño, oí a alguien que hablaba. ESTRÓBILO ¡Eh!, ¿no veo a mi amo? LICÓNIDES ¿No veo a Estróbilo, mi esclavo? ESTRÓBILO Es él mismo. LICÓNIDES Ese es él. ESTRÓBILO Acerquémonos. LICÓNIDES Vamos hacia él. Sin duda, vio, como le había ordenado, a la vieja nodriza de Fedria. ESTRÓBILO, aparte. ¿Por qué no hablarle sobre el botín que me llegó? Y, luego, le voy a pedir que me libere. Hagámoslo. (En voz alta.) Encontré.... LICÓNIDES, complacido. ¿Qué has encontrado? ESTRÓBILO No es lo que hace gritar a los niños: ¡Lo encontré!, cuando pelan las habas8 80 In faba sereperisse. ¿Qué hallaban los niños en el haba, y nombraban gritando? Parece que era algo de muy poco valor. Festo dice: Hilum putant esse, quod fabae grano adhaeret. Unde nihil et nihilum. Los botánicos modernos utilizan la palabra hile para referirse a la cicatrícula u ombligo en las semillas, es decir, la traza del funículo, que es el cordón umbilical de las plantas. En las habas y los fríjoles, la cicatrícula es más evidente. Los latinos expresaban, con la palabra hilum, lo que no tenía ningún precio. Destinaban al mismo uso la palabra naucum, pared leñosa que separa los gajos de la nuez; non naucifacere, homo non nauci. La palabra floccus, hebra de lana separada de un vellón y que vuela suelta en el viento, tenía el mismo significado, flocci facio. Entonces, ¿los niños gritaban hilum cuando abrían el haba?0. LICÓNIDES Esas son tus gentilezas habituales. ESTRÓBILO Un poco de paciencia, amo. Voy a decírtelo. Oye. LICÓNIDES Entonces, habla. ESTRÓBILO Acabo de encontrar un gran tesoro. LICÓNIDES ¿Dónde? ESTRÓBILO En una olla llena de oro, cuatro libras pesadas. LICÓNIDES ¿Qué oigo? ESTRÓBILO Se la quité al viejo Euclión, nuestro vecino. LICÓNIDES ¿Dónde está ese oro? ESTRÓBILO En un cofre mío. Ahora, quiero que me liberes. LICÓNIDES ¿Yo, liberarte, hato de todas las fechorías? ESTRÓBILO Muy bien, amo. Veo tu pensamiento. Pero, en verdad, era una broma; quería probarte. Estabas a punto de arrancármela. ¡Ah!, si cierto la hubiera encontrado, ¿yo dónde estaría? LICÓNIDES No me digas, no con tus historias. Vamos, devuelve ese oro. ESTRÓBILO ¿Que lo devuelva? LICÓNIDES Sí, te digo, devuélvelo, para que yo se lo entregue a Euclión. ESTRÓBILO ¿Qué oro? LICÓNIDES El que está en tu cofre. ¿No lo has dicho? ESTRÓBILO En verdad, es mi costumbre chismorrear. ¡Palabra! LICÓNIDES ¿Sabes bien lo que te espera? ESTRÓBILO ¡Por Hércules!, mátame, si quieres. No vas a conseguir nada. SUPLEMENTO DE URCEO CODRO Escena 2 – ESTRÓBILO, LICÓNIDES, LOS AZOTADORES, MEGADORO, EUNOMIA LICÓNIDES «Lo quieran o no, cuando te haya atado de pies y manos a la horca, con tus gordas piernas bien separadas… Pero tardo demasiado en agarrar a este traidor por el cuello y forzar a su vil alma a volver atrás en su camino. ¿Lo devuelves?, ¿sí, o no? (Le aprieta el cuello.) ESTRÓBILO «Voy a devolverlo. LICÓNIDES «En seguida; sin demora. ESTRÓBILO «Vas a tenerlo; pero déjame respirar. ¡Ay, ay! ¿Qué quieres, amo, que te dé? LICÓNIDES «¿Lo ignoras, pillo? Te atreves a negar lo que me dijiste hace un momento; que tomaste una olla llena de oro pesado de cuatro libras. ¡Eh, azotadores! ESTRÓBILO «Amo, ¡dos palabras! LICÓNIDES «No oigo nada. ¡Azotadores, a mí! LOS AZOTADORES «¿Qué quieres? LICÓNIDES «¡Que preparen unas cadenas! ESTRÓBILO «Oye un poco. Luego vas a poder hacer que me encadenen tanto como quieras. LICÓNIDES «¡Bueno!, sea; pero nada de muchas palabras. ESTRÓBILO «Si haces que me torturen hasta la muerte, ¿qué vas a ganar?, primero vas a perder un esclavo; además, no vas a tener lo que quieres. Pero si me ofrecieras como recompensa la querida libertad, harías conmigo todo lo que quisieras, ya estarías satisfecho. La naturaleza nos ha creado libres a todos; naturalmente, todos queremos la libertad. Lo peor, el más horrible de los males es la esclavitud. Y el mortal odio de Júpiter comienza por ser esclavo. LICÓNIDES «Él no piensa mal. ESTRÓBILO «Oye el resto. En nuestro tiempo, los amos son demasiado avaros; ¡verdaderos tacaños, unas arpías, unos Tántalos! Pobres en la opulencia, que mueren de sed en medio del agua, no hay suficientes riquezas para ellos, ni las de Creso, ni las de Midas. Los tesoros de Persia no podrían llenar el pozo sin fondo de su codicia. Los amos tratan mal a sus esclavos; los esclavos les hacen el bien. Así, en las dos partes, están descontentos los unos de los otros. La cocina, la despensa, los armarios, los custodian con triple cerradura los viejos avaros. Lo que sólo dan a sus hijos, los esclavos, unos ladrones expertos y astutos, se lo roban, y se ríen de sus miles de llaves. Pillan, engullen, devoran. Y nunca las horcas podrían arrancar el testimonio de sus numerosos botines. Así, los descarados se desquitan de su esclavitud con la risa y la alegría. Entonces, concluyo que a los buenos esclavos los hace la generosidad. LICÓNIDES «Tienes razón; pero no evitas las palabras, como me lo habías prometido. Si te dejo libre, ¿vas a darme lo que quiero? ESTRÓBILO «Sí; pero quiero testigos. Disculpa, amo: no confío del todo en ti. LICÓNIDES «Un centenar de testigos, si quieres. Consiento en ello. ESTRÓBILO, llama. «Megadoro, Eunomia!, vengan, por favor. Van a volver después de que termine el convenio. MEGADORO «¿Quién nos llama? Aquí estoy, Licónides. EUNOMIA «Aquí estoy, Estróbilo. ¿Qué?, habla. LICÓNIDES El asunto no es largo. MEGADORO «¿Qué es? ESTRÓBILO «Los llamo para que me sirvan como testigos. Si traigo aquí una olla llena de oro, que pesa cuatro libras, y si se la doy a Licónides, me libera, y llego a ser mi amo. ¿Lo prometes? LICÓNIDES «Lo prometo. ESTRÓBILO, a Megadoro y Eunomia. «¿Lo oyen? MEGADORO «Sí. ESTRÓBILO «Entonces, juro por Júpiter. LICÓNIDES «¡A lo que me obliga mi clemencia por los demás! — ¡Eres un desvergonzado! — Sin embargo, hagamos lo que pide. ESTRÓBILO «Ves, la buena fe no abunda ahora. Se escriben actas; se llama a docenas de testigos; el magistrado registra la fecha, después de eso el lugar, aún se encuentra a un diestro que lo niega todo con su retórica. LICÓNIDES «Aligera, te lo ruego. ESTRÓBILO «¡Vaya!, aquí hay un guijarro. LICÓNIDES «Si te engaño de mala fe, que Júpiter, sin que la guerra perturbe a la ciudad, me quite todos mis bienes, como lanzo este guijarro. ¿Estás satisfecho? ESTRÓBILO «Sí, y te voy a dar el oro. LICÓNIDES «Vuela en las alas de Pegaso, y devora la tierra de regreso. Escena 3 – LICÓNIDES, ESTRÓBILO, MEGADORO, EUCLIÓN, EUNOMIA LICÓNIDES «¡El molesto personaje, como un sirviente pensador, que quiere saber más que su amo! ¡Peste sea el liberto Estróbilo!, pero que al menos me traiga la olla llena de oro. Quiero secarle las lágrimas a mi suegro Euclión, y devolverlo a la felicidad, para tener a su hija, que acaba de tener un hijo, del que soy el padre. Pero aquí está Estróbilo con un fardo. Esa es, creo, la olla que trae. Sí, es la misma. ESTRÓBILO «Licónides, te traigo mi hallazgo, así como lo había prometido, la olla llena de oro, que pesa cuatro libras. ¿Me tardé mucho tiempo? LICÓNIDES «¡Oh, dioses inmortales!, ¿qué veo?, ¡que tesoro!, más de tres y cuatro veces seiscientos filipos de oro. Llamemos pronto a Euclión. ¡Euclión, Euclión! MEGADORO «¡Euclión, Euclión! EUCLIÓN "¿Qué hay? LICÓNIDES «Baja. Los dioses te protegen: tenemos la olla. EUCLIÓN «¿Eso es cierto?, ¿no es un juego? LICÓNIDES «La tenemos, te digo. Apresúrate, vuela. EUCLIÓN «¡Oh, gran Júpiter!, ¡oh, dioses de mi casa!, ¡oh Juno y tú, Alcides, que encuentras los tesoros!, al fin se apiadaron de un pobre anciano. ¡Oh, mi querida olla!, ¡cuánta alegría tiene tu viejo amigo de estrecharte contra su pecho! ¡Con cuánta delicia te abraza! No, no puedo hartarme de estos abrazos. ¡Oh, mi esperanza!, ¡oh, mi vida!, al fin se disipa mi duelo. LICÓNIDES «Siempre he pensado que la falta de plata era una gran desgracia para todos, niños, hombres y ancianos. La indigencia lleva a los niños al lenocinio, a los hombres al robo, a los ancianos a la mendicidad. Pero, por lo que veo, es aún peor tener más oro del necesario. ¡Cuánta pena le causó en seguida a Euclión la pérdida de su oro! EUCLIÓN «¿A quién voy a dar dignas acciones de gracias?, ¿a los dioses, que no abandonan a las personas de bien?, ¿o a mis buenos amigos?, ¿o a unos y a los otros al mismo tiempo? Sí, a todos. Y a ti, primero, Licónides, primer autor de un beneficio tan grande, te doy este tesoro; no dudes en recibirlo: quiero que sea tuyo, así como mi hija; lo digo en presencia de Megadoro y de su hermana, la apreciada Eunomia. LICÓNIDES «Cuente con mi justo reconocimiento, querido suegro. EUCLIÓN «Me lo vas a mostrar lo suficiente, si quieres recibir de buen grado mi presente y a mí al mismo tiempo. LICÓNIDES «Recibo lo uno y lo otro, y quiero que mi casa sea la tuya. ESTRÓBILO «Todo no ha terminado, amo. Acuérdate de liberarme. LICÓNIDES «Eso es justo. Sé libre, Estróbilo, lo has merecido. Ve ahora a renovar los preparativos interrumpidos de la cena. ESTRÓBILO, a los asistentes. «Asistentes, el avaro Euclión ha cambiado su carácter. De golpe ahí ha llegado a ser generoso. También, sean generosos; y si la comedia les ha gustado, aplaudan muy fuerte.»* * Tito Maccio Plauto. La Marmite/Aulularia (versión fr. de J. Naudet), en: http://remacle.org/bloodwolf/comediens/ Plaute/marmite.htm