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El origen de la cultura africano-americana : una perspectiva antropológica
Titulo
Mintz, Sidney W. - Autor/a; Price, Richard - Autor/a; García Acosta, Virginia - Otra;
Autor(es)
Melville, Roberto - Otra;
México D. F.
Lugar
Universidad Iberoamericana, A.C.
Editorial/Editor
Universidad Autónoma Metropolitana
Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social
2012
Fecha
Clásicos y contemporáneos en antropología
Colección
Aculturación; Relaciones raciales; Historia; Esclavitud; Comunidades negras; Caribe;
Temas
Libro
Tipo de documento
"http://biblioteca.clacso.edu.ar/Mexico/ciesas/20170504025856/pdf_409.pdf"
URL
Reconocimiento-No Comercial-Sin Derivadas CC BY-NC-ND
Licencia
http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.0/deed.es
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Conselho Latino-americano de Ciências Sociais (CLACSO)
Latin American Council of Social Sciences (CLACSO)
www.clacso.edu.ar
EL ORIGEN DE LA CULTURA AFRICANO-AMERICANA
UNA PERSPECTIVA ANTROPOLÓGICA
Sidney W. Mintz y Richard Price
Sidney W. Mintz
Fuente: http: //www.sidneymintz.net/
Sidney W. Mintz nació en Dover, Nueva Jersey, en 1922. Antropólogo mundialmente conocido por sus trabajos en el Caribe acerca de las diversas formas de trabajo rural, las plantaciones de azúcar y la alimentación. Relaciona
históricamente las manifestaciones culturales de esta región con la construcción del sistema capitalista mundial. Bajo la supervisión de Ruth Benedict y
Julian Steward estudió en la Universidad de Columbia y participó con otros
estudiantes de Steward en el proyecto “The people of Puerto Rico”, un ejercicio de nuevos métodos para estudiar sociedades complejas. Su tesis de doctorado, Cañamelar: The Subculture of a Rural Sugar Plantation Proletariat (1951)
fue publicada en 1956. Luego, la autobiografía de Taso en Worker in the Cane.
A Puerto Rican Life History (1960).
Extraordinario expositor y maestro de numerosas generaciones de estudiantes; profesor de antropología en la Universidad de Yale (1951-1974) y la
Universidad de Johns Hopkins (1975-1990). En el Caribe realizó investigaciones de campo en Puerto Rico, Haití y Jamaica, islas con diferentes antecedentes coloniales. Los diversos y cambiantes sistemas laborales (esclavitud,
campesinado, proletariado rural), articulados a los sistemas de producción de
mercancías en el trópico (haciendas y plantaciones) constituyen enigmáticas
piezas de un rompecabezas que Mintz se propuso descifrar para interpretar
la centralidad de la región del Caribe en la formación del capitalismo mundial.
Véanse “The Caribbean as a socio-cultural area” (Cahiers d’Histoire Mondiale,
1966), “The Caribbean region” (Daedalus, 1973), “The role of the tropical
plantation in the birth of the modern world” (Proceedings of the First World
Plantation Conference, 1986).
Dulzura y poder, el lugar del azúcar en la historia moderna (Siglo XXI, 1996) corona
su trayectoria al situar a la cultura en el centro del debate sobre la construcción de la modernidad, revalorizando la contribución del consumo metropolitano de alimentos producidos mediante el trabajo esclavo en las colonias
caribeñas. Véanse Tasting Food, Tasting Freedom: Excursions into Eating, Culture,
and the Past (1996) y “Digesting the future: food studies and the puzzle of
modernity”, iacp Food Forum Quarterly (2002).
Ha dado conferencias y charlas alrededor del mundo y ha recibido numerosas distinciones, entre ellas el Franz Boas Award en 2012.
Más información en: <http://www.sidneymintz.net/>.
RichaRd PRice
Fuente: http://www.richandsally.net/
RichaRd PRice nació en Nueva York en 1941. Antropólogo y etnohistoriador,
reconocido por haber inscrito en la historia del mundo a las poblaciones de
esclavos africano-americanos rebeldes, que construyeron sociedades cimarronas en las márgenes del Caribe.
Estudió antropología en la Universidad de Harvard, y obtuvo su doctorado en 1970 con la tesis “Saramaka social structure”. En 1974 fue invitado a fundar un nuevo departamento de antropología en la Universidad de
Johns Hopkins, con sus colegas de la Universidad de Yale (Sidney Mintz y
Emily Ahren [Martin] entre otros), para fomentar la colaboración y el intercambio académico entre historiadores africanistas y antropólogos caribeños.
Con ese propósito, Price coordinó el Seminario de Historia y Cultura Atlánticas, que reunía a docentes y estudiantes de ambas disciplinas. Fue también
profesor [1974-1987] y jefe del nuevo departamento de Antropología [19741977, 1979-1985] en Hopkins. La primera edición de El origen de la cultura
africano-americana, publicada bajo el título de An Anthropological Approach to the
Afro-American Past: A Caribbean Perspective (iShi Publications, 1976), es representativa del tipo de colaboración académica esperada a raíz de la fundación
del nuevo departamento.
Price desarrolló este enfoque interdisciplinario en sus principales
publicaciones. Con una combinación de trabajo de campo y de archivo, de
tradiciones orales y documentos históricos, reconstruyó la historia social y
la cultura de las sociedades saramaka en Surinam, antigua colonia holandesa.
Entre sus trabajos más importantes señalaremos First Time (1983) y Alabi´s
World (1990), Travels with Tooy (2008) y Rainforest Warriors (2011). Todos ellos
fueron distinguidos con premios y reconocimientos (en 1984 el premio Elsie
Clews Parsons; en 1991 el reconocimiento Albert J. Beveridge; en 2009 el
premio Clifford Geertz en Antropología de la Religión y en 2012 el reconocimiento al Mejor Libro de la Asociación de Politólogos Americanos).
Desde su época estudiantil en Harvard, Richard ha compartido su pasión
por la antropología con Sally Price, tanto en las investigaciones de campo (en
Andalucía, Zinacantán, Surinam, Martinica y Guyana Francesa), como en publicaciones conjuntas (Afro-American Arts of the Suriname Rain Forest, 1980;
Equatoria, 1992; Enigma Variations, 1995) y también en exposiciones del arte en
varios museos (“Arte afroamericano en el Caribe”, en el Museo del Hombre
Dominicano, Santo Domingo, en 1982).
Más información en: <http://www.richandsally.net/>.
C LÁSICOS
Y
C ONTEMPORÁN EOS
EN
A N T RO P O L O G Í A
e l oRigen de la cultuRa afRicano - aMeRicana
u na PeRSPectiva antRoPológica
Centro de Investigaciones
y Estudios Superiores en Antropología Social
Directora General
Virginia García Acosta
Universidad Autónoma Metropolitana,
Unidad Iztapalapa
Jefe del Departamento de Antropología
Pablo Castro Domingo
Universidad Iberoamericana
Directora del Departamento
de Ciencias Sociales y Políticas
Helena María Varela Guinot
Coordinador de la Colección Clásicos
y Contemporáneos en Antropología
Roberto Melville
Comisión académica
Carmen Bueno Castellanos
Ricardo Falomir Parker
Virginia García Acosta
Carlos Garma Navarro
Leonardo Tyrtania
e l oRigen de la cultuRa afRicano - aMeRicana
u na PeRSPectiva antRoPológica
Sidney W. Mintz y Richard Price
305.8960729
M399o
Mintz, Sidney W.; Price, Richard
9
El origen de la cultura africano-americana. Una perspectiva antropológica / Sidney W.
Mintz y Richard Price ; introducción Catharine Good y María Elisa Velázquez.--México
: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social : Universidad
Autónoma Metropolitana : Universidad Iberoamericana, 2012
146 p. ; 18 cm.--(Clásicos y Contemporáneos en Antropología ; 9)
Título original: The Birth of African-American Culture. An Anthropological Perspective
Incluye bibliografía e índice analítico
ISBN 978-607-486-208-9
1. Negros – Caribe, área del – Historia. 2. Esclavos – Caribe, área del – Historia.
3. Aculturación – Caribe, área del – Historia. 4. Caribe, área del – Relaciones raciales.
I. Mintz, Sidney W., coaut. II. Price, Richard, coaut. III. Santoveña, Adriana, trad. IV.
Good, Catharine, intro. V. Velázquez, María Elisa, intro. VI. Serie.
Título original en inglés: The Birth of African-American Culture. An Anthropological Perspective
Traducción: Adriana Santoveña
Todos los derechos reservados
Primera edición en inglés An Anthropological Approach to the Afro-American Past: A Caribbean Perspective,
iShi Publications, 1976.
Primera edición en Clásicos y Contemporáneos en Antropología
© 2012 Centro de Investigaciones y Estudios Superiores
en Antropología Social (cieSaS)
Juárez 222, Col. Tlalpan, C.P. 14000, México, D. F.
difusion@ciesas.edu.mx
© 2012 Universidad Autónoma Metropolitana
Prol. Canal de Miramontes 3855, Col. Ex hacienda de San Juan de Dios,
C.P. 14387, México, D. F.
© 2012 Universidad Iberoamericana, A. C.
Prol. Paseo de la Reforma 880, Col. Lomas de Santa Fe, C.P. 01210,
México, D. F.
iSBn: 978-607-486-208-9
Impreso y hecho en México
Í ndice
Clásicos y Contemporáneos en Antropología
Presentación de Virginia García Acosta
y Roberto Melville . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
Reconocimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
1. El modelo del encuentro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
2. Contacto y flujo socioculturales en las sociedades de esclavos. . . . . . . 65
3. El sector esclavo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
4. Los inicios de las sociedades y culturas africano-americanas . . . . . . . . 83
5. Retenciones y supervivencias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
6. Parentescos y papeles sexuales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101
7. Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125
Índice analítico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139
11
c láSicoS y c onteMPoRáneoS
en a ntRoPologÍa
a antropología es una de las ciencias sociales con una agenda intelectual y
académica extremadamente ambiciosa. Su objeto central de estudio es la
permanencia y cambio de los fenómenos socioculturales, por ende, se ocupa
de conocer y analizar a la humanidad entera. Se interesa por cada una de
las diferentes vías de evolución de las sociedades humanas, y por identificar las
respectivas trayectorias de pueblos y culturas desde las épocas tempranas de
la prehistoria hasta el tiempo actual. La diversidad cultural, étnica y social, en
y entre las sociedades, se manifiesta en todos los rincones del planeta. Concierne a la antropología la adaptación humana a variados climas y territorios:
fríos, templados y cálidos; húmedos y áridos; planicies y montañas. Le compete el estudio de las sociedades simples y el de las más complejas.
Los antropólogos han contribuido al conocimiento de las variadas formas de subsistencia en pueblos de cazadores y recolectores, de pastores y
agricultores, y han procurado explicar los procesos de integración de tales
pueblos a las sociedades más complejas en el contexto de la expansión del
sistema mundial capitalista. A la antropología le han interesado las minorías
étnicas y las clases populares por igual, pero también las élites gobernantes y las
estructuras estatales. Hay especialistas en ramas como la antropología jurídica, la antropología política y la antropología económica. El parentesco, la
religión, el lenguaje y diversas expresiones simbólicas son apreciados objetos
de estudio.
Al ocuparse de un universo de objetos sociales y culturales tan vasto, los
antropólogos eligieron un acercamiento holístico, es decir, busca establecer
las interrelaciones existentes de tipo causal, funcional o simbólico entre los
distintos componentes de las diferentes culturas. El análisis comparativo es
una herramienta muy eficaz para identificar diferencias y similitudes entre
los casos examinados. El estudio detallado de culturas ágrafas mediante
la obser vación participante convirtió el trabajo de campo en uno de los
métodos característicos e ineludibles de la investigación en antropología. Las
etnografías sobre sociedades y culturas son, entonces, productos que distinguen la producción antropológica.
En consecuencia, ningún libro en particular podría reflejar toda la riqueza de herramientas teóricas y metodológicas que los antropólogos han
13
14
Virginia García Acosta y Roberto Melville
empleado en el estudio de las culturas y las sociedades humanas. De la misma manera, la diversidad cultural observada por viajeros, misioneros, administradores, y en el siglo xx por los profesionales antropólogos en aquellas
sociedades humanas con las que se ha tenido contacto –en todo el orbe y a lo
largo del curso de la historia–, sólo podría quedar consignada en una incontable multitud de libros y artículos. No hay una sola biblioteca que contenga
en sus estanterías los frutos de la labor etnológica de esta multitud de autores-escritores. La descripción etnográfica de cada una de las sociedades
particulares conocidas no puede evitarse por una aplicación de teorías generales construidas a priori, ni sustituirse por las conclusiones alcanzadas en el
estudio de alguna sociedad particular estudiada a profundidad. Y si se quieren
alcanzar generalizaciones a partir de estudios empíricos, será necesario que
la descripción detallada de una sociedad se conduzca con alguna orientación
teórica, mediante la formulación de hipótesis que guíen la recolección de datos
y organicen la interpretación de las características generales del fenómeno
estudiado en tal o cual sociedad particular.
Por tales razones, una adecuada formación académica de los antropólogos dependerá del acceso a una bibliografía extensa. Los hallazgos y avances
del conocimiento antropológico se encuentran dispersos en diversos géneros literarios propios de esta disciplina. Hay miles de trabajos monográficos
que registran la labor de recopilación de datos empíricos acerca de distintas
sociedades dispersas en los cinco continentes. Existen trabajos de corte
más comparativo, mientras que otros tienen un propósito más teórico. Sin
embargo, las grandes síntesis del conocimiento en una región o área cultural
son más escasas, y hay relativamente pocos trabajos que tienen una perspectiva mundial. La composición de la literatura antropológica es entonces un indicador de su desarrollo, de su capacidad para formular generalizaciones a
partir de estudios específicos y de su comparación espacial y temporal.
A partir de estas reflexiones, compartidas por un grupo de instituciones
mexicanas comprometidas con la investigación y la docencia en antropología, surgió un proyecto que pretende ofrecer a investigadores y estudiantes, y
en general al público de habla hispana, obras clave para el desarrollo del conocimiento sobre las sociedades y culturas humanas. Fue así que se concibió
la colección Clásicos y Contemporáneos en Antropología.
Existe gran cantidad de obras relevantes para el desarrollo de diversas
líneas de investigación en antropología que nunca fueron traducidas al español; otras más, que sí lo fueron, dejaron de ser reimpresas o reeditadas, y
ahora ya no se encuentran en el mercado. Las bibliotecas institucionales de
Clásicos y Contemporáneos en Antropología
15
reciente creación no cuentan con todos los libros clásicos de la disciplina y
difícilmente los podrían adquirir.
La selección de esta literatura, que podría caracterizarse como “clásica”,
constituye un asunto controvertido y susceptible de interminables discusiones. Este proyecto editorial con amplia gama de opciones académicas para la
publicación de “clásicos”, deberá sortear los límites inevitables del financiamiento e intentar satisfacer las preferencias de los lectores. Incluirá también
textos contemporáneos que muy probablemente adquirirán con el tiempo
el reconocimiento académico correspondiente. Los criterios de selección
deberán afinarse a lo largo del desarrollo del proyecto, a partir del contexto
temporal y regional, y de las necesidades culturales más explícitas.
En los grandes polos del pensamiento antropológico, ubicados principalmente en Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia, la antropología se
ha construido en múltiples direcciones. En sus bibliotecas se encuentra una
gran abundancia de libros y trabajos de investigación sobre casi todas las culturas del mundo, lo que incluye una vigorosa producción teórica. Muchas
casas editoras recogen y difunden la producción de universidades e institutos de investigación. Por lo que toca a los países que podríamos calificar
como periféricos, es posible distinguir a aquellos en los que se ha manifestado un mayor interés por el desarrollo de la antropología. En el mundo iberoamericano, países como Argentina, Brasil, Colombia, España, Guatemala,
México y Perú pueden considerarse entre los que se han caracterizado por
tener una mayor densidad antropológica. En ellos se fomenta la antropología
con un enfoque relativamente circunscrito a los fenómenos y problemas locales, de suerte que la producción académica se orienta hacia aquellos procesos
socioculturales más relevantes de cada nación. En cada uno se ha presentado, en diferentes momentos, la influencia dominante de alguno de los
centros hegemónicos de producción antropológica. Las preferencias intelectuales del mundo antropológico iberoamericano se reflejan claramente en
los acervos de las bibliotecas especializadas en antropología en cada uno de
esos países. Las mejores y más completas bibliotecas han logrado reunir –y
proporcionan a sus usuarios–, la literatura antropológica representativa de
los países hegemónicos y la producción del propio país. Pero la producción
de países vecinos, igualmente periféricos, con antropologías de importancia, generalmente está sobrepresentada en dichas bibliotecas, y en los programas académicos de las instituciones y universidades respectivas. En los demás
países, el desarrollo de la antropología es relativamente pobre, y los estudios
que prevalecen son los del folclore local y la prehistoria.
16
Virginia García Acosta y Roberto Melville
México se encuentra entre los países con una tradición antropológica
vigorosa. Si bien existe un reconocimiento local y mundial de la antropología mexicana, sus investigadores y estudiantes con frecuencia tienen un
conocimiento precario de los desarrollos de otros países de la región con
una tradición antropológica importante. La política mexicana de apertura
a la inmigración de perseguidos políticos fue propicia para dar lugar a un
flujo de ideas y conocimientos antropológicos novedosos y estimulantes,
primero con la llegada de inmigrantes provenientes de Europa a raíz de las
vicisitudes de la Guerra Civil Española y de la Segunda Guerra Mundial, y
luego, en las décadas de los sesenta y setenta, con el arribo de contingentes
de asilados que huían de las dictaduras surgidas en América del Sur. Estas
corrientes migratorias tuvieron un efecto cultural muy importante para el
país receptor. Al llegar a México y a las instituciones académicas que les
abrieron sus puertas, aquellos universitarios perseguidos rompieron barreras
culturales locales y auspiciaron un flujo de nuevas ideas y teorías que fructificaron intelectualmente, no sólo en el campo de la antropología, sino también en muchos otros campos de las ciencias sociales y las humanidades. Lo
anterior da cuenta de que el desarrollo de una disciplina se nutre no sólo de la
problemática social y cultural nativa, también –y de manera significativa– de
las corrientes y flujos culturales externos.
La colección de Clásicos y Contemporáneos en Antropología tiene como
aspiración y propósito satisfacer no únicamente las necesidades locales y atender las necesidades bibliográficas locales de programas académicos de formación, sino cubrir un espectro más amplio. Las instituciones que impulsan
la publicación de libros de antropología han aprovechado la oportunidad y hecho suya la sugerencia de auspiciar el flujo cruzado de conocimientos
antropológicos externos, no solamente aquellos originados en los países hegemónicos, sino también los de países periféricos con una producción antropológica respetable, poco conocida y aplicable a circunstancias análogas en otras
latitudes. La colección incluye una composición variada en temas y corrientes
teóricas que, esperamos, nutra las subespecialidades de la antropología.
Incluye traducciones de libros que han tenido una reconocida influencia
en el desarrollo de la antropología y que, sin embargo, no han sido publicados en español. Pero también comprende reediciones de obras agotadas,
con objeto de atender la demanda de los estudiantes de antropología. La
iniciativa original de esta colección surgió en 2004, cuando confluyeron
los intereses de la Dirección General del cieSaS con la maduración de un
proyecto relacionado con la publicación de libros clásicos de antropología
Clásicos y Contemporáneos en Antropología
17
que se requerían en la docencia e investigación. Se buscó y encontró la colaboración del Departamento de Antropología de la Universidad Autónoma
Metropolitana, Iztapalapa, y del Departamento de Ciencias Sociales de la
Universidad Iberoamericana, con la aportación de los recursos humanos
y materiales necesarios para llevar adelante esta empresa. Así, en 2005
se conformó una comisión académica plural para precisar los criterios y
definiciones necesarias en relación con la selección de autores y títulos que
se publicarán en los próximos años. Esta comisión, integrada por profesores
investigadores de las tres instituciones, aceptó la idea de añadir a la colección de libros clásicos aquellos títulos y autores contemporáneos que recientemente han desarrollado nuevas líneas de investigación, tales como los
estudios de género, desastres, pluralidad étnica, entre otros. En el futuro
muy probablemente otras instituciones se sumarán a este esfuerzo. Nuestra
meta de poner al alcance de investigadores y estudiantes de antropología
una selección de libros indispensables para su desarrollo académico plural
dependerá, en gran medida, de la recepción que los lectores otorguen a éste y
los próximos títulos.
Virginia García Acosta
y Roberto Melville
cieSaS
P Rólogo
S
iempre es bienvenida la publicación de traducciones de obras clásicas,
pero más aún cuando se trata de textos clave en la reflexión de temas antropológicos y que por diversas circunstancias han sido poco conocidos y
difundidos en México. Por ello, celebramos la iniciativa de la colección “Clásicos y Contemporáneos en Antropología” de traducir al español el libro de
Sidney W. Mintz y Richard Price, El origen de la cultura africano-americana, editado
por primera vez en Estados Unidos en 1976. El acceso a este texto en español para los estudiantes e investigadores en México y en general en América
Latina y el Caribe, especialmente para aquellos dedicados a los estudios de
comunidades afrodescendientes, sin duda propiciará avances importantes en
este creciente campo de investigación. Por sus novedosas propuestas teóricas
y metodológicas, este texto se ha convertido en un importante trabajo para
los estudios sobre las culturas afrodescendientes en las Américas. Aunque
puede considerase un parteaguas en la historiografía sobre el tema, lamentablemente aún es poco conocido y utilizado por los antropólogos mexicanos.
Es importante destacar que las ideas y planteamientos de Mintz y Price
trascienden los estudios sobre poblaciones de origen africano. Las discusiones teóricas y el ejercicio metodológico presentados en este libro son de gran
utilidad para los investigadores sobre diversos temas en la antropología, la
etnohistoria y la historia social, especialmente aquéllos que analizan la experiencia histórica de los grupos indígenas, los migrantes con identidades étnicas, los pueblos originarios, las nuevas clases obreras y trabajadoras, entre
otros muchos colectivos.
En estas páginas reflexionamos sobre los conceptos centrales de la obra,
las propuestas teóricas y metodológicas de los autores, y su aplicación a la
investigación antropológica y la etnohistoria en general, sobre todo en cuanto a sus teorías de la cultura y su análisis etnográfico de los datos históricos.
También hacemos énfasis en la utilidad de este trabajo para los estudios sobre las poblaciones africanas y afroescendientes en México, finalizando con
una descripción de los principales temas que aborda el texto. Antes de inicar
estas reflexiones, en los siguientes párrafos hacemos una breve semblanza
sobre los autores y su obra para comprender el contexto en el que fue escrita.
19
20
Catharine Good y María Elisa Velázquez
***
Sidney W. Mintz pertenece a un distinguido grupo de antropólogos, alumnos
de Julian Steward, que hicieron aportaciones extraordinarias al conocimiento
de la historia y las culturas en las Américas en la segunda mitad del siglo xx.
Entre ellos podemos señalar a Eric Wolf, autor de varios trabajos clásicos sobre
Mesoamerica,1 y a John Murra, especialista de la región andina.2 Mintz, en
cambio, se estableció como un especialista en la región del Caribe, la que logró definir como área etnográfica dentro de la antropología internacional.
Desarrolló también una línea de investigación sobre comida y cultura; uno de
sus textos clásicos sobre el tema fue publicado por el cieSaS y Conaculta hace
unos años.3
Estos tres colegas mantuvieron una colaboración cercana a lo largo de
sus vidas profesionales, y conformaron una escuela cuyo sustento teórico
era la ecología cultural, la combinación de la etnografía y la antropología
con la historia, y una preocupación por la conformación del capitalismo y el
mundo moderno. Para ellos, la investigación antropológica y etnohistórica
formaba parte de un proyecto social y político como académicos y docentes,
pues consideraban que los resultados de nuestras pesquisas deberían ser útiles
para los pueblos que estudiamos, y para las instituciones y la sociedad donde
los investigadores ejercen su vida profesional. Dentro de este grupo, Sydney
Mintz siempre tuvo un gran interés por el concepto de cultura y los procesos de adaptación, cambio e innovación colectiva como ejes centrales de los
estudios antropológicos.
La colaboración entre los autores de este libro empezó a principios de la
década de los años 1970, cuando Mintz y Price tuvieron la oportunidad de
fundar el departamento de Antropología de la Universidad Johns Hopkins
en 1974. Con un grupo de historiadores de África y del Caribe de la misma
universidad, ambos autores crearon uno de los principales centros de
estudios sobre culturas afroamericanas en los últimos 25 años del siglo xx.
Richard Price se formó en Harvard University, en la tradición de la escuela
1
2
3
De Eric Wolf: Pueblos y culturas de Mesoamérica, México, Era, 7ª edición, 1982 y Europa y
la gente sin historia, México, Fondo de Cultura Económica, 1988.
De John Murra: Formaciones económicas y políticas del mundo andino, Perú, Instituto de Estudios Peruanos, 1975.
Sidney W. Mintz, Sabor a comida, sabor a libertad. Incursiones en la comida, la cultura y el pasado,
México, cieSaS/Conaculta, 2005.
Prólogo
21
culturalista americana, y con su esposa, Sally Price, se dedicó a la etnografía
y la etnohistoria de los grupos cimarrones de Surinam, Guyana y Guyana
Francesa. En el caso de los Price, se destaca su trabajo sobre el arte y las
formas expresivas entre grupos cimarrones, además de la organización social
y profundos estudios etnohistóricos a partir de documentos provenientes
de tres continentes.4 Uno de los productos medulares de la colaboración
entre Mintz y Price es el presente libro, cuyos aportes detallamos a continuación.
***
Dos ejes centrales pueden destacarse como parte de las principales contribuciones de este texto a la teoría y la metodología de la antropología y la historia: un planteamiento sobre el concepto de cultura, y la aplicación de un
enfoque etnográfico, etnológico, a los datos históricos. El tema específico
que ocupa a Mintz y Price es la creación de una cultura afroamericana con
raíces africanas en diferentes territorios americanos, dentro del contexto de
la expansión del sistema mundial y el ejercicio de poder estructural violento.
Sin embargo, el programa de trabajo que proponen los autores en este texto se puede aplicar a muchos otros casos en México y las Américas, ya que
las necesidades para realizar investigación social de primer nivel son las mismas, independientemente del tema. En el prefacio a la edición de 1992, los
autores precisan:
Por ello decidimos concentrarnos en estrategias o acercamientos para
estudiar el pasado africano-americano, en lugar de presentar los resultados de los estudios realizados hasta la fecha, con la esperanza de alentar a
los historiadores y otros investigadores que se adentran en este campo
4
Uno de los trabajos de Richard Price más conocidos en México es la compilación titulada Sociedades cimarronas, comunidades esclavas rebeldes en las Américas, México, Siglo XXI,
1981. Con Sally Price publicó Afro-American Arts of the Suriname Rain Forest, Berkely,
University of California Press, 1980. En México se publicó un artículo de los Price
en la Colección Africanía, en el libro Poblaciones y culturas de origen africano en México,
coordinado por María Elisa Velázquez y Ethel Correa, titulado “La historia cultural
afroamericana en los albores del siglo xxi”, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2005, pp. 161-216.
22
Catharine Good y María Elisa Velázquez
a emplear modelos conceptuales que hicieran plena justicia a la complejidad del tema.5
Podríamos sustituir el término africano-americano con otros, tales como
indígenas o mesoamericanos, obreros, asiático-americanos, pero la premisa
anterior de los autores sigue siendo vigente. La decisión de los antropólogos de
promover estrategias de investigación y modelos conceptuales adecuados
para realidades empíricas complejas permite utilizarlo en contextos nuevos,
con datos etnográficos e históricos distintos. En este sentido el texto trasciende el tema específico y puede ser un recurso sumamente útil para los etnógrafos, etnohistoradores y otros investigadores y estudiantes. A continuación
examinamos el concepto de cultura de los autores, y su método de reconstruir
los procesos de creación cultural con materiales históricos.
***
Los autores ofrecen una visión teórica de la cultura muy distinta del concepto
dominante en la antropología de los años 1940 y 1950, cuando se consideraba a la cultura como un sistema unitario y homogéneo, que consistía en una
serie de rasgos formales. A partir de esta idea simplista de la cultura, los etnógrafos de la época se dedicaban a recopilar listas de características descriptivas
compartidas para formar áreas culturales. En el caso del estudio de culturas en situaciones de contacto, los investigadores se dedicaban a ejercicios
taxonómicos, en los que se buscaba determinar el origen de una determinada característica. Esta práctica fue generalizada en la antropología de la época, y permeaba los estudios de las culturas indígenas o de otros grupos en las
Américas, al igual que a las investigaciones de las culturas de origen africano;
es decir, conducía a una perspectiva mecánica sobre la cultura que no podía
abarcar el estudio de procesos de cambio y diversidad.
Mintz y Price argumentan en favor de otro procedimiento, contrario a
etiquetar rasgos de acuerdo con los orígenes de una determinada manifestación. Desde su concepción la cultura es dinámica, se adapta, es cambiante: se
expresa y se modifica en su uso dentro de la vida colectiva cuando el grupo
se enfrenta a coyunturas específicas. En las poblaciones afrodescendientes
de América, entre muchos otros casos, las condiciones para la expresión
5
Mintz y Price, El origen de la cultura africano-americana. Una perspectiva antropológica, p. 35
del presente volumen.
Prólogo
23
y la adaptación cultural han sido determinadas por el ejercicio del poder
económico, político y militar europeo. Tampoco consideran que la cultura sea
un sistema simbólico, en los términos en que lo planteó la antropología semiótica inspirada en el trabajo de Clifford Geertz, que se puso de moda en la
década de 1970.6 En otra publicación de la misma época, Mintz lo explica así:
El argumento, entonces, es que no podemos conceptualizar las culturas
afroamericanas simplemente como cuerpos de materiales históricamente
generados, como patrones de comportamiento, sino también como materiales utilizados activamente en contextos sociales específicos por grupos humanos organizados. Sin la dimensión de la acción humana y de las
decisiones tomadas –es decir, las maniobras– la cultura se parecería a una
colección sin vida de hábitos, supersticiones y artefactos. En cambio, sabemos que la cultura se usa. Y que todo análisis de su uso inmediatamente
nos permite percibir cómo se acomodan las personas en grupos sociales, para quienes las formas culturales confirman, fortalecen, mantienen,
cambian o resisten ciertas estructuras de poder, estatus e identidad.7
Las implicaciones de esta teoría de la cultura son claras en el tipo de pregunta que los investigadores persiguen en el trabajo de campo o en el análisis de las fuentes históricas. Mintz y Price, en el texto que aquí nos ocupa,
demuestran con mucho rigor y precisión cómo los estudiantes de las culturas afrodescendientes pueden proceder a un análisis histórico informado por
categorías antropológicas; estos planteamientos son muy relevantes para los
especialistas en las poblaciones de origen africano, pero igualmente para los investigadores que trabajan con otros grupos sociales en México.
Otras preguntas centrales de Mintz y Price en este texto pueden resumirse
así: ¿cómo se puede estudiar el componente africano en las culturas afrodescendientes de las Américas; dónde podemos encontrarlo; qué significa la presencia de ciertas características comunes en las sociedades africanas históricas
6
7
Este tema no puede discutirse a fondo en este texto, para mayor información véase
Catharine Good, “Reflexiones teóricas sobre la cultura:hacia un enfoque histórico/
procesual en Mesoamérica”, en Julieta Arechiga (coord.), Memorias de la XXVI Mesa
Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología. Migración, población, territorio y cutlura,
México, Sociedad Mexicana de Antropología/unaM, pp.73-85.
Sidney W. Mintz, Caribbean Transformations, Baltimore, Johns Hopkins University Press,
1974, p. 18 (traducción de Catharine Good).
24
Catharine Good y María Elisa Velázquez
o contemporáneas? Estas interrogantes tienen implicaciones metodológicas
importantes, y los autores ponen atención cuidadosa al problema de estudiar
el proceso de crear una cultura nueva en toda su complejidad. Los africanos esclavizados fueron arrancados con violencia de su contexto cultural propio en
África y sujetos a instituciones terriblemente deshumanizantes, enfrentando
en los nuevos territorios una tarea muy compleja: la de crear culturas nuevas en
condiciones hostiles para ellos. Esto implicaba utilizar diversos recursos culturales africanos que aportaban los individuos para generar las lenguas criollas en
forma colectiva, crear las distintas cocinas, forjar nuevos arreglos domésticos,
elaborar nuevas prácticas espirituales y religiosas con rituales especiales, ejercer la autoridad política, desarrollar formas propias de música o danza, definir
criterios de la estética y el estilo personal. En este libro programático, Mintz
y Price demuestran a lo largo de varios capítulos, con ejemplos específicos,
como habrían sucedido estos procesos de creación cultural. De acuerdo con
la información empírica, en periodos muy tempranos en diversas regiones de
América ya estaban presentes los elementos de las culturas afrodescendientes.
Lo que interesa en este sentido, no es el ejercicio de identificar orígenes
africanos, americanos o europeos, de ciertos rasgos formales, sino estudiar cómo se utilizaron en diferentes momentos críticos para la sobrevivencia colectiva del grupo. Mintz explicó lo anterior en otro escrito de la siguiente forma:
La historia de una habilidad, artefacto, creencia, planta o comida específica no es lo mismo que su utilización y los significados simbólicos que tiene
para los miembros de una sociedad con continuidad histórica. La cultura
tiene “vida” porque su contenido sirve como recurso para las personas que
la emplean, la cambian, la encarnan. Los seres humanos enfrentan las exigencias de la vida cotidiana por medio de sus habilidades de interpretación
e innovación, y su capacidad de manejar el simbolismo usando creativamente sus formas de comportamiento, no petrificándolas. Entonces, completamente al margen del problema de los orígenes históricos, los recursos
culturales de los afroamericanos y de las culturas afroamericanas de ninguna manera se limitan a los elementos o complejos que pueden demostrarse
de origen histórico africano; tales orígenes son mucho menos importantes
que el uso creativo, continuo, que se hacen de las formas, sin importar su
origen, y los usos simbólicos que se les imparte.8
8
Sidney W. Mintz, Caribbean Transformations, Baltimore, Johns Hopkins University Press,
1974, pp. 19 y 20 (traducción de Catharine Good).
Prólogo
25
Mintz y Price abogan en este libro por la importancia de un cuidadoso
trabajo histórico para corregir las posiciones que muchos académicos habían
sugerido, basándose en consideraciones políticas y preferencias personales,
más que en los datos empíricos. Señalan la existencia de dos escuelas de los
estudios africano-americanos con diferentes posturas sobre la particularidad
cultural de estos grupos. Unos especialistas insistieron en que las peculiaridades culturales de los africano-americanos se podrían atribuir a la sobrevivencia en el Nuevo Mundo de tradiciones culturales africanas, donde se seguían reproduciendo mecánicamente a través del tiempo. Otros, en cambio,
argumentaron que la idiosincrasia de las culturas africano-americanas se debía
a las formas de opresión económica, política y legal, que no permitieron su
aculturación a la sociedad dominante. En este caso, muchas formas de las
culturas locales se interpretan como problemas sociales nacidos de la marginación y la explotación.
Los datos empíricos que se presentan en estas páginas demuestran una
situación mucho mas compleja. Tanto las tradiciones históricas, culturales
africanas e indígenas, europeas o asiáticas, como los cambiantes contextos
sociales que experimentan las poblaciones en las Américas, explican las características específicas y las diferentes expresiones de variabilidad que observamos en las expresiones formales. A lo largo del texto los autores explican lo
anterior a partir del análisis del lenguaje, el parentesco y la estructura familiar,
las prácticas religiosas, la cultura material, entre otros ámbitos de la vida colectiva. El mensaje para los investigadores es claro. Tenemos que dedicarnos a
un genuino trabajo histórico y etnográfico, con datos empíricos rigurosamente recopilados y analizados y no a las posturas políticas o ideológicas que se
han esgrimido en lugar de un análisis serio de materiales de campo y archivo.
Esta posición provocó críticas de dos grupos. La comunidad africano-americana insistió en explicar la cultura de las personas esclavizadas como derivados de culturas africanas específicas, mientras que los sectores conservadores
insistieron en que la cultura africano-americana era una patología social nacida de condiciones de pobreza, ignorancia y exclusión social.
Ahora bien, regresemos al problema de las obvias semejanzas entre
ciertos aspectos formales de las culturas afrodescendientes con las culturas
africanas: históricas y contemporáneas. Esto se puede observar en casos
donde no hay contacto directo entre poblaciones en el continente africano
y en el Nuevo Mundo. Aquí argumentan por continuidades en un nivel más
profundo de la cultura que las simples formas externamente observables.
Nuestros autores aclaran su posición al respecto:
26
Catharine Good y María Elisa Velázquez
Un legado cultural africano, ampliamente compartido por los individuos
importados hacia cualquiera nueva colonia, deberá definirse en términos menos concretos, concentrándose más en los valores y menos en
las formas socioculturales, e incluso tratando de identificar principios
“gramaticales” inconscientes que pudieran subyacer tras las respuestas
conductuales y darles forma. En primer lugar, pediríamos una revisión de
lo que Foster ha llamado “orientaciones cognitivas”: por un lado, suposiciones básicas sobre las relaciones sociales (qué valores motivan a los
individuos, cómo se interactúa con los otros en situaciones sociales, y
cuestiones de estilo interpersonal) y, por el otro, suposiciones y expectativas básicas sobre la forma en que el mundo funciona desde el punto de
vista fenomenológico (por ejemplo, creencias sobre la causalidad y cómo
se revelan las causas particulares).9
***
Continuemos con una pequeña reflexión sobre los estudios de africanos y
afrodescendientes en México y las distintas influencias de los textos estadounidenses en los trabajos sobre el tema.
Cuando Gonzalo Aguirre Beltrán comenzó sus investigaciones, hacia
mediados del siglo xx, sobre los miles de africanos y africanas que arribaron de manera forzada a México, fundamentalmente durante el periodo
virreinal, ya existía un auge en los estudios sobre este tema en los Estados
Unidos de América. El movimiento de los derechos civiles y de la reivindicación de las poblaciones africano-americanas, la lucha contra el racismo y la
discriminación, el desarrollo de las ideas y los análisis basados en las reflexiones económicas y sociales o el reconocimiento de los trabajadores y de las
poblaciones marginadas repercutieron en la elaboración de investigaciones
preocupadas por estos temas.10 El interés por legitimar el pasado africano
9 Mintz y Price, El origen de las cultura africano-americana. Una perspectiva antropológica, p. 53
10
del presente volumen.
Desde principios del siglo xx en los Estados Unidos de América comenzaron a aparecer revistas como la Journal of Negro History (1916) y la Hispanic American Historical
Review (1918), interesadas en los afrodescendientes de varios países, entre ellos México.
Más tarde varios investigadores, entre ellos Frank Tannenbaum, Eric Williams y otros
historiadores marxistas aportaron ideas y discusiones importantes sobre la esclavitud y las experiencias de las personas esclavizadas en América. Sin duda alguna la
obra de Phillip Curtin, The Atlantic Slave Trade, a census (1969), proporcionó una nueva
Prólogo
27
de los africano-americanos y la visión etnohistórica del análisis interesaron
a académicos y funcionarios de aquella época, como a Manuel Gamio. Éste
sugirió a Aguirre Beltrán que desarrollara una investigación sobre este tema
en México. Aguirre Beltrán estableció relación académica con Melville Herskovits, profesor de la Universidad de Northwestern, uno de los más notables
intelectuales de este periodo y director de un programa sobre la supervivencia de la cultura africana en las Américas, quien guió e influenció, en alguna
medida, las características de las investigaciones del antropólogo mexicano
sobre las poblaciones africanas y afrodescendientes, así como las de muchos
de los estudiosos de las generaciones posteriores, no sólo en los Estados Unidos, sino en América Latina y México.11
Una de las preocupaciones y de los propósitos de la teoría de Herskovitz
era la reconstrucción del pasado en busca de los orígenes o rasgos; es decir,
transitar del presente al pasado e identificar las raíces de las culturas de las miles de personas que habían arribado esclavizadas a América. Su metodología
se basaba en el reconocimiento de la historia para darle sentido al presente;
por ello, los trabajos sobre los grupos de origen, las expresiones culturales
y los datos sobre las raíces o huellas fueron prioritarias. La influencia de
Herskovitz y de los etnohistoriadores estadounidenses en México, por lo menos en Aguirre Beltrán, fue notable; ellos mantuvieron una relación estrecha.
Herskovitz tuvo influencia en dos de las investigaciones más notables de
Aguirre Beltrán: La población negra en México, un estudio etnohistórico12 y Cuijla.13
Sin embargo, después de esta relación académica entre investigadores
mexicanos y estadounidenses interesados en el pasado y presente de las
personas africanas y afrodescendientes, los vínculos y el intercambio fueron
decayendo por lo menos hasta los años de 1990. Por ejemplo, es increíble que
el libro pionero de Aguirre Beltrán sobre el tema no fuera traducido al inglés y
publicado en los Estados Unidos. Igualmente llama la atención que libros posteriores de los estadounidenses sobre esta materia fueran poco conocidos
11
12
13
perspectiva sobre el tráfico de personas esclavizadas en el mundo propiciando nuevas
discusiones historiográficas.
Véanse, entre otras, Melville J. Herskovits, The Myth of the Negro Past, Nueva York,
Harper and Brothers, 1941, y The New World Negro, Selected Papers in Afroamerican Studies,
Bloomington, Indiana University Press, 1966.
Gonzalo Aguirre Beltrán, La población negra en México, Ediciones Fuente Cultural, 1a
edición, 1946.
Gonzalo Aguirre Beltrán, Cuijla. Esbozo etnográfico de un pueblo negro, México, Fondo de
Cultura Económica, 1958.
28
Catharine Good y María Elisa Velázquez
en México, como la valiosa obra de Colin Palmer,14 pero incluso los más
recientes como los de Ben Vinson III, Joan Bristol o Nicole von Germeten,
entre otros muchos;15 estos tampoco hayan sido traducidos al español. Sorprende aún más, que las muchas investigaciones históricas mexicanas de los
últimos 20 años no hayan sido difundidas, citadas o utilizadas por la academia
estadounidense y menos aún traducidas. Aunque se han hecho algunos esfuerzos recientes de publicaciones conjuntas en México,16 los vínculos académicos entre investigadores mexicanos y estadounidenses, sobre todo en
términos de reflexión conjunta e intercambio de ideas sobre este tema, han
sido muy escasos.17
La obra de Aguirre Beltrán reveló, entre otras cosas, cifras que cambiaron la perspectiva sobre la composición demográfica de la sociedad novohispana, al calcular que en varios periodos y en muchas regiones, los africanos y
afrodescendientes fueron, después de los indígenas, la población más importante en la Nueva España. En sus investigaciones también exploró el origen
cultural de los miles de africanos que arribaron de manera forzada a México
y explicó las dimensiones de su trabajo en regiones como Veracruz, la Costa
Chica de Oaxaca y Guerrero, Michoacán, entre otras.
A partir de entonces, muchas investigaciones históricas se realizaron en
México, incursionando en nuevas fuentes documentales y abordando temas
relacionados con las condiciones de trabajo, las capacidades de movilidad
social y las características heterogéneas de este grupo; trabajos regionales, de
género, de familias, de la niñez, de redes de parentesco, de la vida cotidiana y
14
15
16
17
Colin Palmer, Slaves of the White God. Blacks in Mexico, 1570-1650, Cambridge, Harvard
University Press, 1976.
Ben Vinson III, The Free-Colored Militia in Colonial Mexico, Stanford University Press,
California, 2001; Joan Bristol, Christians, Blasphemers, and Witches. Afro-Mexican Ritual
Practice in the Seventeenth Century, Albuquerque, University of New Mexico Press, 2007;
Nicole von Germeten, Black Blood Brothers. Confraternities and Social Mobility for AfroMexicans, Gainesville, University Press of Florida, 2006.
Una de las últimas publicaciones que reúne textos de mexicanos, centroamericanos,
canadienses y estadounidenses es María Elisa Velázquez (coord.), Debates históricos contemporáneos. Africanos y afrodescendientes en México y Centroamérica, México, inah/ceMca/
iRd/unaM, 2011.
En un simposio internacional llevado a cabo en 1997 sobre poblaciones de origen africano en México y organizado por la Dirección de Etnología y Antropología Social del
inah fueron invitados los antropólogos Richard y Sally Price. Véase María Elisa Velázquez y Ethel Correa (coord.), Poblaciones y culturas de origen africano en México, México,
inah, 2005 (Colección Africanía núm.1).
Prólogo
29
de las características de colectivos domésticos como las cofradías también se
han llevado a cabo. Además, varios estudios antropológicos se realizaron en
regiones como la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca, Veracruz, la tierra caliente de Michoacán, Coahuila, entre otras. Gran parte de ellos se dedican a
expresiones culturales como la música, las danzas, la oralidad o las fiestas patronales, pero también algunos han realizado trabajos etnográficos sobre el
parentesco, la comida o la medicina tradicional.18 Sin embargo, falta mucho
por hacer. Son necesarios conceptos y metodologías que ayuden a entender
las características de la participación de las y los africanos y afrodescendientes en México y la situación de las comunidades afrodescendientes hoy en día.
Cuando se quiere comprender la lógica cultural de las comunidades afrodescendientes o cuando se intenta identificar sus particularidades o singularidades no es posible hacerlo bajo los mismos parámetros teóricos, históricos y
etnográficos que se han puesto en marcha para el estudio de las comunidades
indígenas. La historia de las poblaciones y los colectivos afrodescendientes
en países de Latinoamérica, especialmente en México, es singular, tiene sus
propias dinámicas que mucho tuvieron que ver con las características de la
forma de conquista y colonización española y con el intercambio y la convivencia entre los diversas culturas indígenas.
La obra de Mintz y Price aporta precisamente lineamientos metodológicos y conceptuales decisivos para comprender el pasado y presente de los
colectivos afrodescendientes en América, especialmente aquellos que se desarrollaron a partir del comercio de personas esclavizadas durante la época
colonial. El texto es una crítica fuerte a las tendencias ideológicas que caracterizaban en su época a los estudios históricos y antropológicos sobre
las poblaciones africanas y afrodescendientes, especialmente al método de
Herskovits, que con el afán de identificar “rasgos puros o huellas africanas”
desvirtuaba la capacidad de los africanos y afrodescendientes de enfrentar
nuevas realidades y crear herramientas para vivirlas. Los autores se proponen concebir a la cultura como formas de comportamiento, estilos de hablar,
creencias y valores, maneras de cocinar y todas aquellas prácticas cotidianas
18
Se han realizado varias revisiones historiográficas en los últimos años. Véanse, entre
otras, María Elisa Velázquez y Ethel Correa (comp.), Poblaciones y culturas de origen africano en México, México, inah, 2005; Ben Vinson III y Bobby Vaughn, Afroméxico,
México, cide/fce, 2004; María Elisa Velázquez y Odile Hoffmann, “Investigaciones
sobre africanos y afrodescendientes en México: acuerdos y consideraciones desde la
historia y la antropología”, en Diario de Campo, Boletín Interno de los Investigadores del Área
de Antropología, México, inah, marzo-abril, núm. 91, 2007, pp.60-68.
30
Catharine Good y María Elisa Velázquez
que se comparten, transmiten y conservan, pero sobre todo que se “usan”
en la vida cotidiana y se reproducen culturalmente a través de mecanismos
de creación y recreación.
El método que Mintz y Price utilizan, crítico de los enfoques de Herskovits,
se basa en una perspectiva antropológica sobre la historia cultural de los africanos-americanos a través de datos históricos y antropológicos concretos en
tiempo y espacio. Parten de la premisa de una participación activa de los africanos y cuestionan varios postulados que hasta el momento habían trabajado
la mayoría de los estudiosos del tema, tales como la convivencia de culturas
homogéneas: “la europea, la africana y la indígena”; las diferencias entre esclavos, libertos y libres, y las contradicciones del sistema de esclavitud en América.
Enfatizan la idea de la importancia de la transmisión de la cultura, considerándola como heterogénea y compleja, formada por todas aquellas actividades
cotidianas que se usan y desarrollan en un grupo, comunidad o sociedad. Buscan entender el nacimiento de las culturas africano-americanas partiendo de
un interés antropológico, etnográfico, basado en las formas de convivir, en las
manifestaciones estéticas, comidas, relaciones sociales y en general en la organización económica y social. ¿Qué repercusiones e importancia tiene este texto en los estudios sobre poblaciones afrodescendientes en México y América
Latina, pero también en el análisis de otros colectivos o comunidades?
Sin duda alguna la propuesta conceptual y metodológica de Mintz y Price permite una reflexión holística de grupos o comunidades que han vivido
procesos sociales diferenciados desde un enfoque histórico y antropológico.
Su propuesta también posibilita entender los cambios, las transformaciones
de las comunidades al recrear el presente a partir de las nuevas experiencias o
condiciones que enfrentan. Por ejemplo, las comunidades afrodescendientes
en México y en varios países de América Latina y del Caribe vivieron experiencias heterogéneas que los obligaron a crear y recrear nuevas expresiones
culturales en la vida cotidiana que no necesariamente se pueden identificar
como “huellas o rasgos” africanos, sino como manifestaciones propias que
responden a las nuevas situaciones vividas. El libro de Mintz y Price también
alerta a no caer en premisas ideológicas que pueden desviar la búsqueda académica y obstaculizar la comprensión de los procesos y la complejidad de las
sociedades africano-americanas, simplificando las interpretaciones. Ambos
postulados resultan oportunos para el estudio de cualquier comunidad o colectivo, y consideramos que el texto de Mintz y Price, aunque tiene ya varias
décadas de haberse publicado por primera vez, sigue teniendo una vigencia
indiscutible para los estudios antropológicos contemporáneos.
Prólogo
31
***
El texto que nos ocupa está compuesto por seis capítulos en los que se desarrollan las principales discusiones y propuestas. En el primero los antropólogos
critican el modelo del “encuentro” que considera la existencia de solamente
dos culturas, una africana y otra europea, como un “todo”. Señalan que esta
idea ha provocado la suposición de una herencia africana homogénea, sin tomar en consideración la diversidad cultural de las personas que arribaron de
África, limitando las formas de interpretación de este proceso. Aunque reconocen la importancia y los aportes de investigadores como Herskovits, critican los modelos conceptuales basados en el presupuesto de “una” cultura
africana, sin comprender la diversificación y sus posibilidades de cambio. En
este sentido también discuten las interpretaciones que comparan o hacen paralelismos entre sociedades de América y África, sin detenerse a reflexionar
sobre los contextos, sobre todo de tiempo y espacio. Mintz y Price consideran que parte del problema de esta interpretación tiene que ver con la concepción de la cultura como un todo institucional y en su lugar proponen valorar el conocimiento, la información y las creencias que de manera individual
arribaron con las personas esclavizadas, así como la forma en que a partir de
estos conocimientos se crearon relaciones sociales, económicas y culturales.
En el segundo capítulo los autores abordan el tema del contacto y desarrollo sociocultural en las sociedades esclavistas. Parten de la importancia de
considerar las contradicciones de las sociedades esclavistas de América, que
aunque normaban diferencias radicales entre esclavos y amos, desarrollaban
relaciones afectivas y sociales, complejas y heterogéneas. Señalan la importancia de entender la variedad y complejidad de relaciones económicas que se
desarrollaron en estas sociedades y las diferentes formas de vida y de oficios
que desempeñaron las personas esclavizadas y aquellos que consiguieron más
tarde su libertad. También otorgan un lugar fundamental a la reproducción
cultural a través de prácticas cotidianas, como el criar a los hijos de los amos,
hacerles su comida o ser sus confidentes. En este sentido afirman que aunque
se trata de sociedades divididas por estamentos o diferencias económicas, la
interacción de sus miembros son complicadas. Las instituciones o formas de
organización en las que estuvieron inmersos esclavos y esclavas y que fueron
clave para la reproducción cultural a través del trabajo o la religión son analizadas en el tercer capítulo de este texto. Mintz y Price hacen énfasis en estos
espacios como lugares de intercambio cultural y de formación de relaciones
sociales y de aspectos culturales recreados en los nuevos contextos.
32
Catharine Good y María Elisa Velázquez
Quizá el capítulo central del texto es el cuarto, en el que reflexionan sobre los comienzos de las sociedades y culturas africanoamericanas. Parten de
la idea de que las personas esclavizadas no fueron víctimas pasivas, sino sujetos capaces de participar y aportar conocimientos, información, formas de
pensar y por lo tanto de crear cultura. A pesar de los problemas de disgregación familiar, lograron crear redes de parentesco y vínculos con otros grupos.
Otras manifestaciones culturales se crearon y recrearon a partir de prácticas
religiosas, posiblememente desde experiencias personales que se recrearon
con los recuerdos y datos de otros esclavos. Hacen hincapié en que no puede
hablarse de una “herencia cultural” en abstracto, sino de las experiencias, de
las relaciones personales inmediatas que se desarrollan en un espacio cultural
e institucional específico. Una “cultura” en estos términos, dicen, se vincula
íntimamente con los contextos sociales y los lazos afectivos. Explican cómo
con el tiempo y desde esta perspectiva en las distintas sociedades esclavistas,
los africanos y afrodescendientes fueron creando formas culturales propias.
El quinto capítulo se ocupa del tema de las retenciones y las sobrevivencias. Mintz y Price aclaran que no es su propósito negar la existencia
directa de “retenciones o sobrevivencias” en las sociedades africano-americanas, pero que es importante tener otras miradas a través de investigaciones
cuidadosas que amplíen la visión de la formación de la historia africanoamericanas. Para ello, ofrecen ejemplos de casos en los que pueden apreciarse proceso de continuidad y cambio. En el sexto y último capítulo tratan
acerca del parentesco y los roles sexuales, un tema que consideran central
en la trasmisión y reproducción cultural de las culturas africano-americanas.
Comienzan resaltando la importancia de conocer el pasado de las personas
afrodescendientes para comprender su presente; explican cómo el presente
ofrece claves para encontrar datos e información en las investigaciones
históricas de archivo, partiendo de premisas de carácter más etnográfico.
Realizan una amplia reflexión sobre las redes de parentesco y los roles sexuales que se desarrollaron en las sociedades africano-americanas, resaltando la
diversidad y la importancia del tiempo y el espacio.
Finalmente, en las conclusiones enfatizan en la simplicidad de su hipótesis
central: que las continuidades entre el Viejo Mundo y el Nuevo deben establecerse a partir de la comprensión de las condiciones en las cuales las emigraciones de las personas esclavizadas de África ocurrieron. Proponen que las sociedades y culturas afrodescendientes no surgieron de “borrar o copiar”, sino
de “crear y remodelar”. Dan más importancia y validez a la investigación
histórica y antropológica seria, y menos a los fundamentos basados en las
Prólogo
33
creencias, las ideologías o los sentimientos. De acuerdo con su propuesta teórica general, el presente debe verse como una circunstancia condicionada por
el pasado que explica las relaciones intitucionales y sociales contemporáneas.
En suma, reiteramos nuestro beneplácito por la publicación en español
de este texto, convencidas que será una herramienta central en la reflexión de
los estudios antropológicos, no sólo de las comunidades afrodescendientes,
sino de otros muchos grupos.
Catharine Good (enah)19
y María Elisa Velázquez (deas-inah)20
Noviembre, 2012
19
20
Catharine Good obtuvo el doctorado en la Universidad de Johns Hopkins bajo la dirección de Sidney Mintz. Es profesora-investigadora de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (enah), en la división de posgrado de Historia y Etnohohista, en
donde imparte la materia de Teoría antropológica. Entre sus publicaciones destacan:
Haciendo la lucha, México (1988) y coordinado con Laura Corona, Comida, cultura y
modernidad en México: perspetivas históricas y antropológicas (2011).
María Elisa Velázquez obtuvo el doctorado en la enah bajo la dirección de Catharine
Good. Es investigadora de la Dirección de Etnología y Antropología Social del inah,
donde coordina el Seminario Poblaciones y culturas de origen africano en México, y profesora
del posgrado de Historia y Etnohistoria de la enah. Su publicación más reciente con
Gabriela Iturralde se titula Afrodescendientes en México. Una historia de silencio y discriminación (2012). Preside el Comité Científico del Proyecto Internacional La Ruta del Esclavo:
resistencia, libertad y patrimonio de la uneSco.
P Refacio
o que sigue fue escrito entre 1972 y 1973, inmediatamente después de la
lucha por los derechos civiles y el rápido establecimiento de los programas de Estudios Afroamericanos y Negros en las universidades de Estados
Unidos, y fue parte de la verdadera explosión del interés general (y de las
publicaciones) en el ámbito de la historia de los negros.1 Su intención era
ser un credo y, a la vez, un manual. Nos preocupaban ciertas polarizaciones
que estaban surgiendo en los Estudios Afroamericanos. Parecía que algunas
inquietudes ideológicas podían desviar la búsqueda académica trazada por
pioneros como W. E.B. Du Bois y Carter G. Woodson en Estados Unidos,
Fernando Ortiz en Cuba, Nina Rodrigues y Arthur Ramos en Brasil, y Jean
Price-Mars en Haití, y desarrollada por la generación de Melville J. Herskovits,
E. Franklin Frazier, Zora Neale Hurston, Gonzalo Aguirre Beltrán, Roger
Bastide, Rómulo Lachatañeré, entre otros. Por ello decidimos concentrarnos
en estrategias o acercamientos para estudiar el pasado africano-americano, en
lugar de presentar los resultados de los estudios realizados hasta la fecha,
con la esperanza de alentar a los historiadores y otros investigadores que se
adentraran en este campo a emplear modelos conceptuales que hicieran plena justicia a la complejidad del tema.
El argumento buscaba fundarse en las ideas de Herskovits y sus contemporáneos. Sin embargo, en algunos círculos fue recibido con lo que para
nosotros fue una sorpresiva hostilidad, acompañada por la acusación de
que negaba la existencia del legado africano en América. Parecía que muchas de estas reacciones se originaban en un deseo de polarizar los estudios
afroamericanistas reduciéndolos a una posición rotunda a favor o en contra de las retenciones culturales africanas. Por ejemplo, Mervyn Alleyne nos
apodó “creacionistas” y nos acusó de prestar una atención exagerada a la
creatividad cultural de los esclavos africanos en el Nuevo Mundo; empero, su
1
Para una excelente reseña bibliográfica de este periodo, véase Peter H. Wood, “ ‘I did
the best I could for my day’: The study of early Black history during the Second Reconstruction, 1960 to 1976”, William and Mary Quarterly, núm. 35, 1978, pp. 185-225. Para
una reseña de trabajos posteriores sobre la esclavitud, véanse Joseph C. Miller, Slavery:
A Worldwide Bibliography, 1900-1982, White Plains, Nueva York, Kraus International,
1985, y los suplementos en desarrollo de Miller, Larissa V. Brown, James V. Skalnik y
David F. Appleby, publicados en la revista Slavery and Abolition.
35
36
Sidney W. Mintz y Richard Price
propio libro llega a conclusiones parecidas a las nuestras.2 Daniel Crowley criticó severamente el texto “Afro-American Arts of the Suriname Rain Forest”,
de Sally y Richard Price, el cual desarrolla el acercamiento conceptual en un
contexto histórico particular, diciendo que “exagera demasiado un buen argumento”.3 Joey Dillard consideró que los autores no estaban “del todo del
lado de los ángeles”, y que sus argumentos eran “controversiales, si no es que
absolutamente heréticos”.4
Si bien este tipo de discurso teológico es menos común hoy en día, la
controversia continúa. Tras afirmar que la efectividad del libro “es atribuible a su marco teórico, metodología aplicada y análisis de los africanismos
del Nuevo Mundo”, Joseph Holloway concluye que “su limitación es que no
logra ver la aculturación y las retenciones africanas fuera del Caribe”.5 Un reciente encuentro entre el folclorista Charles Joyner y el historiador C. Vann
Woodward sugiere que la línea de combate aún se traza en casi el mismo sitio.
En un artículo de la Encyclopedia of Southern Culture, Joyner arguye siguiendo
una línea similar a la nuestra:
El proceso de cambio lingüístico proporciona un modelo para explicar otros
aspectos de la transformación de la cultura africana en afroamericana. Lo que
podría llamarse la “creolización de la cultura negra” involucra los principios
“gramaticales” inconscientes de la cultura, la “estructura profunda” que
genera patrones culturales específicos. Tales principios gramaticales sobrevivieron al Pasaje Medio y gobernaron la adaptación selectiva de elementos
de las culturas tanto africana como europea. Amontonados con otros individuos con quienes compartían una condición común de “servitud” y cierto
grado de coincidencia cultural, los esclavos africanos se vieron obligados a
crear una nueva lengua, una nueva religión y, en efecto, una nueva cultura.
2
3
4
5
Mervyn C. Alleyne, Roots of Jamaican Culture, Londres, Pluto Press, 1988, pp. 4-5, 17-23,
passim.
Daniel J. Crowley, reseña de S. y R. Price, “Afro-American Arts of the Suriname Rain
Forest”, African Arts, 16, 1981, pp. 27, 80-81.
J. L. Dillard, Black Names, La Haya, Mouton, 1976, pp. 10-11.
Joseph E. Holloway, “The origins of African-American culture”, en Joseph E.
Holloway (ed.), Africanisms in American Culture, Bloomington, Indiana University Press,
1990, p. xi. Dado que el subtítulo original del libro era A Caribbean Perspective, las críticas sobre nuestra delimitación geográfica nos parecen mal encauzadas.
Prefacio
37
Esta última frase en particular, muy parecida a un pasaje en nuestro propio libro, fue la que Woodward, con la “caballerosa tolerancia” que lo caracteriza, refutó en el New York Review of Books.6
***
Las presunciones, sin importar cuán inocentes, sobre lo que parece o no parece
(se siente o no se siente) culturalmente “africano” continúan plagando los
estudios afroamericanos, en ocasiones con un giro algo estrafalario. Existe
una foto particularmente evocadora del propio Herskovits que aparece en un tomo sobre la historia de la antropología y cuyo pie de foto dice:
“Melville Herskovits sosteniendo un artefacto religioso de África Occidental
en la Northwestern University, ca. 1935 (cortesía de los Archivos de la
Northwestern University)”. Sin embargo, el objeto sagrado que Herskovits
sostiene (así como el banco, el abanico de fuego, los objetos de madera en la
mesa que está delante suyo, incluso el banco sobre su cabeza) en realidad no
fue hecho en África Occidental, sino por cimarrones saramaka en Surinam
(donde Herskovits reunió estos objetos junto con su esposa Frances en 1928
y 1929), más de dos siglos después de que los antepasados de los saramaka
fueran arrancados por la fuerza de sus lugares de nacimiento en África Central
y Occidental. Herskovits, quien pasó gran parte de su vida tratando de dilucidar
las relaciones culturales entre África y América, probablemente aprobaría
que esta aclaración sobre el Viejo y el Nuevo Mundo quede asentada aquí.7
No obstante, durante los últimos veinte años se ha ido reconociendo
y admitiendo la importancia de concentrarse en el proceso del desarrollo de
las culturas afroamericanas, de examinar distintos tipos de combinaciones
y mezclas, como puede verse en obras tan diversas como Black Culture and
Black Consciousness de Lawrence Levine, The Signifying Monkey de Henry Louis
Gates, Africa’s Ogun de Sandra Barnes, o los ensayos en Africanisms in American
6
7
Charles Joyner, “Creolization”, en Charles Reagan Wilson y William Ferris (eds.),
Encyclopedia of Southern Culture, Chapel Hill, University of North Carolina Press,
1989, pp. 147-149; C. Vann Woodward, “The narcissistic South”, New York Review of
Books, 26 de octubre de 1989, pp. 13-14, 16-17; Charles Joyner, “Speaking Southern”,
New York Review of Books, 15 de febrero de 1989, pp. 52-53; C. Vann Woodward, ibid.
La foto y el pie de foto aparecen en Walter Jackson, “Melville Herskovits and the
search for Afro-American culture”, en George W. Stocking, Jr. (ed.), Malinowski, Rivers,
Benedict and Others: Essays on Culture and Personality, Madison, University of Wisconsin
Press, 1986, p. 96.
38
Sidney W. Mintz y Richard Price
Culture de Holloway.8 Incluso algunos de los estudiosos cuyos métodos criticamos más duramente en el ensayo original ahora incorporan una mayor
flexibilidad conceptual en su trabajo. Por ejemplo, Robert Farris Thompson
ahora escribe más sobre la “cultura callaloo” (una metáfora culinaria caribeña para mezcla) afroamericana que sobre retenciones africanas puras en
América.9 Su alumno, David Brown, comienza su tesis doctoral escribiendo
sobre la religión afrocubana:
Las elecciones creativas de líderes conscientes de sí mismos y sus dedicados partidarios han hecho posibles el surgimiento, el crecimiento y la
resistencia de las religiones afrocubanas en Cuba y Estados Unidos a pesar de los implacables esfuerzos oficiales por apropiárselas, controlarlas y
destruirlas. En la actualidad, las religiones afrocubanas deben su existencia a una historia de beneficios obtenidos de victorias difíciles, no de “supervivencias” pasivas, y su resistencia se debe tanto a transformaciones
innovadoras efectuadas en el Nuevo Mundo como a la conservación o
preservación de tradiciones africanas “puras”.10
M irabile dictu
El epítome de este cambio general puede observarse en la obra del historiador caribeño Edward Kamau Brathwaite, quien agregó las siguientes líneas a
la edición de 1981 de un trabajo publicado por primera vez diez años antes:
8
9
10
Lawrence W. Levine, Black Culture and Black Consciousness: Afro-American Folk Thought
from Slavery to Freedom, Nueva York, Oxford University Press, 1977; Henry Louis
Gates, Jr., The Signifying Monkey: A Theory of Afro-American Literary Criticism, Nueva
York, Oxford University Press, 1988; Sandra T. Barnes (ed.), Africa’s Ogun: Old World
and New, Bloomington, Indiana University Press, 1989.
“En la actualidad, florecen en nuestro planeta varias historias del arte, no sólo una. Lo
que los criollos hacen es mezclarlas. La noción de un solo canon ya desapareció. Que
venga el callaloo” (Robert Farris Thompson, “Recapturing heaven’s glamour: AfroCaribbean festivalizing arts”, en John W. Nunley y Judith Bettelheim (eds.), Caribbean
Festival Arts, Seattle, University of Washington Press, 1988, pp. 17-29.
David H. Brown, Garden in the Machine: Afro-Cuban Sacred Art and Performance in Urban
New Jersey and New York, tesis doctoral, Yale University, 1989.
Prefacio
39
Es por ello que, para los habitantes de las Indias Occidentales en busca
de su propia identidad, un estudio del periodo de los esclavos, y en especial un estudio de la cultura folclórica de los esclavos, resulta tan importante. Durante este periodo podemos ver cómo el africano, importado de
la zona de su “gran tradición”, se va estableciendo en un nuevo entorno,
utilizando las herramientas y memorias disponibles de su legado tradicional para poner en marcha algo nuevo, algo caribeño, pero que siga siendo
reconociblemente africano […] La tesis de este estudio […] es que está en
la naturaleza de la cultura folclórica del esclavo ex africano, que aún persiste hoy en día en la vida del “folk” contemporáneo, el que podamos discernir que el “pasaje medio” no fue, como es popularmente aceptado,
[sólo] una experiencia traumática y destructiva que arrancó a los negros
de África y desconectó su sentido de historia y tradición, sino que también
fue un camino o canal entre esta tradición y lo que está evolucionando en
una nueva tierra, en el Caribe.11
A instancias de colegas y estudiantes, hemos decidido publicar de nuevo
nuestro ensayo original, en gran parte sin cambios. Hemos puesto al día una
serie de referencias, sobre todo a nuestro propio trabajo; en algunos casos hemos modificado la terminología para ir acorde con las normas actuales (por
ejemplo, el término anglosajón “Bush Negro” se ha convertido en “cimarrón
de Surinam”, y “afroamericano” se ha convertido en “africano-americano”
cuando se refiere a individuos de origen africano en las Américas); y hemos
hecho varias alteraciones estilísticas menores. Si hubiéramos de reescribirlo
–o de escribir un trabajo análogo en la actualidad–, su forma de argumentación, así como los ejemplos mencionados, serían sin duda diferentes; la naturaleza tentativa del ensayo y su uso frecuente del subjuntivo serían sustituidos
por una mayor confianza; y se incorporaría un gran número de avances sustantivos en antropología, historia y lingüística. Sin embargo, ambos autores
seguimos creyendo en el mensaje programático central del ensayo. Dado que
el propio texto conserva cierta integridad histórica y cada uno de nosotros ha
desarrollado aspectos particulares de su argumento en trabajos posteriores,
hemos decidido dejarlo que brille por sí mismo.
Nuestro prefacio original, eliminado de esta nueva edición, comenzaba
con un epígrafe de Herskovits:
11
Edward Kamau Brathwaite, Folk Culture of the Slaves in Jamaica, ed. rev., Londres, New
Beacon Books, 1981, pp. 6-7.
40
Sidney W. Mintz y Richard Price
De manera bastante desconcertante, son quienes sostienen opiniones
extremas sobre los negros los que detectan la oportunidad de reafirmar
sus tesis particulares haciendo referencia al hecho de que en el Nuevo
Mundo se han conservado africanismos. El punto de vista adoptado por
la izquierda concibe a los negros de Estados Unidos como una “nación”
súbdita que sólo alcanzará una verdadera libertad y una ciudadanía plena cuando el establecimiento de una República Negra autónoma en el
sur permita la realización del genio inherente de este pueblo. ¿Qué mejor
base teórica para tal programa que un material que parece mostrar que los
negros americanos, bajo la piel, no son sino africanos cuyas tendencias raciales reprimidas les otorgarán, al ser liberadas, el impulso necesario para
dilucidar su propio destino? Al mismo tiempo, aquellos que se ubican
en la extrema derecha, que exhortan a la segregación social y económica de los negros americanos, también justifican su posición considerando los africanismos que se conservan en la vida negra americana. ¿No es
esto evidencia, dicen, de la inhabilidad de los negros de asimilar la cultura
blanca en un grado aceptable? Y, por lo tanto, ¿no deberíamos alentar a los
negros a desarrollar sus propios talentos “raciales” peculiares –siempre,
claro está, dentro de los límites de su “lugar” en la sociedad–?12
Estas palabras, escritas hace más de medio siglo, siguen siendo una poderosa advertencia.
Aquel prefacio lo concluimos con algunas reflexiones propias que continuamos defendiendo y que queremos repetir aquí.
Puesto que este ensayo aborda la evolución de las formas sociales y
culturales entre los africanos americanos bajo lo que fueron, y siguen
siendo, condiciones sociales fundamentalmente racistas y desiguales,
puede considerarse que todo lo que tratamos aquí posee un claro coeficiente político. En teoría, es posible analizar la organización doméstica
de los campesinos jamaiquinos, o las técnicas de tallado en madera entre
los cimarrones saramaka, o la fiesta de Santiago Apóstol en Loiza, Puerto
Rico, sin necesidad de tener presente en todo momento el significado político de las conclusiones. En teoría. En la práctica, del mismo modo en
que la investigación antropológica en general se vuelve cada día más significativa en sus implicaciones humanas y políticas, así la investigación
12
Melville J. Herskovits, Life in a Haitian Valley, Nueva York, Knopf, 1937, pp. 303-304.
Prefacio
41
antropológica que aborda la experiencia y las percepciones cotidianas de
los africanos americanos debe volverse parte integral del ambiente ideológico de la vida contemporánea. Bajo estas circunstancias, resulta vital
que antropólogos como nosotros dejemos lo que estamos tratando de
hacer tan claro como nos sea posible.
En este ensayo, pedimos una “mayor sutileza analítica y más investigación
sociohistórica” y proponemos algunas ideas para ilustrar por qué consideramos estas necesidades primordiales en este momento en el campo de la antropología africano-americana. Sin embargo, en palabras de uno de nuestros más
honestos, amistosos y valiosos críticos, “la necesidad de una interpretación
sutil no debería utilizarse para minimizar la opresión y explotación descaradas”. Estamos categóricamente de acuerdo. También tenemos la profunda
convicción de que la naturaleza de la opresión, si bien es obvia en sus formas más conocidas, implica igualmente sutilezas, entre las cuales se cuenta el
modo en que divide y confunde a estudiosos honestos al perpetuar la suspicacia y el temor. La prueba de nuestras ideas y resultados, como sugerimos en
la conclusión, “deberían depender más de la labor de la investigación histórica y antropológica que de sus bases lógicas, ideológicas o sentimentales […]
El hecho ineludible en el estudio de la América africana es la humanidad de
los oprimidos y la inhumanidad de los sistemas que los oprimieron”. Que dicha opresión de ningún modo ha terminado debería quedar claro para todos,
como lo queda para nosotros.
R econociMientoS
a primera versión de este libro se presentó en forma de un ensayo que
fue leído en el Schouler Lecture Symposium, “Sociedades criollas en
América y África”, llevado a cabo en la primavera de 1973. El profesor Jack
P. Greene y sus colegas del Departamento de Historia de la Johns Hopkins
University nos ofrecieron la oportunidad de participar en dicho simposio.
Roger Abrahams, Roy S. Bryce-Laporte, Stanley Engerman, Jerome
Handler, Franklin Knight, Barbara Kopytoff, Linda Marks, Sally Price,
Raymond T. Smith, John Szwed y el finado William Willis, amablemente, nos
hicieron útiles comentarios sobre los primeros borradores.
El trabajo de Price fue respaldado en parte por una beca otorgada por
el Comité Mixto de Estudios Latinoamericanos del Consejo de Investigación en Ciencias Sociales y el Consejo Americano de Sociedades Científicas.
El trabajo de Mintz fue completado durante su estancia en el Instituto para
Estudios Avanzados, Princeton.
43
i ntRoducción
E
ste ensayo ofrece un acercamiento antropológico general al estudio de
la historia de la cultura africano-americana. En él examinamos los principios del asentamiento de los africanos en el Nuevo Mundo, en oposición al
de las poblaciones europeas, y comparamos dicho asentamiento, visto como
una especie de “punto de partida”, con las formas que las comunidades africano-americanas adoptarían más adelante.
Ningún grupo, sin importar qué tan bien equipado esté o qué tan libre
de elegir sea, puede transferir su forma de vida, así como las creencias y valores que la acompañan, de un escenario a otro sin cambios. Las condiciones
de transferencia, así como las características del entorno anfitrión, tanto
humanas como materiales, limitarán de manera inevitable la variedad y fuerza
de las transferencias efectivas. Se da casi por sobreentendido que europeos y
africanos participaron de maneras muy diferenciadas en el proceso de asentamiento del Nuevo Mundo. Si bien en un principio pudiera parecer que la
continuidad y la fuerza de los materiales culturales transferidos tuvieron un
peso mucho mayor a favor de los europeos que de los africanos, sostenemos
que un estudio más elaborado del contenido de los materiales transferidos no
lograría sustentar una conclusión tan simplista. Las ventajas de la libertad de
que los europeos disfrutaban no podía garantizar un éxito mayor en la transmisión cultural, aun cuando la libertad facilitara el mantenimiento de algunas
formas culturales. A pesar de esto, creemos que la naturaleza de las transferencias y sus transformaciones posteriores pueden denotar en ocasiones una
mayor continuidad en el caso de la América africana que en el de la europea,
considerando las circunstancias extremas y entornos hostiles en que ocurrieron dichas transferencias.
Existen algunas diferencias evidentes entre las formas en que africanos
y europeos participaron en el poblamiento del Nuevo Mundo. En su mayor
parte, el asentamiento europeo corrió a cargo de grupos de colonos que
representaban tradiciones culturales nacionales particulares –ingleses, holandeses, franceses, etcétera–. Es bien sabido que dichos grupos eran originarios
de una provincia o región específica, lo cual le confería un carácter provincial
al asentamiento. Así, en muchos casos podría demostrarse que esta o aquella
nueva colonia debía su carácter distintivo a Normandía o Guyenne, y no a
Francia. Sin embargo, los africanos esclavizados fueron extraídos de distintas
45
46
Sidney W. Mintz y Richard Price
partes del continente africano, de numerosos grupos étnicos y lingüísticos,
y de diferentes sociedades en las distintas regiones. Algunos estudiosos han
afirmado –creemos que con buenas razones– que aquellos africanos compartían ciertas interpretaciones y suposiciones culturales subyacentes, en la
medida en que sus sociedades estaban relacionadas entre sí, tanto históricamente como en virtud de su intenso contacto. También se han identificado otras unidades y continuidades de un tipo más específico, algunas de las
cuales examinaremos aquí. Empero, no creemos que pueda decirse que los
africanos esclavizados y transportados al Nuevo Mundo hayan compartido una cultura, en el sentido en que, decimos, lo hicieron los colonos europeos de una colonia particular. Las diferencias en la escala de organización
y en el grado de homogeneidad regional aún deben analizarse al trazar esta
distinción. Aun cuando nuestro argumento en este punto sea provisional, habremos de plantearlo, reconociendo los riesgos que ello conlleva. Entonces,
un primer contraste, que desarrollaremos y matizaremos más adelante, es
aquel entre la cultura relativamente homogénea de los europeos en el asentamiento inicial de cualquier colonia del Nuevo Mundo y los legados culturales
relativamente diversos de los africanos en el mismo entorno.
Un segundo contraste importante, de nuevo obvio pero esencial, tiene
que ver con el estatus de los migrantes en el marco del Nuevo Mundo. No
todos los africanos que llegaron al Nuevo Mundo entre 1492 y la década de
1860 eran esclavos, ni todos los europeos que llegaron al mismo lugar en el
mismo periodo eran libres. Sin embargo, la mayoría de los europeos sí llegaron como hombres y mujeres libres, o alcanzaron su libertad, mientras
que la mayoría de los africanos eran prisioneros esclavizados y sus descendientes siguieron siendo esclavos, en algunos casos por varias generaciones
sucesivas. En palabras algo diferentes, la colonización del Nuevo Mundo
dentro del marco institucional fue una empresa europea; la esclavitud fue
un mecanismo fundamental para garantizar la mano de obra necesaria para
consolidar dicha colonización. Estas diferencias de estatus y poder implicaron que muchos problemas de continuidad o reordenamiento cultural que a
primera vista eran similares cobraran significados muy distintos. Por ejemplo, en muchas colonias del Nuevo Mundo, tanto los grupos europeos como
los africanos estaban compuestos predominantemente de hombres en un
principio. No obstante, la diferencia esencial era que los colonos europeos
podían influir de manera significativa en la migración de mujeres, tanto de
Europa como de la propia África, así como también podían ejercer un control considerable sobre las formas en que las mujeres, tanto europeas como
Introducción
47
africanas, eran repartidas socialmente. De allí que la escasez crónica de mujeres afectara el desarrollo de la sociedad colonial de maneras algo distintas
para los hombres libres y los esclavizados, así como para los nacidos en el
extranjero y los nacidos en el Nuevo Mundo, tanto esclavos como libres.
Dado que los pobladores europeos por lo general tenían un monopolio
del poder policiaco y militar, podría inferirse que fueron ellos quienes pudieron establecer nuevas instituciones siguiendo las líneas de su carácter original
–es decir, europeo–. Si bien no consideramos que esta inferencia se justifique
sin un gran número de matices, y si bien creemos (como ya insinuamos) que en
ocasiones la fidelidad a tradiciones antiguas puede haber sido más fácil para
los individuos negros esclavizados que para los blancos, es un hecho que los
europeos podían establecer y desarrollar sistemas legales, económicos, de
educación, instituciones religiosas, entre otras muchas cosas, con medios que
los esclavos no tenían.
En este sentido es menester mencionar dos puntos. En primer lugar,
muchos de los sirvientes en algunos asentamientos nuevos (como en el caso
de Barbados y Martinica, a principios del siglo xvii) eran europeos o, como
también ocurrió en Barbados, amerindios.1 Por supuesto, en el caso de los
europeos obligados por contrato a ser sirvientes, ellos y sus amos compartían
gran parte de su pasado, en términos de lengua y de ciertas creencias y
valores, lo cual ayudaba a reducir la diferencia de estatus entre los que tenían
el poder y los que no. Sin embargo, cuando los amos eran europeos y sus trabajadores africanos, las diferencias de estatus y poder se veían reafirmadas
no sólo por las diferencias físicas, sino también por las diferencias culturales
–sobre todo al principio–. En segundo lugar, la mayor diversidad que le atribuimos a los migrantes africanos no significaba por fuerza que las culturas de
los poderosos fueran a sobrevivir inevitablemente en forma más intacta que
las de los africanos esclavizados bajo su control. Empero, las dos situaciones
implicaban diferencias muy sustanciales en la manera en que las nuevas formas culturales podían desarrollarse en el marco del Nuevo Mundo.
1
A. P. Newton, The European Nations in the West Indies, 1493-1688, Londres, A. y C. Black,
1933; V. T. Harlow, A History of Barbados, 1625-1685, Oxford, Oxford University
Press, 1926; Gabriel Debien, “Les engagés pour les Antilles (1634-1715)”, Revue
d’Histoire des Colonies, núm. 38, 1951, pp. 7-277; Jerome S. Handler, “The Amerindian
slave population of Barbados in the seventeenth and early eighteenth centuries”,
Caribbean Studies, vol. 8, núm. 4, 1969, pp. 38-64.
48
Sidney W. Mintz y Richard Price
El asentamiento, crecimiento y consolidación de colonias europeas pobladas cada vez más por africanos esclavizados y transportados dieron por
resultado el establecimiento de sociedades profundamente divididas en
cuanto a cultura, tipo físico percibido, poder y estatus. Por lo general, dichas
sociedades consistían en pequeñas minorías de europeos y sus descendientes, que ejercían el poder sobre amplias mayorías de africanos y sus descendientes. No estamos predicando con base en esta afirmación un modelo de
separación total entre los sectores de hombres libres y esclavos (o euroamericanos y africano-americanos). En realidad, la interpenetración de estos sectores plantea una de las preguntas más interesantes y enigmáticas que deben
sopesarse al examinar el crecimiento y carácter de las llamadas sociedades
criollas. Pero el ideal institucional de los amos europeos era una sociedad colonial en la que no ocurriera una interpenetración semejante, pues una fusión
o un cruce de límites de cualquier tipo podía llegar a erosionar los principios
de coerción sobre los cuales descansaba todo el proyecto colonial. Aunque
pocas veces se ha expresado de manera explícita, queda claro que los colonos
europeos deseaban la “aculturación” de las poblaciones esclavas y su aceptación total de su estatus de esclavos –y seguramente muchos creían que ello
se lograría con los métodos adecuados, una disciplina implacable y el tiempo
suficiente–.
De esto se desprende que el establecimiento de instituciones europeas
no tuviera la intención de facilitar la asimilación de los esclavos a un estatus civil
similar al de los europeos, sino más bien la de cubrir las necesidades de los
propios pobladores europeos. Si bien las obligaciones de “civilizar” a los esclavos a menudo eran percibidas como reales –e incluso, en ocasiones, como requisito moral–, era, en efecto, raro que un poder colonial supusiera que ello
podría lograrse mediante instituciones que pudieran servir de manera simultánea a africanos esclavizados y europeos libres. Hubo importantes excepciones, pero la regla apuntaba en otra dirección.
La separación impuesta entre los sectores europeo libre y africano esclavizado condujo, casi desde el principio, a la creación de sistemas sociales marcados por diferentes escalas de estatus, diferentes códigos de conducta y
diferentes representaciones simbólicas para cada sector. En apariencia, el surgimiento de sectores de libertos a medio camino entre los europeos libres y los
esclavos africanos era inevitable. Ello constituye una de las áreas problemáticas
más críticas en el estudio histórico de las sociedades africano-americanas.
Idealmente, no existiría ninguna coincidencia entre hombres libres y esclavos, ni siquiera entre los estatus más bajos de los hombres libres y los más
Introducción
49
altos entre los libertos. Decimos “idealmente” porque se trata de un ideal que
ninguna sociedad colonial ha alcanzado en la práctica. Sin embargo, dado
que nuestro interés se centra en cierta medida en las formas particulares
en que la “esclavocracia” idealizada fracasó –en las contradicciones, reales e
implícitas, de dicha concepción–, buscamos mantener separados el ideal y lo
real al plantear nuestro argumento.
1. e l Modelo del encuentRo
as discusiones de los orígenes y el crecimiento de las sociedades africanoamericanas en el Nuevo Mundo suelen involucrar un modelo, implícito
o explícito, de las formas en que ocurrieron los encuentros entre africanos
y europeos y sus consecuencias. En general, este modelo plantea la existencia de dos “culturas”, una africana y una europea, que entran en contacto
en el Nuevo Mundo a través de los colonos blancos y los esclavos negros.
Debido a su simplicidad un tanto engañosa, dicho modelo requiere que el investigador elija entre dos “explicaciones” claras, aunque cuestionables, del
lado africano de la ecuación. Para pensar en una cultura “africana” que entra
en contacto con una cultura europea, los estudiosos se han visto obligados
ya sea a (1) proponer la existencia de un “legado” cultural generalizado de
África Occidental que los africanos de distintos orígenes aportaron a una
colonia dada; o (2) argumentar que la mayoría de los africanos de dicha colonia provenían de una “tribu” o grupo cultural particular. Nosotros plantearemos que, en cualquiera de sus versiones, este modelo necesita de una seria
reconsideración. Desde nuestra perspectiva, la noción de un tipo de legado oesteafricano común requiere de un refinamiento adicional, aun cuando
ello aumente inevitablemente las dificultades que enfrenta el afroamericanista orientado a la historia. De igual manera, investigaremos las bases fácticas
para atribuir una homogeneidad étnica relativa a los africanos introducidos
en cualquier colonia del Nuevo Mundo.
Ya hemos sugerido un contraste fundamental entre los europeos y los africanos que llegaron a una colonia particular; argumentamos que los primeros
tenían una cultura relativamente homogénea, mientras que los segundos provenían de diversas culturas y sociedades y hablaban diferentes lenguas, las cuales a
menudo eran ininteligibles entre sí. En general, los colonos europeos en asentamientos específicos –la Jamaica inglesa, el Santo Domingo francés, la Cuba
española, etcétera– provenían de una tierra natal común, aun cuando sus orígenes regionales y clases sociales solieran variar. Más aún, los habitantes de
colonias con europeos de varios países distintos, con frecuencia mantenían
una separación étnica entre sí.1 Por el contrario, no era común que grupos de
1
H. Hoetink, The Two Variants in Caribbean Race Relations, Londres, Oxford University
Press, 1967, pp. 111 ss.
51
52
Sidney W. Mintz y Richard Price
africanos pertenecientes a una cultura específica pudieran viajar juntos o que
un número importante de ellos pudiera establecerse en un mismo lugar en el
Nuevo Mundo. Ésta es una de las razones que nos lleva a pensar que no es
posible decir que los africanos traídos a alguna colonia específica del Nuevo
Mundo tuvieran una sola cultura colectiva que transportar. Si definimos
“cultura” como un cuerpo de creencias y valores socialmente adquiridos y
modelados que sirven a un grupo organizado (una “sociedad”) como guías
de conducta, entonces el término no puede aplicarse sin cierta distorsión a los
diversos legados de aquellas masas de individuos esclavizados, separados de
sus entornos políticos y domésticos respectivos, que fueron transportados al
Nuevo Mundo en cargamentos más o menos heterogéneos.2
A menudo se ha señalado que las culturas y sociedades de las zonas de
África proveedoras de esclavos eran (y son) en muchos aspectos “similares”, o
bien, que estaban relacionadas entre sí debido a sus orígenes últimos, en muchos
casos comunes, o a siglos o incluso milenios de contacto intermitente, aunque
intenso, y su influencia mutua. Se dice que forman, en ciertas maneras, una
“zona cultural” cuando se comparan con otras partes del continente africano.
El finado Melville J. Herskovits es el defensor mejor conocido del modelo que
estamos discutiendo y podemos tomar su formulación como ejemplar. Si bien
la concepción de Herskovits de la unidad cultural de África Occidental no era
muy sistemática, la mayoría de los elementos comunes que le servían de base
para describirla eran de un solo tipo: formas sociales y culturales manifiestas o
explícitas como “patrilocalidad”, “agricultura de azada”, “propiedad colectiva
de la tierra”, etcétera.3 El conocimiento cada vez mayor de la complejidad
cultural oesteafricana sugiere que muchos de estos “elementos”, “rasgos” o
“complejos” culturales oesteafricanos supuestamente extendidos o universales
no están tan extendidos como Herskovits pensaba. De hecho, parece justo
decir que muchos africanistas tenderían a poner énfasis en la variación
intercultural en este nivel de forma cultural y a argumentar que un legado
generalizado del tipo que Herskovits postulaba para los africano-americanos
2
3
La homogeneidad o heterogeneidad cultural relativa de los pueblos africanos en sus
tierras ancestrales, en comparación con la de los europeos, no es materia de discusión
aquí. Lo que buscamos destacar es que los africanos esclavizados eran separados de
forma aleatoria (o, en algunos casos, incluso deliberadamente heterogeneizados) por
la esclavización, el transporte y el acondicionamiento, de tal modo que su experiencia
inicial del Nuevo Mundo fuera muy distinta de la europea.
Melville J. Herskovits, The Myth of the Negro Past, reimp., Boston, Beacon Press, 1990
[1941], pp. 81-85.
El modelo del encuentro
53
probablemente no existe.4 Sin embargo, creemos que nuestra crítica cuestiona
menos la “unidad” de África Occidental (y Central) como una amplia zona cultural que los “niveles” en que debería buscarse la confirmación de la unidad
postulada.
Un legado cultural africano, ampliamente compartido por los individuos
importados hacia cualquier nueva colonia, deberá definirse en términos menos concretos, concentrándose más en los valores y menos en las formas
socioculturales, e incluso tratando de identificar principios “gramaticales”
inconscientes que pudieran subyacer tras las respuestas conductuales y
darles forma. En primer lugar, pediríamos una revisión de lo que Foster ha
llamado “orientaciones cognitivas”:5 por un lado, suposiciones básicas sobre
las relaciones sociales (qué valores motivan a los individuos, cómo se interactúa con los otros en situaciones sociales, y cuestiones de estilo interpersonal) y, por el otro, suposiciones y expectativas básicas sobre la forma en que
el mundo funciona desde el punto de vista fenomenológico (por ejemplo,
creencias sobre la causalidad y cómo se revelan causas particulares). Podríamos argumentar que ciertas orientaciones comunes frente a la realidad tienden
a enfocar la atención de los miembros de las culturas oeste y centroafricanas
en tipos similares de acontecimientos, aun cuando las maneras de tratar estos
acontecimientos parezcan muy diversas en términos formales. Por ejemplo,
los yoruba “deifican” a sus gemelos, rodeando sus vidas y sus muertes de
4
5
Véanse, por ejemplo, P. C. Lloyd, Africa in Social Change, Baltimore, Penguin, 1972, pp.
25-27; T. O. Ranger, “Recent developments in the study of African religious and cultural history and their relevance for the historiography of the Diaspora”, Ufahamu,
vol. 4, núm. 2, 1973, pp. 17-34. M. G. Smith ofrece una de las afirmaciones más extremas de esta posición: “los tipos de ambigüedad que se esconden tras el concepto unitario de la herencia africana son realmente grandes. [Éste] presupone una uniformidad
y unicidad de las culturas africanas que la etnografía no sostiene. [Existen] marcadas
disimilitudes culturales dentro de las regiones oesteafricanas de las que desciende gran
parte de los negros caribeños. Aun cuando la influencia del islam en esta zona queda
excluida, existen diferencias culturales lo suficientemente importantes como para
hacer de cualquier referencia o definición de un patrón cultural como característico
de esta zona algo altamente sospechoso” [M. G. Smith, “The African heritage in the
Caribbean”, en V. Rubin (ed.), Caribbean Studies: A Symposium, Seattle, University of
Washington Press, 1957, pp. 36, 39-40].
George M. Forster, “Peasant society and the image of limited good”, American Anthropologist, núm. 67, 1965, pp. 293.
54
Sidney W. Mintz y Richard Price
complejos rituales,6 mientras que los cercanos igbo destruyen a los gemelos
de manera sumaria cuando nacen.7 Sin embargo, ambos pueblos parecen estar respondiendo al mismo conjunto de principios subyacentes generalizados y relacionados con el significado sobrenatural de nacimientos inusuales.
De igual manera, el estudio comparativo de las actitudes y expectativas de los
individuos sobre el cambio sociocultural (por ejemplo, orientaciones hacia la
“aditividad” en relación con elementos extranjeros, o expectativas sobre el
grado de dinamismo interno en la cultura propia) podrían revelar consistencias subyacentes interesantes. De manera más general, para casi cualquier
aspecto de la cultura, es probable que se pudieran identificar principios abstractos generalizados en la región. Por ejemplo, aun cuando la “brujería”
figure de manera importante en la vida social de un grupo y esté ausente en
la de su vecino, ambos pueblos podrían aceptar el muy difundido principio
africano de que el conflicto social puede producir enfermedades o desgracias
(mediante mecanismos que los occidentales clasifican de “sobrenaturales” y
de entre los cuales la brujería es sólo una variante). Estamos conscientes de
que resultará difícil revelar los principios subyacentes en muchos aspectos de la vida. No obstante, los estudiosos han comenzado seriamente a tratar de
definir las similitudes percibidas en el estilo de canciones africano (o africano-americano), el arte gráfico, los hábitos motores, etcétera.8
Con base en estas investigaciones, parece razonable suponer que, si las similitudes percibidas son reales, deben existir principios subyacentes (los cuales a menudo serán inconscientes) que sean susceptibles de identificación,
6
7
8
Robert F. Thompson, Black Gods and Kings, Occasional Papers of the Museum and
Laboratories of Ethnic Arts and Technology, Los Ángeles, University of California,
1971, cap. 13, pp. 1-5.
Victor C. Uchendu, The Igbo of Southeast Nigeria, Nueva York, Holt, Rinehart and
Winston, 1965, p. 58.
Véanse, por ejemplo, Alan Lomax, “The homogeneity of African-Afro-American
musical style”, en N. Whitten y J. Szwed (eds.), Afro-American Anthropology, Nueva
York, Free Press, 1970, pp. 181-201; Alan P. Merriam, “African music”, en William R.
Bascom y Melville J. Herskovits (eds.), Continuity and Change in African Cultures, Chicago,
University of Chicago Press, 1959, pp. 49-86; J. H. Kwabena Nketia, “African music”,
en E. P. Skinner (ed.), Peoples and Cultures of Africa, Garden City, Natural History Press,
1973, pp. 580-599; Robert P. Armstrong, The Affecting Presence, Urbana, University of
Illinois Press, 1971; Robert F. Thompson, “An aesthetic of the cool: West African
dance”, African Forum, vol. 2, núm. 2, 1996, pp. 85-102; Roger D. Abrahams, “The
shaping of folklore traditions in the British West Indies”, Journal of Inter-American
Studies, núm. 9, 1967, pp. 456-480.
El modelo del encuentro
55
descripción y confirmación. Al considerar las continuidades culturales africano-americanas, bien podría ser que los elementos más formales
destacados por Herskovits ejercieran una menor influencia en las incipientes instituciones de los africanos recientemente esclavizados y transportados
que sus suposiciones básicas comunes sobre las relaciones sociales o el funcionamiento del universo.
Al menos en teoría, el propio Herskovits aprobaba este enfoque. En alguna ocasión, sugirió explícitamente una analogía entre las “similitudes en
la gramática de la lengua en toda la región oesteafricana [y] lo que podría
denominarse la gramática de la cultura”.9 En otro lugar, discutiendo las estrategias de investigación afroamericanas, indicó que “gran parte de la conducta
socialmente sancionada se aloja en un plano psicológico que se halla por debajo
del nivel de la conciencia”, y sugirió que, por lo tanto, debía prestarse mayor atención al estudio de los “hábitos motores”, “patrones estéticos”, “sistemas de
valores”, etcétera.10 De igual forma, Simpson, escribiendo de manera programática, mostró estar consciente de que “en la situación aculturadora […]
los principios filosóficos y las actitudes psicológicas suelen ser más persistentes y tenaces [que las formas culturales] porque [pueden] existir por debajo
del nivel de la conciencia”.11 Sin embargo, a pesar de estas declaraciones, ni
Herskovits ni sus alumnos llegaron mucho más lejos del nivel de las formas
manifiestas y las creencias explícitas cuando en efecto trataron de enumerar
las características compartidas de los pueblos de África.
Comentando la situación en el Nuevo Mundo, Dalby escribe:
Es obvio que a los americanos negros se les impidió conservar en América del Norte el gran número de instituciones culturales y costumbres
tradicionales africanas que ha sobrevivido en el Caribe y en América del
Sur. Empero, ha sido menos obvio para los observadores externos que los
americanos negros han logrado preservar en gran medida su “carácter”
9
10
11
Melville J. Herskovits, Myth of the Negro Past, Boston, Beacon Press, p. 81.
Melville J. Herskovits, “Some psychological implications of Afroamerican studies”,
en Sol Tax (ed.), Acculturation in the Americas, Chicago, University of Chicago Press,
1952, pp. 153-155. [El subrayado es original.]
George E. Simpson, “Afro-American religions and religious behavior”, Caribbean
Studies, vol. 12, núm. 2, 1972, pp. 12.
56
Sidney W. Mintz y Richard Price
africano en el nivel mucho más profundo y fundamental de las relaciones
interpersonales y comportamiento expresivo.12
Nos encontramos, pues, frente a una creciente conciencia de la necesidad de definir y describir los aspectos de este nivel profundo del legado
africano, si bien aún nos falta mucho para alcanzar dicho objetivo. Algunos
trabajos etnográficos recientes en África resultan prometedores en cuanto
a la posible comprensión de los tipos de principios sobre los cuales deberá
construirse un modelo semejante, aunque tendremos que ser muy cautelosos
al proyectar los resultados actuales hacia atrás en el tiempo.
Una dificultad evidente de nuestra propuesta es que los antropólogos
han prestado relativamente poca atención a temas como las orientaciones
cognitivas o el estilo interpersonal y, cuando lo han hecho, pocas veces lo han
hecho bien. Sin embargo, creemos que esta negligencia tiene menos que ver
con la importancia que dichos conceptos deberían tener en la descripción
(etnológica) cultural que con la pobreza de nuestras herramientas conceptuales. Nuestra falta del conocimiento íntimo necesario de una sociedad para
describir los conceptos de determinismo o estética de un pueblo, por ejemplo, presenta un marcado contraste con nuestra habilidad de analizar un tema
antropológicamente más convencional, como sus patrones de residencia.
Entonces, si ha habido una tendencia a definir las similitudes entre las culturas y sociedades oesteafricanas en términos de elementos menos abstractos,
sentimos que ello ha sido en gran medida una función de la naturaleza de las
preocupaciones antropológicas tradicionales.
No proponemos abordar la historia intelectual de la antropología estadounidense, pero quizá resulta justo apuntar que Herskovits, el distinguido antropólogo pionero de Afroamérica en Estados Unidos, se formó en
antropología histórica norteamericana. Esta escuela ponía un importante –y justificable– énfasis en la recuperación del pasado, en especial entre
los pueblos indígenas norteamericanos. Tal enfoque respaldó con entusiasmo el desarrollo de técnicas para la clasificación de aspectos de cultura y la
descripción geográfica de similitudes y diferencias entre “zonas culturales”.13
12
13
David Dalby, “The African element in African English”, en T. Kochman (ed.), Rappin’
and Stylin’ Out: Communication in Urban Black America, Urbana, University of Illinois
Press, 1972, p. 173.
Véase, por ejemplo, Alfred L. Kroeber, “Cultural and Natural Areas of Native North
America”, University of California Publications in American Archeology and Ethnology, núm.
El modelo del encuentro
57
Los primeros estudios sobre los pueblos indígenas de América del Norte,
por ejemplo, prestaron una gran atención a las técnicas para conseguir comida y a los alimentos principales, y dividieron el continente en regiones
alimentarias y ambientales. Herskovits dedicó sus estudios iniciales sobre
África a definir y describir sus “zonas culturales”, en particular la llamada
“zona ganadera de África Oriental”.14 En sus trabajos posteriores, Herskovits prestó una cuidadosa atención a la utilidad de clasificar la cultura en
términos de elementos, complejos, zonas, etcétera.15 No es nuestra intención ignorar la importancia de esas investigaciones, ni afirmar que estudiosos
como Herskovits y Kroeber no conocían las limitaciones de su metodología. No obstante, a nuestro parecer, era inevitable que tales trabajos pudieran conducir a una visión algo mecánica de la cultura y restar énfasis a los
procesos de cambio y diversificación. El propio Herskovits a menudo discutió estos procesos de manera general y fue una de las figuras principales en
el desarrollo de una teoría de la aculturación cuyo objetivo fuera explicar la
naturaleza del cambio.16 Sin embargo, la tendencia clasificatoria se reafirmó
reiteradamente en sus ensayos programáticos,17 y la tarea de combinar una
teoría del cambio con un sistema de clasificación cultural para Afroamérica
aún debe llevarse a cabo.
Como sea que uno elija definir un “legado” africano generalizado compartido por los esclavos transportados a cualquier colonia del Nuevo Mundo,
ya hemos indicado nuestras reservas sobre tratarlo como “una cultura”.
Concebimos la cultura como algo relacionado de cerca con las formas institucionales que la articulan. En contraste, la noción de un legado africano
compartido sólo cobra sentido en un contexto comparativo, cuando
preguntamos qué rasgos podrían haber tenido en común los diversos siste-
14
15
16
17
38, Berkeley, University of California Press, 1939.
Melville J. Herskovits, “A preliminary consideration of the culture areas of Africa”,
American Anthropologist, núm. 26, 1924, pp. 50-63.
Véase, por ejemplo, Melville J. Herskovits, Man and His Works, Nueva York, Knopf,
1948.
Melville J. Herskovits, Acculturation: The Study of Culture Contact, Nueva York, J. J. Augustin,
1938; Melville J. Herskovits, “Introduction”, en Sol Tax (ed.), Acculturation in the Americas,
pp. 48-63; Robert Redfield, Ralph Linton y Melville J. Herskovits, “Memorandum for the
study of acculturation”, American Anthropologist, núm. 38, 1936, pp. 149-52.
Véase, por ejemplo, Melville J. Herskovits, “Problem, method and theory in Afroamerican studies”, Afroamérica, núm. 1, 1945, pp. 5-24.
58
Sidney W. Mintz y Richard Price
mas culturales de África Occidental y Central, si es que dichos rasgos existieron. Desde una perspectiva transatlántica, esos principios, suposiciones
e interpretaciones culturales profundos que compartían los africanos en
cualquier colonia del Nuevo Mundo –en general, un conjunto étnicamente
heterogéneo de individuos– habrían sido un recurso limitado pero crucial.
Podrían haber ser vido de catalizadores en los procesos de creación de nuevas
instituciones por parte de individuos de distintas sociedades, del mismo modo
en que podrían haber ofrecido ciertos marcos para el desarrollo de nuevas
formas. Empero, más adelante argumentaremos que a pesar de la probable
importancia de esos principios generalizados, los africanos, en cualquier
colonia del Nuevo Mundo, se convirtieron de hecho en una “comunidad” y
comenzaron a compartir una “cultura” sólo en la medida en que, y tan rápido
como, ellos mismos las crearon.
Ya hemos indicado que existe una segunda forma abreviada de abordar la
heterogeneidad étnica de los africanos, dentro del mismo modelo bipartito de
contacto cultural. Ésta postula una conexión entre algún pueblo africano particular y alguna colonia o sociedad del Nuevo Mundo y sostiene que gran
parte del contenido africano de la cultura en cuestión del Nuevo Mundo puede
conectarse con esa sociedad africana específica: Surinam o Jamaica con los
ashanti, Haití con los dahomeyanos, etcétera. Sin embargo, demasiadas veces
las conexiones históricas se infieren simplemente de unas cuantas similitudes formales, como elementos léxicos, por ejemplo, que desempeñan un papel
importante en la “documentación” de supuestas relaciones. Los peligros de
comparar las culturas de la Jamaica contemporánea con los ashanti contemporáneos deberían ser bastante obvios, al igual que las dificultades para comparar lo
que se conoce de la cultura de los esclavos en la Jamaica colonial con lo que puede recuperarse históricamente sobre los pueblos ashanti del siglo xviii.
Parece evidente que estudios comparativos de esta clase ya no pueden
ignorar la necesidad de demostrar la conexión histórica (en el sentido en que
los historiadores y etnólogos de mentalidad histórica utilizarían el término).
Ciertamente, la presencia de algún rasgo de comportamiento común entre
jamaiquinos y ghaneses contemporáneos no puede tomarse como prueba de
tal conexión. En este sentido, no nos sorprende que algunos estudios recientes
que comienzan con la proveniencia y demografía de los esclavos (y no con
conexiones históricas inferidas de similitudes culturales) tiendan a sugerir
que los esclavos transportados a una colonia dada fueran más étnicamente heterogéneos de lo que antes se creía. En Haití, por ejemplo, existen ahora indicaciones cuantitativas de que los esclavos de África Central podrían
El modelo del encuentro
59
haber superado en número a los de Dahomey.18 En The Atlantic Slave Trade:
A Census, Curtin, basándose en gran parte en Debien, concluye que casi la
mitad de las importaciones totales de esclavos a Santo Domingo en el siglo
xviii provenía de Angola, y sólo unos porcentajes mucho menores correspondían a otras regiones.19 Girod, también con base en Debien, llega a las
siguientes conclusiones: en el periodo que va de 1756 a 1767, una tercera
parte de los esclavos del comercio a Santo Domingo eran “congos”, una
cuarta parte “aradas”, una quinta parte “bambaras y senegaleses” y una sexta
parte “nagos e ibos”. Entre 1780 y 1792, continúa, una sexta parte eran “congos”, mientras que otra sexta parte consistía de esclavos de la “costa de los
esclavos”, Nigeria y Dahomey.20 Fouchard cuestiona la tendencia a razonar
en retrospectiva hacia Dahomey a partir de un análisis del vudú:
La hipótesis es atractiva, pero no se sostiene. Entre otras cosas, la contradicen los detalles, pues los inventarios de la plantación atestiguan, por un
lado, el predominio de congoleses entre los fugitivos y, por el otro, no
ofrecen evidencias de que Santo Domingo se haya poblado –en ningún
periodo– con importaciones sustanciales de dahomeyanos, sino más bien
de aradas en general, y no sólo de Dahomey que, por cierto, era bastante
hostil a la trata de esclavos.21
De igual forma, en Surinam, las investigaciones de las últimas dos décadas han revelado que existía una heterogeneidad étnica mucho mayor y un
balance étnico muy diferente de lo que se había aceptado con anterioridad.
18
19
20
21
Véanse Dieudonné Rinchon, Le trafic négrier, Bruselas, Atlas, 1938; Gabriel Debien,
“Les origines des esclaves des Antilles”, Bulletin de l’Institut Français d’Afrique Noire, serie
B, vol. 23, núms. 3-4, 1961, pp. 363-387; ibid.,“Les origines des esclaves des Antilles”,
Bulletin de l’Institut Français d’Afrique Noire, serie B, vol. 27, núms. 3-4, 1965, pp. 755-799;
ibid., “Les origines des esclaves des Antilles”, Bulletin de l’Institut Français d’Afrique Noire,
serie B, vol. 24, núms. 3-4, 1967, pp. 536-558; M. Delafosse y G. Debien, “Les origines
des esclaves des Antilles”, Bulletin de l’Institut Français d’Afrique Noire, serie B, vol. 27,
núms. 1-2, 1965, pp. 319-369; J. Houdaille, “Les origines des esclaves des Antilles”,
Bulletin de l’Institut Français d’Afrique Noire, serie B, vol. 26, núms. 3-4, 1964, pp. 601-675;
J. Houdaille, R. Massio y G. Debien, “Les origines des esclaves des Antilles”, Bulletin de
l’Institut Français d’Afrique Noire, serie B, vol. 25, núms. 3-4, 1963, pp. 215-265.
Philip Curtin, The Atlantic Slave Trade: A Census, Madison, University of Wisconsin
Press, 1969.
François Girod, De la société créole: Saint-Domingue au 18 siècle, París, Hachette, 1972, p. 123.
Jean Fouchard, Les marrons de la liberté, París, Éditions de l’École, 1972, pp. 183-189.
60
Sidney W. Mintz y Richard Price
Era común destacar la Costa de Guinea (en especial, la Costa de Oro) como
lugar de proveniencia de esclavos, casi hasta el punto de excluir la región
de habla bantú. Sin embargo, nuestros datos cuantitativos sugieren que los
esclavos de Loango-Angola predominaron sobre los de la Costa de Oro en casi
todos los periodos de la trata de esclavos. En el caso de Surinam, así como
en el de Haití, estos resultados matizan ciertas creencias mantenidas durante
largo tiempo, las cuales, en gran medida, habían sido inferidas de las similitudes culturales percibidas.22
Nos gustaría destacar un último problema con el modelo que plantea
una sola cultura africana como fuente de una tradición particular del Nuevo
Mundo. El concepto holístico de cultura que éste implica tiene el efecto de
ocultar los procesos implícitos en las continuidades y discontinuidades entre
África y América. Aceptar que los esclavos de cualquier colonia estaban culturalmente comprometidos con una u otra vía de desarrollo evade la pregunta
empírica de lo que en realidad ocurrió y oculta el tema teórico central de cómo
cambian las culturas. Por ejemplo, atribuir la forma de los ritos de iniciación del
vudú a Dahomey23 podría estar justificado en un nivel provisional. Empero,
en un nivel más interesante, aún enfrentamos la pregunta de cuáles elementos
del ritual fueron transmitidos de manera fiel, cuáles se perdieron, cuáles se
modificaron y mediante qué procesos, de modo que el rito haitiano actual
se entienda por lo que es: una innovación verdaderamente haitiana, construida
en formas particulares y bajo circunstancias específicas por africanos esclavizados particulares, y perpetuado por las generaciones sucesivas –sin duda, en
formas siempre cambiantes– durante más de dos siglos.
22
23
Para más detalles, véanse Richard Price, “KiKoongo and Saramaccan: A reappraisal”,
Bijdragen tot de Taal-, Land-, en Volkenkunde, núm. 131, 1975, pp. 461-78; The Guiana Maroons: A Historical and Bibliographical Introduction, Baltimore y Londres, The Johns Hopkins
University Press, 1976. No buscamos sostener que las cantidades absolutas eran el único, ni necesariamente el más importante determinante de las formas particulares que
el desarrollo cultural adoptaría en estas situaciones. En realidad, nuestra opinión es más
bien la contraria: muy aparte de una investigación mucho más cuidadosa sobre la composición exacta de los grupos de migrantes en lugares y periodos particulares, debemos
examinar con mucho cuidado el material existente sobre los contextos sociales específicos dentro de los cuales podían darse la innovación y la perpetuación cultural. Reconocemos –como lo demostraremos más adelante– que incluso individuos solos pueden hacer
una contribución desproporcionadamente grande a la evolución de formas específicas.
Angelina Pollak-Eltz, Afro-Amerikaanse godsdiensten en culten, Roermond, J. J. Romen en
Zonen, 1970, p. 142.
El modelo del encuentro
61
No obstante, la tendencia a aceptar una homogeneidad cultural inicial entre los esclavos de una colonia particular persiste. He aquí algunos ejemplos.
G. Hall escribe: “el oesteafricano trajo consigo sus complejas ideas sobre la
propiedad. En Dahomey, que tuvo la mayor influencia cultural en Santo Domingo,
todo pertenecía, en teoría, al rey”.24 Hurbon va más allá:
Sin embargo, África sigue siendo tan evidente en América que podría
hablarse de la existencia de tres Américas: una blanca, la otra india y,
finalmente, la América negra. En América del Norte, por ejemplo,
en las Islas Gullah y en Virginia puede encontrarse el predominio de la
cultura fanti-ashanti; en Nueva Orleans, las culturas dahomeyana y bantú;
en América Central, la cultura yoruba; y en Haití y el norte de Brasil, la
cultura dahomeyana (fon); en Jamaica, así como en las Islas de Barbados
[sic] y Santa Lucía, la de los kunu de la Costa de Oro; en las Guyanas Francesa y Holandesa, la de fanti-ashanti.25
Los mapas que trazan las supuestas líneas de influencia cultural de regiones africanas particulares a colonias particulares del Nuevo Mundo siguen
siendo populares entre los afroamericanistas,26 aunque parece cada vez más
claro que conllevan simplificaciones riesgosas.
Hemos sugerido que gran parte del problema con el modelo tradicional
de la historia temprana de la cultura africano-americana radica en su visión de
la cultura como una especie de todo indiferenciado. Dado el entorno social
de las primeras colonias del Nuevo Mundo, los encuentros entre africanos de
una veintena o más de sociedades diferentes entre sí, y con sus amos europeos, no puede interpretarse en términos de dos (o incluso varios diferentes)
“cuerpos” de creencias y valores, cada uno coherente, funcional e intacto.
En un principio, los africanos que llegaron al Nuevo Mundo no constituían
“grupos”. De hecho, en la mayoría de los casos, sería incluso más preciso
verlos como “multitudes” y, además, muy heterogéneas. Sin reducir la probable importancia de algún núcleo de valores comunes, así como la ocurrencia
de situaciones en que pudieran haberse concentrado algunos esclavos de
24
25
26
Gwendolyn M. Hall, Social Control in Slave Plantation Societies, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1971, p. 66. [El subrayado es nuestro.]
Laënnec Hurbon, Dieu dans le vaudou haïtien, París, Payot, 1972, p. 73.
Véanse, por ejemplo, Roger Bastide, Les Amériques noires, París, Payot, 1967, pp. 17-19;
Pollak-Eltz, Afro-Amerikaanske godsdiensten, p. 68.
62
Sidney W. Mintz y Richard Price
origen común, el hecho es que éstos no conformaban “comunidades” y sólo
podían convertirse en comunidades mediante procesos de cambio cultural.
Lo que sin lugar a dudas compartían los esclavos en un principio era su esclavitud; todo –o casi todo– lo demás tuvieron que crearlo ellos mismos. Para que las
comunidades de esclavos tomaran forma, tuvieron que establecerse patrones
normativos de conducta, y estos patrones sólo podían crearse con base en
formas particulares de interacción social.
Si bien los esclavos deben haber transportado en la mente enormes cantidades de conocimiento, información y creencias, no pudieron transferir el
complemento humano de sus instituciones tradicionales al Nuevo Mundo.
Miembros de grupos étnicos de estatus distintos, sí; pero diferentes sistemas
de estatus, no. Sacerdotes y sacerdotisas, sí; pero sacerdocios y templos, no.
Príncipes y princesas, sí; pero cortes y monarquías, no. En pocas palabras, el
personal responsable de la perpetuación ordenada de las instituciones específicas de las sociedades africanas no fue transferido (en ningún caso que conozcamos) en forma intacta a los nuevos entornos. (Reiteramos que los migrantes
europeos enfrentaron el mismo problema, aunque en la mayoría de los casos en
distinto grado.) Así pues, la labor organizativa de los africanos esclavizados
en el Nuevo Mundo consistía en crear instituciones –que pudieran responder a
las necesidades de la vida cotidiana bajo las condiciones limitantes que la esclavitud les imponía–.
Al momento de delinear la diferencia entre tales instituciones y los materiales culturales de origen africano, podían formar parte de la vida africanoamericana; cuando la distinción entre lo “social” y lo “cultural” se vuelve
relevante. Desde hace algunos años, la importancia de esta distinción para el
estudio de la historia de la cultura africano-americana se ha venido señalando
de manera esporádica en un nivel programático. Herskovits, por ejemplo,
apuntó que en los estudios de aculturación “siempre se debe tener en mente
que los propios portadores [de la cultura] son los elementos cruciales”.27
M. G. Smith expone con mayor detalle el hecho de que “la estructura social
forma parte del proceso cultural [y] viceversa”, y agrega:
El estudio del legado africano [en el Nuevo Mundo] en términos puramente culturales no está concebido de manera adecuada y no puede revelar
los procesos y condiciones de aculturación por sí mismo. Por ende, si la
27
Melville J. Herskovits, Myth of the Negro Past, Op.cit. pp. 86-87.
El modelo del encuentro
63
aculturación, y no tanto la simple identificación de elementos como africanos o de otra procedencia, es el objetivo de dicho estudio, debemos estudiar
las condiciones sociales relevantes de manera equitativa y simultánea.28
Sin embargo, no creemos que suficientes investigadores hayan sabido
aprovechar estas intuiciones en sus estudios sustantivos.
Podríamos ilustrar la diferencia entre estos términos mediante un ejemplo. Los africanos importados al Nuevo Mundo provenían de grupos que
hablaban muchas lenguas distintas y no tenían una lengua común para entenderse entre sí. Algunos o varios pueden haber sido bilingües o incluso trilingües,
y otros sin duda encontraron en el nuevo entorno a personas con quienes conversar en una lengua familiar. Aun así, podemos suponer con confianza que los
conjuntos iniciales de esclavos en empresas particulares del Nuevo Mundo
no solían constituir comunidades de habla. A menudo, las lenguas en que se
comunicaban esclavos y amos eran lenguas pidgin o comerciales, es decir, lenguas con gramáticas y léxicos reducidos, utilizadas para actividades especializadas (como el comercio) que involucraban grupos sin ninguna lengua en
común. No existe consenso en cuanto a si tales lenguas fueron creadas en el
Nuevo Mundo o se basaban en última instancia en pidgins hablados en África
Occidental.29 No obstante, queda claro que la primera lengua de comunicación entre amos y esclavos habría sido una lengua especializada de este tipo.
En general, esta misma lengua se habría convertido en la que los esclavos
hablaban entre sí en el mismo entorno, sin importar que algunos de ellos hubieran hablado este mismo pidgin o uno distinto en África, ni que lo hubieran
aprendido antes o durante la esclavitud.
Poco después de que los asentamientos de esclavos comenzaran a crecer
en el Nuevo Mundo, las diversas lenguas africanas habladas por sus habitantes, debido a la ausencia de una comunidad de habla continua, habrían
comenzado a caer en desuso (salvo en entornos rituales especiales), y a ser sustituidas por un pidgin. Los hijos de madres esclavas habrían aprendido el pidgin
hablado por sus padres como primera lengua o lengua nativa, y en el proceso
28
29
M. G. Smith, “African heritage”, p. 35.
Véanse Mervyn C. Alleyne, “Acculturation and the cultural matrix of creolization”,
en Dell Hymes (ed.), Pidginization and Creolization of Languages, Cambridge, Cambridge
University Press, 1971, pp. 169-186; David DeCamp, “Introduction: The study of
pidgin and creole languages”, en Dell Hymes (ed.), ibid., pp. 13-39; Sidney W. Mintz,
“The socio-historical background of pidginization and creolization”, en Dell Hymes
(ed.), ibid., pp. 153-168.
64
Sidney W. Mintz y Richard Price
el pidgin se habría extendido en su aspecto léxico para cubrir las nuevas
funciones expresivas de una lengua que ya no estaba tan estrechamente especializada. En esta etapa, una vez que la lengua se ha convertido en la lengua
nativa de un grupo de hablantes, deja de ser pidgin para convertirse en criolla.
La distinción que empleamos está basada en un criterio sociológico, no lingüístico, aunque los criterios lingüísticos también pueden usarse para aclarar
la diferencia.
Nos parece importante poner énfasis en la distinción entre las dimensiones
“social” (o social-relacional) y “cultural” de una lengua. Si bien es cierto que se
trata de distintas formas de ver el mismo fenómeno, estas distintas perspectivas
ponen en duda problemas diferentes. El contenido y la estructura de una lengua criolla, su sintaxis, fonología, léxico y morfología, así como la historia de
sus diversos rasgos, constituyen el tema de un grupo de preguntas de investigación. Las formas en que la lengua se usa, quién la usa y bajo qué circunstancias
plantean un grupo de preguntas muy diferente. De ninguna manera suponemos
que todos los problemas conectados con el estudio de una lengua pueden agruparse claramente bajo un rubro “cultural” o “social-relacional”. Sin embargo, el
hecho de no emplear estas perspectivas diferentes puede ocultar ciertos temas que sólo se prestan al análisis si se considera esta distinción. Queremos saber
no sólo cómo una lengua particular, en tanto lengua, adoptó una forma sistemática y distintiva en términos de su carácter lingüístico, sino también cuáles
procesos sociales intervinieron en la estandarización de dicha lengua, en su
enseñanza a los esclavos que iban llegando, en su enriquecimiento mediante nuevas experiencias, en su adquisición de nuevos significados simbólicos,
y en su vinculación con las diferencias de estatus. En realidad, opinaríamos
que el primer grupo de preguntas no puede resolverse del todo sin hacer
referencia al segundo, ya que la lengua como tal no adopta su forma característica sin referencia a rasgos sociológicos como el número de hablantes,
el contexto en que ocurre (o no ocurre) la comunicación, los propósitos de
dicha comunicación, etcétera.30 Tratar la cultura como una lista de rasgos,
objetos o palabras equivale a perder de vista la forma en que las relaciones
sociales se establecen a través de ella –y, por ende, a ignorar la forma más importante en que puede cambiar o ser cambiada–.
30
Dell Hymes, Foundations in Sociolinguistics: An Ethnographic Approach, Filadelfia,
University of Pennsylvania Press, 1974; William Labov, Sociolinguistic Patterns, Filadelfia, University of Pennsylvania Press, 1972.
2. c ontacto y flujo SociocultuRaleS
en laS SociedadeS de eSclavoS
a distinción entre una perspectiva cultural y una social nos remite de nuevo a las dificultades creadas por una visión demasiado holística de la
cultura. Hemos destacado hasta qué punto creemos que los esclavos enfrentaron la necesidad de crear instituciones para cumplir con sus propósitos
cotidianos. Definimos “institución” como cualquier interacción social regular u ordenada que adquiere un carácter normativo y que, por ende, puede
emplearse para cubrir necesidades recurrentes. De acuerdo con esta amplia
definición, ejemplos de instituciones serían una forma particular de matrimonio, un culto religioso particular, un patrón particular para establecer
amistades, una relación económica particular que sea normativa y recurrente. Debería quedar claro que, definidas de esta manera, las instituciones que
sustentan y articulan una sociedad difieren ampliamente en su alcance y naturaleza. En la sociedad estadounidense contemporánea, por ejemplo, tanto
la familia nuclear monógama como el sistema bancario nacional podrían describirse con cierta justicia como “instituciones”. Lo que comparten dichas
instituciones, creemos, queda expresado de manera rudimentaria en nuestra
definición. Sin embargo, lo que las hace enormemente diferentes tiene que
ver con cuestiones de escala o extensión, entre otras cosas.
En el contexto especial de la esclavitud temprana del Nuevo Mundo, los
esclavos sólo podían desarrollar ciertos tipos de instituciones: aquellas limitadas en su alcance al grupo de esclavos, o aquellas que servían como diversos
tipos de vínculos o puentes entre los esclavos y los hombres libres. Para nuestros propósitos, podemos concebir las instituciones creadas por los esclavos
como una serie de círculos concéntricos –en realidad, la imagen no es particularmente apropiada– que sólo invaden la sociedad de hombres libres en puntos
especiales y de maneras específicas.
Creemos que el monopolio del poder ejercido por los europeos en las
colonias de esclavos influyó de manera importante en las formas en que habrían de mantenerse las continuidades culturales y sociales de África, así
como en las formas en que podían ocurrir las innovaciones. Sin embargo,
también debemos hacer hincapié en los problemas enfrentados por las clases dominantes para controlar a los esclavos y satisfacer los objetivos para los
cuales fueron diseñadas las economías de plantaciones basadas en el trabajo
65
66
Sidney W. Mintz y Richard Price
de esclavos. Los problemas eran de varios tipos y se originaban en la competencia entre distintas colonias del mismo poder por mercados y privilegios
en las metrópolis, en la necesidad recurrente de capital para expandir o mantener las plantaciones, en la “escasez” crónica de mano de obra esclava y en
las luchas entre las clases metropolitanas y coloniales. No podemos abordar
esta gran variedad de problemas; de hecho, tratar de hacerlo nos desviaría de
nuestro objetivo. También debemos dejar de lado cualquier consideración
seria de la esclavitud en entornos urbanos, la cual, a nuestro parecer, plantea
toda una serie de problemas un tanto diferentes.
Algunos de los problemas que enfrentó el sistema colonial, empero, fueron experimentados en un nivel muy local –en las plantaciones, en particular– y pueden verse como producto de las contradicciones centrales dentro
del propio sistema de plantaciones.1 Estos problemas definitivamente nos conciernen, pues están muy relacionados con las formas en que los nuevos sistemas sociales y culturales se establecieron y crecieron en las colonias, así como
con las oportunidades que los esclavos tuvieron para idear y mantener sus
propias formas de vida.
La principal contradicción surgió en la interacción entre las mayorías de
esclavos africano-americanos y las minorías de hombres libres europeos en
cada colonia. Los esclavos estaban definidos legalmente como propiedad;
sin embargo, al ser humanos se les exigía que actuaran en formas sensibles,
articuladas y humanas: los esclavos no eran animales, aun cuando las barbaridades cometidas en su contra fueran inhumanas.2 La aceptación, a menudo
ciega, por parte de los amos de su derecho a tratar a los esclavos como si
no fueran humanos racionalizaba el sistema de control. No obstante, en
la práctica, queda abundantemente claro que los amos sí reconocían que
estaban tratando con seres humanos como ellos, aun cuando no quisieran
1
2
Roy S. Bryce-Laporte, “The slave plantation: background to present conditions of
urban blacks”, en P. Orleans y W. R. Ellis (eds.), Race, Change and Urban Society. Urban
Affairs Annual Reviews, núm. 5, Beverly Hills, Sage, 1971, pp. 256-266.
Douglas Hall escribe: “la referencia económica era un aspecto inseparable de una
relación humana total. Así, el problema esencial e irresoluble de la esclavitud en las
propiedades era que, si bien los esclavos eran considerados equipo de capital, eran personas, y sus amos se debatían entre estas dos visiones de su propiedad. A diferencia
del molino de azúcar, e incluso [¡sic!] a diferencia del caballo hacia el cual el propietario podría sentir un lazo sentimental, y que obviamente podría regresar el afecto, el
esclavo también tenía un estatus social y una capacidad para organizarse y sustentarse de presentársele la oportunidad” (Douglas Hall, “Slaves and slavery in the British
West indies”, Social and Economic Studies, vol. 11, núm. 4, 1962, pp. 309).
Contacto y flujo socioculturales en las sociedades de esclavos
67
reconocerlo. Los animales no pueden aprender a hablar una lengua, a utilizar
maquinaria en la manufactura de azúcar, a dirigir equipos de compañeros para completar una tarea, a cuidar de los enfermos, cocinar meriendas
elaboradas, componer danzas y versos –o, lo que es más, volverse expertos en
ridiculizar con impunidad las inanidades de quienes abusan de ellos–. Los animales tampoco organizan resistencias, envenenan a sus opresores, encabezan
revoluciones o cometen suicidio para escapar de sus agonías. Varias obras producidas a lo largo de los siglos, en una docena de lenguas europeas, atestiguan
de principio a fin que los amos sí reconocían la humanidad de los esclavos, incluso cuando los autores parecen más inclinados a probar lo contrario.3
Ésta es la principal contradicción respecto de la esclavitud en el Nuevo
Mundo y, al parecer, se manifestó en innumerables encuentros entre los esclavizados y los hombres libres. Sin tomar cuidadosa nota de esta contradicción,
no podemos analizar adecuadamente las formas en que las nuevas culturas
y sociedades adoptaron su forma bajo la esclavitud, o el hecho obvio que la
esclavitud, en tanto institución social básica en Afroamérica, influyó en los
hombres libres tanto, como en los no libres. Una vez considerada, empero,
las formas sociales que vincularon a los esclavos entre sí y que se desarrollaron para regular los encuentros entre esclavizados y hombres libres cobran un
significado enteramente distinto. La concepción de una sociedad dividida en
dos sectores sellados de manera hermética puede verse por lo que realmente
era: el ideal nunca alcanzado de los amos y la concepción de los esclavos como
autómatas sin inteligencia, entrenados para negar su propia humanidad, al
tiempo que se les exigía constantemente responder a las demandas del sistema
en formas humanas, que queda expuesta en todo su carácter mítico.4
La variedad y la naturaleza de los encuentros entre esclavos y hombres
libres fueron múltiples. Sólo para cumplir con su trabajo, los esclavos debían recibir distintas responsabilidades, como artesanos, cocheros, cuidadores de animales, vigilantes, etcétera. Un sistema sorprendentemente complejo de diferenciación interna basado en sexo, edad, inteligencia, experiencia,
fuerza de voluntad, talento y confiabilidad tipificaba cada plantación. Los
3
4
Véanse Edward Long, The History of Jamaica, Londres, T. Lowndes, 1774; Sidney W.
Mintz, “Currency problems in eighteenth-century Jamaica and Gresham’s Law”, en
R. Manners (ed.), Patterns and Processes in Culture, Chicago, Aldine, 1964, pp. 248-265;
Caribbean Transformations, 2a ed., Nueva York, Columbia University Press, 1989 [1974].
Véase Roy S. Bryce-Laporte, “Slaves as inmates, slaves as men: a sociological discussion
of Elkins’ thesis”, en A. Lane (ed.), The Debate on Slavery, Urbana, University of Illinnois
Press, 1971, pp. 269-292.
68
Sidney W. Mintz y Richard Price
esclavos atendían a sus propios enfermos, cultivaban su propia comida en la
tierra de menor calidad en la plantación, pescaban y cazaban manjares para
las mesas de sus amos y las suyas propias, construían sus casas y hacían los
muebles y utensilios que utilizaban en ellas. No sólo eran la “mano de obra
bruta” que mantenía cultivados los cañaverales, sino también los barrileros
y ruederos, los carpinteros y mecánicos, los cocineros y cocheros de la plantación. Muchas de estas labores podían llevarse a cabo con sólo el mínimo
contacto con los amos europeos, pero otras requerían de una interacción social frecuente, en ocasiones recurrente o incluso ininterrumpida con quienes
ejercían el poder. La principal vía de encuentro era, pues, aquella creada por
la comunicación y delegación del mando. Si bien el poder se originaba en la
parte alta del sistema, no podía aplicarse sin tomar en cuenta la naturaleza de
la respuesta. Debemos tener cuidado al comentar este aspecto del problema.
Con el tiempo, por supuesto, y de caso en caso, el carácter de la respuesta variaba. No podemos sino apuntar la complejidad de este tema y poner énfasis
en que nuestras afirmaciones tentativas deben ser refinadas, confirmadas o
refutadas mediante investigaciones de las particularidades. Parte fundamental de nuestra visión es la idea de que el propio sistema, por estar arraigado en
una desigualdad heredada, generaba conflicto como rasgo integral del control
continuo, sin importar la naturaleza de las adecuaciones o acuerdos entre esclavos y amos.
La respuesta provenía de los esclavos y se veía modificada por la incomprensión genuina, por la ignorancia simulada, por enfermedades reales
y fingidas, por varias formas de resistencia activa y pasiva. Parece bastante
probable que, de principio a fin, involucrara cierto toma y daca, y que los
amos (así como los esclavos) estuvieran muy conscientes de ello. En efecto, el monopolio del poder que tenían los amos se veía limitado no sólo por
su necesidad de alcanzar ciertos resultados, en términos de producción y ganancias, sino también por el claro reconocimiento por parte de los esclavos
de que los amos dependían de ellos. Por supuesto, esta dependencia se veía
profundamente afectada por la habilidad (y disposición) de los amos de torturar y matar, separar a parientes por la fuerza, privar a individuos de varios
bienes y servicios necesarios y, sobre todo, de emplear tanto amenazas como
la técnica de los “ejemplos” para conseguir que los esclavos se conformaran.
Sin embargo, estas realidades no deben impedir que veamos las necesidades
absolutas de propietarios, supervisores y contadores de alcanzar y mantener ciertos niveles mínimos de rendimiento. El látigo podrá haber sido la
principal técnica para lograrlo, pero no podía ser la única, y nunca lo fue.
Contacto y flujo socioculturales en las sociedades de esclavos
69
Tampoco era el desempeño de labores técnicas y agrarias el único objetivo de la plantación. Muchas tareas adicionales se convirtieron “naturalmente” en responsabilidades convencionales de los esclavos, desde atender a los
infantes de la familia del amo hasta cocinar su comida. Estas tareas adicionales permitieron un contacto más regular e íntimo entre los esclavos individuales y el grupo de hombres libres. Una vez más se trataba de relaciones
en que el poder de los hombres libres sobre los esclavizados se complicaba
por la dependencia de quienes ejercían el poder. En realidad, las economías
de plantación eran famosas por el alcance de esta dependencia, la multiplicidad de ocupaciones menores, el empleo excesivo de mano de obra esclava y
la languidez e impotencia de la clase de los amos. Cualquier lectura cuidadosa
de la historia de una colonia de plantación clásica –como la de Jamaica, Santo
Domingo o Surinam en el siglo xviii– revela que los esclavos deben haber
sabido mucho más sobre los asuntos íntimos cotidianos de los amos de lo
que éstos podían haber sabido sobre las vidas de los esclavos. Las relaciones
entre los miembros de la familia del amo eran monitoreadas constantemente
por esclavos domésticos de todo tipo; y muchos niños blancos en las colonias de plantación deben haber pasado mucho más tiempo de su periodo de
formación en compañía de sus institutrices negras que con sus madres.
Otro tipo de contacto entre los hombres libres y los esclavos eran las relaciones sexuales. Como sería de esperarse, dichas relaciones solían involucrar
a mujeres esclavas y hombres libres. Sin embargo, lo contrario también ocurría y un estudio cuidadoso de los registros judiciales de casi cualquier colonia
de esclavos podría llegar a revelar algunos casos de relaciones entre mujeres libres y hombres esclavizados. Por ejemplo, Van Lier, basado en documentos
de Surinam, escribe:
En 1711, se reportan dos casos de contacto sexual entre un negro y una
mujer blanca, lo cual motivó al gobernador Johan de Hoyer a promulgar
un edicto que estipulaba que una mujer blanca soltera que tuviera
relaciones sexuales con un negro estaría sujeta a ser azotada y expulsada
de la colonia, mientras que una mujer casada también sería marcada. Los
negros estarían sujetos a la pena de muerte por tal ofensa.
La causa inmediata para introducir esta legislación fue la petición de
divorcio de un hombre llamado Barend Roelofs, quien declaró “que su
esposa, Maria Keijser, luego de tener relaciones íntimas con un negro
y haber quedado embarazada, había dado a luz a una niña mulata hacía
unos meses”. Durante las deliberaciones sobre este caso, también salió a
70
Sidney W. Mintz y Richard Price
discusión el caso de Judith de Castre, quien también había tenido un hijo
con un negro, aunque después se había casado con un tal Jean Milton.
La Hof [Corte] resolvió notificar a esta Judith de Castre que ni ella ni su
madre, ni nadie más, sin importar quién fuera, podía llevar a su hijo mulato,
o mandarlo traer, a Paramaribo [la capital], so pena de castigo arbitrario.5
Para los dueños de las plantaciones era crucial negar que ocurrieran tales
relaciones. Especulando sobre la frecuencia de estas uniones ilícitas, resulta interesante que los dos casos mencionados más arriba involucraran embarazos, y
de hecho, nacimientos. Parece poco probable que se hubieran hecho públicos
bajo otras circunstancias.6
Si bien muchas relaciones que involucraban sexo entre hombres libres
y esclavos eran de naturaleza explotadora y a menudo indescriptiblemente
crueles, otras se caracterizaban por su ternura y aprecio, y en ocasiones perduraban durante toda la vida de los participantes. El contacto sexual entre hombres libres y esclavizados plantea algunas de las cuestiones más complejas y
difíciles que enfrentan los estudiantes de la historia africano-americana. Por un
lado, estos contactos podían constituir la amenaza más seria de todas –excepto por la revolución– para la plantación ideal. Eran peligrosas para el sistema
no sólo porque expandían de manera potencialmente comprometedora el
abismo entre los sectores esclavo y libre, sino también porque resultaban en
hijos cuya posición implicaba una ambigüedad crónica, aun cuando desde
el punto de vista legal fueran esclavos. Por el otro lado, la paternidad y la
realidad afectiva de las relaciones humanas entre esclavos y amos, en muchos casos, complicaba profundamente las formas en que se reducía la distancia entre los poderosos y los desposeídos. A menudo, los padres europeos o
5
6
R. A. J. Van Lier, Frontier Society: A Social Analysis of the History of Surinam, Koninklijk
Instituut voor Taal-, Land- en Volkenkunde, serie 14, La Haya, Martinus Nijhoff, 1971,
pp. 76-77.
Un caso comparable se reporta en Barbados a principios del siglo xix: “en alguna ocasión estaba bromeando con un barbadense [criollo blanco] sobre sus circunstancias
(de cierto algo no muy frecuente), que en aquel entonces eran tema de discusión frecuente en la isla; a saber, una intriga detectada entre una joven y uno de los esclavos
de su padre, un negro africano importado recientemente” (J. A. Waller, A Voyage to the
West Indies, Londres, Sir Richard Philips and Company, 1820, pp. 96-97). Ejemplos
similares en Jamaica se citan en Orlando Patterson, “Slavery and slave revolts: A
sociohistorical analysis of the First Maroon War, 1655-1740”, Social and Economic Studies, núm. 19, 1970, p. 322; Edward Kamau Brathwaite, The Development of Creole Society
in Jamaica, 1770-1820, Oxford, Clarendon Press, 1971, pp. 188-191.
Contacto y flujo socioculturales en las sociedades de esclavos
71
criollos de hijos nacidos de mujeres esclavas los protegían, aun cuando no los
reconocieran (y legalmente,no podían hacerlo). En un periodo relativamente
corto, la clase affranchi de Santo Domingo, por ejemplo, que comprendía en
gran parte a los hijos de amos franceses y sus esclavas, adquirió poder económico y político en la colonia.7 Si bien el panorama fue muy diferente en sus
últimas consecuencias en una colonia como Jamaica, allí la reducción de la
distancia entre esclavos y hombres libres constituyó de igual manera un importante punto de contacto entre los dos principales sectores de la sociedad.
El comercio era otra importante zona de contacto. Resulta algo difícil
concebir el comercio como una base esencial para el encuentro en una sociedad donde la mayoría de la población está esclavizada, no posee tierras y, en
gran parte, no tiene poder. Sin embargo, en la realidad, los esclavos de cada
vez más colonias eran obligados a (o se les permitía) cultivar parte de su propia
subsistencia. En repetidas ocasiones se convirtieron en los productores de
una porción sustancial del alimento total consumido por la colonia, incluidas
sus clases libres. Una vez más, Jamaica y Santo Domingo ofrecen abundantes
detalles; la participación de los esclavos en estas dos colonias originó el crecimiento de grandes e importantes mercados en los pueblos y las ciudades.
Más aún, a ese crecimiento contribuyó la adquisición por parte de los propios
esclavos de un poder de compra individual, así como la expansión de sus preferencias de consumo. Numerosos grupos comerciales se desarrollaron en los
principales centros de todas las colonias esclavas, grupos que dependían del
comercio de los esclavos y se adecuaban a sus costumbres.
Esta lista de ocasiones de contacto puede extenderse fácilmente si se agregan los papeles que cumplían los esclavos como músicos en danzas y festivales
europeos; como provedores de artículos especiales para el deleite de la familia del amo (como pescado y animales de caza); como damas de honor, chaperones, guías y mozos de cuadra.8 Sin embargo, el punto es que los esclavos a
7
8
Sidney W. Mintz, “Groups, group boundaries, and the perception of race”, Comparative Studies in Society and History, Núm. 13, 1971, pp. 437-443.
Incluso parece que “en algunas colonias, la religión y la medicina de los esclavos tenía”
un papel importante en la vida de los blancos. Escribiendo sobre Surinam, Van Lier
apunta: “resulta claro a partir de Essai Historique [1788] que en casos de enfermedad
los europeos solían consultar a los doctores brujos [sic] de los negros. También se
mencionan varios casos de europeos que ejercieron presión sobre esclavos conversos [cristianos] que habían gozado de cierta fama como expertos en este campo para
que recuperaran sus antiguas prácticas” (Van Lier, Frontier Society, pp. 83-84). Henock
Trouillot remite al papel paramédico de los esclavos en Santo Domingo y menciona
72
Sidney W. Mintz y Richard Price
menudo se encontraban desempeñando una parte esencialmente instructiva
junto a quienes, dentro del sistema como tal, tenían poder sobre ellos. El
hecho de que la clase dominante fungiera como maestra –e intimidadora– de
los esclavos, y como reguladora de su conducta, siempre ha sido una cuestión
aceptada como un hecho y, sin duda, solía ser cierta. No obstante, el papel de
los desposeídos como individuos que afectaban e incluso controlaban partes
importantes de la vida de los amos también era típico de las colonias de esclavos y no ha recibido la atención suficiente.
Estamos construyendo un panorama esquemático de sociedades profundamente divididas por el estatus –y, por ende, por el tipo físico y muchas otras
cosas–, pero complicado por la continua interacción de los miembros de ambos
grupos en varios niveles y de muy distintas formas. Podemos, en primera instancia, considerar que este esquema consiste en el alineamiento de estatus y sus papeles correspondientes: la división de labores y responsabilidades, de derechos y
obligaciones, en términos de poder y autoridad. Sin embargo, también debemos
verlo en términos de las maneras en que el contenido cultural –formas de conducta, estilos de habla, creencias y valores, etiqueta, cocina, y el resto de la sustancia de la conducta cotidiana– fue modelado, transmitido y perpetuado. Este
cambio en el centro de atención nos permite ver que los puntos de contacto
entre personas de estatus diferente, o miembros de grupos distintos, no determinaban automáticamente la dirección del flujo de los materiales culturales
de acuerdo con los estatus de los participantes, sino que lo hacía de acuerdo
con otras variables. El estatus del hijo del amo respecto de su institutriz esclava seguramente afectaría su aprendizaje de un estilo de mando al tratar con
los esclavos. Sin embargo, alguien de un estatus mucho menor, pero que por
lo demás lo controlaba en gran medida, aprendería de él su forma de hablar,
sus preferencias culinarias, su imaginería, sus primeras ideas sobre hombres
y mujeres, y muchos otros aspectos de lo que con el tiempo llegaría a caracterizarlo como individuo. Aunque este ejemplo pueda parecer exagerado, sólo
lo es porque empleamos la imagen de un infante y un adulto. No tenemos
motivos para suponer que ocurriría de otra manera en las demás zonas de encuentro entre esclavizados y hombres libres, dada esta clasificación. Si bien
elegimos no seguir desarrollando esta parte del argumento aquí, cualquier
la preferencia de Descourtilz por los curanderos negros sobre “algunos charlatanes
inexpertos que el mar arroja ocasionalmente a las playas de nuestras colonias”
(Henock Trouillot, “La condition des travailleurs à Saint-Domingue”, Revue de la Société
Haïtienne d’Histoire, de Géographie et de Géologie, núm. 34, 1969, pp. 76-81).
Contacto y flujo socioculturales en las sociedades de esclavos
73
reflexión sobre la música, la cocina, el folclor, la danza o el habla del sur de
Estados Unidos debería dejar claro que no se trata de que los europeos hayan
“americanizado” a sus esclavos sólo porque tenían un monopolio del poder
sobre ellos.
Ahora podemos especificar algunos de los puntos nodales de contacto
y flujo más obvios, reconociendo que nuestra lista es sólo tentativa. Para hacerlo, evitamos la tendencia a categorizar la cultura en términos de “temas”
principales (económico, político, tecnológico, folclórico, etcétera) que tornan rígida la materia de estudio. En cambio, elegimos pensar en términos de
las relaciones interpersonales por las cuales se mediaban los materiales culturales. Una relación obvia es aquella entre los hombres libres y sus amantes.
Un aspecto importante de estas relaciones sería la institucionalización de las
actitudes sexuales entre los esclavizados y los hombres libres en lo que respecta a la sexualidad del grupo opuesto. Una segunda relación –o conjunto
de relaciones– sería aquella entre esclavos domésticos y las personas a quienes atendían: institutriz, cocinero, sirviente personal, y los miembros de la
familia que residía en la llamada “gran casa” de la plantación. De importancia
comparable serían las relaciones de trabajo entre el personal europeo y los cocheros, técnicos y capataces entre los esclavos. Todas estas interacciones tendían a ser de larga duración y a estar marcadas por al menos cierto grado de
reconocimiento de interdependencia. Por mencionar un ejemplo, las comidas preparadas por los cocineros de la familia necesariamente requerirían de
cierto intercambio de elecciones, definidas tanto por las tradiciones ancestrales como por la disponibilidad de los alimentos. De la misma forma en que
sería erróneo suponer que las preferencias culinarias de los esclavos estaban
automáticamente predeterminadas por el prestigio y el poder de los amos,
sería incorrecto suponer que sólo las preferencias europeas determinaron
la cocina que con el tiempo habría de convertirse en convencional, selecta y
criolla. Los vívidos relatos de Lady Nugent, marcados al mismo tiempo por
el racismo absurdo de una belleza decimonónica de Nueva Jersey casada con
un gobernador jamaiquino, y por las interminables afirmaciones de su propio humanitarismo, ofrecen muchos ejemplos del grado en que la sociedad
de la clase dominante jamaiquina estaba imbuida por la cultura de sus esclavos,
aun cuando ello no siempre se reconociera. La comida es sólo un aspecto de la
vida en el que lo dicho queda claramente expuesto.9
9
Lady María Nugent, Lady Nugent’s Journal, Frank Cundall (ed.), Londres, Institute of
Jamaica, 1939 [1839], pp. 92, 95, 121, 127, passim.
74
Sidney W. Mintz y Richard Price
Muchos otros ejemplos del relato de Lady Nugent respaldan nuestra
perspectiva del flujo de información y actitudes. Por ejemplo, la autora describe a una niña esclava que “podía decir el padre nuestro perfectamente,
pero no podía decir cómo lo había aprendido, tanto su padre como su madre
son negros que trabajan en el campo y ninguno de ellos puede rezar sus oraciones”. Más adelante escribe:
Es extraordinario presenciar el efecto inmediato que el clima y la costumbre de vivir en este país tienen en las mentes y modales de los europeos, en
particular las clases bajas. En los altos rangos, se vuelven indolentes e inactivos, nada les importa más que comer, beber y satisfacer sus caprichos,
y están casi por completo bajo el domino de sus mulatos favoritos. En las
clases bajas, son iguales, además de presuntuosos y tiranos.
Por último:
La lengua criolla no está confinada a los negros. Muchas de las damas, que
no han sido educadas en Inglaterra, hablan una especie de inglés entrecortado y arrastran indolentemente las palabras, lo cual es muy tedioso, por no
decir repugnante. Una noche me encontraba junto a una dama, cerca de
una ventana y, por decir algo, comenté que el aire estaba mucho más fresco
que de costumbre, a lo cual ella respondió: “Sí, señora, ¡de veras que está
mu-uy fre-esco!”.10
Varias autoridades en el tema han discutido muchos de estos puntos;
entre ellos, y de manera muy elocuente, Edward Kamau Brathwaite.11
***
Hemos sostenido que las llamadas culturas criollas de las colonias de plantaciones comenzaron a forjarse durante la primera interacción entre europeos y
africanos, y entre africanos de distintos orígenes entre sí, bajo condiciones en
que los parámetros externos de variación fueron establecidos por las circunstancias ambientales y ecológicas típicas de las colonias subtropicales, por los
objetivos más generales del sistema de plantaciones y por el monopolio del
10
11
En inglés: “Yes, ma’am, him rail-ly too fra-ish!” (Lady Maria Nugent, ibid., pp. 93, 131, 132).
E. K. Brathwaite, Development of Creole Society, pp. 300-305.
Contacto y flujo socioculturales en las sociedades de esclavos
75
poder conferido a las clases dominantes europeas. Sin embargo, también hemos puesto énfasis en nuestra perspectiva de que los procesos de formación
cultural no fueron unilaterales –la imposición de formas europeas sobre recipientes africanos pasivos– ni homogéneos. Más bien, creemos que una interpretación adecuada de dichos procesos debe comenzar con un cuidadoso
examen de lo que sabemos sobre los puntos de contacto entre esclavizados y
hombres libres, y sobre los tipos de instituciones (domésticas, económicas, religiosas, políticas) desarrolladas por cada grupo para promover sus intereses.
En esta sección del ensayo hemos recalcado las interacciones entre individuos
tomados de cada grupo, los tipos de materiales que pueden haber fluido desde
los representantes de un grupo hacia los representantes del otro, y los puntos
de contacto convencionales, o “nodos” que surgieron y se cristalizaron dentro
del sistema social existente. Cabe quizá mencionar un punto final.
Un lugar común de las ciencias sociales es que, en cualquier sistema social, la interacción humana adopta su carácter ordenado a partir de las expectativas formalizadas involucradas en el desempeño de los papeles asociados
a un estatus particular. En una sociedad esclava, por supuesto, una distinción
central surge de las diferencias legales entre los individuos libres y los esclavos. Sin embargo, dichas diferencias se reducen, magnifican y modulan de
formas muy diversas de acuerdo con los estatus específicos dentro de cada
sector, y con las interacciones específicas entre un individuo libre y uno esclavizado. En otras palabras, el sistema de estatus no expresa por completo ni
controla el rango de posibles interacciones específicas entre los individuos.
Este aspecto obvio, pero crucial, de la realidad social está expresado en cualquier institución que se examine en al menos dos puntos significativamente
diferentes. En primer lugar, existen casos de “trasgresiones” percibidas que
generan alteraciones reconocidas en la medida en que son públicas: adulterio,
crueldad hacia los menores, incumplimientos de acuerdos verbales, varios
tipos de “insubordinación”, etcétera. En segundo lugar, empero, existe el reconocimiento implícito (o incluso explícito) del rango de variación típico de
entornos de interacción específicos, simbolizados por un vocabulario de admiración o desaprobación; por ejemplo, cuando se utilizan términos como
“engreído”, “caradura”, “terriblemente amable” o “autodegradante” para
describir con detalle un caso de encuentro real.
Creemos que esta formulación debe haber sido tan verdadera para la interacción en las sociedades esclavas como lo es para la vida social en general.
Sin embargo, la interacción debe haberse complicado por la distancia básica
de estatus entre quienes tenían el poder y aquellos a quienes controlaban,
76
Sidney W. Mintz y Richard Price
pero de quienes no obstante dependían profundamente. Es de esperar que
un sistema como éste sea más rígido que uno en el que no existe una división explícita y central entre dos sectores. Empero, ello no necesariamente implicaría un menor rango de variación de conducta, sino más bien una
atención intensificada a las reglas formales –el código– generadas por un sistema diseñado para el control inflexible de un grupo por parte de otro. Tanto
en el relato de un observador del siglo xviii en Jamaica, como en una novela de Faulkner, el énfasis en la “forma”, en oposición al detalle del contenido,
es inconfundible. Este énfasis expresa lo que tenemos en mente al hablar del
cuidado que se requiere cuando se desempeñan papeles de manera efectiva en
sistemas profundamente escindidos por un solo criterio primario de estatus.
Para las sociedades esclavas del Nuevo Mundo, uno de los primeros
tipos de formas sociales en ser institucionalizadas deben haber sido los patrones claramente estandarizados de interacción entre blancos (libres) y negros
(esclavizados). Es probable que tales patrones se solidificaran de manera exagerada debido a la protección que ofrecían contra las violaciones explícitas,
y a los riesgos que implicaba el que un miembro de un grupo reconociera
abiertamente la humanidad e individualidad de los miembros del otro grupo.
Lady Nugent nos ofrece otro ejemplo revelador:
En cuanto la ceremonia concluyó, inauguré el baile con un hombre negro
viejo. Cada uno de los caballeros eligió una compañera, de acuerdo con su
rango, por la edad o el servicio, y todos bailamos. Sin embargo, no me di
cuenta de cuánto impresioné a las señoritas Murphy con mis actos; pues
hice exactamente lo mismo que hubiera hecho durante un cumpleaños de
los Sranan en Inglaterra. Más tarde, me dijeron que estaban a punto del
desmayo, que apenas podían contenerse de derramar un mar de lágrimas
ante una escena tan poco común y extraordinaria; pues en este país, y entre los esclavos, era necesario mantener un respeto mucho más distante.
Tal vez tengan razón. Mi intención no era mala, y todas las pobres criaturas parecían tan encantadas, y tan contentas, que era difícil arrepentirme.
No obstante, sentí mucho haber herido sus sentimientos, sobre todo porque parecían pensar que estaba dando un ejemplo peligroso, pues darles
a los negros demasiada importancia, o ponerlos en el mismo nivel que los
blancos, decían, podría producir un grave cambio en su conducta, o incluso provocar una rebelión en la Isla.12
12
Lady María Nugent, Lady Nugent’s Journal, p. 204.
Contacto y flujo socioculturales en las sociedades de esclavos
77
Lo que en esta sección hemos tratado de destacar es que la presencia de
este código de conducta cuidadosamente definido, en definitiva, no significa
que todos los casos de interacción estuvieran desprovistos de humanidad o
variación individual –en realidad, ocurría todo lo contrario–.13
13
No hemos intentado incluir en esta discusión la importante controversia en torno a
los trabajos de Frank Tannenbaum, Stanley Elkins y otros, aun cuando creemos que los
materiales que hemos cubierto son relevantes [véanse Frank Tannenbaum, Slave and
Citizen, Nueva York, Knopf, 1947; Stanley Elkins, Slavery: A Problem in American Institutional and Intellectual Life, Chicago, University of Chicago Press, 1959; Ann Lane (ed.),
The Debate on Slavery: Stanley Elkins and His Critics, Urbana, University of Illinois Press,
1971]. En nuestra opinión, el complejo de relaciones entre amos y esclavos no puede
reducirse a simples fórmulas que exigen ver a “los esclavos” ya sea como incansablemente resistentes, o bien, psíquicamente devastados. A pesar de la gran utilidad de los
contrastes de gran escala –y reconocemos que gran parte del trabajo incluido aquí es
precisamente de ese tipo–, lo que se necesita son investigaciones históricas cuidadosas y específicas sobre casos particulares en periodos particulares [véanse Sidney W.
Mintz, “Reseña sobre S. Elkins, Slavery”, American Anthropologist, núm. 63, 1961, pp.
579-587; ibid., “Slavery and the slaves”, Caribbean Studies, vol. 8, núm. 4, 1969, pp. 6570; ibid., “Toward and Afro-American history”, Cahiers d’Histoire Mondiale, núm. 13,
1971, pp. 317-332; ibid., Caribbean Transformations; Richard Price (ed.), Maroon Societies:
Rebel Slave Communities in the Americas, 2a ed., Baltimore, Johns Hopkins University
Press, 1979 [1973]; ibid., The Guiana Maroons.
3. e l SectoR eSclavo
R
especto de gran parte de las relaciones sociales que involucraban a los esclavos, la sociedad de gente libre permanecía tangencial o periférica, pues
la vida de los esclavos estaba desconectada de las preocupaciones de los amos.
Esta afirmación podría parecer paradójica o contradictoria, dada la discusión
precedente. Sin embargo, debemos establecer nuestras distinciones entre los
grupos de esclavos y de gente libre con cuidado. Desde nuestro punto de vista
es indiscutible que solían estar enzarzados en una íntima interdependencia. No
obstante, hemos querido poner énfasis en la a menudo sorprendente incomprensión de la naturaleza de dicha interdependencia por parte de los amos, así
como su falta de conciencia del grado en que sus propias vidas y actitudes fueron moldeadas por una economía basada en la esclavitud y por las conductas
de los esclavos mismos. Por otra parte, no estamos tan seguros de que los esclavos mostraran la misma incomprensión –de hecho, lo dudamos bastante–. De
cualquier forma, gran parte de la interacción entre los miembros de estos dos
sectores seguramente tuvo lugar de acuerdo con expectativas convencionales
que ocultaban tanto, como lo que revelaban sobre cada grupo. Sospechamos que,
en lo que respecta a las formas de vida de los esclavos, lo que más importaba en
muchas áreas era el control de los amos, el cual imponía límites externos a una
adaptación innovadora.
Phillippo cuenta la historia de un esclavo jamaiquino que fue atrapado
mientras robaba azúcar y que repetidamente negó el robo, insistiendo en que
sólo había “tomado” el azúcar: “ ‘como el azúcar le pertenece al amo, y yo le
pertenezco al amo, todo es lo mismo –eso me hace decirle al amo que no soy
un ladrón–; ¡sólo la tomé!’ ‘¿Entonces, a qué le llamas robar?’ ‘Cuando me
meto a la casa y a la propiedad de un hermano y le quito alguna cosa, entonces
soy ladrón, señor’ ”.1 Más sorprendente aún es la historia de Phillippo sobre la madre esclava que golpea a su hijo por decirle a un supervisor hacia
dónde había escapado un esclavo fugitivo: “la próxima vez que un blanco te
1
En inglés: “‘as sugar belongs to massa, and myself belongs to massa, it all de same ting –dat make
me tell massa me don’t tief; me only take it!’ ‘What do you call thieving then?’ ‘When me broke into
broder house and ground, and take away him ting, den me tief, massa’ ” (James M. Phillippo,
Jamaica: Its Past and Present State, Londres, John Snow, 1843, p. 252.
79
80
Sidney W. Mintz y Richard Price
pregunte adónde corrió un negro, dile yo no sé, amo”.2 Como dice Phillippo,
algo exasperado “de hecho, en la lengua negra, ‘la verdad’ se decía ‘mentirle
al blanco’ ”.3 Éstos y otros materiales narrativos documentan con creces las
formas precisas en que los sectores de los esclavos y la gente libre permanecían profundamente entrelazados y a la vez claramente separados.
Así pues, podríamos argüir que las instituciones creadas por los esclavos
para manejar los aspectos a la vez más ordinarios y más importantes de la vida
tomaron su forma característica dentro de los parámetros del monopolio del
poder de los amos, pero de manera separada de sus instituciones.4 Por ejemplo, nos viene a la mente la forma en que los esclavos remendaban su ropa,
amueblaban sus casas, cocinaban sus comidas, se enamoraban, cortejaban, se
casaban, criaban y socializaban a sus hijos, adoraban a sus deidades, organizaban sus “obras de teatro” y otras recreaciones, y enterraban a sus muertos.
Por supuesto, si nuestras afirmaciones en este respecto se interpretan de
manera demasiado literal, podrían refutarse fácilmente; en teoría, los amos
podían determinar la forma en que estas actividades se organizaban, dado su
poder y el ejercicio del mismo. Con todo, tenemos numerosas muestras de
la forma en que los amos llegaron a aceptar los patrones de las instituciones
de los esclavos como parte de una realidad diaria a la que también ellos debían adaptarse.5 No es una afirmación particularmente compleja decir que la
2
3
4
5
En inglés: “next time buckra ax you which side neger run, you tell him me no know, massa” (ibid.).
En inglés: “telling lies to buckra” (ibid., p. 251).
Debemos admitir que ésta es una forma simplista de resumir una realidad muy
compleja. Por ejemplo, no intentamos analizar la diferenciación interna del grupo
de esclavos con base en estatus impuestos en cierta medida por el régimen de la
plantación: la distinción entre esclavos “prediales” (de campo), esclavos domésticos, cocheros y capataces, artesanos, etcétera, que tuvieron un papel importante en la
organización de la vida de los esclavos. Claramente, muchos esclavos –debido a diferencias de estatus, ocupación o de otros tipos– se mantenían más o menos distantes
del contacto con los amos y con la cultura europea transferida. Sin embargo, tratar de
abordar estas diferencias adecuadamente en un ensayo de esta amplitud complicaría la
presentación de manera excesiva.
Probablemente no existen ejemplos más reveladores de la aceptación, por parte de los
amos, de su dependencia de los esclavos incluso en asuntos muy alejados del trabajo
de la plantación, que el desarrollo, por parte de los esclavos, de tierras de suministro y mercados y los derechos consuetudinarios de los esclavos que llegaron a ser
reconocidos por los propietarios. Dos de los sistemas esclavistas más duros de la historia, los de Jamaica y Santo Domingo, tuvieron prósperos sistemas de agricultura de
subsistencia y de mercados, manejados en gran parte por esclavos [Sidney W. Mintz,
“The Jamaican internal marketing pattern”, Social and Economic Studies, núm. 4, 1955,
El sector esclavo
81
esclavitud involucraba a los amos y a los esclavos en conductas que seguían
ciertos patrones. Sólo agregaríamos a esta afirmación que las instituciones y
la vida de los esclavos deben ser analizadas a la luz de este hecho tanto como
sea posible.
Las principales instituciones en torno a las cuales los esclavos organizaban su vida estarían concentradas en problemas básicos como establecer
amistades, desarrollar grupos familiares, constituir unidades domésticas,
perfeccionar soluciones a las crisis de vida (patrones sociales para manejar
nacimientos, enfermedades, muertes), establecer grupos religiosos y resolver
problemas de servilismo (disimulando, haciéndose los enfermos, etcétera).
Aquí abordamos el problema de cómo estos conjuntos tan heterogéneos de
hombres y mujeres podían componer un orden social para sí mismos, dentro
de los límites de maniobra definidos por el monopolio del poder de los amos.
Al tratar de poner nuestro énfasis en los problemas sociales-relacionales que
enfrentaban los esclavos, no pretendemos ignorar o quitarle énfasis a los
materiales culturales que habrían de dar forma a sus incipientes instituciones.
Sin embargo, sostenemos que estos materiales se estudian mejor como un aspecto del crecimiento de las instituciones, las personas implicadas y los tipos
de coherencia que deben haber conferido a la comunidad de esclavos en su
totalidad.
El crecimiento de las instituciones creadas para la totalidad de la dotación
de esclavos en una plantación le daría coherencia a la comunidad de esclavos,
pero una coherencia inevitablemente complicada por divisiones o diferencias
previsibles. Nacimientos y muertes, problemas de amor y odio, la introducción
de nuevos cargamentos de esclavos dentro de una comunidad ya en funcionamiento, la venta de miembros y la fragmentación obligada de familias o grupos
domésticos… Éstas y muchas otras influencias afectaban el tipo y el grado de
coherencia que una comunidad de esclavos podía alcanzar. Una vez que las
instituciones de esclavos efectivas se volvían operativas en un conjunto misceláneo de esclavos, dicho conjunto, a su vez, comenzaría a convertirse en una
comunidad. Con base en ello, los aspectos más divisorios o perjudiciales de la
vida podrían comenzar a solucionarse a partir de una estructura existente de
patrones de conducta, como ocurre en cualquier sistema social.
pp. 95-103; Sidney W. Mintz y Douglas Hall, “The origins of the Jamaican internal
marketing system”, en Sidney W. Mintz (ed.), Papers in Caribbean Anthropology, New
Haven, Yale University Press, 1960 (Publications in Anthropology, núm. 57); Sidney
W. Mintz, “Les roles economiques”; ibid., “Caribbean marketplaces”.
82
Sidney W. Mintz y Richard Price
Las instituciones que surgían en una población esclava en ciernes pueden
verse como una suerte de marco dentro del cual los materiales culturales se empleaban, estandarizaban y transformaban en nuevas tradiciones. Así, ya sea
que tengamos en mente la forma en que los esclavos se enamoraban y creaban grupos familiares, o bien, la forma en que se reunían en grupos regulares
de culto, el contenido de dichas conductas puede verse como un aspecto de
las relaciones sociales. Pensamos que esta perspectiva echa una luz muy diferente sobre cualquier reflexión en torno a los “africanismos”. Ya no debería
parecer suficiente mantener que el culto gemelo de Haití, el culto a Shango
(o Xango) en Trinidad o Bahía, o el uso de oráculos en Surinam son simplemente ejemplos de un África transplantada, o incluso continuidades étnicas
específicas de cultura. Más bien, nuestra tarea debe consistir en delinear los
procesos mediante los cuales aquellos materiales culturales que han sido conservados contribuían a la construcción de instituciones emprendidas por los
esclavos para dar forma a su condición con coherencia, significado y cierto
grado de autonomía.
4. l oS inicioS de laS SociedadeS
y cultuRaS afRicano - aMeRicanaS
ntes de que cualquier conjunto de esclavos de plantación comenzara a
crear instituciones viables, debió lidiar con los traumas de la captura, la
esclavización y el transporte. De ahí que los comienzos de eso que más tarde
se convertiría en las “culturas africano-americanas” deben datar de las primerísimas interacciones entre los hombres y mujeres recién esclavizados en el
continente africano mismo. Estos hombres y mujeres fueron encadenados en
cáfilas, amontonados en fríos y húmedos calabozos de fábricas, hacinados entre
las cubiertas de barcos apestosos, a menudo separados de sus parientes, tribus,
o incluso hablantes del mismo idioma, lo que los dejaría perplejos respecto de
su presente y su futuro, despojados de toda prerrogativa de estatus o rango (al
menos, en lo que concernía a los amos) y homogenizados por un sistema deshumanizante que los veía como seres sin rostro y, en gran medida, intercambiables.
Sin embargo, sabemos que incluso en tales circunstancias completamente
abyectas, esta gente no eran sólo víctimas pasivas. En el presente contexto pensamos menos en los muchos actos individuales de heroísmo y resistencia que
tuvieron lugar durante este periodo, que en ciertos esfuerzos “cooperativos”
simples, pero significativos que, en retrospectiva, podrían verse como los verdaderos inicios de la cultura y la sociedad africano-americanas.
Diversas evidencias sugieren que algunos de los primeros vínculos sociales
que se desarrollaron en las cáfilas, las fábricas y, especialmente, durante el largo
Pasaje Medio fueron de naturaleza diádica (entre dos personas). Quizá debido en parte a la política general de mantener a hombres y mujeres separados,
estos vínculos solían ser entre miembros del mismo sexo. El vínculo entre
compañeros de pasaje, aquellos que compartieron el viaje en el mismo barco
negrero, es el ejemplo más impactante. En zonas muy dispersas de Afroamérica, la relación de “compañero” se convirtió en un principio importante de
la organización social y continuó conformando durante décadas e incluso siglos, las relaciones sociales en curso.
En Jamaica, por ejemplo, sabemos que el término shipmate o “compañero
de pasaje” era “sinónimo en su perspectiva [de los esclavos] de ‘hermano’ o ‘hermana’ ”.1 Se trataba de “la palabra y el vínculo de simpatía afectiva más caro
1
J. Stewart, A View of the Past and Present State of the Island of Jamaica, Edimburgo, Oliver
and Boyd, 1823, p. 250.
83
84
Sidney W. Mintz y Richard Price
entre los africanos”, y “tan fuertes eran los vínculos entre los compañeros
de pasaje que las relaciones sexuales entre ellos, desde la perspectiva de
un obser vador, se consideraban incestuosas”.2 También sabemos que el
vínculo podía extenderse más allá de los compañeros de pasaje originales y
compenetrarse con lazos de parentesco biológico; se ha dicho que los compañeros de pasaje “cuidan mutuamente de los hijos de cada cual como si fueran
suyos”, y que “se acostumbraba que los niños llamaran a los compañeros de
pasaje de sus padres ‘tío’ y ‘tía’ ”.3
En Surinam, por citar un caso diferente, el término equivalente “sippi ” se utilizó al principio entre personas que en verdad habían compartido la experiencia
del transporte en una sola nave; más tarde, comenzó a utilizarse entre esclavos que pertenecían a una sola plantación, preservando la noción esencial de
compañeros en el sufrimiento que tienen un vínculo especial.4 Hoy, en el interior de Surinam, entre los saramaka, “sippi ” (ahora “sibi ”) continúa designando una relación diádica especial, no biológica, con un contenido simbólico
muy similar; cuando dos personas son víctimas de una desgracia paralela (por
ejemplo, dos mujeres cuyos maridos las abandonan casi al mismo tiempo),
pueden dirigirse la una a la otra a partir de ese momento como “sibi ” y adoptar una relación mutua prescrita especial.
Pueden citarse otros ejemplos de la relación de “compañeros de pasaje”
en Afroamérica: desde el “malungo” brasileño5 y el “malongue”6 trinitense, hasta el
“máti ”7 surinamés y el “batiment ”8 haitiano. Pero ya hemos dicho lo suficiente
2
3
4
5
6
7
8
J. Kelly, Voyage to Jamaica and Narrative of 17 years Residence in that Island, 1838, citado en
Orlando Patterson, The Sociology of Slavery, Londres, MacGibbon and Kee, 1967, p. 150.
Ibid. Véase también Orlando Patterson, Die the Long Day, Nueva York, John Morrow,
1972, pp. 163-163.
Jan Voorhoeve y Ursy M. Lichtveld, Creole Drum: An Anthology of Creole Literature from
Surinam, New Haven, Yale University Press, 1975, p. 55.
Roger Bastide, Les religions africaines au Brésil, París, Presses Universitaires de France,
1961, pp. 118-119.
Donald Wood, Trinidad in Transition, Londres, Oxford University Press, 1968, p. 238.
Richard Price, Saramaka Social Structure: Analysis of a Maroon Society in Surinam,
Caribbean Monograph Series, núm. 12, Río Piedras, Institute of Caribbean Studies,
1975, p. 165; Melville J. Herskovits y Frances S. Herskovits, Suriname Folk-lore, Nueva
York, Columbia University Press, 1936, pp. 32-35 (Columbia University Contributions
to Anthropology, núm. 27).
M. L. E. Moreau de Saint-Méry, Déscription [...] de la partie française de l’isle Saint-Domingue,
París, Larose, 1958 [1797], p. 58.
Los inicios de las sociedades y culturas africano-americanas
85
como para apoyar las siguientes afirmaciones. No es de sorprender que los
lazos diádicos entre personas del mismo sexo hayan ocupado un lugar preponderante en el contexto temprano de la esclavitud y el transporte africano-americanos (ya que tales lazos parecen desarrollarse a menudo cuando
los individuos son arrojados aleatoriamente dentro de un marco institucional despersonalizado, como un campo de entrenamiento militar o una prisión). Lo que puede resultar poco usual en este caso es el grado en que tales
vínculos iniciales se convirtieron en principios básicos que probablemente
ayudaran a configurar las instituciones de tales sociedades y que, incluso hoy,
en muchas zonas, parecen retener su contenido simbólico original. Creemos
que el desarrollo de estos vínculos sociales, incluso antes de que los africanos
hubieran pisado el Nuevo Mundo, ya anunciaba el nacimiento de nuevas sociedades basadas en nuevos tipos de principios.
Aquí, nuestra argumentación avanza a la luz de nuestras discusiones
previas relativas al concepto de un “legado” africano generalizado y a la distinción entre perspectivas culturales y sociorrelacionales en la investigación
afroamericanista. Justo conforme el desarrollo de lazos sociales nuevos marcó la experiencia inicial de la esclavitud, los nuevos “sistemas culturales” comenzaron a tomar forma. Echando mano de nuestra concepción, según la
cual, tanto en religión como en muchos subsistemas culturales de África Central y Occidental, una aparente diversidad de formas concuerda con ciertos
principios básicos ampliamente compartidos, habremos de especular sobre
algunos de los procesos que debieron estar involucrados en el crecimiento
temprano de las religiones africano-americanas. Tal como en nuestra discusión previa, buscamos conceptualizar estos principios sin referencia a manifestaciones específicas y patentes. Así pues, por ejemplo, la mayor parte
de las religiones de África Central y Occidental parecen haber compartido
ciertas suposiciones fundamentales sobre la naturaleza de la causalidad y
la capacidad de la adivinación para revelar causas específicas, sobre el papel activo de los muertos en la vida de los vivos; sobre la receptividad de las
deidades (la mayoría de ellas) a las acciones humanas; sobre la relación cercana entre el conflicto social y la enfermedad o la desgracia, y muchas otras.9
9
Victor Turner ha ido más allá en estas conexiones, llevando a cabo una generalización de los símbolos en el ritual africano: “desde el punto de vista comparativo, existen notables similitudes entre los símbolos usados en el ritual en toda el África subsahariana, pese a las diferencias en la sofisticación cosmológica. Las mismas ideas,
analogías y modos de asociación subyacen a la formación y manipulación de símbo-
86
Sidney W. Mintz y Richard Price
Además, el conocimiento ritual en estas sociedades tendía a ser especializado
y “poseído” por individuos o grupos de culto, y tal conocimiento era transmitido ya fuera mediante líneas genealógicas, o bien, por vía de la iniciación
dentro de un grupo de culto. Dado que gran parte de la religión de África
Central y Occidental tenía una orientación instrumental (o al menos se concentraba en acontecimientos especiales particulares, desde enfermedades
hasta coronaciones), la proporción de conocimiento ritual sustantivo que estaba en manos de los especialistas era considerable. Sugeriríamos también
que esta orientación instrumental del ritual alentaba la experimentación con,
y la adopción de nuevas técnicas y prácticas de los pueblos vecinos; sospechamos que la mayoría de las religiones de África Central y Occidental eran
relativamente permeables a las influencias extranjeras y tendían a ser “aditivas” antes que “exclusivas” en su orientación hacia otras culturas.
Estas generalidades nos ayudan a imaginar cómo debió ser la situación
cultural inicial para un conjunto de africanos recién esclavizados. Probablemente podríamos fechar los inicios de cualquier nueva religión africanoamericana en el momento en que una persona necesitada recibió asistencia
ritual de otra que pertenecía a un grupo cultural diferente. Una vez que esta
gente hubiera “intercambiado” la asistencia ritual de esta manera, existiría ya
una microcomunidad con una religión naciente que sería, en un sentido real,
propia. Podemos especular, por ejemplo, que una de las primeras esclavas de
una plantación particular en una nueva colonia da a luz a unos gemelos (o se
vuelve loca, o se suicida, o tiene cualquier otra cantidad de experiencias de las
que requerirían “algún” tipo de atención ritual altamente especializada en casi
cualquier sociedad de África Central u Occidental); está claro para todos que
“algo” debe hacerse, pero nuestra hipotética madre de gemelos no tiene una
pericia especial, y tampoco nadie de su contexto étnico en esa plantación. Sin
embargo, otra mujer, una cuyos parientes pudieron haber sido sacerdoties de
los desde el Río Senegal hasta el Cabo de Buena Esperanza. Las mismas suposiciones sobre las potencias prevalecen en reinos y entre tribus nómadas. Ya sea que estos ensamblajes de símbolos similares representen unidades de órdenes complejos o
bien los restos de ensamblajes difundidos anteriormente, los símbolos siguen siendo
extraordinariamente viables y los temas que representan y encarnan están tenazmente
enraizados”. Querríamos subrayar que nuestro intento por extraer principios y orientaciones comunes en los sistemas religiosos de África Central y Occidental no pretende ignorar el hecho obvio de que estas religiones diferían (y aún difieren) entre sí en
muchos aspectos; a decir verdad, nosotros vemos tales diferencias como parte esencial del modelo que estamos construyendo (Victor W. Turner, “Symbols in African ritual”, Science, núm. 179, 1973, p. 1105).
Los inicios de las sociedades y culturas africano-americanas
87
un culto de gemelos en otro grupo, se hace cargo de la situación llevando a
cabo los ritos lo mejor que puede recordarlos. Por la fuerza de esta experiencia,
entonces, esta mujer se convierte en “la” especialista local en nacimiento de
gemelos. Al hacerse cargo de sus padres en materia ritual, al realizar los ritos
especiales necesarios en caso de que se enfermen o mueran, etcétera, puede a
la larga transmitir su conocimiento especializado (que bien puede ser una selección y elaboración bastante radical de lo que el culto de sus parientes había
sido) a otros esclavos, quienes acto seguido llevan este conocimiento, y los
estatus y papeles asociados a ellos, hacia delante en el tiempo.
Este ejercicio especulativo nos hace reparar en que probablemente tales
situaciones estaban abiertas a la introducción de nuevos materiales culturales, así como en la forma en que las nuevas formulaciones rituales se adhieren
a una estructura institucional bajo la forma de personal especializado. Incluso tratándose de un periodo corto, los intercambios de información ritual
entre aquellos que compartían ciertas suposiciones subyacentes habrían
contribuido de manera importante a la formación de subsistemas culturales
integrados. La heterogeneidad cultural inicial de los esclavos, sin duda, tenía
el efecto de forzarlos desde el principio a desplazar su compromiso cultural y
social primario del Viejo al Nuevo Mundo, un proceso que a menudo le tomó
a sus amos europeos siglos en lograr.10 La reorientación cultural, bastante
radical, que habría tipificado la adaptación de los africanos esclavizados al
Nuevo Mundo fue seguramente más extrema de lo que los colonizadores
10
De ninguna manera debe pensarse que con esto queremos decir que la ruptura con el
pasado africano fue irrevocable o permanente. En otras partes de este ensayo ponemos
todo nuestro esfuerzo en señalar continuidades inmensamente importantes y de muchos tipos con las civilizaciones ancestrales; a esto debemos añadir que la historia de
Afroamérica está marcada por identificaciones renovadas en muchas ocasiones y de diversas formas: sentimental, política, literaria, etcétera. Lo que queremos subrayar aquí
es más bien la separación creada por el proceso de esclavización y de “heterogeneización” que tipificó el transporte y la situación inicial en el Nuevo Mundo. Como lo ha
sugerido elocuentemente Ralph Ellison: “desde los días de su introducción a las colonias, los negros han tomado, con la brutalidad de aquellos sin investiduras articuladas
en estilos culturales, lo que pudieron de la música europea, haciendo de ella eso que,
fundido con las tendencias culturales heredadas de África, expresaría su propio sentido de la vida, al tiempo que rechazaba el resto. Quizá ésta sea sólo otra forma de decir
que cualquiera que fuese el grado de injusticia e inequidad soportado por los esclavos,
la cultura americana fue, incluso antes de la fundación oficial de la nación, pluralista; y
fue el origen de los africanos en culturas en las que el arte era altamente funcional lo que
les dio una ventaja en la conformación de la música y la danza de esta nación (Ralph
Ellison, Shadow and Act, Nueva York, New American Library, 1966, p. 248).
88
Sidney W. Mintz y Richard Price
europeos experimentaron –con sus instituciones más inalteradas, su contacto
ininterrumpido con su tierra natal y sus agrupaciones familiares más coherentes–. Incluso en aquellas situaciones especiales en las que algunos miembros
de un grupo étnico o lingüístico particular permanecieron en contacto cercano, tal orientación debió haberse mantenido como un centro secundario de
compromiso, siendo el foco principal la nueva cultura africano-americana
y sus vínculos sociales concomitantes. Todos los esclavos debieron haberse descubierto aceptando, si bien por necesidad, innumerables prácticas culturales extranjeras, y esto implicó una remodelación gradual de sus propias
costumbres tradicionales para llevar a cabo muchas cosas. Para la mayoría de
los individuos, el compromiso con un nuevo mundo social y cultural debió
adquirir prioridad bastante rápido sobre eso que se habría transformado en
poco tiempo, más que nada, en nostalgia por sus tierras natales. Nos recordamos a nosotros mismos y a nuestros lectores que la gente no añora un
“legado cultural” perdido en abstracto, sino las relaciones personales vividas
de manera inmediata, desarrolladas en un marco cultural e institucional específico, y que cualquier trauma, como la guerra o la esclavitud, puede destruir.
Una “cultura”, en estos términos, se vincula inmediatamente con los contextos sociales dentro de los cuales los lazos afectivos son vividos y percibidos.
Con la destrucción de dichos lazos, el conjunto cultural de un individuo se
transforma fenomenológicamente, hasta que la creación de otros marcos institucionales permite la refabricación de contenido basado en –lo mismo que
muy apartado de– el pasado.
Hemos sugerido varias veces que las culturas y sociedades africanoamericanas distintivas, “maduras”, se desarrollaron quizá más rápidamente de lo que suele suponerse. El establecimiento temprano de lazos entre
“compañeros de pasaje” o de complejos rituales, como los hemos fraseado, están previstos como ejemplos arbitrarios (aunque centrales) de procesos
mucho más generales. Incluso en el reino de las artes, por elegir un ejemplo
menos previsible, podría mostrarse que los subsistemas culturales nuevos
fueron elaborados por medio de la interacción entre esclavos que aún no habían pisado el continente americano. Las percusiones, la danza y el canto no
sólo eran alentados como “ejercicio” en muchos de los barcos negreros,11
sino que Stedman nos dice cómo, al final de la pesadilla del Pasaje Medio en
11
Daniel P. Mannix y Malcolm Cowley, Black Cargoes: A History of the Atlantic Slave Trade,
Nueva York, Viking, 1965, p. 114.
Los inicios de las sociedades y culturas africano-americanas
89
las costas de Surinam: “todos los esclavos son conducidos a cubierta […] su
cabello es rasurado en diferentes figuras de estrellas, medias lunas, etcétera,/
que generalmente se hacen el uno al otro (sin tener rastrillos) con la ayuda de una botella rota y sin jabón”.12 Resulta difícil imaginar un ejemplo
más impresionante de vitalidad cultural irreprimible que esta imagen de esclavos decorándose el cabello los unos a los otros en medio de una de las
experiencias más deshumanizantes de toda la historia.
Documentar nuestras afirmaciones de que las culturas africano-americanas totalmente formadas se desarrollaron en los primeros años de asentamiento en muchas colonias del Nuevo Mundo conlleva dificultades genuinas.
Éstas surgen de la escasez general de materiales descriptivos de la vida de los
esclavos durante el periodo inicial, así como de la falta de investigación en
torno a este problema. Sin embargo, al menos en una colonia –Surinam–,
ciertos acontecimientos históricos fortuitos nos permiten ubicar en el tiempo el desarrollo de varios subsistemas culturales importantes y encontrar así
sustento para nuestro argumento más amplio.
La lengua proporciona un caso relevante. Durante los primeros 20 años
de asentamiento, casi todos los plantadores ingleses que establecieron la
colonia de Surinam partieron hacia otras zonas del Caribe, llevando consigo
a sus esclavos. Durante los varios años en que los recién importados esclavos
(pertenecientes a los holandeses) coincidieron con los esclavos a punto de partir (pertenecientes a los ingleses) la lengua desarrollada por los esclavos de
los ingleses debió ser transmitida a estos recién llegados. Ésta, al menos, es
nuestra conclusión, pues a partir de entonces, hace 300 años, una lengua criolla basada en el inglés (llamada sranan, inglés negro, surinaams o taki-taki ) ha sido
el idioma nacional de Surinam. Es posible afirmar, de buena fuente, que esta
lengua, creación africano-americana, habría sido “firmemente establecida”
en las dos primeras décadas de la colonia.13
La rapidez con la que un sistema religioso africano-americano complejo, integrado y singular se desarrolló en Surinam en un momento muy
temprano, no es menos sorprendente. Nuestra evidencia, de nuevo, es indirecta
12
13
Capitán John Gabriel Stedman, Narrative of a Five Years Expedition against the Revolted
Negroes of Surinam, Richard Price y Sally Price (ed.), Baltimore y Londres, The Johns
Hopkins University Press, 1988 [1790], p. 174.
Jan Voorhoeve, “Church creole and pagan cult languages”, en Dell Hymes (ed.),
Pidginization, p. 307; véase, también, Jan Voorhoeve y Ursy M. Lichtveld, Creole Drum:
An Anthology of Creole Literature from Surinam, New Haven, Yale University Press, 1975.
90
Sidney W. Mintz y Richard Price
pero muy sugerente. Cuando los antepasados de los cimarrones saramaka escaparon de las plantaciones de los ríos Pará y Surinam Bajo para establecer
una sociedad independiente en los bosques del interior (durante el siglo
xvii y muy al principio del xviii), debieron llevar con ellos un sistema religioso que ya había sido conformado de manera bastante completa en las
plantaciones. Hoy existen similitudes notables entre los sistemas religiosos de
los saramaka y de los criollos de la región Pará, similitudes que van desde los
innumerables complejos específicos de creencias y ritos, como los que rodean
la matanza del tapir, hasta principios abarcantes, como los que se relacionan con
grupos corporativos y sus dioses ancestrales; estas similitudes no pueden explicarse adecuadamente sobre la base de un contacto posterior.14 Además, hoy
día –ahora que hay libertad de movimiento para que los saramaka vayan a la
costa– un grupo específico de saramakas visita regularmente, realiza ceremonias e intercambia información ritual especializada con aquellos criollos
que son precisamente los descendientes de los esclavos que vivieron en la
misma plantación de la que los antepasados de ese grupo particular de saramakas huyó hace dos siglos y medio.
Podemos afirmar, con cierta confianza, que durante las primeras décadas de la presencia africana en Surinam se había desarrollado el núcleo de una
nueva lengua y una nueva religión; los siglos posteriores de nuevas importaciones masivas de África aparentemente tuvieron poco efecto, a no ser porque condujeron a elaboraciones secundarias. Sugeriríamos, tentativamente,
que escenarios similares se habrían desplegado en muchas otras zonas de
Afroamérica y en otros subsistemas culturales también. Handler y Frisbie,
por ejemplo, argumentan algo parecido al abordar la música entre los esclavos barbadenses.15
Sin embargo, no pretendemos insinuar que, en algunas situaciones especiales, los africanos llegados más tarde no fueran capaces de ejercer una
influencia considerable sobre las instituciones africano-americanas locales
(véase más adelante). Más bien, la información de Surinam simplemente nos
sugiere la necesidad de una investigación considerablemente más detallada
sobre estos problemas. Cuando podamos trazar el crecimiento de los
14
15
Richard Price, The Guiana Maroons; Charles Wooding, Winti: een Afroamerikaanse godsdienst in Suriname, Meppel, Krips Repro., 1972.
Jerome S. Handler y Charlotte J. Frisbie, “Aspects of slave life in Barbados: music and
its cultural context”, Caribbean Studies, vol. 11, núm. 4, 1972, pp. 5-40.
Los inicios de las sociedades y culturas africano-americanas
91
sistemas sociales y culturales africano-americanos en una perspectiva temporal bastante precisa, seremos capaces de considerar, por ejemplo, la relación
entre la procedencia de la masa de africanos y las formas culturales que se
desarrollaron en una colonia dada en un momento particular, y habremos
dado un gran paso hacia la comprensión de cómo se forjaron en verdad las
culturas africano-americanas.
Hemos subrayado algunas de las formas en que las etapas tempranas
de la historia africano-americana fomentaron el rápido desarrollo de culturas esclavas locales, pero creemos que este entorno distintivo también marcó dichas culturas con ciertos rasgos generales que influyeron fuertemente
sobre su desarrollo posterior y que continúan prestándoles gran parte de su
forma característica hoy en día. Nuestra especulación procede de la siguiente manera: Si bien el gran impacto de la esclavización fue probablemente el
miedo a la violencia física y a la muerte misma, el acompañamiento psicológico de este trauma fue la violación despiadada de la identidad personal, el despojo del estatus y el rango y el trato de seres humanos como cifras sin nombre.
Sin embargo, por una peculiar ironía, de todos los aspectos de la esclavitud,
éste, el más degradante, parece haber tenido el efecto de alentar a los esclavos
a cultivar una valoración reforzada exactamente por aquellas características
más personales, más humanas, que diferencian a un individuo del otro; quizá aquellas cualidades principales que los amos no podían quitarles. Desde
el principio, entonces, los esclavos hicieron elaboraciones sobre las formas
en que podían ser individuos: un sentido del humor particular, una cierta habilidad o tipo de conocimiento, incluso una forma distintiva de caminar o
hablar, o algún detalle sartorial, como el pico de un sombrero o el uso de un
bastón.
Al mismo tiempo, como hemos visto, la heterogeneidad cultural inicial de
los esclavizados produjo entre ellos una apertura general a ideas y usos de otras
tradiciones culturales; una tolerancia especial (dentro del contexto africano
occidental) a las diferencias culturales. Sugeriríamos que esta aceptación de
las diferencias culturales se combinó con el acento en el estilo personal para
producir, en las primeras culturas africano-americanas, un dinamismo particular; una expectativa de cambio cultural como rasgo integral de esos sistemas.
Dentro de los límites estrictos fijados por la condición de la esclavitud, los
africano-americanos aprendieron a darle importancia a la innovación y
a la creatividad individual; siempre hubo lugar para la novedad y la moda;
“algo nuevo” (dentro de ciertos límites estéticos, por supuesto) se convirtió
en algo digno de celebrarse, copiarse y elaborarse; y una innovación estilística
92
Sidney W. Mintz y Richard Price
traída por un africano recién importado podía asimilarse rápidamente. Desde
el principio, el compromiso con una cultura de africano-americanos nueva,
en un lugar dado, incluyó una expectativa de dinamismo, cambio, elaboración y creatividad continuos.16
16
Algunas creencias y ritos siempre han servido como centro de conservadurismo,
como insignia de fidelidad al pasado africano. Pero incluso para los adherentes de lo
que Bastide llama “religions en conserve” (africanas) (Les Amériques noires, pp. 133-155),
como la santería cubana y el candombe bahiano, la vida continuó en medio del presente dinámico, abrumadoramente africano-americano. Si parece que subestimamos
el pasado africano para subrayar la naturaleza móvil de Afroamérica, esto se debe, en
parte, a que el énfasis acostumbrado parece haber sido el opuesto. Además, reconocemos que muchos aspectos de la capacidad de adaptación africano-americana pueden
ser ellos mismos, en un sentido importante, africanos en su origen (véase Herskovits,
Myth of the Negro Past, pp. 141-142). Nuestro objetivo es sacar a la luz los procesos de
cambio de manera un tanto más precisa, no optar por una u otra explicación de las raíces de Afroamérica.
5. R etencioneS y SuPeRvivenciaS
S
i las culturas africano-americanas comparten en efecto este dinamismo
integral y si, como argumentaremos, sus sistemas sociales han sido altamente receptivos a las condiciones sociales cambiantes, se ha de mantener
una actitud escéptica hacia las afirmaciones según las cuales muchas formas
sociales o culturales contemporáneas representan continuidades directas de
las tierras natales africanas. A lo largo de las décadas pasadas, la investigación
histórica ha reducido el número de casos convincentes de continuidades
formales, pero ha apuntado hacia nuevos grados de continuidad, que pueden, más adelante, decirnos mucho más sobre el desarrollo real de las culturas africano-americanas. Los estudiantes del legado africano-americano
han presenciado un cambio gradual del análisis de elementos aislados vistos
en gran medida desde el exterior, al análisis de sistemas o patrones en su
contexto social. Los estudiantes de las lenguas criollas, por ejemplo, han
ubicado cada vez más los aspectos singulares de estas lenguas en el nivel
sintáctico (o del discurso), más que simplemente en el nivel lexical; y argumentos análogos han sido propuestos para cosas tan diversas como formas
de arte y onomásticas.1
Estas perspectivas en transformación están bien ilustradas por la historia de los estudios de talla en madera entre los cimarrones de Surinam.
Tradicionalmente, los estudiosos consideraban esta práctica como “el prototípico arte africano en las Américas”;2 un historiador del arte que aborda esta
forma entre los saramaka ha señalado que los “arabescos en los calados […]
las bandas planas simétricas, y […] los tachonados de latón para reforzar las
líneas curvas” recuerdan notablemente el trabajo akan del siglo xviii.3 Sin
embargo, investigaciones etnohistóricas recientes sugieren con claridad que
1
2
3
Véanse, por ejemplo, Richard Price y Sally Price, “Kammbá: the ethnohistory of
an Afro-American art”, Antropológica, núm. 32, 1972, pp. 3-27; ibid., “Saramaka
onomastics: an Afro-American naming system”, Ethnology, núm. 11, 1972, pp. 341367; Sally Price y Richard Price, Afro-American Arts of the Suriname Rain Forest, Berkeley
y Los Ángeles, University of California Press, 1980.
Philip J. C. Dark, Bush Negro Art: An African Art in the Americas, Londres, Tirante, 1954;
J. L. Volders, Bouwkunst in Suriname: Driehonderd jaren nationale architectuur, Hilversum, G.
Van Saane, 1966.
Robert F. Thompson, “From Africa”, Yale Alumni Magazine, núm. 34, 1970, p. 18.
93
94
Sidney W. Mintz y Richard Price
esta forma distintiva de arte fue forjada en las Guyanas y es en gran medida
un desarrollo del siglo xix. También se ha demostrado que muchas de las
similitudes formales más sorprendentes con el arte africano occidental son
innovaciones bastante recientes.4 En términos más generales, esa investigación nos insta a reorientar nuestro centro de atención, tratando de explicar
las similitudes de forma considerándolas aisladamente y hasta comparando las
ideas estéticas generales los principios gramaticales implícitos que generan
estas formas. Las mismas similitudes formales reales entre el arte de los cimarrones y el de algunos pueblos de África Occidental no son, entonces, mera
evidencia de “retenciones” o “supervivencias” estáticas, sino más bien, producto del desarrollo y la innovación independientes de ideas estéticas generales, dentro de marcos históricamente relacionados y traslapados. La talla en
madera entre los cimarrones, así como sus nombres, escarificaciones y otros
sistemas estéticos, parece ser altamente creativa y “africana” en términos de
reglas o principios culturales de un nivel profundo, que en términos de continuidades formales; en pocas palabras, un subsistema altamente adaptable,
receptivo a los entornos sociales en transformación de los artistas y críticos
que continúan desarrollándolo.
Debemos tener en mente que, en el arte, así como en muchas otras disciplinas, las relaciones entre el artista y el grupo muy probablemente son
complejas y sutiles. Hasta qué punto el arte es producido y modificado en
un contexto de libertad de expresión, y hasta qué punto el grupo y el individuo creador están limitados por valores conservadores, debe ser especificado
de forma separada para cada sociedad y, a menudo, para cada medio o género
artístico. Podemos suponer que la expresión artística de África Occidental
varió hasta cierto grado de una sociedad a otra, mientras que la oportunidad de inventiva o innovación individual probablemente variaba según la
función social de cada forma particular de arte. Puede suponerse que éste ha
sido el caso con el arte africano-americano. Dadas las circunstancias sociales
de sus inicios, empero, elegimos suponer que un alto grado de libertad de
variación pudo haberse institucionalizado en muchas formas de arte en un
principio. Con el fin de dar el mayor sentido posible a la evolución de estas
4
Jean Hurault, Africains de Guyane: La vie matérielle et l’art des noirs réfugiés de Guyane, La
Haya, Mouton, 1970; Richard Price, “Saramaka woodcarving: the development of
an Afro-american art”, Man, núm. 5, 1970, pp. 363-378; ibid., “The Guiana maroons:
changing perspectives in ‘Bush Negro’ studies”, Caribbean Studies, vol. 11, núm. 4,
1972, pp. 82-105; Price y Price, Afro-American Arts.
Retenciones y supervivencias
95
formas en las sociedades africano-americanas, será necesario aprender todo
lo que podamos sobre esas situaciones iniciales y continuar nuestro estudio del
arte y de otras manifestaciones culturales africano-americanas en sus contextos sociales,5 y no solamente como proyecciones de formas cambiantes o
conservadoras.
La investigación histórica reciente sobre Afroamérica también nos ha
enseñado algunos de los peligros de extrapolar hacia atrás, hacia África, en
el reino de las formas sociales. Podríamos mencionar tan sólo un ejemplo
obvio extraído de nuestro propio trabajo: Los hombres saramaka, que ahora
suelen tener dos esposas cada uno, resultaron ser, tras una investigación cuidadosa, mucho más “poliginios” (se podría decir “de apariencia africana”, en
términos de Herskovits) hoy de lo que fueron sus antepasados hace dos siglos, debido a las instituciones cambiantes en la sociedad más amplia, a los
patrones de reciente evolución del trabajo asalariado y a las proporciones
desiguales entre sexos que dichos patrones han generado.6 Parece probable
que los sistemas de relaciones sociales sean por lo general, incluso más receptivos a las condiciones ambientales en transformación, que los sistemas culturales. Como en el reino cultural, empero, sugeriríamos que hurgar debajo
de la superficie de las formas sociales para llegar a los sistemas de valores y las
orientaciones cognitivas que los subyacen y acompañan podría revelar continuidades de largo plazo y de otra índole.
Al pedir una investigación más sutil y profunda no queremos negar la
existencia de “supervivencias” o “retenciones” directas en Afroamérica, o
que una investigación cuidadosa de las razones específicas para su persistencia
continua nos ayude a entender mejor los años de formación de la historia africano-americana. Podríamos citar dos breves ejemplos. La “ordalía” suprema,
el equivalente a la corte más alta en Saramaka hoy en día, está en manos de un
pequeño grupo de culto en un solo poblado; sus técnicas, que incluyen clavar
una pluma medicada en la lengua del acusado para determinar su culpa o
inocencia, parecen poder rastrearse directamente al Reino de Benín del siglo
5
6
Véanse, por ejemplo, John F. Szwed, “Afro-American musical adaptations”, en N.
Whitten y J. Szwed (ed.), Afro-American Anthropology, Nueva York, Free Press, 1970, pp.
219-228; Sally Price, Co-wives and Calabashes, Ann Arbor, University of Michigan Press,
1984.
Richard Price, “Saramaka emigration and marriage: a case study of social change”,
Southwestern Journal of Anthropology, núm. 26, 1970, pp. 157-189; ibid., Saramaka Social
Structure.
96
Sidney W. Mintz y Richard Price
xviii.7 En este caso, parece probable que un conjunto específico de conocimiento ritual fuera llevado a Surinam durante los primeros años de la esclavitud por un solo especialista, y que la tradición (de la que se da cuenta entre
los saramaka del siglo xviii)8 fuera perpetuada de forma muy parecida a la
que hemos descrito para nuestro hipotético ritual de “parto de gemelos”.
En contraste, la adivinación con un ataúd –la interrogación al espíritu de un
muerto (en donde los movimientos de quienes cargan el cuerpo son “controlados” por el espíritu, ansioso por revelar la causa de su muerte)– proporciona un ejemplo de distinta índole. Se trataba de una práctica muy difundida en
África Central y Occidental, como parte de los ritos funerarios, y la encontramos de nuevo en zonas muy separadas de la Afroamérica colonial, desde
Jamaica hasta Dominica, pasando por Surinam.9 A diferencia de la ordalía
saramaka, que involucra un cuerpo de conocimiento altamente especializado
de una sociedad particular, que no obstante servía una función reconocida
como crucial en muchas sociedades africanas del centro y occidente, la adivinación con el cadáver quizá resultaba familiar para la mayoría de los primeros
esclavos transportados. Estas dos continuidades particulares, incluso vistas
sumariamente, pueden considerarse como ilustración de procesos un tanto diferentes en el desarrollo de las culturas africano-americanas. Una consideración cuidadosa de otras continuidades históricas reales casi sin duda
nos ayudará a comprender algunas de las opciones que se abrieron para los
primeros africano-americanos, así como el curso posterior que tomaron sus
culturas.
Deseamos considerar, de manera igualmente básica, otros dos casos de
continuidad, en parte con el fin de destacar la relación entre la continuidad de la
cultura y la continuidad del personal, y en parte para expandir el espectro de
7
8
9
Gerhard Lindblom, Afrikanische Relikte und Indianische Entlehnungen in der Kultur der
Busch-Neger Surinams, Goteborg, Elanders Boktryckeri Aktiebolag, 1924, pp. 92-93;
John Barbot, “A description of the coasts of North and South Guinea”, en Awnsham
Churchill (ed.), A Collection of Voyages and Travels, núm. 5, Londres, 1732, p. 373.
C. L. Schumann, “Saramaccanisch Deutsches Wörter-Buch”, en Hugo Schuchardt
(ed.), Die Sprache der Saramakkaneger in Surinam, núm. 14, Verhandelingen der Doninklijke Akademie van Wetenschappen te Amsterdam, 1914, pp. 46-116 (s.v. kangra).
Charles Leslie, A New History of Jamaica, Londres, J. Hodges, 1740, pp. 308-309;
Thomas Atwood, The History of the Island of Dominica, Londres, J. Jonson, 1791, pp.
268-269; F. Staehelin, Die Misión der Brüdergemeine in Suriname und Berbice im achtzehnten
Jahrhundert, vol. 3, núm. 2, Herrnhut, Vereins für Brüdergeschichte in Kommission der
Unitätsbuchhandlung in Gnadau, 1913-1919, p. 55.
Retenciones y supervivencias
97
casos de dichas continuidades y exponer la complejidad involucrada en su estudio. Tras la emancipación en las Indias Británicas Occidentales (1834-1838),
los africanos libres fueron importados a varias colonias británicas, incluida
Trinidad, con la esperanza de expandir los asentamientos agrícolas y de proporcionar más mano de obra a los plantadores. En un periodo de 20 años
(1841-1861), Trinidad recibió 6 581 africanos libres;10 entre 1834 y 1867,
esa isla recibió un total de 8 854 africanos liberados, arrebatados por barcos
británicos a los barcos negreros que se dirigían a Cuba o Brasil.11 Un gran
número de grupos culturales africanos distintos estaban representados en
estas migraciones, incluidos los pueblos ibo, temne, wolof, yoruba, ashanti,
fulani y mandinga.12
En un recuento tentadoramente breve, pero enigmático, Carr describía
una comunidad rada (dahomeyana) en las afueras de Puerto España, fundada por un Robert Antoine (Aboyevi Zãhwenu) unos quince años después de
su llegada a Trinidad. Antoine adquirió una pequeña propiedad por compra
en 1868, y ahí se afincó con su pareja de hecho y su hijo. Para el momento de
su muerte en 1899, su casa y recinto se habían convertido en un centro para
dahomeyanos migrantes, muchos de los cuales se habían asentado previamente en los alrededores: “durante las ocasiones ceremoniales de aquellos
primeros días se dice que las reuniones eran tan grandes que en el recinto
apenas y había cupo para albergar a la gente”.13
Antoine comenzó y mantuvo una porción sustancial del calendario ceremonial dahomeyano en su recinto. Resulta significativo que entre aquellos
que emigraron al mismo tiempo a Trinidad se incluyera a un hubonõ calificado, o alto sacerdote, y a dos hombres vodunsi (iniciados en el culto), y que
estos tres hombres perpetuaran activamente las ceremonias tradicionales.
Puede ser de igual interés que los dioses celebrados por este grupo a menudo
lleven nombres de santos, típicos de las agrupaciones religiosas africanoamericanas en países católicos del exterior, como Brasil, Cuba y Haití. Carr
preguntó a sus informantes cómo adquirieron las deidades africanas nombres cristianos, y le dijeron que “siempre” los habían tenido. La idea de que
10
11
12
13
Donald Wood, Trinidad in Transition, Londres, Oxford University Press, 1968, p. 80.
K. O. Laurence, Immigration into the West Indies in the 19th Century, Londres, Caribbean
Universities Press, 1971, p. 14.
D. Wood, Trinidad, pp. 240-241.
Andrew Carr, “A Rada community in Trinidad”, Caribbean Quarterly, vol. 3, núm. 1, s.f.
[1953], p. 40.
98
Sidney W. Mintz y Richard Price
tales nombres hubieran estado asociados a las divinidades africanas tras el
contacto con misioneros en África fue rechazada por el miembro más viejo del complejo, con quien Carr habló. Así, no tenemos información sobre
cómo o en qué momento se adquirieron realmente tales nombres.
No es nuestra intención aquí examinar con detalle las correspondencias
y divergencias entre las expresiones religiosas de este grupo y aquellas típicas del Dahomey del siglo xix. Pero debemos señalar que este caso revela
continuidad sustancial –como la calendarización de las ceremonias, los
nombres de los dioses, el papel de los sacerdotes, el sacrificio, la posesión,
etcétera–, y modificación sustancial; tanto por sincretismo (por ejemplo, la
asociación de los nombres de los santos, que creemos ocurrió en Trinidad misma), como en términos de la sociología del nuevo entorno. Ningún hombre
vodunsi ha aparecido desde la muerte de Alokasu y Kunu, quienes acompañaron a Antoine desde África. La ceremonia Kututo para los muertos, que se
celebrada en noviembre, se asocia ahora a una misa católica para las almas del
Purgatorio. Cinco deidades, que anteriormente poseían a migrantes africanos
nativos, no han reaparecido desde las muertes de estos hombres. Algunos
altares se han desvanecido. Incluso en pequeñas formas, el cambio se manifiesta. El altar a Sakpata, aún conservado en el recinto, alguna vez tuvo en
su cabeza una planta suculenta, supuestamente de acuerdo con la tradición
africana. Pero la vista de un niño resultó dañada por el fluido lechoso de la
planta hace algunos años, y desde entonces fue reemplazada por una drácena
(Dracaena spp.).
Incluso sin un examen comparativo meticuloso, debería quedar claro que el sistema religioso sociocultural de la tierra natal no sobrevivió
intacto y sin cambios en el nuevo contexto y, por supuesto, sería algo extraordinario si lo hubiera hecho. Sin duda, lo más significativo es el hecho
de que Antoine fuera capaz de contar con los servicios de tres especialistas
religiosos preparados cuando comenzó el calendario ceremonial hace un
siglo. Si bien no podemos sopesar la importancia de la desaparición de los
hombres vodunsi, pensamos que se puede defender la suposición de que habría afectado las formas y funciones del calendario ceremonial actual.
Un ejemplo final puede ser extraído de la literatura sobre religión afrocubana. Aunque difiere en muchas formas del ejemplo proporcionado arriba,
comparte con el caso trinitense una implantación relativamente reciente de
las costumbres africanas en el marco del Nuevo Mundo. El comercio de esclavos a Cuba terminó cerca de 1865, aunque parece ser cierto que se importaron esclavos adicionales durante varios años inmediatamente posteriores.
Retenciones y supervivencias
99
Curtin ha calculado que 12 000 esclavos fueron importados en 1865, pero
llama a este cálculo “una conjetura”, y sugiere que ha elegido una cifra relativamente alta porque supone que el comercio continuó brevemente desde
entonces.14 Los materiales sobre el origen étnico de los esclavos cubanos durante las últimas etapas del comercio son insatisfactorios; el tráfico era ilegal y
los manifiestos de barcos negreros u otra información de ese tipo disponible
para, digamos, Santo Domingo en un periodo anterior, son deficientes. No
obstante, es cierto que se importó un número sustancial de yorubas, y los materiales religiosos y lingüísticos afrocubanos sugieren lo mismo. Habiendo realizado investigaciones de campo tanto entre los yoruba de Ife, Nigeria, como
entre los lucumí de Matanzas, Cuba, Bascom y Montero de Bascom pudieron documentar las continuidades de ciertos tipos de prácticas adivinatorias,
incluidas las 256 permutaciones resultantes de lanzar un collar adivinatorio
de 16 unidades divididas en dos partes. Aunque han ocurrido cambios importantes en los materiales empleados, en la terminología de la explicación
y en la pronunciación de términos, “tanto los nombres como el orden de las
dobles figuras […] coinciden exactamente con los registrados para el yoruba
por Epega, Aderoju, Frobenius, Monteil y Dennett, para Dahomey por
Bertho y Maupoil, y para los ewe por Spieth”.15 La información afrocubana
es particularmente convincente porque los diversos elementos de las prácticas adivinatorias son claramente separables, pero ocurren tanto en Nigeria
como en Cuba, en una interrelación tan íntima que la difusión desde África al
Nuevo Mundo no puede ser puesta en cuestión con seriedad.
Estos dos casos revelan tanto continuidad como cambio. El caso afrocubano deja claro que una porción relativamente compleja de la cultura puede
ser llevada de manera sustancialmente intacta de un lugar a otro. Aunque
ocurren ciertas sustituciones de material (por ejemplo, discos de coco por
nueces de cola) bastante obvias, los adivinadores migrantes sólo necesitaban
tener a su alrededor personas de la misma sociedad o de una relacionada,
donde tal adivinación se practicara para ejercer sus habilidades. Las prácticas adivinatorias afrocubanas, empero, muestran continuidades con más de
una cultura africana occidental y sugieren que otros grupos, además de los
14
15
Philip Curtin, The Atlantic Slave Trade..., Madison, University of Wisconsin, pp. 40-43.
William R. Bascom, “Two forms of Afro-Cuban adivination”, en Acculturation in the
Americas, Sol Tax (ed.), Chicago, University of Chicago Press, 1952, pp. 172-173; véase, también, Montero de Bascom, “Influencias africanas en la cultura cubana”, Ciencias
Sociales, núm. 5, 1954, pp. 98-102.
100
Sidney W. Mintz y Richard Price
yoruba, contribuyeron a las formas adoptadas por los materiales más antiguos en el contexto cubano. El caso trinitense no muestra ninguna mezcla
obvia de formas africanas originales, aun cuando hubo un cambio considerable en el nuevo entorno con el paso del tiempo. El caso cubano sugiere que
los materiales africanos difundidos desde ultramar se originaron con personas que eran miembros de grupos diferentes, aunque se pueden demostrar
continuidades muy sólidas con prácticas del pasado.
Dos rasgos obvios de estos casos requieren mención. En primer lugar,
ambas emigraciones en cuestión, respecto de algunas otras, ocurrieron
recientemente. En segundo lugar, en un caso, los migrantes eran hombres
libres o liberados y, en el otro, la esclavitud había terminado tan sólo 25 años
después de la última migración. En ambos casos, los ejemplos trinitense y
cubano difieren sustancialmente de la mayoría de los otros ejemplos de continuidades africanas. En un sentido general puede afirmarse que, tanto la
fuerza de las continuidades como su relativa falta de modificación están probablemente relacionadas con la cercanía de la migración en el tiempo y con
la presencia (en Trinidad) o cercanía (en Cuba) de la libertad. Tales afirmaciones no explican los muchos otros casos de continuidades como éstas, a
menudo conservadas frente a una gran opresión y frente al desorden impuesto, y tampoco podemos abordar aquí de manera adecuada y completa el
tema del tráfico ilegal de esclavos, en tanto debe haber influido el panorama
de continuidades en el Nuevo Mundo. Sin embargo, en términos generales,
las continuidades formales directas de África son más una excepción que una
regla en cualquier cultura africano-americana, incluso en aquellas como la
saramaka, que ha estado de lo más aislada.16
16
Una amplia, aunque desigual literatura trata las supervivencias y retenciones africanas
en el Nuevo Mundo. Entre las obras pioneras se cuentan: Melville J. Herskovits, Myth
of the Negro Past, y ensayos escogidos del mismo autor, desde 1930; véanse, también
,Melville J. Herskovits, The New World Negro, Bloomington, Indiana University Press,
1966; Arthur Ramos, Las Culturas Negras en el Nuevo Mundo, México, Fondo de Cultura
Económica, 1943. Les Amériques noires, de Bastide, está disponible en traducción al inglés como African Civilisations in the New World, Nueva York, Harper and Row, 1971.
Un debate útil sobre las supervivencias y las retenciones puede encontrarse en V. Rubin
(ed.), Caribbean Studies: A Symposium, Seattle, University of Washington Press, 1957, donde M. G. Smith intercambia opiniones con George E. Simpson y Peter B. Hammond
(pp. 34-53).
6. P aRenteScoS y PaPeleS SexualeS
H
emos sugerido que un firme entendimiento básico de lo que se conoce
como el pasado de los pueblos africano-americanos puede reforzar
nuestra comprensión de su presente, así como el estudio del presente proporciona claves que pueden ser llevadas fructíferamente a la investigación de
archivo. Se requiere un poco de énfasis adicional sobre los usos del pasado,
ciertamente no con miras a la exclusión de la etnografía, sino como un corolario esencial, particularmente en el caso de las culturas africano-americanas.
Dadas las tensas situaciones iniciales que enfrentaron los africanos esclavizados, creemos que una estrategia prometedora –aunque de ninguna manera
única– para trazar el surgimiento de las culturas africano-americanas sería
concentrarse en los inicios, desde donde podemos trabajar hacia adelante,
más que simplemente extrapolar hacia atrás sobre la base de similitudes
percibidas con culturas del Viejo Mundo.
Si nos obligamos a considerar en toda su complejidad la situación inicial
de los africanos en cualquier colonia del Nuevo Mundo, es probable que pocas de las explicaciones “históricas” ofrecidas por los estudiosos de las formas culturales o sociales africano-americanas actuales resulten plenamente
adecuadas. Al explorar las opciones que la gente enfrentó en realidad durante los años formativos de estas culturas, debe tomarse en cuenta un amplio
espectro de variables: desde la composición étnica de las masas de esclavos o las condiciones sociales específicas y sumamente diferenciadas en una
colonia particular en un momento dado, hasta la distribución geográfica de
creencias y prácticas particulares en África. En términos de nuestro conocimiento actual, parece razonable esperar que casi cualquier subsistema de una
cultura africano-americana –ya sea la música, el discurso o la religión– sea sumamente sincrético en términos de sus diversos orígenes africanos, así como
en términos de las aportaciones de fuentes europeas (y a menudo de otras);
debemos esperar, además, que posea un dinamismo interno incorporado y,
asimismo, una capacidad de adaptación notable a condiciones sociales cambiantes. Esto implica que la tarea de reconstruir la historia de cualquiera de
estos sistemas o complejos institucionales es un gran desafío, aunque lleno
de peligros.
Con todo esto en mente nos gustaría, no obstante, delinear un esbozo
parcial de tal empresa. Podría ser de ayuda echar mano de algunas de nuestras
101
102
Sidney W. Mintz y Richard Price
generalidades programáticas e incluso, quizá, señalar algunas líneas promisorias de investigación futura.
Durante muchos años, la controversia sobre las teorías y métodos apropiados para su aplicación en el estudio de la historia de la cultura africano
-americana se centró en “la familia negra”, y gran parte de este debate
probablemente le resulte familiar al lector. Por ende, puede ser de utilidad
concentrarnos en este complejo institucional particular, a fin de subrayar
los conceptos que podrían distinguir nuestro acercamiento general de
conceptualizaciones más tradicionales.
Melville J. Herskovits y E. Franklin Frazier fueron los protagonistas
principales del “debate” en curso sobre la familia negra, y cada uno recurría
a la historia en su esfuerzo por explicar las formas sociales actuales, pero
con ideas muy distintas sobre la naturaleza de la experiencia histórica
africano-americana.1 Herskovits, que tendía a tratar la estructura social como
un aspecto de la cultura, subrayaba el origen africano, en última instancia,
de las formas de la familia en el Nuevo Mundo. Al estudiar Haití, por ejemplo, afirmaba que “la institución del matrimonio plural […] es obviamente
africana”; en las formas del matrimonio trinitenses veía “una traducción
[reinterpretación], en términos del patrón monogámico de unión europea,
de formas africanas occidentales básicas que operan dentro de un marco
polígamo”.2 Podrían citarse numerosas afirmaciones similares.
Frazier, en contraste, consideraba la relevancia del pasado africanoamericano para la comprensión de las instituciones contemporáneas como
algo que comenzó sólo con el proceso de esclavización y transporte. En una
de sus afirmaciones más contundentes sobre el tema, escribió que “probablemente nunca antes en la historia un pueblo había sido casi despojado de su legado social como sucedió con los negros que fueron traídos a
América”; y argumentaba que las imágenes del pasado africano fueron meramente “memorias olvidadas”.3 Para Frazier, los africano-americanos fueron
1
2
3
Véanse, por ejemplo, E. Franklin Frazier, “The Negro in Bahia, Brazil: a problem in
method”, American Sociological Review, núm. 7, 1942, pp. 465-478; Melville J. Herskovits,
“The Negro in Bahia, Brazil: a problem in method”, American Sociological Review, núm.
8, 1943, pp. 394-402.
Melville J. Herskovits, Life in a Haitian Valley, Nueva York, Doubleday Anchor, 1971
[1937], p. 260; Melville J. Herskovits y Frances S. Herskovits, Trinidad Village, Nueva
York, Knopf, 1947, p. 293.
E. Franklin Frazier, The Negro Family in the United States, Chicago, University of Chicago
Press, 1939, p. 20; ibid., cap. 1.
Parentescos y papeles sexuales
103
americanos culturalmente marginados, frustrados; otro sociólogo, aplicando
las ideas de Frazier al esclavo jamaiquino, concluiría que sus “ideales y actitudes
y moral y modales eran en menor o mayor medida aquellas de sus amos”.4 Ya
fuera en Estados Unidos o en Jamaica, si las instituciones de los africano-americanos no eran idénticas a aquellas de la mayoría americana, era, según esta
perspectiva, sólo debido a una larga y terrible historia de opresión.5
Aunque este pequeño esbozo de las posiciones de Herskovits y Frazier
puede exagerar el contraste entre perspectivas sobre los africano-americanos,
dicho contraste no es menos real. En un caso, los africano-americanos se
consideraban esencialmente africanos cuyos compromisos con su pasado
ancestral los hacían culturalmente distintos de otros americanos; en el otro
caso, eran meramente americanos que no habían sido capaces de una aculturación plena debido a la opresión. Claramente, esta controversia está lejos de
estar muerta, y gran parte de la discusión sobre si los africano-americanos tienen una cultura o culturas diferentes, o si son simplemente víctimas de la marginación, continúa. Sin embargo, la naturaleza polémica de estos argumentos,
así como su sabor fuertemente político, ha llevado a muchos estudiosos del
Caribe a desestimar consideraciones históricas al momento de analizar las
instituciones de la familia. Una de estas autoridades afirma que los enfoques
históricos “sólo buscan explicar la existencia de sistemas de familia caribeños como una tipología general”, y otra, que “las teorías históricas, culturales,
estructurales y psicológicas desarrolladas con tanto cuidado para ‘explicar’ el
sistema caribeño de la familia resultan valiosas básicamente como elementos
en la historia del pensamiento social”.6 Aunque podríamos tratar de explicar
lo que llevó a estos antropólogos a una posición ahistórica, ese no es nuestro
propósito aquí. En lugar de ello, en la discusión que sigue pretendemos, una
vez más, argumentar que existe una verdadera necesidad de investigación
4
5
6
T. S. Simey, Welfare and Planning in the West Indies, Oxford, Clarendon Press, 1946, p. 49.
No podemos examinar aquí los aspectos ideológicos de esta controversia, ni en el
pasado ni en el presente. Pero cabe señalar que, mientras que la perspectiva “pro
africanista” corrió alguna vez el riesgo de insinuar que los africano-americanos eran
inherentemente diferentes y, por ende, inasimilables, el mismo argumento puede tener
connotaciones bastante distintas hoy en día. Tanto Frazier como Herskovits estaban bien al tanto de estas implicaciones, y uno supone que les resultaría irónicamente
divertido el curso del debate en su forma más reciente.
Keith F. Otterbein, “Caribbean family organization: a comparative analysis”, American
Anthopologist, núm. 67, 1965, p. 66; Michael G. Smith, West Indian Family Structure,
Seattle, University of Washington Press, 1962, p. 218.
104
Sidney W. Mintz y Richard Price
histórica para comprender la familia o, para el caso, cualquier otra institución
africano-americana.
Uno de nuestros principales postulados ha sido que ni el contexto social
ni las tradiciones culturales pueden explicar por sí mismos una forma institucional africano-americana7 y que el desarrollo de instituciones debe ser visto
en su marco histórico completo. En términos de la familia, un sinnúmero
de ilustraciones simples nos vienen a la mente. En un pueblo pesquero de
Martinica, por ejemplo, los contrastes actuales en la forma de la familia (por
ejemplo, distintas frecuencias de hogares encabezados por mujeres o de estabilidad marital) están directamente relacionados con experiencias históricas
diferentes. Los residentes de un extremo del pueblo descienden de gente
que abandonó la vida de la plantación hace tan sólo cuatro generaciones, y
el complejo institucional relativamente “laxo” (con sus valores asociados)
vinculado con “la familia” en las plantaciones continúa influyéndolos hoy en
día. En contraste, los habitantes del otro extremo del pueblo tienen un largo
legado como pescadores independientes en esa ubicación; un legado que
data de los tiempos previos a la emancipación, y sus formas de familia más
estables pueden relacionarse directamente con este hecho.8 Este argumento,
por supuesto, no se restringe a los africano-americanos.9 Para explicar las formas de la familia entre los trabajadores de las plantaciones en Guyana –cuyo
origen eran las Indias Orientales–, por ejemplo, difícilmente podría procederse
sin tomar en cuenta tanto las tradiciones culturales como las condiciones
sociales. Tal como ha señalado un estudioso de esta gente, sus familias son, en
general, mucho menos “matricéntricas” de lo que uno esperaría, dada su situación socioeconómica (y teniendo en mente los patrones africano-americanos),
pero mucho más de lo que uno podría predecir sobre la base de sus actitudes o valores. Jayawardena ha mostrado que las variaciones en la forma de la
familia entre los poblados locales de origen indiano pueden comprenderse
plenamente sólo al examinar las formas particulares en que la gente aplicó
7
8
9
Sidney W. Mintz, “Foreword”, en Whitten y Szwed, Afro-American Anthropology,
pp. 1-16; ibid., “Creating culture in the Americas”, Columbia University Forum, núm. 13,
1970, pp. 4-11.
Richard Price, “Studies of Caribbean family organization: problems and prospects”,
Dédalo, núm. 14, 1971, pp. 23-59.
Sidney W. Mintz, “Cañamelar: the subculture of a rural sugar plantation proletariat”,
en J. H. Steward et al. (eds.), The People of Puerto Rico, Urbana, University of Illinois
Press, 1956, pp. 375-377.
Parentescos y papeles sexuales
105
recursos culturales a la tarea de adaptarse a los nuevos y diversos entornos
sociales.10
Uno de los problemas con muchos estudios tradicionales de la familia
negra –y esto abarca tanto los de Herskovits como los de Frazier– fue una
tendencia a reificar el concepto mismo de “familia”. Aun cuando los antropólogos, a un costo considerable, han comprendido que las cosas son de otra
manera, muchos historiadores pueden no estar al tanto aún de las implicaciones de tal reificación. Por ejemplo, en Afroamérica, la unidad del “hogar”
no necesita corresponder de ninguna manera con “la familia”, comoquiera
que ésta se defina. Resulta común, por ejemplo, que los grupos domésticos
(aquellos que suman sus recursos económicos, comparten la responsabilidad
de socializar a los niños, etcétera) abarquen varios hogares; que la composición de un hogar esté determinada por factores distintos al parentesco; y
así sucesivamente. Al estudiar las instituciones de la familia, entonces, deben hacerse varias distinciones entre aquellas ideas y prácticas relativas al
parentesco, las relativas a la unión o el matrimonio, las relativas a la residencia
y el hogar, y las relativas a la asignación de responsabilidades domésticas.11
El desarrollo de los papeles de parentesco y sexuales entre los africano-americanos se utilizará aquí para ilustrar la necesidad de tales distinciones, y también para subrayar las complejidades que conlleva trazar el crecimiento de
cualquier institución africano-americana.
Comencemos, una vez más, con un conjunto hipotético de africanos recién
esclavizados en una nueva plantación del continente americano. De existir tal,
¿qué habría constituido, en el reino del parentesco, un conjunto de ideas compartidas ampliamente, traídas desde África? Tentativa y provisionalmente,
sugeriremos que en África Central y Occidental pudo haber ciertas ideas y
presunciones fundamentales muy difundidas sobre el parentesco. Entre éstas, podríamos señalar la tremenda importancia del parentesco al momento
de estructurar relaciones interpersonales y definir el lugar de un individuo en
10
11
Chandra Jayawardena, “Family organization in plantations in British Guiana”, International Journal of Comparative Sociology, núm. 3, 1962, pp. 63-64.
Meyer Fortes, “Introduction”, en Jack Goody (ed.), The Developmental Cycle in Domestic Groups, Cambridge, Cambridge University Press, 1958, pp. 1-14 (Cambridge Papers
in Social Anthropology, núm. 1); Nancie L. Solien, “Household and family in the
Caribbean”, Social and Economic Studies, núm. 9, 1960, pp. 101-106; Sidney Greenfield,
“Socio-economic factors and family form”, Social and Economic Studies, núm. 10, 1961,
pp. 72-85; Raymond T. Smith, “The nuclear family in Afro-American kinship”, Journal
of Comparative Family Studies, núm. 1, 1970, pp. 55-70.
106
Sidney W. Mintz y Richard Price
la sociedad; el énfasis en la descendencia unilineal y la importancia que para
cada individuo tenían las líneas de parentesco resultantes, tanto vivas como
muertas, que se extienden hacia atrás y hacia delante a través del tiempo; o, en
un nivel más abstracto, el uso de la tierra como medio para definir tanto el
tiempo como la descendencia, con antepasados venerados localmente, y con
una historia y una genealogía, ambas particularizadas en áreas específicas de
tierra. El conjunto de esclavos recién llegados, aunque hubiesen sido arrancados de sus propias redes locales de parentesco, habría seguido considerando
el parentesco como el idioma normal de las relaciones sociales. Enfrentados a la
ausencia de parientes reales, habrían dado forma, no obstante, a nuevos lazos
sociales con base en los lazos de parentesco, tomando prestados a menudo
términos adquiridos de sus amos para etiquetar las relaciones con sus contemporáneos y sus mayores: “hermano” [bro], “tío”, “tía” [auntie], “abuela”
[gran], etcétera. Sin embargo, para que tales intentos tempranos por investir
las relaciones sociales con el simbolismo del parentesco se transformaran en
redes de parentesco fundadas en la consanguinidad, el primer requerimiento,
y el esencial, era la estabilidad del grupo en el tiempo y en el lugar, o al menos
una estabilidad suficiente para permitir la socialización de la prole dentro de
ese mismo grupo. Y es aquí donde las diferencias muy reales entre las plantaciones y entre los sistemas de plantación cobrarían relevancia.
Estamos suponiendo, recordémoslo, que en las primeras situaciones de
contacto entre los individuos esclavizados y sus amos en el Nuevo Mundo,
los esclavos debieron desarrollar sus formas de vida enfrentados a coacciones terribles y generalmente inevitables. La construcción de instituciones
habría implicado una continua conciencia de posibilidades desiguales, del
poder generalizado de los amos, y de la necesidad de generar formas sociales que fuesen adaptativas, incluso bajo estas condiciones inmensamente
difíciles. Al argumentar de esta manera, no pretendemos infravalorar la importancia de los antecedentes africanos de los esclavos ni dar a entender
que éstos sabían poco o recordaban poco de su legado. Sin embargo, pensamos que resulta razonable suponer que las formas precisas en que era posible abrevar de dichos pasados para generar nuevas instituciones dependería
en parte de las circunstancias particulares en que los esclavos se encontrasen en el Nuevo Mundo: de hasta qué punto el régimen esclavista controlaba,
interfería con o ponía en entredicho la recreación de soluciones institucionales, la estabilidad que se otorgaba a un grupo particular de esclavos en su
nuevo entorno, etcétera. Si bien sería estupendo y conveniente suponer que
estas variables pudieran ordenarse según los objetivos y valores del grupo de
Parentescos y papeles sexuales
107
los amos en colonias específicas (por ejemplo, plantadores españoles contra
plantadores ingleses, o Jamaica contra Cuba), no recurrimos a esta modalidad de análisis en la presente obra.12
Podríamos citar un caso en el que existe evidencia de que las dotaciones de la plantación lograron una estabilidad considerable durante la primera
época colonial: la región Pará de Surinam. Ahí, la política de los plantadores fue, como en otros lugares de Surinam durante los primeros cien años de
la historia de la colonia, no separar a las familias de esclavos vendiendo a los
miembros a diferentes amos, y al parecer se puso especial cuidado para evitar
la separación de las madres y los niños.13 En el curso de varias generaciones se
desarrollaron en esta región grupos importantes de parentesco, cada uno con
un fuerte apego a una localidad particular. Se trataba de grupos de descendencia no unilineal, compuestos de todos los descendientes (trazados bilateralmente) de una persona particular llegada de África. Después de varias
generaciones, entonces, cualquier individuo habría pertenecido a varios de
estos grupos de parentesco.
12
13
Creemos que, así como los valores, actitudes y creencias de los esclavos –en pocas
palabras, sus “orientaciones cognitivas”– jugaron un papel crítico en la manera en que
lidiaron con el impacto de la esclavitud y el sistema de plantaciones; así también las orientaciones cognitivas de las distintas clases de amos fueron un factor crítico en las formas de
resistencia y de construcción de instituciones que tuvieron lugar. Muchas formulaciones útiles e interesantes pueden proponerse en este terreno, contrastando la elaboración de instituciones de esclavos en diferentes colonias y periodos. Pero sospechamos
que, hasta la fecha, la mayor parte de esas formulaciones se ha basado en la falta de
infor mación histórica detallada, más que en lo convincente de la información. Las generalizaciones sobre la sociedad esclava en Jamaica, digamos, o en Santo Domingo,
ignoran necesariamente la muy considerable variabilidad sociológica que debe haber
tipificado a cualquiera de estas colonias, y la variación institucional entre los esclavos
que probablemente acompañaba esta complejidad. Ya sea que tengamos en mente
el folclor, las reglas de matrimonio, las técnicas de resistencia o cualquier otra cosa,
nuestras generalizaciones sobre “lo que los esclavos hacían” o “cómo pensaban los
esclavos” obviamente están sujetas a un severo escrutinio. Sólo una gran cantidad de
investigación histórica muy cuidadosa podrá capacitarnos para manejar estos problemas con la sensibilidad que exigen.
No hace falta decir que esta política no se basaba meramente en consideraciones
humanitarias sino, como sabemos, por declaraciones explícitas contemporáneas, en
la percepción de los plantadores sobre sus propios intereses económicos. Para finales
del siglo xviii, cuando las condiciones económicas fueron diferentes y las plantaciones comenzaron a cambiar de manos con rapidez, las familias eran separadas con frecuencia y los plantadores siguieron justificando sus acciones con base en sus propios
intereses económicos (R. Van Lier, Frontier Society, pp. 154-155).
108
Sidney W. Mintz y Richard Price
Sostendríamos que estos grupos, basados en la descendencia cognaticia más que unilineal, se desarrollaron en una situación social en la que había
pocas “tareas”, si es que las había, que los grupos corporativos debían llevar
a cabo, además de las relativas a los ritos de los antepasados.14 Desde nuestra
perspectiva, estos grupos, que se desarrollaron durante las primeras generaciones de la colonia, lo hicieron a partir de la interacción social y las preocupaciones rituales comunes entre los descendientes de cada uno de los africanos
originalmente esclavizados. Este enfoque ritual, a su vez, estaba relacionado
con ideas ampliamente compartidas sobre la importancia del parentesco para
estructurar las relaciones sociales y el papel central de los antepasados en la
vida de la comunidad. Puesto que un número máximo de descendientes habría sido deseable para llevar a cabo tales ritos, y una superposición en el
grupo no plantearía problemas, no se habría dudado en aplicar reglas restrictivas para la pertenencia al grupo (le recordamos al lector que un sistema
basado en la descendencia cognaticia es capaz de maximizar el número de
personas que pertenecen a cada grupo, en contraste con un sistema basado
en principios unilineales –ya sea la patrilinealidad o la matrilinealidad– que
por definición restringe la pertenencia a sólo algunos de los descendientes
de un ancestro focal).15 Al parecer, con el transcurso del tiempo, estos grupos de parentesco de Pará, originalmente orientados sólo hacia los ritos
dedicados a sus antepasados colectivos (que eran enterrados en la localidad),
asumieron una función más amplia, desempeñando un papel importante en
la definición de las líneas de autoridad y cooperación, y más generalmente,
en la regulación de las relaciones sociales.
Un contraste interesante lo proporcionan los cimarrones saramaka, muchos de cuyos antepasados escaparon de las plantaciones de la región Pará
14
15
Véase Ward H. Goodenough, Description and Comparison in Cultural Anthropology, Chicago,
Aldine, 1970, p. 52.
Ibid., p. 53. Reconocemos, por supuesto, que los grupos no unilineales pueden restringir la pertenencia haciendo uso de otros criterios distintos al sexo. Sin embargo,
nuestro punto es que, en una situación marcada por una perceptible escasez de descendientes para cualquier ancestro en particular, tales restricciones habrían sido poco
probables y, en el caso de Pará, no ocurrieron. Podría mencionarse, de paso, que este
sistema, por vía de los ritos de los antepasados, habría ritualizado públicamente todos los lazos consanguíneos de un individuo durante un periodo de varios años y, al
hacerlo, habría servido para subrayar lo más posible las oportunidades u opciones sociales disponibles para el individuo por medio de sus parientes (de una manera tal que
un sistema de descendencia más restrictivo probablemente no lo habría hecho).
Parentescos y papeles sexuales
109
durante la época colonial temprana. Sus grupos sociales originales, compuestos de esclavos que escaparon de la misma plantación (o que se agruparon,
al principio, en los bosques) a menudo pasaban años relativamente aislados
unos de otros. Estas pequeñas comunidades estaban organizadas como bandas de combatientes que luchaban por forjar un modo de vida independiente,
teniendo todo en contra.16 En un inicio, estos grupos sospechaban los unos
de los otros y solían ser hostiles; estaban ferozmente orgullosos de las habilidades, el conocimiento y los logros del propio grupo; y, además, es probable
que comenzaran a poseer la tierra corporativamente casi desde el principio.
Para el momento en que hubieran regularizado las relaciones sociales entre
sí (incluido el matrimonio), entonces cada grupo tendría un firme sentido de
comunidad. Sostendríamos que fue este sentido inicial del corporativismo
y el deseo de perpetuarlo lo que urgió a los grupos saramaka, en contraste con los esclavos de las plantaciones de Pará, a adoptar un principio de
descendencia (en este caso, la matrilinealidad)17 que restringiera la pertenencia de un individuo a un solo grupo. Como en Pará el principio de la descendencia estaba sancionado por todo un complejo de rituales y creencias, los
antepasados colectivos se asociaron fuertemente a la tierra, y el tiempo y el espacio se fundieron simbólicamente en el culto a los antepasados.
En las plantaciones relativamente estables de Pará también se desarrolló
un fuerte sentido de comunidad, aunque esto sucedió más gradualmente
que en el caso de los grupos saramaka. El aumento de entrelazamientos de
parentesco entre los esclavos de cada plantación ciertamente contribuyó a este
sentido de solidaridad grupal.18 Cada plantación local desarrolló un carácter
distintivo, casi una “microcultura” propia, como se ve incluso en el hecho de que tenían estilos ligeramente diferentes de usar las percusiones para
convocar a sus dioses; y había rivalidades y enemistades entre sus respectivas
16
17
18
Véanse Richard Price, Maroon Societies; ibid., The Guiana Maroons; ibid., First-Time: The
Historical Vision of an Afro-American People, Baltimore y Londres, The Johns Hopkins
University Press, 1983.
Las razones por las cuales se eligió la descendencia uterina más que la agnaticia, en este caso
requieren una explicación más compleja. Pensamos que tenía que ver con la gran preponderancia de los hombres sobre las mujeres entre los fugitivos, así como la posible preponderancia del principio uterino en aquellas sociedades africanas de las que esta
gente provenía (véase Richard Price, Alabi’s World, Baltimore y Londres, The Johns
Hopkins University Press, 1990.
R. Van Lier, Frontier Society: A Social Analysis of the History of Surinam, Koninklijk Instituut
voor Taal, Land en Volkenkunde, La Haya, Martinus Nijhoff, pp. 159-160.
110
Sidney W. Mintz y Richard Price
dotaciones de esclavos.19 Al advenir la emancipación, los antiguos esclavos de
la región de Pará eligieron permanecer donde siempre habían vivido y comprar sus e comunalmente. Sugeriríamos que esto se debió a que los grupos de
parentesco no exclusivos (cognaticios) de esta gente (1) no funcionarían eficientemente para poseer tierra en común, y (2) para este momento estarían
tan fuertemente institucionalizados que un cambio a un sistema unilineal del
tipo de los saramaka estaba fuera de toda consideración, de manera que se
alcanzó una solución diferente. Aquí las comunidades mismas de la plantación se convirtieron en corporaciones poseedoras de la tierra, con individuos
que obtenían derechos de uso por medio de sus conexiones genealógicas con
los antepasados que habían vivido allí. El parentesco retuvo, y aún retiene,
su papel central en la organización social de Pará, con principios de descendencia y linaje ricamente particularizados y anclados a la tierra. No obstante,
en términos de la definición del mundo social del individuo, el parentesco
va acompañado de un concepto de comunidad firmemente enraizado en el
Nuevo Mundo y, de manera más específica, en una forma distintiva de esclavitud en la plantación.
Hemos visto que la historia temprana de los cimarrones saramaka y de
los esclavos originales en Pará fue similar en el sentido de que ambos asistieron a una estabilidad considerable del personal a través del tiempo y a una
consecuente proliferación de lazos genealógicos. En cada caso, el parentesco
se convirtió en una fuerza organizativa importante de las relaciones sociales;
la descendencia y la veneración de los antepasados se convirtieron en un rasgo central del sistema religioso; y se desarrolló una fuerte relación entre las
nociones de descendencia y localidad. Las formas en que estos sistemas llegaron a diferir, desde nuestra perspectiva, pueden rastrearse hacia el hecho
de que en un principio las personas de cualquier plantación de Pará eran
meramente un “conjunto”, mientras que los saramaka llegaron a pensar en
sí mismos, casi desde el principio, como miembros de grupos particulares.
Aunque un análisis comparativo completo de estos dos sistemas de parentesco a través del tiempo requeriría obviamente mucha más documentación y
discusión, creemos que los tipos de variables que hemos señalado figurarían
de forma importante en tal empresa.
Quisiéramos tener ejemplos de otras zonas de plantación donde las circunstancias fomentaran una relativa estabilidad del personal, a fin de examinar
19
Charles Wooding, Winti: een Afroamerikaanse godsdienst in Suriname, Meppel, Krips Repro,
pp. 259-260; R. Van Lier, Frontier Society, p. 160.
Parentescos y papeles sexuales
111
la naturaleza de las instituciones de parentesco en desarrollo en dichos entornos. Un caso potencialmente revelador es Carriacou, en el sureste del
Caribe, donde la relativa estabilidad del personal esclavo se vio reforzada por
el diminuto tamaño de la isla. En la actualidad, encontramos ahí el sistema
de descendencia unilineal más completamente articulado (además del de los
cimarrones de Surinam) de toda Afroamérica, repleto de un complejo culto a
los antepasados y patrilinajes localizados en funcionamiento.20 En este punto nuestra falta de conocimiento detallado sobre la historia temprana de esta
isla, y nuestra ignorancia aún mayor del desarrollo de las instituciones de parentesco entre su gente,21 permiten poco más que adivinar que las variables
que operaban en Surinam pueden haber sido relevantes aquí también.
La relativa estabilidad y continuidad de la fuerza esclava en las plantaciones de Surinam (y, quizá, de Carriacou) representa sin duda un extremo en el
espectro total de la Afroamérica temprana. También estamos seguros de que
hubo plantaciones donde las madres y los hijos fueron separados casi por rutina, donde los mejores “matrimonios” eran breves, y donde la dotación de
esclavos estaba en un constante estado de inestabilidad y flujo. En tales casos
(y Santo Domingo o Jamaica deben haber tenido muchas propiedades como
éstas en ciertos momentos de la historia), el desarrollo de lazos genealógicos
significativos se habría visto severamente restringido.22 Es posible imaginar
que la célula matricentral, compuesta por una madre y sus hijos,23 constituyera
a menudo los límites prácticos de la red de parentesco de un individuo. Las
relaciones distintas a aquellas entre una madre y sus hijos, y entre hermanos
que crecieron juntos, muy probablemente habrían sido desordenadas; los lazos duraderos de paternidad o de extensión colateral (a los primos, tíos o
tías) bien pudieron ser la excepción antes que la regla. Sin importar qué tan
fuertemente los esclavos hubieran “deseado” usar el idioma del parentesco
para definir sus relaciones sociales, enfrentados al tipo de inestabilidad que
postulamos aquí, habrían tenido una gran dificultad para desarrollar grupos
20
21
22
23
Michael G. Smith, Kinship and Community in Carriacou, New Haven, Yale University
Press, 1962.
Ibid., pp. 309-310.
Gabriel Debien, “La sucrerie Cottineau (1750-1777): Plantations et esclaves à SaintDomingue”, Notes d’Histoire Coloniale, núm. 66, Université de Dakar, 1962 (Publication
de la Section d’Histoire, núm. 3).
Fortes, “Introduction”, en Jack Goody (ed.), The Developmental Cycle in Domestic Groups,
Cambridge, Cambridge University Press, 1958.
112
Sidney W. Mintz y Richard Price
significativos de parientes. Con el paso del tiempo, la noción misma de
parentesco como fuerza organizativa importante habría perdido algo de su
poder, y otros tipos de principios (por ejemplo, lazos diádicos, entre pares
como los mati ) complementarían o suplantarían en parte aquellos basados en
el parentesco. Sabemos que incluso en el siglo xix, en Jamaica, los esclavos
aún usaban términos de parentesco como tratamientos honoríficos: “entre
los negros es casi equivalente a una afrenta dirigirse por el nombre sin fijar algún término de relación como ‘abuela’ [grannie] o ‘tío’ o ‘primo’. Mi chico de
Cornwall, George, me dijo un día que ‘el tío Sully’ quería hablar con el amo.
‘¿Por qué Sully es tu tío, George?’ ‘No, amo; sólo le llamo así por honor’”.24
Nuestra intención no es minimizar la importancia de los pequeños
grupos de “familias” que a menudo podían formarse en esos sistemas. Pese
a las dificultades que estos esclavos enfrentaban para crear uniones estables y
mantenerlas, tenemos amplia evidencia de pequeños grupos de parientes
(frecuentemente sólo una mujer, sus hijos y su esposo actual) que eran
unidades básicas de cooperación económica.25 Como señalamos antes, los
amos solían alentar la agricultura de subsistencia, ya que servía para reducir
costos en la plantación. A lo largo del tiempo, en algunas sociedades de
esclavos, se institucionalizó lo suficiente como para que los amos pudieran
haber aceptado como costumbre los derechos de propiedad de los esclavos
sobre sus productos y, en un sentido en verdad diferente, sus derechos sobre la tierra que cultivaban. En Jamaica, un perspicaz escritor del siglo xviii,
por ejemplo, indica que los esclavos podían incluso “legar sus tierras o jardines a los camaradas esclavos a quienes consideraran adecuado”, aunque por
24
25
Matthew G. Lewis, Journal of a West Indian Proprietor, Londres, J. Murria, 1834, p. 258,
citado en O. Patterson, Sociology of Slavery, pp. 169-170.
O. Patterson (ibid., p. 163) cita la evidencia de un tal Henry Coor ante un Comité
Selecto sobre el Comercio de Esclavos (1790-1791): “no se veía de ninguna manera
como una desventaja para una propiedad que los hombres tuvieran varias esposas,
desde una, dos, tres o cuatro, según tuvieran propiedad para mantenerlas. Lo que
quiero decir con propiedad es provisiones en sus pequeños trozos de tierra”.
Patterson, de manera bastante razonable, señala que estas relaciones deben haber sido
recíprocas en algunos aspectos, de otra forma sería difícil explicar por qué las mujeres
estaban preparadas para sostenerlas. La evidencia simplemente no es tan completa
como para que sepamos si las uniones poliginias eran más comunes que las monogámicas; si las tierras de suministro eran distribuidas de acuerdo con la naturaleza de la
unión; si los arreglos domésticos variaban según ésta; y si las mujeres tenían –como
Patterson cree (ibid., p. 169)– tierras propias.
Parentescos y papeles sexuales
113
supuesto la tierra pertenecía a la plantación, y nunca se convertía en propiedad del esclavo en pleno derecho.26
Aun cuando la evidencia es escasa, algunos autores que escriben sobre el
siglo xviii y principios del xix en Jamaica, describen “familias” que trabajaban en estos lotes.27 La comercialización de los excedentes por parte de los
esclavos, tanto en Jamaica como en Santo Domingo, aparece de manera temprana en los registros,28 y está claro que las ganancias de tal empresa pertenecían a los esclavos mismos, de acuerdo con la costumbre aceptada.29 Así
pues, pese al largo e incuestionable historial de opresión de los esclavos en
estas sociedades, encontramos información sustancial sobre las oportunidades que tuvieron para involucrarse por su cuenta en una actividad económica relativamente independiente, y al menos alguna información que sugiere
que los grupos de parentesco llevaban a cabo dicha actividad de forma cooperativa. Beckford, por ejemplo, al escribir sobre Jamaica, menciona cómo
los esclavos que trabajaban en sus terrenos “se mudan, con toda su familia,
al lugar de cultivo; los niños de diferentes edades son cargados con canastos,
que se llenan en proporción a su fuerza y edad […] Los infantes son echados
a espaldas de las madres, y las incomodan muy poco en su caminar o en su
labor”.30 Patterson afirma incluso que “la madre conseguía la labor de su hijo
trabajando su tierra de suministro”.31 Aún más sorprendente resulta la afirmación de Patterson según la cual “las madres esclavas hacían todo por mantener a sus hijos dentro del hogar y por desalentar cualquier intento de formar
uniones permanentes fuera de él, un escritor del siglo xix afirma que ésa era
26
27
28
29
30
31
Bryan Edwards, The History, Civil and Comercial, of the British Colonies in the West Indies,
Londres, 1793, t. 2, p. 133.
J. Steward, A View of the Past and Present State of the Island of Jamaica, Edimburgo, Oliver
and Boyd, p. 267; R. R. Madden, A Twelvemonth’s Residence in the West Indies, Londres,
1835, t. 1, pp. 136-137.
Edward Long, History of Jamaica, t. 2, pp. 486-487; S. Mintz y D. Hall, “Origins of the Jamaican system”; Moreau de St. Méry, Déscription […] de la Partie Française, t. 1, pp. 433-436;
Justin Girod de Chantrans, Voyage d’un Suisse en différentes colonies, Neuchatel, 1785, pp.
131-132.
Véase, por ejemplo, Edward Long, History of Jamaica, t. 2, pp. 410-411; R. C. Dallas,
The History of the Maroons, Londres, 1803, t. 1, p. cviii.
William Beckford, A Descriptive Account of the Island of Jamaica, Londres, 1790, t. 2,
pp. 151-187.
O. Patterson, Sociology of Slavery, p. 169. No pudimos encontrar evidencia de que se
otorgaran tierras de suministro a las mujeres. [El subradyado es nuestro.]
114
Sidney W. Mintz y Richard Price
la razón principal de la falta de uniones estables entre los esclavos”.32 Esta
evidencia apoya nuestra opinión de que los pequeños grupos de parentesco
que proporcionaban una base para la cooperación económica eran capaces
de desarrollarse dentro de algunos de los sistemas de esclavitud más opresivos.
Dada la naturaleza altamente restrictiva del parentesco en estos sistemas
de esclavos y las limitadas posibilidades para el desarrollo de vínculos distintos de los que existían entre madres e hijos y entre hermanos, el recuento
de Davenport sobre los principales rasgos de (cinco) sistemas de parentesco
caribeños modernos cobra un significado especial.
Parece que estamos frente a sistemas en que las relaciones lineales y filiales
son las únicas impor tantes. En contraste con éstas, las relaciones hacia
los tíos o las de nepotismo, y relaciones colaterales aún más lejanas son de
importancia secundaria. Con esto se quiere decir que la relación de Ego
con sus abuelos, sus padres y sus hermanos son las únicas respecto de las
cuales se definen con precisión los derechos, los deberes y las obligaciones, sin importar otras consideraciones.33
La yuxtaposición de los comentarios de Davenport sobre el parentesco en las sociedades caribeñas contemporáneas con nuestros propios comentarios relativos al periodo colonial no es más que sugerente. Sin embargo, creemos que, dada la suficiente información, podría ser posible rastrear
continuidades directas entre el crecimiento limitado de las instituciones de
parentesco en estas fuerzas de plantación más altamente industrializadas y
móviles de, digamos, el Caribe del siglo xviii, y las formas actuales de organización social en estas mismas zonas.
Al hacerlo uno podría sorprenderse por el grado en que la gente puede mantener vivas, incluso bajo condiciones de represión extrema, el tipo de
ideas fundamentales sobre parentesco que postulamos como muy difundidas
en África Central y Occidental. Tras la emancipación en Jamaica, por ejemplo, una vez que los individuos obtuvieron acceso a la propiedad, grandes
grupos de parentesco que podrían haberse construido, al menos en algunos
aspectos, según los modelos africanos, comenzaron a tomar forma en algunas zonas de la isla. Compuestos en teoría por todos los descendientes del
32
33
Ibid.
William Davenport, “Introduction”, Social and Economic Studies, vol. 10, núm. 4, 1961,
pp. 478-510.
Parentescos y papeles sexuales
115
propietario original (trazado bilateralmente), estos grupos de parentesco no
unilineales de formación tardía, que se centraban en la “tierra familiar”, crecieron para asemejarse en cierta forma a los de la región Pará de Surinam, con
una asociación ritual entre los antepasados y la tierra en la que fueron enterrados.34 Haití fue sede de un desarrollo similar tras la adquisición de tierra
por parte de los esclavos a principios del siglo xix. En algunas zonas, los grupos de parentesco por vía paterna –unidades de coresidencia llamadas lakou–
crecieron alrededor de parcelas de tierra, cada una de las cuales albergaba un
altar dedicado a los antepasados y estaba habitada por deidades particulares
asociadas al grupo.35 Hay mucho que permanece oscuro sobre la naturaleza
precisa de los grupos de parentesco, tanto en el caso haitiano como en el jamaiquino. Sin embargo, la existencia de estos grupos sugiere que las ideas
–ya sea sobre parentesco u otros aspectos de la vida– pueden mantenerse
vivas incluso bajo condiciones severamente represivas, y que la naturaleza de los sistemas particulares de parentesco africano-americanos –u otras
instituciones– no puede comprenderse más que en términos de una gama
extremadamente variable y compleja de situaciones sociales y económicas.
Al llevar nuestra atención a un aspecto más especializado de la vida
familiar, el papel de las expectativas entre esposos, nos enfrentamos de
nuevo a la necesidad de una mayor sutileza analítica y una investigación
sociohistórica más extensa. Ya hemos señalado que un efecto principal de
la esclavización fue la destrucción casi total de los estatus previos de los
individuos en las sociedades ancestrales de las que fueron arrancados. Pese
a que ocasionalmente se mencionan distinciones de estatus previas, respetadas en el caso de esclavos particulares por aquellos que les rodeaban –la idea
muy romantizada del príncipe o la princesa esclavizados–, no es en absoluto difícil percibir por qué las distinciones anteriores de rango tendieron a
volverse irrelevantes o a transformarse totalmente en el entorno de la plantación. Sin embargo, entre tales distinciones, aquellas derivadas del sexo y la
edad ameritan una atención especial en este caso, ya que estas dimensiones
biológicas respecto de las cuales pueden calibrarse las diferencias, se emplean
universalmente al asignar estatus y papeles. En África, como en otros lugares,
34
35
Edith Clarke, “Land tenure and the family in four communities in Jamaica”, Social and
Economic Studies, vol. 1, núm. 4, 1953, pp. 81-118; William Davenport, “The family
system of Jamaica”, Social and Economic Studies, vol. 10, núm. 4, 1961, pp. 420-454.
Rémy Bastien, “Haitian rural family organization”, Social and Economic Studies, vol. 10,
núm. 4, 1961, pp. 478-510.
116
Sidney W. Mintz y Richard Price
se derivaron distinciones entre lo masculino y lo femenino, así como entre los
jóvenes y los viejos, y buena parte de la canalización de las actividades de la
vida se originó en estos ordenamientos sociológicos, basados en percepciones
socialmente aprendidas de las diferencias biológicas. No nos sentimos preparados para evaluar la variabilidad de los sistemas sociales africanos en términos de cómo lidiaban con las diferencias, pero nos gustaría especular sobre los
efectos de la esclavitud en las plantaciones sobre la definición de los papeles
sexuales.
Hemos sugerido previamente que los esclavos de una plantación u otra
empresa colonial particular fueron en gran medida capaces de crear sus propias
reglas y de tratar de vivir de acuerdo con ellas, a menudo sin que los amos interfirieran de forma importante. Pero también subrayamos los efectos limitantes
de esa interferencia, que fue siempre una posibilidad y que, con frecuencia, se
volvía real. En ningún otro lugar se reveló el equilibrio entre autonomía y sumisión de manera más conmovedora que en la calidad de la vida doméstica
de los esclavos, ya que fue dentro de los confines de las cabañas y barracas
de los esclavos donde se vivió la mayoría de los aspectos más íntimos de esa
vida –la sexualidad, la reproducción, el nacimiento, la socialización, la muerte, el amor y el odio–. Reconocemos que el poder supremo de los amos sobre
los esclavos –no sólo sobre sus vidas, sino también sobre su sexualidad y su
ejercicio– condicionó probablemente todos los aspectos de las relaciones entre hombres y mujeres. Sin embargo, aun cuando muchos autores han sostenido con buenas razones que la moralidad de los esclavos puede referirse en
última instancia a la moralidad de la clase de los amos, sugerimos una vez más
que el código de los amos fijó los límites antes que determinar los contenidos
de dicha moralidad. Desde el punto de vista de los amos, por supuesto, los individuos esclavos en teoría no tenían poder los unos sobre los otros, ya que
sólo rendían cuentas en última instancia a sus propios dueños. No obstante,
nosotros asumimos la postura de que esta generalidad no resulta particularmente útil al examinar las realidades cotidianas de la vida de los esclavos.
Orlando Patterson ha afirmado que “la esclavitud abolió cualquier distribución social real entre hombres y mujeres”.36 Si bien creemos que tiene razón
al subrayar que la ubicación primaria del poder radicaba en los plantadores,
también creemos que la evidencia sobre la división sexual del trabajo desmiente una generalización tan radical. Como ya hemos indicado, en muchas
de las colonias donde se institucionalizó la agricultura de subsistencia se per-
36
O. Patterson, Sociology of Slavery, p. 167.
Parentescos y papeles sexuales
117
mitía a los esclavos llevar su propia producción al mercado. La división del trabajo en lo que toca a la comercialización antes de la emancipación no está bien
documentada. En el caso tanto de Jamaica como de Santo Domingo, empero,
no se conocen descripciones de mujeres comerciantes independientes. Las
descripciones se refieren solamente a hombres libres o a grupos familiares.
Esto contrasta marcadamente con lo que se conoce sobre Jamaica después de la
emancipación y sobre Haití después de la revolución, ya que las mujeres surgieron como mayoría abrumadora entre los comerciantes de ambas sociedades. Este desarrollo resulta más sorprendente puesto que las mujeres son
hoy –y probablemente han sido durante largo tiempo– las comerciantes en
muchas de las sociedades africanas occidentales (quizá la mayoría). A decir
verdad, en ocasiones se ha argumentado que la predominancia de las mujeres en los sistemas antillanos de mercado interno contemporáneos se explica
con referencia al pasado africano.37
37
M. Herskovits, Life in a Haitian Valley, p. 260; M. Herskovits y F. Herskovits, Trinidad
Village, p. 292. Edward Brathwaite, escribiendo en un tono sumamente personal, ha
señalado: “he visto niñas en los mercados de Puerto Príncipe que son comerciantes
yorubas o dahomeyanas, excepto por la falta de marcas tribales. Los turbantes persisten, algunos peinados persisten, y la organización de los mercados –Kingston, Puerto
España, Castries, Puerto Príncipe– es casi una copia exacta de los mercados en Lagos,
Acera, Abomey Ibadan. Las especializaciones en estos mercados son similares y lo
mismo la segregación de los sexos. Pero se necesitarían registros fotográficos y cinemáticos para ilustrar que los ritmos y los patrones de sonido de los mercados de las
Indias Occidentales y de los mercados de África Occidental son tan similares. Ambos
grupos de mercados están dominados por mujeres que se sientan, o están en cuclillas, y socializan de maneras similares, la cabeza se usa de la misma manera tanto en
África como en el Caribe para cargar canastos, charolas e incluso pequeños objetos;
los gestos son similares; las formas de llamar la atención, discutir, regatear, expresar
complacencia, enojo, coqueteo, ridículo, son todos similares. Incluso los colores de
la vestimenta y la elección de patrones y la forma en que se portan los vestidos –bajo
el hombro, deslizados entre los muslos mientras están sentadas– tienen una clara similitud a ambos lados del Atlántico, aunque ningún estudio comparativo de estos y
otros elementos esenciales se ha emprendido académicamente aún” (Edward Kamau
Brathwaite, “Cultural diversity and integration in the Caribbean”, conferencia presentada en el Schouler Lecture Symposium, The Johns Hopkins University, 9 y 10 de abril
de 1973, s.f., pp. 38-39). Creemos que estas sensibles observaciones sobre el comportamiento en el mercado, centradas en lo que Brathwaite llama “la similitud [transatlántica] del gusto estético y la respuesta estética” (ibid.) tienen en gran medida el mismo
espíritu que nuestro llamado previo a una atención etnográfica más cuidadosa y a un
análisis histórico que se dedique a la estética y a otros aspectos poco estudiados, un tanto
abstractos, pero verdaderamente centrales de la realidad cultural. Sin embargo, nuestra
118
Sidney W. Mintz y Richard Price
Así, la información plantea una interrogante: hay que explicar lo que
parecería ser una “reversión” hacia el pasado africano, en lo que concierne a la
división sexual del trabajo, tras largos periodos durante los cuales las mujeres
parecen no haber sido comerciantes independientes en estas sociedades.
Aunque no nos sentimos listos aquí para ofrecer una explicación satisfactoria, nos gustaría hacer algunos comentarios que pueden conducirnos a una
mejor comprensión del problema. Con la llegada de la emancipación, los hombres parecen haberse hecho cargo, sobre todo, de la producción agrícola en
todas estas zonas, pese al hecho de que tanto hombres como mujeres habían trabajado tierras de suministro y realizado labores en el campo durante
la esclavitud. Esta apropiación masculina de la agricultura podría representar
una adaptación a las expectativas de los papeles sexuales en la sociedad
europea más amplia, o bien, podría tener otra explicación.38 La adaptación
femenina al comercio plantea un problema más desconcertante, pues hemos
de suponer que habría tenido lugar sólo si las expectativas del papel existentes fueran compatibles con el ejercicio de una autonomía femenina considerable. No podría esperarse que la simple adquisición de más tierras por parte
de los hombres resultara en el dominio femenino del comercio, si tal dominio
fuera contra las nociones de dignidad o prestigio masculinos por parte de los
hombres. Los esposos debieron estar dispuestos a permitir que sus esposas se
involucraran en actividades económicas fuera del hogar y, en algunos casos,
incluso que desarrollaran carreras independientes como comerciantes.39
Hemos de recordar aquí que la idea de que la masculinidad no se ve disminuida en forma alguna por la independencia económica de su esposa no
fue un parámetro aceptado en el legado cultural occidental. Muchas interpretaciones de la vida familiar, tanto del pasado como del presente, llevan consigo
38
39
limitada discusión sobre el papel de las mujeres comerciantes no pretende lidiar con
los temas más sutiles que los comentarios de Brathwaite suscitan.
M. G. Smith, “The African heritage in the Caribbean”, en V. Rubin (ed.), Caribbean Studies: A Symposium, Seattle, university of Wiscnsin Press, pp. 42-43.
Sidney W. Mintz, “Les rôles économiques et la tradition culturelle”, en R. Bastide (ed.),
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Caribbean history”, Radical History Review, núm. 27, 1982, pp. 110-120. Los mismos
Herskovits, al escribir sobre Trinidad (Trinidad Village, p. 292) señalaron que “dentro
de la esfera del trabajo de las mujeres, la fase más característicamente africana no es que
las mujeres vendan en el mercado, sino que las ganancias sean suyas”. [El subrayado es nuestro.]
Parentescos y papeles sexuales
119
postulados implícitos referentes a la relación entre hombres y mujeres (esposos
y esposas) que descartan una división de la autoridad basada en la separación de
la actividad económica. Incluso en Estados Unidos, las mujeres que insisten
en depositar sus ingresos en un banco de forma separada han sido consideradas, hasta décadas recientes, como inapropiadamente carentes de sentido familiar en la mayoría de los círculos sociales.
En este contexto, parece claro que la independencia y la autoridad
ejercidas por una mujer comerciante haitiana o jamaiquina, respecto de los
usos de su propio capital, tiene probablemente escasos paralelismos en el
mundo occidental, donde se suele asumir que las prerrogativas individuales
provienen de la riqueza individual masculina, inserta en una estructura familiar
nuclear económicamente indivisible. La generación de estructuras independientes y separadas de riesgo económico dentro de una sola familia podría
considerarse característica de África Occidental y del Caribe africano, en oposición a Europa y América del Norte.40
Aún no podemos discernir entre la importancia del pasado africano y la
experiencia de la esclavitud en el fomento y el cultivo de estas expectativas de
los papeles sexuales características del Caribe. Uno quisiera argumentar que,
bajo la esclavitud, mientras los hombres y las mujeres fueron tratados como
propiedad, los hombres jamaiquinos y haitianos se vieron forzados a tolerar
la autonomía femenina y con el tiempo llegaron a esperarla; y que, además,
llegada la emancipación, las mujeres jamaiquinas y haitianas se encontraron
en posición de ejercer esa autonomía con mayor plenitud, de formas notablemente consistentes con las de sus hermanas de África Occidental. Sin embargo, el caso de los cimarrones saramaka de Surinam sugiere que esta explicación
podría ser, cuando menos, insuficiente. Si bien las mujeres saramaka son en
muchos sentidos muy dependientes económicamente de los hombres, y lo
han sido durante siglos, la idea de que la masculinidad o el estatus de un hombre no está ligado a la dependencia de su esposa (o a la falta de dependencia)
es tan fuerte aquí como en cualquier otro lugar del Caribe. Puesto que los antepasados originales de los saramaka en el Nuevo Mundo pasaron relativamente poco tiempo como esclavos, podemos mostrarnos escépticos ante la
40
La consideración de la familia nuclear como un átomo económico indivisible (más
rebatida ahora que nunca antes) es, entonces, una opinión y no una doctrina. No
obstante, creemos que ha acompañado repetidamente “análisis” de la familia negra
como una suerte de lastre intelectual (Sidney W. Mintz, “Men, women, and trade”,
Comparative Studies in Society and HIstory, núm. 13, 1971, pp. 247-269).
120
Sidney W. Mintz y Richard Price
noción de que sus ideas sobre los papeles sexuales fueran producto de la experiencia en las plantaciones. Si tales ideas se mantienen lo mismo entre los
saramaka que en Jamaica y Haití, pese a las divisiones del trabajo divergentes
en sus sociedades, y pese al hecho de que los saramaka tuvieron poca experiencia como esclavos, aumenta al menos la posibilidad de que estén involucrados ciertos conceptos fundamentales de África Central y Occidental sobre
el comportamiento apropiado de hombres y mujeres. En realidad, no sabemos lo suficiente sobre las sociedades de África Central y Occidental durante
los siglos xvii y xviii como para hacer generalizaciones en este punto. Una
vez más, nos enfrentamos con un nivel bastante sutil de expectativas culturales, semejantes a las “orientaciones cognitivas”, sobre las cuales, al menos
nosotros, tenemos pocos datos definitivos. Sin embargo, podríamos mantener como una hipótesis muy tentativa la idea de que ciertas nociones africanas sobre la relativa separación de los papeles masculino y femenino se
vieron reforzadas por la experiencia en la plantación, para producir lo que
parecen ser patrones africano-americanos característicos.
A nuestro parecer, este ejemplo indica que las formulaciones del tipo “lo
uno o lo otro” pueden ya no tener un lugar importante en la investigación
afroamericanista. Hemos sugerido al menos que las analogías superficiales
(es decir, el comercio femenino en África Occidental y el Caribe) no lograrán
revelar tanto como aquellas continuidades definidas con menor precisión,
pero más críticas (por ejemplo, las actitudes masculinas-femeninas hacia la
autonomía individual). Hasta cierto punto, la cuestión puede girar en torno a las
diferencias entre los estatus de lo masculino y lo femenino, el esposo y la esposa, y el estatus del individuo. ¿Hasta qué punto se ve comprometido el
estatus propio, como individuo, por un énfasis mayor del estatus basado en
el sexo? De nuevo, ¿hasta qué punto se ve comprometido el estatus propio,
como individuo, por el énfasis europeo sobre los estatus del esposo y la
esposa? Es obvio que no tenemos respuestas, pero creemos que las preguntas están íntimamente conectadas al surgimiento de sistemas de estatus
particulares que tipifican las sociedades africano-americanas.
7. c oncluSión
E
n este ensayo hemos buscado proponer un acercamiento al estudio
de las sociedades y culturas africano-americanas que permita refinar
– antes que descartar o desaprobar– acercamientos anteriores. Nuestra tesis
central es simple: que las continuidades entre el Viejo y el Nuevo Mundo
deben establecerse sobre una comprensión de las condiciones básicas bajo
las cuales tuvieron lugar las migraciones de africanos esclavizados. Para
sustentar esta tesis, hemos empleado tanto materiales documentales como
especulación, a fin de describir dichas condiciones y de sugerir algunos de
los procesos sociales que operaron en las primeras confrontaciones entre
europeos y africanos.
No estamos preparados para analizar estos procesos, ya sea suponiendo
que las sociedades africanas que aportaron gente y legados culturales a la construcción de Afroamérica eran homogéneas, o bien suponiendo que cualquier
colonia del Nuevo Mundo estaba poblada principalmente por migrantes de
una sola sociedad africana. Tampoco nos conformamos con ignorar la diferencia entre las perspectivas sociorrelacionales y culturales en la comprensión
de lo que realmente sucedió, puesto que entendemos la proliferación de nuevas instituciones sociales bajo la esclavitud como precondición y base de las
continuidades en la cultura. Nuestra concepción de los sectores esclavos y
libres profundamente divididos entre sí, pero fuertemente interdependientes, resulta crítica para nuestra comprensión de la forma en que ocurrió tal
construcción de instituciones. Como hemos sostenido, algunas de estas instituciones estaban enraizadas en las relaciones entre los dos sectores; otras, incluso más importantes para nuestra argumentación, se desarrollaron en gran
medida dentro del sector esclavo, aunque siempre sujetas a los límites externos de la variabilidad impuesta por la sociedad en su conjunto. Así, vistas
desde el punto de vista privilegiado de la interacción social cotidiana, las instituciones esclavas parecen asumir de alguna manera un orden concéntrico
que se extiende desde los vínculos interpersonales inmediatos entre dos
personas, hasta los vínculos domésticos y familiares de agrupaciones mayores, y más allá, hasta las instituciones religiosas, económicas y de otra índole
que mantuvieron unidas a las comunidades de esclavos. Las instituciones que
vincularon a las personas esclavizadas y a las libres constituyen un orden, o
121
122
Sidney W. Mintz y Richard Price
dimensión distinto de acción social, ya que la vinculación cruzaba inevitablemente el abismo entre los sectores. Sin embargo, como hemos querido
subrayar, éstos no son órdenes o dimensiones diferentes en el sentido de que
estuvieran totalmente separados; tal separación era más aparente que real, al
menos en lo que concierne a la vida diaria.
Las formas sociales y culturales afroamericanas se forjaron sobre el fuego
de la esclavización, pero estas formas no podían, y no pueden, definirse confinándolas a aquellos pueblos o sociedades cuyos orígenes físicos eran africanos,
de la misma manera en que las formas sociales y culturales europeo-americanas
no se limitan a aquellas cuyos orígenes físicos eran europeos. El eminente historiador de América del Sur, C. Vann Woodward, se acerca a la verdad cuando afirma que “en lo que toca a su cultura, todos los americanos son en parte
negros [Negro]”.1 Algunos preferirían decir “en parte africanos” y otros “en
parte negros [black]; en cualquier caso, apoyamos a Herskovits: “ya sea que
los negros hayan tomado prestado de los blancos o los blancos de los negros,
en éste o en cualquier otro aspecto de la cultura, siempre ha de recordarse
que el préstamo nunca se consiguió sin producir un cambio en aquello que
se tomó prestado, ni tampoco sin incorporar elementos que se originaron en
los nuevos hábitos que, tanto como todo lo demás, dieron a la nueva forma
su cualidad distintiva”.2 Como hemos intentado sugerir, “préstamo” puede
no expresar la realidad en absoluto: “creación” o “remodelación” podrían
ser términos más precisos.
Consideramos pocas de nuestras opiniones como demostradas o incluso
acertadas. En realidad, la prueba de su validez debe residir más en las tareas
de una investigación histórica y antropológica seria, y menos en su poder de
convencimiento sobre fundamentos lógicos, ideológicos o sentimentales.
De hecho, sospechamos que nuestros argumentos pueden ser puestos al servicio de preconcepciones bastante distintas, de forma muy parecida a lo que
ocurrió con las posturas asumidas por nuestros predecesores en el estudio de
Afroamérica. El hecho incontestable en el estudio de Afroamérica es la humanidad de los oprimidos y la inhumanidad de los sistemas que los oprimieron. Pero no todos los sistemas de esclavitud oprimieron a todos los esclavos
por igual, y no todos los esclavos lidiaron con la opresión de la misma manera.
Hemos intentado sugerir aquí ciertas vías de investigación que podrían
resultar fructíferas en el examen de las sociedades africano-americanas
1
2
C. Vann Woodward, “Clio with soul”, Journal of American History, núm. 56, 1969, p. 17.
M. Herskovits, Myth of the Negro Past, Op.cit. p. 225.
Conclusión
123
contemporáneas por medio de procedimientos etnográficos, y de las historias
de dichas sociedades por medio del uso de documentos, registros históricos y
recuentos de personas vivas. Lo que nos importa es sostener nuestra opinión
de que la gente en las sociedades africano-americanas, donde la opresión fue
omnipresente, construyó sus formas de vida literalmente para satisfacer sus
necesidades diarias.
La posición teórica general que asumimos en este ensayo es que el pasado
debe verse como la circunstancia condicionante del presente. No creemos que
el presente pueda “comprenderse” –en el sentido de explicar las relaciones entre distintas formas institucionales contemporáneas– sin referencia al pasado.
Suponemos que éste es siempre el caso, ya sea que nuestro interés radique en los
pueblos europeos que conquistaron ese mundo al que llamaron “nuevo”, en
los pueblos indígenas que destruyeron y subyugaron al hacerlo, o en los pueblos
africanos –y más tarde asiáticos– que arrastraron hacia él. Es un Nuevo Mundo en tanto aquellos que se convirtieron en sus pobladores lo rehicieron y, en
el proceso, se rehicieron ellos mismos.
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Í ndice analÍtico
aculturación 25, 36, 48, 57, 103
Aderoju, Ariyo 99
aditividad 54
affranchi 71
África 20, 24, 31, 32, 37, 39, 46, 52, 55,
56, 57, 60, 61, 63, 65, 82, 85, 87, 90,
95, 98, 99, 100, 101, 105, 107, 115
África Central 37, 58, 85, 86, 96, 105,
114, 120
africana
costumbre 113
africanismos 36, 40, 82
africano
artefacto 24, 37
carácter 45, 48, 55, 109
arte 93, 94
africano-americano
arte 54, 87, 93, 94, 95
africanos
asentamientos 47, 51, 97
África Occidental 51, 52, 53, 58, 63, 94,
117, 120
África Oriental 57
Afroamérica 56, 57, 67, 83, 84, 87, 90,
92, 95, 96, 105, 111, 121, 122
afroamericana
investigación 13, 27, 55, 85, 89, 90,
93, 94, 95, 101, 102, 103, 107, 115,
120, 122
afrocubano 99
agricultura de azada 52
akan 93
Alokasu 98
América
blanca 61
europea 45
india 61
América Central 61
América del Norte 55, 57, 61, 119
América del Sur 16, 55, 122
América negra 61
amerindios 47
Angola 59, 60
Antoine, Robert 97, 98
aradas 59
ashanti 58, 61, 97
Bahía 82
bambaras 59
bantú 60, 61
Barbados 47, 61, 70
Bascom, William 54, 99
batiment 84
Beckford, William 113
Bertho, Jacques 99
Brasil 15, 35, 61, 97
Brathwaite 38, 74, 117, 118
Brathwaite (Edward) Kamau 39, 70, 117
brujería 54
buckra 80
calendario ceremonial 97, 98
Carr, Andrew 97, 98
Carriacou 111
cimarrones 21, 93, 94, 111
cimarrones saramaka 37, 40, 90, 108,
110, 119
139
140
Sidney W. Mintz y Richard Price
cocheros 67, 68, 73, 80
comunidades de habla 63
congos 59
Costa de Guinea 60
costa de los esclavos 59
Costa de Oro 60, 61
criollo 70
cocina 72, 73
padres 70
de la región Pará 90
Cuba 35, 38, 51, 97, 98, 99, 100, 107
cultura africano-americana 45, 61, 62,
88, 100, 101, 102
cultura afroamericana 21, 25
Curtin, Philip 26, 59, 99
Dahomey 59, 60, 61, 98, 99
dahomeyano 97
Davenport, William H. 114, 115
Debien, Gabriel 47, 59, 111
deidades africanas 97
Dennett, R. E. 99
descendencia cognaticia 108
no unilineal 107
unilineal 106, 111
discos de coco 99
Dominica 96
drácena 98
emancipación 97, 104, 110, 114, 117,
118, 119
encuentro, modelo del 51
Epega, David O. 99
esclavo
affranchi 71
y la trata afrocubana 99
esclavos 51, 59
aculturación 48, 65, 71, 73, 88
amantes 70
asentamientos 63
asimilación 48, 91
buckra 80
compañeros de pasaje 83, 84
comunicación 63
comunidades 62, 81, 121
conjuntos de 63
cultura 32, 35, 36, 39, 57, 58, 60, 62,
64, 66, 73, 80, 88, 89, 90,
demografía 58, 59, 99
derechos de propiedad 112
economía 65, 71, 79, 113
en entornos urbanos 66
en la región Pará 108, 110
estatus en el Nuevo Mundo 46, 47,
51, 65, 106, 119
familia 81, 82, 90, 107, 111, 112
heterogeneidad 61, 87
identidad 66, 67, 106
importación 59, 98
instituciones 31, 47, 48, 65, 80, 81,
82, 107, 121
interacción con hombres libres 30,
48, 65, 66, 67, 68, 69, 71, 72, 80,
116, 121
mayorías 48, 66
mercados 117
migraciones 97, 121
orígenes 61, 99, 101, 109, 120
papeles sexuales 101, 116, 118, 119,
120
parentesco 109, 111, 112, 114
plantaciones 80, 90, 104, 106, 107,
108, 109, 110, 111, 116, 120
posiciones 31, 69, 75, 115, 116
relaciones sexuales 69, 84
Índice analítico
relaciones sociales 68, 73, 77, 106,
114, 122
resistencia 38, 68, 83, 107
sectores de 121
sociedades 112
subsistencia 113, 116
tierra 112, 115
tráfico ilegal 100
transporte de 96
trata de 52, 58, 59, 60, 71, 83, 98
y conocimiento ritual 71, 86, 87, 96
y descendencia esclavo-amo 70
y mujeres libres 69
y Pasaje Medio 36, 39, 83, 88
y relaciones sexuales amo-esclavo 69
y sectores de libertos 30, 48
ewe 99
familia 65, 69, 71, 73, 102, 103, 104,
105, 119
fanti-ashanti 61
fon (dahomeyano) 61
Foster, George M. 26, 53
Frazier, E. Franklin 35, 102, 103, 105
Frisbie, Charlotte 90
Frobenius, Leo 99
fulani 97
Girod, François 59
grupos de culto 86
Guyana 21, 104
Guyana Francesa 21
Guyenne 45
Haití 35, 58, 60, 61, 97, 102, 115, 117,
120
Hall, G. 61
Handler, Jerome 90
141
Herskovits, Melville J. 27, 29, 30, 31,
52, 55, 56, 57, 62, 95, 102, 103, 105,
122
historia africano-americana 32, 70, 91,
95
hombres libres 47, 48, 65, 66, 67, 69,
70, 71, 72, 73, 75
ibo 97
Ife 99
igbo 54
Indias Británicas Occidentales 97
indígenas
americanos 19, 22, 25, 28, 29, 56
de América del Norte 57
trabajadores de las propiedades en las
Indias Orientales 104
instituciones africano-americanas 90,
104, 105
Islas Gullah 61
Jamaica 51, 58, 61, 67, 69, 70, 71, 73,
76, 80, 83, 84, 96, 103, 107, 111, 112,
113, 114, 117
Jayawardena, Chandra 104
Kroeber, Alfred L. 57
kromonti 61
kunu 61, 98
Kututo 98
lakou 115
legado africano 35, 56, 57, 62, 93
legado africano-americano 93
lengua 36, 47, 55, 67, 74, 80, 89, 63, 64
libertad africana 31, 40, 90
Loango 60
lucumí 99
142
Sidney W. Mintz y Richard Price
malongue 84
malungo 84
Martinica 47, 104
Matanzas 99
mati 112
matrilinealidad 108, 109
Maupoil, Bernard 99
migrantes africanos 47, 98
Monteil, Charles V. 99
Montero de Bascom, Berta 99
morfología 64
mujeres africanas 69, 71, 81, 83, 104,
109, 112, 113, 116, 117, 118, 119,
120
Nigeria 59, 99
Normandía 45
nueces de cola 99
Nueva Orleans 61
Nugent, Lady 73, 74, 76
onomásticos 93
orígenes africanos 24, 27, 51, 52, 74,
101, 122
Paramaribo 70
pasado africano-americano 21, 35, 102
paternidad 70, 111
patrilinealidad 108
patrilocalidad 52
Patterson, H. Orlando 70, 84, 112, 113,
116
Phillippo, James M. 79, 80
prácticas adivinatorias 99
Puerto España 97, 117
rada 97
Reino de Benín 95
religión
africana occidental 85, 86
africano-americana 36, 85, 86
afrocubana 38, 98
resistencia 38, 68, 83, 107
retenciones africanas 35, 36, 38, 100
revolución 70, 117
ritual 60, 85, 86, 87, 90, 96, 108, 115
Robert, Antoine 97
Sakpata, altar de 98
Santa Lucía 61
Santo Domingo 51, 59, 61, 69, 71, 80,
99, 107, 111, 113, 117
Saramaka 37, 84, 90, 93, 95, 96, 100,
108, 109, 110, 119, 120
Shango (Xango) 82
Simpson, George E. 55, 100
Sippi 84
sirvientes 47, 76
Smith, M. G. 53, 100, 103, 105, 111,
118
sociedades africano-americanas 30, 32,
48, 51, 88, 95, 120, 122, 123
Spieth, J. 99
Sranan 76, 89
Stedman, John 88, 89
suculenta 98
surinaams 89
Surinam 21, 37, 58, 59, 60, 71, 82, 89,
90, 93, 96, 107, 111
grupos de parentesco 69
plantaciones 69, 90, 107, 111
relaciones de parentesco 84
tapir 90
temne 97
tradición africana 38, 98
Índice analítico
Trinidad 82, 97, 98, 100
Van Lier, R. A. J. 69, 70, 71, 107, 109,
110
Virginia 61
vodunsi 97, 98
vudú 59, 60
wolof 97
Woodward, C. Vann 36, 37, 122
Xango (Shango) 82
yoruba 53, 61, 97, 99, 100
143
El origen de la cultura africano-americana
Una perspectiva antropológica
de Sidney W. Mintz y Richard Price,
se terminó de imprimir en los talleres de
Gráfica Creatividad y Diseño, S. A. de C. V.,
Plutarco Elías Calles 1321, piso 1, col. Miravalle,
C. P. 03580, México, D. F. , en diciembre de 2012.
La tipografía, formación y diseño de la portada
estuvieron a cargo de Samuel Morales.
Cuidó la edición la Coordinación de Publicaiones del cieSaS.
El tiraje fue de 1 000 ejemplares.
Con una perspectiva antropológica y etnohistórica, Sidney Mintz y
Richard Price estudian el origen de las culturas africano-americanas
examinando las formas de convivencia, las manifestaciones estéticas, el
lenguaje, la alimentación y las relaciones sociales. Estas ideas y método
para el estudio de las poblaciones de origen africano resultan igualmente
de gran utilidad para el estudio de los grupos indígenas, los migrantes,
las nuevas clases trabajadoras, temas que interesan a antropólogos e
historiadores por igual.
La colección Clásicos y Contemporáneos en Antropología ofrece al
público de lengua española una selección de obras fundamentales para
el desarrollo del conocimiento sobre las sociedades y culturas humanas. Entre nuestros próximos títulos se encuentran Teoría del cambio cultural de Julian H. Steward y Matrimonio primitivo de John McLennan.
ISBN 978-607-486-208-9
9 786074
862089